IV - 02 La Escuela de Marta

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TEMA 02

LA ESCUELA DE MARTA

Cuando Jesús vino no solo enseñó Palabra, tam-


bién se dedicó a hacer milagros, señales, prodi-
gios y sanidades.
Recordemos el caso del paralítico que bajaron por
el techo porque no había otra forma de acercarlo
al Señor. Jesús, al ver su fe, le dijo: “Tus pecados
te son perdonados”. Entonces, la gente que
estaba alrededor se escandalizó, diciendo que
estaba blasfemando.
En aquel tiempo no se debatía la sanidad porque
ya había antecedentes de las maravillas que Dios
hizo en tiempos de Moisés o del profeta Elías. No
se discutía el poder de Dios, pero lo que sí
escandalizaba era el asunto del perdón de los
pecados y ser salvo. Por eso, cuando Jesús dijo:
“Tus pecados te son perdonados”, ellos conclu-
yeron que eso era una blasfemia, sin embargo,
nunca debatieron el mensaje de la sanidad. Dos
mil años después, en la Iglesia del Señor se deba-
te más la sanidad que la salvación.
Nuestros países han tenido un concepto del Evan-
gelio, de una u otra manera, con aciertos y errores
en todas las doctrinas. Sin embargo, todos
(católicos y protestantes) coincidimos en que Je-
sús es nuestro salvador, quien vino a morir por
nuestros pecados; y que hay salvación por la fe en
su nombre.
Nadie discute que el Señor puede darnos vida
eterna y llevarnos al cielo, pero hay quienes de-
baten acerca del milagro de sanidad. Los tiempos
han cambiado. Es como si hubiéramos entrado en
un “acomodamiento de la fe”. Nos hemos vuelto
más estudiosos de Dios que creyentes.
En general, en la iglesia del Señor hay poca fe
para ver las manifestaciones de su poder. Hoy en
día es necesario retomar algunas enseñanzas que
se han perdido. La fe para ver sus milagros es muy
importante.

Fe y doctrina
En Juan 11 leemos la historia de la resurrección
de Lázaro, pero antes podemos ver la conversa-
ción que Jesús tuvo con Marta, quien lloraba la
muerte de su hermano.2 Verás que Marta conocía
bien la doctrina y el poder de Dios porque había
visto a Jesús obrar milagros, por eso le dijo: “Si tú
hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto”. Además, dijo: “Más también ahora sé que
todo lo que pidas a Dios te lo dará” (Juan 11:21-
22). Ella también sabía de la oración y del poder
intercesor de Jesús.

Esta mujer reveló toda la doctrina y enseñanza


que sabía. Entonces, Jesús le dijo: “Tu hermano
resucitará”. Pero ella le contestó con otra doctrina:
“Yo sé que resucitará en el día postrero” (Juan
11:23). Marta conocía la doctrina porque la había
aprendido del Señor. Entonces, Jesús le dijo: “Yo
soy la resurrección y la vida, el que cree en mí,
aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que cree
en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” Ella
respondió: “Sí Señor; yo he creído que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios que ha venido al mundo”.
(Juan 11:24-27)

Marta tenía revelación porque, así como Pedro,


sabía que Jesús era el Cristo, el hijo del Dios
viviente. Ella tenía doctrina, pero no sabía cómo
usarla. No se dejaba acorralar por la fe, sino que
respondía a las preguntas de Jesús con más
revelación.
Muchas veces actuamos de la misma forma cuan-
do el Señor nos empieza a acorralar para con-
frontar nuestra fe y llevarnos a un nuevo nivel.
La doctrina es una de las mayores excusas que
podemos argumentar para evitar vivir nuestra fe
en un nivel de milagros. La mujer con flujo de
sangre fue sana, no por conocer la doctrina, sino
porque tuvo la suficiente fe para tocar el manto de
Jesús.
Déjate confrontar por la Palabra de fe. Tal vez
pases algunos días o quizá meses inquieto o in-
cómodo cuando el Señor te confronte a creerle,
pero es necesario evolucionar. Los milagros son
más que un asunto doctrinal, son un asunto de fe,
de creerle a Dios con todo el corazón.
No debemos afanarnos por un milagro, pues no es
el afán sino la fe la que trae sanidad. A veces no
recibimos un milagro por haberlo pedido con afán
y no con fe; con preocupación y no con la alegría
de saber que Dios responderá.
Dice la Palabra en Juan 11:38-40: “Jesús profun-
damente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era
una cueva y tenía una piedra puesta encima. Dijo
Jesús: Quita la piedra. Marta la hermana del
muerto le dijo: Señor hiede ya, es de cuatro días.
Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees verás
la gloria de Dios?” Muchas veces somos nosotros
quienes tenemos una piedra en el corazón que
Jesús quiere quitar para que podamos ver la gloria
de Dios.

