MC 0038336
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Al concluir esta investigación, son muchas las personas que vienen a mi mente y a las
cuales quisiera agradecer por un sinfín de cosas. El orden en que las expondré, no se
relacionan con una escala, sino que responden solo a pura formalidad.
Mis agradecimientos más sinceros y eternos son para Leonor Adán, quién me dio una
oportunidad para trabajar en el proyecto que dirigía, me otorgo su confianza para hacer lo
que yo quería y, por si fuera poco, me ofreció la posibilidad de escribir acerca de un sitio
arqueológico y sobre una región, que añoro cada día.
No tengo palabras más grandilocuentes, que solo muchas, pero muchas gracias a Verónica
Reyes, ya que no solo me ha apoyado en los momentos más difíciles durante el desarrollo
de esta investigación, sino que me ha entregado su cariño sin fin y, me ha soportado en
largas y tediosas discusiones sobre los temas de investigación que me ocupan.
A la banda del Calafquén (ustedes saben quienes son), por compartir grandes y
maravillosos momentos en esa tierra que tanto nos gusta, por ser pacientes y estar siempre
ahí. A todos ellos, sinceramente les estoy muy agradecido.
A mi profesor guía, Luis Cornejo, mis honestos agradecimientos, por no estar de acuerdo,
por entregarme su confianza en el desarrollo de esta investigación y por alentar siempre la
discusión.
Para Francisco Mena, solo tengo agradecimientos, por su total disposición, por sus consejos
siempre acertados y por su inagotable sabiduría sobre cazadores recolectores.
Finalmente, a mis amigos, Donald Jackson, Patricio Galarce y Patricio López, por eternas
discusiones, por querer siempre lo mejor para la arqueología que tanto nos gusta y por
compartir tantos momentos inolvidables, de verdad, muchas gracias.
Tabla de Contenidos
Introducción i
Capítulo 1. Problema, objetivos y metodología de investigación 1
1.1 Problema y objetivos de investigación 1
1.2 Objetivos de la investigación 5
1.2.1 Objetivo General 5
1.2.2 Objetivos Específicos 6
1.3 Metodología 6
Bibliografía 168
Índice de Figuras, Fotos, Gráficos y Tablas
Figuras
Figura 1. Localización del área de estudio y de los sitios Marifilo 1 y Loncoñanco 2.........14
Figura 2. Región del Calafquén............................................................................................19
Figura 3. Ubicación de los sitios arqueológicos mencionados en el texto............................26
Figura 4. Planta de excavación de Marifilo 1.......................................................................81
Figura 5. Planta de excavación del alero Loncoñanco 2.......................................................81
Figura 6. Estratigrafía de los aleros Marifilo 1 y Loncoñanco 2..........................................83
Fotos
Foto 1. Vista del volcán Villarrica desde un lecho de lava y cenizas...................................20
Foto 2. Vista área de Pucura con la ubicación de los sitios arqueológicos...........................77
Foto 3. Vista SE del valle desde Marifilo 1..........................................................................78
Foto 4. Vista NW al valle de Marifilo...................................................................................78
Foto 5. Vista frontal del Alero Marifilo 1.............................................................................79
Foto 6. Alero Loncoñanco 2, detalle del interior..................................................................80
Foto 7. Probable artefacto óseo realizado sobre fémur de pudú...........................................88
Foto 8. Rasgo de una posible impronta de poste.................................................................103
Foto 9. Punzones fabricados en ulnas de zorro chilla.........................................................100
Foto 10. Sepultura de un infante registrada en el Componente Cultural Medio.................104
Foto 11. Cuchillo-cepillo del Componente Cultural Tardío...............................................113
Foto 12. Estructura de combustión del componente Arcaico Medio II..............................116
Gráficos
Si hasta hace unas pocas décadas atrás decir cazadores recolectores, era igual a decir
pequeños grupos de alta movilidad, hoy en día esta caracterización no es aceptada sin
discusión. En este sentido, averiguar a través de la arqueología quienes, cómo, cuantos,
cuando y por qué se movían en el pasado prehistórico se ha transformado en todo un tema
de investigación que ha buscado generar nuevas herramientas metodológicas y teóricas para
comprender una conducta que no resulta ser simple, debido a que puede no dejar ninguna
huella material. Por ende, su investigación ha resultado todo un desafío para muchos
arqueólogos motivados en conocer y mostrar a nuestro mundo actual los matices del
movimiento humano en el pasado.
Una forma de afrontar este desafío ha sido a través de la reducción de las variables que
están en juego en la acción de moverse. Como han mostrado los estudios etnográficos de
cazadores recolectores actuales, las variables que participan en la acción de moverse, tanto
en forma individual como grupal, pueden ser no solo muchas, sino muy diferentes
atendiendo a las distintas motivaciones culturales. En consecuencia, se debe buscar formas
i
alternativas de encarar este tema que permitan manejar un número mínimo de aspectos que
en él participan. Una de tales alternativas ha sido el uso de modelos, los cuales a través de
simplificar la realidad, permiten definir algunas de las variables en juego y evaluar su
comportamiento.
Arqueológicamente, tratar de investigar una conducta como la movilidad, que puede dejar
un escaso correlato material perdurable, a través del uso de modelos significa proponer
hipótesis de trabajo para tratar de conocer algunos de los factores que intervienen en ella,
las cuales son evaluadas a través de indicadores en el registro arqueológico. Compartiendo
la idea de que el uso de modelos permite encarar problemas tan complejos como la
movilidad cazadora recolectora en el pasado, es que hemos decidido llevar a cabo una
investigación de la movilidad donde se desarrollará un modelo teórico para ser contrastado
a través del registro arqueológico.
Considerando que la movilidad se realiza en el medio ambiente natural, los grupos con una
subsistencia basada en la caza y la recolección, esto es, sin modificar el medio para su
reproducción, pudieron haber considerado las distintas alternativas que ofrecían diferentes
territorios. En consecuencia, la planificación y organización de la movilidad pudo haberse
realizado tomando en cuenta dichas alternativas. Por esta razón hemos definido un modelo
teórico donde la distribución y estructura de los recursos conforma el marco general en el
cual se desarrollan distintas formas de movilidad que pueden tener indicadores en el
registro arqueológico.
ii
El modelo que planteamos se basa en una relación sistémica abierta y simétrica entre el
hombre y el medio ambiente, en el cual se definen variables como tipo de movilidad o
frecuencia de la movilidad, en conjunto a productividad y accesibilidad a los recursos
naturales. Se trata por un lado de evaluar si los recursos en un área territorial determinada
pueden ser considerados uno de los factores principales o no de la movilidad, así como de
probar determinadas hipótesis teóricas sobre el comportamiento de las variables humanas y
naturales.
Para efectuar este ejercicio teórico y metodológico hemos enfocado la investigación que
presentamos, en el sector meridional del sur de Chile y de forma más específica en la
llamada “Región del Calafquén” (Berdichewsky y Calvo 1972-1973), donde se desarrolla
un gran y denso medio boscoso de carácter templado lluvioso entre lagos y volcanes,
conocido como “selva valdiviana”. Puntualmente la Región del Calafquén, comprende la
zona en torno al lago del mismo nombre, ubicado en el límite sureste de la provincia de
Cautín y el noreste de la provincia de Valdivia. Dentro de esta región, tuvimos la
oportunidad de participar en los trabajos arqueológicos llevados a cabo en dos aleros
rocosos denominados Marifilo 1 y Loncoñanco 2, los cuales eran parte del Proyecto
Fondecyt 1010200 “Tradiciones Templadas en el Centro-Sur de Chile. Poblaciones
Arcaicas y Formativas Adaptadas a los Sistemas Lacustres Andinos (Lago Calafquén, IX y
X Región)”. Hemos elegido estos sitios para desarrollar nuestra investigación, por cuanto
su registro arqueológico, viene a llenar varios vacíos existentes en la cronología regional,
permitiendo acercarse un poco más a las relaciones históricas establecidas entre los grupos
humanos y estos medio ambientes.
iii
objetivos y la metodología de trabajo seguida en cada una de las etapas de esta
investigación. A continuación, en el Capítulo 2, presentamos los antecedentes
arqueológicos, geográficos y paleoambientales del área de estudio, para posteriormente, en
el Capítulo 3, mostrar a través del marco teórico las aproximaciones arqueológicas al
estudio de los cazadores recolectores y la movilidad, así como el uso de modelos en éste y
otros aspectos de estas sociedades.
De esta manera, en el Capítulo 6, exponemos los análisis de las variables del medio
ambiente y la movilidad definidas en el modelo, así como sus resultados. Estos últimos,
señalan a manera de nuevos planteamientos a ser falseados el tipo y frecuencia de la
movilidad de los cazadores recolectores registrados en la Región del Calafquén.
Finalmente, en el Capítulo 7, planteamos algunos argumentos de discusión y las
conclusiones generales de la investigación.
iv
Capítulo 1. Problema, objetivos y metodología de investigación
A fines del año 2001 recibimos la invitación para participar en las excavaciones de dos
sitios arqueológicos, denominados Marifilo 1 y Loncoñanco 2, ubicados en las cercanías
del lago Calafquén en la X Región. El primero de ellos, resultaba de sumo interés, por
cuanto las primeras excavaciones y análisis habían permitido documentar tempranas
ocupaciones de cazadores recolectores en una zona carente de datos arqueológicos al
respecto; mientras el segundo, por su cercanía y características podía entregar resultados
similares. Así, durante la investigación de lo registrado en estos sitios, surgió la inquietud
de identificar algunos conceptos teóricos sobre grupos cazadores recolectores, para poder
afinar la interpretación del registro arqueológico. De esta manera, comenzamos a realizar
una extensa revisión bibliográfica de teoría y etnografía de cazadores recolectores, de la
cual resultaría nuestro interés por el tema de la movilidad y algunas interrogantes que a la
larga, nos permitieron definir un tema de investigación propio.
El tema de la movilidad de los cazadores recolectores nos resultó atractivo por varios
motivos. En primer lugar, por cuanto conforma una de las características más
recurrentemente citadas como propia del modo de vida cazador y recolector. En segundo
lugar, porque a pesar de parecer una característica general de este modo de vida, presenta
matices y diferencias en consonancia con el lugar del planeta y la época histórica donde se
desarrolla, así como con las particularidades culturales del grupo humano que se trate. En
tercer lugar, porque la movilidad entre los cazadores recolectores no solo representaría una
característica en sí, sino que además sería un fenómeno que comprometería muchas otras
dimensiones de la vida de estos pueblos, tales como la subsistencia, la tecnología, los
asentamientos, la reproducción biológica y cultural del grupo, etc. En cuarto lugar, porque
la movilidad parece ser una conducta algo efímera en términos materiales, por lo cual
resulta ser un desafío para la arqueología. Y, finalmente, porque la movilidad de los
cazadores recolectores representa una conducta diametralmente opuesta a nuestra propia
condición sedentaria, portando con ello el atractivo de lo desconocido.
1
Una vez enfocados en el tema de la movilidad entre los cazadores recolectores,
comenzamos a indagar en la literatura arqueológica chilena, sobre las características de los
sitios del período Arcaico en el sur del país. Esto nos permitió apreciar que las
investigaciones sistemáticas habían logrado dar cuenta de algunos aspectos de la tecnología
y las formas de subsistencia de estas sociedades. Sin embargo, el tema de la movilidad o de
los sistemas de asentamiento, se encontraba escasamente examinado. Este vacío en la
investigación fue, finalmente, el que nos impulsó a explorar la movilidad en los sitios
registrados en el lago Calafquén, así como a indagar la existencia de relaciones con otras
ocupaciones de cazadores recolectores en el sur de Chile.
Por otro lado, los trabajos de terreno en éstos y otros sitios de la zona, junto con algunos
viajes a la X Región, nos hicieron ver que las particularidades ecológicas de esta zona, tales
como extensos bosques, grandes lagos y activos volcanes, podrían haber jugado algún papel
en la movilidad de los cazadores recolectores de la prehistoria. Fue de esta manera como
comenzamos a pensar en una perspectiva ecológica, que subrayara las características de los
recursos potenciales para los seres humanos y, la forma en que éstas, podrían haber actuado
en las decisiones de la movilidad y localización de los asentamientos. Con esta perspectiva,
junto con el material teórico recopilado en la bibliografía, comenzamos a buscar la forma
de definir los componentes de la movilidad, sus posibles indicadores en el registro
arqueológico y cómo estos se relacionarían a la estructura de recursos en el área donde se
encuentran los sitios estudiados.
En esta etapa, se nos hizo urgente especificar una escala espacial para la investigación.
Considerando que el registro etnográfico de los cazadores recolectores, ha destacado que la
movilidad se despliega en zonas de gran extensión territorial, su estudio debería implicar
necesariamente el uso de una escala de análisis regional. En consecuencia, definimos tres
niveles espaciales de diferente magnitud: un nivel microespacial, correspondiente a los
alrededores inmediatos de los sitios arqueológicos; un nivel mesoespacial, el cual
comprende el territorio adyacente al lago Calafquén, denominado “Región del Calafquén”
por Berdichewsky y Calvo (1972-73); y, finalmente, un nivel macroespacial, definido por
la cuenca del río Valdivia, donde tienen participación varios lagos como el Calafquén,
2
Pullinque, Pellaifa, Panguipulli y Riñihue, conformando un extenso territorio entre el lago
Lacar por el oriente y la bahía de Corral por el oeste.
Una vez definida nuestra área de estudio, consideramos necesario acotar temporalmente
nuestra investigación. Para esto, decidimos guiarnos por las ocupaciones definidas y
fechadas por radiocarbono de Marifilo 1, con las cuales se ha construido una secuencia
histórico-cultural (Mera y García 2004), a la cual se ha agregado recientemente las
dataciones obtenidas en Loncoñanco 2. Dicha secuencia comprende el período Arcaico
Temprano (fechado entre 12.640 y 9.303 años cal. A.P.), el período Arcaico Medio I
(fechado entre 7.930 y 7.720 años cal. A.P.), el período Arcaico Medio II (fechado entre
6.850 y 5.658 años cal. A.P.) y un período Arcaico Tardío (fechado entre 3.850 y 3.600
años cal. A.P.) De esta forma, nuestra investigación queda acotada entre fines del
Pleistoceno y el Holoceno tardío en términos ambientales, mientras que en términos
culturales, comprendería desde el período Paleoindio para algunos autores (Dillehay 2000;
Núñez 1983) o desde el Arcaico Temprano para otros (Mera 2002) hasta el período Arcaico
Tardío.
Una vez acotada nuestra perspectiva de estudio, así como el espacio y temporalidad del
mismo, comenzamos a definir una investigación que explorara la organización de la
movilidad de los cazadores recolectores que ocuparon los aleros Marifilo 1 y Loncoñanco
2, su relación con la estructura de los recursos a nivel micro y mesoespacial, así como con
lo observado en distintos sitios arqueológicos del sector meridional del área sur de Chile.
Puntualmente, nuestro interés se centró en definir elementos del registro arqueológico de
estos sitios, que pudieran servirnos como indicadores de la movilidad de sus ocupantes en
distintos momentos temporales. Para abordar estos temas, nos planteamos, en definitiva, el
siguiente problema de investigación: cuáles son las posibles estrategias de movilidad
desplegadas por los cazadores recolectores en la región del Calafquén y cómo se
articulan con su estructura de recursos y con las evidencias arqueológicas del sector
meridional del sur de Chile desde fines del Pleistoceno y hasta el Holoceno tardío.
3
En términos generales, debemos decir que el análisis de la movilidad suele llevarse a cabo
en regiones donde se han determinado previamente patrones de asentamiento y las
características de numerosas ocupaciones en distintos nichos ecológicos. Sin embargo, esta
no es nuestra situación, por cuanto buscamos inferir características de la movilidad a partir
del registro material de solo dos sitios muy cercanos entre sí. En consecuencia, nuestra
investigación se encaminó a la construcción de indicadores de movilidad a partir de las
características intrasitios. En este sentido, nuestra investigación se plantea en términos
absolutamente exploratorios, por cuanto estamos interesados en abordar un tema poco
estudiado, como es la movilidad en un lugar específico del sur de Chile, al mismo tiempo
que uno no abordado antes, como es la identificación y análisis de indicadores de movilidad
a nivel intrasitio.
4
principalmente sobre movilidad, patrón de asentamiento y subsistencia. Estas teorías nos
permitieron definir las variables de la movilidad que analizaríamos, sus indicadores en el
registro arqueológico y su evaluación, así como realizar predicciones generales sobre el
comportamiento de los datos arqueológicos.
5
1.2.2 Objetivos Específicos
f) Evaluar las predicciones teóricas del modelo con los datos arqueológicos de los sitios
arcaicos de la Región del Calafquén.
1.3 Metodología
6
arqueológicos, geomorfológicos, así como sobre la estructura y diversidad de los recursos
bióticos disponibles en el área de estudio; antecedentes teóricos y etnográficos sobre
sociedades cazadoras recolectoras; información sobre modelación y distintos tipos de
modelos desarrollados para cazadores recolectores; metodología del trabajo arqueológico
en sitios arqueológicos de cazadores recolectores; y, finalmente, antecedentes teóricos y
metodológicos sobre la movilidad. De esta forma, esta fase implicó las siguientes tareas:
7
desplazamientos humanos, así como los procesos de sedimentación y erosión que
pudieron participar en los procesos de formación de sitios arqueológicos.
8
arqueológico. Las variables distinguidas fueron tipo y frecuencia de la movilidad, las cuales
fueron operacionalizadas en indicadores arqueológicos, para los cuales se propusieron
distintas formas de evaluación. Junto con esto, se definieron ciertas expectativas generales
acerca del comportamiento del registro arqueológico en función de las variables analizadas
de la movilidad.
Del mismo modo se definieron las variables que permitirían caracterizar la Región del
Calafquén en cuanto a su estructura, diversidad y productividad ecológica. Las variables
escogidas fueron estructura y accesibilidad de los recursos potenciales para los cazadores
recolectores. El comportamiento de estas variables fue analizado a partir de la información
disponible en la literatura especializada.
Esta fase de trabajo implicó la recopilación e integración de los distintos tipos de registros
de los materiales artefactuales, ecofactuales y de rasgos arqueológicos, documentados en
ambos sitios. Para cumplir el objetivo de describir y analizar estos registros se llevaron a
cabo las siguientes tareas:
9
Análisis y síntesis del registro arqueológico. Posteriormente se procedió al análisis de
los datos arqueológicos, con el objetivo de poder caracterizar las ocupaciones
registradas en los sitios, especialmente en términos de la frecuencia y diversidad de los
conjuntos de materiales. Para este último punto, fue necesario llevar a cabo diferentes
tareas en función del material analizado. Para los artefactos líticos, se revisaron las
frecuencias y tipos de artefactos representados, las fases del proceso tecnológico a las
que pertenecían y las materias primas representadas en cada una de las ocupaciones
registradas en ambos sitios, de acuerdo a los datos obtenidos por otros analistas (Mera y
Becerra 2002). A continuación se revisaron las frecuencias y distribuciones de los
materiales líticos en forma horizontal (el espacio excavado en los aleros) y vertical
(estratigrafía). Los materiales arqueofaunísticos fueron analizados en función de estimar
la frecuencia taxonómica (NISP) y esqueletal (MNE), así como el número mínimo de
individuos (MNI), para cada una de las ocupaciones registradas. Estas estimaciones
fueron realizadas siguiendo las proposiciones metodológicas del analista principal de
este material (Velásquez 2002, 2004) y las de otros investigadores (Mengoni 1988,
1999). Igualmente se examino la frecuencia y distribución del material arqueofaunístico
en el espacio físico de los aleros y en su estratigrafía. Finalmente, para otros materiales,
tales como carporestos vegetales y restos malacológicos, se procedió a relacionar las
frecuencias estimadas por los analistas (Solari y Adán 2002; Gallardo 2000), con su
distribución en el espacio y en la secuencia estratigráfica de los sitios.
Esta fase correspondió al análisis de los datos arqueológicos de acuerdo a las variables y la
forma de evaluarlas definidas en la fase anterior. La muestra utilizada corresponde a la
totalidad del material lítico, arqueofaunístico, de carporestos de vegetales y malacológicos
registrados en Marifilo 1 y Loncoñanco 2. Durante esta fase se llevaron a cabo las
siguientes tareas:
Análisis de los datos de acuerdo al modelo teórico. Esto es, para la variable tipo de
movilidad se evaluó la frecuencia y diversidad artefactual, de rasgos y faunística, la
10
distribución de partes anatómicas y el grado de fragmentación de los huesos, mientras
que para la variable frecuencia de la movilidad se evaluó la discreción de los rasgos
arqueológicos de acuerdo a una escala propuesta por J. Chatters (1987). Estos análisis
permitieron segregar y caracterizar las diferentes ocupaciones de los sitios en relación al
tipo y frecuencia de la movilidad, al mismo tiempo que probar si las predicciones
realizadas por el modelo se cumplían.
Al final de esta fase se procedió a la redacción de los resultados del análisis, lo que
proporcionó, en primer lugar, un ensayo de explicación de la movilidad en los sitios
arcaicos de la Región del Calafquén, en los distintos momentos en que se registran sus
ocupaciones. En segundo lugar, los resultados permitieron contrastar las predicciones
teóricas realizadas con el modelo y extraer conclusiones sobre la utilidad del mismo.
Ambos resultados fueron expresados a través de las conclusiones de la investigación. De
esta manera, la investigación concluyó con la redacción y edición del informe final, el cual
aquí presentamos.
11
Capítulo 2. Antecedentes geográficos, arqueológicos y paleoambientales del área sur
de Chile
El área sur de Chile comprende un extenso territorio que abarca desde el río Itata (36°30’S)
por el norte, hasta el golfo de Reloncaví (41°40’S) por el sur, el océano Pacífico por el
oeste y el límite internacional con Argentina por el este, con una extensión cercana a los
600 Km. y una superficie aproximada de 135.500 Km². De acuerdo a la distribución actual
de los recursos y a los estudios sobre la vegetación nativa (Gajardo 1994), se han
diferenciado dos grandes sectores en el área sur, uno septentrional y otro meridional, así
como un tercero ubicado al oriente de los Andes en territorio argentino (Aldunate 1989).
Cada uno de ellos, presenta diversos nichos ecológicos de acuerdo a su distribución
longitudinal y latitudinal.
El sector septentrional, entre los ríos Itata y Ñuble por el norte y el Toltén (39°00’S) por el
sur, se caracteriza por un clima Mediterráneo con estaciones semejantes y temperaturas
medias de 13°C, así como por precipitaciones que alcanzan los 1.000 a 1.200 mm anuales.
Estas condiciones permiten el predominio del bosque de roble (Nothofagus obliqua) con
muy buenas condiciones para la recolección vegetal y el asentamiento humano. Sobre los
900 m.s.n.m. en los Andes, se desarrolla un bosque de altura, compuesto principalmente de
araucarias (Araucaria araucana), importante fuente de recolección estacional de piñones.
El sector meridional, entre el río Toltén y el Golfo de Reloncaví, se caracteriza por un clima
templado lluvioso, con temperaturas medias anuales de 11° a 12°C y precipitaciones
mayores a los 2.000 mm anuales a partir de los 39°S. Estos elementos, sumados a una
humedad relativa que no baja del 90%, posibilitan la extensión de variados bosques
pluviales perennes, caducos, mixtos y de confieras, que en conjunto son tradicionalmente
denominados “bosque o pluviselva valdiviana” (Ramírez y Figueroa 1985).
12
De acuerdo a Aldunate (1989), los territorios ubicados al oriente del límite internacional
con Argentina, entre los 36° y 41°S, conforman el sector oriental (sic).
Geomorfológicamente, se caracteriza por una pendiente descendiente de dirección W – E,
que incluye la cordillera y pampas argentinas ubicadas en la Provincia de Neuquen y la
porción norte de la Provincia de Río Negro. En los pisos andinos sobre los 1.000 m.s.n.m.,
se extienden bosques de araucarias hacia el sur hasta el volcán Lanin, mientras al este de
los Andes, aparece un paisaje dominado por especies de gramíneas. Entre los Andes y las
pampas, se ubican numerosos lagos, como el Traful y el Nahuel Huapi, hasta donde se
extiende, en algunos casos, el bosque de araucarias, proporcionando abundantes recursos de
caza y recolección terrestre y lacustre.
El paisaje del sector meridional se caracteriza por la presencia de cuatro rasgos importantes,
la costa del Pacífico, la cordillera de la Costa, el valle central y la cordillera de los Andes.
La costa se presenta muy escarpada, poco apta para la ocupación humana, con pequeñas
caletas accesibles únicamente por el mar, con la excepción de la bahía del río Valdivia
(39°56’S). La cordillera de la Costa, formada por un cordón relativamente estrecho y de
altitudes menores a los 1.000 m.s.n.m., absorbe las planicies costeras, las que aparecen
entre los ríos Queule (39°23’S) y Llico (41°15’S), con el nombre de “Planicie de Carahue”
(Börgel 1983). Al sur de Queule, la cordillera de Mahuidanche se extiende unos 200 Km.,
otorgando a la costa la apariencia de un muro escarpado (Subiabre y Rojas 1994). Un efecto
13
similar produce la cordillera Pelada, organizada longitudinalmente entre los ríos Valdivia y
Bueno (40°16’S), con relieves mayores a los 500 m.s.n.m. (Fuenzalida 1950a).
