Anexos Convivencia

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Anexo a –

La nena que grita por TODO https://www.youtube.com/watch?v=rVmVM2sWCns&ab_channel=MarieLeiner


Los niños que se portan MUY mal en Super D series https://www.youtube.com/watch?v=-
HT5f2YjXno&ab_channel=MarieLeiner
Los niños que no respetan las reglas - aprendiendo a ser héroes https://www.youtube.com/watch?
v=hH0J8cTaCLQ&ab_channel=MarieLeiner
Los amigos que se golpeaban entre ellos y a los demás https://www.youtube.com/watch?v=dRzuAr98-
MU&ab_channel=MarieLeiner
El niño que no respetaba su lugar en la fila https://www.youtube.com/watch?
v=i3OlUXZG2bQ&ab_channel=MarieLeiner

Anexo b – “Ayudando a los niños a resolver conflictos” https://www.youtube.com/watch?


v=HbPGxL2Wjz0&t=32s

Anexo c – “El caso de Lorenzo” https://www.youtube.com/watch?v=nSh_KGiYjqk&ab_


channel=AutismoPETRATerapiasyPsicolog%C3%ADa

Anexo d – “El valor de aprender a convivir” https://www.youtube.com/watch?v=zWts3pT52g0


Anexo e – “Normas de convivencia: el monstruo de la basura” https://www.youtube.com/watch?
v=RM87xiLtWA8

Anexo f – “Convivencia escolar” https://www.youtube.com/watch?v=muEcmkAq-q8&t=17s