Es importante que aprendamos la sana doctrina,


pero cuando se trata de ver la gloria de Dios a
través de milagros, maravillas y prodigios, es la fe
la que los consigue.

Cierta vez, un hombre que tenía dos meses de


haber recibido al Señor, nos acompañó a una
cruzada en Colombia y se sorprendió al ver la
manifestación del poder de Dios y los milagros.
Vio cómo los demonios obedecían a personas del
equipo que les ordenaban salir de alguien.
Entonces, creyó y tomó autoridad en el nombre de
Jesús. Más tarde, contó: “¡Una endemoniada se
tiró sobre mí a gritarme, pero yo hice lo que vi
hacer al otro y le ordené al demonio que se fuera.
No sé qué sucedió, pero ella se calmó!”
Él no tenía experiencia ni había leído un manual
de liberación. Vio y creyó que en el nombre de
Jesús había poder para echar fuera demonios y lo
hizo. Fue instrumento de Dios porque creyó. Más
que estudiosos, deberíamos ser creyentes para
ser testigos e instrumentos de su gloria.

Honra para ver milagros


En Marcos 6:1-6 dice: “Salió Jesús de allí y vino a
su tierra, y le seguían sus discípulos. Y llegado el
día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga;
y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De
dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría
es esta que le es dada y estos milagros que por
sus manos son hechos? ¿No es éste el carpintero,
hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de
Judas y de Simeón? ¿No están también aquí con
nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de
él. Más Jesús les decía: No hay profeta sin honra,
sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en
su propia casa. Y no pudo hacer ningún milagro
allí, salvo que sanó a unos pocos enfermos,
poniendo sobre ellos las manos. Y estaba
asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría
las aldeas de alrededor enseñando”.

Aquí hay una enseñanza que mucha gente ha


interpretado mal al concluir que Dios no los usará
en su familia o en su ciudad porque “no hay
profeta en su tierra”. Pero esto está muy mal apli-
cado porque si no podemos ser profetas en nues-
tra propia tierra, todos los pastores tendrían que
salir de su país a predicar y hacer discípulos. Eso
no es lo que el Señor dice.

Su mensaje es que la incredulidad de la gente de


Nazaret se reflejó en la poca honra que Jesús
recibió. Si quieres ver milagros, debe existir honra
al siervo de Dios que los está ministrando, de lo
contrario, Dios no puede manifestarse. Aunque
Jesús era todopoderoso, la falta de honra de esta
gente que le conocía según la carne provocó la
incredulidad que les impidió recibir sanidad.
Donde la gente creía que Jesús era hijo de Dios,
sanaba muchos enfermos, incluso sin tocarlos.
Jesús era perfecto, no podía encontrársele algo de
qué culparlo, pero aun así le deshonraron. Donde
hay deshonra no está Dios. Todos podemos ser
usados por el Señor y debemos honrar a los
demás, pero para ver milagros debemos tener fe
y honra.

¿A cuánta gente menosprecias por su profesión,


posición, vecindario o vocabulario, por su carácter,
su poco crecimiento espiritual o su poco cono-
cimiento bíblico? Todos podemos tener defectos,
pero mientras mantengamos honra sabiendo que
fuimos lavados por la misma sangre de Cristo,
veremos milagros a través de la persona que
tengamos al lado, sin importar su procedencia. La
gente de Nazaret no recibió sanidad porque veían
a Jesús como el hijo de un carpintero, no como el
Hijo de Dios.

2 Corintios 5:16 aclara: “De manera que nosotros


de aquí en adelante a nadie conocemos según la
carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne,
ya no lo conocemos así”.
Ahora Él se manifiesta a través de nuestros her-
manos, por eso no podemos concentrarnos en sus
defectos, sino en que pueden ser usados por Dios.
Si queremos ser testigos de un mover maravilloso
en nuestra nación debemos honrar a nuestros
padres, líderes y autoridades. Una cosa es
conocer los defectos de las personas y otra es
creer que Dios no puede usarlos.

Santidad no implica carencia de defectos, sin em-


bargo, quienes nacimos de nuevo llevamos dentro
al Hijo de Dios, quien se glorifica en nosotros.

Hay quienes no saben cómo entrar en la presencia


del Señor porque piensan en sus defectos y se
sienten indignos, pero cuando se acercan a Él,
entran en su presencia creyendo que por la virtud
de Jesús tienen entrada libre al trono de la gracia.
Solo así podemos ver el poder de Dios
manifestarse grandemente.

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