RE Boilerman
RE Boilerman
RE Boilerman
Juan Núñez
BOILER-MAN
JUAN NÚÑEZ
CAPÍTULO 1
CUANDO TERMINE DE MORIR
1
La chica se dio la vuelta, tomó el paquete de cigarrillos del
estante y después los marcó en la computadora del mostrador:
—Son 18 pesos.
Aldo fingió que buscaba el dinero en su bolsillo. Pasó la
mano repetidas veces revoloteando la pelusa. Era ahora o
nunca. Ella también lo sabía. El silencio entre los dos era
cómplice, o al menos así lo sintió él, pero para la chica no era
complicidad; era resignación. Con la otra mano Aldo tomó
rápidamente el paquete y lo guardó en su pantalón mientras
salía corriendo del lugar. Los ojos de la chica se agrandaron:
—¡Oye! —gritó—. ¡Oye no!
Aldo comenzó a correr, su enorme barriga y sus piernas
gordas no lo hacían tan veloz como el creía que lo era, pero
entre la emoción y el frenesí él sentía que volaba. A su espalda
llevaba una mochila con su chamarra y un par de baqueteas.
Éstas últimas hacían un pequeño ruido al golpear entre ellas.
Giró para ver si lo estaban siguiendo. La cajera se asomó y
después gritó—: ¡Pinche morro! ¡Agárrenlo!
Una ola de alegría recorrió su cuerpo al ver que la chica no
lo seguía y así anduvo hasta que llegó a una calle llamada
Allende. En la esquina estaba una fuente y encima de ella una
estatua dedicada a Neptuno. Aldo se detuvo ahí. Buscó la
sombra en la parte de atrás de la fuente sin dejar de observar
su paquete de cigarrillos. Durante el trayecto los había
apretado tanto que incluso el plástico que los cubría se arrugó.
Golpeó la parte de arriba de la caja contra la palma de una de
sus manos. Después quitó el plástico y sacó un pedazo de
papel: luego sacó un cigarrillo y lo encendió. A pesar de que
eran sus primeras veces fumando, disfrutó aquel cigarrillo
como si se tratara de un viejo hombre cenizo y adicto. Cuando
ya iba por la segunda calada su cigarro desapareció frente a
sus ojos y una ráfaga de viento pasó frente a su rostro. Una vez
que se percató de donde venia la ráfaga ya era muy tarde. La
mano que se le quitó pertenecía a un hombre. Lo pudo notar
por los pelos pequeños saliendo desde los nudillos y que las
manos se veían toscas y pesadas. Lo último que pudo ver Aldo
fueron las cenizas falleciendo en el suelo de cantera.
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—A ver, a ver —dijo el hombre de las manos grandes—.
Parece que te estabas escondiendo, cabróncito.
Aldo entonces distinguió con claridad al hombre. Llevaba
un uniforme azul, se le veía pesado. En la cintura traía una
macana color negro y una tarjeta con su nombre: Jacobo
Rodríguez
—No sé de qué habla, señor Jacobo —dijo Aldo, al mismo
tiempo que guardaba la cajetilla.
—Están las cámaras, muchacho. Parece que te robaste algo
hace rato.
Aldo se quedó quieto, sentado, y callado.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó el oficial, frunciendo las
cejas
—Catorce.
—¡Cabróncito! ¿Desde tan morro mandando tu vida a la
chingada? —agregó, tomando la mochila de Aldo. Después los
dos se subieron a una patrulla. Durante el camino no hablaron,
pero el oficial iba vigilándolo constantemente por el espejo
pegado al parabrisas. Aldo, en cambio, no quitaba la vista de su
mochila en el asiento delantero. Cuando llegaron al Juzgado
Cívico, los padres de Aldo: Alejandro Martínez y Norma
Rodriguez los estaban esperando. Habían estado sentados en
unas butacas viejas y blancas a un costado de una pequeña
celda. Cuando se estacionó la patrulla, el chico no saludó a sus
padres y caminó por dónde le indicó el oficial. Pasó por una
puerta de madera y del otro lado, el cuarto tenía unas sillas,
igual de viejas que las anteriores pero de color negro. Enfrente
de todas ellas, en un escritorio de madera, un hombre viejo se
iba sentando. En ese momento sus padres entraron al cuarto
también.
—¿Sabe de qué se le acusa, muchacho ? —dijo el hombre
viejo refiriéndose a Aldo.
—Robo…
—¿Sus padres vienen con usted?
Aldo asintió mientras su padres se ponía de pie.
3
—Su hijo está siendo acusado de un robo menor —dijo el
hombre viejo, dirigiéndose a Alejandro—. Y es usted
responsable de esto.
—Lo entiendo… —respondió, con notable frustración—. ¿Qué
procede?
—Considerando que se trata de su primera infracción, solo
será una multa.
Aldo entonces sacó un suspiro de satisfacción y eso no le
agradó al hombre anciano. Le mantuvo la mirada por unos
momentos y entonces dijo:
—Sería conveniente también sugerirles algo…
El rostro de Aldo cambió por completo.
—¿De qué se trata? —preguntó Norma.
—Acaban de abrir un nuevo… mmm… Llamémoslo,
"reformatorio" —añadió el hombre viejo haciendo comillas con
las manos—. Sería bueno que su hijo esté en un curso de estos.
Solo será una semana: lo recomiendo mucho. Los chicos como
éste... tienden a poder corregirse a tiempo —ahora se dirigió a
Aldo—. A veces, los chiquillos como tú necesitan un buen jalón
de orejas, nada más. Ya sabes, para no seguir siendo unos
fracasados— finalizó el hombre viejo mientras le pasaba un
tríptico con la información al padre de Aldo.
—Muchas gracias...
—Pase a la caja —finalizó el hombre viejo dándole un recibo.
Al mismo tiempo que Alejandro iba sacando la cartera, se
iba preguntando si realmente iban a llevar a a su hijo a esa
cosa. A Aldo le daba miedo preguntar, había escuchado cosas
terribles sobre esos lugares, además de que la televisión la
hacía parecer solo un lugar de tortura para niños y ebrios.
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—¿Entiendes lo que acabo de decirte?
—¡Yo no quiero ir!
—¡Yayo! Tienes que ir.
Hace mucho tiempo que su padre no le llamaba “Yayo”,
Aquello era usado únicamente como una muestra de
confianza y desde hacia un tiempo lo usaba con menos
frecuencia.
—Tienes que ir… por favor… ya no sé qué va a pasar. Si no es
que robas en Oxxos, te metes en pedos en la escuela. Y si no es
en la escuela, es en la pinche cuadra. ¿Podrías por favor ceder
aunque sea esta vez? Me estoy cansando...
Cualquier lugar hubiera sido bueno para tener esa platica,
cualquiera, menos la sala de la casa. Su madre lo observaba
desde el otro lado del sillón, no decía nada, pero su rostro
reflejaba todo lo que Aldo necesitaba saber.
—Puedo intentarlo… —dijo Aldo, finalmente, bajando la
cabeza—. Pero solo esta vez
—Claro… Solo esta vez.
Yayo asintió.
