La Excelencia Del Matrimonio
La Excelencia Del Matrimonio
La Excelencia Del Matrimonio
MATRIMONIO
A.W.PINK
La excelencia del matrimonio
Arthur W. Pink (1886-1952)
“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros
los juzgará Dios”. —Hebreos 13:4
Introducción
Así como Dios ha entretejido los huesos, los tendones, los nervios y el resto del cuerpo para
darle fuerza, ha ordenado la unión del hombre y la mujer en matrimonio para fortalecer sus
vidas porque “mejores son dos que uno” (Ec. 4:9). Por lo tanto, cuando Dios hizo a la mujer para
el hombre, dijo: “Le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18), demostrando que el hombre se
beneficia por tener una esposa. Que esto no sea siempre así en la realidad puede atribuirse a
que no se obedecen los preceptos divinos. Como este es un tema de vital importancia, creemos
oportuno presentar un bosquejo general de las enseñanzas bíblicas sobre el tema,
especialmente para beneficio de los jóvenes lectores, aunque esperamos poder incluir cosas
que también sean provechosas para los mayores.
Quizá sea una afirmación trillada, pero no de menos importancia, por haber sido dicha tantas
veces, que con la excepción de la conversión personal, el matrimonio es el evento más
trascendental de todos los eventos terrenales en la vida del hombre y la mujer. Forma un vínculo
de unión que los une hasta la muerte. El vínculo es tan íntimo que les endulza o amarga la
existencia el uno al otro. Incluye circunstancias y consecuencias que tienen un alcance eterno.
Qué esencial es, entonces, que tengamos la bendición del cielo sobre un compromiso de tanto
valor y, para este fin, qué absolutamente necesario es que lo sometamos a Dios y a su Palabra.
Mucho, mucho mejor es permanecer solteros hasta el fin de nuestros días que contraer
matrimonio sin la bendición divina. Los anales de la historia y la observación dan fe de la verdad
de esta afirmación.
Aun aquellos que no ven más allá de la felicidad temporal humana y el bienestar de la sociedad
existente, reconocen la gran importancia de nuestras relaciones domésticas que nos brinda la
naturaleza y que aun nuestros deseos y debilidades cimentan. No podemos formar un concepto
de virtud o felicidad social ni de la sociedad humana misma que no tenga a la familia como su
fundamento. No importa lo excelente que sean la constitución y las leyes de un país, ni lo
abundante de sus recursos y su prosperidad, no existe una base segura para un orden social o
de virtud pública, al igual que privada, hasta no contar con la regulación sabia de sus familias.
Después de todo, una nación no es más que la suma total de sus familias y, a menos que haya
buenos maridos y esposas, padres y madres, hijos e hijas, no puede haber buenos ciudadanos.
Por lo tanto, la decadencia actual de la vida del hogar y la disciplina familiar amenazan la
estabilidad de la nación más de lo que pudiera hacerlo cualquier hostilidad de otro país.
En efecto, el concepto bíblico de los distintos deberes de los integrantes de una familia cristiana
destaca los efectos de esta decadencia de una manera muy alarmante, ya que deshonran a Dios,
son desastrosos para la condición espiritual de las iglesias y están levantando obstáculos muy
serios para el avance del evangelio. No hay palabras para expresar lo triste que es ver que los
que profesan ser cristianos son, mayormente, los responsables de la caída de las normas
maritales, del no darle importancia a las relaciones domésticas y de la rápida desaparición de
disciplina familiar. Entonces, como el matrimonio es la base del hogar o sea, la familia, es
imprescindible que llame a mis lectores a considerar seriamente y con espíritu de oración lo
que Dios ha revelado acerca de este tema de vital importancia. Aunque no pode mos esperar
detener la terrible enfermedad que está carcomiendo el alma misma de nuestra nación, si Dios
tiene a bien que este artículo sea de bendición aunque sea a algunos, nuestra labor no habrá
sido en vano.
