La Verdulera

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Antes que nuestros lectores pasen
á recorrer los capítulos de esta inte­
resante novela , debemos advertirles
que la principal heroina es en cierto
modo un personaje histórico y céle­
bre. En tiempos de revueltas intesti­
nas siempre acostumbran descollar
genios superiores, aun entre las rnu-
geres : testigo nuestra guerra de la
independencia. Lo mismo aconteció
en Francia por aquellos tiempos ca­
lamitosos , cuyos-horrores nos traza
al vivo la imaginación ardorosa de
Arlincourt. Mezerai en su obra del
Reinado de Carlos VI tomo 1. hace
VIH PRÓLOGO,

mención de aquella muger est-raordi-


naria , llamándola herbiét'e , porque
antes de los sacudimientos deplora­
bles de la época vendía verdura en el
mercado para alimentar con el pro­
ducto á su anciano padre. Arlincourt
le da el nombre mas sonoro de herba-
gére, que viene á significar lo mismo, LA VERDULERA.
y solo puede traducirse por el nues­
tro castellano de Verdulera atendida
la ocupación á que se entregaba aque­
lla joven. No es , pues , un personaje
fingido del todo el. ente estraordina-
Capitula i.
rio que aquí se menciona: Arlincourt --- ~«00-fc---
sabe seguir los pasos de la historia ,
aun al través de los lozanos campos La campana de las oraciones nocturnas
de la fantasía , donde todo es ilusión, no había resonado todavía en París. El
todo heroísmo , todo amor y melan­ sol estaba aun en el horizonte, si bien
colía. acababan de ocultarle densas nubes. Hú­
medo y sombrío está el tiempo: el dia se
acerca á su fin.
Un caballero de noble linaje bajaba
en este momento de las alturas de Sauta
Genoveva, y se dirigia hacia San Pablo.
TOMO I. ,
2 LA VERDULERA, cap. i. 3
¿De donde viene? De muy lejos sin duda, prudente para un guerrero atravesar con
porque el cansancio está impreso en sus su armadura y alta cimera esas oleada»
facciones; se adelanta penosamente su de estudiantes que siembran horrores es­
caballo cubierto de polvo ; el escudero pada en mano; tal vez seria culpable de
que le sigue parece estenuado de fatiga. temeridad si desafiaba en cierto modo sin
Un espantoso rumor salido de las rui­ necesidad á esos tumultuosos que escla-
nas del palacio de Tliermcs y de los alre­ man en alta voz : Guerra a los nobles ! y
dedores del Petil-Chalelet acaba de oir­ dicen en voz baja : Guerra a los ricos! El
se : es la voz de una asonada que ruge en descendiente de los paladines vuelve las
las orillas del Sena. Respóndensc de una riendas , y dando un rodeo se dirige á la
á otra orilla los clamores del populacho. abadía de San Víctor.
Las cavernas del vicio y de la miseria han Llama a las puertas del convento.
vomitado esas bestias feroces. La ciudad «Quién? le pregunta un sacerdote.
de Carlos VI se ve sumergida de nuevo en — Riperlo de Savoisy.
las salvajes delicias de la rebelión. Detié- •— Entrad.
nese el joven viajero: por el camino ha­ — Está aquí el padre Ambrosio?
bía oido hablar de los continuos sacudi­ — Sí, desde ayer.
mientos del pueblo ; le eran conocidas —Deseo verle.
las nuevas ideas de independencia y de — Aquí está, »
libertad, que salidas del seno de las escue" La abadía de San Víctor era en aquella
las fermentaban entre los truanes ; no ig- 1• época uno de los mas bellos estableci­
noraba el odio jurado por las clases infe­ mientos religiosos de la cristiandad. Luis
riores á las superiores. Tal vez seria irn- VI habia establecido en ella un capítulo
4 LA VERDULERA.
cap. 1. 5
de canónigos regulares , lo habia dotado
ricamente , y desde dos siglos se habia pueblo se persignaban respetuosamente
fundado allí una escuela de enseñanza a) verle, como anle la imagen del Salva­
para la juventud. Dentro de aquellos dor.
Habia guiado la infancia y educado al
claustros habia dado lecciones Abelardo:
en suma la escuela de San Víctor era la caballero Riperto de Savoisy , hijo de un
mas célebre de Francia (i). Chambelán de Cárlos VI nombrado in­
Allí, entre los sacerdotes dedicados á tendente de hacienda. Procuró inculcarle
la instrucción pública , uno de los mas esos grandes principios de moral y de re­
afamados era el abate ue Champeaux, ligión , sin los cuales no puede haber en
nieto del famoso Guillermo de Cham­ la carrera humana recto sendero , ilus­
peaux contemporáneo y amigo de Abelar. tración protectora, guia segura, dulce
do. Ambrosio, amigo del joven rey Car­ consuelo, ni verdadera felicidad. Dió al
los y venerado de un sin número de es­ alma de su discípulo el vigor inalterable
tudiantes, era á la vez el consejero de la de las sólidas creencias ; y si bien que el
corte y el oráculo de la ciudad. Sus cos­ heredero de los condes de Savoisy habia
tumbres austeras, su piedad tolerante, pasado su juventud en los palacios res.
su caridad continua y sus virtudes evan­ pifando la atmósfera del orgullo , con­
gélicas habían subido á tal punto su repu­ servo con todo la calma de una concien­
tación de santidad , que los fieles del bajo cia pura, y la sencillez de los tiempos an­
tiguos. Modesto á la vez é instruido ,
(i) Esta abadía fuá suprimida en I79O y demo­ candorosamente se espantaba de su mis­
lida en 1813. Ahora es un almacén de vinos. ma superioridad, al modo que un co­
razón recto retrocede alarmado ante un
6 LA VERDULERA. cap. r. 7
error seductor. Elocuente con humildad, «Riperto! podré creer mis ojos? dice
se hubiera dicho que cuando dominaban sorprendido el abate de Champeaux per­
sus opiniones iba entonces á abrazar las cibiendo á su discípulo. Tan pronto de
de los demas. Su esterior era frió, pero vuelta !
su alma ardiente y viva. Entregándose -—Acabo de llegar.
desgraciadamente con harta facilidad á -—DeNápoles, hijo mió?
á las impresiones del momento , y hacién­ — Sí, padre.
dose después un deber de no desechar su — Luego se acabó tu misión? Lograste
-influencia, ofrecia una singular mezcla el fin apetecido?
de imprudencia y de buena fe , de humor- — Casi enteramente.
variable y de ideas tenaces , de irreflexión — De este modo el duque de Anjou,
y de cálculo, que algunas veces disgusta­ el Regente...
ba, pero frecuentemente arrancaba aplau­ — Tendrá la corona de Nápoles.
sos. Generoso y desnudo de ambición , — Casi no acierto á creerlo.
estaba lejos de parecerse al frió egoisla de — Porqué?
los tiempos modernos, que desprecia so. — Riperto, el Todopoderoso es justo.»
bradameute a los hombres para ocuparse Guárdase Savoisy de pedir la esplica-
solo de sus propios intereses. Riperto , en cion de estas últimas palabras, puesto
la primavera de su vida , caballero y cris, que conoce al abad de Champeaux. Este
tiano j sentía su alma atormentada como ha manifestado frecuentemente delante
la de Saúl por el demonio de las borras­ de él su opinión sobre el tio del Monarca,
cas. Su arpa eran los libros sagrados, y que es un monstruo á sus ojos, y Ambro.
su David era Ambrosio. sio no se decide á creer en los triunfos de
8 LA VERDULERA. cap i. 9
la perversidad mas que cuando son evi­ para atender á las necesidades del reino
dentes. Horrorízale Luis de Anjou, al en épocas de calamidad, ha sido arranca­
que repula como un ente degradado por do á viva fuerza á Felipe de Savoisy por
el vicio y las perversidades, y que no pue­ el mismo duque de Anjou; los verdugos
de ceñir la diadema. Si no fuese mas que rodeaban á tu padre, y fué preciso ceder
un rey de aventura , un enviado del des­ ála tortura. Felipe ha muerto de dolor. »
tino , uno de esos monarcas improvisados No ignoraba Pdperto ninguno de estos
que se entronizan y luego se destronan , detalles; por tanto , no se ha pintado la
entonces el Duque regente hubiera sido admiración en su semblante, y sí solo el
para él un hombre colocado en una car­ dolor. El Abad de Champeaux prosigue:
rera harto brillante. Ambrosio hubiera «Luis, nombrado regente del reino
querido sobre la tierra ni mas ni menos hasta la mayor edad de Carlos VI, reina
que en el cielo al crimen anatematizado y como déspota en Francia. Ese gefe dés­
á la virtud recompensada. pota que uo quiere límites á su poder y
Abraza á su discípulo, y su conversa­ que todo quiere abarcarlo con su pensa­
ción se hace ya un objeto en que se es- miento, huella con desdeñosa planta la
presa mutuamente su ternura. opinión pública , y alambica por decirlo
«Hijo mió, repone el Abad, ¿sabes así su soberanía para no dejar de ella mas
los acontecimientos que han trascurrido que una sombra á su hijo. Gobierna tal
durante tu ausencia? Son de tal natura­ vez?...... No, que especula. Donde nos
leza que desgarran el corazón. El tesoro conduce semejante príncipe!... Oyes esos
real, depositado constantemente por el clamores?... Escucha.»
difunto Carlos en las manos de tu padre Al pronunciar Ambrosio estas pala.
10 VERDULERA,
CAP. 1. 11
bras conducía á su discípulo hacia una de educada en sus primeros años en casa de
las abiertas ventanas de la abadía ; el la condesa de Savoisy, y restituida al te­
viento llevaba á sus oidos los gritos del cho paternal después de la muerte de tu
populacho ; algunos resplandores incen­ madre , la Verdulera del Chatelet predo­
diarios se elevaban de algunos puntos del mina entre el pueblo ; es jóven , elocuen­
sitio llamado Petit Chatelet. La sedición te y bella , ídolo de los artesanos, de los
se entregaba á sus orgías. jornaleros, y en suma del populacho;
«Qué quiere ese pueblo desencadena­ irrita y apacigua á placer suyo las tem­
do ■ Pregunta el conde Kiperto. pestades revolucionarias. Franca, entu­
Fianquicias , y no mas cargas. El siasta y caprichosa, enciende sonrién­
duque de Anjou, después de haber dila. dose la antorcha de la insurrección, y
pidado los fondos públicos ha creado parece juguetear con los desórdenes. Ví­
nuevos impuestos. Su lujo en medio de bora peligrosa y al propio tiempo encan­
la miseria general ha exasperado los áni­ tadora mariposa, copa de veneno y ali­
mos. El preboste délos mercaderes, Juan ciente de rosas, ofrece un conjunto de
Guldoéy el famoso Nicolás Flamand, ase- bien y de mal , de hermosura y de feal­
sino dedos mariscales de Francia, están á dad , de debilidad y de vigor , de estra-
la cabeza de los revoltosos, y la hija del vagancia y de heroismo: es el genio de
tabernero Pablo Maillard, la bella Elisa es
París.»
el alma de la rebelión.
Iliperto reclina su cabeza sobre su pe­
— Que oigo ¡interrumpe Savoisy, Eli­ cho con un gesto de dolor mas espresivo
sa .' mi hermana de leche 1
que la palabra.
Ella misma, responde Ambrosio: «Luis de Anjou, prosigue Ambrosio ,
12 LA VERDULERA. i3
CAP. I.
ha lomado fuertes medidas contra las — Sí, hijo mió; y en París mismo;
asonadas ; pero ninguna es suficiente. pero de ello han resultado solo nuevas
Primero hizo concesiones, pero el popu­ turbulencias. El gobierno tenia necesidad
lacho elevó mas sus miras; luego quiso de leyes sabias , de subsidios indispensa­
abatir con la fuerza la cabeza de la hidra, bles y de reformas prudentes : y los Esta­
pero esa hidra tiene mil cabezas. .Nicolás dos generales han volado locas liberta­
Flamand, arengando á los sediciosos les des, han quitado de por medio tributos
ofrece á los de Gante por modelo. No insuficientes, han hecho oir discursos
mas rey, esclaman estos. Jacobo Arteve incendiarios, y el palenque de los sacu­
He y el pueblo de Flándes, Guillermo dimientos políticos se ha ensanchado mas
Tell y el gobierno suizo, estos son los que nunca á vista de los diputados.
ejemplos radiantes que se ofrecen á la — Pobre Francia! dice Savoisy.
Francia. A los clérigos y estudiantes les —Riperto ! continua Ambrosio , exis­
encanta la palabra república porque han ten ideas y palabras que pronunciadas
leído la historia de Roma. Todos deliran; delante del pueblo producen efectos ter­
todos sueñan una edad de oro imposible. ribles. Los Estados generales han hablado,
Ay de mí! las revoluciones que empiezan y ha recibido la soberanía un golpe fatal.
de este modo casi siempre por sofismas , No siempre mata el hierro y las llamas,
ilusiones y regocijos, acaban también pero las ideas y las palabras asesinan casi
siempre por horrores, crímenes y remor­ siempre. El prestigio de la corona ha
dimientos. sido cómbatido , y se sabe que los presti­
— Pero el duque de Anjou , dice Ri- gios se desvanecen muy pronto. Todas
perto, habrá convocado los Estados. las ambiciones se han alarmado al grito
»4 LA VERDULERA. cap. i. i5

de libertad de los Estados. Sin embargo, les, responde tristemente el guerrero ,


el patriotismo de los diputados no era pero mi corazón permanecía mudo. Tal
una mentira , y sí solo una fiebre ardien­ vez me ha creado el cielo para no conocer
te. Solo querían reconocer como real y jamás las delicias del sentimiento; ay ! así
positivo lo que podian tocar y retocar , lo temo. Sentia sin embargo una incli­
manejar, construir, y desplomar. Agui­ nación al amor , porque al entrar en la
joneando el orden social del genio que vida el género humano me parecia un
los atormentaba, se creían los artífices hermano ; le tendia con ardor los brazos-,
de un monumento , y solo delineaban y persuadido que me decía : Ven, me pre­
una ruina. Mas dejemos esas cosas. Don­ cipitaba feliz hacia un mundo encantador
de vas á pasar la noche ? á mis ojos. Cierto que veia algunos abis­
— A San Pablo , junto al Rey. mos, pero me sentia con alas para per.
— Te espera el duque de Anjou? manecer sobre de ellos. Ah ! porque los
— Sí, padre. primeros desengaños han deslruido estas
— No existiendo ya tus mayores está primeras ilusiones ? He visto de cerca á
desierto el palacio en que naciste -. ¿pien­ mis semejantes , y mi corazón se ha cer­
sas habitarle? rado yerto.
— Sin duda. — Como, pues! bajo el sol ardoroso
— Y casarte? del mediodía nada han podido las seduc.
— También. ciones del amor ?
— Vuelves de Italia con el corazón li­ — He pasado tranquilo por delante de
bre? ellas; sin embargo debo confesar que he
— Muchas beldades he visto en Nápo- tenido una idea confusa de este bienes
16 LA VERDULERA. cap. i. »7
tar , de ese éxtasis , de ese júbilo del co­ — No , que es por deber.
razón al que llaman amor. Mas donde — Por deber !
está, donde encontraré, como podré gus­ — Conocéis á Juan Desmarets, al ilus­
tar á la que me hechice ? No lo sé. » tre abogado general, honor de la toga
El abad de Champeauxse sonríe. ¿Poi­ de Paris, y orador famoso?
qué desconfía tanto de sí mismo el joven Frunce Champeaux las cejas.
y gallardo Riperto? Sus grandes ojos lle­ — Sí, responde con voz cortadas y
nos de elocuencia despiden esas miradas bien !
magnéticas que pasan al alma de una -—Pues tiene una hija.
mugery se sepultan en ella. Unía la ele­ — Inés!
gancia al vigoryla gracia á la nobleza, su — Modelo de virtud...
varonil hermosura era enestremo atrac­ —-Y de piedad, lo sé. Vas á casarte
tiva, y sus espresivas palabras manifesta­ con ella ?
ban tan claramente lo que él sentía, que — Mi padre me hizo dar palabra.
se las hubiera podido llamar colores so­ — Es posible ! Guando?
noros. Guando queria convencer sabia — Al salir para Italia, junto al lecho
insinuar sus ideas de tal modo, que las en­ mortuorio de mi madre. «Hijo mió, soy
trañaba en las conciencias de los demas. viejo y padezco , me dijo en tono solem­
Sin su cristiana modestia el orgullo le ne ; tal vez no te veré mas : oye un se­
hubiera preparado una magnífica mora­ creto importante. El abogado general
da en que podria afianzarse sin temor. Desmarets me ha prestado durante mi vi­
«le casas sin amor , dice Ambrosio’ da uno de esos servicios señalados para
será sin duda por cálculo. los que no alcanza el reconocimiento.
tomo i. 2
l8 LA VERDULERA. cap. i. J9
No puedo detallártelo ; sabe únicamente sear un ídolo para tributarle inciensos y
que está fuera del alcance de cuanto po­ luego hacerle pedazos. Mengua y despre­
dría concebir tu imaginación. Paga mi cio al sér cobarde y sensual que solo atrae
deuda, hijo mió: sé el esposo de Inés Des- á la paloma para hacer las veces de mi­
marets , y haz su felicidad sobre la tierra; lano.
te bendeciré desde el cielo, y Dios te re­ Tórnase pálido Riperto.
compensará. » ■—-Razón teneis, responde; conside­
— Cual fué tu respuesta ? rando el amor como mundano le veía ri­
— Vuestros deseos son sagrados para sueño y puro, se rnepresentaba radiante,
mí,' no olvidaré jamás vuestras palabras. y yo deseaba sus dulces llamas: pero vos
— Y no intervino juramento ? disipáis mis sueños : os doy gracias.
— Ninguno. Mi padre repuso: «Si la des­ — No te creas al abrigo de los lazos del
gracia persiguiese á Juan Desmarets, sé amor, repone Ambrosio con dulzura. El
su protector; sacrifícate por él si es ne­ sér insensible es aquel que todavía no ha
cesario. Cuando yo muera pasa á ser hijo encontrado el objeto á quien debe amar.
suyo. » Conoces á Inés ?
— Y qué intentas ahora? — Si, padre.
— Casarme con Inés Desmarets. — Y no la amas?
— En este caso, repone el Abad de San — La admiro.
Victor , porque te pesa no haber encon­ - Dios la ha dotado con todas las per­
trado entre las beldades de Italia alguna fecciones del alma.
joven que seducir o noble dama que Porqué pues la ha negado los encan
amar? No supongo que hayas podido de­ tos de la beldad?
LA VERDULERA.
20 cap. i. 2i
—'Te pertenece aun tu corazón? Despide Savoisy un profundo suspiro.
— Lo ignoro. — Fuerza será que os deje, padre mió.
— Desmuréis te destina á su bija? — El momento no es favorable, ruge
— Conoce mi resolución, dice Savoisy la tempestad, y vas á esponerte.
con voz sombría. Pero Desmarets os es — Quiero dejar mis armas , y pasaré
odioso; lo leo en vuestras miradas, en desconocido por entre la muchedumbre;
vuestro acento; ¡ unido ávos desde la in­ es el mejor modo de observarla. ¿Según
fancia , os he estudiado tanto ! eso el pueblo insulta la nobleza?
__Querido joven , no lo oculto; Des­ -—Insulta hoy dia á cuantas grandezas
marets, cuyo inmenso talento aprecio, es puede. Algunos retóricos le han dicho
sin embargo un genio que temo. Sabe que las superioridades de la tierra eran
aluciuar al pueblo , y cree que podrá uti­ cadenas para él, y hele aquí fogoso ya
lizar sus pasiones dirigiéndolas; como contra ellas: trono y altar, en todo abre
doctor en política estudia la fiebre revo­ brecha.»
lucionaria , v calculando sus pulsaciones Riperto se quita la armadura. Su casco,
con interés curioso, cree que un transpor' en el que ondea un orgulloso penacho, es
te convulsivo puede ser un movimiento trocado por un modesto sombrero; ya
creador. Las borrascas que pi ofetiza pare­ no es un noble, es un escolar, un truan;
cen preludios á una regeneración. Peligro­ deja á su escudero y caballos en la abadía
so y culpable error! Ay de mí! vendrán las de San Víctor, y parte solo y á pie.
tempestades, transcurrirán los desastres; Redoblaban los clamores populares en
pero el profeta perecerá con ellos , y la re­ cuanto se iba acercando la noche. Riper­
generación será solo una íantasmagoiia. to se dirige hacia el Chalelet, de donde

22 LA VERDULERA. CA1>. i.

salen los mas ardorosos gritos. Deslizase briot , preboste de Paris, queriendo po­
junto al claustro de las Bernardinas; pasa ner un freno á estos odiosos escesos habia
por Mauvoisin, donde se habían reunido fortificado el Chatelet para hacer de él
muchos grupos ; y llega al fin casi en bra­ un baluarte contra sus violencias. Algu­
zos de la muchedumbre á la calle de nas compañías de archeros á sus ordenes
Toaurre. debían ayudarle á asegurar la tranquili­
Qué tumulto! qué desorden! Todos dad pública, y algunos calabozos del Cha­
los escolares de la ciudad se habían reu­ telet estaban destinados para los culpa­
nido en el cuartel de la universidad. Los bles. Ya el sabio ministro habia empezado
estudiantes, juventud turbulenta venida á poner sus planes en ejecución ; pero los
no solo de las provincias si que también gefes de la universidad, creyendo com­
de países estranjeros, eran entonces el pelerles esclusivamente el derecho de
terror de Paris: las asonadas eran sus ele­ castigar á sus discípulos , y declarándolos
mentos favoritos. ¿Qué pedían hoy dia inviolables , se habían sublevado contra
con tales vociferaciones? La muerte del las medidas de Aubriot. Los doctores y
famoso Aubriot, ministro de Carlos V. teólogos habian desencadenado contra su
Los escolares de la capital , en perpe­ persona las aulas ; y luego la corporación
tua lucha con los paisanos , ya por el do­ de eruditos sostenida por el populacho
micilio que pedían con altivez, ya por las habia jurado su muerte. Las arengas de
limosnas que arrancaban daga en mano, los bonetes cuadrados de la instrucción
ya por amoríos con las jóvenes á quienes habian escitado el entusiasmo de la hez
insultaban, eran unos jóvenes que lo osa­ del pueblo. Los truanes armados se ha­
ban todo y no temian nada. Hugo Au- bian apresurado á elevar su voz de trueno
24
LA VERDULERA. CAP. I. 9.5

bajo los balcanes del palacio de S. Pablo; gente habia probado por la mañana á sal­
la corte se estremecía, y el desgraciado var á la ilustre víctima ; pero tronaba la
pieboste, arrestado , juzgado y condena­ rebelión: aterrado Luis de Anjou, acaba­
do , se había visto cobardemente abando­ ba de hacer una nueva concesión á la
nado del poder á merced del furor de anarquía. El desgraciado preboste habia
sus verdugos. sido echado como presa á la animosidad
Hugo Aubriot, ministro inteligente y de los doctores de la Sorbona , á los cle-
celoso , habia prestado inmensos servi­ ricillos de Bfuneau y á los descamisados
cios á Paris, habia construido puentes y de distintas aulas.
varias otras obras públicas , pero queria Savoisy, confundido entre la muche­
ejercer una policía severa. Amaba la jus­ dumbre miraba con la mayor sorpresa
ticia , odiaba la rebelión , habia construi­ las oleadas de estudiantes que se prolon­
do la Bastilla : y semejante hombre era gaban recorriendo las calles con las con­
un monstruo para los enemigos del or­ vulsiones del delirio. Estos, con la cabe­
den (1). za desnuda , descabellados , el semblante
El mismo dia en que Riperto llegaba á encendido por efecto del vino, blandían
la abadía de San Víctor iba el populacho agudas dagas y marchaban con bandera
á dar tortura á Aubriot. El Duque re- desplegada. Esotros , grotescamente ves­
tidos , y llevando imágenes sagradas , en­
(1) IR gobierno abandonó á los furiosos á Hugo tonaban los himnos délos escolares. Estas
Aubriot, ese hombre ilustre á quien la Grecia hu­ tumultuosas hordas insultaban las ricas
biera levantado estatuas. Levesque tom. 2.° pág moradas, en tanto que los despilfarrados
476. ’ ' truanes aplaudían con transporte y desa­
26 LA VERDULERA.
cap. i. 27
foradamente tan monstruosas bacanales. estrañas saturnales, anhelaba saber su
Oyese la campana de las oraciones. Los esplicacion , cuando de improviso algu­
que guian al populacho , y los archuros nas aclamaciones mas ardorosas, y nue­
con capacetes de hierro daban orden para vas oleadas del pueblo mudan en horror
la retirada. Vanos ensayos de un poder su sorpresa. Las masas negras que se pre­
sin nervio! Solo los silbidos contestan á cipitaban hacia él escoltaban una espe­
sus palabras. cie de carro fúnebre en el que aparecía
«Fueia los estafermos de San Pablo! de pie una imagen con la frente corona­
esclamaba la muchedumbre desenfre­ da de una mitra, en camisa, y con una
nada. cuerda al cuello Esta inconcebible figu­
— Al saco con ellos! respondían las ra, pálida , y casi cubierta de lodo , es'
prostitutas. puesta al escarnio público, y maniatadas
— Una cuerda para el cuello de los no­ sus manos sobre su espalda, era el gran
tables 1 reponía la hez del pueblo. preboste de Paris.
Y los clérigos dando carcajadas respon­ Los archeros arrollados por los escola­
dían entonando ó mas bien rugiendo es­ res triunfantes , dejaban libre el campo
tas palabras: al desorden. El populacho desencadena,
—-Gloria á los hombres del saco y de do marchaba entre las glorias de la asona­
la cuerda ! da y las sublimidades de la destrucción.
La obscuridad empezaba á difundirse Palabras de odio, de amenaza y de iro­
por la población ; aparacen encendidos nía resonaban al rededor de Anbriot.
muchos faroles en atrios subterráneos. Una alegría salvaje animaba el rostro de
Savoisv, ignorando aun la causa de tan los caníbales. Estallaba á la vez en todas
cAr. i. »9
2g LA VERDULERA.
gale la negra Bastilla veces de madre.
partes una risa estrepitosa como un true­ ’ —No, no , no hay prisión: un cadalso:
no y dando silbidos como los dragones, que nos den una buena cuerda ; el cáña-
una risa infernal. Se hubiera dicho que era ma le irá mejor al cuello.
un soplo de fuego , y su contagio eléctri­ — Mira! tiene miedo. Qué facha de
co enardecia los furores y venganzas : ah! magistrado! Cáspita que el hombre es
sin duda desde lo alto de los cielos, la
curro.
patrona de Lutecia, velado el rostro, — Estoy seguro que ya no tiene ideas.
volvia la cabeza... y lloraba. Su facha es toda animal: ya solo le que­
„Ea ! caballero preboste ! esclama da una probabilidad de hombre.
un discípulo de la universidad , ya estas — Ola , seor Daniel! tú cuyo santo pa­
en el garlito. Llama á tu socorro la Bastí trón tenia amigos que permanecían no
lia que creaste. Tal vez acudirá de parte sé cuantas horas en un horno ardiente
de San Roque , San Pedro, y Sainl-Clond sin quemarse un pelo : acércate; Aubrio-
tus amigos en arquitectura. Muy bueno tin está á obscuras; colócale tu farol de­
fuera que una hija bien educada, y que bajo de la nariz para que nos vea y nos
estima á su padre , le tendiese la mano arengue.
cuando vacila. — Ya no tiene palabra.
_ Creo que su hija tiene el corazón — Y sin embargo en San Pablo habla­
muy duro, responde un bribonzuelo. ba mas que siete.
__por vida de Dios! dice un escolar , —¿Recordáis su charla cuando se bur­
sus entrañas son calabozos. laba de la Sorbona y quemaba sus privi­
_ _Que entre pues en el seno de su hi­ legios?
ja! añade un malandrín descamisado; há­
5o LA VERDULERA. cap. i. 3i
— Muera Balaan! grita un borracho; dejaban entrever dientes de una blancu­
de sus cuernos que le sirven para escu­ ra admirable, pero agudos como los del
charnos quiero hacerme un par de zapa­ tigre. Llevaba oculto un puñal.
tos, para que sus mismas orejas puedan Nicolás acababa de llegar de Inglater­
aplastarle la nariz. ra , lleno de ideas revolucionarias del cé­
— Truanes ! grita de improviso una lebre John Bull, había aprendido de este
voz luerte ; faroles, vengan faroles y an­ demagogo á predicar al pueblo la igual
torchas! la casa del colector será un lu­ dad de condiciones , los derechos sagra­
minar admirable. Fuego con el pre­ dos del ciudadano . y la destrucción de
boste.» los tronos. Habíale acompañado en Lon­
Mi! aclamaciones responden á estas pa dres, donde ayudó á sus discípulos á de­
labras. La muchedumbre se ha alineado gollar á los gentilhombres, á incendiar, á
con respeto delante del gefe incendiario. llenar las cárceles , á saquear el palacio
Era ¡Nicolás Flamand , el famoso bandido del Bey , y á poner en fuga á la misma
cuya mano feroz habia en otro tiempo Reina. Feliz con haber figurado en todos
asesinado á dos mariscales de Francia esos triunfos de gloria popular, Nicolás
ante el delfín Carlos. Este ente horrible­ Flamand , misionero de lo que él llama­
mente afamado en los fastos de la sedi­ ba santos furores déla libertad, habia
ción , era pequeño, fornido y barbudo- vuelto á París. Su dignidad de hombre y
Sus ojos encendidos eran de fuego en asesino se habia aumentado en el suelo
una órbita estrecha y cóncava. Su calva británico , realzándole las estravagancias
era de color aceituno. Sus labios gruesos que habia oido y las atrocidades que ha­
y sombreados de largos y sucios pelos, bia cometido. Sus palabras tenian aquella
32 LA VERDULERA. cap. i. 33

elocuencia salvaje que inflama las pasio­ oro, de ese cobarde, en otro tiempo tan
nes del populacho. Poseia en alto grado fiero , y que hoy día recibe los sarcasmos
los dones que encantan á la muchedum­ sin murmurar? Vamos, acabemos con élj
bre : una actividad devoradora, unas Fuera esa ilustración de fantasmagorías;
inspiraciones ardorosas, una voluntad No queremos nosotros esos ciudadanos
fuerte , un brazo y unos pulmones de que se han vuelto barones , y que solo
hierro, la mirada del ave de rapiña y la saben arrastrar en pos de sí al pueblo-
osadía del león. Nuestra monarquía , á Dios gracias , si
Sé ha puesto fuego al edificio que aca­ es que Dios existe , está ya de patitas al
baba de señalar ; elévanse nubes de hu. cielo. Su caida se acerca , y por cierto
mo , y al través de esos negros vapores que ninguno de nosotros la levantará de
prosigue su marcha el carro de Aubriot. nuevo, o
«Adelante bravos compañeros! re­ Esta multitud de imágenes, esta in-
pone Nicolás Flamand ; no es esta la pri­ coerencia de ideas y de amenazas , á las
mera madriguera que he reducido á ce­ que mezcla el bandido las blasfemias con
nizas esta noche. Mirad allá bajo ! de allí acento sonoro acompañado de gestos ter­
llego. Que hacéis aquí del gran preboste , ribles , todo maravilla al populacho. Ni.
de este noble amigo de los parapetos y colás Flamand prosigue :
barbacanas , de este agente de las insolen­ «Amigos! Qué pequeños son nuestros
cias aristocráticas , de ese hombre que no tiranos cuando levanta su cabeza el pue­
dejaría permanecer nuestras cabezas so­ blo ! ya desde mucho tiempo esos pechos
bre sus cuellos si en los tuétanos de los de doradas insignias han hecho íntimo
huesos se encontrase polvo para hacer conocimiento con los filos de mi daga.
tomo i. 3
54 LA VERDULERA. cap. i. 35