Al día siguiente llegó a la secundaria, que estaba ubicada
cerca de donde se había robado el paquete de cigarrillos. Sus
padres lo dejaron en la plaza que estaba justo enfrente de la
escuela: la plaza en ese entonces tenía un monumento a la
bandera mexicana y rodeando todo el complejo había unas
cuantas bancas hechas de concreto y de color rojo. En el
centro, una pequeña fuente les daba la bienvenida a todos los
alumnos. Aldo se bajó del auto y justo en la esquina, donde
apenas comenzaban la cerca de la escuela, estaban sus amigos.
Caminó cabizbajo, pero solo esperaba el momento para que
sus padres se fueran y poder encender un cigarrillo que se
había robado del pantalón de su padre.
—¿Qué tranza? —dijo Juan.
Aldo no respondió.
—¿Qué pedo? —dijo Christopher—. ¿Cuántos llevas hoy,
pinche gordo? —señaló refiriéndose al tabaco.
Aldo siguió sin responder.
—Pinche bato mamón —dijo Roberto.
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Aldo entonces dejó de mantener la mirada. Dio una calada
a su cigarrillo y se dio media vuelta. Caminó hasta sentarse en
una banca de concreto en el monumento. Al poco rato la
campana sonó, era hora de iniciar las clases. Todos pasaron a
su lado sin dirigirle la mirada.
Pasaron unas cinco horas y su salón era un caos, como casi
todos los días. Algunos jugaban futbol con una pelota de
plástico a medio inflar, otros cuantos salían al patio y otros
cuantos se quedaban en el salón mientras jugaban con unas
cartas de duelo. Pero Aldo se mantuvo distante. Pasó gran
parte del tiempo observando las baquetas sin sacarlas de la
mochila. No fue hasta el receso, donde varios de sus
compañeros se fueron a jugar fútbol y Aldo se sentó en las
gradas para poder verlos, pero aun así dejó la cabeza baja la
mayoría del tiempo y parecía que en cualquier momento
rompería en llanto.
—¡Boiler! —gritó Juan, desde el otro lado de las gradas.
Aldo volteó por inercia. En la secundaria ese era su apodo,
pero no por razones heroicas, sino por su entonces sobrepeso.
—¡Boiler! —repitió Juan—. ¿Qué pasa? —preguntó al mismo
tiempo que se detuvo en el inicio de las gradas.
—Todo bien...
—Desde hace rato te veo mal, hombre, ¿qué pasa? —insistió
Juan mientras tomaba asiento.
—Creo que tendré que dejar de venir a la escuela.
—¿Por qué?
—Mis papas me van a mandar a un reformatorio.
—¡Verga…! pues, ¡¿qué hiciste?!
—Robé unos cigarrillos…
—Cabrón… mínimo, ¿estaban buenos?
—Bueno, realmente solo será una semana, pero dicen mis
papás que a lo mejor si es necesario que me quede más
tiempo.
—¿Cuánto tiempo es más tiempo?
—Como seis meses
—Pues ojalá y no suceda. Acá te necesitamos.
Aldo mostró una sonrisa pequeña, pero amigable.
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Aldo miraba extrañado al sujeto. Su gabardina le llegaba a
los tobillos. Sus dientes amarillos y enormes resplandecían a la
luz del sol—: Pasen por aquí —señaló, extendiendo su brazo y
refiriéndose después a Alejandro—. Su hijo está en buenas
manos.
Cuando el hombre terminó de decir eso, la puerta se abrió
atrás de él. Al fondo se veían unos cuantos niños corriendo,
algunos jóvenes pasando de un lado a otro. Unas pequeñas
escaleras de cantera rosa se alzaban a la vista. El hombre de
gabardina indicó que por ahí se tenían que ir.
Los cuatro chicos subieron las escaleras, una adorable
anciana les dijo por dónde debían caminar. Siguieron por un
pasillo hasta que llegaron a un cuarto bastante grande. Aldo y
los demás chicos se metieron.
—¿Qué es toda esta mierda? —dijo Roberto. Los otros tres lo
vieron, pero solo uno respondió.
—¿Qué se supone que nos van a enseñar?
—Modales —intervino Aldo—. Creo…
—Modales mis huevos, Boiler.
—¿Te llamas Boiler? —preguntó otro de los chicos cuando
escucho a Roberto llamar a Aldo de esa manera—. Yo me llamo
Samuel
—Me llamo Aldo.
—Yo Roberto.
—¿Y tú? —preguntó Samuel, refiriéndose al ultimo chico de
gorra—. ¿Cómo te llamas?
No obtuvo respuesta.
—Vamos —dijo Roberto—. ¿Quién eres?
El chico de gorra levantó la cabeza, demostrando, que
después de todo, no era un chico.
—Susana —dijo—. Me llamo Susana.
Aldo se quedó impávido. Aquella chica, con la cabeza baja,
podría haber pasado como un niño, pero cuando vio su rostro
a detalle, se dio cuenta de que tenía rasgos muy diferentes al
de sus amigos haciendo que una ola de nervios lo abrumara.
—¡A la mierda! —exclamó Samuel—. ¡Creí que eras vato!
—Pues no lo soy...
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—¿Y bien? ¿Qué hacemos?
—Esperar —intervino Roberto—. Creo…
No pasó ni siquiera un minuto cuando la anciana entró por
la puerta y dijo—: Síganme niños —con un tono muy gentil. Los
cuatro asintieron y salieron del cuarto. La anciana los llevó de
nuevo a la parte baja de la casa. Llegaron a un patio enorme
hecho también de rocas de color rosa y ahí los dejó. En el
fondo habían cuatro sillas. Cada una con correas sujetas en la
parte trasera. Aldo quiso hacer una pregunta, pero cuando
giró a ver a la anciana, ésta ya se había ido.
—Tomen asiento —dijo una voz a través de las bocinas del
lugar, colocadas en cada esquina del patio. Al mismo tiempo el
hombre de gabardina apareció frente a ellos después de abrir
una vieja puerta de metal. Caminó hasta la pared de enfrente y
abrió una pequeña compuerta con varios interruptores.
Accionó algunos botones y regresó por el mismo camino por el
que llegó.
—Siéntense, siéntense.
Los cuatro chicos se sentaron, un poco desconcertados y
un poco asustados.
—Bueno —comenzó Aldo—. ¿Qué sigue?
El hombre de gabardina se quedó con la mano estirada
sobre uno de los interruptores y giró la cabeza viendo a Aldo—:
¿Eres el que roba cigarros?
Aldo no respondió.
El hombre de gabardina le dedicó una sonrisa burlona.
También pudo ver que los otros tres chicos se quedaron muy
serios.
—Muy bien —comenzó el hombre de la gabardina—. Espero
se hayan despedido de sus padres, porque creo que no los
verán en un buen rato
Los cuatro chicos se mantuvieron en silencio, al mismo
tiempo que el hombre de gabardina se fue del lugar. Lo último
que escucharon fue el rechinido de la puerta y una especie de
carrito de supermercado que se iba acercando por el pasillo.
