Prevencion de Asi
Prevencion de Asi
Prevencion de Asi
sexual
Para evitar este daño irreparable es necesario educar a los niños a
temprana edad sobre cómo reconocer un abuso sexual. Así, logramos
empoderarlos y de pasada, debilitamos a los abusadores. ¿Cómo hablar
este tema tan difícil con los niños? Leyéndoles cuentos.
Las estadísticas son alarmantes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que
(https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/child-maltreatment)1 de cada 5 niños
son víctimas de violencia sexual, incluido el abuso sexual, y que esto afecta a niños de
todas las edades, razas, clases sociales y religiones. Generalmente se da en entornos
cercanos y de confianza, es decir, con tíos, abuelos, primos mayores, profesores,
sacerdotes, vecinos o amigos de los padres.
Sabemos que como padres no es fácil abordar este tema con nuestros hijos cuando son muy
pequeños, porque tenemos miedo a sexualizarlos a muy temprana edad, a pervertir su
infancia, a inculcarles la desconfianza en los mayores, y, en resumen, a presentarles la
idea de que el peligro puede estar cerca, cuando lo único que queremos es proteger su
inocencia e infancia, criándolos en base a la confianza, el amor y la seguridad.
Pero, aunque suene cliché, la frase "más vale prevenir que lamentar", en este caso es la gran
clave. ¿Por qué? Porque los abusos pueden cometerse a cualquier edad, y porque, si los
niños no saben de antemano qué es lo que está permitido que otras personas hagan con
su cuerpo, jamás lo verán como un acto abusivo, y será mucho más fácil que el
abusador los someta por períodos prolongados a esta violencia tan dañina.
En cambio, un niño que sabe qué es lo que es normal y qué no, estará más alerta y ante un
eventual abuso, lo reconocerá rápidamente y podrá negarse, incomodarse o molestarse
frente a este hecho, y comunicarlo a sus seres de confianza a tiempo, o al menos impedir
que el abusador cometa el abuso. La mayoría de los abusadores actúa en base a la confianza
que tiene con el niño, aprovechándose de su inocencia e ignorancia frente al tema.
¿Cómo tratar directamente estos temas tan complicados, sin ser tan explícitos? ¿Cómo
llegar a la sensibilidad de nuestros hijos y hacerlos entender qué está bien y qué mal
respecto a sus cuerpos, sin violentarlos con el lenguaje? ¿Cómo lograr que interioricen el
tema del abuso y que sepan que es tan malo como el maltrato físico o sicológico?
Una buena forma de hacerlo es a través de cuentos infantiles creados por psicólogas
especialistas, que enseñan el tema mediante un lenguaje directo y sencillo, acompañado de
lindas ilustraciones que potencian el contenido y captan rápidamente la atención de los
menores. Aquí les dejamos algunas recomendaciones para diferentes edades.
1. Kiko y la Mano: para niños pequeños
Kiko, entonces, es un personaje que llega para combatir la violencia sexual contra los niños
con una regla importantísima basada en tres ideas fundamentales: su cuerpo le pertenece
sólo a él, existen secretos buenos y malos, y formas de tocar buenas y malas.
Los personajes son dos: Kiko y una mano, y la historia se basa en los tipos de contactos que
van teniendo ambos, evidenciando así los que están permitidos y los que no, de forma clara
y directa.
Este libro de la psicóloga española Luisa Fernanda Yágüez, cuenta la historia sobre un niño
y su vecino adulto, y la relación secreta que mantienen.
Todo empieza cuando Alex, el niño, va en búsqueda de su pelota perdida y llega a una gran
casa con un jardín maravilloso y se encuentra con Max, el entrenador de básquetbol del
colegio, que resulta ser su vecino. Max le ofrece enseñarle a jardinear, siempre y cuando
fuese un secreto. Y, al ser un conocido, Alex no ve el riesgo en esto y se somete a esta
relación que termina en abuso. Por ende, el libro enseña que no se puede mantener secretos
con adultos, aunque sean personas conocidas.
Este libro busca entregar a los niños una herramienta para enseñarles a hacerse respetar,
para prevenir así tanto el maltrato como el abuso infantil. "Una excusa para que niños y
niñas, y mayores, entablen un diálogo sobre el derecho de cualquier persona a decir no ante
situaciones que nos disgustan o hacen daño", señala Isabel Olid, autora del cuento.
El gobierno chileno, a través del Ministerio de Justicia, el año 2012 publicó tres libros
como guía básica de prevención del abuso sexual infantil:
Cata, Benja y su Hada Madrina es el primer libro, destinado a niños menores de seis años,
que enseña los límites de las demostraciones de cariño de una persona de confianza,
representada por un hada madrina.
Cata, Benja y Pincho es el libro destinado a niños entre 6 y 12 años, y explica a través de
un amigo, lo que significa directamente el abuso sexual, por qué es malo, y que nadie
puede tocarlos de manera indebida, incluidas las personas de confianza como: tíos, primos,
abuelos, vecinos, etc. Enseña que no deben existir secretos con adultos y que siempre
deben contarle a sus padres aquello que les molesta.
Cata y Benja online es el último libro destinado a adolescentes y que explica los abusos
que se pueden cometer a través de internet y cómo evitar exponerse de forma online
ante desconocidos. La historia está basada en la conversación por el chat de Facebook entre
dos amigos, quienes van exponiendo lo peligroso que es entablar relaciones con personas
desconocidas a través de internet, explicándolo mediante lenguaje juvenil y casos puntuales
que supuestamente le pasaron a otros amigos cercanos.
1. Creer al niño/a: con tipos de respuesta: "Gracias por confiar en mí Y contármelo, así
puedo ayudarte a solucionarlo".
