Dialogos de La Mona Chita.

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DIÁLOGOS DE LA MONA CHITA 1

José Luis Rubio y Gema Puig. ADDIMA

INTRODUCCIÓN

Durante más de 150 años, si tomamos como referencia la publicación del "Origen de
las especies", la concepción de la naturaleza como un supra organismo competitivo ha ido
imponiéndose. La traslación de lo animal a lo humano nos ha llevado a concebir el mundo
como un campo de batalla social, una escalada hacia la cumbre en la que el fin justifica
cualquier medio. Amparados en este concepto de selección natural, el ser humano ha
cometido atrocidades descomunales.

A lo largo del capítulo nuestro personaje, la mona chita, tomará la palabra para
desmontar el paradigma imperante de la competencia en el reino animal y por tanto humano.
En nombre del reino animal, defenderá la idea de un mundo complejo en el que competencia y
cooperación conviven.

Como afamado personaje y embajadora del reino animal tendrá el privilegio de ser
recibida por personalidades y expertos con los que se entrevistará en busca de respuestas.
Abordando cuestiones tan controvertidas como la existencia de las emociones en el reino
animal, la paradoja de organismos vivos capaces de competir y colaborar al mismo tiempo o la
emergencia de una moral animal como germen de sociedades organizadas que sobreviven
gracias a los esfuerzos colectivos.

A través de estas respuestas, Chita tratará de acabar con el mito del “eslabón
perdido”. Hablar del origen de la resiliencia comunitaria es hablar de comportamientos
animales conjugados al servicio de la prole y por extensión de la manada. Finalmente, estos
comportamientos al servicio de los otros serán refinados humanamente en la tribu, sin hablar
de discontinuidad.

Este ir y venir de lo animal a lo humano y viceversa, es el camino y la experiencia que


permite a nuestra protagonista devolvernos una visión esperanzadora. Una visión que
considera imprescindible que los humanos volvamos a reconectarnos con el hábito natural de
cooperar.

Justificación: resolver nuestras propias dudas

Siempre que hemos recibido un encargo para escribir un artículo o un capitulo en un


libro coral, nos ha servido como excusa perfecta para desenmarañar nuestras propias dudas.
Nos gustaría decir que terminamos por dar respuesta a nuestras dudas, pero en el afán de

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Este artículo forma parte del libro Resiliencia comunitaria. Una obra compilada por Gabriela Simpson
como reconocimiento a la labor del Dr. Néstor Suarez Ojeda.

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cerrar puertas se abren siempre otras nuevas. Desde que descubrimos el concepto de
resiliencia comunitaria habitualmente lo añadimos en nuestras explicaciones acerca de los
fenómenos de resiliencia. Fue en el contacto con él donde el doctor Néstor Suarez nos
trasmitió esa curiosidad imparable de la que somos herederos. Y, aunque hemos leído
decenas de veces sus escritos, podemos decir que cuando trasladamos a otras personas su
legado raramente lo hacemos de sus escritos académicos, sino desde el relato que él nos
transmitía con pasión en cada uno de nuestros intensos encuentros. Esa misma pasión de la
que somos aprendices es la que nos lleva a ir más allá, explorando los límites de nuestro
conocimiento por el que otros ya han transitado y volcando en el mismo mapa caminos y
carreteras, que, como siempre nos sucede, terminan conectándose.

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20 DE JULIO DE 1859. DIEZ DE LA MAÑANA EN LONDRES. SUENA EL TELÉFONO EN LA


RESIDENCIA DEL SR. WHITWELL ELWIN, DIRECTOR DE LA PRESTIGIOSA REVISTA QUARTERLY
REWIEW.

- ¿Dígame?

-¿Es usted el señor Elwin?

- Si, el mismo. ¿con quién hablo?

-Al habla la mona Chita. Le llamo por el manuscrito que le envié hace unos meses. Aquel que
hablaba sobre el Origen de las especies, un original de mi buen amigo Charles Darwin.

