RE Boilerman

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BOILER-MAN

Juan Núñez

Titulo original: RE: Clumsy Boilerman 1

Primera edición digital en México: Mayo 2019

Segunda edición impresa y digital en México: Julio 2019

Tercera edición digital internacional: Mayo 2020

Cuarta edición digital internacional: Marzo 2023

D. R. C. 2019 Juan Núñez

Edición de portada: Juan Núñez

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por el autor.
Para Aldo Martínez
"Reconoce a un héroe sólo con verlo, no hay muchos como
él en las calles, volando de un lado para otro salvando ancianas
como yo, y Dios sabe que los Henrys necesitan un héroe, gente
valiente que se sacrifique, poniendo el ejemplo a todos. Todo
el mundo ama a un héroe, se forman para verlos aclamarlos,
gritar su nombre y con los años relatan cómo soportaron
horas de lluvia solo para ver al que les enseñó a resistir un
segundo más. Me parece que hay un héroe en todos nosotros,
nos da fuerza, nos hace nobles, nos mantiene honestos y al
final nos permite morir con orgullo, aunque a veces haya que
ser firmes y renunciar a aquello que más queremos, hasta a
nuestros sueños”

Spiderman 2, dirigida por Sam Reimi (2004)


CLUMSY

BOILER-MAN
JUAN NÚÑEZ
CAPÍTULO 1
CUANDO TERMINE DE MORIR

Santiago de Querétaro, 2008

Cerca de la calle Guerrero, en el centro de la ciudad de


Querétaro, Aldo Martínez comenzó a sudar frio cuando a sus
catorce años estaba enfrente de una chica. Él hubiera deseado
que se tratase de alguna cita y ella deseaba desesperadamente
que el niño se alejara lo mas pronto posible del mostrador.
Mientras ella mascaba un chicle y el sutil sonido de sus dientes
rechinando se hacían presentes, Aldo mantenía la mirada fija
en ella, sin alguna expresión y con las gotas de sudor
escurriéndole por las cejas mientras miraba de reojo por la
ventana del Oxxo, asegurándose de que no pasara alguna
persona demasiado cerca del lugar.
—¿Qué te voy a dar? —dijo la chica, con los párpados caídos
marcados en cada momento que mascaba.
—Em… —respondió Aldo, titubeando—. Em… unos Delicados,
por favor…
—¿Rojos?
—Sí
—¿De 14?
—Sí —afirmó, bajando la cabeza, pensando que en cualquier
momento, la chica le pediría su identificación oficial—. Sí, esos
están bien.

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La chica se dio la vuelta, tomó el paquete de cigarrillos del
estante y después los marcó en la computadora del mostrador:
—Son 18 pesos.
Aldo fingió que buscaba el dinero en su bolsillo. Pasó la
mano repetidas veces revoloteando la pelusa. Era ahora o
nunca. Ella también lo sabía. El silencio entre los dos era
cómplice, o al menos así lo sintió él, pero para la chica no era
complicidad; era resignación. Con la otra mano Aldo tomó
rápidamente el paquete y lo guardó en su pantalón mientras
salía corriendo del lugar. Los ojos de la chica se agrandaron:
—¡Oye! —gritó—. ¡Oye no!
Aldo comenzó a correr, su enorme barriga y sus piernas
gordas no lo hacían tan veloz como el creía que lo era, pero
entre la emoción y el frenesí él sentía que volaba. A su espalda
llevaba una mochila con su chamarra y un par de baqueteas.
Éstas últimas hacían un pequeño ruido al golpear entre ellas.
Giró para ver si lo estaban siguiendo. La cajera se asomó y
después gritó—: ¡Pinche morro! ¡Agárrenlo!
Una ola de alegría recorrió su cuerpo al ver que la chica no
lo seguía y así anduvo hasta que llegó a una calle llamada
Allende. En la esquina estaba una fuente y encima de ella una
estatua dedicada a Neptuno. Aldo se detuvo ahí. Buscó la
sombra en la parte de atrás de la fuente sin dejar de observar
su paquete de cigarrillos. Durante el trayecto los había
apretado tanto que incluso el plástico que los cubría se arrugó.
Golpeó la parte de arriba de la caja contra la palma de una de
sus manos. Después quitó el plástico y sacó un pedazo de
papel: luego sacó un cigarrillo y lo encendió. A pesar de que
eran sus primeras veces fumando, disfrutó aquel cigarrillo
como si se tratara de un viejo hombre cenizo y adicto. Cuando
ya iba por la segunda calada su cigarro desapareció frente a
sus ojos y una ráfaga de viento pasó frente a su rostro. Una vez
que se percató de donde venia la ráfaga ya era muy tarde. La
mano que se le quitó pertenecía a un hombre. Lo pudo notar
por los pelos pequeños saliendo desde los nudillos y que las
manos se veían toscas y pesadas. Lo último que pudo ver Aldo
fueron las cenizas falleciendo en el suelo de cantera.

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—A ver, a ver —dijo el hombre de las manos grandes—.
Parece que te estabas escondiendo, cabróncito.
Aldo entonces distinguió con claridad al hombre. Llevaba
un uniforme azul, se le veía pesado. En la cintura traía una
macana color negro y una tarjeta con su nombre: Jacobo
Rodríguez
—No sé de qué habla, señor Jacobo —dijo Aldo, al mismo
tiempo que guardaba la cajetilla.
—Están las cámaras, muchacho. Parece que te robaste algo
hace rato.
Aldo se quedó quieto, sentado, y callado.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó el oficial, frunciendo las
cejas
—Catorce.
—¡Cabróncito! ¿Desde tan morro mandando tu vida a la
chingada? —agregó, tomando la mochila de Aldo. Después los
dos se subieron a una patrulla. Durante el camino no hablaron,
pero el oficial iba vigilándolo constantemente por el espejo
pegado al parabrisas. Aldo, en cambio, no quitaba la vista de su
mochila en el asiento delantero. Cuando llegaron al Juzgado
Cívico, los padres de Aldo: Alejandro Martínez y Norma
Rodriguez los estaban esperando. Habían estado sentados en
unas butacas viejas y blancas a un costado de una pequeña
celda. Cuando se estacionó la patrulla, el chico no saludó a sus
padres y caminó por dónde le indicó el oficial. Pasó por una
puerta de madera y del otro lado, el cuarto tenía unas sillas,
igual de viejas que las anteriores pero de color negro. Enfrente
de todas ellas, en un escritorio de madera, un hombre viejo se
iba sentando. En ese momento sus padres entraron al cuarto
también.
—¿Sabe de qué se le acusa, muchacho ? —dijo el hombre
viejo refiriéndose a Aldo.
—Robo…
—¿Sus padres vienen con usted?
Aldo asintió mientras su padres se ponía de pie.

3
—Su hijo está siendo acusado de un robo menor —dijo el
hombre viejo, dirigiéndose a Alejandro—. Y es usted
responsable de esto.
—Lo entiendo… —respondió, con notable frustración—. ¿Qué
procede?
—Considerando que se trata de su primera infracción, solo
será una multa.
Aldo entonces sacó un suspiro de satisfacción y eso no le
agradó al hombre anciano. Le mantuvo la mirada por unos
momentos y entonces dijo:
—Sería conveniente también sugerirles algo…
El rostro de Aldo cambió por completo.
—¿De qué se trata? —preguntó Norma.
—Acaban de abrir un nuevo… mmm… Llamémoslo,
"reformatorio" —añadió el hombre viejo haciendo comillas con
las manos—. Sería bueno que su hijo esté en un curso de estos.
Solo será una semana: lo recomiendo mucho. Los chicos como
éste... tienden a poder corregirse a tiempo —ahora se dirigió a
Aldo—. A veces, los chiquillos como tú necesitan un buen jalón
de orejas, nada más. Ya sabes, para no seguir siendo unos
fracasados— finalizó el hombre viejo mientras le pasaba un
tríptico con la información al padre de Aldo.
—Muchas gracias...
—Pase a la caja —finalizó el hombre viejo dándole un recibo.
Al mismo tiempo que Alejandro iba sacando la cartera, se
iba preguntando si realmente iban a llevar a a su hijo a esa
cosa. A Aldo le daba miedo preguntar, había escuchado cosas
terribles sobre esos lugares, además de que la televisión la
hacía parecer solo un lugar de tortura para niños y ebrios.

—Tienes que asistir —dijo Alejandro, una vez que entraron a


la casa.
Aldo no respondió. Mantuvo la mirada fija, tenía la boca
abierta. Parecía que quería decir algo, pero nada podía salir de
su boca.

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—¿Entiendes lo que acabo de decirte?
—¡Yo no quiero ir!
—¡Yayo! Tienes que ir.
Hace mucho tiempo que su padre no le llamaba “Yayo”,
Aquello era usado únicamente como una muestra de
confianza y desde hacia un tiempo lo usaba con menos
frecuencia.
—Tienes que ir… por favor… ya no sé qué va a pasar. Si no es
que robas en Oxxos, te metes en pedos en la escuela. Y si no es
en la escuela, es en la pinche cuadra. ¿Podrías por favor ceder
aunque sea esta vez? Me estoy cansando...
Cualquier lugar hubiera sido bueno para tener esa platica,
cualquiera, menos la sala de la casa. Su madre lo observaba
desde el otro lado del sillón, no decía nada, pero su rostro
reflejaba todo lo que Aldo necesitaba saber.
—Puedo intentarlo… —dijo Aldo, finalmente, bajando la
cabeza—. Pero solo esta vez
—Claro… Solo esta vez.
Yayo asintió.
Al día siguiente llegó a la secundaria, que estaba ubicada
cerca de donde se había robado el paquete de cigarrillos. Sus
padres lo dejaron en la plaza que estaba justo enfrente de la
escuela: la plaza en ese entonces tenía un monumento a la
bandera mexicana y rodeando todo el complejo había unas
cuantas bancas hechas de concreto y de color rojo. En el
centro, una pequeña fuente les daba la bienvenida a todos los
alumnos. Aldo se bajó del auto y justo en la esquina, donde
apenas comenzaban la cerca de la escuela, estaban sus amigos.
Caminó cabizbajo, pero solo esperaba el momento para que
sus padres se fueran y poder encender un cigarrillo que se
había robado del pantalón de su padre.
—¿Qué tranza? —dijo Juan.
Aldo no respondió.
—¿Qué pedo? —dijo Christopher—. ¿Cuántos llevas hoy,
pinche gordo? —señaló refiriéndose al tabaco.
Aldo siguió sin responder.
—Pinche bato mamón —dijo Roberto.

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Aldo entonces dejó de mantener la mirada. Dio una calada
a su cigarrillo y se dio media vuelta. Caminó hasta sentarse en
una banca de concreto en el monumento. Al poco rato la
campana sonó, era hora de iniciar las clases. Todos pasaron a
su lado sin dirigirle la mirada.
Pasaron unas cinco horas y su salón era un caos, como casi
todos los días. Algunos jugaban futbol con una pelota de
plástico a medio inflar, otros cuantos salían al patio y otros
cuantos se quedaban en el salón mientras jugaban con unas
cartas de duelo. Pero Aldo se mantuvo distante. Pasó gran
parte del tiempo observando las baquetas sin sacarlas de la
mochila. No fue hasta el receso, donde varios de sus
compañeros se fueron a jugar fútbol y Aldo se sentó en las
gradas para poder verlos, pero aun así dejó la cabeza baja la
mayoría del tiempo y parecía que en cualquier momento
rompería en llanto.
—¡Boiler! —gritó Juan, desde el otro lado de las gradas.
Aldo volteó por inercia. En la secundaria ese era su apodo,
pero no por razones heroicas, sino por su entonces sobrepeso.
—¡Boiler! —repitió Juan—. ¿Qué pasa? —preguntó al mismo
tiempo que se detuvo en el inicio de las gradas.
—Todo bien...
—Desde hace rato te veo mal, hombre, ¿qué pasa? —insistió
Juan mientras tomaba asiento.
—Creo que tendré que dejar de venir a la escuela.
—¿Por qué?
—Mis papas me van a mandar a un reformatorio.
—¡Verga…! pues, ¡¿qué hiciste?!
—Robé unos cigarrillos…
—Cabrón… mínimo, ¿estaban buenos?
—Bueno, realmente solo será una semana, pero dicen mis
papás que a lo mejor si es necesario que me quede más
tiempo.
—¿Cuánto tiempo es más tiempo?
—Como seis meses
—Pues ojalá y no suceda. Acá te necesitamos.
Aldo mostró una sonrisa pequeña, pero amigable.

