Dinasbran - Treinta Días Tiene Septiembre
Dinasbran - Treinta Días Tiene Septiembre
Dinasbran - Treinta Días Tiene Septiembre
TIENE
SEPTIEMBRE
Thirty Days Hath September
de DINASBRAN
Descargos de la autora:
BOSTON -1927
Febrero a junio – El despertar
1 de septiembre – El principio
2 de septiembre – Limpieza y confrontación
3 de septiembre – Mañanas, maquinaciones y asesinato
4 de septiembre – Joe al rescate
SEIS DÍAS DESPUÉS
10 de septiembre – Un funeral y una pelea
11 de septiembre – Preocupación, allanamiento y coincidencia
12 de septiembre – Evadne toma el mando
DOS DÍAS DESPUÉS
14 de septiembre – Progresos y promesas
15 de septiembre – Papeles, prejuicios y planes
TRES DÍAS DESPUÉS
18 de septiembre – Domesticación y drama
19 de septiembre – Evadne está muy disgustada
UNA SEMANA DESPUÉS
26 de septiembre – Despedidas y un regalo
27 de septiembre – De vuelta a la rutina
28 de septiembre – Allanamiento de morada
29 de septiembre – El final
30 de septiembre – Un nuevo comienzo
Epílogo
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
BOSTON - 1927
Sintió que el poder disminuía, casi con incredulidad. Un dedo con punta
de garra se flexionó, el movimiento era diminuto, pero más de lo que había sido
capaz de hacer en muchos miles de años. Una mente aprisionada en su propia
cabeza durante tanto tiempo comenzó a enviar jubilosamente una llamada a sus
hermanos. “Estoy aquí, ayudadme”. No obtuvo respuesta, pero no se preocupó:
sus hermanos eran pocos y estaban dispersos por la superficie del planeta. Aun
así, uno acabaría escuchando su llamada y entonces se vengaría de los simios
advenedizos.
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Pasó el tiempo y el poder disminuyó otro paso y esta vez un puño se curvó.
Sí, la venganza sería dulce con las criaturas que lo habían traicionado. Su mente
volvió atrás, repasando los acontecimientos que habían conducido a su
internamiento. Al principio, los simios habían sido como el resto de sus criaturas,
obedientes y dóciles, pero había notado algo en los ojos marrones que sugería
posibilidades. Así que los entrenó, les enseñó. Pronto los simios se convirtieron
en sus siervos más útiles, capaces de hablar y recibir instrucciones de su amo.
Estaban encantados de servir, o eso parecía. Entonces nació el traidor y, algo
desconocido en su especie, podía hablar con la mente. Se interesó
especialmente por él y le enseñó mucho más que a sus compañeros. Aun así, lo
había considerado una simple bestia inteligente, nada más, y esa vanidad había
sido su perdición. No había visto la astucia y la malicia que se ocultaban tras sus
ojos castaños; no se había dado cuenta de que no sólo había aprendido el poder,
sino cómo utilizarlo. Cuando le había pedido, con aparente asombro y
admiración, que le entregara la hermosa y resplandeciente joya, había sido el
amo, que no había sido más que un bebé, quien se la había entregado sin
sospechar el verdadero propósito del simio advenedizo. Demasiado tarde, había
visto el malévolo triunfo en los ojos de su siervo. Demasiado tarde, se dio cuenta.
Al recibir la joya libremente, el simio podía usarla contra su amo. Demasiado
tarde, gritó de rabia y agonía cuando el simio utilizó el poder para transportarlo
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
a las profundidades de la roca bajo sus pies, para ser retenido ni vivo ni muerto
hasta que se rompiera el poder o se detuviera el tiempo.
Otra disminución del poder que lo mantenía fuera del tiempo. La euforia
se tiñó de preocupación. No había habido respuesta de sus hermanos y pronto
perdería el estado de no vida. Entonces tendría que volver a respirar como
cualquier criatura mortal y en su prisión de roca no había aire que respirar.
“Ayudadme”, dijo la mente casi como un grito. “Hermanos, ¿por qué me habéis
abandonado?” Entonces recibió una respuesta.
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TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
1 de septiembre – Al principio
Con el ceño fruncido por la lluvia que caía con fuerza del cielo que se
oscurecía rápidamente, Red Wolverton, investigadora privada y enamoradiza,
maldijo la decisión de dejar el viejo y maltrecho Ford en el apartamento.
—Es mi maldita suerte —murmuró cada vez más molesta. Metió la mano
en los bolsillos de sus raídos pantalones marrones y se apoyó en el cristal. Con
la mirada perdida en el gris de la tarde, no vio a los transeúntes que se
apresuraban a pasar, con los sombreros calados y los cuellos subidos para
protegerse del tiempo repentinamente desapacible. Frustrada y aburrida hasta
la violencia, empezó a golpearse lentamente la cabeza contra el frío cristal, y el
ritmo la fue calmando poco a poco. Un escalofrío repentino. El fino vello rubio de
sus antebrazos se erizó en un vano intento de mantener el calor. La tormenta
que había regalado a la ciudad la actual lluvia torrencial también había traído 8
consigo un claro descenso de la temperatura: parecía que el verano había
llegado a su fin. La comodidad venció a la costumbre y se alejó de la ventana
manchada de humedad. Se bajó las mangas de la camisa sin cuello, cogió la
chaqueta marrón sin forma que adornaba el respaldo de una silla de oficina
grande y maltrecha y se la puso por encima de la camisa blanca y el chaleco
negro.
Con una última mirada de fastidio hacia la lluvia que seguía cayendo, se
desplomó abatida en su desgastada pero cómoda silla. A decir verdad, lo que
más le preocupaba no era mojarse, sino el tiempo que tardaría en volver a
secarse y entrar en calor. Calentar su cochambroso apartamento nunca era fácil,
ni siquiera cuando podía permitírselo, pero en ese momento ni siquiera era una
opción. Por lo general, cuando el tiempo se volvía frío, utilizaba el lugar sobre
todo como almacén, y sólo dormía allí cuando, como ahora, no encontraba
ningún sitio más adecuado. El resto del tiempo lo pasaba trabajando, en Mickey’s
o en uno de los bares de copas ilegales de la zona.
elegancia el desaliñado efecto. Debería darle un repaso por si tenía que atender
a un cliente temprano al día siguiente, pero no tenía ganas. En lugar de eso, sólo
podía pensar en una cama caliente y en la botella de Bourbon cuidadosamente
escondida que ahuyentaría lo peor del frío otoñal. Ignorando el ligero
remordimiento de conciencia por el estado de la habitación, la investigadora se
encogió de hombros y se puso su querido sombrero de fieltro. Estaba a punto de
echarse al cuello una bufanda antigua pero cálida, cuando oyó que se abría la
puerta detrás de ella y una voz refinada se disculpaba.
—No hay ningún señor Wolverton, cariño, como bien sabes, y si Katherine
quiere enviar a más de sus supuestas amigas a mirarme embobada puedes
decirle que se vaya...
—Sí, bueno, no esperaba ninguna visita, con el tiempo que hace y todo
eso. —Un gesto brusco hacia la ventana, a través de la cual seguía lloviendo a
cántaros, enfatizó su afirmación. Ahora que miraba a la inesperada visitante,
reviso rápidamente su suposición anterior. No se trataba de una de las
seguidoras de Katherine: la cara no le resultaba familiar y la visitante no vestía
con la ridícula ostentación habitual en ese “grupo”. También parecía algo mayor
de lo que la voz había sugerido en un principio; el ojo experto de la investigadora
la situaba mediada la treintena.
La visitante, por su parte, apenas podía ver la figura más alta que tenía
delante, enfundada en un abrigo color canela descolorido, una bufanda y un
sombrero de fieltro marrón desgastado. Este último estaba tan caído que lo único
que se veía con claridad eran unos molestos ojos azul-verdosos. De hecho, sólo
la cálida voz de contralto había confirmado que la figura informe era
efectivamente la de una mujer.
que las cubría. Con lo que esperaba que fuera una sonrisa de disculpa, se la
ofreció a su visitante con un:
»Lo siento, señora Lannis, no sé dónde están mis modales esta tarde. Por
favor, siéntese y cuénteme qué la ha traído a mi despacho con este tiempo tan
horrible.
—Esa chica no es mejor de lo que debería ser, y sin duda tendrá un final
desagradable. Ella y su prometido seguramente se merecen el uno al otro:
tendrías que ir muy lejos para encontrar una pareja más desagradable.
—Er, sí, yo... ella... —Red se detuvo tartamudeando, casi sin habla ante
la vehemencia del tono de la última afirmación de la mujer mayor.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Sí —añadió con simpatía—, dicen que el tiempo hace las cosas más
fáciles, pero no es así, la verdad. —Ante la mirada interrogante, Red se
sorprendió al añadir—: Perdí a mi madre cuando era niña, a veces parece que
fue ayer. —Cada vez más incómoda con la abierta muestra de emoción de su
visitante y con su propia respuesta inusualmente franca, Red intentó una vez
más expresar su punto de vista—. Seguramente, señora Lannis, hay cosas que
usted puede hacer que son más... bueno, adecuadas para una persona de su
obvia… posición... —Miró fijamente a la mujer bien vestida—. ¿Lannis? —El
nombre le resultaba familiar, y ahora comprendía por qué—. ¿Cómo uno de los
Lannis de Boston? ¿Cómo uno de los brahman1 más ricos de Boston? —Las
pálidas cejas se alzaron en fingido asombro: decir que la señora Lannis era una
mujer de recursos era como decir que el caudaloso Mississippi era un mero
reguero—. ¿Es usted una de esos Lannis?
—Bueno, sólo por matrimonio, obviamente, pero me temo que sí, soy una
de "esos" Lannis, me temo. —Con una sonrisa de desprecio, añadió—: Aunque
estoy segura de que mi suegra desearía que no lo fuera.
Red se recostó en su silla, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
Mientras miraba al techo pensativa, la señora Lannis seguía erguida y serena en
su asiento con una mirada de suave determinación que la investigadora aún no
había reconocido.
»¿Señorita Wolverton?
—Para ser sincera, Evadne, no estoy segura de que sea el tipo de persona
que estaba buscando, aunque pudiera permitirme el sueldo.
—¡Claro que sí! —confirmó, poniendo su mejor cara de “soy más dura que
tú, colega”.
—Le daré hasta final de mes como prueba; entonces podremos ver si
quiere quedarse, y si creo que debería. Y sin sueldo. ¿De acuerdo?
Una cabeza roja y dorada cayó hacia delante hasta chocar contra el
escritorio con un ruido sordo.
—Dioses, ¿por qué yo? —susurró Red lastimeramente—: ¿Por qué yo?
Aún no estaba segura de cómo la había convencido para contratar a la señora
Evadne Lannis, y cada vez se preguntaba más cuáles eran las razones por las
que la mujer de la alta sociedad deseaba tanto este trabajo que estaba dispuesta
a hacerlo sin cobrar. Incapaz de entenderlo todo, soltó un profundo suspiro,
recogió su ropa arrugada del montón que había en el suelo y salió a la creciente
oscuridad.
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—Estoy segura; sólo tiene que volver a casa y acordarse de estar aquí a
las nueve en punto.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Tras ver cómo las luces de los coches desaparecían en la noche, Red
emprendió su propio viaje de regreso a casa. Las luces de las farolas que se
reflejaban en las brillantes calles hacían que la noche pareciera inusualmente
luminosa, pero la ausencia de tráfico o de peatones resultaba inquietante.
Mientras caminaba bajo la lluvia, con la cabeza gacha contra el viento helado, la
nuca empezó a picarle: un buen indicio de que la seguían. Con el pretexto de
comprobar los números de las casas, echó un vistazo subrepticio a la calle vacía.
No había rastro de nadie, pero el picor persistía. Probablemente sea la bufanda,
pensó, y se rascó bien la zona afectada antes de proseguir su camino.
Un par de manzanas más tarde, las brillantes ventanas del edificio del
Boston Herald aparecieron a través de la lluvia helada que seguía cayendo.
Buscando una ventana en particular, se alegró de ver que aún mostraba un
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amarillo acogedor. Parecía que Joe seguía trabajando, así que, con un poco de
suerte, podría tomarse un café y descongelarse los pies a la vez que averiguaba
algo sobre su futura empleada.
—Hola, Frank, qué buen tiempo hace. —El afligido saludo iba dirigido a
un joven guardia de seguridad del mostrador principal, mientras ella se sacudía
lo peor de la lluvia del sombrero.
—Claro que sí, y dice papá, que al parecer seguirá así los próximos días
—respondió el joven, demasiado alegre en opinión de Red.
—Sí, todavía aquí quemándose las pestañas. Cuanto más crecen sus
hijos, más tiempo pasa aquí. No sé por qué Gina lo soporta.
—Cierto, Joe puede hablar hasta por los codos. Así que, ¿lo llamaré para
avisarle que estás subiendo?
—Claro, quieres dale tiempo para esconderse. —Con una última sonrisa,
el ánimo muy animado por las bromas con el joven guardia de seguridad, se dio
la vuelta y se dirigió al ascensor situado en la esquina del vestíbulo.
—Sí, sí, mi dura detective privada. —Joe le alborotó el pelo mojado por la
lluvia antes de soltar a su amiga del abrazo y llevarla al despacho—. Pequeña
seductora, ¿qué has estado haciendo? Hace meses que no me visitas.
—Tienes razón, Joe. Esta noche está muy desagradable ahí fuera —
confirmó, tomando con gratitud el asiento que le habían ofrecido.
—Aquí tienes. —Le pasó una taza humeante que la investigadora sostuvo
en sus frías manos durante unos instantes antes de dar un trago, tosiendo
sorprendida cuando el líquido humeante golpeó la parte posterior de su garganta
con una ferocidad inesperada.
Ella resopló.
—¡Y no lo sé! No puedo creer que alguna vez pensara que había algo
entre nosotros. —Sacudió la cabeza, sonriendo al recordar el explosivo, pero
extrañamente cómico enfrentamiento entre la diminuta Gina y el corpulento Joe
que había sacado a relucir esa información en particular.
—Sí, bueno, tus últimos tejemanejes sin duda la han convencido de que
yo, al menos, estoy a salvo de tus garras. —Le dirigió a su pícara amiga una
mirada de desaprobación—. Red, ¿qué demonios creías que estabas haciendo?
¡Una de las chicas Du Bois, por el amor de Dios! Me sorprende que aún
conserves las dos rótulas.
—¿Tu qué? —Joe se echó a reír—. Estás de broma, ¿verdad? ¡Tú! Tú,
de todas las personas, ¿contratas a una Lannis? ¿Cómo tu secretaria?
—Bueno, la familia Lannis, como incluso debes saber, es una de las más
respetables y adineradas de los brahmanes de Boston.
La investigadora asintió.
—Continúa.
—Si no recuerdo mal, Evadne pertenecía a los Van Deemins, otra de las
viejas familias. Se casó con Geoffrey Lannis en algún momento antes de la
guerra europea. El pobre la palmó allí como tantos otros. —Hizo una pausa,
como si reviviera viejos recuerdos. Red sabía que él había sido uno de los
muchos americanos que se habían presentado voluntarios para luchar en el
infierno conocido como el frente occidental. Como la mayoría de los veteranos,
no hablaba mucho de ello, pero en ocasiones, normalmente cuando estaba
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demasiado borracho para darle importancia, le había contado a su curiosa amiga
algunas de sus experiencias. Aún se preguntaba cómo alguno de los hombres
que habían regresado había vuelto cuerdo.
—Bueno, eso explica lo del anillo —musitó en voz alta para romper el
incómodo silencio—, y posiblemente la necesidad de estar haciendo cosas.
¿Algo más?
—Sí, bueno, no se te ocurra mudarte. A los jefes no les gustan las tipas
de mala reputación merodeando y bajando el tono. —Joe miró fijamente a su
rufiana amiga que, con una sonrisa pícara, se recostó en la silla y apoyó los pies
en el escritorio.
—Sí, mamá —respondió riendo Red, que se acomodó para guiñar un ojo
y rascarse distraídamente la nuca, que aún le picaba.
Ella asintió, haciendo una mueca de dolor por la repentina punzada que
le produjo el movimiento.
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—No, me temo que no, estaba demasiado ocupado evitando ser abatido
por su rápida salida. —Se quedó pensativo un momento—: Bonita ropa, pero
diría que hecha a medida.
—No lo sé, Joe, podría estar relacionado, pero lo habría esperado antes
en vez de esperar tanto. —Se encogió de hombros—. No es que sean los únicos
ricos a los que he cabreado a lo largo de los años.
2 de septiembre – Limpieza y
confrontación
—Sí, puede que así sea, pero ¿a sus futuros clientes les gusta? —replicó
agradablemente la mujer de la alta sociedad—. Puede que a usted le guste vivir
en una pocilga, pero estoy segura de que a la mayoría de sus clientes no les
pasa lo mismo.
Red abrió la boca para replicar, pero volvió a cerrarla al considerar las
palabras de su nueva secretaria antes de aceptar a regañadientes:
—¡Oiga, soy la jefa aquí y no lo olvide! —Se quitó el trapo y lo dejó caer
al suelo.
