Dialogos de La Mona Chita.
Dialogos de La Mona Chita.
Dialogos de La Mona Chita.
INTRODUCCIÓN
Durante más de 150 años, si tomamos como referencia la publicación del "Origen de
las especies", la concepción de la naturaleza como un supra organismo competitivo ha ido
imponiéndose. La traslación de lo animal a lo humano nos ha llevado a concebir el mundo
como un campo de batalla social, una escalada hacia la cumbre en la que el fin justifica
cualquier medio. Amparados en este concepto de selección natural, el ser humano ha
cometido atrocidades descomunales.
A lo largo del capítulo nuestro personaje, la mona chita, tomará la palabra para
desmontar el paradigma imperante de la competencia en el reino animal y por tanto humano.
En nombre del reino animal, defenderá la idea de un mundo complejo en el que competencia y
cooperación conviven.
Como afamado personaje y embajadora del reino animal tendrá el privilegio de ser
recibida por personalidades y expertos con los que se entrevistará en busca de respuestas.
Abordando cuestiones tan controvertidas como la existencia de las emociones en el reino
animal, la paradoja de organismos vivos capaces de competir y colaborar al mismo tiempo o la
emergencia de una moral animal como germen de sociedades organizadas que sobreviven
gracias a los esfuerzos colectivos.
A través de estas respuestas, Chita tratará de acabar con el mito del “eslabón
perdido”. Hablar del origen de la resiliencia comunitaria es hablar de comportamientos
animales conjugados al servicio de la prole y por extensión de la manada. Finalmente, estos
comportamientos al servicio de los otros serán refinados humanamente en la tribu, sin hablar
de discontinuidad.
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Este artículo forma parte del libro Resiliencia comunitaria. Una obra compilada por Gabriela Simpson
como reconocimiento a la labor del Dr. Néstor Suarez Ojeda.
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cerrar puertas se abren siempre otras nuevas. Desde que descubrimos el concepto de
resiliencia comunitaria habitualmente lo añadimos en nuestras explicaciones acerca de los
fenómenos de resiliencia. Fue en el contacto con él donde el doctor Néstor Suarez nos
trasmitió esa curiosidad imparable de la que somos herederos. Y, aunque hemos leído
decenas de veces sus escritos, podemos decir que cuando trasladamos a otras personas su
legado raramente lo hacemos de sus escritos académicos, sino desde el relato que él nos
transmitía con pasión en cada uno de nuestros intensos encuentros. Esa misma pasión de la
que somos aprendices es la que nos lleva a ir más allá, explorando los límites de nuestro
conocimiento por el que otros ya han transitado y volcando en el mismo mapa caminos y
carreteras, que, como siempre nos sucede, terminan conectándose.
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- ¿Dígame?
-Al habla la mona Chita. Le llamo por el manuscrito que le envié hace unos meses. Aquel que
hablaba sobre el Origen de las especies, un original de mi buen amigo Charles Darwin.
- Ohhh si, lo recuerdo, interesante, es más diría que meritorio. Aunque no creo que
tenga mucha trascendencia.
- Verá, lo que verdaderamente interesa y entusiasma a nuestros lectores son los hábitos
y costumbres de las palomas.
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- ¿Y eso le inquieta Señorita Chita, ¿siente esa hostilidad?
-Llámeme simplemente Chita por favor. Y en respuesta a su pregunta le diré que no. Lo que
de verdad me cabrea como una mona, Doctora Esteve, es la cantidad de barbaridades que se
le atribuyen a Darwin. La misma frase que consagró esa tendencia competitiva: “la
supervivencia del más apto” no salió de la pluma de mi amigo Charles, aunque fuera de su
agrado.
-En las largas y tórridas tardes del verano selvático, Tarzán y yo solíamos dormirnos la siesta.
Los documentales de herbívoros devorados por felinos sanguinarios ocupaban la franja
horaria de nuestra siesta. Escenas tan crueles, lejos de interrumpir nuestros bostezos,
resultaban causarnos mayor sopor. Lo cierto es que nos parecían de lo más convencionales y
naturales – valga la redundancia- . Servían bien a ese principio evolucionista “C’est la vie”.
Vaya que para la supervivencia de uno, el otro tenía que pagar el precio de su existencia.
-Bueno tiene un premio Nobel, pero lo que de verdad le hizo famoso fue una película sobre
su vida, “Una mente maravillosa”.