“El acto creativo máximo de Dios fue crear a la mujer. Al final de cada día de la creación, la Biblia
declara formalmente que Dios vio que lo que había hecho era bueno (Gn. 1:31). Pero cuando fue
creado Adán, las Escrituras dicen que Dios vio que no era bueno que el hombre estuviera solo
(Gn. 2:18). En cuanto al hombre, faltaba completar la obra creativa; así como todos los animales
y aun las plantas tenían pareja, a Adán le faltaba una ayuda adecuada, su complemento y
compañera. Recién cuando Dios hubo satisfecho esta necesidad vio que la obra creadora del
último día también era buena.
“Esta es la primera gran lección bíblica sobre la vida familiar y debemos aprenderla bien… La
institución divina del matrimonio enseña que el estado ideal del hombre, tanto como el de la
mujer, no es la separación, sino la unión, que cada uno ha sido diseñado y es adecuado para el
otro. El ideal de Dios es una unión así, basada en un amor puro y santo que dura toda la vida,
sin ninguna rivalidad ni otra pareja, e incapaz de separarse o ser infiel porque es una unión en
el Señor, una unión santa del alma y el espíritu con mutuo amor y afecto”1.
Así como Dios el Padre honró la institución del matrimonio, también lo hizo Dios el Hijo.
Primero: Por haber “nacido de mujer” (Gá. 4:4). Segundo: Por sus milagros porque su primera
señal sobrenatural fue en la boda en Caná de Galilea (Jn. 2:8) donde transformó el agua en vino,
sugiriendo que si Cristo está presente en su boda (es decir, si usted se “casa en el Señor”), su
vida será gozosa o bendecida. Tercero: Por sus parábolas porque comparó el reino de Dios con
un matrimonio (Mt. 22:2) y la santidad con un “vestido de boda” (Mt. 22:11). Lo mismo hizo en
sus enseñanzas. Cuando los fariseos trataron de tenderle una trampa con el tema del divorcio,
dio su aprobación oficial al orden original, agregando “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe
el hombre” (Mt. 19:4-6).
La institución del matrimonio también ha sido honrada por el Espíritu Santo: Porque la usó2
como un ejemplo de la unión que existe entre Cristo y la Iglesia: “Por esto dejará el hombre a su
padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio;
mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (Ef. 5:31-32). La Biblia compara
repetidamente la relación entre el Redentor y el redimido con la que existe entre un hombre y
una mujer casados: Cristo es el Esposo (Is. 54:5) y la Iglesia es la “Esposa” (Ap. 21:9). “Convertíos,
hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo” (Jer. 3:14). Así que cada persona de
la bendita Trinidad ha puesto su sello de aprobación sobre el estado matrimonial.
No hay duda de que en el matrimonio verdadero, cada parte ayuda de igual manera a la otra, y
en vista de lo que he señalado anteriormente, cualquiera que se atreve a creer o ense- ñar otra
doctrina o filosofía lo hace en contra del Altísimo. No es que esto establezca la regla absoluta de
que todos los hombres y todas las mujeres están obligados a contraer matrimonio. Puede haber
buenas y sabias razones para vivir solos y motivos adecuados para quedarse solteros física y
moralmente, doméstica y socialmente. No obstante, la soltería debe ser considerada… la
“excepción”, en lugar de lo ideal. Cualquier enseñanza que lleve a los hombres y a las mujeres a
pensar en el matrimonio como una esclavitud y el sacrificio de toda independencia o que
considera que ser esposa y ser madre es algo desagradable que interfiere con el destino más
importante de la mujer, cualquier sentimiento público que sugiere el celibato como algo más
deseable y honroso o que sustituye cualquier otra cosa por el matrimonio y el hogar, no sólo
contradice la ordenanza de Dios, sino que abre la puerta a crímenes indescriptibles y amenaza
el fundamento mismo de la sociedad.