- Ohhh si, lo recuerdo, interesante, es más diría que meritorio. Aunque no creo que
tenga mucha trascendencia.

-Y eso ¿ por qué?

- Verá, lo que verdaderamente interesa y entusiasma a nuestros lectores son los hábitos
y costumbres de las palomas.

-En ese caso no le molesto más. Gracias por su atención.”

18 DE OCTUBRE DEL 2015. 11 DE LA MAÑANA. CONSULTA DE LA DOCTORA ESTEVE

- ¿Ese es el sueño del que quería hablarme?

- Sí, se lo he contado literalmente Doctora, aunque la verdad ya no sé si fue un sueño o fue


real. ¿Sabe?, ese mismo año, en noviembre, se publicó El origen de las especies. La primera
edición se agotó el mismo día que se puso a la venta. Puedo imaginarme colas en las librerías
dando vuelta a la manzana, como si de un cachivache digital de nuestros días se tratara. No
deja de sorprenderme tanta expectativa. No creo que la mayoría de sus compradores
intuyeran la trascendencia de aquella publicación. Desde entonces, si no desde antes, el
mundo natural empezó a concebirse como un escenario de competencia y lucha por la
supervivencia.

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- ¿Y eso le inquieta Señorita Chita, ¿siente esa hostilidad?

-Llámeme simplemente Chita por favor. Y en respuesta a su pregunta le diré que no. Lo que
de verdad me cabrea como una mona, Doctora Esteve, es la cantidad de barbaridades que se
le atribuyen a Darwin. La misma frase que consagró esa tendencia competitiva: “la
supervivencia del más apto” no salió de la pluma de mi amigo Charles, aunque fuera de su
agrado.

- No dudo de su palabra a este respecto Chita, pero no le negaré que me inquieta su


conversación telefónica y especialmente su relación con un personaje que lleva
muerto casi 150 años- respondió la psiquiatra-. Cuénteme un poquito más de su
pasado…

-En las largas y tórridas tardes del verano selvático, Tarzán y yo solíamos dormirnos la siesta.
Los documentales de herbívoros devorados por felinos sanguinarios ocupaban la franja
horaria de nuestra siesta. Escenas tan crueles, lejos de interrumpir nuestros bostezos,
resultaban causarnos mayor sopor. Lo cierto es que nos parecían de lo más convencionales y
naturales – valga la redundancia- . Servían bien a ese principio evolucionista “C’est la vie”.
Vaya que para la supervivencia de uno, el otro tenía que pagar el precio de su existencia.

Durante mi internamiento psiquiátrico en el hospital Mc Lean ( Belmont, Massachusetts)

- Perdone, ¿ese fue su primer ingreso?,

No el segundo. El primero fue en Jaén, no siempre me ha sido fácil mantener mi estatus


como chimpancé. Como le decía en Belmont, en el año 67 conocería a mi amigo Jhon Nash.

- Nash…, de qué me suena ese nombre?

-Bueno tiene un premio Nobel, pero lo que de verdad le hizo famoso fue una película sobre
su vida, “Una mente maravillosa”.

- Si, es cierto, con Russell Crowne, ¡guapísimo!

-El caso es que por aquel entonces Jhon andaba desarrollando la teoría de juegos y me
ayudó a poner nombre a este tipo de “transacciones naturales” y competitivas. “Sumas a
cero, amiga Chita- me instaba-. Se trata de un juego que requiere al menos dos individuos, lo
que uno pierde, pongamos 10 $, el otro lo gana. Ganancia +10 y perdida -10 dan como
resultado cero, de ahí el nombre de Sumas a cero. Sólo existe la posibilidad de ganar o
perder. En el caso de sus felinos y depredadores lo perdido o ganado es la propia vida” –
respondió Nash.

