De La Quietud A La Felicidad La Villa de

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DE LA QUIETUD A LA FELICIDAD.

LA VILLA DE MEDELLIN
Y LOS PROCURADORES DEL CABILDO ENTRE 1675 Y 1785

POR

LUIS MIGUEL CORDOBA OCHOA

TESIS PARA OPTAR AL MAGISTER DE HISTORIA DE COLOMBIA

DIRECTOR

ROBERTO LUIS JARAMILLO VELASQUEZ

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
MEDELLIN

1996
Deseo dedicar este trabajo a la memoria de mis abuelos
Fidel Ochoa y Maruja Posada de Ochoa

1
INDICE

INTRODUCCION 4

LA VILLA, LA HORA DE LAS ANIMAS Y LOS AVILANTADOS 9

EN PRO DEL BIEN COMUN 29

SERVIR SIN DESOLAR 58

LOS TEMBLORES Y LA MUCHEDUMBRE DEL GENTIO 91

LA FELICIDAD Y EL TORMENTO 123

EPILOGO 189

BIBLIOGRAFIA 191

2
Agradecimientos

Esta tesis, en la que, como es habitual, hubo más de tormento que de felicidad, se
pudo elaborar gracias al estimulo de familiares y amigos. En el aspecto académico
debo expresar mi enorme gratitud con el director de tesis, el profesor Roberto Luis
Jaramillo Velásquez. Su paciencia con este trabajo y sus acertadas orientaciones y
precisiones fueron invaluables, si bien no acepté todas sus recomendaciones. Mi
interés por la vida de los cabildos coloniales en Hispanoamérica se originó en las
conversaciones que tuve con el profesor Pablo Rodríguez, quien en forma continua y
generosa me ha llamado la atención sobre las nuevas tendencias de la historia social
colonial. Una Cronología sobre el papel del Cabildo de Medellín en la colonia, que
sirvió de base a la tesis, fue posible gracias al interés del arquitecto Luis Fernando
Arbelaez, en momentos en que era el presidente de la Comisión Asesora para la
Cultura del Concejo de Medellín. A mi colega, el profesor Rodrigo Campuzano, debo
sus aclaraciones sobre el papel de la Real Hacienda en la vida colonial. Por último
deseo agradecer el apoyo de mi familia.

3
INTRODUCCION

Vivir en quietud, cuidar el aumento y la conservación, hacer justicia protegiendo

viudas, huérfanos y pobres, procurar el bien común, controlar los avilantados,

exterminar la polilla de las repúblicas, buscar el ornato y hacer cumplir las leyes para

darle felicidad a los pueblos fueron algunas de las expresiones con las que se

identificaron los cambiantes ideales políticos de las autoridades locales del mundo

hispanoamericano durante los siglos XVII y XVIII. Estas expresiones no podían dejar

de ser contradictorias pues provenían de Austrias y Borbones, dos dinastías con

propósitos políticos diferentes. Aún en los rincones más remotos del imperio los

miembros de los cabildos municipales usaban los mismos conceptos y fórmulas

retóricas. Las villas y ciudades coloniales, casi que inmersas en el mundo rural del

cual dependían, enfrentaban problemas muy similares; por su tamaño México y Lima

eran ciudades excepcionales, pero en las actas de sus cabildos no encontramos el

testimonio de una cultura política por completo diferente a la que poseían los

capitulares de Asunción o de la villa de Medellín.

Los procesos por los cuales eran relegadas al olvido algunas de estas expresiones y

otras comenzaban a gozar de una rápida difusión y uso no son bien conocidos. Si en

el siglo XVII era muy frecuente que se postulara como uno de los fines inmediatos

de los cabildos la paz y la quietud del vecindario a su cuidado, aunque ello significara

ignorar algunas leyes, al terminar el siglo XVIII se puso en acción un discurso que, en

correspondencia con la ilustración en Europa, dejaba en manos de los gobernantes la

responsabilidad de darle la felicidad a los pueblos, lo que sólo parecía ser posible si

estos eran obedientes. Sin embargo, algunos de los viejos ideales que identificaban
formalmente a la Corona desde los tiempos de Alfonso X no dejaron de ser

4
invocados por los vecinos en aquellas circunstancias en las que los nuevos

funcionarios borbónicos introducían prácticas que eran consideradas tiránicas. En

otras oportunidades, los cabildos conservaban por décadas el tono de fatalismo propio

de años en los que sus poblaciones sí estaban verdaderamente amenazadas por la falta

de recursos o por continuas epidemias. Presentarse ante los gobernadores, las

Audiencias y los virreyes como villas o ciudades a punto de desaparecer para

demandar alguna merced especial fue un recurso afortunado. Aún hoy las actas

capitulares de aires lastimeros inducen a engaño. Alcaldes ordinarios y regidores que

año tras año llevaban más oro a fundir e introducían cantidades crecientes de

mercancías o que se vinculaban a los mercados europeos al exportar productos como

el cacao, no tenían empacho en reproducir textualmente las frases usadas por sus

abuelos cuando afirmaban que sus ciudades estaban en los últimos términos de su

acabamiento, desolación y ruina.

Registrar el cambio en la forma como se interpretaban y se trataban de solucionar los

problemas de una población colonial nos conduce al terreno de la práctica política

cotidiana que en muchas ocasiones estaba muy alejada de los objetivos propuestos

por la Corona. Los vecinos con un conocimiento menudo de las villas y ciudades, de

las alianzas familiares, de las redes de fiadores, de las rivalidades que por asuntos de

honor y de fortuna enfrentaban grupos de familias, de las necesidades más inmediatas


del vecindario pobre, sensibles al grado de tolerancia de estos últimos sectores en

cuanto se les amenazaba con mermarles sus recursos, atentos al momento en que era

conveniente acudir al tipo de conmiseración real que ofrecían las Siete Partidas, o

conscientes del poder del clero, estaban más preparados para formar parte de los

cabildos; a las anteriores características debían añadir una posición social y

5
económica especial. Quienes reunían este conocimiento local y cierta familiaridad

con la legislación indiana eran vecinos que con muchas posibilidades podían

desempeñar el oficio de procuradores del cabildo. Desde este cargo debían procurar la

protección de los intereses de su localidad, y prever aquellas situaciones que podían

originar conflictos entre el vecindario.

Las peticiones que regularmente dejaban estos funcionarios de elección anual son

testimonios de gran valor y utilidad para conocer cuales eran las características de la

cultura política de los grupos que controlaban el poder local en los territorios

americanos. El presente trabajo se elaboró con base en dicha documentación. Para

ello fueron revisadas las actas capitulares y las peticiones de los procuradores de la

villa de Medellín desde su erección, en 1675, hasta 1785. Por el tipo de información

revisada y por la orientación de la investigación, el trabajo se ocupa más de los

aspectos políticos que de los económicos, aunque se ha tenido presente que la

situación económica particular de la provincia de Antioquia y la dependencia de la

producción minera afectaban en forma notoria la percepción de los vecinos acerca del

provenir de la villa. Una de las principales limitaciones del trabajo es la falta de

información acerca de la forma en que el vecindario que no tenía vínculos directos

con el cabildo percibía el manejo de los asuntos de la villa. Ocasionalmente se

encuentran algunas referencias en cartas dirigidas al cabildo por dichos vecinos. En


ellas criticaban alguna decisión tomada por este y de paso exponían otros puntos de

vista sobre el gobierno local o sus ideas sobre el sentido de la justicia.

Los cinco capítulos del trabajo se refieren a los siguientes temas: en el primero, La

villa, la hora de las ánimas y los avilantados, hay una presentación general sobre las

6
condiciones de creación de Medellín y sobre la manera en que estas condiciones

incidieron en su posterior gobierno; en el segundo, En pro del bien común, se

describe el oficio del síndico procurador general en las poblaciones americanas y

mediante algunos ejemplos se indican los procedimientos más comunes en que ellos

ejercían su oficio en la villa; el tercero, Servir sin desolar, trata sobre la importancia

que tuvo en los primeros años de existencia de Medellín un ideal político propio de

los Austrias, según el cual las autoridades de cada municipio debían procurar el

aumento y la conservación de estos y evitar que se despoblaran. En esa forma

servirían apropiadamente a la Corona; en Los temblores y la muchedumbre del

gentío, me ocupo de las circunstancias que enmarcaron una fuerte tendencia por parte

de los capitulares a considerar que la crisis económica que afectó la villa en las

primeras décadas del siglo XVIII era el resultado de la excesiva benignidad con el

común y de la falta de castigo con los delincuentes; en el último, La felicidad y el

tormento, me refiero a la forma en que a partir de la década de 1760 en el cabildo

comienza a imponerse una nueva concepción del gobierno de la villa en momentos en

que se reactivan el comercio y la minería en la provincia. Un destacado papel en esta

nueva actitud del cabildo fue desempeñado por un grupo de comerciantes y mineros

peninsulares que tras pasar varios años dedicados a esas actividades lograron llegar al

cabildo, bien comprando los cargos de regidores o siendo elegidos para las alcaldías y

la procuraduría. Una vez allí, con la colaboración de los otros capitulares criollos, con
los que tenían vínculos económicos y familiares, señalaron la necesidad de sacar a la

villa del desorden y desgobierno al que había llegado durante los años cuarenta y

cincuenta. Así, cuando a la Provincia llegaron el gobernador Francisco Silvestre y el

visitador Juan Antonio Mon y Velarde, encontraron, si no un apoyo irrestricto a las

7
reformas que planteaban, sí un ambiente favorable a muchas de ellas entre los vecinos

que controlaban el cabildo de Medellín.

La modificación en la cultura política de la villa no fue un proceso libre de

contradicciones. Vecinos de todas las calidades encontraban una u otra razón para

resistir los cambios. Venteras, pulperos, artesanos, mazamorreros y simples vagos

expresaron su descontento por las medidas de control que se les comenzaron a aplicar

en las décadas de 1770 y 1780. De otro lado, no todos los vecinos principales estaban

dispuestos a involucrarse de lleno en las actividades encaminadas a darle un mayor

ornato a la villa, pues ello significaba descuidar las minas y el comercio.

8
LA VILLA, LA HORA DE LAS ANIMAS Y LOS AVILANTADOS

La villa de Medellín de los siglos XVII y XVIII, con pocas calles, y sólo algunas

empedradas; con una iglesia parroquial que amenazaba ruina; sin arquitectura

destacada; frecuentemente anegada por el río y puesta en vilo por las crecientes de la

quebrada; con casas de techos pajizos expuestos al fuego; invadida por los cerdos;

con perros, que, para ira de los cosecheros, se comían el maíz tierno; con esclavos

que robaban en semana para vender en domingos; en fin, con los caminos reales

ocupados por ranchos y cultivos ofrecía la imagen de un pequeño mundo que estaba

muy distante, en todos los aspectos, de la riqueza de México, Lima o La Habana, y

aún de Santafé. Pese a ello, el estudio de sus estructuras políticas, de su lento

crecimiento urbano, de los márgenes de permisividad que se establecieron entre las

autoridades y el común, de los conflictos de jurisdicción con la cabeza de la

gobernación, de sus condiciones sanitarias o del ambiente que rodeaba las

festividades patronales puede ser tan útil para acercarnos a la comprensión del mundo

colonial como lo son los estudios sobre las capitales virreinales.

Aunque recientemente se han publicado investigaciones esclarecedoras sobre la Villa

de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, seguimos teniendo muchos vacíos

acerca de su historia económica, social o política. Su siglo XIX está en espera de

exhaustivos trabajos por cuanto el valioso Archivo del Cabildo apenas se ha tocado.

Contamos con trabajos parciales sobre sus élites de mineros o comerciantes pero

9
poco conocemos de los ritmos de vida, de las costumbres, de la economía menuda o

de las tensiones sociales en el período republicano. 1

En menor escala que en los centros virreinales Medellín fue afectada por las

transformaciones que la Corona llevó a cabo como parte de la reorganización

promovida por los Borbones. Desde mediados del siglo XVIII es perceptible el

esfuerzo de los funcionarios de la Corona para impulsar el progreso en la agricultura,

la ganadería, la minería y en el reordenamiento en la vida urbana. Especialmente a

partir del mandato del gobernador José Barón de Chávez el control que este ejerció

sobre el cabildo de Medellín, por medio de los tenientes de Gobernador, y de

Oficiales Reales, permitió elevar los recaudos de la Real Hacienda en la villa. A

partir de esos años, la activa presencia de pequeños grupos de peninsulares en el

cabildo también acicateó la ejecución de algunas obras promovidas por este y

costeadas por la población. Las principales fueron la iglesia parroquial y la casa del

cabildo. Otras, como la apertura de calles, que había sido ordenada en los Autos de

Buen Gobierno promulgados por Barón de Chávez desde los últimos años cincuenta,

sólo se realizaron terminando el s. XVIII. Año tras año, y pese a las enconadas

protestas de algunos de los procuradores, los capitulares se las arreglaron para

desconocer la voluntad del Gobernador.

Sin duda, Barón de Chávez marcó un hito en la administración de Antioquia y,

particularmente, en la villa de Medellín, aunque hasta el momento ha recibido poca

1
TWINAM, Ann. Mineros, Comerciantes y Labradores: las raíces del espíritu empresarial en
Antioquia, 1763-1810. Medellín, FAES, 1985; RODRIGUEZ, Pablo. Cabildo y Vida Urbana en
el Medellín Colonial, 1675-1830. Medellín, Universidad de Antioquia, 1992; BENITEZ, José
Antonio. Carnero de Medellín. Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo. Ediciones
Autores Antioqueños, Vol. 40. Medellín, 1988; JARAMILLO, Roberto Luis y PERFETTI, Verónica.
Cartografía Urbana de Medellín, 1790-1950. Concejo de Medellín, Medellín, 1993.

10
atención de los historiadores. Ello se debe a que en las décadas de 1770 y 1780

estuvieron en Antioquia los dos funcionarios en los que se recogían en forma más

acabada las características que Carlos III esperaba de sus administradores en las

Indias: hombres pragmáticos, capaces de tomar decisiones sobre el terreno y de

hacerlas cumplir, ilustrados, observadores agudos y finos en el detalle, leales a la

Corona y atentos a las posibilidades de aprovechar nuevas fuentes de riqueza de tal

forma que se beneficiaran sectores que estaban casi obligados a vivir y a morir en la

pobreza. Ellos fueron el gobernador don Francisco Silvestre y el Oidor y Visitador

don Antonio Mon y Velarde.2 La labor que ambos desarrollaron y el reconocimiento

que adquirió Mon y Velarde en el cabildo, han dejado un poco en la sombra la

importante obra de Barón de Chávez y del gobernador don Cayetano Buelta

Lorenzana. Sin embargo, como bien lo advirtió Ann Twinam, cuando ambos llegaron

a la provincia de Antioquia ya había comenzado una sensible recuperación en la

producción de oro por la activa explotación de las zonas mineras del valle de los Osos

y de Rionegro. Los mazamorreros que lo explotaban pudieron disponer cada vez de

más recursos para comprar las mercancías que se traían desde Honda, Cartagena,

Cali, Popayán o Quito. Pese a lo poco confiables que pueden ser las series elaboradas

a partir de los Libros de la Real Hacienda para cuantificar el oro fundido o el valor de

las mercancías manifestadas por los comerciantes, -por la relativa facilidad que tenían

mineros y comerciantes para burlar a los Oficiales Reales-, sí son útiles para detectar

tendencias globales de aumento o disminución en la producción de oro y en la

importación de mercancías. La recuperación económica de la Provincia comenzó

2
Para estudiar a Mon y Velarde ver: ROBLEDO, Emilio. Bosquejo Biográfico del señor oidor Juan
Antonio Mon y Velarde, Visitador de Antioquia, 1785-1788. 2t., Banco de la República, Bogotá, 1954.
Sobre el gobernador Silvestre ver: SILVESTRE, Francisco. Relación de la Provincia de Antioquia.
Transcripción , introducción y notas por D.J. Robinson. Medellín, SEDUCA, 1988; SILVESTRE,
Francisco. "Relación del gobierno y estado de Antioquia cuando la entregó a don Cayetano Buelta
Lorenzana". EN: Anales de Instrución pública de Colombia. Bogotá,Tomo IV, No. 18, 1882.

11
desde mediados del s. XVIII, dos décadas antes del arribo de Silvestre y de Mon. La

gestión de ambos funcionarios pudo tener eficacia porque había un ambiente

favorable a algunos de los cambios que proponían y, en el caso de Medellín, -aunque

presumiblemente en la ciudad de Antioquia también-, las propuestas acerca del

ordenamiento urbano y de la vida en civilidad fueron aceptadas de buen grado por un

conjunto de mineros y comerciantes, criollos y peninsulares, que animados por las

nuevas condiciones económicas deseaban sacar a la villa del estado de abandono

físico en el que la habían sumido los difíciles años de la primera mitad del s. XVIII. 3

El contraste entre los años de las reformas borbónicas con las tres o cuatro primeras

décadas del s. XVIII fue notable. Una vez desapareció el entusiasmo que acompañó

la conversión del sitio de Aná en villa de la Candelaria de Medellín, esta se arrastró

por años en un estado de lobreguez. Aunque el valle de Aburrá continuaba atrayendo

pobladores de las antiguas zonas mineras y de la vieja capital, sus vecinos temieron

que la villa sufriera la misma desgracia de la ciudad de Antioquia, y de la cual se

llegó a creer desaparecería en los últimos años del s. XVII.

En el caso de una villa como Medellín los conflictos y los espacios en que estos se

dirimían, involucraban generalmente al cabildo. En él, a falta de más posibilidades

para alcanzar distinción, excepto las que dejaban las inversiones en minas, comercio

o agricultura -que conllevaban no pocos riesgos- decenas de americanos y

peninsulares esperaban, al servir a la república, alcanzar el lustre y la preeminencia

que tan caros eran en el medio colonial.

3
RESTREPO, Vicente. Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia. Medellín, FAES,
1979; WEST, Robert. La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial. Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia, 1972.

12
Las funciones de los cabildos coloniales han sido examinadas en diversos trabajos,

mas se debe enfatizar la variedad de asuntos sobre los cuales los capitulares tenían

que tomar decisiones en las que gozaban de franca autonomía en relación con los

gobernadores o con la Real Audiencia. Por mucho que se insista en el carácter

centralista de la administración colonial, aún si se tiene en cuenta el vasto programa

de racionalización y fiscalización de la gestión pública en la segunda mitad del

XVIII, la lectura de las actas de los cabildos proporciona, en algunos casos,

argumentos para ilustrar la temprana capacidad de maniobra desarrollada por los

capitulares para manejar con independencia problemas urbanos con tal éxito que en

ocasiones, -valioso legado de los peruleros-, las Cédulas Reales fueron letra muerta

pues nunca faltaron motivos para defender el fuero del cabildo frente a decisiones

inconsultas tomadas por funcionarios que no conocían el país. Así, por ejemplo, los

cabildos controlaban la utilización de las tierras ejidales; se ocupaban del

ordenamiento urbano al hacer trazar calles, construir puentes, sacar acequias, tapiar

solares, levantar fuentes, encauzar ríos y quebradas y secar pantanos; buscaron

garantizar el abasto de alimentos al fijar el precio de la carne y de los granos,

mantener francos los caminos que comunicaban las villas y ciudades con sus zonas de

cultivo, minas y ganado o al entregar con bajos cánones solares de cultivo a sujetos

menesterosos en los ejidos.4 También la moralidad fue ámbito de los cabildos pues a

ellos tocaba velar para evitar escándalos públicos, especialmente en las fiestas

patronales, y contener a vagos y ociosos para que con sus vidas desenfadadas y

sueltas no dieran pábulo a la murmuración. 5

4
Un ejemplo de la importancia de los ejidos públicos puede verse en: WALDRON, Kathy. "Public
Land Policy and Use in Colonial Caracas." Hispanic American Historical Review. Duke University
Press, 61(2), 1981.
5
Sobre el papel de los cabildos en el ordenamiento urbano, véase, por ejemplo: FERNANDEZ
ALONSO, Serena, "Iniciativas renovadoras en los cabildos peruanos." EN: Revista de Indias.
Madrid, vol. LI, núm. 193.

13
Los cabildos coloniales estaban formados por miembros de elección anual, como

alcaldes ordinarios, alcaldes de la Hermandad y procuradores, y por otros de carácter

vitalicio en virtud de la compra de oficios, -como fue el caso de los regidores-. Estos

ayuntamientos reunían grupos relativamente cerrados de hacendados, mineros y

comerciantes, relacionados entre sí por vínculos familiares o de negocios.

Debe hacerse notar que en los años posteriores a la creación de la villa, en las actas de

cabildo se discriminaba entre mestizos, zambos y mulatos, repitiendo los términos

que usó la Reina doña María Ana de Austria en la Real Cédula de erección de

Medellín, cuando se referían a la población que vivía en los arrabales. Pero luego, al

avanzar el s. XVIII, el cabildo usaba preferiblemente el genérico término de el

común para referirse o bien a la totalidad de las personas que habitaban en la

jurisdicción de la villa, o a los sectores más pobres de la misma. Ello habla de un

proceso de mestizaje que dio al traste con la pretensión de los fundadores de la villa

para deslindar las zonas ocupadas por los blancos de los que no lo eran.6 Mas adelante

veremos las dificultades del cabildo para encontrar expresiones adecuadas con las

cuales referirse a esos vecinos. Al comenzar la década de 1780, con todos los temores

que desató la rebelión de los Comuneros y una oleada de rumores acerca de un plan

de los esclavos de la provincia para matar a todos los blancos, el escribano de cabildo

terminó por usar indistintamente los términos la plebe y el común.

Como las ciudades y villas coloniales estaban involucradas de continuo en disputas

sobre jurisdicciones o sobre el manejo de rentas, los respectivos cabildantes

6
Ver, por ejemplo, la petición del procurador Marcos López de Restrepo al cabildo el 2 de enero de
1676. A.C.M. t. 1, f. 66.

14
promovían obras como las iglesias parroquiales o casas de cabildo y cárcel, que si

bien podían dejar exangües las arcas locales, constituían testimonios tangibles del

brillo y ornato al que aspiraban poblaciones enfrentadas por privilegios económicos,

políticos, educativos o religiosos.

Diferentes estudios han ilustrado el carácter relativamente cerrado de los Cabildos de

Indias aunque ello no impidiese que accedieran nuevos grupos o familias respaldadas

por su favorable ventura en el comercio, la minería o la agricultura. 7 En condiciones

en las que pocas fortunas eran seguras, los patriciados urbanos estaban prestos a

acoger en su seno, por medio de las uniones familiares o vínculos económicos, a

individuos deseosos de extender sus éxitos a la política. Pero sería una simpleza

reducir a causas económicas la pertenencia, o no, al grupo de familias que controlaba

el cabildo, pues consideraciones de otra índole fueron igualmente determinantes.

En el caso del cabildo de Medellín unas cuantas familias controlaron el manejo de la

villa, al ocupar en forma sucesiva sus diferentes miembros los cargos de alcaldes

ordinarios, de procuradores o cualesquiera de las otras dignidades. El estudio de sus

decisiones como cuerpo pone en evidencia una grande laxitud y permisión con el

común. El principio de la conmiseración real permeaba las actitudes de los

capitulares que, como representantes del Rey y padres de la República, en repetidas

ocasiones preferían dejar sin cumplimiento las mismas Cédulas Reales, Provisiones o

7
COLMENARES, Germán. Cali: Terratenientes, Mineros y Comerciantes. S. XVIII. Cali,
Universidad del Valle, 1976; FLORES GALINDO, Alberto. Aristocracia y Plebe. Lima, 1760-1830.
Ed. Mosca Azul, Lima, 1984; LOCKHART, James. "Organización y Cambio social en la América
Española". En Historia de América Latina. Universidad de Cambridge. Ed. Crítica, Barcelona,1990.
t.4, pp. 63-108; MORSE, Richard. "El desarrollo Urbano de la Hispanoamérica Colonial". En
Historia de América Latina. Universidad de Cambridge. Ed. Crítica, Barcelona, 1990. T.3, pp. 15-48;
RODRIGUEZ JIMENEZ, Pablo. Op. Cit; TWINAM, Ann. Op. Cit.

15
Autos de Buen Gobierno, pues de hacerlo afectarían a personas necesitadas como

pobres, viudas y huérfanos. Ello no debe llamar a engaño, pues las concesiones que

el cabildo hacía no estaban directamente relacionadas con las bases del poder de sus

miembros. Con todo, las reuniones del cabildo eran los espacios adecuados para que

saliesen a la luz las posiciones diversas que defendían respectivamente la Corona, -

cuando a las mismas asistía el Gobernador o su teniente-, los capitulares -entre los

que podían surgir múltiples divergencias-, y los procuradores de la villa.

A estos últimos correspondía la difícil tarea de velar para que en su localidad se

cumplieran las leyes y, al mismo tiempo, de defender los intereses del común. Por

ello se explican los cambios de actitud en este grupo de funcionarios coloniales en

relación con el acatamiento a las leyes y con la flexibilidad que se debería llevar con

los grupos a los que, al tomar sus cargos, juraban amparar. En otras palabras, la

teoría política que sustentaba el poder real contenía en sí la posibilidad de no aplicar

las leyes si de su acatamiento resultaba evidente perjuicio de la república. Como

había sido previsto en la Recopilación de leyes de Indias, desde los virreyes hasta los

alcaldes harían ejecutar las leyes, "salvo siendo, el negocio de calidad, que de su

cumplimiento se seguiría escándalo conocido o daño irreparable..."8

Lo anterior explicaría, en parte, el que a lo largo y ancho de los reinos de Indias los

pobres de solemnidad acudieran a los cabildos, amparados en la afirmación de su

propia desprotección y en el ideal de la magnanimidad real para solicitar el

aplazamiento indefinido, a veces, de la legislación que podría afectarlos. Tal fue el

caso, por ejemplo, de la repetida inobservancia de los Autos de Buen Gobierno por

5
Recopilación de las leyes de los Reynos de Indias. Ley XXIII, título I, libro II. Consejo de la
Hispanidad, Madrid, 1943.

16
los cuales el Cabildo de Medellín ordenaba, año por año, década por década, que se

dejaran libres de cultivos los caminos reales que se desprendían de la villa, puesto que

los pobres los estrechaban con sus siembras.

Situaciones como las anteriores llevan a plantear preguntas que necesitan nuevos

trabajos. Tal vez la más importante tiene que ver con el tipo de procesos que, en una

sociedad de mayoría analfabeta, hacían posible que amplios sectores pudieran llegar a

dominar la lógica interna que escindía a los funcionarios de la administración colonial

entre el obedecimiento, o no, de las leyes. Pese al reducido número de alfabetas, ¿se

puede pensar que el grueso de la población era consciente de sus posibilidades de

acción o de resistencia en medio de la maraña de la legislación colonial? Si ello fue

así, ¿cómo explicar tal grado de cultura política? Y, ¿de qué forma afectó la nueva

estructura política republicana esta capacidad, desarrollada por tales sectores, para

reproducirse económica, social y culturalmente cuándo se pretendió fundar un nuevo

tipo de racionalidad política? 9

Las obligaciones propias de los procuradores como las de exigir el obedecimiento de

las leyes, velar por la protección de los derechos de la villa o ciudad que

representaban, proponer ante el cabildo medidas orientadas a garantizar el

adelantamiento urbano y demandar de los otros capitulares la protección de los más

humildes, los llevaron a asumir actitudes ambiguas pues pocas veces lo que era

conveniente para la Corona beneficiaba a la villa o al común. Fue esta tensión entre

diversas fuerzas la que otorgó interés a la figura de los procuradores, especialmente si

se hace un seguimiento de las posiciones que asumían frente a los problemas de la


9
Con relación al debatido tema del impacto de las reformas borbónicas y la ruptura de una
constitución no escrita entre la Corona y el pueblo, ver: PHELAN, John L. El pueblo y el rey: La
revolución Comunera en Colombia, 1781. Bogotá, Carlos Valencia, 1980.

17
villa. Ello, en el caso de Medellín, es posible, pues ha quedado el registro escrito de

las peticiones que los procuradores llevaban ante el cabildo así como de las respuestas

que se daban a dichas solicitudes. Conociendo la minuciosidad con la que se

registraban los variados asuntos que pasaban por manos del cabildo es de suponerse

que el silencio que guardan las actas de las reuniones de los capitulares sobre la

gestión de algunos procuradores puede ser atribuido al bajo perfil de estos

funcionarios y no a pérdida de documentación, aunque lo último también pudo

ocurrir.

Los procuradores no tenían que actuar como cuerpo y por ello ningún procurador

estaba obligado a presentar peticiones semejantes a las que habían llevado al cabildo

sus antecesores, si bien algunas peticiones eran casi de oficio, como las de solicitar la

limpieza y empedrado de las calles.

De la revisión de las peticiones registradas en el Archivo del cabildo se desprende

que en lo tocante al ordenamiento urbano, a la salubridad, al manejo de las tierras del

ejido, a la defensa de la jurisdicción de la villa, o al abasto de alimentos hubo una

notable consistencia y continuidad entre los procuradores. Ello no debe ocultar otra

circunstancia que tiene que ser examinada: Por algunos lapsos el rastro de los

procuradores desaparece; es decir, sabemos quién era el vecino que desempeñaba el


cargo en cada año, pero además de que no están las posibles peticiones que estos

debieron haber elevado al cabildo, en las actas del mismo tampoco se tratan aspectos

relacionados con las peticiones en el caso en que ellas hubiesen sido presentadas

verbalmente. En tales situaciones debe concluirse que, por razones de mala salud,

18
ausencia de la villa por estar atendiendo sus minas y haciendas, o por mero

desinterés, los procuradores no intervinieron en el manejo de esta.

La permanencia de actitudes acerca de los asuntos atrás mencionados no debe llamar

a engaño pues las actas del cabildo recogen un discurso oficial, y si una, y otra, y otra

vez se pedía, por ejemplo empedrar las calles, lo único que ello prueba era que nunca

se cumplía lo acordado. Es decir, en las actas quedaron recogidas declaraciones de

principio que estaban lejos de hacerse efectivas. Simplemente los cabildantes se

limitaban, en muchas ocasiones, y como un mero formalismo, a pedirle al escribano

de cabildo que anotase en el acta de la reunión que se hará como pide el procurador,

aunque pocas veces se ejecutaba. La negligencia para empedrar las calles, para dejar

francos los caminos o para hacer carnicería en la villa tampoco fue generalizada, pues

otras demandas sí fueron atendidas con prontitud, como se verá más adelante.

Como se ha dicho, el cabildo vivió verdaderos períodos de modorra; unas cuantas

sesiones por año, en las que se nombraba alférez para las fiestas, se le ordenaba a

fulano que dejara libre algún camino, se sacaba a postura el abasto de la carne y se

recibían los títulos proveídos en favor de algunos de los beneméritos 10. Tras ello, los

capitulares regresaban a sus tierras y a sus minas, o partían hasta Popayán, Honda,

Mompox o Cartagena para comprar mercancías. Pero igualmente, se presentaron

algunas situaciones que por su naturaleza demandaron todo el interés del cabildo.

Estos casos fueron claves para conocer las opiniones de los capitulares sobre el

manejo de la villa, pues usualmente, estas quedaban ocultas detrás de la formalidad

10
Aunque en el lenguaje colonial temprano y en las leyes de Indias los beneméritos eran los
conquistadores y sus descendientes, en el caso de Medellín o de otras fundaciones tardías este
sustantivo identificaba a los primeros capitulares así como a las familias de mayor prestigio social y
económico.

19
que regía la rutina del cabildo. Estas situaciones excepcionales estaban asociadas con

las rivalidades existentes entre Medellín y Antioquia, o con las graves consecuencias

sociales y políticas que se originarían en caso de ser obedecidas las Cédulas Reales, o

los Autos de Buen Gobierno dados por los gobernadores. También el importe de las

contribuciones que pagaban los comerciantes y mineros de la villa fue motivo de

agrias discordias con los gobernadores y la Audiencia.

Una circunstancia que debe señalarse en el caso de Medellín está relacionada con su

propio origen. Sobre el tema se ha escrito con claridad y por ello sólo debe advertirse

que Medellín fue población de colonia y no de conquista.11 Al contrario de lo que

ocurrió con las villas y ciudades fundadas en el s. XVI, en las que el poblamiento era

posterior a la fundación, en el caso del valle de Aburrá, el prolongado proceso de

poblamiento fue el que llevó a la Corona a otorgarle el título de villa de Nuestra

Señora de la Candelaria de Medellín al sitio de Aná, en 1675. La ocupación del valle

de Aburrá desde el S. XVI, con hatos y cultivos, el asentamiento de vecinos de

Antioquia, especialmente en el S. XVII, así como de mestizos, zambos y mulatos; la

multiplicación de pequeños sitios en los que, pobremente y en diminuta escala, y con

muy poco orden se reproducían los patrones del urbanismo colonial; en fin, la

incorporación de las tierras del valle a la economía de la provincia puede entenderse

como un proceso de "consolidación menor", para usar el concepto de Lockhart.12

Siguiendo con Lockhart, el de Medellín puede verse como uno de esos casos en los

que una región susceptible de convertirse en una fuente productora de riqueza,

comienza a atraer pobladores de otras zonas. Se sabe como durante el S. XVII y el

XVIII desde vecinos principales hasta personas de ínfima categoría en la sociedad

11
JARAMILLO, Roberto Luis - PERFETTI, Verónica . Op. cit.
12
LOCKHART, James. Op. Cit., Pg. 101.

20
colonial se trasladaban al valle de Aburrá para lucrarse de las oportunidades que en él

se daban.13

La villa de la Candelaria no fue un centro negrero como Cartagena o cuna de una

sociedad de terratenientes esclavistas como Popayán, y su vida como municipio

tampoco dependió del control que hubiera tenido una casta de encomenderos sobre

una numerosa población indígena, tal como ocurrió en Santafé y en Tunja. Su caso

fue, apenas, el de una estrecha villa, que como el valle que la circundaba, atrajo

continuamente una población suelta y libre, y cuyas familias más afortunadas

hicieron del comercio y del control de lejanas minas las bases de su poder.

Cuando el sitio de Aná fue erigido en villa, la población que venía ocupando el valle,

era, aunque mestiza, notablemente hispanizada. En 1675, los descendientes de los

habitantes nativos, así como los mulatos y zambos que se habían establecido en el

valle debieron vivir con las normas de la sociedad española indiana sin que ello

impidiera que más allá de los límites del casco urbano las costumbres y los usos

sociales se rigieran por patrones más libres.

La importancia del valle y luego de la villa, no fue explicable sólo por la feracidad de

las tierras, sino porque en cuestión de unas décadas a partir de la titulación en villa, la

minería y el comercio de una región más amplia que el valle serían dirigidos en buena

13
Un típico caso de los conflictos que se podían originar por el control de recursos entre dos
jurisdicciones diferentes fue el que se presentó en 1677 con el procurador de la ciudad de Antioquia,
Vicente Salazar Beltrán, y el de la villa de Medellín, Roque de la Torre Velasco. El primero reclamaba
la vecindad en Antioquia de varias familias que en este año ya vivían en el valle de Aburrá. Ver la
copia de la petición dirigida por Salazar Beltrán al Gobernador Miguel de Aguinaga en A.C.M. t. I, F.
168, y la réplica, en términos tan fuertes como la anterior, del procurador de la Torre Velasco en f. 174
del mismo tomo.

21
parte por la élite local. Así, los conflictos con la cabeza de la provincia fueron más

que justificados.

Si personas sin recursos encontraron la posibilidad de subsistir en cuanto terreno libre

hallaron, o vinculándose como jornaleros y sirvientes con los propietarios de las

mejores tierras del valle, estos últimos extendieron sus actividades hacia la minería y

el comercio. Por ello hacia mediados del XVIII la élite de Medellín constituía un

tejido de alianzas familiares y económicas cuyos miembros no descuidaban ninguna

de las actividades mencionadas.

Como la villa no contó con reales de minas en sus términos, sus recursos pocas veces

permitieron que se adelantaran obras suntuarias como las de las ciudades mineras, o

que se pusiera en funcionamiento un sistema de acueducto eficaz. Se requirieron más

de 100 años desde se creación, para que se construyera el primer acueducto en la

villa. La carencia de recursos propios del cabildo no dejaba más opción que la de

acudir a la generosidad de los vecinos convocados en los cabildos abiertos. En estas

reuniones se exponían los motivos que hacían precisa la recaudación de dineros para

sufragar los costos de una obra en particular. Si los asistentes -quienes eran las

cabezas de las familias de mineros, comerciantes y hacendados de la villa-, daban su

aprobación, eran ellos, con mandas, o promesas de ir entregando determinadas sumas


de dinero, los que costeaban la obra señalada. En esta forma fueron financiadas las

sucesivas obras de reconstrucción de la iglesia parroquial, de las casas de cabildo y

cárcel, de los camellones, de las acequias o de cualquier otra necesaria para que el

sitio pareciese mas villa que potrero. Debe recordarse que a escasos diez años del S.

XIX a cuatro cuadras de la Plaza Mayor algunas calles desaparecían para

22
transformarse en cultivos, en pastos o en pantanos. Como lo expresara con una

inocultable nota de orgullo el cabildo en 1778,

"no consta en las actuaciones, que se han criado para la reedificación de

la primera, y segunda iglesia, el que Nuestro Rey y Señor (que Dios

guarde), huviese contribuydo con cosa alguna, ni tampoco los señores

gobernadores como vice patronos, hayan mandado se exiba de las Reales

Cajas de su Magestad, parte alguna, para ayuda de la dicha reedificación

y reedificaciones..."14

Cuando el gobernador don Miguel de Aguinaga dio obedecimiento a la Real Cédula

por la cual se ordenaba erigir el sitio de Aná en villa, formalizó un proceso que ya

venía de tiempo atrás pues en todo el valle el vecindario sumaba más de tres mil

personas en ese año de 1675. Así, no hubo fundación en sentido estricto porque en

forma espontánea y desordenada se había tejido una pequeña traza en torno a la

iglesia de la Virgen de la Candelaria. A diferencia de las poblaciones que se habían

fundado en terrenos vírgenes, o de los que habían sido despojadas las comunidades

nativas, en el caso de Medellín la titulación se extendió sobre una villa real, con

vecinos, casas, iglesia, curas, plaza, cerdos, terneros... y no sobre una población

imaginaria, como lo fueron Lima o Veracruz en el momento de su fundación.

Los primeros capitulares, nombrados por Aguinaga en reconocimiento por sus

servicios, tuvieron menos posibilidades de definir las características urbanísticas de la

población pues el caserío en torno a la vieja iglesia del sitio de Aná dificultó, en un

14
A.C.M. t. 32, leg. 4, fol. 19.

23
principio, que en la nueva villa se desarrollara cabalmente la traza en damero. Como

fue notorio después, hubo una grande resistencia de los antiguos propietarios para que

la villa presentara el aspecto ordenado al que aspiraban sus primeros cabildos. Los

Autos de Gobierno que se dieron en aquellos años, aún si ellos no pasaron de ser

deseos e intenciones, sirven para ilustrar lo que debería ser una villa tal como la

pensaban sus beneméritos padres, que por cierto eran peninsulares con arraigo en la

provincia.

De acuerdo con el primer registro o matrícula de la población, ordenado por

Aguinaga, sólo una parte de la misma residía en el Sitio de Aná, que fue el

emplazamiento de la nueva villa, pues ella se hallaba dispersa desde el valle abajo, en

los potreros de Barbosa, hasta el sur, en Güitagüí. Otros sitios en los cuales se

condensaba la población fueron la otra banda, el poblado de San Lorenzo, el

Guayabal y la Culata. Este poblamiento disperso y la ocupación irregular del valle

representaron, para gobernadores y capitulares, serios escollos para asegurar la vida

en policía. Inicialmente el gobernador Aguinaga buscó que mestizos, zambos y

mulatos se concentraran en las tierras del llano de Gualteros, y tomó las medidas que

creyó necesarias para que dicho sitio se poblase con este tipo de vecinos. Pero en

1693 el gobernador don Pedro Eusebio Correa cedió ante las exigencias de los

vecinos principales para que fuera a ellos a quienes se les repartieran los solares de
ese llano. En otras palabras, pudo más la presión de estos últimos para ser

favorecidos con tierras, que sin tener buenas aguas, eran susceptibles de ser

beneficiadas con una acequia, que el interés para mantener al alcance de la mirada a

un grupo que por no estar integrado a las leyes de la república no tardaría en atraer

24
sobre sí adjetivos como el de avilantados. 15 Vanamente tratarían algunos

gobernadores de evitar lo que para ellos eran los desordenes y la vida desenfadada

que se llevaba más alla de los arrabales con Autos como el que ordenaba que todos

los moradores del valle se recogieran en sus casas a la hora de las ánimas.16

El cabildo de Medellín, como los de las otras villas y ciudades americanas, tuvo la

pretensión de hacer vivir en orden a la población, pero tal ideal suponía el

reconocimiento de amplios espacios en los cuales se deslizaba la norma. Un aspecto

esencial de la cultura política en las Indias durante el gobierno de los Austrias era la

posibilidad que tenían los súbditos de resistirse a obedecer las Provisiones y Cédulas,

siempre y cuando hallaran sólidos motivos para hacerlo. La Corona había podido

gobernar a sus súbditos de las repúblicas de españoles en un ambiente en el que

administraba por igual la rigidez y la flexibilidad, atendiendo a la particularidad de

cada caso.