Aldo vio a los otros. Estaban asustados. De pronto el hombre
de gabardina entró de nuevo. La anciana también regresó al
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lugar, ella era quien Iba empujando, en efecto, un carrito de
supermercado, pero dentro de él estaba una maquina que
nadie había visto en su vida. Parecía ser un cinescopio de
televisión, pero estaba hondo. Era como un tazón dentro de
otro tazón más grande. Estaba recubierto con cobre y varios
cables de diferentes colores. Todos salían de la parte baja e
iban hasta un aparato, en la parte trasera del carrito, repleto de
botones. Encima del aparato estaba lo que parecía ser un
monitor muy pequeño.
—¿Qué pasa? —dijo Aldo, mientras el hombre activaba esos
botones.
—Vaya que hablas mucho, niño… vamos a hacer un
experimento.
—¿Qué clase de experimento?
—Si todo sale bien, tendrás poderes. Sí, así como
superhéroes. Si todo sale mal, mi adorable tía, que ya
conocieron hace rato, los limpiara con una pala.
—Es un chiste, ¿no? —intervino Susana—. Suena a un mal
chiste.
—No lo es… ¿niña? Lo que sea. Tranquilos. Espero todo salga
bien.
En ese momento Susana quiso levantarse, también Aldo,
S amuel y Rober to, pero cu ando lo intent aron,
automáticamente los seguros y cuerdas que tenían en la parte
trasera de las sillas comenzaron a asegurarse en sus tobillos y
muñecas.
—También quiero mencionarles. Si es que todo sale bien,
todos nosotros seremos grandes amigos. Nos divertiremos —
dijo el hombre de gabardina, apuntando la maquina directo a
las sillas donde estaban los chicos. Accionó después un botón,
movió algunos cables como si tuvieran un falso contacto. Unas
luces se encendieron en la parte baja. El carrito comenzó a
vibrar. Las luces se hacían mas intensas. Un ligero olor a
plástico quemado comenzó a llenar el lugar. Los cuatro chicos
vieron una luz pasar entre ellos. Salía a chorros por la maquina
del carrito, como si la luz se transformara en un liquido.
Comenzó a hacer un calor insoportable. Después se
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comenzaron a formar pequeños remolinos de polvo que salían
desde el techo.
—¡Seremos buenos amigos! —gritó el hombre de gabardina,
con una sonrisa de oreja a oreja y lo que parecía ser una risa
nerviosa. Se escuchaba el sonido del viento remolinando en el
cuarto. Después la maquina hizo un ruido ensordecedor. Muy
parecido al que hacen los camiones cuando van a altas
velocidades en la carretera. Un rayo de luz los golpeó a todos
por igual. Ni siquiera tuvieron tiempo de gritar, o de pensar en
gritar. El rayo llenó el cuarto. Era como un lienzo en blanco. El
calor era tan insoportable que comenzaron a caer piedras
calcinadas de la pared. Una estela parpadeante en forma de
domo comenzó a formarse en el techo mientras éste se iba
desplomando. El hombre de gabardina no quitaba la mirada de
lo que sucedía mientras una roca enorme cayó del techo. Los
otros cuatro chicos, en cambio, continuaron amarrados a sus
sillas.
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CAPÍTULO 2
CENIZAS
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tampoco les había hecho daño alguno, pero prefirieron
dejarlos en observación. Pasaron unas horas y los primeros en
llegar fueron los padres de Aldo. Cuando entraron a la sala, lo
primero que hizo su madre fue abalanzarse sobre él y su padre
secundando con un poco menos de gentileza.
—¿Cómo te sientes, Yayo? —preguntó su madre, al borde del
llanto.
—Creo que bien —respondió Aldo, recostado sobre una
camilla enorme, solo siendo separado de los otros dos por una
cortina enorme y gruesa de color azul—. No me siento tan mal,
la verdad.
—¿Cómo sucedió? —intervino su padre—. ¿Por qué explotó?
—El señor Gabardina nos… nos disparó con una maquina.
Estaba extraña, era como un pequeño túnel que lanzaba
luz.
—¿Y eso explotó?
—Sí. Voló todo el lugar.
—¡La demanda que le espera a ese hijo de puta! ¡¿Sabes si lo
internaron aquí también?!
Norma miró a Alejandro como diciéndole que no era el
momento para decir cualquiera de ese tipo de cosas—: ¿Cómo
es que no estás lastimado? —dijo, regresando la mirada a su
hijo.
—No lo sé… de hecho me siento muy bien.
—Lo lamento, Yayo —dijo su papá—. ¡De verdad perdóname,
hijo!
—No pasa nada… enserio —contestó Yayo con una sonrisa de
oreja a oreja—. No pasa nada.
Después su padre sacó del bolso de la madre un par de
baquetas.
—Mira, también sobrevivieron —dijo Alejandro.
Aldo las miró casi rompiendo en llanto, para después
dejarlas a un lado de camilla.
Los padres de Aldo mantuvieron una mirada de extrañeza
durante la media hora que se quedaron con él. Después de
llevarle algo de comer, se retiraron y mantuvieron una platica
con los doctores y los policías fuera del lugar. Al poco rato llegó
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la madre de Susana. Que al igual que la madre de Aldo, se
abalanzó sobre su hija. Lloraron un momento, se abrazaron y
comieron. Aldo quiso escuchar lo que estaban hablando, pero
el hecho de que estuviera del otro lado de la sala, hizo que se
escucharan apenas un par de susurros. Así se mantuvieron
unos diez minutos hasta que su mamá se fue.
—¿Todo bien, Susana? —gritó Aldo cuando la vio romper en
llanto apenas su madre se había retirado.
—Todo bien —respondió Susana—. ¿Y tú?
—Me parece que no deberíamos estar aquí. ¡No nos pasó
nada!
—A ti… —dijo Susana.
—¿Pueden cerrar la puta boca? —intervino Roberto.
—¿Qué te pasa, pendejo? —respondió Aldo—. ¡¿Cuál es tú
puto pedo?!
—¡El señor Gabardina está herido y ustedes con sus
pendejadas!
—¿Ya es Señor? ¿Qué mierda te pasa? ¿Ya son novios?
—¿Aún no te das cuenta, pinche gordo? ¡Él nos salvó!
—¿De qué?
—De morir imbécil. Gracias a él dejamos de ser los pendejos
que todos creen que somos, ¿no te das cuenta? ¿No te
preguntas como es que sobrevivimos sin rasguños? Ella ahora
puede hacerse invisible. Yo tengo mas fuerza de la que hubiera
imaginado y probablemente también te pase algo a ti….
—¿Invisible? ¿De qué mierda hablas?
Susana entonces retiró la cortina. Estaba sentada, con el
respaldo levantado y un par de sabanas encima.
—¿Dónde está ella? —dijo Aldo.
—Aquí —dijo Susana, moviendo una de las sabanas sobre
ella.
—¿Lo ves, gordo? ¡Tenemos poderes ahora!
Aldo se levantó de la cama sin decir nada, corrió hacia el
baño que estaba en el pasillo. Su bata dejaba ver sus apenas
peludas nalgas y sus piernas regordetas.
—¡Deténgase, muchacho! —gritó una enfermera, intentando
sostener su brazo, pero Aldo la arrojó hacia la pared sin medir
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su fuerza. Cuando llegó al baño lo primero que vio fue una
linea de lavabos y un espejo enorme encima de ellos
acompañado de su reflejo. Observó los detalles de su cuerpo;
su característico lunar encima del labio, su enorme barriga, su
cabello casi rizado y sus prominentes entradas dando la
bienvenida a una futura calvicie. Se acercó lentamente al
lavabo,
¿Nos salvó?, pensó. ¿Realmente lo hizo?
