Preguntas Que Debe Hacer Todo Católico

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Preguntas que hace todo católico

O. J. S.; Toronto, Canadá

Tengo sobre mi mesa de trabajo una Biblia “católica”. No me gusta hablar así, porque da a
entender que hay una Biblia que es de la iglesia romana y otra Biblia diferente que es de
los protestantes. No es así. Pido que mis lectores lean el Apéndice 1 donde hablamos de las
diferentes traducciones de un solo Sagrado Libro.
La edición que estoy usando es la de Nácar y Colunga, autorizada por el antiguo obispo de
Madrid. Como explico en el Apéndice 2, es una buena traducción de la Santa Biblia, una
que más se usa entre los amigos católicos, aun cuando el lenguaje parece un tanto antiguo.
Hay otras versiones buenas, así espero que usted tenga una en su casa. Es más, espero
que la lea, y que la use para averiguar todo lo que voy a decir.
Quiero formular y contestar diez preguntas de las que la gente hace a menudo; es probable
que usted haya hecho algunas de ellas. Las respuestas las voy a conseguir únicamente en
mi Biblia “católica” y en ninguna otra parte.

1. ¿Dijo Jesús que Él iba a edificar su iglesia sobre San Pedro?


Lo que dijo Jesús, según leemos en esta Biblia que tengo por delante, es lo siguiente: “Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia”, San Mateo 16.18. Pero no dijo que
edificaría su iglesia sobre Pedro.
La palabra traducida Pedro es petros que quiere decir piedrita. La palabra para expresar
piedra o roca es petra. Lo que Jesús dijo fue que Él edificaría su iglesia sobre la roca.
¿Quién es la roca? Es Jesús mismo. Nunca dijo que edificaría sobre Pedro, un piedrita, y
ciertamente un fundamento de esa clase sería muy defectuoso.
En 1 Pedro capítulo 2 San Pedro mismo se refiere a los cristianos como piedras y a Jesús
como la roca. Jesús es la piedra angular, el fundamento y la roca. La iglesia, pues, no está
edificada sobre San Pedro ni sus sucesores, sino sobre la Roca que es Jesucristo mismo.

2. ¿Debemos adorar a las imágenes de los santos y de nuestro Señor, arrodillándonos