2. Hacerle sentir orgulloso por haberlo contado: con tipos de respuesta: "Has sido muy
valiente al contármelo y estoy muy orgulloso/a de ti".
3. Decirle que no es culpable: con tipos de respuesta: "Tú no has hecho nada malo", "No
es culpa tuya".
4. Asegurarle que no le ocurrirá nada malo: con tipos de respuesta: "Ahora que me lo
has contado, puedes estar tranquilo porque esto no volverá a ocurrir".
5. Decirle que saldrá adelante: con tipos de respuesta: "Aunque ahora estés un poco triste,
todos te vamos a ayudar a que te sientas mejor".
6. Expresarle afecto con tipos de respuesta: "Te quiero y estaré junto a ti siempre que me
necesites".
En esta nota tratamos el tema de prevención, alertas y formas de acompañar a una víctima
de abuso sexual infantil con mayor detalle. Esto gracias a la entrevista que le realizamos
al filósofo José Andrés Murillo, víctima del ex párroco Fernando Karadima, y director de
la Fundación Para La Confianza, la que se dedica a acompañar a víctimas, generar
información relevante sobre abusos y su difusión y a entregar formación y capacitación
especializada en abuso sexual infantil a instituciones que trabajan con niños.
"¡Estela, grita muy fuerte!"
Desde hace algún tiempo la asociación RANA intenta prevenir el abuso sexual infantil, a través de
actividades de sensibilización, educación y trabajo en las redes. He querido unirme a la causa y les
traigo el cuento ¡Estela, grita muy fuerte! de Isabel Olid y Martina Vanda, una herramienta para
enseñar a los niños y niñas a hacerse respetar. Actualmente, este cuento no se consigue en
Colombia, así que les traigo un post con el relato completo y algunas de sus ilustraciones,
¡Compártelo! Y enseñale a los niñ@s de tu entorno a hacerse respetar.
A estela le gustan muchas cosas. Le gusta jugar con el agua de la bañera e imaginarse que es un
delfín que se vuelve pequeño, pequeño y se mete de un brinco por el ducto de la ducha y corre
por todas las cañerías de la casa, hasta que su papá, que está fregando los platos en la cocina, abre
la llave del fregadero y el delfín tiene que volver a convertirse en Estela para no caerse dentro de
la sartén sucia que tiene entre las manos su papá.
También le gusta jugar con sus amigos en la escuela. Tiene muchos amigos: Guille, Bruna, Brai,
Ana, María... Pero su amiga más amiga es Lucía. Con Lucía puede jugar a un millón de cosas.
Lástima que tenga tanto genio.
Hoy, por ejemplo, cuando en la hora de la lectura, Estela coge un libro precioso con peces
fantásticos de color lila, que es su color preferido, Lucía se enfada porque ella también quiere
leerlo y empieza a pellizcarle los brazos y las piernas. Estela, que no sabe qué hacer, se pone a
llorar bajito y se imagina que es un pájaro de color naranja que vuela hacia arriba, arriba y trepa
hasta el techo y ya no la pellizcan más.
Y cuando deja de notar las uñas afiladas de Lucía, abre los ojos y se mira las manos para ver si se
han convertido en alas, imaginándose que al final ha logrado transformarse en pájaro y ha
escapado. Pero no. Es Conchita, la maestra, que ha separado a las niñas y que riñe a Lucía por su
mal carácter incontrolable.
- Pero Estela, cariño, ¿Por qué no has dicho nada? Te ha dejado llena de marcas...
- Es que... no sabía qué hacer.
- ¿Verdad que no te gusta que te peguen? - Le pregunta Conchita, y Estela dice que no con la
cabeza. - Pues cuando alguien te hace algo que no te gusta, tienes que decirle que pare. Y si no
para, entonces GRITAS muy fuerte hasta que vengan a ayudarte. No tienes que dejar que te hagan
tanto daño.
- Y tú, Lucía, aprende a pedir las cosas. No puede ser que por culpa de tu mal genio le hagas daño a
tu mejor amiga. Venga, dale un beso y pídele perdón.
A Estela le gusta su pelo, oscuro y larguísimo. A veces se imagina que su pelo es un vestido mágico
que la protege del mundo y la hace más fuerte. Pero cuando su madre la peina después del baño,
se da cuenta de que, en realidad, sólo es pelo y que cuesta mucho desenredarlo. Sus padres
siempre la amenazan con que si se queja le cortarán la melena, y por eso ella nunca dice nada.
Pero esta vez, cuando mamá le hace daño con el peine, Estela piensa en lo que le ha aconsejado
Conchita y dice:
- Mamá, ¿Me puedes peinar más suave? Es que me estás haciendo daño.
Mamá se sorprende un poco, porque Estela no se ha quejado nunca, pero le da un beso y le dice:
- Claro, preciosa, iré con más cuidado. Si vuelvo a hacerte daño, me avisas, ¿De acuerdo?
Otra cosa que le gusta mucho a Estela es ir a comer a casa de los abuelos los domingos, porque la
abuela siempre le hace tortilla de patatas con croquetas, que es su plato preferido. En cambio, en
casa, sus padres nunca tienen tiempo de pasarse tanto rato en la cocina. Hasta hace poco,
también le gustaba jugar con el tío Anselmo, que le hacía trucos de magia con las cartas y le
contaba cuentos divertidos, pero últimamente ha empezado a hacer cosas raras y ya no le gusta
nada. La encierra con él en la habitación mientras los mayores hablan en el comedor, le quita la
ropa y le hace unas cosquillas muy raras por todo el cuerpo, incluso por sitios tan escondidos que
ni siquiera ella conoce.
Cuando le pasa eso, se imagina que es una nube de azúcar que se escapa por la ventana y vuela
sobre el mar, que un viento muy suave la empuja otra vez hacia casa y la hace entrar por el balcón
del comedor y ahí se convierte en una gotita de lluvia que cae sobre la mejilla de mamá y le da un
beso muy dulce.
