Este Libro Libro Guissen
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historia social. No consideramos que la teoría social sea propiedad de una disciplina concreta,
pues las cuestiones relativas a la vida social y a los productos culturales de la acción social se
extienden a todas las disciplinas científicas y humanísticas. Entre otros problemas, los teóricos
de la sociedad abordan los siguientes temas: el status de las ciencias sociales, especialmente
en relación a la lógica de las ciencias naturales; la naturaleza de las leyes y generalizaciones
que pueden establecerse; la interpretación de la agencia humana y el modo de distinguirla de
los objetos y acontecimientos naturales; y el carácter o forma de las instituciones humanas.
Naturalmente, un bosquejo tan escueto encubre multitud de problemas y temas más
específicos; toda definición de la teoría social está abocada a suscitar controversias. Por tanto,
el lector que busque un consenso acerca de las metas de la teoría social se sentirá
decepcionado. Pues esta falta de consenso, como implican muchas de las contribuciones a este
libro, puede ser inherente a la naturaleza de la ciencia social. En el extremo último, la cuestión
de si puede haber un marco unificado para la teoría social, o siquiera un acuerdo sobre sus
intereses básicos, está ella misma sujeta a discusión. Uno de los motivos que nos han llevado a
publicar este volumen es que cada vez somos más conscientes de los importantes cambios que
se han venido produciendo en la teoría social en años recientes.
El análisis teórico en las ciencias sociales siempre ha sido una empresa diversificada, pero en
un determinado momento posterior a la II Guerra Mundial cierto conjunto de puntos de vista
tendieron a prevalecer sobre el resto, imponiendo cierto grado de aceptación general. Estos
puntos de vista generalmente estaban influidos por el empirismo lógico-filosófico. Diversos
autores a los que suele asociarse con esta perspectiva desarrollaron determinadas
interpretaciones del carácter de la ciencia que, a pesar de la imprecisión de esa etiqueta,
tenían algunos elementos comunes: todos ellos sospechaban de la metafísica, deseaban
definir con nitidez qué era lo que había que considerar científico, insistían en la verificabilidad
de los conceptos y proposiciones, y tenían cierta inclinación a construir teorías de corte
hipotético-deductivo. Formaba parte esencial de esta perspectiva la idea de lo que Neurath
denominaba «ciencia unificada»; de acuerdo con dicha idea, no había diferencias lógicas
fundamentales entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Este punto de vista
contribuyó a fomentar cierta falta de disposición a observar de forma directa la lógica de las
propias ciencias sociales. Pues si la ciencia en general se guía por un único cuerpo de
principios, los científicos sociales no tienen más que examinar los fundamentos lógicos de la
ciencia natural para explicar la naturaleza de su propia empresa. Considerándolo
así,sorprendente es que muchos de quienes trabajaban en las ciencias sociales adoptaran
acríticamente la filosofía de la ciencia natural relacionada con el empirismo lógico para
clarificar sus propias tareas. Por lo general, el empirismo lógico no era considerado una
particular filosofía de la ciencia con hipótesis potencialmente cuestionables, sino un modelo
incontrovertible de la ciencia. Las cuestiones relativas a la «interpretación» se reprimieron en
dos aspectos. Por un lado, la ciencia natural no se consideraba una empresa interpretativa en
ningún sentido fundamental, pues se suponía que su objetivo primordial era la formulación de
leyes o sistemas de leyes; por otro, el significado de las teorías y conceptos se consideraba
directamente vinculado a las observaciones empíricas. Desde este punto de vista, las ciencias
sociales eran esencialmente no interpretativas, incluso aunque su objeto gire en torno a
procesos interpretativos de la cultura y la comunicación. En consecuencia, la noción de
Versteken -comprensión del significado- recibió escasa atención, tanto por parte de autores
que escribían con una inspiración claramente filosófica como por parte de la mayoría de los
científicos sociales. En los casos en que se consideraba relevante el Verstehen, sólo lo era en la