-El caso es que por aquel entonces Jhon andaba desarrollando la teoría de juegos y me
ayudó a poner nombre a este tipo de “transacciones naturales” y competitivas. “Sumas a
cero, amiga Chita- me instaba-. Se trata de un juego que requiere al menos dos individuos, lo
que uno pierde, pongamos 10 $, el otro lo gana. Ganancia +10 y perdida -10 dan como
resultado cero, de ahí el nombre de Sumas a cero. Sólo existe la posibilidad de ganar o
perder. En el caso de sus felinos y depredadores lo perdido o ganado es la propia vida” –
respondió Nash.
Por aquel entonces, en plena guerra fría, el mundo se dividía entre ganadores y perdedores,
depredadores y víctimas. Pareciera no existir otra estrategia para salir adelante que el viejo
mantra de comes o te comen.
Esta traslación de lo animal a lo humano nos llevó a concebir el mundo como un campo de
batalla social. Vivir era una escalada hacia la cumbre en la que el fin, justificaba casi
cualquier medio. Los darwinistas sociales establecieron un parangón entre las leyes que
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gobernaban la naturaleza y la sociedad. Amparándose en el concepto de selección natural se
cometieron atrocidades descomunales. Se establecieron categorías raciales superiores con lo
que llegaron a justificar el colonialismo, la eugenesia e incluso el holocausto judío. ¡Qué
horror! Esto me ha quitado el sueño durante noches... El resultado de semejantes barbaries
parecía haber enterrado estos planteamientos, pero el neoliberalismo volvió a resucitarlos
en su favor. Ser rico o pobre, trabajador o vago, dejaban de ser categorías sociales, producto
de interacciones complejas, para convertirse simplemente en proyecciones de la herencia y
la biología.
- Sí, dos.
-Pues debería preocuparle porque la educación tampoco está al margen. La han convertido
en el caldo de cultivo en el que se cuece a fuego lento la competencia.
- Bueno, visto así es normal. Si el mundo es una selva, lo más sensato debería ser tener
un criadero de leones. La educación no es mi campo, pero sí me llama la atención la
cantidad de ranking, por alumnos, por aulas, por colegios, por regiones, por países…
¡uff! . Tengo la sensación de que no competimos entre planetas porque ¡aun no hemos
encontrado con quien hacerlo!
- El caso es que hace unos meses acudí como mamá al colegio de mis hijos, para una
actividad de escuela de padres y madres que organizan allí. La psicóloga pregunto algo
así como: “ ¿Qué esperan de sus hijos?, ¿cómo le gustaría que fueran de mayores?” y
todas - por desgracia no había ningún papá – contestamos que esperábamos niños y
niñas felices, honestas y trabajadoras. Nadie habló de criar al príncipe de Maquiavelo,
un niño o niña dispuesta a transgredir cualquier norma o moral con tal de conseguir la
autocaravana de la Barbie.
-Así es doctora, aunque en los círculos de poder económico hay unos cuantos piratas capaces
de cualquier cosa por hacerse con el barco de Playmobil, la Barbie y el resto de juguetes de la
ludoteca. “Jugadores de sumas a cero” ¿recuerda?. No tienen empacho en hundir a una
buena parte de la clase media en la miseria, elevando el grado de inequidad social hasta el
extremo. Hace poco leí a Krugman. Calculaba que el salario promedio de un alto directivo
puede multiplicar por 100 el de un empleado medio de la misma empresa. Lo más llamativo
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es que esta brecha social no sólo se debe a la diferencia salarial. Al parecer la cantidad de
impuestos que pagan los más ricos lleva descendiendo desde los años 70.
...
Esa noche la pasé entera aullando por la ventana. Un vecino debió avisar a la policía
y sobre las 6, apareció una ambulancia que me llevo de vuelta al sanatorio de Bermont. Me
tiré el largo invierno de Bermont dándole vueltas a estas ideas, disfrutando de la
extraordinaria biblioteca del loquero. Alimentando mi derrotismo, devoré las trilogías de
Don Pio Baroja, entre las cuales se encontraba “La lucha por la vida” una ficción naturalista
de cómo el hombre tiene que luchar en medio de la jauría.
Una vez de alta y con mis síntomas licántropos a raya, volví a la normalidad, a mis
quehaceres y delirios cotidianos como mona. Afortunadamente la concepción del mundo
animal ha ido evolucionando. Hasta Juan Pablo II nos abrió, hace años, las puertas del cielo
el día que nos atribuyó la posesión de un alma.
