Chejfec, El Punto Vacilante

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Sergio Chejfec

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El punto vacilante
Literatura, ideas y mundo privado
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EL PUNTOVACIILANTE
Literatura, ideas y mundo privado

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Sergio Chejfec

EL PUNTO VACILANTE
Literatura, ideasy mundo privado

EEMPLARDE
CORTESİA

GRUPO
EDITORIAL
norma
Buenos Aires, Bogotá, Barcelona, Caracas, Guatemala,
Lima, México, Miami, Panam, Quito, SanJosé, San Juan,
Santiago de Chile, Santo Domingo
Www.norma.com

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El punto vacilante - la ed. - Buenos Aires :
Grupo Editorial Norma, 2005. Índice
224 p.; 21x14cm.

ISBN 987-545-335-8
nb15Cotzill
1. Ensayos en Español.
CDD 864

Gitnutt 1d

Agradecimientos 11
O2005. Sergio Chejfec
O2005.Deesta edición: Espacios del relato
Grupo Editorial Noma
San José 831 (C1076AAQ) Buenos Aires
Unaformadeser chee hies 15
21
República Argentina Caligrafíayargumento sena mea,ste
Empresa adherida a la Cámara Argentina de Publicaciones La dispersión 27
Diseño de tapa: Magali Canale Lapartepor el todoatu huge 35
Fotogra a de tapa: Marún Casillo Morales, Aix en Provence, 2003.

Impreso en la Argentina
Libros y peripecias
NLa literatura en el bolsillo (ygs 45
Prinled in Argentina
NViajesufrimiento
y au,(won) Ana (lty) 55
Primera edición: agosto de 2005 La tradición de la angustia mois agus 67
LaorganizacióndelasaparienciasSn snno 85
CC: 22340
Fábula política y renovaciónestética
lůnJlama wofuh gg
ISBN: 987-545-335-8

Prohibida la reproducción total o parcial por


cualquier medio sin permiso escrito de la editorial Lectura y representación
Marcasen el laberinto ondtodad 119
Hecho el depósito que narca la ley 11.723 Breves opiniones sobre relatos con imágenes 135
Libro de edición argentina

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fi
Sísifo en Buenos Aires Amstald 145
La historia como representación y condena Sabd 165
La lectura lucha por imponerse -a un alto precio 181

Línea directa
Lengua simple, nombre 195 Dedicado a la memoria
El intimista 207 de JuanJoséSaer

Sobre los textos 217

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Caligrafíayargumento

Cuando para escribir se usan las manos, intervienen


antiguas operaciones que consideramos simples y damos
por sentadas naturalmente, como si se tratara de camni-
nar o de sacudirnos la ropa. Es probable que esos traba-
jos casi inconcientes carezcan de incidencia en nestras
nociones literarias, pero interrogan esta actividad desde
la escena simbólica que componen. En realidad, la tarea
plástica del escritor, la escritura, se desarrolla sobre un
espacio inestable, y es más susceptible a los cambios de
lo que a primera vista puede parecer. Así como más allá
de la historia y de los géneros siempre encontraremos en
la literatura el eco de una antigua historia oral, hay algo
del pasado que perdura en la tarea de escribir, que la
marca desde su origen y la sobrevive como un sedimen-
to, o sea, la escritura manual.
¿Qué dicen las manos acerca de lo que hacemos? Mu-
chos escritores ven la escritura manual como una acrobacia

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SERGIO CHEJFEC El punto vacilante