Arrancando sus nobles entrañas se las he clama un grupo de estudiantes; hagámo­


tirado al rostro. Antes me faltará mate­ nos nosotros mismos justicia. La hoguera!
ria que destruir que no vigor á mi brazo. la hoguera!...
Compañeros, libertades y franquicias ! Precipítanse á procurarse faginas; para
vale mas que nuestros vestidos sufran por principiar el suplicio, un truau pasa
los filos de la espada que por los de la por delante del rostro del preboste una
miseria. No sé como no me admira esa barra de hierro ardiente. Aubriot, levan­
vuestra cobarde necedad : pues qué ! vues­ tando sus ojos al cielo, ofrecia sus pade­
tros bolsillos están limpios, y los de los cimientos al Eterno. Solo esperaba la
nobles rellenos ; ¿ sois los mas fuertes en muerte... Pero, he aquí que á la estremi-
número, y dormís sobre paja cuando dad de la calle se deja oir un estraño
pudierais acostaros sobre pluma? Pueblo ruido. Acaba de circular un nombre en­
ciego abre puestos ojos. tre la muchedumbre ; es mágico el efecto
Los escolares le aplauden. que produce, da á las ideas una nueva
— Doctos clérigos! añade Nicolás, Au- dirección , y á las pasiones un nuevo ar­
briot acaba de ser juzgado : cual es la ranque. Los artesanos, el pueblo todo
sentencia ? acude al encuentro de la inesperada fa­
— Prisión perpetua. lange, que se adelanta juguetona , viva y
— Debia ser quemado vivo : así nos lo risueña hácia el carro fatal. Cánticos ale­
habían prometido. gres , voces argentinas , y ruido de cam­
—Sí; pero el oro, el temor, las ame­ panas , todo llena el aire de estraños so­
nazas. nidos. ¿Qué enjambre es ese prodigioso,
— El tribunal nos lo ha entregado. que en medio de un vapor opaco y ame-
3?
36 LA VERDULERA,
VERDULERA.

nazador cruzado de rayos rojizos y sinies­


tros , se adelanta al modo de una ráfaga
de luz que rasga la nube de la borrasca?
Es un pequeño cuerpo de amazonas.....
¿Quien las manda?... Elisa , la Verdule­
Capitula ii.
ra del Châtelet.

La Verdulera del Chatelet á la cabeza


de sus amigas es saludada con transporte
por los clérigos y los truanes. Su admira'
ble.beldad , su gracia prodigiosa y su es-
traño carácter la babian grangeado sobre
el pueblo de que era Ídolo un poderoso
predominio. Nadie podia desafiar impu­
nemente su mirada ni los encantos de su
voz; se dirá que las frescas guirnaldas de
su primavera forman en torno suyo un
círculo mágico dentro del cual se pierden
todas las imaginaciones y se cautivan los
corazones. El aire que respira Elisa tiene
vertientes invisibles por donde derrama
el amor sus perfumes. Sin embargo , a]
38 LA VERDULERA. CAP II.

través de su sonrisa hay un fondo de gra­ de su edad, habia tomado desde su niñez
ves pensamientos, de melancólicas ilu­ sus maneras elegantes , las elevadas ideas
siones y alguna vez de elevados designios. y el acento puro de las altas clases. Su
Semejante á la Velleda de la isla de Say- posición era feliz y su suerte parecia ase­
na por sus inspiraciones semi-salvajes y gurada.
su energía semi-profética, reúne á la in­ Pero una imprevista desgracia , la
trepidez guerrera y á los prestigios de la muerte, se cebó en su protectora. Riper-
sacerdotisa , la imprevisión de un niño y to el amigo de su infancia sirve bajo los
el rendimiento de una muger. Sus estandartes del Rey ; van á lucir para ella
ojos son negros y brillantes, y sus cejas dias desgraciados.
suavemente arqueadas. La vivacidad de El tabernero del Chatelet acababa de
su lenguaje templada por la dulzura de perder á su mitad: y se habia echado
su sonrisa tenia un encanto irresistible. entre las oleadas de los revoltosos juran­
Su genio era el de un héroe y su can­ do guerra á los nobles. Cierto dia , de­
dor el de una virgen. plorable para siempre , se dirige á la mo­
Unica hija de Pablo Maillard-Morand, rada de Savoisy; y pidiendo con insolen­
rico tabernero del Chatelet y hermana cia á su hija al chambelán de Carlos V. ,
de leche de Savoisy, habia pasado sus pri­ roba á la vez á Elisa su porvenir, su for­
meros años, junto la madre de este, en tuna y su felicidad.
los dorados salones de Paris. La condesa Morand era entonces rico todavía; pe­
ro comprometido pronto en conspiracio­
de Savoisy, à quien entró en cariño , la
tuvo á su lado durante quince años ; y nes, arruinado por los sediciosos y per­
admitida Elisa á los juegos de las nobles seguido de la justicia, vió acercarse su
4° LA VERDULERA. cap. ii. 4»

ruina. Todo eran desgracias y pérdidas: acento se columbraban dos séres distin­
Moraud queda sepultado en la indigencia. tos, la verdulera y la noble dama. El con­
Qué fué de Elisa ? Ay de mí! abruma­ junto era un atractivo encantador, una
da por el destino , le fué forzoso dar un originalidad embelesadora. La delicade­
adiós á todas las comodidades de la vida. za de sus formas corria constantemente
Condenada á penosos trabajos, verdule­ en contraste con las exigencias de su es­
ra del Cbatelet, se veia en la necesidad tado. Su lenguaje adaptado alas circuns­
de sustentar a su padre. La muchedum­ tancias, y pendiente de las dos estremi-
bre corría á verla en la taberna de Mo- dades de la cadena social, era poético o
raud : era tan graciosa!... se hablaba de vulgar según la situación y el auditorio.
ella con entusiasmo como de un modelo Grande en fin hasta en su abatimiento ,
de amor filial y un ejemplo de virtud. era una estatua sin modelo , que no repre­
Nada le faltó desde aquel momento á su sentaba nada conocido , ni divinidad , ni
padre. Su fama se aumentaba de dia en mortal , sino una mezcla de todo , no
dia, y la rodeaba un enjambre de admi­ obra de artífice, sino formada como por
radores. En efecto , sus encantos eran es- via de encantamiento.
traordinarios. Misteriosa amalgama de Y su corazón? otro motivo de pasmo :
abandono plebeyo y de diguidad noble, parecia enteramente negado al amor. Por
al conformarse Elisa con su posición to­ entre los homenajes se adelantaba con la
mando los modales de la ciudad habia calma de la insensibilidad, y se reía de
guardado como en reserva las gracias de las adoraciones como de unas armas inú­
la corte. Frecuentemente mezclaba en­ tiles. Muy fácil era hechizar á mil aman­
trambos géneros. En su ademan y en su tes con esos medios que tienen tan á la
42 LA VERDULERA. 43
cap n.

mano las mugeres ; pero su divisa era opiniones democráticas que tendían á ni­
guerra al amor. velar las clases. Mas no era como furia
¿Puede decirse sin embargo que su co­ salvaje que presidia ella á los revoltosos :
razón estuviese muerto para todas las se­ solo volaba allá para moderar sus efec­
ducciones del sentimiento? Ah ! no; so­ tos. Hubiera querido sin ayuda del cri­
bradamente habia hablado. Pero el ser men aumentar el poder del pueblo y dis­
que le hizo latir era un secreto : secreto minuir el de los grandes , equilibrar los
impenetrable y profundo, secreto oculto derechos de cada cual y hacer felices á
hasta para el que le habia encontrado. todos : voto seductor, pero absurdo sue­
Elisa amaba á Savoisy. ño. Compeliendo al pueblo á defender
Conocía muy bien la distancia que la sus intereses, la Verdulera del Chatelet
separaba del Conde para no soñar en ser idolatraba el bien hasta en el estravio de
su esposa ; era harto orgullosa y pura pa­ las pasiones, aborrecia los crímenes, y
ra poder ser su cortesana : ay de mí!., y era entusiasta del valor y de los sublimes
el pueblo con quien trataba no podía arranques de las virtudes. La desgraciada
ofrecerle un refugio ni un consuelo. Esos daba candorosamente un impulso hac.a
hombre ignorantes , sin educación y sin el mal: mas, al verle delante de ella ,
modales, estaban tan lejos de su altura! cuando la revolución tronaba, arrepen­
los desechaba tanto su corazón.'.. En tan tida Elisa hubiera querido detener su
fatal posición, sin presente y sin porve­ curso : ¡vanos esfuerzos !. Ya no era tiem­
nir , no podiendo subir hasta un noble po. Entonces, triste á la vez y risueña,
esposo ni bajar hasta un marido vulgar , desolada y puesta á las nubes , la heroína
no pudo menos de abrazar con ardor las triunfaba , y la bella joven derramaba
44 LA VERDULERA,
cap. ii. 45
amargas lágrimas por los desórdenes. como luminosas estrellas. Joven obscura
Al ruido de las aclamaciones apresura y beldad poderosa, sentia en este mo­
Elisa sus pasos. Su ademan lan capricho­ mento, en medio de las adoraciones pú­
so como notable por su gracia , ni mas ni blicas , una de esas felicidades del amor
meuos que su Ira ge, ofrecia una mezcla propio, vagas é indefinidas , que se con­
singular de sencillez y de nobleza, de templan con admiración y se catan con
descuido y palidez. Un sombrerillo ver­ transporte.
de , ladeándose sobre su frente con una «Mandadnos ! mandadnos ! »
pluma de pavo daba a su fisonomía algo Tal era el grito general.
de marcial. Su jubón de un tisú grosero « Pronto, traed las insignias para nues­
era sin embargo de un corte elegante ; un tra soberana » .
ropaje de lana purpurina señalaba sus Pocos momentos han bastado para for­
formas divinas ; flotaba sobre sus espal­ mar una especie de trono portátil, desde
das un velo en eslremo fino y blanco, el cual Elisa , al modo de la hija de las
pendia de su cuello una santa imágen; y Druidas, ha podido servir de oráculo al
al rededor de su cintura brillaba una ca­ pueblo.
dena de metal. ¡ Cuan hermosa era en esta tribuna
«Elisa! esclamaba la muchedumbre, aérea, rodeada de antorchas y de una
viva la bella Elisa! » muralla animada! Un indecible respeto
La Verdulera del Chatelet sentia su contenia los transportes del populacho en
corazón latir de orgullo , su pecho estaba sus justos límites, era un sacrificio tanto
oprimido , sus penetrantes miradas al mas prodigioso , cuanto se ofrecia a los
través del caos de la asonada aparecían encantos del bello ideal por los héroes
46 LA VERDULERA, CAP. II. 47

de raza innoble , á lo gracioso por lo di­ sale? quien le mete en este asunto?
forme , al pudor por el vicio. — Es el retoricillo Calmon, dice uno
• Amigos! dice la Verdulera , ¿porqué de sus compañeros , el que sostenia ayer
esas antorchas de incendio ? porqué ese en cátedra pública que madama Eva lia-
aparato de muerte? La libertad , la liber­ bia sido creada fuera del paraiso. Elisa,
tad; mas fuera crímenes! No haya san­ respondedle. »
gre ! » Sonriese ligeramente la joven , y se
Elisa estaba , por decirlo así, dotada vuelve hacia Calmon.
de ese gesto mágico, que conjura el es­ «Eva ha nacido en el paraiso , porque,
píritu del mal, y de las palabras de las ella es quien le ha creado. Existia tal vez
Hadas , que realzan el genio del bien. La antes que ella? No : no hay paraiso sin
muchedumbre repetía en torno suyo : muger. «
«No mas crímenes! no mas incendio, Un vivo entusiasmo ha recibido esta
tiene razón ; vigor y clemencia ! ilustra­ respuesta. La Verdulera se habia apresu­
ción y libertad!» rado á coger la tesis, medio seguro y po­
Pero un escolar atrevido , de ronca voz deroso para cambiar el curso de las ideas,
y de corazón fiero, interrumpe á los su­ para quitarlas sus feroces tintes , y darlas
yos , y esclama : una dirección risueña. Asíes que repone
«Piedad para Aubriot! no, perezca! con calor:
Anatema á los grandes ! solo su sangre «Qué veo! una hoguera!., y para quien?
puede romper nuestras cadenas.» — Para el preboste de Paris.
Mas la muchedumbre le silba. — Cómo! hubierais querido?..
«Fuera ese lobo salvaje! de donde — Su muerte.
48 LA VERDULERA. 49
CAP. II.

— No mas asesínalos1 yo me opongo.» ave de rapiña ha contada durante su vi­


Y lomando en seguida el lenguaje del da setenta nidos de golondrinas, Sé muy
vulgo, su acento brusco, y los gestos bien que al modo de Aguila de la corte se
convenientes al auditorio , prosigue : ha apoderado del nido del pobre , bus­
o Confieso que el caballero preboste cando entre la paja algún oro : pero odie­
habia dirigido contra nosotros unas ideas mos los crímenes, camaradas , sea noble
de tiranía , que al modo de potros salva­ vuestra venganza Harto sabéis que este
jes se lanzaban sin freno y sin silla ni engañoso compadre ha construido cue­
jaeces. El cadalso era según espresion vas subterráneas para encerraros en ellas:
vuestra el honor que pendia de sus ore­ pues bien, esos calabozos vírgenes no
jas: convengo en ello. Pero creedme, han visto siquiera una víctima : sea esta
dejemos para otra sazón el descartarnos la primera : tal es además la sentencia de
de ese incrédulo que era como el manto los jueces : pongamos allí na carcelero ;
del servilismo. Ciertamente que no le es- y vea el Preboste quien entra primero en
cuso , solo le ataco y le condeno. Porqué la Bastilla.
habia de dirigir á sus semejantes? piensa El gentío aplaude.
poco, columbra mal, y solo le asiste la — A la Bastilla!.. á la Bastilla !».
fantasmagoría del silencio , del ademan No perecerá el Preboste ; la Verdulera
y de la arrogancia. Pero, haced algún le salva la vida.
sacrificio á la justicia : viejo le veis y cas­
cado ; esto turba sobremanera el espíritu,
como lo veis claramente. Seamos mejo­
res de lo que él era. Observad que esta
tomo i. 4
5o LA VERDULERA, cap. ni. 51
mágicos. Al acercarse uno á ella, como
á una sibila inspirada, apenas se osaba
respirar, hinchábanse las arterias, y ya
no eran distintas las ideas, antes de ver-
Capítulo ni. la se sentia ya su influencia ; entonces se
esclamaba con transporte : Vedla ahí
y ella llegaba al momento.
RirEKTO de Savoisy no había visto des­ Contemplábala Savoisy con una espe­
de mucho tiempo á la Verdulera del Gha- cie de recuerdo melancólico, al travósdel
telet. La ausencia de París y su largo cual tal vez se hubiera dejado entrever
viaje á Ñapóles habían en parte horrado un sentimiento mas tierno y mas vivo.
de su memoria á la compañera de su ni­ La asonada , Aubriot y los escolares, to­
ñez. Como la admira hoy dial Jamás se do hahia desaparecido á sus ojos: ya
había ofrecido á sus miradas una beldad solo veia á Elisa.
mas hechicera. Alzándola joven entre el A la dulce voz de una muger , el fuego
populacho sanguinario su cabeza de que­ de los incendios acababa de ser ahogado
rubín , al modo de un rayo celestial so­ por los mismos que le habiau inflamado.
bre un abismo, ofrecia un cuadro nuevo Ta no mas furores sediciosos. Una turbu­
y prodigioso. Su juvenil regocijo y su lencia satírica habia sucedido á una efer­
dulzura semi-salvaje arrebataban el espí­ vescencia feroz. Dirigíase hacia la Bas­
ritu y el corazón. Esta pastorcilla bacan­ tilla el carro del Preboste , y la asonada,-
te , esa herbolaria amazona, despedia sin al modo de una tempestad que calma po­
artificio en torno suyo unos resplandores co á poco , se desvanecia lánguida y fu-
52 LA VERDULERA CAP. III. 55
giliva , alejándose por grados. oyen nuevos y estrepitosos clamores.
La Verdulera al frente de su comitiva «Aprisa, al palanquin, y vengan an­
atravesó el puente de San Bernardo y la torchas. Si hacen resistencia , hagamos de
isla de Nuestra Señora , y se encontró sus barbas cenizas.
frente la calle de.la Estrella. Al salir del — ¿Deberémos saludarle antes? Seria
populoso cuartel de los Estudiantes, se un rasgo de cortesía.
acercaba al palacio de San Pablo , poco — Saludadle á martillazos.
distante de la Bastilla , cuando al volver —¿Ysi es uno de esos sermonistas de la
de una esquina divisa el pueblo á un pa­ iglesia , que nos hacen desear el infierno
lanquín que se deslizaba al través de las cuando nos alaban el paraiso ?
sombras. Percíbele Nicolás Flamand. — Le enviaremos al seno de Dios; á la
«Por las lentejas de Esaú, dice el ban­ suprema bienandanza : será obra pia.
dido á sus compinches, ved ahí un seno- — Camaradas ! sin duda es algún alto
ron que para comer mejor que Jacobo baron.
se encontraba en la cena del Regente , de — Abajo los grandes ! Mueran los no­
donde sale ahora. Registremos sus bolsi­ bles !
llos , porque esos hombres saben limpiar — Deteneos! esclama la Verdulera,
los nuestros, y es muy justa la represa­ como vosotros aborrezco los nobles: pe­
lia. Tal vez tiene joyas, cuyo peso fatiga ro... »
cuando es necesario dormir : vamos a Se interrumpe de golpe. Una palidez
quitarle ese peso. mortal sucede al vivo encarnado de sus
— Al palanquin!.. ala pecorea!» mejillas; ciérranse sus párpados, se es-
Empieza de nuevo el desorden, y se tingue su voz, y cae el brazo que acaba-
CAP. III.
54 LA VERDULERA.

ba de levantar. Ya no nías movimiento, hombres casi borrachos, que la entrega


ningún gesto; acaba de ver á Riperto. ban sin defensa á la codicia, á los insul­
Allí está delante de ella; alumbra su tos de los malandrines, y á la insolen­
rostro una antorcha resinosa ; acaba de cia de los clérigos ; era la vizcondesa de
reconocer sus facciones, y al momento Aleaux.
que pronunciaba estas palabras «como Dama de honor de la duquesa de Bor-
vosotros aborrezco á los nobles» babia gona, volvía del palacio de San Pablo ,
visto pintarse en la fisonomía del conde donde la habian retenido los deberes de
la indignación. su posición. Sus criados la habian aban­
Pero una oleada de bandidos que se donado cobardemente a vista del popu­
precipitaban bácia el palanquín, arrastra lacho . y la desgraciada Vizcondesa en
á Savoisy y le separa de Elisa. A algunos poder de los hijos de la asonada implora­
pasos es estraordinario el tumulto. La ba en vano su piedad. Burlábanse de sus
presa señalada al populacho se ve ya ata-, clamores y de su terror ; y su desorden ,
cada, habiéndose puesto en fúgalos cria­ su beldad y hasta su trage, todo era ob­
dos. Se golpea , se rompe y se destroza. jeto de escarnio.
Al través délos clamores cree oirRiperlo Todas las almas fuertes están dotadas
la voz de una muger. Lánzase bácia ella; de un poderoso instinto que arrostra to­
mas ay 1 qué puede hacer? tiene un ace­ dos los peligros. Precipitase Riperto en
ro, pero se encuentra solo. medio de los bandidos que rodean a la
Hierve su sangre : el coche arrástrase noble dama: les separa con violencia , y
ya en el lodo. Una joven y noble dama lanzándoles terribles miradas , se abre
babia sido brutalmente arrancada por paso espada en mano. La vizcondesa de
56 LA VERDULERA. cap. ui. ' 57

Meaux, casi privada de sentido , perma­ ración, que se encuentra sin buscarse.
necía entonces inánime : sus rubios ca­ Además : ¿qué hubiera podido añadir?..
bellos esmaltados de oro y perlas flota­ La indignación de su rostro era un libro
ban sobre sus espaldas blancas como la abierto , en que estaban impresas las
nieve, su ropaje de escarlata, guarnecido amenazas y un mudo torrente de elo­
de armiño , con todos los lujosos adornos cuencia. Sus ojos habiau clavado sobre
del arte , dejaba al descubierto un pecho la muchedumbre una de.sus miradas de
donde brillaba un reliquiario guarnecido fuego , después de las cuales son frías to­
de coral. Estaba brillante , y sus brazos das las palabras, y están por demás. En
hermosos se veian circuidos de piedras tan fatal momento ese hombre, sin otro
preciosas. apoyo que su espada, y adelantándose
Y siu embargo, tanta dignidad, tanta contra una masa de furiosos; este hom­
nobleza , se encontraba en la calle sobre bre lleno de un valor estraordinario , y
el lodo! tantos adornos solo eran objeto atreviéndose á llamar cobardes á los que
de ultrajes! Qué contraste entre su situa­ tiene á la vista ; ese joven atrevido , fiero
ción y su nobleza!.. y terrible, ofrece todo un drama de pa­
Resuena entre la muchedumbre el gri­ siones, todo un poema de padecimientos
to aterrador de Riperto. y todo un mundo de heroismo.
«Cobardes!.... atormentáis asi á una La noble dama reanimada estendia sus
muger?» brazos hacia Riperto. Preséntase Nicolás
Solo ha podido pronunciar estas pala­ Flama nd.
bras, pero con aquella fuerza de alma v «De qué caverna sale ese tordo? esclama
sublimidad de acento que son una inspi­ elinfame bandido; ¡no es pájaro de núes-
58 ' LA VERDULERA. CAP. III. 59
tra especie, y se atreve contra nosotros el La inesperada aparición de Riperto Ra­
temerario!.. Camaradas, emplumémosle. bia vuelto en sí de su sorpresa al oir la
— Es un noble disfrazado. VOZ de trueno del Conde, y el grito del
—-Es preciso curtirle la piel. gefe de los bandidos. Poniendo otra vez
— Es un espía de la corte. en juego su vivacidad y caprichoso ade­
— Al saco con él y al rio •'» man para seducir al efecto de vencer,
Y el gentío se adelanta contra Savoisy Rabia acudido precipitadamente. Colóca­
para hacerle pedazos. se de nuevo entre la desgracia y el crimen.
Pero nada intimida al bravo , antes re­ «Qué hacéis? esclama: á qué tanto
siste y les rechaza. furor con un hombre solo? un espía ! os
Muchos clérigos que no habian toma­ engañáis : le conozco y respondo de él.
do parte en la escena veian con admira­ — Quién es pues?
ción los esfuerzos sobrenaturales de Ri- — Mi hermano.
perto , pronto se declaran cu favor suyo: — Vuestro hermano !
se interponen cu la lucha , y se atrope­ — Si, lo juro, un mismo pecho nos
llan mutuamente unos á otros. Aquí en­ ha alimentado.»
tran puñadas y amenazas; lodo á la vez Resuenan numerosas aclamaciones:
es furibundo y bullicioso , mortífero y «Soltadle ! soltadle •'
salifico. Empezaba ya á derramar su san­ — Y la desconocida? pregunta Nicolás
gre, cuando de improviso se suspenden Elamand.
en el aire los aceros, y resuenan nume­ — La tomo bajo mi protección, res­
rosos vivas. Ya no mas batallas. De nuevo ponde con energía la joven ; la asisten de­
se presenta Elisa. rechos sagrados , puesto que es muger. »
6o CAP. III. 61
LA VERDULERA.