Si en el papel la extensa Recopilación de las Leyes de Indias dejaba pocos cabos

sueltos en cuanto tocaba con las sociedades coloniales, en la práctica la Corona, bien

por la experiencia que habían dejado los conflictos con los encomenderos en el S.

XVI, bien por prudencia, o bien por la inercia burocrática, dejó abierta la posibilidad

para que, en ocasiones, y al resguardo de los mares de documentos oficiales y de los

lentos trámites, los súbditos se excusaran de cumplir órdenes superiores. Queda por

saber cuando esto fue interpretado como resultado de la propia incompetencia de la

administración o, por el contrario, como una muestra de la magnanimidad real. Sobre

15
La expresión fue utilizada por el gobernador Pedro Eusebio Correa en un Auto de Gobierno de
1692 en el que ordenaba a mestizos, zambos y mulatos que se avecindaran en la villa. A.C.M. t. 31,
leg. 1, f. 186.
16
Esta metafísica hora era a las nueve de la noche.

25
este tema la historiografía colonial no ha avanzado lo suficiente como para tener una

idea seria del gobierno en las Indias bajo los Austrias.

Este tipo de situaciones no fue soportable para los ministros borbónicos en el S.

XVIII y, en consecuencia, pondrían en marcha un ambicioso programa para asegurar

un mayor control de la Corona sobre los súbditos americanos. Además se buscaba

que la burocracia americana pudiera responder con eficacia y lealtad a los

requerimientos del Estado.

Muchas circunstancias convergieron para que en las últimas décadas del S. XVII se

hubiera vuelto menos rígida la acción del gobierno peninsular en América. La crisis

económica española y la incapacidad para pagar las deudas a sus naciones vecinas

obligaron a la Corona, no sin resistencias, a acelerar las ventas de los oficios indianos.

En su estudio sobre las Audiencias americanas Burkholder y Chandler documentaron

cómo, por lo menos hasta 1750, ello se tradujo en un notable aumento del poder

político de los americanos en esos tribunales. Otros estudios señalan que la situación

también se presentó por igual en las oficinas de la Real Hacienda y en los cabildos. 17

A ello debe añadirse, en el caso del Nuevo Reino, la crisis en la producción minera y

la imposibilidad de la Corona para controlar el contrabando. Así, cuando terminó la

Guerra de Sucesión, gracias a la cual la Corona pasó a los Borbones, el asiento

concedido a Inglaterra para suministrar esclavos a las colonias americanas por un

17
Mark BURKHOLDER y D. CHANDLER, De la impotencia a la autoridad. F.C.E. México,
1984; PHELAN, John L., "El auge y la caída de los criollos en la Audiencia de Nueva Granada,
1700-1781". Boletín de Historia y Antigüedades. Vol. LIX (1972), pp. 597-618; ANDRIEN,
Kenneth J., "The sale of fiscal offices and the decline of royal authority in the viceroyalty of Perú,
1633-1700". HAHR 61 (1) 1981, pp. 2-28.

26
período de treinta años, fue un reconocimiento claro de las dificultades que tenía

España para dominar el comercio atlántico.

La mayor autonomía en la administración colonial generada por la crisis de la Corona

a fines del s. XVII no parece haber estado acompañada de un discurso

antimonárquico o por expresiones de franca deslealtad al Rey, así fuese este uno con

tan poca fortuna como Carlos II, el hechizado. Y el cambio de dinastía no llevó a que

de inmediato se modificara esta situación, pues las reformas borbónicas sólo

comenzaron a tener repercusiones en América a mediados del siglo XVIII. Debe

considerarse que la aplicación de estas no tuvo una correlación directa con el cambio

de la sociabilidad y de la sensibilidad política del siglo precedente. Así, hubo un

desfase entre el tiempo del político, del reformador y el tiempo de los hombres en

sociedad, de los gobernados.

Desde hace algunos años diferentes investigaciones vienen mostrando que tras las

protestas urbanas, los levantamientos indígenas, o los motines antifiscales del s.

XVIII coexistía el empeoramiento de las condiciones de vida con la idea de que la

Corona o los funcionarios coloniales estaban quebrantando tradiciones que se habían

constituido en legítimos derechos. El tema no esta desbrozado por completo: ¿Cómo

se afectaron en las diferentes regiones del Imperio las actitudes políticas que se
habían sedimentado por generaciones? ¿Cuán fácil era cambiarlas? ¿Por cuánto

tiempo los súbditos pretendieron seguir siendo fieles a las antiguas tradiciones? ¿En

qué formas se manifestaron los conflictos entre aquellos que apoyaban las reformas y

27
quienes las rechazaban? ¿Qué efecto tuvo el relevo generacional durante el S. XVIII

en relación con la aceptación de los cambios borbónicos?18

Como con desespero lo comprobaron virreyes, visitadores, regentes, intendentes,

oficiales reales y todo el cuerpo de los funcionarios borbónicos, las relaciones entre

gobernantes y gobernados seguían rigiéndose por las reglas de juego propias de los

Austrias, aún bien avanzado el s. XVIII. 19 Esta diferencia de mentalidades y de

sensibilidad política era explicada por Mon y Velarde como la supervivencia de

anticuadas corruptelas.

Una de las consecuencias principales de la debilidad de la Corona durante el gobierno

de los últimos Austrias fue que la venta de cargos en América, -en la que se creyó

encontrar un sucedáneo para compensar la caída de las rentas reales-, terminó por

restarle más fuerzas, pues las familias criollas que pudieron comprar estas dignidades

las aprovecharon para ampliar, bien a resguardo de miradas fiscalizadoras,

actividades como el contrabando.

Con la ejecución de las reformas, los intersticios de poder por los que con habilidad

se desplazaban los funcionarios americanos comenzaron a ser bloqueados y las

suspicacias y resistencias no se hicieron esperar. Especialmente a partir de la década

de 1760 en campos, villas y ciudades el nuevo cuerpo de funcionarios leales a la

18
Sobre el asunto de los levantamientos populares en el s. XVIII véanse: PHELAN, John L. EL
pueblo, op cit.; O'PHELAN GODOY, Scarlett. "Rebeliones andinas anticoloniales. Nueva Granada,
Peru y Charcas entre el s. XVIII y el XIX." EN: Anuario de Estudios Americanos. Sevilla, tomo
XLIX, 1992; ANDRES-GALLEGO, José. Quince revoluciones y algunas cosas más. Madrid,
MAPFRE, 1992; TAYLOR, William B. Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones
coloniales mexicanas. México, F.C.E.,1987. pp 172-250; BRADING, David A. Orbe indiano. De la
Monarquía católica a la república criolla, 1492-1867. México, F.C.E., 1991. pp. 576-602.
19
BRADING, David J. Orbe... op. cit. pp.503-529.

28
Corona, y en la medida de lo posible desprovistos de vínculos con las élites

lugareñas, halló que se requería más que tozudez para vencer el peso de la rutina y de

las conveniencias. Al leer los informes de Silvestre y de Mon quedan expuestos

algunos de los límites a las reformas cuando ellas fueron aplicadas en una localidad

tan pequeña como Medellín. Ambos expresaron en forma manifiesta las dificultades

que tuvieron para imponer su autoridad debido al extendido uso de las anticuadas

corruptelas20

La resistencia de los capitulares de Antioquia o de Medellín para obedecer los Autos

de Buen Gobierno, durante el reformismo del s. XVIII, dio origen a numerosos

enfrentamientos con los gobernadores en cuanto éstos pretendieron intervenir en el

ordenamiento urbano. En el caso de Silvestre las agrias disputas y acusaciones que lo

rodearon fueron bien diferentes del aura de prestigio con la que Mon abandonó la

provincia. En su Relación de la Provincia de Antioquia el gobernador Silvestre se

refirió a las dificultades para que sus ordenes fueran obedecidas. Escribía que,

"Por mi vando de buen Govierno, que circulé a toda la Provincia

mandándolo publicar, y que se observase, acomodándolo a sus

circunstancias territoriales, mandé, que se empedrasen las calles dentro

de cierto término, que se arreglasen y se midiesen las Quadras para que

se fuesen deshaciendo los desordenes en la Población, y limpiasen de

Arbustos, y Yierba los Solares, y toda su circunferencia, y que se

quitasen los Zerdos, que andaban casi a manadas por las calles. Se

cumplió en parte lo primero, y lo segundo, y no sin pocas murmuraciones

20
ROBLEDO, Emilio. Bosquejo Biográfico.... op. cit. t. I, pg. 182.

29
lo tercero, aún entre gentes, que no debía esperarse. Se mandaron limpiar

todos los callejones de servidumbre que pasaban de unas Estancias a

otras, que se repartiesen las Aguas de riego, y que se cuidase de repetir

esto cada seis meses, velando las Justicias, y Cavildo sobre su

cumplimiento, e imponiendo pequeñas multas para que la exacción fuese

fácil. Pero, de este cumplimiento acaso se cuida? De ningún modo si el

Governador no lo manda cada vez, que se hace forzoso, y no cuida de

ello; por que los Yndividuos del Cavildo o Alcaldes necesitan los

mismos recuerdos; o sólo se unen quando por sus fines particulares les

importa oponerse a los mandatos del Governador o disputarle sus

facultades."21

Mon, al ocuparse de la villa de Medellín, o de la provincia de Antioquia, usaba en

forma reiterada términos como abandono, holgazanería, desidia, vagamundería,

ociosidad, corruptela, idiotismo o desorden, para describir algunas de las

condiciones que impedían, en su opinión, el florecimiento de una vida culta, en

policía, con felicidad, bienestar, ornato y hermosura. En este orden de ideas

explicaba la pobreza de sus habitantes por el peso de la costumbre y no

desaprovechaba escrito alguno para contrastar las posibilidades que brindaba el

medio, por la fertilidad de sus tierras o por la abundancia de diversos recursos, contra

la falta de curiosidad de sus habitantes.22

21
SILVESTRE, Francisco. Relación ...o. cit., pp. 182- 183.
22
Véanse, por ejemplo, Las Ordenanzas de Mon para el Cabildo de Medellín, en: ROBLEDO, op.
cit. t. II, pp. 202-248.

30
Los esfuerzos de estos dos funcionarios estaban especialmente dirigidos a socavar las

resistencias que tenían algunos vecinos de la provincia para aceptar innovaciones en

el ordenamiento urbano y en las actividades económicas. Como veremos, en el caso

de Medellín, la resistencia no fue total porque se formó un pequeño y eficaz grupo de

comerciantes peninsulares que controló el cabildo desde 1766 y que antes de llegar

estos funcionarios ya venían proponiendo y ejecutando cambios en la villa. Por esta

razón los gobernadores no fueron quienes debieron romper las primeras barreras para

que el sector de vecinos más tradicionalistas comenzara a aceptar innovaciones en el

manejo de la villa. La revisión de las actas capitulares ilustra cómo este grupo, que se

vinculó con alianzas comerciales y matrimoniales a las familias criollas de mayor

arraigo en la villa, dejó de lado la práctica política de acuerdo con la cual cualquier

innovación podría afectar la paz y la quietud de la República, que constituía el

imperativo dominante de las últimas décadas del s. XVII y de las primeras del XVIII.

Como se desprende de los argumentos que los procuradores de la villa usaron por

más de una centuria, la dicha paz entre los vecinos, -los beneméritos-, solía ser más

importante que el cumplimiento de las leyes. Por ello, en situaciones en las que

varios miembros del cabildo o de los vecinos principales resultaban comprometidos

en faltas como introducción ilícita de mercancías para eludir los derechos de la Real

Hacienda, los procuradores dirigían sus peticiones, bien ante los gobernadores o ante
la Audiencia, con el propósito de impedir el nombramiento de jueces visitadores.

Entre las diversas razones que aducían, la de mayor peso era el peligro que correría la

villa de arruinarse o de desaparecer por completo si las averiguaciones adelantadas se

ejecutaban con todo rigor. Como era claro, según la mirada de los procuradores, tales

procesos y las declaraciones que se tomarían a los implicados darían origen a

31
ruidosos enfrentamientos entre las familias de vecinos por las recíprocas acusaciones.

Ahora bien, en estos casos, se recordaba -especialmente en las primeras cuatro

décadas de vida de la villa- que el deseo de los monarcas estaba orientado a la

búsqueda de la paz y la concordia en sus reinos y por lo tanto, sería más conveniente

no seguir adelante con averiguaciones que arruinarían la República.

Así, cuando llegaron a la provincia funcionarios que trataron de aplicar una nueva

racionalidad política y económica se encontraron con notables resistencias surgidas

de la misma práctica política promovida por la Corona en tiempos de mayor laxitud.

El consabido recurso de acudir a la piedad real o de ampararse en una legislación

como la de las Partidas o las Leyes de Indias resultaría ser una notoria fuente de

desgaste para los funcionarios borbónicos.

32
EN PRO DEL BIEN COMUN

En agosto de 1689 el procurador de Medellín, don Francisco Guerra Peláez escribió

una carta dirigida al gobernador don Francisco Carrillo de Albornoz para solicitarle

que se mantuviese firme en su decisión de hacer cumplir un Auto que declaraba que

los pastos y cañaverales de la villa eran de uso común. Días previos, otro de los

beneméritos de la villa, don Juan Vélez de Ribero, procurador en el año anterior, se

había enzarzado en un alegato con el cabildo porque Vélez pretendía rozar los

cañaverales de unas tierras que había adquirido. Como lo manifestó Guerra Peláez,

ello iría en contra del común pues era "constante, público y notorio" que la mayoría

de los vecinos requerían del uso de los montes y cañaverales del valle. Anotaba,

además, que por muchos años había sido tradición en la villa y en su jurisdicción el

uso común de estos "y sólo de muy poco tiempo a esta parte han querido introducir,

la propiedad, y dominio absoluto, algunos por su propio interés". 23

Como en el caso anterior, los cabildos y los gobernadores recibieron a lo largo del

periodo colonial peticiones elevadas por procuradores o por vecinos en las que,

dependiendo del caso, se invocaban derechos generados por las costumbres del país o

en forma directa se acudía a la legislación indiana o a la legislación castellana. En

forma inevitable ello se prestó a equívocos. La legislación indiana se distinguía por

su carácter casuístico, pues la Corona atendía con especial cuidado cada

circunstancia.24 Reconociendo las diferencias de usos y costumbres ella había

procedido, desde el s. XVI, a promulgar Provisiones y Cédulas Reales que tenían

23
A.C.M. t. 36, leg, 21, f. 10.
24
JARAMILLO URIBE, Jaime y COLMENARES, Germán. "Estado, administración y vida política
en la sociedad colonial." EN: Manual de Historia de Colombia. Bogotá, Instituto Colombiano de
Cultura. 1978. Vol. 1. pg. 350-356.

33
como destino final una Audiencia, una gobernación o un cabildo en particular. El

sinnúmero de cartas con peticiones e informes que recibió el Consejo de Indias fue el

resultado del carácter consultivo que también tenían sus decisiones.

Por las características anotadas, la legislación indiana fue terreno apto para que se

presentasen con frecuencia los recursos legales de apelación, súplica o injusticia

notoria. Los negocios de calidad, expresión recogida en la Recopilación de Leyes,

es decir, aquellos en los que resultaban implicadas importantes familias y

funcionarios en los reinos de Indias, merecían especial tino por parte de quienes se

ocupaban de ellos. En dichas ocasiones las faltas o el incumplimiento de la ley solía

ser explicado por el arraigo de viejas tradiciones locales. Correspondía a cada uno de

los sectores que controlaban las diferentes poblaciones de Indias abrirse su propio

campo de acción en el complejo mundo de la legislación.

Debido a la naturaleza de su cargo, el síndico procurador general tenía que dominar

las nociones básicas del derecho para poder defender con probidad los intereses de su

localidad aunque, como en Medellín, se presentaba el caso en que el electo casi nunca

hubiese estudiado leyes. Así, en la villa sólo después de casi un siglo un doctor en

leyes fue elegido para el cargo.25 Como se desprende de las actas de los cabildos de

Quito, Lima, Caracas o Bogotá, puede afirmarse que en las Indias se creó una

profunda cultura legal que se nutría de las respuestas que se daban a los conflictos

cotidianos y que año tras año era enriquecida por los recién llegados de la península y

difundida por funcionarios que -fue el caso de los oidores- por ocupar cargos en

25
Fue el Dr. Ignacio de Uribe, elegido como procurador en 1778.

34
provincias diferentes, tuvieron una visión más amplia de las necesidades de la Corona

y de las posibilidades que brindaba la legislación.

Si bien sólo a partir de la década de 1770 tuvieron acceso al cabildo vecinos con

estudios formales en leyes, desde muy pronto los primeros capitulares de la villa

citaban, no siempre con acierto, -así como ocurría con los vecinos que se dirigían a

los mismos con peticiones-, las Siete Partidas, La Recopilación Castellana y la

Indiana. El conocimiento que en una localidad como Medellín tenía el vecindario

sobre diversos asuntos legales no fue despreciable pues en 1685, apenas tres años

después de ser publicada la Recopilación de Leyes de Indias, esta fue citada por el

procurador don Juan de Piedrahita y Saavedra al pedir el amparo de los vecinos

pobres que requerían usar los cañaverales y la madera de los bosques. 26

Debe tenerse en cuenta que algunas de las posiciones más firmes en favor de la villa

las defendieron procuradores de origen peninsular. Fueron mineros o comerciantes

que terminaron por avecindarse en el valle de Aburrá y que aportaron sus habilidades

y sus conocimientos jurídicos para enfrentar, por ejemplo, las interferencias con las

que a fines del siglo XVII los vecinos de la ciudad de Antioquia expresaron su

descontento por la erección de la villa y por la pérdida de control sobre el valle y sus

ganados. Como sobra destacarlo, situaciones similares fueron frecuentes: cada nueva

fundación originaba protestas o partidismos entre las poblaciones vecinas porque, de

fondo, estaba la amenaza de perder zonas para la agricultura, la ganadería o la

minería, así como el control sobre la introducción de mercancías. El tema ha sido

4
A.C.M. t. 36, leg. 2, f.1

35
estudiado recientemente por Margarita Garrido en una innovadora investigación sobre

el tema de la cultura política entre 1770 y 1815. 27

El cargo de procurador municipal existió en las Indias desde la etapa antillana de la

conquista. Fueron ellos, en forma individual o colectiva, -como lo hicieron los

procuradores de la Española- quienes dirigieron a la Corona algunos de los escritos

más valiosos de las primeras dos décadas del S. XVI para informar sobre las

dificultades de abastecimiento de sus ciudades recién fundadas, para rebatir los

informes de los clérigos regulares acerca de los abusos cometidos en la población

nativa de las Antillas o para solicitar que la Casa de Contratación frenara el flujo de

peninsulares a las islas debido a la falta de recursos en estas, para mencionar sólo

algunos casos bien frecuentes. Desde el principio ellos defendieron la autonomía de

sus villas y ciudades frente a los propósitos de la Corona de acentuar el carácter

estatal del proceso de sometimiento de los territorios indianos. 28

Las villas y ciudades que los españoles fundaron en Santo Domingo y Cuba fueron

gobernadas por cabildos similares a los castellanos.29 Contaban con dos alcaldes

mayores y con un número variable de regidores, que por pertenecer al grupo de los

primeros peninsulares asentados en las islas disfrutaban del trabajo forzado de la

población nativa. Otro de los cargos, también de origen castellano, fue el de

procurador de la villa o de la ciudad. No debe confundirse este oficio de Síndico

Procurador General, como fue denominado en las actas capitulares con el procurador

27
GARRIDO, Margarita. Reclamos y Representaciones. Variaciones sobre la política en el Nuevo
Reino de Granada, 1770-1815. Banco de la República, Bogotá, 1993.
28
Uno de los ejemplos más interesantes fue la carta dirigida al "Cesar", Carlos I, el 10 de septiembre
de 1543 por el cabildo de Guatemala para protestar por las Leyes Nuevas.
29
DE SOLANO, Francisco. (Coordinador). Estudios sobre la ciudad iberoamericana. Madrid,
C.S.I.C., 1983.

36
en las Cortes. En España el procurador de las villas y ciudades en las Cortes

representaba los intereses de estas ante la Corona. En la tradición política medieval

castellana el Concejo Municipal se distinguió por su relativa autonomía, tal vez

originada por las condiciones de la reconquista. Francisco Domínguez Compañy

señala que la Corona protegió los concejos para afirmar su poder frente a la nobleza.

Así, en las cortes leonesas de 1.118 y en las castellanas de 1.250 la representación

municipal ya recaía en sus procuradores30. Ellos, generalmente dos por cada

población, tenían indicaciones precisas del concejo que los había elegido. Si bien la

reunión de las Cortes fue una forma práctica de representación del Reino ante el Rey,

tal institución estaba lejos de ser democrática, pues como lo destacó Antonio

Domínguez Ortiz, ellas representaban a las oligarquías urbanas que dominaban los

concejos municipales31.

Los síndicos procuradores de las poblaciones fundadas en Cuba y Santo Domingo y,

posteriormente, los de los centros urbanos de Tierra Firme no tenían como función

principal representar a sus respectivos municipios en la corte, aunque hasta la década

de 1550 sí lo hicieron a menudo 32. La Recopilación de Leyes de Indias da poca

información sobre la naturaleza del oficio del procurador. La más antigua de las

leyes sobre el cargo fue dada por el emperador Carlos I en Barcelona el 14 de

noviembre de 1519. Con notable brevedad se definía la función: "Declaramos que

las Ciudades, Villas y Poblaciones de las Indias puedan nombrar Procuradores, que

30
DOMINGUEZ COMPAÑY, Francisco. "El Procurador del Municipio Colonial
Hispanoamericano", EN: Revista de Historia de América. México, Nums. 57-58 Enero-Diciembre,
1964, p. 164.
31
DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio. El Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias. Alianza
Editorial, Alfaguara, Madrid, 1973. p. 214.
32
DOMINGUEZ COMPAÑY, F., op. cit., p. 175; BAYLE, Constantino. S. J. Los Cabildos
seculares en la América Española. Madrid, Ed. Sapientia, 1952. pp. 225 ss.

37
asistan a sus negocios, y los defiendan en nuestro Consejo, Audiencias y Tribunales

para conseguir su derecho y justicia, y las demás pretensiones, que por bien

tuvieran"33 Aunque es evidente que la ley se refiere al tipo de procurador en las

cortes más que al procurador general.

Una ley tan escueta y general fue aplicada de forma diversa en las Indias cuando hubo

de definirse cual procedimiento sería el más conveniente para elegir el procurador.

Por ello los procuradores podían ser elegidos en cabildo abierto o únicamente por los

regidores.

Parece que el emperador sólo sancionó una costumbre que ya estaba arraigada en las

poblaciones americanas para elegir procurador, pues el 5 de agosto de 1519 el

procurador de la juvenil Villa Rica de la Veracruz, Francisco Alvarez Chico, le pidió

al cabildo de la misma que no la dejase totalmente abandonada porque el grueso de

los vecinos estaba pronto a dirigirse hacia Coluacán34.

Si en ocasiones los fundadores de las primeras ciudades elegían ellos mismos

procurador de la nueva población, así como lo hacían con los otros capitulares,

también ocurría que fuese el cabildo recién constituido el que nombrara a su

procurador tal como sucedió en la fundación de Cartago. Sardella relata como Jorge

Robledo designó a las primeras justicias de la ciudad así como al Alguacil Mayor, y

al día siguiente estos eligieron Procurador Mayor y Mayordomo. 35

33
Recopilación... Libro IV, tit. 11, ley i.
34
Colección de Documentos Inéditos del Archivo de Indias relativos al descubrimiento, conquista y
colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía. Madrid, Imprenta de J. M. Pérez.
1864. t.26, pp. 5-7
35
Ibid. t. 2, p. 238

38
La organización del gobierno municipal en las primeras poblaciones de Indias recibió

una mayor presencia institucional en la segunda mitad del s. XVI pues los oidores de

las diferentes Audiencias formaron ordenanzas en las que con claridad se asignaban

las funciones a los capitulares. El catorce de enero de 1574 el oidor de la Audiencia

de Santo Domingo, don Alonso de Cáceres, entregó las ordenanzas por las que se

debía regir el cabildo de la Habana. En ellas el oficio del procurador era descrito con

más detalle que en la ley de Carlos I. El texto de las ordenanzas 20 y 21 era el

siguiente:

20. "Porque mejor se trate, vea y provea lo que toque al bien público,

que haya un procurador de esta villa, el cual elijan los vecinos de ella

todos juntos, a campana tañida, el cual se elija y nombre cada un año y

que el tal procurador se pueda reelegir una y muchas veces por el tiempo

que a los vecinos que lo eligieren les pareciere; el cual haya de asistir y

asista a cabildo y regimiento de esta villa, para ver que en los cabildos

ordinarios y extraordinarios se provee cosa alguna contra esta villa o

contra el bien público, pueda contradecirlo y alegar contra ello, apelar y

seguir la causa en nombre de esta villa.

21. Que el tal procurador no pueda pedir ni seguir particulares intereses,

ni contra persona alguna particular, sino sólo que tocare a esta villa y al

bien público y común de todos, y que cuando hubiere de seguir alguna

39
cosa grave o de importancia, la trate y comunique con los vecinos de esta

villa juntándose para ello."36

Cada primero de enero los cabildos de las Indias se reunían para elegir dos alcaldes

ordinarios, los alcaldes de la Hermandad y el procurador general. La Corona fijó

algunas restricciones para que una persona no ocupara por varios períodos

consecutivos el mismo cargo o para que parientes cercanos no se eligiesen entre sí 37.

En los cabildos tenían voz y voto los alcaldes ordinarios y los regidores. En la

práctica un regidor podía ser electo para cualquiera de los cargos cadañales y la

compra de los regimientos era uno de los caminos más rápidos y seguros para que un

grupo familiar lograra el control del cabildo y de las elecciones anuales. El

procurador tenía voz sin voto pues sus peticiones eran puestas a consideración de los

otros capitulares, quienes decidían si las acogían o no. El procedimiento usual era

este: reunido el cabildo, el procurador leía un escrito en el que exponía sus peticiones

en pro del común; en cuanto terminaba de hacerlo el cabildo las discutía y, si lo

consideraba necesario, daba un auto en el que se ordenaba ejecutar lo pedido. Tal

presteza en los cabildos sólo obedecía a situaciones cuya importancia era obvia aún

para el capitular más desentendido. En tales casos la gravedad de lo expuesto por el

procurador no daba lugar a dilaciones.

36
ALTAMIRA Y CREVEA, Rafael. et. al. Contribuciones a la Historia Municipal de América.
Instituto Panamericano de Geografía e Historia. México, 1951, p. 82.
37
Las funciones de los cabildos coloniales han sido descritas por numerosos autores. Una síntesis
reciente se encuentra en el trabajo de Pablo Rodríguez, Cabido y vida urbana... op. cit. Uno de los
textos más completos por la información sobre las variaciones locales de esta institución sigue siendo
de Constantino Bayle, Los Cabildos Seculares..., op. cit.

40
Una vez que el procurador y los otros capitulares tomaban posesión de sus oficios, el

cabildo se reunía cuando las necesidades lo requerían, pero, como fue patente en el

caso de Medellín, no había una fecha fija para estas reuniones y únicamente en agosto

de 1770 el propio cabildo acordó que los días quince de cada mes se hiciese reunión a

la que deberían asistir todos los capitulares. En este caso el mismo cabildo, sin

mediar ordenanza de gobernador alguno, convino en regular sus reuniones. En tal

fecha la villa, notoriamente rural aun, estaba viviendo los efectos del reformismo

borbónico38.

En procura de resolver la multitud de conflictos a que dio lugar la formación de los

reinos de Indias la Corona promulgó una abundante legislación que finalmente fue

reunida tras largas décadas en la Recopilación de Leyes de Indias. Como las leyes de

Indias dejaban sin tocar amplios aspectos de tipo civil y penal, los vecinos y los

funcionarios reales continuaron guiándose por las leyes castellanas en aquellos casos

en los que se había legislado explícitamente para las Indias. Por ello las Siete

Partidas fueron utilizadas con regularidad en Audiencias y cabildos. Ahora bien, uno

de los aspectos más llamativos de las Partidas, que como bien se sabe fueron

redactadas en el siglo XIII bajo el reinado de Alfonso X, era el reconocimiento que en

ellas había acerca del poder de la costumbre como fuente de derecho. Los cabildos

de Indias, así como diferentes sectores sociales del mundo indiano, utilizaron con

habilidad el derecho o prerrogativas que generaba la costumbre para interponer los

recursos de apelación y súplica a leyes que los pudieran vulnerar. La falta de

precedentes legales que caracterizó el proceso de la conquista en las primeras décadas

del S. XVI condujo a que las prácticas seguidas por los cabildos recién constituidos se

38
A.C.M. t. 16, leg. 2, f. 22

41
pudieran invocar al cabo de pocos años como costumbres que generaban derechos en

los términos que se definían en la primera Partida:

"Pueblo quiere decir como ayuntamiento de gentes de todas maneras de

aquella tierra do se allegan. E de esto no sale home, ni muger, ni clérigo,

ni lego. E tal pueblo como este, ó la mayor partida del, si usaren diez o

veinte años a facer alguna cosa, como en manera de costumbre,

sabiéndolo el señor de la tierra, e non lo contradiciendo, e teniéndolo por

bien, pueden la facer, e debe ser tenida, é guardada por costumbre, si en

este tiempo mismo fueren dados concejeramente dos juicios por ella de

hommes sabidores, é entendidos de juzgar, é no habiendo quien gelas

contralle: eso mismo sería, cuando contra tal costumbre, en el tiempo

sobre dicho, alguno pusisese su demanda o su querella, o dixese que non

era costumbre que debiese valer, é el juzgador ante quien acaesciese tal

contienda, oidas las razones de ambas las partes, juzgase, que era

costumbre de todo en todo, no cabiendo las razones de aquellos que lo

contradixesen. E otrosí decimos, que la costumbre que el pueblo quiere

poner, e usar de ella, debe ser con derecha razón, é non contra la ley de

Dios, ni contra señorío, ni contra derecho natural, ni contra pro comunal

de toda la tierra del logar do se face, é debenla poner con gran consejo, é
non por yerro, ni por antojo, ni por ninguna otra cosa que les mueva, sino

derecho e razón, é pro; ca si de otra guisa la pusiesen, non sería buena

costumbre, mas dañamiento dellos é de toda Justicia" 39.

39
Siete Partidas del sabio Rey Don Alonso el IX. Madrid, 1829. 1,2,5.

42
En América, como en Castilla, fue una práctica corriente que los vecinos o las

autoridades municipales pretendieran elevar a la categoría de derechos las costumbres

desarrolladas por un período mayor de veinte años, siempre y cuando ellas no fueran

contra el derecho de gentes o el bien común. En este sentido la tradicional resistencia

de los indianos a cumplir las leyes encontraba en ellas mismas su fundamento. Por

ello los procuradores recurrieron con frecuencia a las Partidas para proteger los usos y

costumbres de la República, -su municipio-, en contra de las innovaciones que la

Corona pretendió imponer durante el S. XVIII.

Pero el grado de sometimiento a las leyes dependía de la forma en que cada cabildo

gobernaba su villa o ciudad. Por ejemplo, la permisividad que practicó el cabildo de

Medellín en torno a unos cuantos asuntos claves de la villa, contribuyó para que los

vecinos más pobres se sintieran en libertad de procurar su sustento recurriendo a

prácticas que iban contra las leyes. Que el cabildo pudiera exhibir al cabo de 100

años de erigida la Medellín poco más que algunas calles empedradas, una iglesia

siempre en reparación, un modesta casa de cabildo, una cárcel insegura, una

carnicería de mentirillas, y una acequia que corría "de milagro", era consecuencia, en

parte, de la poca firmeza con la que sus miembros habían obrado para incrementar los

recursos de la villa. También la reiterada decisión del cabildo de usar de la

conmiseración cuando se enfrentaba al problema de los caminos reales invadidos por


los cultivos de maíz, de los que dependían numerosas familias, alentó entre estas la

certeza de que la justicia de la villa era poco eficaz. Como lo expresó en 1716 el

procurador don Pablo de la Ossa Zapata al denunciar en el cabildo el incremento del

hurto de ganado y el poco respeto a la justicia por parte de los ladrones, quienes los

43
"roban y matan dentro de los mismos corrales, sin que esto tenga

remedio, pues como jente ruin y sin qué perder cada que los cojen y son

avidos y amenazados por particulares, responden qué me a de aser la

justisia, esta es buena tierra, que no se puede ahorcar ni quitar la vida a

nadie, de que sólo pudieran tener temor, pues faltándoles este, si los

azotan por una al mes an hurtado diez, y si los destierran por el mismo

hecho se pasean, y si los aprisionan quebrantan la cárcel y tampoco por

este delito se ausentan"40.

El papel cumplido por los procuradores de Medellín durante los siglos XVII y XVIII

cambió en la misma forma en que se modificó la gestión de todo el cabildo. En los

primeros años de existencia de la villa era urgente hacer frente a los ataques

provenientes de los irritados vecinos de Antioquia, así como a la traza y repartición

de los solares entre el vecindario, a la apertura de calles, al abasto de alimentos, a la

organización de las primeras fiestas patronales, o al reacomodo de mestizos, zambos

y mulatos. Al interés por estas actividades, que no desapareció con el correr de los

años, se añadieron nuevas inquietudes, como las relacionadas con los efectos

negativos que tendrían sobre la población de la villa los enfrentamientos de sus

principales familias para dominar el cabildo, el peligro que corría el vecindario por la

extensión de la viruela y la lepra o el abuso de los cosecheros al vender a subido

precios el maíz.

El rango de aspectos que era susceptible de ser considerado por los procuradores no

tenía límites. Dependía pues de la perspicacia de cada uno los asuntos que eran

40
A.C.M. t. 4, f. 211.

44
presentados al cabildo, y el grado de preparación o de experiencia en el gobierno

municipal determinaba la posible eficacia de sus servicios. Sin embargo, no bastaba

conocer bien la legislación indiana; en ocasiones ni siquiera parecía ser preciso. Era

más importante estar advertido de la historia menuda de la villa y de sus vecinos para

poder defender con fortuna aún aquellas prácticas que contradecían las normas

legales. Una petición que presentó el siete de marzo de 1680 don Cristóbal de Toro

Zapata es un ejemplo de la situación anterior. Tras recordar que los vecinos podían

matar reses en sus propias haciendas sin tener que llevarlas a la carnicería, con tal de

dar aviso al cabildo, pidió que durante la cuaresma también se permitiera dicha

práctica porque la carencia de otros alimentos impediría a los vecinos sustentarse

sólo de maíz durante los días previos a la Semana Santa. El bien común dependía de

tal posibilidad porque toda la población necesitaba la carne para sus sustento, pues, -

escribía-,

"aún para poderlo conceguir les cuesta a los señores alcaldes hordinarios

mucho cuidado por la falta que ai de ganados y ser el sustento principal

que tiene esta tierra y no aver otros sino mui pocos i mui escasos por la

falta que ai de indios que son los que hasen las tierras abundantes y oi de

presente sobre esta falta estár padeciendo como al presente se padece con

un berano que ha secado y destruido el poco mantenimiento que podía


aver de hortalisas para pasar algunos días esta cuaresma, y ansi mismo el

poco pescado que tiene esta tierra, y el que le entra de acarreto es tan

poco que no pueden gozar de el cincuenta personas habiendo más de tres

45
mil y ese con precio tan exhorvitante que no pueden gozar de el más que

los hombres de mucho posible..."41

Don Cristóbal alegaba en favor de su petición que en su visita a la provincia de

Antioquia el Obispo Cristóbal Bernaldo de Quiroz había permitido a los vecinos de la

villa comer carne tres días a la semana durante la cuaresma. En este caso no debe

perderse de vista que al solicitar que los vecinos pudieran sacrificar las reses en sus

estancias, el procurador evitaba molestias a los dueños de hatos que así no tendrían

que pagar al cabildo los dos tomines por cada res. Esta fue una de las razones por las

cuales el funcionamiento de una única carnicería se dilató por más de un siglo.

Las costumbres cuyos orígenes se remontaban al período de la conquista y reputadas

por ello como inmemorables eran defendidas con ahínco porque ademas de constituir

elementos de identificación del país, -la patria, dirían los borbones-, habían

demostrado su eficacia en la vida diaria. Como zona productora de oro, la antioqueña

no conocía la moneda acuñada pues el comercio se realizaba con oro en polvo, que

nunca se había pedido limpio. 42 Por ello, en 1696 el procurador don Pedro del Mazo

protestó porque algunos tratantes y pulperos sólo querían recibir oro limpio y

soplado. Del Mazo pidió al cabildo que rechazara la novedad porque el uso del oro

corriente era "costumbre inmemorable" en la villa 43. En este, como en otros casos los

funcionarios borbónicos se enfrentaron décadas después con usos que habían

adquirido legitimidad por la costumbre y por la aceptación de las autoridades locales.


41
Ibid. t. 1, f. 246.
42
Fue el visitador Mon quien llevó a cabo una reforma monetaria en la provincia para que el
vecindario pudiera comerciar sin depender del trueque o del credito. Ver: TWINAM, Ann.
Mineros...,op. cit. pp. 89-152; CAMPUZANO CUARTAS, Rodrigo. Gobierno, Real Hacienda y
Reformismo Borbónico. Antioquia en la segunda mitad del siglo XVIII. Tesis de Magister en
Historia de Colombia. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 1993. 2 tomo, pp.233-246.
43
A.C.M. t. 2, leg. 2, f. 72.

46
A veces, costumbres y prácticas que existieron desde la desde la fundación de la villa

sólo fueron consideradas como inconvenientes por sus procuradores después de 1760.

Al rechazar viejos usos, algunos de los procuradores borbónicos, estaban abriendo el

camino de las novedades que llegaron durante el reinado de Carlos III. En tanto que

por los años de la fundación las exigencias que imponía atender al bien común

servían de mampara con la que se encubría el desorden de la villa y el

incumplimiento de las leyes, un siglo después la retórica oficial mostraba más interés

en el logro de la felicidad y del bienestar, y se daba por descontado que ambos

estados se alcanzaban si toda la sociedad cumplía las leyes y si los individuos a

quienes se había permitido vivir en medio del ocio eran compelidos al trabajo para ser

útiles al Estado.44

De forma lenta, tradiciones que el mismo cabildo había justificado como necesarias

para acudir al sustento del común, dejaron de serlo y pasaron a ser objeto de

recriminación por los gobernadores y por los capitulares en el último tercio del s.

XVIII. Este cambio de sensibilidad política resultaba notorio en el caso de los

vagabundos y pobres de la villa. En 1694, por ejemplo, el procurador don Isidoro de

Puerta Palacio pedía que a los muchachos y mancebos pobres, mendicantes y

vergonzantes, se les hiciera aprender algún oficio para evitar los escándalos y los

pecados públicos que podían cometer45. Un siglo después sus sucesores en el oficio

continuaban pidiendo que se controlara a este tipo de sujetos pero más por su

44
Sobre el ideal de la felicidad en la Ilustración, ver: HAZARD, Paul. El Pensamiento Europeo en
el s. XVIII. Madrid, Alianza Editorial, 1985. pp.23-33; HAZARD, Paul. La crisis de la conciencia
europea. Madrid, Alianza, 1988. pp. 239-278; VERICAT, José. "A la búsqueda de la felicidad
perdida. La Expedición Malaspina o la interrogación sociológica del Imperio." EN: Revista de Indias,
Madrid, vol. XLVII, núm. 180, 1987.
45
A.C.M. t. 2, leg. 1, f. 8

47
inutilidad al Estado que por sus pecados. Esta visión dieciochesca, en la que las

preocupaciones metafísicas quedaban un poco desplazadas por las fiscales, no fue

ninguna originalidad, sobra decirlo, de los capitulares de Medellín. Parece que la

introducción de este discurso ilustrado acerca de la vagancia -que ya era común en

España y América- fue llevada a cabo en la provincia de Antioquia por los

gobernadores Buelta Lorenzana y Silvestre en los años 70. 46

El crecimiento de la población en el valle y la modificación en el uso de sus tierras

planteó nuevos problemas al cabildo. Desde comienzos del s. XVIII hubo

gobernadores o capitulares que llamaron la atención sobre la forma en que antiguas

dehesas de pastoreo se partían en lotes y solares más pequeños que eran convertidos

por sus nuevos dueños en tierras para el cultivo. Estos solares agrícolas comenzaron a

ser cercados para defenderlos de las reses que pastaban libremente. La multiplicación

de los solares con sus cercas terminó por ahogar los antiguos caminos que siempre

usaron los vecinos para ir al valle abajo o al valle arriba. Por esa razón, desde la

segunda década del siglo los procuradores pedían con insistencia la asignación de

Caminos Reales. Los miembros del cabildo recorrían a caballo los caminos del valle

para identificar los lugares que habían sido tapado con cultivos. La conversión de

hatos ganaderos en tierras de cultivo dio lugar a contradictorios escritos de los

procuradores porque tras reconocer que eran tantos los cultivos que no se podía

caminar, afirmaban que el clamor de los pobres no cesaba, como lo escribió el

procurador don Francisco Vasco Alvarado en 1727.47 Al parecer, tal clamor estaba
46
LANGUE, Fredériqué. "Desterrar el vicio y serenar las conciencias: Mendicidad y pobreza en la
Caracas del s. XVIII." EN: Revista de Indias, Madrid, vol. XIV, núm. 201, 1994; JURADO,
JURADO, Juan Carlos. Vagos, Pobres y Mendigos: Control Social en Antioquia, 1750-1850.
Trabajo de grado. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 1992; DOMINGUEZ ORTIZ,
Antonio. Sociedad y Estado...op. cit. pp. 321-344; SARRAILH, Jean. La España Ilustrada de la
segunda mitad del s. XVIII. México, F.C.E., 1981. pp. 506-543.
47
A.C.M. t. 6, lib. 2, leg. 2, f. 110.