en las enmiendas, las tachaduras y las páginas casuales


en desuso y un tanto impráctica, pero creen en ella con
de ciertos autores, que por el hecho de provenir de esas
una lealtad a prueba de nuevos instrumentos y ventajas
manos tienen un valor adicional. Por otra parte, no ha-
técnicas. No solo me re ero a los fanáticos de la letra
ce falta recordar el valor ambiguo pero insuperable que
autógrafa, para quienes escribir es una actividad literal-
pueden alcanzar las tachaduras o las intervenciones si-
mente plástica. Hablo de los otros, en el extremo opues-
cas sobre la propia escritura; y en especial las operacio-
to, los que solo escriben a mano cuando se trata de ano-
nes autodestructivas. (Quizá nos sigue conmoviendo la
taciones y números de teléfono. Las palabras, según
escritura manual, aunque no la practiquemos, porque
Benjamin, establecen una mímesis insustancial con el
los soportes físicos aluden al deterioro o a la destrucción
objeto al que se re eren. No hay cosa en las cinco letras
que amenaza a la obra, capaz de producirse en cualquier
de "árbol" que nos señale grá ca o fonéticamente un ar-
momento. Me re ero a una destrucción sica, a que una
tefacto vegetal con ciertas características. El lenguaje no
materia se convierta en su manifestación mínima y luego
precisa ser mimético, no precisa demostrar la existencia
sea apartada y suprimida; algo diferente de la elimina-
concreta de los árboles. Durante un largo periodo los
ción súbita de los textos electrónicos.)
escritores dependieron del despliegue caligrá co de su
Ahora es habitual referirnos a textos que son origina-
escritura, el dibujo de la propia letra señalaba la mate-
les en un sentido acotado de la palabra, casi metafórico,
rialidad de su obra. No importa si esas letras convergían
porque carecen precisamente de un soporte concreto,
en un rito de adoración narcisista, a veces podía ocurrir.
digamos grafológico, que los sostenga. La metáfora (ori-
Lo cierto es que del trabajo resultaba un cuaderno lle-
ginales) vendría a tomar el lugar del sentido recto de la
no, una página entintada como único soporte material,
palabra, ya impracticable. Desde un punto de vista, co-
y documento, de lo realizado.
mo los textos actuales mantienen su inestabilidad hasta
Ese trabajo manual establece, a su vez, una relación
que son impresos, o publicados, esa precariedad, bajo la
ambivalente con su resultado y su propia signi cación,
forma de amenaza latente, se revierte sobre la composi-
porque en tanto original -y por lo tanto, llegado el caso, ción. El original literario de hoy es negativo, conserva lo
objeto de trabajo crítico o de valoración mercantil (qui-
eliminado como materia invisible y tiempo abolido, o sea,
zá también de olvido o de destrucción, pero eso no im-
son las señales y enmiendas efectuadas en el pasado pero
porta)- está dirigido a resistir las enmiendas que la mis-
ahora inexistentes. De este modo, con la desaparición de
ma circulación literaria, o el tiempo, producen en los
las marcas grá cas, el autor toma algo de la experiencia
textos. Quiero decir, hubo una interminable época en del lector; ambos se confunden. O mejor dicho, el precio
que la literatura podía escribirse como la música, esta-
que el escritor paga por la ausencia de trazos manuales,
bleciendo una relación inmaterial con lo representado, de "manuscrito", es la suspensión anticipada de su espa-
pero una parte de su naturaleza más profunda apelaba a
cio en provecho de la lectura. Pero claro, tampoco es un
la idea de original, de documento y prueba de autentici-
lector clásico; es un lector que lee mientras escribe. Así,
dad, como sigue ocurriendo con la pintura. Basta pensar

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SERCIO CHEJFEC

El punto vacilante
solo a nes del siglo XX, la composición de la literatura
adquirió una insustancialidad acorde con la ambivalen- de decidir la continuación de la historia, y llega al siglo
cia de su relación con lo contingente. XX como blasón estético e ideología literaria con la lla-
El hecho es que el papel, en tanto super cie, estáex- mada novela contemporánea. Pero la novedad es que la
cluido del trabajo, constituye una herramienta opcional autorre exión de la novela encontró en la escritura in-
que no es condición de escritura, sino -apenas y en par- material un método, una destreza práctica equivalente a
te- de circulación. Es por esO que no quedan registros su propia abstracción. Creo que allí hay un núcleo de
de los empeños e indecisiones del escritor. Cuando se ha impulsos y sentidos contradictorios, en el que se escon-
hecho habitual escribir con procesador de textos, aveces de tanto una opción entre fugacidad y permanencia, co-
ocurre que, acostumbrados a la insigni cancia del papel, mo una promesa de liberación.
a la espera innecesaria de la página en blanco, considera- La escena que plantea esta escritura electrónica sin
mos redundantes las señales que vayamos a poner sobre marcas bordea la disyuntiva del testamento de Kafka: de-
él. Así la hoja adquiere una segunda naturaleza; primero cidir que lo creado no forme parte de lo contingente,
es banal, después se torna fantasmática, impenetrable, es apartar lo escrito del curso de la realidad efectiva y que
vuelva a la negrura de donde provino. La inseguridad lite-
el peligro insondable, por ser única materia en un mun-
raria ambiguamente compensada por cierta necesidad
do completamente intangible, que sin embargo impone
moral, que Kafka padeció durante su ida de escritor
límites reales a nuestra dedicación.
("Ojalá dure", anotaba en el diario ante el milagro de ha-
Hoy este tipo de circunstancias, como tener una rela-
ber podido escribir tres días seguidos). Así como por las
ción inmaterial con la existencia de nuestros escritos,
noches podía ponerse a seguir desconocidos, del mismo
expone, por contraste, algunas de las posibilidades de la
modo consideraba el trazo de su letra como una persecu-
literatura actual. No solo me re ero a un debilitado vín-
ción que ejecutaba y de la que era víctima. Pues bien, en-
culo referencial con la realidad, ya desde tiempo atrás
tre el destino que acaso permita la continuidad de un he-
cuestionado y relativizado, tamnpoco a la transitoriedad
cho casual como la escritura, y la casualidad, que señala
de las formas de representación, que quizá debido a la
que lo escrito es tan insondable como nuestro destino,
proliferación gráica y electrónica son cada vez más soli- hay una frontera cada vez más delgada, sobre la cual debe
darias; me re ero a un trabajo que, al estar compuesto hacer equilibrio la literatura de hoy. La pantalla de la
de protocolos puramente virtuales, exige al autor desdo- computadora vendría a acentuar esa delgadez.
blarse, adquirir un rol paralelo y ser lector de su propia La escritura ha dejado atrás el avatar caligrá co, sus
escritura. En un punto esto es propio de la narración; la énfasis o manías, para adoptar otro, el del equilibrio en-
novela es el género que inaugura la autorre exión, nace tre partes de la realidad, o partes de la misma literatura,
como prueba de propiedad intelectual, por ejemplo, que han dejado de aportar sentidos plenos. Antes podía-
cuando el Quijote reivindica su derecho excluyente a leer mos asistir a novelas enteramente construidas alrededor
de un modo preciso lo escrito, y con ello su prerrogativa
de las peripecias del personaje, del grupo social, de la