medida en que se utilizaba para generar teorías o hipótesis contrastables. La comprensión
empática de los puntos de vista o sentimientos de los demás, se pensaba, puede ayudar al
observador sociológico a explicar sus conductas, pero estas explicaciones siempre tenían que
formularse en términos «operacionales», o al menos en términos de descripciones de rasgos
observables de conductas contrastables. El Verstehen se entendía simplemente como un
fenómeno «psicológico» que depende de una comprensión necesariamente intuitiva y no
fiable de la conciencia de los demás. Sin embargo, a lo largo de las últimas dos décadas ha
tenido lugar un cambio espectacular. Dentro de la filosofía de la ciencia natural, el dominio del
empirismo lógico ha declinado ante los ataques de escritores tales como Kuhn, Toulmin,
Lakatos y Hesse. En su lugar ha surgido una «nueva filosofía de la ciencia» que desecha
muchos supuestos de los puntos de vista precedentes. Resumiendo decididamente esta nueva
concepción, en ella se rechaza la idea de que puede haber observaciones teóricamente
neutrales; ya no se canonizan como ideal supremo de la investigación científica los sistemas de
leyes conectadas de forma deductiva: pero lo más importante es que la ciencia se considera
una empresa interpretativa, de modo que los problemas de significado, comunicación y
traducción adquieren una relevancia inmediata para las teorías científicas. Estos desarrollos de
la filosofía de la ciencia natural han influido inevitablemente en el pensamiento de la ciencia
social, al tiempo que han acentuado el creciente desencanto respecto a las teorías dominantes
en la «corriente principal» de la ciencia social. El resultado de tales cambios ha sido la
proliferación de enfoques del pensamiento teórico. Tradiciones de pensamiento
anteriormente ignoradas o mal conocidas han adquirido mucha mayor importancia: la
fenomenología, en particular la relacionada con los escritos de Alfred Schutz; la hermenéutica,
tal como se ha desarrollado en la obra de autores como Gadamer y Ricoeur; y la teoría crítica,
representada recientemente por las obras de Habermas. Además, se han revitalizado y
examinado con renovado interés tradiciones de pensamiento anteriores, como el
interaccionismo simbólico en los Estados Unidos y el estructuralismo o post-estructuralismo en
Europa. A estas hay que añadir tipos de pensamiento de desarrollo más recientes, entre los
que se cuentan la etnometodología, la teoría de la estructuración y la «teoría de la praxis»,
relacionada, sobre todo, con Bordicu. Aunque esta diversidad de tradiciones y escuelas de
pensamiento surgida en la teoría social parezca asombrosa, sigue habiendo algo semejante a
una «corriente principal», aunque’ya no sea tan pujante. El funcionalismo estructural
parsoniano, por ejemplo, continúa ejerciendo un poderoso atractivo y, de hecho, ha recibido
recientemente un considerable relanzamiento en los escritos de Luhmann, Münch, Alexander,
Hayes y otros. Vemos, pues, que la teoría social ha llegado a comprender una gama de
enfoques variada y, con frecuencia, confusa. Han sido diversas las respuestas a esta variedad
de enfoques. En un extremo, para muchos de quienes están fundamentalmente interesados en
la investigación empírica, el espectro de escuelas y tradiciones en disputa representa una
confirmación de lo que siempre habían creído: los debates teóricos son de escaso interés o
relevancia para los que realizan un trabajo empírico. Si los teóricos sociales no pueden ponerse
de acuerdo entre sí acerca de las cuestiones más básicas, ¿qué relevancia pueden tener las
cuestiones referentes a la teoría social para quienes se ocupan sobre todo de la investigación
empírica? En consecuencia, se ha originado una división bastante considerable entre
«investigadores», que a menudo continúan considerándose «positivistas», y teóricos, que
ahora se consideran de formas muy diversas. El desaliento de los investigadores, sin embargo,
no es compartido por todos. En el otro extremo, muchos han acogido con entusiasmo la
diversificación de la teoría social, en la opinión de que la competencia entre tradiciones de
pensamiento es sumamente deseable. Desde este punto de vista, en ocasiones influenciado
por la filosofía de la ciencia natural de Feyerabend, la proliferación de tradiciones teóricas es