Por aquel entonces, en plena guerra fría, el mundo se dividía entre ganadores y perdedores,
depredadores y víctimas. Pareciera no existir otra estrategia para salir adelante que el viejo
mantra de comes o te comen.

Esta traslación de lo animal a lo humano nos llevó a concebir el mundo como un campo de
batalla social. Vivir era una escalada hacia la cumbre en la que el fin, justificaba casi
cualquier medio. Los darwinistas sociales establecieron un parangón entre las leyes que

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gobernaban la naturaleza y la sociedad. Amparándose en el concepto de selección natural se
cometieron atrocidades descomunales. Se establecieron categorías raciales superiores con lo
que llegaron a justificar el colonialismo, la eugenesia e incluso el holocausto judío. ¡Qué
horror! Esto me ha quitado el sueño durante noches... El resultado de semejantes barbaries
parecía haber enterrado estos planteamientos, pero el neoliberalismo volvió a resucitarlos
en su favor. Ser rico o pobre, trabajador o vago, dejaban de ser categorías sociales, producto
de interacciones complejas, para convertirse simplemente en proyecciones de la herencia y
la biología.

- No tan rápido Chita, no se excite. No le conviene...

-¿Cómo no voy a excitarme? , ¡No se da cuenta que este es el nudo de la pobreza! . Si


asumimos que la desigualdad social es algo natural, puesto que se hereda, defender la
igualdad va contra natura. Es una rendición incondicional con la que aceptamos como
natural e inevitable, las diferencias entre ricos y pobres, entre reyes y peones, entre
explotadores y explotados. Si la defensa de la igualdad es una “desviación natural, casi una
patología, tenemos que desmontar toda política que persiga la igualdad, empezando por el
estado del bienestar. ¿Tiene usted hijos Doctora?

- Sí, dos.

-Pues debería preocuparle porque la educación tampoco está al margen. La han convertido
en el caldo de cultivo en el que se cuece a fuego lento la competencia.

- Bueno, visto así es normal. Si el mundo es una selva, lo más sensato debería ser tener
un criadero de leones. La educación no es mi campo, pero sí me llama la atención la
cantidad de ranking, por alumnos, por aulas, por colegios, por regiones, por países…
¡uff! . Tengo la sensación de que no competimos entre planetas porque ¡aun no hemos
encontrado con quien hacerlo!

-Sí, je,je,je. Tiempo al tiempo doctora.

- El caso es que hace unos meses acudí como mamá al colegio de mis hijos, para una
actividad de escuela de padres y madres que organizan allí. La psicóloga pregunto algo
así como: “ ¿Qué esperan de sus hijos?, ¿cómo le gustaría que fueran de mayores?” y
todas - por desgracia no había ningún papá – contestamos que esperábamos niños y
niñas felices, honestas y trabajadoras. Nadie habló de criar al príncipe de Maquiavelo,
un niño o niña dispuesta a transgredir cualquier norma o moral con tal de conseguir la
autocaravana de la Barbie.

-Así es doctora, aunque en los círculos de poder económico hay unos cuantos piratas capaces
de cualquier cosa por hacerse con el barco de Playmobil, la Barbie y el resto de juguetes de la
ludoteca. “Jugadores de sumas a cero” ¿recuerda?. No tienen empacho en hundir a una
buena parte de la clase media en la miseria, elevando el grado de inequidad social hasta el
extremo. Hace poco leí a Krugman. Calculaba que el salario promedio de un alto directivo
puede multiplicar por 100 el de un empleado medio de la misma empresa. Lo más llamativo

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es que esta brecha social no sólo se debe a la diferencia salarial. Al parecer la cantidad de
impuestos que pagan los más ricos lleva descendiendo desde los años 70.

...

Seguimos conversando un buen rato la doctora y yo. De camino a casa no me quitaba


de la cabeza esa vieja sentencia de Hobbes, planteada como una interrogante: ¿El hombre es
un lobo para el hombre?.

