eBook-en-PDF-Expres-Experiencia-de-un-secuestro 3
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SINOPSIS
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EXPRÉS, EXPERIENCIA DE UN SECUESTRO
Soko Ríos
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Agradecimientos
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A mi madre y a ese gran animal que fue como la hermana que nunca tuve.
Os quiero.
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"Yo creo que las lágrimas que derramé por mi hijo durante el embarazo ya
las superaron los días de su secuestro"
Declaración de una madre por el secuestro de su hijo, llevado a cabo por las
FARC.
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PRESENTACIÓN
(Por Aurora Adán)
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Prólogo
Hoy
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eran casi imposible discernirlos, peligrosos para cualquier hombre o mujer en
los estados de embriaguez que manejaba, la gente, esa noche primaveral,
corriendo el riesgo de dejar marcada la cara en el suelo, como el paseo de la
fama de Hollywoood. No sería la primera, ni la última vez que alguien
sucumbiera a esa trampa.
Manel tropezó en el primer de esos malditos escalones, perdiendo por
completo el equilibrio, tirando vasos, que sujetaban algunas personas que
hacían cola para entrar al servicio y derramando su interior por todo el piso. El
suelo era un amasijo de cristales, alcohol y el cuerpo de Manel, parecía una obra
pintada por Picasso de resaca. Una de las personas le ayudó a levantarse.
—¿Estás bien?— le preguntó el desconocido.
—Sí, sí, estoy un poco mareado porque golpeé con la cabeza, pero estoy bien,
gracias— contestó sin poder levantar la vista del suelo a causa del mareo.
Le costó recuperar el equilibrio y todo le daba vueltas, se apoyó en una de las
paredes y respiró profundamente hasta que se le alivió la sensación de
malestar. Palpó su cabeza buscando signos de heridas o sangre, pero no los
halló. «Me va a salir un buen chichón» pensó. Sacudió su camisa y la acicaló
todo lo que pudo, ya que restos de alcohol se impregnaron en ella formando
diferentes figuras y formas.
Sergio y Delorean lo miraban conteniendo la risa, igual que dos niños cuando
lanzan bolas de papel a la espalda del profesor. Pero cuando vieron que se
encontraba mejor, explotaron en carcajadas incontenibles.
—Tío, lo tenía que haber grabado con el móvil y subirlo a Youtube, seguro
que te daban un premio— dijo Sergio mofándose y enjugándose las lágrimas
que le provocó la risa.
—¿Por qué no grabas a tu madre cuando se calza al rottweiler?— le replicó
Manel en tono de humor y acariciándose su cabeza.
Una vez en los retretes, estos disponían de cuatro urinarios modulares de
poliéster, de una sola pieza de cuya marca rezaba Mipol.
—Manu ¿tienes un boli?— dijo Sergio.
—¿Sí, si tengo. Pero para qué cojones quieres un boli ahora?— le contestó
Manel.
—¡Tú déjamelo y calla, saltador olímpico de escalones!
Manel le prestó el bolígrafo, éste se lo guardó en el bolsillo de atrás del
pantalón y se acercó al urinario enfrente de la marca, orinó, cogió, de nuevo, el
bolígrafo y se puso a escribir en el urinario.
—¡Contemplad mi obra de arte!— exclamó Sergio.
Los otros dos se acercaron, con intriga, a ver lo que Sergio había hecho. Había
"completado" la marca de Mipol y ahora quedaba tal que así: "Mipolla estuvo
aquí". Los tres rieron a lágrima viva.
Esperaron turno para el lavabo, el único que poseía puerta y se adentraron los
tres, como tres sardinas en una lata. Delorean sacó su cartera y extrajo de ella
una pequeña bolsita del tamaño de una canica atada como un caramelo en uno
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de sus extremos. La abrió con sumo cuidado y vertió un poco de contenido
sobre la tapa del retrete. Sacó una tarjeta de crédito MasterCard y empezó a
picar, machacar el contenido distribuyendo este en tres líneas casi idénticas en
volumen y forma.
—Cuando me pregunte el del banco los últimos movimientos de la tarjeta
nunca le hablaré de estos— bromeó Delorean casi al mismo tiempo que
aspiraba por su tabique con un billete de cincuenta euros enrollado.
Manel y Sergio esperaron su turno e imitaron a Delorean.
Salieron de los lavabos enérgicos, la noche era suya, el mundo era suyo. Fueron,
de nuevo, a la barra y pidieron, a una camarera que les hacía deleitar la vista
con un escote que les robaba el aire, tres whiskys de Chivas Regal sin hielo y seis
chupitos de tequila.
Mientras la mañana los alcanzaba, bailaron, rieron, continuaron drogando sus
mentes y sus cuerpos, brindaron por el éxito, por ellos y por la caída
espectacular de Manel en los escalones.
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Hoy
La puerta se cerró sin emitir apenas ruido. Manel sintió la presencia de una
persona entrar en la habitación. Escuchó pasos acercarse a él.
Se oyó un sonido como metálico, era el desconocido que, con su Zippo a
gasolina, encendió un cigarrillo que extrajo de un paquete blando.
Seguidamente acercó su cara, aproximándola a la de Manel y le tiró una
bocanada de humo a la cara, lo supo porque inhaló todo el humo por los
orificios que separaban la venda, que tapaba sus ojos, de su nariz.
Manel tosió como pudo a través de la venda, de trapo, que le amortajaba la
boca.
El desconocido siguió fumando en silencio, saboreando cada calada y por fin
habló.
—Buenas tardes Monsieur Prats— dijo el desconocido con un notorio acento
francés, que claramente conocía el apellido de Manel —Mi nombre es Monsieur
Neveu, le voy a quitar la venda de los ojos y la mordaza pero tiene que
prometerme que no gritará. Si hace caso omiso de esta advertencia, mataré a su
madre, a su hermana y si se me pone delante mataré hasta a su cochino gato
Skip, después vendré de nuevo aquí y lo torturaré con el "águila de sangre"
¿Conoce esa tortura? se la explicaré de todas maneras: "Águila de sangre" es un
método de tortura nórdico medieval que consiste en abrir a la persona desde la
columna vertebral, cortando las costillas y separándolas para luego sacar los
pulmones hacía fuera y bañarlos en sal. Créame es preciosa, practicarla no
sentirla claro— Su tono aunque amenazante era tranquilo y sosegado —¿Me ha
entendido Monsieur Prats? asienta con la cabeza si lo ha entendido.
Manel asintió con un gesto lleno de temor la petición de su raptor, pensado que
ese hombre sabía lo que se hacía o que tenía la mente muy retorcida. Fue
desprendido de la venda y la mordaza, miró la habitación en sus cuatro
direcciones, vacía, lúgubre sólo cuatro paredes llanas, con la pintura blanca
desconchada y una bombilla desnuda, de baja intensidad, que colgaba de dos
cables.
Miró a Neveu, un hombre alto, fornido de edad anónima ya que su cara la
cubría un pasamontañas negro con agujeros para los ojos y la boca.
—¿Dó…dónde estoy, que hago aquí, a que viene todo esto, que…que.. quiere
de mí?— las palabras le salían a borbotones y tropezaban entre ellas, quería
conocer, saber, no entendía nada. Sólo sabía que lo habían amordazado a una
silla pero sin saber con qué fin. «Cuestión de dinero» pensó.
—Monsieur Prats— dijo tirando el cigarrillo al suelo y pisoteándolo. —Otra
norma más que se me olvidó mencionarle es que usted habla cuando yo lo
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ordene, mientras no le pregunte o no le de permiso para ello le sugiero que
tenga la boca cerrada. Vous me comprenez?— le aclaró Neveu tajantemente. El
hombre continuó — ¡Vaya¡ tiene un golpe en la cabeza ¿Qué le ha ocurrido?
¿Una buena noche supongo?— haciendo sonar su voz con sarcasmo.
Manel suponía que se refería a la caída que tuvo en los escalones de la
discoteca, pero no conocía que tuviera ningún tipo de herida o marca. Suponía,
que se hincharía con el transcurso de las horas.
—Por favor, ¿me podría dar un vaso de agua?— preguntó Manel con su boca
seca y empalagosa.
—Sí, sí claro ¿Prefiere una Cola, una cerveza o un zumo de piña? ¿Usted se
piensa que soy su camarera?— le contestó Neveu cortantemente— Prosigamos
con el tema que nos ocupa Monsieur, le voy a dar dos oportunidades para que
conteste a mi pregunta ¿De acuerdo? Si está de acuerdo o no me da
absolutamente igual lo que usted opine, es una pregunta simple ¿Me dice usted
la clave? Le sugiero que lo medite, unos segundos, antes de contestar.
Manel no sabía de qué diablos le estaba hablando ese hombre. «¿De qué clave
me pregunta?» pensaba.
—No tengo ni la menor idea de que me habla— consiguió articular.
De repente, sintió como su cara recibía un golpe en su mejilla izquierda
haciéndole dalear la cabeza. Neveu, le había dado un bofetón a mano abierta.
—Esto puede que le despeje un poco las ideas, Monsieur— se frotaba las
manos mientras seguía la conversación —Segunda oportunidad y última
¡Dígame la clave!— ordenó en tono tosco y dictador.
Manel reunió valor.
—¡Por más que me golpee no voy a decirle la clave que me pide, porque no sé
de qué demonios me está hablando. Creo que se ha equivocado de persona, le
aseguro que no sé nada al respecto!
Una vez dicho esto se arrepintió por completo de haber soltado, de la forma
que soltó su estúpida boca, semejantes palabras y en tono tan bravucón. El
miedo se incrementó en él.
Neveu se le acercó a la altura de los ojos y lo miró fijamente. Manel temblaba
de pánico.
—¿Así que quiere jugar Monsieur? ¡Pues bienvenido, disfrute de la estancia¡
«Dios mío ¿Ahora qué va a pasarme? Este hombre es un perturbado» Cavilaba
el raptado.
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junto a la muñeca, un escudo de armas y en su interior dos letras U.R el mismo
tatuaje que llevaba, en exacto lugar, su amigo Delorian.
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Prosiguió su camino, en dirección estatúa de Colón, donde se hallaba una
parada de taxis, por si no encontraba ninguno de paso. Más atrás estaba
ubicado el Maremágnum, situado en el puerto en el cual había las Golondrinas
para trayectos marítimos turísticos, un teleférico que cruzaba el cielo y un
puente que atravesaba el mar que conducía a un centro comercial.
Se encontraba acercándose a Drassanes unos 300 metros antes del museo
marítimo. Había visto pasar como una decena de taxis, como era típico en
Barcelona, pintados a dos colores: negros con las puertas amarrillas, a Manel
siempre le recordaron a una abeja con ruedas, pero todos tenían su luz que
indicaba ocupado en el techo del transporte. Escudriñó un poco la vista y vio
como se acercaba una luz verde en la lejanía que pertenecía a uno de los taxis.
Aceleró un poco el paso adelantándose y se acercó al borde de la acera para
hacerse ver e indicarle un alto al taxista.
La luz verde junto con el taxi, finalmente se aproximó y se detuvo justo a su
lado, el vehículo cambió su luz del techo a rojo y Manel se introdujo en el
asiento y trasero.
—Bon día ¿a dónde vamos?— le dijo el taxista con amabilidad.
—Bon día, a Pedralbes por favor, cuando estemos por la zona ya le indicaré el
camino— le respondió Manel fijándose en un adhesivo que tenía el taxi en la
guantera que era igual que el tatuaje que llevaba Delorian en su muñeca «que
casualidad» pensó.
Pedralbes es un barrio de Barcelona con un alto poder adquisitivo, donde se
encuentra la mansión del Consulado de los Estados Unidos de América. El barrio
debe su nombre al monasterio de clarisas fundado en 1326 por la reina Elisenda
de Moncada.
Manel, vivía por ese territorio porque su padre, ya fallecido de un ataque al
corazón varios años atrás, era jefe de un importante bufete de abogados. Bufete
de Prats Abogados fue fundado en 1965 como primera firma legal dedicada al
derecho sanitario de forma especializada e integral, comprendiendo los sectores
médico, odontológico, farmacéutico, veterinario y de enfermería, abarcando en
cada uno de ellos tanto las relaciones con la Administración, como los litigios
entre particulares. Con los años fueron abriendo su abanico para todo tipo de
casos. Con la muerte de su padre pasó a heredar gran parte de la firma su
hermana Inma, que había estudiado derecho en la Universidad Complutense de
Madrid, doctorándose en pocos años. Siendo su padre fundador del negocio y
ganando mucho dinero con su trabajo, Manel tuvo una vida fácil y sencilla,
económicamente hablando, siempre acunado por el dinero que le “guardaba las
espaldas”.
Desde bien pequeño siempre había sido la oveja negra de la familia, el no quería
esa vida, se sentía incompleto, él quería tener experiencias, estrujar la vida y
siempre chocaba en esas ideas con sus padres que le dictaban que camino debía
seguir. Cuando estuvo en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, conoció a
Sergio y a Delorian, sus grandes amigos y desde ese momento su vida dio un
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vuelco rotundo en todos los sentidos: vivencias, ideas, conoció la noche, las
drogas, experimentando novedades que jamás hubiera imaginado, para Manel
fue un despertar, esos dos locos amigos habían trastocado su pequeño mundo.