Los mismos lobos, a los que antes se acorralaba como alimañas, hoy reciben
protección de las autoridades, que pagan generosamente a los ganaderos, cada vez que sus
rebaños son atacados. Apreciamos sus hábitos sociales, los cuidados que toda la manada
dispensa a los lobatos en su crianza y su extraordinaria capacidad de colaboración. Llegado
el extremo percibimos en ellos emociones. Hasta hace no mucho esta atribución de
emociones sólo estaba consentida si eras un etólogo o en su defecto dueño de un perro o un
gato, que como todo el mundo sabe, son capaces de reconocer en sus fieles mascotas todo
tipo de estados de ánimo, frente al escepticismo de sus interlocutores.
- “Mi perrita está triste. Sabe que nos vamos de vacaciones a Benidorm. ¡Con lo que le
gusta a ella Benidorm!. Si fuera a Santander no, que el agua está muy fría y la gente es
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muy sosa, pero perderse Benidorm… ¿cuidaréis de ella verdad? - Solía repetir mi vecina
año tras año al llegar el verano”.
Ese día quien estaba triste y afectada era yo. Así que adelanté la cita con mi
psiquiatra.
- Mal, la verdad. Ayer contemplé una escena horrorosa. Salí a cenar con mi amiga Bea,
fuimos a un restaurante del centro. En la mesa de al lado, un tipo con bigote se puso a comer
caracoles. Se recreaba en ellos, hurgando con el palillo y sorbiendo. Los fue apilando en
forma de pirámide azteca, como en un ritual macabro. Desde entonces no puedo dejar de
pensar en el proceso de sadismo por el que pasan los caracoles antes de llegar al plato.
- Bueno ya sabe, los caracoles esperan los días de lluvia para salir a pasear, vaya que para
ellos los días de lluvia son lo que a los humanos los días de sol. Agazapados esperan los
furtivos del caracol para atraparlos en su día de asueto, encerrarlos en una bolsa de malla,
hacinados contra decenas de congéneres. Después de semanas de abandono sin comida ni
agua, purga le llaman a semejante tortura, se les prepara un baño bien caliente, hirviendo,
con agua, sal y aceite, ahí es nada.
Como le dije, Doctora, mi primer ingreso psiquiátrico fue en el sanatorio de Los Prados, en
Jaén. Concha, la cocinera, me adoptó como pinche. Con ella aprendí está refinada tortura.
Concha se defendía desde la biología- estudió enfermería- argumentando que los caracoles
no tenían sistema nervioso y por lo tanto ni sentían ni padecían.
Creo que disfrutaba perversamente los días que me tocaba cocinar caracoles, por cierto
cada vez con mayor frecuencia. Por defenderme llegué incluso a investigar la vida del caracol
¿Sabía usted que a finales del siglo XIX un tal Jaques Benoit y sus inversionistas, creían que
era posible la construcción de un telégrafo hecho con caracoles.
- ¿Qué me dice?
- Tal cual le cuento. Basándose en la fidelidad de estos animales, pensó que si estos se
apareaban se crearía entre ellos un hilo invisible a pesar de estar a miles de kilómetros. Si
algo le pasaba a uno de ellos el otro podría percibirlo. Sólo faltaba descubrir el código e
interpretarlo. La información viajaría a la velocidad de la luz, justo la misma velocidad a la
que desapareció Benoit al pedirle evidencias.
- Pues no hará mucho que recibí un artículo de una revista especializada en la que un tal
Kelley explicaba un cuestionario que ha desarrollado para diagnosticar el trastorno de
estrés postraumático (TEPT) con perros que han pasado por situaciones límite.
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- ¿Y cómo rellenan el cuestionario los perros?
-Menos mal que esto no se lo preguntan a los cocineros de caracoles…. - pensé para mis
adentros.
- Parece de sentido común pensar que sienten y padecen, pero además este y otros
muchos estudios explican cómo los animales pueden llegar a enfermar de manera
similar a los humanos que atraviesan situaciones traumáticas.
- Cambiando de tema. ¿Dice usted que trabajo como cocinera?
-Bueno de pinche.
- ¿No ha pensado en buscar trabajo?, tendría una ocupación y le ayudaría a darle menos
vueltas a la cabeza.
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De joven tuve un novio que paseaba perros. Solía decirme que a los cinco minutos de
pasearlos ya sabía cómo estaban los animales. La correa era para él un canal por el que se
transmitían las emociones desde la mano humana hasta el cuello del animal. Para los
militares que forman equipo con estos animales y también para los adiestradores de perros
está muy claro que los animales sienten y también padecen emociones, incluso tienen la
sensibilidad necesaria para detectar las emociones ajenas y contagiarse de ellas.