Esa noche la pasé entera aullando por la ventana. Un vecino debió avisar a la policía
y sobre las 6, apareció una ambulancia que me llevo de vuelta al sanatorio de Bermont. Me
tiré el largo invierno de Bermont dándole vueltas a estas ideas, disfrutando de la
extraordinaria biblioteca del loquero. Alimentando mi derrotismo, devoré las trilogías de
Don Pio Baroja, entre las cuales se encontraba “La lucha por la vida” una ficción naturalista
de cómo el hombre tiene que luchar en medio de la jauría.

Un acontecimiento fortuito vino a dar un giro inesperado a mi existencia. El hospital


disfrutaba de un convenio benéfico con la productora Disney. Además de los generosos
fondos al frenopático, nos ofrecían un pase gratuito de los estrenos apenas unos meses
antes de llegar a las carteleras. La Disney había rodado una versión con “humanos” del Libro
de la selva. No diré que fuera mi película favorita, pero en esa naturaleza de ficción
convivían y sobre todo cooperaban distintas especies que se gobernaban por un código de
leyes naturales. Eso atrajo mi atención, así que me fui directo hasta la biblioteca para
hacerme con la novela de Kipling.

Los lobos llamaban a este código la ley de la selva y su máxima expresión se


mostraba en la frase: “La fuerza de la manada es el lobo, y la fuerza del lobo es la manada.”
Kipling encarnaba los valores de una gran Bretaña imperialista y soberbia que miraba al
resto de civilizaciones por encima del hombro. Sin embargo, fue capaz de ponerse a la altura
del mundo natural e intuir que la cooperación entre iguales era clave para la supervivencia.

Una vez de alta y con mis síntomas licántropos a raya, volví a la normalidad, a mis
quehaceres y delirios cotidianos como mona. Afortunadamente la concepción del mundo
animal ha ido evolucionando. Hasta Juan Pablo II nos abrió, hace años, las puertas del cielo
el día que nos atribuyó la posesión de un alma.

Los mismos lobos, a los que antes se acorralaba como alimañas, hoy reciben
protección de las autoridades, que pagan generosamente a los ganaderos, cada vez que sus
rebaños son atacados. Apreciamos sus hábitos sociales, los cuidados que toda la manada
dispensa a los lobatos en su crianza y su extraordinaria capacidad de colaboración. Llegado
el extremo percibimos en ellos emociones. Hasta hace no mucho esta atribución de
emociones sólo estaba consentida si eras un etólogo o en su defecto dueño de un perro o un
gato, que como todo el mundo sabe, son capaces de reconocer en sus fieles mascotas todo
tipo de estados de ánimo, frente al escepticismo de sus interlocutores.

- “Mi perrita está triste. Sabe que nos vamos de vacaciones a Benidorm. ¡Con lo que le
gusta a ella Benidorm!. Si fuera a Santander no, que el agua está muy fría y la gente es

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muy sosa, pero perderse Benidorm… ¿cuidaréis de ella verdad? - Solía repetir mi vecina
año tras año al llegar el verano”.

Ese día quien estaba triste y afectada era yo. Así que adelanté la cita con mi
psiquiatra.

- Buenos días Chita, me alegro de verla. Cuénteme, ¿qué tal se encuentra?

- Mal, la verdad. Ayer contemplé una escena horrorosa. Salí a cenar con mi amiga Bea,
fuimos a un restaurante del centro. En la mesa de al lado, un tipo con bigote se puso a comer
caracoles. Se recreaba en ellos, hurgando con el palillo y sorbiendo. Los fue apilando en
forma de pirámide azteca, como en un ritual macabro. Desde entonces no puedo dejar de
pensar en el proceso de sadismo por el que pasan los caracoles antes de llegar al plato.

- ¿ A qué se refiere con sadismo?