48
asociado a la disminución del abasto de carne en la villa, que era consecuencia lógica

del cambio en el uso de las tierras y de la muerte de las reses al no poder pasar a los

salados pues los terrenos que los rodeaban habían sido cercados o arados.48

Ocasionalmente algún procurador se refirió a la falta de reverencia en el culto, que

como se sabe, fue uno de los aspectos en los que coincidieron Silvestre y Mon, pues

para ellos la religiosidad de los de la villa era muy gentil. Así en 1745 el procurador

Isidoro Gómez de Abreu, expresaba su molestia porque "muchos individuos

concurren a oír misa, llegando hasta las puertas y alares de la iglesia a caballo, y hallí

dejan las cabalgaduras, en donde unas con otras hacen estrépitos, que perturban la

devida atención, de el santo sacrificio..."49 En otro de sus escritos pedía el arreglo de

las calles de la villa para facilitar la administración de los sacramentos al párroco,

quien se había visto en riesgo de caer a los baches cuando llevaba el santísimo a

algún enfermo o moribundo.50

El celo de cabildo y procuradores era particularmente sensible a tres tipos de

problemas bien diferentes: el primero, la amenaza a los derechos de la villa por

funcionarios como los gobernadores, uno de cuyos casos más ruidosos fue el que

ocurrió en 1777 cuando el procurador don Manuel de Santamaría se opuso al envío de

los reos de la ciudad de Antioquia al presidio de Cartagena con dineros recaudados

entre el vecindario de Medellín: su actuación le acarreó una fulminante orden de

48
Ibid. t. 6, lib. 2, leg. 2, f. 144.
49
Ibid. t. 9, leg. 1, f. 230
50
Sobre las condiciones de higiene en el período colonial ver: BRADING, David A. "La ciudad en
la América borbónica: élite y masas." EN: Ensayos histórico-sociales sobre la urbanización en
América Latina. Jorge HARDOY, Richard Morse, et. al. Buenos Aires, SIAP, 1968; CLEMENT,
Jean-Pierre. "El nacimiento de la higiene urbana en la América Española del s. XVIII." EN: Revista
de Indias, vol. XLIII, núm. 171, enero-junio 1993; ARCHILA, Ricardo. "La medicina y la higiene en
la ciudad." EN: DE SOLANO, Francisco. (coordinador) Estudios sobre...op. cit. pp. 655-685.

49
prisión y cepos por el gobernador don Cayetano Buelta Lorenzana; el segundo

problema era el del abuso en los precios de los granos porque con ello se tiranizaba

al vecindario más pobre; y el tercero fue el del peligro representado en enfermedades

como la viruela o la lepra, conocida en aquella época como el Mal de San Lázaro.

En relación con esta enfermedad, a partir de 1744 los procuradores comenzaron a

señalar su presencia en la villa. Lo poco que podía hacerse era determinar si las

personas sospechosas de estar contagiadas en realidad lo estaban, para tratar de

aislarlas, aunque la villa no tenía medios para ello. En una de las reuniones de abril de

ese año el cabildo fue informado que en la casa de don Juan Antonio de Bustamante

había algunos tocados por "el mal de San Lázaro, y que don Xavier de Bustamante lo

está también." Por ello se acordó notificar a los lisiados de la enfermedad para que no

fueran a la casa de ningún vecino.51 Un año después el cabildo recibió una extraña

petición de los vecinos del sitio del Hato Viejo porque no querían que don Juan

Antonio de Bustamante ayudara en la construcción de una capilla a Nuestra Señora de

las Rosas. Argumentaban que sólo quería hacerlo para poder enterrar allí a sus

familiares afectados por el mal. 52

En los años siguientes simples rumores sobre la existencia de contagiados bastaba

para que el cabildo se ocupara de la situación. El procurador de 1751, don Sebastián

de Metauten, señaló que "a mi noticia ha llegado, el que en ella ay varias personas

que adolecen del contagioso achaque que llaman de Lázaro, y para que estas se

mantengan se hace preciso el comercio con las gentes, del cual puede resultar
53
gravísimo e yncurable daño." Parece que vecinos que vivían de la venta de
51
A.C.M. t. 9, f. 142.
52
Ibid. t. 10, leg. 2, f. 55.
53
Ibid. t. 22, leg. 16, f. 12.

50
golosinas elaboradas en sus hogares habían contraido la enfermedad, lo que produjo

la natural alarma de la población. Aunque el procurador pidió que se construyera

hospicio para los lazarinos, ello no se llevó a cabo por la falta de fondos del cabildo.

En marzo de 1757 el procurador don Antonio Adriano Gómez puso sobreaviso al

cabildo acerca de personas que presentaban los síntomas de la enfermedad. El único

médico que había en la villa era un francés, don Pedro Euse, al que el cabildo había

concedido licencia para ejercer su oficio desde 1751, por sus "exitosas curaciones", y

quien era precisamente el dueño de la esclavilla sobre la que más prevención tenía el

vecindario. No era la única, pues según el cabildo, los enfermos se hallaban en "todo

el valle." El temor que producía la enfermedad, así como la absoluta impotencia

frente a ella quedaron registrados en una de las cartas del procurador Gómez, cuando

escribió que

"experimentaremos sin falta una formidolosa tragedia, en todo este

vecindario, pues no ignoran Vmds. lo contagiosos e irremediable de esta

epidemia sin que esté ezento de contraherla ni el noble ni el plebeyo, ni

contraida una vez, tienen remedio, ni este ni aquel, pues no se encuentra,

no digo en este lugar, donde hay inopia de medicinas y médicos, pero ni

en las cortes, donde sobran unas y otras providencias"

Allí mismo pedía reconocer

"una negrilla, que tiene con su servicio D. Pedro Euse, medico francés,

porque, esta como está, dentro del riñón de la República, no se puede

51
negar que es aún mas pernizioza que los otros, pues concurriendo como

es inevitable, al templo los días festivos, tomando de la pila agua bendita,

arrojando el exputo, y finalmente mistioxandose en otros modos con la

congregación de fieles que allí concurren, es quasi ynfalible que haya de

contagiar a barios..."54

Como aún el mismo médico podía perder la vida pedía que la negrilla fuera retirada

de la villa. Sin embargo, Euse determinó que ella no tenía lepra sino "fiebres

escorbúticas."

Es interesante observar que procuradores con varios años de servicio a la villa al

haber ocupado otros cargos del cabildo, como el de alcaldes, enriquecieron el

repertorio de términos y conceptos usados por los capitulares al defender los intereses

del vecindario. Uno de estos casos fue el del tesorero don Matheo Alvarez del Pino,

quien tras haber sido alcalde de segundo voto en 1745 y de primer voto en 1751 y

1759, ocupó la procuraduría en 1761. En ese año el juez subdelegado de tierras, don

Enrique Velásquez de Obando, había dado un auto para que los vecinos interesados

en legitimar sus posesiones presentaran los respectivos títulos. Don Matheo,

miembro de una de las familias de mayor arraigo y prestigio en el valle, solicitó al

juez de tierras que ampliara el plazo fijado para presentar los títulos. No era un

secreto que por los rápidos procesos de subdivisión de las antiguos hatos en lotes y

en pequeños solares, -especialmente los de la Otra Banda del río-, ocurridos desde la

década de 1720, sólo algunos de sus numerosos propietarios estaban en capacidad de

exhibir los títulos de las diminutas parcelas. Señalaba el procurador que

54
Ibid. t. 12, leg. 1, f. 59.

52
"todas las tierras de este valle se poseen por sus vecinos en virtud de

mercedes, y títulos antiquísimos corroborados con posesiones que

comenzaron quasi al mismo tiempo que la población y la ciudad capital y

porque en virtud de lo por Vmd. mandado cada uno debía presentar razón

que abonare la lexitimidad de su posesión en el término de dos meses, lo

que es de sumo costo, y trabajo por estar bajo de un título

comprehendidas ya las tierras de varios interezados, e interezados en mui

cortas partes de ella y ser de mi obligación el atender al alivio de estas

repúblicas y bienestar de sus vecinos, para poderlo hacer se ha de servir

Vm. prorrogar dicho término..."55

La petición fue aceptada por Velásquez de Obando.

Ahora bien, la idea del bienestar para el vecindario, como uno de los fines del

cabildo, fue usada por primera vez en la villa, -al menos en forma escrita-, por

Alvarez del Pino. En adelante el término se utilizaría asociado a la idea del buen

gobierno. Así, en 1775 el cabildo debía cumplir ordenes precisas del virrey para que

a los europeos se les diera cabida en dicha corporación, pues en los años previos los

españoles sólo eran elegidos para la alcaldía de segundo voto. Los capitulares

depositaron en forma unánime los votos por el Alférez Real, que era el comerciante y

minero peninsular don Antonio Quintana, para la alcaldía de primer voto, no sin

dejar constancia en el acta de elecciones que lo hacían porque "han conseptuado que

55
Ibid. t. 15, leg. 9, f. 4.

53
ningún otro europeo haya a la sasón y mas condigno y combeniente al bienestar de

esta república que el nominado Señor..."56

Una de las particularidades que más empeño pusieron los gobernantes borbónicos en

modificar fue la de las tradiciones fingidas. Esta expresión describía aquellas

prácticas con las que el vecindario pretendía obtener derechos que nunca habían

existido, en un juego en el que el mismo cabildo parecía dar por sentado que sí habían

existido; como era el caso de los sujetos que sin serlo se identificaban como pobres

de toda solemnidad para poder continuar criando cerdos en las calles de la villa sin

ser molestados por el cabildo. En tal situación el cabildo terminaba por permitir la

cría aunque eventualmente recordaba que los animales no podían permanecer allí. El

gobernador Silvestre y el visitador Mon y Velarde no dudaron en mostrar su disgusto

hacía la complicidad que por décadas tuvo el cabildo en el desorden de la villa. Para

ellos, una amplia gama de actitudes era el testimonio de una forma de gobierno propia

del pasado; eran antiguallas que se interponían en el camino de la felicidad y del

orden.

En pequeña escala ambos funcionarios reproducían los esfuerzos que realizaban en la

península el cuerpo de políticos que rodeaba a Carlos III. Dispuestos a creer que era

posible cambiar las costumbres del pueblo, desterrar las preocupaciones, acabar con

las supersticiones e inculcar nuevas actitudes acerca del trabajo, sus propósitos

llegaron a ser interpretados, en algunos casos, como una traición de los fines

tradicionales de la Corona.57

56
Ibid. t. 21, lib. 2, leg. 1, f. 2.
57
BRADING, David. " La España de los Borbones y su Imperio Americano." en: Historia de
América Latina. Leslie Bethell, ed. t. 2, pp. 85-126. Ed. Crítica, Barcelona, 1990.

54
Las autoridades locales en América, propensas a incorporar en su discurso los

términos, expresiones y conceptos que identificaban a la élite reformista borbónica,

entendieron, también, que las reformas podían resultar perjudiciales, pues medidas

como las del estanco del tabaco o del aguardiente dejaban en el desamparo a

numerosos vecinos. A partir de la década de 1760 se desarrolló una compleja prueba

de fuerza para dilatar el cumplimiento de las reformas a fin de reducir el malestar

que podían originar. Aquellos que no desaprobaban por completo los cambios y que

sólo querían un poco menos de entusiasmo, tenían en su favor el peso de la rutina,

expresión con la que describió Jean Sarrailh el enorme poder de la tradición en la

España de la segunda mitad del siglo XVIII.58

En función de su oficio, los procuradores debían ser hábiles intérpretes de la forma en

que las medidas propuestas para la villa por los particulares o por estamentos

superiores de la administración virreinal podían afectar o perjudicar al vecindario.

Veamos un ejemplo: en abril de 1784 Pablo Delgado pretendió, a cambio de una

suma pagadera al cabildo, obtener en su favor el derecho a ser el único abastecedor de

carne en la villa. 59 El se comprometía a rebajar a cada arroba de carne medio tomín

de oro. Las condiciones para poder sostener este precio eran numerosas: pondría

tablas para la venta de la carne en el marco de la villa, en Envigado, en Itagüí, y otra

en Copacabana. La carne se daría en venta los martes, jueves y sábados. Ninguna otra

persona podría matar reses, excepto los dueños de los hatos, una vez obtenida la

licencia de Delgado y sólo lo harían para surtir sus casas, sin derecho a poder vender

al público. Las menudencias de las reses sacrificadas en los hatos, así como los
58
SARRAILH, Jean. La España Ilustrada ...op. cit. pp.37-54.
59
Sobre la importancia del abasto de carne en las poblaciones coloniales ver: MARTINEZ DE
SANCHEZ, Ana María. "Infraestructura del abasto de carne a la ciudad de Córdoba: los corrales
(1783-1810). EN: Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, L-2, 1993. RODRIGUEZ JIMENEZ,
Pablo. Cabildo y vida...op. cit. pp. 72-80.

55
cueros y el sebo en rama o en velas deberían darse a Delgado para la venta en sus

provedurías. Si alguien era encontrado vendiendo carne o los despojos del ganado

tendría que pagar dieciséis castellanos, y en caso de negarse a ello Delgado lo podría

llevar a la cárcel de la villa para forzar el pago. La contrata de su abasto sería por dos

años y con claridad señalaba que cada arroba sería de veinticinco libras pues en el

valle también se había usado la de treinta y dos.

La carta en la que Delgado presentaba su oferta al cabildo fue dada al procurador don

Felix Gayón y Molina para que examinara si ella era conveniente a los intereses de la

villa. En su escrito, de un elaborado análisis y de una fina ironía, el procurador

invitaba al cabildo a poner en un platillo de la balanza la rebaja en el precio de la

carne prometida por Delgado y en el otro las exigencias que hacía. Si sólo se vendiera

carne en los cinco sitios señalados por Delgado el vecindario que viviera en "la

mediación de matanza a matanza" tendría que buscarla en lugares muy distantes. El

abastecedor podría tener libertad para comprar carne de toros o de reses apestadas y

no de reses gordas, y el vecindario se vería obligado a comprarle la carne que

ofreciera, seca o no, porque no podría comprarla en lugares diferentes. El procurador

tampoco olvidaba el perjuicio que Delgado ocasionaría a los mineros pues las reses

no podrían enviarse a los sitios productores de minerales. Por último, don Felix

demostraba que con sus condiciones Delgado obtendría "bentajosos perjuicios" a


expensas de los pobres del valle, pues al apoderarse de todos los sebos sólo él podría

hacer velas y jabón porque

"una libra de sebo se compra a los matadores por un tomín y cualquier

bieja hinhutil ase de ella cuatro velas que se venden por dos tomines...

56
y de una libra de cebo ce ase lo menos cuatro libras de jabón a beneficio

de otra semejante bieja o de la cosinera que gisa la comida en un fogón

allí a mano, y, con este costo sacan lo menos cuatro tomines

bendiendose por ynfimo precio, a tomín libra sobre cuya demostración

parece no es necesario dedusir la crecida ganancia a que aspira el

pretendiente y el yntolerable perjuicio que señala el fiel de la balanza se

le sige al público."

En cuanto el procurador expuso sus razones el cabildo determinó que no se podía

otorgar el abasto de la carne a Delgado y que al procurador se le debían dar las

gracias por la "bien fundada defensa" de los intereses de la villa. 60

60
A.C.M. t. 35, leg. 9.

57
SERVIR SIN DESOLAR

Los años finales de la dinastía Habsburgo no fueron los más afortunados para la

Corona. Si el inicio del s. XVII se distinguió en la península, -especialmente en

Castilla-, por las fuertes tendencias inflacionarias, su final se caracterizó por la

escasez de moneda circulante y por la incesante caída de los precios de los productos

agrícolas. La disminución de la población en la península, las recurrentes crisis de

alimentos que se presentaban allí, el alarmante crecimiento del contrabando en el

Caribe, la superioridad naval de las naciones rivales, la inseguridad en los medios de

la Corte por la ausencia de un sucesor seguro, la incapacidad mental de Carlos II, y

las enormes deudas del Estado, habían sido algunas de las circunstancias que

sumieron en la desazón y en el más crudo pesimismo a burócratas y políticos. La

muerte del monarca el primero de noviembre de 1700, sólo un mes después de haber

nombrado como sucesor al nieto de su hermana y de Luis XIV, el duque de Anjou,

originó la guerra pues las otras monarquías no estaban dispuestas a aceptar el poder

que con tal nombramiento recibiría el Rey Sol. La Guerra de Sucesión sería el

epítome de una larga crisis, y su resultado final, el acceso de los Borbones al trono

español, abriría una época de profundos cambios en la península y en las Indias.

El manejo de las rentas del Estado no podía ser peor. Acerca de la ineficiencia estatal
Antonio Domínguez Ortiz presenta los siguientes datos:

"Las rentas fijas de Castilla importaban en 1687, según memoria

presentada por el marqués de los Vélez, ocho millones y medio de

escudos; como la deuda pública, representada por los juros, ascendía a

58
doce millones, los ingresos netos ascendían a una cantidad negativa.

Pagando sólo una parte de la deuda, y dejando pendientes otras muchas

atenciones, se reunían los tres o cuatro millones indispensables para que

no se paralizase la máquina del Estado. De esa mínima cantidad las casas

reales absorbían millón y medio, es decir, la tercera parte de las rentas

disponibles; mientras se debían años de sueldo a los empleados, y los

soldados mutilados pedían limosna, se gastaban 80.000 reales de a ocho

en la cera que alumbraba el palacio del rey, 60.000 en la de la reina,

250.000 en gratificaciones a cuarenta y dos gentiles hombres, otras

inmensas cantidades al personal de la capilla y 400.000 por el coste de

las tres jornadas anuales de la Corte: al Pardo, al Escorial y a Aranjuez." 61

El ambiente de crisis se reflejó en los escritores de la época. La depresión, cuyo

período más severo fue ubicado por Domínguez Ortiz entre 1680 y 1685, produjo

como respuesta, paradójicamente, un gran temor al cambio. 62 En Castilla, según

Domínguez,

"el único síntoma esperanzador era que, si la recuperación no se había

producido aún, por lo menos la depresión había dejado de profundizarse.

En lo espiritual la situación no era mejor: las prensas editaban pocos y

malos libros; se había perdido el sentido crítico, y quien se atrevía a

manifestarlo se exponía a ser tildado de novador, de irrespetuoso con la

61
DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio. Sociedad y Estado Español en el siglo XVIII español. Ed. Ariel,
Barcelona, 1990. pp. 14-15.
62
Sobre los temores de la sociedad española en el s. XVII ver: ELLIOTT, J.H. "Introspección
colectiva y decadencia en España a principios del siglo XVII." EN: ELLIOTT, J.H. (ed.). Poder y
sociedad en la España de los Austrias. Barcelona, Critica, 1982. pp. 198-223; MARAVALL, José
Antonio. La Cultura del Barroco. Barcelona, Ariel, 1990.

59
tradición y la autoridad. La religiosidad, sincera y profunda, estaba

deformada por las supersticiones. Las semillas de un renacimiento

intelectual, aún muy lejano, no estaban, ciertamente, en las cátedras

universitarias, sino en algunas tertulias particulares de Madrid, Sevilla,

Valencia, es decir, en las pocas ciudades que mantenían contacto con el

extranjero."63

Así, la época en la que se erigió Medellín como villa no fue de gloria para el Imperio

pero el mismo hecho de su erección es un mentís a las generalizaciones sobre la

crisis. Aunque las flotas con las remesas de metales preciosos cada vez se tardaban

más para ir de América a España, las cantidades de estas no permiten deducir que

hubo una crisis como la que sufrió la metrópoli. 64 Si en la península los arbitristas

suponían que faltaba poco para que la nave del Estado se hundiera, en América, sin

los rasgos de optimismo que había en el temprano s. XVI, se continuaban buscando

nuevas minas, abriendo valles para la agricultura y la ganadería y se poblaban

regiones que sólo sirvieron de proveedoras de alimentos de los primeros centros

mineros.

Sin embargo, la mentalidad de la época, las ideas fatalistas, el temor a la novedad, el

apego a las tradiciones, los brotes de inseguridad al menor revés de la fortuna, el afán

por acallar los rumores y las murmuraciones, la recurrencia a explicar la suerte de los

hombres por los designios divinos se hallaban presentes en los vecinos criollos y

peninsulares que fueron los primeros beneméritos de la villa. La vida política de

Medellín en sus primeros decenios fue afectada por una paradoja inevitable. Todo el

63
DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio. Sociedad y Estado... op. cit. p. 20.
64
DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio. El Antiguo Régimen...op. cit., pp. 436-440.

60
ambiente cultural en el que se habían formado los vecinos españoles de ella estaba

dirigido a favorecer el quietismo y la tranquilidad como si con ello se pudiera evitar

la crisis o recuperar el favor celestial. El ideal político difundido por los funcionarios

de la agonizante dinastía era el de la paz, la quietud y la tranquilidad. Pero era difícil

alcanzar tal ideal en una población de reciente creación: sin tradiciones establecidas;

sin medios para hacer cumplir las leyes; sin una casta todopoderosa de encomenderos

o de grandes mineros; urgida de atraer más vecinos a su jurisdicción para mostrar su

derecho a una mayor autonomía frente a la capital, la ciudad de Antioquia; con

fuertes conflictos entre las pocas familias que podían aspirar a llevar a sus miembros

al cabildo; con una creciente población de mestizos que no se identificaban a sí

mismos como españoles ni como indios, y que asentada en los arrabales podía vivir

con desprecio de las leyes; en fin, con todos los ingredientes propios de un vecindario

que miraba más hacia el futuro que hacia el pasado, en la nueva villa eran muy pocos

los elementos que obraban en favor de los ideales que proponía la Corona.

Precisamente la falta de medios que tenía el cabildo para obligar a cumplir las leyes,

el deseo, posiblemente sincero, de no perjudicar a los más pobres, y la seguridad de

que mientras menos se molestara a los moradores de la villa con prohibiciones más

vecinos se asentarían en su jurisdicción, pueden ser algunas de las razones que

expliquen por qué con el paso de los años lo tradicional fue que el común no
obedeciera las leyes y que las autoridades locales disimularan la obligación de

hacerlas cumplir bajo el pretexto de la conmiseración con los pobres.

Este capítulo trata sobre la forma en que la política local resultó afectada por los

conflictos entre dos grupos familiares. Por ello el propósito formal de buscar la

61
quietud de la villa fue de difícil logro. Además el importante papel que desempeñaba

el valle de Aburrá en las décadas finales del s. XVII para la economía de toda la

provincia, hacía de este un sitio poco propicio para aplicar los ideales propuestos por

una monarquía que se veía a sí misma arrostrando los momentos más calamitosos en

la historia de la Corona.

La creación de la villa fue sentida como un golpe del que difícilmente se podría

recuperar la capital, pues significaba la pérdida de los hatos, de zonas de cultivo, la

desviación del comercio, así como de las contribuciones que estaban obligados a

pagar los vecinos del valle de Aburrá para las obras públicas que se ejecutaran en la

ciudad de Antioquia. Por ejemplo, el primer procurador de Medellín, don Marcos

López de Restrepo, escribía el once de septiembre de 1676 para que el gobernador

Aguinaga revocara un Auto en el que obligaba a los comerciantes vecinos y foráneos

de la villa a contribuir para las obras de la casa de cabildo de Antioquia con el pago
65
de dos tomines por cada carga de mercancía que llevaran al valle.

Con la fundación, vecinos de Antioquia que poseían estancias en el valle de Aburrá

pretendieron avecindarse definitivamente en la villa. Una de las razones principales

fue que al bajar la producción de oro en Cáceres y Zaragoza el valle de Aburrá acogió

a los mazamorreros que buscaban nuevos placeres. Por su ubicación, ceñido al norte y

al oriente por los valles templados de Rionegro y de los Osos, los mineros de la

ciudad de Antioquia tomaron el valle de Aburrá como centro en sus exploraciones

hacia dichos lugares. Desde mediados del s. XVII comenzaron a ser denunciadas

65
A.C.M. Ibid. t. 1, f. 144.

62
minas en ambos valles. Las estancias ganaderas y los cultivos en el valle de Aburrá

surtían con alimentos a los pioneros del nuevo ciclo minero.

La fundación de Medellín, después de un primer intento en 1671, era el

reconocimiento de la Corona al nuevo papel que había adquirido el sitio de Aná en el

período de crisis de las viejas zonas mineras y de apertura de nuevos frentes en

Rionegro y en los Osos. Por esa razón el cabildo de Antioquia, al ver que perdía

vecinos, además de recursos, protestó con vigor ante el gobernador. En 1677 el

procurador de aquella ciudad, don Vicente Salazar Beltrán, escribió a Aguinaga para

protestar porque don Matheo Alvarez del Pino, que siempre había sido reconocido

como vecino de la ciudad de Antioquia pretendía serlo de Medellín, de la cual

afirmaba Salazar Beltrán que fue fundada con las "personas españoles, mestizos,

mulatos y de toda esfera que andan bagueando y no reconocen vecindad." Creía

entender que la vecindad se debería extender sólo a las personas que vivían en la

agregación y casería de Aná y no a todo el valle. Con la creación de la villa se

produjo la

"asolación y desamparo de esta dicha ciudad pues en tan corto tiempo

como ha que se hizo la dicha fundación de la villa y haberle quitado la

jurisdicción de todo el Valle se padece lo desierto y muchas necesidades


pues le ha faltado el abasto de la carne por no permitir que de los hatos

que tienen en dicho valle se saque ganado alguno y faltar todo recurso de

limosnas a las Iglesias y ayuda a las cargas de la república..." 66

66
Ibid. t. 1, f. 168-170.

63
El comentario del procurador de Antioquia podía parecer cargado de insidia a los

vecinos de la nueva villa pero describía con justicia la condición de una parte de la

población que alternaba el cultivo de pequeños solares en el fértil valle de Aburrá con

el mazamorreo en sus quebradas y en las de los valles aledaños.

El cabildo de la villa recibió traslado de la carta de Salazar Beltrán, que fue

considerada impolítica por el procurador de Medellín, don Roque de la Torre

Velasco. En defensa de la calidad de los vecinos de Medellín señalaba que eran gente

obediente, leal y devota. Recomendaba resignación bíblica a los de Antioquia pues

no negaba que todos los de Medellín fueran descendientes de los de la vieja capital,

"que también somos todos los del mundo de nuestro padre Adán y no podemos vivir

en el parayso como no pueden vivir los de esta villa, y dicha ciudad en ella por las

pocas conveniencias que hay en su jurisdicción de mantenimientos para mas gente".

En su escrito el procurador declaraba que los de Medellín no podían nombrar un

apoderado en la ciudad de Antioquia "por ser todos los vecinos de ella opuestos a la

fundación de esta villa."67

El manejo que el cabildo de Medellín dio al asunto, así como a otros conflictos en los

años posteriores ilustra bien el alcance real de una fórmula aparentemente tan retórica

como el servicio, el aumento y la conservación; con tal expresión se aludía a un viejo

imperativo político que distinguía el período Habsburgo. Los cabildos de cada villa o

ciudad tenían que velar, ante todo, por el adecuado cumplimiento del Real Servicio, y

la prueba más visible y tangible del servicio a la Corona era la entrega oportuna y

completa de los recursos que ella demandaba de los súbditos. Presupuesto básico del

67
Ibid. t. 1, fols. 174-177.

64
cumplimiento del servicio era, además, el crecimiento de la población, del comercio,

de la producción agrícola, ganadera y minera; en suma, el aumento y conservación

de cada villa y ciudad. Pero, como lo señalaban con insistencia los procuradores, las

cargas que soportaba la villa, como el pago del Indulto, o como la contribución del

comercio de Medellín para financiar la casa de cabildo de Antioquia, sólo llevarían a

la decadencia de una población que por estar recién creada tenía múltiples

necesidades y gastos. Ello haría que la gente la despoblara y que la villa misma se

perdiera para el servicio de la Corona

Tal vez fue el procurador de 1679, don Antonio de Zamarra, quien expuso de la

manera más nítida la imposibilidad de servir sin desolar. En ese año don Fernando

de Prado y Plaza, fue comisionado por la Audiencia para averiguar sobre los fraudes

de quintos en la villa. Al alegar la inconveniencia de la comisión, Zamarra escribía

"lo otro que no es del servicio de su magestad el que se admita la dicha

Comisión, y otras semejantes a ella, antes bien, sí des servicio suio y

menos cavo de su Real Corona pues por semejantes comisiones y

continuación de juezes asalariados se experimenta la asolación y ruina

desta provincia, y en ella quatro ciudades que totalmente están arrasadas

y asoladas como son Zaragoza, Cáceres, San Jerónimo del Monte y


Guamocó".

Sobre el efecto de las visitas continuaba afirmando que los jueces asalariados

65
"lo primero que solicitan es cobrar sus salarios, quedando siempre los

débitos en pie, y como los dichos salarios que se les nombra para estas

tierras de oro son tan esorbitantes, no puede menos que quedar los

lugares de su magestad destruidos, y asolados, lo cual se experimentará

por esta villa y la dicha ciudad de Antiochia, si se admite la dicha

comisión u otras semejantes a ella, a que no se deve dar lugar pues es en

disminución de la Real Corona y deservicio de dios Nuestro Señor el que

se desmantelen y asuelen pueblos donde ay iglesias en que se frecuentan

los Santos Sacramentos y se alava su Santo Nombre, quedando yermas y

echas albergues de aves y animales como a susedido en las ciudades

arriva referidas..." 68

Como imágenes ominosas las asoladas Cáceres, Zaragoza y Guamocó pesaban en el

cabildo de la nueva villa. Al subrayar el peligro de su inmediato fin, el procurador de

Medellín esperaba demostrar la inconveniencia de la visita ordenada por la

Audiencia. La provincia estaba muy atrasada

"...pues en toda ella no a quedado mas que la ciudad de Antiochia, caveza

de este govierno, y esta Villa, no teniendo ambas Repúblicas mas que

quinientos bezinos y entre ellos asta veinte y cinco o treinta dueños de

quadrilla y minas, a cuia sombra y abrigo biben y se mantienen los demás

y estos por esta causa y las muchas cargas de sustentar vecindad y forma

de República están adeudados y empeñados, que mas les sirve de travajo,

las dichas minas que no de conbeniencia y tanto que es sin duda que si

68
Ibid t. 26. leg. 26, fols. 16-18.

66
allaran quien les comprara los negros que tienen, los vendieran y dejaran

la tierra, por lo trabajoso y acavado de ella, lo qual se comprueba bien

claramente, con lo que al presente le susede al comercio con la benida de

galeones a Cartagena, pues a ella no bajan seis mercaderes, cuando en los

tiempos pasados bajaban treinta o cuarenta y los que bajan aora siendo

tan pocos dejan lo mas de sus caudales por la proveza, de la tierra,

ymposibilidad de sus vecinos para poderles pagar sus bienes y

comercio."69

Una de las consecuencias que provocó la secular crisis en la península fue la

incapacidad de la Corona para garantizar la seguridad del comercio con las Indias.

Para paliar tal dificultad se creó el Indulto para los gastos de la Armada de Barlovento

por medio de la Real Cédula del 22 de agosto de 1673. Con las sumas que la Corona

esperaba recaudar entre el comercio de las Indias se pagarían los costos de la Armada

destinada a darle seguridad en la cuenca del Caribe a la Flota que anualmente debería

viajar entre los dos continentes.

La Audiencia de Santafé debía repartir entre sus gobernaciones el pago de 20.000

patacones que tendrían que entregar los comerciantes del Nuevo Reino. A su vez los

gobernadores distribuirían lo que tocaba a sus respectivos territorios entre las

ciudades y villas que los formaban. La Corona esperaba que al arribar cada año la

Flota a Cartagena se hubieran recaudado y puesto en el puerto los 20.000 patacones.

Pero tal regularidad en el arribo de la Flota no se dio. Localmente, los alcaldes, los

regidores y los procuradores estaban obligados al cobro para enviarlo a la Caja Real

69
Id.

67
de Santafé. Ellos tenían que cobrar entre los comerciantes el Indulto conforme al

monto de los caudales que estos manejaran.

En el reparto efectuado por la Audiencia el comercio de la provincia de Antioquia fue

cargado con 3000 de los 20000 que pagaría el Nuevo Reino. Cuando el cabildo de la

ciudad de Antioquia se enteró de ello otorgó poder a don Vicente Salazar Beltrán para

que, actuando como su apoderado ante la Audiencia, solicitara la disminución de esta

cantidad pues la provincia, de la que se afirmaba estaba en extrema pobreza, no

podría soportar una carga tan elevada. Pese a que el fiscal de la Audiencia, don

Fernando de Prado y Plaza, solicitó que negara la petición de los de Antioquia, ésta

determinó, el mes de julio de 1677, reducir la suma a 1.000 pesos de oro de a veinte

quilates, que eran equivalentes a 2.000 patacones. Una segunda solicitud de Salazar,

pidiendo una mayor disminución, no corrió la misma suerte y así la provincia quedó

obligada al pago de los 1.000 pesos por cada Armada que llegase a Cartagena. 70

Al año siguiente, cuando se realizó el reparto del Indulto entre toda la provincia, el

Gobernador Aguinaga y el cabildo de Antioquia le asignaron a la villa de Medellín

una contribución de 650 pesos, bajo el argumento de que en ella estaba "el mas del

comercio" de la provincia. Mientras que Francisco Díez de la Torre, regidor de

Medellín, y quien estaba presente en la sesión del cabildo de Antioquia en la que se

tomó tan importante decisión para la villa, aceptó tal reparto, el procurador de

Antioquia señaló que a su ciudad le quedaría muy difícil pagar 250 pesos del reparto.

El resto del mismo fue dividido entre las decadentes Cáceres y Zaragoza. 71

70
Ibid t.36, leg. 37, f. 91.
71
Ibid t.36, leg. 37, f. 28 y t. 1, f. 188.

68
Durante los seis años siguientes el cobro de los 650 pesos entre el comercio de la villa

dio origen a un largo pleito entre el cabildo y los comerciantes forasteros. Cuando el

cabildo de Antioquia decidió asignar más de la mitad del repartimiento al comercio

de Medellín estaba reconociendo un hecho inocultable,-como era la creciente

importancia de esta actividad en el área del valle de Aburrá-, aunque también era una

forma de bloquear el crecimiento de Medellín al hacerla menos atractiva para los

comerciantes.

Cuando el procurador de 1678, don Francisco Correal de Ocampo, se enteró de la

suma asignada al comerció de la villa para el pago de la Armada, solicitó al cabildo

que le pidiera al gobernador Aguinaga una rebaja en dicho monto. Correal señalaba

su desconcierto porque la villa entregaría en ese año 650 pesos cuando en el año 1677

los diputados de la ciudad de Antioquia ya habían cobrado entre su comercio 450

pesos. Así la villa pagaría en total 1.100 pesos, lo que era en opinión de Correal un

violento agravio. Además explicaba que los comerciantes que llegaban a Medellín ya

habían pagado el Indulto en Mompox o en Honda. En apoyo de su petición el

procurador traía a cuento las cargas de la república: la obra de su iglesia parroquial,

en cal y canto, y teja, estaba costando a los vecinos principales más de 8.000 pesos, -

aunque años después se calcularía este costo en 15.000 pesos-; las calles tendrían que

ser empedradas; la villa requería de una casa para carnicería; se tenían que pagar las
tierras de la planta y los ejidos; los vecinos estaban construyendo sus propias casas y

el comercio de la villa estaba endeudado en más de cien mil pesos de oro. Finalmente,

apuntaba que la villa podría acabarse pues su único soporte era el comercio ya que ni

minas tenía. 72

72
Ibid. t. 1, f. 195.

69
En los años siguientes otros procuradores utilizarían argumentos similares pero ello

no evitó que la villa pagara el Indulto. Empero, el cabildo recurrió a diferentes

procedimientos para dar cumplimiento al pago sin hacerlo a expensas de los

comerciantes de Medellín, pues al repartir entre el comercio los 650 pesos obligó a

pagar las sumas más importantes a los comerciantes forasteros. Uno de ellos, el

peninsular don Diego de Caldas Barbosa, presentó en marzo de 1680 una petición a la

Real Audiencia para que el repartimiento del Indulto fuera hecho entre dos diputados

del cabildo de la villa y dos de los mercaderes forasteros, a quienes representaba.

Barbosa, el comerciante más afectado con el primer reparto hecho por el cabildo al

tener que pagar 100 pesos, en tanto que los otros 41 comerciantes incluidos en este

habían sido gravados con un promedio de 16 pesos, exponía que quienes hacían el

reparto eran a la vez vecinos y comerciantes. 73 Expresando un marcado sentido de

agravio por la forma injusta del reparto, Barbosa y otros siete comerciantes

forasteros escribieron al propio cabildo en mayo de ese año para que éste esperara el

arribo de otros comerciantes que llegarían con mercancías desde Cartagena, Quito y

Santafé antes de hacer el nuevo reparto. Unos días después el procurador opinó que

esta petición no debía ser tenida en cuenta por el cabildo porque de hacerlo no habría

tiempo para enviar el oro a Cartagena y volvió a insistir en que sólo el cabildo tenía

facultad para hacer el reparto.74

Los comerciantes forasteros continuaron en su empeño de tener participación en la

asignación del Indulto, pues desde octubre de 1680 el fiscal de la Audiencia, don

73
Ibid. t. 36, leg. 37, f. 2.
74
Ibid, t. 36, leg. 37, f. 52-54.

70
Fernando de Prado y Plaza había conceptuado que la petición de Caldas Barbosa era

justa, aunque dicho parecer no fue tenido en cuenta por el cabildo de Medellín.

