Victimologia 2

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Victimización.

Se identifica con el proceso en virtud del cual una persona o grupo llega a
convertirse en víctima. En consecuencia, no tiene por qué tratarse de un hecho
puntual o aislado, sino que también puede englobar un conjunto de fases, de ahí
que lo habitual sea referir a esta acepción como “proceso de victimización”. La
doctrina victimológica ha debatido mucho sobre las posibles dimensiones de los
procesos de victimización en tanto existieron corrientes que pretendieron vincularlo
únicamente a una esfera criminal –mecanismo por el cual una persona llega a
convertirse en sujeto pasivo del delito–; y otras, más aperturistas, que han
pretendido extenderlo a los supuestos de autovictimización o aquellas en las que se
produzca una conducta no criminal –identificada con la acepción criminológica
crimen social–. Para Rodríguez Manzanera no hay dudas al respecto y todas las
hipótesis descritas pueden ser perfectamente englobadas bajo la terminología
“proceso de victimización”.
Bajo mi punto de vista, deben hacerse buenas las palabras de Rodríguez
Manzanera y aceptar las hipótesis descritas, no siendo recomendable restringir el
citado concepto, el cual debe operar en virtud de la cobertura conceptual otorgada
a la víctima; esto es, como se verá en el capítulo siguiente, no existe una definición
unitaria de víctima, más bien todo lo contrario, confluyen multitud de contenidos a la
hora de definirla, si bien los más recurridos son el victimológico general, criminal y
jurídico, los cuales abarcan las hipótesis descritas por lo que desde el momento en
el que se acepta uno u otro concepto debe admitirse el proceso de victimización
generado sobre sí mismo.
Lo que no parece coherente es, por ejemplo, aceptar el concepto victimológico
general de víctima y negar el proceso de victimización a los supuestos de víctima
sin delito –piénsese, por ejemplo, en el caso de la autolesión que referí
anteriormente, al no tratarse de un delito ya hay autores que rechazan el proceso
de victimización, pero desde el momento que se acepta el concepto victimológico
general o criminal debe admitirse el proceso de victimización en tanto uno va ligado
a otro–.
En definitiva, lo que hay que hacer es mantener una coherencia al respecto y si se
acepta uno u otro concepto de víctima debe admitirse el proceso de victimización,
lo cual lleva a tener que definir inicialmente por qué concepto victimal se decanta en
tanto eso marcará el devenir de la investigación. Pero eso será una disquisición que
se abordará en el capítulo siguiente. De otro lado, existe un campo de la
Victimología que ha evolucionado muy rápidamente, quizás demasiado, y ha
verificado distintos tipos de victimización, los cuales serán desarrollados en el

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capítulo siguiente de una forma más detenida, si bien a continuación se enuncian
de manera muy esquemática para una primera toma de contacto:
Primaria, incluiría a la víctima en sí del ilícito;
Secundaria, agruparía la revictimización del sujeto debido a su paso por
determinadas instancias públicas en virtud de las cuales debe rememorar los
hechos acontecidos –por ejemplo, al prestar declaración–; y
Terciaria, se trata de un concepto, en mi opinión, vacío de contenido, aún no
construido en tanto la doctrina victimológica le ha otorgado definiciones muy
diversas que no casan unas con otras, quizás debido a esa excesiva velocidad con
la que se está queriendo construir la Victimología. Sea como fuere, como ya he
señalado, me remito al siguiente capítulo para un estudio más exhaustivo y
detallado de los tipos de victimización.

Victima.
— Victimológica general: Individuo o grupo de personas que padece un daño por
una acción u omisión propia o ajena, o por causa fortuita.
— Victimológica criminal: Individuo o grupo de personas que sufre un daño
producido por una conducta antisocial, propia o ajena, aunque no sea el detentador
del derecho vulnerado.
— Jurídico-penal: Sujeto pasivo del delito.
El proceso de victimización Tal y como se mencionó en el Capítulo Primero, con la
acepción de victimización se haría referencia al cambio en un estado inicial que
conlleva para la persona o colectivo concreto la adquisición del rol de víctima.
Generalmente, la también denominada victimización, se identifica con un proceso
general más que con un hecho aislado; esto es, con una concepción
multidimensional de la citada y mantenida transformación en víctima, y no solo
atendiendo a la contextualización espacio-temporal de la acción de delincuente.
Con todo ello se pretende advertir que el proceso de victimización constituye un
entramado de complejos factores que interactúan y conforman, no sólo las secuelas
que el propio suceso criminal pudieran suponer, lo que enlazaría con la acepción de
`victimar´ o acción aislada empleada por el ofensor y estudiada en el tema previo,
sino que además incluiría todos aquellos elementos que, como consecuencia de la
acción ilícita o antisocial ejercida por tercero, pudieran desprenderse. Entre tales
aspectos destacarían fundamentalmente dos tipos de consecuencias:

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a) las secuelas psicológicas, propias del hecho de victimización o el impacto
traumático que la propia acción delictiva sobre la figura de la víctima (trastorno de
estrés postraumático, depresión, ansiedad, etc.); y
b) las relativas al sistema socio-político; es decir, elementos que, sin ser intrínsecos
a la persona repercutirían en su bienestar posterior. Se distinguen dentro de este
segundo grupo de elementos aquellos referentes a la estabilidad económica-laboral,
la existencia de vínculos y apoyo social, y las concernientes a la propia
Administración de Justicia.
Este último aspecto cobra especial relevancia si se atiende a la importancia del
Sistema Judicial en la rehabilitación victimal, expectativa ciudadana que en su
mayoría queda por la falta o descuido del propio Derecho en el tratamiento de las
víctimas. Así, por ejemplo, la incoación del proceso mediante denuncia queda en
muchas ocasiones supeditada a la mínima información recibida por la parte de la
persona afectada, motivo que, unido a la escasa confianza en el sistema,
repercutiría a su vez en el conocimiento oficial de las tasas de victimización.
Del mismo modo, y ya interpuesta la denuncia, la víctima durante el proceso de
enjuiciamiento podría sufrir futuras victimizaciones relacionadas entre otras con la
escasez y descuido asistencial, con la falta de cobertura económica desde el ámbito
civil o bien, el encontrarse con el propio imputado en el momento de la declaración,
motivo que incuestionablemente le haría revivir los acontecimientos traumáticos. Se
trata de un conjunto de aspectos que, como se tratará a continuación, responde a
un tipo de consecuencias resultado de la que venía a considerarse hasta el
momento como la principal secuela de la víctima; esto es, a partir del hecho criminal
–considerado fuente de la primera victimización–, la víctima se enfrenta a nuevas y
sucesivas victimizaciones que quedarían indirectamente favorecidas por la acción
criminal (victimización secundaria).
Unido a todo ello, no es de extrañar que algunos sujetos por sus especiales
condiciones se caractericen por una mayor probabilidad a sufrir determinados
ilícitos. Tal sería el caso del abuso sexual de menores, las agresiones sexuales
contra mujeres, los ancianos por su condición de indefensión, o determinados
grupos minoritarios, entre otros colectivos. Se trataría en general de un conjunto de
víctimas vulnerables que, tal y como indica Marchiori ‹‹no perciben el peligro de la
agresión ni tienen posibilidad de reaccionar y defenderse, son víctimas
absolutamente indefensas y por ello padecen los mayores sufrimientos individuales
y familiares (…). La crueldad e insensibilidad del delincuente está totalmente
relacionada con las características de vulnerabilidad de las víctimas››