14
A partir del río Llico y hasta el canal de Chacao (41°48’S), se extiende la “Planicie de
Maullín” (Börgel 1983), a expensas de una cordillera de la Costa representada por una
cadena de montañas bajas, densamente forestadas, la que continúa hacia el sur a lo largo de
la costa occidental de la isla de Chiloé (Subiabre y Rojas 1994).
La actividad volcánica andina ha tenido una gran importancia en la modelación actual del
valle central, donde se han depositado grandes cantidades de cenizas, lava, lahares y
material piroclástico1 desde el Pleistoceno hasta nuestros días. Así, por ejemplo, el volcán
Villarrica, al norte de la Región del Calafquén, comenzó su actividad eruptiva postglacial
hacia los 14.000 años A.P. con el depósito de la ignimbrita2 Licán y, concluyó hacia 3.700
años A.P. con la erupción que originó la ignibrita Pucón. En los últimos 14.000 años el
Villarrica habría dado origen al menos a 14 flujos piroclásticos, algunos de gran magnitud,
el último de los cuales ocurrió hace unos 1.600 años, cubriendo una superficie de más de
3.000 Km2 (Moreno et al. 1994). En el último siglo, el volcán ha emitido varias coladas de
lavas de hasta 18 Km. de longitud, afectando sobre todo a los sectores ubicados al norte, sur
y occidente del edificio volcánico.
1
Piroclasto es el nombre común que se asigna a todos los productos sólidos que arroja un volcán durante su
erupción. Los piroclastos pueden corresponder a fragmentos de lava solidificada o porciones de roca
arrancados de la chimenea volcánica.
2
La ignimbrita es una roca formada por el depósito y consolidación de flujos de cenizas y nubes ardientes
originadas en una erupción volcánica.
15
Los Andes en el sector meridional presentan, en general, alturas relativamente bajas, un
poco superiores a los 1.500 m.s.n.m., donde se ubican numerosos pasos trasandinos, los
cuales pueden mantenerse libres de nieve durante todo el año. La línea de nieve en los
Andes se encuentra cercana a los 2.400 m en el volcán Llaima (38°42'S) y 1.400 m en el
volcán Calbuco (40°19'S), aunque durante el invierno puede alcanzar las montañas bajo los
1.000 m.s.n.m. (Thomasson 1963). Los glaciares son numerosos al norte de Llanquihue
(41°14’S), aunque ellos tienen pocos kilómetros y están ubicados en su mayor parte en las
cabeceras de los valles altos y en los volcanes Calbuco y Osorno (41°07’S). Al sur de
Llanquihue, la cordillera de los Andes es un sistema montañoso intensamente glaciado, con
gran parte de su masa en el lado argentino.
En general, los Andes muestran los efectos de la acción de los hielos de los períodos
glaciares del Pleistoceno, a través de sistemas de morrenas de avance glacial que se
extienden hasta el valle central (Heusser 1966). Estas morrenas han actuado como un factor
de represamiento de los deshielos de fines del Pleistoceno, originando la mayoría de los
grandes lagos que caracterizan el sector meridional del sur de Chile y que articulan la
cordillera de los Andes y el valle central.
Estos grandes lagos conforman el Distrito Chileno de Lagos (Heusser 1966) o Distrito de
los Lagos Araucanos (Thomasson 1963), el cual se extiende entre los 39° - 41°S y
comprende los lagos Colico, Caburga, Villarrica, Calafquén, Panguipulli, Riñihue, Ranco,
Puyehue, Rupanco, Llanquihue y Todos los Santos. Todos ellos son de grandes
dimensiones, alimentando con sus aguas las cuencas fluviales de los ríos Toltén, Valdivia,
Bueno, Maullín, Chamiza y Petrohue.
16
La cuenca fluvial del río Valdivia, tiene sus nacientes en el lago Lacar en territorio
argentino, desde donde se abre paso por 250 Km. para desembocar frente a la localidad de
Corral (39°52’S) en el Pacífico. El río Valdivia se forma en plena cordillera de la Costa, a
15 Km. del mar, por la confluencia de los ríos Calle-Calle, proveniente del oriente, y el
Cruces, que desciende por el norte. Mientras este último se circunscribe a la faja costera, el
Calle-Calle se alimenta de las nieves andinas y sirve a través del río San Pedro de drenaje
de varios lagos como el Pirehueico, Neltume, Panguipulli, Calafquén, Pullinque, Pellaifa y
Riñihue (Subiabre y Rojas 1994).
La cuenca del Valdivia, puede ser dividida en tres partes. Primero, la parte baja,
representada por un ambiente de estuario en la bahía de Corral, así como por una costa
escarpada hacia el norte y sur de esta última localidad. De gran importancia por sus
hallazgos arqueológicos, resulta la franja costera que se extiende hasta Queule por el norte
(39°23’S), donde destaca la península de Chan Chan (39°43’S), con sistemas de playas
arenosas y rocosas (Navarro 1995). En segundo lugar, la porción media de la cuenca se
denomina depresión occidental o cuenca “San José-Cruces”, la que esta delimitada por
relieves de la cordillera de la Costa. Corresponde a un plano depositacional extenso,
relativamente bajo y afectado por una tectónica de hundimiento que ha sido cubierto por
depósitos volcánicos, fluvioglaciales, glaciales y aluviales. Estos últimos corresponden al
período postglacial y han estado sometidos a procesos de hundimiento constante, como se
observó en el terremoto de 1960 (Subiabre y Rojas 1994). En tercer lugar, la parte alta de la
cuenca, en la cordillera de los Andes, esta comprendida por los lagos Calafquén, Pullinque,
Panguipulli y Riñihue. Todos estos lugares han sido directamente afectados desde el
Pleistoceno, por el avance y retroceso de los glaciares, así como por varios ciclos eruptivos
volcánicos, que han cubierto con cenizas y piroclastos extensas zonas.
En términos vegetacionales, la cuenca del Valdivia así como importantes extensiones del
sector meridional, se encuentran en la actualidad cubiertas por el bosque lluvioso
valdiviano, en el cual se han distinguido seis formaciones con sus respectivas asociaciones:
bosque valdiviano, bosque chilote, bosque andino de altura, bosque de tierras bajas, bosque
17
de ñadi y bosque esclerófilo (Ramírez y Figueroa 1985). La asociación coigüe (Nothofagus
dombeyi) – ulmo (Eucryphia cordifolia), aparece como la más representativa de estos
bosques. Igualmente, es necesario destacar la presencia de Araucaria araucana en la
formación de bosque andino de altura, por cuanto es la especie que marca el límite de la
vegetación arbórea a los pies de los conos nevados de los volcanes andinos.
Dentro de la cuenca del Valdivia, nos interesa resaltar la denominada “Región del
Calafquén” (Berdichewsky y Calvo 1972-1973), ubicada en la cordillera andina, por cuanto
en ella se ubican los sitios arqueológicos investigados.
La región del Calafquén, corresponde al territorio en torno al lago del mismo nombre, a los
pies de los Andes, con una superficie aproximada a los 150 Km² (véase Figura 2). Tiene su
límite nordeste en la provincia de Valdivia, abarcando parte del extremo sudeste de la
18
provincia de Cautín, hasta el borde meridional del lago Villarrica, por el norte y llegando al
borde septentrional del lago Panguipulli, por el sur. El lago Calafquén (39º33'S, 72º11'W),
corresponde a un lago de fiordo monomíctico (Campos et al. 1980) y es parte de la cuenca
del río Valdivia. Está ubicado a 26 Km. al sur de la ciudad de Villarrica, a 203 m.s.n.m. y
tiene una profundidad máxima de 212 m (Subiabre y Rojas 1994). La ribera este del lago
presenta un depósito volcánico que lo separa del lago Pellaifa, antiguamente parte del
mismo sistema lacustre (Pino et al. 2002).
El lago Calafquén, a diferencia de la mayor parte de los lagos del sector meridional, no
drena directamente al Pacífico, sino que lo hace en dirección sur a través del pequeño lago
Pullinque hacia el lago Panguipulli, el que drena al lago Riñihue. Este conjunto de lagos
desagua en el extremo occidental del Riñihue a través del río San Pedro, el cual se une al
19
río Quinchilca, para formar el río Calle-Calle. Este último, al llegar a Valdivia se une con el
río Cruces, de donde nace el río Valdivia, que desemboca finalmente en la bahía de Corral
(Subiabre y Rojas 1994).
El piso alto andino que circunda el lago presenta varios volcanes que en diversas ocasiones
han modificado con sus erupciones la geomorfología de la región del Calafquén. Entre ellos
los más importantes son el Lanín (3.747 m.s.n.m.), el Villarrica (2.582 m.s.n.m.) y el
Choshuenco (2.415 m.s.n.m.). Específicamente, el volcán Villarrica (39°25’S), origina gran
parte del borde norte del lago Calafquén y corresponde a un estratovolcán compuesto por
un edificio preglacial erosionado y un cono principal postglacial (véase Foto 1). El volcán
se ha mantenido en actividad durante el Pleistoceno superior y el Holoceno, presentando
una compleja estratigrafía con alternancia de lavas, lahares, depósitos de caída y flujo (Pino
et al. 2002).
20
de Melilahuen y Coñaripe (véase Foto 1). También los sectores planos corresponden a
lechos de ríos, como el Estero Melilahuen y el Estero de Pucura que drenan hacia el
Calafquén. Existen otras zonas planas en las riberas lacustres, como en el sector de
Llongahue, en la ribera sur del lago Calafquén y hacia el Lago Villarrica donde hay un
sector más plano de terrazas, drenado por el rió Voipire (Navarro 2000).
Con excepción del volcán Villarrica, las bajas altitudes de los Andes que circundan la
Región del Calafquén permiten la existencia de pasos que comunican ambas vertientes de
los Andes, como el de Mamuil Malal (1.208 m.s.n.m.). Pasos transcordilleranos como éste,
pueden haber permitido en el pasado, el transito de seres humanos y animales tanto al oeste
como al este del macizo andino.
En la región del Calafquén, Berdichewsky y Calvo (1972 – 1973) a través de sus trabajos
de prospecciones arqueológicas, distinguieron ocho áreas en torno al lago, denominadas de
acuerdo a localidades vecinas (véase Figura 2). Dichas áreas comprenden unos 30 Km. de
largo, desde el balneario de Licanray en la parte más septentrional de la ribera NE del lago,
hasta el pueblo de Coñaripe, en el extremo SE del lago:
1. Área de Voipire: ubicado junto al cerro Voipire, el que se alza a partir del bajo
Huincacara al este del camino de Villarrica a Lincanray, a unos 8 Km. al sur del
primero.
2. Área de Licanray: se ubica en torno a la localidad y balneario del mismo nombre, en la
orilla norte y central del lago Calafquén.
3. Área de Cudico: localizada a poca distancia al noreste de Licanray, con acceso a través
del camino viejo a Cudico, hacia la misión de Pucura.
4. Área de Melilahuén: corresponde al fundo del mismo nombre y zonas aledañas, en el
lado norte del cerro Challupén.
5. Área de Challupén: corresponde al área ubicada en torno al cerro y quebrada de ese
nombre, que se encuentran inmediatamente al sureste del fundo Melilahuén y muy
cerca de la ribera del lago.
21
6. Área de Pucura: ubicada al sureste de la anterior, en las proximidades de la localidad
del mismo nombre y cercana a la ribera noreste del lago.
7. Área de Traitraico: se ubica en los alrededores de la localidad homónima al sureste de
Pucura.
8. Área de Coñaripe: ubicada entre el pueblo homónimo y los faldeos del volcán
Villarrica.
22
durante todo el Holoceno, tanto en la costa, el valle y la cordillera andina, en términos de
sus particularidades y de aquellas características que las unen.
A comienzos del siglo XXI, la arqueología de cazadores recolectores del área sur, dispone
de algunos sitios arqueológicos sistemáticamente trabajados en la costa, el valle y la
cordillera de los Andes. La secuencia temporal regional, construida con dataciones
radiocarbónicas comienza hace más de 12.000 años cal. A.P. y continúa hasta los inicios de
nuestra era. En términos histórico-culturales, este largo lapso de tiempo ha sido
periodificado de diferentes formas por varios autores.
Décadas más tarde, T. Dillehay (1981) planteó dos períodos culturales. Uno denominado
“Paleo – Indio, Hombre Temprano o Cazadores – Recolectores”, caracterizado por sitios
ubicados en la costa y las colinas bajas entre Puerto Saavedra y Chan Chan. Se
caracterizaría por puntas de proyectil del tipo Ayampitín, confeccionadas en su mayoría
con obsidiana, proveniente de fuentes cercanas al lago Villarrica en la cordillera andina,
sugiriendo amplios rangos de movilidad, principalmente a través de los ríos, debido a la
espesura del bosque lluvioso valdiviano. En el valle central, cerca de Puerto Montt, se
registra el sitio de Monte Verde con puntas de proyectil foliáceas y una industria de
choppers, raspadores y bolas de piedra, asociadas a artefactos de madera, huesos
desarticulados de mastodonte y restos vegetales.
23
Un segundo período, que ubica entre 4.000 a.C. a 500 d.C., correspondería al “Post Paleo –
Indio” o “Arcaico”, para el cual “se conoce tan poco... que es difícil asignarle un nombre”
(Dillehay 1981:160). Estaría representado en algunos hallazgos de puntas pedunculadas
procedentes de Puerto Saavedra, Queule y Chan Chan.
Por otro lado, L. Núñez (1983) planteó dos períodos para el sur de Chile. El primero que
denomina “Paleoindio” y que ubica entre 10.050 a 9.000 a.C., estaría presente en los sitios
de Nochaco y Monte Verde, dando cuenta de una temprana adaptación al bosque húmedo
subantártico, con un modelo de caza de megafauna y apropiación generalizada en un
ambiente de alta diversidad. A continuación, el período “Arcaico”, que sitúa entre 9.000 y
1.000 a.C., se caracterizaría por un énfasis en la recolección, la caza menor, la movilidad
estacional, una industria lítica diversificada de puntas de proyectil y artefactos de molienda,
una industria ósea y sobre conchas para instrumentos y adornos, así como entierros con uso
de ocre rojo y ajuares. Con los escasos datos existentes en los ‘80, Núñez planteó una
“adaptación subandina e intermontana” en torno a costas y redes fluvio – lacustres del
interior, así como una “adaptación costera”, con una subsistencia más dependiente de los
recursos marítimos.
Recientemente, D. Quiroz (2001) ha planteado una secuencia para el período Arcaico del
litoral higromórfico del sur de Chile, donde distingue un “Arcaico Temprano”, del cual no
se encontrarían sitios arqueológicos por estar sumergidos bajo el mar. Luego, un “Arcaico
Medio I” entre 7.000 y 5.000 años A.P., el que correspondería a ocupaciones de cazadores
recolectores y pescadores, con pesas de red, puntas de proyectil pedunculadas, con limbo
recto o dentado y probables anzuelos de concha. Esta fase estaría documentada en los
niveles inferiores del sitio Co3 en la bahía de Coronel y en Chan Chan 18 en la costa de
Valdivia. A continuación, el “Arcaico Medio II” entre 5.000 y 4.000 años A.P., se
caracterizaría por las puntas de proyectil Talcahuanenses y estaría presente en sitios como
La Trila, Co3 y Chome en el Golfo de Arauco y Le-2 en Morhuilla. Finalmente el “Arcaico
Tardío” aparecería representado en una primera fase entre 4.000 y 3.000 años A.P., en Isla
Mocha y la bahía de Concepción, y en una segunda fase hacia los 2.000 años A.P., en sitios
en Morhuilla, en la cercanía de Lebu.
24
A continuación, revisaremos la información disponible para los sitios arqueológicos en el
área sur de Chile, durante el Pleistoceno final y el Holoceno, tanto en la costa, el valle
central y la cordillera andina. Se entregan, además, algunos antecedentes sobre ocupaciones
en el sector oriental de los Andes, en la provincia de Neuquén en Argentina.
La última Edad Glacial del Pleistoceno en el área sur, alcanzo su máximo hace unos 73.000
años A.P., con dos avances sucesivos, uno hacia los 21.000 y otro hacia los 14.000 años
cal. A.P. 3 (Clapperton 1991). Al norte de Puerto Montt, los glaciares alcanzaron el piso del
valle central y en su máxima extensión golpearon contra la cordillera de la Costa, dejando
sistemas de morrenas al oeste y sur del lago Llanquihue, así como entre la costa, Osorno y
el lago Puyehue (Weischet 1964). Debido a la falta de dataciones radiocarbónicas, solo ha
podido fecharse con relativa seguridad la última glaciación Llanquihue entre 21.000 y
14.000 años cal. A.P. (Mercer 1972; Porter 1981).
3
Las fechas en años Cal. A.P., han sido calibradas por nosotros, a través del software Calib v. 5.0.1.,
desarrollado por el Quaternary Isotope Lab de la Universidad de Washington y se expresan en un rango que
aplica dos sigmas, el cual representa el intervalo con mayor probabilidad (95.4%), dentro del cual se
encuentra el evento fechado.
25
de los grupos humanos a los bosques del sur de Chile a fines del Pleistoceno, la cual
enfatizaría la explotación de los recursos vegetales mediante la recolección (Dillehay 1984,
1989, 1997, 2000).
26
De acuerdo a Dillehay, "La importancia de esos hallazgos estriba en que abarcan restos de
plantas que maduran en todos los meses del año. Las plantas provienen de varias zonas
ambientales, lo que quiere decir que los habitantes iban muy lejos en busca de alimentos"
(Dillehay 1984:74). En este sentido, cabe destacar la presencia en el sitio de dos algas
marinas (Gracilaria sp. y Durvillaea antarctica) provenientes del Pacífico, a 60 Km. al
oeste, así como de boldo (Peumus boldus), el cual crece en la actualidad en bosques a más
de 200 Km. al norte de Monte Verde.
En un área diferente del sitio y separado por 1.2 metros de sedimento, se registró una
posible ocupación de gran antigüedad, cercana a los 33.000 años A.P. Se trata de Monte
Verde I, representado por 26 herramientas líticas unifaciales y tres rasgos de tierra
quemada. Del total de herramientas líticas, “siete de ellas fueron claramente talladas por
humanos, mientras cuatro muestran pulido o estriación sobre sus bordes, posiblemente por
el procesamiento de carne, cueros y material vegetal” (Dillehay 2000:167). Sin embargo, a
pesar de que los instrumentos son reales y de que las fechas han sido obtenidas por el
procedimiento correcto, la aceptación de Monte Verde I se mantiene en reserva para el
investigador del sitio, así como para muchos de sus críticos (Fiedel 1999; Lynch 1991),
mientras no haya más evidencia y sitios de edad comparable en las Américas.
Otras posibles evidencias arqueológicas de fines del Pleistoceno, aunque mucho menos
claras, provienen del valle central del sector meridional. En la provincia de Osorno, durante
la década del 60, Z. Seguel y O. Campana llevaron a cabo prospecciones, para documentar
evidencias culturales vinculadas con la caza de grandes animales extintos, cuyos restos han
sido descubiertos en gran número en este sector (Frassinetti y Alberdi 2001). Estos
27
investigadores registraron nueve molares de mastodontes pertenecientes al menos a tres
individuos y sin asociación directa, dos puntas lanceoladas acanaladas, realizadas sobre
obsidiana y basalto en la localidad de Nochaco. Una tercera punta de proyectil lanceolada y
acanalada, hecha sobre sílex, fue encontrada sobre una terraza fluvio glaciar del río
Pilmaiquén. Finalmente, un artefacto lítico del tipo cuchillo raspador fue también
recuperado en Nochaco (Seguel y Campana 1975). La presencia de puntas de proyectil
acanaladas en estos hallazgos, podrían relacionarse a ocupaciones paleoindias, aunque la
ausencia de dataciones radiocarbónicas no permite hacer inferencias seguras respecto de su
cronología.
Finalmente, debemos agregar que mientras en el sector septentrional del sur de Chile no se
han registrado evidencias culturales finipleistocénicas, en el sector oriental, Provincia de
Neuquén, existen algunos sitios arqueológicos en cuevas y aleros con tempranas
dataciones. En este sector el paleoambiente se habría caracterizado por condiciones más
28
frías y secas que las actuales, con bosques de Nothofagus y praderas, así como una fauna de
xenartros pilosos, caballo americano y roedores pequeños (Fernández 1989-90). Bajo estas
condiciones, se habría producido la más temprana ocupación de la cueva Cuyín Manzano,
fechada entre 11.199 y 11.710 años cal. A.P. La industria de esta ocupación se
caracterizaría por instrumentos retocados no bifaciales, algunos restos óseos de cánidos y
camélidos (Cevallos 1982a y b).
Bajo condiciones tendientes a un alza de las temperaturas, se habría producido una segunda
ocupación en el alero Marifilo 1, fechada entre 9.303 y 9.526 años cal. A.P. Como se
detallara más adelante, esta ocupación sería evidenciada por un conjunto de artefactos
29
líticos escasamente formatizados, un instrumento sobre hueso, valvas de Diplodon chilensis
del lago Calafquén y restos óseos de mamíferos medianos y pequeños,
30
dos manos de moler, las que podrían asociarse a la molienda de fragmentos de ocre rojo
recuperados en las excavaciones.
Más al este de esta zona, en la transición hacia la pampa argentina, la Cueva Epullán
Grande (Crivelli et al. 1996), tiene evidencias de “caches” de más de 40 ejemplares de una
cactácea (Austrocactus bertinii), cuyo recolección, procesamiento y almacenamiento
habrían sido las actividades predominantes en el sitio entre 5.654 y 5.987 años cal. A.P.
31
Es importante consignar que durante el Holoceno medio, las condiciones paleoambientales
en la vertiente occidental de los Andes y específicamente en el valle central, registran
algunos cambios importantes que afectan la estructura y diversidad de los bosques. Hacia
los 7.000 años cal. A.P., se observa un abrupto descenso en las columnas polínicas de
especies del bosque valdiviano, sugiriendo una disminución de las temperaturas. Esta
tendencia continúa entre 5.700 y 3.000 años cal. A.P., con la reexpansión de taxa
nordpatagónicos bajo condiciones más frías y húmedas que las actuales (Moreno 2001). El
sector costero, por su parte, muestra la expansión de estos mismos elementos hasta la
cordillera de Nahuelbuta, hacia los 6.000 años cal. A.P. (Villagrán 2001).
32
En este sitio, la industria lítica fue elaborada predominantemente con materias primas
locales, destacando el hallazgo de numerosas puntas de proyectil foliáceas, obtenidas en
contexto estratigráfico y en superficie. Existen también, algunos artefactos apuntados y
bloques utilizados como afiladores y manos de moler elaborados con esquisto, así como
pesas de red en forma de botellas confeccionadas en escoria volcánica. En huesos de
mamíferos marinos y aves, se registran también sobadores de cuero, leznas y punzones.
En este mismo sitio, se ha registrado un área de enterramiento, compuesta por los restos
óseos de un individuo joven de sexo masculino en posición hiperflectado decúbito lateral
derecho, cubierto de ocre rojo y un escaso ajuar. Este entierro ha sido fechado directamente
entre 5.494 y 5.895 años cal. A.P. (Navarro y Pino 1999).
El análisis de los materiales líticos provenientes de los sitios registrados por T. Dillehay
(1976), en la costa de Chan Chan y de aquellos descubiertos en las prospecciones de X.
Navarro, entre el lago Budi y Curiñanco, han permitido plantear a esta investigadora tres
“patrones de producción” (Navarro 2000). El primero, sin fechados radiocarbónicos,
corresponde a un “patrón de producción restringida” en zonas litorales marginales,
representado por ocupaciones transitorias dedicadas a actividades de extracción y consumo
de peces y moluscos, las que se reflejarían en un registro faunístico monoespecífico, lascas
de basalto o cuarzo, pesas de piedra y punzones en huesos de aves.
33
Un segundo patrón, de “producción ampliada” en zonas de playa expuestas o terrazas
marginales, estaría representado por sitios con una extensión no menor a los 100 m de
diámetro, donde destaca Chan Chan 18 con dataciones absolutas.
Otras ocupaciones costeras en el sector meridional del sur Chile, han sido registradas en la
bahía de Chamiza, en el seno de Reloncaví (Gaete et al. 2004). En este lugar, el sitio Piedra
Azul presentaría evidencia de dos ocupaciones de cazadores recolectores y pescadores,
fechadas entre 5.150 y 6.430 años cal. A.P. El conjunto artefactual se caracterizaría por
instrumentos líticos unifaciales, puntas de proyectil foliáceas y lanceoladas, arpones
multidentados, punzones o leznas de hueso, piezas elaboradas sobre dientes de lobo marino
o zorro con perforaciones circulares para ser usados en collares. Destaca en este sitio la
presencia de entierros humanos en posición hiperflectada, preferentemente decúbito lateral
derecho, asociados a eventos de quema y presencia de ocre rojo. Los ajuares, depositados
en la región del cráneo, podrían haber sido collares, ya que se recuperaron pendientes y
cuentas.
A unos 100 Km. al suroeste de Piedra Azul, en el norte de la isla de Chiloé, en el sitio
Puente Quilo 1, cazadores recolectores y navegantes habrían establecido un campamento
34
entre 4.985 y 5.447 años cal. A.P. (Aspillaga et al. 1995). En este sitio, se ha distinguido un
área de desconche, principalmente de almejas; un área de entierro de al menos siete
individuos, en posición flectada lateral derecha y pintura roja sobre los cuerpos; y, un área
con cantos rodados termoalterados, yunques, fogones con restos de mamíferos marinos,
peces, aves, cuñas de hueso de ballena, artefactos líticos unifaciales y puntas foliáceas,
lanceoladas y triangulares, confeccionadas en diversas materias primas locales y en
obsidiana procedente del volcán Chaitén (Stern et al. 2002). Los niveles inferiores de este
sitio, presentarían otros dos componentes culturales no fechados, compuestos por escaso
material malacológico y restos de lobo marino, así como una similar industria ósea y lítica.