una forma de evitar el dogmatismo fomentado por el compromiso dominante con un solo
marco de pensamiento. A veces se señala también que el estudio de la conducta humana es
necesariamente un asunto controvertido; solo dentro de una sociedad totalitaria existiría un
único marco incuestionable para el análisis de la conducta social humana. Es probable que sea
cierto que la mayoría de quienes trabajan en las ciencias sociales se encuentren en algún
punto situado entre ambos extremos. Como mínimo, la mayoría afirmaría que la elección
entre las diversas propuestas hechas por diversas tradiciones teóricas no es en modo alguno
una actividad estéril; tal es sin duda la posición de los editores de este volumen, incluso
aunque sus opiniones difieren respecto a cuál es el mejor modo de llevar a cabo una iniciativa
semejante. Señalaríamos también que la aparente explosión de versiones rivales de la teoría
social oculta una mayor coherencia e integración entre esos puntos de vista divergentes de lo
que puede parecer a primera vista. Consideramos necesario aclarar este extremo. En primer
lugar, puede haber un mayor solapamiento entre métodos diferentes de lo que se suele
pensar. El desarrollo de la etnometodología nos proporciona un buen ejemplo. En las primeras
fases de su formación, detractores y críticos de la etnometodología consideraban que esta
discrepaba de forma radical de otros paradigmas de pensamiento de la ciencia social, y hasta
hace poco no se ha puesto de manifiesto que los escritos de los partidarios de la
etnometodología tienen algo que aportar a problemas que ocupan prácticamente a todos los
que trabajan en la teoría social. También se ha evidenciado que hay afinidades estrechas entre
los problemas con que se enfrenta la etnometodología y los que examinan otras tradiciones
teóricas. Así, por ejemplo, el énfasis en la naturaleza «meto dológica» del uso del lenguaje en
el contexto de la vida social puede muy bien considerarse relevante con respecto a cuestiones
que tienen un amplio alcance en la teoría social. En segundo lugar, se han destacado a lo largo
de las últimas décadas ciertas líneas de desarrollo comunes compartidas por un amplio
conjunto de enfoques teóricos. Ha existido una preocupación, pongamos por caso, por
reconceptualizar la naturaleza de la acción. En efecto, numerosos enfoques han mostrado tal
inclinación a centrarse en esta cuestión que en cierto momento parecía que una oleada de
subjetivismo estaba a punto de anegar las ciencias sociales. Sin embargo, ahora podemos ver
que una reelaboración de cuestiones relativas a la acción humana no tiene necesariamente
que llevarnos a enfatizar de forma exagerada la subjetividad, sino que, al contrario, puede
vincular una elaborada «teoría del sujeto» a análisis de tipo más «institucional». En tercer
lugar, sería difícil negar que ha existido algún tipo de progreso en la resolución de cuestiones
que previamente parecían inabordables o no se analizaban de forma directa. Así, durante largo
tiempo existió una división entre los métodos naturalistas y aquellos que destacaban la
importancia del Verstehen, no obstante el predominio que los primeros tenían sobre estos
últimos. Como consecuencia de desarrollos convergentes en un conjunto de tradiciones de
pensamiento, se ha evidenciado que la división entre Erkldren (o explicación en función de
leyes causales) y Verstehen respondía a un planteamiento erróneo. El Verstehen no es
primariamente, como subrayan los empiristas lógicos, una cuestión «psicológica»; antes bien,
el Verstehen forma parte constitutiva de todas las cuestiones relativas a la interpretación del
significado, y está implicado en todas ellas. En la literatura reciente estas cuestiones se han
investigado con amplitud, tanto en el ámbito de la ciencia natural como en el de la ciencia
social; como consecuencia, se han clarificado de forma definitiva problemas que antes eran
bastante oscuros. En este libro hemos tratado de abarcar una gran variedad de
planteamientos, aunque no se han podido evitar algunas omisiones. No obstante, creemos que
el presente volumen trata más o menos sistemáticamente la mayoría de las tradiciones
influyentes de la teoría social actual. En una breve introducción, sería imposible analizar con
