3 Promesas de Dios para Todos Los Que Creen en Él

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2 Corintios 1:3-7.

3 promesas de Dios

I.- CON LA PROMESA DE DESCANSO.

Cuando acudimos a Cristo, hay una promesa de descanso que nos consuela. La promesa expresada
en una bienaventuranza, dice: “¡Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren
en el Señor! Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus arduos trabajos” (Apocalipsis 14:13).
Nuestros seres queridos que creyeron en Jesucristo, y que se mantuvieron fieles a él hasta el
último momento de sus vidas, reciben este descanso no solamente es de trabajos, sino de
aflicciones, problemas, pecados. Ya no tendrán más estas experiencias que estando en vida no
fueron nada fáciles. Esto nos consuela porque Jesucristo “el Señor”, según sus propias palabras, él
es quien evita que el creyente vaya “… al fuego que no puede ser apagado, / donde el gusano de
ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:43b-44). Allí es donde van los que no creen
en Jesucristo. Allí sí que no hay descanso. Pero los que creen en Cristo van al descanso eterno,
nada menos que en la presencia celestial de Dios.

II.- CON LA PROMESA DE RESURRECCIÓN.

Creo que a ningún ser humano nos gustaría morir. Nos gustaría vivir para siempre. Incluso,
quienes voluntariamente recurren al suicidio, muy en el fondo, si no fuera por su impotencia e
incapacidad de procurar la solución de sus problemas, en realidad anhelan vivir lo más que se
pueda disfrutando las bondades de la vida. Pero, como la muerte natural o accidental es
inevitable, Dios tiene un consuelo para satisfacer nuestro anhelo de vivir para siempre, y de tener
siempre con vida a nuestros seres queridos.

Cuando Jesús visitó a las hermanas de su amigo Lázaro que ya había fallecido, él le dijo
especialmente a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá. / Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. …” (Juan 11:25, 26a). El
apóstol Pablo, también a los Corintios, a quienes les estaba diciendo que Dios es DIOS DE TODA
CONSOLACIÓN, / el cual NOS CONSUELA EN TODAS NUESTRAS TRIBULACIONES”, y
que “ABUNDA TAMBIÉN por el mismo Cristo NUESTRA CONSOLACIÓN” (cf. 2 Corintios 1:3-5),
también les había explicado en una epístola anterior que: “en un momento, en un abrir y cerrar
de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, …” (1 Corintios 15:52b). Esto es consuelo para nosotros, porque sabemos que
nuestro ser querido que murió siendo creyente en Jesucristo, no está perdido en el olvido o en la
aniquilación, pues, aunque su alma ya vive en el cielo con Dios, un día su cuerpo resucitará
recuperando su alma para ser hecho perfecto una vez para siempre.

III.- CON LA PROMESA DE RECOMPENSAS.

El Señor da buenas recompensas en esta vida presente a quienes creemos en él. Jesús durante su
ministerio terrenal anunció a las gentes diciéndoles: “yo he venido para que tengan vida, y para
que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Vida abundante, es una recompensa presente para
los que creen en Jesús. Vale la pena creer en él. Aquellos que no han creído y recibido a Jesucristo
como salvador personal deben abrir su mente y su corazón creyendo en él para tener esa vida
abundante, o sea, una vida que disfruta al máximo las bendiciones de Dios. Pero, esto no es toda
la recompensa para el presente, pues el apóstol Juan en su primera epístola dice: “Amados, ahora
somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2a). Esto es otro beneficio presente.

Pero a la afirmación de que “ahora somos hijos de Dios”, san Juan añade otra afirmación que
tiene que ver con la eternidad, de la cual dice: “y aún no se ha manifestado lo que hemos de
ser” (1 Juan 3:2b). Es decir, hay algo reservado para después de nuestro encuentro eterno con
Dios. Será algo sorprendente que solamente sabremos de qué se trata cuando ya estemos allá.
Pero, nuestro ser querido que ya se nos adelantó, ya se ha llevado la mejor sorpresa de su vida.

Allí hay moradas celestiales y eternas (cf. Juan 14:2). Allí veremos a los profetas, a los salmistas, a
los poetas, a los apóstoles y, hasta a Jesús mismo que es lo más relevante del cielo. Los redimidos
de todas las edades van a estar allí. Las huestes angelicales, millones de ellas, nos esperan en el
cielo. Pero, también veremos a nuestros seres queridos ¡Qué recompensa más consoladora! Por
eso nos consuela saber que nuestro ser querido ha partido para descubrir y recibir como propias,
las bendiciones eternas de Dios, preparadas solo para los que creen y sirven a Jesucristo estando
aquí en la tierra.

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