Su madre siempre estaba preocupada por él y no le hizo ninguna gracia los
estudios que eligió.
—Mamá, tengo un loco artista dentro de mí, déjame liberarlo de su prisión—
siempre le decía eso a su madre a la que nunca lograba convencer.
Al segundo año de carrera, lo dejó, añadiendo que en esa Facultad no
enseñaban nada para hacer salir el arte individual de las personas, que se regían
por unos cánones de enseñanza preestablecida que sólo adiestraban a los
alumnos a mirar fuera de ellos y nunca buscaban el arte en su corazón.
Aún abandonando los estudios, continuó viéndose con Sergio y Delorian y
engañando a la Luna para acostarse con el Sol.
En el recorrido del taxi, Manel se quedó dormido y soñó pero sólo eran
imágenes, como flashes: una limusina, negra con cristales tintados, un maletín
con una gran cantidad de dinero dentro y dos hombres bien trajeados, serios
con el gesto sombrío, uno medianamente joven y otro de unos de unos 60 años
que le recordaba a un famoso actor de cine.
Abrió los ojos de golpe, no sabía dónde estaba «¡ahhh! En un taxi» recordó,
pero cuando miró por la ventana de su derecha, no se dirigían ni por asomo en
la dirección que Manel le había indicado.
—¡Oiga, perdone, esta no es la trayectoria que le he indicado, se ha
equivocado por completo!— dijo Manel un poco enfadado.
—Lo sé ¡disfrute de la estancia!— dijo el taxista con una extraña sonrisa en la
boca.
El coche giró de repente por una calle muy estrecha, como una travesía, se
detuvo en seco, el taxista salió del vehículo a toda prisa y una vez fuera accionó
todos los pestillos de las puertas, dejando encerrado a Manel.
—¡Pero oiga, que hace, sáqueme de aquí¡— Manel gritaba a una sombra
invisible porque el conductor había desaparecido en la huída, probó bajar la
ventanilla accionando el pulsador de el elevalunas eléctrico pero no funcionó,
intentó forzar las puertas traseras, la izquierda, nada, lo intentó con la derecha
golpeando con todo su cuerpo y lastimándose el hombro en uno de los golpes.
Cuando iba a tratar con las puertas delanteras vio algo en el asiento del
conductor, un objeto ovalado, como metálico, una especie de granada que
comenzaba a soltar un humo denso y llenaba el habitáculo. Manel se tapó la
nariz y la boca con el brazo a modo de protección y comenzó a ponerse más
nervioso de lo que estaba, se sentó en el asiento del copiloto en horizontal de
manera que pudiera golpear la puerta opuesta con los pies, un golpe, la puerta
ni se inmutó, dos golpes, nada. Comenzó a sentirse pesado y sentía que las
fuerzas le abandonaban a consecuencia del humo. «Me muero» pensó. Pero no
se moría sólo se dormía a causa de la granada sedante que había dejado el
taxista. Y todo se hizo oscuro.
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Hoy.
DIRECTOR
CLERMONT CHAILLOT
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—Avec le patron de l'autorisation?— dijo Neveu abriendo la puerta girando
el pomo dorado y metálico.
—Pase, pase Neveu siéntese— le ofreció el hombre que estaba tras un
escritorio de madera de roble, sentado en una silla de piel marrón de espalda
ancha y reclinable.
La conversación se mantenía en francés, la lengua natal de los dos
interlocutores.
Neveu se sentó en la silla libre, que quedaba, no tan lujosa como la de su
superior. Miró el escritorio lleno de dossiers y papeleos de toda índole, bien
ordenados a su izquierda y una pantalla de ordenador a su derecha. Una
estantería llena de libros, ocupaba la pared diestra de la habitación. Neveu pudo
leer algunos títulos ordenados alfabéticamente y por categoría: Acciones Civiles,
Neurociencias y Derechos, El Síndrome de Eva, Salud Mental Relacional. Libros
que coincidían con los doctorados que poseía su dirigente: derecho y
psiquiatría.
Clermont Chaillot era un hombre cercano a la tercera edad. Su aún abundante
cabello, la gran mayoría repleto de canas. Poseía un buen porte y vestía siempre
de traje. Las arrugas más que envejecer su piel le daban un aire distinguido y
sereno. Era un hombre bien conservado para su edad. El director habló:
—¿Qué tal lo lleva con nuestro amigo?— Clermont siempre hablaba a sus
subordinados con respeto.
—He intentado que me dijera la clave señor pero sin éxito ¿Quiere que ejerza
algún método más drástico?
—No, no continuemos con el protocolo acordado— negó el director
apoyando los brazos sobre la mesa —Le he hecho venir para que le dé, a
nuestro amigo, un poco de “libertad”, me explicaré. Llévele un vaso de agua,
algo de comer, cójalo de la nevera del catering, trátelo con confianza y luego
arrebáteselo todo.
—Señor pero…— intentó decir Neveu pero su jefe le cortó.
—Lo sé, lo sé, no se preocupe esto es un método psiquiátrico que llamo: “el
amo” créame, actuando de esta manera, el señor Prats, se dará cuenta quien
tiene el control. Sus necesidades más básicas no serán satisfechas si sus “amos”
no lo desean. Este hombre vale una gran suma de dinero, quiero que todo salga
a pedir de boca. Así que haga lo que le pido por favor. Es usted un profesional y
para eso está aquí.
—Entiendo, señor, como desee, es usted quien manda. Si no desea nada más
me pongo manos a la obra— asintió Neveu mientras se levantaba de la silla.
—No, no nada más señor Neveu, puede continuar con sus quehaceres, no le
entretengo más y gracias por interrumpir su trabajo y venir a verme.
Neveu hizo un gesto de aceptación, inclinando un poco la cabeza hacia abajo,
cuando éste abrió la puerta para salir, Clermont Chaillot le detuvo.
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—¡Ah! Se me olvidaba recordarle, que estaré viendo como aplica mis
métodos— añadió girando el monitor donde aparecía Manel Prats, atado y
amordazado, enfocado por una cámara oculta en la habitación.
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En ese momento aguzó el oído y escuchó, débilmente, unos pasos que se
acercaban, de repente la puerta se abrió de nuevo.
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Mientras cada fogonazo de flash que le hería las pupilas y tardaba unos
segundos en recuperar la visión de nuevo, pensaba «es oficial, van a enviar
estas fotos a mi familia y pedirán un rescate por mí, tal vez lo de la clave sólo
fue una manera de divertirse de este cabrón demente»
Acabó de tomar las fotos y le retiró el periódico que tenía, depositado, encima
del pecho. Guardó la cámara y el diario en la mochila en los compartimientos,
separados, de los cuales había extraído cada objeto. Introdujo la mano en la
apertura, más grande, del macuto y extrajo de ella un objeto, metálico, negro,
que medía medio brazo de un adulto, comenzó a manipularlo extendiendo tres
patas de apoyo y situándolo a medio metro de Manel. Fue de nuevo a la
mochila y sacó una cámara pequeña, de vídeo, de última generación y la encajó
encima del trípode, que había dispuesto anteriormente. Accionó algunos
botones de la cámara y se encendió un reducido foco pero de gran
luminiscencia y a su lado un led, rojo, que indicaba que, la cámara, se hallaba en
modo grabación.
El hombre, rodeó a Manel situándose a su espalda.
—Le voy a soltar las manos, porque necesito que sostenga una cosa y no se
va a mover ni un ápice porque mi “amigo” bisturí le estará vigilando el cuello—
le susurró en la oreja sintiendo el calor de su aliento y poniéndole a la vista el
objeto afilado y quirúrgico. Manel miró el metal cortante, abriéndosele los ojos
de pánico —Monseiur Prats, nunca entenderé por qué mucha gente se decanta
por machetes o cuchillos, son burdos y sin carácter. El bisturí no es un arma, es
elegante y su hoja corta la carne como mantequilla sin ningún esfuerzo. Aunque
como arma perfecta me decanto por el carámbano de hielo, no deja ningún tipo
de huellas y al derretirse no existe arma del delito y trae a la policía científica de
cabeza.
Le desató las manos, que era la misma cuerda que le rodeaba el cuerpo, sintió
que se aflojaban en torno a sí y sintió un gran alivio cuando se acarició las
rozaduras de sus muñecas.
Neveu extrajo de su bolsillo trasero, de su pantalón que era un puzle de colores
verdes y negros, mimetizado, una hoja papel tamaño folio que desdobló y se la
entregó a Manel por encima de la cabeza, que esté tomó con mano temblorosa.
El secuestrador, puso una mano sobre el hombro izquierdo del señor Prats y la
otra sujetaba el bisturí cerca de su cuello.
—Muy bien Monsieur, mire la hoja y ¡Lea! Con voz alta y clara por favor— le
ordenó la persona, con hostilidad, que tenía a su espalda.
Manel sostuvo el folio con las dos manos, para intentar evitar que le temblara
tanto el papel a causa del pánico, le recorría un sudor frío por la frente y el dolor
de cabeza no le remitía desde la noche de la discoteca. Bajó un poco la vista
para leer. La letra era legible, escrita a ordenador en mayúsculas.
—MI NOMBRE ES MANEL PRATS, HIJO DEL ABOGADO JOSEP PRATS, YA
FALLECIDO, FUNDADOR DEL BUFETE PRATS ABOGADOS— tragó saliva — ME
HAN SECUESTRADO.
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USTEDES POSEEN UNA INFORMACIÓN DE GRAN IMPORTANCIA, SOBRE EL CASO
CONTRA LA FARMACÉUTICA MAXEAN S.A. QUEREMOS ESA INFORMACIÓN EN
NUESTRO PODER. SI EN EL PLAZO DE CUARENTA Y OCHO HORAS NO DISPONEN
DE TAL PETICIÓN, ME MATARÁN — la voz empezó a tiritar —JUNTO CON ESTA
INFORMACIÓN, EXIGIMOS 100 MILLONES DE EUROS QUE INTRODUCIRÁN EN
LOS CUATRO MALETINES QUE LES HEMOS HECHO LLEGAR JUNTO AL PAQUETE
USB QUE CONTENÍA ESTE VÍDEO.
SI NO DISPONEN EN EL MISMO PLAZO, DE TAL PETICIÓN, ME MATARÁN.
SI ACUDEN A LA POLICIA O ALGÚN MEDIO TELEVISIVO O DE DIVULGACIÓN, ME
MATARÁN.
MANTÉNGASE A LA ESPERA, LAS CONDICIONES DEL INTERCAMBIO SE LAS
FACILITAREMOS EN BREVE.
El escrito terminaba con un doble espacio entre este y las letras finales
centradas en la hoja. Manel las leyó con un timbre interrogante en su voz.
El escudo de armas que había visto varias veces horas antes, con las letras U.R,
presidía a modo de sello la esquina derecha del folio din-a4.
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En 1978, Jim Jones, congregó a toda su comunidad en un recinto de esta granja,
en ese mismo acto, con ayuda de los demás líderes, del Templo del pueblo,
Jones incitó y en algunos casos obligó al resto de sus seguidores a suicidarse con
él, utilizando una ingesta de veneno creada con mosto mezclada con cianuro.
Perecieron en total 913 personas, incluyendo unos 270 niños.
«Somos experiencia, somos despertar, somos Última Realidad» no conseguía
quitarse de la cabeza ese texto, era como una canción pegadiza. De repente le
sobrevino la imagen del escudo de armas que estaba impreso en el folio, la
visualizó con toda claridad y como si la respuesta hubiera venido de la nada hizo
una conexión. «El escudo tiene escrito, dentro de él, las siglas U.R coinciden
plenamente con Última Realidad. No hay ninguna duda, esta gente pertenece a
algún tipo de secta y los miembros se tatúan este símbolo para hacer saber a los
demás miembros que pertenecen a ella o es algún tipo de ritual»
Se sintió, satisfecho, por haber llegado a ese tipo de conclusión y saber algo más
de las personas que lo secuestraban y con las que estaba tratando. «¡Un
momento! Delorean tiene este mismo símbolo en su muñeca ¿Qué demonios
pinta él en una secta? Nunca ha sido creyente de nada, es un agnóstico
consagrado, siempre que habla de cualquier religión es sarcásticamente y la
simple idea de creer en un ser supremo y todopoderoso le daban ganas de
vomitar»
Cuando Manel aún estudiaba bellas artes, Delorean tuvo una discusión sobre la
existencia de Dios en clase de arte y teología con la profesora Winkler, una
mujer cincuentona, de poca estatura y de origen alemán.
—¿Porqué odia a Dios señor Márquez?— le pregunto la profesora
dirigiéndose a él nombrando su apellido.
—Yo, no odio a Dios, simplemente creo más en Papá Noel— respondió
Delorean respaldándose en su asiento de clase.
—Pero como va a creer en algo que no existe señor Márquez— le arremetió
la profesora, disimulando una sonrisa al creer que había “cortado” a su alumno.
—¡Bienvenida a la realidad profesora Winkler!— alzó la voz Delorean
haciendo reír a toda la clase.
