Los Ungidos - Profetas y Reyes-354-360

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Capítulo 44—En el foso de los leones

Este capítulo está basado en Daniel 6.

Cuando Darío el Medo subió al trono antes ocupado por los


gobernantes babilónicos, procedió inmediatamente a reorganizar el
gobierno. Decidió “constituir sobre el reino ciento veinte gobernado-
res,... y sobre ellos tres presidentes, de los cuales Daniel era el uno, a
quienes estos gobernadores diesen cuenta, porque el rey no recibiese
daño. Pero el mismo Daniel era superior a estos gobernadores y
presidentes, porque había en él más abundancia de espíritu: y el rey
pensaba de ponerlo sobre todo el reino.”
Los honores otorgados a Daniel despertaron los celos de los
principales del reino, y buscaron ocasión de quejarse contra él; pero
no pudieron hallar motivo para ello, “porque él era fiel, y ningún
vicio ni falta fué en él hallado.”
La conducta intachable de Daniel excitó aún más los celos de sus
enemigos. Se vieron obligados a reconocer: “No hallaremos contra
este Daniel ocasión alguna, si no la hallamos contra él en la ley de
su Dios.”
Por lo tanto, los presidentes y príncipes, consultándose, idearon
un plan por el cual esperaban lograr la destrucción del profeta. Resol-
vieron pedir al rey que firmase un decreto que ellos iban a preparar,
en el cual se prohibiría a cualquier persona del reino que por treinta
días pidiese algo a Dios o a los hombres, excepto al rey Darío. La
violación de este decreto se castigaría arrojando al culpable en el
foso de los leones.
Por consiguiente, los príncipes prepararon un decreto tal, y lo
presentaron a Darío para que lo firmara. Apelando a su vanidad, le
convencieron de que el cumplimiento de este edicto acrecentaría [397]
grandemente su honor y autoridad. Como no conocía el propósito
sutil de los príncipes, el rey no discernió la animosidad que había en
el decreto, y cediendo a sus adulaciones, lo firmó.

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Los enemigos de Daniel salieron de la presencia de Darío re-


gocijándose por la trampa que estaba ahora bien preparada para
el siervo de Jehová. En la conspiración así tramada, Satanás había
desempeñado un papel importante. El profeta ocupaba un puesto
de mucha autoridad en el reino, y los malos ángeles temían que su
influencia debilitase el dominio que ejercían sobre sus gobernantes.
Esos agentes satánicos eran los que habían movido los príncipes a
envidia; eran los que habían inspirado el plan para destruir a Daniel;
y los príncipes, prestándose a ser instrumentos del mal, lo pusieron
en práctica.
Los enemigos del profeta contaban con la firme adhesión de
Daniel a los buenos principios para que su plan tuviese éxito. Y
no se habían equivocado en su manera de estimar su carácter. El
reconoció prestamente el propósito maligno que habían tenido al
fraguar el decreto, pero no cambió su conducta en un solo detalle.
¿Por qué dejaría de orar ahora, cuando más necesitaba hacerlo?
Antes renunciaría a la vida misma que a la esperanza de ayuda que
hallaba en Dios. Cumplía con calma sus deberes como presidente de
los príncipes; y a la hora de la oración entraba en su cámara, y con
las ventanas abiertas hacia Jerusalén, según su costumbre, ofrecía
su petición al Dios del cielo. No procuraba ocultar su acto. Aunque
conocía muy bien las consecuencias que tendría su fidelidad a Dios,
su ánimo no vaciló. No permitiría que aquellos que maquinaban su
ruina pudieran ver siquiera la menor apariencia de que su relación
con el Cielo se hubiese cortado. En todos los casos en los cuales el
rey tuviese derecho a ordenar, Daniel le obedecería; pero ni el rey ni
su decreto podían desviarle de su lealtad al Rey de reyes.
Así declaró el profeta con osadía serena y humilde que ninguna
[398] potencia terrenal tiene derecho a interponerse entre el alma y Dios.
Rodeado de idólatras, atestiguó fielmente esta verdad. Su adhesión
indómita a lo recto fué una luz que brilló en las tinieblas morales
de aquella corte pagana. Daniel se destaca hoy ante el mundo como
digno ejemplo de intrepidez y fidelidad cristianas.
Durante todo un día los príncipes vigilaron a Daniel. Tres veces
le vieron ir a su cámara, y tres veces oyeron su voz elevarse en
ferviente intercesión para con Dios. A la mañana siguiente, presen-
taron su queja al rey. Daniel, su estadista más honrado y fiel, había
desafiado el decreto real. Recordaron al rey: “¿No has confirmado
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edicto que cualquiera que pidiere a cualquier dios u hombre en el