Al sur de Lebu, en Punta Morhuilla, ha sido posible obtener registros de dos ocupaciones
de cazadores de lobos marinos y recolectores de mariscos en el sitio Le-2, fechadas entre
4.805 y 5.305 años cal. A.P. (Quiroz et al. 2000a, 2000b; Quiroz 2001). En este sitio, se
han hallado una gran cantidad de puntas de proyectil del tipo Talcahuenense, así como
otras pedunculadas sin barbas, lanceoladas y almendradas, junto a chopes confeccionados
en costillas de lobos marinos y retocadores en huesos de pingüinos.
En fechas similares a las arriba señaladas, se tiene registro de un sitio arqueológico bajo
alero en el valle central, al oeste de la ciudad de Lautaro. Denominado Quillén - 1 (Navarro
35
1984, 1991; Navarro y Pino 1984; Valdés et al. 1982), este sitio presentaría al menos dos
“unidades tipológicas” o “fases culturales” (Navarro 1984). La primera, sin fechados, se
caracterizaría por cazadores recolectores móviles con puntas de proyectil pedunculadas, los
que habrían ocupado el alero “muy probablemente en un momento de su trashumancia
entre precordillera y costa... [los cuales] ...vivían de la caza de camélidos y de la
recolección de vegetales, siguiendo los recursos naturales en distintas ecozonas” (Navarro
1984:115). La segunda, fechada entre 4.977 y 5.586 años cal. A.P. correspondería a una
población portadora de puntas triangulares y lanceoladas que “habría comenzado a
desarrollar un paulatino proceso de sedentarización” (Navarro 1984:116), con un énfasis
en la caza de animales pequeños en cotos de caza diferentes y la disminución de la
recolección de vegetales. De acuerdo a los datos publicados, sin embargo, no se ha
informado acerca de cuales son los elementos para apoyar la “trashumancia”, la caza de
guanacos, ni el proceso de “sedentarización”, por cuanto consideramos que estas ideas
deben ser tomadas con cautela.
Más al norte, en la zona costera del interfluvio Itata - Bío Bío, el sitio Chome 1, fechado
entre 4.982 y 5.467 años cal. A.P., correspondería a un campamento estacional con énfasis
en la caza de mamíferos marinos (Bustos y Vergara 2000). El material cultural estaría
representado por preformas y puntas de proyectil de los tipos Talcahuanense y lanceoladas,
pesas de red “acinturadas”, percutores, raederas, raspadores, chuzos mariscadores y adornos
pectorales.
Para estas fechas, los estudios sobre las condiciones paleoambientales en el sur de Chile,
han destacado la existencia de algunos cambios significativos. Mercer (1976), por ejemplo,
ha planteado tres avances glaciares en los Andes durante un intervalo Neoglacial de
enfriamiento. El primero habría ocurrido hacia los 5.000 años cal. A.P., el segundo hacia
36
los 2.700 años cal. A.P. y el tercero habría tenido lugar durante los último tres siglos. Esta
secuencia de enfriamientos, presenta cierta concordancia con los estudios palinológicos de
Heusser (1966, 1981), los cuales indican lapsos de enfriamiento entre 5.000 y 3.000 años
cal. A.P., luego entre los 3.000 y 800 años cal. A.P. y durante los últimos 350 años. Estos
períodos de bajas temperaturas, habrían coincidido con precipitaciones significativamente
más altas que la actuales (Heusser y Streeter 1980).
Un poco más al sur de este lugar, en el Golfo de Arauco, algunos grupos de cazadores
recolectores habrían establecido un campamento en el sitio denominado El Visal, en una
fecha relativamente cercana entre 4.150 y 4.566 años cal. A.P. (Bustos et al. 1998). Los
restos de moluscos, crustáceos, peces, aves y mamíferos marinos y terrestres, junto con
pesas de red “acinturadas”, piedras horadadas, tajadores y percutores, señalarían espacios
de procesamiento y consumo de estos recursos. Destaca en este sitio, el entierro de un
individuo joven masculino, dispuesto de forma flectada lateral derecha.
37
Un conchal cercano, ubicado en una terraza pleistocénica conectada a un ambiente de
roqueríos de aguas profundas, denominado Rocoto 1, presenta una industria de chuzos
mariscadores, pesas líticas y puntas de proyectil, la cual daría cuenta de una intensificación
en la explotación de los mariscos y la caza, debido a un medio ecológico precario,
relacionado con los cambios producidos durante una etapa transgresiva del mar (Seguel
1970).
Los sitios Quiriquina I y II, ubicados en la isla homóloga, presentan conchales de baja
potencia, originados por poblaciones dedicadas a la caza y recolección costera. Z. Seguel
(1970), plantea que son similares en lo “tecno-económico”, en la cultura material y en los
sistemas de vida a la segunda ocupación de Bellavista 1 y Rocoto 1, aún cuando no se
disponen de fechados para este último sitio, ni para los de la isla Quiriquina.
38
En fechas cercanas, pero en el sector oriental, se registran algunas ocupaciones de
cazadores recolectores en la margen norte del lago Traful. En este lugar se encuentra Alero
Los Cipreses (Silveira 1996), con un registro arqueológico consistente de puntas
triangulares de base recta y convexa, raspadores frontales, punzones de asta, manos de
moler y un fragmento de mortero conteniendo ocre. Estas ocupaciones fechadas entre 2.755
y 3.891 años cal. A.P., corresponderían a cazadores de guanaco (Lama guanicoe), huemul
(Hippocamelus bisulcus) y vizcacha (Lagidium sp.), los que habrían desarrollado
actividades de talla lítica y trabajo del cuero en el sitio. De acuerdo a su investigador, la
presencia de valvas oceánicas sería evidencia de contactos marítimos trasandinos durante
estas ocupaciones “acerámicas” (Silveira 1996).
Con fechas similares a las arriba señaladas, pero esta vez en la costa septentrional del sur de
Chile, Van Meurs y Gordon (1994), postulan la presencia de poblaciones arcaicas en la
localidad de Monkul-1. En este lugar, en un ambiente de estuario, localizado a cuatro Km.
de la costa, se registro un conchal, donde se encontraron tres piezas de basalto con
modificaciones culturales, dos de ellas con huellas de uso. Aunque no se han dado más
detalles de este sitio, el contexto ha sido fechado entre 1.556 y 2.114 años cal. A.P.
Por otro lado, en el valle central del sector septentrional, se registra una tercera ocupación
del alero Quillén 1, la cual ha sido fechada en 1.824 y 2.288 años cal. A.P. De acuerdo a
sus investigadores (Valdés et al. 1982), representaría la culminación de la sedentarización
de estos grupos, aún cuando no aportan datos que avalen esta idea. El registro se
caracterizaría por puntas de proyectil triangulares de base recta o cóncava y algunas
39
foliáceas, así como manos de moler, moluscos lacustres (Diplodon chilensis) y roedores
fosoriales (Aeconaemys fuscus).
En el área cordillerana del sector meridional, existen escasos antecedentes respecto de las
ocupaciones de cazadores recolectores durante estas fechas. Una de ellas se habría dado en
un alero ubicado en la península de Pucón, en el lago Villarrica, cercano a la “Región del
Calafquén” y denominado Pucón 6. Este sitio sondeado por T. Dillehay, tendría seis niveles
culturales asignables al período “Precerámico Tardío”, los que se caracterizarían por
escasos restos líticos, principalmente en basalto, donde destacarían lascas secundarias,
machacadores y misceláneos, así como piedras de moler y morteros confeccionados en
andesita (Navarro 1984). Los ocupantes de Pucón 6, habrían desarrollado una estrategia de
subsistencia basada en la recolección y procesamiento de alimentos vegetales, la caza de
animales pequeños en las zonas ecotonales del bosque valdiviano, así como en la
recolección de Diplodon chilensis del lago Villarrica (Navarro 1979).
40
Originalmente, tal vez por oposición al etnocentrismo del enfoque “etapas de desarrollo”,
se relacionó al relativismo y el funcionalismo, así como con un modo normativo de
caracterizar fenómenos (por ejemplo, como en la ecología cultural). Este enfoque ha sido
criticado por enfatizar la armonía, el finalismo, el equilibrio supraindividual y minimizar
los conflictos. Con todo, recientes desarrollos en esta línea, han intentado rescatar la
comparación fértil usando modelos y parámetros de base (como la optimización por
ejemplo).
Algunos autores como A. Keene (1991), han planteado que la contribución de los
arqueólogos que trabajan bajo el “enfoque adaptacionista” a la teoría de los cazadores
recolectores ha sido escasa, debido a que han adoptado los avances teóricos y
metodológicos desarrolladas en otras disciplinas, como la ecología, la etología y la
economía. A pesar de este problema, se ha reconocido que en las últimas décadas el estudio
arqueológico de las sociedades cazadoras recolectoras ha experimentado un notable avance
(Mena 1989). Siguiendo a Bailey (1983), podemos distinguir dos grandes campos de
desarrollo en estas investigaciones: a) la creación de modelos y conceptos generales acerca
de los principios fundamentales de la adaptación cazadora recolectora; y b) el desarrollo de
conceptos creacionales con los cuales transformar los datos inertes del registro
arqueológico en patrones conductuales, así como el análisis e interpretación de patrones
históricos particulares.
Dentro del primer campo señalado, se ha optado por un concepto de adaptación relacionado
a un estado de ajuste de un organismo a su medio ambiente (Kirch 1980). Dicho estado, es
evaluado en términos del éxito en la reproducción y la subsistencia de los individuos. Por
esta razón, los estudios arqueológicos de la adaptación cazadora recolectora se han
enfocado principalmente en la subsistencia y la demografía, haciendo uso de modelos
teóricos desarrollados en la geografía, la ecología, la antropología social y la etología, así
como de técnicas de simulación matemáticas derivadas de la teoría de los juegos y de
decisiones, considerando además, el examen de casos etnográficos como medios de prueba
(Bailey 1983).
42
El segundo campo, esta relacionado al desarrollo de lo que Binford (1977) ha denominado
teorías de rango medio, las que corresponden a un grupo de proposiciones básicas que
enlazan el registro arqueológico estático que existe en el presente, con la conducta dinámica
que lo creó en el pasado, haciendo uso de principios uniformitarios generales. En general,
el uniformitarismo propone que los procesos son iguales antes y ahora, ante lo cual, los
sistemas sociales vivos serían de amplia relevancia para la interpretación de las sociedades
de la prehistoria. Sin embargo, la aplicación a ultranza de estos principios predispone a ver
en la prehistoria grupos sociales particulares, con lo cual la información etnográfica de
cazadores recolectores actuales ejerce una suerte de tiranía sobre la interpretación del
pasado (Wobst 1978). Este problema, de acuerdo a Binford (1972), podría ser resuelto
mediante un ejercicio cuidadoso de la inferencia, a través de teorías de rango medio que
permitan conocer la dinámica de un registro arqueológico estático, haciendo uso de casos
específicos, así como de la aplicación de teorías generales a casos singulares.
El uso de teorías de rango medio y de principios uniformitarios, han dado pie para el
desarrollo de estrategias actualísticas, a través de la etnoarqueología y de la arqueología
experimental. Particularmente, el estudio de cazadores recolectores ha resultado un medio
fértil para el desarrollado de muchas de estas investigaciones. Así, por ejemplo, la búsqueda
de las causas humanas y naturales que originan los conjuntos arqueológicos, ha conducido a
estudiar los procesos de formación de sitios entre cazadores recolectores actuales (Politis
1996a) y prehistóricos (Pereyra y Guráieb 1998), así como a proponer programas
regionales de estudios tafonómicos (Borrero 2000). Igualmente, la investigación de los
materiales arqueológicos ha permitido la generación de nuevas metodologías de análisis
(por ejemplo, Keeley 1980; Johnson 1983), las cuales han hecho valiosos aportes sobre la
funcionalidad y tecnología de los mismos, así como en la creación de una teoría de
organización de la tecnología (Bamforth 1991; Nelson 1991). Finalmente, el estudio de
diversos patrones de conducta actuales y sus resultados materiales, han sido analizados a
través de la etnoarqueología en variados lugares del mundo (por ejemplo, Binford 1978b;
Borrero y Yacobaccio 1989; Politis 1996b), aportando a la interpretación del registro
material de las sociedades cazadoras recolectoras.
43
Como consecuencia de esto, en las últimas décadas ha existido un notable desarrollo en los
estudios de los cazadores recolectores. Sin embargo, no todos los investigadores en este
campo están de acuerdo sobre el peso otorgado a las variables ambientales en el “enfoque
adaptacionista”, pudiendo distinguirse dos posiciones. Por un lado, están aquellos que
consideran posible y de gran utilidad el hacer uso de teorías ecológicas o biológicas (por
ejemplo, Binford 2001; Cashdan 1983; Jochim 1981, 1983; Smith 1983). Mientras, por otro
lado, están otros autores que consideran de mayor utilidad estudiar estas sociedades desde
una perspectiva social (por ejemplo, Bender 1978; Gamble 1999).
Con respecto a esto último, nosotros consideramos que el carácter material, fragmentario y
limitado de la data arqueológica de los cazadores recolectores, dificulta la utilización de
modelos interpretativos sobre ciertos aspectos culturales (como las reglas de parentesco o la
distribución del prestigio), los cuales si han podido ser analizados en sociedades
productoras de alimentos. Esta situación ha llevado a muchos investigadores ha otorgar
prioridad a los estudios ecológicos, a la tecnología, los sistemas de subsistencia y
asentamiento a través del uso de principios uniformitarios, estrategias actualísticas y
44
analogías etnográficas. Este enfoque de investigación ha contribuido a la generación de
principios y modelos explicativos y predictivos, aplicables a los cazadores recolectores del
pasado, los cuales son ajustados y corregidos a través de su contrastación empírica por
diversas vías (Mena 1989). De esta forma, nosotros hacemos uso de este enfoque, por
cuanto nos ha permitido generar hipótesis a partir de teorías generales, para con ellas
analizar los materiales líticos y óseos de las ocupaciones cazadores recolectoras que nos
interesa. A continuación, revisaremos la definición y características generales de la
construcción de modelos, así como los principales modelos aplicados en arqueología de
cazadores recolectores.
45
Ninguno modelo en particular, puede maximizar el uso de los tres criterios al mismo
tiempo, por lo cual debe elegir que criterios serán enfatizados en desmedro de otros, en
función de los propósitos fundamentales del modelo. De esta forma podemos distinguir los
siguientes tipos de modelos:
46
cualidades del medio sobre la adaptación humana. Una aproximación de este tipo se
relaciona a la utilización del concepto desarrollado por H. Bailey (1960) de Temperatura
Efectiva (ET), el cual corresponde a la cantidad y distribución anual de radiación solar en
una región de la superficie de la tierra. Los rangos de ET condicionan la existencia de
medios húmedos (bosques tropicales, bosques templados húmedos), áridos y semiáridos
(desiertos, bosques templados cálidos), con una productividad primaria neta determinada. A
estos diferentes medio ambientes se han intentado correlacionar aspectos generales de la
subsistencia, los asentamientos y la movilidad, a través del uso de diseños holegeísticos que
utilizan bases de datos transculturales de cazadores recolectores (por ejemplo, Binford
2001).
47
ambientes de alta productividad y recursos homogéneos los grupos serían menos móviles.
Estas predicciones, constituyen hipótesis de trabajo que pueden ser puestas a prueba en
distintos medio ambientes, caracterizados por las mismas variables.
Por otro lado, los modelos que buscan reconocer patrones subyacentes a la especie humana
se han enfocado principalmente en los estudios de la subsistencia de los cazadores
recolectores, aplicando modelos ecológicos y económicos como el forrajeo óptimo, la
teoría de decisiones y de juegos (Winterhalder 1981). Estos modelos, se apoyan en su
construcción sobre la base de una dimensión uniformitaria que plantea que los procesos
cognitivos o de reglas de decisiones humanas operan de manera similares en el pasado y en
la actualidad.
Por otra parte, M. Jochim (1976), ha planteado que los recursos serían explotados de
acuerdo a su habilidad para satisfacer dos objetivos de la subsistencia: conseguir un ingreso
nutricional seguro y mantener los agregados de población con bajo costo. En consecuencia,
los cazadores recolectores desarrollan procesos de decisiones concientes en torno a
múltiples elecciones que tienen retribuciones y costos específicos. En este sentido, el
modelo requiere que todos los recursos potenciales sean cuantificados de acuerdo al peso,
tamaño de la agregación, densidad, movilidad y valor no alimenticio (cuero, cornamentas,
etc.).
48
El proceso de decisiones es conducido en términos de un consumidor enfrentado con una
variedad de elecciones alternativas, cada una de las cuales conduce a un resultado conocido
bajo ciertas condiciones. En esto hay dos cosas importantes: la habilidad para anticipar
condiciones futuras y los objetivos buscados por el consumidor. En la teoría de los juegos,
por ejemplo, el consumidor y la naturaleza son jugadores activos y cualquier ganancia para
uno, es una pérdida para el otro. Según los principios de esta teoría, la naturaleza debería
adoptar una estrategia en que ella se enfrenta al consumidor en condiciones que minimizan
el máximo resultado para éste (estrategia "minimax"). Mientras el consumidor, debería
adoptar una estrategia que maximice el mínimo resultado para sí (estrategia "maximin").
Los modelos de investigación de recursos específicos, también han sido utilizados para
inferir conductas económicas en el territorio inmediato de un sitio arqueológico, por
ejemplo, a través del site catchment analysis (Cornejo 1987; Mena 1987a y b; Roper 1979;
Vita Finzi y Higgs 1970). Así mismo, la “zonación económica” del área que rodea a un
campamento propuesta por Binford (1982), ha buscado relacionar diferentes áreas de
actividad económica con tipos de sitios y conjuntos de artefactos y rasgos arqueológicos.
49
Estrechamente ligado al problema de la ubicación de un sitio se encuentra el concepto de
territorialidad, el cual denota una relación espacial entre un grupo social y los recursos que
obtiene para su subsistencia. Algunos modelos de territorialidad, en ecología evolutiva, por
ejemplo (Pianka 1988), enfatizan que este concepto esta referido a la defensa de un
territorio determinado. Los análisis sugieren que la territorialidad humana puede, como en
otras especies animales, ser analizada en términos de un modelo general de organización
espacial que se enfoque sobre la distribución de los recursos y su defensa económica. La
defensa de un territorio, sería practicada cuando su costo no supera los beneficios que
reporta la obtención de los recursos críticos que esta área contiene. De esta forma, la
territorialidad es entendida como una parte del sistema de subsistencia (Dyson-Hudson y
Smith 1978).
50
1976), del área local de captación (Roper 1979; Vita-Finzi y Higgs 1970) o del radio de
forrajeo (Binford 1982).
2
En el modelo de Wobst (1974), una banda mínima está hipotéticamente compuesta por 25 individuos.
51
La movilidad ha sido considerada como una de las características distintivas de los
cazadores recolectores y como uno de los determinantes de su forma de vida. Por ejemplo,
Mauss (1991) relacionaba la movilidad estacional de los esquimales a su vida moral y
religiosa, mientras Sahlins (1974) considero a la movilidad como condicionante de las
actitudes culturales hacia los bienes materiales. Del mismo modo, en el Simposio “Man the
Hunter”, celebrado en Chicago en 1966, Lee y DeVore (1968) plantearon que los cazadores
recolectores se mueven mucho y que tal condición, es una de los determinantes de su forma
de vida.
Sin embargo, existe gran diversidad en las características de la movilidad entre los
cazadores recolectores etnográficamente conocidos, donde algunos se mueven mucho,
mientras otros lo hacen muy poco. Se han realizado algunas propuestas de clasificación de
tal variabilidad en dos o más categorías, con el objeto de analizar esta conducta. Por
ejemplo, Beardsley y sus colaboradores (1956), plantearon una división en “grupos sin
límites”, como aquellos que comienzan a explorar nuevos territorios; “grupos con límites”,
los que viven con alta densidad de población y con límites territoriales; “grupos con una
base central limitada”, representada por grupos que retornan estacionalmente a un
campamento específico; y finalmente, “grupos sedentarios semipermanentes”, aquellos que
permanecen en un campamento todo el año, pero que moverán al cabo de unos años. Este
esquema, años después es modificado por Murdock (1967) planteando cuatro categorías:
“completamente nómade”, “seminómade”, “semisedentario” y “completamente
sedentario”.
52
En las últimas décadas, estos estudios han sido dominados por modelos derivados de
principios económicos y ecológicos. En estos modelos, la movilidad ha sido considerada
como una forma de no agotar el área de forrajeo (Hassan 1981) o una forma para explotar
el medio ambiente en función de la estructura de los recursos. Esta última perspectiva es
planteada por autores como L. Binford (1980, 1982), R. Kelly (1983, 1995) y C. Mandrik
(1993), quienes consideran que la movilidad de los grupos cazadores recolectores está muy
relacionada a la distribución concreta de los recursos en el hábitat de un grupo.
Concebida de esta forma, la movilidad cazadora recolectora, tiene una función económica.
En palabras de L. Binford, "es a través de la movilidad que un lugar dado puede ser
económicamente modificado en relación a los sistemas humanos" (Binford 1982:8). La
modificación económica del paisaje, es realizada a través del despliegue de diferentes
estrategias de movilidad, las que corresponden a “una faceta de la forma en que los
cazadores recolectores se organizan para enfrentarse con los problemas de la adquisición
de recursos” (Kelly 1983:277).
Entre tales estrategias, se han distinguido dos que conforman los extremos de un espectro
amplio, las que se denominan movilidad residencial y movilidad logística (Carlson 1979).
La movilidad residencial, consistiría en cualquier cambio en la ubicación de la unidad
residencial durante el ciclo anual, mientras que la movilidad logística, representaría el
movimiento de un grupo de personas para llevar a cabo tareas específicas, pero sin mover la
unidad residencial. Estas estrategias no son exclusivas y pueden presentarse en diversas
proporciones durante el ciclo estacional.
53
los recursos puede ser espacial y temporalmente incongruente. A través de ella, los recursos
son transportados hacia las bases residenciales por medio de grupos de tareas
logísticamente organizados. En sus movimientos estos grupos dejarían campamentos de
terreno, estaciones (lugares de observación de las presas de caza, por ejemplo) y escondites
de herramientas u otros recursos.
La movilidad de los grupos humanos, sería por tanto, una parte vital de las estrategias
adaptativas puestas en funcionamiento en un ambiente local determinado. Ahora bien, la
movilidad humana puede ser muy amplia y obedecer a distintas motivaciones, según se
desprende de los estudios etnográficos y etnoarqueológicos. Como hemos señalado,
algunos modelos desarrollados de acuerdo a los rangos de ET y el uso de diseños
hologeísticos, han propuesto que los cazadores recolectores de medio ambientes tropicales,
serían por lo general muy móviles, con campamentos ocupados tres a cinco días, cubriendo
una distancia no muy grande, mientras los contrario ocurriría en latitudes altas (Binford
1990). Sin embargo, la estacionalidad también desarrollaría un importante papel en la
frecuencia y la distancia cubierta por la movilidad, tanto en la foresta tropical (Politis
1996b), como en ambientes de estepas y bosques de altas latitudes (Stuart 1977).
Los primeros, plantean que la distribución de los recursos a lo largo del ciclo anual, es un
factor determinante en la movilidad de los cazadores recolectores. Por ejemplo, H.
Yacobaccio (1983-1985), ha planteado una explotación complementaria de recursos por los
cazadores recolectores de la Puna sur andina, donde la movilidad y la zonación económica
del espacio son los elementos clave. F. Mena (1984), a su vez, planteó patrones de
movilidad para el período Arcaico tardío de la II Región, sobre la base de la estructura de
recursos de acuerdo a la estacionalidad. Sin embargo, como G. Sampson (1988) ha notado,
los sistemas de movilidad estacional no pueden ser correctamente definidos a menos que
54
ellos sean primero circunscritos por los límites territoriales dentro de los cuales funcionan.
Ahora bien, el establecimiento de fronteras para grupos cazadores recolectores ha sido
siempre problemático, tal como este mismo investigador reconoce. En este sentido, su
interés se centra en las características estilísticas de la cerámica entre grupos san del sur de
África, para dar el paso desde una definición territorial de una sociedad hacia una
definición social de un territorio. Con todo, si bien la observación de Sampson es útil de
considerar, es difícil de aplicar para sitios arqueológicos con pocos marcadores estilísticos
que puedan ser mapeados en un territorio determinado.
55
estaciones y que la localización de las fuentes de materias primas líticas, podían otorgar una
escala a las dimensiones de la movilidad.
56
c) Radio extendido: es donde la gente se informa sobre la distribución de los recursos y los
cambios en la producción. No es el territorio de una persona, sino que es usado como un
apoyo a la subsistencia por nuevos grupos o por grupos extendiendo su radio de
movilidad anual.
d) Radio anual: es el área usada durante un año para propósitos logísticos (subsistencia) y
residenciales.
e) Radio del ciclo vital: corresponde al área donde los individuos han desarrollado su vida.