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Así pues, y atendiendo a las características esenciales del proceso de victimización,
podrían señalarse los siguientes aspectos como definitorios del mismo: — La
aparición de un conjunto de secuelas en la figura de la víctima tras la experiencia,
obviamente negativa, de un hecho traumático.
En cualquier caso, el resultado de dicho acontecimiento pudiera o no responder a
un acto criminal; esto es, se entienden también dentro de esta categoría las
acciones antisociales no penadas, catástrofes naturales, etc. — Las consecuencias
pueden ser experimentadas tanto de manera directa como indirecta; es decir, la
víctima entendida como joven violada, como la persona que sufre el hecho criminal,
o bien, repercusión en la madre víctima de una hija agredida sexualmente.
Dicha experiencia indirecta se visualiza comúnmente en los supuestos de
terrorismo. — Fenómeno complejo y multicausal donde intervienen multitud de
elementos que condicionan y definen la respuesta del sujeto como única; esto es,
dependiente de su subjetividad y relacionada con su contexto social, cultural y
político. — Caracterizado por una doble perspectiva, distinguiendo pues: a) el hecho
criminal en sí mismo, entendido este como el conjunto factores que intervienen en
su desarrollo.
Se entiende pues la existencia de una interdependencia entre el riesgo de
victimización y la vulnerabilidad de la víctima en su sentido directo y positivo; es
decir, el riesgo de victimización será mayor cuanto más vulnerable sea la persona
a victimar.
Tipos de victimización como se acaba de referir, la victimización comprende todo
aquel proceso en virtud del cual una persona o grupo llega a convertirse en víctima.
Semejante definición resulta pacífica en la doctrina si bien no lo es tanto los diversos
tipos de victimización existentes, sobre los cuales se han llegado a configurar en la
actualidad hasta tres categorías –primaria, secundaria y terciaria–
A) Victimización primaria. Se identifica con el proceso por el que una persona sufre,
de modo directo o indirecto, los efectos nocivos derivados del delito o hecho
traumático, independientemente de su naturaleza material o psíquica; esto es,
incluiría el proceso de victimización en sí generado por el propio delito o crimen.
Landrove Díaz sistematizó muy bien sus efectos: severo impacto psicológico que
incrementa el daño físico o material del delito, impotencia ante la agresión, miedo a
que se repita, producción de ansiedad, angustia o abatimiento, surgimiento de
sensación de culpabilidad, lo que repercute en los hábitos del sujeto alterando su
capacidad de relación. Si a eso además se añade la respuesta social hacia la
víctima, la cual no siempre es solidaria, genera más aislamiento.
B) Victimización secundaria. Abarca los costes personales deriva- dos de la
intervención del sistema legal que, paradójicamente, incrementa los padecimientos
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de la víctima. Por ejemplo, el interrogatorio policial, el dolor causado al revivir el
delito sufrido al declarar ante el Juez, el reencuentro con el agresor al acudir al
Juzgado, el sentimiento de humillación experimentado en el juicio si la defensa del
acusado argumenta que la responsabilidad recae en ella (…). Landrove Díaz va
incluso más allá al señalar, de acuerdo con lo anterior, la víctima puede sentir que
está perdiendo el tiempo, malgastando el dinero, sufre incomprensiones derivadas
de la excesiva burocratización del sistema o, simplemente, sus pretensiones
resultan ignoradas.
Todo esto si no se producen prácticas “dudosas” tendentes a tratar a las víctimas
como acusadas y sufrir la falta de tacto o la incredulidad de determinados
profesionales. Piénsese, por ejemplo, en aquéllas en las que el abogado defensor
intenta tergiversar el testimonio de la víctima para lograr que no se trate de una
agresión sexual con acceso carnal sino de un hecho consentido por las partes,
logrando así la absolución de su defendido.
La diferencia entre victimización primaria y secundaria radica en que aquélla
procede del mismo delito en sí mientras ésta resulta una consecuencia negativa del
propio sistema tendente a aclarar la investigación de los hechos y el posterior
proceso penal orientado a determinar la inocencia o culpabilidad del imputado.
C) Victimización terciaria: concibe que la persona que realiza un delito también
puede ser víctima, así como sus personas cercanas. Incluye, por ejemplo, la
estigmatización que puede llegar a imposibilitar el proceso de reinserción en la
sociedad.

La victima y el sistema de justicia.


En ocasiones la victimización secundaria (la que se deriva tras el contacto de la
víctima con el sistema judicial) es más perjudicial que la propia victimización
primaria (la que se origina del hecho en sí). En este sentido se habla de un cierto
maltrato institucional sobre el que actuar. Cuando las víctimas deciden adentrarse
en el engranaje judicial, con la esperanza de encontrar justicia, se topan con un
proceso arduo, largo, lleno de incertidumbre donde además tienen que someterse
a rígidos protocolos asumiendo en ocasiones, un desenlace que lejos queda de
repararles.
Dicho panorama puede motivar e inclinar el hecho de que decidan no denunciar, al
no depositar su confianza en la justicia. Piensan que no servirá de nada, que no les
van a creer al no tener pruebas, a su juicio evidentes —es común cuando ha existido
violencia psicológica y no física— creen no tener fuerzas para añadir a su
sufrimiento largas esperas, protocolos rígidos y técnicos, etc. Es decir, el proceso

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de toma de decisiones que envuelve a la víctima en torno a la denuncia está
sometido a numerosos condicionantes externos e internos.
Desde fuera parece que lo más adecuado es denunciar siempre (y puede que en la
mayoría de las ocasiones así sea) pero lo que debe primar es el deseo de la víctima
de hacerlo; nadie mejor que ella para saber qué es lo que necesita o quiere; pues
será ella (o ellas, es decir, tanto víctimas directas, como víctimas indirectas),
quienes sostendrán la carga de enfrentarse de nuevo en el recuerdo de aquellos
hechos que le rompieron su vida.
Si bien es cierto que se existen ocasiones en los que se debe interceder por ellas,
por su especial situación de vulnerabilidad o capacidad de decisión. No se debe
olvidar el rol determinante y protagonista que asume la persona víctima a lo largo
de todo el proceso de victimización y desvictimización, resultando imprescindible
tenerla en consideración y escucharla. Sólo así se logrará satisfacer uno de los
aspectos imprescindibles en su recuperación y en la ansiada reparación.
Al final, las víctimas no son tan punitivas como a priori parecen; quieren justicia sí,
pero, aunque condenaran a mil años de prisión al agresor, nada le devolverá a su
ser querido, o les hará recuperar su vida antes de aquel suceso que les arrebató su
vida. Puede que la condena privativa de libertad y la retribución económica,
supongan las vías principales, aunque parece que, con la evolución de la práctica,
y si se escucha a los principales afectados, existirían otros elementos reparadores
a tener en cuenta.
Al final, invertir no sólo en la reinserción y reeducación del delincuente es
beneficioso, también lo es, invertir en la reparación y recuperación de la víctima,
pues supondría un aumento en la confianza de la justicia, una mayor participación,
contribuyendo así, al conocimiento de criminalidad real incidiendo de manera directa
en la prevención y en el bienestar social a todos los niveles. Conocedores de toda
la realidad que envuelve a la situación de la víctima frente el sistema judicial, se
precisa la necesidad de tenerla en consideración además de asumir la
responsabilidad de todos los agentes intervinientes en cuanto a la atención y
asistencia se refiere.
Todos los profesionales que entren en contacto con población victimal han de
fomentar y entrenar particulares característicos, formándose de manera
especializada en atención y asistencia, sobre todo, en aquellas especialmente
vulnerables para reducir al máximo la conocida victimización secundaria, evitando
así incrementar el dolor y la cronificación de las secuelas ocasionadas por el suceso
traumático.

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Victimología procesal.
Uno de los campos de actuación de mayor éxito de la Victimología ha sido en
relación al proceso penal, pues ha logrado ubicar la figura de la víctima en un primer
plano al reconocerle aspectos o derechos que le son propios pero inapreciables a
lo largo de la historia, como son: el derecho a la información, la participación activa
de la víctima y la protección.
Analizar todo lo concerniente al paso de víctima por el sistema judicial (la decisión
de denunciar, actitudes de la víctima hacia la policía, reparación de la víctima,
implicación de los agentes intervinientes en el proceso judicial, etc.) da cabida a la
victimología procesal.