espacio de treinta días, excepto a ti, oh rey, fuese echado en el foso
de los leones?”
“Verdad es—contestó el rey,—conforme a la ley de Media y de
Persia, la cual no se abroga.”
Triunfantemente informaron entonces a Darío acerca de la con-
ducta de su consejero de más confianza. Clamaron: “Daniel que es
de los hijos de la cautividad de los Judíos, no ha hecho cuenta de ti,
oh rey, ni del edicto que confirmaste; antes tres veces al día hace su
petición.”
Al oír estas palabras, el monarca vió en seguida la trampa que
habían tendido para su siervo fiel. Vió que no era el celo por la
gloria ni el honor del rey, sino los celos contra Daniel, lo que había
motivado aquella propuesta de promulgar un decreto real. “Pesóle
en gran manera,” por la parte que había tenido en este mal proceder,
y “hasta puestas del sol trabajó para librarle.” Anticipándose a este
esfuerzo de parte del rey, los príncipes le dijeron: “Sepas, oh rey,
que es ley de Media y de Persia, que ningún decreto u ordenanza
que el rey confirmare pueda mudarse.” Aunque promulgado con
precipitación, el decreto era inalterable y debía cumplirse.
“Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y echáronle en el
foso de los leones. Y hablando el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo,
a quien tú continuamente sirves, él te libre.” Se puso una piedra a
la entrada del foso, y el rey mismo la selló “con su anillo, y con [399]
el anillo de sus príncipes, porque el acuerdo acerca de Daniel no
se mudase. Fuése luego el rey a su palacio, y acostóse ayuno; ni
instrumentos de música fueron traídos delante de él, y se le fué el
sueño.”
Dios no impidió a los enemigos de Daniel que le echasen al foso
de los leones. Permitió que hasta allí cumpliesen su propósito los
malos ángeles y los hombres impíos; pero lo hizo para recalcar tanto
más la liberación de su siervo y para que la derrota de los enemigos
de la verdad y de la justicia fuese más completa. “Ciertamente la ira
del hombre te acarreará alabanza” (Salmos 76:10), había testificado
el salmista. Mediante el valor de un solo hombre que prefirió seguir
la justicia antes que las conveniencias, Satanás iba a quedar derrotado
y el nombre de Dios iba a ser ensalzado y honrado.
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Temprano por la mañana siguiente, el rey Darío se dirigió apre-