- Bueno ya sabe, los caracoles esperan los días de lluvia para salir a pasear, vaya que para
ellos los días de lluvia son lo que a los humanos los días de sol. Agazapados esperan los
furtivos del caracol para atraparlos en su día de asueto, encerrarlos en una bolsa de malla,
hacinados contra decenas de congéneres. Después de semanas de abandono sin comida ni
agua, purga le llaman a semejante tortura, se les prepara un baño bien caliente, hirviendo,
con agua, sal y aceite, ahí es nada.

Como le dije, Doctora, mi primer ingreso psiquiátrico fue en el sanatorio de Los Prados, en
Jaén. Concha, la cocinera, me adoptó como pinche. Con ella aprendí está refinada tortura.
Concha se defendía desde la biología- estudió enfermería- argumentando que los caracoles
no tenían sistema nervioso y por lo tanto ni sentían ni padecían.

Creo que disfrutaba perversamente los días que me tocaba cocinar caracoles, por cierto
cada vez con mayor frecuencia. Por defenderme llegué incluso a investigar la vida del caracol

¿Sabía usted que a finales del siglo XIX un tal Jaques Benoit y sus inversionistas, creían que
era posible la construcción de un telégrafo hecho con caracoles.

- ¿Qué me dice?

- Tal cual le cuento. Basándose en la fidelidad de estos animales, pensó que si estos se
apareaban se crearía entre ellos un hilo invisible a pesar de estar a miles de kilómetros. Si
algo le pasaba a uno de ellos el otro podría percibirlo. Sólo faltaba descubrir el código e
interpretarlo. La información viajaría a la velocidad de la luz, justo la misma velocidad a la
que desapareció Benoit al pedirle evidencias.

¿Cree usted Doctora que los animales sienten y padecen?

- Pues no hará mucho que recibí un artículo de una revista especializada en la que un tal
Kelley explicaba un cuestionario que ha desarrollado para diagnosticar el trastorno de
estrés postraumático (TEPT) con perros que han pasado por situaciones límite.

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- ¿Y cómo rellenan el cuestionario los perros?

- Bueno, como los perros no hablan, el cuestionario lo completan sus cuidadores .“


¿Sabe si alguien ha cortado, torturado o quemado a su perro?, ¿ha estado tu perro en
un accidente grave, un incendio o una explosión?, ¿crees que tu perro está teniendo
sueños vividos o pesadillas?, etc.

-Menos mal que esto no se lo preguntan a los cocineros de caracoles…. - pensé para mis
adentros.

- Parece de sentido común pensar que sienten y padecen, pero además este y otros
muchos estudios explican cómo los animales pueden llegar a enfermar de manera
similar a los humanos que atraviesan situaciones traumáticas.
- Cambiando de tema. ¿Dice usted que trabajo como cocinera?

-Bueno de pinche.

- ¿No ha pensado en buscar trabajo?, tendría una ocupación y le ayudaría a darle menos
vueltas a la cabeza.

Me fui pensando en las palabras de la doctora y al llegar a casa seguí rebuscando en


las redes. Parece ser que hay millones de perros que han sobrevivido a acontecimientos
potencialmente traumáticos, abandonos, maltratos, catástrofes, etc. Sin embargo, los
perros a los que comúnmente se les aplica el diagnostico de estrés postraumático son
aquellos que han participado en conflictos bélicos.

Walter Burghardt Jr., jefe de medicina del comportamiento y de los estudios


militares en los perros de trabajo en la base aérea de Lackland- donde son adiestrados- llegó
a estimar que al menos el 10% de los cientos de perros enviados a Irak y Afganistan para
proteger a las tropas estadounidenses han sufrido un trastorno por estrés postraumático.
Confieso que siempre me ha costado entender el amor a los animales de aquellos que
someten a encierro y aislamiento a un perro “lobo domesticado”. Animales acostumbrados
a dominar territorios de más de veinte kilómetros cuadrados pasan en nuestras ciudades a
enfrentarse a más de veinte orines – señales territoriales desafiantes y estresantes – por
cuadra. Eso cuándo escapan dos o tres veces al día de su jaula de setenta metros cuadrados.
Animales acostumbrados a vivir 24 horas al día rodeados de su manada constituida por entre
seis y veinte miembros, cuando en los hábitats humanos pasan la mitad del día en soledad.