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SERCIO CHEJFEC

historia o del procedimiento. Había un núcleo de signi-


cado empujado por una preocupación convencional,
veri cable para todo el mundo y transmisible a través de
la literatura. Pero las formas y los discursos han acelera-
do su complejidad, incluso la han complicado, ante lo
cual la narrativa parece tener dos alternativas: servir co-
mo modelo para hablar de un mundo ya residual, por
medio de estrategias conocidas, que reciben el alientoy
la garantía de circulación a ncados en su misma previsi-
bilidad, como para no defraudar a ningún público; o ac-
tuar como un saber aproximativo: no un discurso que
media entre la realidad y su supuesta inmportancia, sino
entre las versiones culturales que se disputan el signi ca-
do del presente.
En un punto, la literatura ha llegado a ser una pregun-
ta por el sentido de nuestras acciones, no por el signi ca-
do de ellas. Para esto ha debido apelar a un registro argu-
mentativo, como el de una comprobación razonada. No
importa que haya propuestas literarias ajenas a esta pauta;
como todo lo demás, la literatura no es algo que se mue-
ve de manera uniforme. La letra incandescente de la pan-
talla advierte, en su brillo autogenerado, que es incapaz
de ofrecerse como prueba del mundo y que tan solo pue-
de ser un argumento a su favor o en su contra.

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Marcas en el laberinto
Literatura judía y territorios

En general, los escritores latinoamericanos de origen


judío pasan cada tanto por el trance de verse confronta-
dos con una serie de tenaces y a la vez difusas categorías.
Para algunos es relevante que su literatura posea una so-
breidentidad, un subrayado, y que se reconozca como tal.
Para otrOs quizá sea al revés, irrelevante, o también ina-
propiado o inexacto. La denominación "literatura judía
latinoamericana" puede abarcar una buena (pero no
exagerada) cantidad de libros, sin enmbargo hasta ahora
ha sido inevitable que se presenten como un grupo ina-
cabado y heterogéneo. Esa ine cacia descriptiva de la de-
nominación naufraga todavía más ante una de ciencia
adicional, que es el hecho de reunir un conjunto de tex-
tos que sin embargo precisa ser de nido como campo.
Una forma rápida de enfrentar estos obstáculos ha si-
do recurrir, como siempre, a los contenidos. Pertenecen

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SERGIO CHEJFEC El punto vacilante