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3

Al día siguiente, Aldo y otros tres chicos estaban a la espera


de poder entrar al "reformatorio". Al momento de llegar se dio
cuenta de que uno de los otros muchachos era Roberto, su
compañero del salón. Se dedicaron algunas miradas, sabiendo
quien era el otro, pero ignorando por completo la situación.
Sin mas cada quien volvió a lo suyo y Aldo notó que los padres
de Roberto no estaban acompañándolo. El chico que seguía se
encontraba solo también y del último no se podían distinguir
con detalles las facciones de su rostro; tenía una gorra
cubriéndole media cara y no quitaba la mirada del suelo. La
que parecía ser su madre le masajeaba los hombros, pero no
tardó mucho en irse y dejar a su hijo solo también.
—Quiero que de verdad lo intentes —dijo Alejandro,
acomodando la playera de Aldo—. ¿Me lo prometes? Hazlo si
quieres por tu mamá y no por mí, pero por favor, inténtalo...
—Lo haré... de verdad lo haré. Pero si nos empiezan a
golpear o a bañar a manguerazos yo me largo.
Alejandro soltó una carcajada que llamó la atención de los
otros chicos—: Tranquilo, no todo es como en la tele.
Al poco rato un hombre de gabardina salió del edificio. El
tipo no era más alto que el padre de Aldo. Tenía un peinado
que recordaba al Willy Wonka de Johnny Deep. pero yo lo
colocaría más parecido a un Lord Farquaad. Sobre su rostro
llevaba lentes negros para el sol. Bien hubiera podido pasar
como cualquiera de los personajes con los que lo he
comparado, pero la única diferencia, por demás, era su
notable color de piel. Era un negro de al menos un metro con
ochenta centímetros y ademas poseía una imponente barba
rizada.
—Hola —dijo el Hombre Gabardina.
Nadie le respondió.
—Sean bienvenidos al Centro Reformatorio Juvenil del
Estado de Querétaro
Nadie respondió

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Aldo miraba extrañado al sujeto. Su gabardina le llegaba a
los tobillos. Sus dientes amarillos y enormes resplandecían a la
luz del sol—: Pasen por aquí —señaló, extendiendo su brazo y
refiriéndose después a Alejandro—. Su hijo está en buenas
manos.
Cuando el hombre terminó de decir eso, la puerta se abrió
atrás de él. Al fondo se veían unos cuantos niños corriendo,
algunos jóvenes pasando de un lado a otro. Unas pequeñas
escaleras de cantera rosa se alzaban a la vista. El hombre de
gabardina indicó que por ahí se tenían que ir.
Los cuatro chicos subieron las escaleras, una adorable
anciana les dijo por dónde debían caminar. Siguieron por un
pasillo hasta que llegaron a un cuarto bastante grande. Aldo y
los demás chicos se metieron.
—¿Qué es toda esta mierda? —dijo Roberto. Los otros tres lo
vieron, pero solo uno respondió.
—¿Qué se supone que nos van a enseñar?
—Modales —intervino Aldo—. Creo…
—Modales mis huevos, Boiler.
—¿Te llamas Boiler? —preguntó otro de los chicos cuando
escucho a Roberto llamar a Aldo de esa manera—. Yo me llamo
Samuel
—Me llamo Aldo.
—Yo Roberto.
—¿Y tú? —preguntó Samuel, refiriéndose al ultimo chico de
gorra—. ¿Cómo te llamas?
No obtuvo respuesta.
—Vamos —dijo Roberto—. ¿Quién eres?
El chico de gorra levantó la cabeza, demostrando, que
después de todo, no era un chico.
—Susana —dijo—. Me llamo Susana.
Aldo se quedó impávido. Aquella chica, con la cabeza baja,
podría haber pasado como un niño, pero cuando vio su rostro
a detalle, se dio cuenta de que tenía rasgos muy diferentes al
de sus amigos haciendo que una ola de nervios lo abrumara.
—¡A la mierda! —exclamó Samuel—. ¡Creí que eras vato!
—Pues no lo soy...

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—¿Y bien? ¿Qué hacemos?
—Esperar —intervino Roberto—. Creo…
No pasó ni siquiera un minuto cuando la anciana entró por
la puerta y dijo—: Síganme niños —con un tono muy gentil. Los
cuatro asintieron y salieron del cuarto. La anciana los llevó de
nuevo a la parte baja de la casa. Llegaron a un patio enorme
hecho también de rocas de color rosa y ahí los dejó. En el
fondo habían cuatro sillas. Cada una con correas sujetas en la
parte trasera. Aldo quiso hacer una pregunta, pero cuando
giró a ver a la anciana, ésta ya se había ido.
—Tomen asiento —dijo una voz a través de las bocinas del
lugar, colocadas en cada esquina del patio. Al mismo tiempo el
hombre de gabardina apareció frente a ellos después de abrir
una vieja puerta de metal. Caminó hasta la pared de enfrente y
abrió una pequeña compuerta con varios interruptores.
Accionó algunos botones y regresó por el mismo camino por el
que llegó.
—Siéntense, siéntense.
Los cuatro chicos se sentaron, un poco desconcertados y
un poco asustados.
—Bueno —comenzó Aldo—. ¿Qué sigue?
El hombre de gabardina se quedó con la mano estirada
sobre uno de los interruptores y giró la cabeza viendo a Aldo—:
¿Eres el que roba cigarros?
Aldo no respondió.
El hombre de gabardina le dedicó una sonrisa burlona.
También pudo ver que los otros tres chicos se quedaron muy
serios.
—Muy bien —comenzó el hombre de la gabardina—. Espero
se hayan despedido de sus padres, porque creo que no los
verán en un buen rato
Los cuatro chicos se mantuvieron en silencio, al mismo
tiempo que el hombre de gabardina se fue del lugar. Lo último
que escucharon fue el rechinido de la puerta y una especie de
carrito de supermercado que se iba acercando por el pasillo.
Aldo vio a los otros. Estaban asustados. De pronto el hombre
de gabardina entró de nuevo. La anciana también regresó al

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lugar, ella era quien Iba empujando, en efecto, un carrito de
supermercado, pero dentro de él estaba una maquina que
nadie había visto en su vida. Parecía ser un cinescopio de
televisión, pero estaba hondo. Era como un tazón dentro de
otro tazón más grande. Estaba recubierto con cobre y varios
cables de diferentes colores. Todos salían de la parte baja e
iban hasta un aparato, en la parte trasera del carrito, repleto de
botones. Encima del aparato estaba lo que parecía ser un
monitor muy pequeño.
—¿Qué pasa? —dijo Aldo, mientras el hombre activaba esos
botones.
—Vaya que hablas mucho, niño… vamos a hacer un
experimento.
—¿Qué clase de experimento?
—Si todo sale bien, tendrás poderes. Sí, así como
superhéroes. Si todo sale mal, mi adorable tía, que ya
conocieron hace rato, los limpiara con una pala.
—Es un chiste, ¿no? —intervino Susana—. Suena a un mal
chiste.
—No lo es… ¿niña? Lo que sea. Tranquilos. Espero todo salga
bien.
En ese momento Susana quiso levantarse, también Aldo,
S amuel y Rober to, pero cu ando lo intent aron,
automáticamente los seguros y cuerdas que tenían en la parte
trasera de las sillas comenzaron a asegurarse en sus tobillos y
muñecas.
—También quiero mencionarles. Si es que todo sale bien,
todos nosotros seremos grandes amigos. Nos divertiremos —
dijo el hombre de gabardina, apuntando la maquina directo a
las sillas donde estaban los chicos. Accionó después un botón,
movió algunos cables como si tuvieran un falso contacto. Unas
luces se encendieron en la parte baja. El carrito comenzó a
vibrar. Las luces se hacían mas intensas. Un ligero olor a
plástico quemado comenzó a llenar el lugar. Los cuatro chicos
vieron una luz pasar entre ellos. Salía a chorros por la maquina
del carrito, como si la luz se transformara en un liquido.
Comenzó a hacer un calor insoportable. Después se

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comenzaron a formar pequeños remolinos de polvo que salían
desde el techo.
—¡Seremos buenos amigos! —gritó el hombre de gabardina,
con una sonrisa de oreja a oreja y lo que parecía ser una risa
nerviosa. Se escuchaba el sonido del viento remolinando en el
cuarto. Después la maquina hizo un ruido ensordecedor. Muy
parecido al que hacen los camiones cuando van a altas
velocidades en la carretera. Un rayo de luz los golpeó a todos
por igual. Ni siquiera tuvieron tiempo de gritar, o de pensar en
gritar. El rayo llenó el cuarto. Era como un lienzo en blanco. El
calor era tan insoportable que comenzaron a caer piedras
calcinadas de la pared. Una estela parpadeante en forma de
domo comenzó a formarse en el techo mientras éste se iba
desplomando. El hombre de gabardina no quitaba la mirada de
lo que sucedía mientras una roca enorme cayó del techo. Los
otros cuatro chicos, en cambio, continuaron amarrados a sus
sillas.

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CAPÍTULO 2
CENIZAS

Aldo abrió poco a poco los ojos. Su cabeza estaba siendo


aplastada por un gran pedazo de cantera rosa. Se podía
escuchar un chorro de agua saliendo por una de las paredes.
Intentando acomodar su cuerpo hacia gemidos suaves de
dolor. Su vista se fue por unos segundos hasta que por fin se
esclareció. El agua dejó de salir por la pared para empezar a
caer también desde lo que quedaba del techo. A tientas logró
encorvar la espalda, para después intentar tomar un poco de
aire. La bocanada fue profunda, pero su boca se llenó de tierra.
Sus ojos estaban bien abiertos, inyectados de sangre y resecos.
Logró sacar la cabeza primero, sobre su espalda seguían varios
trozos de escombros. En el fondo pudo ver a Gabardina, que
había perdido todo su cabello y encima de él, la maquina casi
destruida, pero aún en funcionamiento, aplastando la mitad de
su cuerpo. Tenía también sangre escurriendo por su rostro.
—¡Ayuda! —comenzó a gritar Aldo—. ¡Ayuda!
Gabardina quiso responder, o gritar, o lo que fuera, pero en
su lugar, de su boca salieron pedazos de piedra y tierra. A un
lado de Aldo, Roberto se levantó de entre los escombros como
si nada. Se vieron por unos instantes y en lugar de ayudarlo él
corrió hacia Gabardina. De inmediato le quitó la maquina y
piedras con razonable facilidad. Aldo estaba a punto de
romper en llanto cuando escuchó muy cerca a Susana
gritando desconsolada. Aldo volvió a encorvar la espalda y esta
vez logró quitarse todo de encima. Siguió los gritos de Susana
quitando los restos hasta que llegó a donde se suponía que
debía estar ella, pero no había nadie. Solo se distinguía la
silueta de un cuerpo entre el polvo y la roca.
—¡Ayúdame! —gritó Susana. Aldo distinguió que la voz venía
desde el mismo lugar, pero no se veía nada—. ¡Qué me ayudes!
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Aldo giró la cabeza buscando a ver si encontraban donde
estuviera realmente Susana y cuando regresó la vista, por fin
apareció.
—¡Ayúdame! —repitió Susana, recostada sobre el mismo
espacio. Mientras Roberto ayudaba a Gabardina, Aldo hacia lo
mismo con Susana. Parecía interesante que Susana también
logró quitar los escombros, a sus lados, con considerable
facilidad.
—¿Y Samuel? —dijo Roberto de pronto, cuando hubo
ayudado a Gabardina a salir de entre la tierra.
Aldo movió un par de rocas y no aparecía. Susana se puso
de pie y se recostó a un lado de Gabardina. No había ningún
rastro de Samuel. Unas sirenas comenzaron a escucharse, eran
tanto de policía como de ambulancias y bomberos. El rayo de
luz pudo verse hasta Bernal y sus alrededores. La explosión del
lugar dejó una estela de polvo que se extendía unos setenta
metros en el aire. Aldo y Roberto quitaban varias rocas, hasta
que por fin encontraron rastros de sangre. Aldo comenzó a
pensar que sería la parte baja de Gabardina, cuando de pronto,
el camino de sangre lo llevó a las profundidades hasta el
cuerpo de Samuel. O bueno, lo que quedaba de él.