Binford (1980), plantea que existe una interacción, entre el grado de desarrollo real de cada
una de estas zonas económicas y la movilidad residencial de cada grupo. Así, los grupos
cazadores recolectores que habitan medio ambientes de alta biomasa, como los bosques
tropicales lluviosos, podrían tener una alta movilidad residencial, que desarrollaría solo
radios de forrajeo. Estos podrían ser explotados de forma parcial o total, desplazándose
luego hacia otro radio de forrajeo3. En este sentido, estos grupos no desarrollarían radios
logísticos y la explotación del medio ambiente, se realizaría a medida que se encuentran los
recursos y de acuerdo al desarrollo y efectividad de las técnicas de captura. Por otro lado,
en medio ambientes caracterizados por una baja biomasa, tales como el ártico o los
desiertos, la residencia se movería desde una localidad que provee acceso al alimento, el
agua y el combustible, a otra de similares características4. En este caso, la movilidad
residencial podría ser menor y desarrollaría un radio de forrajeo y uno logístico.
3
En la terminología de Binford (1980:9), la movilidad entre radios de forrajeo parcialmente explotados se
denomina half-radius continuous pattern, mientras que aquella entre radios de forrajeo completamente
explotados corresponde a un complete radius leapfrog pattern.
4
En términos de Binford (1980:9), corresponde a una point-to-point mobility.
57
En términos arqueológicos, lo interesante de este modelo, es que relaciona distintos tipos de
movilidad a sitios con funcionalidad diferente. Debido a que cada tipo de sitio, se
relacionaría a una actividad particular, se espera que en cada uno de ellos se encuentre un
conjunto artefactual diferente. De ello se desprende que, el estudio de la variabilidad entre
sitios y de un mismo sitio, puede aportar elementos para comprender los distintos tipos de
movilidad generados por una población en un hábitat determinado.
Por otro lado, R. Kelly (1983, 1995), planteó un modelo en el cual la estructura y
diversidad de los recursos en medio ambientes de distinta productividad, origina el
despliegue de estrategias de movilidad residencial y/o logística. Dichas estrategias, podrían
ser caracterizadas de acuerdo a diversas variables, como la distancia cubierta por
movimiento y por ciclo anual, la duración del asentamiento, así como la frecuencia de los
movimientos. De esta forma, la ponderación de cada variable se llevaría a cabo atendiendo
a los valores de ET y productividad de un medio ambiente particular, valores que en
definitiva inducirían las diferentes estrategias de movilidad. Sin embargo, su aplicación
requiere el uso de ejemplos etnográficos en ambientes similares a los que se esta
investigando. Con todo, posee la ventaja que ha sido desarrollado para ser empleado
específicamente con datos arqueológicos, para lo cual dispone del uso de variables
ecológicas específicas y su correlato espacial en el registro arqueológico.
58
han sido diseñado para ser utilizados con datos arqueológicos (por ejemplo, MacDonald y
Hewlett 1999).
Por otro lado, la movilidad cazadora recolectora, puede ser investigada atendiendo a la
dinámica de poblamiento de una región en particular, antes desocupada. Varios modelos
han propuesto diferentes fases o etapas de poblamiento de un territorio, en las cuales la
movilidad se despliega de manera diferente. Entre estos, tenemos varios desarrollados para
el poblamiento de las Américas (Anderson y Gillam 2000; Dillehay 2000), comparaciones
entre América y Australia (Beaton 1991), Tasmania y Tierra del Fuego (Borrero 1991) y
para territorios específicos como la Patagonia austral y Tierra del Fuego (Borrero 1989-
1990). Este último, por su claridad para relacionar movilidad, tipo de asentamiento,
procesos de formación de sitios y condiciones de visibilidad y resolución del registro
arqueológico, nos parece de suma utilidad para entender la dinámica de poblamiento de una
región y el papel de la movilidad. En dicho modelo, Borrero (1989-1990) propone tres fases
que se caracterizan como a continuación se detalla:
59
específicos y restringidos. Esto implicaría un uso más repetitivo de sitios localizados
ópticamente, por lo que sería esperable que formen grupos más o menos discretos,
debido a la falta de superposición de los rangos de acción. En estas condiciones, su
visibilidad arqueológica debería ser muy alta con muy buena resolución.
c) Fase de Ocupación Efectiva: se relacionaría al momento en que todo el espacio
deseable está siendo utilizado. Esto implicaría la aparición de mecanismos dependientes
de la densidad, incluyendo ajustes poblacionales, deriva cultural o competencia por
territorios de alta productividad. La visibilidad arqueológica debería ser muy alta, pero
de muy baja resolución debido a la superposición de rangos de acción territorial
motivado por la densidad. Estos rangos de acción deberían ser marcadamente más
pequeños, por lo que deberían haber aparecido mecanismos alternativos para el
aprovisionamiento de materias primas especiales. Así mismo, debería asociarse con
mecanismos sociales para ordenar el espacio, desde actividades guerreras hasta un
calendario ritual panregional.
60
la fase de exploración en relación a los materiales líticos y arqueofaunísticos. Más
recientemente, Franco (2002) ha avanzado hacia la proposición de expectativas sobre el
contenido de los conjuntos líticos en los momentos de exploración de un territorio. Dichas
expectativas se relacionan a bajas frecuencias de artefactos conservados, fabricados en
rocas no locales; presencia de percutores relacionada a la manufactura local de
instrumentos, predominio de filos largos en rocas locales, baja frecuencia de raspadores,
mayoría de instrumentos expeditivos completos y altas frecuencias de rocas
inmediatamente disponibles.
61
Capítulo 4. Un modelo teórico para el análisis de la movilidad
Los sistemas socioculturales son dinámicos y adaptables (Kirch 1980), y pueden ser
estudiados definiendo sus componentes, las relaciones que establecen entre sí y con el
sistema ambiental. La adaptación se logra mediante el ajuste de los sistemas sociocultural y
ambiental. Dicho ajuste, ha sido generalmente mensurado en términos del éxito en la
reproducción y en la subsistencia de los organismos (Pianka 1988), lo cual se lograría a
través del despliegue de diferentes estrategias adaptativas.
62
preferencias culturales. De acuerdo a este orden, los cazadores recolectores tomarían una
serie de decisiones para explotar determinados recursos a través de singulares estrategias de
predación y movilidad. La obtención de cualquier resultado deseado, sin embargo, siempre
tiene costos y beneficios. Por ende, quien toma una decisión, debería hacerlo considerando
dichos costos y beneficios, pues de lo contrario aumentaría el riesgo de fracaso de sus
acciones. En este sentido, consideramos que quien debe tomar decisiones debería hacerlo
de manera racional, esto es manejando las posibles consecuencias de cada curso de acción.
Teniendo presente este último factor y siguiendo a Jochim (1976), se puede plantear que los
cazadores recolectores tomarían decisiones planificadas, con el objetivo de maximizar sus
beneficios y minimizar sus costos.
Consecuentemente con esta idea, el modelo que planteamos busca evaluar la distribución y
composición de los recursos en la localidad estudiada y su posible relación con ciertos
aspectos del registro arqueológico que podrían ser indicadores de algunas variables de la
movilidad.
63
en relación simétrica, evitaría asimismo la introducción de determinismos ambientales o
culturales.
Para comenzar, digamos que el factor más importante en el medio ambiente físico es el
clima, determinante último de la disponibilidad de agua y de la temperatura. Estos dos
elementos, interactúan para determinar los tipos de suelos y de vegetación, existiendo una
estrecha relación entre climas particulares y los tipos de comunidades biológicas que
existen bajo aquellas condiciones climáticas.
64
Tabla 1. Resumen de las variables, indicadores, medidas y expectativas del modelo
65
La productividad de diversos medios y su relación con las sociedades cazadoras
recolectoras ha sido investigada por medio de la variable temperatura efectiva (Binford
1980, 2001; Kelly 1983, 1995). Esta variable (ET, por sus siglas en inglés), expresa la
cantidad y distribución anual de radiación solar de una región dada de la superficie
terrestre, sirviendo como un buen indicador de la estacionalidad de un medio ambiente, con
valores empíricos que varían desde 26°C en el ecuador, a 8°C en los polos (Bailey 1960).
Mientras más alto sea el valor de ET, mayor será la producción de células vegetales por
año, es decir, mayor será la productividad del medio (Binford 1980). De ahí que, los medio
ambientes más ricos del planeta, serían aquellos ubicados en la cercanía del ecuador, tales
como los bosques tropicales lluviosos. Sin embargo, la combinación de ET, precipitaciones,
topografía y la presencia del océano, pueden crear medios de gran productividad en
latitudes medias, como sucede con los bosques templados lluviosos o “selva valdiviana”,
que se ubica en nuestra zona de investigación.
66
En relación a la variable accesibilidad de los recursos, esta se define como la cantidad de
tiempo y esfuerzo requerido para obtener recursos animales y vegetales en un medio
ambiente en particular (Kelly 1983:283). Teniendo presente que la accesibilidad a los
recursos esta fuertemente influida por las características conductuales y químicas de los
mismos, por la tecnología, estrategias y tácticas disponibles para la explotación del medio
ambiente por parte de los grupos humanos (Binford 2001; Chatters 1987), es posible
observar cómo se comporta esta variable a través de la productividad, la biomasa vegetal y
animal presente en un medio ambiente dado.
En términos generales, en las áreas donde existe mucha vegetación, como en los bosques
templados lluviosos del sur de Chile, existe una fuerte competencia entre las plantas para
recibir la luz solar. En estos medios, la selección favorece a las especies que invierten
mucha energía en su mantención estructural y en capturar la luz del sol. Esto tiene como
resultado, grandes gastos de la productividad bruta para generar nuevos tejidos vasculares,
que en la mayoría de los vegetales no son comestibles. Asimismo, la competencia por la luz
solar origina mayor inversión de la productividad primaria en el crecimiento de tallos o
troncos, el desarrollo de más hojas y en localizar su producción lo más alto posible del piso
del bosque. De esta forma, muchas de las semillas de estas plantas son a menudo
inaccesibles para los animales por su ubicación en los extremos de las ramas o por su altura
desde el suelo. Además, algunos tipos de semillas pueden contener toxinas o tener cubiertas
exteriores duras, haciendo difícil su adquisición o necesario un procesamiento intensivo
para su explotación, como ocurre por ejemplo, con los piñones de Araucaria araucana. En
consecuencia, los ambientes de alta biomasa están inversamente correlacionados con la
accesibilidad a sus recursos vegetales (Kelly 1983).
Por otra parte, la relación entre producción primaria y biomasa primaria está fuertemente
influida por los valores de ET. Así, cuando la temperatura desciende, se produce un
67
descenso en la cantidad de energía solar disponible para la fotosíntesis y por ende, para la
producción primaria. En consecuencia, manteniendo la biomasa primaria constante, la
cantidad absoluta de producción primaria puede descender cuando disminuye la ET.
Igualmente, si mantenemos la ET constante, la cantidad de producción primaria
inmediatamente disponible para el consumo, descenderá con el aumento de la biomasa
primaria (Kelly 1983).
De esta manera, nuestro modelo contempla que los valores que tomen los indicadores de las
variables estructura y accesibilidad a los recursos, podría permitirnos inferir un marco en el
que se desarrolla la movilidad. En términos específicos, esperamos que en condiciones de
alta biomasa primaria y baja accesibilidad a la biomasa secundaria, exista una alta
movilidad residencial, tal como ha podido observarse en estudios etnoarqueológicos (Politis
1996b) y arqueológicos (Schoocongdej 2000) en medios estacionales de alta productividad
primaria, como los bosques tropicales lluviosos.
Siguiendo a diversos autores (Amick 1996; Binford 1980, 1982, 1990; Kelly 1983, 1995;
Mandrik 1993; Mena 1984; Politis 1996b; Yacobaccio 1983-1985), planteamos que la
movilidad de los cazadores recolectores es una respuesta adaptativa a los cambios en la
68
distribución espacial y temporal de los recursos, la cual se presenta en la forma de diversas
estrategias, las que tienen por objeto, conseguir recursos específicos y complementarlos con
otros. Dichos recursos no solo están ligados a la alimentación, sino que pueden incluir otros
ítems ligados al sistema tecnológico (Amick 1996), al matrimonial (MacDonald y Hewlett
1999), al de las creencias, etc.
Como ya hemos revisado antes, primero Carlson (1979) y poco después Binford (1980,
1982) han planteado dos estrategias de movilidad, denominadas residenciales y logísticas,
las cuales conforman dos extremos de una línea continúa donde se observan muchas
combinaciones de ambas. En este sentido, nuestro modelo apunta a tratar de identificar y
explicar estos tipos de movilidad o alguna de sus combinaciones en el registro arqueológico
investigado. De esta forma, entenderemos que la movilidad residencial consiste en el
desplazamiento, como unidad, de pequeños grupos de consumidores y productores a través
de un territorio, mientras que por movilidad logística nos referiremos a una estrategia que
combina un campamento base donde permanecen los consumidores durante mayor tiempo,
mientras pequeños grupos de productores obtienen recursos distantes y los traen de vuelta a
los consumidores.
Como hemos planteado antes, los asentamientos podrían ser precedidos y condicionados
por el uso de determinados recursos. Siguiendo a Jochim (1976), podemos decir que la
ubicación de los asentamientos respondería básicamente, a tres objetivos: a) la proximidad
a los recursos económicos; b) la obtención de abrigo y protección de los elementos, y c)
obtener un lugar de observación de las presas de caza y de otros grupos humanos. En el
caso de la movilidad residencial, los asentamientos suelen ubicarse en estrecha proximidad
a los parches de recursos que son buscados, mientras que en la movilidad logística, los
asentamientos se ubican cerca de varios parches de recursos diferentes. En ambos casos, la
búsqueda de abrigo y la posibilidad de ser un buen puesto de observación es requerida sin
grandes diferencias.
69
en el registro arqueológico (véase Tabla 1). A continuación definimos estas variables y los
indicadores arqueológicos de las mismas.
Para investigar la movilidad, autores como Kelly (1983, 1995) o Chatters (1987) han
distinguido una serie de variables, tales como frecuencia, distancia, duración de los
asentamientos, planificación, etc. Sin embargo, su aplicación requiere de un conjunto de
sitos a nivel regional que puedan aportar diferentes datos. En vista de esto, nosotros hemos
seleccionado un número mínimo de variables que nos permitan intentar evaluar la
movilidad en los dos sitios en estudio. Dichas variables son el tipo y la frecuencia de la de
movilidad, tal como a continuación se explica.
Para efectos de simplicidad del modelo consideraremos solo dos tipos de movilidad, una
residencial y otra logística, de acuerdo a las características señaladas por Carlson (1979) y
Binford (1980, 1982). Para evaluar estos dos tipos de movilidad se proponen las siguientes
medidas y expectativas.
70
Una situación contraria esperamos en los campamentos base. Debido a que en este tipo de
sitios se llevarían a cabo una gran cantidad de actividades, se puede esperar que los
conjuntos de artefactos sean más diversos y con mayor cantidad de tipos. Al respecto
Chatters (1987), plantea que en estos campamentos puede haber tipos de tecnologías
especializadas dominando los conjuntos, lo cual no debería encontrarse en campamentos de
movilidad residencial. En este caso, debido a la necesidad de mantener la eficiencia en
varias actividades y de minimizar los costos de transporte entre las ubicaciones de los
campamentos residenciales, esperamos una tecnología más generalizada. Esta situación
obedecería a que, por lo general, los grupos forrajeros implementan una estrategia de
explotación por encuentro, esto es sin concentrarse en un solo recurso y a que, por tanto, no
existiría mantención o uso de herramientas especializadas. Por ende, la representación de
tipos de artefactos debería ser más uniforme en los campamentos producidos por una
movilidad logística.
Por su parte, los campamentos residenciales pueden ser muy variables: si se usa una
tecnología de procesamiento especializada para algunos tipos de recursos, podemos esperar
conjuntos de baja diversidad, representando el procesamiento de recursos estacionales o
geográficamente limitados. En ausencia de tecnología especializada, se esperan artefactos
de utilidad general y en cualquier caso, baja diversidad. Por ende, los campamentos
71
residenciales pueden exhibir el mismo patrón que los campamentos de terreno, cuestión que
dificulta enormemente la interpretación.
b) Diversidad faunística
72
c) Distribución de partes anatómicas
Debido a los costos implicados en el transporte de partes anatómicas de una presa, los
cazadores recolectores que usan una estrategia de movilidad logística, transportarían a su
campamento base solo aquellas partes que tengan un mayor valor económico, dejando en
las locations, donde se ha producido la captura, los elementos anatómicos de menor valor
(Binford 1978b, 1981; Speth 1998). En consecuencia, en una estrategia logística esperamos
que los elementos esqueletales de especies de equivalente tamaño y estructura, estén
distribuidos entre los tipos de asentamiento de acuerdo a su valor económico. De esta
forma, los huesos de mayor valor (por ejemplo, vértebras, costillas, epífisis proximales de
huesos largos) podrían encontrarse representados en mayor frecuencia en los campamentos
base, mientras que los huesos menos valiosos (por ejemplo, falanges y cráneos), podrían
estar más representados en los sitios donde se llevo a cabo el destazamiento de los
animales.
Por otra parte, debido a que los campamentos en una estrategia de movilidad residencial
podrían ser el locus del desmembramiento, procesamiento y consumo de los animales
capturados, esperamos que en estos sitos se registren huesos de bajo y de alto valor en
frecuencias equivalentes.
Por lo general, los huesos registrados en contextos arqueológicos han sido alterados y rotos
por factores antrópicos o naturales (Behrensmeyer 1978; Binford 1981; Martín y Borrero
1997; Mengoni 1988). Si los análisis tafonómicos pueden demostrar que los huesos han
sido fracturados por acción humana, es posible que el tamaño de los restos óseos, pueda dar
una medida gruesa del grado de procesamiento de las partes anatómicas transportadas hasta
un asentamiento (Chatters 1987).
El grado de fragmentación ósea podría, entonces, ser un indicador del lugar que ocupa un
asentamiento o un área de un asentamiento, en la cadena que va desde la obtención al
73
consumo. Asumiendo que el consumo se lleva a cabo con mayor frecuencia en los
campamentos base y residenciales, y menos en los campamentos de tareas orientados a la
obtención de los animales, esperamos que el tamaño de los fragmentos de huesos varíen
con el tipo de asentamiento. De esta forma, los fragmentos más pequeños de huesos podrían
encontrarse en los campamentos base y residenciales, cerca de donde han sido cocinados.
Por el contrario, solo huesos completos deberían registrarse en campamentos de caza y
destazamiento.
Por otra parte, el tamaño de los fragmentos óseos podría ser proporcional a la escasez de
recursos, ya que la energía neta ganada de romper los huesos para producir colágeno y
grasa, es menor que la de extracción de médula y aún menor que descarnar los huesos
(Binford 1978b). Por ende, esperamos que una gran cantidad de restos óseos pequeños
derivados de su fractura para producir colágeno y grasa, sean indicadores de ocupaciones
en estaciones de baja productividad ambiental.
Igualmente, si asumimos que la escasez de alimentos puede ser resultado de una ocupación
de largo plazo y de la depredación de los recursos cerca del campamento, esperamos que
los tamaños de los fragmentos de hueso varíen entre los asentamientos del mismo tipo, en
proporción a la duración de la ocupación del sitio.
Esta es una variable que intenta dimensionar el número de movimientos que se efectúan en
cada una de las estrategias de movilidad durante el ciclo anual. Al respecto, R. Kelly (1983,
1995), ha propuesto una serie de medidas relacionadas al número de movimientos y a la
distancia cubierta por la movilidad logística y la residencial. Sin embargo, para su cálculo
necesitaríamos de una serie completa de sitios que representen campamentos residenciales
y / o base durante el ciclo anual, así como de una medida de la duración de la ocupación,
para cada tipo de campamento estacionalmente distinto.
74
Chatters (1987), consideramos que el grado de discreción con que se observan y registran
los rasgos arqueológicos al momento de la excavación, podría aportar algunas pistas en la
determinación de la frecuencia de la movilidad, tal como a continuación se explica.
Un rasgo surgido de una actividad en un momento dado y que es reconocible en los pisos
de ocupación de un sitio arqueológico, puede otorgarnos una medida relativa del tempo de
uso de una localidad (sensu Wandsneider 19921), de acuerdo a su discreción, la cual puede
variar por diversos factores. Por ejemplo, cuando una misma actividad se realiza en
congruencia espacial durante un período de tiempo, esto es, cuando se hace reuso de un
área en un sitio (Brooks y Yellen 1987:69), los límites y formas originales de un rasgo
pueden volverse imprecisos, debido a la circulación de la gente que puede dispersar partes
del rasgo, por la aplicación de estrategias de limpieza, por la disturbación efectuada por
otros agentes biológicos. Una situación diferente se originaría ante una reocupación de un
sitio, es decir, cuando se hace uso repetidamente de un lugar, pero no hay congruencia
espacial entre las áreas de actividad de distintas ocupaciones (Brooks y Yellen 1987:69),
debido a cambios en las necesidades de abrigo, luz natural, crecimiento de la vegetación,
etc. En tales casos, es posible que partes de rasgos de ocupaciones anteriores sean
removidas y usadas para construir otros nuevos. De esta forma, algunas evidencias de
eventos de ocupación previos, podrían ser dispersadas alrededor de los nuevos rasgos y
después de una reocupación repetida, los rasgos viejos podrían ser totalmente obliterados.
Sin embargo, la observación y registro de los distintos grados de disturbación a que fueron
sometidos los rasgos arqueológicos, puede en consecuencia, aportarnos algunas ideas
acerca del tempo de uso de un sitio y por ende, de la frecuencia de la movilidad. Al
respecto, Chatters (1987) plantea que la determinación de la discreción de los rasgos en una
superficie de ocupación, podría ser un indicador confiable de la duración y la repetición del
uso de un lugar. Para determinar el grado de discreción de los rasgos, este investigador
1
El tempo de uso de una localidad se refiere a “the frecuency and syncopation with wich a specific area (i.e.,
locale) is occupied.” (Wandsneider 1992: 258), y pude puede ser dimensionado a través del examen de la
distribución espacial de los restos materiales en una localidad.
75
plantea cuatro niveles posibles de determinar mediante la observación y registro de los
mismos, los cuales se basan principalmente en el grado de desplazamiento horizontal entre
los fogones y los rasgos de conchas y huesos. Estos niveles serían:
Nivel 4: es el más discreto, representado por un evento no disturbado, el cual puede ser
relacionado a una ocupación.
Nivel 3: muestra algunos cambios en la posición del fuego y dispersión de los desechos,
debido a una ocupación residencial de mayor permanencia.
Nivel 2: es el resultado de una reocupación del mismo sitio, con la ubicación del fuego
en otros lugares y la dispersión de los residuos de la ocupación previa.
Nivel 1: es el resultado del reuso y/o reocupación múltiple; los rasgos no tienen
patrones claros.
76
Capítulo 5. Arqueología de los aleros Marifilo 1 y Loncoñanco 2
5.1 Ubicación de los sitios
Los aleros Marifilo 1 y Loncoñanco 2, están ubicados en la ribera noreste del lago
Calafquén, a 300.4 y 340.3 m.s.n.m. y a una distancia horizontal de 1.260 y 1.560 m,
respectivamente, de la playa del lago. Administrativamente, los sitios se encuentran en la
localidad de Pucura, comuna de Panguipulli, provincia de Valdivia, en la X Región de Los
Lagos (véase Figura 1 y Foto 2).
Los aleros se ubican en los bordes norte y sur de un valle orientado W – E, de probable
origen glacial (véase Fotos 3 y 4). Este valle, denominado en la actualidad “valle de
Marifilo” de acuerdo al apellido de su propietario, es prácticamente plano en sentido
transversal, con una pendiente en sentido longitudinal. La planicie del valle desaparece por
erosión, configurándose así una especie de valle colgado a 79 m sobre el nivel actual del
lago Calafquén (Pino et al. 2002). Este valle es surcado de E – W por el estero Marifilo, el
77
cual origina una incisión de no más de un metro de ancho y que alcanza en algunos sectores
hasta cinco metros de profundidad.
78
El alero Marifilo 1 (39°30’48’’S y 72°03’31’’W), se habría originado en un antiguo cuello
volcánico erosionado de columnas basálticas, perteneciente al sistema del volcán Villarrica.
Su formación obedecería a la infiltración de las aguas de un río (hoy estero), que habrían
erosionado la base del alero. Presenta una extensión de 15.5 m de frente y una profundidad
máxima de 3 m (véase Foto 5).
Sobre una terraza en el borde sur del valle, unos 40 m más arriba de Marifilo 1, se
encuentra el alero Loncoñanco 2 (39°30’37’’S y 72°03’16’’W), originado por erosión
fluvial en antiguas coladas de bloques basálticos. El alero alcanza una extensión de 16.5 m
de frente y una profundidad máxima, en algunos sectores, de tres metros, siendo la media
de su profundidad, de alrededor de 2 m (véase Foto 6).
79
Foto 6. Alero Loncoñanco 2, detalle del interior
Los sitios alero Marifilo 1 y Loncoñanco 2, han sido investigados en cuatro temporadas de
trabajos en terreno y análisis de laboratorio, entre los años 1999 y 20021. Los dos aleros
fueron descubiertos durante la etapa inicial de prospecciones en el área de Pucura en 1999.
Posteriormente, durante los años 2000 y 2001, se realizaron excavaciones extensivas en
ambos sitios. En total, en Marifilo 1 se excavo una superficie cercana a los 8m², mientras en
Loncoñanco 2 se excavo una superficie de 4.5 m2 (véase Figuras 4 y 5).