Finalmente por una Real Provisión de 1684 los comerciantes foráneos adquirieron el

derecho a participar en el reparto del Indulto.75

De las mutuas recriminaciones entre los comerciantes merecen destacarse los

argumentos expuestos por don Antonio Velásquez de Obando, procurador en 1681,

para negar cualquier derecho a los foráneos porque desplazó hábilmente la discusión

del campo político y económico al religioso. El 18 de mayo afirmó en el cabildo que

los comerciantes foráneos sólo estaban interesados en dilatar el pago y que las

razones que daban para pedir una distribución más equitativa eran contrarias a la

verdad. En cuanto a la calidad de los comerciantes afirmó que apenas eran

rescatantes que frecuentaban la villa y que Caldas Barbosa había entrado en ésta

veinte negros "de mala entrada". En su opinión la altivez de los forasteros nacía de

la forma tan espléndida en que eran atendidos y preferidos en los actos públicos;

agregó que ellos no daban limosna voluntariamente y que desde hacía cuatro años no

habían querido sacar el estandarte del Jueves Santo, habiendo sido Diego de Caldas el

primero en negarse a ello. Así, identificó el deservicio de los comerciantes foráneos

con la falta de celo católico. En su carta pidió al cabildo que fuesen los forasteros

quienes pagasen todo el Indulto pues ellos eran los que gozaban del fruto de la tierra

sin permitir que los propios vecinos pudieran vender sus mercaderías, circunstancia

que originaría el acabamiento de la villa. En sus palabras, si se evitaba el trato con

los forasteros

75
Ibid, t. 36, leg. 37, fols. 113-117.

71
"redundará en servicio de Dios y de su Magestad, que le guarde, porque

tratando los vecinos y contratando con sus cortos caudales crecerán en

ellos, de que dimanará poblar de negros esclavos para beneficio de sacar

oro por no aber otras haziendas a que aplicarse y habiendo aumento de

negros abra aumento en las cosas del culto divino y en el interés Real".76

Argumentos similares contra los comerciantes forasteros había usado el apoderado

del cabildo de Medellín en la capital de la provincia, don Gregorio Guzmán. Todo el

asunto sobre el pago del Indulto había pasado a manos del gobernador don Diego

Radillo de Arce pues el propio cabildo de Medellín se había declarado confuso en

cuanto a la repartición del cobro. Ello llevó al gobernador a asumir el conocimiento

de la causa en la ciudad de Antioquia pues su mala salud le impedía desplazarse al

valle de Aburrá. Al abogar por los intereses de Medellín, Guzmán señaló que aunque

el reparto no afectó a los forasteros sí debió haber sido así porque en los años

anteriores ellos no contribuyeron a pagar los gastos o a sostener las cargas de la

República mientras que los vecinos financiaban festividades, cofradías, el cura para la

doctrina de los esclavos, salarios de jueces de residencia, así como las obras de

construcción que se adelantaban en el casco de la villa.77

El conflicto entre el cabildo y los comerciantes foráneos fue una de las primeras

pruebas que soportaron los capitulares de la nueva villa en cuanto a su capacidad para

defender sus derechos utilizando los diferentes recursos de la legislación indiana. No

obstante, hubo una práctica a la que el cabildo recurrió con más frecuencia: dilatar el

cumplimiento de las leyes mediante el recurso de la súplica al tiempo que enfatizaba

76
Ibid t. 36, leg. 37, f. 13. El subrayado es del procurador.
77
Ibid. t. 36, leg. 37, fols. 64, 75, 76.

72
la fragilidad de la existencia de la villa. Fue común presentar a Medellín como una

villa en peligro de acabarse, como estaba ocurriendo con algunas poblaciones

mineras. Igualmente las dificultades que sus vecinos oponían a los comerciantes que

sólo en forma ocasional residían en ella pudo haber forzado a algunos de estos a

avecindarse definitivamente en su jurisdicción para poder adquirir peso político en el

cabildo.

Los mismos comerciantes foráneos terminarían por ocupar cargos en el cabildo como

fue el caso de don Juan Antonio de Puerta Palacio, que si en 1680 había firmado

peticiones en compañía de otros comerciantes como don Diego de Caldas o don

Fernando Murillo para solicitar un reparto más justo del Indulto, en 1691 fue

nombrado diputado para el cobro del mismo, al tiempo que era reconocido como

vecino principal de la villa. Diez años después resultó electo como procurador de la

misma. 78

El reparto del Indulto representó para los primeros capitulares la ocasión para definir

las posibilidades de resistencia del cabildo frente al gobernador o a la Audiencia al

defender los intereses del comercio local, a cuya suerte se ligaba la existencia de la

villa. Aparentar o exagerar pobrezas, un recurso usado por los vecinos en forma

individual para lograr beneficios, fue una práctica a la que también acudió el cabildo

para protegerse del costo que debía pagar por la imagen de prosperidad que parecía

rodear a la nueva población.

78
Ibid. t. 31, leg. 1, f. 169.

73
La prioridad de los primeros capitulares fue mantener la conservación de la villa y

buscar su aumento y, de ser posible, lograrlo dentro de una atmósfera de paz y

quietud. Por doquier, los documentos del siglo XVII hacen referencia a estos

principios. El orden y la estabilidad de las sociedades en las Indias no debían

perturbarse y la conducta de los beneméritos no debería originar escándalo entre la

población. Por supuesto, estos deseos de la Corona pocas veces podían convertirse en

situaciones permanentes. La paz, la tranquilidad y la quietud no fueron, pese a la

imagen establecida por una historiografía de nostalgia conservadora, características

prevalecientes de las sociedades coloniales. Mas bien el tipo de términos con los que

se quería describir el estado ideal de las repúblicas ha contribuido a fijar una visión

igualmente estática del s. XVII.

El S. XVII, poco atractivo para una historiografía obstinada en recrear el traumático

proceso de la conquista y el ciclo de fundaciones del siglo XVI, o en tratar de

comprender y, no pocas veces, exaltar la racionalidad y novedad de las reformas

borbónicas, había sido considerado como un siglo de "estancamiento" o de "crisis",

en parte como producto de los trabajos sobre producción minera. Pero si bien las

cifras oficiales registran una reducción importante en los grandes centros argentíferos

de Nueva España y del Perú, nuevas investigaciones elaboradas a partir de los

registros de plata que llegaban a puertos no españoles indican que no necesariamente


se dio una disminución de la producción en las minas americanas y que más bien se

pudo haber presentado un cambio fundamental en la circulación de los minerales

extraídos. También, en el S. XVII sumas crecientes de los metales preciosos dejaron

de ser enviadas a la península porque eran utilizadas para comprar géneros elaborados

en las mismas Indias. En otros términos, mirada desde los archivos españoles, la

74
América del S. XVII si fue una América en crisis; pero por el contrario, el incremento

de los intercambios regionales, -por ejemplo entre Quito y las ciudades del Nuevo

Reino-, sobre los que la Corona tuvo menos control, o del contrabando, indican que

en modo alguno este fue un siglo de estancamiento. Mas bien, hubo cambios

decisivos en los ritmos productivos y en la orientación de los intercambios. 79

Desde este último punto de vista la erección de la villa de Medellín responde a un

proceso propio del S. XVII. Las limitaciones de las técnicas extractivas en las

antiguas zonas auríferas de la provincia originaron nuevas corrientes migratorias. El

valle de Aburrá atrajo pobladores y a su vez debió abastecer de alimentos los nuevos

frentes mineros en la región de Osos y en el actual oriente antioqueño. Así, se

afianzó en él una economía agropecuaria que lo vinculaba con las zonas mineras del

norte, y con las ganaderas de Buga. Con el oro que se extraía de las regiones cercanas

sus habitantes también pagaban los textiles quiteños y las mercaderías que eran

traídas desde Cartagena. A pesar de su difícil geografía no era una región aislada.

Ya desde antes de la erección de la villa unas pocas familias se esforzaban por

controlar el comercio, las tierras y de las minas. Creada esta resultó obvio que el

manejo del cabildo facilitaría el acceso a tales recursos. Ello quedó en evidencia en

1692. En los años previos la renovación de los cargos cadañales del cabildo -cada

primero de enero- se había hecho de común acuerdo entre los miembros del mismo.

Pero el 31 de diciembre de 1691 se presentaron en la sesión del cabildo cuatro

vecinos con sus respectivos títulos de regidores. La compra del cargo de regidor

daba el derecho a ser capitular con voz y voto, de por vida. Ellos fueron el Alférez

79
PEREZ HERRERO, Pedro. Comercio y Mercados en América Latina Colonial Editorial
MAPFRE, Madrid, 1992. cap. III.

75
don Lucas de Ochoa y Alday, don Juan de Toro Zapata, don Juan Zapata y Múnera y

don Agustín de Ossa Zapata. Ninguno de los vecinos de la villa que tuviera un

conocimiento mediano de los vínculos de familia en la misma ignoraba que el

Capitán Juan Toro y Zapata era primo tercero de Juan Zapata y Múnera y de Agustín

de Ossa y Zapata, quienes eran primos hermanos. El español don Lucas de Ochoa no

demoraría en pertenecer a esta familia pues en el mismo año de 1692 contrajo

matrimonio con doña Isabel Zapata, hermana del regidor Juan. Asimismo era bien

sabido que el grupo de los Zapata Gómez de Múnera contaba con el apoyo del

teniente general don Juan de Londoño y Trasmiera, quien en 1685 había contraído

matrimonio con doña Bárbara Zapata y Múnera, tía de don Juan Zapata y de don

Agustín de Ossa. Como sus parientes políticos don Juan de Londoño invertía en

minas y, aunque en razón de su cargo estaba obligado a vivir en Antioquia, obtuvo el

permiso de la Real Audiencia para hacerlo en Medellín pues así podría atender con

mayor prontitud sus intereses en las minas que había descubierto y capitulado en

Guatapé y Cocorná.80

Así, en comparación con las elecciones anteriores, el primero de enero de 1692 se

reunió un elevado número de capitulares, siete, pues lo usual era que estas fueran

realizadas por tres o cuatro miembros del cabildo. Como no había acuerdo entre estos

se votó en forma individual. A la sesión asistieron los cuatro regidores de la familia

Zapata Gómez de Múnera, don Francisco Angel de la Guerra, Alcalde Provincial, el

Ayudante don Joseph Vásquez Romero, Alguacil Mayor y don Bartolomé de Aguiar,

Depositario General. Los votos de los regidores de la familia Zapata y del Alguacil

Mayor permitieron que en ese año resultaran electos don Alonso Jaramillo de

80
A.C.M. t. 31, fols. 151, 169 y 173.

76
Andrade y don Felipe Rodríguez como alcaldes ordinarios, don Juan Zapata y

Múnera, padre del nuevo regidor, como procurador general, y don Francisco Guerra

Peláez y don Juan Vélez de Rivero como alcaldes de la Hermandad. Los votos de

don Francisco Angel de la Guerra y de don Bartolomé de Aguiar fueron depositados

por don Antonio de Piedrahita y Saavedra y don José Lezcano para los cargos de

alcaldes ordinarios, por don Juan de Piedrahita y Saavedra para procurador, y por don

Pedro de Molina y Toledo y don José Alvarez del Pino como alcaldes de la

Hermandad. 81

Elecciones como esta, en las que los capitulares votaban por sus parientes, -como fue

el caso del regidor Juan Zapata, que dio su voto por su padre-, no eran novedad en la

villa. Lo que sí resultó ser sorpresivo en la villa fue la estrategia de comprar

regimientos para tener el control del cabildo. En 1679 don Mateo Mata Ponce de

León, juez de residencia, había realizado una visita a la provincia y dio un Auto de

Buen Gobierno para la villa. El visitador destacó algunos puntos importantes.

Primero, advirtió que aunque la villa se había fundado para que se poblasen las

familias dispersas, ello no se había logrado, "aviéndose quedado los más vecinos de

ella en sus atos y estansias como estaban antes de la fundasión...", y, en segundo

lugar, sobre las elecciones de cabildo escribía que "asimesmo la a constado la mala

forma que tienen en las elesiones de los oficios añales eligiéndose en ellos dichos

capitulares unos a otros, en grabe daño y perjuisio de los demás vecinos dando

ocasión con ello a la poca cuenta y razón que asta aquí avido en la administrasión de

los propios y rentas de la dicha villa" 82. Como lo podría ilustrar un estudio detenido

81
Ibid. t. 31, f. 163.
82
Ibid. t. 1, f. 233.

77
de las elecciones de cabildo en el S. XVIII, este tipo de procedimientos que rechazó

Ponce de León no desapareció.

Como resultado de la compra de los oficios capitulares las familias Zapata Gómez de

Múnera, Toro, y Serna, que no eran ajenas al poder en el cabildo, gozarían a partir de

1692 de una prolongada y eficaz influencia en los asuntos de la villa pues hubo años

en los que la totalidad del cabildo estaba formado por miembros de la familia Zapata

Gómez de Múnera, como ocurrió en 1702.

El control del cabildo era el último paso para convertirse en el clan familiar de mayor

influencia en el valle de Aburrá. Además, las actividades comerciales de esta

extensa familia podían florecer más rápido al evitar que miembros de las familias

rivales se ubicaran en puestos claves como el de teniente general y al poder orientar

las decisiones sobre el uso de los recursos del valle.

En 1690 el Depositario General don Bartolomé de Aguiar, había sido uno de los

diputados por el cabildo para cobrar el Indulto a los comerciantes que arribaran a la

villa. Pero si en 1685 el oro recaudado había sido enviado a Cartagena, el metal que

se cobró para el siguiente pago, el de 1690, desapareció en manos del Depositario

Aguiar. La responsabilidad recaía en Aguiar y en los cabildos que no habían estado


atentos sobre la oportuna remisión del oro a Cartagena y por ello era muy importante

tener el control del cabildo para culpar a Aguiar y dejar libres de cualquier cargo a

aquellos que confiadamente dejaron la recaudación del Indulto en sus manos

78
No poca debió ser la sorpresa de don Bartolomé de Aguiar cuando en la reunión de

cabildo del 12 de febrero de 1692 el nuevo procurador de la villa, el Alguacil Mayor

don Juan Zapata Gómez de Múnera presentó una carta en la que acusaba al primero,

presente en la reunión, y al cabo de Escuadra, don Luis Gómez de Ureña, de no haber

remitido los 600 pesos del año noventa. Asimismo pedía que estos dieran cuenta y

razón del dinero y que se aplicase con rigor la Real Justicia. Unos días después los

capitulares escribirían al gobernador para que librara al cabildo recién electo de

cualquier responsabilidad por la pérdida del oro para la Armada. Al ventilarse más el

caso, Aguiar sólo se pudo defender argumentando que los regimientos que estaban en

manos de la familia Zapata Gómez de Múnera habían sido comprados por venganza y

para que sus poseedores no tuvieran que administrar justicia. Tampoco dejó de

comentar la irregularidad de las elecciones de ese año, golpe que no preocupó al

cabildo pues no negó que sí estaba dominado por una familia y que ello ya había

ocurrido antes. A su vez el cabildo informó con detalle al gobernador cómo Aguiar, -

del que dirían que aunque había sido Depositario durante diecisiete años no sabían

quien era ni cual era su origen-, había cobrado el dinero entre los comerciantes sin

asentar en el libro de cuentas las entradas correspondientes, como en efecto podrían

corroborarlo los propios comerciantes afectados.83

Ante la Corona era muy distinto ser acusado de un fraude a la Real Hacienda que

serlo por dejar de remitir unas elecciones al gobernador para su aprobación o por

votar por parientes en las mismas. La familia Zapata pudo controlar el cabildo sin

verse envuelta en los malos manejos de los dineros de la Corona. En este caso el

83
Ibid. t. 31, fols. 169, 163, 173, 175 y 178.

79
procurador Zapata actuaba ajustado a su oficio pero su acusación sobre Aguiar estaba

justificada, también, por los intereses del grupo al cual pertenecía.

Uno de los efectos casi inmediatos de la fundación de Medellín fue originar un

incremento en el flujo de nuevos vecinos hacía el valle. El control del uso de sus

tierras, principalmente de las cultivables, recaía en gran medida sobre el cabildo; por

ello él representaba más que el prestigio social que daba a sus miembros. Para

familias que necesitaban disponer con seguridad de los recursos que podían asegurar

su dominio económico era imprescindible definir con precisión que posiciones debían

asumirse frente a la potencial amenaza de nuevos pobladores en búsqueda de medios

de subsistencia. Gracias al manejo del cabildo la familia Zapata logró asegurar un

dominio absoluto sobre sus propiedades agrícolas al obtener de la Audiencia una Real

Provisión que desconocía costumbres que se habían practicado por décadas en el

valle.

Aunque la fundación de la villa pudo servir para acelerar el proceso de poblamiento

del valle, este ya albergaba más de 3.000 personas hacia 1675. Ellas se encontraban

dispersas en el mismo pero las mejores tierras ya se hallaban bajo el control de

familias de Antioquia, Cáceres y Zaragoza. En estas circunstancias los bosques, los

cañaverales y los pastos de las haciendas venían siendo utilizados por familias sin
tierras que buscaban allí la madera para fabricar sus ranchos, empleaban la leña para

alimentar sus hogares, y que llevaban a pastar sus vacas lecheras en los terrenos

abiertos. Al parecer este uso común de bosques y pastos no había generado mayores

conflictos antes de la creación de la villa pero desde mediados de la década de 1680

algunos propietarios comenzaron a impedir a la población de blancos pobres y de

80
mestizos dispersos en el valle el uso de estos recursos. Ello fue lo que movió en 1685

al procurador don Juan de Piedrahita y Saavedra, para pedir al cabildo que

proveyese un auto declarando el uso común de cañaverales y pastos. Piedrahita,

cuyos intereses eran opuestos a los de la familia Zapata Toro, apoyaba su petición

citando las Leyes de Indias. Hasta ese momento ningún procurador de Medellín

había acudido a las mismas para defender sus peticiones. Piedrahita señalaba que

"los dueños de los montes y tierras de la jurisdicción de esta villa quieren

yntroducir y an yntroducido de algunos años a esta parte embarazar y

quitar aun asta la leña para el servicio de las cosinas siendo materia

rigurosa y de tanto perjuicio para el común, como también el querer

yntroducir que no pasten los ganados en sus tierras de que se ofrece y se

a ofrecido en la jurisdicción de esta villa muchos y diferentes inquietudes

y dependencias ruidosas sin rreparo..." 84

Una de las consecuencias de la negativa de los dueños de las tierras en permitir el

disfrute de pastos, maderas y cañas era la imposibilidad de continuar realizando los

trabajos en la iglesia por la carencia de la madera.

La ley que citaba Piedrahita trataba sobre el uso público de bosques y pastos

realengos en la isla de Santo Domingo, y expresaba con claridad la obligación que

tenían los funcionarios reales de preferir el bien común sobre el interés de los

particulares. Ello estaba unido a una estrecha vinculación entre principios políticos y

creencias religiosas, pues cualquier circunstancia que alterara el orden social y

84
Ibid. t. 36, leg. 3, f. 1.

81
político también afectaría el servicio de los asuntos divinos. Sin embargo esta ley no

hacía referencia a tierras de particulares que hubieran pagado a la Corona los

derechos de composición, como era el caso en el valle de Aburrá.

Sin dar nombres, la petición de Piedrahita iba dirigida contra el grupo Toro Zapata y

Zapata Gómez de Múnera. En cuanto el procurador presentó esta, el gobernador don

Francisco Carrillo de Albornoz dio, en agosto de 1685, un Auto para que nadie que

tuviera montes, cañaverales o leña seca impidiese su uso común. Esta decisión

dejaba a los dueños de mercedes de tierra sin posibilidad de poner en venta la leña y

la madera, pues cada cual podría tomarlas libremente. En una población muy urgida

de estos recursos, así como de cañaverales a fin de cercar los arados para protegerlos

del ganado no resulta sorpresivo que el Auto del gobernador fuera desobedecido y

que los propietarios impidieran el acceso a las tierras, porque de no hacerlo perdían la

posibilidad de vender estos bienes.

Por ello, doña Ana María de Toro Zapata, viuda de don Antonio Zapata Gómez de

Múnera dio poder a Isidro López Madero para que solicitara a la Audiencia la

revisión del Auto del gobernador Carrillo. Doña Ana María era propietaria de

amplios terrenos cercanos a la villa, en tanto que sus hijos, nietos y yernos además de

poseer tierras en el valle también estaban explorando y explotando nuevos


yacimientos mineros. Su patrimonio personal, la herencia que recibió de su esposo y

su tino al casar a sus hijas habían hecho de ella una de las mujeres más influyentes en

la vida de la villa y del valle.85

85
Ibid. t. 31, leg. 1, f. 243 ss.

82
Cuando el caso fue presentado en la Audiencia el apoderado de doña Ana María

señaló que la ley invocada por el procurador Piedrahita no debía aplicarse a las tierras

de la viuda pues dicha ley apenas favorecía el uso común de tierras sobre las que la

Corona no había otorgado título y composición, mientras que su representada poseía

títulos y había pagado la composición desde hacia cuarenta años. Al tomar una

decisión definitiva sobre el caso, en noviembre de 1689, la Audiencia dictó una

Provisión declarando que el uso de las tierras de la viuda, así "de pan, como de

caballería" no era común. Obviamente esta Real Provisión protegió no sólo a doña

Ana María sino a todos aquellos propietarios que tuvieran títulos sobre las mismas.

Los Autos de este proceso dieron origen a extensas peticiones de las partes

enfrentadas. En este como en otros casos las solicitudes dirigidas a la Real Audiencia

sirven para conocer las ideas que tenían los funcionarios y los particulares sobre los

problemas de la villa. Así, el procurador de 1689, don Francisco Guerra Peláez, al

advertir que el primer Auto de Carrillo, el de 1685, no se había cumplido, describía la

suerte de la población pobre e insistía en que el Auto se debía obedecer. Guerra

Peláez se había visto obligado a exponer con detalle los perjuicios que sufría el

común porque don Juan Vélez de Rivero, que fue procurador en 1687 apeló como

particular el Auto sobre el uso común de las tierras. Vélez de Rivero, un asturiano

casado con una hija de don Cristobal de Toro Zapata, y poseedor de ricos cañaduzales
en el valle pretendía poder disfrutar de sus bienes sin las molestias de prácticas

nacidas mucho antes de la fundación de la villa.

Como lo había hecho el procurador Piedrahita, don Francisco Guerra Peláez exponía

el perjuicio de los pobres si no se les dejaba usar la leña o la madera, así como los

83
cañaverales. De limitarse el uso de estos recursos el precio de productos básicos

podría duplicarse. Tales eran los casos del azúcar y de la miel de caña. En el valle

había algunos trapiches que resultaban en bien común. Al parecer, los pequeños

cultivadores podían llevar allí la caña para beneficiarla, en tanto que la madera de los

bosques de particulares servía para calentar los hornos en los que se hacía el dulce.

Según Guerra Peláez antes de establecerse los trapiches la arroba de azúcar costaba

nueve pesos de oro y después cuatro; asimismo el precio de la carga de miel había

descendido de quince a seis pesos; de impedirse el uso común de la leña los precios

volverían a subir.86

Cuando doña Ana María de Toro dio poder a don Isidro López para que la

representase en la Audiencia, el procurador Piedrahita nombró a don Cristóbal

Garzón para que defendiera los intereses de la villa y del común. Garzón dejó

notables documentos en los cuales relacionaba las circunstancias que llevaron a la

Corona a la creación de la villa; la visión del rey como monarca regido por los ideales

católicos de piedad, conmiseración y amparo de los pobres; el oportunismo de los

propietarios como doña Ana María; la necesidad de que la población desperdigada

por el valle viviese en política cristiana y la importancia de perfeccionar la fundación

de la villa. A su juicio, si se aceptaba lo que pretendían ella y otros propietarios, la

población del valle no tendría ningún interés en vivir en la nueva villa pues el abuso

en los precios de maderas, leñas y cañas imposibilitaría la construcción de sus

ranchos y cada cual continuaría viviendo en parajes solitarios.

86
Ibid. t. 36, leg. 21, f. 10.

84
Garzón indicaba con claridad el cambio que se estaba dando en el uso de tierras en el

valle así como las causas por las que el crecimiento de la traza de la villa fue

impedido por los intereses de las familias más fuertes de la misma. En sus palabras,

"siendo como es aquella fundación nueba y que de precisa necesidad son

menester para las fábricas de sus casas las maderas de los montes que las

zercan si estas las estancan los que se quieren introducir dueños de las

tierras para benderlas a subidos precios y en leña será imposibilitar el que

los pobres y bien común de dicha fundación y que se consiga el fin que

vuestra Real persona miró en conceder la merced de la dicha fundación

graciosa solo porque vivieran en política cristiana dichos pobres vecinos

que andavan desagregados y hasta oy no an conseguido el hacer sus casas

por el embarazo que las partes ponen en que corten leña de los montes y

que mantengan unas bacas de leche con que sustentan sus hijos a título de

hazerse dueños de todas las tierras y benderles bien bendidas las dichas

maderas y leña y a venderles los pastos..."87

Los intereses de los principales vecinos eran, de acuerdo con lo expuesto por Garzón,

opuestos a los motivos por los que la Corona había ordenado la creación de la villa.

El control que ejercían sobre los recursos del valle impediría un poblamiento

nucleado en torno al antiguo sitio de Aná y que pudiera perfeccionarse la fundación.

En otro de sus escritos Garzón señalaba con mayor detalle el perjuicio que originaría

la Real Provisión ganada por doña Ana María:

87
Ibid. t. 31, leg. 1, fols. 246-248.

85
"...aviendose servido vuestra Real persona de conzeder lizencia y mandar

que se fundase la dicha nueva villa de Medellín por lo mucho que se

reconoció ymportaba su fundación al servicio de Dios Nuestro Señor y

vuestro para que tantas personas y familias pobres que estaban divisas en

aquel valle y sus montes vibiesen en vecindad y política christiana y

juntos para que se les administrasen los Santos Sacramentos y la Real

Justicia en los casos que se ofreciesen, se suspende este santo fin

llevándose a ejecución lo determinado en dicho auto de bista porque las

tierras y montes que la susodicha defiende por suias son y están las más

ynmediatas a la planta y la fundación de la dicha villa y las más pingües

de maderas para las fábricas y para que los vecinos pobres puedan yr a

cortar la leña que han menester y con lo declarado por V.A. en el dicho

auto quedan estancadas las dichas maderas y montes para que la dicha

doña Ana María de Toro Zapata y a su ymitación los demás vecinos que

tienen tierras con el mismo título que la susodicha alega y posee las suias

las defiendan como lo hacen y las benden a subidos precios y por este

medio se imposibiliten los vecinos pobres de poder fabricar sus casas en

la dicha fundación y sustentarse en ella por no tener medios para comprar

las maderas y leñas que yban a cortar a los montes por sus personas y

pobreza quedándose a vivir en los mismos retiros que de antes estaban y


sin perfeccionarse la dicha fundación" 88

Posiblemente la decisión definitiva de la Audiencia, cediendo a los argumentos de la

familia Zapata, impidieron que en el valle se diera un poblamiento concentrado en

88
Id.

86
torno a la villa, tal como lo quería la Corona, pues los vecinos pobres no podían

utilizar los recursos de los terrenos inmediatos a la villa, como había sido pedido por

los procuradores Piedrahita y Guerra Peláez.

Así como la familia Zapata pudo controlar el cabildo e impedir el acceso al mismo de

quienes pretendían mantener el uso común de bosques y pastos, también consiguió

que las mejores tierras de la planta de la villa fueran asignadas por el gobernador don

Pedro Eusebio Correa a los vecinos principales. Como ya se anotó, desde la erección

de la villa el gobernador Aguinaga determinó que las tierras del llano de Guanteros

fuesen para mestizos, zambos y mulatos, al ordenar su traslado desde el sitio de la

Culata y el Poblado de San Lorenzo hasta el llano mencionado en el mes de julio de

1676.89

El Auto produjo los efectos esperados porque el 26 de junio 1682 el procurador don

Bartolomé Bermúdez escribía al cabildo que allí estaban viviendo los pobres de la

villa pero que era necesario formar solares más pequeños porque estos ya no cabían.

En respuesta se determinó que "los solares que se diesen en lo de adelante no tengan

más que treinta baras en cuadro sin que se entienda con los becinos principales lo

referido".90

Hasta ese momento los vecinos principales habían preferido, y obtenido, solares

inmediatos a la Plaza Mayor Las tierras del llano de Guanteros eran mejores pues

estaban al resguardo de las crecientes de la quebrada de Aná, pero su desventaja era

la relativa lejanía de esta. Por ello el procurador don Roque de la Torre, que

89
Ibid. t. 1, f. 107.
90
Ibid. t. 1, f. 286.

87
consideraba el llano como "el sitio mas sano", había pedido en 1677 que se hiciera

correr una acequia por allí para facilitar el poblamiento.91

Al haberse agotado los solares cercanos a la Plaza las familias de vecinos principales

intercedieron ante el gobernador Correa para que modificara el auto de Aguinaga.

Así en junio de 1693 el Alférez Real, don Pedro de la Serna Palacio, -que no debe ser

confundido con su padre o con su abuelo-, y que era nieto por vía materna de doña

Ana María de Toro Zapata, pidió al cabildo, para él, para su hermano y para su

cuñado, solares en Guanteros a fin de construir casas de habitación. El cabildo,

controlado por sus tíos, admitió que Aguinaga había asignado el sitio a toda la gente

pobre y dejó el asunto en manos del gobernador.92 Este, dos meses después dio un

auto que favorecía la petición del Alférez, cuidándose de sustentar con detalle los

motivos que lo llevaron a tomar tal determinación. Correa escribía,

"se me a representado por el cavildo de esta villa que el dicho sitio es el

más a propósito para poblarse los vecinos principales de ella, por haber

muchos y sin solares en que poder hazer sus casas y vecindad que fue la

Real voluntad con que conzedió su Majestad, que Dios guarde, la

fundación de esta villa según pareze por la Real Cédula de concesión, en

cuia atención y porque según el estado presente no recivan perjuicio

alguno de los dichos mulatos y sambos que no tienen reedificado nada y

por aber parecido por la vista y reconocimiento por mi persona tengo

echa que será conbeniente y maior lustre y seguridad en que se pueble la

dicha villa y sitio con tales vecinos principales dejando como dejo en su

91
Ibid. t. 1, f. 137.
92
Ibid. t. 31, leg. 1, f. 218.

88
fuerza y vigor los dichos autos de govierno para en todo lo demás. En

cuanto a lo referido por mayor conveniencia los derogo y mando que

todo lo que estuviere despoblado en dicho sitio de Guanteros y lo demás

señalado para planta de esta villa se dé y se reparta entre los dichos

vecinos principales con moderación para que quepan sin embargo de que

tengan los dichos mulatos y zambos titulo merced y a que los referidos se

les remunere desde el zanjón que hace a las espaldas del solar de doña

Luisa Mexia para el poblado en la falda del Cerro de las Sepolturas y

repartiendo con la misma moderación siendo todo uno y otro a

disposición de dicho Cavildo y se entienda lo contenido sin perjuicio de

los que están poblados que a los que están con su casa y bibienda los

amparo en sus edificios en virtud de lo preveido por los señores mis

antecesores..."93

Al alejar a los vecinos pobres del casco de la villa para asignar a las familias más

importantes los terrenos que en un principio se les habían adjudicado a los primeros,

el cabildo también estaba alejando la posibilidad de ejercer control sobre sus vidas,

aunque con ello hacia más atractiva la villa para los pobladores que buscaban la

seguridad de un vecindario pero que tampoco querían someterse a los rigores de la

vida en policía.

En últimas, sólo el arribo de nuevos vecinos garantizaba el aumento de Medellín y

era la mejor manera de evitar ruinas como las de Cáceres o Remedios. Al darle

prioridad a una política orientada a garantizar el aumento y conservación de la villa,

93
Ibid. t. 31, leg. 1, f. 255.

89
sus capitulares dejaron en un segundo plano las exigencias de paz y tranquilidad,

pues no dudaron en descuidar la vigilancia sobre el vecindario más pobre al optar por

retirarlo de las inmediciones del casco de la villa para poder ocupar los terrenos que

les había asignado a estos últimos el gobernador Aguinaga.

Una carta que como alcalde de primer voto dejó don Marco López de Restrepo en

1679 describe lo que a juzgar por testimonios posteriores fue típico en la nueva villa:

la falta de tranquilidad. Escribía que,

"...por quanto se a reconosido los muchos daños, hurtos e inquietudes que

suceden en esta dicha villa a desoras de la noche sin que se pueda

reconocer quienes sean los que lo asen por el mucho tragín de gente que

ay de noche y para que se pueda remediar y reconocer quienes son los

que hacen dichos daños manda que todo genero de gente de cualquier

calidad y condisión que sea se recoxa en tocando la queda que sera a las

nueve de la noche, con pena de perdimento de las armas que traxere y de

dos pesos de a veinte quilates para la reedificación de las casas de cavildo

desta villa, y siendo esclabo o persona de baja esfera que no traiga armas,

de sincuenta azotes arrimado a la rexa de la carcel..."94

94
Ibid. t. 28, leg. 13, f. 5.

90
LOS TEMBLORES Y LA MUCHEDUMBRE DEL GENTIO

A comienzos de agosto de 1.729 el cabildo recibió una carta, dirigida al gobernador

por un clérigo bien conocido en la villa. Este, Juan Sánchez de Vargas, había dado

muerte en 1.702 a don Miguel Vásquez atravezándolo de lado a lado con su sable,

porque el último le exigió que no alzara la voz en su propia casa mientras que

Sánchez de Vargas estaba recogiendo limosnas. 95

Al momento de escribir la carta, Sánchez de Vargas ya era un hombre anciano y casi

ciego que vivía reducido a la pobreza en las tierras que habían sido de su padre, el

escribano Manuel Sánchez . En su escrito, el sacerdote recordaba que al mozo que le

trabajaba sus tierras el cabildo le prohibió continuar con su labor porque por tales

terrenos, que llevaban al sitio del Bermejal, debería pasar uno de los caminos de

salida de la villa. El cabildo había atendido una petición del procurador don Isidoro

de Puerta Palacio, quien en varias ocasiones advirtió que los caminos que conducían

al valle abajo estaban cerrados por cultivos. Sánchez de Vargas argumentó que ni

aún el cabildo fundador había ordenado a su padre que diese camino por sus tierras, e

insinuaba que los capitulares del año 29, que "sólo eran conservadores de la

República y reparadores del bien común", tenían menos poderes que los fundadores

de la villa, y que trataban de perjudicarlo sólo por su pobreza.

En su carta, el clérigo apelaba ante el gobernador la decisión tomada por el cabildo,

un recurso normal y permitido por las leyes. Para su fortuna, el gobernador don José

95
BENITEZ, José Antonio. Carnero de Medellín. op. cit. p. 180; LATORRE MENDOZA, Luis.
Historia e Historias de Medellín: siglos XVII, XVIII, XIX. Medellín, Imprenta Oficial. pp. 43-45.

91
Joaquín de la Rocha ordenó al cabildo que no estorbara a Sánchez de Vargas el

libre uso de sus tierras. Los motivos del gobernador para dejar sin fuerza el auto del

cabildo estaban relacionados con el derecho que la tradición le había dado al clérigo.

Según su punto de vista, la pretensión del procurador, -que Sánchez de Vargas diera

paso por los cultivos de sus tierras-

"carece de fundamento legal que la apoye, pues aunque cita la ley

Recopilada de Indias, esta se debe entender para cuando se principia a

formar algún lugar en que prescribe el modo de su fundación y no para lo

ya fundado pues aviéndose errado y no siendo fácil su reedificación se

debe tolerar el yerro para no destruir lo poblado como acaece en las

calles y situación de dicha villa en que no se an observado las reglas de

dicha ley ni en sus caminos..."

Como había señalado Sánchez de Vargas, por sus arados nunca pasó camino,

"y manteniéndose este y sus antepasados en pacífica posesión, de más de

quarenta años, sin la servidumbre de caminos por sus tierras es innegable

el derecho adquirido para no poder ser desposeído de tan dilatada

posesión libre y sin pensión alguna por lo que el cavildo debe ampararle
y no estorbarle el uso libre de sus tierras..."96

El que Sánchez de Vargas afirmase que el cabildo lo quería perjudicar por su pobreza

era algo inusual, y es uno de los pocos documentos en los cuales podemos conocer

96
A.C.M. t. 6, libro 2, leg. 2, f. 234.

92
las imágenes que personas ajenas al gobierno local tenían sobre el mismo. El clérigo

subrayaba la poca justicia que le hacía el cabildo, pero su acusación transcendía el

ámbito de su propio caso y se convertía en una denuncia de carácter general. Así,

cuando el gobernador tomó una decisión en favor del clérigo, el procurador, en

nombre del cabildo decidió apelar el caso ante la Audiencia, pues consideraba que tal

decisión afectaba la capacidad de los capitulares para influir sobre el ordenamiento

de la villa.

Sánchez de Vargas había expresado con claridad la opinión de los vecinos pobres

porque el cabildo era manejado por capitulares que pretendían usar más de lo

riguroso que de lo piadoso, al aplicar las leyes, especialmente si ellas podían ser

interpretadas de forma tan diferente.

En otras ocasiones las determinaciones del cabildo relacionadas con la apertura de

caminos dieron lugar a enfrentamientos algo más ruidosos. Fue así como, en

noviembre de 1.757, el procurador don Antonio Adriano Gómez informó al cabildo

sobre la violenta reacción de una mujer cuando se le ordenó quitar los cultivos que

había hecho en un camino. Escribió Gómez:

"en días pasados pasaron Vmds. al reconocimiento de caminos en la


quebrada arriva y se hallaron estar tapados uno de ellos por Matheo

Morales y Lorenza de Madrigal. El primero cumplió con lo mandado y

la segunda atenida a mujer balentona o enbalentonada no ha echo cazo,

antes a tapado por entero con tal intrepidez que dice no quiere obedeser

93
aunque la orquen y otras mil no compuestas palabras que ha proferido

contra V.md. "97

Volviendo al caso de Sánchez de Vargas, este fue uno de los vecinos que en la

década de 1720 se quejaron en forma reiterada sobre las difíciles condiciones para

vivir en la villa. Pero también lo hicieron los procuradores. Ellos elaboraron,

especialmente en el período de 1710 a 1732, cuadros cargados de dramatismo y, en

algunos casos, notoriamente pesimistas acerca del futuro de la villa. Así, en 1727,

don Francisco Vasco Alvarado, afirmó que en la otra banda del río "no han dejado ya

caminos para el trajín de todo el común por tener todas las tierras ocupadas con

arados". Acto seguido anotó el perjuicio de "los pobres que están todos los días

clamando.".98

Como se verá, las condiciones de la villa al finalizar la década de 1720 habían

cambiado con relación a las que enmarcaron sus primeros años. Entre algunos de los

vecinos principales los cambios, que se relacionaban con la modificación en el uso

de las tierras, originados en parte por el incremento de la población, y que se

expresaron en un aumento de hurtos y robos, acentuaron cierto fatalismo barroco.

Ello quedó manifiesto en 1730. En ese año comenzaron una serie de temblores el

trece de marzo y estos no habían cesado en los primeros días de mayo. Por tales

circunstancias el cabildo se reunió el nueve de ese mes para deliberar sobre el asunto,

pues casas e iglesias estaban siendo afectadas. Allí se consideró que los temblores

que obedecían a "algún lamentable estrago que Dios Nro. Señor por nuestras culpas

97
Ibid. t. 12, leg. 1, f. 89.
98
Ibid. t. 6, libro 2, leg. 2, f. 110.

94
nos quiere embiar", por lo cual, y buscando el medio "mas eficaz para aplacar la

Divina Indignación", determinaron que era conveniente hallar "algún intercesor para

con Dios Nro. Señor." La elección recayó en un santo jesuita de mucho prestigio,

San Francisco de Borja, un leal servidor del emperador Carlos V, y quien estaba

emparentado con los Reyes Católicos y fue escogido por los capitulares, en nombre

de "todo el poderío, autoridad y voluntad del Pueblo y vecindario", como patrono de

la villa y su jurisdicción , con la expresa condición de celebrarle su fiesta cada 11 de

octubre. Al parecer, los servicios celestiales del jesuita fueron muy eficaces, pues

dejó de temblar.99

Los temblores llevaron al cabildo a expresar un sentimiento de culpa del que no se

pueden identificar las razones particulares que lo sustentaban, pero lo que sí resulta

claro era el descontento que en las actas capitulares de los años anteriores, y en las

peticiones de algunos procuradores, se manifestaba con relación a la forma en que se

venía gobernando la villa.

Como había ocurrido en la última parte del siglo XVII, durante el siglo XVIII

existieron, al menos, dos formas diferentes de considerar el gobierno local de la villa.

De un lado, estaban aquellos capitulares que pretendían imponer en ella los patrones

urbanísticos prescritos por las leyes de Indias; pero sus sueños de orden se convertían

en desencanto al caminar por las calles de Medellín: Por ejemplo, el procurador de

1733, el criollo don Antonio Velásquez de Obando, refiriéndose a la falta de aseo, a

las calles sin empedrar y al daño causado por los cerdos, observó que ésta, en razón

99
Ibid. t. 6, libro 2, leg. 2, f. 263; Sobre el efecto que podían tener los temblores en las sociedades
coloniales ver: SAINT-LU, Andre. "Movimientos sísmicos, perturbaciones psíquicas y alborotos
socio-políticos en Santiago de Guatemala." EN: Revista de Indias. Madrid, vol. XLII, Núms 169-
170, julio -diciembre, 1982.

95
de su desaliño, "denota no ser poblazón de españoles" 100 Y, de otro lado, estaban

quienes se resistían a intervenir demasiado en la vida local. Estos últimos asumían

una actitud explicable. Primero, apenas después de 1760 el cabildo contó con

recursos suficientes para emprender obras públicas sin tener que depender

totalmente de las limosnas recaudadas entre el vecindario. Por costumbre, desde su

fundación, fueron los mismos vecinos los que en forma voluntaria costearon las

sucesivas reedificaciones de la casa de cabildo y de la iglesia parroquial. En segundo

lugar, una participación muy activa en el gobierno de la villa hubiera obligado a los

alcaldes ordinarios y a los regidores, que no recibían ingresos por estos oficios, a

descuidar sus actividades comerciales y sus minas y haciendas, en las que

permanecían por meses.

