Escatología 5.2

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EL PREMIO ETERNO:

EL CIELO
El cielo no es el mero anverso del infierno, sino
la sorprendente y espléndida realidad a la que
el ser humano está destinado para siempre
después de la etapa terrena de su vida.

Los títulos que demandan la existencia de ese


estado de felicidad absoluta que llamamos
«cielo» y que Dios concede gratuitamente, son,
al menos, los cinco siguientes:
1. La vida bienaventurada es el cumplimiento
pleno de la vocación originaria del ser humano,
que, por disposición Divina, está destinado a la
felicidad.
2. El cielo responde a la condición de la persona
humana, que ha sido creada a imagen y semejanza
de Dios, lo que se llevará a término en la
bienaventuranza eterna.
3. Asimismo, el cielo es la respuesta
última a la condición de hijo de Dios, o
sea, responde más a la adopción que a la
creación.
4. A su vez, dado que el hombre ha sido
redimido por Cristo, debe culminar su
salvación en la plenitud del cielo, al que
Jesús subió «para prepararle un lugar» (Jn
14,2-3).
5. Finalmente, si el bautizado ha sido
«injertado en Cristo» (Rom 11,17), debe
identificarse con Él, lo que, conforme se
expresa san Juan, solo se llevará a término en
la otra vida:

«Aún no se ha manifestado lo que hemos de


ser. Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a Él, porque le veremos tal
cual es» (1 Jn 3,2).
DATOS DE LA SAGRADA ESCRITURA

La existencia del cielo es una verdad repetida en el AT. Con lenguaje


simbólico, el cielo era la morada de Dios. Por ello, a las gentes que
preguntan:

«¿Dónde está tu Dios?». Responde: «Nuestro Dios está en el


cielo» (Sal 115; cf. Sal 104).

Según Isaías, el cielo es «el trono» de Yahvé (Is 66,1).

Y con expresión metafórica, el cielo se identifica con la misma


persona de Dios (1 Mac 3,18-19.50.60; 4,24.55).

Como realidad plástica, el libro de los Reyes refiere cómo Elías


es elevado al cielo (2 Re 2,11), con lo que muestra que el cielo es
también morada de los buenos.
DATOS DE LA SAGRADA ESCRITURA

Por su parte, el NT esclarece el tema del cielo como morada de Cristo y de los salvado:

Los Hechos de los Apóstoles describen la ascensión de Cristo, y el ángel confirma que «Jesús ha
sido arrebatado de entre vosotros al cielo» (Hch 1,9-11).

La carta a los Hebreos muestra a Cristo como «un gran Pontífice que penetró en los cielos»
(Heb 4,14) y confirma que «Cristo no entró en un santuario hecho por mano de hombre, sino
en el mismo cielo, para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro» (Heb 9,24).

La carta a los Colosenses nos describe a «Cristo sentado a la diestra de Dios», de cuya gloria
participan los salvados, pues serán «gloriosos como Él» (Flp 3,1-4).
DATOS DE LA SAGRADA ESCRITURA

Por su parte, el NT esclarece el tema del cielo como morada de Cristo y de los salvado:

Los Hechos de los Apóstoles describen la ascensión de Cristo, y el ángel confirma que «Jesús ha
sido arrebatado de entre vosotros al cielo» (Hch 1,9-11).

La carta a los Hebreos muestra a Cristo como «un gran Pontífice que penetró en los cielos»
(Heb 4,14) y confirma que «Cristo no entró en un santuario hecho por mano de hombre, sino
en el mismo cielo, para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro» (Heb 9,24).

La carta a los Colosenses nos describe a «Cristo sentado a la diestra de Dios», de cuya gloria
participan los salvados, pues serán «gloriosos como Él» (Flp 3,1-4).
EL CIELO EN LA TRADICIÓN

Para los Santos Padres, el cielo ha sido siempre la aspiración


constante en la enseñanza a las distintas iglesias. Los datos
se inician ya en los escritos de los Padres Apostólicos.

La teología del cielo se podría hacer con un comentario a los


nombres que los primeros mártires cristianos aplicaban a la
vida eterna.

Su testimonio es importante, dado que, a su amor por Cristo


hasta entregar la vida por El, vivían sus últimos momentos
en la frontera de su existencia terrena, al tiempo que en
ocasiones les era dado gozar, aun en vida, de los bienes del
«más allá».
EL CIELO EN LA TRADICIÓN

He aquí una muestra de los sustantivos y las adjetivaciones con que los mártires de las primeras
centurias denominaban el cielo, tal como consta por las Actas de los Mártires. Entre otras, estas
son las expresiones más comunes con las que manifestaban a los jueces lo que ellos esperaban
alcanzar después del martirio:

«Ir al cielo», «alcanzar la salvación eterna», «ganar la corona de la inmortalidad», «recibir la corona
de la justicia», «ir al reino eterno», «ganar el reino incorruptible», «alcanzar el premio prometido»,
«marchar hacia los reinos celestes», «ser llevado a la gloria», «recibir el premio de los cielos», «subir
coronado al cielo», «entrar en la salvación», «vivir eternamente», «gozar de los bienes celestes»,
«recibir las promesas de la verdad», «entrar en el tabernáculo del Señor», «vivir con los santos para
siempre», «marcharse con Dios», «alcanzar la esperanza de las divinas promesas», «reinar con
Cristo», «alcanzar la dicha de ver a Dios», «entrar en el paraíso», «recibir el premio de la victoria»,
«ir al Padre del cielo», «llegar a la vida», «ser acogido en el reino de los cielos», «ser recibido en la
paz», «ver la luz eterna», «encontrarse con Cristo»...
EL CIELO EN LA ENSEÑANZA DEL MAGISTERIO

Desde la primera profesión de fe en un solo Dios «creador del cielo y de la tierra», como enseña el Catecismo de la
Iglesia Católica, «el término "cielo" designa el firmamento (Sal 19,2), pero también el "lugar" propio de Dios:

"Nuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16; cf. Sal 115,16), y, por consiguiente, también el "cielo", que es la gloria
escatológica» (CCE 326). Lo mismo, cuando se reza: «Padre nuestro que estás en el cielo», este no significa un lugar
supraterrenal («el espacio sobre la tierra» o jel cielo de los astronautas!), sino un estado, una nueva forma de ser o
una manera novedosa de estar, propios de Dios (cf. CCE 2794).

La constitución Benedictus Deus (29-1-1336) del papa Benedicto XII recoge esta verdad dogmática:

«Defínimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos (...] y de
todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando
murieron; [...] o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte [...)
aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro
Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compania
de los ángeles. los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles Y después de la muerte y
pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de
ninguna criatura» (DzH 1000).
¿En qué consiste la vida gloriosa en el cielo?
1. El cielo es la visión de Dios.
1. El cielo es la visión de Dios.
2. El cielo es el encuentro con Cristo.
1. El cielo es la visión de Dios.
2. El cielo es el encuentro con Cristo.
3. El cielo es lograr la vida plena del ser humano.
1. El cielo es la visión de Dios.
2. El cielo es el encuentro con Cristo.
3. El cielo es lograr la vida plena del ser humano.
La persona humana alcanzará en el cielo la plenitud de su ser. Tanto los Padres como los
teólogos han combinado este triple grado ascendente de vocación y destino:

su origen en la creación le constituye en imago creationis; por su parte, la encarnación


del Verbo y su obra salvífica lo eleva hasta ser imago recreationis. Pues bien, al final de
su existencia se apura esa semejanza divina hasta la imago similitudinis o visión beatitica,
pues, como ensena san Juan, «cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le
veremos tal cual es» (1 Jn 3,2).

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