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Demasiadas vueltas, demasiadas reflexiones y pocas certezas... Así que, siguiendo las
recomendaciones de mi psiquiatra me puse a buscar trabajo:
Frans me explicó que los animales, incluidos los humanos, tenemos mucha más
empatía y habilidad para cooperar de lo que pensamos. El sentido de reciprocidad, yo te doy
porque espero que tú me des algún día – “y ese día puede que no llegue nunca, añadiría el
Padrino”- ha quedado patente en multitud de ensayos experimentales con animales.
-Sí, pero ¿hasta dónde llega mi vecindario? ¿Puedo considerar a mi vecina del 6º, de la que
sólo sé que le gusta cantar a gritos la canción de Titanic, como parte de mi entorno social
cercano? Realmente es cercana, vivimos pared con pared, pero apenas sabemos cosas la una
de la otra.
- Esta relación suya no es muy original, más bien diría que se trata de la norma. Si uno
vive en una ciudad de tamaño medio puede vivir rodeado de miles de personas de las
que no sabe absolutamente nada. Una de las formas más eficaces para conectar con el
otro es fijar la mirada. Con la mirada señalamos que el canal está abierto y con el resto
de nuestra expresión y dependiendo del contexto mandamos un mensaje. Nuestra
vista es la antena a través de la cual leemos la mente del otro.
- Si, esta sensibilidad que llamamos empatía, parece que se transmite en una especie de
lenguaje universal, al menos entre mamíferos y también entre los seres humanos. La
empatía ha sido estudiada desde principios del siglo XX en distintas especies. Sin
embargo, no fue hasta hace apenas unas décadas y por azar, que conocemos su
funcionamiento. Unas simples células nerviosas, las neuronas espejo, son las actrices
principales en la escena de nuestra conducta social. Estas neuronas actúan como una
especie de antenas wifi. Detectan “al otro” y nos permiten sintonizarnos con él. Nos
ayudan a revelar sus emociones, interpretan sus movimientos e incluso interpretan las
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intenciones ajenas. Podría decirse que son las responsables de la conexión con el
cerebro del otro. Gracias a esta sintonía somos capaces de percibir, entender y sentir
las dificultades del vecino e incluso anticipar sus reacciones. Entender y sentir al otro es
el primer paso hacia la ayuda y la cooperación. En nuestro laboratorio y también en
estudios de campo hemos observado esta preocupación empática que suele
manifestarse mediante gestos de apoyo y compasivos. Estos gestos compasivos son
comunes en mamíferos, especialmente en primates, donde no es raro observar el
acompañamiento en el duelo.
- No le falta razón Chita. Curiosamente se han hecho estudios para medir el tiempo de
fijación visual en oficinas postales de poblaciones de distintos tamaños y lo llamativo,
es que hay una relación inversamente proporcional entre el tamaño de la ciudad y el
tiempo que se mantiene la mirada. Cuanto más grande menos tiempo y a la inversa.
-Claro, evitar la mirada y andar deprisa no dejan de ser actitudes evitativas en un mundo
percibido como amenazante, lo cual me recuerda a la alienación de esos “lobos
secuestrados” en casas humanas.
- Tenga en cuenta que en una escala evolutiva, vivir amontonados es una costumbre
reciente entre humanos. Los antropólogos que han estudiado agrupaciones y bandas
con costumbres neolíticas raramente han encontrado poblados de más de 200
personas.
Nuestro café se convirtió en almuerzo y podría haber llegado a la cena. Estaba tan
ensimismada, tan complacida en mi autosuficiencia, que durante años no eché de menos a
los otros. Darwin quizás abrió una puerta, pero no cerró ninguna. Fueron otros con intereses
más bastardos quienes se encargaron de enmascarar la importancia de la colaboración,
entre animales- incluidos los humanos-, aunque a estas alturas ya no debería hacer
distinción.
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Echar mano del vecino, fuera de los ámbitos académicos, sigue siendo connotado por
muchos como un rasgo de incompetencia, una señal de debilidad. Sin embargo, las ciencias
sociales saben de la importancia de una red de apoyos, especialmente cuando la vida se
complica. La visión sistémica ha servido para ampliar el foco del individuo al grupo,
generando una interacción compleja y generalmente benéfica
Cuando el suelo tiembla bajo nuestros pies, el otro puede convertirse en un pilar.
Cuando las sociedades se construyen mirando al otro, al vecino, la comunidad en un refugio
“antibombas”. Mi maestro Néstor Suarez sabía bien cuáles eran los materiales con los que
se construía comunidades capaces de afrontar retos. Sociedades que conservan su identidad,
que dan valor a sus costumbres y que son lideradas con honestidad tienen más posibilidades
de hacer frente a las crisis.
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