suradamente al foso, “llamó a voces a Daniel con voz triste: y ...
dijo: ... Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú
continuamente sirves ¿te ha podido librar de los leones?”
La voz del profeta contestó: “Oh rey, para siempre vive. El Dios
mío envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no
me hiciesen mal: porque delante de él se halló en mí justicia: y aun
delante de ti, oh rey, yo no he hecho lo que no debiese.
“Entonces se alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó
sacar a Daniel del foso: y fué Daniel sacado del foso, y ninguna
lesión se halló en él, porque creyó en su Dios.
“Y mandándolo el rey fueron traídos aquellos hombres que ha-
bían acusado a Daniel, y fueron echados en el foso de los leones,
ellos, sus hijos, y sus mujeres; y aun no habían llegado al suelo del
foso, cuando los leones se apoderaron de ellos, y quebrantaron todos
sus huesos.”
Nuevamente, un gobernante pagano hizo una proclamación para
exaltar al Dios de Daniel como el Dios verdadero. “El rey Darío
[400] escribió a todos los pueblos, naciones, y lenguas, que habitan en toda
la tierra: Paz os sea multiplicada: De parte mía es puesta ordenanza,
que en todo el señorío de mi reino todos teman y tiemblen de la
presencia del Dios de Daniel: porque él es el Dios viviente y perma-
nente por todos los siglos, y su reino tal que no será deshecho, y su
señorío hasta el fin. Que salva y libra, y hace señales y maravillas en
el cielo y en la tierra; el cual libró a Daniel del poder de los leones.”
La perversa oposición que el siervo de Dios había arrostrado que-
dó completamente quebrantada. “Daniel fué prosperado durante el
reinado de Darío, y durante el reinado de Ciro, Persa.” Y por haberle
tratado, esos monarcas paganos se vieron obligados a reconocer que
su Dios era “el Dios viviente y permanente por todos los siglos, y su
reino tal que no será deshecho.”
Del relato de cómo fué librado Daniel, podemos aprender que
en los momentos de prueba y lobreguez, los hijos de Dios deben ser
precisamente lo que eran cuando las perspectivas eran halagüeñas y
cuanto los rodeaba era todo lo que podían desear. En el foso de los
leones Daniel fué el mismo que cuando actuaba delante del rey como
presidente de los ministros de estado y como profeta del Altísimo.
Un hombre cuyo corazón se apoya en Dios será en la hora de su
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prueba el mismo que en la prosperidad, cuando sobre él resplandece


la luz y el favor de Dios y de los hombres. La fe extiende la mano
hacia lo invisible y se ase de las realidades eternas.
El cielo está muy cerca de aquellos que sufren por causa de la
justicia. Cristo identifica sus intereses con los de su pueblo fiel; sufre
en la persona de sus santos; y cualquiera que toque a sus escogidos
le toca a él. El poder que está cerca para librar del mal físico o de la
angustia está también cerca para salvar del mal mayor, para hacer
posible que el siervo de Dios mantenga su integridad en todas las
circunstancias y triunfe por la gracia divina.
Lo experimentado por Daniel como estadista en los reinos de [401]
Babilonia y de Medo-Persia revela que un hombre de negocios
no es necesariamente un maquinador que sigue una política de
conveniencias, sino que puede ser un hombre instruído por Dios
a cada paso. Siendo Daniel primer ministro del mayor de los reinos
terrenales, fué al mismo tiempo profeta de Dios y recibió la luz de la
inspiración celestial. Aunque era hombre de iguales pasiones que las
nuestras, la pluma inspirada le describe como sin defecto. Cuando
las transacciones de sus negocios fueron sometidas al escrutinio
más severo de sus enemigos, se comprobó que eran intachables. Fué
un ejemplo de lo que todo hombre de negocios puede llegar a ser
cuando su corazón haya sido convertido y consagrado, y cuando sus
motivos sean correctos a la vista de Dios.
El cumplimiento estricto de los requerimientos del Cielo imparte
bendiciones temporales tanto como espirituales. Inquebrantable en
su fidelidad a Dios, inconmovible en su dominio del yo, Daniel fué
tenido, por su noble dignidad y su integridad inquebrantable, mien-
tras era todavía joven, “en gracia y en buena voluntad” (Daniel 1:9)
del oficial pagano encargado de su caso. Las mismas características
le distinguieron en su vida ulterior. Se elevó aceleradamente al pues-
to de primer ministro del reino de Babilonia. Durante el reinado de
varios monarcas sucesivos, mientras caía la nación y se establecía
otro imperio mundial, su sabiduría y sus dotes de estadista fueron
tales, y tan perfectos su tacto, su cortesía y la genuina bondad de
su corazón, así como su fidelidad a los buenos principios, que aun
sus enemigos se vieron obligados a confesar que “no podían hallar
alguna ocasión o falta, porque él era fiel.”
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Mientras los hombres le honraban confiándole las responsabi-