Y la bella Elisa, levantando su gracio- , desaparecido , mas no la atormentaba si­


sa frente y mirando á sus apasionados se quiera la pérdida de sus joyas. Permane­
abre un camino hacia Riperto. El mas cían todavía de pie delante de ella los
feroz de los bandidos, el mismo Nicolás bandidos: Vuélvese Rácia ellos la Verdu­
se humilla delante de ella y la obedece, lera , y les habla como dueña.
El amor Rabia domado aquel tigre. « Id en busca del carro de Aubriot, y
Pasa la beldad junto á Riperto é incli­ conducidle á la Bastilla. Retiraos que ya
nándose á su oido: es de noche. Esa dama desconocida va á
«Alejaos! le dice en voz baja. seguirme.»
— No , les parecería que huyo: me Dirígese en seguida á los escolares.
quedo. » «Bravos hijos de la independencia !
Y el paladin sigue los pasos de Elisa. dejadme sola y libre : hasta mañana. Es­
Había dado fin la asonada. Habiéndose tamos en vísperas de triunfar : Elisa os
acercado la Verdulera á la Vizcondesa, se da las gracias. »
apresura á dirigirla algunas palabras de Y con una sonrisa y un gesto se despi­
aliento y de esperanza. Quiere examinar de de la ciega muchedumbre, sobre la
sus facciones; pero la noble dama en el que manda. Todos se someten y se alejan.
momento en que se empeñaba el com­ Solo Savoisy, olvidado enteramente de la
bate en torno suyo, se cubrió maquinal­ inconstante muchedumbre, ha permane­
mente el rostro , según se acostumbraba cido junto á Elisa.
en aquellos tiempos, con la mascara de De improviso un nuevo tumulto viene
seda negra. á mudar el aspecto de la escena : resuenan
Los brazaletes de la Vizcondesa Rabian regocijados conciertos de instrumentos
62 LA VERDULERA, 63
CAP. III.

músicos. Salidos del interior de la ciudad instrumentos; pero todos ellos estaban
se dirigen hacia el palacio de San Pablo. ebrios. Esa tumultuosa comitiva daba
Qué objeto llevan? luego va á saberse. vueltas á una y á otra parte blandiendo
Los colegiales de San Jaime , embria­ antorchas. Aumentábase á cada paso ;
gados con el triunfo que la universidad también han acudido allá las compañeras
había logrado sobre el gobierno , habian de Elisa. Todo este tumulto se agita ha­
determinado venir á cumplimentar con cia el palacio de San Pablo. Todo'sin
una especie de escarnio salvaje al Regente embargo va desapareciendo por grados,
y á la corte, al pie de las ventanas mis­ con sus resplandores y sus horrores : solo
mas de palacio. Con cánticos , con bailes el ruido permanece estacionario. Va no
y con músicas se iba á insultar al poder. hay batallas ni contiendas; aquello es un
Esos estudiantes , que no habian asistido torrente de estravagancias. Era preciso
á los horrores de sus compinches, cor­ variar los espectáculos ; y heos ahí al po­
rían ahora á reunirse á ellos junto á la pulacho que está bailando.
morada regia , saliendo de las tabernas y La calle donde habia acaecido el de­
garitas donde habian preparado sus in­ sastre á la Vizcondesa estaba entonces de­
fernales serenatas. Algunos de ellos lle­ sierta. Solo se veian dos mugeres y el
vaban nudosos palos para batirse mutua­ conde de Savoisy.
mente en caso de necesidad. Los demas , o Noble dama , dice la Verdulera , ya .
como si asistiesen á la fiesta de los locos, nada teneis que temer. Apoyaos en mi,
disfrazados de faunos, de osos, de sáti­ levantaos: es una voz amiga la que os
ros y otras bestias salvajes, ejecutaban habla.»
danzas grotescas, algunos tocaban varios El acento de la jóven era dulce , co­
64 LA VERDULERA. 65
CAP. III.

mo esas brisas de la primavera que vie­ «Caballero, repone con el acento de


nen en pos de las borrascas y levantan de la queja, ¿luego no teneis nada que de­
nuevo las flores abatidas. cir?.. Sin embargo en otro tiempo me
La vizcondesa de Meaux , sostenida amabais...
por Elisa, es conducida hasta un banco — Ah! y te amo todavía, Elisa, respon­
de piedra que está junto á la pared ; se de con ardor Savoisy : pero no hubiera
sienta desfallecida, y apoyando su cabe­ querido encontrarte en las asonadas. Es­
za en sus manos , parece que trata de to me ha llegado al alma... mas no im­
buscar algún recuerdo. La noche la ro­ porta. Te vuelvo á ver y te amo todavía.
deaba con sus sombras. Vamos, fuera quejas; dame tu mano.
Coge Riperto una antorcha que brilla­ — No , le dice la Verdulera ; hay con­
ba todavía á sus pies, y se acerca. tactos que dañan , hay ilusiones que ma­
«Conde! no os adelantéis, le dice la tan. »
Verdulera en voz baja ; lodo la espanta , Señalándole á la Vizcondesa , prosigue
el ruido y la luz. ¡Ha padecido tanto, po­ con tono mas tranquilo.
bre muger! » «No pensemos mas que en ella ; su si­
La maliciosa fisonomía de Elisa habia tuación reclama nuestros cuidados ; al
tomado una gravedad tierna y candoro­ menos ella puede poner su mano entre
sa. Su mirada estaba fija en Riperto con las vuestras. »
atención dolorosa; sus labios semi-abier- Y se aparta del Conde para dar alivio
los parece que procuran ocultar una se­ á la Vizcondesa.
creta angustia ; jamás una sonrisa fugiti­ Vuelta esta en sí, se acababa de quitar
va se pareció tanto á una lágrima. la máscara de seda que la sofocaba. El
tomo i. 5
66 LA VERDULERA. cap. ni. c7

aire alivia su pecho. Levántase su cabeza, un sér divino pronto á huir de este valle
y la antorcha que está en manos de Sa- de miserias para volar al cielo. Admirado
voisy hiere con sus resplandores á una Riperto la estaba contemplando con éx­
nueva beldad. tasis.
Qué elegancia, y qué gracias.' No era Elisa examina al caballero, y ha podi­
esta la belleza viva , ardiente y capricho­ do columbrar su entusiasmo.
sa de la Verdulera de rostro encarnado , «Conde! le dice en voz baja, ¿no es
de negros ojos y labios encendidos: la verdad que es muy hermosa? »
vizcondesa de Meaux, débil, delicada, ¿Esperaba tal vez una respuesta de
aérea , muger y nube , era de cutis blanco consuelo? Se habia tornado pálida. En­
y transparente que es mas bien objeto de trañaban tal vez sus palabras una res­
la poesía y de la pintura que de la vida y puesta de vida ó de muerte? Ay de mí!
de la realidad. se hubiera podido creerlo: porque aun
Ah! sin duda habia sido necesaria to­ que su acento era el de la ingenuidad,
da una raza de altos barones y nobles habia no obstante algo de fúnebre en su
castellanas para producir esta suave com­ última palabra : no es verdad ?
binación de nobles rasgos, de perfiles Síguese un profundo silencio. Este si­
puros, de gracia real y majestad lángui­ lencio entre tres corazones que están á la
da , que la colocaban entre sus semejan­ vista, era el principio de una larga serie
tes en una esfera radiante. Sus formas , de tormentos y sacrificios, de desgracias
su mirada y sus modales todo en ella era y de cariño : camino penoso de empezar,
armonía. Y cuando la sangre ardorosa pero vasta carrera una vez dado el im­
animaba sus mejillas, parecia entonces pulso.
68 LA VERDULERA. cap. iii 6g
£1 conde lia roto finalmente el silencio. Esto era un secreto aun para ella
«Noble dama! os falta un guia: osad misma.
confiaros á mí. Mi vestido es solo un dis­ La mano delicada liabia cogido el bra­
fraz forzoso : soy Riperto de Savoisy.» zo de Riperto : dichoso este , pero turba­
Clávale la Vizcondesa una lánguida é do , se sentía como á la entrada de un
inquieta mirada. Ciertamente le es cono­ nuevo mundo de sensaciones y de ideas.
cido el nombre del paladín. Poco antes Nada aprisiona con mas fuerza y preste­
la liabia admirado el denuedo de que Ri­ za como los peligros comunes.
perto liabia dado pruebas , pero su rostro Algunos minutos de sociedad en el
varonil, aumenta ahora su sorpresa. Ya seno del dolor unen mas intimamente
está tranquila , y renacen sus fuerzas co­ que muchos años de reunión en el seno
mo por encanto con la poderosa égida de los placeres. Su conversación es ani­
del Conde. mada -, se establece entre ellos un cam­
«Caballero, le responde con una voz bio invisible de confianza y simpatía. Se
tierna y reconocida, bendito sea el cielo hubiera dicho que desde mucho tiempo
que os envia á mi socorro. Acepto vues­ se buscaban , y solo entonces habían po­
tros cuidados generosos. dido encontrarse.
Levántase, y apoyándose en Savoisy Vivamente oprimido Riperto, no osaba
con un abandono lleno de encanto, quie­ espresarse ni callar. Esta era la muger á
re dar algunos pasos , pero tiemblan Lo- la que acababa de salvar contra todo un
davía sus rodillas. ¿Era tal vez un resto de populacho desencadenado -. le parecía
flaqueza , ó liabia mezcladas en ello otras conquista suya. Tal vez era la que le
causas? destinaba la Providencia , y aquella á
cap. íii. 7l
?O ÍÁ VERLCLEBA.
Vizcondosa, os debemos tanto... él y yo!
quien llamaba su pecho. Heos aquí que
_ ¡El y yo!... Como tanta intimidad
vuelven para él los primeros transportes
de la juventud , las primitivas emociones tan pronto! murmura en voz baja la Ver­
del amor, que suspenden la razón, so­ dulera.
brecogen y atormentan : suplicio encan­ En seguida añade con conciso tono.
tador de la edad primera, audaz á la vez, — No importa. ¿Donde vais?
estúpido y sublime. —-Al palacio de Meaux.
La Vizcondesa habitaba el palacio de —Por aquí podemos llegar allá sin pe­
Meaux no muy distante. Encamínase allá ligro?
el Conde, pero le detiene un sordo ge­ Esta pregunta es para Elisa un dardo
mido. La Verdulera del Chatelet, de pie, agudo.
con una antorcha en la mano , rodeada —Sin peligro ! según y como , caba­
llero. ¿De quien deseáis guardaros ? Hay
de sombras nocturnas, helada como una
visión lúgubre , inmóvil y olvidada , los algunos contra los cuales no podría de­
veia partir en silencio. Esperaba de Ri- fenderos.»
perto una señal , una palabra, un adiós : Estas palabras pronunciadas con voz
ay de mí! el cruel parecia no verla. lúgubre han alarmado a la Vizcondesa.
Sin embargo , vuelto en sí al oir á la Su mirada encuentra en este momento la
joven, la llama. Pero ya era tarde : se apasionadadeElisa.yseestremece. Aprie­
habia dado un golpe terrible. ta el brazo de su guia.
• Vuélvese Riperto. «Estraña muger! Noble Conde, sus
«Ven, Elisa , síguenos. ideas y sus palabras me espantan.
— Sí, añade con reconocimiento la La ha oido la Verdulera.
7» LA VERDULERA. CAP. II!.

— Noble dama! no temáis; solo hay Detiénese la Verdulera. Su mano agi­


desgracia aquí para mí. Os parezco sin­ taba la antorcha para reanimar sus res­
gular... ah ! perdonad , es que hay pade­ plandores. Al mirar su rostro pálido, su
cimientos ocultos y misteriosos que de­ ademan inquieto, y su belleza desconso­
sorganizan el espíritu. ¡Quiera el cielo que lada, se la hubiera lomado'por una som­
nunca conozcáis esos dolores profundos bra fugitiva , sombra encantadora pero
y solitarios que nada puede consolar ! desterrada de los cielos.
Vuestro mundo, noble dama , existe solo «Señora! continua, no olvidaréis ja­
para vos y para los que tienen levantado más esta noche, ni él tampoco, y yo así
el brazo contra de mí. Ay! tal vez tuvie­ mismo. Me atreveria á asegurar : él y vos,
ra piedad de la que condena si sabia que durante vuestra existencia me tendréis
solo se ha echado en el huracán de las presente tal como me veis en este mo­
pasiones populares para arrancarse á las mento delante de vosotros , pálida y fú­
tempestades silenciosas del corazón. Ayer nebre. El sonido de mi voz se hará oir
no me hubierais comprendido : tal vez de vosotros, y mis ideas incompletas ha­
mañana sí.» rán eco en vuestro corazón. Seré para
Su voz era plañidera y lenta; lo bajo vosotros uno de esos signos melancólicos
desús pensamientos, si bien que sombríos que á pesar de la voluntad se repiten siem­
y lamentables, tenia un cierto encanto pre en el alma. ¡Quiera Dios que la fata­
de amor y de misterio, que agitaba el lidad que nos ha puesto uno delante de
espíritu de la Vizcondesa , y heria viva­ otro , haga también que no nos encon­
mente su imaginación. Savoisy permane­ tremos nunca mas!
cía silencioso. Estremécese la Condesa.
74 IA VERDULERA. cap . III. 75

— ¿Es Hila amenaza este lenguaje ? La dama de honor de la duquesa de


—Oh! no : tranquilizaos; ningún odi0 Borgoña no ignoraba ya que su liberta­
me anima contra vos. Sois tan dulce, tan dora era la famosa Verdulera del Châte­
hermosa! Ah! no deis mucho peso á las let ; Riperto se la habia nombrado. Hace
alabanzas ! También me dijeron á mí que por tanto un esfuerzo y se adelanta hacia
había nacido para encantar, y que todos ella.
los corazones se me rendiau : mentira. «Entrad, joven, que es de noche. Ten­
Aquel a quien yo amaba no me ha ama­ go una deuda para con vos , y es la del
do.» reconocimiento. Mi morada está abierta
Elisa aprieta el paso á estas palabras. para vos.
Llega al palacio de Meaux, al tiempo Pero Elisa retrocede. ¡Qué gracioso es
que salian de él una multitud de criados. su saludo !
Avisados del peligro de su señora, acu­ — Vuestro palacio no está hecho para
dían á su socorro con antorchas y picas. mí , responde con los ojos bajos, con sen­
La ven , la rodean , y resuenan gritos d e cillez y modestia. Permitid que me retire.
júbilo. Echada durante mi infancia fuera de mi
«Caballero os doy las gracias, dice esfera entre dos mundos opuestos, los
la Vizcondesa áRiperto, apartando su temo igualmente : no pudiendo pertene­
brazo. Ya estoy en lugar seguro : ¡qué hu­ cer á uno ni á otro , me encuentro en el
biera sido de mí 6¡n vos ! aire.»
Interrúmpele vivamente el paladín. Estas palabras ahogadas por un suspi­
— Decid mas bien sin ella.» ro probaban una amarga franqueza y una
Y señalaba á Elisa. profundidad candorosa , á lo que se ha
■J6 LA VERDULERA. cap. ni. 77

conmovido sobre manera la Vizcondesa. Vuélvele de repente en sí el ruido de


«¿Como pues , rehusáis mi asilo ? Eli­ una puerta cochera que se cierra. Recuer­
sa , esto me aflige. Os habéis grangeado da con admiración que no ha contestado
mi voluntad y deseo daros pruebas... al saludo de la Vizcondesa. Desea lanzar­
—No , interrumpe la joven, no; no po se hacia ella; pero una idea le detiene.
dré seguiros. Permitid que no acepte nin­ La Verdulera se ha alejado sola y sin
guno de vuestros generosos dones, que no apoyo, y es ahora la que se ve amenaza­
me acarrearían bien alguno. Veo que sois da. Hiende los aires y la alcanza.
bondadosa y sabéis compadecer el infor­ ¿ Caballero , qué me queréis? le pre
tunio ; ; el cielo os lo premie! solo de­ gunta la joven con una sorpresa ingenua;
searía implorar de vos una gracia en me­ ya no me necesitáis.
moria de esta cruel noche: cuando alegre —-Pero tú puedes tener necesidad de
y con el corazón fijo lucirá para vos una mí, repone el guerrero. ¿ Como no cuen­
verdadera felicidad... si oráis, orad por tas con mi auxilio ? no eres la amiga de
Elisa. mi infancia?
Y desaparece al proferir esas palabras. —Sí; la amiga perdida en el seno de
—Hasta mañana , caballero , dice la las grandezas, y encontrada en el seno de
Vizcondesa á Riperto.» las asonadas-
Y le ha saludado con una especie de _ Perdón! te he injuriado sin razón.
agitación, y la cita que acaba de dar Olvida mi culpable error: olvídale!....
se desliza de sus labios como una de esas Siempre te amo.
frases de política que se profieren al azar. _ Quien! vos? vos me amais? le in­
Riperto seguia de lejos con la vista á Elisa. terrumpe tristemente Elisa ; ah ! no pro-
78 LA VERDULERA. cap. ni. 79

faneis esta palabra pronunciándola como embargo, esta noche solo me hau visto
por piedad ó por política ! Riperto, deje­ entre ellos para detener el mal y ensayar
mos ui] lenguaje engañoso. La buena fe el bien. En todo caso, libre sobre mi
del corazón es un tesoro sagrado que un suerte, ¿no tengo derecho de dañarme?
paladin no debe comprometer.» Lo teneis acaso vos de imponerme una
Y aprieta el paso. Ilabia vuelto el ros­ carrera que no esté á mis alcances? Ca­
tro, porque este hubiera hablado dema­ líais... basta. ¿Recordáis tal vez , mi joven
siado. hermano , que hemos partido juntos en
« Hace mucho tiempo que no os ha­ el camino de la vida dándonos alegre­
bía visto, continua después de una pau­ mente la mano? Ay de mí! fué preci­
sa ; hablemos de nuestros antiguos re­ so separarnos allí donde se divide el ca­
cuerdos, hablemos sin amargura y con mino... vos lomasteis la derecha, yo la
calma. Las tempeslades de la vida habrán izquierda. Dios os preste sus auxilios , ca­
sin duda pasado sobre vos sin dejar sur­ ballero »
cos profundos. No así para mí; las mu- Y las lágrimas que bañaban sus me­
geres no pueden como los hombres po­ jillas caían á la vez amargas con sus pa­
ner la mano sobre su corazón, ahogarle labras , ambas de fuego. Su voz pura y
y esclamar : Paz! confieso que no debe­ melodiosa era concisa y terrible.
ría hablaros de tal cosa ; no os habéis ..Elisa! esclama el guerrero, tú, mi
acercado para oir semejante lenguaje; primera amiga! mi hermana 1 ábreme tu
pero, estoy tan turbada !.. ¿Qué me de­ alma sin temor ; habla.
cíais? ah! ya me acuerdo; condenabais — No: no mas confesiones, repone
mi presencia entre los sediciosos. Y sin vivamente Elisa ; dispensadme de esas
8o LA VERDULERA.
CAP. III. 81
preguntas de fuego y de esas respuestas
se aisla pero es dado á muy pocos po­
de hielo. Dad un momento de descanso
der elevarse encima de la vida para no
á mis sentimientos ; harto agitados están.
tocaren esta tierra de perfidias, que aja
Esto destroza y devora, ¡y tengo tanta ne-
todo lo que acaricia, y acostumbra herir
cesidad de reposo ! »
de muerte!...»
Sus bellos ojos estaban animados por
Detiénese la joven , y mudando repen­
la súplica. Pero, fijos en Piiperto, tenían
tinamente de ideas, procura tomar esa
una espresion tan tierna, que alarmada
fisonomía maliciosa y móvil que poco
ella misma se ha apresurado á elevarlas
antes entusiasmaba al populacho.
al cielo para darles un aspecto religioso:
«A Dios , caballero , repone. Bajo á
dulce refugio, apoyo tutelar, un amor
reunirme con los mios; subid vos á en­
se cobija bajo de otro; el divino salva
contrar á los vuestros. Olvidadla especie
al terrestre.
de desvario que me ha causado vuestra
«¡Qué estraño lenguaje! observa el
presencia inesperada. Tal vez soy menos
caballero ; apenas te reconozco. Tú , en
digna de lástima de lo que los dos cree­
otro tiempo tan viva y tan alegre!., ha­
mos ; puede que con las dos educaciones
brás padecido mucho ! confiésamelo.
que he recibido logre mirar con des­
— Quien no padece, caballero? Pre­
precio ambos mundos, abandonándolos
guntádselo al corazón mas tierno , al pri­
uno tras otro sin volver la cabeza , dejan­
mero que se os presante., y si quiere ser
do solo un recuerdo en lo pasado. No ha­
franco algún peso tendrá de que aliviarse,
alguna dolencia de que sanar, algún do­ gáis lo mismo, no : no haya semejanza
entre los dos ; gozad cuanto pocéis acá
lor de que consolarse. Sabio es aquel que
en la tierra. La corte y sus beldades os
TOMO I. 6
82 LA VERDULERA. cap iv. 85

¡laman , el mundo os ofrece sus tesoros,


procurad no perder nada á sus ojos , na­
da de importancia, ni aun el corazón,
si es que el mundo os deja uno.»
Elisa se sonreía , pero sus labios no lle­
Capitula iv.
vaban impresa la alegría. Una ironía se.
creta y profunda bajaba sobre su sem­
blante , pero se manifestaba altamente en
su ademan. Era uno de aquellos sarcas­ Todo está tranquilo en París. Anbriot
mos que apenas se traslucen, y cuyo so­ cautivo en la Bastilla , espiaba, en ella sus
plo es casi imperceptible. Era una cosa esclarecidas virtudes. Los escolares ha­
sin nombre, sin autoridad, sin aspecto; bían emprendido de nuevo sus estudios
y sin embargo se imprimía á la vez en acostumbrados. La muchedumbre, va­
el entendimiento y en el corazón. riable y poco meditadora , daba un cursó
Riperto estaba abatido é interiormen­ menos turbulento á sus ocupaciones. Ca­
te agitado. Ya no hablaba Elisa. Admi­ da cual se había restituido á sus negocios,
rado de este profundo silencio, se estre­ como si la víspera no tuviese relación al­
mece y levanta la cabeza. Oh sorpresa !... guna con el dia siguiente. Los mercade­
Ya no la ve; no se oye ningún ruido , y res habian vuelto á abrir sus tiendas. Los
sin embargo está solo. jornaleros volvian á sus talleres , y se rea­
nimaban los semblantes á los dulces ra­
yos del astro del dia, que alumbraba la
ciudad inmeusa, arenal de locura y po-
84 la verdulera. CAP. iv. 85
blacion admirable , oro y lodo , eden y —Y los estudiantes y la hez del pue­
escoria , gloria y crimen : Paris. blo ! iban todos armados ?
Un caballero de alia alcurnia , el no­ —Y borrachos tal vez , no es verdad?
ble Savoisy entraba en este momento én —El incendio , el asesinato y el baile!
el palacio del Regente de Francia , donde qué abominable espectáculo .'
concurrían numerosos paladines. Hugo —Has visto á la bella Verdulera ?»
de Chalillon, deDampierre, sale el pri­ Savoisy no podia contestar, puesto que
mero á recibir á Riperto. no le daban tiempo ni para oir. Estos se
« Bien venido, ¿ de cuando acá ? burlaban de la asonada, y esotros decla­
—Desde, ayer. maban contra ella. A la vez resonaban en
—Y la asonada?... la sala risotadas, y tales estallidos de có­
—La be atravesado entera. lera, que para dominar el ruido hubie­
-—Por la mañana ó por la tarde ? ra sido indispensable la voz de un trueno.
* — Por la noche.» Abrese la puerta, y resuena un grito:
Pronto rodean á Riperto la Vizcondesa «Señores! el Regente de Francia!» •
de Molun , el caballero de Vallemonde, Se presenta el Duque de Anjou.
Godofredo de Collon, Enjerraudo de Es de mediana estatura, su ademan es •
Coucy, el conde de Eu, el joven Etam- noble , pero un soplo de perfidia estaba
pes y el caballero de la Tremouille. To­ impreso en su fisonomía y desechaba to­
dos le dirigen á la vez mil preguntas. da confianza , su corazón avaro y helado
«¿Qué semblante ponia Aubriot? solo sentia impulsos hácia la fortuna. I,a
—Qué decia Nicolás Flamand? vida era para él una lucha perpetua don­
—No han preparado una hoguera? de dominaban los acontecimientos, v no
cap. iy. 8?
86 LA VERDULERA.
_ Señor Duque ! esclama. Chatillon,
en li aban por nada los principios ; lan­
será forzoso pasar á la Bastilla ? debemos
zado en la arena del mundo como un
gladiador en el circo, liabia dejado su libertar al Preboste.»
—No hagamos tal necedad, responde
conciencia en la barrera para correr mas
el Regente: tomar partido por Aubriot
libre al combate. Nadie sabia engañar
seria completar su ruina : siempre lo di­
como él; al salir de sus labios la mentira
jimos. Hagamos como que su suerte no
se ofrecía candorosa como una confe­
nos inspira ningún sentimiento , y creed
sión. Nada llegaba entero á su alma , ni
que los Parisienses nos lo agradecerán.
equidad , ni injusticia , ni verdad, ni im­
Por lo demas, si he de hablaros franca­
postura: todo era ya corrompido. Baja
mente me interesa muy poco el Prebos­
en él la iniquidad , no tenia siquiera á los
te : anciano de corta previsión y antiguo
ojos del vulgo la audacia que la realza.
ministro del difunto Rey, es ya hoy dia
Hubiera podido degradarse hasta el cri­
un instrumento usado que no da ningún
men.
sonido, A guisa de piadoso apóstol se
. «Caballeros, dice, Aubriot está en
entretenia en predicar la moral al pueblo:
la Bastilla , donde se ha colocado una
pues bien, ¿cuales han «ido los resulta­
guardia de paisanos. Pero, lo creeréis?
dos ? A fe mia, que vale mas dejar al san­
la hez de Paris que adora la destrucción,
to en su nicho.
tanto mas cuanto que es la única cosa
-r-Perq esos bailes impertinentes al pie
que haya sabido perfectamente crear, ya
de las ventanas de palacio!... Como nos
no piensa mas que en el cautivo. El dia
vengaremos?
de ayer pasó ya, cosas nuevas, cosas
— Por la repartición de un nuevo
nuevas!
88 LA VERDULERA. CAP. IV. 89
impuesto: -París baila , Paris pagará. el apoyo de la Francia. Roma ha lanza­
—Y la famosa Elisa ? do contra ella sus rayos. Carlos de Duras
—Oh! locante á esta , me inspira hor­ á quien la Reina había anteriormente se­
ror , responde indignado el Duque; ya ñalado para sucedería , acaba de levan­
lie lomado mis medidas contra de ella. tar contra de ella un ejército y quiere
—Contra ella ! le interrumpe Savoisy. invadir sus estados.
—Ah ! sois vos , Riperto 1 dice el Prín­ —Pues bien! responde el Duque de
cipe ; ya me habían hablado de vuestra Anjou ; en persona pasaré á Italia segui­
llegada. Os esperaba: seguidme.» do de la flor de los valientes: ¡ desgracia
Savoisy, solo con el Duque en el fondo á mis enemigos, Ñapóles no tiene nada
de la regia morada , le presenta un rollo que temer, mi égida cubre á Juana!
de pergamino del que pendía un sello. —El papa Urbano protege á Duras.
« Príncipe! vuestros votos se han cum­ —Pero tengo en mi favor al papa Cle­
plido. La reina de las dos Sicilias, Juana, mente (1).
os ha adoptado por hijo , y os declara su —El mas poderoso de los dos está en
sucesor: estoy saludando al rey de Ña­ Roma: el verdadero Pontífice es Urbano
póles. VI.
El Regente toma el rollo, lo lee, y bri­ —Por algún tiempo pudo haber sus
lla en sus ojos la alegría. dudas en esto ; pero la Francia y yo he-
—Rey de Ñapóles , repite ; sí, esta co­
rona me pertenece, al fin la tengo , y (í) Fleuri, historia eclesiástica. Es sabido que
triunfo. en la edad media, hubo un Cardenal que se abro­
Pero Juana, repone Savoisy, reclama gaba los honores de papa.
90 LA VEUDULEHA. CAP. IV. 91

inos decidido la cuestión. El tabernácu­ teológico ,es cosa muy fútil, pero tened
lo del Señor no está ya en san Pedro de entendido que el sofisma y el hierro lo
Roma , sino en Aviñon. allanan todo.
—Sin embargo, el sagrado Colegio... — Príncipe! la iglesia tiene sus luces.
—Basta; me cansan vuestras observa­ — Sí; que desde el principio de la era
ciones. o cristiana pasan de mano en mano, que
El Principe á clavado en líiperto una se estinguen ; en vano gritan : Abrid los
de esas altivas miradas del peder supre­ ojos ; todos miran y no ven nada.
mo , que abrumando al inferior, vana — He concluido mi misión, permitid
paralizar sus facultades; pero Riperto, que me retire.
frunciendo las cejas, levanta sin temor — Tan pronto ? dice el Regente con to­
la cabeza , y mira de frente al Príncipe. no satírico. Paróceme que estás en dis­
Luis de Anjou repone mas tranquilo: posición de tomar partido en las argucias
«Nuestro santo padre Clemente Vil del cisma. En este caso no veo razón
lanzará su anatema sobre Duras, bende­ porque condenes la asonada de ayer,
cirá mi nuevo cetro; todavía mas , me porque hay algo sagrado que se mezcla
ha prometido que en cuanto me baile en los delirios sediciosos de la universi­
en Italia unirá á mis estados de Ñapóles dad , cosa que merece examen, lu urba­
muchas provincias de la iglesia, bajo el no VI es el Ídolo de la Sorboua. Por lo
titulo de reino Adriático. Hombres, pais. demas, el orden renacerá, mas que sea
campiñas y ciudades, todo me pertene­ solo por efecto del desorden; poique el
cerá, Savoisy; porque la Francia secun­ mayor enemigo de la revolución son sus
dará mis esfuerzos. Tocante al debate mismos escesos. Dejadle que arda! el
92 LA VERDULERA. CAP. IV. 93

mismo se devora , y causa su ruina. — Trescientos palos.