La primera vez que el tío Anselmo lo hizo, cuando ella le preguntó por qué le quitaba la ropa, él le
dijo que era su sobrina preferida y que la quería mucho, y que ese juego era el juego más secreto
de todos. Como Estela era la sobrina a quien más quería, debía hacerle caso y guardarle el secreto.
Estela no acababa de entender aquel juego tan desagradable, porque se supone que los juegos
tienen que ser divertidos, pero no quería que el tío Anselmo se enfadara por su culpa, así que se
callaba y se aguantaba.
Pero este domingo, cuando su tío empieza a tocarla por todo el cuerpo, Estela nota como el asco
la recorre de los pies a la cabeza, recuerda otra vez el consejo de Conchita y cómo mamá le hizo
caso al peinarla, y le dice:
Entonces tío Anselmo le arregla el vestido con rapidez y se asoman por la puerta mamá y papá, los
abuelos, la tía Carla y el tío Jaime y hasta la prima Miriam.
Tiene muchas cosas que contarle a sus mamá, pero lo hará mañana.
FIN
Introducción
Este cuento es un recurso para que padres y madres puedan
abordar una situación tan compleja como la prevención del
abuso sexual en los hijos e hijas.
A veces, tienen más dificultad para expresar sus sentimientos
con la palabra, por lo que los manifiestan a través de la
conducta
y el cuerpo.
En este sentido, el juego, el dibujo y los cuentos son su medio
de expresión natural y una actividad lúdica fundamental
dondepueden aprender conceptos, habilidades y valores y
descubrir
el mundo, construyéndose como sujetos autónomos,
integrados
en la sociedad y en comunicación con los demás.
Por eso, hemos escogido el lenguaje de los cuentos para
ofrecer
a padres y madres una herramienta lúdica que les permita
compartir con sus hijos e hijas una misma actividad y abordar
con ellos la prevención del abuso sexual, enseñándoles las
habilidades,
conceptos y valores necesarios para poder enfrentarse
a situaciones de riesgo, saber pedir ayuda a los adultos
responsables de su protección y crecer con una idea sana de
las relaciones y de la sexualidad.
A lo largo de todo el cuento, se producen situaciones que
podréis
analizar con vuestros hijos e hijas, plantear posibles
alternativas
y/o soluciones y, en definitiva, compartir un espacio
de comunicación y diálogo constructivo.
Al final, podéis encontrar una guía de lectura que os permita
reflexionar con vuestros hijos e hijas sobre los aspectos más
relevantes y un prólogo en el que se indican claves
importantes
que, como padres y madres, habéis de tener en cuenta en
la prevención y abordaje del abuso sexual.
Ojos verdes
¡Por fin había llegado la primavera! Alex se sentía muy feliz.
Le
encantaba la primavera. Hacía mejor tiempo, los animales
salían
de sus escondites de invierno, las flores volvían a sonreír y,
sobre
todo, podía disfrutar y jugar todo lo que quisiera al aire libre.
Alex vivía en un bonito pueblo que estaba lleno de casas
grandes,
que tenían jardines aún más grandes. Todos los habitantes
eran muy amables y se conocían, era normal que coincidieran
alguna vez en alguno de los rincones del pueblo. Sus padres
tenían
una casa a las afueras, a la que los vecinos llamaban “la
casa de la valla azul”, por la gran valla que la rodeaba.
Un día, al salir del colegio, Alex fue directo a casa, caminando
y
jugando con su balón, al que llevaba a todas partes. Al llegar,
vio
que solo estaba su madre, por las tardes trabajaba desde
casa.
Su padre no llegaba del trabajo hasta muy tarde, a la hora de
la
cena.
—¡Hola mamá! –saludó Alex con alegría.
—Hola Alex. ¿Qué tal en el colegio? ¿Lo has pasado bien?
—Sí mamá. Hoy no tengo deberes, así que voy a salir al jardín
a
jugar ¿Puedo ir?
—Pero acuérdate que…
—Sííí mamaaaaaa, ya sé que no puedo saltar la valla –
contestó
Alex, sin dejar terminar de hablar a su madre. Era algo que le
repetía
todos los días y a Alex le daba mucha rabia que lo hiciera.
¡Era muy pesada!
—Te lo repito para que no se te olvide. ¡Pórtate bien! Estaré
aquí
trabajando con el ordenador si necesitas algo cariño.
—Gracias mamá –dijo Alex mientras corría contento hacia el
jardín.
Lo que más le gustaba a Alex de su casa era su enorme jardín,
donde podía jugar con su balón hasta que el sol se ocultaba al
atardecer.
Si algo le divertía en el mundo era inventarse juegos nuevos.
Ese día había pensado intentar acertar lanzando el balón a
una
diana que dibujó en la valla del jardín trasero. Cuando
acertaba,
ganaba un punto, y cada vez lo iba poniendo más y más
difícil,
tirando el balón más y más lejos.
Aunque recibía todo el cariño y atención de sus padres,
echaba
de menos tener algún hermano o hermana y en tardes como
esa, mientras jugaba solo, pensaba que su vida sería diferente
teniendo hermanos o algún vecino de su edad.
¡Ya había conseguido 9 puntos con solo 5 lanzamientos! El
sexto
lanzamiento ya era realmente difícil, estaba muy lejos de la
valla. Aun así, Alex siempre pensaba que el fracaso estaba en
no
intentarlo y eso hizo. Cogió carrerilla, miró el balón fijamente
y
fue corriendo a chutar con decisión.