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Evadne, aparentemente imperturbable, se limitó a enarcar de nuevo la
ceja antes de continuar, como si no hubiera dicho nada:
—Ahora, coja el otro extremo del escritorio, se necesita a las dos para
moverlo. —A pesar de sí misma, Red se sintió suave pero firmemente impulsada
a ayudar a limpiar el despacho del polvo y la suciedad acumulados durante
meses.
—Ya está, así está mejor, ¿no le parece? —preguntó Evadne, de pie, con
las manos en las caderas, mientras observaba la habitación.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—De verdad que no quiere hacer eso, —la mirada patentada de Wolverton
que la acompañaba, algo estropeada por la sonrisa que se dibujaba en la
comisura de sus labios.
—Claro que sí. Señalo que Wolverton está sentada delante de usted.
Franklin hizo una pequeña pausa antes de, con un pequeño movimiento
de cabeza, continuar:
Hizo una pausa, como esperando algún tipo de respuesta. Ella se limitó a
hacer un gesto para que el hombre continuara con su explicación mientras se
recostaba más cómodamente en su silla; sin embargo, una mirada de
advertencia de su secretaria, mientras traía el café para su visitante, le impidió 29
poner las botas sobre el escritorio con normalidad.
—Sí, bueno, el problema es que creo que lo que me acecha es... bueno,
no es... de este mundo.
Enarcando una ceja ante esta afirmación, Red miró a Evadne, viendo
pasar también por su rostro una expresión de incredulidad mientras tomaba
notas sentada.
Red estudió al hombre que tenía delante: no parecía loco, pero rara vez
lo parecían; la calidad y el corte de su ropa hablaban de dinero, así que, si era
un chiflado, al menos era un chiflado rico, y realmente necesitaba el trabajo.
—Trato hecho. —Su último cliente esbozó una sonrisa de alivio que le
hizo parecer diez años más joven—. Sinceramente, no creo que corra ningún
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—¿De dónde demonios ha salido esa historia? ¿Cree que está drogado?
Y parecía tan buen caballero. —Negó con la cabeza, consternada.
Red fue menos desdeñosa con la historia del hombre. De hecho, había
parecido bastante increíble, pero la forma en que el hombre la había contado
parecía bastante genuina. Evidentemente, creía en lo que les había contado, y
muchos de los hechos intrascendentes que había mencionado le hicieron pensar
que podría haber algo en lo que el hombre decía.
—Franklin cree que es verdad, y sea cual sea la verdad de la historia, está
muy asustado. Más asustado de lo que admitiría, supongo.
—No sea pedante, Red, no-muertos, no-vivos, ¡lo que sea! Son sólo
leyendas.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Las comillas que rodeaban las frases cursis eran casi tangibles, al igual
que el enfado en la voz de la mujer de la alta sociedad. Aunque instintivamente
le caía bien la mujer que tenía delante, necesitaba saber por qué una persona
tan evidentemente rica querría trabajar para ella, sobre todo después de lo que
había averiguado sobre su pasado. Tomando el toro por los cuernos, empezó a
recitar sin rodeos lo que Joe había averiguado la noche anterior.
—Para disgusto de ciertos sectores de la sociedad que creen que hay que
dejar que se pudran en la pobreza y la ignorancia —interrumpió con vehemencia.
2 Bryn Mawr: es una universidad privada femenina situada en Bryn Mawr, Pensilvania.
3 Miskatonic: universidad ficticia creada por el escritor Howard Phillips Lovecraft.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
humedad en los tristes ojos marrones, añadió en un tono más cálido—: Parece
que era un hombre bueno y valiente.
—Lo era. ¡Oh, lo era! —La viuda de casi diez años se atragantó, con los
sentimientos a flor de piel.
—No quiero molestarla, pero tengo que saber por qué usted, de entre
todas las personas, querría trabajar como secretaria no remunerada de una
marimacho malhumorada con los modales de un camionero. Una que ya ha
conseguido cabrear a muchos de los suyos. —Al ver que Evadne parecía haber
recuperado la compostura, Red volvió a su silla y miró fijamente a sus
enrojecidos ojos castaños—. Lo repasé anoche, —sin añadir que la mayor parte
de sus reflexiones habían sido alimentadas por el alcohol—, y no veo ninguna
razón para que esté aquí, a menos que sea una apuesta, una broma o algo por
el estilo. —Sin dar a la mujer la oportunidad de responder, prosiguió con lo que
ahora comprendía que era el meollo del problema. Con una rabia amarga que la
sorprendió incluso a ella misma, afirmó fríamente—: Créame, Evadne Lannis, 33
cuando le digo que no permitiré convertirme en el juguete de una mujer rica por
segunda vez. —Con una mueca de dolor, no se sorprendió al ver cómo el velo
protector de la mujer bien educada, demasiado familiar para ella, caía sobre el
rostro abierto de la mujer.
—Lamento que no me crea cuando le digo que deseo trabajar para usted.
No tengo ningún deseo encontrar un “juguete”, como dice tan coloridamente, y
créame, Red Wolverton, si estuviera buscando uno, encontraría a alguien más
limpia, con mejores modales y, lo que es más importante, ¡un hombre! Buenas
tardes. —Con un disparo de despedida, la mujer de la alta sociedad asintió con
la cabeza y salió del despacho.
3 de septiembre – Mañanas,
maquinaciones y asesinato
—¿Pero qué...? —Sólo había una persona que podía llamarla vaquera y
salirse con la suya—. ¿Janet? —Miró a su alrededor a la irritada mujer—. ¿Qué
estaba haciendo en tu cama? —Miró sin comprender a la figura menuda que
estaba de pie, con los brazos en alto, sobre ella.
—¿No te acuerdas? Eso hace maravillas con el ego de una chica. —Janet
empujó a la figura recostada con un pie cubierto de medias—. Vamos, levántate,
tengo patatas fritas y tocino cocinándose. —Sabía muy bien que la promesa de
comida era una de las pocas cosas que podían garantizar que la vaquera se
moviera por la mañana.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—No, vaquera, por suerte para los dos eso ya había pasado antes de que
te encontrara. Menos mal que me preocupo por ti, porque estaba a esta
distancia, —indicó con el índice y el pulgar—, de dejarte allí.
—En el baño del Lily. Pensé que sería mejor traerte conmigo para
asegurarme de que estabas bien. No podía dejar que ensuciaras el lugar, los
clientes podrían quejarse —añadió con una sonrisa socarrona.
»El resto de tus cosas están en la cocina, ven a desayunar. —Janet hizo
una pausa, pensando en la hora—. Que sea el almuerzo.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—La verdad es que no lo sé. Supongo que fue ese asunto de Du Bois lo
que finalmente me afectó. —Pensó en lo que había hecho que el dique de sus
emociones se rompiera de forma tan espectacular—. Tuve una estúpida
discusión con alguien ayer, y pareció desencadenar todos estos malos
sentimientos, y todo lo que quería hacer era no sentir más. —Una lágrima
solitaria resbaló por un lado de la nariz ligeramente torcida y cayó en el café.
—¿Y qué? —No iba a dejar que el asunto descansara tan fácilmente.
Hmm, esto no está funcionando según lo planeado, debe haber algo más
en este argumento de lo que está dejando ver.
»Oye, creía que habías dicho que tenías que estar en el bar en media
hora; ¿ya ha pasado más de eso?
—Como si supieras a qué hora me levanto. Sueles roncar tan fuerte que
los pobres pajaritos no podían oírse de todos modos.
—No ronco.
—Lo haces.
—¡Pues no lo hago!
38
Tras salir de las habitaciones de su amiga, Red dio un rápido rodeo hasta
su apartamento para coger unas botas de béisbol, unos pantalones cortos y una
camiseta sin mangas. Las metió junto con una toalla en una vieja bolsa de lona
y se dirigió a los muelles para descargar parte de su energía nerviosa golpeando
a un saco de boxeo indefenso.
Ella puso los ojos en blanco, molesta. ¿No había nadie que no hubiera
oído hablar de Katherine? Empezaba a preguntarse si todo el mundo lo sabía.
—Mickey, sucio viejo, deja de quejarte. Sabes que no le hace ningún bien
a tu pobre corazón —refunfuñó.
—Claro, claro, de todas formas, tengo que comprobar que ninguno de los
chicos hace el vago, —y salió de la habitación.
Red asintió, sabía adónde iba esto. No era la primera vez que se
enfrentaba a los novatos más ligeros. No siempre salía victoriosa, pero por pura
testarudez daba una pelea lo bastante buena como para acabar con parte de la
arrogancia. No había nada como ser derrotada por una mujer para bajar los
humos a un joven luchador, y eso la beneficiaba porque le proporcionaba lo más
parecido a un combate de verdad con lo que aún no se había topado.
—¡Me estás tomando el pelo, una chica! ¡Quieres que luche con una
maldita chica!
En cuanto se dio la señal, Ed se lanzó a por Red, pero ella esquivó o paró
su primera ráfaga de golpes y le devolvió un par de jabs5 que, aunque no llegaron
a entrar en contacto, le obligaron a retroceder. Unos cuantos intercambios más
y supo que el chico era un pendenciero. Las combinaciones de puñetazos eran
sencillas y fáciles de leer, obviamente confiaba en la potencia de esos golpes
para ganar el combate rápidamente, y ella tuvo que admitir que eran realmente
potentes: ya le dolían las costillas de un golpe que no había conseguido esquivar
5 Jab: en boxeo, golpe recto al oponente con la mano proyectada a la altura del mentón.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
del todo. Afortunadamente, él estaba tan furioso por tener que luchar contra ella
que no pensaba en lo que hacía, y su incapacidad para superarla en los primeros
intercambios le estaba molestando aún más.
—Lo siento, Red, pero su padre lleva años dándome la lata para que me
enfrente a su chico, alegando que es la próxima esperanza blanca y sin creerse
lo que le dije sobre su verdadera habilidad. El chico es básicamente todo ataque
y nada de defensa. Lo siento, pero te tendí una trampa. —Hizo un gesto con la
cabeza en dirección al despacho, donde ella pudo ver a un hombre mayor
vagamente familiar que los miraba a los dos—. Le dije a su padre que viera el
combate desde allí, espero que tanto el padre como el hijo se den cuenta ahora
del verdadero nivel de las habilidades boxísticas del chico.
—Hablaré con él, Red, no te preocupes. —Bajó por las cuerdas y condujo
al hombre, que seguía con la mirada perdida, al despacho, cerrando la puerta
tras de sí.
Al girarse para abandonar el ring, vio las caras que seguían mirándola.
—Eh, gracias, señor Garrison. —Una pausa—. ¿Espero que el chico esté
bien?
—Está bien, sólo su orgullo ha sido dañado. —Aun así, Garrison sonrió;
empezaba a inquietarla.
—Mira, yo...
La interrumpió.
No todos, pensó Red con amargura. Su padre sólo sentía odio y asco por
ella y por todo lo que representaba. Sacudiéndose los melancólicos recuerdos,
sonrió esperanzada:
En un impulso, gritó:
Red interrumpió: 45
—No, no ese Benjamín Franklin. Es uno que tengo como cliente, pero no
he oído hablar de él antes. Parece bastante rico, pero...
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Red acababa de salir de las oficinas del Herald, donde había dejado una
nota pidiendo al ausente Joe que averiguara lo que pudiera sobre el señor
Franklin, y se dirigía a su despacho cuando la nuca empezó a picarle de nuevo.
Me pregunto si habrá vuelto mi misterioso agresor. Veamos si puedo echar un
vistazo al hijo de puta. Al llegar a la entrada de un callejón, se metió rápidamente
en la abertura. Apoyada tranquilamente contra la pared, observó las espaldas de
las personas que iban detrás de ella mientras pasaban. La primera media docena
de personas pasaron sin mirarla, obviamente ocupadas en sus propios asuntos.
Luego, un hombre bien vestido pasó rápidamente por delante de la entrada y
miró apresuradamente a su alrededor. Cuando la vio, se sobresaltó visiblemente,
se dio la vuelta y siguió subiendo a toda prisa hasta que, justo cuando estaba a
punto de doblar la esquina, echó una última mirada hacia atrás, hacia donde su
vigilante seguía apoyada contra la pared. Ella le hizo un gesto insolente con la
mano y él se ruborizó antes de darse la vuelta bruscamente y desaparecer de su
vista.
—Sí, ése es. Te doy diez centavos, le sigues a casa y luego me dices
adónde va. ¿Trato hecho?
—¡Eh, cuidado con dónde apunta! —Levantó las manos, dando un paso
atrás.
—Oiga, cálmese. Estoy aquí para ver al señor Franklin. Esta es su casa,
¿no? —Estaba cada vez más preocupada de que el viejo dejara que el arma se
disparara por accidente.
—Sí, ¿y qué querría él con un bicho raro como tú? ¡Vete, idiota!
Meneando la cabeza por las cosas que hacía para ganarse honradamente
un dólar, Red siguió cautelosamente a su cliente a través de la puerta. En el
interior, la casa era como el jardín: de buena calidad y un poco deteriorada. Le
hizo preguntarse si realmente era su casa o sólo una residencia temporal. Siguió
a Franklin por el pasillo y él entró en una habitación a la izquierda. A punto de
seguirle, oyó un portazo repentino y se giró, llevándose automáticamente la
mano al revólver, para ver a Jenkins disparando una formidable serie de cerrojos
alrededor de la puerta principal. Tras intercambiar una mirada hostil con el perro
guardián humano, se dio la vuelta y finalmente entró en la habitación. Un rápido
vistazo mostró que se trataba de una especie de estudio; Franklin estaba de pie
junto a un mueble de bebidas sirviendo dos copas. Sin darse la vuelta, preguntó:
—Cuelo alguna que otra cuando puedo, tiene que haber algún beneficio
en trabajar en el negocio de la importación. —Al ver la ceja levantada, continuó—
. Nada tan grande como para llamar la atención de las autoridades o de la mafia,
pero lo suficiente como para mantenernos contentos a mí y a unos cuantos
amigos.
—Lo sé, —parecía tenso y, por primera vez, realmente asustado—, pero
necesitaba hacer algo, aunque puedan resultar de poca utilidad.
—Señor Franklin, tengo que decir por mi experiencia que es mucho más
probable que alguien esté utilizando la historia del gólem para algún fin criminal
mucho más mundano.
—Pero no lo entiende, ¡lo he visto! Dos metros y medio de altura con ojos
brillantes y pasos que hacen temblar el suelo. —Sus ojos oscuros se abrieron de
par en par recordando el miedo.
—Lo he oído por ahí y he visto rastros, pisadas y cosas por el estilo, pero
esa fue la única vez que lo he visto realmente, en carne y hueso, por así decirlo.
—Esbozó una débil sonrisa por el juego de palabras y, con voz aterrorizada,
añadió—: Una vez fue suficiente, créeme, —y bebió un trago inseguro de su
vaso.
Franklin asintió.
—Sí. De hecho, había recibido una oferta muy generosa por el negocio no
mucho antes de que empezara todo esto, pero, —bebió otro sorbo y esbozó una
sonrisa de pesar—, mi abuelo construyó el negocio desde cero tras huir de las 52
matanzas. —Otro sorbo—. Me sentiría como si le estuviera traicionando de
alguna manera, si permitiera que me echaran y perdiera el negocio que él y mi
padre trabajaron tan duro para construir.
Ah, eso puede explicar por qué quienquiera que sea escogió la idea del
gólem. Un monstruo judío para un objetivo judío. Apuesto a que Franklin no era
el nombre con el que su abuelo llegó a este gran país. Red frunció el ceño al
considerar esta nueva información. La noticia de la oferta de compra del negocio
antes del acecho reforzaba su convicción de que se trataba de una simple,
aunque imaginativa, variación de la probada y fiable técnica de asustar a alguien
para que vendiera.
—Algo así, sí —aceptó Red a regañadientes, sin añadir que cada vez era
más escéptica sobre la existencia de cualquier gólem. Sonaba como si alguien
hubiera montado algo impresionante cerca del almacén de Franklin y desde
entonces hubiera estado utilizando medios más sutiles para crear la impresión
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
de que su objetivo estaba siendo perseguido por una criatura así. Y parece,
pensó, molesta por la credulidad del hombre de negocios, que está funcionando
muy bien—. Ese gólem que vio, ¿puede decirme exactamente dónde estaba? —
Intentó disimular el cansancio que le producía darse cuenta de que necesitaba
pruebas de la inexistencia del gólem tanto en beneficio de su cliente como para
proporcionarle pruebas que pudiera llevar a la policía.
Lejos de la casa y del camino de entrada, la maleza era más espesa y aún
menos cuidada y, en algunos lugares, bastante difícil de atravesar. Sin embargo,
como era de esperar, no encontró ninguna de las señales que indicarían el paso
del tipo de criatura que Franklin había descrito. A un ser tan grande no le habría
estorbado la maleza, pero habría dejado un rastro muy reconocible incluso
después de varios días.