Sus razones
Es lógico pensar que el establecimiento del matrimonio tiene que tener sus razones. Las
Escrituras dan tres:
Primero, procrear hijos: Éste es el propósito obvio y normal. “Y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:27), no ambos hombres o
ambas mujeres, sino una hombre y una mujer. Para que esto fuera claro y no diera pie a
equivocaciones, Dios dijo: “Fructificad y multiplicaos” (1:28). Por esta razón, a esta unión se la
llama “matrimonio” lo cual significa maternidad porque es el resultado de que vírgenes lleguen
a ser madres. Por lo tanto, es preferible contraer matrimonio en la juventud, antes de haber
pasado la flor de la vida: Dos veces leemos en las Escrituras acerca de “la mujer de tu juventud”
(Pr. 5:18; Mal. 2:15). Hemos destacado que tener los hijos es una finalidad “normal” del
matrimonio; no obstante, hay momentos especiales que causan una “angustia” aguda como la
que indica 1 Corintios 7:29.
Segundo, el matrimonio fue concebido como una prevención contra la inmoralidad: “Pero
a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido”
(1 Cor 7:2). Si alguno fuera exento, se supone que serían los reyes, a fin de evitar que no tuvieran
un sucesor al trono por la infertilidad de su esposa; no obstante, al rey se le prohíbe tener más
de una esposa (Dt. 17:17), demostrando que el hecho de poner en peligro la monarquía no es
suficiente razón para justificar el pecado del adulterio. Por esta razón, a la prostituta se la llama
“mujer extraña” (Pr. 2:16), mostrando que debiera ser una extraña para nosotros y, a los niños
nacidos fuera del matrimonio, se los llama “bastardos”, los cuales bajo la Ley eran excluidos de
la congregación del Señor (Dt. 23:2).
El tercer propósito del matrimonio es evitar la soledad: Esto es lo que quiere decir “No es
bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2:18), como si el Señor estuviera diciendo: “Esta vida sería
tediosa e infeliz si al hombre no se le diera una compañera”. “¡Ay del solo! Que cuando cayere,
no habrá segundo que lo levante” (Ec. 4:10). Alguien ha dicho: “Como una tortuga que ha
perdido su pareja, como una pierna cuando amputaron la otra, como un ala cuando la otra ha
sido cortada, así hubiera sido el hombre si Dios no le hubiera dado una mujer”. Por lo tanto,
Dios unió al hombre y a la mujer para compañía y bienestar mutuo, de modo que los cuidados
y temores de esta vida fueran mitigados por el optimismo y la ayuda de su pareja.
Primero, la persona seleccionada para ser nuestra pareja de por vida no puede ser un pariente
cercano que la ley divina prohíbe (Lv. 18:6-17).
Segundo, el matrimonio debe ser entre cristianos. Desde los primeros tiempos, Dios ordenó
que el “pueblo habitará [solo], y no será contado entre las naciones” (Nm. 23:9). La ley para
Israel en relación con los cananeos era: “Y no emparentarás con ellas; no darás tu hija a su hijo,
ni tomarás a su hija para tu hijo” (Dt. 7:3 y ver Jos. 23:12). Con cuánta más razón entonces,
requiere Dios la separación entre los que son su pueblo por un vínculo espiritual y celestial y
los que sólo tienen una relación carnal y terrenal con él. “No os unáis en yugo desigual con los
incrédulos” (2 Co. 6:14)…
Hay sólo dos familias en este mundo: Los hijos de Dios y los hijos del diablo (1 Jn. 3:10).
Entonces, ¡si una hija de Dios se casa con un hijo del maligno, ella pasa a ser la nuera de Satanás!
¡Si un hijo de Dios se casa con una hija de Satanás, se convierte en el yerno del diablo! Con este
paso tan infame, se forma una afinidad entre uno que pertenece el Altísimo y uno que pertenece
a su archienemigo. “¡Lenguaje extraño!”. Sí, pero no demasiado fuerte. ¡Ay la deshonra que tal
unión le hace a Cristo! ¡Ay la cosecha amarga de tal siembra! En cada caso, es el pobre creyente
el que sufre… Como sufriría un atleta que se amarra a una roca pesada y después espera ganar
una carrera, así sufriría el que quiere progresar espiritualmente después de casarse con alguien
del mundo.