Pensaba que había sido un tiro perfecto ¡y vaya si lo fue! Le
había
dado tan fuerte que... ¡Crassshhh! Rompió la valla. —¡Nooo! –
dijo Alex llevándose las manos a la cabeza–. Mamá me
va a castigar –y se fue corriendo a buscar el balón, ni siquiera
se
había dado cuenta dónde había caído.
No lo encontraba por ninguna parte, seguramente estaría
detrás
de la valla... y ¡no podía cruzarla! Su madre ya se lo había
advertido
muchas veces, era peligroso. Nunca lo había hecho, pero
siempre sentía curiosidad, ¿qué habría más allá? Desde su
casa
solo se veían árboles y más árboles pero pensaba que podría
haber algo más.
Ese día, su curiosidad fue mayor que su prudencia. Además,
no
quería perder su balón, era su bien más preciado. Sin pensarlo
dos veces, cruzó la valla y se adentró en el bosque. En ese
instante
pensó… “Sólo será un momento, recojo mi balón y ya está,
vuelvo a casa”.
Por suerte, todavía era de día y podía ver perfectamente
todos
los detalles de los árboles y las plantas. Siempre le habían
gustado
las plantas, pero sus padres nunca tenían tiempo de
plantarlas
en su jardín. Decían que lo harían “el próximo domingo”
pero, cuando llegaba el día, estaban muy cansados para
hacerlo.
No sabía muy bien porqué, pero siguió caminando y
caminando,
adentrándose cada vez más en ese hermoso paisaje de
colores
y olores. Incluso se olvidó que estaba buscando su balón, le
encantaba
todo lo que veía y solo pensaba en seguir descubriendo
que había más allá.
De repente, notó que algo se movía entre las ramas de un
matorral.
Se quedó quieto y se acercó lentamente. No tenía miedo,
quería saber qué había detrás. Vio que algo saltaba
rápidamente
y se ponía delante. Alex se asustó y se cayó hacia atrás. Se
incorporó
lo más rápido que pudo y miró intrigado... ¡Era un gato!
—¡Maldito gato! –pensó. Le había dado un susto de muerte.
Tenía unos enormes ojos verdes que le miraban fijamente con
ternura. Nunca había visto unos ojos así, no podía parar de
mirarlos.
Enseguida se fijó en su pelaje brilloso, era atigrado por ellomo
y la cabecita, con colores grises, y el resto del cuerpo de
color blanco. No pudo evitar acercarse a tocarle pero el gato
rápidamente
volvió a esconderse detrás del matorral.
—No tengas miedo gato, no voy a hacerte daño –le dijo– si
quieres
puedes acompañarme, quiero saber qué hay detrás de esos
árboles.
Siguió su camino y al mirar atrás observó que el gato le
seguía en
la distancia. No sabía por qué pero ahora se sentía más
seguro.
Llegó a una explanada y miró a su alrededor, había llegado a
otra casa muy muy grande. Enseguida se dio cuenta que tenía
un
jardín enorme lleno de flores y plantas de todos los colores.
¡Era
precioso! Sintió como todos esos colores hacían que no
pudiera
evitar acercarse a mirarlos.
De cerca, era todo aún más bonito y podía percibir la mezcla
de
olores dulces e intensos que venían de todas partes. Se había
abstraído tanto que no se fijó que había alguien mirándole
desde
la puerta de la casa. Se dio la vuelta con miedo y reconoció a
esa persona. Era Max, el entrenador de baloncesto del
colegio.
Tenía
tanta curiosidad que se había olvidado por completo que
se estaba haciendo tardísimo.
—¡Me tengo que ir! Es tardísimo y mi madre me castigará si
no
vuelvo –comentó Alex.
—No te preocupes, puedes volver cuando quieras y así puedo
enseñarte
más cosas. Si quieres podemos plantar semillas juntos y
las plantas que crezcan serán para ti. ¿Qué te parece? Será
nuestro
secreto, así cuando ya tengamos unas cuantas plantas
germinadas,
les darás a tus padres la sorpresa –le explicó Max mientras le
sonreía amablemente.
—¿De verdad? ¿Podríamos hacer eso? –dijo Alex emocionado.
—¡Claro que sí! Aquí te espero –contestó Max.
En ese momento, Alex sintió de cerca a su gatito
acompañante,
restregándose una y otra vez entre sus piernas y vio su
mirada
fija, con los ojos muy abiertos, la cabeza erguida, las orejas de
punta y como queriéndole decir algo pero, después de unos
segundos,
aceptó el plan de su vecino, ilusionado con la idea de
poder tener un día esas plantas en el jardín de su casa.
—¡Me encantaría! Muchas gracias –confirmó Alex mientras se
despedía.
Se fue corriendo, volviendo por el mismo camino y
acompañado
por el cariñoso gato, que se quedó mirando a lo lejos cuando
llegaron a la valla azul. Había encontrado su balón, muy cerca
de
allí. Se despidió del gato y entró corriendo en casa. Su madre
no
se había dado cuenta de su ausencia.
Esa noche le costó mucho dormir. No podía parar de pensar
en
que quería volver a la casa del entrenador, y eso es lo que
tenía
pensado hacer al día siguiente, lo tenía decidido. Además
recordó
que sus padres ya conocían a Max, hablaban alguna vez con
él e incluso que en una ocasión, su padre había jugado al
baloncesto
con él en una fiesta de su colegio. Por eso pensó que como
era alguien conocido, no pasaría nada. Al día siguiente, tal
como tenía pensado, al llegar a casa salió
corriendo al jardín con su balón. Detrás de la valla estaba
esperándole
otra vez el gato, que volvió a acompañarle a casa del
entrenador, manteniéndose en la distancia.
Esta vez, cuando Alex llegó al jardín de la casa, Max estaba en
la
puerta tomando una taza caliente de café.
—¡Hola Alex! ¡Qué alegría verte otra vez por aquí! No sabía si
volverías
pero, por si acaso, he preparado unas cosas, te las enseño?....