En el colmo de la “supremacía humana” no sólo hemos cortado los lazos instintivos


que nos unían con el resto de animales, también hemos impuesto nuestra propia alienación,
en una especie de tiranía contra natura, a los animales domesticados.

¿Cómo no van a enfermar?, ¿cómo no vamos a enfermar?

Según contaba Burghardt, una de las grandes dificultades a la hora de establecer el


TEPT como un diagnostico aplicable en animales fue que los veterinarios no querían ofender
a los militares que habían recibido este diagnóstico. Y luego dicen que la loca soy yo…

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De joven tuve un novio que paseaba perros. Solía decirme que a los cinco minutos de
pasearlos ya sabía cómo estaban los animales. La correa era para él un canal por el que se
transmitían las emociones desde la mano humana hasta el cuello del animal. Para los
militares que forman equipo con estos animales y también para los adiestradores de perros
está muy claro que los animales sienten y también padecen emociones, incluso tienen la
sensibilidad necesaria para detectar las emociones ajenas y contagiarse de ellas.

Las complejas estructuras cerebrales que soportan esta comunicación emocional y


que nos ponen en contacto con el padecimiento ajeno no tendrían sentido en una naturaleza
dominada exclusivamente por la competencia.

La cooperación entre organismos de una misma especie podemos encontrarla a lo


largo de toda la escalera filogenética, desde los más simples a los más complejos. Frente a
desafíos o adversidades aparecen a menudo los llamados comportamientos emergentes.
Estos comportamientos grupales requieren del compromiso de cada uno de los miembros en
la tarea. Por su puesto el grupo debe tener una masa crítica, un número necesario de
individuos para que sea efectivo, todos están en constante comunicación y comparten
objetivos. De alguna manera todos entienden que la mejor solución para sus problemas
individuales es a menudo una solución colectiva.

Ejemplos clásicos de comportamiento emergente podrían ser el vuelo conjunto y


complejo de una bandada de estorninos, la manera en la que un grupo de peces nadan
agrupados en un cardumen o la forma como unas sencillas hormigas logran organizarse.
Biológicamente, por ejemplo, las hormigas son insectos con una memoria limitada, capaces
de llevar a cabo un repertorio reducido de acciones sencillas. Sin embargo, una colonia tiene
un comportamiento colectivo complejo, capaz de ofrecer soluciones inteligentes a
problemas como el transporte de objetos pesados, construcción de puentes y la búsqueda
del itinerario más corto del nido hasta la comida. Con estas nuevas gafas no dejo de ver a mi
alrededor ejemplos de conductas emergentes cooperantes.

Trasladando estos comportamientos a humanos y sin entrar en muchas


disquisiciones entre distintos tipos de sociedades y por tanto de culturas, podríamos decir
que la auto-organización, comunicación e intencionalidad compartida fluye con mayor
facilidad cuando hablamos de pequeños grupos humanos. Por encima de un número critico
de individuos parece difícil ponerse de acuerdo. Me pregunto cuántos habitantes habría en
“Fuente Ovejuna” la obra de teatro de Lope de Vega, en la que “todos van a una”.

Estudiando el comportamiento social en 38 especies primates, Dunbar encontró una


extraña correlación entre el tamaño de su corteza cerebral y el tamaño de las agrupaciones
de cada una de estas especies. Cuanto mayor era la superficie de corteza cerebral más
grande era el número de sujetos con los que mantenían una relación de cercanía. Esta
relación es conocida como el número de Dunbar y nos permite estimar que en humanos
ronda los 150 individuos. Es con estos individuos a los que mejor conocemos con los que más
probabilidad existe de que se dispare eso que llamamos una respuesta empática, de apoyo y
acompañamiento.