detalle los puntos fuertes o las debilidades de todos los enfoques. En lugar de esto,
señalaremos algunos de los temas y pretensiones más destacados de varios autores para dar
una idea de la diversidad y vitalidad de la teoría social. ¿Cuál es la naturaleza de la ciencia
social? La práctica totalidad de los capítulos que siguen abordan esta cuestión. Como se
pondrá de manifiesto, hay un extendido desacuerdo acerca de qué clase de ciencia, si es que lo
es, es y puede ser la ciencia social. El examen de «El conductismo y después del conductismo»,
de George Homans, el enfoque de Jonathan Turner en «Teorizar analítico» y, siquiera de forma
implícita, el análisis de «Teoría parsoniana actual», de Richard Münch, defienden en un sentido
u otro el «positivismo lógico». Como Homans se ha mantenido elocuente y vigorosamente
durante más de dos décadas, la sociología puede ser una ciencia comprometida con la
elaboración de «leyes de subsunción» y sistemas axiomáticos deductivos. Turner comparte
esta visión de la sociología como conjunto de «leyes de subsunción», pero rechaza la
posibilidad de que exista una teoría verdaderamente axiomática. En lugar de esto, la sociología
debería elaborar leyes abstractas y usarlas en esquemas deductivos laxos. Además, en la
concepción de Turner es necesario complementar las leyes abstractas con modelos analíticos
que especifiquen de forma detallada los procesos causales que conectan las variables de una
ley abstracta. Münch sostiene que la teoría de la acción parsoniana puede usarse para generar
un «marco general de referencia» capaz de organizar una variedad de enfoques teóricos y
metodológicos. Desde el punto de vista de la metodología, Münch considera que los tipos
ideales, la idiografía, las hipótesis nomológicas y los modelos constructivistas pueden ser
entendidos y quizá reconciliados entre sí dentro de un marco de referencia relativo a un tipo
de acción más general. De modo similar, el marco de referencia de la acción puede servir para
ordenar modos diferentes de explicar los fenómenos: teleonómicos, causales, normativos y
racionales. Así, Münch propugna el eclecticismo, pero un eclecticismo que, según parece, está
comprometido con una visión positivista de la sociología: se trata de generar y contrastar
teorías de forma sistemática. Por otro lado, tenemos una serie de argumentos que, en su
mayor parte, giran en torno al supuesto de que el objeto de la ciencia social impide adoptar
una orientación típica de la ciencia natural. Pero incluso aquí se mantiene una cierta
ambivalencia. Por ejemplo, destaca a este respecto la revisión que lleva a cabo Hans Joas de
las raíces pragmáticas del interaccionismo y de la elaboración del interaccionismo por parte de
la «Escuela de Chicago». Por un lado, la naturaleza pragmática, situacional y construida de la
interacción (y, por tanto, de la organización social) haría imposibles las «leyes» y
«generalizaciones» atemporales del positivismo. Por otra parte, sin embargo, muchos
interaccionistas —entre los que quizá podríamos contar al propio Mead— han tratado de
descubrir las propiedades básicas de la interacción y de desarrollar leyes universales acerca de
su forma de operar. En su lúcido análisis de Garfinkel y la etnometodología, John Heritage
procura evitar la cuestión de la «ciencia» en la ciencia social. Pues si la acción es indéxica,
contextual y reflexiva, ¿puede la etnometodología desarrollar leyes y generalizaciones acerca
de ella? La etnometodología no responde a esa pregunta de forma unánime; y, en efecto, los
autores relacionados con dicha corriente no se ocupan de esas materias tan explícitamente
como la mayoría de los que trabajan en otras tradiciones. Los etnometodólogos, por lo
general, son partidarios de describir en detalle los procesos empíricos, dejan do a un lado
aquello que, en apariencia, constituiría la «explicación»; y también evitan la cuestión de la
«cientificidad» de las descripciones. Mucho menos ambivalentes respecto a la cuestión de si
puede haber o no una ciencia natural de la sociedad son Thomas Wilson, Ira Cohén, Jeffrey
Alexander y Anthony Giddens. Con diferencias entre ellos, todos estos autores mantienen que
la ciencia social es fundamentalmente diferente de la ciencia natural. Alexander no rechaza de
