Paleografia e Historia de La Cultura Esc

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PALEOGRAFÍA E HISTORIA DE LA CULTURA ESCRITA:


DEL SIGNO A LO ESCRITO

C. Sáez
A. Castillo

Para hacer historia de la escritura es preciso, con anteriori-


dad, recuperar toda la multiplicidad de sus significados.
[Bartoli, 1978: 281]

Definir un vocablo, cualquiera que éste sea, implica comprenderlo en su estric-


to significado etimológico, pero también en virtud del desarrollo que ha tenido a
lo largo de su historia. Si etimológicamente el término Paleografía -voz derivada
de las griegas naA.az~ y ypaepr¡- se puede considerar como el estudio de las escri-
turas antiguas, su quehacer sitúa a esta ciencia, según la definición más reciente de
Armando Petrucci, como la disciplina que estudia la historia de la escritura (y en
particular de la escritura a mano) en sus diferentes fases, las técnicas empleadas
para escribir en las diversas épocas, el proceso de producción de los testimonios
escritos y, en fin, los productos mismos de tal proceso, particularmente en su aspec-
to gráfico, ya se trate de libros, inscripciones, documentos o escritos de naturale-
za individual y privada (cuentas, apuntes, cartas, etc.) [Petrucci, 1992: 17].
Naturalmente, esto significa que existen (o pueden existir) tantas paleografías
como escrituras, por lo que conviene precisar que la que aquí nos interesa es la lati-
na. Ésta arranca del momento mismo en que aparece dicho alfabeto, hacia el siglo
VII antes de nuestra era, y se extiende hasta el presente, por más que durante mucho
tiempo estuviera restringida a las escrituras empleadas durante la Edad Media,
según puede verse al recorrer algunas páginas de su historia conceptual.
Al final del capítulo se incluye un cuadro explicativo sobre la Paleografía.
22 Parte 1: Paleografía

1.1. Los orígenes

Como saber científico, con categoría de disciplina cultural y técnica, la Paleo-


grafía nace a finales del siglo XVII de la mano de la Diplomática en el campo de
los conocimientos eruditos. Aunque fue el monje benedictino maurino Bernard de
Montfaucon quien empleó el término por vez primera en su obra Paleographia gra-
eca sive de ortu et processu litterarum graecarum (París, 1708), se considera que
el primer tratado de la materia o la primera exposición doctrinal con un plantea-
miento científico se encuentra ya en la obra De re diplomatica libri sex (París, 1681)
de Jean Mabillon, asimismo benedictino maurino, quien la empleó como uno de
sus argumentos para resolver la polémica, en cuyos detalles no entraremos aquí,
que le enfrentó al jesuita Daniel von Papenbroeck sobre la autenticidad de unos
documentos merovingios conservados en la abadía parisina deSaint Denis [Paleo-
grafía, 1984: l, 46-47]. Ello le exigió el desarrollo de una metodología esencial-
mente pericial orientada a las lectura, transcripción, datación, identificación y cla-
sificación de las escrituras.
Con pocas excepciones, desde su fundación hasta finales del siglo XVIII, la labor
de la mayor parte de los paleógrafos y eruditos de las escrituras antiguas (por enton-
ces la Paleografía estaba centrada de modo casi exclusivo en los testimonios escri-
tos -librarios y documentales- anteriores a la imprenta) estuvo muy apegada a esa
línea de trabajo. Mantuvo su vinculación auxiliar con la Diplomática y se caracte-
rizó por un exacerbado interés por las nomenclaturas y clasificaciones de las escri-
turas ("linneísmo"), llegando a proponer taxonomías tan precisas que, lejos de expli-
car la complejidad del hecho escrito como fenómeno sociocultural, propiciaron en
la singularidad de cada acto de escritura.
En España, el nacimiento de la Paleografía, como ha demostrado Gimeno Blay
al estudiar los manuales inéditos y publicados desde 1738 a 1932, estuvo determi-
nado por la Ilustración y la incorporación de los bienes señoriales al realengo, pro-
ceso que avivó el estudio de los documentos antiguos y su transcripción fidedigna
como fruto de una necesidad social, la de certificar y garantizar la propiedad de las
tierras en litigio [Gimeno, 1984: 24]:

Es obvio que el estudio de estas dos disciplinas instrumentales [Paleografía y Diplo-


mática] no surgió porque sí. Debió plantearse la sociedad coetánea alguna necesidad para
recoger el saber empírico, acumulado a través de los tiempos, y que ésta tuviera una uti-
lidad determinada. Una coyuntura favorable, como lo fue el siglo XVIII, condicionó de tal
modo a la sociedad que obligó indirectamente a unos determinados individuos a recopi-
lar todos los conocimientos adquiridos y a darles un cuerpo disciplinar. Han sido casi
siempre los pleitos y situaciones particulares donde debían demostrar y testificar sus dere-
chos los que han hecho avanzar más el conocimiento paleográfico.

La doctrina de Mabillon fue seguida de forma prácticamente unánime por los


eruditos contemporáneos. Sólo algunos se des marcaron tímidamente de esa línea
y empezaron a trazar el camino de un modo de hacer más próximo a la interpreta-
ción de los testimonios escritos y las prácticas del escribir como productos resul-
Capítulo J: Paleografía e historia de la cultura escrita: del signo a lo escrito 23

tantes de una actividad humana inscrita y condicionada por los usos que le da cada
sociedad. Entre ellos se encuentra Scipione Maffei, autor de Istoria diplomatica
che serve d'introduzione all'arte critica (Mantua, 1727), donde apunta ideas dife-
rentes y deja ver un concepto de la Paleografía como historia de la escritura con-
trapuesto al de los maurinos, para los que tal término equivalía a "clasificación de
escrituras varias".
No obstante, sería el fetichismo documental del "siglo de la Historia", el XIX,
el elemento que propiciaría el desarrollo científico-académico de la Paleografía y,
dentro de ésta, la posibilidad de abundar en la óptica sociocultural, aunque todavía
siguieran pesando los hábitos erudito-positivistas de tan larga tradición en el que-
hacer de paleógrafos e historiadores. Dicho período se caracterizó por la creación
de institutos de investigación histórica vinculados a las "Escuelas Nacionales" naci-
das al calor del romanticismo, por la aparición de grandes colecciones documen-
tales y de publicaciones periódicas, por la aplicación de la fotografía a la repro-
ducción de facsímiles y por el descubrimiento de nuevas fuentes paleográficas, en
especial los papiros. El primero de dichos institutos fue la École des Chartes, fun-
dada en 1821 para formar a los archiveros y bibliotecarios encargados de manejar
los fondos desamortizados durante la Revolución Francesa a la nobleza y las órde-
nes religiosas. A la par nacieron importantes escuelas nacionales, alguna de las cua-
les trascendió los umbrales del siglo XIX e influyó de forma decisiva en la doctri-
na paleográfica de la primera mitad del xx [cfr. Petrucci y Pratesi, 1988]; por
supuesto, con extensión a las escrituras y a lo escrito de todos los tiempos, sin tener
en cuenta el soporte ni el sistema de fijación.
En España, la creación de la Escuela Superior de Diplomática en 1856 (aun-
que programada por la Academia de la Historia desde 1852) no tuvo correspon-
dencia entre los paleógrafos contemporáneos, si se exceptúa a Jesús Muñoz y Rive-
ro, cuya obra destacó sobre toda la producción del siglo XIX y de principios del xx.
Zacarías García Villada es el siguiente erudito digno de recuerdo. Su manual supu-
so un indiscutible progreso, al adoptar por primera vez en España reproducciones
facsimilares realizadas mediante fotografía y al incorporar el estudio de las escri-
turas romanas.

1.2. El nacimiento de la Paleografía científica

En el tránsito al nuevo siglo, el hito paleográfico seguramente más sobresa-


liente quepa atribuido al oficio del filólogo alemán Ludwig Traube (1861-1907),
cuya obra sobre la producción manuscrita del monasterio irlandés de Péronne, en
Francia, abrió nuevas metas a la Paleografía, al poneda en relación con la historia
de la cultura [Battelli, 1986: 17]. No obstante, Giorgio Cencetti ha señalado que el
enfoque principalmente filológico de esa obra le lleva a presentar una visión algo
parcial de la escritura [1956: 12]. Al italiano Luigi Schiaparelli, discípulo de Cesa-
re Paoli y Ludwig Traube, debemos la formulación de algunos conceptos y princi-
pios teóricos que están en la base de la investigación paleográfica más moderna,
24 Parte 1: Paleografía