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Demasiadas vueltas, demasiadas reflexiones y pocas certezas... Así que, siguiendo las
recomendaciones de mi psiquiatra me puse a buscar trabajo:

- “ Sin duda una ocupación significativa la mantendrá distraída y al margen de tantas


cábalas”- Solía repetirme.

Ya estaba a punto de rendirme cuando, leyendo el periódico, vi la noticia que


anunciaba la apertura de un nuevo laboratorio de primatología en la Universidad de Yerkes.
Viajé hasta Atlanta y, a la primera que tuve ocasión, asalté a Frans De Waal, director del
nuevo departamento. Mi intención era ofrecerme voluntaria en su laboratorio. ¿Qué
ocupación más significativa podría encontrar una mona como yo, acostumbrada a vivir entre
humanos? De Waal rechazó cortésmente mi ofrecimiento y con mucha mano izquierda me
invitó a un refresco en la cafetería de la facultad.

Frans me explicó que los animales, incluidos los humanos, tenemos mucha más
empatía y habilidad para cooperar de lo que pensamos. El sentido de reciprocidad, yo te doy
porque espero que tú me des algún día – “y ese día puede que no llegue nunca, añadiría el
Padrino”- ha quedado patente en multitud de ensayos experimentales con animales.

- Vera señorita Chita, en muchos mamíferos podría hablarse de un sentido de justicia, de


equidad, tanto más fuerte cuanto más estrecha es la relación social entre ellos. Esta
cercanía social se manifiesta a través del conocimiento del otro, de sus emociones y por
tanto de sus intenciones. Ambas cuestiones pueden ser de gran relevancia desde un
punto de vista adaptativo, conocer al vecino me permite colaborar con él ó protegerme
si llega el caso.”

-Sí, pero ¿hasta dónde llega mi vecindario? ¿Puedo considerar a mi vecina del 6º, de la que
sólo sé que le gusta cantar a gritos la canción de Titanic, como parte de mi entorno social
cercano? Realmente es cercana, vivimos pared con pared, pero apenas sabemos cosas la una
de la otra.

- Esta relación suya no es muy original, más bien diría que se trata de la norma. Si uno
vive en una ciudad de tamaño medio puede vivir rodeado de miles de personas de las
que no sabe absolutamente nada. Una de las formas más eficaces para conectar con el
otro es fijar la mirada. Con la mirada señalamos que el canal está abierto y con el resto
de nuestra expresión y dependiendo del contexto mandamos un mensaje. Nuestra
vista es la antena a través de la cual leemos la mente del otro.

¿Se refiere usted a la empatía?

- Si, esta sensibilidad que llamamos empatía, parece que se transmite en una especie de
lenguaje universal, al menos entre mamíferos y también entre los seres humanos. La
empatía ha sido estudiada desde principios del siglo XX en distintas especies. Sin
embargo, no fue hasta hace apenas unas décadas y por azar, que conocemos su
funcionamiento. Unas simples células nerviosas, las neuronas espejo, son las actrices
principales en la escena de nuestra conducta social. Estas neuronas actúan como una
especie de antenas wifi. Detectan “al otro” y nos permiten sintonizarnos con él. Nos
ayudan a revelar sus emociones, interpretan sus movimientos e incluso interpretan las

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intenciones ajenas. Podría decirse que son las responsables de la conexión con el
cerebro del otro. Gracias a esta sintonía somos capaces de percibir, entender y sentir
las dificultades del vecino e incluso anticipar sus reacciones. Entender y sentir al otro es
el primer paso hacia la ayuda y la cooperación. En nuestro laboratorio y también en
estudios de campo hemos observado esta preocupación empática que suele
manifestarse mediante gestos de apoyo y compasivos. Estos gestos compasivos son
comunes en mamíferos, especialmente en primates, donde no es raro observar el
acompañamiento en el duelo.