Aldo, Roberto, Susana y Gabardina fueron llevados a la


Torre Medica Tec 100, ubicada a unas cuadras del lugar de la
explosión, sobre una avenida congestionada. A Samuel en
cambio, si lo tuvieron que recoger con una pala. El único que
parecía estar despidiéndose de este mundo, era Gabardina.
Los doctores intentaban buscar alguna persona para
comunicarle que el hombre dejaría de caminar y que también
habría que comprar medicamentos, pero todos los que
llegaron a conocerlo, actualmente, habían muerto en la
explosión.
Para los otros tres fue diferente, porque los metieron en la
misma sala a reposar. No presentaban ningún malestar y
tampoco presentaban quemaduras. La caída del techo

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tampoco les había hecho daño alguno, pero prefirieron
dejarlos en observación. Pasaron unas horas y los primeros en
llegar fueron los padres de Aldo. Cuando entraron a la sala, lo
primero que hizo su madre fue abalanzarse sobre él y su padre
secundando con un poco menos de gentileza.
—¿Cómo te sientes, Yayo? —preguntó su madre, al borde del
llanto.
—Creo que bien —respondió Aldo, recostado sobre una
camilla enorme, solo siendo separado de los otros dos por una
cortina enorme y gruesa de color azul—. No me siento tan mal,
la verdad.
—¿Cómo sucedió? —intervino su padre—. ¿Por qué explotó?
—El señor Gabardina nos… nos disparó con una maquina.
Estaba extraña, era como un pequeño túnel que lanzaba
luz.
—¿Y eso explotó?
—Sí. Voló todo el lugar.
—¡La demanda que le espera a ese hijo de puta! ¡¿Sabes si lo
internaron aquí también?!
Norma miró a Alejandro como diciéndole que no era el
momento para decir cualquiera de ese tipo de cosas—: ¿Cómo
es que no estás lastimado? —dijo, regresando la mirada a su
hijo.
—No lo sé… de hecho me siento muy bien.
—Lo lamento, Yayo —dijo su papá—. ¡De verdad perdóname,
hijo!
—No pasa nada… enserio —contestó Yayo con una sonrisa de
oreja a oreja—. No pasa nada.
Después su padre sacó del bolso de la madre un par de
baquetas.
—Mira, también sobrevivieron —dijo Alejandro.
Aldo las miró casi rompiendo en llanto, para después
dejarlas a un lado de camilla.
Los padres de Aldo mantuvieron una mirada de extrañeza
durante la media hora que se quedaron con él. Después de
llevarle algo de comer, se retiraron y mantuvieron una platica
con los doctores y los policías fuera del lugar. Al poco rato llegó

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la madre de Susana. Que al igual que la madre de Aldo, se
abalanzó sobre su hija. Lloraron un momento, se abrazaron y
comieron. Aldo quiso escuchar lo que estaban hablando, pero
el hecho de que estuviera del otro lado de la sala, hizo que se
escucharan apenas un par de susurros. Así se mantuvieron
unos diez minutos hasta que su mamá se fue.
—¿Todo bien, Susana? —gritó Aldo cuando la vio romper en
llanto apenas su madre se había retirado.
—Todo bien —respondió Susana—. ¿Y tú?
—Me parece que no deberíamos estar aquí. ¡No nos pasó
nada!
—A ti… —dijo Susana.
—¿Pueden cerrar la puta boca? —intervino Roberto.
—¿Qué te pasa, pendejo? —respondió Aldo—. ¡¿Cuál es tú
puto pedo?!
—¡El señor Gabardina está herido y ustedes con sus
pendejadas!
—¿Ya es Señor? ¿Qué mierda te pasa? ¿Ya son novios?
—¿Aún no te das cuenta, pinche gordo? ¡Él nos salvó!
—¿De qué?
—De morir imbécil. Gracias a él dejamos de ser los pendejos
que todos creen que somos, ¿no te das cuenta? ¿No te
preguntas como es que sobrevivimos sin rasguños? Ella ahora
puede hacerse invisible. Yo tengo mas fuerza de la que hubiera
imaginado y probablemente también te pase algo a ti….
—¿Invisible? ¿De qué mierda hablas?
Susana entonces retiró la cortina. Estaba sentada, con el
respaldo levantado y un par de sabanas encima.
—¿Dónde está ella? —dijo Aldo.
—Aquí —dijo Susana, moviendo una de las sabanas sobre
ella.
—¿Lo ves, gordo? ¡Tenemos poderes ahora!
Aldo se levantó de la cama sin decir nada, corrió hacia el
baño que estaba en el pasillo. Su bata dejaba ver sus apenas
peludas nalgas y sus piernas regordetas.
—¡Deténgase, muchacho! —gritó una enfermera, intentando
sostener su brazo, pero Aldo la arrojó hacia la pared sin medir

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su fuerza. Cuando llegó al baño lo primero que vio fue una
linea de lavabos y un espejo enorme encima de ellos
acompañado de su reflejo. Observó los detalles de su cuerpo;
su característico lunar encima del labio, su enorme barriga, su
cabello casi rizado y sus prominentes entradas dando la
bienvenida a una futura calvicie. Se acercó lentamente al
lavabo,
¿Nos salvó?, pensó. ¿Realmente lo hizo?
Colocó la mano sobre el espejo, observando su reflejo,
directo a los ojos.
¿Dejé de ser… yo?
Dirigió la mirada hacia su mano. Pudo sentir como su piel
se endurecida de alguna manera. Comenzó a temblar. Sus
músculos hicieron un movimiento inusual semejando
pequeñas olas sobre los huesos de sus dedos. Antes de que se
pudiera dar cuenta, Aldo había destruido el espejo y la pared
en la cual estaba adherido. Se alejó un momento para ver lo
que había hecho y notó como toda la pared estaba repleta de
grietas pequeñas.
Por el pasillo, un grupo de guardias que ya estaban
auxiliando a la enfermera, escucharon como se cuarteaba la
pared. Se acercaron rápidamente y cuando abrieron la puerta,
vieron que un pedazo de la bata estaba colgando desde la
ventana y no había rastro alguno de Aldo.

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CAPÍTULO 3
TRAJES

—Entonces —dijo Juan, soltando una risa pequeña—.


¿Anduviste por el centro todo encuerado?
—O sea, sí —contestó Aldo—. ¡Pero eso no es lo importante,
puta madre!
Ahora Juan soltó una risa estridente que se pudo escuchar
en la calle. Aldo en cambio se mantuvo serio.
—¿Cómo llegaste hasta acá? —dijo Juan, señalando la barda.
Estaban parados en el techo de su casa
—Cuando me salí por la ventana estaba desesperado. Solo
salté. No sabía lo que iba a pasar. ¡Creí que iba a morir, pero
aterricé como si nada! Después corrí. Corrí tanto que sentía
que volaba.
—Te odio tanto, maldito... Lo que daría por tener esos
poderes.
—Debo admitir que se siente bien.
—¿Y ahora qué vas a hacer? Mínimo regresa a disculparte.
—Voy a volver, pero no tengo que disculparme con nadie.
Primero, están mis baquetas allá. Y también tengo muchas
preguntas para el tipo de Gabardina —finalizó Aldo mientras
deducía como iba a bajar del techo.
—¡Espera! No te puedes ir así, con solo la bata. Se te ven las
pelotas.
—¿Tienes ropa que me prestes?
—Tengo algo mejor.

19
Bajaron al cuarto de Juan, que estaba rebozando de cómics
y libros viejos en un librero de madera. A un costado estaba su
cama y del otro lado, un pequeño ropero. Juan hurgó entre sus
cosas, sacando pantalones y camisas. Él sabía que nada de su
ropa podría quedarle, pero había algo en particular que quería
mostrarle a Aldo.
—Este te puede quedar —dijo Juan—. Creo que de toda mi
ropa es lo único que te puede quedar.
—¡¿Es neta?! —respondió Aldo. Juan asintió con una sonrisa
de oreja a oreja.
Aldo entonces se lo puso. Era un traje del Hombre Araña,
que eventualmente se estiró lo suficiente para que la panza,
brazos y piernas de Aldo, pudieran pasar.
—Al menos ya no se te ven las pelotas.
—Eres un pendejo… Pero me llevaré esto también —dijo
Aldo, tomando una sudadera negra de la cama—. Al menos no
me veré tan ridículo.
—¡Eres ahora un super héroe, Boiler! ¡Ahora debes usar
mallas!
—No sé que puede ser mas extraño. Qué digas que tengo
que usar mallas, o que hayas tenido guardado este traje.
Juan se quedó callado mientras le pasaba la mascara para
completar el traje. Aldo se la colocó. La mascara era lo único
del traje que no se pudo estirar mucho. Le llegaba hasta la
nariz, dejando al descubierto sus enormes cachetes y su lunar
encima de sus labios. Después de eso, Aldo se colocó la
sudadera negra haciendo que el gorro de la misma le cubriera
la cabeza.
—¿Volverás corriendo?
—Sí. Siento que llegaré en segundos.
—Pues adelante —finalizó Juan—. Ve por ellos, Boiler.
Ambos estiraron sus brazos: después estrecharon sus
manos. Seguido de eso, salió del cuarto y subió hasta el techo
de nuevo. Se preparó en la orilla de la barda. Divisó un árbol
enfrente de la casa que debía de medir al menos unos veinte
metros; sus hojas se perdían con los cables que pasaban en
medio de él y de poste a poste. Aldo aseguró la sudadera y

20
saltó. La altura fue suficiente para pasar por encima del árbol.
Después aterrizó en la jardinera que estaba justo en medio de
la avenida. Alistó de nuevo la sudadera y comenzó a correr. Se
fue en linea recta directo a la Torre medica Tec 100.