ante de ellas cuando rezamos?
Encontramos que el segundo mandamiento de la ley de Dios, dada a Moisés en el Éxodo
capítulo 20, dice así: “No te harás imágenes talladas, ni figuración alguna de lo que hay en
lo alto de los cielos, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante
ellas, y no las serviréis”. En el libro de Deuteronomio, capítulo 4, leemos en esta misma
edición católica: “Guardaos bien de corromperos, haciéndoos imagen alguna tallada, ni de
hombre ni de mujer ... Guárdate de hacerte imagen esculpida de cuanto ... tu Dios te ha
prohibido”.
En el capítulo 44 de la profecía de Isaías los religiosos Nácar y Colunga intercalan un
subtítulo, Variedad de los Ídolos. El texto es: “Todos los hacedores de ídolos son nada, y
sus vanas hechuras no sirven de nada”. Habla el profeta de los árboles que luego de
cortados sirven de leña y además “con el resto se hace un dios, un ídolo que adore,
postrándose ante él, y a quien suplica, diciendo: Tu eres mi dios, sálvame. Pero ellos no sa-
ben, no distinguen; porque están cerrados sus ojos y no ven, está cerrado su corazón y no
entienden”.
3. ¿Cuál es la que tiene autoridad: la tradición de los hombres o la Palabra de Dios?
Cuando Jesús estaba sobre la tierra, “le pregun-taron pues, fariseos y escribas: ¿Por qué
tus discípulos no siguen la tradición de los antiguos?” He citado de San Marcos capítulo 7.
Veamos cuál fue la respuesta de Jesús. Nácar y Colunga la traducen así: “Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi, pues me den un culto vano,
enseñando doctrinas que son preceptos humanos. Dejando de lado el precepto de Dios, os
aferráis a la tradición humana. En verdad que anuláis el precepto de Dios, para establecer
vuestra tradición”.
Vemos que Jesús condena la tradición y ensalza la Palabra. La Biblia —la sola Biblia—
insiste en que tienen autoridad únicamente los mandamientos de Dios tales como se
encuentran en su Palabra.
En 2 Tesalonicenses 2 no hay referencia alguna a la
tradición. Dice: “Manteneos ... firmes, y guardad las
enseñanzas que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra
carta”. Pablo al hablar de “enseñanzas” se refiere al
evangelio que el había predicado y escrito en sus cartas.
Así también habla en forma parecida en el capítulo 3 del
mismo libro: “En nombre de nuestro Señor Jesucristo, os
mandamos apartaros..”. Y así en 2 Timoteo 2: “Y lo que de
mi oíste ante muchos testigos, encomiéndalo a hombres
fieles”.
Cuando él escribió estas palabras, no existía tradición
eclesiástica alguna, de modo que no podía referirse a la
tradición católica o a la de los padres de la iglesia. Estos
vinieron más tarde. Pero una vez terminadas las cartas
apostólicas, todo lo demás fue prohibido y se pronunció
una maldición sobre los que añaden a la Palabra escrita.
Está en Apocalipsis 22: “Yo atestiguo a todo el que escucha mis palabras de la profecía de
este libro que, si alguno añade a estas cosas, Dios añadirá sobre el las plagas escritas en
este libro; y si alguno quite de las palabras del libro de esta profecía, quitará Dios su parte
del árbol de la vida y de la ciudad santa, que están escritos en este libro”.
Nada escrito por los padres de la iglesia fue inspirado. Pero lo que dijo y escribió San Pablo,
con otros, es en verdad la Palabra de Dios.

4. ¿Es necesario todavía el sacrificio de la misa?


Volvámonos en esta edición católica de la Santa Biblia a la infalible y autorizada Palabra de
Dios. Encontraremos la respuesta a esta pregunta en Hebreos 10. Leamos lo que dice:
“Todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los
mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados ...” Así que, según esta edición
autorizada por las autoridades católicas, es vano e inútil ofrecer una misa diaria, ya que
Dios dice que “nunca pueden quitar los pecados”.
Pero continuemos. “Este [Jesús], habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para
siempre se sentó a la diestra de Dios ... De manera que con una sola oblación perfeccionó
para siempre a los santificados ... pues donde hay remisión, ya no hay oblación por el
pecado”. ¡Qué cosa maravillosa! ¿Qué hizo Jesús? Él ofreció un solo sacrificio. ¿Cuál habrá

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sido? Se ofreció a sí mismo. Si, Jesús se ofreció en la cruz del Calvario como sacrificio por
tus pecados y por los míos.
Ese sacrificio nunca tendrá que ser ofrecido de nuevo. Dios dice que fue para siempre. Ese
único sacrificio, dice, es suficiente para la remisión del pecado. Añade Él: “Ya no hay
oblación [o sea, sacrificio] por el pecado”. Gracias a Dios, ya no hacen falta más sacrificios.
Desde la cruz clamó el Señor: “¡Consumado es!” Consumada es tu redención y la mía; la
obra está efectuada, la expiación hecha, la deuda pagada. Si, Jesús pagó todo.
Según la fuente citada ya, no hace falta otra misa. Jesucristo ofreció el único sacrificio que
era necesario. ¿Por qué tratar de agregar algo a una obra ya terminada? Dios dice que no
puede haber ahora “oblación por el pecado”. En el pan y la copa de la comunión,
recordamos su supremo ofrecimiento de sí mismo para nosotros, pero no le ofrecemos a Él
de nuevo.

5. ¿Pueden ser mediadores María, el sacerdote o los santos?