especialmente los que señalan la importancia de las tendencias gráficas en la evo-


lución de la escritura, la teoría sobre el desarrollo espontáneo e intrínseco de las
formas gráficas o la idea de la escritura como un hecho global [Petrucci, 1988: 30].
En definitiva, las primeras décadas de nuestro siglo señalan un incuestionable
avance de muchos y variados aspectos de la materia paleográfica. Sin embargo,
todavía quedaba bastante camino por andar y numerosos problemas por resolver
antes de que la Paleografía llegara a convertirse en una verdadera ciencia autóno-
ma. En las siguientes décadas, a partir de los años cuarenta, nuevas corrientes his-
toriográficas tratarán el fenómeno de la escritura desde puntos de vista inéditos y
se producirá una importante evolución de la disciplina. Algunos de los autores cita-
dos contribuyeron a desarrollar estos cambios, pero la primera gran renovación
paleográfica de nuestro siglo fue protagonizada por la escuela hoy llamada franco-
belga. lean Mallon, principal exponente de la misma, otorgó a la Paleografía la
condición de ciencia autónoma y amplió su campo de acción al definida como cien-
cia de los objetos escritos considerados en todo el conjunto de sus caracteres con
independencia del material escriptorio empleado en aquéllos [Mallon, 1986]. Si
acaso, la principal objeción que se puede expresar a las tesis de Mallon, Marichal
y Perrat, los representantes de la susodicha escuela, sea, según Pratesi, la de haber
promovido «una reconstrucción cerrada en sí misma, independiente y ajena a las
influencias generales que Schiaparelli había indicado como las causas primeras del
devenir histórico de la escritura» [Pratesi, 1988: XVI].
La Paleografía, según se había practicado hasta entonces, básicamente era con-
sideraba un medio de lectura de escrituras difíciles e inusuales (paleografía de lectu-
ra) y un instrumento de peritación y análisis para la crítica histórica y textual (pale-
ografía de análisis). El primer nivel, el que había primado entre los estudiosos durante
largo tiempo, tenía, pues, un carácter eminentemente práctico, y su objetivo estaba
puesto en la lectura correcta de los textos. El segundo tenía como cometido deter-
minar las características de las distintas escrituras para establecer su identificación
y su clasificación, así como su adscripción cronológica y geográfica, y la natura-
leza del texto. Su trayectoria había respondido con suma precisión al qué, el cuán-
do, el dónde y el cómo de las escrituras, lo que permitió desarrollar una vasta serie
de conocimientos capaces de proporcionar una lectura crítica de los documentos,
datarlos y localizarlos y conocer las técnicas y los procedimientos de ejecución grá-
, fica. Sin embargo, había omitido el papel de la escritura en las distintas socieda-
des y la desigual distribución social de las competencias gráficas.
Aunque ya algunos autores de finales del siglo XIX y principios del XX intuye-
ron la relación existente entre la escritura y la sociedad, quien puso de manifiesto
de manera más clara este vínculo fue el italiano Giorgio Cencetti. Éste matizó los
planteamientos de Mallon y elaboró una teoría de la Paleografía como disciplina
autónoma, y no un mero auxilio de la Filología o de la Historia, cuyo cometido
habría de ser el proceso gráfico en su integridad; es decir, el estudio histórico de la
escritura en cuanto expresión cultural, cuyo ritmo y método se encuentra en la dis-
ciplina misma y no puede derivar de otras [Cencetti, 1948: 5; 1995: 27]. Más ade-
lante, Cencetti abundó en sus ideas y propuso que el objeto y fin de la Paleografía
Capítulo J: Paleografía e historia de la cultura escrita: del signo a lo escrito 25