- ¿Y qué me dice de la competencia?

- A lo largo de mis muchos años de investigación he descubierto más conductas sociales


asociados a la cooperación que a la competencia. Entre muchos mamíferos parece
existir un sentimiento de justicia y de igualdad. “Te doy y espero que tú me devuelvas lo
mismo”. Una especie de contrato basado en la confianza que se alimenta con la
reciprocidad.
Querida Chita, a lo largo de mi investigación he comprobado que empatía y equidad
son un continuo en la escalera evolutiva. Ambos elementos son los pilares de la moral
humana. Me atrevo a decir que nuestra moral es de origen animal y no responde a
ningún salto cualitativo, sino que es producto de nuestra evolución.

- ¿Y cómo explicaría la sensación de vivir sola rodeada de gente? Es algo que me ha


acompañado siempre que he vivido en una gran ciudad. La gente baja del metro a la carrera,
con la cabeza gacha, con un gesto que va de la indiferencia al rechazo. ¿No hay lugar para la
empatía y la igualdad?

- No le falta razón Chita. Curiosamente se han hecho estudios para medir el tiempo de
fijación visual en oficinas postales de poblaciones de distintos tamaños y lo llamativo,
es que hay una relación inversamente proporcional entre el tamaño de la ciudad y el
tiempo que se mantiene la mirada. Cuanto más grande menos tiempo y a la inversa.

-Claro, evitar la mirada y andar deprisa no dejan de ser actitudes evitativas en un mundo
percibido como amenazante, lo cual me recuerda a la alienación de esos “lobos
secuestrados” en casas humanas.

- Tenga en cuenta que en una escala evolutiva, vivir amontonados es una costumbre
reciente entre humanos. Los antropólogos que han estudiado agrupaciones y bandas
con costumbres neolíticas raramente han encontrado poblados de más de 200
personas.

-Sí algo he leído relacionado con eso con el número de Dunbar…

Nuestro café se convirtió en almuerzo y podría haber llegado a la cena. Estaba tan
ensimismada, tan complacida en mi autosuficiencia, que durante años no eché de menos a
los otros. Darwin quizás abrió una puerta, pero no cerró ninguna. Fueron otros con intereses
más bastardos quienes se encargaron de enmascarar la importancia de la colaboración,
entre animales- incluidos los humanos-, aunque a estas alturas ya no debería hacer
distinción.

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Echar mano del vecino, fuera de los ámbitos académicos, sigue siendo connotado por
muchos como un rasgo de incompetencia, una señal de debilidad. Sin embargo, las ciencias
sociales saben de la importancia de una red de apoyos, especialmente cuando la vida se
complica. La visión sistémica ha servido para ampliar el foco del individuo al grupo,
generando una interacción compleja y generalmente benéfica

Cuando el suelo tiembla bajo nuestros pies, el otro puede convertirse en un pilar.
Cuando las sociedades se construyen mirando al otro, al vecino, la comunidad en un refugio
“antibombas”. Mi maestro Néstor Suarez sabía bien cuáles eran los materiales con los que
se construía comunidades capaces de afrontar retos. Sociedades que conservan su identidad,
que dan valor a sus costumbres y que son lideradas con honestidad tienen más posibilidades
de hacer frente a las crisis.

De la selva a la ciudad, pasando por el psiquiátrico, he descubierto que los animales


compartimos herramientas y estrategias muy sofisticadas al servicio del otro. Mis largas
horas de diálogo con unas y con otros me llevó a constatar que asociarse es natural y
adaptativo, especialmente en momentos críticos como la crianza, la defensa, la obtención de
recursos, etc. A pesar de mis horas de soledad comprendí por fin que como primate estoy
programada para cooperar con otros de mi especie. Que asociarse y colaborar es hablar de
comunidad. Y que, al fin y al cabo, mona o no mona, es en comunidad donde ES POSIBLE LA
RESILIENCIA.

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