Colocó la mano sobre el espejo, observando su reflejo,
directo a los ojos.
¿Dejé de ser… yo?
Dirigió la mirada hacia su mano. Pudo sentir como su piel
se endurecida de alguna manera. Comenzó a temblar. Sus
músculos hicieron un movimiento inusual semejando
pequeñas olas sobre los huesos de sus dedos. Antes de que se
pudiera dar cuenta, Aldo había destruido el espejo y la pared
en la cual estaba adherido. Se alejó un momento para ver lo
que había hecho y notó como toda la pared estaba repleta de
grietas pequeñas.
Por el pasillo, un grupo de guardias que ya estaban
auxiliando a la enfermera, escucharon como se cuarteaba la
pared. Se acercaron rápidamente y cuando abrieron la puerta,
vieron que un pedazo de la bata estaba colgando desde la
ventana y no había rastro alguno de Aldo.
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CAPÍTULO 3
TRAJES
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Bajaron al cuarto de Juan, que estaba rebozando de cómics
y libros viejos en un librero de madera. A un costado estaba su
cama y del otro lado, un pequeño ropero. Juan hurgó entre sus
cosas, sacando pantalones y camisas. Él sabía que nada de su
ropa podría quedarle, pero había algo en particular que quería
mostrarle a Aldo.
—Este te puede quedar —dijo Juan—. Creo que de toda mi
ropa es lo único que te puede quedar.
—¡¿Es neta?! —respondió Aldo. Juan asintió con una sonrisa
de oreja a oreja.
Aldo entonces se lo puso. Era un traje del Hombre Araña,
que eventualmente se estiró lo suficiente para que la panza,
brazos y piernas de Aldo, pudieran pasar.
—Al menos ya no se te ven las pelotas.
—Eres un pendejo… Pero me llevaré esto también —dijo
Aldo, tomando una sudadera negra de la cama—. Al menos no
me veré tan ridículo.
—¡Eres ahora un super héroe, Boiler! ¡Ahora debes usar
mallas!
—No sé que puede ser mas extraño. Qué digas que tengo
que usar mallas, o que hayas tenido guardado este traje.
Juan se quedó callado mientras le pasaba la mascara para
completar el traje. Aldo se la colocó. La mascara era lo único
del traje que no se pudo estirar mucho. Le llegaba hasta la
nariz, dejando al descubierto sus enormes cachetes y su lunar
encima de sus labios. Después de eso, Aldo se colocó la
sudadera negra haciendo que el gorro de la misma le cubriera
la cabeza.
—¿Volverás corriendo?
—Sí. Siento que llegaré en segundos.
—Pues adelante —finalizó Juan—. Ve por ellos, Boiler.
Ambos estiraron sus brazos: después estrecharon sus
manos. Seguido de eso, salió del cuarto y subió hasta el techo
de nuevo. Se preparó en la orilla de la barda. Divisó un árbol
enfrente de la casa que debía de medir al menos unos veinte
metros; sus hojas se perdían con los cables que pasaban en
medio de él y de poste a poste. Aldo aseguró la sudadera y
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saltó. La altura fue suficiente para pasar por encima del árbol.
Después aterrizó en la jardinera que estaba justo en medio de
la avenida. Alistó de nuevo la sudadera y comenzó a correr. Se
fue en linea recta directo a la Torre medica Tec 100.
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parpadear. Susana se acostó en la camilla, sin quitarse las
cobijas y entonces sucedió. Roberto resplandeció tanto que la
luz que emanaba formó una esfera a su alrededor. Su rostro se
endureció más y sus ojos se tornaron llorosos. La energía era
tanta que todo alrededor de Roberto comenzó a levitar,
incluso él también logró elevarse un poco.
—¡¿Qué chingados pasa?¡ —gritó el guardia, notablemente
asustado.
Roberto lo miró directo a los ojos y entonces uso su campo
de energía para lanzar al guardia por la ventana. Aldo apenas
iba llegando cuando vio al hombre caer desde el décimo piso.
Cuando cayó, la cabeza del guardia explotó como si se tratase
de un globo.
Aldo levantó la mirada.
Ahí estaba Roberto, con su campo de energía y su cuerpo
resplandeciendo en un azul vibrante, respirando hondo, con el
pecho al frente, mirando hacía abajo con aires de grandeza.
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CAPÍTULO 4
CONSECUENCIAS
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sala. Roberto en cambio, pudo escuchar en el suelo la voz de
un policía:
“¡Tenemos el edificio rodeado!”
Roberto entonces volvió a la ventana. Su campo de fuerza
se hizo más grande y comenzó a vibrar. Los bordes golpeaban
las paredes haciendo que cayeran escombros. Su pecho
comenzó a llenarse de un resplandor extraño. Aldo continuaba
abajo, cerca de los policías.
Nadie más puede detenerlo, pensó Aldo. Realmente nadie es
tan fuerte como nosotros.
Del pecho de Roberto salió un rayo de luz azul que dio
directo en una de las patrullas. Ésta voló unos segundos antes
de caer cubierta con fuego. Los oficiales corrieron a
esconderse en diferentes autos, pero Roberto volvió a hacer lo
mismo; una patrulla más explotó. Aldo corrió atrás de un árbol
que funcionaría como un escudo. La gente comenzó a correr
por los pasillos del edificio, abajo muchos hicieron lo mismo.
Aldo cerró los ojos, pero antes de que se pudiera dar
cuenta, dejó de cubrirse con el árbol para comenzar a correr.
Roberto continuó explotando otros autos con diferentes
disparos desde su pecho, sus ojos estaban proyectando la
misma luz. Cuando quiso tomar fuerza para otro disparo, Aldo
apareció por fin enfrente de él, suspendido en el aire y con una
pierna extendida.
—¡¿Qué mierda?! —gritó Roberto, cuando su disparo fue
interrumpido por una patada de Aldo en el pecho. Roberto
salió disparado hacia la puerta, destruyendo gran parte de ella.
Después del golpe Aldo quedó tumbado en el suelo, justo al
lado de las camillas y frente a la ventana. En el suelo, a las
afueras, se escuchaba el bullicio de la gente, muy alegre por lo
que acababan de ver. Al mismo tiempo, un grupo de policías
comenzó a subir hasta el piso donde se encontraba la batalla.
—¿Con qué va a ser así? —dijo Roberto, completamente
desnudo. El golpe con la pared y la caída de escombros le
habían retirado su bata del hospital—. ¡Eh, gordo! ¿Así va a ser
—¡agregó, mientras se incorporaba y el resplandor de su
cuerpo aumentaba.
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Aldo intentó levantarse, pero Roberto fue más rápido. Se
acercó a él en un parpadeo. Lo tomó del cuello con ambas
manos y logró levantarlo. Aldo vio hacia abajo, sosteniendo las
manos de Roberto para evitar que lo ahorcase y se dio cuenta
que estaban flotando. Aldo conectó varías patadas dirigidas a
las cotillas, pero el campo de energía le impedía esta vez hacer
un contacto directo. En ese momento, el grupo de policías
llegó. Comenzaron a disparar a discreción, pero las balas se
desintegraban apenas tocaban el campo de fuerza. Roberto
aún sostenía a Aldo cuando comenzaron a avanzar hasta que
salieron del edificio. Estaban ahí, entre el edificio y los autos
destruidos en el suelo.