— Príncipe! una pregunta , dice Ri- Riperto da un grito de dolor.
perto. Se os hablaba hace poco de la cé­ — Trescientos palos ! pueden acarrear
lebre Elisa, y vos contabais.... la muerte ; es un espantoso suplicio!....
— Castigarla. Esta mañana be dado la Y donde habrá tenido lugar?
orden , y sin duda habré sido obedecido. — En Montfaucon.
Inmútase el Conde. — Pobre Morand! esclama Savoisy.
— Señor ! perdón para ella ! Su madre Elisa!... pobre Elisa!....
ha sido mi nodriza , y quiero á la pobre Llaman.... Preséntase un chambelán.
Elisa; confieso que es culpable, pero — Duque de Anjou! el Rey os llama.
mas loes su familia.... el influjo de su Inclínase el Regente de Francia.
padre.... — Paso al momento á recibir sus órde­
— Sosiega ! le interrumpe el Duque. nes. »
No he tenido la barbarie de ordenar el Y se vuelve hacia Riperto , que aba­
suplicio de tu protegida: su sexo tiene tido y abismado en profundos pensamien­
derecho á la piedad. Pero mi venganza tos permanecía mudo.
va encaminada contra su padre, á quien «Hay esta noche fiesta en la corte, y
he hecho arrestar por ios archeros del estás convidado á ella. Será regular que
condestable. Pablo Morand , el incorre­ • asistas, joven amigo.
gible rebelde, después de un severo cas­ — Es un deber?
tigo ha debido ser desterrado de París. — Sin duda que sí.
—-Qué castigo se le imponía? dice con — Pues iré.
voz balbuciente el Conde. E iba á salir déla sala.
94 LA VERDULERA. CAP. IV. 95

— Un momento! continua el Príncipe frialdad el guerrero. Ah! solo pediria al


deteniéndole del vestido con familiari­ cielo una vida sin brillo , pero pura ; una
dad ; mis muchos negocios de estado no vida sencilla , pero sin mancha.
me han dejado tiempo para pensar en tus — En este caso te quiero monge , dice
intereses personales: justo será que su­ el Duque con ironía ; y ciertamente cuan­
pla el tiempo perdido. Has llenado debi­ do se temen los estímulos de la carne y
damente tu encargo. ¿Qué deseas porto los desarreglos del vicio , lo mejor es po­
da recompensa ?» ner una barrera fuerte entre el cuerpo y
Riperto no conocia la ambición. Adic­ el mundo: un monasterio. Créeme, jo­
to desde mucho tiempo al Regente, le ven amigo, solo debajo de una muralla
habia servido sin segundas miras y sin de piedras está uno un poco al abrigo de
intriga. Hubiera querido continuar del las pasiones.
mismo modo, pero la muerte de su pa­ — Señor Duque, responde Savoisy ,
dre, atribuida á las violencias del Prín­ ninguna inclinación tengo á la vida mo­
cipe, le habia consternado. Desde en­ nástica , y si voy al pie de los altares no
tonces, mas ilustrado acerca del carácter será como sacerdote.
de Luis, asi por los rumores públicos co­ — Quieres casarte! comprendo. Sea
mo por las palabras de Ambrosio, le es­ en buena hora , en este caso necesitamos
pantaba la idea de hincar la rodilla de­ un rico partido, y me encargo de ello.
lante de tal señor, y solo deseaba aban­ — Se agradece, señor; pero mi padre
donarle. Sentía las primeras impresiones antes de morir me escogió una esposa , y
del desprecio : pronto se seguiría el odio. su voluntad es para mí una ley.
«No busco grandezas , responde con — Luego tienes ya futura ? donde vive?
96 LA VERDULERA. cap. iv. 97

— En París. ciencia me prescribe obedecer las órde­


— I se llama? nes de mi padre , me casaré con Inés.
— Inés Desmarets. — Vuestro rey al saber el himeneo
— Qué oigo! y os casaréis con ella? solo deberá deciros : Os Lo prohíbo.
dice el Príncipe con tono severo. Pues — He aquí mi respuesta al Rey: Mí pa­
qué! la hija del famoso Juan!... Pero el dre me ha dicho: yo lo mando.
Rey le detesta , y á todos nos es odioso. — Locura!
Desmarets, héroe popular, es un faro -— Sabiduría !
de sedición. Admite á Culdoé en su ca­ — Orgullo mas bien !..,. Salid.
sa , patrocina á Nicolás Flamand, odia á
la monarquía y ama la república. Este
magistrado, elocuente sofista , es el mas
peligroso de los hombres de nuevo cuño,
porque cree de buena fe en los derechos
del pueblo, en la santidad delarevolu-.
.cion y en las quimeras de la libertad. El
insensato juega con las llamas, y perece
rá en ellas. Riperto! os prohibo toda
alianza con él.
— Señor Duque! repone el conde, to­
davía no he hecho una resolución formal
tocante al matrimonio proyectado ; pero,
si mi corazón en armonía con mi con­
tomo i.
7
98 LA VERDULERA. cap; v. 99
Brillaban ya millares de velas en las
dilatadas galerías del palacio. Los dos
principales salones ofrecian un lujo es-
Capítulo v. traordinario, pero nada podia comparar­
se á la magnificencia de la sala llamada
de Carla magno : sus paredes de cien pies
de longitud estaban cubiertas de una te­
Preparábase todo en el palacio de San la azul llena de lises de oro, de estre­
Pablo á disfrutar una velada de placeres. llas y hojas de esmeraldas. El tapiz del
Los oficiales de la casa real, de grande snelo era animado con varios retratos y
gala , brillaban sobre manera. Una mul­ hermosas -figuras. Los piulados vidrios de
titud de guardas y escuderos se encontra­ esta mansión de prestigios representaban
ban á cada paso. Los caballeros de honor una solemne recepción de caballeros del
llenos de anchos bordados de oro, ocu- orden del Nudo. Debajo de un dosel de
pabau la sala del trono. Los demas mag­ oro y de púrpura aparecía el trono del
nates ocupabau su lugar correspondiente, Rey.
mientras toda clase de sirvientes corrian De todos lados brillaban llores de lis,
v
de una en otra parte vestidos de blanco. y habían sido preparados asientos para
Los criados de cámara llevaban vestidos los príncipes de la sangre , los pares de
azules de un lado y negros del otro; Francia, los altos dignatarios , y las no­
otros los traian mitad obscuros y mitad bles damas que Carlos Vi había convi­
purpurinos. Todo era riqueza y esplen­ dado. Resonaba bulliciosa música , se or­
dor en la morada regia. ganizaba un baile , brillaba la alegría en
100 LA VERDULERA, c*p. v. ¡01

los semblantes , y el aire estaba embalsa­ cidades de la mañana habían en él desva­


mado con esencias. necido las alegrías de la noche.
Sombrío y contristado atravesaba Sa­ Varias aclamaciones salidas del fondo
voisy la sala real; al salir de la morada de la sala de Cario magno anuncian la
del Duque de Anjou , habia volado en entrada del joven Rey. Llegado Cárlo6 á
busca de Elisa. Ay de mí! víctima del la dudosa estación de la vida en que uno
Regente, la Verdulera habia desaparecido; KOies hombre ni niño, estaba sufriendo
después de vanas pesquisas, Riperto solo los desconsuelos de ambas edades sin go
pudo indagar que acompañaba á su pa­ zar de sus placeres. Eran azules sus ojos,
dre cuando los soldados de Luis le lle­ castaños sus cabellos, magníficos sus
vaban al suplicio. Oh ! sin duda la des­ dientes , y elegante sn estatura. Su rostro
graciada estaba oyendo en Montfaucon era agradable , pero su frente ceñuda.
los penetrantes gritos de Morand. Tal vez ¿Era tal vez efecto de un negro presenti­
lo habia presenciado todo, y cuando se miento que atormentaba ya su alma? Así
echó de la ciudad al proscripto, sin duda hubiera podido presumirse, porque en su
permaneció solitaria á su lado. inquieta y varia mirada se notaba una
Continuamente se presentaba á la ima­ espcesion vaga y fatal que admiraba al
ginación de Savoisy , hasta entre los en­ observador. Obligado á entregarse pre­
cantos de San Pablo, la imagen de la jo­ maturamente á ocupaciones superiores á
ven, de rodillas y clamando por gracia . su inteligencia, habia desarrollado so­
por perdón, á los verdugos de su padre. bradamente sus facultades morales , y no
El corazón de Riperto estaba desgarrado, así sns fuerzas físicas. Una continua abs­
al modo de un hierro ardiente , las fer.o- tracción, interrumpida bruscamente por
cap. v. io3
102 LA VERDULERA.

rápidas carcajadas , una gravedad que á Delfín , si bien que de mas edad que él.
veces se mudaba en precipitación y lige­ Los primeros afectos de la infancia no se
reza , las reflexiones de un anciano sobre borran fácilmente. Gárlos VI se interesa­
la frente de un joven, todo le daba un ba vivamente por sus compañeros, y Ri­
aspecto singular. Su humor era a.fable¡y perto era bien quisto en la corte.
dulce, pero fantástico y melancólico: « Acércate, dice el joven Monarca con
reia muchas veces sin motivo , y se estre­ bondadoso acento: te volvemos á ver con
mecía frecuentemente sin causa. De ante­ alegría : tu ausencia ha sido muy larga.»
mano y ya de lejos parecía que el futuro Estas palabras animaban seguramente.
esposo de Isabela de Baviera llevaba im­ El discípulo de Ambrosio se inclina , é
preso el sello del infortunio. iba á salir de sus labios una respuesta
Rodeábanle algunos nobles jóvenes. respetuosa, cuando el duque de Anjou
Gno de ellos, que cautivaba la atención toma la palabra.
«¿Porqué pues, Riperto, nos has ocul­
délas damas de la corte era el paje del
caballero de Plucilli. Junto á él se notaba tado esta mañana los altos hechos de tus
Boucicault, que debia inmortalizarse un aventuras nocturnas?.. Seguramente nos
dia en gloriosos hechos de armas. La mu­ hubieran gustado , pues no hay nada mas
notable. Un populacho desenfrenado ,
chedumbre deseaba acercarse al Monar­
una noble dama entregada sin defensa á
ca : veíanse allí todos los nombres céle­
bres de Francia. la brutalidad mas vil: en seguida como
Gárlos VI percibe á Riperto. Hijo esté por milagro un guerrero vestido de clé­
de un favorito del difunto Rey, habia rigo , un libertador con espada en mano,
muchas veces entrado en los juegos del un héroe, un dios... Savoisy !»
104 J.A VERDULERA. io5
CAP. V.

Al través de esa exageración de alaban­ entregado su corazón, al menos lia ofre­


zas se columbraba cierta malicia que en cido su mano.»
vez de arrancar elogios provocaba solo Pero el Rey se muestra ceñudo. Las
los sarcasmos. Riperto , aunque zaherido maliciosas palabras de Luis qué atacaban,
en lo mas vivo, permanece frió y silen­ altamente aljóven, le han disgustado so­
cioso. La espresion de su labio es desde­ bremanera.
ñosa ; nó contesta ni se sonríe. El Prínci­ .Savoisy! dice el noble Príncipe, tu
pe regente continua : conducta ha sido la de un valiente, y sa­
« Que dicha ! salvar á la vizcondesa de bemos apreciarla en lo justo. Aquí está
Meaux , la mas célebre de nuestras belda­ la bella Vizcondesa ; ve á presentarla tus
des, el orgullo de nuestros palacios, homenajes.
nuestra divinidad, admirada de lodos, é _ Junto á ella está su futuro esposo,
idolatrada!... Feliz el caballero de Sa- repone el duque de Anjou con tono
voisy 1 » sardónico; y cierto que el conde de
Torna pálido de cólera el rostro del Trie-Chateau es uno de nuestros mas es­
Conde, pero ningún movimiento de in­ clarecidos valientes. Algo puede decir de
dignación deja entrever sus secretos sen­ ello el prado de Cleres. (i )
timientos. Según voz pública, amaba el Savoisy levanta la cabeza , y se vuelve
Duque á la vizcondesa do Meaux; acérca­ hácia el Regente.
se al caballero , tócale ligeramente la es­ — Señor nada me detiene para poner­
palda , y añade con tono familiar ; me á los pies de la Vizcondesa. El Rey me
« Cuenta sin embargo con ello, Riper­
to ! la Vizcondesa ya no es libre. Si no ha (1) Sitio donde eran frecuentes los duelos.
1 °6 LA VERDULERA, cap. v. 107

obligaba á hacerlo , y vos me decidís.» réola de felicidad. Las flores y las piedras
Eloina deMeaux, dama de la duque­ preciosas eran para ella un adorno senci­
sa de Borgoña. habia sido casada á sus llo y á la vez lujoso que la daban una es-
quiuce años por atenciones de familia presión scmi-ideal. Sus encantos domina­
con un anciano achacoso. Restituida al ban con todo su esplendor.
convento así que salia del altar, no habia Acostumbrada Eloina á las adoracio­
vuelto á ver á su marido. El vizconde de nes, se entregaba demasiado tal vez á sus
Meaux habia muerto pocos dias después prestigios. Idólatra del mundo , reinaba
de la ceremonia nupcial; y viuda Eloi­ en él. jComo hubiera podido Riperto re­
na sin haber sido en realidad casada, ha­ sistir ála hechicera que le dirige la pala­
bia entrado en el mundo tres años des­ bra con preferencia en medio de un cír­
pués con el título de dama de honor, culo de rivales! Su lánguida mirada pare­
con una inmensa fortuna y con el título cía alentar sus homenajes. Qué turbación
de vizcondesa. agitaba áSavoisy! Entregábase ya á todos
Recibe á su libertador con la sonrisa los encantos de la velada con todo el
del placer y del reconocimiento. Oh ! pá­ abandono de la juventud y de la inespe-
lida y exánime la víspera , era sin duda riencia. Elisa , su padre, el duque de An­
muy bella; pero las tinieblas y el miedo jou. Trie-Chateau, é Inés Desmarets,
echaban sobre su rostro un velo fúnebre. todo era olvidado. Sentándose ora al
Qué completo cambio ahora ! Ya no mas lado de Eloina , ora guiándola á la dan­
dolores y espanto. El radiante brillo de za , escuchaba su dulce voz , y mezclaba
las luces reflejaba en su semblante , y al con ella tiernos suspiros. Luego sus ho­
rededor de su frente se notaba una au­ menajes habían sido bien recibidos!.....
ro8 cap. v. »09
LA VERDULERA.

Oh •' todo eran prestigios y maravillas en csquisilos , con platos, pasteles y dulces
torno suyo... Gozaba y se encantaba como de toda especie, miel cristalizada, frutos,
si por la primera vez sintiese en sí una licores, conservas, y panes de azúcar de
alma y sentidos. Un mundo nuevo , des- ftodas.
Los convidados dejan el salou del baile
conocido é inmenso se abría delante de
él: toda la creación era risueña para su y se precipitan con transporte hacia la
pecho. El vaporoso ensueño de una no­ galería de los banquetes. Riperto guiaba
Tos pasos de Eloina. En la turbación
che de placeres de música y baile . esos
roces de flores y de armiños, esas luces y ocasionada por el movimiento general ,
qué tiernas miradas! qué tímidos atreví
atmósfera de perfumes, de voluptuosi­
dad , y de amar, esas medias palabras míenlos! Las palabras de Savoisy, corta­
que son el lenguaje del alma y que pro­ das, breves y confusas, casi no tenían sen­
nunciadas al azar son acogidas con entu­ tido. O delicias de una pasión en sus
siasmo, osos contactas eléctricos, esos asomos! primeros ¡ensayos de un amor
temores de haber hablado demasiado niño que juguetea con la turbación ,
mezclado al pesar de no haber dicho y hace de los suspiros conlesiones!.....
bastante: oh! qué magia ! qué delirio! Eloina y Riperto, muy agenos del es­
eran sobradas emociones para el momen­ pectáculo que les rodeaba, porque ella
to. La lelicidad pasaba sus límites y ame­ Eloina también empezaba á amar, y
nazaba llegar al infortunio. Riperto en medio de un mundo festivo
Iba á darla hora de la media noche. Se veian otro mundo para ellos solos ,
abre una nueva galería: se hablan colo­ » otra fiesta , otro espectáculo á parte : una
cado en ella mesas con vinos y manjares alma para entrambos.
110 LA VERDULERA. cap. v. 111

El conde de Trie-Chateau, señor feudal Eloína no ha podido oir estas palabras


con ínfulas de soberanía, de frente varo­ lacónicas tan rápidamente pronuncia­
nil y alto talle , se acerca en este momen­ das; pero, su instinto de muger y de
to a Savoisy. Su rostro surcado, sus amante ha presentido alguna desgracia.
bruscos movimientos y. feroz ademan, Coge del brazo á Riperlo, y condu­
aterran ála Vizcondesa. ciéndole por entre la muchedumbre
Se acerca , y habla en voz baja; hacia la galería del banquete, separa á
«Ignoráis acaso, caballero, que hay los dos rivales.
homenajes temerarios ? Pero en la precipitación con que iba á
La respuesta es en el mismo tono, alejarse, un lazo de cintas de color de
fgnoiais acaso , caballero , que hay rosa y verde, colores que había adopta­
observaciones ridiculas ? do, se desprende de su vestido; una mano
El ruido, la muchedumbre y la músi- lo recoge ; es la de Savoisy.
sa impiden oir á los rivales. El caballero • Noble dama , dice el guerrero , en
de Trie continua : memoria de la última noche concededme
— Mis consejos... este lazo ; será para mí un título de glo­
— Quien los pide? ria y un talismán de felicidad; si no
— Mis derechos... fuese por los que nos observan os lo pe­
— Pueden admitir contestación. dirla de rodillas.»
Trie-Chateau no se contiene : su voz es Agitada Eloina , trémula, y atormenta­
ahogada por la rabia. da por la idea de que acababa de tener
— Os prohíbo amar á esta muger. # lugar ó podía tenerle una provocacionen-
Os desalió á que lo impidáis. » tre los dos rivales . capaz de serias con-
JilB LA VERDULERA,
cap. v. 113
secuencias, responde sin reflexión.
el paso : pronto se presenta el Rey con
sEsla cinta! si, conservadla: pero
sus tios.
no permanezcáis en el banquete; si en
«Ah! ah! dice el Regente á Riperto
algo apreciáis mi sosiego , dejad la reu.
nion, lo exijo.» con el tono malicioso que le era habi­
tual; caballero de la Vizcondesa! olvidáis
Qué animado es el lenguaje del acento !
á Inés Desmarets?
Riperto ha comprendido por él la tur­
bación de la Vizcondesa; ha oido mas — Inés! interrumpe el Monarca.
— Sí. su futura, responde el Duque
que sus palabras, puesto que ha penetra­
cargando el acento. Ala verdad tiene po­
do el sentimiento que las dictaba , y su
corazón late de orgullo y de alegría. cos encantos, pero el amor le pintan ven
«Quiero conduciros á la mesa, res­ dado , y el caballero de Savoisy , despre.
ponde con tono afectuoso ; después sal­ ciando esta mañana mis observaciones ,
dré. Oh! cuanto necesito ahora las so­ me ha dirigido estas palabras solemnes :
lemnidades de la corte ! Aquí en el fondo ilíe casaré con Inés Desmarets. Es cosa sin­
del corazón tengo una para mí solo. Un gular, mas no por eso menos cierta.
instante , y parto. — Riperto, será esto una chanza! re­
Después de su conversación con Trie pone el Rey descontento.
no aparecía en el rostro del paladín nin­ El lio de Carlos VI gozaba deliciosa­
gún viso de indignación ; su hermosa mente de la posición en que habia colo­
tiente estaba serena, y la Vizcondesa cado al joven. Vengábase libremente de la
parecía mas tranquila. Un grupo de audacia con que le habia resistido el mis­
varones y grandes dignatarios obstruía mo dia. Ilabia notado ya con zelos y fu-
rorsusventajasjunto á Eloína: después de
tomo i. 8
n4 LA VERDULERA.

liaber herido al padre, su venganza ame­ noble dama... de una parte Inés , y de la
nazaba al hijo. Ay de mí! el leal caballe­ otra Elisa.
ro , incapaz de proferir una mentira y te­ — F.lisa ! esclama el Rey.
miendo comprometer á los ojos del pú­ — Sí, la Verdulera del Chatelet, la
blico á Inés Desmarets, titubeaba en dar

■■■■■
heroina de las asonadas, repone Luis de
una respuesta; guardaba un profundo si­ Anjou ; esta por lo menos es hechicera.
lencio y la Vizcondesa estaba allí. Savoisy la llama mi hermana; y esta her­
— Habla pues, Riperto! dice el Rey. mana , sino nos engañan ciertos rumores,
Amas tal vez á esa Inés ’,esmarels? se muere en secreto desde el fondo de las
— Señor! responde Savoisy con tono tabernas de amor por su hermano.
decidido , hasta hoy dia ninguna mugcr — Señor! interrumpe Riperto levan-
me ha permitido dirigirle estas palabras taudo una frente tranquila, pensad que no
osamo; y vuelto ayer de Italia , todavía puedo defenderme. Señor, el respeto me
tenia el corazón libre. encadena ; si mi indignación enmudece,
Habiéndose desasido la vizcondesa de no comprendéis la causa! Es que sin arma
Meaux del brazo de Riperto, permanecia alguna contra vos, tengo delante de mí
como clavada á su lado. al 'lio del Rey.
— Libre ó no, añade el Regente , tu Eloina ya no escuchaba : al nombre de
corazón toma estraños arranques. Qué Elisa, al recuerdo de la Verdulera y de
aventuras vas á arrostrar de frente! Ya se su lenguaje iuesplicable , se apodera de
ve, con tales éxitos , lo que es amar siem­ ella un frió mortal: estaba esplicado un
pre ; casarse nunca. Vaya una forluna de­ enigma. Vuélvese lánguidamente hacia un
cidida ! aquí una paisana , mas allá una escudero.

I
Il6 LA VERDULERA. cap. v. “7

— Donde está madama de Borgoña — Esperáis ?


¿podréis conducirme basta ella ? — Porqué no?
— Con mucho gusto.» — Os ama ?
Atraviesan la muchedumbre , y se ale­ — Porqué no ?
jan. — Osaréis llevar esta cinta ?
El Rey , con gesto de soberanía , aparta — Preguntarme de esta suerte , es co
bruscamente á Riperto. El noble Caballé, locármela en el pecho. Vedla ahí!
ro se retira, porque conoce que ha dis­ — No envejecerá allí.
gustado al Príncipe, aglomerando faltas — Desgraciado quien la toque'!
sobre faltas. Todo le ba sido hostil y fatal; — Salgamos!
ningún amigo viene á dirigirle el menor — Cabalmente lo había prometido,
consuelo. T odos le evitan. y se vé ais­ — A quién ?
lado. — A la Vizcondesa de Meaux.
Aun está entre sus manos la cinta de — Su objeto ?
la Vizcondesa. Alguien se acerca y lo no­ — No pregunté tanto.
ta ; es un gefe de áspero lenguaje. Am­ — Impostor!
bos se encontraban á cierta distancia del — Insolente!
gentío. — Partamos.
«Ved aquí unos colores bien bonitos. — Las armas?
Riperto ve delante de él al conde de — Espada y daga.
Trie-Chateau. — El sitio ?
— Colores de esperanza y de amor, res­ — El prado de Clercs.
ponde con tono seco y frió.
118 LA VERDULERA. cap. vi. 119

muerto hace poco en brazos de su hija.


— Donde?
_ En un foso , junto al camino que
conduce á Rúan.
Capitula vi. — Como pues ! sin socorro? sin asilo?
—Abandonado del cielo y de los honr
brcs, encontrándose durante la noche en
un bosque salvaje, ensangrentadas aun
Mientras que la brisa nocturna llevaba sus llagas, y mutilado el cuerpo , no vien­
á lo lejos el ruido de la fiesta real , una do ásu lado mas que á Elisa...
góndola rápida y ligera subia el Sena ha­ — Infamia! esclama Culdoé; y bailan
cia la torre de Nesle, cubrían la ciudad aun en el palacio de San Pablo?
densas tinieblas, y el reloj de la catedral — Oh! dice, Nicolás Flamand, esos
daba las dos de la madrugada. hombres dorados que desde allí se burlan
En el barco venían seis hombres , ha­ de nosotros , alcanzarán tantas victorias
blando en voz baja. Uno de entre ellos Sobre el pueblo, que al fin este de caida
parecía ejercer supremacia sobre los de­ en caida subirá á arrojarlos á la calle.
mas ; su palabra era áspera : es Nicolás Compañeros ! la venganza se acerca.
flamand, el hombre de las sediciones. A — Qué ha sido de la Verdulera?
su lado estaba sentado Culdoé, preboste — Está entre los suyos en Rúan. Su
de los mercaderes. padre era de raza normanda.
«Sí, lo sé de buena tinta , decia Fla­ — El Regente ha jurado su pérdida.
mand , el tabernero del Châtelet ha — Nosotros jurárnosla del Regente.
520 LA VERLULERA. 121
CAP. VI.