a la literatura judía latinoamericana las obras escritas por la inquietud de las nuevas generaciones, la represen-
por latinoamericanos judios que tematicen cuestiones tación de lo judío precisó de recursos cada vez más veris-
relacionadas con la experiencia individual y colectiva ju- tas, en una extraña inversión desproporcionada. Se
día en nuestros países. Este criterio es hasta ahora el más acentuaron los clisés alrededor de personajes típicos y
exitoso porque puede presentar resultados en poco de situaciones familiares, y en una enloquecida carrera
tiempo; es posible mantener un compendio actualizado por la representación supuestamente más auténtica, la
con todas las novedades una vez que se ha podido reco- clave sociológica guió las preocupaciones de los narrado-
pilar la producción pasada. Sin embargo esta forma de res de esta literatura. No fue tanto que las nuevas obras
organización no solo de nió un cuerpo sin atender ava- estuvieran saturadas de elementos judíos (al contrario,
rias lagunas, sino que gestó los tipos de hipótesis que muchas de ellas mostraban dignamente la remisión o la
pueden tenerse sobre el fenómeno y, en última instan- crisis que se producía alrededor de éstos), sino que los po-
cia, la forma en que debe ser leída la literatura reunida cos, cuando aparecían, tenían tal fuerza de impregnación
bajo ese nombre. No hace falta detenerse mucho para que concentraban las melancólicas esperanzas de un pú-
comprobar que una de las debilidades de la literatura ju- blico cuya vida privada se alejaba rápidamente del mundo
día es que en algún momento se convirtió en una litera- arduo pero animoso de los inmigrados. Así, eran núcleos
tura de judíos: obras donde autor y lector comparten los de irradiación de una experiencia colectiva que enfrenta-
presupuestos y los valores, los sobreentendidos y los sig- ba un proceso de cambios múliples. Esos núcleos apela-
ni cados más profundos, los guiños, los desa os y las ban al pasado, y tanto en su vertiente condenatoria o libe-
amenazas. En realidad, los escritores judíos latinoameri- radora, buscaban iluminar el presente.
canos fueron quienes mnenos contribuyeron a esta situa- De modo que el impulso celebratorio de la literatura
ción, porque casi ninguno de ellos ha escapado a la lógi- judía condicionó de algún modo su efectiva posteridad
ca necesidad de escribir obras que no se re rieran como literaria. Esto ya sería un problema importante en cual-
regla a cuestiones judías. quier circunstancia, pero debe agregarse que mientras
Hubo una edad de oro en que las cosas se ordenaban tanto, la literatura en general dejó de brindar acerca-
de manera armónica. Autores y público compartían la mientos sociológicos ciertos (ya no fue posible leer la so-
lengua exclusiva de la comunidad, el idish, y por lo tan- ciedad a través de las novelas); y sin embargo buena par-
to los contenidos estaban sometidos a una presión, diga- te de los escritores judíos siguió escribiendo como si se
mos, previsible o acostumbrada: no se les pedía más de tratara de actualizar lo permanentemente peculiar de
lo que pudieran ofrecer. Por otra parte, con la agonía li- una comunidad. De manera que fueron varios los ele-
teraria del idish, en nuestro caso el castellano debió mentos que hicieron de esa fórmula, literatura judía la-
compensar esa desaparición: es cuando la lengua sobreac- tinoamericana, un título de muy difusa capacidad des-
túa recurriendo al naturalismo. Al fallar la lengua de la criptiva. No en último lugar in uyó también, de años a
comunidad, por motivos que ahora no vienen al caso, y esta parte, el interés creciente de núcleos académicos e

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SERGIO CHEJFEC:
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ìnsituionales norteamericanos por acompanar oa an- América Latina es un territorio colonizado en un sen-
zar la vida comunitaria judía en América Latina. Lalite- tido de la palabra todavía vigente: la opresión, la injusti-
ratura judía de la región se convirtió asi en un pequeno cia, la resistencia y la explotación aún pueden ser vistos
campo de la críica universitaria o de la vigilancia orga- como la cara bárbara del disciplinamiento impuesto por
nizacional, con su red de especialistas y suscolecciones. el sistema europeo. También hay otro costado, el habi-
Algunas de estas miradas críticas usan un aparato teóri- tual, con el que convivimos todos los días, mezcla de
co renovado y formulan ante estos textos nuevas pre- abismo y proximidad entre los modelos. La fórmula cul-
guntas, ampliando sus resonancias; pero carecen de un tura judía latinoamericana remite a formas particulares
esfuerzo equivalente cuando se trata de no depender de apogeo, ambas equívocas y desafortunadas. Una, la
tanto de los contenidos explícitos para delimitar el pro- del apogeo latinoamericano, es virtual; pertenece, al no
pio campo de estudio. haber existido nunca, a un orden imaginario. En una
Por todo esto, por la forma como se ha escrito y por época en la que era habitual ser optimista, Léi-Strauss
la forma como se la ha leído, creo que el término "litera- describe en Tristes trópicos su perplejidad frente a las
tura judía latinoamericana" no alude a una práctica ni a grandes ciudades del continente. Allí el progreso nunca
un saber lo bastante articulados como para darles ese parece ser efectivo, sino que se traduce en una incesan-
nombre. Quizá sea preferible verla como un campo de te reproducción de la decadencia. Los procesos moder-
ideas donde no necesariamente las obras debanestable- nizadores y la expansión urbana generan un desorden y
cer un diálogo. Ello permitiría abrir los textos al exte- degradación acumulativos, delineando un paisaje sin
rior, ese espacio no judío e in nito de donde provino el marcas de esplendor antiguo donde pueda rastrearse al-
sentido de escribirlas. guna era positiva. No es solo un desconcierto ante "la fal-
ta de historia", sino la sorpresa frente a una secuencia
Apogeo, decadencia ininterrumpida de signos contradictorios que, aparte del
Como sucede en otros órdenes, la formulación litera- caos que los mueve, carecen del más borroso fondo don-
tura judía latinoamericana contiene una alusiónvaria- de pueda distinguirse alguna plenitud pasada.
ble, pero obligada, a las relaciones de oposición y conti- En el caso de la vida judía, la situación se invierte: el
güdad entre Anérica Latina y Europa. La herencia y el apogeo fue real y la decadencia virtual, esfumada. Hay un
desvío, pasando por la traición, el parricidio o la aniqui- momento tangible, que es la cultura judía europea de las
lación, han sido actitudes básicas de esta relación y han cuatro primeras décadas del siglo xx. Más tarde, con el
brindado esquemas para re exionar sobre ella. En el ca- nazisıno no hubo cambio ni remisión gradual; ignoramos
so del judaísmo latinoamericano, hay obviamente una la forma que habría tomado esa diversa vida cultural, jun-
doble remisión europea, quizá alejada de lasdescripcio to con las variadas preocupaciones intelectuales y estéti-
nes más usuales, pero desde cierto punto devista,di cil- cas, de haber continuado. Incluso tampoco sabemos có-
mente excluyente. mo las leeríamos hoy sin el Holocausto de por medio. De