Una vez retirados los ladrillos, no fue demasiado difícil escalar el muro y
asomarse por encima a lo que parecía ser otro jardín aún más cubierto de
maleza. Al otro lado, había una zona despejada entre la maleza en la base del
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
oyó nada, subió con cuidado por la pared hasta que pudo asomarse por un
pequeño resquicio de las contraventanas metálicas. La habitación estaba muy
oscura, ya que las contraventanas ocultaban la mayor parte de la luz, pero
apenas se distinguían las formas de los muebles. Desde luego, parecía que la
casa estaba o había estado habitada recientemente.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Janet la miró divertida, sin inmutarse por el saludo tan poco propicio.
—Alguien está nerviosa esta noche. ¿A quién has molestado esta vez?
»O, si no, ¿al menos una compañera de copas? —Estaba decidida a que
la todavía malhumorada mujer no se quedara sola esta noche por si se repetían
los excesos de la noche anterior.
Dándose por vencida, Red puso los ojos en blanco y luego murmuró:
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Janet no había pasado por alto el revólver y se preguntó qué había puesto
tan nerviosa a la vaquera. Con una pequeña y secreta sonrisa, pasó junto a la
figura que aún se inclinaba y caminó hacia la calle, decidida a que esta noche,
de un modo u otro, averiguaría exactamente qué estaba pasando.
Red se abrió paso hasta la barra a través de la exótica clientela del Gilded
Lily. Puede que el LiLy no fuera el más glamuroso de los bares clandestinos, ni
siquiera un proveedor de alcohol especialmente bueno, pero acogía a aquellos
que el resto de la sociedad bostoniana consideraba extraños, raros o
simplemente criminales. Lily, que daba nombre al local, era un buen ejemplo.
57
Trabajador portuario de profesión, “Lily” había descubierto que, al abrir este
pequeño local especializado, “ella” era libre de vestirse y comportarse como
quisiera, sin amenazas de violencia física o arresto.
—Hay... un hombre... tras de ti, él... —Vaciló como si fuera a añadir algo
más y luego continuó—. Ten cuidado, Wolverton, ha sido convertido y ahora te
odia como venganza. Escapaste de él en el Herald, pero no creo que se detenga
hasta que estés muerta.
—Red, ¿estás bien? —La voz melosa de Lily vino de detrás de ella
mientras se apoyaba pesadamente en el marco de la puerta.
—Ese tipo con el que estaba hablando, —la investigadora señaló hacia la
oscuridad de la noche—, ¿alguna idea de quién es?
Janet podía ver cómo la ira iba creciendo en su volátil amiga y cómo
luchaba por mantenerla bajo control. Preparándose mentalmente, intentó
averiguar qué era lo que estaba sacando de quicio a su amiga de mucho tiempo.
59
—Venga, vaquera, dime qué te pasa. —El ceño se frunció—. ¿Por favor?
—Al diablo con el acuerdo. —Tomó una mano más grande entre las suyas
y levantó a su dueña—. Vamos, cariño, vamos a distraerte, ¿te parece?
—Así que necesito que me peguen un tiro para verte llorar —intentó
bromear la mujer herida, y luego tosió, apareciendo sangre en la comisura de
sus labios. Se lamió el labio, reconociendo el sabor a hierro—. Es malo,
¿verdad? —Red seguía sin decir nada, pero Janet pudo ver en los ojos brillantes
lo que los labios no decían—. Es curioso, —tosió húmedamente una vez más—
, siempre pensé que sería al revés, —y sonrió débilmente al rostro manchado de
lágrimas de la mujer que amaba.
Lily, magullada y maltrecha, consiguió que los otros tres que habían
ayudado a separar a la incoherente investigadora del cuerpo de Janet, que
luchaba violentamente, llevaran a la mujer, afortunadamente inconsciente, al
62
apartamento de Lily, dejándola sola para que se ocupara de la policía.
Lily frunció el ceño y miró al hombre con más atención. Poco a poco, se
dio cuenta de quién era al mirar más allá del uniforme y vio a la persona que
había detrás. Cuando abrió la boca para hablar, fue interrumpida.
—Ser golpeado por ella estaría más cerca de la verdad, pero sí, conozco
a Red, y no puedo verla haciendo algo así. De todas formas, las pruebas son
falsas. —Miró nerviosamente por encima de su hombro, pero nadie parecía
haberse dado cuenta de su furtiva conversación y rápidamente continuó—.
McKinley está tan ciego por sus prejuicios que no puede ver nada más, sin
embargo, encontramos esto. —Extendió un pañuelo en el que anidaba una bala
aplastada—. Estaba cerca de la pared donde las encontraron, y apostaría la
paga de un mes a que esta criaturita es de una automática de 9 mm y no del
63
revólver del 45 que lleva Red.
—Por favor, haz lo que puedas. —Lily echó una rápida mirada al callejón
manchado de sangre antes de añadir apenada—. No creo que vaya a estar en
condiciones de ayudarse a sí misma.
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TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
El señor Smith esbozó una sonrisa tensa y cogió la mano con firmeza.
65
—Y usted debe de ser Joe Martelli, Red ha hablado a menudo de usted,
—luego una breve sonrisa genuina—, algunas incluso eran elogiosas.
—Suena como Red. —Joe se sonrió, luego, al notar que la cara de Smith
se nublaba, preguntó—: Entonces, ¿qué puedo hacer por usted?
El periodista asintió.
—¿Señor Martelli?
—Acompáñeme —le pidió el agente con calma, y Joe fue conducido a una
pequeña sala de interrogatorios donde al menos el olor, si no la decoración, era
más soportable. Cerró la puerta y se volvió hacia el hombre, cuya frustración
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Por cierto, me llamo Paul Henson, podría decirse que también soy
amigo de Red, aunque tal vez alguien a quien le gusta ganar al billar sería más
apropiado.
—Me temo que no está bien, nada bien. —La voz del joven mostraba
genuina preocupación.
—Parece ser algún tipo de shock mental, pero no quieren que la vea un
psiquiatra. Ese cabrón de McKinley afirma que va de farol para tapar lo que ha
hecho y nadie se atreve a rebatirlo. —En respuesta a la mirada acusadora,
añadió a la defensiva—: Oye, si me meto en su lado malo ya no podré ayudarla.
—Ante el asentimiento renuente y comprensivo del reportero, prosiguió—: Lo
que necesitamos es a alguien más alto de nuestro lado. Lily dijo que eras
periodista, así que me preguntaba si sabías de alguien que pudiera ayudarnos.
La mandíbula del joven policía se tensó, pero devolvió con calma la mirada
furiosa hasta que la dejó caer y soltó su ropa. Paul se enderezó el uniforme
maltratado y empezó a salir. Al abrir la puerta, volvió a mirar al ahora contrito
reportero.
la lluvia que caía, se preguntó cómo había acabado Red en semejante lío, y qué
demonios podía hacer para ayudar.
—Le dije que estaba mal —dijo en voz baja el joven policía—, intente
hablar con ella, a ver si consigue sacarle algo.
Aún sin respuesta, estudió a su amiga más de cerca. Tenía un corte sobre
el ojo derecho y en el otro se apreciaban los primeros signos de lo que prometía
ser un impresionante ojo morado, resultado, concluyó, de los “accidentes” que
había tenido. El daño físico no era inusual, lo que resultaba tan inquietante era
la falta de vida en los ojos de mirada perdida. Normalmente, el azul verdoso
reflejaba los estados de ánimo inconstantes, brillando con picardía en un
momento y destellando con ira al siguiente, pero esta opacidad desenfocada era
algo completamente nuevo. Querida María, madre de Dios. ¿Qué te ha pasado,
pequeña seductora? Sabía por Lily que la habían encontrado sosteniendo el
cadáver de su ex amante. La ira y la tristeza se apoderaron de él al pensar que
un alma tan hermosa había sido raptada tan violentamente. Le había gustado la
joven de color, burbujeante y optimista, había estado agradecido por la forma en
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
que la había visto refrenar los rasgos más autodestructivos de Red. Lo que
también había visto, aunque la investigadora aparentemente no, era la
profundidad del amor en los encantadores ojos negros y en ese momento se
había preguntado si la seductora errante había encontrado por fin a su pareja.
Después de dieciséis meses de convivencia sin precedentes, aparentemente
felices, se sorprendió muchísimo cuando se enteró del cambio en su relación.
Incluso ahora se preguntaba por qué había sucedido, por qué Red –y estaba
seguro de que había sido Red– lo había sugerido y, más aún, por qué Janet
había accedido. Ahora, mirando a los apagados ojos verdeazulados, se
preguntaba si había juzgado mal el nivel de reciprocidad de su amiga hacia los
sentimientos de Janet y si ella misma había sido consciente de ello.
»Red, tienes que ayudarme aquí, chica. Están tratando de incriminarte por
lo de Janet... —Se detuvo cuando los ojos sin vida se movieron de repente para
clavarlos en los suyos y, cuando un leve sonido le hizo bajar la mirada, vio que
los maltrechos puños se habían cerrado. Miró rápidamente a Henson, que
parecía tan sorprendido como Joe, y luego volvió a la mirada fija.
—Culpa mía —susurró ella, con los ojos caídos hacia la mesa donde las
manos dañadas se apretaban y aflojaban espasmódicamente—, culpa mía.
—¿Red?
—¿Qué hay de la bala que Lily dijo que encontraste? ¿No ha probado eso
que no era su arma?
—Los chicos de balística dicen que no pueden estar seguros de qué arma
procedía.
Red miró a su viejo amigo con recelo mientras se debatía entre decir algo
o no. Tomó una decisión y dio una explicación en voz baja.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Al final, incapaz de soportar más hostilidad dirigida hacia ella, Red se retiró
al cementerio circundante y se colocó a poca distancia de la tumba abierta. Una
débil lluvia que caía del cielo encapotado parecía corresponder a su estado de
ánimo, mientras en su interior se agitaban emociones contradictorias. Pena y
rabia, amor y odio, pero lo más prominente, y cada vez más fuerte a cada
momento que pasaba, era un sentimiento de culpa que le entumecía el alma.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
¿Por qué sigo viva cuando ella está muerta? No valgo el precio que ella pagó.
Era mucho mejor que yo, merecía vivir, amar, encontrar a alguien que la amara
como se merecía, en lugar de desperdiciar su amor en una vieja seductora
sarnosa como yo. Pensamientos melancólicos se arremolinaron en su mente,
volviendo finalmente a algo que le habían dicho hacía tantos años y tantos
kilómetros. Papá tenía razón, no valgo ni el aire que respiro.
Ella esbozó una débil sonrisa que no llegó a los ojos tristes: 75
—Sí, me he dado cuenta. —Viendo las miradas que el joven estaba
recibiendo ahora, asintió en su dirección—. Será mejor que vuelvas allí, hablar
conmigo no te hará ningún favor.
—Dejarla en paz, —una voz familiar se hizo oír entre los murmullos
hostiles.
en ira y con la ira llegó un repentino odio cegador hacia los que la atacaban,
viendo en sus rostros la cara del hombre que había matado a Janet.
—¡Ya era hora! —dijo Joe al mundo en general mientras le invadía una
enorme oleada de alivio por la repentina participación. Con un extraño
sentimiento de orgullo, vio a la furiosa y joven luchadora levantarse del montón
de humanidad resultante y lanzar una izquierda despiadada a la cara del hombre
que acababa de golpearle. El comentario sobre la mandíbula de cristal casi le
hizo reír a carcajadas, tan parecida a la Red de antaño. Luego se lanzó a un
ataque feroz y temerario contra los hombres que tenía más cerca. En ese
momento Joe se dio cuenta de que uno de los hombres que la investigadora
había derribado se levantaba con dificultad y se volvía hacia él. Esquivó el
puñetazo que le había propinado sin pericia y asestó un fuerte golpe en las tripas
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Ella no le oyó o no quiso oírle, eso estaba claro. Joe miró a su alrededor.
Sus oponentes caídos empezaban a despertarse y el hombre que había huido
podía volver con refuerzos en cualquier momento.
La agarró del hombro y la tiró hacia atrás. Ella se giró, con el puño en alto.
Por un momento, pensó que iba a recibir su furia antes de que, con un gruñido
casi animal, se volviera hacia el hombre que estaba en el suelo.
—Buena pelea. —Red esbozó una sonrisa sangrienta y luego hizo una
mueca de dolor al estirarse el labio partido. Con cautela se palpó los cortes de la
cara y luego flexionó la mano izquierda, haciendo una mueca de dolor por los
nudillos sangrantes—. Debo de estar haciéndome vieja, —se rio con pesar.
Luego, repentinamente seria, añadió—: No pretendía que te vieras arrastrado
así, Joe. Sabía que no sería agradable, pero no me esperaba esto.
Con el pañuelo cada vez más carmesí de Joe apretado contra su labio
sangrante, Red observó cómo el cementerio desaparecía de su vista. Ahora
sabía lo que tenía que hacer. La señora Baker tenía razón, la muerte de Janet
era culpa suya, pero dejarse matar no iba a servir de nada. Volviéndose hacia
delante, miró sin ver los edificios que pasaban. No puedo traerla de vuelta, así 79
que sólo puedo hacer una cosa para arreglar las cosas. Con el rostro sombrío,
su odio hacia sí misma, impulsado por la culpa, se centró en un objetivo externo,
mientras el tren vengativo de sus pensamientos llegaba a su inevitable
conclusión. Y eso es matar al bastardo que la mató.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
11 de septiembre – Preocupación,
allanamiento y coincidencia
—Red, has pasado por un infierno, chica, ¿por qué no te quedas conmigo
un tiempo más? —razonó. 80
Ella se detuvo bruscamente y lo miró con una irritación no disimulada.
era que él no estaba muy seguro de que estuviera lo suficientemente bien; sin
embargo, siempre existía la posibilidad de que ella se enterara de la nota de
todos modos, y Joe no quería pensar en la reacción que eso provocaría.
Tomando lo que esperaba fervientemente que fuera el menor de dos males, le
ofreció la nota:
—Lily me dio esto, para que te lo diera una vez que estuvieras lo
suficientemente bien. —Ella tomó el papel sin decir palabra y lo leyó
rápidamente. El corazón de Joe se desplomó al ver que una mirada plana y llena
de odio aparecía en su rostro mientras el papel se desmenuzaba en un puño
cerrado. Sin decir nada más, cogió su bolso y salió por la puerta, dando un
portazo tras de sí.
Impotente para evitarlo, repasó una vez más los momentos previos al
tiroteo. Debería haber estado alerta ante la posibilidad de un ataque. ¿Se le
había escapado algo cuando entraron en el callejón? ¿Había oído a alguien en
la oscuridad? ¿Habría pasado por alto alguna figura al acecho? Incapaz de
rendirse ante la sensación de haber fallado a Janet, Red se puso boca abajo y
se abrazó con fuerza a una almohada que pronto se humedeció con lágrimas
silenciosas mientras lloraba hasta quedarse dormida.
tratarse de un sirviente de alto rango, un mayordomo tal vez. Eso explicaría sin
duda su presencia en esta dirección.
Ya dentro de la casa, no sabía qué hacer. Había venido aquí sin ninguna
idea real de lo que iba a hacer cuando llegara. Estaba a punto de dejarse llevar
por la cautela y volver sobre sus pasos fuera de la casa cuando una voz que
había pasado desapercibida hizo que se le erizara el vello de la nuca y se le
acelerara el corazón. Red sólo había oído la voz de su atacante una vez, pero
estaba segura de que acababa de oírla procedente de la parte delantera de la
casa. Ahora lo único en lo que podía pensar la mujer atormentada por la culpa
era en Janet muriendo en sus brazos, en la sensación de su sangre vital en sus
manos. Todo sonido parecía haberse cortado, de modo que lo único que podía
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
oír era el torrente de sangre en sus oídos y aquella voz. La indecisión huyó ante
el odio que se encendió de repente, la efímera cautela se esfumó, desenfundó
su revólver y, con el mismo sigilo que un lobo, se dirigió hacia la voz con la
intención de vengarse.
—Está bien, Laura, sé dónde está. —La mujer cerró la puerta y se volvió,
para detenerse atónita al encontrarse cara a cara con la desaliñada intrusa
armada.
—¡Cierra la puta boca! —respondió Red con un siseo feroz: estaba muy
cerca de su objetivo y Evadne Lannis no iba a detenerla. Luchando contra una
creciente sensación de mareo, se obligó a mantener el revólver apuntando en
dirección a la mujer mayor mientras buscaba a tientas la manilla de la puerta que
tenía detrás.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
6 Factótum: en latín, factotum. Persona de confianza que desempeña todo tipo de menesteres.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
James que una Evadne más joven había sido capaz de conducir lo
suficientemente bien como para poder ir con Geoff y hacer “su parte” como una
de las muchas heroínas olvidadas de la guerra: arriesgar la vida conduciendo las
flotas de ambulancias hacia y desde los puestos de heridos del frente y los
hospitales de base.