Sumido en sus pensamientos, Manel, comenzó a tener alteraciones visuales,
todo se le hacía borroso, un mareo enorme se apoderó de él, la habitación le
daba vueltas. Sintió un calor húmedo en su entrepierna que empapaba sus
pantalones, negros, de Gucci. Se estaba orinando encima sin poder contenerlo a
causa de todo el estrés, nerviosismo y todo el tiempo que acumulaba sin
mingitar.
Una somnolencia poseyó todo su cuerpo. «¡El agua! El agua que me ha dado
tendría, diluido, algún tipo de somnífero ¡Mierda!» La somnolencia se acentuó y
todo su ser cayó en un estado de letargo. Su cabeza reposaba hacia abajo,
cuando despertara tendría un buen dolor de cuello. Soñó.
De nuevo en el interior de una limusina con sus cristales tintados, en el exterior
era de día y la lluvia calaba el asfalto. El vehículo rodaba por una carretera
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abarrotada de tráfico. Los dos hombres enfrente de él, un maletín con una gran
suma de dinero. Esta vez, pudo ver sus manos que sostenían un folio con un
texto ininteligible. Lo que sí pudo apreciar es un garabato azul en el borde final
del papel. Era su firma.
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Manel sintió unas leves y débiles bofetadas en la cara. Escuchó una voz, le
sonó como lejana, como si hablaran a través de un tubo.
—¡Despierte Monsieur Prats!
No sabía dónde se encontraba, estaba confuso, el cuello le dolía por la posición
en la cual quedó dormido. Su cabeza era como una bomba de relojería a punto
de estallar, era un dolor intenso, penetrante. Comenzó a abrir los ojos,
lentamente, le llegaban las imágenes borrosas, tuvo que apretar y abrir los
párpados, varias veces, para poder visualizar con normalidad. Al fin, se situó,
todo su ser volvía a la realidad, secuestrado, maniatado a esa silla de metal y
amordazado. «¿Cuánto tiempo he dormido?» Había perdido la noción del
tiempo.
Neveu, con su pasamontañas negro, situado enfrente del maniatado, esperaba
a que éste despertara.
—Bonjour— saludó medio riéndose —¿Ha tenido usted dulces sueños? ¿La
estancia es de su agrado?— esta vez sí reía del todo.
Le liberó de la mordaza de la boca y Manel, desprendido de ella, pasó su lengua
entre el paladar y las encías para intentar humedecerla, su saliva era escasa y
empalagosa. Observó en derredor, cuatro paredes, los cubos de agua al costado
de la puerta, la mochila de acampada en el suelo y el trípode con su respectiva
cámara.
El Francés, se acercó a la vídeo grabadora e introdujo en ella la tarjeta de
memoria que había extraído en la otra ocasión, manipuló los mismos botones,
táctiles y de nuevo el pequeño foco se iluminó junto con el led rojo que indicaba
grabación. A continuación dijo.
—Señor Prats, voy a pasar a la fase dos. Por ello le voy a pedir de nuevo que
me facilite la clave— su tono, ahora, era serio.
«Otra vez esa dichosa clave» pensó Manel —Se lo vuelvo a repetir…— carraspeó
para aclararse la voz —Y se lo repetiré hasta la saciedad, no sé de lo que me
está hablando, no tengo ni la más remota idea de que quiere que le diga— su
voz cansada y sin altibajos seguía un ritmo monótono.
Neveu se acercó a la mochila y extrajo de ella una jarra de asa, de plástico, con
capacidad para dos litros de líquido, seguidamente sacó una capucha de tela
negra, se acercó a su raptado y por el orificio se la introdujo en la cabeza de
Manel. Éste intentó resistirse moviendo, la cabeza, hacia los lados pero sin
éxito. Todo se hizo oscuro, su respiración fue en aumento y su corazón parecía
que le salía del pecho.
El hombre del pasamontañas, se dirigió a los cubos llenos de agua con la jarra
de plástico en la mano y la llenó sumergiéndola en uno de los cubos. Caminó
unos pocos pasos hasta Manel y le empujó la frente hacia abajo con su mano
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izquierda, para inmovilizar los movimientos de éste. La cabeza quedó mirando al
techo. La presión que sentía era fuerte.
Neveu comenzó a verter agua poco a poco sobre los orificios respiratorios del
encapuchado.
Manel se ahogaba, el oxígeno se evaporó, sus pulmones luchaban por agarrar
aire, comenzó a convulsionarse todo su cuerpo hasta el punto de arrastrar,
algunos centímetros, la silla por el piso. La forma de su cara se discernía como
bultos a medida que la capucha se mojaba, como una segunda piel, como una
máscara de horror y aterradora. «¡Por favor, basta!» resonó un grito en su
mente.
Neveu mantuvo esta acción hasta que el agua se vació, por completo, de la
jarra. Soltó la presión de la frente y le levantó la capucha pero sin llegar a
quitársela del todo. Manel, por fin, pudo respirar. Tomó una gran bocanada de
aire con la boca abierta y comenzó a toser y expulsar por la nariz y la boca el
agua que se le había introducido dentro. Siguió tosiendo.
—¡Está loco..cof..cof..cof…por favor..cof..cof..basta ya!— consiguió articular
como pudo.
—Todo esto puede terminar aquí y ahora si me dice la clave Monsieur, ha
llegado usted muy lejos, le felicito. Es usted una persona con mucho aguante—
dijo Neveu sinceramente. Prosiguió —Esta tortura la practicaban en la base
Estadounidense de Guantánamo y la sometían a los supuestos reos, de la
organización paramilitar, Al Qaeda. Este método también es utilizado Por la CIA
(agencia central de inteligencia de Estados unidos) pero pocos conocen que
esta tortura ya se llevaba a cabo por la Inquisición en el siglo XV,
practicándosela a los también supuestos herejes. La cuestión es que siempre
durante siglos y siglos han pagado los mismos: inocentes. No aprendemos
nunca de los errores del pasado y seguimos engendrando maldad, Monsieur.
Manel escuchaba, con atención, lo que le contaba el interlocutor.
—¿Sabe mucho de historia para dedicarse a secuestrar a la gente?— se
atrevió a decir Manel.
—La labor no va reñida con la cultura Monsieur Prats— objetó Neveu —
Retomando el tema que nos ocupa y como le he mencionado anteriormente,
me reitero proponiéndole que todo esto puede terminar aquí y ahora si usted
quiere y me facilita la clave.
—¡Por el amor de Dios! no sé cómo decirle que no soy conocedor de ninguna
clase de clave. Por fa..favor suélteme y no le diré nada a nadie de lo que ha
pasado— tartamudeó Manel.
—Deje a Dios en sus quehaceres, es usted el culpable de lo que le ocurre.
Seguidamente, tras decir esto, se dirigió nuevamente a los cubos con jarra en
mano y la volvió a colmar de agua.
—¡Nooooo, nooooo! — gritaba Manel.
Le bajó la capucha húmeda e impuso el mismo método de castigo.
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Manel, exhausto, después de ese segundo asalto, comenzaba a alojar en lo más
hondo sentimientos que engrandecían y le iban consumiendo: ira, impotencia,
rabia. «¿Hasta dónde va a llegar este hombre para que le diga lo que quiere
saber? Si lo supiera, mi boca obedeciendo a mi cuerpo, ya lo hubiera soltado.
¿Qué ser humano puede aguantar semejantes torturas? Tanto físicas como
psicológicas ¡Me va a matar, tengo que salir de aquí! ¿Pero cómo? ¡Es
imposible!»
El torturador continuó sometiéndolo hasta que uno de los cubos estuvo vacío.
«Dios, aún tiene un cubo lleno en la habitación» pensó Manel con horror tras
ser desprendido de la capucha negra.
Seguidamente detuvo la grabación de la cámara, el foco se apagó junto con el
led rojo, como un diablo de un sólo ojo que dejara de vigilarle.
—Tengo órdenes de ofrecerle comer.
Mencionaba, Neveu, sacando un plato y un tenedor, ambos de plástico. El plato,
estaba envuelto en film de cocina transparente, que previamente había
manipulado el Francés, para evitar que el alimento se desperdigara por toda la
mochila.
El recipiente contenía arroz cocido, estaba frío y su apariencia era de haber sido
cocinado varios días atrás. Apoyó el plato y el tenedor sobre las rodillas de
Manel, aturdido y calado de agua aún jadeante de la tortura de privación de
oxígeno. Se acercó hacia su espalda, oyéndose un pequeño chapoteo de agua al
caminar sobre el suelo y le soltó las manos. El alivio fue inmediato.
Neveu se interpuso entre el trípode y Manel observándolo desde su posición
elevada. Abrió su chaqueta de nailon de cremallera, típica de los aviadores que
utilizaban en el siglo XX, introdujo su mano buscando su bolsillo interno. Cuando
su mano apareció, de nuevo, blandía el bisturí que había tenido tan cerca del
cuello el raptado al leer la nota extorsionadora.
—Coma por favor, Monsieur— le sugirió.
Manel se moría de hambre, había perdido la cuenta de la cantidad de horas que
hacía que no ingería ningún alimento, miró el arroz y aunque la pinta que poseía
no era demasiado agradable, su estómago contradecía a su vista, para él era
una delicatesen. Su boca comenzó a salivar. Asió el tenedor y se dispuso a
comer. Por otra parte especuló. «¿Si el agua me hizo ese efecto sedante, qué
efectos podría causarme si como esto?» con ese pensamiento en su mente
empujó el plato, rechazando la comida y derramando su contenido alrededor y
encima de sus bonitos zapatos adquiridos en la 5ª Avenida de Nueva York,
aprovechando el viaje que hizo para visitar el MoMA (Museo de Arte Moderno).
Neveu sorprendido por la reacción soltó una risa ahogada.
—¿Le gusta jugar, cierto, Monsieur?— miró el desperdicio del suelo —Esto
me recuerda a mi infancia, es como un dejavù. Vivía con mi padres y con Tabú,
mi perro, difícil de domesticar. No conseguíamos instruirle a que hiciera sus
grandes necesidades en el lugar adecuado, dejando sus “recaditos” por toda la
casa. Mi padre de un carácter rudo y harto de la situación le enseñó la lección.
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Un día, agarró a Tabú y le obligó a comer uno a uno todos los excrementos que
estaban diseminados por toda la casa. Desde ese día nunca más volvió a ocurrir.
Moraleja: usted es Tabú y yo mi padre.
Manel captó el mensaje, ese hombre le quería hacer comer el arroz que había
quedado esparcido por el suelo.
Neveu se arrodilló frente a él, dejando su bisturí a un lado en el suelo. Con su
mano a modo de pala arrastraba todo el alimento mezclado con agua, orina y
suciedad hacía el plato. Su postura estaba de manera, que su cabeza quedaba
cerca de las rodillas de Manel. No se percató de su grave error hasta que fue
demasiado tarde. De repente, sintió en su ojo izquierdo un sufrimiento
indescriptible.
Manel, aprovechando la situación de la posición vulnerable de su raptor y
haciendo caso a su instinto de supervivencia, supo que era el momento de tener
una mínima oportunidad de escapar de ese infierno.
Aún con el tenedor en su mano derecha y con la adrenalina viajando en su
cuerpo y tensando sus músculos, apretó el cubierto dándose cuenta que podría
utilizarlo como arma de defensa y lo clavó en el ojo del secuestrador.
Neveu de rodillas, gritaba llevándose las manos al rostro.
—¡Aaaahhhh! ¡Fils de pute! — despotricaba.
Manel sabía que el tiempo apremiaba, debía de actuar rápido. Se deshizo de las
ataduras que envolvían su cuerpo y sus tobillos. Vio que el hombre del
pasamontañas intentaba ponerse en pie, antes de que pudiera reaccionar,
Manel golpeó con el puño en su garganta, recordando el efecto que
experimentó él mismo, falta de aire, dolor, hasta casi la asfixia. Neveu cayó
hacia atrás, quedando en suelo tendido de espaldas, exhausto.
Manel no creía lo que estaba haciendo, todo sucedía a una velocidad
vertiginosa, había despertado una naturaleza primitiva en su ser, como un
animal acorralado. Ya erguido se agachó a por el bisturí, lanzó una mirada
rápida al hombre tendido en el suelo que rabiaba de dolor y tosía. Se encaminó
hacia la puerta y la abrió. Se encontró de frente unas grandes cristaleras, detrás
de ellas yacía la noche y pudo ver algunos vehículos aparcados, iluminados por
las farolas, distinguiendo su matrícula y adivinando que se encontraba,
aproximadamente, a la altura de un primer piso. Miró hacia la izquierda y divisó
un pasillo que terminaba en una pared, una voz que provenía del lado opuesto
le hizo girar su cabeza rápidamente. Allí había dos hombres, que acaban de
aparecer detrás de una puerta acristalada de doble hoja.
—Señor Prats ¿Qué ha hecho? ¡Deténgase!— le decía el más bajo de los dos
—Le sugiero que vuelva a la habitación y no ocurrirá nada.
—¡Y una mierda, no se acerquen más…!— amenazaba Manel empuñando y
blandiendo el bisturí —¡No den..no den un paso más!