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SERGIO CHEJFEC
El punto vacilante

esa doble herencia restrictiva, desarticulada en un casoy lugar donde, unos momentos antes, nos sentíamos ex-
clausurada en el otro, sería tributaria la cultura judía lati- tranjeros absolutos. Para representarlo o para buscar sus
noamericana. De allí el vago sabor a pleonasmo que sur- materiales, la literatura siempre ha recurrido al pasado.
ge al repetir la fórmula: literatura judíalatinoamericana; El trabajo literario con los recuerdos es más reciente, po-
una doble irradiación europea lanzada en distintos tiem- ne en escena una actividad propiamente especulativa, y
pos y direcciones. Esta suerte de movimiento compartido ha de nido zonas enteras de la literatura contemporá-
in uye en las condiciones en las que se desenvuelven las nea. Quizá lo más atractivo de la evocación de la propia
llamadas literaturas latinoamericana yjudia. experiencia hecha escritura sea la inspiración incomple-
Ubicado en la frontera de lo clandestino o lo secreto, ta, la permanente sensación de que siempre queda algo
el territorio del saber judío muchas veces ha ocupado el por decir, por agregar, que estamos frente a un mar cu-
límite, la frontera que marca el comienzo del mundo yas aguas, aparte de estar notoria y a la vez confusamen-
gentil. En esta zona de tensión se ha desarrollado la más te indiferenciadas, son inagotables, no tienen término.
rica literatura judía. No solo la marginalidad de los auto- Y por lo mismo, porque el recuerdo podría no acabar
res, hecho en cualquier caso variable, sino básicamente nunca y parece ignorar nuestra voluntad, jamás estamos
el estatuto fronterizo de registros y preocupaciones res- seguros de los resultados obtenidos, nos acoplamos a la
pecto de lo admitido como judío o como nacional. Una forma de lo evocado, a lo rescatado, y es aquí donde se
circunstancia similar ocurriría en América Latina, cuya convierte en arbitrario. De ahí las di cultades para dar
literatura de mayor complejidady aliento estético no es forma a nuestra memoria. El pasado puede carecer de
la inmediatamente emblemática, la que se identi ca con organización, tiene forma de espiral, de cuadrícula o de
la mirada exterior, sino aquella que tiende a escribirse laberinto, allí nos perdemos al buscar cualquier origen.
sobre la frontera borrosa de las tradiciones culturales, El presente constituye un efecto incesante, destino de in-
confundiendo las nociones de propio y ajeno. nidad de causas; pero como el recuerdo es una activi-
dad inevitablemente desarrollada en el tiempo nos so-
Pasado metemos a su disposición lineal.
Hay un pasado común que reclama nuestra atención En mi caso, lo que escribo tiende a establecer una re-
permanente. Digo común como podría haber dicho in- lación estrecha con la evocación; incluso muchas veces
dividual; de todos modos, ésta es la experiencia decisiva, se me ocurre como una actividad sinónima a la del re-
a partir de ella transcurrimos, con la diferencia de que si cuerdo. No me re ero a una obediencia a la memoria
solo fuera personal, el pasado no soportaría el abandono personal, sino a una escritura que hace de las formas dis-
de quienes ya no están o de quienes no pueden recordar:. cursivas propias de la evocación su modo de regulación
El recuerdo propio nos rescata, nos recupera del anoni- o de progreso más adecuado, en todo caso inevitable-
mato profundo que proviene del pasado; gracias al re- mente natural, casi obligado, aunque se trate de circuns-
cuerdo narramos, y en el extremo se hace respirable un tancias ajenas a la experiencia efectiva.