El peligro de formar una alianza así aparece antes del matrimonio o aun antes del compromiso
matrimonial, cosa que ningún creyente verdadero consideraría seriamente, a menos que
hubiera perdido la dulzura de la comunión con el Señor. Tiene que haber un apartarse de Cristo
antes de poder disfrutar de la compañía de los que están enemistados con Dios y cuyos intereses
se limitan a este mundo. El hijo de Dios que está guardando su corazón con diligencia (Pr. 4:23),
no disfrutará, no puede disfrutar de una amistad cercana con el no regenerado.
Ay, con cuánta frecuencia es el buscar o aceptar una amistad cercana con no creyentes el primer
paso que lleva a apartarse de Cristo. El sendero que el cristiano está llamado a tomar es
realmente uno angosto, pero si intenta ampliarlo o dejarlo por un camino más ancho, lo hará
violando la Palabra de Dios y para su propio e irreparable perjuicio.
Tercero, “casarse… con tal que sea en el Señor” (1 Co. 7:39) va mucho más allá que prohibir
casarse con un no creyente. Aun entre los hijos de Dios hay muchos que no serían compati bles.
Una cara linda es atractiva, pero oh cuán vano es basar en algo tan insignificante aquello que es
tan serio. Los bienes materiales y la posición social tienen su valor, pero qué vil y degradante
es dejar que controlen una decisión tan seria. ¡Oh, cuánto cuidado y oración necesitamos para
regular nuestros sentimientos! ¿Quién entiende cabalmente el temperamento que coincidirá
con el mío, que podrá soportar pacientemente mis faltas, corregir mis tendencias y ser
realmente una ayuda en mi anhelo de vivir para Cristo en este mundo? ¡Cuántos hacen una
magnífica impresión al principio, pero terminan siendo un desastre! ¿Quién, sino Dios mi Padre
puede protegerme de las muchas maldades que acosan al desprevenido?
“La mujer virtuosa es corona de su marido” (Pr. 12:4). Una esposa consagrada y competente es
lo más valioso de todas las bendiciones temporales de Dios; ella es el favor especial de su gracia.
“Mas de Jehová la mujer prudente” (Pr. 19:14) y el Señor requiere que busquemos definitiva y
diligentemente una así (ver Gn. 24:12). No basta que tengamos la aprobación de amigos de
confianza y de nuestros padres, por más valioso y necesario que esto sea (generalmente) para
nuestra felicidad, porque por más interesados que estén por nuestro bienestar, su sabiduría no
es suficiente. Aquel que estableció la ordenanza tiene que ser nuestra prioridad si esperamos
contar con su bendición sobre nuestro matrimonio. Ahora bien, la oración nunca puede tomar
el lugar del cumplimiento de nuestras responsabilidades; el Señor requiere que seamos
cuidadosos y discretos y que nunca actuemos apurados y sin reflexionar…
“El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová” (Pr. 18:22). “Halla”
implica una búsqueda. A fin de guiarnos en esto, el Espíritu Santo nos ha dado dos reglas o
calificaciones. Primero, consagración, porque nuestra pareja tiene que ser como la esposa de
Cristo, pura y santa. Segundo, adecuada, una “ayuda idónea para él” (Gn. 2:18), lo que muestra
que una esposa no puede ser una “ayuda”, a menos que sea “idónea”, y para ello tiene que tener
mucho en común con su pareja. Si el esposo es un obrero, sería una locura que escogiera una
mujer perezosa; si es un hombre erudito, una mujer sin conocimientos sería muy inadecuada.
La Biblia llama “yugo” al matrimonio y los dos no pueden tirar parejo si todo el peso cae sobre
uno solo, como el caso de que alguien débil y enfermizo fuera la pareja escogida.
Ahora, destaquemos para beneficio de los lectores jóvenes algunas de las características
por las cuales se puede identificar una pareja consagrada e idónea. Primero, la reputación:
Un hombre bueno, por lo general, tiene un buen nombre (Pr. 22:1). Nadie puede acusarlo de
pecados patentes. Segundo, el semblante: Nuestro aspecto revela nuestro carácter y es por eso
que las Escrituras hablan de “miradas orgullosas” y “miradas lascivas”. “La apariencia de sus
rostros testifica contra ellos” (Is. 3:9). Tercero, lo que dice: “Porque de la abundancia del corazón
habla la boca” (Mt. 12:34). “El corazón del sabio hace prudente su boca, y añade gracia a sus
labios” (Pr. 16:23). “Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua” (Pr.