—Háganos caso y vuelva a la habitación— advirtiéndole el otro de los
hombres.
«¡Mierda, mierda me van a matar!» Pensaba mientras baraja las opciones.
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Se encontraba sin salida, la pared ahora a su espalda, los dos hombres frente a
él a unos ocho metros. No tenía otra alternativa que la rendición y ponerse, de
nuevo, en manos de esos lunáticos. Su vida pasaba antes sus ojos.
Tomó una decisión determinante, dejó caer el bisturí en el pasillo y levantó los
brazos en gesto de entrega. Los gritos de Neveu llegaban desde la habitación.
—Está bien, haré lo que me piden, pero por favor no me hagan más daño—
suplicó.
Dijo esto y entró en la habitación. Súbitamente los dos hombres vieron volar
una silla que salía despedida desde dentro del cuarto, chocando y haciendo
añicos una de las cristaleras. La silla no tardó en caer desde esa altura, tocó el
asfalto, creando un ruido metálico por el impacto. Manel siguiendo el camino
del asiento y sin cristalera que le obstaculizara, saltó.
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Eran las 04:57 am en la sala con el suelo enmoquetado gris. Ismael se había
quedado dormido frente a la pantalla del ordenador. Ricardo e Ismael habían
pactado turnos de vigilancia para la noche, aprovechando que no estaban bajo
la supervisión del director. Mientras uno de ellos descansaba, el otro controlaba
las pantallas.
Las imágenes de la habitación que le devolvía el monitor, eran de Neveu
dirigiéndose al raptado, todo parecía seguir su curso. A Ricardo le comenzó a
invadir el sueño.
—Necesito cafeína o no aguantaré ni dos minutos más— se dijo a sí mismo
en un susurro.
Se levantó de la silla y desperezándose se dirigió hacía la máquina de café,
situada al fondo de la sala. Introdujo las monedas y esperó que la máquina
terminara. Agarró el vaso de plástico caliente y removió el azúcar, sorbió aquel
horrible líquido marrón que parecía agua sucia y sabía aún peor, pero cumplía
su cometido, matar el sueño. Caminó de nuevo hasta su puesto, pasando por
detrás de su dormido compañero, dejó el vaso cerca del teclado y miró la
pantalla, no daba crédito, el raptado se hallaba desatado y Neveu tendido en el
suelo aparentemente herido.
—¡Despierta Ismael, date prisa, tenemos problemas!— gritó a su compañero
zarandeándole.
Ismael dio un respingó.
—¿Qué..qué pasa?— dijo asustado.
—¡Levántate, vamos a la habitación algo no anda bien, esto no me gusta!—
le apremió Ricardo.
Abrieron la puerta acristalada, que separaba la sala del pasillo y vieron al
raptado fuera de la habitación.
—Señor Prats ¿Qué ha hecho? ¡Deténgase!— exclamó Ricardo.
Después de un diálogo alterado entre ambas partes y la aparente rendición,
vieron una silla volar rompiendo las cristaleras y al señor Prats saltar detrás de
ella. Corrieron despavoridos y asomándose por la cristalera destrozada, vieron
al señor Prats levantándose y echando a correr con una leve cojera de su pie
derecho.
—¡Llama al director y ocúpate de Neveu, yo iré detrás de él!— se apresuró a
decir Ricardo.
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—¡No hay tiempo, por favor, sáqueme de aquí si me agarra estoy perdido!
Dijo esto con la vista posada en el hombre que le perseguía y estaba a punto de
saltar el guardarraíl. La conductora se percató que una persona venía a toda
prisa hasta su dirección, la duda e incredulidad se disipaban. Su primera
impresión era estar viendo un loco en medio de la carretera, contándole algo
surrealista, pero la historia comenzaba a cobrar sentido y sopesando las
circunstancias al final se decidió.
—¡Suba rápido!— se apresuró a decir la mujer.
Manel sin segundos que perder subió al asiento del copiloto y cerró la puerta
fuertemente, la mujer apretó el acelerador y mirando por el retrovisor interior
divisó, al hombre que había visto correr, apoyado en sus rodillas en gesto de
cansancio y de coger aire.
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La conversación distendida hizo a Manel sentirse cómodo y menos angustiado.
Notaba que la chica no quería preguntarle como había sucedido todo, pero él se
sentía en deuda con ella. Comenzó a relatarle todo lo que le había ocurrido: que
estaba en una discoteca, que después se adentró en aquel taxi con aquella
trampa mortal de humo, las torturas y vejaciones, la lectura de aquel escrito
extorsionador, hasta que se había subido a ese Seat Ibiza blanco, en el que
estaba sentado y le había rescatado.
Iris lo escuchaba con atención y se mantuvo en silencio mientras contaba su
historia. Asentía de vez en cuando en gesto de estar siguiendo el hilo de ese
relato espeluznante, escuchaba activamente.
Cuando Manel terminó, hubo unos segundos de mutismo. La chica no sabía que
decir, se había quedado sin palabras, como si le robaran la voz. Cogió aire, lo
expulsó y por fin pudo hablar.
—Siento mucho por lo que has pasado, pero ya ha acabado. La policía lo
arreglará todo, cogerán a esa gente y la meterán entre rejas— giró el volante y
tomó una salida a la derecha donde más adelante se pudo leer “BENVINGUTS A
L´HOSPITALET DE LLOBREGAT” —No estamos lejos de la comisaría, no
tardaremos en llegar.
Continuaron conduciendo entre calles estrechas y altos edificios, bordearon
algunas rotondas y se detuvieron en algunos semáforos.
Iris accionó los cuatro intermitentes para indicar a los demás conductores que
iba a efectuar una parada justo al costado de la acera que les separaba de la
comisaría policial.
—¿Quieres que te acompañe dentro?
—No, no hace falta, gracias. Ya has hecho bastante por mí y aún no se cómo
podré agradecértelo.
—De todas formas te voy a dejar mi número de móvil por si tengo que
declarar y me llames para si necesitas cualquier cosa.
Apuntó en un pequeño papel sus dígitos telefónicos, que extrajo de la guantera
junto a un pequeño bolígrafo, le hizo una pequeña doblez y se lo entregó a
Manel.
Justo antes de despedirse, Manel miró a la puerta de la comisaría y vio una
persona que fumaba de forma impaciente, le sonaban muchos sus facciones.
Aguzó la vista y pudo reconocer la cara de su hermana Inma tras un manto de
de humo de una de las exhalaciones del cigarrillo.
—Esa de ahí es mi hermana ¿Qué diablos hace aquí?— dijo Manel señalando
con el dedo y con una expresión de sorpresa.
La chica siguió la dirección del dedo de Manel.
—Seguramente leyó la nota extorsionadora que me comentaste y no quiso o
no pudo hacer caso a la petición. Tal vez la única salida que tuvo, es verse
obligada a pedir ayuda a la policía. La pobre estará atacada de los nervios al no
saber que te han podido hacer esos individuos. Sal corriendo de aquí a
tranquilizarla ¡Vamos!— hablaba Iris mirando a la persona que fumaba.
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—Puede ser…pero la nota decía claramente que si acudían a la policía
acabaría muerto. Ir a la policía sería como cavar mi tumba. Un momento ese
hombre…
Los dos vieron como una persona se acercaba a su hermana con paso
apresurado, se detuvo ante ella y le dijo algo que desde la distancia que les
separaba y desde el interior del coche no pudieron llegar a escuchar. Ésta se
deshizo del cigarrillo tirándolo al suelo e hizo un gesto de afirmación mirando a
aquel hombre, seguidamente se estrecharon la mano y se dirigieron al interior
de la comisaría.
—….ese hombre es el que me perseguía.
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una ducha mientras acabo de hacer la comida? Tienes un albornoz colgado en el
perchero del baño.
—No sé como agradecerte todo lo que estás haciendo por mí, la confianza
que me estás ofreciendo fiándote de un desconocido como yo y metiéndolo en
tu casa— habló un poco ruborizado.
—Si no nos ayudamos unos a otros el mundo sería un peor lugar donde vivir.
Desde bien pequeña, mi madre me inculcó estos valores y cada vez que ella
libraba del trabajo, me llevaba de voluntariado a un albergue donde había un
comedor social de gente sin techo, para ofrecerles de comer y cuidar de ellos.
De ahí afloró mi pasión por ser enfermera— decía esto ladeando sus ojos
marrones, como recordando.
—¿Eres enfermera?— dijo interesándose —Y pensándolo, me dijiste que
cuando me recogiste ibas dirección al trabajo ¿No te dirán nada por no
presentarte?
—Sí, llevo años dedicándome a ello, pero trabajo a domicilio odio las
instituciones y no te preocupes, mientras dormías he telefoneado que no podría
ir al trabajo y mandarán una sustituta.
Se deshizo de la coleta que le recogía el pelo, dejando ver una melena
abundante que le bajaba tras los hombros. A Manel le llegó, viajando a través
del aire, el dulce olor que desprendió su cabello, como a fresas silvestres.
—Bueno, voy a acabar de hacer la comida mientras te das una ducha.
El chico se levantó, sintió dolor en su tobillo derecho al incorporarse y caminó
con una leve cojera hasta el baño.
—Y después te aplicaré un pequeño vendaje de compresión en ese tobillo—
expresó Iris hablándole a la espalda de Manel y fijándose en esa leve cojera.
Salió del aseo con el albornoz que su anfitriona le prestó. La ducha le sentó de
maravilla, el agua templada que le cayó en su cuerpo desnudo fue como una
cascada en su piel, como una terapia recuperadora. Despejó el espejo de vaho
con la mano, le devolvió una imagen de su tez ojerosa y sin afeitar, apenas se
reconoció.
En la mesa de madera, descansaban dos platos de comida con cubiertos a los
lados, dos vasos y una jarra de agua en el centro, esa imagen, a Manel, le trajo
flashes, como golpes en la memoria, de la tortura que había sufrido con una
jarra tan parecida.
—Lo siento no he podido preparar otra cosa, debía de hacer la compra esta
tarde. Espero que las patatas y el bistec sean de tu agrado. Por favor siéntate—
dijo Iris señalando la silla.
Los dos tomaron asiento detrás de sus respectivos platos. Las sillas estaban
dispuestas de manera que podían verse las caras de frente.
—Ahora mismo me comería una piedra, muchas gracias— bromeó Manel
rascándose su barba de dos días.
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Comenzaron a llevarse el alimento a la boca, recapacitando de todo lo que les
había acontecido. Tras un silencio, finalmente Manel expuso.
—Por más vueltas que le dé al asunto, no llego a entender que pinta mi
hermana en todo esto— cortó un trocho de bistec con el cuchillo —La única
respuesta que se me ocurre es que ella está metida hasta el fondo de este
problema y está implicada en mi secuestro. ¿Pero no sé que podría sacar a
cambio con mi rapto? Extorsionar al bufete, es extorsionarse ella misma. No
consigo encajar las piezas en este rompecabezas.
—Cuando me dijiste que esa persona era tu hermana y vi aparecer al tipo
que te perseguía, en la comisaría, lo primero que pensé es que estás dentro de
un complot y ya que tú no tienes ni idea de todo este tema, lo más sensato es
pensar que tú sólo eres un medio para un fin. Cuando me narraste tu captura,
comentaste algo de una farmacéutica…
—Sí, Maxean S.A— le cortó su acompañante.
—…Pues tal vez todas las respuestas residen en esa farmacéutica— terminó
Iris.
—Puede ser, pero ¿Y el rescate? Los cien millones de euros, es imposible
conseguir tal suma de dinero en tan escaso tiempo. No podrían pagar por mi
libertad— quedó en silencio un segundo —Un momento…¿Y si…los raptores
sabían que no podían pagar tal suma y lo único que querían conseguir es
deshacerse de mí, matarme?— suspiró hondo tras esta revelación —El
secuestro era sólo una excusa o coartada para explicar mi muerte y de esta
manera el 25% de la empresa que heredé de mi padre, pasaría directamente a
mi hermana, haciéndose la mayor accionista del bufete— todas las facciones de
la cara se le transformaron en una expresión de decepción y tristeza. Un
escalofrío le recorrió la columna vertebral —No doy con otra solución,
apuñalado por mi propia sangre— susurró esta última frase más para sí mismo y
dejo los cubiertos en la mesa.
Un sudor frío le comenzó a brotar por todo el cuerpo y le bañaba la frente con
pequeñas gotas que iban resbalando, dibujando una carretera húmeda a
medida que descendían. Comenzó a sentir su corazón bombeando su cabeza,
como si el lugar de cerebro tuviera un altavoz de 1000 vatios que emitía
bombos. Por un momento Iris se distorsionó ante sus ojos, a causa de que la
vista se le nubló.
—Manel ¿Estás bien?— expresó la chica preocupada.
—Sí, sí sólo un pequeño mareo. Me ha impactado intentar asimilar esta
nueva información— contestó retomando la compostura.
—De todas formas, son sólo conjeturas, puede que la explicación sea otra—
Intentó tranquilizar Iris con esas palabras.
—Le he dado mil vueltas a la cabeza y no hallo otra solución. Una vez que se
descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca. Es
una máxima de Sherlock Holmes que se puede aplicar a este caso.
