Bolivar 12
Bolivar 12
Bolivar 12
El 24 de julio de 1783 ha quedado marcado en la historia con el nacimiento de Simón José Antonio de la Sa
ntísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco, conocido en el mundo como Simón Bolívar. Este acontecimiento se
produjo en la ciudad de Caracas, Venezuela. Sus Padres fueron Don Juan Vicente Bolívar y Doña María
Concepción Palacios y Blanco; sus hermanos: María Antonia, Juana y Juan Vicente, los tres eran mayores que
Simón.
Fue en la casa de Simón Rodríguez donde el tío Carlos confió a su pupilo como pensionista cuando éste se fugó
de su lado por segunda vez y buscó refugio ante el obispo Viana. Las enseñanzas de Rodríguez se dirigían más a
la formación del carácter y a la fortaleza del cuerpo en medio de la naturaleza, que a acumular conocimientos en
el aula de clase. Pero es seguro que a través de su maestro favorito Bolívar se impregnó de ideas revolucionarias
y reformadoras. También encontró en él a un amigo a quien confiarle su soledad y las dificultades de su vida
familiar.
Andrés Bello
Nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781. Era nieto del pintor Juan Pedro López. Su padre fue músico y
bachiller en leyes en 1780. Poeta, legislador, filósofo, educador, ha sido llamado Patriota de las Letras
Americanas.
Andrés Bello fue un apasionado lector. A los 15 años, mientras cursaba sus estudios en la Universidad de
Caracas, las más notables familias le llaman para que diera clase a sus hijos. A los 16 años enseñaba Geografía y
Bellas Artes al joven Simón Bolívar.
Su padre, don Juan Vicente de Bolívar y Ponte (1726-1786) era Procurador General de Caracas, Administrador
de la Real Hacienda; Corregidor de La Victoria y San Mateo y, ese mismo año, jefe con el grado de coronel del
Batallón de los Valles de Aragua de las milicias regladas y comandante de la Compañía de Volantes del río
Yaracuy, lo que ejercía a través de un oficial nombrado por él; era, además, regidor del Cabildo, cargo que los
Bolívar desempeñaban a perpetuidad. Su madre, doña María de la Concepción Palacios y Blanco (1758-1792),
era descendiente de Francisco Infante, uno de los que acompañaron a Diego Losada en la fundación de Caracas,
mujer agraciada, educada y muy sociable, a la vez que diligente y hábil en el manejo de los bienes familiares.
Pertenecía el futuro Libertador a lo más granado de los mantuanos puros de Caracas, esto es, "a las familias
cuyas mujeres tenían derecho a ir a la iglesia con el manto característico del rango más alto de la sociedad". Los
Bolívar tenían capilla propia en la Catedral, la de la Santísima Trinidad, que vino a ser mausoleo de la familia.
Con consentimiento del Obispo, el niño Bolívar fue bautizado en su casa natal por su tío, el Padre Jerez, con los
nombres de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad. Su ama de cría fue la esclava negra Hipólita, de la
hacienda de San Mateo; al lado de Hipólita estaba también la negra Matea, aya o niñera del Libertador, apenas
diez años mayor que él, para atenderle y compartir sus juegos; ella vivió largos años en San Mateo, donde
presenció el ataque de José Tomás Boves a la hacienda y el sacrificio de Antonio Ricaurte en 1814, y entró del
brazo del presidente Antonio Guzmán Blanco cuando los restos del Libertador fueron trasladados al Panteón
Nacional de Caracas en 1876.
Pero todas las esperanzas que la buena fortuna le habían deparado a Bolívar se truncaron cuando la muerte
comenzó a ensañarse con los suyos, empezando por su padre. Don Juan Vicente, que se había casado tardíamente
a los 46 años con una joven de 14, falleció el 19 de enero de 1786, a los 60 años. La viuda tenía 27 años, Simón
tres, su hermana María Antonia nueve, Juana siete y Juan Vicente cinco. Los dos primeros tenían el pelo oscuro
y la tez pálida, los otros dos eran rubios y sonrosados.