31:26). Cuarto, la ropa: La mujer modesta se conoce por la modestia de su ropa. Si la ropa es
vulgar o llamativa, el corazón es vanidoso. Quinto, la gente con quien anda: Dios los cría y ellos
se juntan. Se puede conocer a una persona por las personas con quien se asocia.
Quizá no vendría mal una advertencia. No importa con cuánto cuidado y oración uno elige su
pareja, su matrimonio nunca será perfecto. No que Dios no lo haya hecho perfecto, sino que,
desde entonces el hombre ha caído y la caída ha estropeado todo. Puede ser que la manzana
siga siendo dulce, pero tiene un gusano adentro. La rosa no ha perdido su fragancia, pero tiene
espinas. Queramos o no, en todas partes leemos de la ruina que causa el pecado. Entonces no
soñemos con esa persona perfecta que una imaginación enferma inventa y que los novelistas
describen. Aun los hombres y mujeres más consagrados tienen sus fallas y, aunque son fáciles
de sobrellevar cuando existe un amor auténtico, de igual manera, hay que sobrellevarlas.
Agreguemos algunos comentarios breves sobre la vida familiar de la pareja casada. Obtendrás
luz y ayuda aquí si tienes en cuenta que el matrimonio es usado como un ejemplo de la relación
entre Cristo y su Iglesia. Esto, pues, incluye tres cosas.
Primero, la actitud y las acciones del esposo y la esposa tienen que ser reguladas por el
amor.
Ese es el vínculo que consolida la relación entre el Señor Jesús y su esposa; un amor santo, un
amor sacrificado, un amor perdurable que nunca puede dejar de ser. No hay nada como el amor
para hacer que todo marche bien en la vida diaria del hogar. El esposo tiene con su pareja la
misma relación que el Redentor con el redimido y de allí, la exhortación: “Maridos, amad a
vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia” (Ef. 5:25), con un amor fuerte y constante,
buscando siempre el bien para ella, atendiendo sus necesidades, protegiéndola y
manteniéndola, aceptando sus debilidades, “dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y
como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1
P. 3:7).
Segundo, el liderazgo del esposo. “El varón es la cabeza de la mujer” (1 Co. 11:3). “Porque el
marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia” (Ef. 5:23). A menos que
esta posición dada por Dios se observe, habrá confusión. El hogar tiene que tener un líder y Dios
ha encargado su dirección al esposo, haciéndolo responsable del orden en su administración.
Se perderá mucho si el hombre cede el gobierno a su esposa. Pero esto no significa que la Biblia
le da permiso para ser un tirano doméstico, tratando a su esposa como una sirvienta. Su
dominio debe ser llevado a cabo con amor hacia la que es su consorte. “Vosotros maridos,
igualmente, vivid con ellas” (1 P. 3:7). Busquen su compañía cuando haya acabado la labor del
día…
Tercero, la sujeción de la esposa. “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al
Señor” (Ef. 5:22). Hay una sola excepción en la aplicación de esta regla: Cuando el esposo manda
lo que Dios prohíbe o prohíbe lo que Dios manda. “Porque así también se ataviaban en otro
tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1 P.
3:5). ¡Ay, qué poca evidencia de este “adorno” espiritual hay en la actualidad! “Como Sara
obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el
bien, sin temer ninguna amenaza” (1 P. 3:6). La sujeción voluntaria y amorosa hacia el marido
por respeto a la autoridad de Dios es lo que caracteriza a las hijas de Sara.
Donde la esposa se niega a someterse a su esposo, es seguro que los hijos desobedecerán a sus
padres —quien siembra vientos, recoge tempestades—...
Tomado de “Marriage - 13:4” (Matrimonio - 13:4) en An Exposition of Hebrews (Una exposición
de Hebreos).