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—Pues en este caso discrepo Manel, aún no has descartado lo imposible. La
suma de dinero queda excluida y hasta incluso da una respuesta, pero ¿Y si lo de
la farmacéutica es cierto?
Se quedó pensando lo que le dijo su interlocutora, con los codos sobre la mesa y
los dedos pulgares apoyados bajo la barbilla, miraba al vacío.
—Tienes razón, necesito respuestas. Tengo que pedirte tu coche prestado
voy a ir a hablar con Maxean S.A
—¡Ni hablar! no vas a ir sólo a ningún lado en tu estado de agitación. Te
acompaño.
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El director se aliso la camisa y la corbata al mismo momento, pasando sus
manos por encima de ellas, al tiempo que se levantaba para acompañarla a la
salida con la cordialidad que le caracterizaba.
—No me acompañe puedo salir sola— dijo con desdén. Agarró el pomo
girándolo para abrir la puerta y antes de que su cuerpo desapareciera tras ella
añadió —¡Espero tener noticias pronto!
Cerró dando un portazo.
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—Buenas tardes ¿Ustedes son del bufete de abogados Prats?— les preguntó
la recepcionista detrás del mostrador.
—Así es, somos nosotros— contestó Manel.
Mi compañera me ha informado que se reunirían con el señor Ribelles. Esperen
que le avise que ya están ustedes aquí, por favor— la chica repitió el mismo
proceso que en la recepción de abajo, tecleó una extensión en el teléfono y
esperó —Señor Ribelles, los señores de abogados Prats se encuentran
esperándole ¿Les hago pasar?— esperó órdenes —Entendido señor Ribelles—
colgó —Pueden pasar por favor— les indicó el despacho donde debían dirigirse.
Después de llamar a la puerta y que una voz en el interior les hiciera pasar, se
encontraron con un hombre de unos cincuenta años de edad, una alopecia
desolaba su cabello en la parte superior de su cabeza. Se levantó para
estrecharles la mano y presentarse como Joan Ribelles. Manel e Iris hicieron lo
propio. Era menudo, ataviado con un traje gris oscuro, la corbata se curvaba a
causa de una barriga resultona y curiosa, como si quisiera observar a través de
su camisa.
—Encantado, tomen asiento por favor— les indicó el señor Ribelles
mirándolos a través de sus gafas de pasta —¿En qué puedo ayudarles?
—Muchas gracias por atendernos— dijo Manel mientras su acompañante y él
se sentaban.
Manel sabía perfectamente como actuaba un abogado al haberlo visto desde
bien pequeño. De camino, le comentó a Iris que permaneciera callada y
escuchara atentamente por si se le escapaba algo importante. Llevaba las
cuestiones que debía formular, en su dolorida cabeza, para obtener la
información que deseaba. ¿Por qué el bufete de su hermana había interpuesto
una querella contra esa farmacéutica? ¿Quién era el demandante? Y puede que
esas averiguaciones le dieran algunas respuestas de su rapto.
—Nuestro asesor en el bufete, nos recomendó que negociáramos un pacto,
con su empresa, para después entregárselo a nuestro cliente y así poder evitar,
si éste acepta, un juicio largo y tedioso— argumentaba Manel.
—Perdonen, pero yo no soy la persona pertinente para hablar estas
cuestiones. Deberían pedir cita con el director.
Manel, sabía perfectamente que esa persona le respondería tales palabras.
—Perdóneme usted pero ¿Quiere que su jefe se entere que nos acercamos
hasta aquí para ofrecerles un pacto digno y serio y usted ni siquiera nos ha
escuchado? ¿Sabe usted que caso está entre manos? Podría suponer grandes
perdidas hacía Maxean S.A y ganarse un gran desprestigio. Conocemos
perfectamente los trámites que hemos de seguir y nos reuniremos con su
director en su debido momento. Si usted no desea conversar los puntos de este
convenio y trasladárselos al señor Casals no tenemos nada más que decir—
Manel después de la parrafada que soltó, hizo el amago de levantarse con la
mirada a sus espaldas que le lanzaba Iris de no entender nada.
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—No, espere. No se marche por favor. Déjeme consultar los documentos en
el ordenador— expresó el hombre calvo a toda prisa.
Manel se volvió a sentar, cruzó una pierna encima de la otra y dedicó una
mirada de victoria a la chica. Iris no pudo evitar sonreír ante la agudeza.
El gerente, puso su vista en la pantalla, manejaba el teclado y el ratón
simultáneamente. Accedía a una base de datos restringida con contraseña. En
sus gafas se reflejaban los brillos del monitor. Manel e Iris permanecían en
silencio dejando trabajar al hombre. Pasaron unos instantes hasta que el señor
Ribelles apartó la vista de la pantalla y los escudriñó con la mirada.
—Permítanme que me ausente unos minutos, voy a pedirle a la secretaria de
recepción que me imprima los documentos— dijo levantándose.
El gerente salió del despacho cerrando la puerta tras de sí. El chico y la chica se
quedaron solos.
—Muy convincente Manel, me has sorprendido hasta a mí. Lo tenías todo
bien pensado e hilado— Manifestó Iris dibujando una sonrisa en sus carnosos
labios.
Manel tenía una expresión extraña. Observó el despacho y comenzó a
vislumbrar objeto por objeto, como si las demás cosas de toda la habitación
desaparecieran: un teléfono, una impresora, un ordenador, la silla vacía del
gerente. Había algo, que palpaba en el ambiente, que no le llegaba a cuadrar.
—¿Qué ocurre Manel?— preguntó preocupada Iris.
Manel se levantó rápidamente, como si la silla quemara y se dirigió a la pantalla
del ordenador. Lo que leyó le hizo abrir los ojos como platos. Su corazón
comenzó a latir con fuerza.
—¡No puede ser!— no dejaba de mirar a la pantalla como si aquello fuera
una ilusión óptica, deseaba que lo fuera.
—¿Qué pasa Manel? ¿Qué has visto?
Iris se levantó, dado que su acompañante estaba como sumido en sus
pensamientos y paralizado por la visión. No le contestaba. Se puso a su lado
para mirar la pantalla y pudo leer: “Resultados de la búsqueda no encontrados.
No existe en la base de datos Bufete de abogados Prats”
Manel “despertó” al sentir la presencia de la chica a su lado.
—No existe ninguna demanda del bufete de mi hermana, estaba en lo cierto,
sólo querían apartarme del medio para poseer mi parte de le empresa. ¡Querían
matarme!— hablaba con la mirada perdida, como si sus pensamientos
estuvieran proyectándose en el vacío —Entonces ¿Por qué el gerente ha dicho
que iba a imprimir los documentos?
Iris dedujo por donde quería ir Manel y cayó en la cuenta.
—¡Es una trampa! Al ver que su base de datos no le daba ningún resultado,
se ha percatado que somos unos impostores. ¡Ha ido a llamar a seguridad o
incluso a la policía!
Se precipitaron hacia la puerta y la abrieron temiendo lo que podrían encontrar
tras ella. Su temor se hizo realidad cuando vieron a un hombre con uniforme de
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seguridad hablando con el señor Ribelles y la recepcionista del piso superior,
intentando averiguar qué sucedía.
—¡Mírelos, ahí están!— vociferó el gerente señalando con el dedo —
¡Deténgalos!
Manel sabía que si se entregaba estaba perdido e Iris con él al conocer todos los
detalles de su caso, estaba implicada hasta el fondo. Barajó claudicar,
entregarse sin resistencia y que acudiera la policía, pero no se fiaba de nadie
excepto de la enfermera que le ofreció su ayuda. Recordó como vio a su propia
hermana saludar a uno de sus raptores y adentrarse, ambos, en la comisaría.
¿Por qué el raptor acudió a la policía? ¿Qué clase de historia inventarían acerca
de él? ¿Cómo podía verificar que había sido raptado? Todas esas cuestiones no
dejaban de atormentarle en ningún momento. Por otra parte pensaba, si se
entregara ¿Qué podría suceder? No conseguiría convencer a ningún juzgado de
su secuestro dado que no poseía ninguna clase de pruebas, todo se resolvería
de mala manera, la vida seguiría hasta que encontraran otra manera de
liquidarlo. No tenía opción, tenía que conseguir demostrar que su historia era
verídica, recabando información y siguiendo indicios. Tenían que escapar.
El hombre de seguridad se acercaba a ellos.
—Por favor, no opongan resistencia. Solucionaremos esto pacíficamente y sin
conflictos, entren en el despacho y esperaremos que acuda la policía.
Manel, analizaba la situación lo más rápido que su dolorida cabeza le permitía.
Abarcó toda la sala con los ojos, buscando puntos de huída. Vio el ascensor pero
lo descartó como posible escapada, tenían que llegar hasta él, adentrarse,
apretar el botón y esperar que las puertas se cerraran. No era buena idea, se
encerrarían, ellos mismos, en una jaula. Seguía escrutando el complejo de
despachos y divisó una placa verde, sostenida de en una de las paredes, con
letras blancas en la cual se leía “SALIDA DE EMERGENCIA”, la placa la
completaba una flecha indicando unas escaleras. «¡Esa es nuestra salida!»
pensó «¿Pero cómo nos deshacemos del hombre de seguridad? Uno de
nosotros podría escapar pero los dos sería imposible» El uniformado era más
alto que Manel, por su ancho cuello se podía averiguar, que debajo de ese
uniforme, habría un cuerpo fornido y musculado. Manel e Iris fueron
retrocediendo despacio intentando ganar tiempo, el seguridad se acercaba. De
repente el chico topó con algo a sus espaldas, giró la cabeza y vio un extintor de
incendios, se lanzó sobre él. Lo descolgó de la pared, quitó la anilla de seguridad
y apretó la maneta. Dirigió la boquilla contra el seguridad, creando una nube de
polvo blanco que hacía de pantalla, el hombre desapareció de su campo de
visión, si ellos no podían verle, él a ellos tampoco, sólo podían oír las toses que
salían de esa niebla. Sentía como el peso del extintor disminuía, la sala cada vez
estaba más llena de una bruma de polvo. Se desprendió de el lanzándolo hacia
delante. Cogió una mano de Iris.
—¡Ahora Iris, corramos!— gritó
50
Manel iba de guía agarrando con fuerza la mano de su compañera, se
adentraron en la nube de polvo sin poder ver en absoluto y aguantando la
respiración para que los químicos no penetraran en sus pulmones. Manel,
después de memorizar todo lo que pudo la sala, sabía que si iban pegados a la
pared no encontrarían ningún obstáculo hasta llegar a las escaleras. Salieron de
la nube de polvo y aparecieron a escasos metros de éstas. Seguían corriendo. Ya
podían respirar. Justo antes de comenzar a bajar los escalones, Manel, percibió
un tirón de la mano que agarraba de Iris, como un freno, haciendo que la mano
se resbalara de la suya, volteó su cuerpo y descubrió al señor Ribelles
aprisionando la muñeca de la chica, como si fuera la zarpa de un depredador.
—¡Suélteme!— chilló zarandeándose para intentar zafarse.
—¡Corra, tengo atrapada a uno de ellos!— gritaba el gerente, dirigiéndose al
seguridad que salía tosiendo y desorientado de la nube de polvo.
Manel, no quería dejar a aquella chica, que le había ayudado tanto, en la
estacada y salir huyendo, podía hacerlo pero no se lo perdonaría nunca. Cuando
se disponía a intentar liberar a Iris del hombre que la aferraba, ésta golpeó con
su rodilla en los testículos del señor Ribelles. Soltó un aullido ahogado, su cara
enrojeció, el dolor era perceptible en el encorvamiento de su cuerpo y la fuerza
del agarre de la muñeca de Iris cedió, ella se zafó sin apenas resistencia.
Comenzaron a descender las escaleras a toda prisa. Manel, a cada escalón que
pisaba le llegaba el dolor de su tobillo derecho a pesar de su vendaje. Mientras
bajaban, percibían más pasos a sus espaldas, el uniformado les perseguía. Los
peldaños parecían no tener fin. Aparecieron en la sala de recepción, vieron el
mostrador con la chica rubia que les atendió al entrar en la empresa. La salida
estaba próxima. Se apresuraron hacía las puertas giratorias con el seguridad
pisándole los talones, la respiración de ambos acelerada por la carrera y el
miedo. Parecía que la salida se alejaba de ellos en lugar de acercarse. Trotaron a
través del suelo de linóleo y se adentraron en la puerta giratoria, la empujaron
con sus manos y apoyando el peso de sus cuerpos, para acelerar el proceso
rotatorio de la puerta. Una vez fuera de ella, Manel se detuvo.
—¿Pero qué haces? ¡Sigue corriendo hasta el coche!— le increpó Iris fuera de
sí.
El seguridad se adentraba en la puerta giratoria, sólo los separaba un delgado
cristal, cuando Manel apretó el botón de parada de emergencia, que disponen
todas estas clases de puertas, quedando su perseguidor encerrado en una cárcel
de cristal. El hombre golpeó con la mano abatido. Manel miró a los ojos aquel
desconocido.
—¡Lo siento!— dijo sinceramente.