–empezó Max a explicarle, mientras Alex le escuchaba
atentamente–.
Te he comprado un semillero donde puedes plantar las
primeras semillas. Yo te enseñaré a plantarlas pero las tengo
en el
invernadero, detrás de la casa. ¡Acompáñame!
—¡Siiii...Qué ilusión! –contestó Alex siguiendo sus pasos.
Fueron juntos al invernadero, donde aprendió a enterrar sus
semillas en el semillero que Max le regaló. Hablaron sin parar
sobre semillas, plantas, flores, olores y colores, y cuando
terminaron
fueron al salón de la casa, donde había una TV de plasma
gigante ¡Nunca había visto una cosa igual! ¡Menuda pasada!
—¡Madre mía! ¡Qué tele más grande! –exclamó Alex
boquiabierto.
—¿Te gusta? Pues tengo unos videojuegos que acabo de
comprar
y todavía no he estrenado ¿quieres que te los enseñe?
Podríamos
jugar un rato si te apetece.
—¡Sííí! –contestó Alex muy contento. Los videojuegos eran
otra
de las cosas con las que disfrutaba mucho, pero nunca tenía a
nadie con quien jugar.
Invitó al gato a entrar en la casa pero éste se quedó fuera,
relamiéndose
sus patitas y mirando desde la ventana todo lo que
pasaba dentro.
Empezaron a jugar a un montón de videojuegos. Max era muy
divertido, ¡se lo estaba pasando en grande!
Cuando empezaba a anochecer, Alex sabía que debía irse
pero
realmente no quería. —Me tengo que ir, Max. Me lo he pasado
muy bien y te prometo que
intentaré volver todos los días que pueda, pero creo que mis
padres
me castigarán si se enteran que estoy aquí sin avisarles.
—Claro que sí Alex, vuelve cuando quieras, estaré
esperándote. Y
no te preocupes por tus padres, no estás haciendo nada malo.
Recuerda
que las plantas que irán creciendo poco a poco serán para
ellos. Tienes que venir a regarlas y abonarlas, no se lo puedes
decir
porque si no ¡no sería una sorpresa! Nadie sabe que estás
aquí y yo
no se los voy a decir. Este será nuestro secreto ¿vale?
—¡Vale! –dijo Alex mientras se despidió de Max chocando las
manos.
Emprendió el camino de vuelta a casa con el gato, que cada
vez
le seguía más de cerca. Cuando llegó a la valla de su casa, el
gato se paró. Alex se acercó para despedirse y con delicadeza
le acarició el lomo. Esta vez, el gato no huyó, incluso empezó
a
ronronear, feliz, mientras se dejaba acariciar. El sonido del
ronroneo
le encantó, le daba mucha tranquilidad y volvió a notar que
ese gato le transmitía una seguridad que no podía explicar.
Sentía
que tenía un amigo a su lado, que le acompañaría cuando lo
necesitara. Desde ese momento, decidió llamarle Rony, el
gato
ronroneador.
Le empezó a dejar un plato con leche en la puerta de su casa,
hasta que su madre y su padre le encontraron una mañana.
Rony
les hizo mucha gracia y Alex les pidió que le dejaran cuidarle.
Ellos no dudaron en decirle que sí, también habían sentido
que
Rony era un gato especial y pensaron que sería una buena
compañía
para Alex. Poco a poco fue haciéndose un miembro más de
la familia.
Pasaron los días y se fue haciendo habitual que Alex y su
nuevo
amigo, el gato Rony, visitaran a Max el entrenador. Era algo
que
mantenían en secreto, tal como habían pactado.
Había algo que a Alex le llamaba mucho la atención y era que
Rony siempre se quedara fuera de la casa. Nunca quería
entrar
dentro, aunque siempre les observaba desde la ventana con
susgrandes ojos verdes. Tampoco dejaba que Max se le
acercara, en
cuanto él intentaba acariciarle, echaba para atrás sus orejas y
le
enseñaba sus dientes. Era como si hubiese algo que no le
gustara
o que le asustara, ¡qué raro era este gato! pero cómo le
gustaba
a Alex sentir su compañía cerca…
Una de esas tardes de juegos, de repente, Max estaba muy
gracioso
y cariñoso y propuso a Alex que jugaran a otra cosa, para
no aburrirse y estar siempre jugando a lo mismo. Primero
jugaron
a hacerse cosquillas y luego hicieron una guerra de cojines.
Se reían mucho y lo estaban pasando en grande. ¡Qué
divertidos
eran esos juegos nuevos!
Al cabo de un rato, cuando más se estaban riendo, Max le
pidió
que jugaran a “tocarse y acariciarse debajo de su ropa
interior”,
primero tú y luego yo… Era algo raro y sorprendente para
Alex,
nunca había jugado a eso con nadie, pero Max no le dio
tiempo
de pensárselo mucho… y jugaron. Alex se quedó con una
sensación
rara, no estaba seguro si era algo que le había gustado o
no, si era algo malo o algo bueno. Tuvo sensaciones
totalmente
nuevas, como de vergüenza, nervios, sentía como que “se le
arrugaba la tripa”. No era nada agradable, pero tampoco
sabía describirlo.
Pe
ro como Max era su amigo, el entrenador del cole y además le
estaba enseñando tantas cosas, pensó que estas sensaciones
no
eran importantes. No lo entendió muy bien y decidió irse a
casa,
a ducharse y relajarse para no pensarlo más.
Las siguientes veces que fue a casa de Max, siempre regaban
las plantas pero unos días jugaban a los videojuegos, otros
plantaban flores nuevas en el jardín, y a veces, volvían a jugar
a ese juego nuevo y Alex volvía a tener la misma sensación
rara, incómoda, que su cabeza no podía entender... Incluso,
las
últimas veces que jugaron a esto, Max hizo fotos y lo grabó.