Si, sí, esclauiau sus camaradas bre se ha suicidado junto á este sitio la
muera el traidor ! muera el Regente ! última semana , y de tiempo en tiempo
— Su corazón es de seda , y el nuestro noche y dia azotan su cadáver (i).
es de acero. Podrá la seda contra la es. — Que no sea el del Regente 1
pada ? _ Pobre Morand! dice Culdoé, cuan­
— Nicolás! dice Juan Culdoé , el hom­ do recibió en Monfaucon trescientos pa­
bre vil que nos gobierna ha tomado re­ los no era ciertamente un cadáver á
cientemente una nueva barragana: ¿sabéis quien azolaban. Cuanto habrá debido
quien?... la hija del judío Isaac. Todas sufrir!
las noches pasa á su morada , y dicen que — Y su hija!
para mayor secreto el Duque disfrazado — Tal vez mas que él.
va con barba postiza. — De este modo vengará su muerte ,
— Impío, vestido de armiño! añade repone Nicolás Flamand ; los Ruanenses
un barbero ; de allí pasará sin duda á los armados hasta los dientes están prontos á
aliares , y besará de rodillas las reliquias. romper sus cadenas; solo esperan la se­
Por el judío errante del Calvario! mar­ ñal , y Elisa la dará.
chemos contra él sin descanso; marche­ — Qué rey escogerán?
mos con los zapatos herrados y las pier­ — Ninguno.
nas desnudas hasta que hollemos con —pue3 qUé no pondrán á nadie en su
nuestros pies su rostro. lugar ?
—Silencio! interrumpe un marinero: — Muy al contrario , pondrán á todos.
ois algún ruido?
— Ya sé lo que es, camarada : un hom­ ( t) Singular costumbre de la época.
122 lA VERDULERA 1 23
CAP. VI.
Mucho será. ¥ podrán entenderse? tros solo usamos palos ; oid el crujido de
Procuremos destruir primero , y 1 as armas.
luego veremos lo que sucederá. _ Sí, sí, no hay duda , es un duelo.
— Algún peligro veo en ello; observa Qué negra está la noche ! donde estamos?
un pescador. — Frente del prado de Oleres.
— Tienes miedo? responde Nicolás — Si fuese una emboscada?., un ase­
con tono fiero; ah.' miserable pesecillo! sinato ?
en este caso perteneces tú á esa cobarde — No : es un combate de muerte ; es­
especie que prefiere ganar el oro tendien­ te es el sitio donde se acostumbran matar.
do la mano, antes que buscar la gloria — Silencio!.. oís que grito ?
arriesgando la cabeza. Esclavo! si así — Alguien ha muerto.
piensas, sal de nuestras filas : solo quiero — Amigo! no seria bueno desembar­
hombres. car? tal vez salvaríamos á un hombre.
— Mirad !.. dice otro , hacia aquel la­ — Y á un bravo.
do veo linternas suspendidas de los ár­ — Corramos! á ello pues!
boles. Seguramente es un combate noc­ — Corramos ! »
turno. La góndola toca en la orilla; Nicolás
Yesque la ley prohíbe los duelos: Flamand y los suyos se dirigen hacia las
preciso es esconderse para matarse. linternas : oyénse gemidos plañideros:
— Se ven desde aquí los campeones? llegan al teatro del combate : sus pies es-
No, que la niebla los oculta. . táu pisando sangre.
— Chito .'..oigo las espadas que se cru- Dos cuerpos están tendidos sobre el
ian; son caballeros, son nobles, noso-, suelo, atravesados ambos de parte á par­
la4 EA VERDULERA,
cap. vil. is5

te; la lacha ha debido ser encarnizada ,


porqne están rotas las espadas, y la daga
las ha reemplazado. Era preciso que mu­
riese alguien : ahí está la muerte.
«Este., dice Juan Guldoé no da señal Capitula vn.
de vida : era un robusto guerrero ; inútil
vigor!., ya no existe.
— Tocante á esotro, dice Flamand,
creo que respira todavía. Ex el fondo de un vasto y sombrío pa­
— Procuremos curar sus heridas. lacio, en una cámara algo obscura , y
— Llevémosle. detrás de densas cortinas, el gallardo
— Donde lo colocarémos? conde de Savoisy gemía eu el lecho del
En el fondo de la barca hay lugar. dolor. Donde lo habían trasportado? en
— Qué haremos de él después? casa del abogado Desmarets.
— Verémos ; ante todo salvémosle. Juan Guldoé , preboste de los merca­
— Salvémosle. » deres , habiendo examinado atentamente
Trasladan al momento al guerrero al herido habia reconocido á Savoisy.
moribundo, y prosiguiendo su carrera Admitido eu casa del primer magistrado
nocturna , va subiendo el rio el barqui- de París, habia visto á Riperto antes de
chuelo. su viaje á Ñapóles , y aun habia oido ha­
blar confusamente de lina proyectada
alianza entre él é Inés ; de consiguiente,
la casa de Desmarets era á su parecer la
126 CAP. Vil. 127
LA VERDULERA.

que mas convenía al caballero Riperlo , estado , las pocas palabras que salían de
sin conocimiento, no podia espresar sus sus labios rompian el corazón de la joven
deseos ni su voluntad. Lleváronle allá; «Eloína! ven... yo te llamo... Y tu cin­
fue llamado al instante uno de los mas fa­ ta!... aquí está... sálvame.»
mosos médicos ; ningún medio perdonó Después llamaba á Trie-Chateau.
Desmarets para salvar sus dias ; y junto á «Colores de esperanza !.... Señor....
la cama de su discípulo , Ambrosio oraba porqué no?... Salgamos!... espada!...
noche y dia. muerte. »
Ah ! siu duda los socorros del arte , y Inés escuchaba con dolor estas pala­
solícito cuidado de un segundo padre ha­ bras sin sentido. Otras no hubieran sa­
bían contribuido poderosamente á mejo­ cado nada en claro , pero ella lo colum­
rar á Riperto pero , sus esfuerzos ha­ bró lodo.
brían sido insuficientes tal vez sin la ayu­ Con frecuencia habia visto á Riperlo
da de otro móvil poderoso... junto al jo­ antes de su partida para Italia, lina vaga
ven estaba Inés Desmarets. esperanza de matrimonio su habia ofre­
i Cuantos dolores atormentaron su al­ cido á su pensamiento, como un sueño
ma durante los accesos del delirio del de felicidad y de alegria. Entonces se en­
desgraciado herido ! Desde muchos años treveia en ella una beldad naciente , y el
la pobre Inés amaba á Savoisy. que poseia su corazón la habia mirado
Riperto, colocado entre la vida y la frecuentemente con dulce y tierno inte­
muerte , ignoraba todavía donde se en­ rés. Oh dolor! poco después una enfer­
contraba : á nadie habia conocido. Su medad funesta habia robado á su rostro
delirio era continuo : y en su deplorable los claveles de la juventud, y á sus fac-
128 LA VERDULERA,
CAP. VII. 129
cioues los encautos de la belleza. Inés, pura y serena, ála que Dios por una serie
descolorida y enfermiza , solo Labia con­ de pruebas queria hacer penar acá en la
servado la espresion de su rostro , la ele­ tierra antes de hacer de ella un ángel en
gancia de su talle, lo rubio de sus cabe­ los cielos. AL! cuando de rodillas, jun­
llos, y la blancura de su cutis. Sus ma­ tas sus manos, y vestida de blanco, cla­
nos eran delicadas, sus dientes admira­ vaba sus ojos en la bóveda inmortal, era
bles... pero... Labia perdido la flor su tan pura de humanos deslices, tan bella
lustre. de esperanzas divinas, que se hubiera
Graciosa y melancólica se adelantaba podido esclamar: ¿Espirita celestial, don­
en la vida con la triste persuasión de que de están tus alas ?
desgraciada por naturaleza,y condenada Riperto Labia notado vagamente los-
por lo mismo á un eterno aislamiento de alectuosos cuidados de la que velaba por
corazón, jamás seria amada. Exageran- sus dias. Observó como curaban sus he­
do la desgracia su falla de atractivos, La­ ridas , y aun como por instinto , la diri­
bia renunciado á Ripéelo. Ya no mas ma­ gió algunas palabras de reconocimiento.
trimonio para ella. Pobre niña!., buena En punto á bebidas , no queria tomarlas
y resignada, sin salud ni placeres , llega­ mas que de su mano, y solo obedecia su
da apenas á sus diez y siete años, pasaba voz. Quién era, pues, la joven?., no lo
como errante sombra al través de las ale­ habia preguntado. Conocia sus faccio­
grías de la tierra, sin suspiros, sin que­ nes ?.. aun no.
jas ni murmullos. La tierna joven mira­ Al fin su razón despierta ; cierta ma­
ba ; mas luego volvia silenciosa la cabe­ ñana, sentado en su cama, ve á su lado
za , y seguia su camino Era una alma á un sacerdote.
tomo 1
9
iSo LA VERDULERA, CAP. VII.

«Ambrosio!., esclama , padre mío!.. — En casa de Desmarets. •


— Sí, querido hijo, yo soy, dice el El corazón de la jóven palpitaba con
abad : gracias á Dios, ya estás salvado. violencia. Habia llegado el momento crí­
Ah!., he orado mucho... tico en que Riperto, como vuelto en sí de
— Ella también. su letargo , iba á coordinar sus ideas. To­
— Ella !.. de quien hablas? ma Inés un semblante resignado y reco­
— De la que me cuida. gido , temblando de que su lenguaje no
— Sabes quien es? sea demasiado espresivo. El fuego sagra­
— No, padre. do del amor, ardorosa poesia del alma,
— Sabes donde estás? debe quedar como profundo secreto en
— Tampoco. su corazón.
— Pues bien , Riperto , no mas pregun­ Inés, bajando los ojos, no esperaba
tas. Sosiego ante todo : hasta mañana. » ningún soplo de dicha. Acostumbrada á
El abad de Ghampeanx, detenido por sacrificios y á la abnegación de sí misma,
deberes religiosos en el convento de San amaba como se acostumbra amar en la
Víctor no pudo salir al dia siguiente. soledad y en la primavera de la vida , es
Desmarets estaba ausente , y Riperto so­ decir, con un corazón que todo lo exa­
lo tenia á su lado á Inés. La mira y la di­ gera. Era tímida su sonrisa , y lenta su
rige la palabra. mirada. Su lánguida fisonomía ofrecia
«Mucho os debo 1 cuantas penas os he un compuesto dulce y puro de amor, de
causado-'.. Yaque me permiten hablar, oración y de fe. Era una rosa descolori­
séame lícito hacer una pregunta. Donde da y doblada sobre sus hojas; pero toda­
estoy? vía era flor y la quedaban perfumes.
l32 LA VERDULERA.
CAP. VII. i 33
Riperto recoge sus ideas. de otro tiempo : tal vez está acordándose
«Y vos, á quien debo la vida, repone de Eloina. La desgraciada dice en voz
con voz agitada ; vos que velada siempre baja : Me compara... soy perdida.
ocultáis vuestro rostro, quien sois? Ya ha lomado su partido : la resigna­
— Inés Desmarets. ción es para ella un deber. Su ademan ,
—Inés ! repite Savoisy con emoción es­ tan turbado poco antes, recobra entera­
treñía. Ah ! lo Hábia presentido. Inés ! mente su serenidad. La duda era un su­
descorred estas cortinas ¡ luz! luz!» plicio ; la decisión es un reposo. Se hu­
La joven obedece. A los primeros trans­ biera dicho que con una especie de resig­
portes del enfermo, un rayo de esperan­ nación volvia á atrincherarse en sus des­
za y de dulce ilusión Labia pasado rápi­ gracias y abnegación completa, al modo
damente ante sus ojos. Instante terrible que uno vuelve á su pais natal, á su mo­
y decisivo ! échase atrás el velo, y está rada primitiva, y á sus antiguas costum­
alumbrada la cámara. bres.
Inés casi desfallecida veso de pie junto «Seguramente no me hubierais reco­
al herido. Savoisy se la figuraba tal co­ nocido! dice con acento conmovido , pe­
mo la había visto á sus quince años , aso­ ro sin señal de queja.
mo de beldad y de gracias. La mira... y — Lo confieso, murmura Riperto: mi
se estremece. Pobre Inés! bastante habia larga ausencia... mi vista débil...
dicho para ella. — Y la mudanza de mis facciones,
Ya no mas incertidumbre. Ha podido añade Inés con dulzura. No creáis que
leer una penosa admiración en el rostro me hago ilusión; todo lo he perdido , ju­
de Riperto; no ha encontrado á la Inés ventud y belleza , esto sin remedio. Cúm-
i34 CAP. Vil. i35
LA VERDULERA.

piase en todo la voluntad de Dios. ■ Solo he plantado por unos momentos, y


Esta cándida sencillez , tanta modestia en la sombra, mi tienda sobre la tierra :
y sumisión perfecta, lian llenado de ad­ ah! dejad que pase tranquilo este dia, ó
miración á Riperto. Habia levantado Inés mas bien esta noche. Siempre ha sido
sus ojos al cielo, y la contemplaba el jo­ para mí la muerte una esperanza. No me
ven con religiosa sorpresa, pareciéudole preguntéis porque. Hay heridas que se
en este momento una elegida de las san­ empeoran enseñándolas ; el aire las enve­
tas moradas en comunicación con Dios. nena y el contacto las irrita. Feliz quien
Iba á salir, mas él la detiene. pasa sin ser visto por los campos de la
«Inés! no os alejéis: quedaos : ¿sin vida ¡sobrado me habrán visto en ellos.»
vuestros cuidados hubiera vuelto yo á la Algo amargas hubieran sido estas pala­
vida? Ay de mí! Yo soy quien he turba­ bras si no las hubiese acompañado una
do vuestra existencia con mis desgracias, cspresion suave. Riperto ha comprendido
echando sobre vuestras facciones un ve­ que en el fondo de aquel corazón tan
lo de cansancio y de dolor que altera sus tierno y generoso existia un dolor secre­
encantos. Vuelvo á encontraros con trans­ to, fijo é inconsolable. Enmudece: Iné»
porte , no como antes sino mucho mejor ha salido.
Oh! es la verdad que os hablo. Inés! ya
no mas pesares dolorosos : con una alma
como la vuestra todo es juventud y be­
lleza. Inés! nada habéis perdido.
— Riperto ! responde la joven ; me
alucinaríais , y fuera bastante desgracia.
136 CAP. VIH. l37
LA VERDULERA.

de ambición, solo deseaba los goces de


una vida doméstica, y esto le era nega­
do. Su padre, ocupado en el desempeño
Capítulo viii. de sus deberes, se entregaba al mundo,
é Inés no tenia madre. Así es que á falta
de distracciones positivas buscaba otras
imaginarias. Los rayos del sol la encon­
traban en los campos, abismada en pen­
Riperto ha recobrado sus fuerzas , • samientos que eran todo su encanto y
puede espresar su reconocimiento al an­ dulzura. La noche tenia para su alma
tiguo amigo de su padre. El abogado ge melancólica un lenguaje de misterios y
neral Desmarels, dichoso de poder cui de fantasmas que á su modo se esplica-
darle como á un hijo, toma la precau­ ban, según eran sus temores ó esperan­
ción de alejar de sus ojos y de su pensa­ zas. Inés estaba sola... siempre sola.
miento todo penoso recuerdo é imagen Mientras peligró la vida de Savoisy, se
de agitación. No sale de sus labios la me­ había guardado el abad de Champeaux
nor palabra que recuerde el proyecto de de dirigirle la menor queja acerca del
enlace entre las dos familias. Las mas de­ duelo. Pero el herido está restablecido
licadas atenciones alivian al convalecien­ ya , y deja el lecho del dolor *. Ambrosio
te, y principia una dulce intimidad en­ tiene pues derecho á hablarle.
tre el guerrero y el magistrado. Sola, en­ «Hijo mió! es preciso manifestároslo:
tretanto, Inés lloraba. vuestro duelo ha tenido consecuencias.
Era tan triste su situación! Sin asomos Hasta ahora os lo habian ocultado para
i3 8
LA VERDULERA. cap. viii. i39
no agravar vuestros males. Trie-Clialcau peutimiento en su demudado semblante.
ha m uerto.
«Te arrepientes, prosigue Ambrosio;
— Ha muerto! tu falla puede espiarse, mas no sin casti­
— Y á vuestros golpes, la noche del gos ; los has merecido , y deben pesar so­
combate.»
bre tí. Riperto, no imites á la juventud
Torna pálido Riperlo; el abad de actual que divide su vida en dos seccio­
Champeaux continua : nes , una para la sabiduría y la piedad, y
«Junto á la punta de vuestra espada ; otra para el desorden y la locura. Pasan­
hijo mió, habia una alma, y alma in­ do de este modo de la luz á las tinieblas,
mortal ; sin embargo, la habéis arranca, y de la oración á las orgías, mezcla el
do del cuerpo para enviarla perdida ysin bien y el mal, atraviesa el cielo y el in­
socorro delante del Dueño de los ciclos, fierno ; «cuando se acabe el placer, dice,
al pie del tribunal supremo!.. Tal vez la habrá lugar de arrepentirse.» De este mo­
muerte ha sido doble ; para vos es igual do el último refugio, los remordimien­
el enmen. ¿Y quién os abrió el abismo? tos de fatal origen le parecen un puerto
la coquetería de una muger..... algunas de salvación. Pero... ¿es segura para él
palabras imprudentes. Por esas vanas mi- la hora del arrepentimiento? De qué le
serias, heos aquí inmolado para siempre servirán los remordimientos?... No son
uno de vuestros semejantes, y perdido mas que la obscura y empañada corona
de cuerpo y alma para este mundo y el de una soberanía ; corona que se lleva
otro!.. ¿Pensaste en ello, hijomio?» con frente abatida, porque su peso es
Un frió mortal recorre las venas del fatal.
caballero, y se pinta el dolor y el arre- — Padre mió'.
i4o
I.A VERDULERA. CAP. VIII. l4l

— Carlos VI , continua el sacerdote , te, que dicen está apasionado por ella,
quería vengar la muerte de Trie-Chateau; la ha aconsejado un viaje en sus altas
pero sabiendo que te encontrabas á la miras políticas. La presencia de la Vizcon­
orilla del sepulcro , ha suspendido su fu­ desa en Rúan puede ser muy útil en las
ror. Sin embargo, todavía no está obte­ actuales circunstancias. La capital de
nido tu perdón y te amenaza un decreto Normandía está dispuesta á dar un sacu­
de destierro. dimiento .... engéndrase allí una revolu­
Me someteré sin murmurar. ción.
— No para aquí, repone el Abad ; — Ambrosio!... qué peligro para ella !
aquella cuyo nombre se encuentra fatal­ — Todos la idolatran en Rúan, y el
mente mezclado á tus escandalosas proe­ pueblo es su esclavo.
zas , la vizcondesa de Meauv ha dejado — Y creeis vos en el amor del pueblo ?
París y la corte. Habiendo perecido por — No; pero sí en el poder de las rique­
tu mano su futuro esposo, ha partido zas, en el influjo de los grandes , y en el
con el alma traspasada... prestigio de la beldad.
— Hacia donde? — Otras son mis ideas, padre mió; solo
— A Rúan ? creo en la sed del desorden , en la pasión
— En busca de un retiro? del pillaje , en el amor de los destrozos.
— No lo creo, Riperto : no le conviene — Tus ideas no escluyen las mias ;
el retiro : una chusma de adoradores la Dios lo decidirá con el tiempo. El rey
rodearan en Rúan como en Paris. Posee reúne sus ejércitos; marchará si conviene
allí vastos dominios, y ejerce mucho in­ á la cabeza de los suyos contra toda ciu­
flujo ; por otra parte, el príncipe Regen­ dad rebelde : si se obtiene tú perdón , si
*4® IA VERDULERA, i43
CAP. VIH.

no recae sobre tí ningún decreto de des­ ahora no lo es. ¿Qué le dijisle al Regente
tierro, te reunirás á sus valientes. de Francia? « Me casaré con Inés Desma­
— Con transporte.... con felicidad, rets: mi padre me lo ha mandado.» Estas pa­
locante al himeneo prescrito por labras, pronunciadas con energía y repe­
tu padre , estás resuelto ? tidas por cien voces , han adquirido fuer­
— Todavía no. za de ley. Publicadas por el duque de
— Porqué ? Anjou sin que le hayais contradicho, y
— Vos os opusisteis, lo que es para mi en presencia del Monarca , son para vos
un obstáculo. un lazo muy fuerte, lian sancionado el
. Riperto!... quieres seguir mis con- decreto pronunciado por el autor de
sej os ? vuestros dias ; han comprometido á la
—Sin titubear; qué debo hacer? hija de Desmarets... y lo repito, hijo
—Casarte con Inés Desmarets. mió, si Riperto es hombre , si oye la voz
— Qué oigo!... En la abadía , no pen­ del deber , ya no le son permitidas dudas;
sabais así hace poco : no era esta vuestra su obligación es sagrada. Las pasiones
opinión. tienen muchos senderos ; mas él honor
— Las circunstancias han mudado. solo uno , Savoisy. »
— Esphcaos!... no puedo comprende- Nada contesta el caballero, y en el fon­
ros. do de su corazón medita lo que acaba de
Pregúntalo á tu conciencia ; ya no oir. El modo como ha hablado el abad
eres libre de disponer de tu suerte. de Champeanx de la vizcondesa de Meaux,
— Lo sé... el mandato paternal... hiela en su alma terribles recuerdos. Pa­
Era en otro tiempo un secreto ; mas rece que le desencantan. Tal vez lo que
i44
LA VERDULERA. CAr. vni. i45
acaba de perder Eloína , lo está ganando miserable sin recursos, Mas , no está aquí
Inés.... El santo anciano observa , y pro­ el peligro' el verdadero móvil de la re­
sigue : belión, la rueda de la convulsión, es
«Desecha tu corazón á Inés? una muger.
— No , padre mió ; antes la presta ho­ — Es posible?
menaje. Espresa lo que siente por ella , —Joven y hermosa.
que es reconocimiento y admiración... — Joven y hermosa! interrumpe el
— Te comprendo: lodo..... escepto Abad , lo adivino... es Elisa.
amor. — Elisa !... esclama Ripcrto.
— Tal vez necerá. —Ella misma. La guia un poderoso ge­
— Síj no lo dudo. » nio , la venganza. Exaltada con su dolor
Interrúmpesela conversación. El abo­ filial, fanatiza al pueblo. El ejemplo de
gado general Desmarets, cuya fisonomía María Gertrudis , que insurrecciona hoy
habitualmente austera mudaba rara vez dia la Flándes , anima sus esfuerzos. Es
de espresion , se presenta inquieto y tur­ imponderable su elocuencia : les ha dicho
bado. Su paso era precipitado. vencerémos ! y ha vencido.
«Señor Abad! dice el magistrado , lle­ — Se vende tal vez por inspirada ? pre­
ga el caso que yo había previsto. El fue­ gunta Ambrosio.
go délas sediciones , comprimido en Pa- — No por cierto, responde Desmaretá.
)is , estalla con violencia en otras partes: Solo la anima una idea: vengar la muer­
Rúan se halla en completa revolución. te de su padre. Ah!..... decidme, señor
— Qué gefe manda á los rebeldes? Abad: Pablo Morand mutilado, asesinado
— Un mercader, llamado Gros , un delante su misma hija, ¿no fué un espee-
tomo 1. 10
l4S LA VERDULERA. i CAP. VIII. 1¿¡7

táculo horroroso?__ Tamaños hechos que ningún potentado , bueno ó malo ,


dan margen á terribles conmociones, piadoso ó cruel, no permanecerá bajo la
Luis de Anjou siembra persecuciones, y púrpura: todos acabarán sus dias dego-
recoge trastornos. ¿A quien culparán los i liados. El pueblo , dice Platón es un dra­
desórdenes? lloy dia el pueblo francés, gón que tiene mil cabezas, y que amena­
como en otro tiempo el egipcio, ya no za devorarlo todo.
espera la muerte de los príncipes para —-Sobrado lo sé, repone Desmarets;
juzgarlos: el hecho de ser soberano no pero tampoco es posible disimular que la
dispensa de mostrarse digno del trono. generación actual, lascando el freno y
¿Creéis de buena fe que el gobierno odio­ deseosa de innovaciones , comunica á to­
so del Regente, que amenaza todas las das partes la agitación que la atormenta .
existencias, pueda exigir en nombre de ha nacido en las convulsiones políticas,
la sana justicia que jamás ataquen la y ha recibido una existencia impetuosa.
suya? Bajo la púrpura , dos columnas Es imposible hacer carrera con ella ni
necesita para sostenerse la monarquia : destruirla. Ah! guardaos de mirar de
ante todo su derecho , y en seguida su frente esas imaginaciones generosas , con
ejemplo. máximas de independencia : es menester
— Peligrosa tesis! repone el abad de convencer, y no degollar. Por medio de
Champeaux; ella autoriza el desorden y los calabozos y cadalsos no domaréis las
justifica la insurrección. Discutir sobre ( inteligencias cuya naturaleza sutil rehuye
los fundamentos de la autoridad suprema las impresiones del acero. El arte grande
es socavar sus fundamentos. Dejemos que cu política es saber dar una dirección sa­
los pueblos juzguen á los reyes, y veréis bia y hábil al pensamiento de los tiempos
i48 LA VERDULERA. CAP. VIH.

y de los hombres. Desgraciadamente la audaz , el brillo y los triunfos. Emplear


Francia ha sido siempre un pais sin pre­ con ella miramientos es querer acarrear­
visión. Ha abandonado á sus soberanos se su desprecio. Además, ¿ hay algo mas
un poder sin limites, ó les ha dado un destructor en la tierra que la debilidad
cetro sin vigor: hoy dia son objeto de unida al temor ?... Sirvan de ejemplo el
adoración y de inciensos; mañana no niño y el loco.
hay bastante lodo para cubrirlos. Sabéis —¿De este modo, dice el abogado ge­
porqué? por una mala instrucción y di­ neral, queréis que el pueblo, condenado
rección. Los que gobiernan se quejan de como los brutos á no tener reflexión, vo­
la corrupción general , y no saben que luntad, ni derechos, se vea eternamente
esta sale de su mismo seno. Brille la vir­ reducido á humillarse cobardemente bajo
tud en el corazón del Estado , pronto re­ cualquier yugo, sin osar gemir ni quejar­
correrá todas las venas. se?..... Según esto la fuerza lo hace todo
— Sin duda observa el Abad; pero hay para vos? Ahora bien! según vuestro ar­
naturalezas que no admiten disciplina, y gumento, si el derecho consiste en la vic­
nuestro reino ofrece muchas de estas. Le toria , el pueblo tendrá razón si triunfa.
es insoportable la paz, y si no mudan las -—No, porque cuando el pueblo triun­
cosas ningún pais podrá aspirar al reposo fa, á Dios leyes, reposo y justicia. De
delante de un pueblo que nunca quiere los actos y sacudimientos populares, ¿qué
estar trauquilo. Empeñándose en mil han salido mas que ruinas? Qué es lo que
cuestiones sin resolver ninguna , la Fian ha rodeado á las generaciones amantes de.
cia solo comprende la fuerza, y la pre­ la libertad mas que muerte , desorden y
fiere á la justicia : solo ama y admira lo crímenes? Los nobles quemados, los sa-
l5l
i5o LA VERDULERA, CAP. VIII.

cerdotes degollados, los fetos arrancados do al trono al que le ha elevado la Pro­


del vientre de su madre y devorados por videncia sube también a un altar donde
los canibales , incendios y asesinatos , pi­ puede ser sacrificado , y que en su augus­
llaje y sacrilegio ! Y aun declamáis contra to santuario participa á la vez de la con­
los príncipes? Tuvieron lugar bajo su yu­ dición de ídolo y de víctima.
go semejantes hechos? Muchos sin duda Desmarets se espresaba con ardor , y
se han engañado: eran hombres como parecía inspirado su acento. Lleno de in­
nosotros ; sin embargo, comparad los tenciones generosas, creia que para la fe­
reinados; el del monarca tirano era un licidad de las naciones convenia que el
^=5=s=

ataque deplorable contra las leyes de la poder real tuviese constantemente á la


moral eterna ; el del pueblo soberano era vista la soberanía popular que le contu­
la completa disolución del edificio social. viese en sus límites. A su modo de ver

I Confesadlo; la autoridad suprema debe


bajar al modo de los ardores del sol y
no elevarse como los vapores.
existían en punto á gobierno obstáculos
útilesyenemigos necesarios. Opinaba qué
para poner en equilibrio los intereses ge­
íNo pretendo, señor Abad, pre­ nerales y las pasiones particulares , era
dicar la destrucción de los reyes, solo preciso oponer perpetuamente la doctrina
defiendo la,causa de lps pueblos. No con­ republicana á la creencia monárquica.
venís conmigo en que es forzoso conte­ Pensamiento seductor pero peligroso!
ner al monarca en la carrera del despo- combatir al veneno con venenos, y al in­
.tismo? Pues bien! Para lograrlo es for­ cendio con las llamas; poner á la vista los
zoso hacer saber que no ha sido escogido partidos, y alizar la discordia para sufo­
sino para obrar con justicia, que subieu- carla ; equivaldría á querer vivir por la
LA VERDULERA. i53
CAP VIH.
muerte, y á crear por medio de la des­ la. Lleva un rollo de pergamino que aca­
trucción. ba de entregarle un oficial délos guardias
Ay de mi! ¡as revoluciones que abren del Rey. Eslá sellado , é Inés presiente un
un vasto campo á la elocuencia , hablan golpe funesto.
con vigor á las imaginaciones ardorosas. Desmarets lee el escrito, y no se nota
El genio busca én ellas con entusiasmo sorpresa en su semblante.
un mundo nuevo una edad dorada.... se «Riperto! una sentencia real! un de­
lanza... y qué sucede? Inflama y no pue­ creto de condenación!..... Soy juzgado
de arreglar; destroza y no puede volver á sin oirme.
construir. i—Akl sin duda Carlos se ha engaña­
Savoisy escuchaba con conocida curio­ do. Acudid ante el trono y defendeos.
sidad ; la juventud deja arrebatarse de — Me prohíbela entrada en palacio,
ordinario por ilusiones generosas : las teo­ y me deslierra de su presencia. La orden
rías de Desmarets que constituyen á to­ es formal: esta noche debo salir de Pa­
dos ]qs hombres hermanos, y hacen de rís.
todos los pueblos reyes , tenían un brillo — De qué os acusan pues?
seductor, y han conmovido y alucinado — De fomentar las discordias civiles ,
al jóven. Para el no es ya el abogado ge­ de sostener á los sediciosos, de ser la ala
neral un gefe de facción ; es un magis­ laya de la rebelión , de estar relacionado
trado magnánimo, un noble amigo del secretamente con todos los panes revo­
género humano. lucionados, de ser el apoyo de los nova­
Kesuenau precipitados pasos. Precipí­ dores, y de soñar en la república.
tase Inés hacia $u padre , pálida y trému­ Ambrosio sacude la cabeza.
i54 i55
LA VERDULERA. CAP. VIII.