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TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Esta vez con más cuidado, se giró dolorosamente hacia un lado. Mirando 87
ahora hacia la fuente de luz, vio una gran ventana de guillotina enmarcada por
pesadas cortinas de brocado azul y crema. Debajo de la ventana había un
tocador de buen gusto, sin duda caro, y una silla a juego. La ropa de cama era
de la misma calidad y ahora se dio cuenta de que el camisón de hombre que
llevaba puesto también era de lino fino.
Volvió a tumbarse boca arriba y miró sin ver el techo mientras intentaba
recordar cómo había llegado hasta allí. Con una creciente sensación de pánico,
se dio cuenta de que no recordaba casi nada de la última semana. Entonces, en
una aplastante oleada de dolor y culpa, el recuerdo de la muerte de Janet la
invadió. Instintivamente, se acurrucó en una bola protectora como si quisiera
mantener los recuerdos físicamente a raya.
Red seguía acurrucada en posición fetal cuando Evadne fue a verla algún
tiempo después. Los hombros encorvados temblaban con lágrimas silenciosas,
y la mujer de la alta sociedad se preguntó una vez más cómo la aparentemente
fuerte investigadora se había metido en un estado tan desdichado. Se acercó al
lado de la cama y puso una mano tentativa en el hombro de la joven, que se
quedó inmóvil como una muerta.
—¿Red? —dijo en voz baja—. Soy yo. Evadne Lannis. ¿Te acuerdas de
tu ex secretaria mal pagada? —El intento de humor sonó plano incluso para sus
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—¿A salvo? Nadie está a salvo. —La voz era tan baja que Evadne casi
no percibió las amargas palabras.
Evadne se sentó sobre sus talones sin saber muy bien qué hacer a
continuación. Durante la guerra había descubierto una faceta protectora hasta
entonces insospechada. Ahora se sorprendía al ver que aquella enigmática joven
hacía resurgir esos sentimientos. La mirada que había visto en los ojos de Red
88
en aquel oscuro vestíbulo seguía atormentándola y, mientras observaba a la
mujer que lloraba en silencio, su determinación se endureció. No dejaría que Red
siguiera el mismo camino que aquellos jóvenes en Francia. Contra viento y
marea, conseguiría que la investigadora saliera de esta de una pieza.
El médico al que había llamado Evadne había dicho que, aparte de las
evidentes heridas superficiales y la falta de sueño y alimentación, no había nada
físicamente mal. Añadió que, sin embargo, parecía que la “jovencita”, la mujer
de la alta sociedad había sonreído ante esta descripción completamente
inadecuada, sufría algún tipo de tensión mental. Sólo podía esperar que Joe
Martelli fuera capaz de arrojar algo de luz sobre lo que había sucedido en la
última semana para causar tal cambio.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
14 de septiembre – Progresos y
promesas
—Si quieres.
—Red, sé que suena trillado, pero no es culpa tuya que la señorita Baker...
—¿Red?
»Red, no puedes dejar que esto te destruya. No podías haber hecho nada.
—No, debería haberle visto, haberle oído... ¡debería haber hecho algo!
lo fácil que era culparse a uno mismo de la muerte de un ser querido, por ilógico
que fuera. Su único consuelo era que Red al menos hablaba ahora con frases
coherentes. Bueno, semi coherentes, corrigió en silencio, pero incluso eso era
una gran mejora con respecto a los últimos días.
—¿Y conseguirte un viaje de ida a la silla eléctrica? Creía que eras más
sensata.
—¿Y quién es ese hombre al que vas a matar sin que te descubran?
Bueno, quería recuperar a la “vieja” Red, debería tener más cuidado con
lo que deseo.
94
Tirando la ropa de cama hacia atrás, Red medio se cayó de la cama y
empezó a buscar por la habitación de forma algo inestable.
—Pues aquí no las encontrarás —la respuesta fue tan suave como la
pregunta.
Querido Dios y sus pececillos, pensó Evadne mientras sus ojos azules y
verdes se clavaban en los suyos, puede ser una mujer aterradora. Entonces
Evadne se dio cuenta de lo ridícula que resultaba la imagen que se había hecho
la joven, de pie, con las manos en las caderas y vestida con el enorme camisón
de su difunto marido, y empezó a reírse.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
»¿Qué tiene tanta gracia? —Red fulminó con la mirada a la risueña mujer.
—¿Y?
—Bueno, por lo que he oído, parece que eres víctima de lo que quizá
podría denominarse un “delito de odio”: que quien te persigue lo hace por lo que
eres y no por quién eres.
»Entonces, ¿no te parece extraño que alguien como Edgar se sienta así?
—Pero estaba tan segura de que estaba allí —susurró, con la mirada
perdida en la pared frente a ella, y luego miró una vez más a Evadne—. ¿Puedo
verlo para estar segura? Si puedo verlo lo sabré: la cara de ese bastardo está
grabada a fuego en mi memoria.
»¿Y bien? —preguntó Red, cada vez más molesta por el intenso escrutinio 96
al que estaba siendo sometida.
Evadne asintió.
—No tengo ni la más remota idea de por qué, pero al parecer, contra toda
razón hay que decirlo, lo hago.
—Ya, eso es la sartén le dice al cazo si alguna vez lo has oído —Evadne
resopló—, pero es inútil que intente distraerme. ¿Prometes hacer lo que yo diga 97
o no?
—Lo prometo. —Luego, con una intensidad que erizó los pelillos de la
nuca de la mujer de la alta sociedad, añadió—: Sobre la tumba de Janet lo
prometo.
Le seguí hasta aquí, esperé un poco pero no volví a verle salir. Espero 98
haberme ganado los diez centavos, y estaba firmado: Chuck.
James acababa de salir para entregar las cartas cuando oyó unos pasos
vacilantes bajando la escalera detrás de ella. Se giró para ver a la frustrada
inválida que bajaba las escaleras, todavía un poco insegura. A primera hora de
la mañana, Red había presionado a su anfitriona-enfermera para que le
devolviera la ropa y parecía que por fin había decidido que ya era hora de
levantarse.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Los ojos azules y verdes la miraron atónitos antes de que Red se diera la
vuelta para empezar a pasearse enfadada, algo que ahora observaba con
creciente alarma, dado el estado de debilidad de la mujer, que aún no se
encontraba bien.
—Lo siento, Red, yo no... —trató de reparar su paso en falso, pero fue
interrumpida antes de que pudiera terminar de disculparse.
—Tal vez no —replicó la mujer, cada vez más enfadada, ya estaba harta
de los comentarios de “tu tipo”—, pero no olvides que fue una de los míos la que
evitó que acabaras en la cárcel por allanamiento de morada, y que desde
entonces te ha cuidado, alimentado y aguantado tus rabietas.
—Puede que sea así, Red Wolverton, pero lo hice, y lo hice libremente. Y
aunque no espero que me lo agradezcas efusivamente, habría pensado que al
menos ayudaría a demostrar que no todos los de mi “tipo”, como tan
encantadoramente —su voz destilaba sarcasmo— dices, son esnobs egoístas
ajenos al estado de sus semejantes.
—¿Evadne?
102
Estaba en un rincón oscuro del almacén, oculto por una barrera de cajas
y tan quieto como la estatua con la que podría confundirse. Eso hasta que se
veía el leve subir y bajar de su pecho o los ojos abiertos y la torva mirada roja
que lanzaba a su alrededor. Permanecía allí muchas horas al día, conservando
la energía que recuperaba lentamente. Estaba casi muerto cuando su salvadora
lo liberó de su prisión. La joven simia tenía el tipo de mente que le resultaba fácil
doblegar a su voluntad. Una mente mayor que su edad, y con un ansia de poder
atemperada por el odio hacia los de su propia especie. De su mente había
aprendido la crueldad que amaba, el asesinato de aquellos que la habían
engendrado, la riqueza que había adquirido y de la que había abusado.
Silenciosa y astutamente, había estado causando miseria por toda esta
colección de viviendas simiescas que llamaba Boston. Disfrutaba haciendo daño
a las criaturas que consideraba desafortunadas. Era una debilidad que podía
desviarla del verdadero camino. No tenía problemas con la destrucción cuando
era necesaria, pero no disfrutaba con ella. Era una necesidad, no un placer. Aun
así, la simia había demostrado ser más que útil. Había encontrado este almacén.
Había descubierto quién era el dueño de la tierra que guardaba la joya. Ella y su
compañero de ojos blancos habían sido sirvientes capaces. Sin embargo, iba a
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
necesitar algo más que a ellas dos y a sus lamentables secuaces para servirle.
Estos dos tenían riqueza e ira, pero podía ver la mezquindad de sus mentes.
Con el tiempo, con su poder totalmente restaurado, encontraría más súbditos
dignos de someterse a su voluntad, de servir, de luchar, de controlar este mundo
para él.
Le quitaron la mordaza.
—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó el simio con una voz teñida de
miedo.
Más cerca ahora, el rostro del simio le recordaba al de las ratas que
infestaban el edificio, compartiendo su solitaria vigilia. Delgado y furtivo, sus ojos
se desviaban del cautivo a su alrededor sin ver aún a la criatura.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—¿Quién es?
—Dijiste que el poseedor de joya había contratado a una simia. Dijiste que
ya no era un obstáculo.
104
—Mi Señor —podía oír el miedo en la voz de su sirviente—. Efectivamente
ya no es un problema, aunque no tuvimos el placer de tratar con ella, pero
Franklin es un hombre testarudo, no venderá tan fácilmente como esperábamos.
—Demonios, sí —se relajó Straker, parecía que tenía una salida después
de todo—, si el precio es justo te vendería a mi abuela. —Se dio cuenta de su
error un milisegundo antes de que su vida acabara. Los ojos se tiñeron de un
rojo más intenso cuando un enorme puño con garras golpeó al investigador
privado en un lado de la cabeza, arrancándolo de su agarre y arrojándolo
violentamente contra la pared.
18 de septiembre – Domesticación y
drama
escaleras hacia la cocina. Por los olores que subían por las escaleras, era
evidente que María ya estaba preparando el desayuno. Los olores de la cocina
matutina habían cambiado en los últimos días, ya que Red, ahora en pie, había
conocido por fin a la cocinera y ama de llaves, a la que había subyugado para
que le proporcionara el tipo de monstruosidades cargadas de grasa que tanto
gustaban a la ruda investigadora. Aunque Evadne había conseguido recuperar
el control sobre el contenido de las comidas posteriores, parecía que su invitada
y su cocinera habían llegado a una especie de pacto diabólico durante el
desayuno. Respirando hondo, tuvo que admitir que el olor a tocino frito que subía
por las escaleras era maravilloso, aunque estaba segura de que no era bueno
para ninguna de ellas.
—Gracias, pequeña.
Cuando Evadne, por fin satisfecha con el efecto que había causado, bajó
las escaleras hasta el vestíbulo, fue recibida por un silbido seductor, seguido
rápidamente por el sonido de una bofetada y un aullido de sorpresa. Al llegar al
pasillo, vio a Red, la fuente obvia del silbido seductor, en una acalorada discusión
con María, de quien no pudo dejar de notar que tenía un brillo malvado en los
ojos.
—Pero, pero... ¡me has pegado! —balbuceó Red, obviamente turbada por
las acciones de la mujer mayor—. No me han azotado así desde que murió
mamá.
—Sin duda eso explica por qué tienes tan malos modales, pequeña —
respondió el ama de llaves con una sonrisa socarrona.
Al verse atacada por dos frentes y sin saber hacia dónde mirar, la
inesperadamente avergonzada y confundida rufiana decidió que la retirada era
la mejor opción y se dirigió a la cocina pisando fuerte, tanto como podía pisar
fuerte con calcetines.
—Sí, chica. Lo que he dicho de que no era forma de tratar a una dama
iba en serio, y eres sin duda una dama, a diferencia de la pequeña, que tiene el
corazón de una granuja.
Tentativamente, preguntó:
—¿No te ha parecido extraño que hiciera eso? Quiero decir, ¿qué silbara
a otra mujer?
—El Buen Dios nos hizo a todos a su imagen, así que, si Él hizo a la
pequeña y a las que son como ella, quién soy yo para desaprobarlo, a pesar de
lo que algunos supuestos cristianos intenten decirnos.
—Evadne, ¿de qué se trata todo esto? Dijiste que era algo importante.
Esta fue la señal de Joe para hacer pasar a Red, y todos los ojos se
volvieron hacia la puerta cuando se abrió y ella entró, seguida de cerca por Joe,
quien, según notó, tenía una mano sujetándole ligeramente un brazo.
Evadne sintió una ligera punzada ante aquel frío menosprecio de su papel
en la vida de la investigadora, pero cualquier pequeña preocupación por su parte
quedó rápidamente eclipsada cuando Edgar, con un grito de:
—¡Esta vez te mato, zorra! —Se lanzó hacia su odiado objetivo. Tan
rápido fue el ataque que le asestó un puñetazo antes de que Red tuviera la
oportunidad de soltar el férreo control bajo el que había estado luchando
visiblemente por mantenerse.
Cuando cayó, la habitación estalló en caos. Joe rugió como el oso al que
se asemejaba, levantó en peso al delgado Edgar y lo arrojó al otro lado de la
habitación, directamente en la trayectoria de los hermanos Montoya que se
acercaban. Ellos, con la ayuda del chófer y el uso excesivo de botas y puños, lo
sometieron rápidamente. Por encima del continuo clamor llegó la voz de mando
del tío Charles pidiendo calma, y pronto la habitación volvió a estar en calma,
aparte de los sollozos de Edgar y los gemidos de Red.
Evadne se volvió hacia el reportero que, tras librarse del atacante, estaba
ahora inclinado sobre su amiga semiinconsciente.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Ahora que estaba seguro de tener la atención del hombre, el abogado 113
continuó:
de los Van Volk, donde sus talentos puedan utilizarse adecuadamente sin temor
a distracciones. Ahora me retiraré al estudio a redactar los documentos para que
todos seamos testigos, —y abandonó la habitación.
Con un respetuoso
115
Tumbada boca arriba, con las manos detrás de la cabeza, Red miraba al
techo sin verlo realmente. Su mente estaba en la época, casi diez años atrás, en
que ella misma había estado en el Sanatorio Wilkinson. Nunca supo de dónde
había sacado el dinero su padre, probablemente de los fondos de la iglesia,
pensó en privado, pero así fue, y la enviaron a la fuerza al otro lado de América
para curarla de sus “abominables, depravadas, perversiones”, como él había
dicho con tanto encanto. Incapaz, por aquel entonces, de pegar a su hija, ahora
más fuerte físicamente, había recurrido a seccionarla y enviarla a aquel
asqueroso lugar para “curarla”.
Sin embargo, sus torpes y bárbaros métodos no habían hecho más que
reafirmar su decisión de hacer lo que creía correcto y, en tres semanas, se había
escapado, dejando inconscientes a dos guardianes y huyendo tanto de los
médicos como de su familia. No había vuelto a ver a su padre desde entonces,
lo cual, por lo que a ella respectaba, era algo condenadamente bueno. Incluso
ahora, no estaba segura de ser capaz de contenerse y golpearlo hasta dejarlo
sin vida por lo que el hipócrita hijo de puta le había hecho.
—No, chica, y suele estar aquí sin falta todas las mañanas, —su voz
mostraba preocupación—. ¿Está bien la pequeña?
—¿Por qué hace algo esa desgraciada? —Ahora Evadne podía sentir
cómo aumentaba su justa ira—. La acojo, la cuido, la alimento, soportando sus
repugnantes frituras, me apresuro a añadir, —se había puesto en pie y caminaba
de un lado a otro de la habitación—, intento ayudarla, incluso consigo que Edgar
119
deje de molestarla, pero ¿recibo algún agradecimiento? Oh no, ni la más mínima
palabra de agradecimiento, ni siquiera parece darse cuenta de lo mucho que he
puesto en juego mi reputación al tenerla en mi casa.
—No lo dudo, chica, del mismo modo que no dudo de que volverá. En
ese momento, —el rostro de María se tornó serio—, también la haré sufrir por
comportarse como una niña maleducada. —Luego volvió a su cocina, contenta
en la creencia de que probablemente las cosas no estaban tan mal como su
amiga y empleadora pensaban.
—Red Wolverton, ¡en nombre del cielo qué creías que hacías llevándote
así mi automóvil! —Su diatriba se detuvo con asombro cuando las rodillas de la
investigadora se doblaron y cayó sobre la hierba mojada.
»Wolverton, ¿qué problemas has causado? —Otro golpe con la punta del
zapato, esta vez un poco más fuerte. Todavía estaba furiosa con Red por
haberse marchado como lo había hecho y aún más furiosa con ella por haberle
negado a Evadne la oportunidad de darle el sermón bien preparado que había
estado planeando. A pesar de lo mezquinamente vengativos que sabía que eran
en el fondo, los pequeños golpes la hacían sentir mucho mejor.
Evadne consideró varias opciones, algunas de las cuales eran casi con
toda seguridad ilegales, y con un profundo suspiro finalmente ordenó:
—Oh sí, pequeña, creo que nunca la había visto tan enfadada. —La
comisura de los labios de María se torció en la más pequeña de las sonrisas
mientras añadía—: Si te encuentras algún moratón en el muslo izquierdo sabrás
hasta qué punto estaba enfadada.