plano la idea de que puedan descubrirse leyes de la vida social, pero afirma categóricamente
que nunca podrá alcanzarse un consenso acerca de estas leyes, y que la naturaleza de los
datos de la ciencia natural no puede nunca conferirles carácter definitivo. El análisis social,
sostiene, siempre conllevará discursos y debates acerca de los supuestos de las teorías y de la
relevancia de los datos para contrastar estas teorías. Wilson formula un argumento ontológico
todavía más fuerte. Dado que la ciencia social tiene que tratar de las emociones, propósitos,
actitudes y disposiciones subjetivas de los actores, los enun ciados teóricos y empíricos serán
«intensionales», y los analistas sociales se verán obligados a realizar interpretaciones del
significado. Es posible elaborar proyectos teóricos basados en los métodos « extensiónales» de
las ciencias naturales, pero ha de admitirse que solo tienen una utilidad heurística. En el mejor
de los casos, el uso de las matemáticas puede «ordenar las relaciones de nuestros datos y
clarificar nuestras ideas acerca de cómo una teoría se relaciona con otra en un caso
particular». Giddens y Cohén defienden una tesis similar en sus respectivas descripciones del
«estructuralismo» y de la «teoría de la estructuración». Giddens declara «muertos» el
structuralismo y el post-estructuralismo, aduciendo que su fracaso para tratar la «agencia»
humana y el proceso mediante el cual dicha «agencia» actúa para producir, reproducir y
cambiar estructuras representa una deficiencia fundamental del análisis estructural; pues en la
noción de agencia reside la capacidad para cambiar el universo social, obviando en
consecuencia las leyes científicas que describen ese universo. Al presentar una descripción
detallada de la teoría de la estructuración de Giddens, especialmente de su noción de Praxis,
Cohén extrae todas las implicaciones de la noción de «agencia». En el mejor de los casos, la
teoría solo puede destacar las «potencialidades constitucionales de la vida social» que los
actores utilizan para producir y reproducir modelos sociales. Estas potencialidades se utilizan
de modo contextual e histórico, lo que determina que las leyes y generaciones sean
transformables mediante los actos de los agentes. Por tanto, no es posible que la ciencia social
sea como las ciencias naturales, ya que sus agentes pueden cambiar la misma naturaleza de su
objeto: las pautas de organización social. Los capítulos redactados por Immanucl Wallerstein y
Ralph Mi- liband parecen, a primera vista, simpatizar con esta concepción de la agencia. En
efecto, la confrontación con las formas de dominación a través de la Praxis es, por supuesto, el
núcleo de la tradición marxista. Pero en su «Análisis de los sistemas mundiales», Wallerstein
afirma que ya se ha malgastado bastante energía debatiendo si la teoría social ha de tener un
carácter particularista o universalista. Wallerstein considera tales debates «ampulosos»; como
alternativa, propone que la teoría social utilice «marcos de referencia» como los del análisis de
los sistemas mundiales, marcos que abarquen el tiempo y espacio suficientes para observar las
lógicas o dinámicas básicas de los procesos sociales. Estas lógicas no deben considerarse
eternas, puesto que la naturaleza de la organización social cambia a largo plazo. La posición de
Miliband es menos clara en lo que toca a la cuestión de la ciencia. Por una parte, considera los
procesos de dominación como una propiedad invariante de la organización social que es
objeto del «análisis de clases», pero, por otra, da a entender que esta propiedad puede ser
suprimida, lo que alteraría, por tanto, el mismo análisis de clases empleado para examinarla.
Tal es el espectro de opiniones. Está claro que el rechazo crítico del «positivismo lógico» ha
llegado a predominar en la teoría social —a pesar de las protestas de uno de los editores de
este volumen—. Aunque la concepción de la sociología como «ciencia natural» tiene todavía
muchos defensores, en la actualidad constituyen una minoría en la teoría social en sentido
amplio, tal como la entendemos en este volumen. Sin embargo, el debate no ha concluido,
como puede verse en la diversidad de posiciones defendidas en los capítulos que siguen.
¿Cuál es el objetivo básico de la teoría social?