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SERCIO CHEJFEC: El punto vacilante

No sé cuánto de judío puede haber enestainclinación, territorialidad, o extraterritorialidad, natural, siemnpre pa-
digamos, narTativa; supongo que tanto o tan poco como sible de ser convocada como rasgo distintivo de identidad
en cualquier otra. Pero creo que me ha permitido aludir étnica. Probablenente para Roth el mundo judío era el
a cuestiones que considero esenciales de una manera aleja- reino de la diversidad cronológica y territorial, un univer-
da de cualquier plano fuertemente referencial. Paradecir- so paralelo al dominante (de los Estados modernos),
lo de algún modo, fue la estrategia que me permitióencon- donde diversos pasados eran capaces de perdurar no solo
trar las excusas necesarias para justi car los textos. Pese a la en la actividad y las costumbres de los hombres sino tam-
bién en las mentalidades más profundas, en una suerte
importancia de algunos temas, a veces encuentro difícil no
verlos como excusas, ardides interesados que permitirán el de inconciente moral. Hay una dignidad colectiva hacia el
desarrollo de una narración de otro modo huérfana de oriente, en los pueblos que se mantienen eles a sus pro-
sentido. Y en este punto, cuando el texto es concebido co- pias identidades y condiciones, parece decir Roth, mu-
cho más loable que la dignidad del deseo de escapar a la
mo expansión o puesta en escena de esas excusas, la utili-
miseria y al atraso por medio de la emigración hacia oc-
zación de un tema signi ca traicionarlo, hacerle decir co-
cidente. Y ese partido por la tradición encuentra su ver-
sas que la opinión común, los sentidos adquiridos o las
sión espacial en la inmovilidad. El desplazamiento es el
mismas ideas literarias no atienden.
cambio, y el cambio vendría a ser el olvido culposo y apre-
De este modo, una agregación inestable donde se
surado de los valores propios.
combinan vagas ideas sobre los recuerdos, sobre la evo-
Me parece que estas ideas de Roth precisan con elo-
cación como actividad narrativa, y sobre el valor ambi-
cuencia lo que se ha constituido en un tópico dominan-
guo de los temas, cuya importancia radica en la posibili-
te de la literatura judía en general: en primer lugar la
dad de utilizarlos y desplazar el sentido ya cristalizado en
nostalgia, también los contradictorios y dolorosos proce-
ellos; de este conjunto desordenado de intenciones tien-
sos de adaptación a nuevas geogra as, y los ritos cultura-
do a derivar mis libros.
les provenientes del pasado que transportan una pleni-
tud y una verdad irrecuperables. Esta tensión múltiple y
Geogra a
simple a la vez, que puede asumir una extrema comple-
Joseph Roth propuso en los años 20 una topología
jidad o la trivialidad más conmovedora, recorre textos de
particular. Advirtió que los judíos, cuanto más al oeste vi-
Alberto Gerchunoff e Isaac Bashevis Singer, las autobio-
vían, despreciaban a má comunidades judías del Este: el
grafías de Berta Singerman y Elías Canetti, como también
berlinés se veía incomodado por el polaco, éste por el
los papeles privados de Kafka. Y de manera más desvane-
ucraniano, el francés por el alemán, el vienés por el hún-
cida, como si todo ello se tratara de un eco disperso, ca-
garo, etc. El progreso y la abundancia existían hacia Oc-
si indeterminado y desvinculado trágicamente de sus ori-
cidente. Esta versión cartográ ca no solo describe las
genes, puede verse también en esa pequeña maravilla
tensiones de las comunidades judías europeas de las
narrativa de Graciela Safranchik titulada Kadish.
primeras décadas, sino que también habla de una vasta

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El punto vacilante
SERCIO CHEJFEC