—Te quedarás donde estás, Red Wolverton. —Evadne abrió cada vez
más sorprendida la puerta tras la que había estado escuchando la conversación.
Alertada por el ruido de la habitación de que Red había vuelto al mundo de la
vigilia, había subido las escaleras con la intención de discutir con la odiosa
rufiana, sólo para descubrir que la latina se le había adelantado. Al espiar desde
detrás de la puerta entreabierta, le sorprendió la ferocidad con la que María,
normalmente de modales suaves, condenaba a la joven; había pensado que el
ama de llaves defendería a su díscola bribona, pero ahora parecía estar incluso
más enfadada que Evadne.
El baño estaba tan frío como Evadne había dicho que estaría, pero Red
apretó los dientes y aguantó lo suficiente para limpiarse y oler menos como si la
hubieran fumado. Incluso llegó a lavarse el pelo, sabiendo que eso habría
atrapado el hedor más que cualquier otra cosa. Al salir de la fría bañera,
agradeció que al menos la habitación estuviera caliente; el radiador de hierro
fundido desprendía tanto calor que casi era demasiado caliente para tocarlo.
Cogió la toalla grande que había estado calentando y se secó, luego se sentó en
el borde de la bañera para hacer un balance de las heridas que había recogido
de la escapada de la noche anterior. En general, no estaba tan mal como
pensaba. Aparte de algunos rasguños y pequeños moratones, las únicas heridas
dignas de mención eran el corte en la palma de la mano y el hematoma que
Evadne le había provocado en el muslo. Su piel pálida siempre había mostrado
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
los moratones con facilidad, pero aun así, el azul negruzco de la mancha de la
pierna era impresionante.
—Así se hace, Evadne, no creí que fueras capaz —murmuró con un rastro
de su habitual humor negro. Sin embargo, era un indicio aleccionador de lo
mucho que había molestado a la mujer. Aunque esperaba que se enfadara, una
pequeña parte de ella esperaba que Evadne lo entendiera—. Sí, claro, pequeña
seductora. Cómo va a entender si no le dices nada. —Al menos no la habían
echado de casa sin contemplaciones ni la habían entregado a la policía, aunque
era lo bastante sensata como para darse cuenta de que ambas cosas seguían
siendo una posibilidad. Eso la llevó a preguntarse por qué seguía aquí, tomando
tranquilamente un desagradable baño. Si tuviera algo del sentido común con el
que había nacido, se largaría, se escondería durante un tiempo, tenía suficientes
contactos en la parte más sórdida de la ciudad como para hacerlo y, una vez
pasado el calor inmediato, se largaría de la ciudad. ¿Y adónde vas, pequeña
seductora? No tienes adónde huir. Realmente no podía enfrentarse a empezar
en otra ciudad, tal vez debería entregarse y cumplir su condena, al menos así no
tendría que pensar ni decidir nada durante mucho tiempo. Una punzada en la
palma de la mano la alejó de su futuro para estudiar su doloroso presente. Se
había quitado el pañuelo manchado de sangre que había utilizado como vendaje
improvisado antes de meterse en la bañera. El corte ya no sangraba, el agua lo 124
había dejado rosadamente limpio, y ahora podía investigarlo más de cerca.
Afortunadamente, aunque el corte se extendía desde el talón de la mano hasta
la base del dedo corazón, no parecía demasiado profundo.
Red miró a una y al otro intentando encontrar una defensa; abrió la boca
para hablar, pero de repente le dio un violento ataque de tos y tuvo que sentarse
en la escalera de abajo, con la cabeza gacha, hasta que se le pasó. Mientras lo
hacía, Evadne y Joe se miraron con preocupación, evidente ahora en ambos
rostros. ¿Cómo podrían sacar a esta exasperante mujer del lío en el que estaba
metida y quizás, más aún, deberían siquiera intentarlo?
La tos cesó por fin y, tras un par de respiraciones profundas, Red levantó
125
la cabeza para encontrarse con los dos rostros severos que la miraban. Estaba
tan cansada que no tenía fuerzas para negar lo que había hecho; apenas tenía
fuerzas para caminar. Extendió una mano y pidió, con el cansancio a flor de piel:
Para Joe la derrota en la voz áspera por el humo era más preocupante
que su estado físico. Sonaba como si, a pesar de todos sus esfuerzos, estuviera
retrocediendo hacia la apatía que la había abrumado en los días inmediatamente
posteriores al asesinato de Janet. La mirada preocupada de Evadne demostró
que ella también había captado el eco y tenía los mismos pensamientos.
—Oh, sí —el labio superior de Red se curvó con disgusto—, sabía del
lugar lo suficiente, pasé mucho tiempo tratando de olvidarlo, así que puedo
decirte. —Una mirada desafiante estaba en los ojos azul-verde ahora—. Ojalá
hubiera tenido las pelotas de quemarlo antes.
—Pero, ¿cómo?
gracias a papá y a sus putos amigos médicos, que se pudran todos en su infierno
particular. Hicieron que me enviaran allí en contra de mi voluntad, —se levantó
y se paseó por la habitación—. Los sádicos bastardos intentaron todos sus
pequeños trucos, incluso intentaron esa mierda de las descargas eléctricas
conmigo.
—Puedes apostar a que no, Joe, era algo que había pasado joder sabe
cuánto tiempo intentando olvidar, nadie lo sabía, ni siquiera Janet lo sabía... —
Volvió a dejarse caer en el reconfortante cuero gastado y comenzó un estudio
aparentemente en profundidad de sus propias manos. Al girarlas de un lado a
otro, Evadne se dio cuenta de que el mugriento trozo de tela había sido sustituido
por un vendaje pulcramente atado que sólo parecía resaltar la palidez actual de
la piel. De repente, las manos se cerraron con fuerza y una Red cansada hasta
los huesos, pero desafiante, miró desafiante a las dos personas sentadas frente
a ella.
Hubo un silencio incómodo que duró lo que pareció una eternidad hasta
que Joe finalmente se aclaró la garganta.
—Sí, bueno, activé la alarma para que todo el mundo pudiera salir antes
de provocar el incendio, sólo cuando me iba me di cuenta de que los putos
celadores habían dejado a algunos de los pobres desgraciados encerrados en
sus habitaciones. —Una pequeña sonrisa burlona se dibujó en sus labios—. No
podía dejar que se quemaran, ¿verdad? No era a ellos a quienes quería hacer
sufrir.
estoy diciendo me maldeciría hasta el infierno por decirlo, pero a veces creo que
la conozco mejor que ella misma. —Al quedarse sin palabras, Joe miró
suplicante a la mujer, con sus ojos castaños oscuros imitando la mirada del
cachorro en la ventana.
Evadne miró por encima del hombro del periodista hacia la puerta que
acababan de cruzar, digiriendo lentamente lo que él acababa de decir y
contemplando sus propios sentimientos sobre lo que había sucedido en las
últimas semanas. Ella había visitado el apartamento en cuestión para recoger
algo de ropa de recambio y otras necesidades al principio de la estancia de la
investigadora y no podía estar más de acuerdo con el resumen de su calidad y
probable efecto en la todavía emocionalmente volátil joven. No tenía ni idea de
cómo era la familia de Joe, pero creía en su palabra sobre su incapacidad... para
ayudar a su amiga; y tenía que admitir que se había sentido orgullosa de lo bien
que Red había progresado hasta que el encuentro de ayer con Edgar había
hecho que las cosas volvieran a descontrolarse. Sin embargo, la decisión no era
sólo suya.
Red se agitaba como una gata sobre un tejado de zinc caliente. Había
pasado media hora desde que él volvió de suplicar por ella, y se había vuelto
cada vez más inquieta a medida que pasaba el tiempo. Sin embargo, aunque el
movimiento perpetuo empezaba a resultarle molesto, se parecía tanto a la mujer
que conocía que estaba dispuesto a dejarlo pasar por el momento. Sin embargo,
cuando ella empezó a juguetear con la venda de su mano, él finalmente soltó:
—Mierda, Red, deja de hacer eso. —Joe cruzó la distancia que los
separaba y le agarró la mano sin vendar.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Ja, ja, estoy segura. —Red le hizo una mueca a su viejo amigo—. María
lo ha hecho, dice que es una de las cosas que significa tener una familia de hijos
que no puedes evitar ser buena.
Red se recostó en el brazo del sillón; darse cuenta de que Joe, y sobre
todo Evadne, no iban a entregarla a la policía había sido un alivio tal que se sintió
más como antes que durante lo que le pareció una eternidad. La apertura de la
puerta de la habitación y la entrada de una Evadne de aspecto sombrío la
130
devolvieron pronto a la realidad, y se levantó rápidamente para aceptar su
destino.
Evadne, por su parte, tenía dificultades para mantener la cara seria ante
la expresión de aprensión de Red, pero quería hacer que la desconsiderada
rufiana se retorciera un poco por lo que había hecho pasar a todo el mundo.
—Bueno, Red, tu amigo Joe ha hecho una buena súplica para que te
quedes aquí, pero cuando mi mente está decidida no es tan fácil cambiar. —
Ahora ambas caras cayeron; estaba disfrutando esto demasiado lo sabía, pero
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Para repetir algo que he dicho antes: no tengo la menor idea, pero al
parecer, contra toda razón hay que decirlo, sí la tengo.
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TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
26 de septiembre – Despedidas y un
regalo
—¿Por qué te vistes así, y por qué? —la mujer mayor se había
sorprendido al sentir que sus mejillas empezaban a arder, pero había continuado
obstinadamente con la pregunta—, ¿amas a las mujeres en lugar de a los
hombres?
—¿Por qué alguien ama a quien ama? —luego, obviamente sin esperar
respuesta, continuó—. Es que soy así, Evadne, no podría dormir con un hombre
más que respirar bajo el agua.
—No sé. Los vestidos no me sientan bien. Mamá siempre decía que lo
primero que pedía era un par de pantalones.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Ahora, en el último día más o menos, la mujer había empezado a ver los
primeros signos de fiebre carcelaria, aunque no había mencionado nada al
respecto. Físicamente, la joven gozaba de muy buena salud, e incluso
emocionalmente parecía normal o, se corrigió Evadne en silencio, al menos tan
normal como recordaba que era. Pero, ¿cómo sugerirle que tal vez debería
retomar su antigua vida? Estaba segura de que todos echarían de menos a la
investigadora, pero también estaba segura de que Red debía de estar
empezando a querer volver a su propia vida. ¿Cómo abordar el tema sin ofender
a nadie? Por suerte para ella, fue Red quien sacó el tema mientras almorzaban.
—Si eso es lo que quieres, Red, está bien para mí, —sonrió.
—Claro que sí: no tienes que pedirme permiso. Le diré a James que te
lleve.
Las cejas oscuras se alzaron con asombro. Así sin más, se iba, sin avisos,
sin preámbulos y, se dio cuenta con fastidio, ni siquiera un gracias.
Evadne puso los ojos en blanco ante el hecho de que aquellos dos niños
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crecidos hubieran puesto nombre a un pedazo de maquinaria.
»En agradecimiento por todo lo que has hecho —se apresuró a añadir
Red.
insinuado era algo parecido a la verdad, era lo que atraía a tantas mujeres a la
extraña y joven saco de contradicciones. Eso y el innegable encanto pícaro que
había estado empleando para atraer de nuevo a su lado tanto a María como a
James durante la última semana.
—Estoy segura.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Evadne estaba poniendo los ojos en blanco ante este comentario cuando
la joven, que ahora sonreía pícaramente, cogió de repente su mano libre y, con
una impecable reverencia galante, rozó el dorso de la misma con los labios.
Antes de que la sorprendida dama pudiera responder, Red se enderezó y le soltó
la mano.
»Gracias por todo, Evadne Lannis. —Luego, tras una última sonrisa
maliciosa, se dirigió hacia el automóvil que se aproximaba. Dejó el bolso en el
asiento trasero y subió al delantero junto a James. Luego, con un gesto de
despedida, se marchó, dejando a una perpleja Evadne mirando fijamente el
coche ya desaparecido. Con una pequeña sonrisa y un divertido movimiento de
cabeza al recordar la audaz cortesía de despedida, se dio la vuelta y caminó
lentamente de vuelta a su casa.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Red sonrió para sus adentros mientras, con el rabillo del ojo, observaba
lo que hacía la mujer mayor. Había hecho una apuesta privada consigo misma
sobre si su implacablemente pulcra mujer de la alta sociedad-secretaria
aparecería paño de limpieza en mano, y parecía que había ganado. Con un
bostezo apenas reprimido, volvió al estudio del periódico; no había dormido bien
anoche, la habitación estaba desagradablemente fría y húmeda, y ni siquiera el
whisky había ayudado a calentarla tanto. Demasiada buena vida, pensó con
nostalgia, me estoy ablandando en la vejez.
»Esa dirección, —Red se inclinó hacia delante y dio unos golpecitos con
el índice en el trozo de papel correspondiente—. Es donde vive Franklin.
—Sí, fui allí antes, —se detuvo, con un nudo en la garganta, logrando
finalmente susurrar—, antes de que ocurrieran las cosas.
Evadne miró a la mujer más joven, con compasión en los ojos, pero, al ver
la mirada pétrea, no insistió más. Volvió a leer el artículo.
—Claro que sí, socia —se burló su jefa, recogiendo el sombrero y el abrigo
de su montón habitual y dirigiéndose a la puerta—, aunque tendrás que hacerlo
en tranvía, dejé mi viejo y temperamental cubo de tornillos en el apartamento.
Red asintió con un gruñido, escuchando sólo a medias lo que decía la otra
mujer, más interesada en lo que ocurría en la calle que tenían delante.
Sin saber qué responder, hizo lo que le decían, con una parte de ella
furiosa por la grosería y otra intrigada por la causa. La mujer de la alta sociedad
no tuvo mucho tiempo para debatir su reacción antes de que Red reapareciera
en la entrada y le hiciera una señal para que saliera.
—¿Qué ha sido todo eso? —dijo molesta por haber sido apartada del
camino.
planeado fue detenida por una mirada de “no te atrevas” y en su lugar se contentó
con una sonrisa socarrona y un encogimiento de hombros.
—Ciertamente sabes cómo hacer pasar un buen rato a una chica, Red
Wolverton —murmuró, todavía quitándose las hojas muertas del pelo.
141
Las palabras resultaron ser más ciertas de lo que ella había previsto.
Mientras subían por el camino de entrada, la puerta de la casa se abrió y Jenkins
salió escopeta en mano y maldiciendo el aire azul. La investigadora se sobresaltó
cuando Evadne respondió a aquel saludo tan poco atractivo acercándose
tranquilamente al anciano como si la escopeta no existiera y, con una voz que la
ahora impresionada observadora juró que había subido varios peldaños sociales,
saludó cordialmente al viejo cascarrabias.
—Ah, usted debe de ser el señor Jenkins, me alegra saber que el señor
Franklin tiene a un hombre tan dedicado cuidando de su protección.
—Sí, desde que era un niño. Siempre ha estado con los Franklin, señora,
y pienso seguir así diga lo que diga otra gente.
—¿Otra gente?
—Los que dicen que no necesita tener a un vejestorio como yo por aquí,
que debería contratar protección adecuada, —miró acusadoramente a Red.
—Sí, está aquí, señora. Si quiere pasar, veré si está disponible, —y abrió
la puerta tras de sí y le indicó que podía entrar, sin apartar el arma de su objetivo,
que no estaba nada contenta con la posibilidad de que su inexperta secretaria
entrara sola en la casa. Como si sintiera la aprensión frustrada de su jefa, Evadne
se volvió en el umbral y sonrió a Jenkins.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Sí, pero...
Red rechinó los dientes, con la mandíbula crispada, pero por lo demás
guardó silencio, ya se vengaría de su prepotente empleada más tarde, decidió,
consciente de que Jenkins estaba observando cada uno de sus movimientos.
—Evadne Lannis.
»Me imagino el motivo de su visita —se disculpó—. Sin duda habrá oído
que había contratado al difunto señor Straker, pero cuando me enteré de que
Red estaba... —hizo una pausa, como si tratara de encontrar las palabras
adecuadas—, ¿digamos incapacitada? —La investigadora enarcó una ceja, pero
asintió con un pequeño movimiento de cabeza—. Bueno, tuve que encontrar a
otra persona que se encargara de la tarea.
Franklin asintió.
—Sí, claro que puedo. Lo siento, no fue, como estoy seguro de que puede
imaginar, una visión muy bonita.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Una vez más, la secretaria se volvió para mirar a su jefa, que seguía de
brazos cruzados apoyada en la jamba de la puerta, y de nuevo le devolvió la
mirada sin arrepentirse. Cuando Evadne se volvió para disculparse por la torpeza
de la investigadora, se sorprendió al ver que, en lugar de la expresión de asco
que esperaba, Franklin mostraba una expresión de perplejidad.