Las quejas que recibió el cabildo en las primeras décadas del s. XVIII estaban

relacionadas con las consecuencias económicas y sociales que causaba el cambio en

el uso de las tierras del valle de Aburrá. En 1705 el gobernador don Francisco

Fernández de Heredia señaló que la villa padecía del grave daño "ocasionado del

crezido número de gentío de todos estados que se hallan esparcidos en toda ella,

sustentándose de lo que otros trabajan por no sujetarse a trabajar para su propio

sustento y vestuario." Para evitar tales situaciones decidió nombrar algunos vecinos

para que compelieran a los vagabundos del valle a trabajar "media fanega de rosa y

quando menos cuatro almudes, en tierras propias y el que no las tuviere por ser

mucho el gentío en las mas Ynmediatas de montaña del sitio donde residieren,

pagando el terraje al dueño de ellas". 101 Pero el aumento del gentío tenía otras

repercusiones, además del malestar que causaban los vagabundos. En otro auto,

100
A.C.M. t. 7, leg. 7, f. 72.
101
Ibid. t. 26, leg. 11, f. 16.

96
dado en el mismo año, Fernández de Heredia explicaba que el valle de Aburrá había

sido destinado por la Corona para la cría del ganado vacuno, y la erección de la villa

llevó a que los nuevos pobladores compraran estancias, solares y pedazos de tierra a

los antiguos dueños. En estos terrenos, en los que antiguamente pastaban reses, se

comenzaron a hacer plantajes para sementeras.102 Las familias que cultivaban estas,

y aún aquellas que al no tener tierras sembraban en los caminos reales, pronto

chocaron con los criadores de ganado porque les alanceaban y aperreaban las reses

que entraban a los arados.103

Aunque repetidas veces se atribuyó la falta de carne en la villa a los daños que

causaban los pequeños cultivadores en el ganado, para proteger sus arados, hubo

otras razones que involucraban a los mismos capitulares. Los miembros del cabildo,

comerciantes y mineros, requerían abastecer con ganado y maíz las zonas mineras

apartadas del valle, si bien ello causara disminución en el abasto de alimentos para

los habitantes de la villa. Al atribuir la responsabilidad de la escasez de carne a los

pequeños parceleros el cabildo evitaba asumir la responsabilidad de sus propios

miembros. Sin embargo no faltaron quienes identificaran la necesidad de proveer de

alimentos a las zonas mineras como una de las principales causas de la merma del

ganado en la villa. Tal fue el caso de don Cristóbal de Toro Zapata, -el viejo- al

actuar como procurador en 1680. Como miembro de la familia más importante de

mineros y hacendados del valle, sabía muy bien de qué hablaba al afirmar que los

vecinos de la villa y de su jurisdicción vivían "de los atos de ganado mayor los

cuales ban en mucha disminución por las sacas que se hacen para las minas i Ciudad

102
Lamentablemente, como fue señalado en 1761 por el procurador don Matheo Alvarez del Pino,
sobre estos pequeños solares no se extendieron títulos de compraventa con frecuencia y por ello hay
serias dificultades para reconstruir la evolución de la propiedad en el valle de Aburrá.
103
A.C.M. t. 3, leg. 1, f. 142.

97
de los Remedios por cuia causa falta en las carnesserías el abasto necesario."104

Como para las minas también se enviaba el maíz cultivado en el valle, el peninsular

don Isidoro de Casas Murillo pidió, como procurador de 1703, que no se permitiera

que los rescatantes llevaran el maíz hacia ellas; de lo contrario, escribía, "llegará a

precio tan excesivo que no se podrá sustentar el común y principalmente de los

pobres."105 Los rescatantes eran personas dedicadas al comercio local en la provincia

y que se surtían de las mercancías que introducían desde Honda, Mompox,

Cartagena, Popayán o Quito los grandes comerciantes. También como el caso

presentado por el procurador Casas Murillo compraban maíz a los principales

cosecheros del valle de Aburrá para abastecer a las cuadrillas de esclavos y a los

mazamorreros.

Las familias que habían llegado al valle de Aburrá después de la creación de

Medellín encontraron algunas ventajas para subsistir gracias a las oportunidades que

brindaba el comercio al menudeo, el cultivo de pequeñas parcelas y la construcción

de viviendas. Su suerte no estaba directamente ligada a los auges mineros como sí

ocurría en la zona de Remedios, aunque las condiciones de vida en el valle podían

resultar difíciles, a más de incomodas. El mismo don Cristóbal de Toro señalaba en

su carta al cabildo que la población de Medellín constaba de

"dusientas y ochenta familias y las mas son de mulatos, indios y jeques y

cada casa i familia destas tienen a lo menos dose o catorse personas y

todas ellas viven bagabundas y a su albedrío sin sujesión de la justicia

real ni de la eclesiástica por vivir en montañas y rincones de esta

104
Ibid. t. 1, f. 244 v.
105
Ibid. t. 3, leg. 1, f. 49.

98
jurisdicción de adonde resultan ladrocinios, ocultación de esclavos y

sobre todo, no gozar, siendo cristianos, del pasto espiritual." 106

Así, las imágenes de los capitulares acerca de la población de la villa no fueron

invariables, pues se relacionaban con la disponibilidad de recursos en ella y con la

presión que los vecinos pobres ejercían sobre ellos. En el caso del conflicto por las

tierras entre los ganaderos y los pequeños parceleros, la idea de atribuir la

responsabilidad de la escasez del ganado a los últimos fue elaborada con lentitud por

los capitulares entre fines del s. XVII y 1716. En esta fecha la culpabilidad de los

pobres llegó a definirse con notoria claridad.

Desde 1700 el procurador vizcaíno don Domingo Antonio Atehortua, -que había

casado con una de las hijas de don Antonio Zapata Gómez de Múnera y de doña Ana

María de Toro Zapata-, apremiaba al cabildo para que evitase el daño que recibían

los pobres a causa del ganado que andaba suelto en la villa, pues este se metía en "las

guertas y sembrados que hacen, con tanto perjuicio en lo general que no ay sercas

por buenas que estén que lo puedan resistir por lo empicado que está dicho ganado y

por esta razón padezen los dichos pobres muchas necesidades y aun se ayan en lo

presente pereciendo". También comunicaba al cabildo que "ay muchos muchachos

pobres en esta villa bagabundos y sin doctrina y por esta razón pueden dar en otros

vicios de gran perjuicio."107

Cuando don Cristóbal de Toro Zapata, resultó electo como procurador en 1707,

veintisiete años después de haber ocupado por primera vez el cargo, las dificultades

106
Ibid. t. 1, f. 244.
107
Ibid. t. 2, f. 196.

99
de abasto en la villa, por la falta de maíz y de carne lo llevaron a solicitar que se

"hiciera reforma en lo que toca al mantenimiento público", especialmente en lo

pertinente al abasto de carne, y pidió que el cabildo obligara a los criadores de reses a

dar por turnos semanales el abasto de carne. Ello significaba que cada criador

tendría que sacrificar un número determinado de reses a la semana para vender la

carne entre el vecindario. De no hacerse así, -advertía- es "muy contingente el que

en el todo falten los ganados y perezca esta tierra."108

En 1715 el asturiano don Juan de Larena, como procurador de la villa, retomó letra

por letra la frase de don Cristóbal de Toro sobre la necesidad de reformar lo

relacionado con el mantenimiento público, para enfatizar la importancia de la

compasión con los pobres. Así, manifestó su extrañeza porque a estos se les estaba

exigiendo oro limpio en lugar de oro corriente por los artículos que compraban.

Debe recordarse que en la región no circulaba moneda acuñada. Todo ello iba en

perjuicio de los "muchos pobres de que se compone esta villa, pues si adquiere su

trabajo y subsistencia personal algún tomín es de oro corriente, y de denegárseles el

bastimento por él, perezerán a que se pueden ocasionar otros males, redundancias de

ofensas contra Dios nuestro Señor ocasionadas de la necesidad." Igualmente, decía

que toda la villa estaba afectada por la "calamidad de biruelas rigurosas, tavardillos y

otros achaques contagiosos y no conocidos de que muere muchísima jente, pues de

muchos días a esta parte no cesan el doble las campanas." Y reiteraba que era la

necesidad la que explicaba los robos de ganado en el valle. 109 Aún "las bestias

caballares" eran robadas para servir de alimento a los hambrientos vecinos. En este

caso era evidente que Larena había revisado los archivos del cabildo para examinar

108
Ibid. t. 3, f. 188.
109
Ibid. t. 4, fols. 168-169.

100
las peticiones de los procuradores anteriores y que estaba de acuerdo con algunos de

los aspectos señalados por don Cristóbal de Toro,-el viejo-. Ahora bien, Larena, que

debemos recordar era un peninsular, fue el primer procurador que atribuyó el robo de

ganado a la necesidad y pobreza de los vecinos. Con ello dejaba abierta la posibilidad

de atenuar en alguna medida la gravedad de este delito.

En el caso de la inconveniencia de exigir oro limpio en lugar de oro corriente, Larena

repitió una petición que en tal sentido había hecho el procurador de 1711, don Martín

de Chavarriaga. Este, movido por "los clamores del común", se refirió al perjuicio

que sufrían los pobres cuando el encargado del abasto de la carne les vendía sólo

menudencias, como hígados y bofes, por los que exigía oro limpio, lo que era en

contra de las costumbres que se tenían en la villa. Si a los pobres no se les admitía el

oro que con dificultad ganaban "perezerán y les obligará la necesidad a yncurrir en

casos del deservisio de Dios..." Chavarriaga había pedido que el cabildo usara de su

conmiseración cristiana para evitar mayores daños. 110

El procurador que sucedió en el cargo a Larena en 1716, don Pablo de Ossa Zapata,

otro miembro de la extensa familia Zapata Toro, presentó en el cabildo una visión

con más contraste que la de su predecesor, y marcada por el alarmismo. Para Ossa,

la villa no estaba compuesta de "gente buena y pobre", tal como lo había expresado

el cabildo de 1712,111 sino que estaba llena de "gran gentío" de vagabundos que

vivían faltos del temor de Dios, y que con las heridas, muertes y daños que cometían

en la gente honrada hacían "escarnio y mofa de la justicia", lo que para él significaba

que la villa estaba en "los últimos términos de su acabamiento, desolación y ruina."

110
Ibid. t. 4, f. 42.
111
Ibid. t. 4, f. 72.

101
Don Pablo observaba que la escasez de maíz había hecho subir el precio de la fanega

de 2 a 12 pesos y el de la carne de 3 a 5 tomines la arroba de 32 libras. Mientras que

en los tiempos de la creación de la villa se mataban hasta 50 reses por semana, en los

cinco primeros meses de ese año no se había sacrificado ni una en la carnicería, en

tanto que veinticinco de ellas fueron robadas en cosa de un mes. La inseguridad era

tal que, -escribía-,

"están sujetos muchos criadores a tener pastores en los ganados de día, y

de noche encerrarlos en corrales a los alares de las casas de bivienda, lo

que al jamás se a estilado en esta tierra, sin que esto les aprobeche porque

desvergonzadamente los roban y matan dentro de los mismos corrales,

sin que esto tenga remedio..."112

El procurador recordaba que la falta de respeto a la justicia había originado robos en

las iglesias,

"siendo patente a todos el que le quitaron a el palio todas o la más parte

de las campanillas de plata, a la soberana virgen de Chiquinquirá unas

pulseras de cuentas de oro, a la de la Candelaria unos zarcillos con el

atrevimiento y desacato ymponderable de aver subido al robo por sobre

el sagrario, no pudiendo ser de otra suerte por estar como esta el quadro

de la Madre de dios en medio del tavernáculo en deresera a el sagrario y

superior a el; sobre que también han faltado candelabro de plata, y otras
112
Ibid. t. 4, fols. 210-211. Sobre la organización del sistema judicial y la criminalidad en el eríodo
colonial en la provincia de Antioquia ver: PATIÑO MILLAN, Beatriz. Criminalidad, Ley Penal y
Estructura Social en la Provincia de Antioquia. 1750-1820. Medellín, IDEA, 1994;
COLMENARES, Germán. "La Ley y el Orden Social: Fundamento Profano y Fundamento Divino."
Boletín Cultural y Bibliográfico. Bogotá, Banco de la República, vol. 27, núm. 22, 1990.

102
diferentes alajas, singulos, palios y manteles de laia que tan poco

respecto se tiene a la Santa Iglesia como a las casas particulares que estas

y las tiendas del comercio las han roto y robado en estos tiempos barias

bezes confundiendo ya tan continuados hurtos y robos aun a los juicios

mas prudentes y sosegados, como también la poca o ninguna atención

del ruin jentio a los bezinos y hombres principales sin que aia de aver

esepción de sujetos"

En opinión de Ossa era necesario solicitar al virrey del Perú, quien se encontraba en

Cartagena de paso hacia Lima, que permitiera aplicar la pena de muerte en la villa

sin tener que comunicarlo previamente a la Audiencia, como lo había previsto una

cédula de 1662. Resentido por la falta de jerarquías entre los vecinos, se lamentaba

porque en Medellín "se había desordenado la común ruin y de baja esfera"113.

El 28 de diciembre el procurador volvió a escribir al cabildo sobre los hurtos de

ganado y la imposibilidad para castigar este delito por no haber cárcel segura en la

villa. La que había, y que formaba parte de la misma casa de cabildo, no podía ser

reparada por falta de dinero. Por ello, don Pablo pidió que se pusieran en venta

algunas de las tierras de los ejidos, pues ellas no eran "de ningún provecho". El

dinero resultante se emplearía en darle seguridades a la cárcel. Como en la petición

de mayo, de la Ossa advirtió que si no se aplicaba rigor con los ladrones, "los

vecinos principales dejarán sus casas y profesión y se mudarán a otros lugares,

acosados de tan crecido número de jente de mal obrar."114 El cabildo encontró

razonable la petición del procurador y después de obtener la aprobación del

113
A.C.M. t. 4, fols. 210-211.
114
Ibid. t. 4, f. 237 v.

103
gobernador le vendió a don Juan Zapata Gómez de Múnera, primo hermano del

procurador, cuatro fanegadas de tierras de sembradura, pertenecientes a los ejidos,

por noventa pesos de oro. Aunque al año siguiente la cárcel fue reparada, ello sirvió

de poco pues por décadas los procuradores continuarían quejándose sobre la forma

tan fácil en que los reos huían de ella.

Si bien pocos procuradores llegaron a compartir una visión tan pesimista como la de

Ossa, su insistencia en una interpretación ortodoxa de las leyes, en momentos en que

otros de los vecinos principales de la villa mostraban su alarma por los robos, puede

explicar que fuera elegido para el cargo de alcalde ordinario de primer voto en 1718.

A lo largo de los primeros veinte años del s. XVIII los capitulares coincidieron en

algunos aspectos claves al referirse a la situación de la villa. En esencia, y al parecer

en unos cuantos años, el valle se había "llenado" de sujetos que no acataban las leyes;

ellos podían vagabundear por toda la jurisdicción, pero preferían los lugares mas

alejados del marco de la villa; otros habían optado por establecer sus pequeños

cultivos en los terrenos que habían sido ocupados por hatos en los años cercanos a la

creación de la villa; por último, el cabildo reconocía su incapacidad para volver a

retomar el control sobre un vecindario que hacía del robo de maíz y ganado la base

de su sustento. Ni el mismo clero había logrado inculcar principios de orden y


respeto entre el nuevo vecindario del valle.

Difícilmente podrá afirmarse que todos los capitulares asimilaron en igual forma los

cambios que se estaban presentando en la villa. Algunos, como Ossa encontraron

que los robos se producían porque la falta de celo de los jueces estimulaba la

104
comisión de delitos entre los vecinos pobres; otros vieron en ello una consecuencia

originada en el crecimiento de la población, y en la mayor demanda de alimentos.

Sólo una cuidadosa reconstrucción de los procesos de compraventa de las tierras del

valle de Aburrá, a partir de los archivos notariales, permitirá aclarar el sentido de los

cambios, pues los testimonios de un carácter más personal, como las peticiones de

los procuradores, nos informan sobre la forma en que una minoría de sujetos

vinculados al poder en la villa resintió los mismos.

La visión que dejó Ossa fue reforzada en 1717 por el procurador don Carlos Alvarez

del Pino, quien se refirió al abigarrado tapiz de pequeños cultivos que se intercalaban

entre los terrenos para el ganado. En la Otra banda del río, y en toda la jurisdicción,

habían sido tapados los caminos reales, de

"manera que sólo por las orillas del río y quebradas se trajina con exesivo

travajo y mucho riesgo sólo con el fin de un arado mui corto y ranchos

mui pequeños que sirven de Rochelas para ladrones, pues desde que se

principiaron a hacer tapando los dichos caminos y haciendo los dichos

arados, esquilmando el pasto a los ganados bacunos han resultado en

gravísimo perjuicio así de los criadores como del bien común, pues con

el so color de defender sus sementeras se a destruído la mayor parte de


dichos ganados, matándolos con rejones, puias y perros..."115

Con los escritos que como procuradores dejaron en 1716 y 1717 don Pablo de la

Ossa y don Carlos Alvarez del Pino se delineó con claridad una lógica explicativa

115
Ibid. t. 4, f. 270.

105
sobre problemas claves en la vida de la villa que terminó por convertirse en un lugar

común pues fue utilizada año tras año por los nuevos cabildos. En síntesis, la

población pobre del valle terminó siendo responsabilizada por la escasez de carne en

la jurisdicción de Medellín, en tanto que pocas veces se volvió a señalar que eran

los requerimientos de carne y maíz en las zonas mineras los que hacían encarecer

estos productos en la villa.

La suerte de la villa no era ajena a los ritmos de producción de oro en la provincia,

aunque tampoco estaba unida a ellos de una forma tan estrecha como Cáceres o

Remedios. La villa no era, como sí lo fueron estas poblaciones, un centro minero. Su

vinculación con la economía minera era, sin embargo, decisiva. En el valle de

Aburrá no se producía ninguna mercancía que se pudiera intercambiar por los

productos que se importaban desde España, Quito o la capital del Nuevo Reino. Ni

siquiera se elaboraban textiles para el consumo local. Desde los puertos sobre el

Magdalena se introducían artículos tan variados como lienzos, frazadas, medias,

sombreros, camisetas, cera de Castilla y cera del Reino, bayetas, tejidos finos,

mercería, pescado seco, jamón en barriles, galletas, vino, cidra, cerveza, muy poco

arroz, especies, harina de trigo, mucho cacao, tabaco, medicinas, suelas, cordobanes,

baules, recipientes de vidrio, costales, muebles, calderos, clavos, hierro, acero, papel,

esculturas de santos, imágenes religiosas, o lana para colchones. Todo ello se pagaba
con el oro extraído por las cuadrillas de esclavos o por los mazamorreros

independientes. En caso de bajar la producción de oro en las regiones controladas por

los mineros de Medellín, también disminuía el volumen de mercancías vendidas en el

valle. Pero si se agotaban los placeres auríferos quedaba la posibilidad de volver a la

agricultura

106
De acuerdo con las series de fundición de oro en la gobernación de Antioquia,

elaboradas por Ann Twinam, en la década de 1710 se encuentran los registros más

bajos de fundición desde el año de 1674. En 1710 los mineros y comerciantes de toda

la gobernación fundieron 20916 pesos, cifra que disminuyó a 9746 pesos en 1715,

justo cuando los procuradores de la villa advirtieron con alarma el incremento de

robos y de desordenes en Medellín. Cinco años consecutivos de disminución en la

producción minera parecen haber forzado a los mazamorreros a buscar la seguridad

de los valles aptos para el cultivo, como era el valle de Aburrá. Pero claramente su

condición no era la de los vecinos estables; eran residentes a la espera de nuevas

oportunidades en la única actividad que les proporcionaba la posibilidad de acumular

algunos pesos.116

En su ocupación del valle cultivaron aún los caminos reales, como lo denunció

Alvarez del Pino. La estrechez de dichos caminos, aún una de las características del

valle en el s. XVIII, originó un enfrentamiento en 1768 entre el procurador don Juan

Antonio López de la Sierra y el resto del cabildo, porque los capitulares no querían

hacer abrir unas calles cercanas a la Plaza, así como darle a los caminos del valle el

ancho de 30 varas, tal como lo pedía el procurador. Una de las personas llamadas a

declarar, el corregidor don Antonio José de la Fuente, escribió que los caminos de

treinta varas de ancho sólo eran necesarios en el caso de usarse carretas, y en la villa

todas las mercancías se transportaban en recuas. Además, muchas personas

resultarían perjudicadas porque "hoy en todo el valle no caben sus vecinos, por ser ya

población lo que antes fue desierto."117 Medio siglo antes que López de la Sierra, el

116
TWINAM, Ann. Mineros...op. cit. pp. 59-64.
117
A.C.M. t. 15, libro 2, leg. 1, f. 102.

107
procurador Alvarez del Pino confiaba, como él, más en el rigor que en la piedad para

poder ordenar a la villa y a sus vecinos. Sus protestas originaron uno de los inútiles

autos en los que el cabildo prohibía el cultivo en los caminos que cruzaban el valle.

Los escritos de Alvarez del Pino también llevaron a la realización de una extensa y

cuidadosa visita que el cabildo practicó por todo el valle para delinear con claridad

el curso de los caminos y para determinar en cuáles lugares se les había obstruído.

Esta visita fue de gran importancia porque durante el resto del siglo los procuradores

la tomaron como referencia para continuar solicitando a los cabildos facilidades para

el transporte en el valle. Aunque el alcalde de primer voto de 1718 fue don Pablo de

Ossa Zapata, poco dado a hacer concesiones a los habitantes pobres de Medellín, y

no obstante el concienzudo trabajo de los capitulares de 1717 para despejar los

caminos del valle, al poco tiempo volvieron a ser invadidos con cultivos, como se

desprende de las quejas de los procuradores de 1718, 1719 y de 1727. Por ejemplo,

en 1718 el procurador don Domingo Atehortúa Zapata, primo hermano de don Pablo

de Ossa, e hijo del procurador que ejerciera el cargo en 1700, escribió al cabildo que

los ganados del sitio de la Otra banda estaban sin tener "donde pastar ni donde poder

venir a los salados por la muchedumbres de arados, de donde a resultado la total

ruyna al bien común y a sus avitadores, tapando todos los caminos reales con la

facilidad de quatro cañas podridas.".118

La mayor demanda de recursos alimenticios no se reflejó sólo en la expansión de los

campos de cultivo, a expensas de los pastos para el ganado, sino que aumentó el

número de personas dedicadas al comercio al menudeo. El primer eslabón de esta

118
Ibid. t. 5, leg. 1, f. 22.

108
actividad, según el procurador Atehortúa, lo constituían los esclavos del valle,

quienes abastecían con géneros presumiblemente robados, tales como sebo, carne,

maíz y diversos frutos, a las numerosas venteras que encontraban en el comercio la

posibilidad de sostener a sus familias. Ellas eran conocidas en la villa por los abusos

que cometían en las ventas, pero sus servicios eran útiles al vecindario disperso por

el valle. Para evitar tales abusos y para restringir la venta de bienes robados,

Atehortúa propuso que el cabildo nombrara apenas cuatro venteras "de fidelidad".

Los capitulares acordaron que así lo harían y que se les prohibiría recibir los

artículos llevados por los esclavos. Como en casos similares, el control que el

cabildo ejerció después para asegurar el cumplimiento de estas medidas fue poco

eficaz, pues para lograrlo sus pocos miembros deberían recorrer en forma

permanente la jurisdicción de la villa a fin de controlar a quienes tenían alteradas las

pesas de pesar el oro y vendían lo robado por los esclavos. 119

El comienzo de la década de 1720 trajo mejores augurios para la provincia.

Siguiendo a Twinam, la fundición de oro había subido en 1719 a 32.462 pesos.

Aunque el tono de pesimismo continuó presente en los escritos de los capitulares,

esta recuperación en la producción de oro tuvo efectos importantes en la villa. En

principio, una cantidad mayor de mercancías podrían ser vendidas en la región. Para

facilitar su transporte eran necesarias bestias de carga como mulas y caballos. Su cría

era una actividad antigua en el valle, pero según los informes de los procuradores,

desde la década de 1710 se comenzaron a criar en inmediaciones de Medellín cada

119
El papel de las mujeres en los diferentes sectores de las sociedades coloniales ha sido objeto de
estudio desde hace algunos años y en la actualidad se están realizando investigaciones que cada día
desvirtuan la imagen tradicional que había sobre ellas. Ver: LAVRIN, Asunción.(Compiladora) Las
mujeres latino-americanas. Perspectivas históricas. México. F.C.E. 1985; GONZALBO
AIZPURU, Pilar y Cecilia RABELL.(Compiladoras). La Familia en el mundo iberoamericano.
México, Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autonoma de México, 1994.

109
vez más yeguas y mulas. Ello constituyó una nueva fuente de conflictos entre los

vecinos porque sabían que las yeguas originaban la esterilidad de las tierras. Por esta

razón el español don Juan Flórez Paniagua pidió, como procurador en 1721, que las

yeguas de cría fuesen retiradas de los ejidos de la villa. Hasta esos años estos

terrenos eran arrendados para la cría de ganado vacuno o para cultivarlos con maíz.

El cabildo accedió a la petición, pues respondió que "se experimentó en el año

pasado haver muerto en dichos exidos más de quinientas reses de ganado bacuno,

motivo de esterilizar las tierras dichas lleguas" 120

Al parecer aún los mismos capitulares habían aprovechado las tierras ejidales para la

cría de yeguas. Como era de esperarse las prohibiciones contra esta práctica

surtieron poco efecto, pues en 1723 el procurador don Pedro de Acevedo pidió, de

nuevo, que las yeguas fuesen retiradas de los ejidos. Y quien lo sucedió en el cargo

en 1724, don Domingo Gómez, fue más explícito que sus antecesores al anotar que

"siendo este valle mui corto y estrecho, y estando dado por de ganado

mayor, en que se debe entender está destinada la mayor parte para

ganado vacuno, de cuya cría gozamos y experimentamos grande

conveniencia pues nos sirve de general sustento, el que en lo venidero no

tendremos pues el que tiene dos cuadras de tierra mantiene beinte o

beinte y cinco yeguas y algunos mas siendo tan crecido el número las que

ocupan dicho valle, que exceden en sumo grado al del ganado y siendo

dichas yeguas como es notorio tan nozivas ... esta visto que las continuas

epidemias que experimentamos en el ganado vacuno es ocasionado de la

120
A.C.M. t. 5, leg. 1, fols. 187-188.

110
estrechez y falta de pasto, a que se añade que asta las casas de campo no

están seguras de dichas yeguas porque las derriban..."121

A diferencia de lo que había ocurrido en los años inmediatos a la fundación de la

villa, en la década de 1720 los oficios del cabildo ya no resultaban apetecibles para

los vecinos principales y los costos de los cargos de regidores no parecían

compensarse con la dignidad que ellos proporcionaban. Así, en 1726 fueron

pregonados treinta veces por las calles de Medellín los cargos de depositario general,

de alguacil mayor, y de los cuatro regimientos, sin que vecino alguno hiciera

ofrecimiento por ellos. Por tal razón el presidente del Nuevo Reino, don Antonio

Manso, nombró interinamente para ocupar tales oficios a don Manuel de Toro, a don

Pablo de Ossa, a don Manuel de Espínola y Molina, a don Juan Alvarez del Pino, a

don Sebastián Pérez Moreno y a don José Vasco Alvarado, comerciantes y mineros

bien conocidos en la villa.122

Debe advertirse que si la visión sombría acerca de la sociedad local, tal como fue

expuesta por don Pablo de Ossa o por don Carlos Alvarez del Pino, alcanzó a tener

eco importante entre otros capitulares , también había quienes tenían puntos de vista

algo diferentes. Por ejemplo, en 1731 el cura y vicario, doctor don Carlos de Molina

y Toledo, y don Juan José Lotero escribieron al cabildo una pintoresca carta en la

que destacaban el estrago que causaban el crecido número de perros que había en

todo el valle. Aún aquellas familias que no tenían con qué sustentarse poseían cuatro

o cinco perros, según ellos. En cuanto el maíz comenzaba a granar, los canes

121
Ibid. t. 5, leg. 1, f. 287.
122
Ibid. t. 6, leg. 7, fols. 9-10.

111
"lo comen y destrosan con tan yrreparable remedio que aunque los

agricultores procuran poner los posibles remedios todos sin fruto porque

ni ay cerca ni guardas que baste a defenderlo y antes si se experimenta

que después de no conseguir cosa alguna en su reparo pierden la salud los

miserables labradores velando toda la noche para reparar el daño, que ha

llegado a tanto que esperando en la vondad Divina mediante la bonanza

con que iban las sementeras a aliviar y a aliviarnos de la grande ambre y

necesidad que padecíamos, estamos experimentando que apenas está el

maíz en pilote grueso lo comen y destrozan en el todo de modo que ya

los primeros tempranos han experimentado su total destrozo...".

En su carta pedían que se les diera muerte a los perros en el valle, y, contra todos los

informes que recibía el cabildo, agregaban que por "la Vondad Divina este valle es

limpio de animales ferozes y dañinos también lo es de malhechores, ladrones y

vandidos para cuia defensa tal vez suelen importar la mantención de perros"123

Un testimonio sobre la mayor presión por las tierras que circundaban la villa se

produjo a raíz del conflicto entre el sacerdote doctor don Pedro Zapata Gómez de

Múnera con el capitán don Matheo Alvarez del Pino y el doctor Esteban Antonio de

Posada -también clérigo- en diciembre de 1731. La causa del problema fue similar a

la que cuarenta años atrás había enfrentado a la madre del clérigo Zapata, doña Ana

María de Toro, con los hermanos Piedrahita y Saavedra, con los Lezcano y con los

Alvarez del Pino por el uso de las tierras del valle. En esta ocasión, Alvarez del Pino

123
Ibid. t. 7, leg, 9, fols. 9-10.

112
y Posada solicitaron a la Audiencia que hiciera respetar la costumbre según la cual

los criadores de ganado que tuviesen dehesas contiguas no debían molestar las reses

de sus vecinos si estas entraban en sus propiedades. Tal parece que Zapata tenía el

propósito de cercar unos terrenos que heredó en el Guayabal. Si esta decisión era

imitada por otros criadores daría origen a innumerables discordias, como lo expresó

en 1732 el procurador don Enrique Velásquez de Obando, quien pertenecía a la

cuadra de la familia Alvarez del Pino. 124 La sentencia definitiva de la Audiencia fue

favorable al doctor Zapata, pues en ella se declaraba que si este "quisiere cercar su

hacienda para impedir la entrada casual de ganados lo podrá ejecutar libremente

como cualquier otro que poseyere con legítimos títulos."125

La práctica de cercar terrenos no era nueva. Hasta esos años los poseedores de

pequeños solares de cultivos los protegían del ganado con cercas, pero lo inusual era

que se cercaran los hatos ganaderos, como lo quería hacer Zapata. El mismo Zapata,

quien en 1727 era el Comisario de la Santa Cruzada, se había quejado en ese año ante

el cabildo porque el maestro don José de Molina y Toledo al cercar unas tierras para

hacer su estancia había dejado dentro de estas dos de los mejores salados del valle,

en los cuales bebían, según el Comisario, más de dos mil reses suyas y de otros

vecinos. En aquella ocasión Zapata evocaba las imágenes de pobreza comunes en

otros testimonios de los años veinte y treinta del s. XVIII. Decía que por la

imposibilidad de beber en los salados muchas reses murieron, y que "habiéndose

mantenido carnicerías públicas ha tiempos, que ni la hay ni la puede haber, y lo mas

de la tierra no come ya carne porque toda la tierra la han sercado." 126 Hasta esos años

los ganados de los diferentes hatos eran llevados hasta los pequeños ojos de sal
124
Ibid. t. 7, leg. 7, f. 49.
125
Ibid. t. 17, leg. 2, f. 22 v.
126
Ibid. t. 6, libro 2, leg. 2, f, 144.

113
esparcidos por el valle para consumir el mineral. Al quedar limitado el acceso a estos

ojos de sal o salados de agua los conflictos entre los hacendados se hicieron aún más

frecuentes porque su uso siempre había sido comunitario. 127

Una vez conocido el rescripto que ganó el doctor Zapata, otros criadores siguieron su

ejemplo. Así, en la década de 1730 comenzaron a cercarse algunas haciendas con las

consecuencias negativas que habían previsto Alvarez del Pino y Posada. En 1739 el

procurador don Juan Tirado Cabello, quien era sobrino nieto del doctor Zapata, hizo

una breve descripción del cambio causado por la libertad para cercar. A la antigua

ocupación de los caminos reales con cultivos de vecinos pobres, se sumaban ahora

las cercas colocadas por los hacendados.

En tanto que el paisaje rural se modificaba con rapidez por la utilización de las

cercas, el aspecto de la villa también cambió. En enero de 1745 el procurador

Isidoro Gómez de Abreu escribía que en la villa se habían presentado

"repetidos y lastimosos yncendios, en las casas de pajas, por lo que se

han dedicado los vecinos a transformar (aun las que no han padecido

ruina) en techo de teja, así por la seguridad en los yncendios, como por lo

escaso y muy deleznable de la paja, quedando la casa de este ylustre

consistorio por borrón de esta lucida poblason, por estar cuasi cayéndose

y necesitar de techo, por ser de paja cubierta, que conserva en desdoro de

tan copioso y lucido vecindario..."128

127
Ibid. t. 17, leg. 2, f. 166.
128
Ibid. t. 9, leg. 1, f. 222.

114
La petición de Gómez de Abreu llevó a que en diciembre del mismo año se hubiera

terminado la reedificación de la casa de Cabildo, aunque años después fue sometida a

remodelaciones más importantes. A mediados del siglo todas las casas de la villa

tenían un sólo piso y muy pocas calles estaban empedradas porque los vecinos

sacaban tierra de las mismas para construir las tapias. Apenas unos pocos años antes

de terminar el siglo XVIII se construyó un acueducto para llevar el agua de la

quebrada de Aná hasta la Plaza Mayor, pues anteriormente se utilizaban acequias

que generalmente permanecían obstruídas.

Las difíciles condiciones de vida que llevaba el numeroso vecindario que se

estableció en la jurisdicción de la villa durante las primeras décadas del s. XVIII

encontraron algún paliativo en la cría de cerdos. En el primer tercio del siglo esta

actividad dejó una duradera huella en el casco urbano. A juzgar por los escritos de

los procuradores, después de 1720 las calles de Medellín tenían un aspecto, y un olor,

notoriamente cerdosos. Los marranitos podían ser alimentados con mucha facilidad

y demandaban poco cuidado. Así, una y otra vez diferentes procuradores solicitaron

que a los cerdos se les retirase de la villa por el daño que causaban en casas, calles e

iglesias. El cabildo respondía a esas peticiones con autos en que prohibía mantener

los cerdos en las calles. Sin embargo, tales autos debían ser ignorados por completo.

El mismo cabildo prohijó su cría en las calles de la villa como tuvo ocasión de
comprobarlo el procurador de 1746, el peninsular don Manuel de Rojas y Calderón.

Insatisfecho porque los capitulares no atendían a sus peticiones para que no se

permitiera la cría de cerdos fuera de los solares, manifestó su disgusto al cabildo. El

cabildo le respondió que no "se quiten los dichos cerdos, por ser muy hútiles al bien

115
común, por lo que en estos años pasados no se han mandado quitar, y solo sí, que los

mantengan quitándoles las trompas con que osan y hacen daño."129

Los cambios demográficos durante estos primeros treinta años del siglo XVIII,

unidos a las dificultades de abasto y al aumento de robos en la jurisdicción de la villa

originaron algunas medidas, aunque pocas en comparación con las que se aplicaron a

partir de la década de 1760, para tener un mayor control sobre la población. Uno de

los mayores inconvenientes para vigilar el valle o para capturar a los delincuentes era

que para ello sólo se contaba con cuatro personas, los dos alcaldes ordinarios y los

dos alcaldes de la hermandad. Además, si los delincuentes cruzaban los altos de las

cordilleras que ceñían el valle no podían ser capturados por las justicias de Medellín

porque ya estaban en la jurisdicción de la ciudad de Antioquia. Por tal razón el

gobernador don Facundo Guerra Calderón proveyó en 1724 un Auto de gobierno en

el que extendía, para efectos de aplicación de la justicia, la jurisdicción de la villa dos

leguas más allá de los altos. Igualmente permitió que los jueces de la villa pudieran

capturar a los delincuentes que se refugiaban en las salinas de Guaca. Y en 1735 el

gobernador don Salvador de Monforte amplió la jurisdicción otras dos leguas. 130 Pero

la carencia de jueces persistió hasta la década de 1770.

Si en torno al marco de la villa ocurrían robos con frecuencia, en las partes más

lejanas del valle la variedad de delitos era mayor. En algunos sitios simplemente no

había quien controlara el robo de ganado o de otros bienes de los vecinos. Menor

capacidad tenía la justicia para evitar prácticas como el amancebamiento u otras

conductas que eran rechazadas por escandalosas, como ocurría en el sitio del Hato

129
Ibid. t. 10, leg. 1, fols. 61-64.
130
Ibid. t. 7, leg. 10, f. 26. t. 17, leg. 2, f. 33.

116
Grande, en el norte del valle. Allí tenía su hacienda don Juan de Ortega, quien había

sido gobernador de la Provincia. En 1738 este se dirigió al gobernador en ejercicio,

don Juan Alonso Manzaneda, para informarle que estaba recibiendo graves daños por

los robos de ganado sin que ellos pudiesen ser evitados por los jueces ordinarios ni

por los alcaldes de la Hermandad. Quizás el punto más llamativo de la protesta tenía

que ver con el efecto de la población libre sobre los esclavos. Escribía que "los

desordenes que entre los muchos vecinos que en aquellos territorios habitan se

originan de hurtos y otros daños continuos en todo género de ganados, pervirtiendo a

la muchedumbre de esclavos que tiene en aquella hacienda." Ortega añadía que en el

norte del valle había muchos "malhechores y amancebados". 131

Al comenzar la década de 1740 los robos, y la escasez y los altos precios que estos

originaban en parte, llevaron al cabildo a discutir con cuidado sobre la falta de jueces

en una jurisdicción tan amplia. El procurador de 1743, el español don Juan

Fernández de la Torre, en carta que escribió el seis de enero se refirió con detalle a

los "dilatados" robos de maices, huertos, ganados, tiendas y pulperías, -pues no había

"cosa segura"-. En su opinión era ilusorio esperar que sólo dos alcaldes ordinarios y

dos de la hermandad pudieran vigilar el valle. Al tiempo, escribía que

"estoi informado, y aun lo experimento, y sin duda V.mds., de que los

alimentos se venden con mucha tiranía, pues de un instante a otro los

suben de precio, de que dimana perecer los pobres, por lo que asimismo

suplico a V.mds. que no obstante a la poca sobra de alimentos, pero no

131
Ibid. t. 17, leg. 2, f. 152 v.

117
obstante de que no es tanta su falta, se modere en tal forma que ni los

pobres perezcan ni dejen de lograr su trabajo los que los tienen."132

El problema de la falta de jueces en la villa no se resolvió, aunque en la década de

1760 se nombraron alcaldes pedáneos en diferentes sitios del valle. Entretanto, el

trabajo de los alcaldes debía ser extenuante porque además de ser los jueces de las

diferentes causas civiles y criminales de la villa, tenían que atender a los asuntos

propios de su gobierno.

Las dificultades para que la numerosa población dispersa por el valle aceptara las

normas que los funcionarios de la corona pretendían aplicar resultarían ser uno de los

mayores escollos que encontraron los gobernadores Barón de Chávez, Buelta

Lorenzana, Silvestre, y el visitador Mon y Velarde en la provincia de Antioquia. En

el cabildo de Medellín el problema de los vagabundos había sido tratado

ocasionalmente en el siglo XVII y se llegó a proponer que a estos se les obligara a

trabajar. Ese estilo de vida itinerante, muy propio de las zonas mineras, era muy

conocido en la provincia, pero las continuas explicaciones que se fueron elaborando

en el cabildo local sobre el incremento de los delitos llevaron a una fácil

estigmatización de los vagabundos entre 1740 y 1760. Por ello, cuando en la villa y

en la provincia comenzaron a ponerse en marcha las reformas de Carlos III, había un

ambiente muy favorable para apoyar todas aquellas decisiones dirigidas a sujetar a

los vagos y a los mal entretenidos.

132
Ibid. t. 9, leg. 1, f. 48.

118
Las peticiones en las que se solicitaba algún tipo de control sobre estas personas

pocos efectos prácticos tuvieron a mediados del siglo XVIII. Pero, desde otro punto

de vista, permiten entender algunas de las razones que sirvieron para hacer de Mon y

Velarde el paradigma del funcionario reformista. Ello no hubiera ocurrido de no

haber sido porque el visitador actuó con la anuencia de un grupo de capitulares

criollos y peninsulares que estaban de acuerdo en la necesidad de aplicar un mayor

rigor sobre la población.