1
Investigaciones realizadas en el marco de los proyectos Fondecyt 1970105, “Poblaciones agroalfareras
tempranas en el ámbito lacustre precordillerano: el caso del lago Calafquén”, y Fondecyt 10102000,
“Tradición arqueológica de bosques templados en el centro sur de Chile. Poblaciones arcaicas y formativas
adaptadas a los sistemas lacustres andinos (Lago Calafquén, IX y X Región)”.
80
tomaron muestras de la vegetación cercana a los aleros, para construir una colección de
referencia.
81
5.3 Aspectos estratigráficos
La secuencia de ocupaciones humanas en los sitios mencionados, cuenta con ocho fechados
radiocarbónicos (véase Tabla 2). De Marifilo 1 se procesaron cuatro muestras de carbón y
una de un fragmento de parietal humano, extraídas de los distintos fogones y del contexto
funerario. Por su parte, de Loncoñanco 2 se han obtenido tres fechados a partir de restos de
carbones de distintos fogones.
2
Un flujo piroclástico corresponde a un fluido compuesto de una mezcla turbulenta de gases calientes y
material piroclástico mal clasificado (fragmentos volcánicos, cristales, ceniza, pómez y fragmento de vidrio
volcánico) que pueden moverse a una alta velocidad (80 a 130 Km./h). El término se refiere también a los
depósitos así formados.
82
ALERO LONCOÑANCO-2 ALERO MARIFILO-1
Estrato 1
Estrato 2
Estrato 3
Estrato 4
Estrato 5
Estrato 6
Estrato 7
83
Tabla 2. Fechados obtenidos en Marifilo 1 y Loncoñanco 2
Procedencia de la muestra Tipo de Años A.P. Años Calibrados Código
Análisis A.P. (2 sigmas) Laboratorio
Marifilo 1
Carbón. Unidad C15. Estándar 4.870 ± 40 5.658 - 5.940 Beta 138918
Estrato 3 (60-70 cm.)
Loncoñanco 2
Carbón. Unidad H2 AMS 3.460 ± 50 3.600 - 3.850 Beta-195759
Estrato3 (60-70 cm.)
Carbón. Unidad H2 Estándar 6.110 ± 120 6.670 - 7.270 Beta-195760
Estrato 4 (120-130 cm.)
Carbón. Unidad H2 AMS 7.810 ± 50 8.440 - 8.660 Beta-195761
Estrato 4 (150-160 cm.)
Componente cultural temprano: asociado al Estrato 6 del alero Marifilo 1 hay escasos
restos de actividades de talla lítica (Jackson y García 2005), artefactos óseos, restos de
mamíferos pequeños (Velázquez y Adán 2002) y dos fogones fechados en 11.280 - 12.640
y 9.303 - 9.526 años cal. A.P.
84
Componente cultural medio: correspondería a diversas ocupaciones humanas registradas en
el Estrato 4 de ambos aleros. En Loncoñanco 2 se registraron dos fogones, el más profundo
de los cuales proporcionó una fecha de 8.440 - 8.660 años cal. A.P., mientras que otro 20
cm. por sobre el primero y delimitado con clastos volcánicos fue fechado en 6.670 - 7.270
años cal. A.P. Ambos fogones se asocian a escasos materiales lítico y restos óseos de pudú
(Pudu pudu). En Marifilo 1, por una parte, se registraron cuatro fogones espacialmente
contiguos, de uno de los cuales se obtuvo una fecha de 7.720 - 7.930 años cal. A.P. Por otra
parte, en el Estrato3 se registra un contexto funerario fechado en 6.670 - 6.850 años cal.
A.P. asociado a algunas ofrendas y a un evento de combustión. Separado espacialmente de
este rasgo, se registro una estructura de combustión delimitada con piedras y fechada en
5.658 - 5.940 años cal. A.P. Asociado a este fogón, se registro gran cantidad de restos
líticos, artefactos óseos y restos faunísticos con huellas de procesamiento.
a) El material lítico
85
Todos los derivados de núcleo fueron registrados junto a la pared del alero en la unidad
B15. La gran mayoría de los derivados de núcleo, corresponden a lascas (N=24), algunas
láminas aunque no obtenidas con “técnica de lámina” (N=4) y pocas piezas no definibles
como lascas o láminas (N=5). De este total, fue posible observar que un 79% presentaban
cobertura total de corteza en el anverso y escasa preparación del borde adyacente a la
plataforma de percusión (Jackson y García 2005).
Las características tecnológicas de estos materiales, “permiten aseverar que estos derivados
de núcleo fueron obtenidos por percusión directa y con percutor duro, a partir de núcleos
escasamente preparados los que no fueron registrados en el contexto estudiado. Así mismo,
estas características tecnológicas y los escasos derivados de núcleo registrados, sugieren
un proceso de extracción de lascas (y láminas) no predeterminado y de carácter
oportunista para ser probablemente utilizadas como instrumentos de filos vivos” (Jakson y
García 2005).
b) El material arqueofaunístico
86
pudú fueron introducidos a través de coprolitos de algún carnívoro, posiblemente puma
(Felis concolor), mostrando marcas de corrosión a causa del proceso digestivo (Velásquez
2002). Esta situación puede relacionarse a estadías esporádicas de algún carnívoro, pero no
a la existencia de un cubil en el alero, ya que en ese caso, debería esperarse otros rasgos
asociados, tales como huesos con puncturas entre 1 y 6 mm, áreas diferenciadas de letrinas
y consumo (Martín y Borrero 1997), las cuales no se registran en el caso analizado. Sin
embargo, es importante notar que el ingreso al alero de estos restos, da cuenta de una
posible alternancia en las ocupaciones humanas y animales del alero y la incorporación a
los depósitos de restos dejados por agentes naturales no humanos.
Mandíbula 1 1 1
Costilla 3 1 1
Pelvis 1 1 1
Húmero 1 1 1
Radio D 2 1 1
Fémur 1 1 1
Tibia 1 1 1
Metapodio D 1 1 1
Diáfisis 3 1 1
Astrágalo 1 1 1
Falange1 3 2 1
Falange 2 2 1 1
Falange 3 1 1 1
Total 21 14 1
Los restos óseos de pudú presentan ciertos rasgos que pueden ser asociados a la acción
antrópica, tales como fracturas y señales de termoalteración. En el caso de las fracturas, se
han reconocido cuatro elementos que presentan fracturas longitudinales al eje del hueso,
mientras otros dos elementos presentan fracturas transversales. Entre estas últimas, una
fractura sobre mandíbula se asociaría a una tajadura ocasionada por el golpe con algún
instrumento lítico y respondería a un evento de trozamiento terciario (Mengoni 1988).
87
Otro elemento fracturado transversalmente, registrado en la unidad C14 a los 190 cm de
profundidad, correspondería a un artefacto confeccionado sobre una porción medial de
fémur de 49 mm de largo, 11 mm de ancho y 12 mm de alto. Este fragmento presenta dos
fracturas opuestas que han eliminado los sectores lateral, medial y posterior del hueso,
encontrándose separadas por un pequeño arco óseo (véase Foto 7). La observación con una
lupa de bajo aumento (40x), reveló pequeños segmentos pulidos en sus bordes, lo que junto
con negativos de lascado en el reverso de la pieza parece indicar que podría tratarse de un
artefacto no terminado (García 2005).
Siete fragmentos óseos de pudú, correspondientes al 33.3% del NISP de este taxa,
presentan marcas de termoalteración, particularmente de calcinado y quemado (sensu Brain
1981). Esta evidencia observada sobre huesos largos y costillas, asociados a un fogón,
podría relacionarse a la preparación y consumo de alimentos. Sin embargo, existe la
posibilidad de que las huellas de termoalteración hayan sido producidas en forma
accidental, al realizarse el fuego sobre la superficie que contenía los restos óseos, debido a
que no existe un patrón claro de uso del fuego sobre determinados elementos anatómicos
(existen por ejemplo, otros huesos largos y costillas sin evidencias de termoalteración).
Igualmente, existe escasa relación entre la termoalteración y la presencia de fracturas: solo
tres elementos presentan ambos rasgos.
88
Finalmente, se registró solo un fragmento de pelvis, correspondiente a un individuo de
Pseudalopex griseus. Este elemento óseo no presenta huellas naturales ni marcas de origen
antrópico, aún cuando esta asociado a uno de los fogones presentes en el Estrato 6.
16
14
12
Frecuencia
10
8
6
4
2
0
B15 C14 C15
c) El material malacológico
89
Se registraron conchas de un bivalvo unionáceo de la familia Hyriidae, perteneciente al
género Diplodon (Gallardo 2000), el cual posiblemente corresponde a la actual especie
viviente Diplodon chilensis, conocida por los lugareños como "chorito de lago". Otro
molusco predominante y que se encuentra en el lago Calafquén, es un caracol pulmonado
del orden Basommatophora, familia Chilinidae y perteneciente al género Chilina (Gallardo
2000). Las valvas de estos moluscos aparecen fragmentadas y algunas quemadas, producto
de su asociación a los fogones asociados a este componente cultural.
La presencia de estas valvas podría dar cuenta de un aprovechamiento de los recursos del
lago Calafquén. Se debe considerar que la biomasa consumible de estos moluscos es
bastante pequeña, razón por la cual es factible plantear que su inclusión en la dieta humana,
correspondería a una estrategia para complementar los aportes energéticos extraídos de
otras fuentes, tales como carne y vegetales.
d) Carporestos de vegetales
Es interesante notar que el maqui es una especie colonizadora de suelos sin vegetación, lo
que en este caso, podría relacionarse a un período de sucesión del bosque luego de un
evento catastrófico. Dicho evento podría corresponder a una erupción del sistema volcánico
Mocho-Choshuenco, evidenciada por un depósito de pómez pliniana ubicado bajo el piso
90
de estas ocupaciones, el cual habría ocurrido entre los 11.280 y los 12.780 años cal. A.P.
(Pino et al. 2002). Este evento volcánico, estaría documentado también en la vitrificación
de las muestras de Persea lingue, así como en la anatomía alterada de los carporestos
analizados, lo que se relaciona a individuos mal desarrollados (Solari y Adán 2002).
e) Estructuras de combustión
El fogón más profundo y antiguo denominado fogón 1, fue ubicado en la unidad C15 entre
200 y 210 cm. de profundidad. Ubicado en el lado SW – NW de la unidad, fue reconocido
por el rasgo de tierra quemada y un depósito cinerítico sobre él. De este fogón, se obtuvo
una muestra de carbón que fue fechada entre 11.280 y 12.640 años cal. A.P., mediante un
procedimiento estándar de conteo extendido. El fogón apareció muy cerca de la pared del
alero, presentándose también en la unidad de excavación B15. Alcanzaba un diámetro de
alrededor de 50 por 40 cm. y una potencia de unos 10 cm. Asociado a este fogón, se
registraron escasos restos líticos y óseos.
Otra estructura de combustión, denominada fogón 2, casi dos milenios posterior, fechado
entre 9.303 y 9.526 años cal. A.P., fue registrado en las unidades C14, C15 y D15, entre
los 175 y los 200 cm. de profundidad. El fogón fue reconocido al observar el perfil norte de
la unidad C14, donde se distinguieron dos sectores de tierra quemada, pertenecientes a la
base del fogón. Estos se tornaban difusos hacia el extremo sur, perdiéndose totalmente en el
vértice SW, sector en donde se concentraba la ceniza.
Este fogón de forma irregular, tenía alrededor de 120 cm. de diámetro y al menos 20 cm. de
potencia. A este fogón se asocian la mayor parte de los restos líticos, óseos, vegetales y
malacológicos registrados en el Estrato 6.
f) Otros rasgos
91
Si bien no pertenece específicamente a los hallazgos realizados en el Estrato 6, asociado al
Componente Cultural Temprano, mencionamos el hallazgo de un curioso rasgo, el cual fue
registrado en la unidad C15, desde los 300 a los 346 cm. de profundidad en el Estrato 7. Se
trata de una impronta semicircular de color café oscuro, que contrastaba notablemente con
la matriz de tefra de este Estrato. Con un diámetro variable entre 10 a 16 cm., presentaba
una potencia cercana a los 40 cm. de profundidad. Este rasgo, que podría tratarse de una
impronta de un hoyo de poste, presentaba facetas alternadas a uno y otro lado, ubicándose
en su extremo distal sobre el piso de roca del alero (véase Foto 10).
Para este componente se registraron un total de 381 piezas líticas, las que en su mayor parte
corresponden a derivados de núcleo y en menor medida a núcleos e instrumentos. La
siguiente tabla resume las categorías artefactuales en las cuales se distribuyen estos
materiales.
92
Tabla 4. Categorías artefactuales líticas. Componente Cultural Medio en Marifilo 1
Categoría Frecuencia Porcentaje
Instrumentos sobre lascas 6 0.9
Instrumentos sobre núcleos 1 0.1
Núcleos 20 2.9
Desechos y derivados 668 96.1
Totales 695 100
Todos estos materiales fueron confeccionados con materias primas locales, preferentemente
con el basalto de grano grueso que forma las paredes y el techo del alero (96.8% del total) y
secundariamente con rocas andesíticas y graníticas (3.2%).
93
Gráfico 2. Frecuencia de desechos y derivados por unidad de
excavación. Componente Cultural Medio. Marifilo 1
350
300
Frecuencia
250
200
150
100
50
0
B15 B16 B17 C14 C15 C16 C17 D15
250
200
Frecuencia
150
100
50
0
Total Parcial Nula
94
secuencia de reducción local de núcleos obtenidos de las paredes o el techo del alero, para
obtener matrices para instrumentos y lascas de filos vivos.
250
200
Frecuencia
150
100
50
0
Primera Serie Segunda Serie Adelgazamiento Adelgazamiento
primario secundario
175
174
173
Frecuencia
172
171
170
169
168
Natural Plano No determinado
95
De acuerdo a lo observado entre los desechos y derivados, se registran 170 talones no
preparados (40.8%), así como otros preparados, entre los que se cuentan 170 talones planos
(43.7%), 174 no determinados (31.1%), tal como se ve en el Gráfico 5.
Por último, debemos señalar que 55 piezas de esta categoría artefactual, correspondientes al
10.7% del total, presentan bordes modificados por percusión, uso y retoque, de tipo
marginal simple asociadas a microastillamientos y estrías. Varias lascas de filo vivo, por
ejemplo, fueron posiblemente utilizadas como cuchillos, mientras otras lo habrían sido
como muescas, raspadores y tajadores. Estos artefactos posiblemente pueden ser
relacionados con el trabajo sobre la madera, particularmente aquellos utilizados como
muescas, raspadores y hachas, considerando el medio donde se encuentra el sitio y las
actividades que pudieron haberse desarrollado.
b) El material arqueofaunístico
Este componente presenta una gran diversidad de taxones, aunque con frecuencias muy
bajas para algunos. La especie de mayor frecuencia es el pudú (NISP = 333), con gran
cantidad de especimenes óseos representados, aún cuando hay muchos fragmentados,
sugiriendo un probable MNI = 6 (véase Tabla 6). El análisis de la fusión de las epífisis,
sugiere tanto la presencia de individuos juveniles como adultos. Igualmente, la presencia de
un molar deciduo y fragmentos de cráneo sin fusionar, permiten plantear una edad juvenil
para uno de los individuos representados.
96
Tabla 5. Número de especimenes óseos identificados por taxa. Componente Cultural
Medio. Marifilo 1
Taxa NISP %NISP
97
para extraer la médula ósea. Sin embargo, algunas fracturas, mayoritariamente
transversales, pueden asociarse a pisoteo por las marcas que les acompañan.
98
Las huellas de combustión están presentes en 53 especimenes óseos (8.8% del NISP), los
cuales se distribuyen en 27 completamente calcinados, tres parcialmente calcinados y
carbonizados, 21 carbonizados y dos quemados (sensu Brain 1981). Algunos de estos
restos, principalmente huesos largos, costillas y vértebras pudieron haber sido
intencionalmente expuestos al fuego para asarlos, mientras que otros fragmentos de cráneo
y mandíbula, pudieron haber sido descartados cerca del fuego.
La presencia de casi todos los elementos esqueletales de este carnívoro (véase Tabla 6),
podría estar relacionado con el transporte completo del animal al sitio. Al respecto se ha
planteado, que es esperable que animales de pequeño tamaño como el zorro o el pudú,
hayan sido cazados con trampas (Velásquez 2002), situación bastante probable tratándose
de un medio ambiente de bosques espesos y de especies animales caracterizadas por su
dispersión y hábitos solitarios. Igualmente, pensamos que el uso económico del zorro
podría no solo asociarse a la obtención de carne y grasas, sino también a huesos como
materia prima y a las pieles para confeccionar prendas de vestir.
99
De hecho, la utilización antrópica de las carcasas de zorro chilla, aparece manifestada a
través del hallazgo de dos punzones elaborados sobre ulnas derecha e izquierda (véase Foto
9) y dos fragmentos distales de punzones, confeccionados sobre una diáfisis y sobre un
radio de este animal. Este último, se encontró en directa asociación a uno de los fogones
registrados en el Estrato 4.
Al igual que en el caso del pudú, algunos restos óseos presentan huellas de posible acción
antrópica, en la forma de fracturas y termoalteración, aunque en mucho menor frecuencia.
Así, por ejemplo, se registran siete especimenes con fracturas transversales al eje del hueso,
posiblemente relacionadas al pisoteo de animales o seres humanos. Solo una fractura
100
longitudinal en una tibia proximal, otra transversal en una mandíbula y en un fémur, están
asociadas a punto de impacto y negativos de lascas óseas, lo cual podría atribuirse a la
acción humana de extraer la médula ósea y separar la mandíbula del cráneo.
La conservación de los restos óseos de zorro es bastante buena, solo 10 especimenes (4.8%
del NISP), presentan algunos agrietamientos en las superficies expuestas, correspondientes
a un estadio 1 de meteorización (sensu Behrensmeyer 1978). Mientras solo un espécimen
(0.4% del NISP), presenta una exfoliación generalizada, correspondiente a un estadio de
meteorización 2. Esta buena preservación, podría estar asociada a un rápido enterramiento
de los restos y una escasa exposición a los elementos, lo cual podría ser corroborado por la
ausencia de marcas dejadas sobre los huesos, por carnívoros y una mínima incidencia de
roedores (octodontinos y cricétidos). Probablemente, la acción de los roedores se relacione
más al traslado vertical de restos óseos pequeños, que a la destrucción de éstos (Velásquez
y Adán 2002).
101
específica, a través de un fragmento de caja craneana, correspondiente a un individuo sin
especificación de la categoría de edad.
Los mustélidos están representados por el quique (Galictus cuja) y por otros restos sin
determinación específica, los cuales darían cuenta de un individuo, del cual se desconoce su
categoría de edad. Al igual que en los casos anteriores, estos restos no presentan exfoliación
ni agrietamientos. Dos fragmentos de mandíbula registran huellas de termoalteración en la
forma de calcinado y carbonizado y una falange aparece totalmente calcinada (sensu Brain
1981).
Los restos de aves incluyen algunas migratorias y de hábitos acuáticos como Anas sp., y
Cloephaga sp., otra de ambientes pantanosos como Pteroptochos tarnii y otras no
identificadas. Todos los restos están muy bien conservados, sin señales de exfoliación,
agrietamiento o marcas de roedores, por lo cual concuerdan con la idea de un rápido
enterramiento. Algunos fragmentos óseos presentan huellas de calcinación (sensu Brain
1981), mientras que entre los restos de Anas sp., se ha identificado un tibiotarso con un
corte intencional, en sentido transversal al eje del hueso, el cual origino un tubo,
posiblemente utilizado como instrumento (García 2005).
102
En relación a la distribución espacial de los restos arqueofaunísticos, el Gráfico 6 muestra
que estos se distribuyen principalmente en las unidades B15 y B17, es decir justamente
aquellas que están más cercanas a la pared del alero, podría ser considerada como un
indicador de actividades de limpieza por parte de grupos humanos en el alero, las cuales
trasladaron estos restos hacia zonas donde no dificultaran el tránsito de las personas u otras
tareas llevadas a cabo en este lugar.
300
250
Frecuencia
200
150
100
50
0
B15 B16 B17 C14 C15 C16 C17 D15
En el alero se registro una sepultura ubicada muy cerca de la pared, en las unidades B16 y
B17, entre 70 – 90 cm. de profundidad, donde se deposito el cuerpo de un infante de 6 años
± 12 meses de edad (Reyes 2003).
103
sepultura se registró un guijarro de granito, subovalado, sin modificaciones, el cual parece
haber servido como indicador del entierro, ya que se encontraba a escasos cm. sobre el
cráneo del infante. Ambas piezas, son de origen alóctono al sitio, aunque es probable
encontrarlos en la costa del lago o bien en algún curso fluvial cercano al valle (Mera y
Becerra 2002).
Es interesante destacar que un pequeño fogón se registró sobre el cuerpo del infante, el cual
carbonizó parte de los huesos de la zona toráxica, pélvica y de las extremidades inferiores,
además de cubrir con cenizas la mayor parte del cuerpo. En dicho fogón se encontraron
abundantes restos de ceniza y valvas de Diplodon chilensis, no descartándose que esta
quema pueda ser parte de algún rito funerario.
Los análisis a los que fueron sometidas las piezas dentales, permitieron observar la casi
nula presencia de tártaro, ausencia de caries, así como pequeñas saltaduras del esmalte
producidas por intrusión de partículas duras o abrasivas en la dieta. Igualmente, se
104
detectaron leves líneas de hipoplasia en la cara labial de la superficie coronal de los
incisivos centrales e inferiores, como también de los caninos, lo cual indicaría un período
de mala absorción de nutrientes entre el año y medio y los cuatro años de edad (Reyes
2003). Asimismo, también fue posible detectar la conformación de hueso porótico en la
zona palatina y de criba orbitalia en el borde superior de la orbita derecha, lo cual se
relaciona también a procesos carenciales hasta la edad de muerte del individuo (Reyes
2003). Si bien la causa de muerte no fue posible de detectar, los datos arriba señalados
apuntan a eventos de estrés constantes u ocasionales, pero agudos, los cuales afectaron
notoriamente la salud del individuo.
Una muestra del parietal, permitió obtener un fechado entre 6.670 y 6.850 años cal. A.P.
para este evento funerario. Esta fecha, junto con el patrón de depositación del cuerpo
(hiperflectado lateral izquierdo), así como algunos rasgos asociados al ritual funerario
(eventos de quema sobre el individuo, objetos en relación directa con el cuerpo), permiten
relacionar el entierro de Marifilo 1, a otros ubicados en localidades costeras del sector
septentrional (Bustos y Vergara 2001) y meridional (Gaete et al. 2004) del área Sur de
Chile. De particular importancia resultan las similitudes observadas con un entierro
registrado en la localidad de Chan Chan 18, en la costa de Valdivia (Navarro y Pino 1999),
muy cercana al lago Calafquén, donde el cuerpo ha sido depositado de forma similar y en
un contexto temporal cercano.
La especie Diplodon chilensis es la más representada, con muchas de sus valvas rotas y
quemadas, producto de su asociación a los fogones registrados en el Estrato 4 y 3. Chilina
sp. es la segunda especie representada en frecuencia y se registran mínimos de Tropicorbis
chilensis, ambos géneros con valvas rotas y quemadas. Es muy posible que estas pequeñas
especies dulceacuícolas hayan sido incorporadas al alero por acción humana para su
consumo, pero debido a su escasa biomasa, debieron haber sido complementarios a otros
recursos animales y vegetales.
105
e) Carporestos vegetales
En los estratos 4 y 5 se registra una gran mayoría de especies herbáceas (Azara integrifolia,
Trifolium), así como mínimos de mañío (Podocarpus nubigenus) y canelo (Drimys winteri),
mientras en el Estrato 3 el mañio es la especie de mayor frecuencia donde aparece asociado
a un fogón de gran magnitud y en pequeñas concentración de semillas. Es interesante
destacar que el mañío es una especie de conífera muy resistente al frío y propia del bosque
subantártico nordpatagónico, que en la actualidad no se encuentra en los pisos ecológicos
cercanos al alero Marifilo. Este árbol, propio de terrenos húmedos y pantanosos, ha sido
relacionado a condiciones de menores temperaturas y de mayor humedad, en estudios
polínicos efectuados por Heusser (1984) en Rucañancu, en el sector occidental del lago
Calafquén. Dichos estudios muestran que entre 7.000 y 3.900 años cal. A.P., se registra una
expansión de los bosques de Nothofagus tipo dombeyi, en asociación a condiciones más
frías y húmedas. En este sentido, las fechas obtenidas para este componente cultural y la
presencia de mañío en los alrededores del alero Marifilo, podrían indicar eventos
paleoambientales más fríos y húmedos y la utilización humana de su madera,
probablemente como leña para el fuego o para confeccionar artefactos.
106
incorporación por parte de seres humanos, los que pudieron haberlo recolectado por sus
propiedades medicinales.
f) Estructuras de combustión
107
A solo pocos cm. de este fogón, se ubica en la unidad C15 el fogón 4. Este se reconoce por
el rasgo de tierra quemada, aún cuando posee muy poca ceniza. Con un diámetro
aproximado de 50 cm., junto a él se registraron lascas, algunas con modificación por uso,
restos óseos de mamíferos pequeños y aves, algunos con señales de termoalteración.
Destaca un posible instrumento realizado en un tibiotarso de Anas sp.
También en la unidad C15 y D15 se registra el fogón 5, con una extensión similar al
anterior y solo separado de este por escasos cm. Presenta una forma semicircular y restos
asociados de Diplodon chilensis y Chilina sp., así como algunas lascas, núcleos y restos
arqueofaunísticos.