—Dígame dónde ocurrió, señor Franklin, tengo una idea bastante buena
de la disposición de los terrenos, creo que puedo encontrar el lugar sin que usted
tenga que ir allí de nuevo si no lo prefiere.
145
—Lo has hecho a propósito, ¿verdad? Pensaba que el pobre hombre iba
a enfermar por la forma en que lo has hecho.
—Te dije que este trabajo no siempre es divertido —respondió Red con
calma, y luego, al ver que su nueva secretaria seguía sin tranquilizarse, explicó—
: Tenía que averiguar lo que había visto, no quiero tener que tratar de obtener
ese tipo de detalles de la policía, tal y como están las cosas.
—Ya veo. —Todavía inquieta por la aparente insensibilidad, miró una vez
más a la mujer más alta que caminaba a su lado—. Sigo pensando que no
deberías haber sido tan brutal sobre cómo conseguir la información.
»No encontraré gran cosa aquí —murmuró molesta—, los malditos pies
planos han tenido su talla veinte por todas partes. —Arrodillándose, la
investigadora pasó una mano por la hierba aplastada que empezaba a reafirmar
su alineación natural, y miró el suelo que había debajo.
»Aquí era donde estaba su cabeza, o lo que quedaba de ella; aún hay
restos de sangre. —La investigadora amplió su búsqueda y, un rato después, sin
éxito, se sentó sobre sus talones—: Pero definitivamente no tanta como debería
haber. —Al levantar la vista hacia la mujer de la alta sociedad, se sorprendió al
verla pensativa, pero no aprensiva. Debe de tener el estómago más fuerte de lo
que pensaba, pensó Red, y preguntó en voz alta—: Evadne, ¿te molesta esto?
—¿Por qué?
Pronto se acercó a la parte más cercana del muro, la que también permitía
el acceso a la propiedad vecina. Si su teoría era correcta, también era por donde
habían traído el cadáver de Straker. Con la mirada fija en el muro, apareció una
leve línea entre las pálidas cejas, que pronto se convirtió en un ceño totalmente
fruncido y perplejo: había algo que no encajaba... y entonces cayó en la cuenta:
¡los ladrillos estaban fuera! Alguien debía de haber saltado el muro y tenía que
seguir aquí. Y quienquiera que fuese, debía de ser la fuente del ruido que había
oído. Retrocedió con cuidado, pero el repentino sonido de una rama al crujir la
hizo girar y coger el revólver que llevaba en la espalda. Cuando la mente de Red
registró los asustados ojos marrones que la miraban a través del cañón del
revólver, agarró rápidamente el brazo de la sorprendida mujer y la arrastró sin
contemplaciones hacia la maleza.
»¡Mierda, Evadne! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Casi te vuelo la puta
cabeza! —siseó furiosa, asustada por lo cerca que había estado de hacerlo.
Todavía con los ojos muy abiertos por la velocidad a la que la boca del
revólver había estado de repente en su cara, la mujer contestó temblorosamente: 148
—Lo siento, pero es que... —Ante la mirada de unos ojos furiosos que se
habían vuelto de un inquietante gris tormentoso, un color que no había visto
antes ni siquiera aquella noche en casa de los Van Volk, renunció a intentar
excusar lo que había hecho y en su lugar brotó su propia ira—. Bueno, si me
dejas atrás como a una niña sin dar explicaciones. —Antes de que pudiera
terminar, una mano le tapó la boca y la empujó bruscamente hacia la maleza.
Los ojos de Evadne, ya sobresaltados, se abrieron aún más cuando la
investigadora se colocó sobre ella, con la mano en la boca.
»¡Deja de hacer eso y escucha! —le fue susurrado con dureza al oído. Al
verse obligada a obedecer, oyó las voces, bajas pero claras, que parecían venir
en su dirección.
Las voces de los hombres se acercaron mientras las dos mujeres yacían
inmóviles como la muerte entre la maleza. Red podía sentir los latidos del
corazón de la secretaria y la tensión en el cuerpo que aún mantenía sujeto. Tan
cerca, se maldijo, ¿cómo he podido dejar que se acercaran tanto antes de oírlos?
Pero sabía la respuesta: había sido su ira contra Evadne; una ira motivada en
parte por su propia conmoción ante lo cerca que su inesperadamente sigilosa
secretaria había podido llegar hasta ella, pero sobre todo por lo cerca que había
estado de dispararle; una ira que había hecho que sus defensas, normalmente
infalibles, bajaran. Sus pensamientos de autocastigo se detuvieron cuando
empezó a distinguir palabras, y en su lugar se concentró en lo que decían los 149
hombres.
—El jefe te matará cuando se entere, ¿sabes? —La primera voz provenía
de lo que no podía estar a más de cinco metros de distancia. Parecía la voz de
un hombre mayor.
—No tiene por qué saberlo, ¿verdad? —dijo la otra voz, joven, asustada
y, la investigadora frunció el ceño entre la hojarasca, vagamente familiar.
—No se enterará por mí, Ed, pero si lo averigua de otra forma, vete a
tomar por culo, chaval.
Al sentir que Evadne se ponía rígida de miedo, Red agarró con más fuerza
la empuñadura de su revólver con una mano cada vez más sudorosa.
—No, chico, tenemos que irnos. Si alguien nos ve aquí, nos meteremos
en un buen lío. Si nosotros no la encontramos, es probable que nadie más lo
haga.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Red esperó a que los hombres estuvieran fuera del alcance de sus oídos
antes de soltar a la mujer. Rodando sobre su espalda, dejó escapar un suspiro
de alivio, agradecida por no haber acabado en una pelea con una mujer
indefensa presente. Tendría que conseguir un arma y aprender a usarla si quiere
hacer este tipo de cosas. Mirando pensativamente al cielo, pensó en cómo, al
levantar al joven, había visto su cara, una cara que había visto por última vez
frunciéndole el ceño por encima del hombro mientras su cariñoso padre lo
sacaba a empujones del gimnasio de Mickey. ¿Significaba esto que Garrison
estaba implicado y, si lo estaba, qué demonios iba a hacer ella al respecto?
Sabía perfectamente que no todas las actividades de los camioneros eran
legales y que no les disgustaba eliminar permanentemente a la oposición, pero 150
cuanto más pensaba en ello, más le parecía que el asunto de los gólems no
encajaba en su modus operandi habitual.
—Date la vuelta.
—¿Qué? —preguntó Evadne con una voz teñida de aprensión ante lo que
la imprevisible mujer más joven planeaba hacer ahora.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Gracias —balbuceó.
¿Cómo habían acabado discutiendo otra vez? Red cerró los ojos y se
pellizcó el puente de la nariz. Frustrada, trató de ordenar sus pensamientos
mientras la otra mujer se paseaba enfadada por el despacho. ¿Realmente
merece la pena el agravante de que se cuestionen todas y cada una de mis
malditas decisiones? Nunca había tenido que justificarse así cuando trabajaba
sola.
con tu secretaria ahora, eso es demasiado tópico, mientras pisoteaba sin piedad
su libido confusa y amotinada.
—Sí, claro que sí, —le devolvió la sonrisa pícara la investigadora, aliviada
en silencio de que su lucha interna con los pensamientos revoltosos, ahora
dominados, no hubieran pasado desapercibidos.
Con una sonrisa desarmante en los labios, Red se inclinó también hacia
delante hasta que las dos estuvieron casi nariz con nariz:
—¿Quieres saber por qué creo que no hay que decírselo a Franklin? —
preguntó resignada.
Sin mencionar que era una cortesía que pocas secretarias tenían, su
empleadora levantó una mano y empezó a contar las razones con la otra.
—Uno, dudo sinceramente que algún lugar de esta ciudad sea seguro
para él —continuó antes de que pudiera argumentar.
Red suscribió firmemente, algo que cada vez hacía más en presencia de
su nueva secretaria, y luego aceptó encogiéndose de hombros, pero no sin una
última advertencia.
—Sin embargo, —Red no pudo evitar una pequeña sonrisa ante la mirada
que provocaron sus palabras—, quiero echar un vistazo a su almacén.
—Sí. ¿Por qué? ¿Te asusta la oscuridad? —Red refrenó sus ganas de
bromear y explicó sus razones—: Quiero echar un vistazo sin interferencias
oficiales. Pídele una llave a Franklin si te preocupa que hagamos algo ilegal.
157
Red estaba encorvada en la puerta del almacén cuando vio la figura de
Evadne, reconocible al instante, que se dirigía hacia ella. Se distrajo
momentáneamente con el movimiento de caderas de la mujer mayor, y tardó un
momento en darse cuenta de la aprensión con que Evadne miraba a su
alrededor. Sintiéndose culpable por no haberse dado cuenta de que la mujer de
la alta sociedad se sentiría incómoda en los muelles a esas horas de la noche,
Red salió a su encuentro.
—¿Estás bien?
—No debería haberte dejado llegar hasta aquí por tu cuenta. Los muelles
no son un buen lugar para una mujer sola.
cuidarme sola. De todos modos, —enarcó una ceja mirando a la joven—, estás
aquí sola, ¿no?
—Sí, —Red esbozó una sonrisa que Evadne sólo podía calificar de
seductora—, pero la mayoría de los malvivientes de por aquí saben que deben
mantenerse alejados de mis garras.
cuando has vuelto a ver a Franklin. Importa mercancía de alta calidad y luego la
envía por todo el estado, a veces incluso más lejos.
—¿Así que sería un buen objetivo para alguien que se hiciera cargo del
negocio?
Red asintió:
—Y alguien está usando esta idea del gólem para asustarlo y que venda.
—Oye, nunca he dicho que pensara que fuera un gólem, sólo que él lo
creía y que no había que descartar de plano esa posibilidad...
»¿Red? —Se apresuró a girar el haz de luz hacia la cara del cuerpo en el
suelo y jadeó automáticamente—. ¡Dios mío!
»¿Qué le ha pasado?
—¿Qué? —Red miró con el ceño fruncido a la mujer y luego esbozó una
breve sonrisa de disculpa—: Sí, claro, va a costar acostumbrarse a esto de tener
una ayudante. —Hizo un gesto a Evadne para que se acercara y continuó—: He
visto movimiento por la ventana. —Hizo una mueca—: Pero aquí no hay señales
evidentes. —Mientras Red seguía escudriñando el suelo, Evadne miró a su
alrededor. Al ver otro edificio no muy lejos, se movió un poco en esa dirección y
la linterna detectó una pequeña puerta. Se acercó y probó el picaporte,
sorprendida al ver que estaba abierta.
—¿Red?
—Sí. —Red pasó la linterna por la puerta y las paredes circundantes sin
ver ninguna señal o indicio de lo que era el edificio. Girándola sobre su pensativa
secretaria, esbozó una pequeña sonrisa malévola—: ¿Vamos a echar un
vistazo?
—Eso no es...
161
—¿Ilegal? Demonios, sí. —Abriendo la puerta de un empujón, Red no
pudo evitar sonreír ante las quejas murmuradas, pero se alegró de que la mujer
de la alta sociedad la siguiera.
—Apaga la luz. —Hubo una pausa, luego un clic y sólo quedó su luz. Bajó
la lente roja de su linterna. En la luz más sutil que proporcionaba, esperó a que
sus ojos se adaptaran—. Mantente cerca.
—¿Cómo que ha vuelto al caso? —La voz llegó desde el otro extremo,
acompañada del sonido de una puerta al cerrarse. Entonces se oyó un clic y
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—La vi en casa de Franklin con otra mujer. —Esta era la voz de Ed, estaba
segura, y la otra sonaba como si pudiera ser el hombre mayor que había visto
trepando por el muro.
—Y tú...
le mostró que los dos hombres aún no la habían visto. No quiso usar su arma
para romper la cerradura, ya que quería que los hombres la persiguieran, no que
se quedaran en tierra. Al menos parecía ser una cerradura normal y no un
candado. Con un gruñido de descontento por los moratones que estaba a punto
de hacerse, se echó la puerta al hombro y sintió que la cerradura cedía, pero no
se rompía. Los gritos indicaban que el ruido había llamado la atención de los
hombres. Red sintió que la adrenalina empezaba a fluir y se lanzó de nuevo
contra la puerta. La puerta se abrió de golpe y ella cayó a través de ella, cayendo
sobre manos y rodillas. Se puso en pie, le agarraron el abrigo y la arrastraron de
nuevo a través de la puerta.
—Ya te tengo, Wolverton —se burló Ed—. Ahora veremos quién ríe el
último.
Red dio una fuerte patada hacia atrás, un gruñido de dolor mostró que
había hecho contacto con uno de los hombres. Se retorció en el agarre, se
despojó del abrigo y se giró para asestar un salvaje golpe circular cuando la furia
estalló de repente.
—Por el amor de Dios, lárgate de aquí —le gritó furiosa a la mujer mayor,
al ver su sobresalto. Cuando Ed se giró para ver a quién gritaba, Red lanzó un
feroz izquierdazo cruzado poniendo toda su rabia en el golpe.
Desgraciadamente, la momentánea distracción también le había dado al hombre
mayor una abertura y cuando su puño entró en contacto con la mandíbula de Ed,
otro aterrizó con fuerza en sus entrañas.
Poniéndose de pie de nuevo, Red gritó una vez más con el poco aliento
que le quedaba para que Evadne corriera, y luego, ignorando el dolor de su puño
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
y estómago, lanzó una patada al ahora de pie Ed haciendo contacto justo por
encima de su rodilla. Mientras él chillaba, tambaleándose fuera de su alcance,
otra mirada mostró que Evadne finalmente se había ido. Luchando contra el
impulso cada vez más fuerte de quedarse y luchar, Red se dio la vuelta y echó
a correr, atravesando el patio exterior y saliendo por las puertas. Giró
bruscamente a la derecha, alejándose del almacén de Franklin, y se dirigió hacia
los muelles poco iluminados, mientras las voces a sus espaldas le indicaban que
la persecución seguía en marcha.
“¿Sí, mi Señor?”
“Tengo una tarea para ti, hija mía. Quiero saber lo que sabe esta
Wolverton, tráemela”.
Evadne volvió a mirar el reloj. Hacía casi media hora que había llegado al
almacén y cada vez estaba más preocupada por Red. La policía y Franklin
habían llegado y se estaban ocupando del desafortunado vigilante. Sin embargo,
no había dicho nada de lo que había ocurrido en el almacén cercano, ya que
creía que la policía no vería con buenos ojos la intrusión. Seguía sintiéndose
culpable por haber abandonado a la investigadora, a pesar de que eso era lo que
le habían ordenado que hiciera. Tras una última discusión consigo misma,
decidió ver si podía encontrar a la joven. Agarrando la pesada linterna, su única
arma, salió cautelosamente del almacén y empezó a moverse lentamente en la
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
dirección en la que creía que había huido la investigadora. No había ido muy
lejos cuando un chapoteo procedente de la bahía llamó su atención. Se acercó
al borde del muelle y se asomó al agua oscura. Una voz familiar, aunque
apagada, que maldecía el aire azul llamó su atención y susurró en la penumbra.
—Hay una escalera a tu izquierda —le dijo a la figura que nadaba. Al oír
el gruñido de agradecimiento, se dirigió hacia la escalera e iluminó el camino
mientras la figura empapada salía del agua y subía al entarimado de madera del
muelle.
—Sí, bueno —dijo Red con una mueca irónica—, eran más persistentes
de lo que pensaba, así que me deslicé desde un muelle hasta el agua. Cuando
se rindieron, volví hasta aquí.
—Tienes que quitarte esa ropa mojada, Red, antes de que te mueras.
166
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
28 de septiembre – Allanamiento de
morada
—Llegar hasta la casa debería ser bastante fácil, hay mucha cobertura.
Lo difícil será entrar —explicó a su pequeña audiencia—, todas las
contraventanas a nivel del suelo son metálicas y se pueden cerrar con llave,
como las de Franklin, y la puerta trasera tiene una cerradura formidable, no sé si
podré forzarla.
—Lo siento, —se estremeció ante el enfado en la voz de Red, inquieta por
la reaparición del gris tormentoso en sus ojos—, no estaba segura de que fuera
tan importante y entonces nuestra... discusión sobre el señor Franklin lo dejó
limpio... fuera...
¿Es tan difícil pedir perdón? Evadne negó con la cabeza, exasperada,
mientras miraba la nuca de la pelirroja, una vez más inclinada sobre el mapa.
Luego se reunió con la investigadora para ultimar los detalles del delito de esta
noche.
—Trabajé para ella cuando estuvo en Boston hace unos años, una mujer
increíble, aunque tuviera más de sesenta años —confirmó Red, con una sonrisa
170
socarrona en los labios mientras se burlaba suavemente de su a veces
sorprendentemente crédula secretaria.
—¿No lo hiciste?
8Annie Oakley: fue una famosa tiradora que participó durante diecisiete años en el espectáculo de Buffalo
Bill.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Evadne puso los ojos en blanco, contenta de ver que la joven parecía
haber superado al menos el asunto de Katherine.