La decisión de denunciar.
Que la víctima denuncie resultaría en principio beneficioso para ella: para de un
lado, hacer justicia, con la defensa de sus intereses (resarcirse de las secuelas, así
como repararse) y de otro lado, resultaría beneficioso para prevenir futuras
victimizaciones al conocer el tiempo y modo de la criminidad real.
Denunciar permite observar las diferentes tipologías delictuales y victimales sobre
las que actuar para erradicar la criminalidad en su conjunto. “la víctima se convierte
en un medio (a veces el único) para poner en conocimiento la comisión de un delito.
Este hecho supone que cuantiosos delitos e infracciones nos sean conocidos,
aumentado así, la “cifra negra”
Pero adentrarse en el sistema judicial supone exponerse a un proceso arduo, largo
y doloroso, lo que origina un proceso de toma de decisiones influido por factores
externos e internos. En este sentido, con relación a la reserva de denunciar de la
víctima en:
• La reacción psicológica que sufre la víctima tras la victimización genera un miedo
tal, que puede llegar a bloquear a la víctima. Incluso, aparece el sentimiento tan
común de culpabilidad, encontrando una justificación que disculpa al infractor,
reforzando la idea de no denunciar.
• Aparece un sentimiento de impotencia personal y también policial. La desconfianza
en el funcionamiento del sistema policial y judicial, la sensación de abatimiento, de
desesperanza, de frustración ante lo que consideran eventos incontrolables, les
motiva a encontrar motivos para no darlo a conocer. Cabe señalar que las
experiencias previas relativas a la ineficacia del sistema; la inexistencia de recursos
de cobertura y asistencia a las víctimas reales y efectivas, la lentitud del proceso,
entre otros, determinaría de manera decisiva la no denuncia, además de producirse
un efecto “contagio” a nivel social.

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• Miedo a ser víctimas por el propio sistema jurídico (victimización secundaria) La
sensación de vacío, de pérdida de tiempo, la impotencia de no ser escuchadas, de
pensar que no van a ser creídas, les impulsan a no querer denunciar.
• Temor a las posibles represalias del infractor, o simplemente el posible encuentro
con él, origina una evitación de la víctima a denunciar.
• Se da el caso de que una víctima se ha visto implicada en la comisión un delito y
no denuncia por temor a represalias. Es lo que se conoce como el síndrome de las
“manos sucias”.
• Otros de los factores relacionados con la decisión de denunciar o no, es la
pertenencia a segmentos de la población minoritarios y marginados (prostitutas,
drogodependientes...).
• Por último, la relación con el victimario parece determinante en determinadas
tipologías para denunciar o no (por ejemplo, en víctimas de violencia doméstica).
Cabe añadir la valoración que hace la víctima también, sobre la posible
estigmatización que sufriría en su comunidad (amigos, vecinos, familia) si sale a la
luz lo sucedido. Se muestra que aun existiendo numerosos condicionantes hay
personas que deciden denunciar para recuperar la propiedad privada y ser
indemnizado; para beneficiarse de algún programa compensatorio; evitar una futura
victimización; deseo de venganza y también, motivados por la obligación moral de
cooperar con la policía.
Se debe partir de la idea de que, para decidir denunciar, primero la víctima ha de
reconocerse como tal. Esta situación es habitual, por ejemplo, entre las víctimas por
delitos viales, las cuales no se identifican como tal, al pensar que aquello que les
pasó fue fruto de la “mala suerte” o por causas del azar, sin conocer que tras un
siniestro por delito vial está la acción de un delincuente vial —conductor que supera
las tasas legalmente establecidas de alcohol y drogas, límites de velocidad y demás
acciones penadas, produciendo la muerte a otro, o a otros, usuarios de la vía— y,
por ende, dará lugar a víctimas (viales) directas e indirectas con derechos,
necesidades y demandas.
El hecho de identificarse como víctima resulta importante para así trabajar en pro
de su desvictimización; adquirir la “etiqueta” de víctima debería llevar implícito la
necesidad de lograr “desetiquetarla”, que deje de serlo, y así gobierne de nuevo su
propia —y nueva— vida. Una vez reconocida como víctima, comenzaría un proceso
complejo de toma de decisiones sobre la acción de denunciar.

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Se simplifica en tres aspectos la decisión que impulsan a una persona a denunciar:
• Sentimiento de deber social. Se pretende “hacer justicia”.
• Por el deseo de una satisfacción emocional y económica. No sólo en la
compensación sobre las secuelas propias de las víctimas, sino en la aplicación del
castigo al victimario.
• Salida personal al conflicto generado entre víctima y ofensor.
En general, las causas principales por las que las personas no denuncian hechos
delictivos estarían relacionadas sobre todo con la falta de confianza en las
autoridades; con la sensación de pérdida de tiempo o la percepción propia sobre la
poca importancia de ese hecho delictivo. La decisión, además, no partiría
únicamente de juicios internos de la víctima, sino también viene determinada por la
acción e influencia de agentes externos, es decir, las personas que rodean a la
víctima.
El consejo de otros genera en ocasiones un impulso o freno para denunciar. A
veces, es la propia víctima quien contrasta opiniones y se cerciora de que también
socialmente se encuentre apoyada en la seguridad de que ese hecho es delito y se
debe denunciar. Dicho proceso de valoración de la víctima es mucho más agudo en
determinadas tipologías victimales, como son las agresiones o los abusos sexuales.
Dar a conocer dichos sucesos genera en la persona sentimientos de vergüenza, de
culpa; la estigmatiza.
En 2010, se realizó un análisis sobre la violencia sexual en Latinoamérica y El
Caribe. En dicho informe se recogen las principales causas por las cuales no
denuncian hechos de carácter sexual:
• Por temor a sufrir represalias de agresor, ya que en la mayoría de los casos forma
parte del círculo de la víctima.
• Vergüenza, estigma y discriminación son los tres aspectos a los que más aluden
las víctimas.
• La culpabilidad se manifiesta en numerosas ocasiones.
• Los pocos beneficios a priori que supondría hacerlo. Queda de manifiesto la
cantidad de elementos multicausales que participan en la decisión de denunciar. A
veces se tiende a culpabilizar a la víctima de no hacerlo para que su situación
cambie. Nadie mejor que ella para decidir lo que necesita.
Deberá nacer de ella la valoración última de iniciar el aparato de justicia, pues sólo
sobre ella recaerá los vaivenes el proceso judicial. Desde la celebración del primer
Simposio Internacional de Victimología en 1973, se han venido realizando

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encuentros trianuales donde se ha ido direccionando la acción de los países para
atajar la realidad victimal del momento. De dichos encuentros surgieron cuantiosos
estudios y propuestas relativas al reconocimientos de los derechos victimales.
Propuestas en forma de Recomendaciones, Resoluciones y Declaraciones que a
priori carecían de cumplimiento obligatorio y, que más tarde adoptaron una
exigibilidad al conformarse como Tratados o Convenios. Reconocer los intereses
(derechos) de las víctimas constituye una realidad reciente en el tiempo. La
expansión de los Derechos Humanos junto con la consolidación de la Victimología
puso de manifiesto la Declaración de los derechos de las víctimas del delito y abuso
de poder (Resolución 40/34) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 29
de noviembre de 1985.
En esta ocasión se le reconocen a la víctima los derechos de acceso a la justicia, a
la información sobre el desarrollo del procedimiento; a la asistencia y a la
reparación; a la indemnización y a la protección sobre su intimidad y seguridad.
Además, establece dichas consideraciones sobre aquellas personas víctimas aun
cuando el autor del hecho no sea conocido. En este sentido, la aprobación del
Estatuto de Roma (17 de julio de 1998), la Declaración sobre Principios básicos
sobre el Derecho a Reparación de Violaciones graves del Derecho Internacional,
adoptada por la Asamblea General (16 de diciembre de 2005) recogen el derecho
de acceso igual y efectivo a la justicia; la reparación adecuada, efectiva y rápida del
daño; acceso a la información sobre mecanismos de reparación; incluye la
satisfacción en la revelación de la verdad; la búsqueda de personas desaparecidas
y una mención relativa a la dignidad, a la disculpa pública y a las garantías de no
repetición. La Corte Europea de Derechos humanos (1950) supuso un papel
determinante en el reconocimiento de los derechos de las víctimas sobre el proceso
penal. Siguiendo en el ámbito de la normativa europea y aunque no han sido de
aplicación efectiva por los Estados miembro, cabe mencionar la Decisión Marco del
Consejo 2001/220/JAI, de 15 de marzo de 2001, referente al Estatuto de la Víctima
en el proceso penal, como base en el establecimiento de parámetros comunes
relacionados con el derecho de la víctima a la información, al acceso a la justicia, a
la participación, a la protección, a la reparación y a la asistencia.
Desde el año 2011 parece que existe una mayor implicación para con la víctima,
reflejándose en la Directiva 2011/36/UE2, rumbo hacia la consolidación de la
protección de las víctimas y de los Derechos Humanos, que desembocaría en la
Directiva 2011/92/UE3 y posteriormente en la Directiva 2012/29, del Parlamento y
del Consejo, de 25 de octubre, dónde se refieren las normas mínimas relativas a los
derechos, apoyo y protección de las víctimas (Tamarit, 2015). Una adaptación de
dicha directiva la ejerce el Derecho español con la implantación de la Ley que
recoge el estatuto de las víctimas- Ley 4/2015, de 27 de abril, del Estatuto de la