Anexo #1
Anexo #2
Anexo #3

Adiós a la ley de la selva (I): El león

Iba un joven león por la selva pensando que había llegado su hora de
convertirse en rey, cuando encontró un león malherido. Aún se podía ver que
había sido un león fuerte y poderoso.
- ¿Qué te ha sucedido, amigo león?- preguntó mientras trataba de socorrerlo.
El león herido le contó su historia.
- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, decidí demostrar a todos mi fuerza y mi
poder, para que me temiesen y respetasen. Así que asusté y amenacé a cuantos animales pequeños me encontré.
La fama de mi fiereza era tal que hasta los animales más grandes me temían y obedecían como rey. Pero
entonces otros leones quisieron mi reino, y así pasé de golpear de vez en cuando a pobres animalitos a tener que
enfrentarme a menudo con grandes leones. Gané muchos combates, pero ayer llegó un león más grande y fuerte
que yo y me derrotó, dejándome al borde de la muerte y quedándose con mi reino. Y aquí estoy, esperando que
me llegue la muerte sin un solo animal al que le importe lo suficiente como para hacerme compañía.
El joven león se quedó para acompañarlo y curar sus heridas antes de proseguir su camino. Cuando al fin se
marchó de allí, no tardó en encontrar un gigantesco león encerrado en una jaula de grandes barrotes de acero.
Tuvo que haber sido muy fuerte, pero ahora estaba muy delgado.
- ¿Qué te ha sucedido, amigo león? ¿Por qué estás encerrado?
El león enjaulado le contó su historia.
- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, usé mi fuerza para vencer al anterior rey, y
luego me dediqué a demostrar a todos mi poder para ganarme su respeto. Golpeé y humillé a cuantos me
llevaron la contraria, y pronto todos hacían mi voluntad. Yo pensaba que me respetaban, o incluso que me
admiraban, pero solo me obedecían por miedo. Me odiaban tanto que una noche se pusieron de acuerdo para
traicionarme mientras dormía, y me atraparon en esta jaula en la que moriré de hambre, pues no tiene llaves ni
puerta; y a nadie le importo lo suficiente como para traerme comida.
El joven león, después de dejar junto a la jaula comida suficiente para algún tiempo, decidió seguir su camino
preguntándose qué podría hacer para llegar a ser rey, pues había visto que toda su fuerza y fiereza no les habían
servido de nada a los otros dos leones. Andaba buscando una forma más inteligente de utilizar su fuerza cuando
se encontró con un enorme tigre que se divertía humillando a un pequeño ratón. Estaba claro que ese tigre era el
nuevo rey, pero decidió salir en defensa del ratoncillo.
- Déjalo tranquilo. No tienes que tratarlo así para demostrar que eres el rey.
- ¿Quieres desafiarme, leoncito? - dijo burlón y furioso el tigre.- ¿Quieres convertirte en el nuevo rey?
El león, que ya había visto cómo acababan estas cosas, respondió:
- No quiero luchar contigo. No me importa que seas tú el rey. Lo único que quiero es que dejes tranquilo a este
pobre animal.
El tigre, que no tenía ninguna gana de meterse en una pelea con un león, respiró aliviado pensando que el león
le reconocía como rey, y se marchó dejando en paz al ratoncillo.
El ratoncillo se mostró muy agradecido, y al león le gustó tanto esa sensación que decidió que aquella podría ser
una buena forma de usar su fuerza. Desde entonces no toleraba que delante de él ningún animal abusara ni
humillara a otros animales más débiles. La fama del león protector se extendió rápidamente, llenando aquella
selva de animales agradecidos que buscaban sentirse seguros.
Ser el rey de una selva famosa y llena de animales era un orgullo para el tigre, pero pronto sintió que la fama del
joven león amenazaba su puesto. Entonces decidió enfrentarse a él y humillarlo delante de todos para mostrar su
poder.
- Hola leoncito - le dijo mostrando sus enormes garras- he pensado que hoy vas a ser mi diversión y la de todos,
así que vas a hacer todo lo que yo te diga, empezando por besarme las patas y limpiarme las garras.
El león sintió el miedo que sienten todos los que se ven amenazados por alguien más fuerte. Pero no se
acobardó, y respondió valientemente:
- No quiero luchar contigo. Eres el rey y por mí puedes seguir siéndolo. Pero no voy a consentir que abuses de
nadie. Y tampoco de mí.
Al instante el león sintió el dolor del primer zarpazo del tigre, y comenzó una feroz pelea. Pero la pelea apenas
duró un instante, pues muchos de los animales presentes, que querían y admiraban al valiente león, saltaron
sobre el tigre, quien sintió al mismo tiempo en sus carnes decenas de mordiscos, zarpazos, coces y picotazos, y
solo tuvo tiempo de salir huyendo de allí malherido y avergonzado, mientras escuchaba a lo lejos la alegría de
todos al aclamar al león como rey.
Y así fue cómo el joven león encontró la mejor manera de usar toda su fuerza y fiereza, descubriendo que sin
haberlas combinado con justicia, inteligencia y valentía, nunca se habría convertido en el famoso rey, amado y
respetado por todos, que llegó a ser.
Anexo #4