Doña María Concepción Palacios y Blanco, su madre.
Pero doña Concepción murió también seis años más tarde, el 6 de julio de 1792, quedando sus hijos
encomendados a la tutela de su abuelo don Feliciano Palacios y Sojo, padrino de bautismo de Simón. Ese mismo
año don Feliciano se apresuró a casar a las dos hermanas Bolívar, a María Antonia de quince años con Pablo
Clemente Francia en octubre, y a Juana, que no había cumplido los catorce, con su tío Dionisio Palacios y
Blanco en diciembre. Apenas si tuvo tiempo de atender a sus dos nietos, pues murió el 5 de diciembre del
siguiente año. Sin embargo, había consultado a Simoncito a cuál de los tíos elegía como tutor, y éste había
preferido a Esteban, su padrino de confirmación. Pero Esteban se encontraba en Madrid, así que la tutoría recayó
en su tío Carlos, egoísta y severo, con quien las relaciones no fueron nunca fáciles: atendía ante todo al manejo y
provecho de la fortuna de los menores, aunque no descuidaba su educación. Teniendo 12 años, Simón intentó
escaparse de casa, hecho que dejó entrever sus aires de rebeldía y libertad.
El niño Simón siguió los pasos que la tradición hacía esperar para un infante de la aristocracia venezolana. A los
trece años y medio de edad inicia su formación militar, y el 14 de enero de 1797 es nombrado cadete en el
Batallón de Voluntarios Blancos de los Valles de Aragua, que había comandado su padre. Bolívar es ascendido al
grado de subteniente y, como tal, tiene derecho a lucir uniforme azul con leones y castillos, y con su espada. Este
grado, obtenido el 26 de noviembre de 1798, llega con la plena adolescencia de sus quince años como un
certificado de libertad.
Juventud
En 1799, Simón Bolívar, de 16 años de edad, viajó a España para completar su educación. Lo esperaba su tío
materno Esteban Palacios, aristócrata venezolano en la corte del rey Carlos IV. Viviendo en Madrid asistió a la
Academia de San Fernando. También acudía a la casa del sabio marqués Jerónimo Ustáriz y Tovar, gran
representante de la ilustración española. Aquí el joven venezolano intercalaba los análisis de obras literarias con
el estudio de tratados científicos.
Simón Bolívar en su adolescencia.
Simón Bolívar a los 16 años (Autor desconocido, 1799-1802)
Boda de Simón Bolívar con María Teresa del Toro, su única esposa, en 1802.
Fue en casa del anciano Ustáriz donde Bolívar conoció a María Teresa del Toro, bella y culta española que
sedujo su corazón. El idilio fue intenso. Él tenía 19 años, ella 20.
El joven pidió su mano y se casaron en Madrid el 26 de mayo de 1802. Colmados de amor y pasión regresaron a
Venezuela, pero una tragedia los aguardaba. La muchacha se contagió de fiebre amarilla y falleció sin cumplir 8
meses de casada. Agobiado por el dolor, Simón Bolívar regresó a Madrid, y pasó a París, donde trató de esquivar
los recuerdos y el sufrimiento entregándose a las fiestas, juegos y amantes. Una vida frívola y sin horizontes
parecía ser su destino. Hasta que en casa de su prima Fanny de Trobriand conoció al sabio alemán Alexander von
Humboldt, recién llegado de su gran viaje por América. Sus diálogos con el autor de “Viaje a las regiones
equinocciales del nuevo continente” le dieron a Bolívar un nuevo sentido a su existencia, un gran proyecto para
su vida: la libertad del Nuevo Mundo.Sus maestros y educación
La educación de Bolívar en esta primera etapa de su vida, estuvo a cargo de varios maestros: Fernando Vides,
Carrasco, el presbítero José Antonio Negrete, Guillermo Pelgrón (Lengua latina y Gramática), Simón Narciso
Rodríguez (Maestro Principal de Primeras Letras de Caracas), Andrés Bello (Literatura y Geografía), fray
Francisco de Andújar (Matemáticas) y su pariente el padre Sojo. Su madre no escatimó en gastos para darle a su
hijo una buena educación. De todos los maestros citados, Simón Rodríguez, quien se ausentó del país a finales
de 1797, fue el que más influyó en su formación, y así lo reconoció Bolívar en varias oportunidades.