Finalmente, el fogón 6 fue registrado en las unidades C14 y C15, entre 120 y 130 cm. de
profundidad. Se extiende aproximadamente 120 cm. en sentido norte – sur y alrededor de
50 cm. en sentido este – oeste, con forma irregular. En asociación a este rasgo se
registraron restos óseos de mamíferos pequeños y aves, algunos con claras señales de
combustión, así como valvas de Diplodon chilensis y Chilina sp., algunos núcleos, lascas e
instrumentos líticos.
Este rasgo se asocia a los hallazgos de dos punzones óseos, elaborados sobre ulnas de zorro
chilla (Pseudalopex griseus), hallados en la unidad C15 (véase Foto 12), así como a una
108
pequeña concentración de semillas de mañío (Podocarpus nubigena) ubicadas unos cm. al
norte del límite del fogón en la unidad C16. A su alrededor y en medio de él, se presentan
valvas completas, fragmentadas y algunas quemadas de Diplodon chilensis, Chilina sp. y
Tropicorbis chilensis. Igualmente se registran numerosos restos óseos de mamíferos
pequeños, algunos de ellos con señales de combustión.
Los materiales líticos recuperados en el Estrato 4, son muy escasos. Solo esta representada
la categoría artefactual de los desechos de talla y derivados de núcleo con dos piezas. Solo
se registran dos lascas de basalto local, sin ningún tipo de modificación.
b) El material arqueofaunístico
Aún cuando aparecen casi todos los huesos del esqueleto de este animal (véase Tabla 7), se
registra la ausencia del fémur, los huesos de la pelvis, del cráneo y gran parte de las
vértebras. Con todo, los huesos representados podrían dar cuenta de un individuo,
probablemente de edad juvenil, debido a que se registran algunos elementos óseos no
fusionados, tales como un disco intervertebral y la apófisis ancónea de una ulna.
109
Tabla 7. Medidas de abundancia taxonómica y esqueletal de Pudu pudu. Componente
Cultural Medio. Loncoñanco 2
Elemento NISP MNE MNI
Dientes 3 3 1
Vértebra 9 2 1
Costilla 4 1 1
Húmero 2 1 1
Húmero D 2 1 1
Radio P 1 1 1
Radio D 2 1 1
Ulna P 1 1 1
Falange 3 2 1
Falange 1 1 1 1
Astrágalo 1 1 1
Total 29 15 1
Algunos restos óseos de pudú, presentan señales de combustión sobre su superficie. Entre
estos, 18 especimenes (correspondientes al 62% del NISP) aparecen calcinados, mientras
solo uno aparece parcialmente carbonizado y quemado (sensu Brain 1981). Estos datos
podrían hablar a favor de una conducta humana de exposición de las presas al fuego para
cocinarlas, aún cuando no se puede descartar que hayan sido desechados cerca o al interior
de un fogón en el proceso de destazamiento o consumo de la presa. Sin embargo, no existen
datos que avalen el faenamiento o consumo in situ del animal, como podrían ser marcas de
corte o fracturas de los huesos largos para la extracción de médula.
110
Gráfico 7. Distribución de los restos óseos por unidad de
excavación. Componente Cultural Medio. Loncoñanco 2
12
10
8
6
4
2
0
G2 H2 F2
c) Estructuras de combustión
Durante la excavación del Estrato 4, fue posible distinguir dos estructuras de combustión o
fogones. El primero, denominado fogón 1, se registro entre los 160 a 170 cm. de
profundidad en las unidades H2 y G2, asociado a la mayoría de los restos óseos
recuperados en este estrato, algunos de ellos con señales de combustión. El fogón con una
forma bastante irregular, tenía un diámetro aproximado de 50 cm. y una potencia de 15 cm.
de tierra quemada, más una capa de cenizas de unos 5 cm. de espesor. No se registro
ninguna estructura de piedra para delimitarlo, ni tampoco la presencia diferencial de
artefactos o restos óseos en su núcleo y su periferia. De una muestra de sus carbones se
obtuvo un fechado entre 8.440 y 8.660 años cal. A.P.
111
borde SW del fogón, se registro otra piedra volcánica porosa tiznada. Bajo esta última,
aparecieron discretas concentraciones de pequeños trozos de carbón. Probablemente, estas
rocas volcánicas hayan formado parte de un ruedo para delimitar la estructura de
combustión, aún cuando no es posible asegurarlo. No se registraron materiales líticos ni
óseos asociados a este fogón. Una muestra de carbones de este fogón proporciono una
fecha entre 6.670 y 7.270 años cal. A.P.
Los materiales líticos nuevamente son muy escasos, registrándose solo 4 piezas, aunque
aparecen otras categorías tecnológicas, tal como se registra en la Tabla 8.
Para este componente, también se registro un núcleo de basalto de grano grueso, el cual se
encuentra en las paredes del alero. Presenta una forma irregular con negativos
multidireccionales de lascas y láminas. No presenta preparación de plataforma de
percusión, así como tampoco modificaciones funcionales.
112
Foto 11. Cuchillo-cepillo del Componente Cultural Tardío
Los derivados de núcleo solo están representados por una lámina de basalto y una lasca de
andesita, sin modificaciones funcionales.
b) El material arqueofaunístico
Pudu pudu vuelve a ser la taxa de mayor representación en este componente (NISP= 23),
con elementos representativos de casi todo el esqueleto, los cuales probablemente da cuenta
113
de un individuo (véase Tabla 10). Los restos óseos aparecen en su gran mayoría muy
fragmentados, aún cuando solo tres especimenes presentan agrietamientos en sus
superficies, correspondientes a un estadio 1 de meteorización (sensu Behrensmeyer 1978).
La fracción restante, no presenta ninguna señal de exfoliación, por lo cual pensamos que
estos restos pudieron haberse enterrado rápidamente después de su depositación, no
encontrándose mucho tiempo expuestos a los elementos naturales.
Cráneo 3 1 1
Mandíbula 2 1 1
Dientes 6 6 1
Costilla 2 1 1
Metapodio P 1 1 1
Metapodio D 2 1 1
Falange 1 1 1
Falange 1 3 2 1
Falange 2 2 2 1
Calcáneo 1 1 1
Total 23 17 1
Entre los restos óseos de pudú, se registró un metapodio proximal que presenta una fractura
longitudinal. Dicha fractura podría asociarse a la extracción de médula de este hueso, aún
cuando no se registra ningún punto de impacto ni negativos de lascados que hablen a favor
de un rompimiento humano del hueso.
Por otro lado, 10 especimenes (43.5% del NISP), presentan señales de combustión sobre
sus superficies, en la forma de calcinados la gran mayoría y solo dos en forma de
carbonizados (sensu Brain 1981). Entre los restos con signos de termoalteración destaca
una gran mayoría de elementos pertenecientes a la porción distal de los miembros, mientras
se registra solo un molar calcinado. Probablemente este último elemento, haya sufrido los
efectos del fuego al encontrarse bajo la superficie en que se realizo un fogón. Mientras sería
posible plantear que los restantes elementos pudieron haber sido expuestos al fuego por
114
acción humana para cocinarlos o fueron descartados después del consumo al interior del
fogón, aún cuando no encontramos otras señales de procesamiento o consumo entre estos
restos, tales como fracturas o marcas de cortes.
25
20
15
10
G2 H2 F2
115
Estos restos aparecen distribuidos principalmente en la unidad H2, con alrededor del 60%
de los mismos, mientras las restantes unidades se comportan de forma casi homogénea en
relación a la frecuencia de los restos óseos (véase Gráfico 8).
d) Estructuras de combustión
116
Dicho fogón distinguido por una capa de cenizas y tierra quemada, se registro en las
unidades H2 y G2, entre 50 y 90 cm. de profundidad. Con una forma irregular, el fogón
presentaba un diámetro aproximado a los 70 cm., así como unos 40 cm. de potencia. En su
base se registraron algunos clastos y guijarros tiznados, los cuales pudieron haber sido parte
de un ruedo que lo delimitaba. Asociado a este rasgo se registro escaso material cultural,
compuesto por un núcleo, dos lascas, algunos fragmentos óseos con señales de combustión,
así como algunas valvas de Diplodon chilensis. Una muestra de sus carbones permitió
obtener un fechado entre 3.600 y 3.850 años cal. A.P.
117
Capítulo 6. La movilidad de los cazadores recolectores en la Región del Calafquén:
análisis de los datos arqueológicos
La región del Calafquén se caracteriza en la actualidad, por un clima cálido lluvioso con
influencia mediterránea (Cfsb) en el sector occidental del lago y, un clima frío lluvioso con
influencia mediterránea (Cfsc) en el sector oriental (Fuenzalida 1950b). Ambos tipos de
climas son indicadores de la existencia de abundantes precipitaciones, las que pueden
sobrepasar los 2.000 mm anuales, distribuidas a lo largo de todo el año, siendo las
invernales mayores en proporción a las estivales. Las temperaturas medias anuales son de
de 12ºC, con el mes más frío en julio, con una temperatura promedio de 7.8°C, mientras el
mes más cálido es enero, con temperaturas promedio de 16.7° C (Fuenzalida 1950b).
De acuerdo a los valores de ET, los medio ambientes entre 8 y 12.5ºC, y más de 400 mm
anuales, están dentro del rango de los medio ambientes húmedos. Estas condiciones
permiten la existencia de un bosque templado lluvioso denominado "Bosque Valdiviano" o
“Pluviselva Valdiviana”, de gran importancia por su extensión y productividad.
118
Los valores de productividad primaria neta y de biomasa primaria expuestos, son definidos
como altos, en comparación a otros medio ambientes como las sabanas tropicales, los
bosques boreales y las tundras (Armesto et al. 1996). En este sentido, la productividad y la
biomasa de los bosques templados, solo es mayor en aquellos tropicales lluviosos y
monzónicos.
En términos generales, se desarrollan entre las riberas del lago Calafquén y el límite
altitudinal de la vegetación en los faldeos del volcán Villarrica, los siguientes tipos
forestales1: Roble-raulí-coihue, Coihue-raulí-tepa, Siempreverde, Araucaria y Lenga-ñirre
(Donoso 1981). Estos tipos corresponden a la Región del Bosque Caducifolio, a la Región
del Bosque Laurifolio y a la Región del Bosque Andino-Patagónico (Gajardo 1994).
1
Tipo forestal corresponde a un término clasificatorio de las especies presentes y dominantes que conforman
la estructura y los estratos superiores de los bosques, en función de la localización geográfica de la comunidad
forestal (Donoso 1994).
119
la formación olivillo – laurel (Aextoxicom punctatum - Laurelia sempervirens),
correspondiente al bosque Siempreverde y la formación roble – coihue (Nothofagus obliqua
- Nothofagus dombeyi). Se trata de un bosque oscuro, ya que las copas del olivillo se
mantienen con hojas todo el año e interceptan gran cantidad de luz. Esto produce que el
sotobosque tenga un menor desarrollo que los bosques de roble – laurel y, por ende, mejor
accesibilidad. Sin embargo, en algunas quebradas y claros de bosque se desarrolla la
formación Chilco – maqui (Fucsia magellanica - Aristotelia chilensis), donde predominan
algunas especies espinosas como el michay (Berberis sp.) que dificultan el acceso (Catalán
2000).
En zonas bajas del valle, se encuentran áreas que sufren inundaciones durante casi seis
meses al año. En ellas se desarrolla la formación canelo – temo (Drymis winteri -
Blepharocalix diviricatum), de difícil acceso por su espesura que deriva de la gran cantidad
de arbustos y árboles pequeños que crecen en altas densidades, algunos de ellos con
espinas, como el chacay (Colletia spinosa) y el arrayán macho (Raphitamnus spinosus)
(Catalán 2000).
En el segundo piso ecológico de laderas medias, ubicado entre los 500 y los 1.000 m.s.n.m.,
aumentan las precipitaciones por efecto del relieve y disminuyen las temperaturas por
efecto de la altitud. En este piso, la formación vegetal más abundante es coihue-tepa
(Nothofagus dombeyi- Laurelia philippiana) y la formación chaura-murta (Pernettya
myrtilloides - Ugni molinae) en sectores rocosos volcánicos (Catalán 2000).
120
El tercer piso ecológico, de laderas altas, se ubica entre los 1.000 y los 1.500 m.s.n.m. Se
caracteriza por temperaturas invernales que descienden hasta - 10° C y una cubierta de
nieve, por lo que es difícil pensar en la ocupación permanente por poblaciones humanas. En
este piso ecológico, aparece el tipo forestal lenga - ñirre (Nothofagus pumilio – Nothofagus
Anctartica) en las laderas altas del volcán Villarrica, sobre suelos volcánicos y en ocasiones
rocosos. Este bosque constituye prácticamente el límite altitudinal de la vegetación en el
área, creciendo a mayor altura solo pequeños arbustos y hierbas. En el mismo rango
altitudinal, pero en superficies menores, se encuentran los bosques del tipo forestal
araucaria (Araucaria araucana), especie que se asocia en algunos sectores con lenga
(Catalán 2000).
Cada uno de estos pisos ecológicos, presenta diferentes recursos vegetales que pueden ser
explotados en diferentes estaciones del año. La siguiente Tabla presenta la distribución de
las plantas comestibles según piso ecológico y época de recolección en la Región del
Calafquén.
Tabla 12. Abundancia de especies vegetales comestibles según piso ecológico y época
de recolección
Época de Lago/Valle Laderas Medias Laderas Altas Total
recolección Abundancia 200 -500 m 500-1.000 m 1.000-1.500 m general
Otoño alta 1 2 3
baja 4 2 6
media 3 2 1 6
Primavera alta 3 1 4
baja 1 1 2
media 2 1 3
Verano alta 2 2
baja 2 4 6
media 5 3 1 9
Total general
22 14 5 41
Fuente: Modificado de Catalán 2000.
121
De acuerdo a lo expresado en la tabla, es posible observar que los meses de invierno (junio
y julio) son críticos en cuanto a disponibilidad de recursos alimenticios en los tres pisos
ecológicos. No existen prácticamente frutos ni hongos en esta época, en tanto que la
mayoría de las aves, que son frugívoras, han migrado hacia el norte. La alternativa que
parece más viable para superar esta carencia es el almacenamiento. Sin embargo, la mayor
parte de los frutos y hongos de este bosque son rápidamente perecibles. Algunas
importantes excepciones a esto último son el piñón de la araucaria (Araucaria araucana), la
avellana (Gevuina avellana), las papas silvestres (Solanum sp.) y la quínoa (Chenopodium
quinoa).
Los bajos valores de accesibilidad presentados, concuerdan con que en ambientes de alta
productividad primaria, la accesibilidad a ésta es baja. Una comparación con otros medio
ambientes menos productivos, demuestra que es posible alcanzar rangos de .23 en la sabana
tropical o de .38 en las praderas templadas. Sin embargo, debemos notar que muchas de las
especies vegetales expuestas en la Tabla 16, corresponden a plantas arbustivas bajas y
algunos hongos que crecen en zonas despejadas o son fácilmente alcanzables. En
consecuencia, consideramos que la accesibilidad, para el caso puntual del bosque
valdiviano, presenta valores medios o medios altos, los cuales varían de acuerdo a las
características topográficas del lugar de recolección.
122
Como hemos visto, los pisos ecológicos en torno al lago Calafquén presentan condiciones
diferentes en relación al transito humano y la accesibilidad a los recursos vegetales. Por
ejemplo, el piso ecológico inmediato al lago, entre los 200 y los 500 m.s.n.m., registra
mayor número de especies comestibles y mejores condiciones para la movilidad y la
recolección, en comparación a los pisos más altos. De esta manera, podría haberse
estructurado un circuito de movilidad entre el lago, los valles bajos con humedales y el
bosque denso, en una altitud entre los 200 y los 500 m.s.n.m.
Sin embargo, los análisis pedológicos y geológicos en la Región del Calafquén (Pino et al.
2002), indican la existencia alternada y recurrente de pantanos, mallines y arroyos, así
como niveles de 80 m más alto para el lago. Junto a esto, se ha observado que la cota de los
280 m.s.n.m., une a los lagos Calafquén y Panguipulli, pudiendo en consecuencia haber
conformando un gran lago que pudo haber abarcado hasta el Riñihue, desde fines del
Pleistoceno, hasta momentos cercanos a los 1.500 años cal. A.P. (Pino et al. 2002). Si se
considera esta situación, podemos pensar que las mejores condiciones de accesibilidad a los
recursos y de tránsito en torno a los 300 m.s.n.m., habrían permitido la recolección de
vegetales con la sola excepción del invierno, cazar presas pequeñas y acceder a aleros
rocosos.
Por otra parte, a la diversidad de recursos potenciales para el ser humano, deben sumarse
los recursos de la fauna local o biomasa secundaria. Los animales en medio ambientes de
123
bosques templados, son generalmente descritos como de tamaño medio, de baja densidad y
muy dispersos, tal como lo sintetiza la Tabla 14.
En el orden de los carnívoros, los cánidos están representados por el zorro chilla
(Pseudalopex griseaus), habitante de matorrales abiertos y sectores costeros, con una
preferencia por los parches arbustivos de baja cobertura (Jaksic 1997). Los félidos están
representados por el colocolo (Lynchailurus colo colo), la guiña (Oncifelis guigna) y el
puma (Puma concolor). Este último, habita la cordillera, bosques húmedos y matorrales,
caracterizado por su gran tamaño, sus hábitos solitarios y por no tener madrigueras fijas,
con excepción de las hembras (Velásquez 2002). La guiña habita ambientes de bosques
húmedos, matorrales, sabana y cordillera. Se caracteriza por pasar gran parte de su vida
124
sobre los árboles, donde construye sus madrigueras y es conocida por sus hábitos solitarios
y nocturnos (Velásquez 2002). Entre los mustélidos, se encuentra el quique (Galictis cuja)
y el Chingue (Conepatus chinga). Estos animales, de pequeño tamaño, se caracterizan por
tener cuerpo alargado, patas muy cortas, cola grande, cabeza achatada y hábitos
crepusculares y nocturnos.
La Región del Calafquén, también es hábitat de varias aves migratorias, entre las que
destacan aquellas de hábitat lacustre, tales como los gansos (Cloephaga sp.), los patos
(Anas sp.) y las taguas (Fulica sp.). También es posible encontrar diversas aves de pequeño
tamaño, con hábitos arbóreos, así como las de hábitat de bosque y terrenos arbustivos como
el hued-hued (Pteroptochos tarnii).
Por su parte, el lago en si mismo, también ofrece algunos peces, como las percatruchas
(Percichthys sp.) y pequeños moluscos como el chorito de lago (Diplodon chilensis) y
algunas especies de caracoles dulceacuícolas (Chilina sp. y Tropicorbis chilensis) (Gallardo
2000).
125
En relación a la accesibilidad a la biomasa secundaria y de acuerdo a las estimaciones
generales hechas en el capítulo anterior, se plantean bajos valores para esta variable, como
se detalla en la siguiente tabla.
Estas estimaciones indican que la fauna en medio ambientes de alta biomasa primaria,
como los bosques templados, es muy inaccesible a los cazadores humanos, en comparación
a otros medios, como las praderas templadas o las sabanas tropicales que exhiben valores
mucho más altos. Así, la accesibilidad a la biomasa secundaria sigue casi el mismo patrón
que la accesibilidad a la producción primaria. Sin embargo, debemos hacer notar que las
estimaciones presentadas no dan cuenta de recursos tales como las aves, los peces y los
moluscos de agua dulce, los cuales deberían aumentar los valores de accesibilidad para la
Región del Calafquén. Pero sin duda, estos recursos aportan mucho menos en términos de
biomasa que los animales. Al mismo tiempo, según se desprende de la descripción de la
fauna hecha más arriba, esta corresponde a especies de tamaño pequeño a mediano, con
hábitos solitarios y un patrón de dispersión espacial alto. En este sentido, consideramos que
los bajos valores de accesibilidad para los bosques templados, se corresponden a la
situación de la fauna en la Región del Calafquén.
De esta manera vemos que la alta productividad vegetal del medio, solo es potencialmente
accesible a los recolectores humanos en ciertos lugares y momentos del año, a través de
estrategias de movilidad estacionales. Al mismo tiempo la fauna, por sus características de
tamaño y dispersión, sería más accesible mediante una alta movilidad. La única excepción
126
en relación al mayor tamaño y agrupamiento, la constituye el huemul, el cual podría estar
en invierno disponible en el piso ecológico en torno al lago y el resto del año en los pisos
superiores. Considerando que durante el invierno, en general, no existen recursos vegetales
para la recolección, este animal podría constituir un factor de atracción para grupos de
cazadores.
Como hemos podido apreciar, la estructura y diversidad de los recursos vegetales en esta
región, es altamente productiva. Sin embargo, la estacionalidad de su disponibilidad, así
como de aves migratorias y el huemul, en conjunto con la dispersión y hábitos solitarios de
muchas especies animales, pudieron haber ejercido influencia en la planificación de los
patrones de movilidad de los cazadores recolectores hacia la Región del Calafquén. Si a
esto sumamos, factores tales como las condiciones de temperatura y altas precipitaciones
invernales que no proporcionan condiciones óptimas para estadías en esta estación, junto a
la crítica disponibilidad de recursos durante la misma, podemos suponer que los cazadores
recolectores accedieron a estos lugares en las épocas de primavera, verano u otoño.
Igualmente, si se considera el factor volcanismo, de gran actividad en esta zona, y sus
efectos destructores sobre la biota, es probable, que las visitas fueran esporádicas y cortas,
sugiriendo una alta movilidad. A continuación evaluaremos de acuerdo a las variables
definidas, cuales son las características de la movilidad de los cazadores recolectores,
presentes en la Región del Calafquén, a partir del registro arqueológico de los aleros
Marifilo 1 y Loncoñanco 2.
127
baja frecuencia de tipos diferentes, lo cual hace a estos sitios y sus ocupaciones bastante
parecidas. Por ejemplo, el Componente Cultural Temprano, solo definido en Marifilo 1, se
caracteriza por una muy baja frecuencia y diversidad de artefactos y rasgos (véase Tabla
16). Los rasgos se componen de dos fogones sin delimitar y están asociados a basuras de
comida, derivados de núcleos, un posible sobador lítico, así como un artefacto óseo sin
función determinada.
128
1984), las cuales habrían ofrecido mejores condiciones de habitabilidad en los pisos
ecológicos andinos.
Por otro lado, este componente cultural en Marifilo 1 muestra algunos rasgos singulares,
tales como un gran fogón delimitado con piedras y el entierro de un infante asociado a un
evento de quema, ambos fechados en distintos momentos del Holoceno medio (véase Tabla
2). A estos rasgos se asocian escasa diversidad y baja frecuencia de artefactos líticos y
óseos. Con relación a estos últimos, se registraron dos punzones elaborados con huesos de
zorro chilla, manifestando el registro continúo de la permanencia de la tecnología ósea, la
importancia funcional de este instrumento, el conocimiento de las características
tecnológicas de los huesos del zorro, así como el posible uso de este alero para actividades
domésticas, tales como el trabajo sobre el cuero y la confección de vestimentas.
129
Finalmente, el Componente Cultural Tardío presente solo en Loncoñanco 2 presentan
también una muy baja frecuencia y diversidad de tipos de artefactos. La lítica solo
comprende núcleos y un instrumento sobre lasca, mientras que no hay artefactos óseos
presentes. El único rasgo corresponde a un gran fogón posiblemente delimitado con un
ruedo de piedras, el que estaba asociado a desechos de comida.
De este análisis se desprende en primer lugar, la baja frecuencia de artefactos líticos y óseos
y rasgos arqueológicos en ambos sitios, así como la baja diversidad de tipos diferentes. En
segundo lugar, si bien las frecuencias y diversidad de materiales de Marifilo 1 son más
abundantes que las de Loncoñanco 2, es posible apreciar algunas generalidades
subyacentes, tales como la simplificación del conjunto de herramientas líticas y la
repetición de actividades de mantenimiento (preparación y consumo de alimentos,
confección, uso y descarte de herramientas líticas).
La materia prima lítica utilizada en ambos sitios es un basalto de grano grueso, el cual no
presenta buenas condiciones para la talla, aunque es posible obtener algunas lascas de filo
vivo apropiadas para realizar algunas tareas tales como cortar o raspar, satisfaciendo las
necesidades mínimas de subsistencia de grupos probablemente pequeños (Jackson y García
2005). Esta situación puede comprenderse en términos de una estrategia expeditiva que
enfatiza la versatilidad en el diseño de los artefactos. Siguiendo a Nelson (1991), esto
significa la simplificación de los conjuntos de herramientas, a través de la flexibilización
del diseño y la incorporación de artefactos multipropósito. Conjuntos líticos de este tipo
caracterizarían a grupos humanos durante la exploración inicial de un espacio (Franco
2002), caracterizados por una alta movilidad residencial (Shott 1986).
130
materiales de todas las ocupaciones de ambos aleros, representan un conjunto simple de
herramientas multifuncionales, sin demasiada inversión de energía en su fabricación. En
ese sentido, es posible hablar de “tecnocomplejos basados en la oportunidad”, concepto que
define a las tecnologías que invierten poco esfuerzo en la producción de instrumentos que
serán usados y descartados (Bate 1992).