—Hubieras tomado la decisión correcta, pero decidiste
seguir siendo un pendejo, gordo de mierda.
Aldo entonces sintió un calor extraño en su pecho. Pudo
sentir el olor de la tela siendo quemada. Una sensación fría
recorrió su espalda.
Roberto estaba expulsando un disparo. El campo de
energía a su alrededor se hacía más grande. Ondas de fuerza
golpeaban las ventanas haciendo que se rompieran. Un
incesante humo comenzó a salir desde sus poros.
Los policías dispararon de nuevo pero no sucedió nada.
Roberto terminó de cargar su disparo. Fue directo en el pecho
de Aldo. La tela de su traje se deshizo en esa zona y una marca
negra se quedó en su piel quemada. El cuerpo de Aldo dio
directo en un local de comida. Se rompieron paredes, sillas y
mesas. El estruendo hizo que las personas a la redonda se
cubrieran la cabeza para protegerse mientras una nube de
polvo comenzaba a elevarse.
Roberto volvió a recargar. Ahora su campo de energía
comenzó a achicarse. El brillo azul se impregnó en todo su
cuerpo. Era una estrella en medio de un día soleado. Un ruido
parecido al que hacen las nubes cuando chocan comenzó a
salir del cuerpo de Roberto, para después huir del lugar como
un cohete, dejando atrás de él, una estela de humo y luz azul,
perdiéndose en el horizonte.
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preocupado de no ser un asiento vacío. Cuando tuve en mis
manos la maquina, no pude resistirme… hice pruebas con
humanos… ¿recuerdas a la anciana qué los llevó al cuarto? En
ella la usé primero y la maquina le quitó la juventud. Después
lo hice con hombres y mujeres adultos… todos murieron. La
única opción que quedaba, eran los niños. Y henos aquí,
presenciando el enfrentamiento más grande de nuestra vidas.
Incluso más grande que nosotros dos.
Cuando Gabardina finalizó, unas cuantas lágrimas se
escurrieron por sus mejillas, resbalando por la comisura de
sus labios tomando forma de una sonrisa.
—Está demente, señor —dijo Susana.
—José —respondió Gabardina—. Me llamo José.
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CAPÍTULO 5
RESTOS
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—Extrañamente, sí.
—Yayo, te cayó encima la pared de una casa… ¿Estás seguro?
No dejabas de sangrar... tu pecho también...
—Sí —respondió y luego titubeo—. No…
Sus padres sacaban humo de sus bocas. Se les veía
preocupados.
—No le pude ganar —continuó Aldo—. Creí que lo lograría y
no fue así. Dos madrazos y me mandó contra un pinche local
de comida…
—Yayo…
—¡Todos lo dicen! —siguió Aldo—. ¡Maldito y estúpido Yayo!
¡Pendejo y gordo Boiler! Y ahora un imbécil que saca rayos
de sus tetas me acaba de ganar…
—¡Hijo!
—¡Nada! ¡Estoy harto! ¡Estoy harto! ¡Por eso me mandaron al
puto reclusorio porque ustedes también están hartos! —
finalizó Aldo, pegando un grito hacia el techo, al mismo tiempo
que regresaba a su habitación.
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—Estaban peleando… en el cielo, tú estabas en otra sala.
Después de una explosión, cayeron muchos pedazos del techo
y quedaste inconsciente… al inicio no te encontraba, pero
cuando todo se calmó tu cuerpo apareció. No tenías ni un solo
rasguño, pero no haz dejado de desaparecer y aparecer.
—Entiendes que yo no quise nada de esto, ¿verdad?
—Tú dime… —contestó su madre, alzando la vista y dejando
ver sus ojos enrojecidos y llenos de lagrimas—. ¿Qué hiciste
para que Dios te castigara de esta forma?
Susana se quedó ahí, recostada y quieta, percatándose que
después de todo, su madre mantenía las manos en el regazo a
razón de una biblia y un rosario.
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CAPÍTULO 6
CREENCIAS
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mezclilla. El vestido le llegaba poco mas abajo de las rodillas,
pero para su madre ese era un vestido demasiado corto.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó su madre sin levantarse
de la silla—. ¡¿Qué estás haciendo, Susana?! No vas a salir…
menos vestida así.
—Me iré de aquí. Hay cosas mas importantes para mí que
están sucediendo allá afuera y no quiero quedarme acostada a
escuchar como intentas salvarme de algo que ni siquiera es mi
culpa.
—Todo esto es tu culpa, tú permitiste que te pasara esto. Tú
permitiste que ese hombre te hiciera todo esto.
—Se llama José, mamá… por si quieres saber a quién
maldecir. Tengo que verlo y descubrir por qué ha pasado,
porque me niego a creer que tu Dios es el que me está
haciendo esto.
—Susana…
—No sé cuando regrese, mamá
—¡Susana!
Susana estaba alistando una mochila pequeña mientras le
daba la espalda a su mamá. Al mismo tiempo su cuerpo
comenzaba a parpadear de nuevo, solo que esta vez un
pequeño campo de fuerza, como el de Roberto, estaba
surgiendo. Parpadeaba alrededor de ella al mismo ritmo que
su cuerpo.
—¡Ahí está de nuevo! —gritó su madre mientras se levantaba
de la silla y caminaba a la esquina del cuarto—. ¡Ahí está! ¡Ahí
está! ¡Es el maligno! ¡Está hablando por ti!
—Mamá…
—¡Expiación!
—¡Mamá!
—¡Expiación! —gritó finalmente la madre antes de ser
movida sutilmente, con todo y su silla, al otro lado del cuarto.
Su rosario había caído cerca de la cama provocando que
algunas cuentas se rompieran. Susana seguía parpadeando,
llorando, ya con la mochila en su espalda, pero con el brazo
extendido hacia adelante; temblando. Su madre denotaba un
rostro de terror profundo.
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—Lo… lo siento, mamá —dijo Susana, titubeando y bajando el
brazo—. Pero tengo que irme…
—Esto no se pude quedar así… —dijo la madre mientras se
ponía de pie—. ¡No puedes hacerme lo mismo que tu padre!
—¡¿Qué esperas de mí?! ¡¿Qué piense que todo es mi culpa
siempre?! ¡¿Qué me case antes de tener sexo?! ¡¿Qué no tenga
hijos fuera del matrimonio?! ¡¿Qué no use vestidos?! ¡No sé si
todo lo que quieres que no pase sucederá en un futuro, pero
quiero que me dejes ser yo misma… sin tus reglas y tu religión!
¡¿Es mucho pedir, que me quieras por como soy?! Tal vez hasta
esto de volverme invisible a ratos sea algo bueno…
—Esto no se va a quedar así, Susana… te juro que no.
—Lo siento entonces, mamá… —finalizó Susana mientras se
acomodaba el vestido y salía del cuarto para después pasar
por la puerta principal de la casa.