Corrieron hasta el coche, se adentraron en él. Iris arrancó el motor y dejaron
atrás Maxean S.A.
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—Nada de esto tiene sentido— decía Iris, junto a Manel, abatida en el sofá
de su pequeño piso.
Manel estaba en silencio, frotándose las sienes con ambas manos. Al minuto
habló.
—Yo tampoco entiendo nada. La farmacéutica no tiene nada que ver en este
asunto. Aún sigo pensando, como te dije, que todo ha sido una excusa para
apartarme del medio y apoderarse de mi parte del bufete.
—Tal vez, no tengan registrado el caso en la base de datos. Por eso no salió
ninguna coincidencia en el ordenador— expuso Iris sin mucha convicción.
—Eso imposible, todas las empresas introducen informáticamente toda su
información para tener acceso a ella en cualquier momento— contestó Manel
haciendo un gesto de dolor por su tobillo.
Al día le quedaban pocas horas de vida, la luz que entraba por la ventana a
través de unas cortinas blancas, comenzaba a extinguirse.
—Siento haberte involucrado en todo esto, no era mi intención lo siento de
veras. Debería marcharme y dejar tu vida tranquila— balbuceaba Manel
intentando contener las lágrimas.
Iris lo miró, sabía que hablaba con el corazón en la mano y no pudo contenerse
de abrazarlo. A Manel le invadió, en sus fosas nasales, el olor de la chica a frutas
silvestres. Notaba a su espalda las manos de Iris apretándolo con fuerza y
agitando una de ellas en modo de caricia, él la abrazo también.
—Lo siento— susurró.
Se separaron del abrazo y sus miradas se encontraron como estrellas en el
Universo. Sus bocas se atrajeron, juntándose en un baile de labios, saliva y
deseo. Sus lenguas se buscaban y convergían como las olas en la arena. Las
respiraciones aumentaban al ritmo de la pasión y los besos.
Iris lo agarró de una mano, levantándose y lo guió hasta su habitación. Se
tendieron sobre el colchón de la cama y continuaron besándose con
desenfreno, mientras Iris, le liberaba la camisa botón a botón, dejando vacío
cada ojal. Manel se desprendió de ésta y sintió las dulces manos posarse en su
pecho como dos mariposas. El chico bajo sus labios hasta el cuello de la
enfermera y lo besó lentamente, centímetro a centímetro. Iris cerró los ojos del
placer. Manel introdujo sus manos bajo la camiseta de Iris, percibiendo el tacto
de su piel suave. Le desabrochó el sujetador y la despojó de su camiseta
dejando al descubierto sus pechos, que no dudó en besar, sus labios los
ansiaban. Se quitaron la ropa que les quedaba y quedaron completamente
desnudos, sus cuerpos emitían calor por cada poro, notándose y
descubriéndose el uno al otro. Manel se ubicó encima de ella mirando sus ojos y
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su pelo esparciéndose por la almohada. Sus figuras se unieron en uno a través
de sus sexos, se convirtieron en un pez en un mar de sábanas. Gimieron al
compás del movimiento, hasta que el infinito les encontró. Se durmieron
abrazados.
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R, que por lo que pude deducir a través de la nota que me hicieron leer, adivino
que corresponden a las siglas “Última Realidad”. Tal vez no les dio tiempo a
terminarlo— las palabras de Manel se atropellaban entre ellas.
Hubo un silencio, después Iris habló.
—Parece no estar terminado a propósito. Como si este tatuaje se hiciera por
partes— comentó mirando de nuevo el dibujo —se nota que está hecho sin
prisas, los trazos son perfectos. Pero la cuestión es ¿Qué significado tiene?
—¡Nada tiene significado en esta historia, desde que me secuestraron todo
ha sido una locura. También me preguntaba que le dijera una clave, me ofrecía
varios intentos para proporcionársela, pero no tengo la menor idea de lo que
me estaba hablando!
Manel estaba comenzando a marearse.
—¿Una clave? tal vez la de tu banco…— expresó Iris intentando dar una
respuesta.
—Ya pensé en ello, pero con esa clave conseguirían una cantidad irrisoria de
dinero así que la descarté.
Manel abrió el grifo y se tiró agua a la cara para apaciguar el mareo, se mojó
también la nuca.
—Ven, necesitas comer algo— dijo Iris agarrándolo del brazo.
El chico cerró los ojos, intentaba calmarse, serenarse. Su sed de conseguir
respuestas era creciente, era como tener el instrumento pero no la partitura.
—Sé que te va a sonar arriesgado y peligroso, pero necesito que me lleves a
casa del que creía mi amigo, Delorean.
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El día que amaneció soleado, comenzaba a cubrirse con nubes que teñían el
cielo de gris, pese a estar tan cerca del verano, la temperatura había descendido
un par de grados, lo notaron al erizarse el bello de sus pieles al salir a la calle,
antes de introducirse en el vehículo de Iris.
Ella no conforme con hacer ninguna locura más que los pusiera en peligro, tuvo
que claudicar al ver que Manel iba a dirigirse al hogar de su amigo con ella o sin
ella.
Era una misión arriesgada para recabar pruebas y tampoco sabrían si
encontrarían alguna pista. Manel le explicó el plan antes de salir del pequeño
piso. Consistía en ir a casa del tal Delorean, sabiendo que éste no se encontraba
en casa porque estaría en la facultad, llamar a la puerta y mentir a la sirvienta
con alguna treta para que pudieran entrar y registrar el cuarto del amigo.
—Pan comido— había dicho Manel.
De camino a Castelldefels, donde estaba situada la casa, repasaron el plan.
Mientras lo comentaban, comenzó a llover e Iris accionó el limpiaparabrisas que
iba y venía a un ritmo hipnotizante. En el techo del Seat Ibiza, se sentían las
gotas caer y si no fuera por los nervios, de ambos, hubiera ejercido un efecto
relajante.
En el trayecto tuvieron que detenerse debido a que una manifestación de
empleados de logística bloqueaba la carretera. Estuvieron detenidos largo rato
hasta que la policía comenzó a abrir un pequeño trecho del sentido contrario de
la vía, para que los vehículos tomaran un desvío próximo. Empezaron a rodar
despacio, Manel consultó la hora que señalaba el reloj digital del coche «vamos
a tener poco tiempo» pensó.
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—Hola Señor Manel ¿Qué le trae por aquí?— dijo la mujer con un acento
muy marcado de Sudamérica —El señorito Márquez no se encuentra en el
hogar— se refirió a Delorean.
—Lo sé, vengo porque aquí mi amiga Iris está estudiando bellas artes y hace
un tiempo le presté un libro a Rafa, que necesito recuperar para ayudarla en el
trabajo de fin de carrera— mintió de carrerilla— ¿Es posible que pase a su
habitación haber si logro dar con él?
—Claro, evidentemente pasen ustedes— habló la mujer indicándoles que
entraran —Les acompaño arriba.
—No, no María, no hace falta ya conozco bien la casa no me voy a perder,
siga con sus quehaceres no la queremos interrumpir— Manel le dedicó un
sonrisa.
—Está bien, avísenme si necesitan alguna cosa.
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agradaba a Delorean: era una enrevesada forma de definir a la masturbación
como la relación sexual más pura. «Follarse a sí mismo» como decía él.
Se sentó en la silla de un respaldo ancho, con apoyabrazos y ruedas en su base.
Cogió el ratón y comenzó a pasar el puntero escudriñando las carpetas sobre el
fondo. Se detuvo sobre una de ellas llamada U.R.
—Creo que tenemos algo Iris, mira el nombre de esta carpeta— dijo
clicándole con el ratón dos veces para abrirla.
Dentro de ella había dos carpetas más, una llamada “FRANCIA” y la siguiente
“ESPAÑA”. Clicó sobre la de España y aparecieron una cantidad de carpetas con
nombres de personas: Raúl Morales, Vicente García, Susana Gómez….
—¡¿Pero esto qué diablos es?!— Exclamó Manel sin dejar de mirar la
pantalla.
Siguió mirando nombres y bajando la barra de desplazamiento, hasta que se
detuvo en una “Sergio González”. Su cara se transformó en una estampa de
sorpresa y pánico.
—¡¿Sergio?!—
—¿Qué ocurre Manel? ¿Quién es Sergio?— preguntó Iris.
—Sergio González, es mi otro amigo que conocí en la facultad ¿Por qué está
su nombre entre todas estas carpetas?
Pinchó de nuevo, dos veces, sobre el nombre de su amigo y aparecieron varios
archivos con extensión .avi.
—¿Unos vídeos?— preguntó extrañado Manel.
Accedió a uno de los archivos para visualizarlo y se abrió un programa de visión
de vídeo. Lo que sus retinas recibieron, los dejó petrificados.
—¡Dios mío! — exclamó Iris llevándose la mano a la boca.
En la pantalla aparecía la imagen de Sergio en blanco y negro, enfocado desde
arriba, amordazado y maniatado a una silla tal cual había estado Manel. La
habitación reunía las mismas características en la que estuvo retenido él.
Pulsó el siguiente vídeo dentro de esa misma carpeta. El enfoque había
cambiado y ahora estaba de frente, un hombre surgió en la pantalla, debido a la
posición de la cámara no se le veía de cuerpo entero. Fue hasta su amigo y le
puso una capucha en la cabeza. Manel sabía lo que venía a continuación, la
tortura con agua sobre sus orificios respiratorios. Comenzó a tener sudores fríos
y su mente volvió a sentir el miedo en estado puro.
Iris contemplaba el vídeo con horror, no podía creer nada de lo que estaba
viendo. De repente el sonido de música clásica proveniente de la calle la extrajo
de su ensimismamiento. Manel continuaba con la visualización pasando de un
vídeo a otro. Ella se encaminó hacia la ventana, miró hacia abajo y vio un
vehículo azulado esperando que la puerta automática del garaje se abriera para
poder entrar.
—¡Manel tenemos que irnos!
El chico estaba absorto en la pantalla. Las imágenes del último vídeo de la lista,
de su amigo, reflejaban como su raptor sacaba una pistola y le apuntaba en la
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cabeza después el hombre…. La pantalla quedó en negro, Iris había apagado el
ordenador.
—¡¿Me escuchas?! ¡Tenemos que irnos! Un coche está entrando en el
garaje— increpó Iris.
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Delorean conducía su Mercedes azulado por la C-32. Ese vehículo había sido un
obsequio de sus padres en uno de sus aniversarios. Le encantaba conducir sobre
el límite de velocidad permitido, con las ventanillas abiertas, pese a que lloviera,
y con música clásica a todo el volumen que le facilitaba el reproductor. En el
cenicero, el humo de un liado de marihuana escapaba por la ventanilla.
Se sentía poderoso manejando un vehículo con un motor de esa gran cilindrada.
La mezcla del viento que entraba, la velocidad, la música y el cannabis le
provocaban una sensación de libertad y era una de las maneras de dejar su
mente en blanco, alejándose de sus pensamientos.
Tuvo que reducir velocidad al insertarse en la ciudad. Continuó conduciendo
hasta que se adentro en una estrecha carretera de un solo sentido, que le
conducía hasta su casa. Apuró las últimas caladas del liado y lo lanzó por la
ventanilla, éste se apago nada más tocar el asfalto mojado.
Casi ya cerca de detener el vehículo y presionar el pequeño mando que abría el
garaje, vio que dentro de su dormitorio había luz «María estará haciendo sus
labores» pensó.
La puerta del parking se cerró automáticamente después de que ingresara el
vehículo y saliera de éste quitando las llaves del contacto.
Abrió una puerta situada en uno de los extremos del garaje y apareció dentro de
la casa. Vio a María, la sirvienta, limpiando una amplia mesa de cristal, lugar
destinado para comidas o cenas cuando tenían visitas. La mujer se giró al
escuchar cerrarse una puerta.
—Hola señorito Márquez, no le esperaba a esta hora.
—Se ha suspendido la última clase, por lo visto el profesor no ha podido
asistir— dijo colgando las llaves en una de las argollas clavadas cerca de la
puerta por la que había entrado.
—Por cierto, el señor Manel está en su habitación con una chica muy linda,
vino a recoger un libro de arte o algo así.
—¡¿Cómo dices?!
Delorean subió las escaleras que conducían a su cuarto a toda prisa, María lo
miró correr y puso cara de sorpresa.
La puerta de su habitación estaba abierta, con las luces encendidas, vacía. Ni
Manel, ni la chica que le había comentado María, estaban allí. Una hoja encima
de su cama le llamó la atención, se acercó a ella y leyó cinco palabras escritas
con una ortografía rápida “SÉ A QUE TE DEDICAS”.
Delorean dejó caer la nota sobre la cama, de repente escuchó una voz débil que
provenía del piso de abajo.
—¿Ya se marchan?— decía María
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Seguidamente Delorean escuchó un portazo. Salió de la habitación y bajó las
escaleras tan rápido como pudo, recorrió el camino hasta la puerta y la abrió.
Salió corriendo tras un vehículo blanco que acaba de ponerse en marcha.
—¡Manel, regresa!— gritó lo que sus pulmones le dieron de sí mientras no
dejaba de correr.