Por otro lado, la mayor parte de los rasgos corresponden a fogones que podemos relacionar
con actividades domésticas como la preparación y consumo de alimentos, de acuerdo a los
restos de basuras de comidas a los cuales se asocian. Igualmente, la presencia de artefactos
óseos, como punzones, es posible de relacionar al trabajo sobre cueros o a la reparación y
confección de vestimenta, tareas que también relacionamos a un ámbito doméstico. En ese
sentido, es que consideramos las ocupaciones de estos aleros como campamentos
residenciales. Sin embargo, la baja frecuencia de material arqueológico en Loncoñanco 2,
hace muy riesgoso plantear aseveraciones con respecto al tipo de movilidad de sus
ocupantes, así como a las relaciones de este lugar con Marifilo 1. Por ende, consideramos
que la medición de estos indicadores para la variable tipo de movilidad, particularmente en
Loncoñanco 2, no es aplicable considerando solo la diversidad artefactual y de rasgos, ya
que las frecuencias de materiales arqueológicos son muy escasas.
De acuerdo al análisis, las ocupaciones registradas en Marifilo 1 podrían ser definidas como
campamentos, dentro de una movilidad residencial, de acuerdo a la diversidad de artefactos
y rasgos. Igualmente, consideramos que tal estrategia podría ser aquella desplegada por los
primeros exploradores del territorio, situación que pudo darse en momentos a fines del
Pleistoceno e inicios del Holoceno. La continuidad de este tipo de movilidad podría deberse
a la homogénea distribución de los recursos tanto en la zona cordillerana como en el valle
central en términos espaciales y temporales. Sin embargo, el continúo uso de los espacios
costeros documentado en el sur de Chile a partir de los 6.000 años cal. A.P., debió haber
alterado el tipo de movilidad implementada por los grupos cazadores recolectores.
Consideramos que a partir de la incorporación de estos espacios a las estrategias de
subsistencia y asentamiento, el tipo de movilidad pudo haberse organizado en función de la
131
estacionalidad de los recursos marinos (pinnípedos, mariscos, peces y aves marinas),
debido a la mayoritaria presencia de sitios costeros en desmedro de aquellos ubicado en el
valle central y en la cordillera.
Por otro lado, la presencia de fogones, restos de comidas en la forma de valvas de moluscos
dulceacuícolas y restos óseos de animales y aves, así como algunos instrumentos óseos,
principalmente punzones, estarían dando cuenta de campamentos residenciales donde
tienen concordancia varias actividades domésticas, tales como la preparación y consumo de
los recursos obtenidos, así como la preparación y mantención de parte del equipamiento del
grupo, como pueden ser sus vestimentas o tiendas de cueros y pieles.
b) Diversidad faunística
Los análisis de los restos arqueofaunísticos revelan la presencia de taxa habitantes del
bosque templado lluvioso, registrándose preferentemente mamíferos pequeños que habitan
132
este medio durante todo el año, así como también algunas aves migratorias de hábitat
lacustre, como patos (Anas sp.) y gansos (Chloephaga sp.). Las especies de mayor
representación en la muestra arqueofaunística analizada, son el pudú (Pudu pudu) y el zorro
chilla (Pseudalopex griseus), seguidos muy atrás por las aves y los mustélidos. También se
pudo observar que los valores de MNI son esencialmente bajos para todos los taxones, con
la clara excepción de pudú y zorro chilla.
Los restos mostrarían que la explotación de la fauna corresponde a una estrategia de amplio
espectro, con algunas presas preferidas, las que corresponden a las de mayor biomasa
presentes en el medio. Empero, la presa de mayor biomasa corresponde al huemul
(Hippocamelus bisulcus), la que esta escasamente representada. Esta situación puede tener
su origen en que este animal prefiere hábitats de mayor altitud, lo cual nos ubica al menos
en el piso ecológico superior a donde se encuentran los aleros. En consecuencia, puede que
ésta haya sido una presa escasa en las cercanías del lago con excepción del invierno y, por
ende, solo haya sido capturada en incursiones hacia las mayores alturas del sector.
133
primera ocupación hayan podido ingresar por causas naturales no se puede descartar. La
escasa presencia de fauna en este componente con huellas de acción humana, podría, por
ende, relacionarse a ocupaciones breves y de pequeños campamentos de pocos individuos
(¿familiares?) que han cazado animales pequeños en las cercanías del alero, hasta donde
habrían sido transportados y consumidos.
134
Considerando que algunos restos óseos ingresaron al alero a través de fecas de puma, no se
pueden descartar causas naturales para la depositación de algunos fragmentos,
particularmente para aquellos taxones con menor representación y que no presentan
ninguna huella de acción antrópica. Contrariamente, los taxa con un NISP% y MNI mayor,
como el zorro chilla y el pudú, son los únicos que presentan huellas culturales y que en
consecuencia, pudieron haber sido ingresados al alero por agentes humanos. En este
sentido, el hallazgo de punzones confeccionados en huesos de zorro chilla, estarían
señalando la preferencia humana por este taxa.
60
50
40
30
20
10
0
du us na os uj
a
do
s p. sp
.
rn
ii as us de
s
pu ise ig ad sc na ss a ta ad lc oi
gr gu in i n a ag in isu ir
du lis rm ic
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Ps il d li d A
v e
ip
p D
r
Fé us
té H
M
% NISP MNI
135
relacionen a una movilidad residencial de pequeños grupos por cortas estadías, como lo
indicaría la baja frecuencia de restos óseos e individuos por especie faunística.
Debido a que algunas especies están representadas por muy escasos restos óseos, la
mayoría demasiado fragmentados como para hacer una asignación anatómica, hemos
optado por observar la distribución de partes anatómicas en los taxa más representados en
el registro, es decir en pudú y zorro chilla.
En el caso del Componente Cultural Temprano en Marifilo 1, el zorro chilla solo está
representado en el segmento axial, a través de un fragmento de pelvis, mientras que el pudú
lo hace por casi la totalidad de los elementos del segmento apendicular, destacando la
ausencia de vértebras en el segmento axial de este animal (véase Gráfico 10). Fragmentos
de astrágalo, radio distal y primera falange completa, fueron introducidos a través de fecas
de Puma concolor al piso de las ocupaciones fechadas entre 9.526 – 9.303 años cal. A.P.
Esto estaría señalando que entre las ocupaciones humanas de este componente, separadas
casi por 2.000 años (véase Tabla 2), los carnívoros ocuparon el alero, pudiendo además
haber disturbado el primer asentamiento fechado entre 12.640 – 11.280 años cal. A.P.
136
La distribución de partes anatómicas de pudú, sin embargo, muestra elementos óseos de
bajo valor económico (patas y cráneo) y también alto (huesos largos y costillas). De
acuerdo a nuestro modelo, esta situación debería darse en campamentos residenciales,
donde los animales son destazados, preparados y consumidos. Al respecto, es interesante
señalar la presencia de fracturas transversales y longitudinales en algunos huesos, así como
señales de combustión en algunos especimenes. La ausencia de vértebras, probablemente se
pueda relacionar a una selección de piezas para ser transportadas, si el alero fue ocupado
por cazadores recolectores con una estrategia de movilidad residencial. Aunque se debe
considerar la presencia de carnívoros que pudieron disturbar los restos, por lo cual la
afirmación del tipo de movilidad necesita ser apoyada por más evidencias.
10
9
8
7
6
NISP
5
4
3
2
1
0
Alto Bajo Alto Bajo Bajo
137
Por otro lado, este animal presenta mayor cantidad de elementos del esqueleto axial, los
cuales podrían tener mayor valor económico (vértebras y costillas). Mientras que en el caso
del zorro, existe una menor frecuencia de restos de este segmento esqueletal de alto valor.
Finalmente, para ambos taxa se encuentran presentes restos craneales de bajo valor, aunque
en mayor frecuencia para el zorro. En consecuencia, es posible observar la presencia de
restos óseos tanto de alto como de bajo valor entre ambos animales, situación que de
acuerdo a nuestro modelo, se relacionaría con campamentos de una estrategia de movilidad
residencial, donde coincidirían el destazamiento, la preparación y el consumo. Apoyaría
este planteamiento el registro de punzones, especimenes óseos de pudú y de zorro chilla
con señales de combustión, así como fracturas transversales y longitudinales en huesos de
la primera especie, algunos con claros negativos de impactos.
180
160
140
120
NISP
100
80
60
40
20
0
Entre los restos óseos de pudú, se debe advertir la presencia de un metapodio distal que
presenta una punctura probablemente de puma, el cual se asocia a fecas del mismo animal,
demostrando la presencia de carnívoros entre las ocupaciones humanas y planteando la
posibilidad de que hayan disturbado parte de los depósitos culturales.
138
El caso de las ocupaciones registradas en Loncoñanco 2, es un poco diferente. En primer
lugar, por cuanto solo se registra pudú y en segundo término, por cuanto presenta las
menores frecuencias para este animal entre ambos sitios.
Los restos óseos asignados al Componente Medio en Loncoñanco 2, representan los tres
segmentos esqueletales, pero con diferencias claras en la presencia y ausencia de
especimenes de bajo y alto valor (véase Gráfico 12). Así, por ejemplo, el esqueleto
apendicular registra mayor frecuencia de especimenes de alto valor, aún cuando dicha
frecuencia es muy baja y no alcanza a doblar la de los de bajo valor. El segmento axial,
comprende la mayor frecuencia de especimenes óseos de pudú, siendo todos de alto valor.
Finalmente, existen escasos fragmentos craneales, todos de bajo valor.
14
12
10
8
NISP
0
Alto Bajo Alto Bajo
139
(véase Gráfico 13). Los restos óseos de este componente, todos de pudú, presentan altas
frecuencias de especimenes de bajo valor en el segmento apendicular y craneal, mientras el
segmento axial, solo esta representado por especimenes de alto valor pero en muy baja
frecuencia. En consecuencia, si bien la presencia de restos óseos de alto y bajo valor en este
componente tendrían correspondencia con un campamento residencial de acuerdo a nuestro
modelo, consideramos que las bajas frecuencias de arqueofauna dificultan hacer inferencias
taxativas con respecto al tipo de movilidad. Esta situación consideramos es aplicable a los
dos componente culturales definidos en Loncoñanco 2 y, por lo tanto, la definición de un
tipo de movilidad residencial solo puede entenderse como propositiva.
12
10
8
NISP
0
Alto Bajo Alto Bajo
Los datos de fragmentación ósea para cada uno de los componentes culturales definidos
para Marifilo 1 y Loncoñanco 2, son presentados utilizando una escala que va desde el 0.1
al 1, cuyos extremos corresponden a fragmentos iguales o menores al 10% del hueso, en un
caso, y a huesos completos en otro, pasando por las fracciones intermedias. En estos
140
cálculos hemos dejado fuera tanto los restos óseos introducidos a través de coprolitos, como
aquellos que corresponden a instrumentos.
70
60
50
NISP%
40
30
20
10
0
0,1 0,2 0,3 0,4 0,5 0,6 0,7 0,8 0,9 1
Si la acción de carnívoros entre las ocupaciones humanas del alero y los demás procesos
postdepositacionales no afectaron los depósitos culturales, más allá de hasta donde hoy
sabemos, estos datos podrían apoyar la idea de una estrategia donde los huesos fueron
reducidos, probablemente, para la extracción de la médula, la grasa y el colágeno. Esta
situación considerada en conjunto a la escasez general de restos óseos, la baja diversidad y
frecuencia de artefactos y rasgos, así como su asociación a fogones, según el modelo
planteado, podría considerarse indicativa de un campamento de efímera permanencia
141
producto de un tipo de movilidad residencial. No creemos que esta situación se relacione a
un campamento base de un sistema logístico, por cuanto sus conjuntos de artefactos, rasgos
y material faunístico, presentan una frecuencia y diversidad muy baja.
En el Componente Cultural Medio, la mayor parte de los restos óseos de pudú y zorro chilla
se reparten entre el 10 al 50% de su tamaño original, con un mayor frecuencia de huesos en
fracciones menores a 10% de su tamaño original (véase Gráfico 15). En el caso del pudú, la
mayor parte de los huesos registrados en fracciones de 10%, corresponden a vértebras,
costillas y metapodio distal, elementos de alto valor alimenticio. Mientras que los
elementos registrados completos corresponden a falanges, dientes, patellas y tarseanos,
todos ellos de menor o nulo valor alimenticio. Para el caso del zorro chilla, el análisis
muestra que la mayor parte de los huesos representados en la fracción más pequeña
corresponden a costillas y pelvis, estos últimos de bajo valor alimenticio, mientras que los
elementos completos, son en su gran mayoría dientes y vértebras caudales, los cuales no
tienen ningún valor alimenticio.
35
30
25
NISP%
20
15
10
0
0,1 0,2 0,3 0,4 0,5 0,6 0,7 0,8 0,9 1
142
Si a estos datos sumamos la presencia de huellas de combustión y de fracturas, algunas con
negativos de impactos, podríamos plantear de acuerdo a nuestro modelo, que la situación
descrita podría corresponder a un campamento residencial. Esta situación respondería a que
en este tipo de campamentos, deberíamos encontrar los fragmentos óseos de menor tamaño
en cercanía a los lugares donde los alimentos han sido procesados y consumidos. Al igual
que para el Componente Cultural Temprano, no relacionamos estos datos a un campamento
base de una estrategia de movilidad logística, debido a la baja diversidad de artefactos y
rasgos.
50
45
40
35
30
NISP%
25
20
15
10
5
0
Pudu Pudu
143
mientras que los escasos restos completos corresponden a dientes y falanges, ambos sin
valor alimenticio. Como en los casos analizados de Marifilo 1, esta situación podría
relacionarse al máximo aprovechamiento de los huesos más ricos, no solo en carne, sino
también en grasas y médula, así como al descarte de partes del animal que aportan
escasamente a la dieta, como las patas. Considerando que algunos de estos restos presentan
huellas de combustión, así como el registro de su asociación estratigráfica y espacial a un
fogón y escaso material lítico, podríamos considerar con reserva, que de acuerdo al modelo
planteado, la situación podría relacionarse a un campamento de corta duración en una
estrategia residencial.
30
25
20
NISP%
15
10
5
0
0,1 0,2 0,3 0,4 0,5 0,6 0,7 0,8 0,9 1
En el caso del pudú se observan altas frecuencias entre los fragmentos más pequeños y los
elementos completos. En el primer caso, se observan restos de cráneo, costillas y
metapodios, mientras que completos hay dientes y una falange. Este cuadro podría
144
relacionarse a un transporte de presas completas, aprovechamiento de los huesos más ricos
del animal y descarte de elementos sin valor alimenticio.
145
estratigráfica. El fogón 1, el más profundo y antiguo de ellos, es de escaso espesor,
presentando un nivel de discreción de 1, en la escala de Chatters (1987), esto es sin un
patrón claro. Pensamos que esto se debe más a una remoción de cenizas por acción de
agentes naturales (escurrimiento de agua por la pared del alero, viento o animales), que por
un reuso humano de este espacio, por cuanto, entre este asentamiento y el siguiente hay un
considerable lapso temporal.
El fogón 2, de mucha mayor potencia, si bien presenta una forma irregular y cierta
congruencia espacial con el fogón 1, era claramente distinguible de la matriz por una capa
de tierra quemada y ceniza sobre ésta. Debido a su escasa disturbación y desplazamiento,
puede ser asignado al nivel 4 de discreción, lo que podría relacionarse a un evento de
ocupación breve. Si se considera esto junto con la escasez del material lítico y óseo,
podemos suponer una ocupación de corta duración, vinculada a una estrategia de alta
frecuencia de movilidad residencial.
El fogón 6, ubicado a unos 10 cm. por encima de los anteriores, presenta congruencia
espacial con éstos, haciendo uso de la misma área para un mismo fin, producto de lo cual
probablemente los disturbo en alguna medida. Este rasgo, siguiendo los parámetros de
Chatters (1987), presentaría un nivel de discreción de 2, producto del desplazamiento
lateral de la tierra quemada y las cenizas, al existir una gran redundancia en el uso de
ciertas áreas del alero para fines similares.
El fogón 7 es el que presenta las mayores dimensiones, así como diversidad y frecuencia de
materiales asociados. Este rasgo presentaría un nivel 4 de discreción, por cuanto en el
146
momento de la excavación fue posible registrar una estructura de piedras que lo delimitaba
y que la dispersión de sus cenizas no excedía mayormente los límites de ésta. El hecho de la
mayor potencia de este fogón, así como la preparación del ruedo de piedras podrían
relacionarse a una ocupación de mayor permanencia, tal vez producto de una reducción de
la movilidad en momentos fechados hacía 6.850 – 6.670 años cal. A.P.
El fogón 2, era claramente diferenciable de la matriz por una capa de tierra quemada de
unos 15 cm. y otra menor de cenizas sobre ella. Además fue posible observar algunas
piedras volcánicas alrededor que pudieron haber sido parte de un ruedo que lo
circunscribía. En este sentido, representa un rasgo altamente discreto, asignable a un nivel
4, sin mayores disturbaciones. De acuerdo al modelo planteado, este rasgo podría
147
relacionarse con una ocupación singular y breve, lo cual asociamos a una alta frecuencia de
movilidad residencial.
Considerando estos datos a la luz del modelo presentado, la alta discreción de los rasgos se
asociaría a eventos de ocupación breve, dentro de un sistema de menor frecuencia de
movilidad residencial, mientras que la baja discreción se relacionaría a una frecuencia más
alta de movilidad residencial. De esta forma, para el Componente Cultural Temprano y
Medio de Marifilo 1 se observan dos situaciones contrapuestas. Por una parte, fogones de
148
menor discreción en sus momentos más tempranos y de mayor discreción en los más
tardíos. Los primeros se relacionarían a ocupaciones breves producto de una alta frecuencia
de movilidad, mientras los más tardíos corresponderían a ocupaciones en un sistema de
menor frecuencia de movilidad.
Podemos esperar, siguiendo los supuestos del modelo, que si la movilidad se estructura de
acuerdo a las características medio ambientales, exista flexibilidad en la frecuencia de los
movimientos. En este sentido, los cambios paleoambientales registrados en el sur de Chile,
durante el Holoceno temprano y medio (Heusser 1984; Moreno 2001), puedan haber
modificado la estructura de los recursos, lo cual podría haber llevado a alternar la
frecuencia de los movimientos residenciales. Se trataría más bien de una “movilidad
táctica” (Brantingham 1998), es decir, conductas diferentes de, aunque no incompatibles
con, las estrategias de gran escala "forager" y "collectors" (sensu Binford 1980).
Por otra parte, el fogón 2 del Componente Temprano y los fogones 6 y 7 del Componente
Medio en Marifilo 1, así como los tres fogones registrados en Loncoñanco 2, presentan alta
discreción relacionada a una baja frecuencia de la movilidad. En relación a esto,
consideramos posible que los cambios paleoambientales tendientes a menores temperaturas
y mayores precipitaciones registrados entre 7.000 y 3.000 años cal. A.P. (Moreno 2001),
hayan llevado a un descenso de la movilidad hacia y dentro de la Región del Calafquén, así
como a establecer circuitos más específicos entre la costa y la cordillera. En este sentido,
los abundantes datos de sitios costeros y algunos en el valle central, durante este tiempo,
podrían sustentar en cierto modo este planteamiento. Sin embargo, es necesario contar con
más datos de la zona cordillerana para poder descartar una mayor frecuencia de movilidad
hacia este lugar.
149
Capítulo 7. Discusión y Conclusiones
Hasta hace pocos años, la relación entre sociedades cazadoras recolectoras y alta movilidad
se había convertido en una obviedad, al punto que la movilidad había pasado a convertirse
en una condición necesaria de estas sociedades. Sin embargo, los trabajos etnográficos y
etnoarqueológicos, así como una mirada más crítica de estas verdades establecidas ha
conducido al reconocimiento de los matices y diferencias que puede presentar la movilidad
entre los cazadores recolectores. A través del examen de estas diferencias, la arqueología ha
buscado desarrollar metodologías y teorías tendientes a reconocer las particularidades de
los desplazamientos humanos en la prehistoria en diferentes partes del mundo. Inspirados
por este tipo de trabajos, nosotros hemos querido investigar la movilidad cazadora
recolectora en el sur de Chile, a partir del registro arqueológico de dos sitios recientemente
descubiertos.
150
biomasa primaria, pero al mismo tiempo, un medio donde la accesibilidad a las plantas y
los frutos pudo haber sido difícil en algunos sectores, al igual que la accesibilidad a los
animales habitantes del bosque. Estos últimos, en general de pequeño tamaño, de hábitos
solitarios y de amplia dispersión podrían haber ocasionado grandes gastos de tiempo y
energías a los cazadores, haciéndolos poco atractivos. Sin embargo, la tecnología y el
conocimiento del medio podrían haber mejorado ostensiblemente la accesibilidad tanto a la
biomasa primaria como a la secundaria. En este sentido la propuesta de Velásquez (2002)
en relación al uso de trampas, resulta una idea atractiva pero hasta ahora difícil de probar.
Con todo, los registros arqueofaunísticos de Marifilo 1 y Loncoñanco 2 señalan que los
animales del bosque como el pudú y el zorro chilla fueron constantemente capturados,
consumidos y utilizados sus restos, aún cuando en muy bajas cantidades, dando cuenta de la
probable dificultad de acceso a estos recursos.
151
disminuyendo entonces la distancia entre los recursos y el campamento. Por otra parte, los
aleros habrían ofrecido la posibilidad de disponer de un abrigo natural, en el cual, además,
era posible obtener rocas para fabricar herramientas simples sin grandes inversiones de
tiempo y energías. Finalmente, desde ambos aleros es posible observar el lago, el valle
cercano y el bosque, cualidad que también debió haber sido apreciada por los cazadores
recolectores, por cuanto permitía monitorear recursos móviles, así como también la
presencia de otros grupos humanos.
En este medio, los cazadores recolectores pudieron haber establecido una amplia área de
forrajeo, la cual puede incluir los distintos pisos ecológicos que circundan al lago. Por
ejemplo, en su entorno más inmediato, los grupos pudieron haberse desplazado sin
interferencias tanto por las zonas abiertas cerca de la playa del lago, como por sectores de
bosque de laureles y olivillos, que aunque oscuro por la altura de los árboles, permite
transitar sin problemas debido al menor desarrollo del sotobosque. En dichos bosques,
habría existido la posibilidad de recolectar los frutos del maqui en primavera y verano, así
como los del avellano en otoño, junto a otras especies que habrían otorgado materiales para
fabricar cestos como el pipil voqui por ejemplo. En las laderas bajas cercanas, donde se
encuentran los bosques de roble y laurel, también habrían podido transitar sin problemas,
pudiendo acceder en ellos a los dihueñes y otros hongos comestibles en primavera.
Sin embargo, algunas zonas bajas del valle, donde es posible recolectar nalcas en
primavera, habrían presentado algunas dificultades para el desplazamiento humano, por
cuanto ellas suelen inundarse gran parte del año y presentan espesos bosques de canelos y
temos, así como gran cantidad de arbustos y árboles pequeños que crecen en altas
densidades, como el chacay y el arrayán macho que, además, tienen espinas.
El piso ecológico inmediatamente superior, ubicado entre los 500 y los 1.000 metros de
altura, presenta una situación diferente. Si bien en él es posible encontrar algunos aleros
rocosos que habrían ofrecido refugio a grupos de cazadores y recolectores, no parece haber
sido ocupados como aquellos más cercanos al lago. Para esto podrían ofrecerse varias
razones, tales como la menor temperatura y mayor humedad que reina en este medio, así
152
como una topografía de laderas rocosas y pendientes medias. Asimismo, los bosques de
coihues y tepas, conforman medios sombríos y permiten el desarrollo de un denso
sotobosque que dificulta el desplazamiento humano, particularmente por la presencia de
colihues. Junto a estas características, el número de especies vegetales potencialmente
útiles para los seres humanos, es menor que en el piso más bajo. En algunas zonas
despejadas de este bosque es posible recolectar maqui en verano y chaura durante el otoño.
En otros sectores más inaccesibles del bosque, se puede encontrar en verano algunos
hongos comestibles como el chupón y en otoño los frutos del avellano.
Las características de estos bosques, así como de la topografía, hacen también mucho más
difícil acceder a la fauna. Aún cuando el posible uso de trampas podría ayudar en esta tarea,
las dificultades para transitar por este piso, hacen que la caza de animales pequeños sea más
costosa en términos de tiempo y energía, haciéndolo probablemente menos atractivos para
los cazadores recolectores.
Finalmente el piso superior de la Región del Calafquén, ubicado entre 1.000 y 1.500 metros
de altura, si bien presenta un menor desarrollo de bosques, su topografía de laderas altas,
las bajas temperaturas durante todo el año y la presencia de nieve durante muchos meses,
hacen de este piso un lugar fácil de transitar pero difícil de explotar. Probablemente, los
grandes atractivos para llegar hasta este piso sea la posibilidad de recolectar piñones de
Araucaria desde fines del verano hasta fines del otoño, así como de cazar huemules durante
el verano. Igualmente, la existencia de pasos trasandinos bajos que en ocasiones se
mantienen libres de nieve durante gran parte del año, haya sido otro elemento importante en
este piso ecológico. Al otro lado de la cordillera, un medio ambiente de extensos bosques
de araucarias y alerces, así como de grandes lagos como el Traful o el Nahuel Huapi, donde
era posible cazar guanacos, podría haber sido un factor de atracción para los cazadores
recolectores.
De acuerdo a estas ideas, probablemente los grupos que ocuparon los aleros Marifilo 1 y
Loncoñanco 2, pudieron haber transitado en busca de determinados recursos a través de
estos pisos ecológicos, de diferentes formas conforme aumentaba el conocimiento de ellos
153
con el tiempo y con tácticas diferentes de acuerdo a los cambios en la estructura de los
recursos producto de los cambios paleoambientales registrados en la zona.