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víctima del delito- dónde se recogen los derechos de participación de las víctimas
en el proceso penal:
• Derechos relativos a la interposición de la denuncia:
▪ Derecho a obtener una copia de la denuncia certificada.
▪ Derecho a la asistencia lingüística gratuita: interpretación y la traducción escrita
de la copia de la denuncia.
• Derecho a aportar fuentes de prueba.
• Derecho al ejercicio de la acción penal y la acción civil.
• Derecho a la comunicación y revisión de la resolución que decrete el
sobreseimiento de la investigación.
• Derecho a participar en la ejecución pena.
• Derecho a la devolución de bienes.
• Derecho al reembolso de costas y gastos.
• Derecho a la asistencia jurídica gratuita.
• Derechos relativos a las víctimas de delitos cometidos en otros Estados miembros
de la Unión Europea.
De entrada, se puede decir que las víctimas tienen derecho a que se le informen de
sus derechos. A partir de aquí, las víctimas debieran ser portadoras de Derechos
Humanos y de Derechos victimales. Reconocerlas con derechos es en cierta
manera empoderarlas y reconocerlas. El desarrollo de los derechos victimales
deberá ser objeto de acción individual y colectiva; sólo así se logrará de un lado
identificar a la víctima como tal, pero sobre todo se conseguirá uno de los objetivos
base: que deje de serlo (la desvictimización). Beristain (2000) determina que
dotarles de derechos victimales supone darles el homenaje y el reconocimiento que
merecen.
Los derechos victimales serían:
• Derecho a la protección.
• Derecho al reconocimiento.
• Derecho a manifestarse y ser escuchadas.
• Derecho a la desvictimización.
• Derecho de perdón.

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• Derecho a la curación.
• Derecho a la verdad.
• Derecho a la reparación.
• Derecho a la justicia.
Las leyes integrales de víctimas nacen con el cometido de proporcionar recursos
judiciales, administrativos, sociales y económicos en beneficio de las víctimas, pero
se requieren de otros pasos sólidos para alcanzar el reconocimiento y las garantías
efectivas de lo que componen los derechos de las víctimas.

Presencia de la víctima en el proceso judicial.


Una de las principales quejas de la víctima es el carácter instrumental que adquieren
durante el proceso judicial, requiriéndoles únicamente como aporte de información
determinante para la investigación y la sentencia. Que la víctima intervenga en el
proceso judicial tiene consecuencias positivas. Por un lado, y de manera particular,
contribuir de manera activa le reportaría satisfacción por participar en el logro de
hacer justicia y sentirse reparadas por tomarles en cuenta.
Por otro lado, que la víctima inicie el proceso repercute a nivel comunitario en el
conocimiento de las cifras reales de criminalidad para analizarlas y establecer
estrategias preventivas. La confianza de la sociedad incide de manera directa en la
percepción de seguridad subjetiva y en el miedo al delito. Por el contrario,
adentrarse en el proceso puede originar desconfianza en la justicia, encontrándose
con la dificultad en cuanto a la no posesión de conocimientos técnicos para su
intervención y los perjuicios materiales y personales que tiene que afrontar (gastos
de desplazamientos, largas esperas, etc.).
Al final la víctima hace una valoración coste-beneficio en cuanto a su participación.
La víctima puede participar en el proceso en diversas posiciones:
• Víctima testigo. Son poseedoras de información relativas a un suceso delictivo, por
haber sido protagonistas o conocer elementos esenciales para la investigación.
• Víctima ausente. Aquellas que no se encontraban cuando acontecieron los
hechos, pero se mantiene el interés legítimo por el perjuicio sufrido.
• Víctima imputada. Además de haber sufrido el ilícito, se presentan como parte
acusada.
Además, y en esta ocasión a razón de su predisposición las víctimas se pueden
presentar como:

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• Colaboradoras. Cuando tras la valoración de consecuencias positivas y negativas
de su intervención, se muestra solidaria y participativa, bien por la restitución de sus
intereses propios, o bien por intereses altruistas con la comunidad.
• No colaboradoras. Las consecuencias negativas del proceso determinan la no
participación de la víctima, obligándoles la ley en ocasiones a comparecer, en
ocasiones.
• Hostiles. Su negativa a participar es firme, o bien porque no creen en la legitimidad
institucional, o porque no consideran lícito el proceder del victimario.

Victimización secundaria.
Los accidentes, catástrofes naturales y delitos ocasionan distintos escenarios de
victimización donde actúan elementos políticos, sociales, psicológicos y
económicos que indicen de lleno en la vida de las víctimas directas, de las victimas
indirectas (familiares, amigos), en la comunidad y en las personas encargadas de
la asistencia y de la atención de las víctimas.
Parece que, en origen, la definición de víctima directa e indirecta alude a aquellas
personas que han sufrido un daño ya sea físico, psicológico, moral o económico,
derivado del hecho en sí mismo, enmarcándose dicha definición dentro la
victimización primaria. No obstante, para que el infractor sea penado y la víctima
resarcida, se deberá poner en marcha el aparato judicial.
Iniciar dicho sistema, supone un proceso que se presume arduo, en el que la víctima
revivirá los hechos en reiteradas ocasiones (generándole de nuevo dolor), deberá
someterse a pruebas forenses, psicológicas; un proceso que se alargará en el
tiempo, con esperas interminables, rígidos y técnicos trámites burocráticos,
generando incertidumbre e inseguridad en la víctima y aumentado, por ende, los
daños generados por el hecho en sí mismo.
Todo este padecimiento que asume la víctima durante el transcurso sistema judicial
es lo que se conoce como victimización secundaria. Ruiz (2011) define la
victimización secundaria como: “…el choque entre las expectativas previas de la
víctima y la realidad institucional...”. “El daño que experimenta la víctima no se agota
en la lesión o peligro del bien jurídico. En ocasiones, las instituciones que tienen a
su cargo la prevención y la represión de las conductas delictivas, multiplican y
agravan el mal que produce el delito mismo”.
Dicha victimización puede tener lugar en múltiples ocasiones: en el momento del
arresto, en la denuncia, con la declaración, en la asistencia médica, en el proceso
judicial, en la sentencia, después de la sentencia, etc. (Campbell, 2005). Uno de los
principales potenciadores de dicha victimización radica en el desconocimiento por