Leemos en 1 Timoteo 2 estas palabras significativas: “Uno es Dios, uno también el
mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús”. Bien, si hay un solo mediador,
como Dios afirma en el libro que estamos leyendo, no puede haber dos. La Biblia “católica”
dice que hay uno y es Jesús. De todos modos, ¿cómo pueden seres pecadores servir de
mediadores para otros pecadores? Si la mediación de Cristo sin pecado no es suficiente,
¿cómo pueden ayudar a mediar hombres y mujeres pecadores?
En efecto, dijo la virgen María: “Mi alma magnifica al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en
Dios, mi Salvador”, San Lucas 1. Si ella no hubiese sido pecadora, no hubiese necesitado
un Salvador.
El hombrecillo mencionado en Lucas capítulo 16 le rogó a Abraham, quien era uno de los
santos más destacados, pero ni Abraham podía ayudarle. ¿Por qué entonces recurrir a un
santo menos importante? ¿Por que ir a María o alguno de los santos, si podemos ir a
Cristo? Leemos en San Lucas 11: “Mientras decía estas cosas, levantó la voz una mujer de
entre la muchedumbre y dijo: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste. Pero
Él [Jesús] dijo: Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. Como
puede verse, se nos cita un caso en que Jesús dio mayor importancia a la Palabra de Dios
que a su madre, y reprendió a la mujer que alabó a ésta.
En San Mateo 12 Él hace caso omiso a una solicitud de su madre. Mientras hablaba a la
muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban afuera y pretendían hablarle. Alguien le
dijo: “Tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte”. Él, respondiendo, dijo al
que hablaba: “¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?” Y extendiendo su mano sobre
sus discípulos dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la
voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana, y mi
madre”.
En Apóstoles capítulo 1 se menciona a María por vez última en la Biblia: “Todos estos
perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la madre de Jesús,
y con los hermanos de éste”. ¿Por qué no les dijo San Pedro a aquellos convertidos por su
intermedio, que María intercedería por ellos? ¿Por qué no hace mención de ella en ninguna
de sus cartas? Es inconcebible que no lo hubiera hecho si ella realmente hubiese tenido
influencia con su Hijo resucitado y glorificado.
No hay un solo versículo en la Biblia que nos enseña que aquellos que dejan este mundo
pueden rogar por nosotros. Es solamente en esta vida que podemos interceder los unos por
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los otros. En 1 Juan 2 leemos: “Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a
Jesucristo, justo. Él es la propiciación por nuestros pecados”. ¿Quién es nuestro abogado?
¿María? No. ¡Es Jesucristo!
¿Quién es la propiciación nuestra? ¿María? ¡No! Jesucristo. ¿Por qué no hay mención
alguna de María si ella puede interceder? Esto, amigo, resuelve en definitiva el asunto.

6. ¿Puede el sacerdote perdonar los pecados?


Estoy leyendo en esta Biblia una pregunta formulada en cierta ocasión por los escribas:
“¿Cómo habla así este? Blasfema. ¿Quien puede perdonar pecados sino solo Dios?” (San
Marcos 2) Jesús acepto la pregunta. Los hombres tenían la razón. Sólo Dios puede per-
donar los pecados, y que un hombre pretenda hacerlo es blasfemia. Jesús respondió
diciendo: “El Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados”. De allí que
Él no era mero hombre; era Dios.
Ningún hombre puede perdonar, pero Él sí, siendo Dios. Pero los sacerdotes o los ministros
de religión no pueden perdonar los pecados, porque son hombres. Podemos ir directamente
a Dios por nuestro mediador, Cristo Jesús, y ser perdonados.
Pero usted me preguntará: “¿Qué de San Juan capítulo 20? “Recibid el Espíritu Santo: a
quien perdonareis los pecados les serán perdonados: a quienes se los retuviereis les serán
retenidos”. Estas palabras, amigo, fueron habladas a los apóstoles, y nadie más. Ni siquiera
a sus sucesores. En la actualidad, el hombre no tiene poder de perdonar.