Son calumnias, asilo creo, respon. pitarse á caer en la tierra sin remedio.
de con una voz severa; pero no me admiro ■—El abogado generalse vuelve fría­
de ello , vuestras palabras pueden liabei- mente al conde de Savoisy.
dado margen .. — Joven! hace tiempo qne debia ha­
También vos abrigáis odiosas sos­ blaros de un importante negocio ; el mo­
pechas! dice el magistrado indignado. mento ha llegado ya. Cuando colocado al
Pero se setena al instante. frente de la magistratura de Francia ocu­
-El porvenir me justificará, prosigue paba un lugar distinguido en Paris . con­
con tono solemne; fiel servidor del Rey, fieso mis deseos de que pudieseis llegar á
voy á obedecerle sin murmurar. Con to­ ser mi hijo : asi lo quería vuestro padre ,
do, no seré traidor á la causa del pueblo, y ésta alianza me hubiera sido grata. Hoy
y venga lo que viniere estoy pronto á pe­ dia se desvanece todo; tal vez ya he per­
recer por ella. dido poder, dignidades y riquezas; ya
— Si es así, esclama Ambrosio con do­ no me encuentro en situación de ofrece­
lor, os predigo que pereceréis. ros un porvenir dichoso. Esto debe mu­
Enhorabuena, cúmplase mi destino. dar nuestras resoluciones ; ya no mas ma­
— Pues qué! repone el abad deCliam- trimonio , lliperto ; lejos de mí la idea de
peaux, luego no hay lecciones ni espe- asociaros á mi desgracia , á mi destierro ,
riencia en materia de fe política ? según á las desgracias tal vez terribles que me
esto no mudaréis de pensar ! Ah! conti­ amenazan ; Ambrosio acaba de ver para
nuad , adelantaos en la fatal carrera en la mi el cadalso. Savoisy! nuestros vínculos
que os habéis empeñado; partid ! pero están rotos, prosigue Desmarets con cal­
tened entendido que es muy fácil preci­ ma ; os restituyo la libertad.
156
I-A VERDULERA. CAP. VIII. 107

— Mi libertad ya no la tengo , escla- Pensad que sobre mi cabeza pesa boy dia
ma con ardor el caballero; las palabras una sentencia de destierro.
que acabais de pronunciar me encadenan —Cabalmente es el destino que nos une
a vos para siempre ; os pido solemnemen­ á entrambos, interrumpe Riperto. ¿No es
te la mano de vuestra bija. Ayer, cuando toy yo mismo amenazado de un destier­
era feliz vuestra situación y brillante ro? Además me parece que oigo la voz
vuestra existencia , podía temer , en la de mi padre en el lecho de mi madre
edad en que las pasiones ciegan, no ser moribunda: Si la desgracia persigue d Des-
digno de Inés , y me era permitida la ir­ marets , sé su protector, sé su hijo. Padre
resolución ; pero hoy dia que la prosperi­ mió, bendíceme délo alto de los cielos!
dad os abandona, ya no es lícito titubear; te obedeceré.»
mi vida os pertenece, osla ofrezco, dis­ Su actitud era sublime; ningún desor­
poned de ella. den ni fogoso arranque; su fisonomía
No, responde con emoción el ma­ tranquila y hermosa , estaba brillante de
gistrado ; no, no acepto lo que un pri­ valor y piedad filial ; su voz no tenia na­
mer movimiento de generosidad acaba de da de exaltado; no se traslucía exagera­
dictar á vuestro noble corazón ; antes es­ ción en su lenguaje; era sosegada su mi­
perare que la reflexión baya reemplazado rada, y tranquilo y fijo su aspecto. Am­
al entusiasmo , y los cálculos de la razón brosio está lleno de admiración.
hayan sucedido en vos á las inspiraciones «Bien, hijo miü, bien! dice el santo
del sentimiento. Poco honroso seria para sacerdote ; sigue adelantándole de este
mi aprovechar un momento de exaltación modo en la vida... Dios le bendecirá.
para sujetaros á mi destino para siempre. —Qué ! interrumpeSavoisy, ¿aprobáis
»58 LA VEIlDULEftA. cap. viii. i5g

mi conducta condenando á Desmarets. ? tended la mano á vuestro rendido hijo.»


—Doquier condeno el error y aplaudo El Magistrado mira á su hija , y parece
la virtud. Desmarets toma una senda tor­ indeciso, como si hubiesen vencido ya su
tuosa , y Riperto sigue la recta, corazón.
Alejábase el abad de Champeaux. «Inés! tú decidirás, ya que se trata
—Un momento, ministro del cielo, de tu destino. Ven, pronuncia el fallo.
dice deteniéndole el magistrado ; nece­ —Iués! añade Savoisy , unid vuestras
sito de vos, quedaos. No animéis á vues­ instancias á las mias. Nuestra suerte está
tro discípulo que se sacrifique por mí. en vuestras manos.»
Por favor , ayudadme á enseñarle sus Pero la joven tiembla , pudieudo ape­
’verdaderos intereses. Se alucina , sigue nas sobrellevar la felicidad que la abru­
mis pasos, y puede perderse. ma y la espanta : ah! si el golpe hubiera
—No tal : responde el Abad: Riperto sido mas fuerte era mortal.
puede deteneros ; seguid los suyos y os Cuantas ideas á la vez. Riperto obedece
salvará. al deber, al entusiasmo y al honor... pe­
— ¡Hombre inspirado de Dios, cuan ro , ¿en medio de estos arranques, se con
dignas son vuestras palabras! esclama cede algo al amor? su voz no se lia deja­
con transporte el paladin, vos ensan­ do oir.
cháis mi existencia , y me abrís un mun­ « Titubeáis ! repone Riperto ; ¿ me lia
do de gloria. Servir á mi país y á mi bria engañado? estará cerrado para mí
Príncipe conservándoles un genio es vuestro corazón?
una idea admirable. Oh! no lo rehuséis, —No, responde la jóven con candoro­
Desmarets! os pido á Inés por esposa: sa franqueza ; no es el mió un obstáculo:
itio LA VERDULERA,
CAP. VIII. 161
solo el vuestro me alarma. Miráis desde Pero acercándose á la hija de Desmarets
tan alto la vida , para que podáis verme á y penetrando esta alma angelical, era
mí, tau pequeña! Oh! no tengo yo el preciso lomar su naturaleza : era una
presuntuoso deseo de inspirar una pasión atracción divina: se sentia á su lado la ne­
y de llenar vuestro corazón en la tierra; cesidad de la virtud. El caballero levanta
renuncio á un amor decidido: pero mo­ su mano.
riria de dolor si no inspirará algo de ter­ —Inés ! testigo el cielo ! si me conce­
nura.
déis vuestra mano, solo os perteneceré á
—Y porqué no inspirar mucha? dice vos , solo á vos, sobre la tierra.
Riperto, ¿qué os falta para hechizar? —Dios mió! dice Inés, esto seria de­
—Ay de mí! no me lo preguntéis. Mi masiada felicidad: ¿puedo esperarla? de­
turbación no me permitiría escoger las bo creerla?
palabras ; algun nombre quizás asoma­ —Luego me amais ! esclama Riperto.
ría en mis labios que resonaría sobrado —Ayudadme, padre mió, ayudadme á
pronto en vuestra alma.»
vuestra vez : responde la joven desecha
Inés ha pronunciado estas palabras en en llanto. No tengo mas fuerza para lu­
voz baja, lentamente, y cual si la causa char.»
sen dolor y fatiga.
Harto habituado Desmarets á leer en
Oh! habia tanta tristeza en su amor! los corazones para engañarse en su ob­
y tanto amoren su tristeza!...
servación , ha descubierto el amor de su
Riperto ha comprendido su lenguaje. hija, y cesa su indecisión.
Ningún nombre ha pronunciado Inés, y
« Riperto ! mi Inés os pertenece , pe­
sin embargo aquel ha oido el de Eloína.
ro con la condición espresá de q?» antes
TOMO i. 11
102 LA VERDULERA. CAP. ix. i
de conducirla al altar lo participaréis a
vuestro rey. Pensad que la muerte de
Trie-Chaleau puede desterraros de Fran­
cia. Id á implorar vuestro perdón: Car­
los VI os lo concederá. Por lo demas, co­ (Capítulo ix.
mo oficial del Príncipe regente , debeis
obtener una autorización de matrimonio
del poder supremo. En caso de negati­
va, os seria forzoso renunciar á los des­ Kipfrto ha solicitado una particular en
tinos de la corte. ¿Tendríais valor para trevista con Carlos VI; se le ha concedí-
ello? ,.-lo, y el futuro esposo de Inés pasa al pa-
— No era otra mi idea. laci'.o de san Pablo.
— En tal caso , abrazo desde ahora á Pea ro Bourneseau , maestro de cere­
mi hijo. monias , le ha hecho esperar algunos ins­
tantes en ,1a grande galería de lajKfjísion
del Sobefj,ailL Veíase allí un enorme ho­
gar don ríe podían estar sentadas cien
personas calentándose cómodamente.
Cárlos VI se encontraba en este mo­
mento en la retirada estancia regia. Pá­
lido y enfermo, acababa de salir de un le­
cho donde no habia podido encontrar el
sueño que buscaba. Cubierto de un ri-
l64 LA VERDULERA.
CAP. IX. i65
quísimo ropaje , eu el que brillaban pie­ La desgracia es irreparable; ¿como te jus­
dras preciosas de las cuales una había
II pertenecido al rey de Chipre, llevaba en
tificarás á nuestros ojos? habla Riperto,
te escuchamos.
el dedo un diamante que adornó la ma­ Savoisy, en ademan sumiso , responde
no del rey Juan en la penosa jornada de con voz conmovida.
Poiliers. Sobre una mesa brillaba una —Señor! pronunciad mi sentencia:
bajilla de oro preciosísima. Una copa qué podré decir para defenderme? un pa­
del mismo metal , en la que habían be­ ladín ha caido bajo mis golpes ; me ha-
bido Dagoberto , Carlomagno y san bia insultado públicamente; debía matar
Luis , estaba al lado de la vajilla : dos ó morir; maté. El honor me ha ordena­
espejos de pulido acero brillaban á la do el combate : fué una lucha encarni­
vista. 4r>": zada , un duelo á muerte. El juicio de
Riperto ha penetrado hasta la estancia Dios me ha favorecido: aguardo tran­
de Carlos. Esperaba encontrarle s-olo, pe­ quilo el del Rey.
ro ’¡uiín á él está el duque de Alnjou. —Riperlo , Dios y el Rey te perdonan.
« Acércate, dice el sobt'.ao o. Vienes Savoisy se arrodilla.
sumiso y arrepentido á solicitar el perdón — Gloria y reconocimiento á entram­
de nuestra clemencia Real. Cierto que no bos!..
podremos olvidar que has sido el testigo y —Levántale, responde el Monarca; ol­
compañero de nuestros primeros años. vido para lo pasado : pero prudencia y
Sin embargo, fuisles muy culpado ; tu sabiduría para el porvenir. La unión de
acero nos ha privado de uno de nuestros nuestros bravos guerreros nos es mas ne­
mas fieles súbditos y bravos guerreros. cesaria que nunca , porque se adelanta
i66 LA VERDULERA. cap. ix. 167

antorcha en mano una generación de so Trasmúdase el rostro del Monarca.


listas para derribar el trono y el estado. —Riperto , conocemos á Inés; cuando
Si los escucháis es preciso esprimirla so­ niño jugábamos juntos, y haciendo jus­
ciedad para sacar de ella un nuevo géne­ ticia á sus admirables cualidades toma­
ro humano. Riperto ! ¿puedo con ar con­ mos interés por ella; pero Desmarets es
tigo? traidor á nuestra causa.>
—Señor, hasta la muerte. El arrepen­ El duque de Anjou qilc hasta este mo­
timiento me trae á vuestros pies ; os le mento parecía no prestar atención , se
ofrezco , y os probaré mi lealtad. acerca á Savoisy.
—Pues bien ! mañana te confiaremos « Valor '. le dice el Regente con su to­
una misión importante; estás dispuesto? no de sarcasmo habitual: escoges á Des­
—Mañana! marets por guia y por padre? bravísimo;
—Pareces turbado. ¿ Qué obstáculos te ya te veo detrás de él entre los regenera­
detienen ? fuera rodeos, habla. dores de la Sorbona, censores de la no­
—Si V. M. lo permite desearía antes bleza y aduladores del populacho. Casi
de partir obtener una gracia. He escogi­ los imitas ya protestando tu lealtad al rey,
do una esposa y antes de conducirla al porque esos hijos de revolución son tan
altar... melíficós en sus palabras como feroces en
—Te casas! interrumpe Garlos ; luego sus acciones ; entregándose al asesinato
deseas nuestro consentimiento? Pió es co­ profesan horror á la sangre y nuevos Ju­
sa imposible ; ¿ pero , cual has escogido? das se preparan á ser traidores á la mo­
—Un modelo de virtud. La hija de Juan narquía , á la justicia y á la humanidad,
Desmarets. besando primero la frente.
*6^ LA verdulera. CAP. IX. 169

El Rey se levaula bruscamente. todos los brazos poderosos os defienden.


Basta de funestas querellas y sinies­ No lo dudéis, los herederos de Felipe
tros presagios 1 Nuestro augusto padre al Augusto y de san Luis, vivas transmisio­
fin de su reinado lia visto también como nes de glorias pasadas del país, atravesa­
nosotros legiones de novadores y ejérci­ rán como vencedores la época actual y
tos rebeldes, y los ha vencido y domado. las edades futuras. No creáis en las calum­
¿Porqué no podemos hacer lo mismo ? » nias esparcidas contra la juventud , por­
Apoya su mano sobre su frente y repo­ que es valiente , la inflama el honor y la
ne con tono doloroso: entusiasma lo hermoso y lo bueno. Un
« Ay de mí! es que mi cabeza está dé­ momento podrá deslumbrarla lo falso,
bil. Las profecías y los sortilegios..... los pero lo verdadero la alumbra tarde ó
navarros y los venenos.... las conspiracio­ temprano. Señor fiaos en la Francia.
nes y las asonadas... todo perturba mi — El cielo te oiga, dice el Rey.»
razón. Cuantos peligros al rededor de Era penosa su sonrisa.
mi! allí, Riperto, sobre esta misma ca­ Pero el duque de Anjou, interponiendo
ma, mi padre murió envenenado.» su satírica ironía entre el desaliento del
Los colores purpurinos de la fiebre Monarca y la orgullosa indignación del
animan las mejillas del Monarca. Baja su paladin, vuelve á tomarla palabra en es­
frente y suspira. tos términos:
Señor dice el discípulo de Ambro­ «Riperto, tu lenguaje es entusiasta,
sio la f rancia está protegida por el cielo bien sea natural ó ficticio. Si tienes razón
desteuad esos sombríos pensamientos; en creerlo, triunfaremos, muy seguro es­
todos los nobles corazones os pertenecen; toy de ello. Que significa reinar ? querer :
’7° VERDULERA’, CAP. IX. 171

pues bien queremos. Sienta mal la leni- Ay de mí! sin embargo el pais era di­
dad y seremos enérgicos. Ved el rebaño choso antes de imaginar que no era li­
que pace por los campos: le guian tal bre !
vez los corderos?.... Pero volvamos á tí — Se calumnia á Juan Desmarets, res­
bello caballero : te prometes la felicidad ponde Riperlo con energía. He leído el
did matrimonio que proyectas : nada mas fondo de sus pensamientos , y solo he
natural, porque la esperanza y la vida visto amor á sus semejantes, abnegación
confundidas en nosotros , como el calor de sí mismo y lealtad para con la monar­
y la luz en una antorcha, solo seestin- quía. Señor! no le juzguéis sin oirle.
guen juntas: pero tal vez ignoras que — Conocida es su elocuencia interrum'
Desmarets está desterrado de Paris por pe Luis de Anjou, y no le faltarán espe­
orden del bey. ciosos argumentos para probarnos la rec­
— Parte esta noche, lo sé Señor. Algu­ titud y pureza de sus intenciones. Tam­
nas veces la severidad es justicia ; sin em bién Satanás rebelado contra Dios tenia
karg0> ¿es el verdadero deber de un prín­ miras elevadas, quería emancipar á los
cipe mirar la clemencia como un error, ángeles. Por lo demas entre el populacho
y la bondad como un crimen ? apelo á encontrará Desmarets menos obstáculos-,
todo corazón noble, perdonad, señor no tendrá un cielo que corromper.»
Regente! solo me dirijo al Rey. Gustánle poco á Carlos los sarcasmos,
Juan Desmarets, repone Garlos, es­ y volviendo la espalda al Regente solo
tá acusado dé ser él foco de las discordias contesta á Riperto :
civiles, y de encaminar al pueblo á la in­ • So odiamos ciertamente al abogado
dependencia por medio de la rebelión. general de Paris, porque recordamos que
CAP. IX. 17®
17 2 LA VERDULERA.
rana y el brillo de la grandeza suprema
sirvió con lealtad á Felipe de Valois, al
brillaban en este noble arranque. Carlos
rey Juan , y A nuestro padre Carlos V. No
te prohibimos casarte con su hija; pero te VI levantaba su frente, y era imperativo
mandamos que no la conduzcas al altar su ademan. Luis saluda y se retira.
hasta que hayas llenado tu misión. Si pa­ Fugitivo rayo de sabiduría! efímero
ra entonces abjurando Desuñareis sus fal­ movimiento de energía! el vastago de
sas doctrinas, repara sus faltas, y seso- Carlos el sabio, cayendo de nuevo en su
mete A uuestra voluntad soberana , le ad- languidez apática , ya no era el vigoroso
mitirémos A nuestra presencia, ratifi­ heredero de Felipe Augusto, sino un dé­
caremos tu himeneo concediéndole su bil niño.
perdón. Pero que se ausente de París y «Mandad! donde debo dirigirme? di­
no se meta en ninguna intriga. Repítele ce Riperto con transporte; mi brazo,
estas palabras. mi fortuna, mi vida , mi carrera , mi vo­
— Permitid!... Interrumpe el Duque. luntad, todo lo que el corazón del hom­
—Esta es nuestra voluntad, dice el Rey. bre posee , lodo os pertenece.....
—Pero señor! yo, dice el Príncipe.... Carlos VI le clava una de aquellas
— Duque! repone Carlos indignado, miradas que solo denotan debilidad de
si vos sois regente, nos somos monarca. los órganos y estincion de la vida. De es­
Ha llegado nuestra mayor edad, y den­ te modo A una espansion ardorosa acos­
tro poco acaban vuestros poderes. Por tumbraban A suceder en él los sentimien­
otra parte la Italia os llama, y Ñapóles tos de la nada. Esta interrupción de toda
reclama A su rey.» facultad moral era en verdad momentá­
Todo el prestigio de la majestad sobe- nea en esta época de su reinado ; pero no
>74 cap. ix. iy5
LA VERDULERA.

por esto dejaba de ser nn continuo obje­ es la única: el espíritu de revolución re­
to de espanto para sus leales servidores. volotea sobre nuestras provincias. Las
La superstición lo atribuía á los malefi­ principales ciudades del Poitou , Auber-
cios. Ay de mí! el hijo de Carlos V, es­ nia y Langiiedoc , relacionadas con Pa­
tremeciéndose delante del porvenir co­ rís, se declaran independientes. Los doc­
lumbraba ya á lo lejos la demencia de tores de la emancipación trabajan del
Carlos VI. norte al sur, Suiza, Inglaterra y Flan-
“ Señor ! continua Savoisy después de des, han dado el grito de : guerra á las
un largo silencio, qué misión me dais? monarquías !■■■■ grito que ha encontrado
Pronto estoy á llenarla. Espero las órde­ eco. Desgracia!.... desgracia al mundo
nes de mi Rey. » entero y el trono es derribado en Fran­
Pero Cirios con la cabeza inclinada , cia !....
estaba penosamente tranquilo: perdida — No, señor, no lo será; cuenta con
su memoria, estraviada en los recuerdos, fuertes apoyos.
podia apenas formar una idea ; su acti­ — Y tengo poder todavía , añade viva­
tud era la del recogimiento : para poder mente el Príncipe : mi mano puede blan­
contestar la voz esperaba al pensamiento. dir una espada. Nada me es difícil. No
Poco á poco se reaniman sus sentidos. ignoro que para el reposo general solo
«Nuestras órdenes !.... son estas , Ri- es larga la noche de los gobernados cuan­
perto : mañana partirás para Rúan. do es corta la de los reyes. También par­
Pero, Señor!.... ignoráis que la tiremos nosotros para Rúan.
ciudad — Guiaréis el ejército á los combates?
— Se ha sublevado, lo sabemos. No — Todavía mas; á la victoria. Tú, R¡-
l7® VERDULERA, cap. íx. 177

perto, te adelantarás. Toma algún dis­ los que en breve iba á verse espuesto.
fraz , y logrando ser introducido secreta­ «Inés! Inés! murmura.»
mente ála capital de Normandía , procu­ Y su acento se dirigía en voz baja á la
ra reunir á nuestros defensores en lo in­ hija del abogado general como una que­
terior, mientras atacamos nosotros las ja contra su destino, ó como un suspiro.
murallas. Procuremos por medio de la Hablaba en él el instinto del corazón.
astucia evitar el horror del combate. No ha sido notada su secreta agitación,
Abre alguna puerta á nuestras tropas. y el Rey continua :
Hoy dia se halla en Rúan una dama de «Todavía mas, Riperto. Existe en
elevada alcurnia, que por sus riquezas Rúan otra muger mas poderosa todavía
ejerce influjo sobre el pueblo ; es entera­ que Eloina. Esta se halla al frente de la
mente adicta á nuestra causa : es menes­ rebelión, y sus encantos y elocuencia la
ter que la veas, que te pongas de acuerdo han grangeado un imperio irresistible.
con ella, y que unas tu valor á sus esfuer­ Fascina al populacho : es la famosa Eli­
zos. Peligrosa es la empresa... por esto es sa. Sé muchas particularidades de su vida;
mas digna de tí. es tu hermana de leche, y te ama. Fué
— Señor... el nombre de la dama? la amiga de tu niñez; debes verla también
— La vizcondesa Eloína de Meaux. y hablarla. El amor de la Verdulera para
Trasmudase Riperto. Está turbado y contigo puede servir al Rey y á la Fran­
pálido. El noble caballero ha esperimen- cia. Vuélvenos á Elisa! Todo lo puedes
tado toda la gravedad del terrible peso sobre de ella, puesto que le ama.
de sus relaciones secretas con la encanta­ Frunce Riperto las cejas.
dora , y ha sentido lodos los peligros á — Me ama! repite. Solo el Regente
tomo 1. 12
178 LA VERDULERA. CAP. IX. >79
me lo lia dicho : pero nada me prueba — En nombre de su Rey.
este amor. Sin embargo, aun que fuese — ¡Bendito sea para siempre vuestro
verdadero, queréis que con fingidas pro­ reinado.
testas haga uso de un sentimiento como — Tocante al padre de Elisa no pode­
de una arma, para burlarme en seguida mos restituirle la vida. Parte , Riperto :
de la víctima engañada ? No , Señor, soy valor y virtud. No te pedimos que vayas
incapaz de esto. á fingir amor á la Verdulera para sedu­
— Pero la pérfida Elisa. cirlay engañarla : lejos de nosotros se­
— Es culpable, lo confieso. Pero tam­ mejante designio. No ; lo que eximos de
bién delante de ella , y casi en sus brazos tí es que uses noblemente de tu ascen­
han asesinado á su anciano padre, dicien­ diente sobre ella para apartarla del abis­
do lo manda el Rey. Señor, tenia una al­ mo á que quiere precipitarse. Abandone
ma de fuego , y el grito de su sangre fué: ella sus banderas , y aseguraré su existen­
Venganza'. Ya lahanprecipitado alcrímen, cia y velaré por su suerte. Con el tiempo
Príncipe. Hay pérfidos pilotos que por cuando el transcurso de este que lima los
medio de imprudentes maniobras hacen sentimientos mas profundos habrá cal­
naufragar la nave del Estado. Señor ! es- mado su desesperación filial, ya no le
cusad mi atrevimiento. Mi lenguaje es seremos odiosos. Tu misión es hermosa,-
amargo, y mis ideas son desordenadas; Riperto. Perdón, olvido, paz y felicidad;
¡pero quiero á Elisa! Piedad por mí, he aquí mis ideas y tus instrucciones. El
clemencia por ella. Rey te envia guíete el cielo !»
— Riperto! ve á ofrecerla el indulto. El Monarca tendia su mano al paladin.
— ¿En nombre de vos? Riperto la lleva á sus labios.
i8o LA VERDULERA,
cap. x. 181

Vuestra frialdad me admira y me hiela.