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parte de los agentes intervinientes durante el proceso. Es relativamente reciente la
consolidación y la sensibilización en torno al fenómeno de la victimización
secundaria; aun así, desde una perspectiva humana, desde el sentido común y
desde experiencias vitales, se han venido realizando con los recursos disponibles,
acciones que salvaguardaran en la medida de lo posible, los interés y derechos de
las víctimas, disminuyendo al máximo las secuelas negativas ocasionadas por el ya
traumático suceso en origen.
Si bien es cierto, determinados factores de las víctimas contribuyen a la forma en
que son atendidas policial y judicialmente, es decir, si la víctima decide desistir o
retractarse de lo expuesto, origina en los agentes intervinientes una percepción de
frustración, de desconfianza y de culpabilidad hacia la víctima. En este sentido, las
víctimas que son percibidas como inocentes reciben un trato y apoyo más
compasivo que aquellas que son juzgadas como “no inocentes”.
Forma parte del ser humano desarrollar prejuicios hacia las personas, incidiendo y
determinando la forma de actuación y trato conforme a estos. Identificar dichos
factores condicionantes, provocará que la atención prestada sea profesional y,
sobre todo, positiva para la recuperación de la víctima. Algunos de los factores que
originan escenarios revictimizantes dentro del ámbito judicial serían:
• Falta de información a la víctima de los procedimientos y tiempos procesales.
• Frustración de las expectativas de la víctima cuando no llega la condena del
agresor, sobre todo cuando este no es detenido.
• Dar la versión de los hechos en presencia del victimario.
• Lentitud del proceso judicial.
• La subjetividad emitida por los profesionales en sus conclusiones de trabajo.
• La racionalización por parte de los profesionales sobre la situación de la víctima.
• La forma en la que se tipifican los delitos en los códigos penales.
• Las intervenciones iatrogénicas en las cuales las personas encargadas de atender
a la víctima producen más daño que el propio delito denunciado con su intervención.

Maltrato institucional.
En ocasiones de la buena o de la mala “praxis” de todos los agentes intervinientes
con lo que entra en contacto la víctima tras el suceso, dependerá la decisión de
denunciar, el abandono del proceso judicial y la recuperación o cronificación de las
secuelas psicopatológicas de la víctima. La victimización institucional se origina, en
el ámbito policial y el judicial.

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La víctima genera sentimientos de maltrato, humillación por un sistema que les
resulta vacío, que no toma en consideración sus necesidades y sobre todo sus
expectativas. A lo largo de la historia poco se ha tenido en consideración la
importancia de recoger a la víctima como persona necesitada de apoyo, además de
recoger en exclusiva, la información que pudiera aportar para la resolución de la
investigación.
Además, dicho olvido se hace evidente al caer en la cuenta de que las instituciones
—hasta en su disposición arquitectónica— no tiene han tenido en consideración —
lo que por suerte ahora, en la medida de lo posible se hace— habilitar espacios
diferenciados en los que la víctima, por ejemplo, no tenga que encontrase con el
agresor —generando un dolor añadido—. Por suerte, cada vez más, se va tomando
conciencia del impacto que genera la actuación de las instituciones a las que acude
la víctima.
Acudir a una comisaría de policía y recibir un trato rutinario, juicioso, donde se ponga
en duda la credibilidad del testimonio, donde se culpabilice a la víctima de su propia
victimización, donde no le informen de posibles alternativas a su situación; la falta
de información y el peregrinaje de un sitio a otro en busca de respuestas sobre qué
hacer; los protocolos rígidos donde no se escucha a los perjudicados en ningún
momento; el abandono a su suerte antes, durante y después del proceso judicial,
constituye lo que se conoce como: maltrato institucional.
López (2011) recoge vivencias reales muy esclarecedoras de personas que
sufrieron algún hecho violento: “la peor violencia fue cuando el Ministerio Público
me decía ´su violador´. El médico me dijo que me inventara más cosas porque con
lo poquito que me había hecho no lo iban a detener”. Alicia, 34 años. Víctima de
violación. La despersonalización- referirse a la persona como “víctima” y no por su
nombre y apellidos- la falta de credibilidad, la culpabilización-interna y externa- la
falta de información, la falta de privacidad, infraestructuras inadecuadas, conforman
categorías propias del maltrato institucional (López, 2011).
De nuevo el autor deja constancia de este hecho con testimonios vitales: “pareciera
que buscan la mentira, en vez de la verdad”. Elena, madre de Patricio, menor de 10
años, abusado sexualmente por su profesor de primaria”. “Me dieron a firmar unas
cosas, yo las firmé, después supe qué era”. Dalia, madre de Emilio, de 6 años,
violado por su padre biológico.

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Para erradicar este tipo de maltrato, presente en la victimización secundaria, se
hace necesario:
• La formación especializada de todos los agentes intervinientes que entren en
contacto con población victimal.
• La creación de servicios especializados de intervención a las víctimas, antes,
durante y después del proceso.
• Escuchar y tomar en consideración las demandas y necesidades de las víctimas
de una manera individualizada.
• Informar de todos los recursos y trámites a los que puede acceder y el estado en
que se inicia y va transcurriendo el proceso judicial que está atravesando.

Cuerpos y fuerzas de seguridad vs víctimas.


Conforme va evolucionando la sociedad, también lo van haciendo las instituciones
que velan por salvaguardar el bienestar de los ciudadanos, adaptándose a las
demandas y fieles a la realidad del momento. En cuando al agente de policía, sigue
existiendo, en cierta manera, un “amor-odio” (es decir, se le “quiere” cuando es
requerido para que intervenga en un problema propio, pero, por otro lado, se le
“odia” cuando acude sin ser deseado, por ejemplo, cuando pone “te pone una
multa”).
Cada vez más el modelo policial tiende a caracterizarse por ser un modelo más
humano, que les permita dirigirse al ciudadano de una manera más próxima y
empática, dejando a un lado al policía recio, protocolarizado, carente de
sentimientos y focalizado en el cumplimiento de la ley, únicamente. Ziegenhagen,
menciona que la víctima parece un simple número informante a efectos policiales,
aunque está claro que el papel de la policía no se centra en la atención de la víctima,
sino en la búsqueda de una verdad objetiva de los hechos delictivos, se observa
que se sacrifica el dolor de la víctima en la búsqueda del logro de los objetivos de
la investigación, de esta forma se realiza cualquier tipo de atención para obtener
información.
Durante la toma de la declaración o la denuncia escrita, la víctima recibe un apoyo
escaso, y un trato deficiente, situación que se convierte en un agente estresor para
la misma. La etapa de la denuncia ante la policía contribuye a la reducción de la
victimización secundaria, aminorando las consecuencias ocasionadas por el delito,
facilitando de un lado el esclarecimiento de la verdad y de otro lado, la recuperación
de las víctimas (Mariochi, 2006).
Al final, no se debe olvidar que son personas que trabajan por personas, por lo que
parece obvio trabajar desde dicha vertiente. Esta nueva perspectiva permite