Además de las enseñanzas recibidas en Caracas, Bolívar hizo unos cursos de matemáticas en la Academia de San
Fernando en Madrid; también estudió por breve tiempo en la Ecole Royale Milítaire de Soreze, al sur de Francia,
en 1802. En Madrid, en donde permaneció cerca de dos años (1799-1802), Bolívar cultivó definitivamente su
talento y logró una educación sólida; estudió francés e inglés, bajo la inspección de su representante, el Marqués
Jerónimo Ustáriz y Tovar, quien en Caracas, en su propia residencia, brindó a Bolívar el mejor ambiente para su
formación intelectual.
Simón Rodríguez
Se distinguió como educador, escritor y filósofo. Nació en Caracas el 28 de octubre de 1771. De origen humilde,
trabajó en diversos oficios para su subsistencia. Obtuvo el título de Maestro el 23 de mayo de 1791, y desde
entonces dedicó toda su vida a la enseñanza. El Libertador llamó a Simón Rodríguez "El Sócrates de Caracas",
por la profundidad de su pensamiento filosófico. Simón Rodríguez facilitó el estudio y aprendizaje a Simón
Bolívar.
Madre de Simón Bolívar, el Libertador. Hija de Feliciano Palacios y Gil de Arratia y de Francisca Blanco Infante
y Herrera (descendiente esta de Francisco Infante, sexto abuelo paterno del Libertador y uno de los que
acompañaron a Diego de Losada en la fundación de Caracas). Casó con Juan Vicente de Bolívar y Ponte el 1 de
diciembre de 1773 a los 15 años de edad; de quien enviudó, contando 28 años, el 19 de enero de 1786. Del
matrimonio nacieron: María Antonia, Juana Nepomucena, Juan Vicente, Simón y María del Carmen (hija
póstuma que murió a las pocas horas de nacer). Hasta la fecha, no son conocidos datos suficientes que permitan
hacer una verdadera semblanza biográfica, pero procedentes de diversas fuentes, pueden citarse informaciones
que revelan a grandes trazos el carácter y las principales circunstancias y actividades de la madre del futuro
Libertador. Del testamento de su esposo pueden señalarse las siguientes: «...declaro que cuando contraje
matrimonio con la dicha Doña María de la Concepción Palacios y Blanco, en treinta de noviembre [sic] del
pasado setenta y tres, trajo ella por sus bienes, dos esclavas nombradas Tomasa y Encarnación, como de diez y
seis años de edad, y yo entré con el capital de doscientos cincuenta y ocho mil quinientos pesos...» (la
discrepancia en un día en la fecha de matrimonio es razonablemente atribuible a las circunstancias y a una falta
de comprobación del escribano). En un legado posterior a la fecha de firma del testamento, pero anexo al mismo,
con fecha 15 de enero de 1786, después de diversos aspectos preceptivos sobre los beneficiarios de la herencia,
dice: «...que los gananciales que le tocarán a mi legítima mujer Doña María de la Concepción Palacios y Blanco
serán crecidos, y suficientes para pasarlo con la mayor decencia; con todo atendiendo al especial cariño que la he
tenido y la buena compañía que me ha hecho, es mi voluntad mejorarla, como la mejoro en el mejor diamante,
en el mejor reloj, y en toda la ropa de su uso para memoria de mi gratitud...». Más adelante, el esposo establece,
y ella acepta, que será tutora y curadora de sus menores hijos, relevada de fianza alguna, y declaran que este
testamento revoca cualesquiera otras disposiciones otorgadas con anterioridad; este legado añadido está firmado
por Feliciano Palacios y Sojo, María de la Concepción Palacios y Blanco y el escribano Juan Domingo
Fernández, y fechado 4 días antes de la defunción. Cartas de familiares y amigos, así como la tradición,
transmiten que María de la Concepción era una agraciada mujer, educada y muy sociable; al enviudar quedó bajo