lidades del estado y los secretos de reinos que ejercían dominio
universal, Daniel fué honrado por Dios como su embajador, y le
fueron dadas muchas revelaciones de los misterios referentes a los
siglos venideros. Sus admirables profecías, como las registradas en
[402] los capítulos siete a doce del libro que lleva su nombre, no fueron
comprendidas plenamente ni siquiera por el profeta mismo; pero
antes que terminaran las labores de su vida, recibió la bienaventu-
rada promesa de que “hasta el tiempo del fin”—en el plazo final
de la historia de este mundo—se le permitiría ocupar otra vez su
lugar. No le fué dado comprender todo lo que Dios había revelado
acerca del propósito divino, sino que se le ordenó acerca de sus
escritos proféticos: “Tú empero, Daniel, cierra las palabras y sella el
libro,” pues esos escritos debían quedar sellados “hasta el tiempo del
fin.” Las indicaciones adicionales que el ángel dió al fiel mensajero
de Jehová fueron: “Anda, Daniel, que estas palabras están cerradas
y selladas, hasta el tiempo del cumplimiento... Y tú irás al fin, y
reposarás, y te levantarás en tu suerte al fin de los días.” Daniel 12:4,
9, 13.
A medida que nos acercamos al término de la historia de este
mundo, las profecías registradas por Daniel exigen nuestra atención
especial, puesto que se relacionan con el tiempo mismo en que
estamos viviendo. Con ellas deben vincularse las enseñanzas del
último libro del Nuevo Testamento. Satanás ha inducido a muchos
a creer que las porciones proféticas de los escritos de Daniel y de
Juan el revelador no pueden comprenderse. Pero se ha prometido
claramente que una bendición especial acompañará el estudio de
esas profecías. “Entenderán los entendidos” (Daniel 12:10), fué
dicho acerca de las visiones de Daniel cuyo sello iba a ser quitado
en los últimos días; y acerca de la revelación que Cristo dió a su
siervo Juan para guiar al pueblo de Dios a través de los siglos, se
prometió: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de
esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas.” Apocalipsis 1:3.
Del nacimiento y de la caída de las naciones, según resaltan
en los libros de Daniel y Apocalipsis, necesitamos aprender cuán
vana es la gloria y pompa mundanal. Babilonia, con todo su po-
der y magnificencia, cuyo parangón nuestro mundo no ha vuelto a
[403] contemplar—un poder y una magnificencia que la gente de aquel
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tiempo creía estables y duraderos,—se desvaneció y ¡cuán comple-


tamente! Pereció “como la flor de la hierba.” Santiago 1:10. Así
perecieron el reino medo-persa, y los imperios de Grecia y de Ro-
ma. Y así perece todo lo que no está fundado en Dios. Sólo puede
perdurar lo que se vincula con su propósito y expresa su carácter.
Sus principios son lo único firme que conoce nuestro mundo.
Un estudio cuidadoso de cómo se cumple el propósito de Dios en
la historia de las naciones y en la revelación de las cosas venideras,
nos ayudará a estimar en su verdadero valor las cosas que se ven
y las que no se ven, y a comprender cuál es el verdadero objeto de
la vida. Considerando así las cosas de este tiempo a la luz de la
eternidad, podremos, como Daniel y sus compañeros, vivir por lo
que es verdadero, noble y perdurable. Y al aprender en esta vida a
reconocer los principios del reino de nuestro Señor y Salvador, el
reino bienaventurado que ha de durar para siempre, podemos ser
preparados para entrar con él a poseerlo cuando venga. [404]

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