Su madre se quedó parada un momento en medio de la
habitación, después comenzó a recoger lo que quedaba de su
rosario. Varias lágrimas se escurrieron por su mejilla luego de
que Susana se perdiera de su vista.
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El cielo comenzaba a nublarse, las primeras gotas de lluvia
comenzaron a caer, Roberto se protegió enseguida
proyectando el campo de energía sobre su cabeza. Las gotas
de lluvia se evaporaban al momento de hacer contacto con él.
Debería ir con Gabardina, pensó. Debería ir con él.
Compartimos los mismo ideales.
Él podrá ayudarme.
Él podrá saber como hacerme más poderoso. Él entiende lo
que somos.
Él entiende que Aldo no debe intervenir.
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—Está usted en lo correcto. ¿Y usted es de aquí?
—Queretano de sepa. Unas diez generaciones atrás de mí...
¿Por que se sabe tan poco de usted, señor José? En la casa que
destruyó ya no queda papeleo que revisar. Mucho menos aquí.
—¿Que quiere saber, oficial?
—Primero, ¿quienes eran los niños internados?
—Esa es información confidencial. Solo comparto ese tipo
de información con mis clientes. ¿Usted quiere ser un cliente?
—¿Que vende?
—Vendo lo que usted este dispuesto a pagar,
—¿Y si nos dejamos de mamadas? Sabe que soy un policía.
Sabe que puedo llevármelo así como está directo a que lo
encierren. ¿Por qué hacerse el chistoso?
—Por la misma razón en la que no se tomó el tiempo ni de
leer ese informe que tiene de mí. Si a usted no le intereso mas
allá de lo que puedo decirle ahora, a mi no me interesa
respetarlo de ninguna manera. Por eso le digo que que
decepción si usted es el mas apto para este trabajo...
—La Costa Chica es una gran región. ¿De que estado es
usted?
—Soy de los que danzan con los diablos, oficial. ¿Los vio
rugir? Ellos rugen, rugen muy fuerte. Y no hay forma de
detenerlos. Y yo soy un cimarrón, de los que no necesitan de
cuidados o de niñeras como usted. Yo sé cuidarme solo. Y yo sé
como salir de esto solo. Ahora, la próxima vez que quiera que
ladre información que necesita, le pido por favor, que se tome
el tiempo de informarse de mi.
El oficial Rodríguez se quedó callado, viendo fijamente a
Gabardina. Después cerró su folder y se levantó con camino a
la puerta—: Volveremos a visitarlo continuamente, señor
Cimarrón —dijo el oficial y luego señalo hacia la camilla—.
Espero que... pronto se recupere de eso. Mis mejores deseos —
luego cerró la puerta y se fue.
Gabardina le dio poca importancia y siguió viendo a través
de la ventana.
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CAPÍTULO 7
CONTROL
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segundos su cuerpo volvió a aparecer, con su rostro reflejando
una sonrisa de oreja a oreja.
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—Eso sonó mal, José.
—No me demandes, suficiente tengo con estar aquí.
Susana hizo visible su cuerpo de nuevo—: ¿Cómo supiste
que estaba aquí?
—Vamos, niña, acabas de noquear a dos policías y la puerta
pareciera que se abrió sola; obvio que eras tú.
—Necesito respuestas, José.
—El roba cigarros y el otro también las están buscando, así
que no dudo qué lleguen en cualquier momento.
—¿Cómo podemos detener a Roberto? Está loco.
—No creo que haya forma de hacerlo cuerpo a cuerpo. No
quiero que lo detengan. Es la danza de diablos mas grande de
la humanidad… nunca más volveremos a vivir algo como esto.
—José… —respondió Susana—. Te entiendo, pero necesitamos
volver a la normalidad, el mundo no está preparado para algo
como esto.
—Nunca lo estará, niña.
—Nos destruirá a todos…
—Ya no importa... yo casi he cumplido con mi cometido. El
experimento funcionó... lo logré. Lo logré por ella. Estoy a un
solo paso de cumplir mi cometido.
—No sé de que estás hablando, José. No entiendo porque
nosotros...
—¿No te das cuenta, niña? todos ustedes están rotos... y yo
los he reparado. Sus poderes no son mas que un reflejo de
aquello que mas anhelan. Tú haz vivido tanto tiempo
deseando desaparecer que tu cuerpo manifestó ese poder.
Roberto de seguro era demasiado débil antes de todo esto. Y El
Roba Cigarros de seguro deseó dejar de ser tan torpe por lo
gordo que está... Esa es la función de la maquina, la de reparar
humanos rotos. Y con ella, hasta la misma muerte puede
revertirse, porque no hay nada mas roto en un ser humano
que la vida misma.
—La maquina... —interrumpió de pronto Susana—. ¡La
maquina debe seguir entre los escombros!
Gabardina se quedó callado, atónito de las rápidas
conjeturas de Susana.
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—Esa forma de descubrir las cosas, niña... me recuerdas a
alguien.
—Yo sé que usted no me ayudará a detener a Roberto. Pero
Aldo si lo hará. Somos gente rota, pero ninguno de nosotros
pidió ser reparado y sé que el también lo va a entender. No se
cómo lo vamos a lograr, pero lo vamos a hacer.
—Me gusta tu iniciativa, niña. Pero aunque encuentres la
maquina dudo mucho que la puedas volver a echar andar.
—Moriré en el intento entonces —finalizó Susana y luego se
dio vuelta con dirección hacia la puerta.
—Niña... si logras hacer que funcione de nuevo la maquina
tienes que saber entonces que al inicio funcionó como una
maquina del tiempo, lo que hizo que mi querida tia
envejeciera mas rápido de lo normal. Pienso que los poderes
de los tres van a desaparecer en algún momento y si aceleras el
proceso y le das de frente con el rayo de la maquina, creo que
puede funcionar.
—¿Por qué de pronto decides darme esa información?
—Me recuerdas mucho a mí... quiero decir, cuando tenía tu
edad tenía esa misma ímpetu de morir por lo que más deseo...
y siendo honesto, creo que moriré dentro de poco y ya he
cumplido con lo que me prometí... con lo que le prometí a ella.
—¿Quien es "ella"?
—Un viejo amor
Susana se quedó callada y siguió con su camino,
—Niña... prométeme que si esto termina, tú mantendrás tus
poderes… Pareces ser la única con carácter. La única que
merece esos dones. Solo recuerda que eres como un cimarrón.
Cuando Gabardina terminó de decir eso, el edificio entero
se movió de un lado a otro como si se tratase de un terremoto.
Las ventanas se tornaron de un color azul brillante y muy a lo
lejos, por encima del edificio, se podía escuchar como si un
avión estuviera pasando cerca.
—Ya llegó, niña —dijo Gabardina—. Debes irte antes de que te
vea.
—¿Qué le pasará a usted, José?
—No te preocupes… él solo quiere platicar, lo presiento.
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Pero si te ve, no dudará en matarte.
Susana asintió, se dio media vuelta y cuando estuvo a punto
de abrir la puerta, Roberto estaba bloqueándola con un campo
de energía. Susana se giró de nuevo para ver por la ventana a
un lado de Gabardina, cuando se dio cuenta que Roberto
estaba flotando justo ahí, viéndolos fijamente y con los ojos
iluminados de su color azul—: Vamos a platicar —dijo,
sonriendo.