En otra de sus cartas como procurador, don Juan Fernández de la Torre escribía al

cabildo

"porque así mismo es constante la multitud de gente que puebla este

valle, y solo los de vergüenza y honra se ocupan de trabajar, y laborar y

los demás en vagabundos, y si estos trabajasen y sembrasen avría más

frutos aunque los años fuesen calamitosos, y por consiguiente menos

necesidad y no se experimentarían tan continuos robos y estando

trabajando, como trabajan tanto v. mds. para evitarlos que justamente se

puede recelar que pierdan la vida.."

Aconsejaba que vecinos de autoridad indagasen "qué personas no se ocupan en el


trabajo, y al que no se ocupare, compelerlo a la agricultura en montes, o en llanos de

forma que tengan decente ocupación y provechosa a la república..."133

133
Ibid. t. 9, leg. 1, f. 91.

119
Al finalizar la década de 1740 la villa no mostraba adelantos urbanísticos destacados.

Pero la economía de la región sí presentaba signos de un crecimiento sostenido en la

producción de oro y en el comercio. Mientras que en periodo de 1670-1749 el

promedio del oro fundido cada año había sido de 22.692 pesos, esté aumentó a

59.366 pesos entre 1750 y 1779. 134 El crecimiento en la fundición de oro,

especialmente a partir de 1750 no se debió al aumento de la producción en las minas

de canalón, que eran explotadas por cuadrillas de esclavos. Quienes llevaron a fundir

el metal eran comerciantes que llevaban sus mercancías a los mazamorreros del valle

de los Osos y de Rionegro. Tal circunstancia significaba una mayor demanda de

géneros ordinarios y no de artículos suntuarios. Mas vecinos en el valle de Aburrá

podrían comprar tabaco, cacao, telas del reino y aún de Quito. En el caso de Medellín

ello quedó reflejado en el incremento de los lugares en los que mercaderes, tratantes

y tenderas vendían las mercancías. En la visita que realizó el cabildo en 1733 para

controlar los pesos y medidas, fueron visitadas 31 personas dedicadas a las ventas en

la jurisdicción de la villa. Al cabo de nueve años no había ningún incremento en el

número de tiendas pues la visita de 1742 sólo registró 33 locales. En la siguiente

década se duplicaron las tiendas en el valle ya que la visita de 1756 se practicó en 68

negocios. En las visitas de las décadas de 1730 y 1740, las listas elaboradas por el

cabildo sólo dintinguían entre mercaderes y venteras; nunca se identifica a alguno de

los vecinos como comerciante. Pero en la visita de 1756 el escribano identificó a 27

vecinos como comerciantes. Algunos de ellos habían figurado en la visita del año 42

apenas como mercaderes, como fue el caso de don Antonio de Quintana. Los niveles

de consumo en las décadas anteriores, determinados por la producción de oro, no

favorecían la formación de caudales importantes en la villa. Esta situación se

134
TWINAM, Ann. op. cit. pp. 43-87.

120
modificó con rapidez en la década de 1750. Las posibilidades que abría el

crecimiento de la demanda de diversos géneros fue aprovechada con éxito por

vecinos que ya estaban familiarizados con el comercio y por otros que al contar con

el apoyo económico de sus familias o de sus parientes políticos quedaron en

condiciones de ocupar los cargos principales del cabildo. De hecho, todos los vecinos

que fueron electos como alcaldes o como procuradores de cabildo entre 1760 y 1770

también figuran en los libros de la Real Hacienda fundiendo oro e importando

mercancías a la villa. 135

En 1755, cuando el oro de los mazamorreros reactivaba la vida en la villa llegó como

nuevo gobernador de la Provincia de Antioquia el cartagenero don José Barón de

Chávez. Al año siguiente, luego de asistir a las fiestas de la Virgen de la Candelaria

que se realizaban en Medellín villa, observó "que hay algunas personas indevotas y

menos consideradas que abusando del contentamiento con que todos contribuyen a

tan gran solemnidad; ynbentan bayles, y otros entretenimientos escandalosos y de

malos exemplares a la gente sencilla y onesta, de que resultan graves perjuicios a la

causa de Dios..."136 Que las fiestas patronales sirvieran para que las villas y ciudades

fuesen tomadas momentáneamente por sus habitantes mas pobres y para que se

borrasen algunas de las jerarquías sociales era una situación común en las

poblaciones americanas durante el siglo XVIII.137 Por ello, sin que el comentario de

Barón de Chávez describiera una particularidad de Medellín, sí daba indicios sobre

cambios en el comportamiento de la población. Con el correr de los años las fiestas

en la villa despertarían la extrañeza de los gobernadores Buelta Lorenzana, Silvestre

135
Ibid. pp. 185-242.
136
A.C.M. t. 16, leg. 9, f. 45
137
VIQUEIRA ALBAN, Juan Pedro. ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social
en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces. México, F.C.E., 1987.

121
y del visitador Mon y Velarde porque ellas originaban muchos gastos. Incluso el

visitador hubo de reglamentar, con su obsesiva minuciosidad, dichas fiestas.

En el gobierno de Barón de Chávez comenzaron a realizarse algunas de las primeras

y más significativas reformas borbónicas. Entre ellas se destaca la mayor vigilancia

de los oficiales de la Real Hacienda sobre los comerciantes y mercaderes de

Antioquia. Sin embargo, y como se verá en el siguiente capítulo, los cambios que se

presentaron en la vida política de la villa durante el último tercio del siglo XVIII, -

siendo uno de los principales la función más activa del cabildo en el gobierno local-,

tuvieron como actores claves a los peninsulares que llegaron al valle de Aburrá

durante las décadas de 1740 y 1750, justo cuando mas agudos parecían ser algunos

de los problemas de Medellín. Al llegar al cabildo, tras largos años vinculados al

comercio y a la minería, desplegaron un indudable interés por sacar a la villa del

desgobierno en que se había sumido a mediados del siglo, y por hacerla parecer

poblazón de españoles.

122
LA FELICIDAD Y EL TORMENTO

La reunión que celebró el cabildo de la villa de Medellín el 15 de junio de 1777,

terminó de manera imprevista: su procurador, el español don Manuel de Santamaría

fue puesto en prisión, y asegurado con grillos por orden del gobernador don Cayetano

Buelta Lorenzana. Todo había ocurrido porque el procurador se opuso en forma casi

violenta a que unos reos de la ciudad de Antioquia fuesen enviados al presidio de

Cartagena con dineros recaudados entre los vecinos de Medellín, como lo exigía el

gobernador. En medio de la discusión, Santamaría se levantó de su silla y manoteó

sobre la mesa en torno a la cual se reunía el cabildo mientras le gritaba al gobernador

que lo recusaba en todos los asuntos relacionados con el gobierno de la villa. 138

El suceso sacó a flote la tensión que desde fines de la década de 1750 existía entre

las autoridades locales y los gobernadores como resultado de una mayor presión

sobre el reducido grupo de vecinos que controlaba el cabildo y la economía del valle

de Aburrá. Entre 1760 y 1785 en la villa, como en casi todas las poblaciones de la

América española, se llevaron a cabo una serie de cambios administrativos y fiscales

con los que los ministros de Carlos III buscaron, entre otros fines, sanear las rentas de

la Corona, adquirir mayor capacidad de control sobre las élites criollas, y quitarle

poder a la Iglesia para separar con claridad sus intereses de los del Estado.139 Este

conjunto de cambios fue recibido de manera muy diversa en cada una de las regiones

del imperio, y en algunos casos, como en Perú y el Nuevo Reino, originaron violentas
138
A.C.M. t. 25, leg. 21, fols. 15-19
139
La bibliografía sobre las reformas borbónicas es abundante. Ver: MÖRNER, Magnus, La
reorganización imperial en Hispanoamérica. 1760-1810. Ediciones Nuestra América. Tunja, 1979;
BRADING, David A. Orbe Indiano. op.cit., tercera parte; BRADING, David A. "La España de los
borbones..." op.cit.

123
protestas, en las que participaron las comunidades indígenas, así como población

mestiza y blanca. Las reformas también exacerbaron el criollismo y el amor al país

o a la patria, y aún contribuyeron a que se reforzaran símbolos de identidad criolla,

como ocurrió con el culto a la virgen de Guadalupe en Nueva España. 140

En el caso de Medellín, la recepción de las reformas pasó por varias etapas. Cuando

estas comenzaron, durante la gobernación de Barón de Chávez, el cabildo, que

representaba intereses de familias vinculadas al comercio, buscó impedir que sobre

esta actividad se extendiese un tipo de vigilancia y control que, antes de 1758, era

irrisorio. Como se verá, para lograrlo, recurrieron al desconocimiento de la autoridad

del funcionario que representaba a la Real Hacienda, don Pedro Luis Vidal, al tiempo

que no dudaron en meter a prisión al ayudante que debía llevar el registro de las

cargas de mercancías que entraban a la villa.

Pero, de otro lado, las reformas también incluían más mecanismos de vigilancia

sobre la abundante población de mestizos, de mulatos, de indios y de blancos pobres,

como desde comienzos de la década de 1750 lo venían planteando algunos

capitulares.141 Las diferencias de opiniones en el cabildo sobre la conveniencia de

acudir a la fuerza para acabar con el desorden en la ocupación de calles y caminos, o

140
LAFAYE, Jacques, Quetzalcóatl y Guadalupe, F. C. E., México, 1977; FLORESCANO, Enrique,
Memoria Mexicana, Ed. Joaquín Mórtiz, México, 1987; ANDRES-GALLEGO, José. Quince
revoluciones... op. cit.; MCFARLANE, Anthony. "Civil Disorders and Popular Protest in Late
Colonial New Granada." Hispanic American Historical Review, Duke University Press, 64(1),1984.
141
Sobre la forma en que la política borbónica con relacion al uso de la tierra repercutió en la
población ver: GONZALEZ, Margarita. "La Política Económica Virreinal en el Nuevo Reino de
Granada; 1750-1810." EN: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia, núm. 11, 1983. MORENO y ESCANDON, Francisco Antonio.
Indios y Mestizos de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII. Introducción e Indices de Jorge
Orlando Melo. Transcripción a cargo de Germán Colmenares y Alonso Valencia. Bogotá, Banco
Popular, 1985.

124
para evitar los robos, originaron importantes debates que sirvieron para definir qué

tipo de villa era la que se deseaba.

Uno de los aspectos que más ocupó la atención del cabildo en la segunda mitad del s.

XVIII fue el relacionado con la imagen que esta debía proyectar. En Medellín,

además de la iglesia parroquial, no había ningún edificio que tuviera referencia

alguna al poder, bien de la Corona o de los particulares. Sus casas no tenían los

grandes portones que distinguían las casas de los vecinos ricos de Tunja, Santafé o

Popayán. Ni la casa del cabildo se diferenciaba del resto de las viviendas. Hasta 1766,

era prácticamente un rancho. Así, había una distancia grande entre la villa real y la

villa deseada por algunos vecinos. Entre 1760 y 1790 esta distancia fue reducida por

la activa gestión de un grupo de capitulares peninsulares y criollos. En la renovación

de la villa los españoles que se avecindaron en ella desde mediados del siglo

desempeñaron una destacada labor. Sus carreras individuales, caracterizadas por la

ocupación en el comercio y en la minería, también los llevaron a ocupar cargos de

preeminencia en el cabildo, pero sólo al cabo de muchos años de servicio en el

gobierno de la villa.

Los cambios que estos vecinos promovieron en Medellín pueden parecer

despreciables, pero teniendo en cuenta lo poco que la villa había adelantado con
relación a las obras públicas desde su fundación, las que se hicieron en aquellos años

marcaron un evidente contraste. En menos de tres décadas se reedificó la iglesia

parroquial, la vieja casa del cabildo fue demolida para dar lugar a una de dos pisos, se

construyó cárcel segura, la plaza de la villa fue dotada con una fuente de agua, las

antiguas acequias fueron reemplazadas por el primer acueducto y se construyó la

125
fábrica de Aguardiente.142 También se construyeron camellones en los caminos de

salida de la villa y un puente sobre la quebrada. La actividad comercial en el valle

tendió a ser más regular porque se estableció día de mercado en la Plaza todos los

domingos y porque se definieron con exactitud en cuales sitios del valle se podrían

establecer las pulperías. Igualmente las actividades de los venteros fueron reguladas

por el cabildo y por los gobernadores. En cuanto a la administración de justicia, entre

1763 y 1766 fueron creados los cargos de alcaldes pedáneos para Itagüí, Envigado,

Copacabana y San Cristóbal.

Las obras mencionadas suponían una seria carga para los vecinos y su realización no

hubiera sido posible de no ser porque apenas en este período el cabildo contó con

algunos excedentes provenientes de los propios de la villa. Pero fueron

contribuciones voluntarias las que costearon lo más sustancial de las obras.

El comienzo de la serie de cambios administrativos y de nuevas obras en la villa

coincidió con la gobernación del citado don José Barón de Chávez, quien asumió su

cargo en 1755. En noviembre del año siguiente, luego de obtener diversos informes

del cabildo proveyó un Auto de buen gobierno para la villa. En él ordenaba a las

justicias celar los pecados públicos, evitar los escándalos, vigilar a los forasteros,

desterrar los ociosos, mantener limpios los parajes de la villa y abrir las calles de las

ocho cuadras del marco de la villa. Lo pedido por Barón de Chávez no constituía

novedad, pero el último punto de su Auto serviría de tema de desacuerdo en el

cabildo por espacio de cuatro décadas. La apertura de las calles representaba un gasto

para los propietarios de solares por los que pasarían las calles porque ellos tendrían

142
Sobre la renta y la fábrica de Aguardiente ver: CAMPUZANO CUARTAS, Rodrigo. Gobierno,
Real Hacienda... op. cit., segundo tomo, pp. 309-376.

126
que costear su construcción en sus respectivos terrenos y estarían obligados a hacer

tapias para encerrar los solares. Tal vez ello explique que el cumplimiento del Auto

fuera suspendido y que el documento fuera traspapelado. En 1760, cuando el cabildo

volvió sobre el asunto, e hizo medir el marco de la villa para determinar con precisión

hasta donde se deberían abrir las calles, encontró que el obedecimiento del Auto

perjudicaría a varios clérigos propietarios de terrenos en la planta de la villa. 143

Quienes estaban de acuerdo con el obedecimiento del Auto, argumentaban que las

calles eran necesarias para desahogar la villa. Para salir de ella hacia el Poblado de

San Lorenzo, a Envigado, o a Itagüí, era necesario dar un gran rodeo para pasar por

las faldas del Cerro de las Sepulturas o por el camino de la Ladera con el fin de

evitar los cultivos de los ejidos y los pantanos y ciénagas que impedían la salida de la

villa hacia el sur. En 1760 el alcalde de primer voto era don Francisco Miguel de

Villa y Castañeda. El había comenzado sus actividades de carácter público en la

década de 1740, como depositario general. Pero su participación activa en el cabildo

data de 1753, año en que fue elegido procurador por primera vez, pues lo sería de

nuevo en 1762 y en 1764, en tanto que fue alcalde de segundo voto en 1756 y de

primer voto en 1760 y 1767. Desde su primer nombramiento como procurador buscó

que se extendiesen las calles, y al hacer una petición en tal sentido al cabildo, se le

respondió que "visto por sus mercedes, que no obstante ser cierto el pedimento pero

en atención a no constar a sus mercedes haver persona que quiera edificar, y por ello

143
Los Autos de Buen Gobierno eran promulgados por Gobernadores o Cabildos para reglamentar
diferentes aspectos de villas y ciudades. Un magnífico ejemplo se encuentra en la transcripción que
publicó la profesora Gilma Mora de Tovar del Auto de Buen Gobierno proveido para la Provincia y
ciudad de Cartagena por el Gobernador don Joaquín de Cañaveral y Ponce en 1789. Ver: MORA DE
TOVAR, Gilma. "El Deber de Vivir Ordenadamente para Obedecer al Rey." EN: Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, núm. 20,
1992.

127
seguirsele perjuicio a los dueños, se omite en lo presente mandar abrir dichas

calles". 144 Si bien reiteró su petición, fue inútil.

Como alcalde de primer voto en 1760 tenía la oportunidad de hacer cumplir el auto

del gobernador y aunque en compañía de don Rafael José Ricaurte, el otro alcalde

ordinario, proveyó un auto en tal sentido, tampoco surtió efecto. Dos años después,

como procurador, volvió sobre sus anteriores pedimentos, pero fue mucho más

enfático. Se lamentaba de

"quedar ylusoria, y risible, providencia tan justa, así porque según la ley

real, ninguno puede ocupar, ni tapar las calles que están destinadas para

el uso común, como porque con la apertura se ensancha la población con

mayor lustre, utilidad, y recreo de los abitadores sin que a privar el

público de esta y otras utilidades, aya derecho que apoye el embarazo de

calles, que no es, ni puede ser para ninguno en particular por ser del uso

común..."145

Esta petición fue respondida por el cabildo casi con las mismas palabras que usó en

1753: las calles no se abrían porque nadie quería construir vivienda en esos terrenos.

Ante las nuevas protestas del procurador porque el cabildo no hacía obedecer las

leyes, los capitulares cerraron la polémica al argumentar que sí lo hacían, en especial

aquellas destinadas a "amparar pobres, huérfanos y viudas, contra quienes se dirige

este pedimento, al que no ha lugar"146


144
A.C.M. t. 11, leg. 1, f. 73.
145
Ibid. t. 16, leg. 1, f. 76.
146
Ibid. t. 16, leg. 1, fols. 80-82. Sobre el choque de las diferentes interpretaciones de la política
entre Austrias y Borbones ver la referencia de Margarita Garrido al desacuerdo entre el regente
Gutierrez de Piñerez y el virrey Flórez, quien según la autora defendería una política tipo Austria.

128
El lío de las calles era un conflicto menor si lo comparamos con las reacciones del

cabildo cuando en 1758 el virrey y la Real Audiencia comenzaron a poner en marcha

varias medidas para vigilar mejor a los comerciantes del valle de Aburrá. En 1757, el

oficial de la Real Hacienda en la ciudad de Antioquia, don Francisco Dionisio de

Vallesilla, había advertido al gobernador sobre la gran cantidad de mercancías que

entraban al valle sin que sus dueños hicieran manifestación de las mismas ante los

dos alcaldes ordinarios. En respuesta el virrey ordenó que en la villa se nombrara un

teniente de oficiales reales, con facultades para registrar todas las cargas de

mercancía. Hasta esa fecha los comerciantes que introducían mercancías en el valle

de Aburrá llevaban hasta la ciudad de Antioquia las guías expedidas por los

funcionarios de la Real Hacienda de los sitios donde habían sido compradas estas. En

Antioquia los Oficiales Reales calculaban el valor de las mercancías para determinar

el pago de los impuestos de alcabala y sisa. El comerciante quedaba obligado a llevar

a fundir a la casa de fundición de Antioquia la cantidad de oro en que habían sido

valoradas en un plazo que podía ser de tres años, aunque llegó a ser mayor. Este

sistema permitía que muchas cargas entraran al valle sin que ello fuera advertido por

los agentes de la Corona. Estas mercancías eran vendidas en la villa y en las zonas

rurales, pues, como advertía Vallesilla, "todo el campo está inundado de tiendas en

las estancias."147

Bajo esas circunstancias, a comienzos de enero de 1758, un amigo del gobernador

Barón de Chávez, y cartagenero como él, el comerciante don Pedro Luis Vidal, fue

GARRIDO, Margarita. "La cuestión colonial en la Nueva Granada." EN: Cultura Política,
Movimientos Sociales y Violencia en la historia de Colombia. Memorias del VII Congreso Nacional
de Historia de Colombia. Bucaramanga, Universidad Industrial del Santander, 1993, p. 43.
147
A.C.M. t. 12, leg, 1, f. 110. Sobre el complejo sistema que estableció la corona para tratar de
controlar el comercio ver: CAMPUZANO CUARTAS, Rodrigo, op.cit. pp. 158-196, primer tomo.

129
nombrado teniente de oficiales reales para la villa de Medellín y para el valle de

Rionegro. Los resultados inmediatos de su gestión no dejaban dudas sobre el acierto

del nombramiento, pues escribió que en poco menos de un mes de trabajo había

contabilizado casi tantas cargas de mercancía como todas las que decían los alcaldes

ordinarios que habían entrado en la villa en 1757.

Al poco tiempo de su nombramiento, el cabildo le hizo sentir a Vidal la incomodidad

que suscitaba su presencia. Según Vidal, "no pudiendo sufrir este vecindario las

providencias con que se procuran reparar estos daños contra los intereses de S.M. se

han conspirado contra mí, sin otro motivo, siendo los principales motores los alcaldes

ordinarios de esta dicha villa, por estar emparentados unos con otros..." 148 Casi al

comienzo de su gestión, Vidal, quien se hallaba enfermo, comisionó al juez pedáneo

de la Tasajera y al escribano para que cotejaran unas cargas de mercancía que estaban

entrando en el valle. El cabildo alegó violación de su jurisdicción y dictó Auto de

prisión contra estos dos funcionarios y contra Vidal, quien además fue multado con

200 pesos. Por su enfermedad no fue cargado con prisiones, pero sí se le obligó a

guardar clausura en la casa de la aduana. El teniente relató su humillante impotencia

frente a los capitulares, porque

"al tiempo que se me estaba intimando el expresado auto llegaron a la

puerta veinte y ocho cargas de diferentes géneros, sin tener mas tiempo

que para preguntar, si traían despachos y me respondieron los harrieros

que no; y sin permitirme practicar otra diligencia se los llevaron a su

dueño, que lo es don José de Saldarriaga, vecino de dicha villa, y al día

148
A.C.M. t. 12, leg. 1, fols. 124-125.

130
siguiente me requirieron para ir con uno de dichos alcaldes al

reconocimiento de las expresadas cargas, suspendiéndome para este caso

de la prisión, y dejándome en el mismo arresto, en el que he estado

privado de practicar las diligencias que conducen a precaver las

fraudulentas introducciones que quisá a río revuelto avran ejecutado."149

La campaña contra Vidal también incluyó el uso de amenazantes carteles. Contra lo

que esperaba el cabildo, la Audiencia lo confirmó en su cargo y conminó a los

capitulares de la villa a obedecerlo sin dilación. Además, en septiembre de 1759, el

virrey Solís lo nombró teniente de gobernador en la villa. La principal razón fueron

los informes que Vallesilla remitió a la Audiencia en favor de Vidal. En una de sus

cartas escribió que

"desde el día veinte y cinco de febrero del año pasado de setecientos

cincuenta y ocho, que abía empezado a admitir registro en dicha villa de

Medellín el expresado Pedro Luis Vidal asta veinte y dos de dicho mes

del presente año se havían manifestado quinientas setenta y cuatro cargas

de todo género de mercadurías y setenta y cuatro mulas cuyos derechos

habían importado veinte y siete mil ochocientos cuarenta y siete pesos, lo

respectivo únicamente a la villa de Medellín" 150

El nuevo nombramiento atizó la resistencia del cabildo, que continuó hostigando a

Vidal y a sus colaboradores. Así, el 23 de noviembre de 1761, él protestó porque el

alcalde ordinario había encarcelado a un mulato que estaba a su servicio. Escribía que

149
Id.
150
Ibid. t. 13, leg. 15, f. 25.

131
por "varios y ocultos caminos" el cabildo buscaba, "el que no cele, no cobre, y no
151
vele el Real Haber de su Majestad..." Con dificultades el cabildo comenzó a

entender que era decisión del virrey y de la Audiencia limitar la independencia y

autonomía que hasta el momento había disfrutado.

La presencia de la Corona en la villa, por medio de alguien que no era vecino de ella,

que se desempeñaba como teniente de Oficiales Reales y teniente de gobernador,

constituía una restricción sobre la forma como los comerciantes y mineros

controlaban el poder local. Como teniente de gobernador, presidía las reuniones de

cabildo cuando asistía a ellas y uno de sus deberes era impedir que los capitulares

desconocieran las ordenes de la Audiencia o del gobernador. También debía aprobar

las elecciones de los nuevos capitulares cada primero de enero. Así, si en las

elecciones se violaban las leyes municipales, cuando por ejemplo los capitulares se

reelegían entre ellos, el teniente de gobernador tenía autoridad para invalidar la

elección, o para nombrar alcaldes y procurador en forma interina. Al desempeñarse al

mismo tiempo como teniente de Oficiales Reales, Vidal debía llevar un control de

todas las cargas que se introducían en el valle para asegurar el cobro de los derechos

reales.

Cuando Vidal dictó, en noviembre de 1761, un auto para que el cabildo,

especialmente don Carlos Alvarez de Pino, respetara su autoridad, este último, uno de

los alcaldes, expresó muy parroquialmente su desprecio por el poder del cartagenero

pues no atendió a dicho Auto por "estar actualmente entendiendo en las rogativas y

novenas de Nuestra Señora de Chiquinquirá por la pública epidemia que padece este

151
Ibid. t. 13, leg, 11, f. 1.

132
vecindario, y en otros negocios del servicio de ambas Majestades, se reserva la

satisfacción a los particulares del referido proveído e ínterin que no reconozco sobre

lo principal jurisdicción en el Sr. teniente."152 En esta, como en otras ocasiones, los

capitulares recurrieron a las prácticas de piedad para eludir sus obligaciones políticas.

En su conflicto con el cabildo, Vidal no confirmó la elección de 1761, pero el

gobernador sí lo hizo. Para evitar un nuevo desaire el cabildo recusó la facultad del

teniente para aprobar la elección de 1762, lo que en efecto admitió el gobernador

En esta estrecha sociedad de la villa colonial los actos políticos más intranscendentes

podían ser interpretados como significativas victorias. Por ello, las discusiones en

cuanto a los asuntos de jurisdicción y autoridad entre los poderes locales, como el que

representaba el cabildo, y las autoridades ajenas a la provincia, delataban la forma en

que los intereses específicos de un grupo bien definido, el de los comerciantes de la

villa, podían encubrirse bajo poéticos argumentos, como el del amor "al país". 153 En

este caso era claro que pese a las divisiones y a las rivalidades de carácter familiar

entre los vecinos, motivadas, por ejemplo, por el deseo de controlar el cabildo o

nuevos frentes mineros, ellas eran relegadas cuando se trataba de defender derechos

que suponían inalienables, como el de comerciar con liberalidad en el valle de Aburrá

sin tener que ocuparse mucho de los Oficiales Reales.

152
Ibid. t. 13, leg, 11, f. 3.
153
Esta expresión fue usada con frecuencia desde mediados del siglo XVIII y con ella se aludía a la
defensa de los intereses de la villa o ciudad con la que se identificaba cada vecino. En este caso "el
país" era Medellín. Sobre los usos novedosos e intensivos de la expresión el amor al país y del
concepto patria en el Nuevo Reino a fines del XVIII, ver: KÖNIG, Hans-Joachim. En el camino
hacia la Nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva
Granda, 1750-1856. Bogotá, Banco de la República, 1994. pp. 53-185; GARRIDO, Margarita.
Reclamos...op.cit., pp. 13-109.

133
Es posible que el paso de Vidal por la tenencia de la gobernación no hubiera

suscitado semejante encono si este hubiera adquirido vínculos de parentesco con

alguna de las familias de la villa. Es bien sabido que ese era el camino por el cual en

el período colonial numerosos funcionarios terminaban convirtiéndose en agentes de

las élites locales en lugar de servir a la Corona. Así, no era sólo el hecho de ser

cartagenero o de representar a la Real Hacienda lo que molestaba a los capitulares en

el caso de Vidal, sino que este no formaba parte del haz de alianzas familiares y

económicas que vinculaban a mineros, comerciantes y labradores.

El sucesor de Vidal como teniente de gobernador en Medellín, otro cartagenero, el

doctor don Lorenzo Benítez, nombrado en 1764, representaba un caso opuesto pues

cuando el virrey retiró a Benítez de la tenencia señaló como un grave inconveniente

sus relaciones con las familias de la villa. En efecto, Benítez se casó en diciembre de

1764 con doña María de la Madrid, hija de don Juan de la Madrid, comerciante

español que llevaba dos décadas largas como vecino de Medellín y que comenzó a

figurar en cargos capitulares desde 1751 cuando fue elegido como alcalde de la

hermandad. En 1755 ocupó la alcaldía de segundo voto pero su condición de foráneo

constituía una barrera para alcanzar la alcaldía de primer voto. Quizás ello fue lo que

lo movió a comprar en 1765 el cargo de Alguacil Mayor de la villa. Sin duda el

matrimonio de Benítez con la hija de don Juan de la Madrid, -quien entre 1759 y
1764, sin contar 1761, había introducido mercancías en el valle por un valor de 6.623

pesos-, facilitó su inserción entre el grupo de los beneméritos de la villa. La posesión

de esta dignidad le garantizaba voz y voto permanente en el cabildo, así como un

lugar de preferencia en todos los actos de carácter político y religioso. Un oportuno

matrimonio abrió a Benítez las puertas de la sociedad de Medellín pues en 1770 fue

134
nombrado procurador y en 1776 y 1777 alcalde de primer voto, aunque esta

reelección fuera contraria a las leyes. Durante el tiempo que Benítez fue teniente de

gobernador y de Oficiales Reales no se repitieron los enfrentamientos que su

antecesor había tenido con el cabildo.

Es difícil estimar si las familias que controlaban el cabildo de Medellín pensaron que

lo ocurrido con Vidal había sido algo episódico o si comprendieron que la Corona

tenía el firme propósito de entregar a funcionarios ajenos a la villa un poder que hasta

esos años pertenecía al vecindario local. De ocurrir lo ultimo, lo más apropiado era

reforzar el cabildo y vincular a él a sujetos que pudieran tener una visión amplia de

los diferentes asuntos que le concernían. Además, si estos capitulares no estaban

familiarizados con la abundante legislación española, poca fortuna tendrían en

defender los privilegios de los grupos que representaban. Por su trayectoria particular

y por el conocimiento que les daba la experiencia, había un grupo de vecinos que

reunía ciertas ventajas para tales propósitos. Ellos eran los peninsulares que por sus

matrimonios y negocios gozaban de prestigio y respeto entre los habitantes de la villa.

Gracias a sus trayectorias como comerciantes podían comparar esa pequeña aldea en

la que vivían con villas y ciudades notoriamente más ricas en su desarrollo urbano.

Su condición de españoles ya era una ventaja si les correspondía enfrentarse con

funcionarios nacidos en América porque los conflictos se llevaban al campo de la


pretendida nobleza de cada una de las partes. En tal caso los peninsulares

consideraban como un agravio a su hidalguía que un simple gobernador o teniente de

gobernador nacido en América les diera lecciones de derecho.

135
Como se vio en el caso de don Juan de la Madrid, las elecciones anuales podían llevar

a un peninsular hasta la alcaldía de segundo voto pero eran los criollos los que se

reservaban la de primer voto. Por ello el camino para formar parte del cabildo

permanente era comprar alguno de los oficios de la república, bien fueran los de

regidor o los cargos de Alférez Real, Alguacil Mayor, o Alcalde Provincial. En la

década de 1760 estos cargos estaban vacantes en su mayoría y la villa sólo tenía un

regidor, don Matheo Alvarez del Pino. Pero el 9 de diciembre de 1765 se presentó en

la casa del cabildo don Juan de la Madrid en compañía de don Antonio de Quintana,

otro peninsular, y de don Manuel José Uribe para posesionarse de los cargos que

habían comprado. Como ya se ha dicho don Juan compró el cargo de Alguacil

Mayor, en tanto que don Manuel José de Uribe y don Antonio de la Quintana

compraron respectivamente los cargos de Alcalde Provincial y de Alguacil Mayor.

A partir de la compra de estos oficios el cabildo de la villa comenzó a mostrar más

eficacia en la promoción de diversas obras públicas. Sus propios vecinos fueron

presionados para costear a sus expensas las dos primeras obras que se acometieron

casi que de manera inmediata: la reedificación de la iglesia parroquial y la de la casa

de cabildo.

Sin duda los responsables de este renovado celo de servicio fueron Quintana, Uribe,
de la Madrid y el regidor Alvarez del Pino. Parece que el equilibrio que se presentó

en los oficios permanentes del cabildo, entre dos criollos, Alvarez del Pino y Uribe, y

dos peninsulares, de la Madrid y Quintana, permitió un funcionamiento eficaz del

cabildo. Casi hasta finalizar la década de 1770 ellos controlaron, con pocas

excepciones, la elección de los dos alcaldes ordinarios y la del Procurador. Pero la

136
importancia de su labor radica en su permanente asistencia a las reuniones de cabildo

y en su capacidad para comprometer, con las nuevas obras de la villa, a vecinos que

preferían estar atendiendo sus negocios, sus minas y sus haciendas. La actividad de

estos cuatro capitulares le imprimió a los asuntos del cabildo una continuidad y

coherencia poco comunes y es a ellos a quienes parece corresponder la paternidad

sobre las nuevas formas de resolver los problemas de la villa durante los años en que

comienzan a ponerse en marcha las reformas.

El papel desempeñado por estos cuatro capitulares puede ilustrarse con las obras de

edificación de la nueva iglesia de la Candelaria. En la sesión del cabildo del 12 de

junio de 1766 el procurador don Manuel de Puerta y Molina señaló que una de las

vigas se había desprendido en la iglesia y que su altar y sus retablos presentaban

daños. El cabildo decidió, con el concurso de "todo el vecindario que se pase

prontamente a edificar nueva yglesia con aquellos seguros que se necesitan para la

permanencia de esta Fábrica, y con el ámbito suficiente para que quepa lo más del

vecindario". 154 Para llevar a término este proyecto se acordó nombrar dos diputados

que tendrían la obligación de recaudar las mandas, -es decir las contribuciones que

cada vecino prometía aportar para la obra-, y que tendrían que entenderse con todos

los aspectos de la construcción. Ellos serían remplazados al cabo de un año por otros

dos diputados, y así, sucesivamente, hasta que la obra fuera concluida. Para

cualquiera de los vecinos principales ello era una pesada carga pues les obligaba a

permanecer en la villa y a descuidar actividades como la minería. Por esa razón

quienes resultaban elegidos como diputados para las obras de construcción de la

iglesia alegaban los más diversos males o dificultades para evitar tal responsabilidad.

154
A.C.M. t. 22, leg. 13, f. 2.

137
Sin embargo, siempre se estrellaban contra la férrea decisión de Alvarez del Pino, de

Quintana, de Uribe y de Juan de la Madrid, que de manera unánime se negaban a

dispensarlos de sus obligaciones. 155

En el caso de Medellín la compra de los oficios vendibles fortaleció el cabildo. En

cuanto al ornato de la villa y al desarrollo de obras públicas no fue necesario esperar

la llegada del gobernador Silvestre o del oidor Mon y Velarde para el inicio de las

mismas.

Durante este período de los años sesenta encontramos que en el estrecho panorama

político local comenzaron a enfrentarse los defensores de una tradición de gobierno

caracterizada por la pasividad o por la permisividad del cabildo con aquellos que

asociaban el bienestar, -término que se empleo con frecuencia a partir de 1760-, con

una participación activa del cabildo en todos los asuntos de la villa. 156 Sin embargo,

no parecen haber existido dos grupos claramente diferenciados. Más bien, la

necesidad de resolver algunos problemas concretos facilitó la definición de nuevos

criterios en el gobierno local.157

Por otro lado, la realización de las obras en las que se comprometió el cabildo le

otorgó a su capitulares una posición ventajosa en sus conflictos con el gobernador o

con la Audiencia, pues pese a que en esta se tenía conocimiento de la forma en que

155
El interés por dotar a las villas y ciudades coloniales de nuevas edificaciones parece ser
generalizado a finales del XVIII. Ver: FERNANDEZ ALONSO, Serena. "Iniciativas renovadoras..".
op. cit.
156
Debe recordarse que fue el cabildo entre 1763 y 1766 el que propuso al gobernador la creación de
cuatro alcaldías pedáneas para facilitar la vigilancia del valle.
157
Un análisis sobre la manera en que las elites de poder resolvían sus diferencias en los cabildos
puede verse en: LANGUE, Frédérique. "Antagonismos y solidaridades en un cabildo colonial:
Caracas, 1750-1810." EN: Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, tomo XLIX,1992.

138
eran burlados los funcionarios de la Real Hacienda, el cabildo pudo exhibir obras, -o

servicio a la Corona-, que ni la capital de la provincia tenía.

Una de las consecuencias directas de la presencia en el cabildo del grupo de

peninsulares fue el mayor cuidado en la elección de los alcaldes y procuradores.

Desde la década de 1740 algunos informes del cabildo señalan un proceso inverso al

que ocurrió en los años posteriores a la creación de la villa pues vecinos de las

familias más importantes estaban abandonado sus casas en la villa para residir en sus

haciendas. Quizás el aumento de la población pobre en el casco urbano y la estrechez

de sus calles y caminos los movía a abandonarla. Las familias principales de Medellín

expresaron su alarma por la facilidad con la que sus hijos se iban a los arrabales para

mezclarse con esclavos y con personas sin oficio conocido en juegos de apuestas. En

el año de 1766, el procurador don Manuel de Puerta y Molina pedía, por ejemplo, que

algunos muchachos vagabundos se llevaran a la cárcel para ser concertados con

vecinos que los educasen y que un callejón que mediaba entre las casas de dos

vecinos se cerrara porque solo servia de "asilo para desordenes" 158

El resultado lógico fue que cuando más y más familias abandonaron sus casas en la

villa el desorden del que pretendían escapar aumentó, pues con mayor facilidad las

personas pobres tomaron como vivienda los solares anexos a las casas abandonadas.

Así, la elección de mineros y comerciantes fue la forma más directa de

comprometerlos con la suerte de la villa. 159

158
A.C.M. t. 16, leg. 1, f. 12.
159
Las políticas desarrolladas por los cabildos para darle ornato a las poblaciones y el crecimiento
natural de estas entraban en conflicto con los intereses de los dueños de los predios que rodeaban los
viejos cascos urbanos. Ver: VIVES AZANCOT, Pedro A. "Asunción, 1775-1800: Persistencias
rurales en la revitalizacion de su estructura urbana." EN: Revista de Indias, Madrid, Año XXXIX,
núms. 155/158, enero-diciembre, 1979.

139
Aunque algunos capitulares tenían clara la necesidad de renovar la vida en la villa, los

intereses económicos de vecinos propietarios de solares en ella representaban un

continuo obstáculo para la realización de obras básicas, como la apertura de las calles

hacia el sur del valle. Esto fue evidente en 1768 cuando resultó electo como

procurador de la villa el peninsular don Juan López de la Sierra, quien se caracterizó

por su obstinación en hacer abrir las calles.

El cuatro de abril de 1768 López de la Sierra presentó una petición al cabildo

semejante a las que habitualmente hacían quienes desempeñaban el cargo de

procurador. En uno de sus puntos repetía el pedimento que había hecho don

Francisco Miguel de Villa en 1762 para que se obedeciera el auto de visita que el

gobernador Barón de Chávez entregó en 1759. López de la Sierra pedía que en torno

a la plaza se

"abran las calles, según y como está prevenido en las leyes de Indias

sobre las poblaciones de los lugares y la fundación de esta villa,

asignando un corto término a los que tienen tapados los terrenos por

donde se han de delinear las calles para que abran y lo desembarasen, so

la pena que Vmds. hallasen por conveniente pues según la ley de Partidas
ninguno puede embarazar ni tapar las calles ni caminos que son para el

uso del común...".

Para curarse en salud, -pues sabía que las calles no se abrían por la oposición de los

clérigos que poseían solares por donde pasarían éstas-, enfatizaba, citando la Política

140
de Bobadilla, que las mismas se podrían abrir "aunque los edificios sean hechos para

iglesia o personas eclesiásticas..."160 En forma inmediata el cabildo respondió que

sobre este asunto se mantendría la decisión que habían tomado los alcaldes de 1762;

es decir, no abrir las calles.

López de la Sierra volvió a insistir sobre la apertura de las calles el 14 de diciembre,

pues de no hacerse sería "en perjuicio del lustre de esta república por carecer el lugar

de aquella ordenación que previenen los preceptos citados, y el vecindario de aquella

esplendidez y desahogo que les conceden los derechos." 161. Además pidió que se le

entregase copia de los autos relacionados con el caso para elevar una apelación ante

la Audiencia en vista de el desdén del cabildo.

La cuidadosa respuesta del cabildo se dio el 22 del mismo mes. De ser llevado el

caso ante la Audiencia, como pretendía López de la Sierra, y como efectivamente

ocurrió, era necesario explicar detalladamente por qué no se abrían las calles.