Este espacio, el del Medio Oriente o Israel en particular,


Así, en el territorio del pasado se han dejado marcas:
en la medida en que es estatal determina un sistema de
son señales culturales que luchan por sobrevivir. El pro-
afectos políticos y está fuera del tiempo individual o fami-
blema no es que sean ilegibles, y de hecho no lo son, si-
no que las actuales, correspondientes a otro paisaje, no
liar, constituye unobstáculoen l tranquilocaminode la
devoción, la tradición o la asimilación.
coinciden con ellas. Escritas en piedras parecidas hablan
Esta preeminencia estatal coincide con la supresión de
de cosas solo semejantes, haciendo del conjunto un todo
la cultura judía europea. No hace falta precisar los deta-
apenas reconocible, recuperable según la con anza,
lles, solo señalar que con ello la inclinación judía a colo-
siempre ilusoria, que se deposite en la evocación. Hay
car tanto en el pasado como en el futuro la tierra prome-
una breve anécdota de Edgardo Cozarinsky que repre-
tida, o sea a suspender el presente del territorio actual en
senta un equívoco territorial como escenario de tensión
cultural y simbólica. una madeja afectiva tejida alrededor del lugar abandona-
do y del territorio próximo, se vio clausurada. Quizás esta
Y cuando no eras ingenuo podías ser muy descuidado. Tu bisabue- doble combinación estatal, la supresión sica a manos de
la, único vínculo entre tus padres casi gentilizados y una fe hebrea un Estado y el surgimiento de otro concebido como tute-
puramente gastronómica, solía invitar a tu familia a unas comidas lar para los judíos, marquen el n de una cultura diversa
abrumadoras que celebraban (lo que para ti era) un año nuevo ex- y generalmente errática, gracias a cuyo aliento movedizo
tra. En una de esas ocasiones, en un intento de conversación de s0-
supo mantener algo especí co durante casi dos milenios
bremesa, produjiste la gaffe suprema: ante primos más devotos,
sin recurrir a ninguna organización para subsistir.
que volvían de Israel y de vacaciones en un kibbutz, admitiste que
en realidad el único lugar del cercano oriente que te interesaría vi-
sitar era Alejandría. Apenas unos meses después de la guerra de Los testigos
Suez, el comentario sumió a la mesa en un silencio helado. La an- Vivo en Caracas, ciudad que debe ser una de las po-
ciana señora, en un admirable despliegue de sangre fría, te indicó cas de la región donde todavía se veri ca en la calle la
un posible rescate: "Alejandría en Italia, supongo." ¿Cómo podías presencia de comunidades europeas inmigrantes. Ro-
conocer esa pequeña ciudad entre Piemonte y Lombardía?!
pas, actitudes y acentos son como ramalazos evocativos
de mi infancia, donde el reconocimiento no pasa nece-
Acá encontramos que la reproducción cultural judía
sariamente por la identi cación plena sino por un siste-
ya posee un régimen novedoso, diferente a los anteriores ma otante de señales, disponible para servir a la nostal-
mencionados. Puede obviar ahora cuestiones religiosas,
gia o la amargura. A veces me pregunto si esas familias
laborales o lingüísticas en cuyo seno se representaba la
de portugueses, canarios o colombianos precisarán de
tensión entre continuidad y asimilación; ahora aparece
escritores que estimulen su imaginación, una imagina-
un espacio supremo de remisión o delidad ineludibles, ción sobre lo que perdieron al partir y lo que encontra-
en relación con el cual se de ne la nueva pertenencia.
ron al llegar. Y me respondo, sin originalidad, algunas
1 Edgardo Cozarinsky: Vudú ubano, Barcelona, Anagrama, 1985, p. 83.
veces síy otras no. El impulso épico de esta necesidad

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SERGIO CHEJFEC
El punto vacilante

puede justi car una literatura, sin embargo sus resulta- formado por intrincadas vueltas y revueltas. Quienquiera que in-
dos muy probablemente sean restrictivos, limitados, tan- tentara ver al rey debía atravesar ese laberinto, en el cual cada pa-

to para la comunidad como para los escritores. Buena so podía conducira una interminable confusión. Aquellos que se
atrevían a entrar llevados por su gran amor al monarca, pertene-
parte de la llamada literatura judía latinoamericana ha
cían a dos categorías. Unos pensabarn únicamente en lidiar con su
sido escrita y leída según los presupuestos de aferrar, ga- senda paso a paso; los otros iban dejando señales en los recodos
rantizar hacia el futuro las marcas de una experiencia co- más di ciles para ayudar a los que vendrían después a adelantar
lectiva. Esto ha derivado en un sólido contrato de tipo su camino, sin hacerlo por eso más llevadero. Los primeros se so-
realista, en muchas ocasiones naturalista; algunas de es- metían a la intención que veían en las disposiciones del rey; los se-

tas obras, como las viejas fotografías, toman con el paso gundos creían en la nalidad de su misericordia"

del tiempo no solo un valor documental, sino que tam-


bién ponen de nuevo sobre la super cie la inocencia li- Hay entre las parábolas y relatos jasídicos alusiones más
teraria con la que se escribieron. Esto plantea un proble- directas a la literatura, pero a veces su transparencia las ha-
ma para la llamada literatura judía de la región, porque ce demasiado simples, o en todo caso su correlación litera-
se ha ido formando una suerte de matriz formal y con- ria o cultural, su "mensaje", coincide con aquello que se
ceptual, algo así como un género, que como tal tiene un quiere buscar. En este breve relato, en cambio, la literatura
público más o menos satisfecho con su esquema, matriz no existe como tal, es una materia eventual y en de nitiva
que obviamente tiende a dejar fuera los elementos que aleatoria. Allí hay una tarea misteriosa que se desarrolla: de-
no coincidan con ella. Algunas veces surgen textos exX- jar marcas; es imprecisa y su utilidad y sentido dependen
céntricos con mayor grado de elaboración ideológica y de la interpretación a la que se la someta. Creo que gracias
de complejidad formal, que tienden a cuestionar el con- a su ambigüedad el relato habla sobre la literatura de hoy;
junto de certezas y la galería de con ictos presentes ha- no en un sentido individual (porque los autores en tanto ta-
bitualmente en las obras admitidas como judías. En este les no existen), tampoco colectivo (porque es imposible
sentido, una vez más se percibe que la riqueza y la mayor considerar todas las marcas juntas), sino como una suce-
audacia estética se relacionan con el trabajo alrededor sión de referencias e indicaciones anónimas que buscan fa-
de los límites, por ejemplo, sobre la zona difusa de lo ju- cilitar un camino imposible. En esta tensión, entre el vano
mesianismo de la escritura y la condena meta sica a resol-
dío como ajeno y lo no judío como propio, o silencian-
do o ignorando directamente lo judío. ver el laberinto, surge el espacio literario.
Sabemos que desde siempre los narradores cuentan,
Marcas describen y en general aluden, interpretan. En su mo-
mento, todo lo relacionado con la transmisión de cono-
Rabí Búnam fue informado acerca de ciertos tzadikim que sc ago cimientos adquirió un módulo narrativo. Hasta legar al
taban en el éxtasis de solitarios ejercicios. Replicó: "Un rey había
hecho construir, alrededor de su palacio, un extenso laberinto 2 Martin Buber: Cuentasjasidicos. Lasmaestroscontinuadores , Barcelona,
Paidós, 1983, p. 10.