7. ¿Vamos al purgatorio cuando morimos?


Podríamos leer esta Biblia “católica” desde la primera página hasta la última, y no
encontraríamos un solo versículo que se refiere al purgatorio, ya que no se menciona en
ninguna parte del Sagrado Libro. No hay purgatorio en la Biblia. Entonces debe haber sido
inventado por los hombres, ya que Dios no habla de él. Busque en la Biblia, y verá que es
así. Por otra parte, esta Biblia sí dice que si somos hijos de Dios, vamos directamente al
cielo al morir.
Permítame leer en Filipenses 1: “... morir para estar con Cristo, que es mucho mejor”.
Como usted ve, cuando partimos de esta vida no vamos al purgatorio, pues Cristo no está
allí. Si somos hijos de Dios, vamos a estar con él donde Él está. “... partir del cuerpo y estar
presentes al Señor”, 2 Corintios 5. El momento que dejamos el cuerpo, estamos en la
presencia de nuestro Señor. Esa es la enseñanza clara e inequívoca de la infalible Palabra
de Dios, la Biblia.
Todo esto significa que el verdadero cristiano nunca tendrá que sufrir por sus pecados. El
juicio ya pasó. Otro trozo precioso está en Juan capítulo 5: “El que escucha mi palabra y
cree en el que me envió, tiene la vida eterna y no es juzgado, porque pasó de la muerte a la
vida”. De allí, pues, que no puede haber ningún lugar como el purgatorio.
¿El ladrón en la cruz no fue inmediatamente a estar con Cristo? La promesa de Jesús fue:
“En verdad te digo, hoy serás conmigo en el Paraíso”, San Lucas 23. Nótese que no dice: “...
en el purgatorio”, sino “en el paraíso”. Y si el ladrón no sufrió por sus pecados al
arrepentirse y buscar a Cristo, ¿por qué ha de sufrir usted por los suyos? No, mi amigo;
usted no irá al purgatorio, porque no hay tal lugar. Si usted es salvo, irá directamente al
cielo para estar con su Salvador. Jesús soportó todo el sufrimiento necesario. Él expió cada
uno de los pecados de quien ponga fe en él.

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Ningún sufrimiento suyo podría contribuir de manera alguna. Es la sangre del Salvador
que limpia de todo pecado, y no el sufrimiento suyo: “... la sangre de Jesús, su Hijo, nos
purifica de todo pecado”, 1 Juan 1.
En 1 Corintios 3 San Pablo habla de nuestras obras, y no de nuestra salvación. Esta
hablando acerca de las recompenses por el servicio fiel, las cuales el creyente recibirá en el
tribunal de Cristo. Este pasaje ni siquiera insinúa la existencia del purgatorio, y la Biblia
en ninguna parte dice que Dios haya creado tal lugar.

8. ¿Hace falta nacer de nuevo?


Esta pregunta también la contesta la Biblia “católica”, esta vez en el Evangelio según San
Juan capítulo 3: “En verdad, en verdad te digo que quien no naciere de arriba no podrá
entrar en el reino de Dios ... No te maravilles de que te he dicho: Es preciso nacer de
arriba”.
Así vemos que si uno no ha experimentado un segundo nacimiento, no llegará al cielo. Así
dice la Biblia. Le ruego que no confunda este nuevo nacimiento con el bautismo de agua,
pues éste no tiene nada que ver con el asunto. El segundo nacimiento es la implantación de
la vida divina, la de Dios, en el corazón del hombre. Es por medio del Espíritu Santo y de la
Palabra —“el agua”— según Juan 3. “Respondió Jesús: En verdad te digo que quien no
naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos”.
En Efesios 5 leemos: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó por ella para santificarla,
purificándola mediante el lavado del agua con la palabra”. Y en Santiago 1: “De su propia
voluntad nos engendró por la palabra de la verdad”. Por su parte San Pedro explica: “...
como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la
palabra viva y permanente de Dios”.
El ladrón en la cruz no fue bautizado. Cornelio fue salvo antes de que se bautizara. El
bautismo tampoco le salvará a usted. “Es preciso nacer de arriba”.