Los desacuerdos acerca de lo que es y puede ser la teoría social se reflejan en las disputas
sobre su objeto básico, sea cual sea la forma en que se conciba. El punto central de los debates
se refiere a varias cuestiones interrelacionadas: ¿Qué ocurre en el universo social? ¿Cuáles son
las propiedades fundamentales del mundo? ¿Qué tipo de análisis de estas propiedades es
posible y/o apropiado? Al plantear estas preguntas resurgen antiguas cuestiones filosóficas,
tales como el reduccionismo, el realismo y el nominalismo. Si aceptamos la opinión de Jeffrey
Alexander, esto ocurrirá siempre que varios autores invoquen el apoyo de los «clásicos» para
defender su propio punto de vista. En los demás capítulos de este volumen se puede encontrar
una amplia gama de opiniones acerca de cuáles deberían ser las preocupaciones primordiales
de la teoría social. Algunos sostienen que debe consistir en un microanálisis del
comportamiento y de la interacción en contextos situados, mientras que otros se pronuncian
por método dos más comprehensivos que se ocupen de estructuras emergentes; están
quienes defienden la reconciliación del microanálisis y el macroanálisis, mientras que, en
opinión de otros, tales síntesis son contraproducentes y, en el mejor de los casos, prematuras.
Repasemos brevemente este espectro de opiniones. Homans defiende el reduccionismo en la
que tal vez sea la declaración más enérgica que ha formulado hasta el momento. Las
instituciones sociales «pueden reducirse, sin residuo, a las conductas de los individuos». Hace
algún tiempo era posible interpretar semejante declaración de Homans como un simple
planteamiento estratégico: las leyes de la estructura e instituciones de la sociedad se
deducirán, en un sistema axiomático, de las de la psicología. Pero ahora parece haber una
mayor carga metafísica en el planteamiento de Homans: en último término, toda realidad
social es conducta; las instituciones no son más que la suma de estas conductas constitutivas.
Como pone de relieve el capítulo sobre el «interaccionismo simbólico» de Joas, hay una
considerable diversidad de opiniones dentro de esta tradición intelectual, por lo que se refiere
a la cuestión de qué es lo fundamental en el mundo social. Las raíces pragmáticas del
interaccionismo simbólico afirman la importancia de la agencia humana cuando los actores
construyen modos de conducta en situaciones concretas, pero la cuestión de qué es lo
«construido» sigue siendo problemática. G. H. Mead enfatizaba la reproducción de estructuras
sociales a través de las facultades conductuales de la mente, del «yo» [self] y de la adopción de
roles, pero los interaccionistas modernos se encuentran polarizados en torno a la cuestión de
si debe concederse la prioridad teórica a la «estructura» per se o a los procesos que producen
y reproducen tal estructura. Pues si bien Mead consideraba que estas eran las dos caras de la
misma moneda conceptual, los teóricos contemporáneos están divididos sobre la cuestión de
hasta qué punto la estructura limita la acción y viceversa. Como pone de manifiesto el examen
de la «Etnometodología», de Heritage, en esa corriente tal ambivalencia aparece por doquier.
Heritage y los partidarios de la etnometodología no formularían el asunto en estos términos,
pero el mensaje de la etnometodología es claro: hay que estudiar aquellos procesos
interactivos, en especial los que giran en torno al habla y la conversación, mediante los cuales
los actores elaboran explicaciones y construyen el sentido del mundo externo, fáctico. La
realidad social por excelencia —creen algunos— es la interpretación contextual e indéxica de
los signos y símbolos entre actores situados. El desarrollo del funcionalismo parsoniano de
Münch contrasta con este énfasis. Pues a pesar de que términos como «significado» y
«acción» ocupan un lugar destacado, el auténtico objeto de la teoría funcional son los sistemas
complejos de acciones interrelacionadas. Para Münch y otros parsonianos, la realidad existe en
diferentes niveles sistemáticos que abarcan virtualmente todas las etapas de la realidad; sin
embargo, en última instancia, el análisis teórico de la acción casi siempre se centra en la
estructura y funciones de los sistemas y subsistemas, en su uso de diversos medios simbólicos,
en sus modos de integración y en sus medios de adaptación a entornos diversos. La conducta
que llevan a cabo los individuos en situaciones concretas está subordinada a una concepción
de un majestuoso uni verso social de cuatro sistemas de acción integrados en un universo
orgánico, télico y físico-químico. La descripción que hace Cohén de la teoría de la
estructuración de Giddens intenta mediar entre visiones tan dispares del universo social.