su administración una respetable fortuna, y no obstante ser joven, atractiva y de alta sociedad, nunca contrajo
segundas nupcias como era común en esa época. En vida de su esposo tuvo un cabal conocimiento de los
negocios de este, y apenas se encarga de ellos, procede con inteligencia y decisión no solo a conservar los
cuantiosos bienes a su cargo, sino que los aumenta y sanea. En las tareas administrativas recibe una gran ayuda
de Francisco Antonio Carrasquel, quien había sido socio de su marido en un almacén de mercancías y en otros
negocios también lo había sido de su padre. La viuda rica y en apariencia inexperta pronto se ve cercada de
gentes codiciosas, pero ella, apoyada en su padre, logra tras dura lucha consolidar la herencia para sí misma y
para sus hijos. En un momento determinado, llega a sostener hasta 28 expedientes judiciales. Entre otros, por la
hacienda de añil del valle de Suata; con la Real Hacienda por las minas de cobre y las tierras de Aroa; y por el
hato del Totumo en los llanos. Con relación al Mayorazgo Aristeguieta heredado por Simón, mantiene un pleito
con el albacea testamentario, logrando al fin que los bienes del vínculo de la Concepción le fueran entregados
libres de fianzas y deudas. Para tal cometido, la Audiencia nombra curador ad lítern del menor, al licenciado
Miguel José Sanz. Construye la casa de la Cuadra Bolívar y la convierte en una quinta de recreo en donde
frecuentemente se reúne la mejor sociedad. Ordena terminar la fábrica de una máquina de aserrar madera en la
boca del río Aroa, que había comenzado su difunto marido. Compra diversas tierras y haciendas: una de cacao en
el valle de Tacarigua, otra en Guacarapa; 6 fanegadas de tierra en Chacao con 6 horas de agua, que negoció a su
tío el sacerdote nerista Pedro Palacios y en donde inicia una plantación de café. Intenta obtener para su hijo Juan
Vicente el despacho, nunca otorgado, correspondiente al título de marqués de San Luis y vizconde de Cocorote,
que en su oportunidad había solicitado para sí y para todos sus descendientes Juan de Bolívar y Martínez
Villegas (1728). A estos fines, María de la Concepción envía a su hermano Esteban Palacios y Blanco a España.
El 10 de septiembre de 1790, desde San Mateo, escribe a Esteban, a la sazón en Madrid, y textualmente le
informa: «...Yo estoy ya buena, me parece que del todo, gracias a Dios...»; dando así a entender que la
indisposición de su salud era reciente, ya que si se hubiera referido a una antigua enfermedad lo habría hecho en
otros términos. Esta referencia constituye para muchos historiadores una base razonable para interpretar que ella
enfermó en sus últimos años y que, por consiguiente, deben descartarse diversas suposiciones como que la
tuberculosis era una tara familiar que su esposo le transmitió; que ella estuvo apartada por muchos años de sus
hijos por temor a contagiarlos, etc. El 13 de mayo de 1792, Feliciano le escribe a su hijo Esteban, todavía en
Madrid, y le informa: «Estamos sin novedad, ayer tarde se fue Concepción y los del paseo de Aragua»; se refería
a un grupo de cerca de 50 invitados, parientes y amigos, que ella, como era su costumbre, había reunido para que
la acompañaran en sus visitas a las propiedades familiares. Innecesario resulta señalar que, para soportar un viaje
tan penoso a caballo, alguien aquejado de tuberculosis, tenía que haber poseído un gran espíritu y una decidida
vocación por lo que consideraba sus obligaciones; 55 días después de haber emprendido el llamado «paseo de
Aragua», entregaba en Caracas su alma al Señor. Su muerte acaeció como consecuencia de una hemorragia
pulmonar o hemoptisis en medio de una aguda crisis de la tuberculosis que padecía. Ella residía en la habitación