9. ¿La salvación se consigue por medio de la iglesia o por medio de Cristo?


Muchas personas creen que la iglesia salva, y que se perderán si no pertenecen a ella. Ellos
confunden la iglesia con Cristo. Pero, ¿que dicen las Sagradas Escrituras? ¿Cómo contesta
a esta pregunta de fundamental importancia la inspirada Biblia “católica?” Dice: “A cuantos
le recibieron dióles poder de venir a ser hijos de Dios”, San Juan 1. ¿Qué dice? ¿Cómo
llegamos a ser hijos de Dios? Recibiéndole a él, a Jesucristo, como nuestro Salvador. Nada
dice de la iglesia, ¿verdad? Todo aquel que creyere en Él tiene vida eterna, leemos en el
capítulo 3. ¿Cómo tendrán la vida eterna? ¿Por pertenecer a la iglesia? No. Por creer en el,
en Jesucristo.
“Tanto amó Dios al mundo que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no
perezca, sino que tenga la vida eterna”, Juan 3. Nuevamente, no encontramos una sola
palabra acerca de la iglesia; es sólo Cristo. Todos los que confían en él tienen la vida eterna.
Prosigue el mismo pasaje: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa creer en
el Hijo no verá la vida, sino que está sobre el la cólera de Dios”. Depende toda la relación
que usted tenga, no con la iglesia sino con Cristo. Es Cristo Jesús quien salva; la iglesia ni
se menciona.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”, Juan 14. Estas
palabras las pronunció Jesús. Note usted que no dijo que la iglesia es el camino, ni que
nadie viene al Padre sino por la iglesia. No, amigo, mío, Él proclamó: “Yo soy el camino”. El
5
Señor Jesucristo es el único camino hacia Dios. “El que tiene al Hijo,
tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, tampoco tiene la vida”, 1
Juan 5. Nuevamente la misma respuesta, ahora de los inspirados
labios del apóstol Juan. No es la iglesia, sino Cristo: “El que tiene al
Hijo ...”
“En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado
bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos”,
Apóstoles 4. Estas palabras son de Pedro, y la voz que escuchamos es
la del gran apóstol mismo. ¿Qué nos dice? Nos dice que la salvación se
encuentra en Cristo y en ningún otro. “Ningún otro nombre bajo el cielo ...” Ni el nombre
del protestantismo, ni del catolicismo. Ni el pastor, ni el sacerdote, ni el papa, ni la misma
virgen María, ni ningún santo.
“Ningún otro nombre bajo el cielo”. La salvación, según San Pedro, es por medio de Cristo y
únicamente por medio de él. Entonces, por cuanto esta maravillosa Biblia “católica” nos
dice que no es la iglesia sino Jesús quien salva, ¿por qué no volver hacia Cristo?

10. ¿Somos salvos por las obras o por la fe?