Giddens postula una «dualidad de estructura» en la que la estructura proporciona las normas y
recursos implicados en la agencia, que a su vez reproduce las propiedades estructurales de las
instituciones sociales. La estructura es a la vez el medio y el resultado de la conducta cotidiana
que desarrollan los actores. Para la teoría de la estructuración, por lo tanto, los agentes, la
acción y la interacción se encuentran limitados por la dimensión estructural de la realidad
social, pero son aquellos mismos agentes quienes la generan. El capítulo «Teorizar analítico»
de Jonathan Turner es algo menos optimista respecto a las posibilidades de integrar
conceptualmente los análisis institucionales e interpersonales. En lugar de esto, propone un
análisis ecléctico de la microdinámica, análisis que incorpora puntos de vista del
interaccionismo simbólico, la etnometodología, el conductivismo y otras perspectivas, pero al
mismo tiempo defiende la conceptualización independiente de macroprocesos que no sólo
sinteticen las concepciones de la teoría funcional, sino también las de otros enfoques
estructurales. En opinión de Turner, los intentos de superar la escisión que media entre la
interacción individual y las estructuras emergentes son prematuros. Ambos ni veles son
igualmente «reales» pero, de momento, cada uno de ellos requiere sus propios conceptos,
proposiciones y modelos. Otros teóricos con una orientación más crítica asisten a muchos de
estos debates con impaciencia o, quizá, con sospechas. Para estos autores, la realidad más
importante es la que limita las opciones y potencialidades humanas mediante la dominación y
la opresión. En este sentido, Miiiband insiste en que la dominación de clase y la lucha de clases
generan la dinámica central de la organización humana. Por tal motivo, la principal
preocupación de la teoría social tiene que ver con el análisis de la capacidad de controlar los
medios de producción, administración, comunicación y coerción en una sociedad. El enfoque
de los sistemas mundiales de Wallerstein defiende una idea similar, pero, a diferencia del
planteamiento del análisis de clases de Miiiband, las formaciones sociales y el estado no son
las unidades de análisis más importantes. Antes bien, el objeto central de los análisis de la
teoría social serían los «sistemas históricos», que se extienden en el tiempo y en el espacio
adoptando formas diversas, desde los mini-sistemas a los imperios y economías mundiales.
Para Walletstein, el poder de los imperios y sistemas económicos mundiales para constreñir y
dominar la acción de los individuos, corporaciones y «mini-sistemas» es la realidad por
excelencia del universo social. El desarrollo ulterior de la teoría social Los caminos y
procedimientos para desarrollar la teoría social se siguen en gran medida del compromiso con
un particular objeto de estudio y con una filosofía concreta de la ciencia social. Es posible
observar todo un espectro de trayectorias de desarrollo convergentes y divergentes a este
respecto. Por ejemplo, aunque la teoría de la estructuración de Giddens y la versión de la
teoría de la acción parsoniana de Münch parecen tener poco en común, ambas defienden
implícitamente una estrategia de elaboración teórica similar: Ambos construyen un marco
conceptual que puede emplearse para interpretar casos empíricos específicos. Sus marcos
interpretativos difieren en lo tocante a las propiedades sustantivas del mundo al que se
refieren, y respecto al tipo de explicación que cada uno de ellos cree posible. Sin embargo,
ambos están interesados en elaborar una «teoría basada en una ontología», citando la
descripción que propone Cohén del enfoque de Giddens. Para ellos, la teoría sirve para captar
los rasgos primordiales de la agencia humana y de los modelos institucionales. Wallerstein
parece defender el mismo método, aunque referido a un objeto de estudio diferente. Si bien
rechaza la distinción no-motético-idiográfico, sostiene básicamente que la «ciencia histórica
tiene que partir de lo abstracto y dirigirse a lo concreto». Como en el caso de Giddens y
Münch, se trata de usar un marco amplio y abstracto para interpretar sucesos históricos y
empíricos concretos. Wilson consideraría que tales marcos interpretativos, incluso los