era «no sólo interpretar exactamente los antiguos manuscritos, sino también datar-
los, localizarlos y, en general, sacar de su aspecto exterior todos los elementos úti-
les al estudio de su contenido y, en un plano más amplio, a la historia de la cultu-
ra en general» [1978: 7]. En consecuencia, según este autor, el campo de la
indagación paleográfica comprendería «el de las materias escriptorias y los instru-
mentos utilizados para escribir en las distintas épocas y lugares; el de la prepara-
ción del códice para recibir la escritura y el de las formas externas de éste; la his-
toria de la escritura alfabética (Paleografía en sentido estricto); el de los signos
accesorios de la escritura alfabética (puntuación, numerales, signos ortográficos y
críticos, etc.); el de las escrituras taquigráficas y braquigráficas y de las criptogra-
fías de la antigiiedad y del medioevo» [Cencetti, 1978: 7-8].
Como se ve, una teoría, al igual que la del propio Mallon, Luigi Schiaparelli o
Giulio Battelli, que definía con mayor amplitud el campo y los objetivos de la dis-
ciplina; pero cuya reconstrucción todavía no podía equiparse, en estricto sentido,
con una historia social de la escritura, entendida ésta como historia de la produc-
ción, difusión y recepción o apropiación de lo escrito, como historia de los pode-
res y funciones de la escritura, en fin, como historia de las prácticas sociales del
escribir y del leer.

1.3. La historia de la cultura escrita

Esa perspectiva, en la que cobra mayor sentido el diálogo -por supuesto abierto
también a otras ciencias- entre la Historia y la Paleografía, fue definitivamente fran-
queada por influencia de la metodología marxista practicada por ellingiiista francés
Marcel Cohen, el paleógrafo húngaro István Hajnal y el historiador polaco Alexan-
der Gieysztor [Cfr. Petrucci, 1989b: 48-50]. En sus elaboraciones asoma una nueva
consideración de la escritura, que, por ejemplo, Cohen sintetiza en la máxima que
rige su obra más importante y célebre, La grande invention de l' écriture: «El uso de
la escritura está en función de su utilidad en una sociedad dada» [1958: 1, 7]. Por su
parte, el húngaro Hajnallo expresó del modo siguiente [1959: 9]:

La escritura no es un factor aislado y único de progreso; desde su aparición puede


tener un desarrollo diferente en las diversas civilizaciones. Y por lo tanto no podemos
considerarla simplemente como un medio pasivo, accesorio, del que disponen las fuer-
zas del progreso cuando llega el momento de su utilización. La escritura, al igual que las
otras formas de civilización, es un medio nacido del conjunto de la sociedad: su porve-
nir depende del carácter sistemático de su penetración en la sociedad.

La nueva dimensión dada al estudio de la escritura fue decisiva en el alumbra-


miento de una forma distinta de entender la Paleografía, en la articulación de una
propuesta teórica y metodológica definida por la superación del método tradicio-
nal y los condicionamientos positivistas de éste, no sin antes afrontar las dudas y
objeciones planteadas por algunos paleógrafos de corte clásico. Así, Alessandro
Pratesi expresó sus prevenciones desde el ámbito de la Diplomática [Pratesi, 1973:
26 Parte J: Paleografía

452; 1992: 92] y, reconociendo lo estimulante de las teorías de Hajnal y Gieysztor,