principal, o sea, a la entrada de la casa natal a la derecha, y allí seguramente ocurrió el deceso. No se conocen
retratos de ella, pero sí una referencia sobre su aspecto físico, particularmente entrañable, ya que proviene del
mismo Simón Bolívar. En 1825 regresó a Venezuela Esteban Palacios y Blanco y, al participarle su llegada al
entonces triunfante Libertador que se encontraba en El Cuzco, recibió de este una carta que, por su emotividad,
ha sido llamada La elegía del Cuzco; en ella se dirige a su tío y padrino de confirmación en los siguientes
términos: «Mi querido tío Esteban y buen padrino: ¡Con cuánto gozo ha resucitado usted ayer para mí! Ayer supe
que vivía usted y que vivía en nuestra querida patria. ¡Cuántos recuerdos se han aglomerado en un instante sobre
mi mente! Mi madre, mi buena madre, tan parecida a usted, resucitó de la tumba, se ofreció a mi imagen». La
referencia no podía ser más explícita. Por otra parte, de Esteban Palacios y Blanco se conserva un perfil pintado
por Fouquet (París 1800), perteneciente a la colección Eduardo López de Ceballos, Caracas.
Juramento
El 15 de agosto de 1805, en compañía de Simón Rodríguez y Fernando Toro, Simón Bolívar asciende a la
histórica colina romana del Monte Sacro y allí, en el solemne templo de la naturaleza, el futuro Libertador, de
apenas 22 años de edad, jura por la libertad de Venezuela.
El día 15 de agosto de 1805, hacia el atardecer, se produce un hecho sencillo, que ha entrado en la Historia con
calidad de sublime. Simón Bolívar emprendió uno de sus largos y nostálgicos paseos en compañía de Simón
Rodríguez. El lento paseo lo condujo hasta la cumbre del Aventino, el Monte Sacro de Roma.
Caía la tarde y ya habían descansado un poco, allí en lo alto, podía admirarse en la serenidad de la tarde la
ciudad a los pies del monte. Rodríguez y Bolívar se sentaron a descansar. Sus miradas recorrían el amplio paisaje
que se ofrecía ante sus ojos. Admirando aquel panorama, a Bolívar le vino el recuerdo del campo y el paisaje
venezolanos, y pensando en los plebeyos conducidos por Licinio hasta aquel monte, recordó a su país ansioso
también de libertad y en voz alta y firme, para que le oyeran sus acompañantes, dijo: “¿Conque este es el pueblo
de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de
Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna».
Seguí hablando, pensando en todo lo que le inspiraba ese pueblo, que había dado para todo, menos para la causa
de la humanidad. De pronto, la exaltación acumulada durante los días anteriores en el corazón de Simón Bolívar
y la angustia que le produjo el recuerdo de su país natal explotaron violentamente.
Con los ojos encendidos como dos llamas, se puso en pie, se aferró con frenesí a las manos de Rodríguez, cayó
de rodillas y dio rienda suelta a sus pensamientos con una emoción incontenible. “Juro delante de usted; juro
por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi
brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.
El hermoso cielo romano, teñido con las luces rojas del atardecer, recogió y guardó amorosamente aquel gran
juramento histórico que un joven criollo acababa de hacer en la cumbre del Monte Sacro, y que iba a ser la divisa
de toda su vida.
Tenía entonces 22 años. Y no sólo fue por el fragor de la juventud, lo que hizo hacer este juramento, sino porque
así lo sentía. Estaba inspirado en medio de las alturas de la Roma milenaria.
El Juramento del Monte Sacro fue una promesa anunciada por el Libertador Simón Bolívar, cuyo objetivo fue
enfatizar su profundo compromiso personal con la causa independentista hispanoamericana y que tuvo lugar
durante su visita a la ciudad de Roma, Italia.