El misterioso payaso malabarista


Había una vez un pueblo al que un día llegó un payaso malabarista. El payaso iba de
pueblo en pueblo ganando unas monedas con su espectáculo. En aquel pueblo comenzó su
actuación en la plaza, y cuando todos disfrutaban de su espectáculo, un niño insolente
empezó a burlarse del payaso y a increparle para que se marchara del pueblo. Los gritos e
improperios terminaron por ponerle nervioso, y dejó caer una de las bolas con las que hacía
malabares. Algunos otros comenzaron a abuchearle por el error, y al final el payaso tuvo
que salir de allí corriendo, dejando en el suelo las 4 bolas que utilizaba para su espectáculo.
Pero ni aquel payaso ni aquellas bolas eran corrientes, y durante la noche, cada una de las
bolas mágicamente dio lugar a un niño igual al que había comenzado los insultos. Todas menos una, que dio
lugar a otro payaso. Durante todo el día las copias del niño insolente anduvieron por el pueblo, molestando a
todos, y cuando por la tarde la copia del payaso comenzó su espectáculo malabarista, se repitió la situación del
día anterior, pero esta vez fueron 4 los chicos que increparon al payaso, obligándole a abandonar otras 4 bolas.
Y nuevamente, durante la noche, 3 de aquellas bolas dieron lugar a copias del niño insolente, y la otra a una
copia del payaso.
Y así fue repitiéndose la historia durante algunos días, hasta que el pueblo se llenó de chicos insolentes que no
dejeban tranquilo a nadie, y los mayores del pueblo se decidieron a acabar con todo aquello.
Firmemente, impidieron a ninguno de los niños faltar ni increpar a nadie, y al comenzar la actuación del payaso,
según empezaban los chicos con sus insultos, un buen montón de mayores les impidieron seguir adelante, de
forma que el payaso pudo completar su espectáculo y pasar la noche en el pueblo. Esa noche, 3 de las copias del
niño insolente desaparecieron, y lo mismo ocurrió el resto de días, hasta que finalmente sólo quedaron el payaso
y el niño auténtico.
El niño y todos en el pueblo habían comprobado hasta dónde podía extenderse el mal ejemplo, y a partir de
entonces, en lugar de molestar a los visitantes, en aquel pueblo ponían todo su empeño para que pasaran un
buen día, pues habían descubierto que hasta un humilde payaso podía enseñarles mucho.
Anexo #5

Daniel y las palabras mágicas


Te presento a Daniel, el gran mago de las
palabras.

El abuelo de Daniel es muy aventurero y


este año le ha enviado desde un país sin
nombre, por su recién entrada a clases , al
preescolar, un regalo muy extraño pero
muy útil : una caja llena de letras brillantes
y coloridas.

En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si las regalas a los
demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas cosas: hacer reír al que está triste, llorar
de alegría, entender cuando no entendemos, abrir el corazón a los demás, enseñarnos a escuchar
sin hablar.

Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin cesar. Hay veces que
las letras se unen solas para formar palabras fantásticas, imaginarias, y es que Daniel es mágico, es
un mago de las palabras.

Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere. Además pronto
las compartirá con sus nuevos amigos del preescolar , porque al recordar a su abuelo sabe que
estas palabras sin duda harán muy bonita su experiencia en la escuela Es muy divertido ver la cara
de su mamá cuando descubre por la mañana un buenos días, preciosa- muy amarillo como el sol -
debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te quiero de color azul como el
cielo . O la cara de sus amigos cuando Daniel les dice un lindo gracias cargado de verde como el
color de los campos

Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen sentir bien:

- gracias

- te quiero

- buenos días

- por favor

- lo siento
- Permiso

Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la cara de felicidad
de la gente cuando las oye. Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son como llaves que
te abren la puerta de los demás.

Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel te pregunta: ¿quieres intentarlo tú y ser
un mago de las palabras amables?

FIN
Anexo #6

Las conejitas que no sabían respetar

En lo alto de una montaña vivía el conejo Serapio y


sus nietas Serafina y Séfora. Serapio era un conejo
muy bueno y respetuoso con el resto de los animales
del lugar, pero... sus queridas nietas eran todo lo
contrario. Serafina y Séfora siempre se burlaban de las
ovejas, de las cabras y de todos los que habitan por la
zona.
Serapio había intentando cambiar esta conducta de sus
nietas, pero había sido imposible. Un día, avergonzado y cansado de la actitud de estas dos conejitas, a Serapio
se lo ocurrió proponerlas un juego y sus nietas, que eran muy traviesas, inquietas y predispuestas, aceptaron
encantadas.
Serapio les dijo a sus nietas que, cada vez que faltasen al respeto a alguien, tenían que escribir en su cuaderno la
palabra Disculpa.
- ¿Quién ganará el juego? - preguntaron Serafina y Séfora.
A lo que su abuelo contestó:
- La ganadora será aquella que escriba en su cuaderno menos veces la palabra Disculpa.
Serafia y Séfora se tomaron muy en serio el juego e iban a todos los lados con su libreta y su lápiz para apuntar
o, mejor dicho, para intentar no escribir la palabra Disculpa. Pero pasaron los días y, cansadas de escribir
siempre la misma palabra, las dos se pusieron a conversar:
- ¿No será mejor dejar de burlarse de la gente en lugar de escribir tanto la palabra Disculpa?
Serapio, que escuchó la conversación, salió de detrás de un arbusto donde estaba escondido, felicitó a sus nietas
por la decisión y les pidió que borrarán todo lo escrito en sus cuadernos.
Las conejitas obedecieron a su abuelo pero... se dieron cuenta de que, al borrar lo escrito, las hojas del cuaderno
no quedaban como antes. El abuelo, viendo la reacción de sorpresa y tristeza de sus nietas, les dijo:
- Así se queda el corazón de las personas a las que les faltamos al respeto. Las huellas o las heridas que les
causamos no se eliminan por completo.
Y de este modo Serafina y Séfora entendieron que debemos respetar a los demás, así como nos gustaría que nos
respetasen a nosotros.
Anexo #7