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conectar de una manera más óptima con la víctima, dejando a un lado la concepción
de la víctima sólo como una mera herramienta que proporciona información para
esclarecer los hechos. El agente por lo general entra en contacto con población
victimal constantemente.
Conscientes de la importancia que tiene su actuación frente a la recuperación o no
de la víctima, se le presume la adopción de particulares y especiales características
en cuanto a la atención, auxilio y protección de las víctimas se refiere, siendo uno
de sus fines, conseguir la protección que la ciudadanía demanda, asegurando así
su bienestar. En relación con la adopción de estas delicadas características, el
artículo 30 del Estatuto de la Víctima (BOE, 2015), que nace siguiendo las
recomendaciones de Europa, como instrumento que aúna —las hasta hora
dispersas en normativas específicas de tipos concretos de víctimas— todas las
tipologías victimales, reza que:
“(…) asegurarán una formación general y específica, relativa a la protección de las
víctimas en el proceso penal, en los cursos de formación de Jueces y Magistrados,
Fiscales, Secretarios judiciales, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, médicos
forenses, personal al servicio de la Administración de Justicia, personal de las
Oficinas de Asistencia a las Víctimas y, en su caso, funcionarios de la
Administración General del Estado o de las Comunidades Autónomas que
desempeñen funciones en esta materia.”.
Se subraya la necesidad de formar de una manera más específica, para la atención
a víctimas de especial protección y vulnerabilidad y a los menores y personas con
discapacidad. Se insta a la formación de todos los cuerpos y fuerzas de seguridad
en materia de atención y asistencia a víctimas, sobre todo en aquellos delitos
violentos con víctimas de especial vulnerabilidad. Pero también se hace necesaria
la colaboración en la actuación entre los diferentes cuerpos policiales y/o demás
instituciones intervinientes. Para una mejor cobertura asistencial, se han venido
creando unidades de especialización dentro de los cuerpos y fuerzas de seguridad:
equipos de atención a la mujer y al menor, sobre todo.
Por lo general, con la primera persona que entra en contacto la víctima tras el
suceso delictivo, es con el policía. Es en este momento, cuando la persona que
acude en busca de ayuda, espera que la respuesta sea inminente y se ajuste a sus
demandas y necesidades. Este primer contacto resulta importante ya que la buena
o mala praxis puede depender la recuperación o no de la persona y también podrá
ser decisivo en cuando a si denunciar o no. Es por lo que, se precisa entrenar lo
concerniente a la actuación en lo que sería esa primera ayuda psicológica dentro
del ámbito policial. Tan importante es saber qué decir, como saber qué se debe
evitar decir. Desde luego que no existen “recetas mágicas” y universales para
afrontar este primer contacto con la víctima, aunque existen aspectos básicos a
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tener en cuenta: lo más importante es acompañar y apoyar a la víctima; es hacer
sentir a la víctima que es escuchada, comprendida, aceptada y apoyada.
Se trataría de conseguir restablecer la sensación de control de la víctima, disminuir
el ambiente hostil en el que se encuentra, me mediante una actitud acogedora
(cuidado con ser demasiado paternalistas) y en la medida de lo posible disminuir el
sentimiento de desesperanza e indefensión que se genera tras el suceso
traumático. Entrenar y prepararse para dichas actuaciones permitirá responder ante
dicha situación de una manera controlada y tranquila, resistiendo a la tendencia de
dejarse envolver por la intensidad de la situación; permitirá identificar las reacciones
propias del agente al enfrentarse al dolor de la víctima, para a través de la
contención abordar dicho momento de la mejor de las maneras para la víctima.
Es importante tener en cuenta que ese primer acercamiento psicológico no es sólo
verbal, a veces el contacto físico (tocar, abrazar) puede ser muy efectivo. Por lo que
el profesional ha de mostrar una actitud inicial basada en la escucha activa, en la
confidencialidad y tratando de evitar emitir juicios/prejuicios. Es necesario, por tanto,
adoptar una correcta actitud: comprender, escuchar, asentir, aceptar, respetar, no
responsabilizar a la víctima. Es una reacción normal ante una situación anormal.
(Laguna, 2011) Por otro lado, cabe señalar la actitud del profesional frente a la
imagen de la víctima.
Los prejuicios son propios del ser humano y en ocasiones distorsionan la percepción
de las personas, obstaculizando la atención prestada; por lo general, no se suele
tratar de la misma manera a una persona víctima que acude a la policía enmarcada
dentro de los estándares considerados como “normales” socialmente (bien vestida,
con recursos económicos), que a otra persona víctima cuya imagen no responde a
lo establecido (por ejemplo, una prostituta).
Desde luego, nada de la intervención policial pasará desapercibida. La victima
genera muchas expectativas en torno a la actuación. Seguir unas pautas ordenadas
y sistematizadas ayudará a que la comunicación con la victima (que se encuentra
en un estrato diferente al de agente) sea eficaz, logrando abordar ese primer
contacto psicológico con éxito. Por ejemplo, formalizar un protocolo de actuación
para comunicar malas noticias a las víctimas indirectas (por ejemplo, el fallecimiento
de un familiar) facilita la recepción de la noticia; saber qué decir y qué se debe evitar
decir (se debe evitar mentir, utilizar palabras como desfigurado, etc.) Y saber cómo
hacerlo (se debe hacer mejor en persona y no por teléfono) incide de manera directa
en el estado psicológico presente y futuro de las víctimas.
Dar toda la información que necesite la víctima no solo constituye un derecho y un
deber de la policía, sino que ayuda a la persona a generar un mapa presente y futuro
sobre si misma; saber qué pasará con ellas, dónde pueden acudir, qué pueden

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hacer, les permite conformar un área de cierto control. Identificar este tipo de
interferencias en la atención a la víctima permitirá prestar una asistencia profesional
e individualizada. De este modo se contribuirá a la consecución de un equilibrio
emocional roto tras el suceso y como consecuencia, se reduciría la victimización
secundaria.

Las tipologías victimales.


Son clasificaciones desarrolladas por diversos autores para estudiar el rol de la
víctima en el hecho conflictivo que la tuvo como sujeto pasivo.
Mendelsohn.
Destaca por su trascendente aportación en el ámbito internacional, tanto en los
postulados y conceptos victimológicos, como el desarrollo de una específica
nomenclatura victimal, siendo todo ello lo que le permitiría consolidar la dimensión
global de la Victimología.
Atendiendo al campo de las tipologías, Mendelsohn establece una de las primeras
clasificaciones de víctimas y, sin lugar a dudas, la más comentada y aceptada. De
hecho, podría decirse que ha constituido la base de fundamentos y desarrollos
tipológicos posteriores, tomando como ejemplo las elaboradas por Fattah y Gulotta,
autores que se estudiarán con posterioridad. Una de sus características
fundamentales responde a la valoración gradual de la implicación de la víctima en
el hecho criminal; esto es, la existencia de una relación inversa entre la culpabilidad
del agresor y la del ofendido, a mayor responsabilidad de uno menor culpabilidad
del otro (MENDELSOHN, 1958).
Para una visión más clarificadora, se establece a continuación un esquema sobre
la tipología elaborada por Mendelsohn, así como su posterior aplicación penológica,
para dar paso seguidamente a una descripción más detallada de cada una de sus
conceptualizaciones.

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21
En general, la tipología victimal propuesta por Mendelsohn quedaría conformada
por las siguientes clases de víctimas:
A) Víctima completamente inocente o ideal. En estos casos un niño supondría un
tipo de víctima que representaría las características ideales para atentar contra su
persona. Se trataría de un tipo de víctima ideal que ni provoca la agresión ni se le
considera responsable de la misma.
B) Víctima de culpabilidad menor o víctima por ignorancia. El ejemplo típico
respondería a aquella mujer embarazada que se provoca un aborto por medios
impropios y muere a consecuencia de éste. En cualquier caso, se trata de personas
que pueden ignorar los alcances de su acción prestándose a ser victimizadas.
C) Víctima tan culpable como el infractor y víctima voluntaria. En esta categoría
podrían recogerse los supuestos de eutanasia activa o el suicidio por medio de la
“ruleta rusa” entre otros ejemplos. También denominada víctima consensual o que
voluntariamente se somete a serlo, pues se trata de una persona consciente de los
posibles resultados de sus acciones.
D) Víctima más culpable que el infractor. Referida a la peligrosidad de la propia
víctima en cuanto al favorecimiento de la acción del criminal. Dentro de este grupo
se diferencian dos tipos: a) víctima provocadora o individuo que incita y promueve
la comisión del delito; y b) víctima imprudente; esta es, la que obviando posibles
métodos preventivos se arriesga a ser atacada por el infractor. Como ejemplo de
este último caso se distingue aquella mujer que no cierra con llave la puerta de su
domicilio, favoreciendo así la acción ilícita de un ladrón que pudiera estar esperando
la citada oportunidad.
E) Víctima más culpable o únicamente culpable, categoría en la que se diferencian
los siguientes supuestos: — Víctima infractora o agresora. Un caso típico es la
legítima defensa, donde cometiendo una infracción es el propio agresor el que cae
víctima. — Víctima simuladora. Basada en la mentira o simulación como estrategia
de convencimiento de juez para la aplicación de una sentencia condenatoria contra
un tercero. — Víctima imaginaria. Los casos más comunes son los da- dos por
paranoico, seniles, niños, (…).
Siguiendo con la tipología inicial del autor, y centrada en los efectos penológicos
sobre la figura de la víctima, Mendelsohn propone una agrupación general en base
a la pena que habría de imponerse al presunto culpable; así pues, alude que dicha
sanción irá disminuyendo en su duración conforme se aumente de grado
clasificatorio en la tipología victimal.
Como se puede apreciar, el matiz aportado a esta `segunda clasificación´, o, mejor
dicho, a la rectificación en la agrupación de los sujetos atendiendo al grado de