dijo que en las mismas se pone hasta tal punto el acento sobre el aspecto social de
la escritura que se descuida la verificación sistemática de las posiciones asumidas
respecto a los datos reales ofrecidos por los documentos paleográficos, aparte de
la contradicción implícita en el terreno conceptual con el historicismo determinis-
ta de los franceses y el neoidealismo de Cencetti [Pratesi, 1988: 17]. Todo lo con-
trario de la postura sostenida por Armando Petrucci, quien aprecia en las investi-
gaciones de Hajnal verdaderas y propias anticipaciones en el desarrollo de una
historia de la escritura que privilegie el aspecto de las relaciones entre este instru-
mento comunicativo y la sociedad que lo emplea [Petrucci, 1979: 1,4].
Esta renovación se vio alentada y favorecida por los avances experimentados
por la ciencia histórica a lo largo del presente siglo y, especialmente, por los nue-
vos problemas que se formularon en una década tan agitada como la de los años
sesenta. Debe recordarse que fue entonces cuando cuajó la segunda generación de
Annales -creadora de nuevos temas de investigación (mentalidades, vida privada,
mujer, libro y lectura)- y tuvo su desarrollo la "Escuela británica marxista". En ese
contexto, la Paleografía, o ciertos paleógrafos, también exploró otras posibilidades
e insistió de forma más nítida en las relaciones establecidas históricamente entre
la escritura y la sociedad. Coincidiendo con esas transformaciones epistemológi-
cas de la historia y la emergencia de los estudios sobre alfabetismo y cultura escri-
ta (literacy), la escritura comienza a ser pensada y estudiada como algo más que
un sistema ordenado de signos gráficos. Se convierte así en una fuente histórica
por sí y en sí misma, de modo que estudiando su función, uso y difusión en cada
momento histórico, fuera posible alcanzar un conocimiento más integral del pasa-
do [Castillo Gómez, 1994: 136-141, 149-160; Sáez y Castillo, 1995: 189-196; Cas-
tillo, 1995: 265-269].
Como entonces dijo Petrucci, ya no bastaba con responder al qué, el cómo, el
cuándo y el dónde de la escritura, puesto que en este campo prácticamente se habí-
an alcanzado los mejores resultados, sino que era preciso ir más allá de esas pre-
guntas e interrogarse por todo lo concerniente a la función de la escritura y lo escri-
to -¿por qué se escribe?- y a la identidad de los escribientes -¿ quién escribe ?-.
En definitiva, la tendencia que nacía en ese momento significaba una «revolución»
del tradicional método paleográfico de corte erudito-positivista. No sólo porque se
empezaba a explicar la escritura contextualizada en su momento histórico, sino,
sobre todo, porque en vez de partir del estudio de las formas gráficas para luego
ponerlas en correspondencia con otras manifestaciones culturales, lo hacía de la
función que una determinada sociedad, compuesta necesariamente de alfabetiza-
dos y analfabetos, atribuye a las prácticas escritas, y del conocimiento del número
y la calidad de los escribientes, como pasos previos para analizar el contenido de
sus relaciones con las formas gráficas producidas en dicha sociedad [Petrucci, 1969:
157-158; 1992: 20].
El reto de la nueva Paleografía se puso en desentrañar la función y la difusión
s<>c::ia!:
de las prácticas escritas, y para ello hubo de «crear» nuevas fuentes de inves-
tigaéiQn. Dicho de otro modo, rescatar del olvido materiales marginados por la his-
Capítulo 1: Paleografía e historia de Ja cultura escrita: del signo a lo escrito 27

toriografía positivista y a los que no se les había reconocido el status de fuentes


históricas, como consecuencia de la tradicional mitificación de las materias escri-
torias más solemnes, vinculadas a las clases dirigentes de la sociedad, a fin de cuen-
tas casi los mismos que se venían dedicando a estos menesteres. Crece entonces el
interés por las escrituras usuales [Cencetti, 1948; 1995: 25-45] y los testimonios
escritos -más difíciles de encontrar por su mismo carácter perecedero- de las cla-
ses subalternas, marginadas y los grupos urbanos. Prueba de ello es el estudio de
Armando Petrucci sobre los grafito s de Condatomagos, testimonio de la escritura
usual romana en el siglo 1 [Petrucci, 1962].
La contribución paleográfica al estudio cualitativo de los testimonios escritos,
en una perspectiva al inicio concomitante con lmijnvestigaciones sobre alfabetis-
mo y cultura escrita, aunque rompe con el métodQ1radicional, no se puede consi-
derar una adulteración de los principios científicos de la disciplina. La aproxima-
ción a la historia social que implican los planteamientos de Petrucci, de evidente
ascendencia marxista, criticada por E. Cau y de forma más matizada por Pratesi,
no envilece la solidez científica de la Paleografía ni pervierte su trayectoria. Por el
contrario, según ha señalado Paola Supino Martini [1988: 71-72, n. 141-142], todas
sus propuestas miran al corazón mismo de la historia de la escritura latina, al pro-
ceso de su evolución gráfica; el quién y el porqué parten del análisis del cómo.
Dicho de otro modo, coincidimos con Gimeno Blay [1984: 53] en afirmar que
dichas competencias son también propias del quehacer paleográfico:

Nosotros pensamos que sí es competencia de esta ciencia, la Paleografía, el resolver


todos los problemas resultantes de la existencia y la utilización de la escritura en una
sociedad, porque desde su mismo nacimiento han sido su objeto de estudio las formas
gráficas; por lo tanto, no creemos que deba pasar su competencia a otras parcelas histó-
ricas, porque la Paleografía, como disciplina técnica, ha desarrollado ya un determinado
nivel de análisis y en consecuencia un aparato conceptual y categórico apto para la com-
prensión de la evolución de las formas gráficas.

