Uno - El Tango Fundamental de Marianito Mores y Discepolín
Uno - El Tango Fundamental de Marianito Mores y Discepolín
Uno - El Tango Fundamental de Marianito Mores y Discepolín
Alejandro Rapetti
PARA LA NACION
Enrique Santos Discépolo y un joven Mariano Mores, los autores de la letra y la música de
"Uno"
CUDES - Instituto de Cultura
13
“Uno busca lleno de esperanzas / El camino que los sueños prometieron a sus
ansias / Sabe que la lucha es cruel y es mucha / Pero lucha y se desangra por la fe
que lo empecina / Uno va a arrastrándose entre espinas / en su afán de dar su
amor / Sufre y se desangra hasta entender / que uno se ha quedao sin corazón /
Precio de castigo que uno entrega /Por un beso que no llega o un amor que lo
engañó / vacío ya de amar y de soñar tanta traición”.
Aquella noche, entre los invitados estaba Enrique Santos Discépolo, en compañía
de su esposa Tania, para entonces ya una exitosa cantante de tangos. También
estaba el joven pianista y compositor “Marianito” Mores, en ese momento de 21
años, pero que ya se había ganado un lugar en el ambiente del tango porteño no
sólo por su dominio del piano, sino también porque ya había conocido el éxito
de “Cuartito Azul”, tango que había compuesto a sus 17 años, con letra de Mario
Battistella Cuenta la historia que una vez terminado el show de la orquesta de Di
Sarli, el público pidió que la joven Tania subiera al escenario para interpretar
algunos tangos de Discépolo. Tania aceptó y subió a cantar acompañada por el
joven Mariano Mores al piano. Cuando terminaron, Discépolo, quien era ya un
escritor y autor reconocido, se acercó para felicitarlo, entonces el pianista
aprovechó para comentarle que tenía algunas obras escritas y que le gustaría que
el maestro las escuchara. Sin dudarlo, Discépolo lo invitó a su casa de La Lucila
para escucharlos.
A la semana siguiente, Mores llegó hasta lo de Discépolo con la partitura de dos
tangos bajo el brazo: “Tango argentino”, que tenía un aire pampeano y pronto se
llamaría “Adiós pampa mía” y “Cigarrillos en la oscuridad”. Fue esta última
melodía la que llamó la atención de Discépolo, quien le pidió que la tocara
reiteradamente mientras hacía algunas anotaciones en una libreta. Pasaron las
semanas y los meses y cada vez que se encontraban, Mores le consultaba cómo
iba con la letra, a lo que Discépolo respondía metódicamente. “En eso estamos,
pibe, ya vas a ver lo lindo que va a quedar ese tango”.
“... La cuestión es que en esa época estaba raro, no sé en realidad qué diablos me
pasaba, me entró de pronto una melancolía inexplicable, una melancolía de
canario, yo que generalmente tengo buen humor, estaba insoportable, quería
pelearme con todo el mundo. Con los guardas, con los colectiveros. ¿Se dan
cuenta? Yo con este cuerpo quería pelear. Fue una temporada terrible. En casa,
un poco alarmados, llamaron al médico. No tenía nada. El médico, pobrecito, me
aconsejó lo de siempre, que dejara de fumar, que dejara de beber, que dejara de
acostarme tarde. Puesto que se trataba de dejar de hacer algo, yo decidí dejar de
tomar el tranvía. Seguí fumando, bebiendo, y acostándome tarde. Porque lo que
en realidad tenía, era vejez, cansancio. Cansancio de vivir. En ese momento me
hubiera gustado hablar de otra manera, respirar de otra manera, caminar al
revés, que se yo. Me molestaba el tráfico, las bocinas, el grito de los vendedores.
Aquí, entre nosotros, nada justificaba ese estado mío. Lo tenía todo, estaba sano,
era feliz. Un hombre en esas condiciones debería cantar, saltar de
alegría, sonreír como fabricante de dentífrico. En cambio, yo escupía
pólvora, estaba áspero como un limón, intratable. Me acuerdo de
aquellos días, cuando hice lo único lógico en ese clima de ilógica: me encerré. No
en un baúl ni en un ropero. Me encerré en mi casa, desconecté el teléfono. La
puerta de entrada no se habría para nadie, y en esos diez días de 1943 pensé en mi
vida, en las cosas de mi vida. Pero ojo, no pensé en los momentos buenos, no,
pensé en los malos momentos, y esa fue la autovacuna que me curó. Es decir que
me curé con mi propia rabia, con mi propia amargura. Aquello pasó y
seguramente no volverá a repetirse. Cité aquel estado especial de mi espíritu para
justificar esa amargura descripta en el tango ‘Uno’, poesía que muchos amigos me
dijeron que les resultaba tremenda y desoladora. Tal vez tengan razón, no sé, pero
lo que sí es cierto es que en otras circunstancias no hubiera escrito lo que
escribí. Aquellos diez días de locura absurda me ayudaron a preparar
el tema, la desilusión amarga del que no puede amar aun queriendo amar no
había sido tratada todavía. Yo aprendí en aquellos días de reviro que la gente
sería inmensamente feliz si pudiera no presentir”, reveló el poeta.
Ya con la letra y la música terminadas, lo estrenó Tania en abril de 1943 en
el teatro Astral, y el éxito fue tal que a continuación lo grabaron otros
grandes como Carlos Roldán con la orquesta de Francisco Canaro,
Alberto Marino con la orquesta de Aníbal Troilo, Héctor Mauré con
Juan D’Arienzo y Oscar Serpa con Osvaldo Fresedo, y otros grandes del
género como Hugo del Carril, Julio Sosa, Libertad Lamarque hasta el polaco
Goyeneche, para muchos, la mejor versión de todas.
Alejandro Rapetti