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culpabilidad, parece tener mayores aplicaciones prácticas por cuanto vincula tanto
el grado de responsabilidad del delincuente, como la sanción penal aplicada en cada
caso particular. Por último, conviene destacar una de las críticas fundamentales, y
de las que el mismo autor era consciente, responde a su exhaustividad en la
calificación de los sujetos, así como el determinismo generalizado de su
clasificación al incluir al sujeto pasivo del delito en uno de los cinco grupos
mencionados.
Se trata de un planteamiento eminentemente teórico ya que la realidad demuestra
que no existen casos de inocencia o culpabilidad absoluta y que, además, las
conductas de los seres humanos se tornan impredecible en consideración de
diversos factores biopsicosociales. Del mismo modo, autores como Silverman
sustenta en su crítica la escasa aplicación colectiva de su tipología, aspecto
discutible por cuanto se comprende su extrapolación a destinatarios victimales no
sólo individuales sino también de origen grupal.
No obstante, y observando también que su planteamiento parte de una
conceptualización gradual de la responsabilidad victimal, se entiende que dicha
crítica repara en haber establecido exclusivamente cinco grupos clarificativos. A
pesar de todo, cabría considerar a Mendelsohn por la realización de una de las más
completas tipologías hasta la fecha efectuadas, así como su elevado impacto tanto
a nivel teórico como práctica en el campo de la Victimología.
Von Henting.
Junto con Mendelsohn supone uno de los grandes precursores de la Victimología,
apoyados ambos en las concepciones positivistas de la Escuela tradicional o
convencional, la cual sostenía su inquietud victimológica en la etiología del hecho
criminal. Su obra The criminal and his victim en el año 1948, podría calificarse como
el punto de partida de estudios científicos sobre la víctima del delito, pues si bien no
supuso un cambio de perspectiva radical respecto a la Victimología, sí que se
contempló con gran interés su alusión a una clasificación tipológica de las víctimas
(HENTING, 1948).
Subraya este autor que las causas del delito debieran responder a una
contemplación de la denominada “víctima-contribuyente”; es decir, abre camino
hacia una novedosa `conceptualización interactiva´ entre las figuras implicadas en
el pensamiento criminológico tradicional. El interés por la citada relación provoca un
cambio en la visión de la persona victimizada, y no tanto en cuanto a la
consideración de sus derechos, sino en su vinculación como posible sujeto activo
en la trama criminal.
En la relación entre la víctima y el ofensor, la primera de ellas pudiera suponer
amplias consecuencias en cuanto a la valoración de la responsabilidad penal del
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segundo, por lo que se considera ahora en dicha interacción la posible cooperación
incluso provocación de la misma. Se trata pues de señalar qué características de
un sujeto lo hacen especialmente predisponente a sufrir o participar en un
determinado delito, en averiguar la `propensión victimal´ o características
específicas de la persona a experimentar futuras victimizaciones, en analizar su
nivel de riesgo o vulnerabilidad.
Von Henting parte de un modelo integrador que aporta los conocimientos y
explicaciones necesarias para que, con posterioridad, redactase en su obra El delito
(1975) una segunda tipología victimal. Esta segunda elaboración se establece en
base a cuatro criterios; a saber:
1) características de la situación;
2) actitudes propias de sujeto (impulsos y eliminación de inhibiciones);
3) capacidad de resistencia; y
4) propensión a ser víctima (HENTING, 1975).
Con todo ello, y enlazando con la clasificación de Mendelsohn anteriormente citada,
cabría destacar antes de continuar que ambos autores abordan una tipología
victimal en base a dos aspectos específicos: 1) la interacción víctima-ofensor; y 2)
los factores determinantes de los papeles de cada uno de los sujetos implicados en
la trama criminal.
Retomando de nuevo la idea de su influencia en la clasificación victimal y antes de
desarrollar cada una de ellas, se presenta a continuación el siguiente esquema
representativo de la tipología de Von Hentig:

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Su primera tipología, esta es, la relativa a las “clases generales”, constituye el
antecedente de las hoy denominadas “víctimas especialmente vulnerables”. Alude
con especial atención a menores, mujeres, ancianos, deficientes mentales,
inmigrantes, entre otros, así como a la actitud de los mismos frente al agresor. En
definitiva, se centra tanto en una clasificación general de víctimas como en los tipos
psicológicos que las caracteriza. Dicha tipología victimal parte de dos clases
genéricas de víctimas que se subdividen en once categorías más frecuentes o de
mayor riesgo de victimización, hecho éste que permite distinguir entre “víctima nata”
y “víctima hecha por la sociedad”.
Se desarrollan a continuación cada uno de los elementos.
1) Clases generales:
• El niño. Destaca por su debilidad física, inmadurez e inexperiencia, estando en un
proceso de formación biológica y mental, no tiene aún la capacidad de resistencia
corporal, ni intelectual ni moral para oponerse en igualdad de condiciones a un
agresor adulto. Así, los niños pueden ser víctimas propicias de delitos sexuales,
pueden verse obligados a trabajar en condiciones infrahumanas –sobre todo debido
a la pobreza que caracteriza a los países subdesarrollados–, e incluso pueden ser