—¿Tienen idea de a dónde pudo haber ido? —preguntó una


de las enfermeras. Estaban cinco de ellas y dos guardias de
seguridad en la sala donde tenían a los tres en observaciones.
—No lo sé —respondió Susana, cubierta con sus sabanas.
—¿Y tú, sabes algo? —preguntó la enfermera a Roberto.
—No lo sé…
—¿Seguro?
—¿Por qué tendría que mentirle?
Las enfermeras se quedaron en silencio mientras uno de
los guardias se acercaba a Roberto—: Niño —le dijo—.
¿Entienden lo que les está pasando, verdad? Lo que acabo de
ver allá afuera no es normal. No es normal sobrevivir a una
caída de esas...
En ese momento Roberto soltó una risa estridente, y
comenzó a golpear con agresividad la parte de su camilla que
quedaba descubierta. Mientras la sala entera retumbaba por
los golpes y su carcajada él comenzó a emanar una luz azul
incandescente desde su espalda.
—No es gracioso, niño —dijo el guardia.
—Ese gordo me ha comenzado a caer bien.
—¿Entiendes lo que te dije?
—Sí —contestó Roberto, cambiando su rostro alegre por un
rostro serio y duro—. Entiendo que tienen miedo... Entiendo
que tienen mucho miedo de nosotros... —El guardia se apartó
de la camilla. Roberto comenzaba a emanar más luz alrededor
de todo su cuerpo. Las enfermeras decidieron retirarse
cuando vieron eso último—. Y entiendo que no nos dejaran en
paz hasta que les pongamos un alto —siguió hablando mientras
un campo de energía se creaba a su alrededor. Sus ojos se
tornaron de color azul. Las luces de la sala comenzaron a

21
parpadear. Susana se acostó en la camilla, sin quitarse las
cobijas y entonces sucedió. Roberto resplandeció tanto que la
luz que emanaba formó una esfera a su alrededor. Su rostro se
endureció más y sus ojos se tornaron llorosos. La energía era
tanta que todo alrededor de Roberto comenzó a levitar,
incluso él también logró elevarse un poco.
—¡¿Qué chingados pasa?¡ —gritó el guardia, notablemente
asustado.
Roberto lo miró directo a los ojos y entonces uso su campo
de energía para lanzar al guardia por la ventana. Aldo apenas
iba llegando cuando vio al hombre caer desde el décimo piso.
Cuando cayó, la cabeza del guardia explotó como si se tratase
de un globo.
Aldo levantó la mirada.
Ahí estaba Roberto, con su campo de energía y su cuerpo
resplandeciendo en un azul vibrante, respirando hondo, con el
pecho al frente, mirando hacía abajo con aires de grandeza.

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23
CAPÍTULO 4
CONSECUENCIAS

La sangre del guardia estaba llegando a los pies de Aldo. Se


extendía pasando por una rampa de cemento y las uniones del
suelo de piedra.
—¡¿No te dan asco?! —gritó Roberto—. ¡Nosotros no
sangraríamos como ellos! ¡Somos mejores que ellos!
—¿Qué tanta pendejada dices? —respondió Aldo—. ¡¿Qué
mierda te pasa?!
—Somos el futuro, gordo. Ya no somos los pendejos que la
gente dice que somos... Somos mejor que ellos.
Roberto comenzó a emanar su luz con mas intensidad. Al
mismo tiempo la gente salía corriendo del edificio. A los pocos
segundos llegó un camión de bomberos y algunas patrullas de
policía. Roberto se quitó de la ventana y se dirigió hacia
Susana, que no se había movido de la cama en todo ese
tiempo:
—¿Estás conmigo? —le dijo, extendiendo la mano—.
¿Haremos de este mundo, un lugar para gente como nosotros?
Susana le mantuvo la mirada, pero a Roberto le costaba
verla. Su cuerpo parpadeaba. Iba y venía al mismo ritmo que
su respiración. Ella no pudo darle una respuesta y dejó a
Roberto ahí, levitando, con la mano extendida mientras las
patrullas de policía rodeaban el edificio. Susana tomó la cobija
con la que se había estado cubriendo y salió corriendo de la

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sala. Roberto en cambio, pudo escuchar en el suelo la voz de
un policía:
“¡Tenemos el edificio rodeado!”
Roberto entonces volvió a la ventana. Su campo de fuerza
se hizo más grande y comenzó a vibrar. Los bordes golpeaban
las paredes haciendo que cayeran escombros. Su pecho
comenzó a llenarse de un resplandor extraño. Aldo continuaba
abajo, cerca de los policías.
Nadie más puede detenerlo, pensó Aldo. Realmente nadie es
tan fuerte como nosotros.
Del pecho de Roberto salió un rayo de luz azul que dio
directo en una de las patrullas. Ésta voló unos segundos antes
de caer cubierta con fuego. Los oficiales corrieron a
esconderse en diferentes autos, pero Roberto volvió a hacer lo
mismo; una patrulla más explotó. Aldo corrió atrás de un árbol
que funcionaría como un escudo. La gente comenzó a correr
por los pasillos del edificio, abajo muchos hicieron lo mismo.
Aldo cerró los ojos, pero antes de que se pudiera dar
cuenta, dejó de cubrirse con el árbol para comenzar a correr.
Roberto continuó explotando otros autos con diferentes
disparos desde su pecho, sus ojos estaban proyectando la
misma luz. Cuando quiso tomar fuerza para otro disparo, Aldo
apareció por fin enfrente de él, suspendido en el aire y con una
pierna extendida.
—¡¿Qué mierda?! —gritó Roberto, cuando su disparo fue
interrumpido por una patada de Aldo en el pecho. Roberto
salió disparado hacia la puerta, destruyendo gran parte de ella.
Después del golpe Aldo quedó tumbado en el suelo, justo al
lado de las camillas y frente a la ventana. En el suelo, a las
afueras, se escuchaba el bullicio de la gente, muy alegre por lo
que acababan de ver. Al mismo tiempo, un grupo de policías
comenzó a subir hasta el piso donde se encontraba la batalla.
—¿Con qué va a ser así? —dijo Roberto, completamente
desnudo. El golpe con la pared y la caída de escombros le
habían retirado su bata del hospital—. ¡Eh, gordo! ¿Así va a ser
—¡agregó, mientras se incorporaba y el resplandor de su
cuerpo aumentaba.

25
Aldo intentó levantarse, pero Roberto fue más rápido. Se
acercó a él en un parpadeo. Lo tomó del cuello con ambas
manos y logró levantarlo. Aldo vio hacia abajo, sosteniendo las
manos de Roberto para evitar que lo ahorcase y se dio cuenta
que estaban flotando. Aldo conectó varías patadas dirigidas a
las cotillas, pero el campo de energía le impedía esta vez hacer
un contacto directo. En ese momento, el grupo de policías
llegó. Comenzaron a disparar a discreción, pero las balas se
desintegraban apenas tocaban el campo de fuerza. Roberto
aún sostenía a Aldo cuando comenzaron a avanzar hasta que
salieron del edificio. Estaban ahí, entre el edificio y los autos
destruidos en el suelo.
—Hubieras tomado la decisión correcta, pero decidiste
seguir siendo un pendejo, gordo de mierda.
Aldo entonces sintió un calor extraño en su pecho. Pudo
sentir el olor de la tela siendo quemada. Una sensación fría
recorrió su espalda.
Roberto estaba expulsando un disparo. El campo de
energía a su alrededor se hacía más grande. Ondas de fuerza
golpeaban las ventanas haciendo que se rompieran. Un
incesante humo comenzó a salir desde sus poros.
Los policías dispararon de nuevo pero no sucedió nada.
Roberto terminó de cargar su disparo. Fue directo en el pecho
de Aldo. La tela de su traje se deshizo en esa zona y una marca
negra se quedó en su piel quemada. El cuerpo de Aldo dio
directo en un local de comida. Se rompieron paredes, sillas y
mesas. El estruendo hizo que las personas a la redonda se
cubrieran la cabeza para protegerse mientras una nube de
polvo comenzaba a elevarse.
Roberto volvió a recargar. Ahora su campo de energía
comenzó a achicarse. El brillo azul se impregnó en todo su
cuerpo. Era una estrella en medio de un día soleado. Un ruido
parecido al que hacen las nubes cuando chocan comenzó a
salir del cuerpo de Roberto, para después huir del lugar como
un cohete, dejando atrás de él, una estela de humo y luz azul,
perdiéndose en el horizonte.

26
2

Unos cuantos pedazos de yeso cayeron sobre Susana. Ella


estaba cubriendo su cabeza con las manos, en posición fetal y
en una sala de recuperación diferente. Las lagrimas se
desbordaban por sus mejillas mientras gritaba. Su cuerpo
aparecía y desaparecía, como si se tratase de una luz
intermitente.
—Tienes que gritar bastante fuerte para haberme
despertado —dijo un hombre recostado sobre una camilla, a un
lado de Susana—. Realmente tienes que tener una potente voz.
Susana detuvo su llanto cuando lo escuchó. Después giró la
cabeza porque creyó reconocer la voz. Se incorporó y se
asomó por encima.
—Hola, niña —repitió el hombre—. También necesitan algo
más potente que esa maquina para matarme.
Susana se quedó atónita cuando se dio cuenta de que se
trataba de Gabardina. El hombre estaba recostado, la sabana le
cubría la mitad del cuerpo. Su tez negra dejaba ver unas
ampollas amarillentas en las caderas.
—Creí que habías muerto —dijo Susana. Gabardina solo giró
la cabeza—. ¿Por qué nos está pasando todo esto?
—¿Escuchaste eso, niña? —respondió Gabardina. Susana
negó con la cabeza—. Es lo que pasa cuando dos fuerzas
inquebrantables chocan.
—¿Dices que esto es todo lo que querías?
—Es una muy larga historia, niña. Pero desde hace un
tiempo que quiero ver este juego, esta danza. Pero ya me han
sobrepasado. Ahora son dos fuerzas que no controlo y ellos
deben detenerse por su cuenta.
—¿Dices que no hay forma de detenerlos? ¿Por qué hiciste
todo esto?
—Solo el tiempo lo dirá, niña. Desde que tengo memoria me
he preocupado por no ser el sobajado, el perdedor. Me he

27
preocupado de no ser un asiento vacío. Cuando tuve en mis
manos la maquina, no pude resistirme… hice pruebas con
humanos… ¿recuerdas a la anciana qué los llevó al cuarto? En
ella la usé primero y la maquina le quitó la juventud. Después
lo hice con hombres y mujeres adultos… todos murieron. La
única opción que quedaba, eran los niños. Y henos aquí,
presenciando el enfrentamiento más grande de nuestra vidas.
Incluso más grande que nosotros dos.
Cuando Gabardina finalizó, unas cuantas lágrimas se
escurrieron por sus mejillas, resbalando por la comisura de
sus labios tomando forma de una sonrisa.
—Está demente, señor —dijo Susana.
—José —respondió Gabardina—. Me llamo José.

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29
CAPÍTULO 5
RESTOS

Aldo abrió los ojos. Tenía una silla de plástico, de esas de


color blanco, justo encima de su rostro. Su cuerpo estaba
cubierto de escombros pero él no sentía dolor. Con un solo
movimiento se quitó todo de encima para darse cuenta que ya
no había gente cerca. Su caída había dejado un agujero
enorme en la pared y desde donde él estaba acostado pudo
ver a sus papá.
—Vámonos de aquí —dijo Alejandro
Moribundo, Aldo intentó responderle a su padre, pero le
era imposible hacerlo en ese estado. Su vista estaba borrosa, se
sentía agotado y no dejaba de sangrar. El destello del Sol le
daba la vaga idea de que Roberto lo estaba observando.
Después sintió como lo levantaron y también sintió como la
sangre se escapaba por sus múltiples heridas. Había gritos
distantes y un montón de movimiento en el edificio de
enfrente, hasta que dejó de escuchar todo y vio el techo del
auto de sus padres. Luego se desmayó.

El oficial Rodríguez, quien con anterioridad había


encontrado a Aldo robando los cigarros, cruzó lo que quedaba
del pasillo removiendo los escombros, hasta que llegó a la sala
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donde se suponía que debían estar los tres chicos. Se metió
para ver con detenimiento el desastre. En el techo colgaban
hilos de plástico que pertenecían al contorno de las lamparas
que fueron derretidas por Roberto, las paredes estaban
chamuscadas y negras y donde se suponía que debían estar las
camillas y los registros de los pacientes había pedazos de tubos
de aluminio y cenizas de papel. El hombre movió lo que pudo
y abajo de toda la pedacería unas cuantas astillas se asomaron
y llamaron su atención. Movió otros pedazos de los tubos y
varias sabanas, siguiendo el rastro, hasta que dio con un par de
baquetas partidas justo a la mitad. El oficial las tomó y desde el
agujero de la sala, pudo ver como Aldo estaba siendo llevado al
auto de sus padres, aunque no pudo reconocer realmente el
rostro del chico.