Casi he garantido vuestra obediencia y
fidelidad , casi he respondido de vuestra
Capítulo x. alma.
—No respondáis jamás de otro, res­
ponde el anciano magistrado. Apenas es­
tá uno seguro de sí mismo ; ¿y podrá ser
fiador de los demás?
Esta ya Savoisy en casa de Desmarets •-
— ¿Deseáis la felicidad de vuestra hija
le repite palabra por palabra lo que le ha
y la mia? amais á la Francia y al rey ? as­
dicho el Rey.
piráis á que se consolide la paz general?
«Esta misma noche, añade, me dirijo — Tanto como vos , hijo mió, y qui­
á Rúan: concluida mi misión daré la ma­
zás mas.
no á Inés. — ¿Porqué , pues , esas vanas alarmas?
— Mi jóven amigo , yo lo deseo , res­ — Riperto, los acontecimientos de la
ponde gravemente Desmareis. vida son mas poderosos que la voluntad
Estas palabras parece que entrañan una del hombre : lo abaten , se burlan de los
duda. planes y los cálculos. Por esto no pode­
— Savoisy! la vida entera no es mas mos disimular que se preparan grandes
que una larga incerlidumbre. .
borrascas, que pueden igualmente ser víc­
— Tendríais intento , repite alarmado
timas el enano y el coloso. ¡ Quien sabe
Riperto, de resistir á las órdenes del Rey?
donde nos dirigimosjjvos y yo!..
de conservar relaciones con los rebeldes?
—Savoisy! la imprevista notici» de
i82 la verdul-era cap. x.

vuestra misión á Rúan se ha clavado en —Nuestra unión no se retardará mas


mi corazón como un dardo. Lo confieso, que unos dias : mi vuelta será pronta.
el porvenir me inquieta , no para mí en — Puede que sí.»
particular sino para el país y para todos Con esta palabra concluye la conver­
nosotros. El alma tiene una lójica mis­ sación.
teriosa , una conciencia conocedora que Educado Savoisy por el abad de Cham-
nos instruye casi sin saberlo. Yo escu­ peaux en los principios severos de la re­
cho esta voz secreta , que resuena como ligión y de la virtud, se había acostum­
el tañido de una campana. Oigo esa pa­ brado desde su infancia á combatir las
labra fúnebre : desgracia... ! pasiones. Difícilmente la impetuosidad
— No creo en presentimientos , repone del sentimiento triunfaba en él del len­
el enviado del Rey: ¿Salís de París, no es guaje de la razón. Frecuentemente se de­
verdad? cía á sí mismo : La fuerza de mi volun
■—No lo dudéis: esta noche. tad no se doblara jamás ante las exigen­
— Viviréis en la soledad? cias de mi juventud; y si es preciso^ aun­
— Es mi deber. que debiese morir, estinguiré en mi todos
¿Y cuando vuelva de Rúan me dará los ardores de los sentidos antes que fal.
Inés su mano ? tar á las leyes del deber.
— A menos que se interpongan obs­ ¡Ay de mí! vanas decisiones. Guando
táculos insuperables. lliperto se hacia estas reflexiones no ha­
— Si se interponen , pueden vencerse. bía visto todavía ála vizcondesa deMeaux.
Voy á ver á vuestra hija. Mas ahora, ¡qué otro lenguaje se dirige!
— Dirigidla vuestro adiós. <■ ¡Luego voy ¿ ver á Eloína! ¿porque
l84
LA VERDULERA. CAP. X.
me ha encargado el Rey una misión tan gios hacen necesaria una vida de adora­
peligrosa? No he muerto al conde de Trie? ciones é inciensos , aquella que si bien
al enviarme Carlos á dos mugeres, ; me sin quererlo le ha impelido al asesinato ,
cree pues amado de entrambas! ¿Yo ama­ no es ciertamente la compañera que Dios
do de la Vizcondesa?... Tal vez olvidará le destinaba. A sus ojos una muger tal
el duelo... Pero yo! qué podré decir , cual era necesario para la felicidad del
ó hacer? Admite el perdón que he obte­ hombre debia vivir oculta en el mundo ,
nido: si constantemente á su lado respiro sin pompas, sin orgullo, dedicada en­
y vivo con ella, oigo su voz divina , res­ teramente á su esposo: ¿ tal era la vizcon­
piro su aliento , y me enagenoen sus mi­ desa?
radas. Oh! que bueno es familiarizarse Riperto habia juzgado á Inés, descu­
con una beldad que nos encanta , con un briendo la sublimidad de su alma al tra­
acento que nos penetra , y con una ma­ vés de las imperfecciones de su cuerpo.
gia que nos hechiza. _'Ay de mí! mi ra­ Se habia convencido secretamente que
zón , mi cabeza , mi corazón... No sé si Dios y su padre le habian escogido esta
podré responder de ellos. Ay! de antema­ muger. Y acogiéndose al honor, como un
no temo por Eloina , por mí mismo , y náufrago á las tablas de un buque, se
por Inés. apresuraba á encadenarse á Inés por me­
Pero habituado á combatirse, y persua­ dio de solemnes empeños, para poner
dido que el deber le prescribía no solo entre Eloina y él un imposible.
olvidar á Eloina si que’también casarse Inés, sola en su oratorio, percibe de
con Inés, se penetra fuertemente de la golpe á Riperto. Acércase este á comuni­
idea de que aquella cuyo rango y presti­ carla las decisiones tomadas en el palacio
186 cap. x. 187
LA VERDULERA.

de San Pablo: la alegría brillaba en sn cho que miraba á su felicidad para go­
semblante. zar de toda su estension, para compren­
«Inés, concluida que sea mi misión , derla.
dice Savoisy con tono conmovido, vol­ «Porqué llorar? pregunta Riperto.
veré alegre y orgulloso á poner á vuestros — No vais á partir ? dice Inés.
pies mi destino. Renuncio á la corte , á — Sí, la ausencia será corta, y pronto,
las ilusiones de la grandeza y á las vani­ puesto que me amais...
dades de la tierra. Vivirémos solos, en Interrúmpele admirada Inés.
paz , lejos del mundo, y no envidiaremos — Puesto que os amo! repite con un
la suerte á nadie. La verdadera felicidad candor ingenuo; luego lo sabéisI.....
necesita muy poco espacio : huye del bri­ como pues! yo que creia que este secreto
llo y teme el ruido. Nada respondéis? estaba sepultado en el fondo de mi alma :
— Estoy llorando. Riperto ! no abuséis de mi confianza.
La joven en este momento veia abrirse Su pura y candorosa mirada tenia una
delante de ella un porvenir inaudito de espresion encantadora : parecia reflejar
felicidades. Sollozaba, se sentía desvane­ la de los ángeles. En este momento Inés
cer, y pedia lágrimas á su alegría, lágri­ era hermosa , sí, hermosa con todos los
mas que no le negó el sentimiento. atractivos de la inocencia y con todas las
Nada se aleja mas pronto de un cora­ gracias de la melancolía : además, Eloína
zón amante que un pasado doloroso, no estaba presente.
cuando empieza á sonreírse el presente. — Quien , yo! repone el caballero, yo
Inés tenia los ojos bajos. A vista de su abusar de tal confesión!... hacerme in­
contemplación suave y fija se hubiera di­ digno de vos! ah ! como podéis creerlo ?
cap. x. 189
188 LA VERDULERA.
baria culpable de una falta -. esto seria
Dejad que se esplique sin temor vuestra una desgracia y no lo quiero. Es tan her­
alma ! son tan dulces estas palabras con mosa por otra parte la confianza ! como
que los corazones se corresponden unos poder amar sin creer? El amor es en
á otros! deslizase el sentimiento cuando cierto modo una fe religiosa: la fe de
se comprime demasiado : el amor se es-
una alma en otra alma.
tingue cuando raciocina. — Sí, Inés teneis razón : fiaos en mí y
— Ah! me espantáis! dice Inés; un len­ nada turbará vuestra existencia. »
guaje tan peligroso !..... es demasiado ; Pero la joven se estremece; su mano
os he hablado con sobrada precipitación.
colocada sobre su pecho acababa de en­
Dejadme permanecer pura y tranquila.
contrar una cinta que había ocultado
Yo quisiera... Es preciso, Riperto, llamar­
aquella mañana misma: trasmúdase sobre
me vuestra al pie de los altares , pura , en.
manera. Escápasele la cinta, y cae : Sa-
teramente pura.
voisy la ha reconocido ; era la de Eloina.
— Inés! el amor no quita la pureza Mil vagos y coufusos sentimientos agi­
cuando permanece intacto , infeliz de la
taban el corazón de Riperto : enmudece
muger que no ha amado! Desposados en ante el mundo acusador. Inés se vuelve
cierto modo nos pertenecemos ya uno á
tristemente hacia un espejo que tiene al
otro. Inés! Inés amadme sin temor.
lado, se ofrece su rostro á sus miradas.
— Y vos! responde la dulce joven , y
« Oh! suspira en voz baja, ella y yo,
vos!... debo yo acaso amar sola ?
qué diferencia!»
En seguida añade:
Estas palabras tan cándidas y sencillas ,
— Pero no, hago mal en preguntaros: pronunciadas sin odio ni amargura , eran
no me diríais la verdad desnuda, y os
’9» la VERDULERA, CAP. X. >9’

muy poderosas para Riperto; deseaba les lágrimas , que espresaban su pesar.
responder pero temiendo Inés mas la jus­ Qué va á responder el guerrero ? Su
tificación que el silencio continua: corazón está vivamente agitado , y su voz
«Ah! cuanto suspiro, no ciertamente conmovida.
por aquella primera juventud en que se — Inés ! quien os ha dado esa cinta ?
columbraban en mí algunas gracias ; sino — Ah! esclama la joven , segura esta­
esos dias de paz, en que sin temor ni es­ ba de que volveríais á hablar de ella. Pues
peranza me adormecia al modo de las bien! cuando os transportaron á esta casa
aves ! entonces una antigua leyenda, las casi moribundo , la encontré sobre vues­
flores de un bordado , un paseo á la ori­ tro corazón. En los dias de fiebre y de
lla de las aguas bastaban á mi existencia. delirio me la pediais sin cesar , pero no
Ay de mí ! no quisiera sin embargo vol­ osaba entregárosla. Era temible toda
ver a esta época : cuando mas huirá de emoción... tambian me deciais: La amo !..
mi la existencia, tanto me adelantaré sa- oh! y no era á la cinta.
tifecha. Porqué ese ademan de quejas? — Creíais en las palabras del delirio?
ah! no hay queja ni siquiera amargura en — No, Riperto ; por otra parte, qué
mis palabras. Oh, Savoisy! muy ingrata importa? La muger solo ama una vez, y
seria para con la Providencia , para con para su vida entera... pero el hombre!...
él cielo y la tierra , si murmuraba toda­ A Dios! el deberos llama. Idos á vencer,
vía, porque al fin voy á ser feliz! que yo... voy á orar.
Cuan melancólico era el acento de la — Por mí, Inés.... ¿no es verdad que
desposada de Savoisy! al tiempo que de­ por mí ?
cía aqyú ser feliz derramaba abundan- — Por lodos... y aun por ella.
J92 LA VERDULERA.
CAP. XI. 1^3
— La Vizcondesa!...
—Se encuentra en Rúan , y eu bastan­ menos así me lo prometo: parto sin ha­
te peligro de todas partes. beros merecido, y volveré digno de vos.
— Como ?
Sus enemigos son Jos esterminado-
res... y su apoyo seréis vos.
La joven se ba levantado, y su gesto
eia un tierno adiós.
Riperto , incapaz de proferir la menor
mentira, no se sintió con fuerzas para
asegurar el corazón de su futura, negan­
do su primer cariño ; pero su admiración
por Inés babia al escucharla tomado un
carácter de ternura y de entusiasmo que
se acercaba al amor.
- No os lleváis la cinta ? dice la joven
con acento tímido.
— No, responde el leal caballero ; no
quiero salir de esta casa con otro recuer­
do que el de Inés: vos habéis hecho que
mi alma tomase un magnánimo vuelo
hácia la vuestra. Pocas palabras tengo
para responderos; pero verdaderas... á lo

TOMO I i5
ig4 LA VERDULERA. CAP. XI. lg5

Riperto ha penetrado en la ciudad. El


populacho manda allí como soberano, y
sus gefes trémulos delante de él, quisie­
Capítulo xi. ran parecerle ferocísimos, puesto que el
común anhelo bajo pena de muerte es el
triunfo de las ideas desorganizadoras, lia.
mado con otro nombre el reinado de la
libertad.
Ei. ejército francés ha marchado con­
Nicolás Flamand, genio de las insur­
tra Rilan. Sus avanzadas se hallan ya á
recciones , habia salido precipitadamente
poca distancia de la ciudad rebelde, y el
de I’aris para ponerse á la cabeza del mo­
Rey seguido de sus tios, parte también
vimiento revolucionario de Rúan. Dos
para Normandía.
pasiones igualmente desenfrenadas devo­
Riperlo se Labia adelantado á las tro­
raban ala vez su alma: apasionado aman­
pas de Garlos VI. Llega á las puertas de
te de Elisa, no podia vivir lejos de ella , y
aquella capital, vestido de monge, único
le devoraban á la vez los zelos v la sed de
traje que respetan todavía hasta cierto
trastoi nos.
punto los foragidos. El sayo délas órde­
Abajo los nobles! guerra á los ricos!
nes medicantes se desliza obscuramente
Tal era la traducción literal y el verdade­
entre la muchedumbre. El sacerdote ,
ro significado de los clamores de la rebe.
abandonado á sus funciones, es el único
lion. independencia y libertad. La turba
entre los hijos de la rebelión que no está
inconsecuente y bárbara habia organiza­
obligado á marchar espada en mano.
do el pillaje y proclamado á la vez el ór-
196 LA VERDULERA, CAP. XI. 197

den público : iba á bañar sus manos con podía indagar, y se impacientaba.
sangre y al mismo tiempo decretaba hu­ Un brillahte sol alumbraba la capital
manidad. Llenaba de víctimas los cala­ Normanda. Una multitud innumerable
bozos, y pronunciaba al mismo tiempo de artesanos y demas individuos del pue­
el sagrado nombre de emancipación. blo bajo llenaban la plaza del mercado,
Savoisy esperaba á favor de su traje lle­ donde se preparaba un solemne espectá­
gar en breve á la morada de la vizconde­ culo. El gentío conduce á él á Riperto.
sa de Meaux-, pero un imprevisto obstácu­ Qué estraña solemnidad! La revolu­
lo vino de improviso á destruir sus planes. ción de Rúan por una especie de consa­
La poderosa dama, objeto de las violen­ gración pública quiere entrar en pose­
cias de los esterminadores, se habia visto sión de sí misma é instalarse en sus fun­
precisada á huir de su palacio ; los rebel ciones. Oyénse músicas melodiosas, y es
des armados de antorchas y picas, le ha que se abre la escena.
bian asaltado para incendiarle y destruirle, Doscientos miserables alineados en fa­
.apenas tuvo tiempo Eloina de sustraerse lange se adelantan al través del gentío.
á su furor. Sí bien contaba con nume­ Llevan en medio al elegido de la rebe­
rosos partidarios en la ciudad, aun en­ lión : el soberano improvisado de una
tre el bajo pueblo, sin embargo ya no república naciente, es Gros, el merca­
podia considerarse segura.... y habia de- der de telas.
saparecido. Habian echado grotescamente sobre
Qué contratiempo para Savoisy! en sus espaldas un manto de púrpura al mo­
vano procuraba descubrir por todos los do del de los monarcas; llevaba una es­
medios posibles su mansión oculta -. nada pecie de cetro en la mano; una corona
19 8 LA VERDULERA. cap. XI. >99

cívica adornaba sus cabellos , y el con­ ba un espíritu de sangre y de farsas. El


junto de esa amalgama de altas preten­ crimen se presentaba risueño y con más­
siones , sobrecargado de seda , era el ri­ cara , el asesinato iba desnudo.
dículo mas completo. Savoisy compelido por las oleadas de
De pie á su lado , una joven de, estra- la muchedumbre no había podido acer­
ordinaria beldad, levantaba un escudo carse al soberano Gros. Pintábase la in­
al modo de una égida tutelar. Es ele­ dignación en su semblante , y su mano
gante su talle . y representa la figura de apretaba con furor el puño de la daga
la libertad. Ah 1 Riperto la ha reconoci­ oculta bajo sus vestidos.
do... es la Verdulera del Ghatelet. Un trono verde , cubierto con un dosel
Al atravesar la plaza del mercado , se­ encarnado y con franjas dé oro habia
guía la comitiva con paso lento y mesu­ sido levantado en medio de la plaza. Su­
rado , resonando en derredor cánticos bíase á él por medio de escalones cubier­
homicidas. Algunas jóvenes vestidas de tos de un tapiz. La falange de los desca­
blanco y entrelazadas con guirnaldas y misados que se daba un aire majestuoso
coronas de pámpanos, echaban llores á de soberanía ciudadana, se detiene al
su paso. Todo eran banderas, armadu­ pie del tablado; Gros baja del pavés,
ras, penachos y palmas verduzeas , en sube á la tribuna real y saluda al popu­
medio de la glorificación de las asonadas, lacho. Al instante, á guisa de, entusiasmo
lo que unido á las arengas para seguir la nacional, resuenan aplausos , himnos y
virtud y á los llamamientos al desorden, una inmensa gritería : oyénse trompetas ,
daban á la ceremonia un aspecto lúgur tambores, clarines y campanas, todo
bre 3 la vez y ridículo. A la vez dómina- cuanto anima mas el tumulto. Entre-
200 LA VERI.ULJSKA.
CAP. XI. 201
tanto Gros se repanchigaba en su trono. cados de entre el pueblo, heos aquí lo
" Amigos !• esclama el gefe popular des­ que se necesita en adelante para la pros­
de lo alto de su cátedra que le acababan peridad general. Descartemos á la anti­
de erigir ; bravos amigos! ya no mas mo. gua nobleza del peso de sus privilegios y
narquía. De hoy en adelante seamos lo­ de las superfluidades de su grandeza ;
dos iguales como lo quiso Guillermo vuélvannos su oro los que le tienen de­
Tell ; todos ciudadanos como lo decidió masiado : las fortunas deben igualarse.
Bruto : todos emancipados como lo está Ay de los ricos que se resistan ! el pillaje
predicando en Inglaterra John Bull; to­ seria entonces justo. Si es necesario que
dos hermanos como lo ha decretado Fe­ corra sangre, sea en hora buena : algunas
lipe Artevclle. Alemania, Italia, Flan- veces la humanidad quiere que se mate.
des é Inglaterra , quieren la república y Ruanenses! vuestras cadenas ya no exis­
la obtendrán. Pero antes debe la Francia ten. Ciudadanos de un pueblo libre , que
dar el ejemplo á las naciones. Abramos me habéis escogido libremente para no
la senda!., Ya no mas cetros. Destruya­ tener dueño ni yugo : ya no obedeceréis
mos y hagamos trizas sin piedad el viejo mas... que á mí.
régimen y rancias leyes. De entre los sa­ La conclusión era mas que original y
cudimientos populares sale la chispa que sin embargo no ha hecho impresión á
ilustra la inteligencia y enardece las opi­ nadie. El discurso del mercader, prepa­
niones. Abajo los palacios y las cortes, rado de antemano, y pronunciado con
santuario de las tiranos! Desde ahora na­ todo el énfasis prescrito por la circuns­
da debe haber oculto. Una autoridad ma­ tancia , ha parecido generalmente elo­
nifiesta . un gobierno con soberanos sa- cuentísimo. La figura rubicunda y el
202 LA VERDULERA, 203
CAP. XI.

enorme vientre del sublime ciudadano rencia: yes que el amo montaba el asno.
Gros, ial vez corrían en contraste con el _ Pues bien ! Gros nos ha puesto la al-
carácter enérgico que la poesía pide al barda. Cáspita ! que viene á ser lo mismo.
heroísmo ; pero S. M. en cambio era an­ — Compadre fuera chufletas : respetad
cho de espaldas, tenia una salud á toda al dueño'
prueba, unos pulmones formidables, y — Al dueño! bomba! es una palabra
si bien era estúpido y grosero, imponía que hemos sacado del nuevo alfabeto.
en cierto modo á la muchedumbre con Puesto que nos liemos sublevado para
cierta brutalidad que ejercía ascendiente no obedecer a las cabezas coronadas , se­
sobre de ella : Gros era tenido por un ria muy vergonzoso humillarse ante esta
hombre de chapa. alteza de nuevo cuño y despilfarrada.
Su arenga ha obtenido aplausos. Sin — Como despilfarrada ! mira sobre sus
embargo en medio de ellos se oyen algu­ hombros el armiño que le cae linda­
nas befas; porque la Francia fue en to­ mente.
dos tiempos satírica. Trasladaremos al­ — Según como se mire : algunas man­
gunos rumores del populacho : chas he obse/vado yo en su Irage. Por lo
“Hola camaradas! que lenguaje tan demás sus carrillos son la única purpura
chillón 1 que lleva..................
— Qué boca 1 parece un horno. — Tanto mejor. : .la purpura sienta
Te parece si tiene discernimiento ? bien sobre el trono.
— Como la burra de Balaam cuando — Al diablo con los tronos ! son unos
hablaba con su dueño. asnos nuestros camaradas?.. Lo que des­
— Me parece que hay una gran dife- mantelaban ayer lo están componiendo
204 LA VERDULERA,
cap. xi. ao5
hoy, sin seguir ningún sistema. adelanta hacia el estrado en que estaba
—Mira que tienes razón. ¿Si fuese que Gros.
hubiésemos sacado nueslra daga del es­ —Grande ciudadano! esclama Nico­
tuche solo para pasar de una dominación lás ; en nombre del pueblo de Rúan ven­
á otra, de un rey añejo á otro nuevo? go á pedirte un acto solemne , una de­
ciertamente que nos hubiéramos lucido. claración nacional, un decreto de alta
— Chito! ¿sabes que Gros es un hom­ justicia, la abolición de todos los tribu­
bre de escelente cabeza ? tos.
— Oh! tocante á esto nadie se lo pue­ El feroz acento del gefe , su actitud
de negar : es ancha y robusta. imperiosa, las salvajes figuras que le es­
— Sus riñones son de elefante, y su coltaban , y su sangrienta espada levan­
voz es la de un toro. tada , aterran al nuevo soberano. Gros
— Sus muslos son de vaca , y sus pies se estremece; pero no le es permitido
de buey. permanecer irresoluto : se levanta y es­
— Callaréis malditos !» clama con voz de trueno :
Hubiera continuado la crítica, y tal —Están abolidos todos los tributos.

■■M I
vez en pos de ella hubieran tenido lugar Todo el pueblo le aplaude.
reyertas, cuando Nicolás Flamand agi­ —Todavía mas, repone Nicolás, no te
tando con su mano la bandera de Rúan, sientes en el alto trono á que te ha ele­
en la que se veia bordado en relieve un vado el grito universal sin haber descar­
carnero atravesado con una espada, vie­ tado al pais del peso de todos sus gravá­
ne á llamar la atención general. A la ca­ menes. Oye el voto de la Francia: ¡ Abo-
beza de una cohorte armada de picas se ilcion de la nobleza !
2ofi LA VERDULERA. cap. xr. 207
Gtos se levanta con pesadez. bría ha pasado por delante de su rostro,
—Venimos en aboliría nobleza. lívido es su semblante, sus rodillas tiem­
Nuevos transportes, sonatas y repique blan. ¿Era efecto de temor ó de horror?
de campanas. 0 tal vez ha percibido á Riperto errante
— ¡ Ilustre ciudadano , consuma tu entre el gentío ?
obra ! añade el'héroe popular. Confisca­ A las últimas palabras de la máquina
ción de los ricos señoríos! revolucionaria promovida á la soberanía
(iros esclama con voz terrible. nacional, un enjambre de fieras se había
—Confiscarnos todos los ricos seño­ lanzado de todas partes hácia las casas de
ríos. los empleados y magistrados de Cárlos VI.
Síguese el mayor entusiasmo ; tíranse Conocidas son las habitaciones de los ri­
sombreros al aire, se dan palmadas y sue­ cos , y en ejecución de los decretos de la
nan bocinas. libertad , va á tener lugar un degüello
— Concluye ! repone Nicolás. ¡ Mueran general.
los enemigos del pueblo! Nicolás Flamand, entronizado en el
Aterrado Oros , esclama : estrado republicano, se dirige en este mo
— ¡Mueran los enemigos del pueblo!» mentó al pueblo.
Un rugido general mezclado de risa —A las armas! bravos lluanenses! No'
sardónica y del inarmónico sonido de los hasta que os hayais elevado á la altura de
instrumentos de cobre , responde al de­ las águilas , antes es necesario que os sos­
creto de sangre concedido por el temor tengáis en los espacios como un firma­
á la ferocidad. La Verdulera del Cbatelet mento de estrellas. Os amenazan grandes
lleva la mano á su frente : una nube som­ peligros ; los enemigos se hallan al pie de
2<j8 LA VERDULERA. CAP. xi. 309

vuestras murallas , y con ellos viene Gar­ querido interrumpir las arengas de Nico­
los VI. lás, pero la voz poderosa del gefe, hu­
—Mueran los tiranos esclama la mu­ biera sofocado sus débiles acentos.
chedumbre. — Ruanenses ! prosigue el bandido,
—A las armas, ciudadanos! acabo de prohibir que de hoy en adelan­
—A las armas ! te entre nadie en nuestras murallas si­
Los clarines anuncian la victoria, y tiadas ; he prescrito además una pesqui­
Nicolás Flamand continua: sa general en todas las casas particulares
—Amigos! son de temer traiciones: y las de huéspedes: así nos apoderare­
tengo pruebas seguras de que se lian in­ mos de los desconocidos. Mas tarde serán
troducido entre nosotros basiantes es­ ya respetados los domicilios. Hoy dia no
pías y emisarios del campo real. Estos vi­ será por demas una vigilancia en estremo
les agentes de corrupción , trabajan aquí activa. No reine una piedad mal enten­
secretamente para entregar la ciudad al dida : fuerza es destruir ó ser destruido;
Duque de Anjou, y establecer pérfidas la virtud consiste en vencer , y el crimen
inteligencias entre la ciudad y el enemi­ en ser vencido. En tiempos de revueltas
go. Camaradas! fuera toda desunión; y de guerra , preciso es adelantarse siem.
'tened abiertos dia y noche los ojos : sea pre : si uno retrocede está perdido. Ade­
tenido por sospechoso todo estranjero... más... ¿queréis vivir?., matad.»
y muera todo sospechoso !... Así lo quie­ Pero la Verdulera del- Chatelet , para
re la libertad. destruir la impresión producida por tan
La mirada de Elisa , despedia chispas horroroso lenguaje, procura mudar el
de indignación y de encono: hubiera curso de las ideas: coge el estandarte de
TOMO i. »4
210 LA VERDULERA. CAP. XI. 21 I

la ciudad , y agitándole en los aires , ha­ luz. La blancura de su desnudo brazo


bla á su vez al pueblo. resplandecia bajo el escudo que acababa
«Normandos! esta es vuestra bande­ de levantar. Los vientos que agitaban su
ra : defendedla , pero como héroes , com­ estandarte , habian doblado sus pliegues
batid, mas no asesinéis; ¡gloria á la es­ al rededor de su cintura : todo era mar­
pada , ignominia al puñal ! por mas que cial y radiante en ella.
digan los impíos, Dios existe y nos está —Sí, Dios bendecirá nuestra causa !
mirando; levantada está la balanza en repiten muchas voces.
que pesa á los reyes y á los pueblos ; no El augusto Gros, que después de la apa­
llamemos sobre nuestras cabezas su ven­ rición de Nicolás Flamand , se indignaba
ganza. Marchemos noblemeute por las de hacer un papel pasivo, aprovecha la
santas sendas de la independencia y de coyuntura para volver á entrar digna­
la justicia. No está hecho el cielo para mente en escena,
los tiranos ; todos allí somos hermanos. —Bendígase el estandarte ! esclama
Descartarnos de las cadenas de la servi­ con tono teatral.»
dumbre es entrar en las miras de la Pro­ Seguramente que nadie esperaba seme­
videncia. Bravos Normandos! no demos jante mocion; Gros no tenia fe ni pie­
cabida á las infamias, y Dios bendecirá dad ; su idea religiosa, bruscamente lan­
nuestra causa. zada después de su decreto sanguinario,
Jamás se habia presentado mas hermo­ era cuando menos vina cosa singular: no
sa Elisa. Veíase sobre su frente un casco por esto ha dejado de hacer impresión ,
dorado con hermoso penacho. Brillaba porque lo imprevisto es lo que encanta al
á los rayos del sol, y parecia coronarla de vulgo.
___________