171
Una figura sombría, con sombrero de fieltro, se asomó por encima del
muro hacia la maleza. Luego, cuando todo parecía despejado, subió los últimos
peldaños de la escalera y se colocó a horcajadas sobre el muro, mientras una
segunda figura la seguía. Pronto las dos mujeres se encontraron frente a frente,
con la escalera entre ellas. Con un movimiento de cabeza de Red, la escalera
fue subida y bajada por el otro lado, y Evadne descendió rápidamente y se
mezcló en la oscuridad de los arbustos.
—¿Quizá son esos los que te hacen sentir así? —Evadne señaló la
esquina donde se unían los muros: en la superficie de cada uno había pintados
unos símbolos de aspecto extraño apenas visibles a la luz de la luna—. Me
parecen vagamente oculares —concluyó.
Red frunció el ceño ante los símbolos: Evadne tenía razón, parecían ojos
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y además le daban escalofríos.
hizo una seña a Evadne para que la siguiera y, desenfundando su revólver, abrió
lentamente la puerta.
Al asomarse por el hueco, vio que el pasillo estaba vacío. Sin embargo, la
sensación de estar siendo observada era cada vez más fuerte y cada vez le daba
más mala espina todo aquello. Incapaz de encontrar una razón para su inquietud,
hizo caso omiso de sus instintos y se deslizó hacia el interior, haciendo una señal
a la mujer para que esperara junto a la puerta. Evadne había insistido en que
debía entrar en la casa por si la investigadora necesitaba ayuda, pero Red, más
experimentada, había insistido en que era más importante que la mujer mayor
protegiera la salida y pudiera salir en busca de ayuda en caso necesario.
Aunque, si Red era del todo sincera, la razón principal para que Evadne se
quedara atrás era asegurarse de que tenía la mejor oportunidad de escapar si
las cosas iban mal; la mujer, ya de por sí cargada de culpa, no quería otra muerte
en su ya maltrecha conciencia.
puñetazo hacia donde creía que estaba la cabeza de su otro captor. Sin darse
cuenta del dolor que sintió en la mano al chocar con lo que sintió
satisfactoriamente como la nariz de alguien, liberó también el brazo derecho.
—Ah, ah, Wolverton, ya basta, por favor, deja en paz a este pobre
caballero. —Luego, como para asegurarse de que sabía exactamente lo que
acababan de colocarle contra el cuello, añadió—: A menos, claro, que quieras
que ventile tu cuello. —Mientras bajaba lentamente el puño levantado, la voz
continuó—: Muy sensata. Ahora date la vuelta, muy, muy, despacio.
La investigadora oyó ahora, más que vio, al hombre al que había dado
cuerda levantarse del suelo y acercarse por detrás. El otro hombre, el más viejo
del almacén, aparecía justo a su derecha, sujetándose la nariz, que sangraba
rápidamente, y maldiciendo en voz baja. Suponiendo que el hombre que estaba
detrás de ella querría cubrirse las espaldas, sobre todo si se trataba de Ed, tensó
el cuerpo ante el inminente ataque. Evidentemente, el hombre que tenía delante
no compartía sus expectativas y sus ojos, de un color extraño, parpadearon
alarmados justo cuando el puñetazo aterrizó en su riñón y el dolor la hizo caer
de rodillas con un gemido.
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Evadne se había quedado aturdida e inactiva cuando se encendieron las
luces de la habitación en el momento en que entró la investigadora. Sin embargo,
al oír los ruidos de una refriega, instintivamente empezó a avanzar. Entonces,
las instrucciones de su jefa resonaron en su mente. “Si pasa algo, sal, y sal
rápido. Serás más útil libre que atrapada conmigo”. En ese momento, la mujer
de la alta sociedad se había alejado lo suficiente por el pasillo como para oír el
sonido de voces procedentes de la habitación y decidió, a pesar de las
insistentes palabras, que intentaría averiguar qué ocurría antes de emprender la
huida. Un gemido de dolor estuvo a punto de hacerla faltar a su palabra de
marcharse, luego había oído las palabras burlonas sobre Janet y el rugido de
angustia seguido del sonido de más lucha y, lo que era más importante, el sonido
de más voces. Al darse cuenta de que casi con toda seguridad había demasiados
en la habitación como para que pudiera hacer algo útil, se retiró con cuidado
fuera de la casa y se adentró en la maleza circundante.
“Tanta rabia, tanta violencia”, continuó la voz, “¿por qué sigues ayudando
a una sociedad que te desprecia tanto?”
“¿Por qué no te unes a nosotros? Lucha contra los que odian y temen a
los que no son como ellos”.
Red se calmó.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
“Una mujer tan joven”, Red casi podía sentir el regodeo en la voz mental.
“Y dejaste que la mataran. Le fallaste como le has fallado a Franklin, como le
fallas a todo el mundo”.
—¡Fuera, fuera! —Los gritos eran casi incoherentes ahora, la lucha por
escapar de sus ataduras tan violenta que la silla se volcó de lado. Incapaz de
frenar la caída, su cabeza golpeó el suelo de madera desnuda con un sonoro
177
crujido. Un dolor que no tenía nada que ver con el golpe en la cabeza volvió a
estallar, mientras las carcajadas resonaban en su cráneo. Incapaz de hacer
nada, sintió lágrimas de rabia y pena que se mezclaban con las de dolor—.
Fuera, fuera —continuó canturreando como si sus palabras pudieran mantener
a raya el dolor. Mientras yacía allí, con el fuego ardiendo en su cabeza, un par
de zapatos aparecieron ante su dolorosa vista y fue levantada.
—Déjala en paz, Elsa —le dijo una voz ceceante de ojos blancos. El dolor
empezó a remitir un poco cuando sintió que le revisaban las cuerdas—. Si sigue
así, se le van a poner las muñecas rojas, ¿y cómo va a encajar eso con la teoría
del suicidio? Te vas a agotar si sigues haciéndole daño así y si le fríes el cerebro,
¿cómo va a poder el amo interrogarla?
Red respiraba con dificultad, luchando contra las ganas de vomitar que le
había provocado el insoportable dolor mientras los últimos restos se retiraban de
su cabeza. Cuando su mente se aclaró, sintió un hilillo de calor que le corría por
un lado de la cara. Ojos blancos se colocó frente a ella y le cogió la cara con las
manos. Le quitó el siempre errante mechón y le palpó la zona dolorida del
costado de la cabeza.
29 de septiembre – El final
Tras un par de intentos cada vez más frustrados, la llave encajó y giró.
Afortunadamente, el motor arrancó al primer intento y exhaló una pequeña
plegaria de agradecimiento por todo el tiempo que James pasó jugueteando con
él antes de que, con las ruedas patinando sobre la grava, se dirigiera hacia la
entrada de Franklin. Para su inmenso alivio, llegó a la calle justo a tiempo de ver
cómo el otro vehículo desaparecía al doblar la esquina y corrió tras él.
Al cabo de unos instantes, salió del coche y cogió del maletero un abrigo 180
de gran tamaño de conducción, ya que necesitaba tanto el calor adicional como
la funda para la pistola que aún llevaba atada a la cintura. Tras pensárselo un
momento, también sacó la vieja gorra de visera que había sido de James y se la
puso, recogiéndose el pelo, ahora despeinado, lo mejor que pudo. Aunque la
secretaria no se hacía ilusiones de que funcionara de cerca, esperaba que la
ropa extra la disimulara lo suficiente como para recorrer la corta distancia sin ser
descubierta por ninguno de los indeseables que solían merodear por los muelles.
Con la esperanza de que el Ford siguiera aquí cuando regresara, Evadne,
nerviosa pero extrañamente emocionada, se dirigió hacia la pequeña puerta que
habían utilizado la noche anterior. Sin embargo, una suave presión demostró que
estaba cerrada. Al cabo de un momento se volvió en dirección a la puerta
principal, aún sin saber exactamente qué iba a hacer cuando llegara allí, pero
decidida a ayudar a Red a escapar del destino que sus captores habían planeado
para ella.
ceño y vio cómo doblaba la esquina y pasaba por donde estaba aparcado su
coche. ¿No era ese? No, no podía ser, estaba a medio continente de distancia.
Se encogió de hombros y se concentró en lo que tenía entre manos.
Rápidamente, analizó lo que el breve vistazo le había mostrado: el vehículo que
había seguido estaba perfectamente aparcado delante de un gran conjunto de
puertas dobles, en una de las cuales se encontraba la puerta secundaria, más
pequeña. La rápida exploración tampoco había revelado ninguna otra puerta y
sólo un par de ventanas, en lo alto de una de las paredes laterales. Sintiéndose
más segura de lo que iba a hacer, Evadne regresó a la entrada. Tras echar un
rápido vistazo a su alrededor para comprobar que nadie la observaba, se asomó
con cuidado alrededor de la puerta de entrada. Con todo despejado, se deslizó
por el patio y, pegada a la pared, se dirigió hacia la pequeña puerta.
—Aun así, estaré muerta, ¿no? No tengo mucho que perder —fue la
respuesta desafiante.
Evadne se acercó hasta que pudo ver lo que ocurría en la oficina. Red,
con los ojos desorbitados, estaba de espaldas contra la pared del fondo, con la
mirada salvaje que empezaba a reconocer en su rostro. Un rastro de sangre
fresca corría por su mejilla y las manos aún atadas rodeaban el cuello de la
pequeña mujer de la capa con capucha. La mujer mayor no pudo evitar una
mueca de compasión al ver cómo la figura menuda tenía ambas manos sobre la
cuerda que le cruzaba la garganta, el miedo y el dolor en su rostro mientras la
sujetaban como un escudo frente al cuerpo de la investigadora.
»Mientras que tú... —una sonrisa cruel apareció mientras Red tiraba
salvajemente de sus brazos hacia atrás y hacia arriba para que su cautiva se
ahogara e intentara levantarse de la extrema punta de los pies en la que ya
estaba— ... sí que tienes algo que perder.
—¿Y bien? —volvió a sonar la tranquila voz del hombre—. Parece que
hemos llegado a un punto muerto, mi querida Wolverton.
»Seguro que no crees que estos asquerosos te van a dejar vivir después
de todo esto, ¿verdad? —preguntó con fingido asombro.
—Ah, ah, travieso, travieso, Eddie —le riñó, la adrenalina le daba una
sensación de poder que nunca había imaginado que fuera posible, y le hizo un
gesto para que retrocediera. Al llegar a la mesa, soltó la automática con la mano
izquierda y cogió el cuchillo antes de recorrer la corta distancia que la separaba
de Red, con la chica aún, cruelmente en alto. Tan rápido como pudo, sin dañar
más las muñecas de Red y sin perder de vista a los dos hombres, cortó la cuerda.
Cuando los hilos cortados cayeron, Evadne se sorprendió cuando, tras empujar
bruscamente a la chica hacia un lado, Red recogió algo del suelo antes de coger
su revólver y su sombrero de fieltro de la mesa.
—Red, ¿qué te pasa? Deja a la pobre chica en paz, no puede ser tan
peligrosa.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Ah, ¿no? —gruñó sin dejar de mirar a la chica con odio en la cara—. No
sabes ni la mitad. Esta es la peor de todos, siempre en mi cabeza,
molestándome, haciéndome daño... como un niño con una araña, arrancándole
las patas.
Una vez que sacaron a sus dos cautivos de la oficina y los llevaron al
espacio abierto del almacén, Red miró a Evadne.
»¡No! —La voz de Red se llenó de miedo al ver el peine, luego gimió y
volvió a caer al suelo, con los ojos cerrados y las manos ensangrentadas
sujetándose la cabeza por el dolor. Las manos desesperadas quitaron el
sombrero, cada vez más deteriorado, que cayó al suelo junto a ella.
—¿La tengo? —preguntó incrédulo Edgar, con voz casi risueña—. ¡La
tengo! —Ahora estaba triunfante—. Y ahora acabo con ella —afirmó
rotundamente, levantando el revólver hasta apuntar al rostro atormentado por el
dolor de su presa, aparentemente ajeno a los demás presentes.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Evadne sintió que Red se movía y se tensaba. Miró hacia el rostro, que
antes estaba dolorido, y vio que los ojos verdeazulados se abrían y cambiaban
rápidamente a un gris tormentoso. Un destello de aquella sonrisa salvaje y luego
187
todo se convirtió en un borrón de cuerpos y ruido.
»Ya te tengo, Wolverton —se rio—. Veo que te has dado cuenta de que a
tu amiguita no se le da muy bien sujetar el arma.
No puedes seguir así mucho más tiempo, pequeña seductora. Aliviada por
no haber sido fusilada sin más, era sin embargo demasiado consciente del calor
cada vez más sofocante en su bota izquierda: Pronto no le voy a servir de nada
a nadie. Otra mirada furtiva en dirección a Evadne le indicó que ya estaba cerca.
Sólo hay que evitar que se dé la vuelta.
Con la mirada fija en la pareja que seguía luchando, vio que Red parecía
tener ventaja. La rabiosa investigadora estaba ahora a horcajadas sobre su
oponente, empujando lentamente el cuchillo de su mano izquierda hacia los
furiosos ojos blancos, a pesar de los intentos de detener su descenso. Se estaba
preguntando qué había pasado con su propia pistola cuando vio horrorizada
cómo un agujero se abría paso por la espalda del chaleco negro, acompañado
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
»¡NO! —La mujer de la alta sociedad oyó su propio grito como desde lejos,
aturdida y horrorizada por lo que acababa de ver.
“¡PARA!”
El dolor que fluía por su cerebro era insoportable. Se arrodilló y dejó caer
el revólver al suelo. Se inclinó hacia delante hasta apoyar la frente en el áspero
suelo de madera y se rodeó la cabeza con los brazos, en un vano intento de
ahuyentar el dolor. Sólo unos segundos después, aunque pareció mucho más
tiempo, el dolor desapareció y Evadne levantó la vista borrosamente para ver
unos ojos blancos que le sonreían cruelmente, con el revólver en una mano y la
pistola automática en la otra.
190
—¿Qué ha pasado? —murmuró.
¿Red? ¡Dios mío! Sin pensar en el hombre armado, Evadne se acercó con
las manos y las rodillas al lugar donde yacía la investigadora privada. Contempló
atónita la camisa manchada de sangre y, respirando entrecortadamente, se
apresuró a apartar la tela para ver la herida que había debajo.
Evadne hizo una mueca de culpabilidad por el dolor adicional que había
causado inadvertidamente con sus prisas. Con más cuidado, retiró el resto de la
camisa y descubrió la herida de bala. Con una oleada de náuseas, vio el pequeño
y espantoso agujero que rezumaba justo encima de la cintura manchada de
sangre.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
La joven parpadeó y volvió la cara para no dejar que la mujer mayor viera
el miedo en sus ojos. ¿Disparo en la tripa? ¡Mierda! Una oleada de dolor la
recorrió y agarró con más fuerza la mano de Evadne, como si eso fuera a impedir
que se desvaneciera, hasta que el dolor remitió un poco. Me estoy muriendo, se
dio cuenta con una extraña mezcla de alivio y temor, al menos todo habrá
terminado.
que se le pasara o que acabara con ella. Con los ojos fuertemente cerrados, fue
vagamente consciente de la voz tranquila y tranquilizadora de la mujer de la alta
sociedad y de una mano cálida y reconfortante contra el costado de su cara.
Concentrándose en la voz y el tacto, el dolor acabó por remitir hasta un nivel más
soportable. Abrió los ojos, borrosos por las lágrimas no derramadas, y miró unos
ojos marrones, tristes y temerosos, que seguían sintiendo la caricia
tranquilizadora de un pulgar contra la mejilla. Obstinada e incapaz de resistirse
a la oportunidad, esbozó una sonrisa débilmente pícara:
—¿Nunca paras?
9 Primigenios: Los Primigenios, cuyo nombre significa “Gran Antiguo” en español, son un tipo de deidad
integrada en los Mitos de Cthulhu, basados en los relatos de H.P. Lovecraft.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Si esta es tu idea de hacer pasar un buen rato a una chica, Red
Wolverton, definitivamente necesita algunas mejoras —bromeó débilmente.
—Le pido disculpas, Señor, ha sido ese ser miserable. —Evadne levantó
la vista para ver tanto a ojos blancos como a la muchacha de rodillas ante la
presencia que se cernía sobre ella—. Ha sido debidamente castigada.
La criatura asintió una vez y luego su mirada roja y brillante se volvió hacia
donde la mujer de la alta sociedad seguía arrodillada junto al cuerpo ahora
inconsciente de su empleadora.
—¿Y estas?
“Un simple insecto”. Evadne pensó que era un eco, luego vio a la chica
sonriéndole cruelmente y entonces las palabras volvieron. “Nuestro Señor te
aplastará como aplasta a todos en este mundo lamentable”. La piel de la
secretaria se erizó ante la invasión de su mente, reconociendo ahora la verdad
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
de las palabras de Red: el hombre podía ser frío y despiadado, pero esta chica
era pura maldad a pesar de toda su aparente inocencia.
La criatura miró a la chica, que le tendía el brazo herido con una mirada
suplicante. Ladeó la cabeza. Igual que un perro que escucha, pensó la secretaria
con un extraño e inconexo distanciamiento.