Aldo despertó en su recamara. Estaba oscuro afuera. Le


pasó lo mismo que a muchos nos ha sucedido un día
cualquiera en donde comienzas a sentir que haz dormido por
mas horas de lo que quisieras y tienes esa sutil sensación de
que los grillos afuera de tu ventana, o el sonido del viento y los
pocos autos, te dan a entender que bien puede ser la
madrugada, o apenas está anocheciendo.
—¿Yayo? —preguntó Alejandro—. Hijo, ¿cómo estás?
Aldo levantó la mitad de su cuerpo y quedó sentado en la
cama. Tentó la enorme costra en su pecho, circular y rugosa.
Cuando bajó los pies sintió un retazo de tela en el suelo y al
momento de bajar la mirada se dio cuenta de que se trataba de
la mascara de Spiderman que Juan le había regalado, a su lado,
un montón de gasas y vendas llenas de sangre.
—¿Yayo?
—Voy papá —respondió finalmente. Se puso una playera, un
pantalón e intentó acomodarse el pelo. Después salió de su
cuarto. Sus padres estaban en el comedor, habían unas tazas
de café en la mesa y también un cenicero repleto de colillas de
cigarro.
—¿Te sientes bien? —dijo Norma.

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—Extrañamente, sí.
—Yayo, te cayó encima la pared de una casa… ¿Estás seguro?
No dejabas de sangrar... tu pecho también...
—Sí —respondió y luego titubeo—. No…
Sus padres sacaban humo de sus bocas. Se les veía
preocupados.
—No le pude ganar —continuó Aldo—. Creí que lo lograría y
no fue así. Dos madrazos y me mandó contra un pinche local
de comida…
—Yayo…
—¡Todos lo dicen! —siguió Aldo—. ¡Maldito y estúpido Yayo!
¡Pendejo y gordo Boiler! Y ahora un imbécil que saca rayos
de sus tetas me acaba de ganar…
—¡Hijo!
—¡Nada! ¡Estoy harto! ¡Estoy harto! ¡Por eso me mandaron al
puto reclusorio porque ustedes también están hartos! —
finalizó Aldo, pegando un grito hacia el techo, al mismo tiempo
que regresaba a su habitación.

Susana se despertó en medio de la madrugada. Ya no


estaba en la torre medica, sino que había sido llevada a su casa.
De primera instancia se alarmó un poco, pero cuando
reconoció sus cortinas y su cama, una sensación de alivio
brotó acompañada de un suspiro.
—¿Cómo te sientes? —dijo la voz de una mujer. Susana la
reconoció enseguida; era su madre. Estaba sentada en una
vieja silla de madera, a un lado de la cama, con las manos en el
regazo y la mirada hacia abajo.
—Creo que bien… ¿Y el señor José?
—¿El hombre que te hizo esto, dices? Lo trasladaron a otro
hospital.
—¿En que momento me trajiste a casa?
La madre se quedó quieta. Sus nudillos se movieron y
enrojecieron:

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—Estaban peleando… en el cielo, tú estabas en otra sala.
Después de una explosión, cayeron muchos pedazos del techo
y quedaste inconsciente… al inicio no te encontraba, pero
cuando todo se calmó tu cuerpo apareció. No tenías ni un solo
rasguño, pero no haz dejado de desaparecer y aparecer.
—Entiendes que yo no quise nada de esto, ¿verdad?
—Tú dime… —contestó su madre, alzando la vista y dejando
ver sus ojos enrojecidos y llenos de lagrimas—. ¿Qué hiciste
para que Dios te castigara de esta forma?
Susana se quedó ahí, recostada y quieta, percatándose que
después de todo, su madre mantenía las manos en el regazo a
razón de una biblia y un rosario.

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34
CAPÍTULO 6
CREENCIAS

Susana seguía recostada en su cama mientras su madre no


dejaba de rezar:
—Padre nuestro, que estás en el cielo.
—Mamá…
—Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino.
—Mamá…
—Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo.
—¡Mamá!
La madre irguió su cabeza y mantuvo la mirada fija a los
ojos de Susana. Sus dedos no dejaban de recorrer las cuentas
del rosario y parecía que susurraba algo diferente.
—¿Qué es todo esto? —continuó Susana.
—Intento librarte del infierno, ¿eso está mal?
—Mamá… esto no tiene nada que ver con Dios
—¡Claro qué tiene que ver! ¡Eres igual que tu padre; por eso
se fue! ¡Dios los está castigando por todos sus pecados!
Susana entonces se levantó de la cama. Buscó en su
armario y sacó un vestido de algodón y de color blanco con
pequeñas flores de color rosado por toda la tela. Enseguida se
lo colocó y por debajo también se puso un pantalón de

35
mezclilla. El vestido le llegaba poco mas abajo de las rodillas,
pero para su madre ese era un vestido demasiado corto.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó su madre sin levantarse
de la silla—. ¡¿Qué estás haciendo, Susana?! No vas a salir…
menos vestida así.
—Me iré de aquí. Hay cosas mas importantes para mí que
están sucediendo allá afuera y no quiero quedarme acostada a
escuchar como intentas salvarme de algo que ni siquiera es mi
culpa.
—Todo esto es tu culpa, tú permitiste que te pasara esto. Tú
permitiste que ese hombre te hiciera todo esto.
—Se llama José, mamá… por si quieres saber a quién
maldecir. Tengo que verlo y descubrir por qué ha pasado,
porque me niego a creer que tu Dios es el que me está
haciendo esto.
—Susana…
—No sé cuando regrese, mamá
—¡Susana!
Susana estaba alistando una mochila pequeña mientras le
daba la espalda a su mamá. Al mismo tiempo su cuerpo
comenzaba a parpadear de nuevo, solo que esta vez un
pequeño campo de fuerza, como el de Roberto, estaba
surgiendo. Parpadeaba alrededor de ella al mismo ritmo que
su cuerpo.
—¡Ahí está de nuevo! —gritó su madre mientras se levantaba
de la silla y caminaba a la esquina del cuarto—. ¡Ahí está! ¡Ahí
está! ¡Es el maligno! ¡Está hablando por ti!
—Mamá…
—¡Expiación!
—¡Mamá!
—¡Expiación! —gritó finalmente la madre antes de ser
movida sutilmente, con todo y su silla, al otro lado del cuarto.
Su rosario había caído cerca de la cama provocando que
algunas cuentas se rompieran. Susana seguía parpadeando,
llorando, ya con la mochila en su espalda, pero con el brazo
extendido hacia adelante; temblando. Su madre denotaba un
rostro de terror profundo.

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—Lo… lo siento, mamá —dijo Susana, titubeando y bajando el
brazo—. Pero tengo que irme…
—Esto no se pude quedar así… —dijo la madre mientras se
ponía de pie—. ¡No puedes hacerme lo mismo que tu padre!
—¡¿Qué esperas de mí?! ¡¿Qué piense que todo es mi culpa
siempre?! ¡¿Qué me case antes de tener sexo?! ¡¿Qué no tenga
hijos fuera del matrimonio?! ¡¿Qué no use vestidos?! ¡No sé si
todo lo que quieres que no pase sucederá en un futuro, pero
quiero que me dejes ser yo misma… sin tus reglas y tu religión!
¡¿Es mucho pedir, que me quieras por como soy?! Tal vez hasta
esto de volverme invisible a ratos sea algo bueno…
—Esto no se va a quedar así, Susana… te juro que no.
—Lo siento entonces, mamá… —finalizó Susana mientras se
acomodaba el vestido y salía del cuarto para después pasar
por la puerta principal de la casa.
Su madre se quedó parada un momento en medio de la
habitación, después comenzó a recoger lo que quedaba de su
rosario. Varias lágrimas se escurrieron por su mejilla luego de
que Susana se perdiera de su vista.

Después de volar por lo menos unos veinte minutos,


Roberto por fin aterrizó. Se encontraba en la zona sur de la
ciudad, justo en la cima del Cerro del Cimatario. Desde esa
altura pudo ver el humo saliendo del edificio Tec 100.
Aspiró profundamente mientras se daba cuenta que estaba
desnudo, cosa que no le causo mayor sorpresa. Después vio un
par de rocas de gran tamaño que indicaban el fin de un
camino de tierra. Se acercó y tomó asiento en la piedra más
grande. Subió las piernas y recargó los brazos sobre sus
rodillas.
¿Qué no lo entienden?, pensó. Somos diferentes… o al menos
así nos hizo creer el hombre de gabardina. Tenemos la
oportunidad de hacer de este mundo algo mejor y ese gordo
imbécil no me deja explicarle…

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El cielo comenzaba a nublarse, las primeras gotas de lluvia
comenzaron a caer, Roberto se protegió enseguida
proyectando el campo de energía sobre su cabeza. Las gotas
de lluvia se evaporaban al momento de hacer contacto con él.
Debería ir con Gabardina, pensó. Debería ir con él.
Compartimos los mismo ideales.
Él podrá ayudarme.
Él podrá saber como hacerme más poderoso. Él entiende lo
que somos.
Él entiende que Aldo no debe intervenir.

—Me dijeron que podía pasar a verlo —dijo el oficial


Rodríguez, mostrando un folder amarillento en sus manos y
abriendo la puerta del cuarto de Gabardina.
—¿Lo dejaron pasar? —respondió Gabardina, sin quitar la
mirada de la ventana, apreciando el desastre que Aldo y
Roberto habían dejado—. En este país cada vez hay menos
respeto...
—Pues hablara muy bien el español, pero a mi país lo
respeta, señor —finalizó el oficial, tomando una silla para
sentarse y reposar su folder en las piernas.
—No se deje engañar por el color de piel, oficial. Que no
todos los mexicanos son blancos o morenos, también
existimos los negros —El oficial se quedó callado—. Pero por lo
que dice veo que no se tomó el tiempo ni de leer mi
expediente. Solo lo mandaron aquí a obtener información.
Debe ser usted el más capaz para la tarea y eso me decepciona.
El oficial bajó la cabeza y abrió el pequeño folder que
llevaba en sus manos. Dentro de él estaba un expediente muy
reciente sobre Gabardina.
—José Cimarrón Vasquez se llama usted, procedente de La
Costa Chica. Llegó a Querétaro hace quince años. Se casó, se
divorció y luego de eso lo nombraron administrador del
Centro Reformatorio Juvenil del Estado de Querétaro. Es todo
lo que sabemos de usted.

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—Está usted en lo correcto. ¿Y usted es de aquí?
—Queretano de sepa. Unas diez generaciones atrás de mí...
¿Por que se sabe tan poco de usted, señor José? En la casa que
destruyó ya no queda papeleo que revisar. Mucho menos aquí.
—¿Que quiere saber, oficial?
—Primero, ¿quienes eran los niños internados?
—Esa es información confidencial. Solo comparto ese tipo
de información con mis clientes. ¿Usted quiere ser un cliente?
—¿Que vende?
—Vendo lo que usted este dispuesto a pagar,
—¿Y si nos dejamos de mamadas? Sabe que soy un policía.
Sabe que puedo llevármelo así como está directo a que lo
encierren. ¿Por qué hacerse el chistoso?
—Por la misma razón en la que no se tomó el tiempo ni de
leer ese informe que tiene de mí. Si a usted no le intereso mas
allá de lo que puedo decirle ahora, a mi no me interesa
respetarlo de ninguna manera. Por eso le digo que que
decepción si usted es el mas apto para este trabajo...
—La Costa Chica es una gran región. ¿De que estado es
usted?
—Soy de los que danzan con los diablos, oficial. ¿Los vio
rugir? Ellos rugen, rugen muy fuerte. Y no hay forma de
detenerlos. Y yo soy un cimarrón, de los que no necesitan de
cuidados o de niñeras como usted. Yo sé cuidarme solo. Y yo sé
como salir de esto solo. Ahora, la próxima vez que quiera que
ladre información que necesita, le pido por favor, que se tome
el tiempo de informarse de mi.
El oficial Rodríguez se quedó callado, viendo fijamente a
Gabardina. Después cerró su folder y se levantó con camino a
la puerta—: Volveremos a visitarlo continuamente, señor
Cimarrón —dijo el oficial y luego señalo hacia la camilla—.
Espero que... pronto se recupere de eso. Mis mejores deseos —
luego cerró la puerta y se fue.
Gabardina le dio poca importancia y siguió viendo a través
de la ventana.