La Paleografía deja de ser el estudio descontextualizado de los tipos de escri-


tura y pasa a definirse en virtud de la consideración del hecho escrito como un pro-
ducto sociocultural cuyo estudio e interpretación provee de un conocimiento más
rico del pasado y el presente. Esto lleva a interesarse por cualquier manifestación
escrita -documentos, libros, inscripciones, filacterias, grafito s, etc-, al margen de
la época histórica o del soporte material. La validez de su método, al principio, se
hace especialmente apreciable en las investigaciones sobre historia del alfabetis-
mo y de la alfabetización que se desarrollan en la etapa pre-estadística, antes de
que empezaran a generalizarse los censos nacionales. Las limitaciones que plantea
la cuantificación -demasiado centrada en la contabilidad de las firmas a partir de
series documentales que, a menudo, adolecen de falta de representatividad social
[Viñao, 1984: 161-179]- constituyeron terreno abonado para las nuevas interroga-
ciones paleográficas. Su aportación hacía hincapié en el aspecto cualitativo, que es
el más fino instrumento que dicha disciplina puede aportar al análisis de los pro-
cesos de alfabetización y al significado de las prácticas escritas, frente al alfabe-
28 Parte f.o Paleografía

tismo estadístico o burocrático, aquel que reduce la historia al blanco y negro, a la


oposición entre quienes sabían firmar y los incapaces de hacerlo [Bartoli, 1988·
1989 Y 1989; Petrucci, 1989a].
Se trataba de estudiar los testimonios escritos en su entorno social, tomando
como material de trabajo no las firmas, sino las escrituras personales autógrafas,
en cuanto éstas permiten un análisis de la cultura y educación gráfica de los escri·
bientes a partir de las pruebas materiales de la mayor o menor competencia gráfi-
ca. En vez de una gélida cuantificación de firmantes o una visión institucional de
la alfabetización, el estudio de esos testimonios escritos permitió investigar real-
mente cómo se escribía y relacionar los niveles de dominio de la escritura con la
condición socio-profesional,de las personas. Lejos de cualquier pretensión de uni-
versalidad, el objetivo era profundizar en las situaciones reales de la alfabetización
o la semialfabetización, descubrir en las huellas materiales el verdadero significa-
do de una historia escondida tras una maraña de porcentajes.
Al asumir esas carencias del alfabetismo estadístico, la Paleografía en su cami-
no hacia la historia de la alfabetización empezó a desarrollar una prospectiva de
análisis más volcada en la aproximación cualitativa al objeto de estudio. En esa
dirección se han planteado nuevos temas de investigación, a través de los cuales se
trata de conocer las funciones atribuidas política y socialmente a los productos
escritos: el prestigio social de los escribientes; el poder del escrito, ya sea el que
pertenece a los que poseen la capacidad de escribir y la ejercen o el que ostentan
sobre la escritura los aparatos políticos; los contextos de aprendizaje -desde la fami-
lia a la escuela- y los contenidos de la enseñanza de la escritura; la significación
social de los maestros de escritura; los procesos de intermediación gráfica y la rela-
ción con las actividades de escritura por parte de los analfabetos; el status social
de los alfabetizados; la necesidad social de aprender a escribir; o las prácticas con-
cretas del escrito, tanto en sus usos activos (escritura) como pasivos (lectura) [Cas·
tillo y Sáez, 1994; Castillo, 1995].
Unas y otras ópticas de análisis coinciden en la consideración de la cultura
escrita como un todo unitario, cuyo estudio debería afrontarse así y no parcelarse
en función de los materiales sobrt';J6$ que se han depositado históricamente los sig-
nos gráficos. Eso mismo obliga a qUe la Paleografía deba estar abierta constante-
mente a cuantas disciplinas se interesavJyJienen algo que decir en los estudios sobre
la interrelación sociedad-cultura escrita/sin que ello implique la marginación de
cuantas reflexiones se produzcan en el sentido de valorar la presencia y la inter·
vención de la comunicación oral e icónica.
La trayectoria historiográfica que hemos resumido en estas páginas nos sitúa
ante una realidad científica sustancialmente distinta y prometedora. La Paleogra-
fía, hasta no hace mucho alejada y separada de las corrientes historiográficas más
vivas, se introduce, de la mano de una metodología más abierta y receptiva, en el
camino de la compleja pero fértil renovación de la Historia y las ciencias sociales.
Trasciende su vieja connotación de ciencia de las escrituras antig~as sobre deter-
minados materiales (tablillas de cera, papiro, pergamino y papel) [Battelli, 1986:
3] para convertirse en una verdadera historia de la escritura, historia social de la
Capítulo 1: Paleografía e historia de la cultura escrita: del signo a lo escrito 29