Finalmente se detuvo, al ver que era inútil seguir esa carrera tras un coche. La
lluvia caía a raudales y estaba ya completamente empapado. Se encaminó bajo
el porche de su casa, sacó su teléfono móvil y tecleó unos números y letras. «No
he conseguido retenerlo, pero la matrícula del coche será de gran ayuda»
pensaba.
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apagara el ordenador, era a ese hombre empuñando un arma sobre la cabeza
de su amigo. La angustia se le concentró en el estómago en forma de nervios.
No sabía si aquel individuo había apretado el gatillo o simplemente era para
infundirle miedo. La preocupación ofuscaba su mente.
—Tengo que saber si Sergio está bien— dijo Manel con tono inquieto.
—Ni hablar Manel, esto está empezando a irse de nuestras manos, estamos
tratando con un grupo bien organizado y que no es la primera vez que hace
secuestros, por lo que hemos podido ver en el ordenador— su voz sonaba seria
—Lo mejor es que vayamos a la policía y que pase lo que tenga que pasar.
Podemos hacer que ellos registren el PC de tu amigo y eso lo aclarará todo.
—¡¿A la policía?! Ya viste que mi hermana y a uno de mis raptores que
estuvieron en esa comisaría, de alguna manera les convencieron de algo—
Manel estaba desesperado, se notaba en su forma de decir las palabras —Y
Delorean no es tonto, sabe que hemos estado allí y se desprenderá de toda
prueba referente a todo esto.
Iris seguía conduciendo, se quedó sin decir nada, pensando en que la mejor
decisión era acudir a la policía. Quería ayudar a Manel, pero la situación se
estaba poniendo cada vez más peligrosa. Después de un momento habló.
—Aunque tu amigo se desprenda de toda prueba, la policía seguirá
investigando en cualquier caso. Irá al lugar donde te raptaron y allí seguro
encontrarán algo— Iris seguía en sus trece.
—Pero Iris…— Manel agachó la cabeza —Está bien, llévanos a tu casa y allí lo
pensaremos mejor ¿De acuerdo?— dijo sumiso, sabiendo que no podría
convencer a su compañera.
Aunque se conocían de poco, habían creado un vínculo especial desde el primer
momento. Eran de esa clase de personas que no se conocen de nada pero al
encontrarse es como si se conocieran de siempre, como si se hubieran
encontrado en vidas anteriores.
Después de haber estado todo el trayecto en silencio y cada uno sumido en sus
propios pensamientos, estaban de vuelta en casa de Iris. Manel se dejó caer en
el sofá, cansado, abatido y con ese tremendo dolor de cabeza que no lograba
desprenderse. Ella por el contrario estaba excitada, nerviosa.
Sin mediar palabra con su acompañante se dirigió al servicio, cerró la puerta, se
despojó de toda la ropa y se introdujo en la ducha a intentar serenar su mente y
su cuerpo. Quería continuar la conversación que había dejado a medias en el
coche, de acudir a la policía y que terminara esa pesadilla de una vez por todas.
Mientras el agua recorría todo su cuerpo pensaba en que quería recuperar su
vida, que todo volviera a la normalidad. Sentía algo muy especial por Manel.
Todo había sucedido demasiado rápido y se había dejado llevar impulsivamente
por las emociones, pero no podía ignorar lo que le gritaba su corazón. El agua
templada siguió cayéndole durante un largo rato y mezclado con ejercicios de
respiración que practicaba, que había aprendido en algunas clases de yoga que
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dio antaño, cuando una de sus amigas y compañera de trabajo la convenció
para que se apuntara a dichas clases. Estaba surgiendo efecto, su mente se
despejaba y sus músculos se relajaban.
Después de un rato evadiéndose de todo pensamiento negativo se sintió mejor,
cerró el grifo y el agua dejó de caer. Salió de la ducha y le llegó a su oído como
sonaba el timbre de la puerta de su casa.
—¡Manel! ¡¿Puedes abrir?!— alzó la voz para que se le oyera detrás de la
puerta.
El timbre siguió sonando cada vez más repetidamente.
—¡Manel por favor! ¡¿Puedes abrir la puerta?
El sonido continuaba emitiéndose y esta vez acompañado de golpes a la puerta.
Iris, se puso el albornoz rápidamente y con el pelo empapado salió del baño,
dejando un reguero de agua por donde pasaba. Llegó a la puerta, la abrió y se
quedó atónita tras ver quienes estaban tras ella.
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Ella tenía el cuerpo tembloroso, la cara pálida y los nervios agarrados a su
estómago. No tuvo más remedio que claudicar y dejar entrar a los Mossos
d´Esquadra.
Los policías entraron en el pequeño hogar de Iris y registraron habitación por
habitación y no obtuvieron ni rastro de la persona que buscaban.
Iris no podía creer que Manel no se hallara en su casa. Centró su mente y
preguntó.
—¿Me pueden explicar que está sucediendo?
Los agentes omitieron la respuesta. Ella continuó hablando.
—A la persona que buscan, a Manel, lo secuestraron días atrás y yo le ayudé a
escapar de uno de los raptores que le perseguía en carrera. ¡¿Me puede explicar
que sucede con todo este asunto?!
—Señorita cálmese por favor— dijo el agente que aún no había abierto la
boca.
Éste se fijó en una mesa que había detrás de la chica y vislumbró un papel
encima de ella, se acercó a recogerlo y leyó la nota de Manel en voz alta,
después de terminar de leer, miró a su compañero, luego a la chica y con tono
suave dijo.
—Señorita ¿De verdad no sabe lo que está sucediendo?
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Manel estaba fuera de sí, una furia le recorría el cuerpo como el veneno de una
serpiente.
—Manel, amigo mío relájate por favor— dijo Delorean desde atrás —Todo
este asunto tiene…
Delorean no pudo acabar la frase porque Manel se arrojó contra él y lo agarró
por el cuello y con su mano derecha le propinó un puñetazo que hizo perder el
equilibrio a Delorean cayendo sobre el piso de espaldas. Manel al intentar
continuar la trifulca comenzó a sentirse mareado, todo le daba vueltas como si
el mundo girara, el dolor de cabeza se intensificó de una manera descomunal,
sentía como un mazo le golpeara el mismísimo cerebro. Comenzó a sudar, sintió
frío, las fuerzas comenzaron a fallarle flojeándole las piernas, haciendo que
hincara sus rodillas en el suelo. Notó un líquido que surgía de sus orejas, se llevó
la mano a una de ellas y sintió en su tacto como agua espesa. Se miró la mano
intentando centrar la vista y vio sus dedos teñidos de rojo «estás sangrando por
los oídos» le decía una voz dentro de su cabeza. Sin dejar de darle vueltas todo
el entorno una arcada que trepó desde su estómago le hizo vomitar
contrayendo todos sus músculos. «¿Qué me está pasando?» Escuchaba voces,
suponía que procedían de Delorean y Sergio pero no lograba discernir las
palabras. «¡Me han envenado. El vaso de agua que me dio aquel tipo francés
debía de contener algo más que un simple sedante. Mierda este es mi fin». De
repente la vista de Manel comenzó a oscurecerse poco a poco hasta que la
oscuridad se hizo completa y envolvió todo su ser.
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Manel despertó, le costó abrir los párpados, los abría y cerraba para que sus
pupilas se habituaran a la luz. Estaba en una habitación blanca. No sabía que
había sucedido después de que aquella oscuridad le envolviera. «¡No puede ser,
me han capturado de nuevo!»
Se percató que esta vez no estaba sentando a ninguna silla, si no que su cuerpo
yacía tumbado sobre una cama. «¿Estoy atado a una cama?» Intentó mover sus
manos y lo consiguió. Estaba libre de ataduras. Notó como una sábana le cubría
el cuerpo hasta más arriba de la cintura. Miró hacía un lado y vio una persona
que dormía recostada en una silla.
—I…— intentó vocalizar pero tenía los pliegues vocales agarrotados—
carraspeó un par de veces— Iris— consiguió decir.
Ella abrió los ojos y se levantó como un resorte, le agarró la mano.
—¿Dó…dónde estoy? ¿Qué ha pasa…pasado?
—Tranquilo, todo está bien. Estás en un hospital— dijo ella con una sonrisa
en su cara mientras pulsaba un botón que colgaba de un cable para avisar al
médico.
En ese momento se abrió la puerta y entró su hermana Inma, acompañada de
un hombre mayor en edad, su cara le era familiar. «¡No puede ser, ese es el
hombre de mis sueños!»
Miró a su hermana y como un fuego interno que le recorriera el cuerpo se puso
eufórico.
—¡Qué hace ella aquí y quien cojones es ese hombre!— gritaba como si la
vida le fuera en ello —Sácame de aquí Iris por favor vienen a matarme!
Inma comenzó a llorar, no pudo contener las lágrimas al ver a su hermano en tal
estado y lanzado tales acusaciones contra ella.
Un hombre con una bata blanca seguido de una mujer ataviada completamente
del mismo color de la bata del hombre, aparecieron tras su hermana y aquel
hombre de sus sueños.
Manel no dejaba de gritar e intentar levantarse para salir huyendo.
—Rápido enfermera suminístrele una dosis de valium— dijo el hombre de la
bata blanca que parecía ser el médico.
Agarrándolo entre Iris y aquel médico la enfermera introdujo una inyección en
uno de sus brazos, Manel no cesaba de gritar y pedir auxilio como un
desesperado.
A los segundos la medicación comenzó a hacer efecto y su cuerpo no pudo
luchar contra ello y se dejó llevar. Se quedó dormido.
Despertó a las horas, desorientado de nuevo, le costó ubicarse. Esta vez sí tenía
las manos atadas con unas correas a unas barandas de la cama. Vio de nuevo a
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Iris y al hombre de la bata blanca. Escudriño la habitación buscando a su
hermana y a aquel hombre mayor, pero no había rastro de ellos. Posiblemente
había sido un mal sueño pensó.
—Tranquilícese señor Prats— le decía el hombre que le sujetaba los párpados
acercándole una pequeña luz a sus ojos —Soy el doctor Mateo del área de
neurología. Se encuentra usted en una habitación de la U.C.I, le hemos atado las
manos a la cama por su seguridad— su voz era suave y apaciguadora —Ha
tenido usted mucha suerte, unas horas más y puede que hubiera fallecido a
causa de un derrame cerebral.
Manel no daba crédito a lo que escuchaba.
—¿Pero cómo me ha podido ocurrir esto?— preguntó Manel.
—¿Recuerda usted haberse llevado un golpe en la cabeza, por pequeño que
fuera? —le preguntó el doctor.
Manel intentó rebuscar en su memoria, como quien busca en un cajón
desordenado. Repasó todo su secuestro. Las imágenes del puñetazo en su
garganta de aquel hombre encapuchado, la tortura del agua… tuvo que
retroceder un poco más en sus recuerdos y finalmente lo vio como una
proyección dentro de su cabeza.
—Sí, recuerdo estar en una discoteca, tropezar con unos escalones y dar con
la cabeza contra el suelo ¿Puede haber sido eso?
—Sí, perfectamente pudo haber sido esa la causa— argumentó el doctor —Le
hicimos unos escáneres y detectamos una fisura en su cráneo, seguramente
estos días ha debido de tener un terrible dolor de cabeza, mareos, sudores y tal
vez hasta visiones— el doctor continuó hablando —Dígame ¿Sabe usted en qué
día de la semana estamos?— Manel negó con la cabeza —¿Conoce en qué año
estamos y sabe cómo se llama?— Él dijo el año y su nombre a la perfección sin
tener que esforzarse. El doctor continuó preguntando sin que Manel supiera a
que se debían esas preguntas —¿Conoce usted a esta chica y sabe cuál es su
nombre?— dijo señalando a Iris.
—Sí, la conozco se llama Iris, ella me ayudó a escapar cuando conseguí
escapar de esas personas que me tenían secuestrado— Manel le lanzó a la chica
una sonrisa, pero vislumbró en su cara una sombra de seriedad.
—De este tema le queríamos hablar, pero creo que no soy la persona
adecuada para hacerlo— dijo el doctor indicándole a Iris que, con un gesto, para
que hiciera pasar a la persona que se encontraba tras la puerta.
—¿Qué está sucediendo?— preguntó Manel con nerviosismo e intentando
zafarse de las ataduras de la cama que sujetaban sus muñecas.
La puerta se abrió y entró aquel hombre mayor, el que había visto en sus sueños
dentro de una limusina y que le recordaba a un actor famoso. Vestido con un
traje elegante y su pelo canoso se acercó lentamente a Manel.
—Hola Monsieur Prats ¿Cómo se encuentra?— dijo aquel hombre con un
destacado acento francés.
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—¿Quién cojones es usted?— miraba a Iris buscando una mirada de apoyo
pero ella permanecía con su gesto serio.
—Tranquilízate Manel— dijo el doctor omitiendo decir señor, para sonar más
cercano y amigable —deja que este hombre hable por favor
—Mi nombre es Clermont Chaillot ¿No se acuerda de mi?
—No tengo ni la más remota idea de quién es usted, sólo sé que lo he visto
en sueños y no le encuentro explicación— Manel estaba completamente
confundido.