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40
CAPÍTULO 7
CONTROL

Susana llegó al centro medico del ISSSTE, ubicado en la


avenida Tecnológico, muy cerca de su secundaria. Saber a
dónde habían trasladado a Gabardina fue fácil: todos los
medios de comunicación ya estaban cubriendo la noticia. Lo
realmente complicado era poder pasar a verlo. Cuando ella
llegó a la recepción y pidió pasar a su cuarto la recepcionista
se negó. También un grupo de policías estaba resguardando la
puerta.
—Realmente necesito verlo —volvió a insistir Susana a la
recepcionista.
—Si no me das tu nombre ni el motivo, es casi imposible que
pases. No solo con él, sino con todos los pacientes —respondió
la chica.
Susana se dio media vuelta y sin decir nada más, se retiró
hacia el baño. Se sentó sobre un inodoro con la tapa abajo
mientras intentaba descifrar como pasar. No quería dar su
nombre, para evitar a los reporteros y mas policías, pero
aunque lograra pasar la recepción, los policías en la puerta
también la interrogarían. De pronto se dio cuenta, observando
sus manos sobre su regazo, que durante el trayecto al centro
medico y el rato en la recepción, su cuerpo no desapareció ni
apareció como le estaba sucediendo. Se quedó viendo a sus
manos de nuevo, sostuvo la mirada sobre su palma, concentró
sus pensamientos y emociones y entonces sucedió: Susana se
esfumó, incluyendo su ropa y sus zapatos. A los pocos

41
segundos su cuerpo volvió a aparecer, con su rostro reflejando
una sonrisa de oreja a oreja.

Logró desaparecer de nuevo, pero ahora habría que hacer


que los policías en la puerta se fueran y para eso fue de nuevo
a la recepción. Pasó por encima de un mostrador que hizo que
quedara a un lado de la chica recepcionista, sentada sobre un
banco de plástico de color verde, a un lado de una
computadora Acer de color blanco. Susana pasó sin problemas
al lado de la chica, que para ese momento estaba leyendo un
articulo en una revista llamada TvNotas, que decía en su
encabezado:
“¡¡Boda antes de divorcio!! ¡¡Adal ramones ya dio anillo de
compromiso!!”
Susana soltó una risilla, llamando un poco la atención de la
chica, pero no pasó a mayores consecuencias. Después Susana
sostuvo el micrófono que estaba al lado de la computadora y
dijo:
Se le solicita a los oficial es de la habitación 217 que se
presenten en recepción.
Los dos hombres custodiando la puerta se miraron entre
ellos, pero no se movieron de su posición.
Vamos… no pueden ser los únicos policías en todo el país que
sí cumplen con su trabajo, pensó Susana, mientras repetía sus
palabras en el micrófono, pero no hubo respuesta; ni de los
policías, ni de la chica recepcionista ni de nadie que estuviera
pasando cerca, así que mejor salió de esa zona. Manteniéndose
invisible pasó hasta la habitación de Gabardina, se paró
enfrente de los dos policías, extendió la palma de la mano
frente ellos, se concentró lo suficiente hasta que un golpe
rápido y certero les dio en la frente a los dos, haciendo que su
nuca golpeara contra la pared y cayeran desmayados. Susana
abrió lentamente la puerta y la cerró con el mismo cuidado.
—No importa si no te puedo ver, siempre podré sentirte —
dijo Gabardina, recostado sobre su camilla.

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—Eso sonó mal, José.
—No me demandes, suficiente tengo con estar aquí.
Susana hizo visible su cuerpo de nuevo—: ¿Cómo supiste
que estaba aquí?
—Vamos, niña, acabas de noquear a dos policías y la puerta
pareciera que se abrió sola; obvio que eras tú.
—Necesito respuestas, José.
—El roba cigarros y el otro también las están buscando, así
que no dudo qué lleguen en cualquier momento.
—¿Cómo podemos detener a Roberto? Está loco.
—No creo que haya forma de hacerlo cuerpo a cuerpo. No
quiero que lo detengan. Es la danza de diablos mas grande de
la humanidad… nunca más volveremos a vivir algo como esto.
—José… —respondió Susana—. Te entiendo, pero necesitamos
volver a la normalidad, el mundo no está preparado para algo
como esto.
—Nunca lo estará, niña.
—Nos destruirá a todos…
—Ya no importa... yo casi he cumplido con mi cometido. El
experimento funcionó... lo logré. Lo logré por ella. Estoy a un
solo paso de cumplir mi cometido.
—No sé de que estás hablando, José. No entiendo porque
nosotros...
—¿No te das cuenta, niña? todos ustedes están rotos... y yo
los he reparado. Sus poderes no son mas que un reflejo de
aquello que mas anhelan. Tú haz vivido tanto tiempo
deseando desaparecer que tu cuerpo manifestó ese poder.
Roberto de seguro era demasiado débil antes de todo esto. Y El
Roba Cigarros de seguro deseó dejar de ser tan torpe por lo
gordo que está... Esa es la función de la maquina, la de reparar
humanos rotos. Y con ella, hasta la misma muerte puede
revertirse, porque no hay nada mas roto en un ser humano
que la vida misma.
—La maquina... —interrumpió de pronto Susana—. ¡La
maquina debe seguir entre los escombros!
Gabardina se quedó callado, atónito de las rápidas
conjeturas de Susana.

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—Esa forma de descubrir las cosas, niña... me recuerdas a
alguien.
—Yo sé que usted no me ayudará a detener a Roberto. Pero
Aldo si lo hará. Somos gente rota, pero ninguno de nosotros
pidió ser reparado y sé que el también lo va a entender. No se
cómo lo vamos a lograr, pero lo vamos a hacer.
—Me gusta tu iniciativa, niña. Pero aunque encuentres la
maquina dudo mucho que la puedas volver a echar andar.
—Moriré en el intento entonces —finalizó Susana y luego se
dio vuelta con dirección hacia la puerta.
—Niña... si logras hacer que funcione de nuevo la maquina
tienes que saber entonces que al inicio funcionó como una
maquina del tiempo, lo que hizo que mi querida tia
envejeciera mas rápido de lo normal. Pienso que los poderes
de los tres van a desaparecer en algún momento y si aceleras el
proceso y le das de frente con el rayo de la maquina, creo que
puede funcionar.
—¿Por qué de pronto decides darme esa información?
—Me recuerdas mucho a mí... quiero decir, cuando tenía tu
edad tenía esa misma ímpetu de morir por lo que más deseo...
y siendo honesto, creo que moriré dentro de poco y ya he
cumplido con lo que me prometí... con lo que le prometí a ella.
—¿Quien es "ella"?
—Un viejo amor
Susana se quedó callada y siguió con su camino,
—Niña... prométeme que si esto termina, tú mantendrás tus
poderes… Pareces ser la única con carácter. La única que
merece esos dones. Solo recuerda que eres como un cimarrón.
Cuando Gabardina terminó de decir eso, el edificio entero
se movió de un lado a otro como si se tratase de un terremoto.
Las ventanas se tornaron de un color azul brillante y muy a lo
lejos, por encima del edificio, se podía escuchar como si un
avión estuviera pasando cerca.
—Ya llegó, niña —dijo Gabardina—. Debes irte antes de que te
vea.
—¿Qué le pasará a usted, José?
—No te preocupes… él solo quiere platicar, lo presiento.

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Pero si te ve, no dudará en matarte.
Susana asintió, se dio media vuelta y cuando estuvo a punto
de abrir la puerta, Roberto estaba bloqueándola con un campo
de energía. Susana se giró de nuevo para ver por la ventana a
un lado de Gabardina, cuando se dio cuenta que Roberto
estaba flotando justo ahí, viéndolos fijamente y con los ojos
iluminados de su color azul—: Vamos a platicar —dijo,
sonriendo.

Aldo estaba recostado en su cama cuando su papá tocó la


puerta.
—¡No quiero salir!
—Hijo… Yayo… Yo solo….
—¡Déjame en paz!
Su padre entonces se sentó en el suelo y recargó su espalda
sobre la puerta—: Entiendo por lo que estás pasando —dijo.
—¡Claro que no lo sabes!
—Los catorce es una edad difícil. Es la pubertad y todo eso
de las chicas, pero tu adolescencia acaba de cambiar… lo que
tienes no es un privilegio, es un don, y se usa por el bien de la
humanidad.
—Eso lo sacaste de una película…
—¡Y tiene mucha razón! No quiero que vayas y te arriesgues,
porque no quiero perderte, hijo, pero creo que eres el único
capaz de detener a ese pendejo... No importa cuantas veces te
llamen gordo o idiota, no importa cuantas veces sientas que no
puedes, porque al final de cuentas, si nadie mas puede hacerlo,
sé que tú lo harás. Porque eres capaz…. hijo —añadió su papá
mientras pasaba un par de baquetas nuevas por debajo de la
puerta—. Nunca olvides quien eres, porque el mundo no lo
olvidara y siempre querrán usarlo en tu contra. Conviértelo en
tu fortaleza —agregó—. Eso lo saqué de una serie.
Desde hacía un rato Aldo había dejado de contestar. Sin
embargo su padre escuchó como recogía las baquetas del
suelo y después él se puso de pie, abrió la puerta del cuarto y

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todo para darse cuenta que la ventana estaba abierta y a lo
lejos se podía ver a su hijo corriendo por la avenida.
—Puta madre…. Ojalá su madre no se de cuenta.

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CAPÍTULO 8
LAS LUCES DE ESTA CIUDAD

Aldo comenzó a correr por la avenida, hasta que pasando


cerca de la vías de el tren, vio dentro de una tienda a un
anciano atento al noticiero local. Se detuvo a examinar qué es
lo que estaba pasando y en la televisión se podía ver el edifico
del ISSSTE con un campo de energía de color azul cubriendo
la parte de arriba.
—¡Esos hijos de la chingada nos van a matar! —dijo el
anciano a una señora regordeta parada enfrente de él
Aldo escuchó con claridad aquel comentario, que por un
momento lo desanimó, pero todo cambio cuando recordó las
baquetas en su mano.
No olvides quién eres, resonó en su cabeza con la voz de su
padre. Úsalo como fortaleza.
Después de que Aldo vio lo del televisor subió sus
pantalones, se ajustó el gorro de la sudadera para tapar buena
parte de su rostro, después amarró sus agujetas y continuó
corriendo. Su destino estaba a media hora en auto, pero corría
a una velocidad tan enorme, que podría llegar en menos de
diez minutos.