escritura [Alfabetismo, 1978: 20, n. 21], historia social de los escribientes y lecto-
res [Bartoli, 1980-1981: 77] o, más recientemente, lo que se ha formulado como
historia social de las prácticas de producción y uso de la cultura escrita [Petrucci,
1993: 376]. Así fue definida en la presentación de la revista Scrittura e Civilta
(1978; n.o 1, p. 6), que, en su momento, se constituyó como el órgano de comuni-
cación de una renovada e interdisciplinar -dentro de ciertos límites- historia de la
escritura, contrapuesta a la orientación más analítica de Scriptorium.
Es decir, una forma distinta de entender la historia de la cultura escrita, que
conlleva, como también ha manifestado Petrucci, el paso de una visión estática a
otra dinámica, en la que ya no ~be una historia de la escritura (o Paleografía), sino
una historia del escribir, o, mejor, de las maneras de escribir; y por lo mismo, tie-
ne más sentido una historia de la producción y la difusión de los testimonios impre-
sos que una historia de la imprenta'(l'Ydellibro impreso); resultan más oportunas
una historia de los modos y maneras del leer e, incluso, una historia de las prácti-
cas literarias, que una historia de la literatura [Petrucci, 1993: 382].
En este punto, ya no se trata simplemente de analizar los testimonios escritos bajo
un prisma cualitativo, como se hacía en los primeros momentos del giro paleográfi-
co, sino que más bien comporta interpretarlos desde una perspectiva más amplia,
explicar el sentido de sus distintas concreciones materiales y formales; pero igual-
mente comprender y razonar las condiciones históricas que han gobernado los pro-
cesos de producción, consumo y conservación de la cultura y la memoria escrita.
Por lo tanto, supone transgredir la tradicional dicotomía entre ciencias de la
descripción y ciencias de la interpretación, lo mismo que McKenzie ha planteado
respecto a la bibliografía [1986]; es decir, superar la distinción entre los objetos y
las acciones y optar decididamente por una reconstrucción de las prácticas [Char-
tier, 1996]. En esas coordenadas es donde se acredita la utilidad y validez de los
conocimientos eruditos en el ámbito de la historia cultural [Chartier, 1992: 52],
donde la Paleografía, sin renunciar a su pasado, reorienta sus planteamientos meto-
dológicos y se proyecta al futuro, hasta el punto de poder ser, quizás más que nun-
ca, un campo abierto a las frescas y jóvenes fuerzas. Con estos términos califica-
ba Traube en 1907 sus impresiones sobre el porvenir de la Paleografía como historia
de la escritura [cfr. Bartoloni, 1952]. Tal vez hoy quepa recuperarlas y ponerlas en
el frontispicio de la etapa que vivimos.