La criatura las miró durante lo que parecieron horas, pero Evadne se dio
cuenta de que probablemente sólo habían sido minutos, y luego se acercó dos
pasos hasta que estuvo a pocos metros de ella y de la investigadora moribunda.
suyo—. Sin embargo, una vez que reciba la joya renaceré de nuevo y mi poder
será como nadie ha visto jamás.
—En efecto, pequeño insecto, satisfará las leyes. —La voz rodó sobre
Evadne—. Audaz y valiente, inteligente e intrépida —entonó—. Los simios sois
criaturas sorprendentes.
Evadne sintió un extraño cosquilleo que la envolvía y una luz que crecía y
crecía en intensidad. Oyó vagamente a unos ojos blancos que decían:
»Vamos, no puedo respirar bien contigo encima. —Esta vez la voz vino
acompañada de una ligera presión sobre su hombro y una suave sacudida.
Los ojos de Evadne se abrieron lentamente, sin estar segura de lo que iba
a ver; sólo para descubrir que estaba exactamente donde había estado antes,
con la cabeza apoyada en el pecho de su amiga muerta. Sus ojos se abrieron de
par en par: un pecho que podía sentir subir y bajar suavemente. Se levantó
bruscamente del cuerpo de Red y miró con asombro e incredulidad los ojos azul
verdoso, muy vivos, que la miraban fijamente.
—Sí, muerta y bien muerta —confirmó la mujer más joven, con una
sonrisa un poco maníaca, pensó la desconcertada secretaria, ahora preocupada
por la cordura de ambas.
La mujer más mayor volvió la vista al rostro aún pálido y frunció las cejas,
confusa.
—No eres la única —resopló Red, y luego continuó con voz pensativa—.
Podía oírte, sabes, cuando estaba allí tumbada. Te oía hablar con él. —Cerró los
ojos con fuerza, se detuvo un momento antes de abrirlos de nuevo para mirar
fijamente a los reconfortantes ojos marrones y luego continuó, con la voz tensa—
. Entonces sentí que me moría. Primero la respiración, luego se me paró el
corazón y vuestras voces empezaron a alejarse cada vez más. —Se estremeció
al recordarlo y se detuvo una vez más. Evadne esperó en silencio,
preguntándose por qué la mujer, habitualmente taciturna, le estaba contando
esta horrible experiencia. Con un suspiro, retomó el relato—. Entonces sentí que
me inundaba el calor, que me calentaba cada vez más hasta que creí que me
quemaba. —De nuevo una pausa mientras tomaba aire—. Luego hubo una
sacudida de dolor, como cuando esos cabrones del san me dieron la descarga,
pero mucho, mucho peor, y volví a respirar con el corazón a cien por hora, como
si hubiera terminado la pelea de mi vida. —La investigadora guardó silencio,
inexplicablemente inquieta por lo que sucedió a continuación. 198
—Mi Señor —dijo ojos blancos vacilante—, ¿por qué gastar su energía en
alguien como ella?
—¿Por qué? —Red se hizo eco de la pregunta con una voz que apenas
superaba el susurro—, ¿y cómo, joder?
—Te he dado una parte de mi esencia, así es cómo. ¿Y por qué? —sus
ojos rojos y brillantes parecían clavarse en ella y ver hasta su alma, si es que
creía que tenía una—. Ella tiene una mente poderosa y un intelecto
impresionante; tú tienes rabia y fuerza. Ella será una herramienta excelente; tú,
un arma valiosa. Juntos serán una combinación formidable. —Hubo una pausa,
mientras la criatura parecía estar reuniendo la energía necesaria para
continuar—. Y ahora también puedo ver que eres Elegida, eso en sí mismo hace
que valga la pena salvarte. —Un breve ladrido que debió de ser una carcajada—
. Eso molestará de verdad a los Primigenios, pero se han vuelto débiles y no
podrán evitarlo. En cuanto a los arrogantes simios que infestan este mundo...
aquellos que no pueda utilizar serán destruidos, el resto trabajarán como
esclavos, sólo unos pocos honrados serán mis siervos y todos me servirán fiel y
gustosamente. —Volvió a centrarse en la investigadora, tirando de ella, atándola,
utilizando la parte de ella que había sido sacrificada para forzar la aceptación—.
Instruirás al simio Franklin para que venda. 199
—¡Y una mierda que lo haré! —gruñó Red, su creciente rabia dándole la
fuerza para resistir la atracción de esos ojos.
»Vienen otros.
—¡Muchos otros!
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Al repasar el recuerdo una vez más, se sintió aún más insegura sobre si
continuar con su historia. Las palabras de la criatura le preocupaban más de lo
que le importaba admitir: ¿qué demonios significaba eso de darle parte de su
“esencia” y cuál sería la reacción de la mujer de la alta sociedad, y qué era eso
de ser elegidas, y los primigenios fueran lo que demonios fueran? Tengo que
averiguar qué significa, si es que significa algo, antes de contarle esa pequeña
historia.
Red esbozó una pequeña sonrisa ante el gesto afectuoso y continuó con
el resto de la historia.
Por primera vez, la mujer de la alta sociedad se fijó en las figuras sombrías
que les acompañaban en el almacén, todas ellas portando una escopeta o una
metralleta. 200
»Estaba débil como un gatito, y aún lo estoy —murmuró la investigadora
con frustración—. Lo único que podía hacer era tumbarme y observar la
diversión. Esos tipos llegaron como la maldita caballería, armados hasta los
dientes y muy nerviosos. Ojos blancos apenas tuvo oportunidad de parecer
sorprendido antes de que le dispararan.
»Han hecho falta todos ellos para derribar al grandullón, por débil que
estuviera. Han debido de meterle una tonelada de plomo antes de que cayera, y
no antes de que llegara al viejo Blue.
Evadne vio el cuerpo así identificado como “Blue” tal y como se había
mencionado, tendido de espaldas, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
La mujer más mayor tragó saliva, sintiendo que las náuseas volvían a
aumentar a medida que las últimas veinticuatro horas de estrés, tanto físico como
emocional, empezaban a presionarla.
—No sé por qué piensas eso, eres tan plana como una tabla de planchar
y tan cómoda.
—Te haré saber que a algunas personas les gustan mis tetas tal como
son.
—¡Maldita sea!
—No ha sido ningún problema. Hacía tiempo que le echaba el ojo a este
sitio. Sabía que pasaba algo, pero no sabía qué, así que cuando apareció el
chico, aproveché la oportunidad para averiguarlo. Por suerte para ti, él sabía
dónde estaba y había bastantes tipos a tiro de grito. —Esbozó una sonrisa
irónica—: En fin, parece que te debo una en nombre de Ed, así que creo que
podemos darlo por terminado. 203
—Parece que aún le debo una a alguien, —señaló con la cabeza hacia
donde sacaban del almacén al rescatador muerto—. Blue no tenía familia,
¿verdad?
Al llegar al coche de Evadne, hubo una breve discusión sobre quién iba a
conducir antes de que Evadne se acercara a la puerta del conductor. A pesar de
lo que Red pudiera afirmar, era evidente que no estaba en condiciones de 204
conducir, incluso sin tener en cuenta el hecho de que James nunca perdonaría
a su jefa que volviera a dejar a la investigadora al volante de su querida Bessie.
Al llegar al otro lado, percibió un repentino parpadeo de movimiento antes de que
algo le golpeara en un lado de la cabeza y le estallaran estrellas en el cerebro.
Evadne intentó sujetar a la chica, pero ésta luchó como una fiera,
arañando y retorciéndose. Al final, consiguió arrancarle el peine de la mano y
estuvo a punto de controlarla cuando mordió con fuerza el brazo de la mujer.
Aunque protegida por su ropa, el impacto de la acción hizo que la mujer más
mayor la soltara y su oponente se levantara y se alejara. Con un pequeño
gemido, pero decidida a no dejar escapar a la chica, Evadne se levantó y la
siguió. Era evidente que la chica estaba sufriendo, tropezaba un poco mientras
corría y Evadne la alcanzaba rápidamente.
—Tenemos que ayudarla. —Se acercó al borde del muelle y miró hacia el
agua oscura y sucia, pero no vio ni rastro de la chica—. Tengo que ayudarla —
repitió.
—¿Por qué? —preguntó Red, con voz dura—. Para que la pequeña zorra
vuelva a freírme el cerebro.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Lo sé, —Red apoyó una mano en el brazo de la mujer más mayor,
percibiendo su auténtica angustia, aunque no compartiéndola—. Has hecho más
de lo que habría hecho. Lo has intentado, eso es lo que importa.
Evadne asintió, pero mantuvo los ojos bajos. Para su gran sorpresa, Red
se acercó a ella, ofreciéndole apoyo físico. La mujer de la alta sociedad apoyó la
cabeza en el hombro de la mujer más alta y le rodeó la cintura con los brazos.
Por segunda vez en menos de una hora, Red respondió. Con la mirada fija en el
agua oscura, la sostuvo mientras Evadne luchaba con emociones
contradictorias: rabia por lo que la chica había intentado hacer, tristeza por la
vida perdida.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Tras un baño muy necesario y ropa limpia, las dos mujeres se habían
acercado a los cómodos sillones y al cálido fuego del salón. A pesar de la
divertida risita que había recibido la aparición de la más joven envuelta en un
conjunto prestado de ropa de Geoff, la velada había comenzado como un asunto
tenso. Ambas mujeres estaban agotadas por los acontecimientos del día y, al
parecer, temían lo que les pudiera deparar el sueño. La mujer más mayor había
intentado hablar, no, había necesitado hablar, se dio cuenta Red con culpable
retrospectiva: primero sobre lo que había pasado y luego sobre cualquier cosa,
pero el carácter normalmente estoico de la investigadora se había reafirmado y
las respuestas que había dado habían sido monosilábicas en el mejor de los
casos.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Me has salvado, que lo sepas, nos has salvado a las dos. —Los ojos de
Red se movieron para centrarse en el perfil de la otra mujer mientras estudiaba
el fuego. Notó el característico fruncimiento de cejas antes de que Evadne se
volviera para mirarla con un desconcertado:
—¿Qué?
—He estado pensando en ello y has sido tú, la forma en que has hablado
con el grandullón; lo has impresionado, lo has impresionado tanto que me ha
traído de vuelta para que ambas le sirviéramos. —La investigadora hizo una
pausa mientras intentaba describir la certeza que ahora sentía, frustrada por su
incapacidad para expresar sus sentimientos con palabras—. Sé que no tiene
sentido, pero por un momento, después de que me ha traído de vuelta, era casi
208
como si podía oír sus pensamientos y tú le habías impresionado definitivamente.
—Avergonzada por lo ilógico de lo que acababa de decir, miró el vaso medio
vacío que tenía en la mano.
—Sólo he estado hablando, Red, para darnos tiempo. —Hizo una pausa
y añadió pensativa—. No sé por qué, la verdad; no esperaba que ninguna de las
dos sobreviviera a la experiencia. —Tomó otro sorbo del brandy que sostenía en
la mano y recordó momentáneamente la sensación de impotencia absoluta que
se había apoderado de ella al darse cuenta de que Red se estaba muriendo y de
que no tardaría en reunirse con ella. Con un estremecimiento, continuó—:
Supongo que sólo quería saber por qué íbamos a morir. —Luego un resoplido
de risa avergonzada—. Siempre he buscado explicaciones, comprensión,
supongo que cuando ha llegado el momento simplemente no quería morir sin
saber por qué.
—Habría pensado que me curaría mejor —se quejó Red en voz baja
mientras empujaba la puerta de la cocina. Al parecer, aunque el ser sobrenatural
le había reiniciado el corazón y los pulmones, reparado los daños del abdomen
y repuesto la mayor parte de la sangre perdida, no había querido o, dados sus
comentarios sobre su falta de fuerza, no había podido curar por completo los
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—No soy la única que no ha podido dormir, por lo que veo —dijo una voz
somnolienta desde la puerta.
—Creo que deberías guardarte tus fantasías privadas, Red, ¿no crees?
¿Qué pensará María?
—Piensa que sería una buena idea que dejaras de molestar a la pequeña,
chica —fue la fingida respuesta severa de María—, antes de que vuelva a
hacerse daño. —Luego borró la sonrisa victoriosa de la cara de la investigadora
concluyendo—: En cuanto a ti, Red Wolverton, tu boca sucia necesita lavarse
con jabón.
—Me gustaría ver cómo lo intentas, María —esbozó, dejando que una
sonrisa salvaje se dibujara en sus labios.
211
—Pfff, —el ama de llaves rechazó la mirada con un movimiento de la
mano—, no intentes “la mirada” conmigo, pequeña, eres una gran blandengue
en el fondo y no intentes negarlo.
—No pasa nada, pero no vuelvas a sorprenderme así, al menos hasta que
vuelva a estar entera.
Con las barras de pan sobre el horno para que subieran y las tapas
cubiertas con muselina limpia, María se volvió hacia su jefa.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
—Chica, ¿te parece bien que me vaya a casa media hora o así? José no
está bien esta mañana.
Con una sonrisa insegura, se dio otro suave masaje en la parte posterior
del muslo.
212
Evadne se acercó al plato caliente y preguntó:
»¿Café?
—Sí, claro.
Cogió la cafetera y sirvió dos tazas. Añadió nata a la suya y dejó la otra
tal cual, ya que pronto se había dado cuenta de que así era como le gustaba a
la investigadora. Colocó la taza humeante delante de su amiga, que parecía
pensativa, se sentó enfrente y bebió un sorbo de la fuerte bebida, calentándose
las manos en la taza mientras lo hacía.
Unos cuantos tragos más y la taza quedó vacía. Evadne se dio cuenta de
que era objeto de una mirada inquebrantable. Empezando a sentirse
avergonzada por la intensidad de la mirada, bromeó:
—Amigas, ¿eh?
—Lo siento mucho, Red —susurró, con los ojos llenos de lágrimas de
compasión por el dolor que había causado una vez más sin pensar. Luego,
medio en broma, medio asustada, preguntó—: Supongo que vas a retirar esa
oferta ahora que te lo he hecho dos veces esta mañana.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
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TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Epílogo
Era un lúgubre y frío día de octubre cuando Red fue a saldar su deuda
con “Blue” Langesmann. No le había pedido a Evadne que fuera, pero ésta se
había ofrecido y Red había aceptado encantada. Había pasado casi una semana
desde el enfrentamiento en el almacén. El escándalo de la muerte violenta de
Edgar Van Volk seguía siendo la comidilla de la prensa y la sociedad. Nadie
había sido capaz de explicar por qué su cuerpo había aparecido flotando en la
bahía. Su familia estaba tan desconcertada como todos los demás: por lo que a
ellos respecta, había estado a salvo en Alaska. Entonces, el cuerpo de la solitaria
chica rica Elsa Wight fue sacado de las oscuras aguas. Se especuló con que
ambas cosas estaban relacionadas. El hecho de que el gerente de la señorita
Wight también hubiera desaparecido llevó a la teoría inicial de que había
asesinado a su empleadora y se había fugado con la fortuna de los Wight. Sin
embargo, la investigación policial no había mostrado indicios de tal acto. En su
216
lugar, habían encontrado pruebas muy reveladoras que sugerían que Elsa Wight,
por muy joven que fuera, había ocupado un alto cargo en la fraternidad criminal
de Boston. Aquella sorprendente revelación había desbancado a la muerte de
Edgar Van Volk de los primeros puestos de las listas de escándalos y, juntos,
mantendrían ocupados a los cotillas durante los meses venideros.
Red asintió.
—Sí, e incluso ha tenido que ver a su gólem. —Al final habían decidido
contarle a Franklin la mayor parte de lo que había ocurrido en el almacén, aunque
no las identidades de los agentes humanos de la criatura. Le habían llevado a
217
ver los restos de la criatura antes de que Garrison se deshiciera finalmente de
ella y había sido lo bastante sensato como para aceptar que aquello tenía que
seguir siendo su secreto: sin pruebas, cualquier afirmación que pudiera hacer
sería descreída y podría acabar llevándole al ridículo y a la ruina—. Sólo espero
que su recomendación pueda hacer algo para ayudar a detener los intentos de
esa zorra de Katherine de arruinarme. —Red se detuvo de repente, cogiendo el
brazo de la mujer de la alta sociedad—. He estado pensando... en nuestra
asociación.
»No, no, sigo queriéndote como socia, pero... —Se detuvo, soltó el brazo
y recuperó un poco de distancia—. Como los Du Bois siguen buscándome, es
más que probable que te ataquen a ti también si te asocias conmigo. Pueden
decir cosas de ti, de nosotras... —se detuvo, sin saber cómo continuar. No
queriendo ver la reacción de Evadne a sus palabras, Red se encontró estudiando
atentamente sus botas.
TREINTA DÍAS TIENE SEPTIEMBRE de DINASBRAN
Red esbozó una de esas raras sonrisas francas y sinceras y, con una
pequeña floritura, le ofreció el brazo:
FIN