Eso
le dio mucha vergüenza, pero era incapaz de negarse o
decirle
algo a Max, temía que se enfadase con él y no sabía qué
hacer,
se atascaba…
Pasaron los días y ya no volvía tan contento a casa. Había
algo
que no le gustaba pero no sabía muy bien qué era. También
se
dio cuenta que Rony cada vez estaba más cerca de él e,
incluso,
las últimas noches habían dormido juntos, siempre amanecía
acurrucado a su lado. Era algo que a Alex le reconfortaba yle
gustaba mucho, se sentía protegido. Además, sentía como si
Rony tuviese algo que decirle... pero no podía hacerlo, ¡los
gatos
no hablan!
—¿Qué pasa
Rony? Sé que quieres decirme algo... Ojalá pudieses
hablar, amigo –dijo Alex mientras, sin saber muy bien por qué,
empezó a llorar. No sabía qué le estaba pasando pero no se
encontraba
bien. Sentía miedo y nervios cuando recordaba sus juegos
con Max. Temblaba, sentía asco, una vergüenza que no sabía
explicar y tampoco sabía si había hecho algo malo por
mantener
en secreto su amistad con él.
Por las noches, Alex empezó a tener pesadillas. Llevaba
muchos
días que estaba nervioso y le dolía mucho la tripa. En uno de
esos sueños Rony le maullaba y susurraba al oído:
—Alex, eso que hace Max no es un juego. Tú sabes que es
peligroso
y no es bueno, por eso te duele la tripa. Sientes asco y tienes
cada
vez más vergüenza y miedo. ¡NO podemos seguir guardando
este
secreto! ¡y tampoco podemos volver allí a jugar con él, esos
juegos
son de mayores, los niños no deben jugar a eso con los
adultos!
Alex despertó agitado, sudando y vio a su lado a su gatito,
lamiéndole
la mano y consolándole. Rony se restregaba y ronroneaba
con mucha ternura, tranquilizándole, mirándole fijamente
con sus ojitos verdes y Alex rompió a llorar. No podía parar.
En
ese momento, se dio cuenta que estaba en metido en un gran
problema, que tenía que contárselo a sus padres y que no
podría
volver nunca a ver a Max, pero no sabía muy bien cómo
hacerlo.
Sentía mucho miedo y vergüenza; tenía miedo de que le
castigaran
sus padres, que se enfadaran con él o, lo peor, que no le
creyeran. Ellos también pensaban que Max era un tío muy
majo.
¿Cómo iba a poder contarles todo lo que había pasado? “Y si
no
me creen...”, pensaba.
Sin embargo, se armó de valor, ¡tenía que hacerlo! Fue a la
cocina
con su gatito Rony, siempre pegado a sus piernas… Sus
padres estaban desayunando. Se acercó dudando, con miedo,
y su
padre, al mirarle a los ojos, se dio cuenta de que algo le
pasaba.
—Buenos días Alex. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Estos días
estás un
poco distante… –preguntó su padre extrañado.
—La verdad es que no estoy bien. Tengo que contaros algo –
dijo
mientras se ponía a llorar sin poder evitarlo.
Sus padres ya notaban que Alex estaba raro, que últimamente
se quejaba mucho de su dolor de tripa, y dejaron todo lo que
estaban haciendo para escucharle.
Alex empezó a contarles todo lo que había pasado desde el
primer
día, incluyendo los juegos y todo lo que había sentido y
estaba sintiendo. Mientras lo contaba, notó que le escuchaban
atentamente, que le entendían y además, le creían.
Sus padres le trataron con mucho cariño y comprensión,
lloraron
juntos pero no perdieron la calma y se pusieron manos a la
obra.
Inmediatame
nte después, le llevaron al médico para que le viera
y luego fueron juntos a hablar con unos policías que sabían
especialmente hablar con los niños a los que les había
ocurrido
lo mismo.
Todo esto fue muy difícil para Alex, pues tuvo que contarles a
esas personas que no conocía todo lo que pasaba cuando iba
a casa de Max, pero también era un alivio que alguien más lo
supiese.
Algunas noches, en sueños, Rony y él hablaban. Ya se sabe
que
en los sueños todo puede ser posible… En esos sueños, Rony
le
ayudaba mucho calmándole y transmitiéndole que, poco a
poco,
todo iría yendo mejor.
Un día, después de que la casa de Max fuera puesta en venta
y
quedara vacía, sus padres le aseguraron que ahora podía
estar
tranquilo y que iban a llevarle a un sitio donde podría jugar,
dibujar
y hablar en privado con una persona, que sabía ayudar a
los niños que habían pasado por lo mismo que él.
Esa persona tenía los ojos verdes, igual que su gato Rony, es
algo
que le llamó mucho la atención. Era muy amable y poco a
poco
él fue ganando confianza y pudo contarle todo. Ella le aseguró
que él no había hecho nada malo. Le explico cómo funciona el
cuerpo humano y que todos podemos poner límites a los
demás.
Sobre todo que para tocar nuestro cuerpo, deben pedirnos
permiso;
y que nadie te puede obligar a hacer esas cosas cuando
aún es un niño, eso es algo que siendo pequeño no se conoce
y
es difícil de entender.
Alex aprendió a decir “NO” cuando no estaba de acuerdo con
algo y a decir lo que pensaba y lo que sentía con valentía.
Jugaba
con ella con un montón de juguetes, entre ellos, unas
marionetas
que le gustaban mucho. También se dibujó a sí mismo
cuando fuera mayor, estudiando para ser veterinario y así
poder
cuidar a los animales... Se divertía mucho con ella y ¡estaba
aprendiendo muchas cosas!