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2

—Te dije que pronto estarían aquí, niña —dijo Gabardina,


viendo como Roberto se mantenía en el aire—. Ábrele a las
visitas.
Susana miró un poco desconfiada a Gabardina, pero aun así
se acercó y abrió la ventana; una ráfaga de viento caliente llenó
enseguida el cuarto, para que después Roberto se metiera de a
poco. Gabardina estaba lleno de alegría.
—¿Qué quieres? —dijo Susana, retrocediendo hacia la
puerta.
—Respuestas —respondió Roberto, pero Susana no pudo
reconocer su voz. Sonaba como alguien más, como si su voz
fuese distorsionada con estática—. Necesito muchas respuestas.
—Pues tendré que dejarlos solos —agregó Susana, cuando
llegó por fin a la puerta. Luego intentó abrirla, pero el campo
de energía de Roberto seguía ahí.
—Es conmigo con quién quieres hablar, ¿no? —dijo
Gabardina—. Deja que ella se vaya.
—No será posible. La necesito para detener a Aldo.
—¿Qué tiene de especial el Roba Cigarros?
—Creí que lo entendería, señor de gabardina, pero se está
entrometiendo en nuestra meta.
—¿Nuestra meta?
—¿Qué pendejadas dices? —intervino Susana.
—Yo entiendo al señor… somos superiores ahora. La gente
dejara de vernos como imbéciles, ahora nos respetarán. ¿No lo
entiendes?
—No puedo permitir que le hagas daño a la gente…. —dijo
Susana—. No te dejaré.
—¿Por qué insisten en pelear? ¿Por qué no simplemente se
unen y hacemos de este mundo algo mejor? ¿Estoy en lo
correcto, Señor Gabardina?
—Claro que sí —dijo Gabardina—. Y sería bueno si
regresamos a mi casa, la que destruí, ahí podríamos idear un
plan y esas cosas… — finalizó, no sin antes mirar hacia Susana,
guiñándole un ojo sutilmente.

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—¡¿Qué fue eso?! —preguntó Roberto, alarmado, mientras
cerraba sus puños y comenzaba a emanar humo de todo su
cuerpo—. ¡¿Qué chingados fue eso?!
—¿De qué hablas, niño?
—¿Es una trampa?
—Estás loco... Hay que ir a la casa del señor José.
—¡No vamos a ir a ningún puto lado! —gritó Roberto, al
mismo tiempo que sostuvo a Susana tomándola del cabello.
Después la arrastró cerca de la ventana. Ella iba gritando y
Gabardina observaba con asombro, cuando de pronto,
Roberto la levantó y ella intentaba sostenerse. Su cuerpo
aparecía y desaparecía repetidas veces hasta que por fin
llegaron a la ventana. Roberto la arrojó sin pensarlo mucho. Se
escuchó como el grito de Susana iba desapareciendo a medida
que iba cayendo. Gabardina se quedó con la boca a abierta
nada más. Estaba triste y feliz al mismo tiempo, él simplemente
disfrutaba de ver como se desarrollaba su experimento.
—Ahora sí, podemos platicar... Estoy dispuesto a continuar
con su meta, señor José.
—No hay nada que platicar —intervino Susana, que estaba
flotando afuera de la ventana. Cuando Roberto giró para verla,
se dio cuenta que los ojos de ella estaban iluminados y que
tenía un campo de energía a su alrededor, todo de color
morado—. ¿No lo entiendes?

Aldo llegó por fin al centro medico, estaba empezando a


llover, pero lo que mantenía a la gente alrededor bien atenta
en el cielo era el choque de energía y el estruendo que
provocaban Roberto y Susana al impactar entre ellos. Los dos
estaban envueltos en esferas; él de azul, ella de morado.
Dejaban una estela detrás de ellos. Parecía una danza de
luciérnagas violentas intentando matarse en la mejor
oportunidad.

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CAPÍTULO 9
NARCISISTA POR EXCELENCIA

Por los aires, Susana y Roberto continuaban peleando. Sus


campos de energía recubrían sus cuerpo como una esfera, que
a razón de la lluvia torrencial, emanaban humo en cada
movimiento. Se interceptaban como si se tratase de bolas de
billar buscando como poder hacerse daño. Detrás de ellos una
incesante estela de colores azules y morados se quedaba
extendida. Los ojos de los dos rabiaban de luz intensa y desde
el suelo Aldo se podía dar cuenta de eso.
—¡Realmente necesito pasar! —gritaba Aldo a uno de los
policías que tenían resguardado el perímetro con cintas de
color amarillo—. ¡Yo puedo ayudar!
—Niño… —respondió el policía, observando la barriga
enorme de Aldo—. No creo que puedas hacer mucho allá ¿Ya
viste a esos dos? Esto es trabajo del ejercito.
Aldo entonces refunfuñó, dándose media vuelta y llevando
sus manos a la cabeza—: De verdad puedo ayudar…
Cuando Aldo terminó de decir lo ultimo, varias camionetas
repletas de soldados llegaron al lugar. Aldo distinguió las
camionetas del mismo color verde que el de los uniformes de
esos hombres y por un momento sintió que de verdad no era
necesaria su ayuda, hasta que de pronto, un rayo de energía de
color azul impactó en una de las camionetas. El golpe fue
estremecedor. La camioneta voló por unos momentos para

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después caer envuelta en llamas. Aldo y los policías se
cubrieron la cabeza con las manos.

—¡No lo entiendes! —gritó Roberto, en la primera


oportunidad que tuvo al momento de que se detuvieron los
golpes—. ¡Apóyame en esto! ¡Tú y yo somos diferentes al resto!
¡Somos la salvación para este mundo! Solo date cuenta del
enorme poder que tenemos… Solo ne….
Roberto no pudo terminar de hablar, el puño de Susana le
había dado directo en la quijada.
—¡Deja de decir tanta pendejada! —respondió Susana
después del golpe—. No lo mantendremos… estos poderes se
irán en cualquier momento, y cuando eso pase, ¿qué te
quedará?
—¡Nada! Sin estos poderes no soy nada —gritó Roberto
cuando juntó energía en su pecho y al momento de ser
expulsada, Susana la esquivó con facilidad. Cuando el rayo
pasó a un lado de ella, éste fue directo a otra de las camionetas
de los soldados—. ¡No tengo a nadie! ¡No tengo padre ni madre
que me quiera! Soy solo yo y el cambio que voy a generar. ¡¿No
lo entiendes?!

—¡Puta madre! —gritó Aldo—. ¡Voy a pasar!


—¡Qué no, niño! ¡Chingada madre! —respondió el policía. A
un lado de ellos, los solados se formaron en hileras de cinco y
recargaron sus armas. Desde un altavoz, adherido a la parte
mas alta de una de las camionetas, un soldado dijo:
—¡Se les ordena que se detengan de inmediato! Las manos
arriba y…
Antes de que el soldado pudiera terminar, Roberto lanzó a
Susana contra la camioneta, haciendo que quedara inservible
y con la marca del cuerpo de la chica. Aldo la reconoció y fue

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corriendo hacia ella. Susana se estaba incorporando, liberando
su cuerpo de las laminas dobladas.
—¡Creí que solo desaparecías! —dijo Aldo.
Susana soltó una pequeña risa y se terminó de parar—: Yo
también —dijo.
—Hay que detener a ese hijo de perra.
—El señor José… Gabardina, me dijo que había una forma
probable de detenerlo… pero hay que ir hasta su casa mas al
centro, donde está su maquina.
—¿De qué se trata?
Susana estaba a punto de responder, cuando un rayo de
energía azul pasó muy cerca de ellos. Roberto estaba
descendiendo. Parecía una especie de Jesucristo crucificado y
demente—: Me alegra que estés aquí —dijo—. Parece ser que
solo yo entiendo lo que está pasando… parece ser que solo yo
comprendo la magnitud del regalo que se nos fue dado… y si
ustedes no lo entienden, tendré que liberarlos de su
ignorancia,
—Como dices pendejadas —respondió Aldo—. Ya no te
soporto. Ya no puedes seguir haciendo esto. ¡Mira! —añadió
extendiendo los brazos—. Todo esto es tu culpa. Muchos
inocentes están sufriendo por tu culpa —finalizó pasando sus
manos a la bolsa y sacando su par de baquetas para después
colocarse en posición de ataque—. No dejaré que sigas con esto.
Roberto soltó una risa burlona mientras sostenía su
estomago—: Ni siquiera ella, con todo el poder del mundo ha
podido detenerme y tú crees que con un par de palos, tu
panza y tu estupidez, ¿podrás vencerme?
Aldo apretó con fuerza sus baquetas y cuando estaba
dispuesto a saltar al ataque, Susana tomó su brazo para
detenerlo—: ¡Espera! —. Llevémoslo a la casa…
—¡Hijos de puta! —gritó Roberto mientras un rayo salía de su
pecho con dirección hacia los otros dos.
Susana entonces voló y logró colocarse a espaldas de
Roberto. Después conectó una patada en su culo mandándolo
fuera de la zona resguardada. Aldo pegó un brinco tan alto que
el mismo se sorprendió. Tomó uno de los tobillos de Roberto,

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dio media vuelta y pudo hacer que saliera disparado en
dirección hacia la casa de Gabardina. Los policías, soldados y
civiles que estaban observando estallaron en jubilo con un
grito y las manos al aire, después el policía que no dejaba pasar
a Aldo, le hizo una seña con las manos y después dijo:
—Lo siento, niño…. ¡Acaben con ese hijo de puta!
Aldo hizo una sonrisa de satisfacción y después escuchó a
Susana decirle que debían ir por Roberto.
En la zona más céntrica de la ciudad, Roberto cayó sobre el
techo de uno de los edificios, muy cercano a la casa de
Gabardina.

Roberto dejó de tener el campo de energía a su alrededor.


Se sentía un poco cansado, pero al momento de ver como
Susana se acercaba, volando rápidamente y cargando a Aldo,
su campo regresó de inmediato. Esta vez se le podía observar
más enojado; era turbio, hostil y mas grande que el anterior.
Cuando vio que aquellos dos ya estaban muy cerca, tomó
todas sus fuerzas y se elevó de nuevo por los aires. Susana
lanzó a Aldo hacia él, golpeándolo directamente en el pecho,
ignorando las quemaduras que el campo de energía podría
causarles. Roberto retrocedió un poco más, hasta que quedó
volando encima de la casa de Gabardina.
La casa estaba rodeada de listones amarillos. Ya no existían
nada más que las bardas. Todo el lugar estaba lleno de
escombros.
Después del golpe, Aldo cayó muy cerca, a media calle.
Susana llevaba bastante impulso, por lo que conectarle otro
golpe a Roberto no fue difícil. Esta vez para que cayera directo
al cuarto donde habían obtenido sus poderes. Susana mantuvo
el vuelo, cuando le gritó a Aldo:
—¡Revisa si funciona la maquina! ¡Debe haber algo
relacionado a los "diablos" para que se active de nuevo!
Aldo asintió con la cabeza y dio un brinco tan alto que pudo
llegar rápidamente. Corrió por lo que quedaba del pasillo

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enorme hasta que llegó al cuarto donde estaban los restos de
la maquina. Roberto apenas se estaba incorporando, ahora si
se le veía realmente cansado. Intentaba generar un nuevo
campo de energía pero no lo conseguía. La energía azul
parpadeaba intentando formar una esfera, pero era en vano.
En ese momento, Susana apareció en el aire, iluminando todo
el lugar con su luz morada.
—Se acabó idiota —dijo Susana. Aldo ya estaba encendiendo
la computadora, que milagrosamente si accionaba, pero la
pantalla solo proyectaba una parte de la imagen. Después de
eso, Susana bajó, quedando en medio de Aldo y Roberto. Éste
ultimo seguía intentando formar su campo de energía,
recostado sobre una pila de escombros—. Al parecer esto te
hará perder muchos años de vida, pero espero que entiendas
que es para detener todo el mal que estás haciendo.
Cuando Susana terminó de decir eso, Roberto soltó una risa
pequeña, que se pudo interpretar en tono sarcástico—: No lo
entenderán nunca —dijo—. ¡Cuando todo esto terminé, ustedes
serán su nueva atracción! ¡No serán nada mas que un circo y
ratas para experimentos!
A tientas, interpretando lo poco que podía ver en la
pantalla se alcanzaba a leer "danza de los diablos" como un
archivo ".exe"
—¡Lo tengo! —gritó Aldo—. ¡Debe de ser este! ¡Debe de ser
este!
Dio clic derecho sobre lo que quedaba del mouse para que
después, el artefacto de donde había salido el rayo que les dio
poderes, se activara. Un sonido parecido al de un refrigerador
comenzó a escucharse y un aro de color blanco se formó en su
exterior. Aldo tomó el artefacto y apuntó directo a Roberto. Al
mismo tiempo Susana se colocó detrás de él.
—¡Lo lamento, de verdad! —gritó Aldo—. ¡Pero es necesario
detenerte! Cuando terminó de decir eso, Susana se puso del
lado del monitor y activó el archivo. Un rayo de luz blanca salió
disparado del artefacto. La velocidad a la que viajo el rayo fue
sorpresivamente lenta, dandole tiempo a Roberto de hacer un
ultimo esfuerzo; pegó un grito hacia el cielo y un campo de