La razón principal, argumentaba el cabildo, era que no había vecinos interesados en

vivir en la villa. Según sus palabras,

"no encuentran motivo para agrandar el marco, porque esto lo haría

quando fuese nesesario para el acomodo del besindario, lo que se niega

en lo presente por ser constante que en el sentro de la villa pasan de

cuarenta solares que ay sin edificarse en ellos casas ni que aia sugetos

que lo pretendan, como también más de veinte y cuatro casas de venta a

160
A.C.M. t. 15, leg. 12, f . 30.
161
Ibid. t. 15, leg. 12, f. 44.

141
menos presio de su justo valor y tampoco se encuentran personas que las

compren ni a plazos dilatados ni a censo, ni quienes las alquilen por un

ínfimo arrendamiento. Luego a qué fin es el agrandamiento de dicho

marco, no para edificar pues no ay sugetos que apetescan los solares, no

para vivir en el mismo lugar pues ay, como se ha dicho, tantas casas de

benta y ningunos que las compren por aber venido la villa a una total

decadencia, de suerte que las casas que en otros tiempos no se darían por

menos de mil y quinientos castellanos se han bendido en lo presente por

poco mas de quatrocientos siendo la razón el que los vecinos de lustre y

comodidades aunque tienen su casa en esta villa es toda su abitación en el

campo en la asistencia de sus posesiones, atos y minas, de suerte que en

el día presente solo se quentan veinte personas de lustre, fuera de

eclesiásticos, dentro del marco de esta villa..."

En esta excepcional descripción sobre la villa el cabildo subrayaba el desinterés de

sus principales vecinos hacia los asuntos del gobierno local. Estos, anotaba el cabildo,

"por maravilla suelen ocupar sus casas de esta villa por cuatro o seis días,

siendo cosa lastimosa y digna de notar que dichos vecinos, siendo como

personas principales, y el lustre de la república, jamás por jamás asisten a


las renovaciones y otras funciones clásicas de Yglesia de suerte que por

lo general no ay quien saque una vara de palio, con que si este ejemplar

se mira en cuanto a los nobles y principales de esta villa, qué diremos en

quanto a las demás clases de personas, basta decir que hasta el comercio

142
el mas es en los campos y ay muchos en la jurisdicción que no conocen la

villa ni esta iglesia matriz..."

El cabildo también consideraba que el lugar "para el vecindario es bastante extenso,

de suerte que no solo puede acomodarse en su sentro sino quedar olgado y con

comodidad...." En consecuencia, y como la mayor parte del vecindario vivía en el

campo, las nuevas calles estarían rodeadas de terrenos solitarios que, en opinión del

cabildo, serían propicios para "enormísimos delitos y ofensas a Dios Ntro Señor,

como que forzosamente quedaban como parajes escusados o sótanos a propósito para

perniciosas consecuencias..."

Por último, el cabildo presentó uno de los argumentos más clásicos contra la apertura

de las calles, como era el relacionado con la función principal de los gobernantes,

según una lógica política que se nutría de las Siete Partidas, esto es, la de proteger a

los pobres, viudas y huérfanos sin cuidar de intereses particulares. Puntualizaban los

capitulares que

"en la situación que el Procurador General pretende se abran nuevas

calles se hallan abrigadas señoras pobres, huérfanas y viudas que se

mantienen a expensas de su personal trabajo con los frutos que le


franquea aquel terreno, y de que suele en parte suplirse el lugar,

sircunstancias que Ygualmente han movido la inclinación de sus

mercedes como Padres de la República a reparar los inconvenientes que

podrían resultar de precisarlas a la dicha apertura porque quedarían

expuestas a perecer de ambre, su recojimiento pasaría a un estrago, su

143
virtud, a un escándalo común pues a mayor abundamiento de la miseria

en que quedaban, y la carensia de compradores de solares se ha

considerado los ningunos medios que cada una de las partes ynteresadas

tiene para cerrar las cuadras y empedrar las nuevas calles." 162

Ya que esta respuesta se produjo poco antes de terminar el año, el procurador López

de la Sierra, quien en 1769 sería un vecino sin ningún poder en el cabildo, presentó el

caso ante la Audiencia. A raíz de ello él y el cabildo, como partes interesadas,

debieron reunir diversos testimonios para enviarlos a Santafé. Entre el cúmulo de

cartas que originó el proceso se destaca una presentada por el corregidor don Antonio

José de la Fuente, un vecino de la ciudad de Antioquia que actuaba ante el

gobernador como apoderado del cabildo de Medellín. En ella se preguntaba cuál

sentido tendría el dotar a la villa de unas bellas obras si su costo llevaría a la ruina a

los vecinos, pues, escribía, "consistiendo el principal lustre de una república en la

conservación de sus nobles ciudadanos y sus materiales edificios, puramente adorno

de estos mismos ciudadanos, mal podrán estos conservar el lustre que tanto se

decanta, si se les priva de los medios con que se han de conservar." Terminaba

repitiendo los ideales de tipo conmiserativo, pues por "ser también uno de los

principales lustres de la República el abrigo, protección y amparo de los miserables y

si por el lucimiento exterior hubiésemos de abandonarlos quedaría sin ejercicio la

humanidad, y por consiguiente quexosa la misericordia..."163

Los testimonios presentados por el cabildo y el procurador mostraban que en modo

alguno el marco de la villa constituía un único núcleo que aglutinara la población del

162
Ibid. t. 15, leg . 12, fols. 50-55.
163
Ibid. t. 15, libro 2, leg, 1, f. 101.

144
valle. Por el contrario, se habían impuesto las tendencias originadas a fines del siglo

XVII y reforzadas en el primer tercio del XVIII por los procesos de subdivisión de

las antiguas estancias ganaderas para su conversión en pequeños solares de cultivo.

Una de las peticiones de López de la Sierra era que a los caminos del valle se les

diera un ancho de treinta varas, tal como lo prescribían las leyes, pero, como ya ha

sido señalado, ello exigiría la destrucción de los ranchitos y de los cultivos.

Tras ser examinada la apelación presentada por López de la Sierra, la Real Audiencia

despachó una Real Provisión al gobernador Barón de Chávez en la que le daba

instrucciones para que sin dilación alguna el cabildo de Medellín obedeciera el Auto

en el que el mismo Barón de Chávez había mandado abrir las calles. No obstante,

cuando la Provisión fue conocida en Medellín en julio de 1769, el cabildo y el

procurador en ejercicio, don José Antonio Vélez, en total desacuerdo con su

antecesor, y le insistieron que sólo el desconocimiento de las condiciones de

Medellín era el que había llevado a la Audiencia a cometer tal error. Por fin, el 17 de

octubre del mismo año, el gobernador dio un Auto en el que, en contra de lo

determinado por la Audiencia, decidía que siempre y cuando el cabildo viera la

necesidad de abrir las calles y de ampliar los caminos, así lo hiciese.

Puede pensarse que cuando el cabildo describía el abandono en que estaba quedando
el ya centenario casco de la villa, exageraba un poco. Sin embargo, en la Relación de

la Provincia de Antioquia, escrita por el gobernador don Francisco Silvestre entre

1786 y 1793, encontramos que posiblemente la pintura de los capitulares sí se

ajustaba a la realidad. Silvestre se refería a la facilidad con la que los clérigos erigían

capillas en toda la provincia de Antioquia y especialmente en la villa de Medellín.

145
"Más de veinte y tantas hay en Medellín, y a distancia unas de otras de

muy pocas Quadras: Bastaba que se ordenase cualquiera clérigo para

tratar de erigir luego una Capilla en su casa de Campo... De la

abundancia de estas Capillas o Vice Parroquias nacen varios males en lo

espiritual, o civil: en lo espiritual, que a título de que tienen la misa cerca,

no acuden a la Parroquial los Vecinos; aunque está mandado por el Sor.

Obispo que se les explique la Doctrina, por los capellanes, no lo hacen, o

no se sabe como lo hacen. Como no frecuentan su Parroquia, ni los

seglares conocen a su propio Párroco, o Pastor, ni este a sus ovejas; y

solo acuden cada año a la Parroquial para el cumplimiento de Yglesia, y

algunas veces con trabajo... El daño que de la multiplicación de las tales

Capillas resulta a lo civil, fuera de los insinuados, es, que teniendo Misa

en el Campo los Vecinos, no concurren a la Ciudad o Villa, no le toman

apego a ella, ni tratan sin perjuicio de sus Labranzas de fabricar casas en

aumento de la Población, con cuia frecuencia, se irían civilizando..." 164

El caso revela los límites que encontraba el grupo de capitulares proclives a imponer

algún tipo de orden. Al parecer, los vecinos más adinerados, que como se vé no

vivían en la planta de la villa, toleraban las iniciativas de los peninsulares que

tomaron el control del cabildo en 1765, y a regañadientes terminaron por apoyar

algunas en los cabildos abiertos en que estas fueron discutidas. Con todo, hay que

decir que, como ocurrió en la construcción de la iglesia, una cosa era prometer dinero

y otra entregarlo. Así, en el cabildo abierto que se realizó el doce de junio de 1766

164
SILVESTRE, Francisco. Relación de la Provincia ...op. cit., pp. 211-214.

146
los principales mineros y comerciantes hicieron alarde de generosidad ofreciendo

costear las obras de la iglesia parroquial. Empero, en abril de 1769 el virrey don

Pedro Messia de la Cerda tuvo que enviar un despacho al cabildo para que apremiase

a los vecinos con el pago de las mandas que tan pródigamente habían prometido.

Como había sido informado por el cura de la villa, don Juan Salvador de Villa y

Castañeda, fueron las señoras de Medellín las que aportaron algunas de las limosnas

necesarias para continuar las obras de construcción de la nueva iglesia .165

En este caso las pequeñas disputas por la honra y al prestigio también afectaron las

relaciones entre el cura de la villa y los vecinos principales. Como lo informó el

gobernador Silvestre, los conflictos con el cura Villa y Castañeda originaron un

ambiente de tensión y de pugnacidad puesto que la autoridad del cura en la villa

llegaba a ser similar a la del cabildo. Relataba Silvestre que en cierta ocasión el cura

pretendió que se dejara libre uno de los presos de la cárcel y como a ello se opuso el

alcalde ordinario, que era el español don Juan Antonio de la Madrid, el cura lo

excomulgó.166

Pero si la preocupación de Silvestre era la necesidad de afianzar el poder de los

gobernadores, -que eran los vice-patronos reales-, frente al clero, la del cabildo de

Medellín era mantener alejados de los asuntos de la villa tanto a los gobernadores

como a los curas. Por estas razones cuando en abril de 1768 el cabildo, cuyos alcaldes

eran don Antonio de Quintana y don Vicente Restrepo, recibió un despacho de la

Audiencia con el arancel establecido por el rey para el cobro de los derechos

parroquiales, aprovechó la situación para denunciar que el cura Villa y Castañeda

165
A.C.M. t 15, leg. 13, fols. 1-16.
166
SILVESTRE, Francisco. Relación de la Provincia...op. cit. pp 202

147
venía cobrando sumas mayores por dichos derechos. Ello le sirvió de base para

adelantar ante la Audiencia y ante el obispo de Popayán, de quien dependía el clero

de la gobernación de Antioquia, sonoras acusaciones contra el cura. Estas provenían

de dos de los vecinos más importantes de la villa; Restrepo fue el vecino de Medellín

que más oro llevó a fundir en ese año a la casa de fundición en la ciudad de

Antioquia: 3.712 pesos; Quintana era reconocido como uno de los peninsulares que

más servicios había prestado a la villa.

Al examinar el caso, el obispo finalmente determinó que el cura cobraba lo justo

porque la gobernación de Antioquia era una "tierra de oro" y ello elevaba el precio de

todo tipo de transacciones, sin que pudieran ser una excepción los derechos

parroquiales. Ahora bien, en sus ataques, el cabildo mostraba al cura como un clérigo

indiferente a la pobreza de la gente y a su dolor, y al que sólo le interesaba obtener

crecidos derechos por bautizar, casar y enterrar a los vecinos. 167

Estos Autos contra el cura Villa los promovió el cabildo de espaldas al procurador

López de la Sierra, quien sólo se enteró del caso cuando fue citado como testigo por

el Comisario del Santo Oficio. Además de refutar todas las acusaciones vertidas por

los otros capitulares y de dar testimonio que los derechos cobrados por el cura eran

similares a los que tradicionalmente habían cobrado sus antecesores, el procurador

atacó a sus compañeros en el gobierno de la villa al anotar que el cura

"consiguió quitar la antigua costumbre que había, de ponerse los

Alcaldes Ordinarios en la puerta de la iglesia desde antes de amaneser el

167
A.C.M. t. 16, leg. 5.

148
Jueves Santo hasta tiempo de oficios a pedir limosna para cera del

Monumento, por cuya opresión que hacían dejaban de ir a comulgar

muchos pobres por no tener la limosna y no experimentar sonrojos."

Las virtudes del cura eran evidentes para el procurador, quien opinaba que las

confesaría "todo el vezindario, y aun los mismos señores de este Ylustre cavildo, no

lo podrán negar, ni tampoco la reforma que hizo en la Yglecia, cuyo suelo parecía

havitación de Zerdos; ya con música, missas, y otros cultos que no se hazian a las

Ymagenes..." 168

Los motivos de conflicto con el cura y con otros clérigos eran diversos, pero una de

las principales críticas hechas al clero de la villa por los vecinos era el destacado

papel del mismo en las actividades económicas. En 1774 el virrey pidió que desde las

diferentes poblaciones los cabildos enviasen informes sobre los asuntos de tipo

eclesiástico pues eran necesarios para el Sínodo Provincial que se realizaría en

Santafé. En el que elaboró el cabildo de Medellín resultó inocultable el resentimiento

contra el clero por su prosperidad. El cabildo escribía que

"representan sus mercedes que la clerezía de esta villa se compone de

más de cuarenta eclesiásticos, los más de ellos doctores, quienes viven

con todo arreglo, y solo se les nota la poca asistencia a algunos en esta

república por vivir en las entendencias de sus labranzas de campo; hatos

y minas, que son los que pozeen las mejores, en donde mantienen

crecidas cuadrillas de esclavos."169

168
Ibid. t. 16, leg. 5, f. 70.
169
Ibid. t. 21, leg. 1, f. 28v.

149
Unos pocos años después la visión de Silvestre era similar al observar que

"...se agrega que como cogen los clérigos de todo y por todos caminos sin

contribuir para alguno del común, brevemente se hacen a minas y

Esclavos como queda dicho, compran tierras que aumentan a las

heredadas, o adquiridas, con que a poco tiempo fomentan útiles

haciendas de Campo, de siembra y Ganado con que no solo no tienen que

gastar en comprar para comer ellos y su Familia, sino que ahorran y

ganan del seglar en la venta de estos frutos y esquilmos lo que deberían

dexar a estos para trabajar, mantener sus Familias, y concurrir a las

cargas del Estado y de la Iglesia..."170

Como se ha visto, la reacción de los vecinos principales frente al aparente incremento

del desorden en la villa no fue uniforme. Las actitudes adoptadas por los regidores

posesionados en 1765 marcaron un importante contraste con aquellos que optaron

por retirarse hacia sus haciendas en el valle. La postura de los regidores era contraria

a la mezcla de pesimismo, indiferencia y comodidad que había caracterizado al

gobierno de la villa en la primera mitad del siglo XVIII.

Dos causas confluyeron para que comenzara desde fines de la década de 1760 una

reactivación del interés en la política local: de un lado, los intentos de la Corona para

ejercer un mayor control sobre los comerciantes y mineros del valle provocaron un

afianzamiento de las tendencias de autonomía local, que sólo se lograría llevando al

170
SILVESTRE, Francisco. Relación de la Provincia... op. cit. p. 240

150
cabildo a sus vecinos más hábiles para vérselas con el virrey, los fiscales, los oidores,

los oficiales reales y el gobernador; ello se produjo en momentos en que en Medellín,

como en la península, y como en otras regiones de América se comenzó a considerar

que era posible intervenir con resultado visibles en la sociedad para alcanzar el

bienestar y la felicidad. Todo ello ocurría cuando la compra de los cargos de

regidores brindaba la ocasión que por años habían esperado comerciantes y mineros

peninsulares avecindados en la villa para obtener el reconocimiento a sus servicios y

para promover obras que eran necesarias a fin de impedir su decadencia. Además, a

mediados de la década de 1760 el comercio y los vecinos de la villa disponían de

unas cantidades de oro y de mercancías que superaban todos los registros

precedentes: el oro fundido por los comerciantes y mineros de Medellín subió de

7.043 pesos en el año de 1760 a 43.013 pesos en 1764; y el valor de las mercancías

registradas por el comercio de la villa pasó de 16.511 pesos en 1760 a 36.132 pesos

en 1764 En estas condiciones era claro que los principales vecinos de la villa

difícilmente podrían alegar pobreza para no contribuir a la reedificación de la casa del

cabildo o de la iglesia171.

Las diferentes lógicas políticas que soportaban las decisiones del cabildo en las

décadas de 1760 y 1780 explican las contradicciones de los capitulares, pues mientras

comenzamos a encontrar aquí y allí alusiones al bienestar de los vecinos, lo cual


171
A.H.A. Libros: vol. 459, No. 453, No. 456. Vol. 461, No. 477, No. 480. El debate sobre las
condiciones económicas de Antioquia en la Colonia y en el s. XIX ha sido uno de los más intensos en
la historiografía nacional. Interpretaciones como las de Alvaro López Toro, quien afirmó que hasta
fines del siglo XVIII la provincia estuvo sumida en una "profunda depresión económica y social", han
sido criticadas por Ann Twinam, quien acudió a la valiosa información de las guías de mercancias y de
los registros de fundición de la Real Hacienda para demostrar que en la provincia hubo un crecimiento
sostenido de las importaciones, reflejo a su vez del aumento de la producción de oro, desde fines de la
década de 1750. Ver: TWINAM, Ann. Mineros, comerciantes...op.cit. y "Comercio y comerciantes
en Antioquia". EN: Memoria del Simposio Los Estudios Regionales en Colombia: El caso de
Antioquia. Medellín, FAES, 1982. pp.115-134; LOPEZ TORO, Alvaro. Migración y cambio social
en Antioquia durante el siglo XIX. Bogotá, CEDE, 1976. p.23.

151
suponía afectar los intereses de sectores con relativo poder y prestigio -como veremos

que ocurrió con los cosecheros- para proteger a la población más pobre, también

permanecía en uso la creencia de que cualquier tipo de innovación en la sociedad era

nociva por cuanto se alteraban tradiciones que ya eran consideradas inmemoriales.

Desde la década de 1760 hasta finalizar el siglo hubo un crecimiento casi continuo en

la economía de la provincia. Voces de alarma sobre el peligro de desaparición de la

villa, como aquellas que se escuchaban en los albores del siglo eran cosa del pasado,

aunque el valle albergaba un crecido número de vecinos pobres, que pese a no poseer

tierras prefería quedarse en él pues podían subsistir de una u otra forma.

La búsqueda de la paz y la tranquilidad, como ideales políticos también parecían ser

aspiraciones de tiempos remotos. Entre el período comprendido entre 1760 y 1785,

aproximadamente, los gobernadores y los capitulares se encontraron discutiendo

sobre un problema común de la época en Europa y América: cuáles eran las bases de

la felicidad de los pueblos y cuáles los arbitrios para alcanzarla. El impedimento más

destacado para que en la villa se hiciese realidad ese ideal ilustrado de la felicidad,

era, según el cabildo, la pobreza de numerosos vecinos. Dicha pobreza borraba las

diferencias étnicas y sociales, como con sorpresa lo testificaban los capitulares, y

daba origen a diferentes delitos y pecados públicos. Se imponía buscar una salida a

tal problema.

La ocasión para desagobiar a numerosos vecinos y vecinas pobres parecía hallarse en

la posibilidad de permitir que por muy poco dinero estos beneficiasen el aguardiente.

Durante años, aún antes de la fundación de la villa, la producción y venta ilícita del

aguardiente había sido un recurso con el que numerosas personas, especialmente

152
mujeres desamparadas, procuraban su sustento. Las restricciones que la Corona había

puesto a su venta cesaron en 1738, fecha en la que se permitió su producción y venta,

aunque sujetas al estanco.172

En las provincias aptas para la producción de la bebida era sacado a subasta pública el

cargo de arrendador del estanco. En sus primeros años de funcionamiento el estanco

resultó poco atractivo a los eventuales postores pues quizás albergaban serias dudas

sobre la posibilidad de recuperar la inversión hecha. Así, en 1755 el remate del

estanco fue pregonado por las calles y plazas de la villa en diez ocasiones entre el 26

de agosto y el 22 de septiembre, sin que nadie ofreciera postura al mismo. Por lo

tanto el cabildo determinó que

"atentos a estar cerciorados de que en esta dicha villa y su jurisdicción ay

varias personas que exercitan el sacar el dicho aguardiente, devían de

mandar y mandan se publique a son de caxas por las calles pp.cas de esta

villa para que llegue a noticia de todos y ninguno alegue, ignorancia el

que todas las personas que quisiesen sacar el dicho aguardiente en esta

villa y su jurisdicción comparescan ante sus mercedes a componerse por

un tanto en cada un año..."173

En total, 71 personas se presentaron para pagar sumas que en pocos casos alcanzaban

los dos pesos, -pues la mayoría pagó un peso-, para poder continuar beneficiando el

aguardiente. Lo interesante es que 49 de ellas eran mujeres. Al lado de sus nombres el

172
MORA DE TOVAR, Gilma. Aguardiente y conflictos sociales en la Nueva Granada. Siglo XVIII.
Bogota, Universidad Nacional, 1988.
173
A.C.M. t. 31, leg. 11, f. 2.

153
escribano registraba sus humildes condiciones identificando a cada una como pobre,

muy pobre, mulata o esclava. 174

Cuando la producción y venta del licor fueron privilegio de los estanqueros estallaron

numerosos conflictos en todo el virreinato. Por ejemplo, en 1773 el procurador de la

ciudad de Antioquia se vio obligado a protestar ante el gobernador porque el

estanquero don Francisco Llul, sin respetar el plazo después del cual los vecinos no

podrían beneficiar el aguardiente, pasó con

"hombres de guarda quando ninguno lo esperaba ni lo pensaba, a la casa

de don José Antonio Ydalgo, de ronda de Aguardiente, y aviéndole

encontrado un poco cargado, que más era, según disen suyo sino de un

Ayudante del Alférez de Chiquinquirá, le rompió las tinajas asta de beber

agua, le derramó los caldos; y le trajo a la cárcel, le pasó a confiscar

bienes, y le está siguiendo causa, o para arrancarle la multa o para darle

dosientos azotes...".

A raíz de este "ynopinado suseso muchas pobres, y muchos pobres y no pobres del

lugar, temiendo otra semejante vejación, derramaron prontamente por las calles y

varrancas todo lo que tenían cargado, siendo este un daño considerable a todo el

lugar."175

174
Ibid. t. 31, leg. 11, fols. 2-3-4. Acerca del papel de las mujeres en la produccion y venta de
bebidas alcohólicas, ver: MORA DE TOVAR, Gilma Lucia. "Chicha-Guarapo y presión fiscal en la
sociedad colonial del s. XVIII." EN: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura.
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, núms. 16/17, 1988-1989. pp. 15-47.
175
A.C.M. t. 19, leg. 11, f. 4.

154
Por razones similares el estanco y los privilegios que reunía el arrendador eran

molestos entre la población del valle de Aburrá. Debe recordarse que pese a los

intentos por prohibir el uso común de algunas de las tierras del valle, sus vecinos

pobres eventualmente podían disfrutar de terrenos que no les pertenecían. Uno de

los usos dados a estas tierras era el cultivo de la caña de azúcar para la elaboración

artesanal de la bebida.

En 1773 diferentes personas de Medellín se pusieron en contacto con el procurador

don Cristóbal Vélez para sugerirle que el cabildo debía rematar el estanco del

aguardiente por el quinquenio venidero en nombre de todo el vecindario de la villa.

Gracias a ello cualquiera podría producir el licor a cambio de una moderada cantidad

que pagaría al cabildo pues el costo del remate sería prorrateado entre todo el

vecindario. Hasta la fecha nunca se había discutido tal posibilidad pero en cuanto ella

fue contemplada se despertó un inaudito entusiasmo entre el cabildo y los habitantes

de la villa.

No conocemos los nombres de las personas que le sugirieron la idea al procurador,

quien el 16 de septiembre informó a sus compañeros que

"barios vecinos de esta villa le havían hecho presente que el estanco de


aguardiente de caña de dicha villa y sus anexos se halla para rematar en

la ciudad y corte de Santa Fé para el quinquenio benidero y que atenta la

experiencia que se tiene de lo gravoso que es a esta República la

administración por tercero de este Real Estanco, suplicaba a sus

155
mercedes se sacase esta renta por del vecindario obligado este a satisfacer

a este cavildo la cantidad en que se rematase en aquella capital." 176

Como el asunto involucraba al resto del vecindario los capitulares se abstuvieron de

decidir por sí y convocaron un cabildo abierto para el 16 del mismo mes. En este,

"los congregados dijeron unánimes y conformes convenian en lo

propuesto por hel señor Procurador General en cuia virtud pidieron a los

señores de este Ylustre cavildo por sí y en nombre de todo heste

vesindario, así eclesiástico como secular proceda a practicar todas las

diligencias condusentes al fin de que se verifique que se remate la dicha

real renta del aguardiente por todo hel común" 177

Aprobado el proyecto, el cabildo designó una pequeña junta de diputados formada

por el Alférez Real don Manuel Jaramillo y Molina, el doctor don Lorenzo Benítez,

don Juan José Callejas y el propio procurador Vélez para adelantar las gestiones

necesarias. Sin embargo, dos días después se vio que el proyecto suscitaba

"repugnancia" entre algunos vecinos "de la primera plana", y hubo temores de que el

mismo diera origen a "disturbios" y "quimeras". 178 No son claras las razones de tal

oposición pero tal vez el rechazo se debía a que los comerciantes ajenos al cultivo no

estaban interesados en pagar suma alguna por un negocio del que no recibirían ningún

beneficio. Posiblemente algunos de los individuos vinculados a las familias que

controlaban el cabildo esperaban rematar en nombre propio el estanco. Igualmente,

de concretarse la idea, numerosos vecinos pobres querrían cultivar caña y sólo


176
Ibid. t. 18, leg. 2, f. 26.
177
Ibid. t. 18, leg. 2, f. 27.
178
Ibid. t. 18, leg. 2, f. 30.

156
podrían hacerlo ocupando terrenos ajenos. Tal posibilidad y sus posteriores

consecuencias pudieron haber causado alarma entre los grandes propietarios de la

villa.

Pese a estas resistencias, que se prolongaron durante el mes de octubre, fue

convocado otro cabildo abierto. Pocas veces los capitulares mostraron mayor

diligencia que en esta ocasión pues en los días previos nombraron un diputado por

cada partido de la villa para que en compañía de los respectivos jueces pedáneos

fueran de casa en casa invitando a los vecinos al cabildo que se realizaría el 6 de

noviembre. Los vecinos de Arma, Rionegro y Marinilla también fueron invitados

pues el estanco del aguardiente de la villa incluía dichos lugares.

El interés que originó la propuesta y la campaña del cabildo por atraer vecinos a la

reunión se reflejó en el elevado número de asistentes: 145. Nunca antes se había

reunido en un cabildo un grupo tan nutrido de vecinos y tal vez desde la fundación de

la villa tampoco se presentó tal grado de acuerdo entre sus habitantes. Al cabo de la

reunión, en la que se informó en detalle sobre las ventajas de la idea presentada por el

procurador,

"todos a bos de uno haviendo hoydo la relación dixeron que pedían y


suplicaban a los señores de este Ylustre cabildo se sirvan de pedir el

estanco de aguardiente de esta villa y sus agregados por el tanto en que

este se huviese rematado en la capital de Santa Fé que están prontos y se

obligan a satisfacer anualmente la parte que a cada uno le corresponda y

se le reparta la que entreguen el suxeto o suxetos que por este Ylustre

157
cavildo se diputen y a maior abundamiento suplican a dichos señores se

sirvan en nombre de este vecindario, agan a su maxestad, (que Dios

guarde) una donación que juzguen correspondiente, sobre cuios asumptos

confieren y refunden en los Sres. de este ayuntamiento el poder

necesario."179

En los días siguientes el cabildo dio poderes a don Diego de Rivera y Carrasquilla,

vecino de Honda, para rematar el estanco a nombre de la villa en Santa Fé. Rivera

recibió instrucciones para ofrecer en la puja por el estanco hasta 19.000 patacones, y,

si lo consideraba oportuno, podía ofrecer hasta mil patacones en gratificaciones a los

funcionarios de la Audiencia y de la Real Hacienda.

En su afán por obtener el estanco, el cabildo advirtió a Rivera que no "dexe piedra

por mover a fin de conseguir el intento, poniendo los medios mas eficaces que puedan

excogitarse, y que se proceda hasta tanto con el mayor sigilo que se pueda" Además

le pedían que les avisara en caso de requerir más dinero, "que por dinero no dexen de

conseguirse las empresas, no siendo gastos ociosos."180 Empero, el proyecto terminó

con poca fortuna porque la Audiencia decidió que el remate del estanco no podía

hacerse en nombre del Común, sino de una sola persona.

Ahora bien, la idea del procurador Vélez respondía a una manera diferente de abordar

las necesidades de los vecinos de la villa, pues con ella se comenzaban a buscar

soluciones prácticas a la pobreza de pobladores del valle y de Arma, Rionegro y

Marinilla. El mismo hecho de involucrar a un número tan elevado de vecinos era por

179
Ibid. t. 18, leg. 2, f. 35.
180
Ibid. t. 19, leg. 1, f. 20.

158
completo inusual. Quizás ello no sea testimonio de un nuevo tipo de sociabilidad

política pero sí es un indicio importante sobre las diferentes inquietudes que entre los

vecinos principales provocaban los habitantes pobres del valle. Con relación a estos

últimos, proyectos como el descrito constituían la otra cara de aquellas declaraciones

en las que los capitulares, y los grupos a los que representaban, se referían con recelo

a las novedades introducidas en la villa por la desenvoltura del común.

Hay un aspecto relacionado con el afán de algunos peninsulares por acentuar las

diferencias en el trato con los vecinos pobres. El historiador español Antonio

Domínguez Ortiz señala que durante la segunda mitad del siglo XVIII en la región de

Andalucía el tratamiento entre el pueblo llano y los vecinos hidalgos había llegado a

ser muy familiar.

"No se olvide que era en Andalucía donde la diferencia económica entre

las clases era más acusada. No se trataba, pues, de un fenómeno de base

económica. Todos, altos y bajos, pobres y ricos, estaban convencidos de

que las calidades humanas eran superiores y anteriores a las

estamentales; de ahí la ausencia de servilismo en la plebe, la

benevolencia con que se trataba a los criados, más como familiares que

como domésticos".181

Si ello fue así podría sospecharse que numerosos conflictos originados en el Nuevo

Reino por los asuntos tocantes a las jerarquías sociales estaban relacionados con el

181
DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio. Sociedad y Estado op. cit., p. 327.

159
deseo de los peninsulares llegados en aquellas décadas de establecer unas diferencias

de trato que en la península estaban perdiendo fuerza. 182

Las discusiones que se presentaban entre los capitulares de las poblaciones

americanas en las últimas décadas del siglo XVIII no respondían únicamente a las

diferentes formas de concebir el gobierno local sino que ellas estaban afectadas por el

enfrentamiento entre los grupos de poder como los mineros, los comerciantes y los

hacendados. Acceder al control del cabildo era un importante paso para definir las

luchas por el control de determinados recursos. Así, por ejemplo, desde los cabildos

se podían fijar precios de productos como el maíz. Dichos precios tenían un efecto

casi que inmediato en el aumento o la disminución de las ganancias de un grupo

diferente al de los cosecheros, como lo era el de los mineros. Altos precios del maíz

representaban una amenaza para el vecindario más pobre y también encarecían la

producción de oro.

Aunque hasta el momento no se ha efectuado un estudio sobre la evolución del precio

de los alimentos en el valle de Aburrá durante el siglo XVIII, la década de 1760

parece haber sido de estabilidad con relación al precio del maíz, que constituía el

alimento más importante más importante del vecindario, y en ocasiones el único.

Según testimonios del propio cabildo, entre 1765 y 1775 se respetó la tasa que había

sido fijada sobre el maíz, el fríjol y el dulce. Durante unos diez años la fanega de

maíz se había estado vendiendo a tres castellanos, el almud de frijoles a seis tomines

de oro y la arroba de dulce a castellano de oro. El 18 de junio de 1776 el cabildo

consideraba que los precios se habían mantenido "quizas por la mucha abundancia de
182
JARAMILLO URIBE, Jaime. "Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada
en la segunda mitad del siglo XVIII." EN: Ensayos de historia social. tomo I. La sociedad
Granadina. Bogotá, Tercer Mundo/Uniandes, 1989. pp.159-216.

160
frutos que en estos havido", pero desde seis meses a la fecha los precios estaban en

aumento por la escasez que se venía sintiendo en el valle. 183

Tal escasez de alimentos coincidió con el conocimiento de la ley real promulgada por

Carlos III el 11 de julio de 1775 por la que liberaba el precio de los granos en España

y en los dominios americanos. Al ocurrir esto, los cosecheros aprovecharon la

disminución en las cosechas y la libertad que la ley real les otorgaba frente a

cualquier tipo de control por parte del cabildo para esconder los granos y presionar

aún más el incremento de los precios. El procurador de 1776, don Miguel de

Carrasquilla, advirtió con rapidez que "los maíses" se estaban vendiendo

"prácticamente secos y aun gorgojeados, considerando pues este cavildo el

notabilisimo perjuicio que resulta contra los pobres y los ricos de este lugar, que no

son cosecheros y aun contra los de los lugares comarcanos" 184 La ley se producía en

un período de crecimiento de la produción minera y de aumento de la demanda del

grano por parte de los mazamorreros y de los dueños de cuadrillas.

Como bien lo sabía el procurador, el cabildo no podía hacer nada frente a la ley de

liberación del precio de los granos, así que se limitó a pedir que el cabildo sacara un

testimonio sobre los abusos que la misma originó, para remitirlo a la Audiencia,

esperando que este tribunal encontrara una salida a tal situación.

El caso es interesante por el tono apocalíptico de los testimonios que elaboró el

cabildo en contra de los cosecheros, como se denominaba a los productores de grano.

En esta ocasión los capitulares vinculados a la minería, obviamente afectados por el

183
A.C.M. t. 22, leg. 2, f. 22
184
Ibid. t. 22, leg. 2, f. 15

161
incremento en el precio del maíz para alimentar a las cuadrillas de esclavos, pudieron

atacar a los cosecheros con una variopinta mezcla de argumentos.

En primer lugar, los cosecheros, "que pueden ser contados", eran unos logreros que

diez años atrás

"tiranizavan a el pueblo, de suerte que apenas amenazava algún

contratiempo quando heran los primeros que subían los presios, a los

granos, bíveres y demas mantenimientos, de tal suerte que de dia, en dia,

hiban subiendo en tal extremo que de un tomin a que se bendía el almu,

llegava a baler cuatro y seis tomines, el maíz, y a el símil todos los demás

mantenimientos de granos y viveres".

Para evitarlo el cabildo había fijado la tasa a la que ya se hizo mención. Sin embargo,

derogada la tasa por la ley real, volvieron a sus antiguas prácticas y

"despechados, haziendo burla, o como desafiando a Palestra, a este

Ylustre concierto, han puesto pública benta de a tres y de a cuatro

tomines el almu de maís chócolo, que no sufraga a medio del seco, el

almud de fríjol verde a los mismos cuatro tomines, que no sufraga el uno
medio almud, el dulce a doce, a diez, y ocho y a tres pesos la harroba,

hesto es panela, que la azucar se bende a seis castellanos la arroba,

yegando a tanto el desembozo que en la necesidad presente, teniendo

ocultados sus maices si les hiva a comprar algun vecino, no se lo querían

162
bender, aún por el más subido precio, molestando a el vecindario con la

matraca de que comiesen Auto..."185

Si los abusos de los cosecheros ponían en entredicho la tranquilidad que debía regir a

la villa, también dificultaban "la buena dirección en el gobierno económico" que a

los ojos de los capitulares era "la basa fundamental en que estriba la felicidad y

abundancia de los pueblos". Pese a los cambios impuestos por la administración

borbónica subsistía la antigua idea de la obligación que vinculaba a ricos y pobres en

un orden en el que los primeros debían ser condignos a su poder y darle protección a

los segundos. Si se rompía este secular pacto se perdía el fin primero de la

monarquía: la justicia. Por lo menos en la constancia que elaboró el cabildo para

remitir a la Audiencia seguía afirmando que su ánimo siempre había "tenido por

principal objeto la conservación de un crecidísimo número de pobres que componen

la mayor parte de este vecindario, sin sensible menoscabo de los poderosos". Pero

cuando el maíz se puso fuera del alcance de estos, en la villa se experimentaron

"varias muertes, inferidas del todo por el solo cuchillo de la necesidad; cuyos efectos

de tiempo inmemorial al presente no se han conocido en este país con semejante

crueldad."

Con la seguridad que les daba la ley, los cosecheros habían introducido la tiranía en la

villa, ya que "abrigados y respaldados con dicha ley muchos de los sujetos

principales, y ricos de frutos, y granos de este Pays, se valen de ella (Muy poderoso

Sr.) para invertir por particular provecho, y aún abriendo la puerta a logrerías contra

185
Ibid. t. 22, leg. 2, f. 22-23. En las averiguaciones del cabildo sobre la manipulación de los precios
del grano, fueron llamados a declarar en su condición de cosecheros, don Miguel Jeronimo de
Posadas, don José Ignacio Vélez, don Vicente Restrepo, don Miguel Fernández de la Torre y don
Lucas de Ochoa.

163
el bien ppco., para invertir (vuelvo a decir) el sentido de la citada ley..."., pues "nadie

sin temeridad" podría afirmar que el rey hubiera pretendido "que el gremio de los

agrícolas avasalle a los restantes gremios de vasallos, oprimiendolos con desmedidas

grangerías en virtud del franco precio de sus granos".

La conducta de los cosecheros era presentada como una alteración seria en el orden y

la regularidad que debería guardar toda villa o ciudad, ya que en una sociedad que era

pensada como un conjunto de estamentos en el que cada uno debía de aceptar

determinados límites fijados por la ley y por las tradiciones, toda violación de estas

por parte de sus individuos más distinguidos era considerada como una amenaza al

bien común pues daría ocasión a que los vecinos pobres se sintiesen dispensados de

acatar las leyes.

Consciente de su limitación frente a la ley de la liberación del precio de los granos el

cabildo, concluyó su representación a la Audiencia pidiendo "alguna superior

Providencia, que sirva en lo sucesivo de norma para obiar semejantes abusos,

contener las desmedidas grangerías, y usuras y libertar de opresión infame este

pays..."186

En el conflicto con los cosecheros las ideas de algunos capitulares acerca de la forma

en que estaba siendo desviada la ley en favor de unos cuantos particulares adquirieron

precisión. Una variedad de circunstancias permitieron que los mineros vinculados al

cabildo pudieran presentar su choque con los productores del maíz como si sólo les

186
Ibid. t. 22, leg. 2, fols. 24 -27.

164
preocupara el bienestar del común, sin descartar que dicha preocupación también

existiese.

Hubo un aspecto que pudo haber incitado al cabildo a ejercer un mayor celo en la

aplicación de la justicia y fue el creciente temor que creaba entre los vecinos

principales la posible ocurrencia de tumultos populares. Como lo venían señalando

los procuradores, el número de vagos y mal entretenidos había aumentado con

rapidez en la villa y en la misma forma continuaba aumentando la demanda de

terrenos para el cultivo por parte de vecinos pobres, pero desde décadas atrás todas

las tierras del valle ya estaban sujetas a diferentes propietarios. Además los terrenos

más feraces del valle estaban expuestos a continuas inundaciones, pues desde 1722 el

gobernador don Facundo Guerra Calderón había prohibido por Auto de buen

gobierno que se hicieran cortes o estacados en el río para proteger los mismos. Ello

fue expuesto por el procurador de 1775, don Manuel Joaquín de Isaza al interceder

ante el gobernador don Juan Geronimo Enciso para que revocara el Auto de Guerra

Calderón. Isaza argumentaba que el río ya había dañado el camino real que iba de la

villa a Itaguí. Pero la principal razón que daba era que al permitir que los vecinos

enderezaran el cauce del río, se podrían aprovechar para la agricultura los terrenos

que se fueran secando, al tiempo que sería más fácil construir los puentes necesarios

para el acarreo de las maderas desde el valle arriba hasta la villa.187 El gobernador

Enciso encontró fundada la petición del procurador y proveyó un Auto revocando el

de Guerra y permitiendo la ejecución de obras para enderezar el cauce del río.188

187
Ibid. t. 21, leg. 25, fols. 1-2.
188
Id. fols. 6-7.

165
En los años siguientes algunos vecinos acometieron obras en el río, pero parece que

pocas en comparación los esfuerzos del cabildo para la realización de las mismas,

pues los obligados a costearlas se negaban a ello. Aún así, las actas capitulares

evidencian que en la década de 1780 los trabajos en las dos orillas permitieron

disminuir un poco el peligro de las inundaciones y ampliar las zonas de cultivo en las

playas recuperadas, en las que gracias a la protección brindada por los estacones, aún

humildes moradores sembraron plátano y maíz.