expresados en términos matemáticos, son, como mucho, recursos heurísticos. Además, nunca
podrán constituir un sistema a partir del cual se formulen deducciones de sucesos empíricos,
fundamentalmente porque tales deducciones estarían llenas de contenido interpretativo. Sin
embargo, como todos los teóricos, Wilson reconoce que no puede abandonarse enteramente
la metáfora de construcción de modelos de la ciencia natural, siempre que se reconozcan las
limitaciones de esa metáfora. Alexander añadiría que el uso de tales marcos interpretativos y
modelos heurísticos estará inevitablemente sometido a debate y con troversia. Además,
siempre estarán subdeterminados por los datos. Por tanto, la teoría se construirá a partir del
diálogo, recurriendo de forma característica a los clásicos en busca de inspiración y
legitimación. Por consiguiente, la teoría se desarrollará más en el plano del discurso que en el
plano de la confirmación empírica. El capítulo de Joas sobre el «Interaccionismo simbólico» y la
descripción de la «Etnometodología» de Heritage son los más cercanos al inductivismo, incluso
aunque teóricos pertenecientes a estas tradiciones puedan rechazar descripción tan
categórica. Pero, en lo esencial, sostienen que la teoría debe desarrollarse a partir de las
observaciones de la interacción de las personas en los contextos de la vida real. Sea cual sea la
naturaleza de la teoría que se desarrolle a partir de esas observaciones, tiene que denotar lo
que las personas hacen realmente en contextos situados. Es decir, conceptos, generalizaciones
y marcos de referencia han de estar empíricamente fundados en procesos observables de
individuos en interacción. Turner y Homans comparten una perspectiva común en ciertos
aspectos. Homans insiste en que la teoría ha de referirse a la conducta observable y no a
entidades reificadas, tales como la estructura, pero semejante teoría tiene que ser formal y
deductiva. Sea mediante inducción, deducción, abducción o inspiración divina, su finalidad es
desarrollar axiomas abstractos que puedan servir como leyes subsuntivas de un espectro de
sucesos empíricos tan amplio como sea posible. Estas leyes no deben ser vagos marcos de
referencia, sino proposiciones específicas sobre relaciones intervariables. Turner comparte
esta posición, pero admite la posibilidad de que no exista una teoría científica axiomática
plenamente desarrollada , dado que es imposible imponer controles experimentales. Sin
embargo, está de acuerdo con Homans en que los marcos de referencia amplios son
demasiado imprecisos y poco rigurosos para constituir la finalidad de la actividad teórica.
Propone una interacción creativa entre leyes abstractas y modelos analíticos que representan
esquemáticamente complejos sistemas de relaciones causales entre clases genéricas de
variables. Se trata de traducir los modelos analíticos en proposiciones abstractas susceptibles
de ser contrastadas, rechazadas o revisadas a la luz de pruebas sistemáticas. Conclusión La
teoría social es una empresa sumamente variada. Existen desacuerdos acerca de algunas de
sus cuestiones más básicas: acerca de qué tipo de ciencia social es posible, acerca de cuál
debería ser su objeto, y acerca de qué métodos debe sancionar. En los capítulos que siguen
podrá encontrarse una panorámica representativa de las posiciones acerca de estos
problemas. Hemos seleccionado cuidadosamente autores y temas para ofrecer una guía
sistemática, tanto de las tradiciones de pensamiento más destacadas de la teoría social como
de los cambios que se han producido durante las dos últimas décadas. La teoría social se
encuentra en estado de fermentación intelectual. Algunos consideran que esto no es
sorprendente, ni siquiera objetable, mientras que otros opinan que engendra confusión y
estancamiento. Como editores, sin embargo, nuestra finalidad ha sido la de representar la
diversidad de puntos de vista existentes, y proporcionar un foro en el que algunos de sus
representantes más destacados puedan explicar sus ideas. Confiamos en que el lector
encuentre en La teoría social, hoy, una guía y una obra de referencia útil para orientarse en la
situación actual de la ciencia social.