Otro asunto que se debe considerar en esta discusión, en relación a la distinta productividad
y accesibilidad a los recursos de los pisos ecológicos en torno a la costa oriental del
Calafquén, tiene que ver con el papel de los cambios paleoambientales y los eventos
volcánicos. Al respecto, es de significativa importancia considerar los cambios
paleoambientales reportados para la costa occidental del Calafquén por Heusser (1984), los
cuales muestran no solo eventos de cambio climático sino de composición del bosque. Por
ejemplo, la presencia a fines del Pleistoceno de helechos que crecen bajo el espejo de agua
(Isoetes savatieri) y de árboles que crecen en condiciones más frías y húmedas, podría
indicar mayor cantidad de zonas bajas anegadas, así como el desarrollo de sotobosques más
densos que dificultan la circulación, disminuyen la accesibilidad a los recursos y hacen
menos atractiva la región. En este sentido, como muestra este ejemplo, consideramos que
estos cambios paleoambientales si bien modifican las proporciones de la composición del
bosque, lo interesante a la hora de considerar la movilidad de los cazadores recolectores es
como transforman los espacios en relación a su transitabilidad y a la accesibilidad a los
recursos. Si bien los recursos presentes en este medio boscoso cambian con los pulsos
paleoambientales, su estructura continúa a lo largo del tiempo y por ende, lo que se puede
recolectar es casi siempre lo mismo. Más, no es lo mismo recolectar en bosques húmedos y
espesos que en bosques más abiertos y con claros.
154
Particularmente, la zona oriental del Calafquén donde se encuentran los sitios investigados,
muestra los efectos de múltiples erupciones volcánicas, al mismo tiempo que es posible ver
en ella, zonas que debieron haber actuado como las islas que señalamos arriba. De esta
forma, el transito en los tres pisos ecológicos en torno al lago, así como la accesibilidad a
los recursos pudo haber cambiado con estos eventos.
Ahora bien, a pesar de que la productividad y accesibilidad a los recursos del bosque
templado lluvioso en torno al Calafquén, pudo haber cambiado en algunos momentos, lo
cierto es que siempre ha existido una estación crítica para la vida, como es el invierno. En
esta estación es cuando se registran las menores temperaturas y las más copiosas
precipitaciones, aumentando el nivel de los cursos de agua e inundando grandes porciones
de tierras bajas. Asimismo, durante el invierno no se encuentran recursos vegetales para la
recolección y los animales se hayan más dispersos y en menor número. Solo cabe la
posibilidad de que el huemul baje hasta el piso ecológico que rodea al lago, para contar con
un recurso que permita la subsistencia. Sin embargo, salvo una muy pequeña excepción, los
sitios arqueológicos que hemos revisado, no muestran restos de este animal. En
consecuencia, a pesar de que no tenemos ningún indicador directo de estacionalidad,
consideramos que la zona pudo haber sido potencialmente más atractiva para los grupos
humanos durante la estación estival.
Contamos con unos pocos indicadores indirectos de estacionalidad para las ocupaciones
que hemos descrito, particularmente en Marifilo 1, los cuales podrían apoyar el
planteamiento anterior. El primero es la presencia en los registros del Componente Cultural
155
Medio, de aves migratorias, tales como patos y gansos, las cuales suelen llegar al lago
Calafquén en la estación estival. Sin embargo, como hemos dicho, existen dudas acerca del
ingreso antrópico de estos restos óseos al sitio y, en cualquier caso, no podemos asegurar
iguales hábitos para estas aves en momentos de constantes cambios climáticos como los
registrados entre 7.000 y 5.000 años cal. A.P. (Heusser 1984; Moreno 2001). Otro
indicador indirecto, es el registro de individuos juveniles e infantiles, de pudú y zorro chilla
asociados a este mismo componente cultural, lo cual podría relacionarse a las estaciones de
primavera y/o verano, momentos en los que suele haber crías jóvenes de buena parte de la
fauna del bosque. Igualmente, el único elemento óseo de huemul, corresponde a una
vértebra sin fusionar de un individuo juvenil, la cual se asocia a otros restos óseos similares
de pudú y zorro chilla, donde destacan fragmentos de cráneo sin fusionar de este último
animal. Con todo, estos datos no apoyan por si mismos la definición de un uso estacional
de la Región del Calafquén, porque aún cuando asumamos como supuesto la presencia de
individuos juveniles en primavera y verano, no sabemos con certeza si los cambios
climáticos afectaron los tiempos reproductivos de estos animales.
Considerando en conjunto estos datos, podríamos suponer que la ocupación por parte de
cazadores recolectores de la Región del Calafquén, tuviera lugar al llegar la estación más
productiva y de mejores condiciones climáticas como es entre primavera y verano. Sin
embargo, más que concluir al respecto, los datos solo permiten plantear hipótesis que deben
ser corroborados con datos más concretos y específicos.
156
Por otra parte, el modelo teórico que hemos utilizado para analizar el registro material de
Marifilo 1 y Loncoñanco 2, nos permitió generar ciertas expectativas en relación al tipo y
frecuencia de la movilidad. Como hemos visto, los indicadores utilizados y su ponderación
nos han hecho ver que los valores resultantes se ajustan a un escenario de movilidad
residencial de alta frecuencia para cada una de las ocupaciones descritas en ambos sitios.
Este resultado, a su vez, se ajusta a un medio ambiente de alta productividad,
particularmente de biomasa primaria y de baja accesibilidad a ésta y a la biomasa
secundaria. En este sentido, podemos plantear a modo de proposición que la estructura de
los recursos en la Región del Calafquén, puede hacer necesaria una movilidad residencial
de alta frecuencia, pues sería la forma más eficiente de poder obtener diferentes recursos en
cada uno de los pisos ecológicos que rodean al lago.
Como hemos señalado, la baja biomasa comestible de los moluscos dulceacuícolas del lago,
así como los frutos de la recolección, no permitirían sostener ni a una población numerosa,
ni a una menor por un lapso extenso de tiempo. Los animales a su vez, de hábitos solitarios
y alta dispersión, de baja a media biomasa, tampoco permiten soportar ni a grandes
poblaciones ni a pequeñas por mucho tiempo. En consecuencia, resulta más factible pensar
en frecuentes cambios de residencia para optar a nuevos parches de recursos, por parte de
grupos reducidos de personas.
Por otra parte, la explotación de los recursos, debió llevarse a cabo en los bordes y en la
entrada a los bosques densos. Más aún, debido a que la Región del Calafquén esta inserta
en un ecotono de dos tipos de bosques, praderas altas y playa lacustre, es probable que la
explotación de los recursos no haya sido hecha al interior de los bosques, sino más bien en
su exterior. En consecuencia, la adaptación cazadora recolectora en esta región, no es una
adaptación al bosque, sino que es una adaptación a un medio ambiente de alta
productividad neta y baja accesibilidad a la biomasa primaria y secundaria. Decimos que no
es una adaptación al bosque, por cuanto lo que se busca de manera principal no es la
madera, sino la confluencia de varios parches con tipos de recursos diferentes, lo que
permite complementar la producción de subsistencia. Al respecto, F. Mena ha expresado
que “la adaptación humana a estos ambientes no fue, en estricto rigor, una ‘adaptación al
157
bosque’ ni a la utilización de la madera, sino que correspondió a la ocupación de aquellos
espacios de mayor biodiversidad. Estos espacios corresponden a los paisajes de transición
de un ecosistema a otro, ubicados en los márgenes de los bosques cerrados y
homogéneos...” (Mena 1995:65). De acuerdo a lo que hemos presentado en este trabajo, se
puede sugerir que las ocupaciones humanas en la Región del Calafquén hacen uso de una
estrategia de explotación oportunista. En este sentido, es más factible pensar en una
explotación de confluencia de recursos en los ecotonos de bosques, praderas y playa
lacustre, que al interior de los bosques cerrados. Se trataría en consecuencia de una
“estrategia de bajo impacto, una explotación de bordes e intersticios: de los arbustos y
plantas rastreras del sotobosque –como las bayas-, de organismos adosados o
sobrepuestos a los troncos –como los hongos, enredaderas de uso artesanal o decorativo–
de ramas quebradas como leña, o de hojas de árboles como medicina” (Mena 1995:67).
En relación a la tecnología para explotar este medio ambiente, podemos decir en términos
generales que ésta habría ayudado a una explotación más eficiente de los recursos en
relación al tiempo y la energía invertida en su búsqueda, captura y procesamiento. Sin
embargo, como hemos visto para cada uno de los componentes culturales en ambos sitios,
la tecnología lítica solo se compone de artefactos con escasa formatización y de carácter
situacional y expeditivo. En este sentido, creemos que no basta con decir que la explotación
de los bosques no hace necesaria la producción de conjuntos de herramientas formatizadas
y de mayor inversión de trabajo, o que no se confeccionan y utilizan puntas de proyectil
porque no habían guanacos en la zona (Adán et al. 2004). Por el contrario, la condición
expeditiva de los conjuntos líticos, nos resulta más explicable en términos de una
flexibilización del diseño de los instrumentos, menores gastos en tiempo y energía en
buscar rocas adecuadas para la talla y en general, una estrategia de explotación del medio
breve y más circunstancial, un poco a la manera en que son descritos los foragers en la
literatura arqueológica. Sin embargo, nos resulta problemático plantear una situación donde
la formatización de herramientas no exista o donde no se utilicen rocas más apropiadas para
la talla, considerando que esta es una conducta ampliamente documentadas entre los
cazadores recolectores de la prehistoria y entre aquellos etnográficamente conocidos. Al
respecto, pensamos que cabe la posibilidad de que los grupos que ocuparon los aleros, si
158
hallan podido contar con herramientas formatizadas y haber hecho uso de mejores materias
primas, pero ellas estaban sujetas a una severa conducta de curaduría y no fueron
abandonadas ni confeccionadas en estos sitios. La razón para esta estrategia, probablemente
viene del tipo de explotación de recursos que se llevó a cabo en torno al lago, la cual pudo
haber involucrado la caza por interceptación a través de trampas, la recolección de
vegetales que no necesitan instrumentos especializados, estadías cortas y alta movilidad de
los campamentos residenciales.
Este último planteamiento es el que también nos permite inferir que las ocupaciones
observadas en ambos sitios, no se corresponden ni con campamentos de tareas, ni con
campamentos base de una movilidad logística. De acuerdo a nuestro modelo teórico, en
ellas deberíamos observar en los campamentos de tareas unos pocos tipos de herramientas
formatizadas (por ejemplo puntas de proyectil o cuchillos), mientras en un campamento
base, deberíamos contar con mayor diversidad de tipos. Sin embargo, los análisis realizados
han mostrado una situación de no solo baja diversidad de tipos, sino que también baja
frecuencia de herramientas.
Ahora bien, si los recursos explotados por los cazadores recolectores que se asentaron en
Marifilo 1 y Loncoñanco 2, no son muy variados a pesar de la alta productividad del
bosque y considerando la problemática accesibilidad a los recursos de este medio, así como
159
la extensión de los mismos, prácticamente, desde la cordillera de los Andes hasta la costa
del Pacífico, cuál es el factor de atracción hacia esta región para los seres humanos. De
acuerdo a nuestros análisis y al conocimiento de la arqueología de la zona, aún no tenemos
una respuesta definitiva para esta pregunta. De acuerdo a los trabajos de prospección
realizados hasta ahora en la zona, no existirían por ejemplo, fuentes de materias primas
líticas que puedan atraer grupos humanos. Tampoco existen recursos vegetales y animales
que no puedan ser encontrados en el valle central o en las estribaciones de la cordillera de
la Costa. ¿Se trata solamente, entonces, de una amplia movilidad que lleva a la gente a
ocupar estos espacios? Probablemente la respuesta no sea ésta y la definitiva, pase por
descubrir más sitios arqueológicos en los alrededores del Calafquén (por ejemplo, en la
zona del lago Villarrica o del lago Riñihue), donde pueda observarse una nueva cuota de
diversidad que alimente con nuevos datos nuestros ejercicios de inferencia.
A pesar de esto, consideramos a modo de proposición para falsear en el futuro, que la zona
del Calafquén podría haber sido explotada a través de movilidad residencial de alta
frecuencia, durante la estación estival y como una zona de paso temporal. Dicho paso
podría haber sido hacia las pinalerías de araucaria que se encuentran en los pisos más altos
del Calafquén y en los faldeos del Villarrica, las que pueden ser explotadas durante el
otoño. También pudo haber actuado como una zona de paso hacia los territorios ubicados
en la vertiente oriental de los Andes, donde se encuentran medios similares, pero con
guanacos para la caza y fuentes de materias primas líticas. Esto puede ser planteado
considerando la existencia de una fuente de obsidiana en las inmediaciones del lago Traful,
la cual comenzó a ser explotada desde sus primeras ocupaciones a fines de Pleistoceno y el
Holoceno temprano (Crivelli et al. 1993).
Sin embargo, como hemos advertido, este planteamiento más que conclusivo es solo una
proposición para investigar. En consecuencia, debemos decir que la respuesta a la pregunta
por qué los cazadores recolectores hacen uso de la Región del Calafquén, de la forma en
que se observa en los registros arqueológicos de Marifilo 1 y Loncoñanco 2, aún no cuenta
con una respuesta definitiva.
160
Otro asunto que debemos considerar ante los planteamientos que hemos realizado, dice
relación con de dónde vienen los cazadores recolectores que habitaron el Calafquén, si ellos
no están presentes durante todo el ciclo anual, y también, cuáles son las rutas elegidas para
acceder a la región. En primer lugar, considerando el modelo propuesto por Borrero (1989-
1990) de distintas etapas de ocupación de los espacios, podemos decir que es muy probable
que la primera ocupación de Marifilo 1, fechada a fines del Pleistoceno se relacione a
grupos en una fase de exploración del territorio. En este sentido, las expectativas generadas
en relación al instrumental lítico para la fase de exploración (Franco 2000), parecen apoyar
esta idea. Otras ocupaciones a fines del Pleistoceno en el sur de Chile, como la de Monte
Verde, en todo caso, apuntan a que este proceso se habría iniciado algunos milenios antes,
por lo cual es probable que esta fase este casi terminando cuando se ocupa por primera vez
Marifilo 1. Ocupaciones cronológicamente similares solo se registran al otro lado de los
Andes, en algunas cuevas en la cuenca del río Limay, en el lago Traful y el Nahuel Huapi.
En estos lugares se explotan los recursos vegetales y animales del bosque y los lagos, con
una tecnología de escasa formatización y funciones generalizadas, tal como sucede en
Marifilo 1.
161
amplias diferencias con las ocupaciones costeras, del valle central y del sector oriental,
donde algunos conjuntos de herramientas formatizadas, como las puntas de proyectil,
permiten identificar ciertas tradiciones tecnológicas. En este sentido, no queremos decir que
un estilo tecnológico permita identificar pueblos o grupos particulares, sino solo que estos
estilos permiten entrever ciertas líneas de relación.
Por otra parte, es probable que aquellas ocupaciones fechadas en torno a los 9.000 años cal.
A.P. en el Calafquén correspondan a aquella etapa de colonización postulada por Borrero
(1989-1990), pero no se advierte en el registro arqueológico una conexión entre lo
observado en los sitios investigados y el territorio restante. La ocupación efectiva del
territorio, aquella referida como la fase final de poblamiento, es probable que ya este
operando a partir de los 8.000 años cal. A.P., por cuanto a partir de estas fechas se registran
ocupaciones en la costa del Pacífico, el valle central1 y la cordillera andina en ambas
vertientes. En este sentido, es probable que la movilidad de los grupos cazadores
recolectores se haya estructurado de manera diferente de acuerdo al progreso de estas fases
de poblamiento y al conocimiento del territorio.
Con respecto a esta última idea consideremos por ejemplo, lo que sucede en la costa de la
cuenca del Valdivia. Allí, el sitio Chan Chan 18 muestra hacia el Holoceno medio el
aparente uso simultáneo de dos tradiciones líticas diferentes, como son la Talcahuenense y
la Chanchanense, situación que podría originarse a través de una alta movilidad que
permite la transmisión en diferentes direcciones de ideas y herramientas. Igualmente, es
provechoso traer a colación la existencia de un patrón funerario, el cual ya ha sido
advertido en el sector septentrional del sur de Chile, en la costa de Concepción (Bustos y
Vergara 2001), donde los cuerpos suelen disponerse en posición flectada lateral derecha, en
momentos temporales cercanos. Una situación similar se ha observado también, en la costa
del sector meridional, en los sitios Chan Chan 18 (Navarro y Pino 1999), Piedra Azul
(Gaete et al. 2004) y hasta en la isla de Chiloé en Puente Quilo 1 (Aspillaga et al. 1995).
1
Se debe recordar que el único sitio conocido en la actualidad en el valle centra del sur de Chile, Quillén 1,
posee un nivel inferior sin fechar, con puntas de proyectil pedunculadas que de acuerdo a Navarro (1984),
podrían relacionarse a contextos similares del centro del país, como Cuchipuy con un fecha temprana entre
8.592 y 9.240 años cal. A.P. (Kaltwasser et al. 1983).
162
Este patrón podría permitirnos aventurar la idea de ciertos aspectos culturales compartidos,
así como una misma forma de subsistencia.
Este patrón funerario, observado en estos sitios y particularmente en Chan Chan 18, resulta
de suma importancia para comprender la movilidad, por cuanto el contexto funerario
registrado en Marifilo 1 se ajusta a este patrón y es cronológicamente cercano. En este
sentido, sería posible plantear a modo de proposición el establecimiento de patrones de
movilidad con su centro en la zona costera, donde es posible acceder a recursos específicos
y a otros que también se encuentran en el valle y la zona cordillerana. Los hallazgos, en
momentos más tardíos de conchas del Pacífico en el sitio Pucón 6 (Navarro 1979) en la
zona del Villarrica, así como al otro lado de los Andes en el sitio Los Cipreses en el lago
Traful (Silveira 1996), apoyan la existencia de circuitos de movilidad amplios por medio de
los cuales se accede de manera directa o indirecta a este tipo de recursos.
La extensión de los bosques en el sur de Chile, desde las alturas de los Andes, hasta la
vertiente occidental de la cordillera de la Costa, por otra parte, nos lleva a pensar en la
dificultad del tránsito entre diferentes sectores del territorio. Es probable que la movilidad
se desplegara siguiendo vías naturales como los numerosos cursos hídricos existentes. Así,
por ejemplo, desde la zona de la bahía de Corral en la desembocadura del Valdivia, los
habitantes de la costa, podrían haber seguido el curso de este río para luego tomar hacia el
este por el Calle Calle o hacia el norte y al este por el Cruces. Este último permitiría
adentrarse en el valle central y atravesar por entre las que podrían ser barreras naturales
para la circulación, como la cordillera de Tripayante (una estribación oriental de la
cordillera de la Costa) y el cordón Peñehue (estribación occidental de los Andes), el cual a
su vez divide las cuencas de los ríos Valdivia y Toltén2. De esta manera, sería posible llegar
hasta los valles que bordean el lago Villarrica y acceder al piso entre los 500 y los 700
m.s.n.m. al sur de este lago y al norte del Calafquén.
2
Aún cuando se debe considerar que al comienzo de esta “vía” aparecen extensas zonas anegadas y de
pantanos, hoy conocidos como los humedales del Santuario de la Naturaleza del río Cruces, lo que podría
haber dificultado el desplazamiento humano.
163
En el caso de seguir el río Calle Calle, esta vía permite cruzar el valle central hasta el río
San Pedro, el que a su vez conduce por entre sectores más altos hasta el lago Riñihue.
Desde allí siguiendo la cota de los 300 m.s.n.m. es posible bordear este lago, el Panguipulli
y el Calafquén. Considerando nuevamente la hipótesis de niveles más altos de las aguas,
que habrían unido estos tres lagos (Pino et al. 2002), los cazadores recolectores habrían
podido acceder a diferentes sectores de esta enorme región lacustre andina, en el sentido de
un radio extendido dentro de su radio anual de movilidad (sensu Binford 1980).
Finalmente digamos que es posible seguir una ruta al Calafquén que contempla seguir el río
Cruces hasta el cordón Peñehue, desde donde se podría viajar por sus faldeos hasta el lago.
Sin embargo, esta ruta pudo haber presentado mayores sectores de bosques densos y zonas
de pantanos, como se observa en la actualidad.
De acuerdo a los análisis realizados a partir del modelo aquí presentado, así como los
resultados obtenidos en relación a un tipo de movilidad residencial de alta frecuencia,
consideramos posible plantear que en condiciones situacionales similares, es decir en un
medio de alta productividad primaria neta, con una estación critica en el ciclo anual,
presencia de recursos faunísticos dispersos, poco accesibles y de baja biomasa, la movilidad
de los cazadores recolectores debería mostrar patrones semejantes. Sin embargo, dicha
movilidad debería ser ponderada no solo de acuerdo a los indicadores que aquí hemos
presentado, sino que también en consideración de la fase de poblamiento de una región, así
como de las condiciones paleoambientales, debido a que es muy posible que en cada
situación se despliegue una movilidad táctica (sensu Brantingham 1998) diferente, que no
se ajuste a nuestras ideas de movilidad residencial y logística.
Con todo, de acuerdo a los resultados obtenidos mediante el análisis aquí señalado,
pensamos que la zona de los lagos adyacentes al Calafquén, como el Panguipulli y el
Riñihue y tal vez el Villarrica, podría mostrar ocupaciones de cazadores recolectores con
características similares. Esto es, sitios ubicados en aleros y cuevas, próximos a varios
recursos (fauna, moluscos dulceacuícolas, agua, leña, vegetales y rocas); movilidad
residencial de alta frecuencia y estadías breves reflejadas en baja frecuencia y diversidad
164
artefactual; reocupación de estos espacios que pueden obliterar ocupaciones anteriores;
escasa visibilidad y alternancia de ocupación con animales (como algunos carnívoros y
roedores); restos faunísticos correspondientes a una estrategia de caza generalizada, aunque
con una mayor representación de las especies de más alta biomasa (pudú, zorro chilla y
posiblemente huemul); los esqueletos de estos animales estarían casi completamente
representados y corresponderían a un bajo número de individuos; las herramientas líticas
serían confeccionadas en rocas locales con una baja representatividad de materias primas
foráneas; la mayoría de los artefactos líticos serían de tipo expeditivo, entre los que
deberían figurar muescas, denticulados, cepillos, raspadores y tajadores; alta tasa de
descarte de estos materiales.
Como último punto, deseamos expresar nuestra evaluación del modelo presentado. En
primer término, ha sido posible advertir que los indicadores elegidos, si bien pueden
apuntar a definir distintos aspectos, algunos de ellos no pudieron sustentar inferencias
conclusivas por si mismos. En el caso, del indicador de diversidad artefactual, es claro que
ante una situación como la revisada, donde casi no existen tipos de artefactos diferentes, el
indicador es poco claro para hacer conclusiones y debe ser reforzado con otros aspectos,
como la funcionalidad y la frecuencia comparada entre ocupaciones. Esta situación fue
especialmente crítica cuando se analizaron los materiales de Loncoñanco 2, tanto en
términos de artefactos como de fauna. De acuerdo a esto, pensamos que este indicador debe
ser refinado para tratar con conjuntos expeditivos y de bajas frecuencias.
165
En el caso del indicador “diversidad faunística”, creemos que puede apoyar ideas más
conclusivas, pero se hace necesario reforzar la distinción entre campamentos base y de
tareas de una estrategia logística. Es probable que para este caso, las conclusiones a través
de este indicador deban ser hechas considerando los resultados del indicador de diversidad
artefactual.
Un caso distinto ocurre con el indicador “fragmentación ósea”, por cuanto si bien éste
podría apoyar ideas más concluyentes con respecto a la movilidad, nunca puede tomarse
por si solo y sin tener muy claros los procesos tafonómicos que hayan podido afectar a los
huesos. En este sentido, para los sitios analizados, quedó claro que este indicador podía ser
muy débil a la hora de explicar los patrones de fragmentación en colecciones pequeñas y
más aún, a la hora de plantear episodios de estrés ambiental, situación que finalmente no
pudo ser tratada. Igualmente, este indicador exige ser utilizado atendiendo muy
concientemente a los procesos tafonómicos, más aún teniendo presente en el conjunto
analizado marcas de pisoteo, de carroñeo animal o de actividades de limpieza de los sitios
con su reocupación.
Por último, los indicadores escogidos para evaluar la estructura y accesibilidad a los
recursos de un medio ambiente, pensamos que funcionaron bastante bien, ya que ellos dan
cuenta de valores “neutros” de los recursos naturales, los cuales solo permiten ofrecer un
marco en el cual considerar las conductas humanas. El uso de estos indicadores puede ser
166
complementado con otros relacionados a la topografía o los datos paleoambientales (de
condiciones climáticas, precipitaciones, niveles de lagos, vulcanismo) por ejemplo,
permitiendo obtener un cuadro más específico en el que observar los indicadores
arqueológicos.
Finalmente, digamos que esta investigación ha pretendido solo abrir una ventana de
posibilidades de investigación de un tema que tiene muy escasos correlatos materiales en el
registro arqueológico y, que por ende, no es conclusiva y sus ideas deben ser falseadas con
nuevas investigaciones tanto en el Calafquén como en otros sectores del sur de Chile. Sin
embargo, consideramos que su valor recae en que ha permitido generar más hipótesis de
trabajo, como todas las aquí presentadas, alentando a nuevas investigaciones y a la creación
de nuevas herramientas teóricas y metodológicas para llevarlas a cabo.
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