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energía azul, bastante claro, emergió para cubrir su cuerpo.
Cuando el rayo blanco llegó a Roberto, rebotó contra el campo
de energía azul haciendo que regresara de donde había
venido. Susana tuvo reflejos rápidos y logró proyectar un
campo de energía al rededor de Aldo. Cuando el rayo de luz
rebotado golpeó con el campo de energía de Susana, el tiempo
y el espacio se deformaron para crear un pequeño agujero
negro. Aldo vio como enfrente de él, el espacio alrededor del
agujero se distorsionaba y formaba pequeños destellos de luz
morada, un poco más tenue que el color de Susana a su
alrededor, para después observar como todo se convertía en
color negro. El cuerpo de Aldo comenzó a deformarse;
primero fueron sus manos, que parecían finas tiras de
espagueti. Después le siguió su cuerpo, haciendo el mismo
efecto. Antes de que todo se volviera de color negro en su
totalidad pudo ver a Roberto y Susana intentando gritar.
Parecía más bien que sus cuerpos se habían congelado.
También pudo notar como todos los escombros de la casa iban
desapareciendo y las paredes se iban levantando como si
nunca hubiera pasado nada ahí. Todo se volvió oscuro por fin.
Aldo sentía como su cuerpo estaba completamente
distorsionado y podía sentir como si estuviera avanzando en
medio de una carretera. Así continuó por unos segundos hasta
que perdió conocimiento de si mismo. Solo quedaba la
negrura, pastosa e irreal llevándolo a otro tiempo.

Aldo abrió los ojos. Estaba en la misma posición, pero ya no


tenía el artefacto en sus manos. Miró a su alrededor y no
encontró ni a Roberto ni a Susana y todo el edificio estaba
completo, como si nada hubiera pasado. Solo sobre él estaba
pendiendo un foco. A los pocos segundos escuchó muy
claramente a su lado:
—Hola.
Aldo se giró, vio a un tipo sentado del otro lado del cuarto.
Estaba fumando y no le soltaba la mirada. Se le podía ver

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delgado, con el cabello corto y peinado para que descendiera
desde arriba hacia la parte derecha.
—¿Qué es todo esto? —dijo Aldo, viendo como el humo del
sujeto se elevaba.
—Comenzaba a pensar que no llegarías —respondió el
sujeto.
—¿Qué pasó? ¿Qué es todo esto?
—Estás en el año 2019, Yayo.
—¿Y tú quién eres? No entiendo.
—Soy tú, once años después… Resulta que el rayo abrió un
agujero de tiempo. El idiota de Gabardina te mandó aquí sin
darse cuenta.
—¡Verga…! Sí que bajé bastante de peso.
Aldo del futuro soltó una risa fuerte—: Últimamente todos
nos dicen eso...
—Entonces —continuó el Aldo del pasado—. Esto quiere decir
que sí vencimos a Roberto. ¿Cómo sucedió?
—Roberto fue vencido a pura fuerza de voluntad…
—¿En serio? ¿Solo así?
Aldo del futuro asintió con la cabeza, sacando mas humo de
a boca.
—¿Y qué ha sido de nosotros?
—Pues bajamos de peso, vamos a entrar a la universidad
pronto. Trabajo en una pizzería de Plaza del Parque.
—¿Y los poderes?
—Desaparecerán con el tiempo. Lo lamento… los
aprovechamos bien.
—¡Puta…! —exclamó Aldo del pasado—. Si que pasaran
muchas cosas.
—No te digo que todo saldrá bien, pero es importante que
no olvides quien eres, pequeño Yayo. No importan las criticas
ni malos comentarios. Al final estarán los que quieran estar; no
te preocupes mucho. Habrá tiempos demasiado difíciles. Y
habrán también grandes momentos —Aldo del futuro se acercó
lentamente y añadió susurrando—. Incluso iremos al espacio...
Pero todo estará bien. Te lo prometo.
—¡Gracias, Yayo!

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—¡De nada, Yayo!
Aldo del pasado iba a darle un abrazo al Aldo del futuro,
pero éste ultimo lo detuvo y dijo:
—Ya falta poco para que regreses y pase lo que pase… debes
prometerme que la recordarás siempre. Cuéntales a todos lo
que sucedió. Cuéntales quien salvó la ciudad.
Aldo del pasado quiso preguntar a qué se refería su versión
del futuro, pero antes de que pudiera decir algo, su vista se
volvió borrosa, apareció de pronto el color negro y su cuerpo
sufrió el mismo efecto de distorsión. Cuando recobró
conciencia de si mismo se dio cuenta que en su linea temporal
no había pasado ni un segundo. A su alrededor tenía un campo
de fuerza de color morado generado por Susana, que
intentaba contener el poder del rayo blanco. Roberto, en
cambio, estaba más furioso que nunca. Volaba mientras
despedía rayos por todas las extremidades de su cuerpo.

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CAPÍTULO 10
CUANDO TERMINÉ DE MORIR, RECUPERÉ
LA CONCIENCIA.

—¿Qué sucedió? —gritó Susana, haciendo que desapareciera


el campo de energía alrededor de Aldo.
—Es difícil de explicar —contestó Aldo—. Pero debemos
vencerlo con pura fuerza de voluntad.
—¿De qué mierda hablas? ¡Mira!
Roberto estaba volando. No dejaban de salir destellos de su
cuerpo. Tenía la cabeza viendo hacia el cielo y se podía notar
que no poseía control sobre si mismo. Poco a poco el color azul
se hacia mas intenso y violento. Susana entonces supo que no
había otra manera. Al ver que el campo de energía comenzaba
a agrandarse, tomó la iniciativa. Dio un salto enorme y pudo
quedar de frente a Roberto. Lo rodeó con sus brazos y piernas.
Las quemaduras que provocaba tanta energía no importaban
ahora. Susana proyectó un campo de energía mas grande que
el de Roberto, consiguiendo que los dos quedaran atrapados
en una esfera incandescente de tonalidades azules y moradas
haciendo que los rayos azules se quedaran atrapados; los
cuales le provocaron quemaduras a Susana y a Roberto por
igual. Susana apretó con más fuerza y consiguió que su esfera
morada se redujera hasta que quedara muy poco espacio
entre ellos. Aldo observó con claridad lo que siguió después.
Tanta energía acumulada hizo que el calor se elevara, los
escombros comenzaron a flotar al mismo tiempo que Susana
levantada a Roberto hasta llegar a las nubes.
—¡Susana! —gritó Aldo—. ¡Regresa!

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Pero Susana ya no volvería jamas.
A los pocos segundos, tanto Roberto como Susana
resplandecieron. Eran una estrella en medio del cielo nublado.
Su luz llegó a verse por toda la ciudad. Los Arcos
resplandecieron y también las iglesias del centro de la ciudad.
Por ultimo se iluminó la parte trasera de una estatua de Conín,
que da la bienvenida a la ciudad.
Aldo se quedó maravillado, pero todo terminó cuando
aquella estrella en el cielo, explotó, mandando una ráfaga de
calor y dejando caer sobre toda la ciudad partículas de color
morado, pero a diferencia del tono de Susana, éstas tenían un
color mas brillante. Descendían como si se tratase de una
ventisca de nieve. Poco a poco cubrieron los techos de las
casas y Aldo recordó la promesa para consigo mismo. Todo el
mundo se iba a enterar quien fue Susana y todo el mundo se
iba a enterar que dio su vida para salvar a todos.
Gabardina observó con jubilo desde su habitación en el
centro medico, lamentándose, porque el sabía que aquella
estrella era su querida Susana.

Pasaron unos cinco días para que se llevara a cabo un


funeral. La gente de toda la ciudad se reunió en la Plaza de
Armas del centro, justo enfrente del palacio de gobierno,
donde se suele dar el grito de independencia cada 15 de
septiembre, pero en esta ocasión fue para rendir homenaje a
Susana. Toda la plaza estaba rebozando de adornos de color
morado y también una banda de guerra, haciendo sonar sus
tarolas alrededor de varios puestos de comida. Había también
gente lanzando pirotecnia al cielo. Se hicieron honores a la
bandera, después el gobernador recitó un discurso que no
creo conveniente poner aquí —ellos casi siempre dicen
mentiras— y la gente lo sabía, por lo que nadie puso atención.
Todo lo demás era perfecto. Se anunció también ese día,
que una estatua de Susana sería colocada en la cima del Cerro

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de las Campanas, justo al lado de la estatua de Benito Juarez,
en uno de los puntos mas altos de la ciudad.
Mientras todo eso sucedía, la madre de Susana; Elizabeth,
estaba en el cementerio colocando ramos de flores. Jurando
que vengaría la muerte de su hija. Pero no con Gabardina,
porque él ya estaba encarcelado. Tendría que vengar su
muerte con Aldo. O mas bien con Boilerman, como se le
empezó a conocer en todos los noticieros y periódicos de la
ciudad.

Después de que terminó el funeral de Susana, los padres de


Aldo y él se fueron a comer a los puestos que estaban en la
plaza, pero antes de todo, Aldo tenía una ultima cosa que
hacer.
Emprendió camino por el andador 5 de Mayo y llegó al
jardín Zenea. Pasó cerca del quiosco que está justo en medio,
al lado de una fuente y rodeado de jardineras pequeñas.
Atravesó todo el jardín y llegó a una calle llamada Madero,
pasando cerca de la fuente de Neptuno.
Continuó con su camino hasta que llegó al mismo Oxxo
donde había robado los cigarrillos. Se acercó después al
mostrador y dijo:
—Lamento todo esto.
La chica que estaba atendiendo, era la misma que la otra
vez—: Ya lo dejé pasar hace unos días.
—Eso no quita que quiera disculparme. De verdad lo
lamento —finalizó Aldo al mismo tiempo que sacaba un billete
de veinte pesos de su bolsa—. Creo que te debo esto.
—Eso lo tuve que pagar yo cuando corriste —respondió la
chica—. Pero gracias de todos modos. Por todo. Por salvar la
ciudad y esas cosas...
—Sabes que no fui yo… fue Susana. Pero... ¿Como sabes que
estuve peleando ahí?

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—Te vi pelear afuera del Tec 100. Muchos te vimos. Otros no
saben quien es el "gran Boilerman". Para soportar una paliza
como esa, creo que si tuviste mucho que ver con lo que pasó
en el cielo.
—¿Guardarías el secreto por mi? No me gustaría
convertirme en una celebridad o algo así.
La chica asintió gentilmente y luego Aldo le dedicó una
sonrisa de agradecimiento. Después tomó camino hacia la
salida, no sin antes escuchar que la chica del mostrador lo
llamaba de nuevo—: Gracias —repitió ella, al mismo tiempo que
le arrojó a sus manos un paquete de 14 cigarrillos de marca
Delicados—. Yo los invito —luego le guiñó el ojo.
Creo que no sabe que tengo catorce años, pensó Aldo, pero le
dio poca importancia. Salió del Oxxo y justo enfrente, en lo
más alto de una iglesia, se fue a sentar. Abrió su paquete nuevo
de tabaco y comenzó a fumar.
El humo se perdió en el cielo, pasando al lado de unas
nubes que terminaron por colorearse de morado. Aldo se
subió el gorro de su chamarra y ahí vio hacia el horizonte,
esperando que Susana fuese recordada por la eternidad, y
esperando que su yo del futuro esté orgulloso de saber qué
cumplió la promesa.

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