Un breve paréntesis culinario: como tal vez ya se ha dicho, la dieta en el área del

valle era poco variada; el maíz era el alimento principal. A él se añadía el fríjol, el

plátano y si se podía algo de carne de res, que se vendía soleada, es decir salada y

expuesta por unos tres días al sol. En cuanto a la crianza de cerdos en la planta de la

villa y en sus arrabales esta tradición cumplía ya un siglo de demostrar sus bondades.

A ello se unía el consumo de cacao, que era introducido desde el Magdalena. Los

prejuicios de los de Medellín impedían alguna avanzada fuera de estos alimentos

como lo muestra el siguiente caso: el dos de junio de 1777 el cabildo en una de sus

reuniones ordinarias señalaba,

"el grabe perjuicio que experimenta el vecindario de toda esta Villa, y su

jurisdicción con la prohibición, de poder comer de todas carnes los


sábados que no sean vigilias o abstinencia en todo el año, hassí por la

suma escaces de pescados de todas especies, como de otros manjares que

pudieran contribuir para el regular alimento y que no hay otro advitrio

166
que el de algunas legumbres y ortalizas, que por su naturaleza son

nocivas, y perjudiciales pa. la salud..."189.

Con relación a estos alimentos baste con decir que desde 1760 hasta 1773 sólo un

vecino introdujo, en este último año, arroz, habas y alverjas, y ello para su consumo

doméstico. El fue don Miguel Rivera y Carrasquilla.

El que unos cuantos vecinos pobres pudieran beneficiar algunos terrenos no cambiaba

la certeza del cabildo sobre la existencia de numerosa población muy pobre en el

valle. El mismo procurador de 1775, Isaza, escribió en agosto de ese año al cabildo

para que un Auto por el que se emplazaba a los vecinos de Medellín, Hatoviejo e

Itaguí a que contribuyesen a la reconstrucción de la iglesia de la Candelaria no se les

aplicara a los habitantes del último sitio por "la suma pobresa de aquellos besindarios

que asesión de algunos, y estos mui pocos, de mediana conbeniencia, el resto de

besinos es tanta la penuria que ni aún meresen el nombre de besinos, pues se

mantienen vibiendo de merse, espuestos siempre a la boluntad ajena..." 190

Abreviando, los capitulares expresaron su temor por el aumento excesivo del precio

del maíz entre una población pobre. Sus protestas no fueron por completo

desinteresadas pues cualquier incremento en el precio de los granos disminuiría las

ganancias de los mineros.

Para ellos, la causa del aumento de los delitos en el valle "no podía ser otra que tan

excesiva carestía de víveres, insoportable a los pobres" 191 Estimular las causas del
189
Ibid. t. 24, leg. 1, f. 37.
190
Ibid. t. 17, leg. 8, f. 1.
191
Ibid. t. 22, leg. 2, f. 24.

167
descontento entre dicha población podría tener consecuencias muy graves, como se

vio pocos años después al estallar el Movimiento de los Comuneros. En tales

circunstancias, es decir, frente a un grupo de principales que sin recato ni prudencia

torcía el sentido de las leyes era básico el papel que tendría el cabildo en los años

siguientes.

El protagonismo que adquirió el cabildo en la década de 1770 fue notorio. Además

del papel cumplido por Quintana, Uribe y de la Madrid, el yerno del último, el doctor

don Lorenzo Benítez se constituyó en uno de los vecinos de mayor poder en el

cabildo. Su retiro del cargo de teniente de gobernador y de oficiales reales, que rayó

en lo humillante, no mermó en nada el rol que cumplió en la corporación municipal.

Posiblemente su liderazgo como alcalde ordinario más antiguo en 1776 en contra de

los cosecheros le llevó a ocupar el mismo cargo en el año siguiente, pese a que ello

era prohibido por las leyes. Los otros capitulares, entre quienes se hallaba su suegro,

argumentaron que lo elegían porque convenía a ambas majestades, y Benítez votó

por sí mismo, "aunque le fuese gravoso".192

Ya se ha visto cómo la pobreza de los vecinos de la villa originó proyectos como

aquel de comprar en nombre del común el estanco del aguardiente. Para algunos

sujetos vinculados a los gremios de artesanos, el aumento de pobres en la villa estaba

originando situaciones de desorden que requerían una vigilante mirada del cabildo.

Así, en sentido estricto el interés por reglamentar determinadas actividades en la villa

no surgió sólo de los capitulares.

192
Ibid. t. 24, leg. 1, f. 3.

168
Con el aumento de la población en el valle personas con poca experiencia

comenzaron a ofrecer sus servicios en actividades urbanas por sumas irrisorias,

circunstancia que originó la protesta de diferentes grupos de artesanos, como la que

presentaron Juan de Toro y Francisco de Restrepo, oficiales de albañilería, el 26 de

febrero de 1777. En ella daban cuenta del daño que les causaban los nuevos

competidores pues, -escribían-

"es notorio el quebranto y perjuicio que se nos irroga por varios sujetos,

que siendo unos puros chapuceros, se han introducido a ejercer nuestro

oficio, suponiéndose expertos en un arte de que aún apenas pueden tener

la mas leve tintura, y como ignorantes de la habilidad que ostentan, no

saben apreciar el oficio predicho, de donde ha dimanado su total

vilipendio; pues esta clase de Yndividuos como que no saben lo que

hacen, trabajan por un precio sumamente ínfimo, y por lo bajo del precio

los buscan a ellos, y los profesores del arte nos quedamos mano sobre

mano..."193

Como estas, encontraremos cartas similares salidas de las manos de otros artesanos y

comerciantes de la villa. En ellas, sujetos de sectores que no podemos considerar de

baja esfera, -para usar la expresión de la época-, se lamentaban porque el antiguo

orden de jerarquías y privilegios del que también eran beneficiarios estaba amenazado

por los recién llegados a la villa. En el caso mencionado, el gobernador Buelta

Lorenzana dio un Auto en el que amenazaba con multar en 50 pesos a quien ejerciera

193
Ibid. t. 24, leg. 10, f. 72.

169
un oficio que no fuera de su profesión, o que edificara vivienda sin haber sido

examinado para demostrar su idoneidad.

La mayor atención que el cabildo prestó en las tres décadas finales del XVIII a la

regulación de actividades como la albañilería, la venta de los principales alimentos,

o el expendio de carnes, fue consecuencia de las constantes quejas que recibió a

través de los procuradores. Por ejemplo, en noviembre de 1778 las repetidas quiebras

de los venteros de la villa y las protestas que dirigieron, obligaron a prohibir la venta

de los descubiertos, o sea de quienes tenían puestos de venta sin haber pagado la

correspondiente fianza en el cabildo para dedicarse a esa actividad. 194

Algunos de los cambios que Silvestre y Mon introdujeron en la villa, más que

reformas eran la realización de medidas que por años estaban contempladas para la

villa y que nunca se habían aplicado. Al hacerlo encontraron el apoyo entre aquellos

sectores de comerciantes y artesanos que aspiraban a conservar intactas las bases de

su poder y prestigio, pues frente a la numerosa población dedicada a la agricultura, un

maestro artesano gozaba de mayor prestigio social, como lo probaba el que fueran

ellos los portadores de uno de los estandartes en las fiestas patronales. Sus reclamos

eran una exigencia de lo que Silvestre describió como vida en civilidad.195

La polémica con los cosecheros había dejado aflorar las reservas de los capitulares

sobre los riesgos que se corrían al abusar de la población pobre, aunque parece que
194
Ibid. t. 25, leg. 4, f. 32.
195
El concepto civilidad parece haber sido usado por primera vez en los documentos oficiales de la
villa por Silvestre. Acerca del origen del origen del mismo y de su extraordinaria importancia en la
historia de la pedagogía desde que fue empleado por Erasmo de Rotterdam en 1530, ver: REVEL,
Jacques. "Los usos de la civilidad." EN: Historia de la vida privada. Bajo la dirección de Phillipe
Ariès y Georges Duby. t. 5. El proceso de cambio en la sociedad del siglo XVI a la sociedad del siglo
XVIII. Buenos Aires, Taurus, 1990. pp. 169-209.

170
ello no iba de la mano con una sensación de zozobra o de riesgo inminente frente a

dichos vecinos. Tampoco podría afirmarse que los sectores a los que representaba el

cabildo carecieran de prudencia. La creación de alcaldías pedáneas a lo largo del valle

y de cárceles en algunas de ellas eran medidas de control en sitios sobre los que este

había sido muy tenue. Los numerosos delitos, hurtos y robos cometidos en la

jurisdicción de la villa eran el mejor estímulo para mantener un prudente realismo

entre los vecinos principales.

Con todo y ello, existían suficientes razones para pensar que el porvenir de la villa era

venturoso, pues de otra manera no es explicable que en 1776 los cuatro regimientos

vacantes de Medellín hubieran sido comprados por los comerciantes y mineros

peninsulares don Juan José Callejas, don Pedro Robledo, don Juan Bautista

Barreneche y don Miguel Rivera y Carrasquilla. Su presencia en el cabildo aseguró

la continuidad de los cambios que habían propuesto en el manejo de la villa Uribe, de

la Madrid y Quintana,. En el fomento que recibieron obras realizadas durante la

década de 1780 los regidores Callejas y Rivera y Carrasquilla desempeñaron un papel

similar al que habían cumplido De la Madrid y Quintana en los años anteriores. Su

continua asistencia a las reuniones del cabildo y su atención permanente a la

ejecución de obras como el acueducto, la pila de agua en la Plaza Mayor o el

camellón para facilitar la salida de la villa hacia el norte del valle, así como el
cuidado en la recaudación de los diferentes derechos del cabildo, representan un

cambio decisivo en el gobierno local si comparamos este último tercio del siglo

XVIII con los primeros cincuenta años del mismo.

171
En la villa nunca se presentaron motines populares ni indicios de amenaza contra el

poder real. Seis o siete decenios separaban a la villa de aquellos años en que sus

capitulares albergaban profundas dudas sobre si ella se iría a acabar o no. Si se robaba

en las casas o se hurtaba ganado y alimentos en el campo se entendía que en

numerosos casos, era por la extrema pobreza de los delincuentes. Las manifestaciones

de descontento eran de tipo individual y no se percibían como protestas de un sector o

de una clase identificada por metas y propósitos comunes.

El acceso al cabildo de prósperos comerciantes españoles entre 1760 y 1780

aseguraba la preservación de los derechos de la villa, al tiempo que era una promesa

de progreso porque los nuevos capitulares eran sujetos que por sus viajes y por los

cargos que habían prestado en otras poblaciones sabían bien cuales eran las carencias

de la villa. Al poco tiempo de posesionarse en sus cargos identificarían su interés por

el progreso de la villa como el resultado natural del amor a la Patria.

Aún aquellas pruebas de fuerza en las que el cabildo debía enfrentar al gobernador,

como ocurrió cuando el gobernador Cayetano Buelta Lorenzana ordenó encarcelar al

procurador Manuel de Santamaría, sirvieron para asegurar la confianza de los

capitulares porque el fiscal falló el caso en contra del gobernador.

La presencia en el cabildo de los primeros doctores en leyes era otra de las razones

que daba seguridad acerca de la acertada defensa de los intereses de la villa. Uno de

ellos, el doctor don Ignacio Uribe, quien ejerció como procurador en 1778 dejó un

testimonio de la confianza que albergaban él y sus compañeros sobre el papel del

cabildo. El 30 de abril de ese año escribía, al justificar algunas de sus peticiones,

172
"...la inherente obligación del empleo en que se me ha constituído, se ha

llevado toda la atención de mis desvelos procurando que por todos

medios goze esta República de ventajosos progresos en su lustre, y

Govno., los que jamás he dudado conseguir en vista de la protección que

en el dia logra vajo del amparo de tan discreto Ayuntamiento, que como

savios y piadosos padres de ella unánimes cospiran a su mayor

alivio..."196

Al tiempo que mostraba esta seguridad sobre el porvenir de la villa, Uribe no

disimulaba el tipo de dureza que debía tener un gobierno amante del progreso. Las

licencias con el común debían ser cosa del pasado. En la misma carta en que

encomiaba al cabildo, le pedía penas muy severas contra aquellos que usaban pesos y

pesas falsos o poco fieles, "siendo uno de los exes principales en que consiste la

felicidad de la República el castigo contra los trasgresores de leyes." Y, en su afán de

limpiar a la villa de todo tipo de contagio pedía en forma perentoria que se quemara

la ropa de quienes habían muerto de tisis y que "se proceda al esterminio de toda

persona viciosa, y que inficionan la República, mandando a concertar a todos los

vagos, ociosos y mal entretenidos en conformidad con lo dispuesto por la Real

Ordenanza expedida sobre el particular en 30 de abril de mil setecientos quarenta, y

cinco."197

La presencia de sujetos sin arraigo en la villa y que se dedicaban al juego y a la

vagancia no era nueva pero sí fue diferente la manera de mirarlos. El manto de

196
A.C.M. t. 25, leg. 1, f. 15.
197
Id.

173
fingidas o reales pobrezas dejó de justificar su condición y tanto los gobernadores

como el cabildo continuaron refiriéndose a ellos como plagas que podrían destruir las

repúblicas y a los que habría que desterrar en forma definitiva. 198

Para los capitulares que se identificaban con los puntos de vista del doctor Uribe

debió ser reconfortante escuchar la lectura del Auto de Visita del gobernador don

Cayetano Buelta en el mes de marzo de 1781. En él, luego de reconocer que había

encontrado un acertado gobierno en casi todos los asuntos de la villa, instaba a las

justicias para que no permitiesen

"juegos prohibidos, hombres ociosos, vagos, y mal entretenidos, cuya

tolerancia, o disimulo a semejante clase de personas, ocaciona

insensiblemente daños muy graves, pues extendiendo rayces dificiles de

arrancar, llegan al extremo de transtornar y destruir la República más

bien ordenada. Para la observancia de tan importante objeto ya no tienen

las justicias disculpa, pues la orden que por este govierno se les ha

comunicado del exmo. Señor Virrey actual, facilita los medios promptos

y equitativos para limpiar la república de una polilla tan perjudicial, y

remitir a la Plaza de Cartagena, con los demás reos que comprende la

superior orden, a esta clase de gentes..."199

Las vidas de estas personas que se movían en los terrenos de la marginalidad, no

evocaron en los años previos imágenes tan fuertes entre los gobernadores o el

cabildo. Ahora, cuando el imperativo en todos los territorios americanos era hacer
198
Un estudio sobre la forma en que el problema fue asumido en la ciudad de caracas puede verse en:
LANGUE, Frédérique. "Desterrar el vicio..." op. cit.
199
A.C.M. t. 32, leg. 11, f. 30-31.

174
obedecer y cumplir las leyes para poner fin a la franca indiferencia que en el pasado

mostraban las autoridades locales frente a aquellos que de diversas maneras

mostraban su desacuerdo con la idea de llevar vidas ordenadas, los funcionarios

ponían en juego metáforas y palabras que tampoco fueron utilizadas anteriormente.

Para la burocracia comprometida en las reformas borbónicas, semejantes personas

eran una polilla que como cualquier otra peste debía ser exterminada. Así, un nuevo

afán de pureza marcaba las Reales Cédulas, los Autos de visita, los Autos de gobierno

o las actas de cabildo.

Al atacar prácticas que eran tradiciones con gran arraigo, los nuevos Padres de la

República, buscaban hacer de Medellín una villa que coincidiera con la nueva imagen

de villas y ciudades propuestas por la Corona y deseada por ellos mismos. Pero en

América y en España los costos políticos y sociales fueron altos, como bien lo

comprobaron Esquilache en Madrid, Areche en el Perú y Gutiérrez de Piñerez en el

Nuevo Reino.

En Medellín, como en el resto del Imperio, los 70 y los 80 del s. XVIII, fueron años

decisivos pues fue durante esos veinte años en los que con mayor rigor se sintió el

impacto de las reformas; también lo fueron porque en ellos se reveló el vigor que aún

conservaban las formas de sociabilidad política de la época Habsburgo. Con un


notable retraso se enfrentaron dos maneras bien diferentes de entender la sociedad y

de gobernarla. Aunque en sentido estricto el gobierno de los Austrias murió con el

siglo XVII, las costumbres sociales, los modos de resolver algunos problemas

políticos, el tipo de ética con relación al trabajo y al lucro, variaron con una lentitud

175
que era exasperante para los difusores de una racionalidad política basada en las ideas

de progreso y bienestar.

Como fue señalado, uno de los aspectos que más molestaba a los gobernadores era la

facilidad con la que la pobreza servía para ocultar el desconocimiento a las leyes. En

noviembre de 1784, el gobernador Silvestre revelaba, en un Auto de Visita a la villa,

el engaño que encubría la indolencia por la cual se toleraba la existencia de personas

ociosas en la villa. Bajo pretendidas pobrezas había personas que se conformaban con

lo indispensable para subsistir, mientras que entregaban la mayor parte de sus vidas al

ocio. Sus recomendaciones diferían de las de Buelta Lorenzana porque allí señalaba

con claridad que la solución para desahogar a la villa de ociosos era aprovechar a

estos para fundar nuevas poblaciones en zonas mineras. En atención a que, -escribía-,

"nase la miseria del país de que sobrando, por falta de terreno en que

travajar muchas gentes desocupadas o verdaderamente ociosas porque se

contentan con un pedasillo de tierras en que tienen quatro matas de

plátanos y una huertesilla que apenas puede darles una ora de ocupasión

al día manteniendose el restante tiempo mano sobre mano por la

subsistencia de una semana y para andar casi desnudos aumentando el

número de los pobres y aún con este motivo allando excusas y prettextos
para bisiarse en pillajerías y pillajes de ganado se previene y encarga

muy especialmente al Ilustre Cabildo y Justicias que formando un Padrón

tanto dentro del marco de esta villa como de las jurisdicciones de afuera

pr. calles y cassas se Ympongan del oficio y ejercicio que tiene cada uno,

en qué ejercita o emplea todo el año, el número de hijos, y sus clases y

176
las herramientas o menesteres de su oficio o labranza a fin de que

sacándose después una lista de todos aquellos que no tengan arvitrios

suficientes con qué subsistir o que no estén dedicados constantemente al

travajo puedan sacarse para acerlos aplicar dél y salir de su Yndolencia

formando una o dos poblaciones en el centro de los minerales como es en

el camino tratado abrir para Cáceres o el de Ytaguí para los Titiribíes,

donde señalándoseles tierras o buscando minas se dediquen a la labranza

de unas y otras en su propio vien y el del Estado..."200

Por primera vez se buscaba una solución diferente al problema creado por los vagos

que la de su expulsión de la villa. Disciplinar a los vecinos, modificar anticuadas

costumbres, romper con las consideraciones que imponían respetos humanos para

desarrollar los nuevos fines que debía alcanzar el Estado, fueron los propósitos más

señalados de la administración borbónica.

El resultado más visible de las reformas en el Nuevo Reino fue una serie de protestas

antifiscales en las que, además, se enfatizaba la distancia que había tomado la

Corona con relación a sus súbditos. Las reformas despertaron sentimientos

semejantes, o mucho más fuertes, a los que suscitó la acción del estanquero entre las

humildes mujeres dedicadas a la elaboración de Aguardiente en la ciudad de

Antioquia. En palabras del procurador de aquella ciudad ello había sido una "especie

de traición".201 El malestar que originó dicho episodio perdió toda significación

200
Ibid. t. 35, leg. 4, f. 8. Con relación al impulso que la corona dió a las nuevas poblaciones para
reunir a la población vaga y dispersa a finales del XVIII ver: LUCENA GIRALDO, Manuel. "Las
nuevas poblaciones de Cartagena de Indias, 1774-1794." EN: Revista de Indias, Madrid, vol. LIII,
núm. 199, 1993; CAMPUZANO CUARTAS, Rodrigo. Fundaciones de Yarumal, Sonsón, San
Carlos y Amagá. Trabajo de Grado, Medellín, Universidad de Antioquia, 1985.
201
A.C.M. t. 19, leg. 8, f. 22.

177
cuando estalló el movimiento Comunero con su cauda de antiesclavismo y rebelión.

El fue un golpe desolador para los aprendices de brujo de las reformas, y puso en

evidencia el alto precio del anhelado progreso.

En el caso de Medellín el ambiente de seguridad también resultó trastornado por las

consecuencias del movimiento Comunero. En la provincia de Antioquia los

cultivadores de tabaco del cañón del río Cauca habían expresado su descontento

desde 1778 cuando se enteraron que el virrey había decidido prohibir el cultivo de la

hoja en la provincia para forzar el consumo del tabaco cultivado en Ambalema. Al

aplicar el estanco resultarían afectadas centenares familias vecinas de la ciudad de

Antioquia y de sus inmediaciones. A raíz de sus protestas se les permitió continuar

con el cultivo pero sólo en aquellos lugares donde la siembra era una actividad

secular.202 En 1781 a las protestas de los tabacaleros se sumaron las de los

mazamorreros de los minerales de Guarne. En este último lugar se opusieron al

establecimiento de pulperías en las que se verían obligados a comprar sus diferentes

mercaderías y también rechazaron la obligación de pagar a los Oficiales de la Real

Hacienda dos pesos al año por mazamorrero para poder continuar con sus actividades

en la quebrada La Mosca. En su asonada, alrededor de 150 individuos amenazaron

con quemar las oficinas de la Real Hacienda en Rionegro y algunos llegaron a

prometerle la muerte al teniente de Oficiales, don Pedro Biturro. En la jurisdicción

de la ciudad de Antioquia unos cien cultivadores de tabaco se alzaron contra el

alguacil mayor y otros funcionarios en cuanto estos comenzaron a destruir sus

plantaciones en el sitio de la Noarque. Puestos en fuga, los tumultuarios advirtieron

que no obedecerían, "ni a Dios, ni al Rey y que de el Tablazo para abajo donde ellos

202
Documentos para la historia de la Insurrección Comunera en la provincia de Antioquia, 1765-
1785. Universidad de Antioquia, Medellín, 1982. pp 111-128

178
residen, no pasaría persona alguna y que la que lo intentase procurase ir confesada y

comulgada..."203 En pocos días la protesta se extendió a todos los partidos de

Antioquia y, según el gobernador Buelta Lorenzana, se involucraron en él unos 800

vecinos que tras controlar los pasos en el río Cauca quedaron con el dominio de todas

las zonas rurales de la capital. Sin embargo, no llegaron a ocasionar actos violentos,

aunque el mismo gobernador con una treintena de vecinos blancos se aseguró en la

capital en espera de lo peor.204

Las primeras muestras de alarma acerca de la extensión del movimiento hasta

Medellín fueron dadas el seis de agosto de 1781 por el procurador don Antonio Uribe

quién expresó "que según se alla informado por varias partes puede esta villa ser

acechada, y acometida por algunas partidas rebeldes que se han separado de los

tumultuarios del Socorro, las que andan cometiendo cúmulo de Atrocidades,

arruinando las poblaciones por donde transitan, robando a todos sus moradores..."205

El aviso del procurador obligó a que los capitanes de las siete compañías de milicias

de Medellín formaran un cuidadoso listado de los hombres que integraban cada una

de ellas; el cabildo también proveyó un Auto para que los vecinos aprontaran

cualquier tipo de armas, incluidas las hondas, con el fin de asegurar la defensa de la

villa. En los días siguientes se hicieron alardes de las milicias en la Plaza Mayor, y se

dieron instrucciones para que toda noticia sobre el caso fuera informada con prontitud

al cabildo, pues, como se anotaba en el acta que recogía el informe del procurador,

"un arreglado gobierno exige el estar en las actuales circunstancias con una vigilante

precaución para evitar toda sorpresa."206


203
Ibid. p. 389.
204
Sobre acontecimientos similares en otros lugares del virreinato ver: MORA DE TOVAR, Gilma.
Aguardiente y Conflictos. op. cit. pp. 175-216.
205
A.C.M. t. 32, leg. 1, f. 49 v.
206
Id.

179
La anunciada amenaza no se convirtió en hechos reales, pero dio ocasión a que la

conformación de las listas de la compañía de milicias distrajera por algunas semanas

a los vecinos. Sin embargo, a fines de ese año los temores que originó la advertencia

de Uribe se agudizaron pues serios informes parecían descubrir una callada

sublevación planeada por esclavos de la ciudad de Antioquia, de la villa de Medellín

y de Rionegro.

El 17 de diciembre el alcalde de primer voto, don Juan José Callejas, recibió una

carta remitida por el gobernador Buelta Lorenzana. El contenido era preocupante,

pues el gobernador había sido avisado "que los negros esclavos de esta ciudad

intentaban sublevarse, y proclamar al livertad, usando de la fuerza por medios

bárbaros y crueles." Al indagar más sobre tan inquietantes noticias pudo enterarse que

los esclavos de la jurisdicción de Medellín, "con los de Rionegro havían sido

solicitados para el mismo fin, y que todos tenían acordado dia determinado para

unirse y executar sus designios." El gobernador presumía que por haber sido

descubierto el plan en Antioquia era poco posible que continuasen con él allí, y que

con mayor facilidad, por el temor de ser capturados, se desplazarían hasta Medellín,

"para unirse con los de esa jurisdicción, y cometer en ella los insultos que tenían

premeditados" para la capital.

Buelta Lorenzana era enfático en advertir que no se hallaban ante meros rumores

sino ante hechos verdaderos pues, -continuaba-

180
"...devo advertir a Vm., que dichos esclavos trataron la sublevacion con

tanto sigilo que sin embargo de haber pasado algún tiempo y tener

medido el lance para el dia de Año Nuevo, nada se pudo trascender, mas,

que unos leves Yndicios, pero a fuerza de azote en uno sospechoso, se

conciguió saberlo de cierto, haviendose arrestado a algunos de los que

este descubrió, confesaron ser cierto, aunque cada uno intenta disculparse

así, y ya lo tienen confesado saberlo todos los esclavos de esta ciudad,

por lo que conviene usar de destresa, y de rigor, especialmente con los de

las cuadrillas de minas, y los que eran arrieros de mulas, con cargas para

el rescate de las minas, sin omitir por eso executar lo mismo, con los de

las estancias, y servicio de las casas; pues aquí, hasta estos estaban

convocados y eran sabedores. El proyecto de estos malvados era matar a

sus amos, y de conciguiente a todos los blancos, quemar los papeles de

los Archivos de Cabildo; proclamar la libertad y hacerse dueños de todo;

lo cual sino se hubiera conceguido el descubrirlo con tiempo, según el

sigilo que guardaron, y que podrían juntarse más de cinco mil esclavos;

no es dudable lo conciguiesen; y por lo mismo este ha sido el lance más

temible, y el de mayor perjuicio de todos cuantos han ocurrido."207

Un intento de este tipo resultaba de una novedad total pues era mucho más que el

deseo de algunos esclavos de hacer fuga, lo que sí ocurría con frecuencia. 208 La

lectura de la carta, realizada el 19 de diciembre, debió dejar con los ánimos

sobresaltados a todos los capitulares, que de inmediato ordenaron al escribano enviar

cartas a los jueces de los partidos de la villa para que se desplazaran hasta la casa del
207
Ibid. t. 34, leg. 16, fols. 15 ss.
208
MCFARLANE, Anthony. "Cimarrones y Palenques en Colombia. Siglo XVIII." EN: Historia
y Espacio. No. 14. Cali, Universidad del Valle, 1991.

181
cabildo a fin de ser informados con el sigilo que determinaba la ocasión. Una vez allí

se les encargó que

"cada uno, en su partido, haga saber a los dueños de los esclavos selen, y

vigilen el modo como viven sus esclabos, observando con gran cuidado

si oyen o entienden qe. estos, intenten, alguna sublevación, o alboroto, o

si son sabedores estos de que otros lo intenten, aciéndoles capaces del

motivo porque se les ase esta prevención, y encargándoles el sigilo de

que por ningún pretexto entiendan los esclabos el porque es el cuidado

que con ellos se tiene, encargándoles, asimismo, que el dia de año nuevo,

y aún desde su víspera, estén con especial cuidado, y a los Sres. jueces

qe. selen y ronden todas las noches, y en particular desde la víspera de

año nuevo hasta el dia en que largen sus varas, las que no largaran hasta

que tengan subsesor..."209

El cinco de enero de 1782, cuando aún no se habían apaciguado los ánimos por la

sublevación que se esperaba para el día de año nuevo, el procurador del año anterior,

don Antonio Uribe, dio a conocer una carta en la que algunos sujetos que cultivaban

sus tierras le avisaban que varios de los capitanes de la rebelión comunera les habían

comunicado su intención de ir hasta la ciudad de Antioquia para tomar las armas de

sus vecinos y que posteriormente harían lo mismo en Medellín. Sin demora, el

cabildo enteró al gobernador, que estaba en la capital, quien los hizo aprehender en

las poblaciones de Sacaojal y San Jerónimo.

209
A.C.M. t. 32, leg. 1, f. 88 v.

182
De nuevo la villa sólo resultó afectada por la ola de rumores, pero ni en esta ocasión

ni en 1781 la numerosa población pobre del valle encontró motivos lo

suficientemente poderosos para atreverse a desafiar a las autoridades locales. En el

caso del valle de Aburrá el vecindario no resultó afectado por medidas como las que

perjudicaron a los tabacaleros de la ciudad de Antioquia o a los vecinos del Socorro.

Como venía ocurriendo por largas décadas, el valle continuaba acogiendo familias

pobres que bien en la agricultura o en actividades de servicio podían vivir sin ser

amenazados de quedar expuestos a la miseria como ocurrió con los tabacaleros

cuando se puso en marcha el estanco de la hoja. Las condiciones de vida de parte de

su vecindario las describió en mayo de 1786 don Lorenzo de Mesa, alcalde pedáneo

de Hatoviejo, en una carta dirigida al visitador Mon y Velarde. Afirmaba Mesa que

"este citio se halla vestido de varias gentes que aunque en realidad no se

pueden decir ociosas, se hallan totalmente destituídas de bienes con que

puedan mantenerse con sus familias, y sin esperanza, por lo natural, de

que puedan adelantar, por no aver cabimento en el lugar pa. ellas, pues

están tan estrechas las gentes, que varios de los habitantes apenas tienen

(con ser en el campo) las casas, y cocinas, sin tener tierra adonde poder

sembrar siquiera una huerta; y si tienen, pa. ella es la tierra inutil que no

produce aún la semilla. A esto se agrega q. de ellos ninguno quiere


salirse, pa. otra parte, voluntario, sino que quieren estarse aquí expuestos

a hurtar, como acontece muchas veces, mas bien que irse donde se

puedan mantener..."210

210
Ibid. t. 37, leg. 11, fols 1-2.

183
Aunque la villa quedó libre de expresiones de tipo tumultuario durante 1781 y 1782,

los vecinos principales sabían bien que los ánimos de un vecindario como el que

describía el alcalde Mesa podían variar con rapidez; incluso que esa población, la

gente del común podía llegar a ser empleada para presionar reclamos que sólo

beneficiaban a comerciantes y mineros. No era ignorado, por ejemplo, que el

levantamiento de los comuneros de Guarne lo incitaron los mineros don Manuel y

don Alonso Jaramillo, que estaban interesados en dilatar el cumplimiento de una

orden del regente Gutiérrez de Piñerez por la que se les restringía el control sobre más

cuadras en sus minas de las que efectivamente podrían explotar con sus cuadrillas de

esclavos.

En la década de 1780 hubo un esfuerzo deliberado para acentuar la separación entre

el común y el vecindario principal. Prohibiendo juegos en los que se mezclaran los

hijos de familia con esclavos o peones, reforzando la pompa en los rituales de las

fiestas religiosas y de la Corona, acudiendo a la Real Pragmática de Carlos III para

oponerse a matrimonios desiguales, imponiendo penas más severas por simples

hurtos, los miembros de la élite de Medellín se esforzaban por tomar distancia del

resto del vecindario. Pero este distanciamiento no era total; si en diferentes actas del

cabildo se señalaban disposiciones para que los capitulares se convirtieran en un

ejemplo de mesura y respeto en las celebraciones oficiales, las fiestas patronales


continuaban siendo un dolor de cabeza para los funcionarios que como Buelta

Lorenzana, Silvestre o Mon no acababan de explicarse por qué los alféreces que

debían organizarlas gastaban tanto dinero en ellas y por qué se convertían en unas

celebraciones tan gentiles. En cuanto pasaban las fiestas el cabildo volvía a tratar de

demarcar el espacio social, cultural y económico que los separaba a ellos, y a los

184
grupos que representaban, del común, pues este espacio casi desaparecía durante las

festividades.

El cabildo también procuró rodear de prestigio cargos que hasta el momento eran

ocupados por vecinos que apenas estaban comenzando su carrera en la villa o que no

eran de la primera plana en la estructura social de la villa, como ocurría con los

cargos de alcaldes de la Santa Hermandad. En la elección de 1784, por ejemplo, el

cabildo saliente nombró en esos oficios a "los señores alcaldes ordinarios que

concluyen, don Vicente Restrepo y don José de Passos con reflexión a que estos

empleos sigan con auge en lo subsecibo y conozca el público que no son de menos

valer..."211

Los peligros de un acercamiento muy estrecho con dichos sectores afloraron a raíz de

un pequeño incidente en 1788. El alcalde de primer voto de ese año, don Fernando

Barrientos, disgustado con el teniente de Gobernador decidió salir armado en las

inmediaciones de su casa durante las horas de la noche mientras se hacía acompañar

por esclavos y sirvientes que también portaban armas y faroles. Barrientos protestaba

porque el teniente le había soltado de la cárcel a Carmen Arango, mujer que arrojó en

el campo a su bebe recién nacido y que luego fue devorado por los perros. El alcalde

fue recriminado pues su conducta estimuló el comportamiento "licencioso de la

plebe", lo que constituía una temeridad, teniendo en cuenta los acontecimientos de

1781. En su defensa, Barrientos adujo que no tenía certeza si le debía obediencia al

teniente y que ello lo desconocía porque no leyó las ordenanzas de Mon para el

cabildo, pues eran demasiado largas212.

211
Ibid. t. 37, leg. 46, f. 5.
212
Ibid. t. 40, leg. 2, f. 131.

185
Buscar la felicidad y mantener el orden y la civilidad de una población que sin ser

servil tampoco era ingobernable, era un propósito que algunos capitulares estarían

mas confiados de alcanzar si se dejaba claro que la felicidad en la que ellos pensaban

descansaba precisamente en la completa sujeción a las leyes de la licenciosa plebe.

Con el visitador Mon y Velarde se vio con claridad que la felicidad de la que se

comenzó a hablar en la villa hacía 1760 descansaba en la armonia social, -entendida

como el respeto de las jerarquías-, en la aplicación de todos los individuos a un

trabajo productivo, en el cumplimiento de la doctrina católica y en la reforma de las

viejas costumbres.

Si no se aceptaban los cambios, la ley debía castigar sin disimulo a quienes se

desviaban del celo y vasallaje que suponía el bien público. Fue Mon quien hizo

construir el primer potro de tormento que se conoció en la villa. El impacto que tal

instrumento causó en la población fue enorme, como lo expresó el Cojo Benítez:

"De lo que se fundó Medellín, no se había visto instrumento de

atormentar, hasta el año de 1785 que de orden del Señor Visitador Mon,

se hizo un instrumento de tormento de sueño. Este era un cajón largo del

alto de un hombre, y delgado, de manera que entrando un hombre dentro


de él quede ajustado, y para la respiración, y que pueda hablar, o confesar

el que hubiese de entrar en la tortura, tiene unos agujeros en forma de

ojos, oídos y boca en la parte de la cabeza; y todo el cajón lleno de puyas

de fierro que se tornean para la parte de afuera por el verdugo para que

sus agudas puntas hieran al infeliz que esta adentro. Este cajón estaba en

186
la sala del Cabildo en un cuartico..... Día 22 de diciembre de dicho año,

se ejecutó una sentencia de tormento, por el verdugo Rafael García, cuyo

funesto espectáculo, movía a compasión a todo este vecindario, que

miraba con horror semejante impiedad, nunca vista en Medellín." 213

El proyecto ilustrado también suponía que las autoridades locales modificaran su

visión sobre la población que gobernaban. Ella debía ser educada, y como lo expresó

el gobernador Silvestre, era indispensable dotar de rentas suficientes al cabildo para

sostener aulas de primeras letras y de Gramática, que eran "como los almácigos de

cualquier sociedad bien ordenada..."214

En mayo de 1787, el procurador de la villa, el español don Domingo Bermúdez, quien

no dudaba en identificarse a sí mismo como un hombre "moderno", le pedía al

cabildo que las "rameras o concubinas" fueran enviadas al hospicio o a la casa de

mujeres de Santafé para que fueran reducidas a "perpetua sujección". 215 El alcalde don

Juan Lorenzo Alvarez del Pino puso el asunto a consideración de Mon y Velarde,

pues no sabía que decisión tomar. Mon desechó de entrada la posibilidad de enviar

las rameras a la capital del virreinato porque la villa de Medellín no contribuía con

ningún dinero al hospicio de aquella ciudad, y señalaba que aunque fuera posible

enviarlas eso sería pernicioso,

"pues la provincia lo que necesita es gente y manos que travaxen;

supóngase que cada año se remiten diez mujeres jóvenes que criadas en

sujeción pudieran casarse y ser otras tantas familias, al cavo de diez años
213
BENITEZ, José Antonio. "El Cojo". Carnero de Medellín, op. cit. p.179.
214
A.C.M. t. 35, leg. 4, f. 5.
215
Ibid. t. 39, leg. 11, fols 11 y 18.

187
serían cien matrimonios, y otros tantos vecinos... Fórmese igual cálculo

sobre la multiplicación de su prole, y tomando un medio prudente

deverán una con otra conceptuarse que tengan tres hijos, y serían 400

personas, que atendida la fecundidad del país y su sano clima, es

cómputo demasiado baxo; pero bastante para reconocer lo perjudicial del

proyecto..."216

216
Ibid. t. 39, leg. 1, f. 13-15.

188
EPILOGO

El interés principal al realizar este trabajo fue el de identificar algunas de las formas

en que el cabildo de la villa de Medellín asumió y enfrentó su gobierno. El modo de

actuar del cabildo varió notoriamente desde la erección de la villa hasta la década de

1780. Sin embargo, quienes lo conformaron en este último período aplicaron en

ocasiones estrategias para velar por la protección de los intereses locales que diferían

muy poco de las que se emplearon un siglo atrás. Al asimilar parcialmente el

reformismo borbónico, los capitulares apoyaban ideas y medidas que ya habían sido

contempladas unos quince años antes del arribo de Mon y Velarde a la Provincia.

Así, frente a las iniciativas tendientes a controlar a la población de vagos y ociosos y

a castigar con severidad los delitos hubo un pleno respaldo. Aquellas medidas

orientadas a ampliar la traza urbana mediante la apertura de calles resultaron ser más

conflictivas pues afectaban clérigos y vecinos principales que no estaban dispuestos a

incurrir en los costos de la apertura. El acuerdo entre las familias que controlaban el

cabildo fue relativo y sólo circunstancias excepcionales terminaban por unirlas. Si por

años comerciantes y mineros se enfrentaron con labradores por el asunto del precio

del maíz, sucesos como la presunta amenaza de la insurrección de los esclavos los

hicieron cerrar filas. Además era inevitable que por la estrechez de opciones en la

elección de pareja entre las familias más ricas de la villa, o aún de la Provincia, se

establecieran alianzas familiares entre mineros, comerciantes y labradores.

189
El grado de sensibilidad del cabildo frente a las propuestas mas vigorosas de la

administración borbónica era variable: había pocos problemas en acoger la ideología

que sustentaba el programa reformista de hecho en forma muy rápida los capitulares

incorporaron en su léxico términos y expresiones que fueron empleadas inicialmente

por los gobernadores o que se incluían en las copias de las Reales Cédulas que

llegaban a la villa. Pero si los cambios afectaban de lleno el poder local, bien

económico o político, se buscaba impedir su realización llevando la discusión a un

terreno en que los argumentos prevalecientes eran propios de la racionalidad política

del período de los Austrias.

Durante el siglo XIX todavía este tipo de representaciones conservó gran parte de su

eficacia, especialmente entre los sectores pobres de las ciudades. Pese a que las

nuevas constituciones republicanas sólo dieron la oportunidad de participar

activamente en la política a un sector muy reducido de la población, el grueso de esta

poseía desde la época colonial un elevado sentido de la justicia y del agravio.

Investigaciones futuras podrán aclararnos la forma en que las tradiciones políticas de

Austrias y Borbones se articularon con los discursos y las prácticas republicanas.

190
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