Con su
ayuda y el cariño y cuidado de sus padres y el de Rony, se
fue sintiendo mejor poco a poco.
Alex y Rony se protegían y acompañaban mutuamente, era su
mejor amigo. Cuando llegó el invierno, después de las
navidades,
vinieron a la casa deshabitada unos nuevos vecinos. Era una
familia
que tenía dos hijos gemelos, pelirrojos, de su misma edad,
que se convirtieron en sus nuevos amigos. Estaba muy
contento.
¡Por fin tenía amigos con los que jugar a todos los juegos que
le
gustaban!
Guía de lectura
Este cuento está dirigido a niños y niñas entre 6 y 12 años. Por ello,
pueden
leerlo ellos solos o junto con sus padres y madres o cualquier otro
adulto,
que les pueda ayudar a reflexionar sobre el contenido. En cualquier
caso, las
siguientes pautas están dirigidas directamente al niño o niña lector, de
modo
que si está acompañado por un adulto, pueden servir también de guía
en la
lectura conjunta.
Hola, después de haber leído la historia de Ojos verdes suponemos que
ya
sabéis que nos referimos a los ojos verdes de Rony el gato acompañante
y
protector de nuestro amiguito Alex.
Te proponemos pensar juntos en esta historia. Puedes contentar a estar
preguntas para así poder ir entendiéndolo mejor:
¿Qué significa para Alex su gatito Rony? ¿Por qué se convierte en
alguien
tan importante para él?
¿A quién puedes tú contarle las cosas que más te preocupan o las
dudas
que tienes?
¿Por qué crees que a Alex le gusta tanto jugar con Max?
¿Qué crees que hace Max para captar el interés de Alex?
¿Por qué crees que le cuesta a Alex decir a Max que NO quiere jugar a
tocarse debajo de la ropa interior, aunque es algo que le incomoda?
¿Qué hace Rony? ¿Cuándo le habla en sueños, que le intenta decir?
¿Tú qué haces cuando sientes miedo o vergüenza por algo?
¿Por qué crees que a Alex le cuesta contárselo a sus padres?
¿Qué te parece la reacción de sus padres?
¿Cómo se siente Alex con sus nuevos amigos?
Te queremos recomendar que cuando tengas un día difícil, o te sientas
solo
o confuso, como se sentía a veces Alex, lo hables con alguien en quien
de
verdad confíes, algún adulto de tu familia, y que te atrevas a pedir
ayuda
ante cualquier problema.
También queremos que te quede claro que hay secretos que si te hacen
sentir mal, no deben ser buenos y, por ello, debes compartirlos con
alguien
de tu confianza, que te de otra opinión sobre ellos.
Queremos que todos los niños y niñas puedan crecer sintiéndose
protegidos,
disfrutando de sus descubrimientos sobre la vida, la naturaleza y el
funcionamiento de su cuerpo de una manera sana.
Prólogo
Esta historia recoge las vivencias de un niño o niña que ha sido expuesto
al
abuso sexual. Relata en primera persona los sentimientos de quien,
desde la
ingenuidad y la inocencia, se puede ver atrapado en una relación de
poder.
En las relaciones de poder la igualdad no existe, es decir, la persona que
abusa, utiliza a la víctima para manipularla y dominarla.
Una persona se convierte en víctima cuando ya no es del todo libre para
decidir lo que quiere o no quiere hacer, porque teme perder el cariño o
evita
disgustar a quien se ha convertido en su agresor o agresora y de quien
depende afectivamente de una forma insana.
Las reglas de una relación perversa se van creando en un
contexto de secreto.
Para liberarse, la víctima tiene que salirse de estas reglas del juego y
traicionar
el pacto de silencio con su agresor o agresora, desafiar el miedo y
contar con alguna persona que actúe como figura de protección, que sea
sensible a su sufrimiento, que sea capaz de actuar sin ambigüedad,
denunciando
y buscando ayuda.
Muchos casos de abuso nunca han sido revelados y aquellos niños y
niñas,
que se han atrevido contarlo y no han recibido ayuda, sufren como
consecuencia
añadida el estar victimizados para siempre.
La historia de Alex se puede contar a niños y niñas, pero también es una
historia que pretende que los adultos, padres y madres, educadores,
etc.,
se hagan conscientes de las señales de alerta que emiten aquellos con
quienes se relacionan a diario, intentando que alguien les rescate de la
soledad, que les ayude a poner en palabras el malestar o cualquier
sentimiento
que les desborde.
Simplemente basta con preguntar: ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?
¿Quieres
que hablemos un poco?
Esta historia pretende llegar a cualquier persona que haya vivido alguna
experiencia de abuso sexual, niño o adulto, para que después de
reconocer
el daño sufrido y lo innecesario de guardar para sí todo ese dolor, rompa
el
silencio, busque ayuda psicológica y se libere del estigma, del secreto y
la
vergüenza.
Todo aquel que haya estado implicado en una relación de poder y que
haya
sufrido cualquier forma de violencia, incluida cualquier forma de abuso
sexual, necesita ayuda profesional para afrontar y superar esta
situación.
Las experiencias traumáticas que son negadas y ocultadas
producen un
daño en el desarrollo de la persona, afectan gravemente la
autoestima,
impiden establecer relaciones sanas y, sobre todo, someten a la
persona
a la pérdida de libertad. El abuso sexual siempre debe
denunciarse.
Las autoridades deben conocer la situación para poder defender a la
víctima,
aplicar las medidas sancionadoras a los agresores y conseguir la
reparación
y la justicia. Pero la tarea de protección a las víctimas tiene que ir más
allá de la intervención
meramente jurídica y policial. Tanto la víctima como sus familiares
necesitan atención psicológica, asesoramiento para saber entender y
abordar
los síntomas asociados.