Aprendiendo a convivir
María había sido de las primeras de su clase en quitar los ruedines de la bici. Siempre se le
había dado muy bien montar en bicicleta y contaba los días para que llegase el fin de
semana y poder salir a dar un paseo.

La verdad es que le hubiera gustado poder ir todos los días rodando hasta el colegio pero,
como no había carril bici hasta allí, era imposible. Así que lo primero que hacía cada
sábado era buscar las rodilleras, las coderas y el casco en el armario y desayunar un buen
tazón de cereales para estar bien fuerte y darle a los pedales.

Una mañana, mientras esperaba en la calle a que su madre bajase también con su bici, María vio pasar muy
rápido a un grupo de chicos en bici. Un policía les riñó porque estaba prohibido ir por la acera tan rápido.

-Hay niños pequeños y señores mayores, tenéis que tener cuidado para no hacerles daño -les dijo.

María pudo escuchar toda la conversación entre el policía y los chicos. Ellos estaban un poco avergonzados y
prometieron no volver a hacerlo. El policía les recordó que, en las ciudades, todos teníamos que convivir
intentando no molestar a los demás. Les dijo que en el parque había muchos tramos de carril bici y que incluso
iban a construir más. También les recordó que tenían que llevar siempre el casco, porque, si se caían de la bici,
podían hacerse mucho daño.

Nada más bajar su madre, María, que había escuchado muy atentamente las palabras del policía, le dijo que
fueran directamente al parque a usar el carril bici. Al llegar, lo primero que hizo fue abrocharse el casco y
ajustarse bien las rodilleras y las coderas. Dio tres vueltas al parque y subió y bajó unas rampas que habían
puesto en una de las zonas infantiles.

Pasó una tarde estupenda y todavía lo fue más cuando su madre le dejó merendar uno de sus helados favoritos:
de vainilla con chocolate.

De vuelta a casa, María volvió a ver al mismo policía. Esta vez no estaba riñendo a los chicos de la bici, sino a
una conductora que, con su furgoneta, había pasado demasiado cerca de un grupo de ciclistas. De hecho uno
que iba un
poco despistado estuvo a punto de caerse. La señora, muy arrepentida, prometió que no lo volvería a hacer y se
alejó calle abajo.

En ese momento, el policía vio cómo María observaba la escena muy intrigada y se acercó a la
niña. Le explicó que tenía que estar muy atento a esas cosas porque en la ciudad teníamos que convivir todos y
tratarnos con respeto.

-Al igual que las bicis no pueden ir muy rápido por la acera, los coches tienen que separarse bastante de ellas
para no causar un accidente -le explicó con mucha amabilidad.

El policía le dijo también que no se olvidase nunca del casco. María, que era una niña muy curiosa y
observadora, se fue esa noche a la cama con una palabra dándole vueltas en la cabeza: convivencia. Nunca la
había escuchado, pero viendo lo que le había dicho el policía a los chicos de las bicis y a la señora del coche,
sabía que había entendido gran parte de su significado.

Anexo 8
Anexo 9

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