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todo para darse cuenta que la ventana estaba abierta y a lo
lejos se podía ver a su hijo corriendo por la avenida.
—Puta madre…. Ojalá su madre no se de cuenta.
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CAPÍTULO 8
LAS LUCES DE ESTA CIUDAD
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—¡¿Qué fue eso?! —preguntó Roberto, alarmado, mientras
cerraba sus puños y comenzaba a emanar humo de todo su
cuerpo—. ¡¿Qué chingados fue eso?!
—¿De qué hablas, niño?
—¿Es una trampa?
—Estás loco... Hay que ir a la casa del señor José.
—¡No vamos a ir a ningún puto lado! —gritó Roberto, al
mismo tiempo que sostuvo a Susana tomándola del cabello.
Después la arrastró cerca de la ventana. Ella iba gritando y
Gabardina observaba con asombro, cuando de pronto,
Roberto la levantó y ella intentaba sostenerse. Su cuerpo
aparecía y desaparecía repetidas veces hasta que por fin
llegaron a la ventana. Roberto la arrojó sin pensarlo mucho. Se
escuchó como el grito de Susana iba desapareciendo a medida
que iba cayendo. Gabardina se quedó con la boca a abierta
nada más. Estaba triste y feliz al mismo tiempo, él simplemente
disfrutaba de ver como se desarrollaba su experimento.
—Ahora sí, podemos platicar... Estoy dispuesto a continuar
con su meta, señor José.
—No hay nada que platicar —intervino Susana, que estaba
flotando afuera de la ventana. Cuando Roberto giró para verla,
se dio cuenta que los ojos de ella estaban iluminados y que
tenía un campo de energía a su alrededor, todo de color
morado—. ¿No lo entiendes?
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CAPÍTULO 9
NARCISISTA POR EXCELENCIA
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después caer envuelta en llamas. Aldo y los policías se
cubrieron la cabeza con las manos.
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corriendo hacia ella. Susana se estaba incorporando, liberando
su cuerpo de las laminas dobladas.
—¡Creí que solo desaparecías! —dijo Aldo.
Susana soltó una pequeña risa y se terminó de parar—: Yo
también —dijo.
—Hay que detener a ese hijo de perra.
—El señor José… Gabardina, me dijo que había una forma
probable de detenerlo… pero hay que ir hasta su casa mas al
centro, donde está su maquina.
—¿De qué se trata?
Susana estaba a punto de responder, cuando un rayo de
energía azul pasó muy cerca de ellos. Roberto estaba
descendiendo. Parecía una especie de Jesucristo crucificado y
demente—: Me alegra que estés aquí —dijo—. Parece ser que
solo yo entiendo lo que está pasando… parece ser que solo yo
comprendo la magnitud del regalo que se nos fue dado… y si
ustedes no lo entienden, tendré que liberarlos de su
ignorancia,
—Como dices pendejadas —respondió Aldo—. Ya no te
soporto. Ya no puedes seguir haciendo esto. ¡Mira! —añadió
extendiendo los brazos—. Todo esto es tu culpa. Muchos
inocentes están sufriendo por tu culpa —finalizó pasando sus
manos a la bolsa y sacando su par de baquetas para después
colocarse en posición de ataque—. No dejaré que sigas con esto.
Roberto soltó una risa burlona mientras sostenía su
estomago—: Ni siquiera ella, con todo el poder del mundo ha
podido detenerme y tú crees que con un par de palos, tu
panza y tu estupidez, ¿podrás vencerme?
Aldo apretó con fuerza sus baquetas y cuando estaba
dispuesto a saltar al ataque, Susana tomó su brazo para
detenerlo—: ¡Espera! —. Llevémoslo a la casa…
—¡Hijos de puta! —gritó Roberto mientras un rayo salía de su
pecho con dirección hacia los otros dos.
Susana entonces voló y logró colocarse a espaldas de
Roberto. Después conectó una patada en su culo mandándolo
fuera de la zona resguardada. Aldo pegó un brinco tan alto que
el mismo se sorprendió. Tomó uno de los tobillos de Roberto,
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dio media vuelta y pudo hacer que saliera disparado en
dirección hacia la casa de Gabardina. Los policías, soldados y
civiles que estaban observando estallaron en jubilo con un
grito y las manos al aire, después el policía que no dejaba pasar
a Aldo, le hizo una seña con las manos y después dijo:
—Lo siento, niño…. ¡Acaben con ese hijo de puta!
Aldo hizo una sonrisa de satisfacción y después escuchó a
Susana decirle que debían ir por Roberto.
En la zona más céntrica de la ciudad, Roberto cayó sobre el
techo de uno de los edificios, muy cercano a la casa de
Gabardina.
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enorme hasta que llegó al cuarto donde estaban los restos de
la maquina. Roberto apenas se estaba incorporando, ahora si
se le veía realmente cansado. Intentaba generar un nuevo
campo de energía pero no lo conseguía. La energía azul
parpadeaba intentando formar una esfera, pero era en vano.
En ese momento, Susana apareció en el aire, iluminando todo
el lugar con su luz morada.
—Se acabó idiota —dijo Susana. Aldo ya estaba encendiendo
la computadora, que milagrosamente si accionaba, pero la
pantalla solo proyectaba una parte de la imagen. Después de
eso, Susana bajó, quedando en medio de Aldo y Roberto. Éste
ultimo seguía intentando formar su campo de energía,
recostado sobre una pila de escombros—. Al parecer esto te
hará perder muchos años de vida, pero espero que entiendas
que es para detener todo el mal que estás haciendo.
Cuando Susana terminó de decir eso, Roberto soltó una risa
pequeña, que se pudo interpretar en tono sarcástico—: No lo
entenderán nunca —dijo—. ¡Cuando todo esto terminé, ustedes
serán su nueva atracción! ¡No serán nada mas que un circo y
ratas para experimentos!
A tientas, interpretando lo poco que podía ver en la
pantalla se alcanzaba a leer "danza de los diablos" como un
archivo ".exe"
—¡Lo tengo! —gritó Aldo—. ¡Debe de ser este! ¡Debe de ser
este!
Dio clic derecho sobre lo que quedaba del mouse para que
después, el artefacto de donde había salido el rayo que les dio
poderes, se activara. Un sonido parecido al de un refrigerador
comenzó a escucharse y un aro de color blanco se formó en su
exterior. Aldo tomó el artefacto y apuntó directo a Roberto. Al
mismo tiempo Susana se colocó detrás de él.
—¡Lo lamento, de verdad! —gritó Aldo—. ¡Pero es necesario
detenerte! Cuando terminó de decir eso, Susana se puso del
lado del monitor y activó el archivo. Un rayo de luz blanca salió
disparado del artefacto. La velocidad a la que viajo el rayo fue
sorpresivamente lenta, dandole tiempo a Roberto de hacer un
ultimo esfuerzo; pegó un grito hacia el cielo y un campo de
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energía azul, bastante claro, emergió para cubrir su cuerpo.