—Manel es normal que no se acuerde de este hombre, has estado en coma
quince días y tu memoria ha sido afectada debido a la fisura craneal que te
hiciste con aquel golpe. Los análisis de estupefacientes nos han dado positivo y
eso pudo ayudar a desencadenar tu estado— el doctor intentaba dar
explicaciones a su paciente.
—¡¿Cómo, quince días en coma?!— Manel no podía creer lo que estaba
escuchando de la boca del doctor.
—No te preocupes, estás fuera de peligro ahora sólo estamos averiguando
hasta qué punto ha sido afectada la parte de tu cerebro, donde digamos se
“almacenan” tus recuerdos— el médico hablaba descartando palabras
complicadas para que Manel las entendiera —Continúe señor Chaillot por favor.
—Como te decía mi nombre es Clermont Chaillot y soy dueño de una
empresa…
—¡Me importa una mierda a lo que usted se dedica!— interrumpió Manel
que se sentía indefenso postrado y atado a esa cama —Lo que yo quiero saber
es por qué cojones sueño con usted si no le conozco de nada.
—Por favor Manel, deja hablar a este hombre y lo entenderás todo— habló
Iris acariciándole la mano.
Como le había sucedido, varias veces, esa presencia y tacto tranquilizador de la
chica creaba “magia” en su cuerpo y aplacaba sus malas emociones.
El hombre de sus sueños que vestía con un traje impecable gris continuó
hablando después de la interrupción.
—Monsieur Prats— carraspeó —La empresa de la cual soy dueño y director
se llama Última Realidad —Manel al escuchar esas dos últimas palabras hizo
que captara toda su atención —Esta empresa lleva funcionando poco tiempo en
vuestro país, en Francia llevamos varios años de experiencia…
—No entiendo nada ¿A qué demonios se dedica su empresa?— interrumpió
de nuevo Manel.
Clermont miró a Iris, al médico y finalmente a Manel.
—Nuestra empresa se dedica a secuestros exprés.
—¿Qué? Me está diciendo que raptan a la gente ¿Y no les meten en la
cárcel?— los nervios del chico estaban a punto de salir por cada uno de sus
poros, sus músculos se tensaron.
—No, Monsieur Prats no nos meten en la cárcel porque son nuestros clientes
quien nos dicen que los secuestremos.
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Un mes antes.
Manel estaba nervioso había quedado a las doce y media de la mañana. Llovía
a cántaros y no había traído paraguas. Estaba esperando a que le vinieran a
recoger en un punto donde habían quedado previamente. Sujetaba un maletín
negro en su mano derecha. El tráfico era denso y lo lejos vio aparecer una
limusina negra.
Cuando por fin llegó, la limusina se detuvo y un chófer salió para abrirle una de
las puertas traseras para que entrara. Él entró y se sentó en un asiento amplio y
cómodo, dejó su maletín a un lado. Enfrente de él se hallaban dos personas. El
hombre mayor le estrechó la mano, se presentó como Clermont Chaillot.
—Y este hombre es un integrante importante de nuestra empresa, le
presento a Alain Neveu.
Se estrecharon, también, la mano. Los dos hombres poseían un claro acento
francés.
—Su amigo, el señor Márquez, más conocido por sus amistades como
Delorean, nos confirmó esta cita diciéndonos que estaba usted interesado en
contratar nuestros servicios. Es buen chico y desde que trabaja para nosotros
nos ha conseguido gran cantidad de clientes en su país, además como usted
sabrá se dedica a montar los vídeos para que ustedes luego los tengan como
recuerdo de la experiencia— el hombre, que le recordaba a un actor famoso
hablaba con serenidad y denotaba una gran veteranía en sus palabras.
—Sí, exactamente fue él quien me hizo conocedor de su empresa— dijo
Manel —Les he traído la cantidad acordada en este maletín— Abrió el maletín y
asomó una gran cantidad de dinero, el cual cerró de nuevo y se lo entregó al
hombre más joven que le presentaron como Alain Neveu.
—Su amigo, nos comentó que quiere contratar el servicio más “duro”, el
paquete extra como llamamos nosotros. Como sabrá, por su amigo, este
paquete nos da autoridad para torturarle y sólo le podremos retenerle un
máximo de setenta y dos horas por la legislación que nos obliga su país. De
todas formas en este documento que le doy, el cual ha de firmar, lo explica todo
muy claramente. Por favor léalo sin prisa es muy importante que le quede todo
bien claro.
Manel leyó punto por punto el documento que le había entregado aquel
hombre, deteniéndose por último en el eslogan de la empresa “SOMOS
EXPERIENCIA, SOMOS DESPERTAR, SOMOS ÚLTIMA REALIDAD”. Le pareció un
lema publicitario muy adecuado. Después y conforme con lo leído firmó al final
del folio que devolvió al señor Chaillot.
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—Tome, esta copia es para usted guárdela bien, en el reverso de esta hoja
encontrará unos números de cuatro dígitos que tendrá que memorizar y que
serán utilizados como clave para detener el proceso y terminaremos el “juego”.
Repito memorícela bien ya que esta clave detiene el secuestro. Si en algún
momento, cuando se le pregunte o siente que no puede continuar mencione
estos números y todo acabará. ¿De acuerdo?
Manel asintió, miró por la ventana y veía como la gente corría para
resguardarse de la lluvia. Había quedado en esa limusina para guardar su
anonimato, no quería que nadie conociera, a excepción de sus amigos, que iba a
someterse a ese “juego”. Cuando su amigo Delorean le contó su propia
experiencia y que Sergio también había experimentado, él quiso también
probarla. Según le contaban, esa experiencia le cambiaría la vida y haría que se
sintiera menos vacío apreciando más la vida.
El hombre continuó hablando.
—Es una de las pocas personas que contrata el paquete extra y debido a la
gran suma de dinero que cuesta éste, haremos que disfrute de la estancia. Es
costumbre en nuestros clientes que una vez han pasado por esta experiencia se
tatúen nuestro logo de la empresa, es un logo que se basa en un escudo, con las
siglas U.R (Última Realidad) y que está decorado en ambos lados por una
especia de alas que significan resurgir, como el Ave Fénix. Ya que usted, como le
decía es de los pocos que ha contratado el paquete extra dentro de unos días le
tatuaremos, si usted lo desea y en el sitio que elija de su cuerpo, parte de este
símbolo, una vez complete la experiencia le añadiremos las siglas.
Manel accedió a tatuarse este símbolo como recordatorio. Ya tenía pensado el
lugar donde lo pondría, en la espalda, entre los omoplatos. No quería ser tan
ostentoso como su amigo Delorean llevándolo en su muñeca.
—Las Últimas cosas que debe conocer, es que no sabrá qué día le
“secuestraremos”. Trabajamos con el factor sorpresa, lo único que sabrá es que
puede que vea el símbolo en algún lugar cercano y que la persona que trabaja
para nosotros le dirá, en algún momento, una frase: “Disfrute de la estancia”.
Todas las preguntas que le hagamos, excepto la de la clave, serán de nuestra
invención, por lo demás no puedo explicarle nada más, para hacer, como le he
comentado, de su experiencia una sorpresa. ¿Tiene alguna pregunta que
hacernos Monsieur Prats?
—No, se ha explicado usted con toda claridad— dijo Manel.
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-26-
En la actualidad.
Manel sentado en el sofá del humilde piso de Iris, estaba media adormilado. El
médico, tras haberse quedado unas semanas ingresado y en observación, le dijo
que mantuviera reposo durante, al menos, una semana más.
—El funcionamiento del cerebro es muy complicado Manel, puede que un
día vayas recuperando esa memoria perdida o puede que nunca lo hagas, pero
por lo que hemos visto, tu cerebro no ha perdido la facultad de guardar nuevos
recuerdos, así que puedes hacer una vida normal— le había dicho el doctor
Mateo que durante ese tiempo se cogieron gran aprecio mutuo.
Mientras el sueño se apoderaba de él, pensaba en que nunca se acabaría ese
tatuaje y que cuando tuviera la oportunidad borraría ese horrible recuerdo de
su piel, con una técnica láser que Iris le mencionó. En ese momento le sonó el
teléfono móvil que reposaba en una pequeña mesa enfrente del sofá. Se
levantó a desganas a por él y en la pantalla de su Iphone se podía leer: “Inma”.
Descolgó.
—Hola Inma ¿Qué pasa?
—Hola Manel, te llamaba para saber cómo te encuentras— dijo su hermana.
—Bien, Inma bien, estaba casi quedándome dormido— dijo con voz cansada.
—Me alegro hermanito que todo marche bien— Manel dedujo alegría en sus
palabras— Aún estoy arreglando papeleos con la policía, tú de eso no te
preocupes de nada que ya me encargo yo ¿De acuerdo?
—Vale Inma, muchas gracias. ¿Cómo está mamá?
—Está bien, recuperándose aún del susto que nos llevamos pero está mejor,
luego llámala sin falta por favor.
—De acuerdo, luego la llamo no te preocupes.
—¡Ahhh! Se me olvidaba decirte que Sergio y Delorean quieren verte, siguen
preocupados por ti, han ido a casa a visitarte y como no saben donde reside Iris
me han dicho que te diera el mensaje ya que no quieren molestarte a llamadas
mientras estés en reposo.
—Ok, Inma también les llamaré y les daré la dirección de casa de Iris. Gracias
por llamar. Un beso.
—Un beso Manel, cuídate mucho.
La llamada finalizó y dejó el teléfono móvil donde estaba. En ese instante Iris
salió de la cocina portando en sus manos dos tazas de té.
—¿Con quién hablabas, con tu hermana?— preguntó la chica dejando las
tazas sobre la mesita.
—Sí llamaba para preguntar por mi estado— contestó Manel.
—Tienes una buena hermana Manel— tras decir esto le besó en los labios.
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EPÍLOGO
Isabel, llegaba a casa tras un día duro de trabajo. Era la directora de una
sucursal bancaria y tuvo que quedarse hasta bien tarde para ponerse al día en
sus tareas. Estaba exhausta. Cogió una gran copa de vino y vertió un poco de un
Albariño que le regaló su padre. Se lo llevó a los labios sentada en un amplio
sofá blanco, a la vez que se desprendía de sus zapatos de tacón que le tenían los
pies molidos. Mientras saboreaba ese preciado líquido que relajaba la tensión
de su cuerpo escuchó un ruido en su dormitorio que la distrajo de su
relajamiento.
—Misy ven aquí— dijo llamando a su gato persa.
De nuevo escuchó otro ruido esta vez más fuerte.
Al ver que la gata no hacía caso a su llamada, decidió levantarse en busca de
ella. Descalza, recorrió el pasillo hasta su habitación. Cuando iba a encender la
luz de ésta un hombre alto surgió de las sombras, con un parche que le tapaba
el ojo. Seguidamente la agarró con fuerza, le tapó la nariz y la boca con un
trapo.
—Mi nombre es Monsieur Neveu, disfrute de la estancia.
Ella poco a poco se fue quedando dormida al respirar lo que fuera había en ese
paño, la estaba haciendo desvanecerse. Antes de que sus ojos se cerraran del
todo pensó «comienza mi “juego»
FIN
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NOTA DEL AUTOR
Aunque todo lo relatado en este libro es ficticio, existen empresas en la vida real
que se dedican a secuestrar a la gente.
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La duración del secuestro depende del cliente, pero el tiempo límite es de once
horas.
"Después no puedo asegurar al cliente un realismo", dice. "Más de once horas,
va a pensar y va a comprender que no es real".
Cexus descarta que haya momentos de violencia física, pero sostiene que el
cliente tiene la posibilidad de establecer "qué tipo de violencia psicológica
quiere".
Y aunque dice tener entre uno y dos clientes por día, incluidos empresarios,
también niega que alguno de ellos haya experimentado una crisis nerviosa o
algo que se le parezca.
Consultada por BBC Mundo, la prefectura de policía de Besançon declinó hacer
comentarios sobre las actividades de esta empresa.
El menú de ofertas de la empresa es novedoso en Francia, donde el secuestro
está lejos de suponer un gran problema de seguridad pública como en algunos
países latinoamericanos.
Liliana Daligand, una psiquiatra francesa experta en víctimas, compara la idea
del "secuestro a la carta" con el bungee jumping, una actividad en la que se
salta desde un puente o plataforma elevada atado a un elástico.
A su juicio, las sensaciones fuertes que generan ese tipo de actividades pueden
causar una adicción similar a las drogas.
"La adrenalina siempre se segrega en momentos de sensaciones fuertes como el
miedo, la angustia, el pavor", dice Daligrand. "Eso da un efecto al cuerpo y la
mente, los hace funcionar más rápido, da una sensación fuerte".
Pero advierte que en determinadas personas el efecto puede ser negativo.
"Para algunos que son frágiles, se puede confundir el juego y la realidad y
provocar consecuencias nefastas".
Cexus niega que lo suyo sea un juego y dice ser consciente de que en América
Latina y otras regiones el secuestro supone un drama cotidiano.
"Entiendo a la gente que tiene problemas con ello", asegura. "Pero yo tengo una
actividad legal y segura, no quiero hacer una conexión entre estos dos casos".
Fuente: www.publimetro.com
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