Algunos dicen que somos salvados por la fe, las obras y los sacramentos. La Biblia,
inclusive la traducción según Nácar y Colunga, dice que somos salvados por la fe. ¿Quién
tendrá la razón? Si es por obras, no puede ser por la fe. O sus obras le salvan a usted, o
Dios le salva a base de su fe. ¿Va a martirizar su cuerpo y rezar el rosario en un esfuerzo
vano para salvar su alma por medio de las obras?
¿Va a tratar de granjear mérito en el cielo mediante lágrimas y oraciones, largos ayunos y
la observancia de los ritos de la iglesia, las peregrinaciones, la vida monástica o convental y
los sacramentos? ¿Va a sufrir todo esto cuando Dios nos dice en la Biblia, inclusive en las
versiones católicas como ésta, que la salvación no es por obras? ¡No lo haga! Pero, leamos
ahora una vez más en este libro precioso: “Pues sostenemos que el hombre es justificado
por la fe sin obras de la Ley”, Romanos 3. “Al que no trabaja, sino cree en el que justifica al
impío, la fe es computada por justicia”, Romanos 4. “Dios impute la justicia sin obras”,
Romanos 4.
“... no se justifica el hombre por las obras de la Ley, sino por la fe de Cristo y no por las
obras de la Ley; pues por estas nadie se justifica”, Gálatas 2. “De gracia habéis sido
salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras,
para que nadie se gloríe”, Efesios 2. “No por las obras justas que nosotros hubiéramos
hecho, sino por su misericordia, nos salvó ...”, Tito 3.
Esas, amigo, son las cosas que dice la Biblia “católica”. ¿Qué va a hacer con ellas? Todos
los versículos que acabamos de leer le dicen en lenguaje claro e inequívoco que uno no es
salvo por obras sino por fe. Entonces, ¿cuál es el papel de las obras? Santiago contesta esa
pregunta cuando dice: “Muéstrame sin las obras tu fe, que yo por mis obras te mostraré la
fe”, Santiago 2. Las obras siguen a la fe; la fe produce obras. Si uno es salvo, su vida ha de
demostrarlo. Uno trabaja para Dios porque es salvo, y no para llegar a ser salvo.
“La fe sin obras es muerta”. Si no hay cambio en la vida suya, si todavía sigue en los
mismos pecados, si no ha sido libertado, entonces no hay ninguna evidencia de que usted
sea salvo. “De suerte que el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva y lo viejo ya pasó,
se ha hecho nuevo”, 2 Corintios 5.

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¿Qué hará? ¿Creer la Palabra de Dios según está escrita en su propia Biblia? Deje toda
confianza en sí mismo o en sus esfuerzos, obras y sacramentos. Abra su corazón a
Jesucristo. Recíbale como su Salvador personal; confíe en su sangre vertida; ponga toda su
confianza en él para la salvación eterna. Él dice: “Venid a mí todos los que estáis fatigados
y cargados, que yo os aliviaré”, Mateo 11. El Señor nunca ha rechazado a nadie que haya
acudido a él. “Al que viene a mí”, promete, “yo no lo echaré fuera”, San Juan 6. ¡Oh que
venga a Él! Hágalo ya.
APENDICE 1

“LA BIBLIA CATOLICA” Y “LA BIBLIA PROTESTANTE”

Se habla de “la Biblia católica” y “la Biblia protestante” como si fuesen dos Biblias
distintas. En realidad no es así. Los sesenta y seis “libros” que están en las traducciones de
uso corriente entre protestantes también están en las de uso corriente entre
catolicorromanos.
Traducciones o versiones de la Biblia, las hay muchas, algunas efectuadas por sacerdotes
de la iglesia romana y otras por no católicos. (La Biblia fue escrita originalmente en hebreo
y griego). Claro está que el estilo del lenguaje difiere de una traducción a otra, pero no por
el hecho de que los traductores hayan sido de la iglesia romana o de otra.
Además, hay Biblias con notas al pie de la página y hay ediciones sin notas, tanto de las así
llamadas “Biblias católicas” como de las mal llamadas “Biblias protestantes”. Otra vez,
estamos hablando de diferentes ediciones, y no de diferentes textos originales. Es
importante tener presente que las notas y subtítulos no son de inspiración divina sino de
redacción humana. Por lo tanto, pueden ser acertados o errados, cualquiera que sea la
versión.
Ha sido la iglesia romana la que, por razones más políticas que doctrinales, añadió libros
que nunca fueron considerados como divinamente inspirados. Esto se hizo en el siglo XVI
en el Concilio de Trento. Estos libros, llamados apócrifos, nunca se incluían en el canon
hebreo. Ellos son Tobías, Judit, seis capítulos agregados al libro de Ester, Sabiduría,
Eclesiástico, Baruc, Macabeo 1, Macabeo 2 y una parte del libro de Daniel. Estas
añadiduras falsificadas suman a siete libros completos, partes de dos más, y un total de
4360 versículos. Representan una parte mínima de aun las ediciones sancionadas por la
iglesia romana.
En el Nuevo Testamento —la segunda de las dos grandes secciones de la Biblia— hay
seiscientas citas textuales del Antiguo Testamento, pero ni una sola viene de los libros
apócrifos. Ni Cristo ni los apóstoles —hebreos de procedencia— reconocieron estos libros
como inspirados. Flavio Josefo, un renombrado historiador judío y contemporáneo de
Jesús, no los incluye en su lista de los libros sagrados. Más aun, al hablar de ellos, los
rechaza.
Los primeros padres de la iglesia, como Melitón, Epifanio, Hilario, Orígenes, Cirilo,
Anastasio y Rufino, no incluyen estos escritos en sus exposiciones sobre el canon sagrado.
San Jerónimo tradujo la Biblia al latín pero no incluyó a éstos. Es más, los calificó de
humanos.