Cuando el rayo blanco llegó a Roberto, rebotó contra el campo
de energía azul haciendo que regresara de donde había
venido. Susana tuvo reflejos rápidos y logró proyectar un
campo de energía al rededor de Aldo. Cuando el rayo de luz
rebotado golpeó con el campo de energía de Susana, el tiempo
y el espacio se deformaron para crear un pequeño agujero
negro. Aldo vio como enfrente de él, el espacio alrededor del
agujero se distorsionaba y formaba pequeños destellos de luz
morada, un poco más tenue que el color de Susana a su
alrededor, para después observar como todo se convertía en
color negro. El cuerpo de Aldo comenzó a deformarse;
primero fueron sus manos, que parecían finas tiras de
espagueti. Después le siguió su cuerpo, haciendo el mismo
efecto. Antes de que todo se volviera de color negro en su
totalidad pudo ver a Roberto y Susana intentando gritar.
Parecía más bien que sus cuerpos se habían congelado.
También pudo notar como todos los escombros de la casa iban
desapareciendo y las paredes se iban levantando como si
nunca hubiera pasado nada ahí. Todo se volvió oscuro por fin.
Aldo sentía como su cuerpo estaba completamente
distorsionado y podía sentir como si estuviera avanzando en
medio de una carretera. Así continuó por unos segundos hasta
que perdió conocimiento de si mismo. Solo quedaba la
negrura, pastosa e irreal llevándolo a otro tiempo.
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delgado, con el cabello corto y peinado para que descendiera
desde arriba hacia la parte derecha.
—¿Qué es todo esto? —dijo Aldo, viendo como el humo del
sujeto se elevaba.
—Comenzaba a pensar que no llegarías —respondió el
sujeto.
—¿Qué pasó? ¿Qué es todo esto?
—Estás en el año 2019, Yayo.
—¿Y tú quién eres? No entiendo.
—Soy tú, once años después… Resulta que el rayo abrió un
agujero de tiempo. El idiota de Gabardina te mandó aquí sin
darse cuenta.
—¡Verga…! Sí que bajé bastante de peso.
Aldo del futuro soltó una risa fuerte—: Últimamente todos
nos dicen eso...
—Entonces —continuó el Aldo del pasado—. Esto quiere decir
que sí vencimos a Roberto. ¿Cómo sucedió?
—Roberto fue vencido a pura fuerza de voluntad…
—¿En serio? ¿Solo así?
Aldo del futuro asintió con la cabeza, sacando mas humo de
a boca.
—¿Y qué ha sido de nosotros?
—Pues bajamos de peso, vamos a entrar a la universidad
pronto. Trabajo en una pizzería de Plaza del Parque.
—¿Y los poderes?
—Desaparecerán con el tiempo. Lo lamento… los
aprovechamos bien.
—¡Puta…! —exclamó Aldo del pasado—. Si que pasaran
muchas cosas.
—No te digo que todo saldrá bien, pero es importante que
no olvides quien eres, pequeño Yayo. No importan las criticas
ni malos comentarios. Al final estarán los que quieran estar; no
te preocupes mucho. Habrá tiempos demasiado difíciles. Y
habrán también grandes momentos —Aldo del futuro se acercó
lentamente y añadió susurrando—. Incluso iremos al espacio...
Pero todo estará bien. Te lo prometo.
—¡Gracias, Yayo!
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—¡De nada, Yayo!
Aldo del pasado iba a darle un abrazo al Aldo del futuro,
pero éste ultimo lo detuvo y dijo:
—Ya falta poco para que regreses y pase lo que pase… debes
prometerme que la recordarás siempre. Cuéntales a todos lo
que sucedió. Cuéntales quien salvó la ciudad.
Aldo del pasado quiso preguntar a qué se refería su versión
del futuro, pero antes de que pudiera decir algo, su vista se
volvió borrosa, apareció de pronto el color negro y su cuerpo
sufrió el mismo efecto de distorsión. Cuando recobró
conciencia de si mismo se dio cuenta que en su linea temporal
no había pasado ni un segundo. A su alrededor tenía un campo
de fuerza de color morado generado por Susana, que
intentaba contener el poder del rayo blanco. Roberto, en
cambio, estaba más furioso que nunca. Volaba mientras
despedía rayos por todas las extremidades de su cuerpo.
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CAPÍTULO 10
CUANDO TERMINÉ DE MORIR, RECUPERÉ
LA CONCIENCIA.
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Pero Susana ya no volvería jamas.
A los pocos segundos, tanto Roberto como Susana
resplandecieron. Eran una estrella en medio del cielo nublado.
Su luz llegó a verse por toda la ciudad. Los Arcos
resplandecieron y también las iglesias del centro de la ciudad.
Por ultimo se iluminó la parte trasera de una estatua de Conín,
que da la bienvenida a la ciudad.
Aldo se quedó maravillado, pero todo terminó cuando
aquella estrella en el cielo, explotó, mandando una ráfaga de
calor y dejando caer sobre toda la ciudad partículas de color
morado, pero a diferencia del tono de Susana, éstas tenían un
color mas brillante. Descendían como si se tratase de una
ventisca de nieve. Poco a poco cubrieron los techos de las
casas y Aldo recordó la promesa para consigo mismo. Todo el
mundo se iba a enterar quien fue Susana y todo el mundo se
iba a enterar que dio su vida para salvar a todos.
Gabardina observó con jubilo desde su habitación en el
centro medico, lamentándose, porque el sabía que aquella
estrella era su querida Susana.
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de las Campanas, justo al lado de la estatua de Benito Juarez,
en uno de los puntos mas altos de la ciudad.
Mientras todo eso sucedía, la madre de Susana; Elizabeth,
estaba en el cementerio colocando ramos de flores. Jurando
que vengaría la muerte de su hija. Pero no con Gabardina,
porque él ya estaba encarcelado. Tendría que vengar su
muerte con Aldo. O mas bien con Boilerman, como se le
empezó a conocer en todos los noticieros y periódicos de la
ciudad.
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—Te vi pelear afuera del Tec 100. Muchos te vimos. Otros no
saben quien es el "gran Boilerman". Para soportar una paliza
como esa, creo que si tuviste mucho que ver con lo que pasó
en el cielo.
—¿Guardarías el secreto por mi? No me gustaría
convertirme en una celebridad o algo así.
La chica asintió gentilmente y luego Aldo le dedicó una
sonrisa de agradecimiento. Después tomó camino hacia la
salida, no sin antes escuchar que la chica del mostrador lo
llamaba de nuevo—: Gracias —repitió ella, al mismo tiempo que
le arrojó a sus manos un paquete de 14 cigarrillos de marca
Delicados—. Yo los invito —luego le guiñó el ojo.
Creo que no sabe que tengo catorce años, pensó Aldo, pero le
dio poca importancia. Salió del Oxxo y justo enfrente, en lo
más alto de una iglesia, se fue a sentar. Abrió su paquete nuevo
de tabaco y comenzó a fumar.
El humo se perdió en el cielo, pasando al lado de unas
nubes que terminaron por colorearse de morado. Aldo se
subió el gorro de su chamarra y ahí vio hacia el horizonte,
esperando que Susana fuese recordada por la eternidad, y
esperando que su yo del futuro esté orgulloso de saber qué
cumplió la promesa.
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