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instrumento de las organizaciones criminales como auxiliares en determinados
delitos.
• Las mujeres. Sus agresores suelen aprovechar sus condiciones físicas para
cometer delitos de naturaleza sexual. Tal es el caso de las violaciones que, en
algunos supuestos, concluyen con la muerte de la mujer; delitos contra la propiedad,
como puede ser el caso de los comúnmente llamados “tirones” de bolsos; o
infracciones violentas; entre otros muchos.
• Los ancianos. Suelen ser víctimas propicias de delitos contra la propiedad. Como
afirma Von Hentig, ‹‹en la combinación de la riqueza y la debilidad reposa el
peligro››.
• Los débiles y enfermos mentales. Poseen un elevado grado de victimización. En
su estudio, Von Hentig pone de manifiesto que el 66% de hombres muertos de forma
dolorosa eran alcohólicos. Los intoxicados son víctimas fáciles de cualquier clase
de crimen, sobre todo contra la propiedad. Ellos suelen ser los blancos de
carteristas, ladrones, criminales sociales, etc.
• Los inmigrantes, las minorías y los tontos –impropia y criticable clasificación
conjunta–. Se trata de tipos delimitados en base a una conceptualización
sociológica. En cuanto a los primeros, su principal problema radica en la dificultad
que tienen para adaptarse a una nueva cultura. Ello le lleva a sufrir situaciones
extremas que le hace agarrarse a cualquier punto de salvación para evitar la
victimización. En idéntica posición se hallan las minorías, las cuales suelen ser
víctimas de prejuicios raciales y políticos, no tienen iguales derechos que los
colectivos mayoritarios y ofrecen así un campo amplio para que los maltraten.
El último lugar –en mi opinión, muy distantes conceptualmente de las anteriores
categorías—se hallan los tontos o personas con escasa inteligencia y que Von
Hentig clasifica de “víctimas innatas”. En base a ello, el éxito de la labor del criminal
no se debe siempre a la inteligencia del delincuente sino más bien a la deficiencia
de la víctima.
2) Los tipos psicológicos.
• El deprimido. Forma una categoría de tipo sociológico. La depresión es una actitud
emocional que se expresa por sentimientos de inadecuación y pérdida de la
esperanza y va acompañada por una general disminución de la actividad física y
mental. En estas condiciones, una persona pierde toda capacidad de iniciativa y se
torna sumisa y apática, se anula toda su capacidad de lucha y, por consiguiente, es
susceptible de convertirse en víctima.
• El ambicioso. Está movido por un deseo de lucro y avaricia que lo hace fácilmente
victimizable.
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• El lascivo. Suele aplicarse a mujeres víctimas de delitos sexuales que
presuntamente han provocado.
• El solitario. Es aquella persona que no sólo busca dinero y bienestar económico,
sino también compañía, amor y felicidad, motivo que le hace rebajar sus defensas
y ser más propenso a la victimización. Suele ser víctima de robos y estafas.
• El atormentador. Con este término se hace referencia a aquellos que por disturbios
de la personalidad o bajo el influjo de las drogas o el alcohol, atormentan a quienes
lo rodean, creando una atmósfera tensa y difícil, y que terminan siendo víctimas de
aquel ambiente creado por ellos mismos.
• El bloqueado, el excluido y el agresivo. Son personas que, por una u otra razón,
porque no pueden defenderse, por su marginación, por su provocación etc., son
víctimas fáciles.
Respecto a la segunda de sus tipologías, y como se dijo con anterioridad, Von
Henting establece que las víctimas podrían diferenciarse en base a los siguientes
cuatro criterios:
A) Situación de la víctima.
a1) Víctima aislada: todas aquellas personas que no gozan de la protección propia
de las relaciones sociales o de la pertenencia a una comunidad (anciano, extranjero
de viaje en un país desconocido, etc.). Se trata de la persona que pone en peligro
su integridad por apartarse del amparo y seguridad que supondrían la vida en
sociedad.
a2) Víctima por proximidad: la cercanía y contacto con determinadas personas
podría propiciar el hecho de convertirse en objeto de victimizaciones futuras.
Dentro de esta tipología diferencia las siguientes: i) víctima por proximidad espacial
(aglomeraciones); ii) víctima por proximidad familiar (incesto, parricidio); y iii) víctima
por proximidad profesional (médicos, asistentes sociales, enfermeros)
B) Impulsos y eliminación de inhibiciones de la víctima.
b1) Víctima con ánimo de lucro: personas que por deseo o búsqueda de beneficios
inmediatos cae en manos de redes de prostitución, objeto de estafa, etc. Tal es el
caso del inmigrante que confía ansiadamente en emigrar a un país desarrollado
para poder trabajar y enviar dinero a su familia, para lo cual se pondría en contacto
con individuos que, en la mayoría de ocasiones, pertenecen a organizaciones
criminales y únicamente se lucran de una gestión ficticia de las demandas
solicitadas.

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b2) Víctima con ansias de vivir: personas que tras haberse dado cuenta de las
privaciones en su experiencia vital se proponen recuperar el tiempo perdido
(búsqueda de nuevas, adicción al juego, emigración). Tal es el caso de jóvenes que
emprenden compromisos con bandas callejeras y que se habitúan al consumo de
drogas como algo novedoso o bien, de aquellos otros que, cansados de la rutina,
se escapan de sus casas para buscar nuevas sensaciones. Podría entenderse
como un tipo de víctima social o circunscrita a unas condiciones rutinarias
determinadas que, en un momento preciso, desencadena o fomenta en el sujeto
una respuesta de `escape´ a su modo de vida habitual, una necesidad de evadirse
de su cotidianidad.
b3) Víctimas agresivas: antiguos sujetos victimizados que por un mecanismo de
recelo, saturación y explosión se convierten ahora en el victimario de sus antiguos
ofensores (pareja, familia, amigos). Vulgarmente denominado “ajuste de cuentas”.
b4) Víctimas sin valor: conceptualización que desde un punto de vista sociológico
determinaría quienes son aquellos individuos que menor ̀ valor social o cultural´
representarían dentro de la comunidad (jubilados, pecadores, etc.). Se entiende que
se trata de un colectivo que, si bien nadie se preocuparía por ellos, tampoco lo haría
la Justicia en cuanto a la aplicación del castigo correspondiente al criminal.
C) Victima con resistencia reducida. Incluye las siguientes categorías:
c1) Víctima por estados emocionales: el miedo, el odio o la devoción podrían
considerarse estados emocionales que, en sus manifestaciones más extremas,
podrían conllevar la realización de acciones tanto objeto de sanción como, una
mayor vulnerabilidad del sujeto pasivo a sufrir las consecuencias del hecho criminal.
Como ejemplo del primer supuesto se refiere aquel el matar por celos al cónyuge
de una exmujer.
c2) Víctima por transiciones normales en el curso de la vida: se refiere a las
personas más vulnerables a ser victimizadas como consecuencia de la etapa y
circunstancias vitales en la que se encuentra. Tal es el caso de un menor de edad,
donde la falta de competencias no le permite en ocasiones defenderse de posibles
ataques contra su persona, o de una mujer embarazada, en la cual la indefensión
se torna evidente en el caso de ser atracada por la calle.
c3) Víctima perversa o psicopáticos: donde se incluyen violadores, prostitutas,
homosexuales; en definitiva, aquellos sujetos desviados que son explotados por su
`problema´.
c4) Víctima bebedora: el alcohol se constituye como una de las razones más
favorecedoras del riesgo de victimización.

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c5) Víctima depresiva: el riesgo a autolesionarse o destruirse, así como la
promoción de situaciones victimógenas, es propias de los sujetos con
características de tipo depresivo. Así, por ejemplo, sentimientos de desesperanza
extrema, o creencias del tipo “no valgo para nada”, podrían llevar a un sujeto a
acabar con su propia vida (suicidio).
c6) Víctima voluntaria: se vincularía con el consentimiento para que el agresor lleve
a cabo la conducta ilícita.
D) Víctima propensa. Distingue entre:
d1) Víctima indefensa: persona que, tras una valoración entre los beneficios y los
costes de la persecución legal de un caso ilícito, decide tolerar la lesión antes que
tener que enfrentarse a nuevos daños. Como ejemplo de este caso, una orden de
alejamiento podría suponer un coste adicional de peligro para la figura del menor,
así como el aumento de las amena- zas por parte del ofensor.
d2) Víctima falsa: autovictimización para conseguir determinados objetivos
(simulación de una baja laboral).
d3) Víctima inmune: se considera que, en razón de su profesión, determinadas
personas son menos vulnerables a ser atentados contra su persona (fiscales,
agentes del orden y seguridad ciudadana, abogados, jueces, etc.).
d4) Víctima hereditaria. Categoría que si bien es incluida directamente por el autor
apenas realiza mención alguna en su definición.
d5) Víctima reincidente: personas con elevadas probabilidades a sufrir futuras
victimizaciones. Podrían enlazarse con lo que hoy se entiende como “victimización
secundaria”.
d6) Víctima que se convierte en agresor: cambio de roles entre la figura de la víctima
y el ofensor, como consecuencia del, aprendizaje de la primera respecto a la
metodología y trama criminal. Finalmente, y en relación a las características
generales de sus tipologías, cabría mencionar que a la primera se le critica la falta
de exhaustividad; es decir, por no contemplar un criterio único de categorización de
los sujetos. Por el contrario, la misma clasificación se entiende bastante interesante
a la hora de determinar qué personas van a tener un mayor riesgo de ser
victimizadas, considerando tanto factores psicológicos, como sociológicos y
biológicos. Por su parte, la inclusión de los cuatro nuevos elementos considerados
en su segunda elaboración permite reconocer en mayor medida cuáles son los
criterios de selección de ciertas personas como objeto de victimización. No
obstante, prima cierto grado de subjetividad en cuanto a la categorización de los
individuos se refiere; esto es, el riesgo o vulnerabilidad a experimentar determinados
acontecimientos podrá considerarse bajo su inclusión en más de una categoría, y
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en todo caso favoreciendo su adhesión a unas más que a otras. En definitiva, tanto
en su primera como en su posterior clasificación, la figura victimal puede ser incluida
en diferentes grupos categóricos.

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