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Esto no quiere decir que los tales libros apócrifos carecen de valor piadoso, histórico y
literario. Por esto, algunas ediciones de la Biblia los incluyen como un apéndice pero no
como parte de la revelación divina.

APENDICE 2

LA VERSIÓN NACAR- COLUNGA

Al preparar este escrito, me he limitado a la traducción de la Biblia conocida como la


Nácar-Colunga.
Posiblemente esta sea la traducción de la Biblia de mayor uso entre los feligreses de la fe
romana de habla española. Es una buena traducción. (No así todas las notes al pie de las
páginas, las cuales expresan opiniones de los traductores; algunos de estos comentarios
son acertados y otros enteramente insatisfactorios). Otras traducciones incluyen la Bover-
Cantera, la de Straubinger y la de Torres Amat. Versiones modernas incluyen la de
Ediciones Paulinas y la “Biblia de Jerusalén”.
Pero volvamos a esta “versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar Fuster,
canónigo lectoral de la S.I.G. de Salamanca, y el muy reverendo P. Alberto Colunga,
profesor de Sagrada Escritura en el Convento de San Esteban y en la Pontífica Universidad
de Salamanca”.
El prólogo lo escribe “el excelentísimo y reverendisimo Sellor Don Gaetano Cicognani,
Nuncio de Su Santidad en España”. El ejemplar en mi poder se publicó en Madrid en 1955
con el imprimátur del obispo católico de Salamanca, Fr. Franciscus, O.P.
En el prologo leemos como “San Juan Crisostomo se quejaba amargamente de que los fieles
... no conocieran bastante ni leyeran los Sagrados Libros ... Él hubiese querido que
existiese en cada casa cristiana una Biblia y que sus fieles supiesen de memoria al menos
algunos salmos o algunos trozos escogidos del Santo Evangelio”.
Más adelante se cita a San Agustín: “Leed las Escrituras; leedlas para que no seáis ciegos y
guías de ciegos. Leed la Santa Escritura, porque en ella encontraréis todo lo que debéis
practicar y todo lo que debéis evitar. Leédla porque es más dulce que la miel y más nutriva
que cualquier otro alimento”.
Luego del prólogo, aparece en esta edición la encíclica Divino Afflante Spiritu, del papa Pío
XII. Es “sobre promover oportunamente los estudios de la Sagrada Biblia”. Entre las
muchas cosas interesantes que contiene este documento, leemos que se debe “procurar con
todo ahínco se haga bien y santamente, la lectura cotidiana de las Escrituras en las
familias cristianas”.
Toda esta encíclica insiste en que los católicos deben leer la Palabra de Dios.

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