Algunas reflexiones para padres y madres
Es impensable, insoportable y tremendamente difícil imaginar que
nuestro
hijo o hija, que está bajo nuestro cuidado o tutela, haya podido ser
convertido
en una víctima de abuso sexual, pues conscientemente nunca
dejaríamos
que estuviese expuesto a tales peligros, pero desgraciadamente, en
algunas ocasiones ocurre.
Nosotros, como padres y madres, somos responsables del
cuidado y la
protección de nuestros hijos a hijas, pero es importante
recordar que
solo el abusador o abusadora es culpable, es quien pervierte y
utiliza la
inocencia y el no saber de un niño o niña, es quien aprovecha o crea las
situaciones de oportunidad.
Por eso, si nos viéramos en esa situación, ante la sospecha o revelación
de
un abuso sexual por parte de nuestro hijo o hija, aunque nuestra primera
reacción pudiera ser de negación, es importante pensar primero en
qué
es lo que necesita escuchar de nosotros nuestro hijo o hija,
acogerle con
afecto, escucharle con atención y con calma y creerle. Es muy difícil que
un
niño o niña se “invente” algo así.
La mayor parte de los abusos sexuales a menores son perpetrados por
personas
conocidas y cercanas. Incluso pueden ser miembros de su propia
familia.
Está comprobado que la mejor prevención está en fortalecer las
relaciones
familiares desde la primera infancia, dotar a los niños y niñas de
herramientas para que crezcan con una buena autoestima,
sintiéndose
seguros y valiosos; con ello, evitamos que puedan verse atrapados en
las
relaciones de poder y dependencia.
Un niño o niña que cuenta con un padre y una madre que “sepa leer sus
emociones, reconocer sus diferentes estados de ánimo” y que hablen
con
normalidad sobre ello, actuarán como antídoto natural frente a cualquier
malestar o amenaza externa. Hay que estar lo suficientemente cerca
como
para poder observar la mirada de los hijos e hijas y saber si están bien o
no.
Es importante trabajar y cuidar el concepto de INTIMIDAD: En el
interior
de cada familia se crean reglas y formas de convivencia que otorgan o
restringen
permisos, por ejemplo: la costumbre de saludarse o despedirse con
un beso en la mejilla, el cerrar la puerta del servicio cuando necesitas
estar
a solas, etc.
Cuando los niños y niñas son más pequeños es obligado tener que
cambiar
sus pañales, ayudarlos en su aseo personal, pero a medida que crecen,
les enseñamos a ser autónomos, por ejemplo, con 5 o 6 años, un niño o
niña ya está en condiciones de asearse con supervisión de los adultos,
ha
controlado esfínteres y, por lo tanto, puede gestionar todo lo relativo a
sulimpieza y empieza a adquirir otro concepto y contacto sobre su
propio
cuerpo, ¡eso es bueno!
A mayor autonomía, más posibilidad de que el niño o niña aprenda de
forma
natural el concepto de la intimidad, por eso, desde los dos años
podemos
advertirle que “nadie le puede tocar debajo de su ropa interior“
(ver www.laregladekiko.org - campaña “Uno de Cada Cinco” del Consejo
de
Europa).
También entre los 3 y los 7-8 años puede comprender la naturaleza de
las
relaciones de enamoramiento entre los adultos, es cuando podemos
aprovechar
para indicar a nuestro niño o niña, que enamorarse y darse besos
de “amor” es cosa de mayores, advirtiendo, con mucha naturalidad,
que
no está bien que un adulto intente acercarse a él o ella de esa forma y
que
si ocurriese, debe contárnoslo a nosotros.
Podemos ayudarle a diferenciar entre el cariño y el amor entre padres e
hijos, o entre hermanos, o entre amigos, de las otras formas de
“quererse”
que ocurren cuando uno es adulto y se enamora.
Es importante que tengamos en cuenta que a medida que un chico o
chica
van creciendo, su desarrollo psicosexual también progresa. Va
aprendiendo
a reconocer las diferentes señales de su cuerpo, descubrirá la
autoestimulación
sexual de forma natural. Ante este momento, nosotros, como
adultos, hemos de cerciorarnos de no culpabilizarle o darle a este hecho
una connotación negativa. Sin embargo, hemos de explicarle que es
algo
que debe hacer en LA INTIMIDAD, cuando esté solo o sola en su
habitación
o en el cuarto de baño, porque es algo privado para él o ella y para no
molestar
a los demás.
También es importante que los chicos y chicas sepan que cuando hay
una
puerta cerrada (por ejemplo, nuestra habitación) deben primero llamar
antes
de entrar, así también podrán aprender que los demás tienen
INTIMIDAD,
y al mismo tiempo los adultos nos aseguramos que nuestros momentos
de intimidad sexual también serán privados.
Cuando un chico o chica entra en la preadolescencia, junto con el
cambio
hormonal típico, su cuerpo se transforma, se “erotiza”, aunque es un
proceso
normal y deseable, en él o ella producen nuevas ansiedades, complejos
y cierta sensación de vergüenza sobre su cuerpo. Es necesario que
sepamos
respetar esas señales, mantenernos cerca y nunca burlarnos o
ridiculizarle
por sus transformaciones físicas, animémosle a buscar su mejor
imagen
posible frente al espejo y de nuevo, advirtámosle que en sus
relaciones
afectivas y de pareja, no tiene por qué hacer nada para lo que no se
sienta
preparado y que nadie puede obligarle a ninguna práctica sexual. Al
mismo
tiempo, entendamos que es un tema que probablemente le dará
vergüenza
hablar con nosotros, así es que hemos de mostrarnos cercanos y
accesibles.
Si nuestro hijo o hija tiene confianza en nosotros y hemos construido una
comunicación afectiva con él desde la infancia, ante cualquier situación
que le desborde, acudirá a nosotros.