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SERGIO CHEJFEC El punto vacilante

entretenimiento masivo contemporáneo. Pero también, Si bien la antesala se construyó sobre una super cie
si nos alejamos de cada libro particular, la literatura pue- -hay una extensión que debe ser recorrida-, existe tam-
de verse como algo previo a lo especí co, una actividad bién un tiempo regulado, ya que están quienes se incor-
que solo consiste en un "marcar" incierto sobre el labe- poran después, y se produce por último una lectura, una
rinto del pasado; una siembra de señales o rumores con interpretación útil o necesaria de las marcas. De este mo-
el objeto de orientar a los que no han pasado antes por do, el laberinto, donde las distancias nunca son lineales,
allí, o sea, a quienes se cruzan con el relato, o al resto conjugando recorrido, tiempo y escritura articula una
que deambula sin dejar señal alguna. Las marcas pueden tercera dimensión, la profundidad. Me parece que esta
ser contradictorias, erróneas o redundantes, incluso gra- profundidad es el teatro de la literatura; una escena vo-
tuitas y prescindibles; una prueba reside en quienes si- luntaria, prescindible, a veces deceptiva, cuya felicidad
guen su camino pese a no leerlas. Su objeto es facilitar la consiste en la interpretación y el entredicho continuo
llegada al palacio, lo que signi ca contemplar al rey, una acerca de las marcas.
instancia simbólica cuyo referente religioso conocemos, Los laberintos tienen una trayectoria dilatada en la li-
pero cuya remisión literaria sería incierta. teratura de escritores judíos y latinoamericanos. Han to-
No todos los súbditos tienen interés en contemplar al mado formas de prisiones, cuevas, animales, bibliotecas,
monarca; quienes no entran a la antesala del palacio selvas o ciudades. Más allá de las simbologías posibles, la
pueden seguir su vida normal aunque ya no cuentan, se literatura, en tanto marcas en el tiempo, ha construido
han borrado, ninguna categoría los clasi ca ni geografía un laberinto que tiende a la preservación de su misterio
alguna, en tanto organización del espacio, los incluye. justamente por medio de las obras; éstas, que deben
Mientras que, para quien ingresó, el laberinto signi ca mantener la complejidad del diagrama como promesa
una complicación; no hay renuncia posible: allí encon- de las futuras marcas, vendrían a ser las paredes. No hay
trar la entrada o la salida representa el mismo grado de solución, parece decir el relato de Rabí Búnam, fuera de
di cultad. Y signi ca también una naturaleza, dado que seguir dibujándolas. De este modo, el laberinto asimila
no puede concebirse alcanzar al rey sin previo esfuerzo. lo complejo y rechaza lo simple. Es enemigo del éxito de
Ahora bien, en el interior del laberinto hay una nueva los caminantes no solo por la di cultad de su dibujo, si-
división: quienes ayudan al prójimo con sus marcas y no también porque asigna a ellos la tarea de expandirlo,
quienes solo siguen su camino. Así, el relato menciona o sea preservarlo. Buena parte de la literatura de escrito-
tres grupos: los que marcan, los que no lo hacen, y los res judíos alcanzó su mayor grado de riqueza forzando
que vienen detrás de las marcas. En realidad son dos, los márgenes de aquello considerado local y propio, y re-
quienes marcan y quienes leen las marcas; porque está legando el consuelo inscripto en los reconocimientos;
implícito en la tarea de los primeros que el provecho de acaso en eso consista la ampliación para que las paredes
sus señales será colectivo, en un laberinto sería redun- no permanezcan como simples recorridos.
dante cerrar los ojos y no atender las señales.

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