1.4. Conclusión (por Ángel Riesco)

Dejando a un lado las discusiones y los puntos de vista, más teóricos que prác-
ticos, sobre concepto, método y categoría disciplinar de la Paleografía y Diplomá-
tica, suscitados en los últimos cincuenta años del siglo xx entre escuelas y estu-
diosos dedicados a profundizar en temas relacionados con la escritura, la actividad
escrituraria y los procesos de almacenamiento, información y comunicación y demás
facetas: sociales, culturales, antropológicas, históricas ..., aspectos difícilmente sepa-
rables del objeto y las funciones y valoración del saber científico paleográfico, se
30 Parte 1: Paleografía

hace necesario proporcionar al alumnado una definición en la que se destaquen cla-


ramente concepto, método y técnicas de la Paleografía en cuando disciplina uni-
versitaria integrada en la mayoría de los planes de estudio de las Facultades y Escue-
las Universitarias en las que se imparten enseñanzas relacionadas con las Ciencias
y Técnicas Historiográficas, Archivística, Biblioteconomía, Documentación y Bie-
nes Culturales. En la actualidad, por Paleografía se entiende: la disciplina científi-
ca de carácter teórico práctico, con campo, métodos y técnicas propias, que se ocu-
pa del conocimiento, interpretación y valoración global de la escritura y de los
testimonios escritos de todos los tiempos, en cuanto signo humano, testimonio y
manifestación socio-cultural con funciones concretas y, a su vez, reflejo dellen-
guaje hablado, fuente histórico-cultural y medio adecuado que, desde la antigtie-
dad, vienen utilizando el hombre y la sociedad para expresar, fijar y transmitir, a
lo largo de los siglos mediante caracteres gráficos, su situación, cultura, deseos,
conocimientos, historia, lenguas, gustos, aspiraciones, estado social, económico,
ambiental ... e, igualmente, sus actos sociales, jurídico-administrativos, políticos y
de interrelación, etc., cuyo estudio y análisis antropológico, crítico y cultural per-
miten no sólo la lectura e interpretación correctas de los textos y mensajes: manus-
critos, impresos audiovisuales o electrónicos, sino también su fijación crítica, su
valoración y función social, cultural y administrativa ..., en relación con sus auto-
res (escribientes), con la sociedad cambiante y los distintos grupos o estamentos
que la componen, ambiente, época, circunstancias, motivaciones, fines de utiliza-
ción, etc., de modo que el conocimiento y la aplicación de los principios que infor-
man dicha disciplina y saber contribuyan eficazmente a descubrir y localizar el ori-
gen, evoluCión, datación, identificación y atribución, tanto de la letra y contenido
textual como de su autor o autores, de sociedad, mentalidades, niveles y situacio-
nes: culturales, económico-sociales, ambientales y personales y, no menos, su valor
filológico, lingtiístico, histórico-social, político y jurídico-administrativo, siempre
en íntima conexión con la tarea común investigadora del resto de las ciencias, prin-
cipalmente de las historiográficas, filológicas, sociales,(jUfÍdico~administrativas,
informáticas y archivísticas.
Sólo conjugando la Paleografía de lectura, fijación e interpretación de textos y
piezas escritas (fuentes históricas, tanto librarias como documentales y testimo-
niales) con la Paleografía de análisis gráfico-estructural y de los elementos bási-
cos, accesorios y modificativos de las letras, signos y símbolos gráficos y, final-
mente, con el estudio de la historia, evolución, formas, tipologías, grado de difusión
y utilización de la escritura, sin olvidar los aspectos y funciones socio-culturales,
su significación, grado de alfabetización, usos activos y pasivos de la misma, etc.,
podrá llegar a descubrirse o, al menos, a vislumbrar la historia, valor social y ver-
dadero significado de la escritura, actualmente considerada como superpista de la
interrelación y red de redes de la información, en cuyo substrato conviven de for-
ma armoniosa ideas, imágenes y palabras o sonidos y, bajo ellas, reflejos de situa-
.dones, tendencias, actos, socio-culturales y jurídico-administrativos de la vida
humana y, en definitiva, parte esencial de la Historia en sentido más amplio.
Capítulo 1: Paleografía e historia de la cultura escrita: del signo a lo escrito 31

Paleografía

estudia

evolución modos de
técnicas productos
de la producción
escritura escritos pueden se
escritura del escrito

libros
para saber documentos oficiales
inscripciones
grafitos
escritos privados

qué está implica


implicaimplica
implica
escrito I

implica

crea crea crea

Paleografía HISTORIA SOCIAL DE LA


de lectura Paleografía de análisis
CULTURA ESCRITA

son es

disciplinas auxiliares

de

Historia, Filología, Codicología, Diplomática, etc.

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