2 12 LA VEIIDCLEKA. CAP XI. 215


«Sí, sí, bendigan el estandarte. do del desorden con un tono que procu­
— Bendíganle! un sacerdote-' un sa. raba hacer solemne y que solo era hin­
cerdo te !» chado; ¡bendecid este poderoso estandar­
Tal era el grito general. ¡ Estraña mo­ te , estandarte de los ciudadanosy délos
vilidad del populacho! inconcebible li­ hombres libres.»
gereza de sus opiniones! Los mismos hom­ El momento no era propio parala risa,
bres que poco antes respondían con ru‘ y sin embargo el disfrazado caballero no
gidos de triunfo á las provocaciones del ha podido guardar su serio continente
asesiuato, aplaudían ahora con manifes­ ante la ancha y torpe figura que aparecia
taciones de júbilo á los llamamientos de allí repanchigada comogefe soberano. El
piedad. presidentísimo Gros, de pie y en ademan
La muchedumbre busca un sacerdote; de quien mándale enseñaba su puño con
y se dirigia precipitadamente á los tem- toda la majestad de un tendero, señalán.
píos; en un ángulo de la plaza está Savoi- dolé el estandarte délos libres y ciudada­
sy vestido de monge : le ven , le cogen , nos. Savoisy no puede contener una car­
y á pesar de su viva resistencia le condu­ cajada
cen hacia Elisa. ' » Quien? yo bendecir! no por vida ;
Gomo resistir al torrente ! El fingido bendecidlo vos mismo.»
eclesiástico es arrastrado hasta el pie del Los gestos , el acento las palabras y el
tablado donde aparecia el elegido nacio­ ademan de Riperto no tenían ciertamente
nal. Riperto sube algunos escalones, y nada de apostólico. Sus maneras eran las
se encuentra delante de Elisa. de un guerrero en el campo , y no las de
«¡ Ministro santo 1 le dice el privilegia- un ministro en la iglesia. El populacho
2l5
á j4 LA VERDULERA. CAP. XI.

se irrila al ver semej ante resistencia. — ¡Una señal de la cruz!... un mal


—¡Vamos, Fraler! á la obra!... oyes? latín!... una fingida bendición!...
-—¡ A la obra! ó te despachurramos ! Savoisy responde en voz baja :
—Ya te liemos dicho que lo queríamos. — ¡Una mentira!... y por miedo!...
— Pues yo digo que no lo quiero , res­ jamás.
ponde el intrépido joven. — Vais á instigarlos al crimen.
Y su mirada desaliaba á la muchedum­ —Y vos los impeléis al sacrilegio,
bre. llabia vuelto la cabeza , y los especta­
— ¡Atrevidillo es el hombre! esclama dores pudieron ver en la espresiou de su
admirada una de las cantarínas.» rostro y en la energía de su ademan, que
¡Qué tormento para Elisa !... Ella, ella acabado negarse á las instancias déla
misma con su estaudarle acaba de atraer herbolaria. Apodérase un ciego furor de
esta borrasca!... En vano procura ocultar la muchedumbre y resuenan numerosos
su turbación, pues se lo impide la agita­ gritos.
ción de sus movimientosy el terror pin­ — La bendición ó la muerte!
tado en sus facciones. No habia perdido — ¡ Agua bendita para el estandarte , ó
un momento de vista á Riperto desde que una onza de plomo para el saceidote.
entró en la plaza : solo él ocupaba ente­ — ¡ Oremus : ó de profundis !
ramente su imaginación. — ¡Tres dedos en el aire , ó la cabeza
Baja unos escalones , se acerca á él, y al suelo!
mientras amenaza al mouge el populacho, _ ¡El hisopo ó el cadalso!»
inclínase hacia él y pronuncia á su oido Insultantes risotadas se mezclan á las
estas palabras : sangrientas amenazas : la risa iba á ser
2l6
LA VERDULERA, cap. xr. 217
preludio del asesinato. Mil brazos levan­ plan en su conducta : aun mas , un mis­
tados dirigiau del lado de Savoisy puntas terio... y seria una imprudencia imper­
de espadas y picas. El peligro iba á ser donable despreciar los medios de descu­
inminente; muchas masas furibundas se brirle. Dice ser monge... ¿de donde vie­
precipitaban al pie del tablado para hacer ne?.. cuál es su convento ? adonde se
pedazos al monge : iba á resonar una dirige? Heos aquí lo que es forzoso des­
campana fúnebre. cubrir. Voy á interrogarle sola en el
Pero la Verdulera del Chatelet , con­ templo. El audaz callaria delante de tes­
servando toda su presencia de espíritu , tigos :¡¿r.quicn sabe si viéndome á mí sola
estiende su escudo sobre Riperlo. se decidirá á hacer importantes revelació,
«No le toquéis... que está bajo mi nes?. ; quien sabe si está en manos de
guarda.» este traidor la salvación de todos noso­
Retrocede el pueblo á su voz. tros?... Aquí cerca está la catedral , lugar
Sin embargo, al oponerse al asesinato, favorable para confesiones. Condúzcanle
Elisa parecia lanzar indignadas miradas allá , que luego voy.
al sacerdote. Al observarla cual dirigia Pero, por mas idólatra que el pueblo
sus miradas de indignación contra él , se sea de Elisa , esta vez no le arrebata su
dirá que corría en armonía su cólera con voluntad. Nadie se mueve ; todos titu­
la del pueblo. Hace una señal de silencio; bean , se consultan mutuamente... y na­
se bajan los aceros homicidas ; se suspen­ da deciden.
de el asesinato.... lodos escuchan. De improviso toma Gros la palabra.
«Ruanenscs ! dejad por mi cuenta este Despechado aun el voluminoso potenta­
hombre : guardaos de tocarle. Yo veo un do porque no le permitian hacer un pa-
2 18 219
LA VERDULERA. CAP. XI.

peí brillante en los nuevos debates, quie­ fanles , arrastrando en pos de sí sus
re hacer un acto de principe: y pavo­ víctimas. Van á degollarlas en la misma
neándose como juez supremo, pronuncia plaza.
en nombre del estado : Elisa se aprovecha del desorden que
«Oida la nación , consentimosen ello, este nuevo incidente motiva en el teatro
joven. ¡Interrogad á este ciudadano! revolucionario para apresurar su marcha
que os siga á la caledral! hacia la catedral. Se colocan en dos hile­
í como el representante del pais debe ras á su paso, y la saludan con respeto.
evidentemente ser la espresion del voto Nicolás, cuya atención acaban de llamar
nacional , ha sido obedecido sin mormu­ sus recienvenidos bandidos , ya no detie­
rar : sus palabras tienen fuerza de ley. El ne á Elisa, de manera que esta con la ca­
pueblo se lia creido consultado ; precisa­ beza erguida y la mirada tranquila atra­
mente debe ser él quien manda, A pesar viesa un largo espacio. Aparta con su es­
pues de Nicolás Flamand , único que cudo cuanto detiene sus pasos. Gran par­
amenaza aun á Savoisy, la bella Verdu­ te del pueblo se precipitaba hacia donde
lera triunfa. se trataba de degollar á los cautivos. Sa­
En un ángulo de la plaza estallaba en voisy seguia á la Verdulera '• nadie le in­
este momento un tumulto horroroso. sulta..... y los dos jóvenes llegan al tem­
Eran los tigres de la rebelión , una de las plo.
hordas de Nicolás, que despees de haber Elisa penetra en la morada del Señor,
allanado las casas de los magistrados, de y su corazón, hasta entonces compri­
los colectores , de los nobles y de los ri­ mido , parece que se abre á la vida. Atra­
cos de la ciudad , volvían fieros y triun- viesa rápidamente la vasta nave, y su
22 0 LA VERDULERA, CAP. XI. 22 i

mirada recorre con religioso reconoci­ salia de sus labios: permanecía inmóvil.
miento las bóvedas del asilo sagrado. Allí Mirábala Riperto con una admiración
hay un altar, un Dios; hay socorro y sal­ que iba en aumento. Al rededor de ella
vación ; allí no se oye el ruido del mun­ vagaba una atmósfera á parte , un mun­
do , y entre santas tinieblas , lejos de las do , una existencia , un cielo que no era
funestas pasiones humanas, solo la pie­ posible encontrar en otro punto; ningu*
dad humilde y candorosa halla un trono. na muger sobre la tierra se parecia á Eli­
Está desierta la Basílica; los sacerdotes sa. Su vestido estraordinario , su casco
aterrados con el sacudimieulo de las ma­ de oro con plumas blancas , sus negros y
sas se habían dispersado hacia todos la­ rizados cabellos agitados por el soplo de
dos. Detiénese Elisa debajo la enorme los vientos, sus hermosos ojos, el brillo
lámpara de plata que alumbraba el sau. de su tez, su agitación y su desorden, todo
tuario , y se echa de rodillas. El amor en ella parecia distintivo de las badas.
y el valor han tenido necesidad de un Conmovido el caballero á pesar suyo, la
auxiliar, y este es la oración. Levántase miraba con una espresion desconocida ,
la Verdulera, Riperto está a su lado : am­ con uña turbación lenta y triste; hubiera
bos se hallan solos. querido permanecer helado, pero su in­
Hay momentos en que las palabras del terior ardia.
sentimiento son tan imposibles como re­ Ya no dudaba de lo que le habia ma­
coger las ideas. Solo respiraba con es­ nifestado el duque de Anjou : Savoisy era
fuerzo el oprimido pecho de Elisa; su amado. La conducta y la agitación de
mirada vaga despedia chispas fantásticas, Elisa se lo decian claramente, puesto que
pero ningún acento, ninguna palabra en su fisonomía espresiva se podía leer el
SSS LA VERDULERA, CAP. XI. 223

ardoroso secreto de su existencia. Allí, Savoisy repite maquinalmente estas tris­


junto a él se desarrollaba en su irresisti­ tes palabras.
ble fuerza este sentimiento contagioso, — Y bien ! Riperto.
ese fuego insinuante, la rápida electrici­ La tierna melancolía de su acento saca
dad que pasa de corazón á corazón sin al paladin déla especie de entorpecimien­
que sea posible á nadie defenderse: y él! to cuque estaba abismado.
ingrato ! callaba. Sin embargo, ¡ qué — Elisa! le responde, mi presencia en
emoción violenta y concentrada recibia Rúan y mi hábito de mouge ha debido
del contacto de aquel amor inmenso y con razón admirarte. No debes interro­
solemne que todo lo desafiaba por él en garme por el interés de la rebelión?.....
la tierra!... A pesar de esto ni una son­ Habla , que estoy en tu poder.
risa salía de sus labios. — En mi poder! tu Savoisy ! añade la
«Y bien, Riperto! dice Elisa. Y la po­ joven con una amarga tristeza y una de­
bre joven, que no ha podido encontrar sesperación desalentada ; ay de mí! aquí
mas que estas dos palabras; las pronuncia como en todas partes, hoy dia como siem­
como al azar con un acento plañidero. pre, soy yo quien estoy en tu poder. Ig­
Qué había sido de su valor? De im­ noras pues tu imperio, tu soberano im­
proviso parecía haberse desvanecido. La perio sobre de mí?... Permíteme que por
aparente insensibilidad del Conde habia un momento vuelva cerca de tí á la inti­
paralizado hasta su pensamiento. Su fren­ midad de nuestra niñez, á nuestro anti­
te está obscurecida por el dolor. Su cuer­ guo lenguaje , á nuestras confidencias del
po lleva impresos los sentimientos del co­ sentimiento. Paréceme que es ya tiempo
razón , y aterrada á vista del silencio á de que dé fin al misterioso dolor que me
224 LA VERDULERA. cap. xr. 225

devora. Aquí nos hallamos delante de —Venís aquí por mi!.. vos, Riperto! »
Dios: aquí se borran las distancias... ig­ Y el torrente de su cólera que iba á sa­
noro si el estravío de mi razón es un cas­ lir violentamente de madre, se apacigua
tigo del Ser Supremo, pero mi corazón de improviso; su oprimido pecho vuelve
quiere abrirse á tí, aunque me cueste el á respirar- para sobrellevar de nuevo el
envilecimiento :¿debo hacerlo, Riperto? peso del sentimiento.
quieres que lo haga ? «Habéis venido por mí! repite ; ah!
— Tu corazón!., interrumpe Savoisy-, no me engañes, Riperto : sobrado sé que
acaso no está enteramente entregado á la tu destino no debe contar por nada con­
venganza ? migo. Serias capaz de hablarme de este
—Ah! es verdad, vos me lo recordáis, modo para adormecerme en el seno de
responde la Verdulera levantando su ca­ las ilusiones á fin de que abandone la
beza con toda la altivez de un orgullo he­ senda de las venganzas? Oh! esto seria
rido en lo mas vivo; es verdad yo me iudigno de ti , seria una crueldad cobar­
apartaba del sendero. También vos teneis de. Mi alma se aviene poco á poco con
uno ! y sin duda aquí se han cruzado los su fatal aislamiento; por piedad ! no me
caminos de entrambos. No es verdad que hagas dar cabida á la esperanza, á esa
hay un complot ?... Negadlo! antorcha de júbilo que el viento de la
— Jamás mentir. desgracia apaga tan pronto, esta chispa
— Pues bien que anheláis? incendiaria que no alienta y consume.
— Ver á una moger. Por favor no me engañes : la verdad des­
— Como se llama. nuda , Riperto !
— Elisa, — Hela aquí, responde el guerrero:
tomo 1. l5
320 LA VERDULERA.
CAP. XI. 227
enviado de Carlos VI, vengo á hablarte fria y desnuda. Riperto se estremece an­
en su nombre.
te la dignidad sombría y desdeñosa de su
— A mí , en nombre de Carlos VI! in­ lenguaje. No osa oponerse de frente á
terrumpe con ironía la Verdulera, un
una alma tan fuerte y ála vez tan tierna,
embajador! qué gloria! según esto hice antes busca un rodeo y responde con voz
bien en pensar que no os traía aquí nin­ conmovida:
gún sentimiento del corazón. Enhorabue­
» Hermana , yo be llorado á tu ancia­
na. ¿Qué me ofrece el Rey para ser traido­
no padre. No acuses de su muerte al Rey:
ra á los Rnanenses?.. Porque . sin duda
él no la mandó, antes se ba mostrado in­
será esta la alta misión que os habrá con­
dignado por ella. Sabes bien, Elisa, que
fiado. Me ofrece oro, no es verdad, una
horroriza á mis labios la mentira : pues
renta -. oro por sangre ; y á vos os encar­
bien ! lo juro por el honor que CárlosVI
gan la negociación. Está decidido pues
ha llorado tu infortunio, y que quisiera
que mi vida lia de ser una llama conti­
restituirte á la felicidad. El mismo me
nuamente atizada por el soplo de las tem­
ha hablado en estos términos : Usa de tu
pestades ! Huye, pérfido mensajero! en­
imperio sobre de ella para sacarla del
tre vuestros príncipes y yo se baila una
abismo á que se ba precipitado : vuélve­
barrera inmensa....... el ensangrentado
nos á Elisa!
cuerpo de mi anciano padre!»
— Basta! interrúmpele la Verdulera.
Una sonrisa de sarcasmo y de indigna­
Usa de tu imperio sobre de ella/luego tam­
ción surcaba sus pálidos labios. Su pen­
bién sabe el Rey?.. No importa ! se pue­
samiento al modo de un puñal que sale
de publicar por toda la tierra : nos amá­
de una herida, se retiraba sangriento ,
bamos desde la niñez ; ó mas bien . Ri-
.i
228 LA VERDULERA.
cap. xi. 229
pérto, yo te amaba. Este afecto antes tan muerte nos rodea, ¿que este recinto pia­
tranquilo ora un dulce sueño de flores. doso santifica los votos del alma, y que
Hoy dia que ya hemos dispertado, esta Dios oye aquí todos los dias las confesio­
ternura aumentada con la edad , y heri­ nes de los padecimientos... Ay de mí! y
da de las largas impresiones, de los pe­ del arrepentimiento?.. Ah! no: jamás
sares y dolores que se identifican con la me arrepentiré de haberte preferido á
vida, ya no es mas que una tempestad toda la tierra , porque tú me has salvado
eterna. Es un suplicio... y sin embargo, de esos hombres de voz brutal, de obs­
suplicio necesario : perecería sin él. Sé curo rango, de groseros modales, que
que la suerte nos separa, pero me he re­ me estaban destinados por mi posición ,
signado á ello, y me he trazado un sen­ pero cuyo aliento de hielo y cuyo lengua­
dero. Creo que hay en la vida otras cosas je me irrita , á quienes miro con despre­
que el amor, y si bien estoy por condi­ cio , y de quienes me aparto : tú me has
ción lejana de las grandezas , no por es­ elevado , si bien que no hasta á tí, pero
to lo estoy de las virtudes. El espíritu si hasta la nobleza de tu corazón. Mi
puede errar pero el alma ama la rectitud. amor que entre los hombres me ha va­
Riperlo! desearía serte útil; es acaso pre­ lido para siempre el ser desechada me
ciso que muera poi- tí? dispuesta estoy á deja al menos grande y pura. Ah! mi
ello. Porque siento que no puedo curar­ lenguaje es muy desordenado!.... tantos
me del amor que te tengo ni pasarme sin pensamientos!., tan poco raciocinio! in­
él. Yo misma no comprendo como soy terrúmpeme, Savoisy! tu silencio casi es
osada á decirte semejantes cosas , y como aquí ternura : haz por manera que no
puedes tú escucharlas, ¿pero será que la me engañe!»
23o LA VERDULERA. CAP. XI. 23 1

Oh! cuan difícil es en la edad de ¡as ahí su gracia en el lenguaje y la franque­


pasiones resistir á la dulce mirada de la za de sus pensamientos; su tedio por los
beldad y á los plañideros acentos del artesanos que la rendian homenajes, y su
amor!.... Riperto , bajo la frialdad con furor contra los nobles que la desprecia­
que encubría su fiereza , ocultaba una ban; la elegancia de sus modales y la
naturaleza ardiente. Si bien que no era energía de sus acciones.
espansiva su alma, sin embargo era ca­ —Yointerrumpirte! dice Riperto. ¿Pue­
paz de impresiones en el mas alto grado : des creer que sea tan insensible que no
cuanto masías comprimía mas fuerza to­ encuentre ningún encanto en oirte? Oh
maban en él. No amaba al modo que los dulce amiga de mi infancia! tu vida no
demas; pero amaba tanto, mas, y mejor. será ciertamente entre mis manos un ins­
Al escuchar á Elisa se habia apoderado trumento que uno puede romper. No, no
de Riperto una emoción tierna y recono­ podría olvidar nuestros primeros años:
cida, que no llegaba á ser amor, pero tú eres mi hermana , mi querida herma­
que pasaba los limites de la amistad. Te­ na ; tú permanecerás hermana mia adop­
nia tantos encantos la Verdulera! Educa­ tiva. Tu suerte estará colocada junto á la
da en los salones dorados donde sus pri­ mia: tú serás feliz, Elisa. Pero no dese­
meros hábitos llevaban un sello de no­ ches los ruegos de tu hermano, de tu
bleza, y restituida después bajo el techo amigo , del que quisiera poder restituirte
paternal donde la adversidad la habia re­ en beneficios, lo que tú le das en ternu­
ducido á la condición mas humilde , to­ ra. Oh ! que la opinión política y el es­
mó de paso á ambas clases de la sociedad píritu de partido no vengan á levantar
lo que las dos tenian de mas poético. Ve mas barreras entre nuestros destinos!....
202 LA VERDULERA. 235
CAP. XI.

bastantes los separan. Abandona un ca­ ga. Engaños! pobre joven, ay de mí, vi-
mino funesto ; y uno junto a] otro , si me vir y morir por amarte , he aquí toda mi
amas , marchemos juntos. carrera: no será muy larga. Tanto me­
—Detente ! esclama la Verdulera ; de­ jor; solo me habrás conocido en la flor
tente ! mis fuerzas me faltan. Acabas de de la juventud con la beldad de la pri­
dirigirme palabras muy tiernas, palabras mavera, con el lenguaje del amor..... te
indefinibles ; pero por mas tiernas que habré dejado recuerdos, sin haber des­
me parezcan , me abruman : no son las vanecido la ilusión.
que yo hubiera escogido. No importa! Su energía de heroina se habia desva­
las accepto (ales cuales son , con recono­ necido ante las ilusiones de la amante.
cimiento con efusión: no podías ofrecer Una lánguida melancolía se pintaba en
mas. Con qué derecho te hubiera podido su semblante al modo de un vapor , y su
decir : ¿ no son bastantes ? nosotros, mar­ tierna mirada fija sobre Riperto parecía
char juntos, Savoisy! muy bien sabes bañarle de luz y de amor. El noble ca­
que es imposible. Tú tienes necesidad de ballero eslaba turbado, seducido y fas­
grandezas, de fortuna, de porvenir, de cinado; escuchábala fuera de sí, olvi­
gloria : como podria marchar contigo yo, dando su misión y peligros , al Rey y á
tan distante de tu posición , un átomo la ciudad rebelde , á Inés y á la misma
acá en la tierra ! sin embargo , cuando el Eloína.
corazón está poseído de un amor inmen­ Síguese uu largo silencio.
so , se creería con fuerzas para empren­ —Savoisy ! repone la Verdulera: tú,
derlo lodo, para crear y rehacer un mun­ que eres la franqueza y el honor mismo,
do , para decir esto quiero, y esto se ha- no abuses de mi credulidad : ¿ es por mí,
a34 235
LA VERDULERA. CAP. XI.

verdaderamente por mí que lias espuesto con la del desgraciado conde de Trie,
tu vida introduciéndote en Rúan?.. • res- la que. por dos veces habia comprometi­
ponde! do vuestra existencia , aquella cuyos he­
Riperto vacila y calla. chizos, rango y fortuna alucinan, por
Enmudeces! repone la ¡oven; ¿ no quien empezó á latir vuestro corazón de­
temes que yo lo diga?... Ah .' trasluzco lante de mí, la que puede ser vuestra es­
la verdad. Dentro de estos muros se ha­ posa y que tal vez os ama !... Adiós . Ri­
lla una dama de noble alcurnia .. por la perto.»
«pie uno tira de su espada... por la que Ha pronunciado estas últimas palabras
uno mala á su semejante. Feliz y pode- con tono brusco. Los lejanos gritos del
losa en Rúan , se habla formado una es­ populacho resonaban en este momento
pecie de corte : hoy día proscrita y ocul­ hasta en el fondo del santuario : Elisa se
ta , es el foco de las conspiraciones. Sin ha estremecido.
duda necesitaba un auxiliar... Atrévete á —Oigo la voz de los mios que me lla­
negarlo... te esperan. man : cumpla cada cual su deber, Savoi-
—Negar la verdad! jamás, dice Riper. sy. Yo, ya sé donde dirigir mis pasos...
to con frialdad: dos mugeres me llama­ —Pues yo no; nadie me llama en Rúan
ban á Rúan : ¿á qué ocultarlo?... la pri­ ni nadie me espera. Solo el puñal me
mera eres tú. persigue y me busca.
—Pero la otra , esclama Elisa con el " —¡Nadie te espera! mentira. ¿Y la
acento de los zelos irritados, la otra es la vizcondesa de Meaux?...
vizcondesa de Meaux, la seductora Eloi- —No sabe ni mi partida, ni mis pla­
na, la que os hizo cruzar vuestra espada nes , ni mi llegada. Todavía ignoro don-
a36 CAP xi. 2ñ7
LA VERDULERA.

de para ni que ha podido ser de ella. __Pues bien! prnébamelo , hermana


—Como pues! siendo tu esposa futu­ mia !
ra.... —Tu hermana! no importa, prosigue:
—Esposa futura ! otro error ; te lo ju­ qué pretendes de mí ?
ro , Elisa, jamás Eloina recibirá mi ma­ _ Que seas mi guia : que me procures
no y mi fe ante el altar.» los medios de llegar hasta la vizcondesa
Una inconcebible mudanza se deja ver deMeaux, que me digas loque ha sido
en las facciones de la .Verdulera. Se ha de ella y cual es su morada.
disipado su palidez : su tristeza solemne — Su morada!... Todos la ignoran en
de amante y heroína ha dado lugar á la la ciudad: Sin embargo yo he podido
cándida alegría de una virgen y de un ni­ descubrirla.
ño , lo que era cedro se ha convertido — Donde vive ?
en rosal. Una sorpresa encantadora, una _ En la calle del puente, casa Gar-
esperanza vaga, la destrucción completa nier, en el fondo de un patio sombrío-y
del edificio de la desgracia levantado por desierto.
los zelos, un rayo delicioso echado al _ Voy allá . Elisa ; es fuerza sustraer á
azar sobro el porvenir , mil sensaciones Eloina á los peligros que la amenazan:
de felicidad y de imágenes imprevistas, bien sabes que vau á ser visitadas todas
reaniman el corazón de Elisa. las casas de la ciudad: perdida está la
«Ah! Savoisy! repítelo jamás serás vizcondesa si Nicolás Flamand la descu­
su esposo? bre ; salvémosla !
— Jamás. — Yo me encargo de ello, Riperto.
— Creo en tus palabras. — Me respondes de su vida?
238 CAP. XI. 239
LA VERDULERA.

— Solo tiemblo por tí. Esta noche sal­ los bandidos. Se le erizan á Savoisy los
drás de Pman. cabellos , no puede volar al socorro de
— Y qué diré de tu parte al Rey? sus desgraciados hermanos cuyos acentos
— Que no puedo ser traidora para con de desesperación llegan á sus oidos.... y
mis hermanos, pero que aquí apoyando sin embargo tiene una espada !...
la desgracia, puedo impedir un derrama Crece el tumulto, se acerca , todo son
míenlo de sangre. Al menos haré para asesinatos : en cada playa hay un holo­
ello todos mis esfuerzos. Díle que horro­ causto , encada calle una hoguera : las
rizada del crimen he querido permane­ trompetas y clarines saludan á los trofeos
cer dentro los muros de esta ciudad de la muerte. Los espacios bastan apenas
emancipada para oponer un dique al tor­ para abarcar las monstruosas y salvajes
rente furioso de las venganzas populares . palabras de la impiedad y de la furia re­
y para servir, no su causa sino la de la volucionaria.
humanidad. No puedo hacer mas : nadie «Dios lodo poderoso ! esclama Riperto
obtendrá otra cosa de mí.» centelleando de furor su mirada, como
Interrumpenla feroces clamores. Un 110 te dejas ver y lanzas el rayo sobre los
frió mortal recorre las venas del caballe­ verdugos!...»
ro. El pueblo está nadando en las ale­ Estas palabras casi lanzadas contra Eli­
grías del asesinato : en este momento , á sa y que parccian compararla á los ban­
algunos pasos de la catedral, eslá dego­ didos de la rebelión , indignan á la jo­
llando á los parlidarios de Carlos VI. Ore­ ven, y vuelven su atención á la venganza
se el grito de las víctimas unido á los cla­ y á su anciano padre.
mores de los verdugos y á la zambra de «El todo poderoso! repite, ah! 110
2 4o LA VERDULERA.

lanza rayos conlra los verdugos !... vues­


CAP. XI. a4l
tro Regente vive y gobierna. » á los grandes el derecho de las venganzas
Pero el Conde está exasperado. y el privilegio délas tropelías? Cuando
en un foso, en mitad de la noche y en un
— Apártate de mi vista!... calla. Hace
poco hablabas de tu horror al crimen y tiempo frió, mi pobre padre exhalaba su
el apoyo que prestarías á la desgracia: postrer suspiro en mis brazos ; esclaman-
hija de la rebelión ! ve á detener el tor- do: venganza! venganza!.... entonces
también oia yo. Oh 1 porqué no te en­
rente impetuoso de las venganzas popula’
contrabas entonces á mi lado? también
res! Eres tuquien hablabas de virtud ,
te hubiera dicho : calla ! escucha !
de humanidad y de amor... oye!
Elisa está fuera de sí. Y levantada su frente, sublime con el
amor filial, con la amargura de los re­
— Pues bien ! esclama á su vez ; cuan­
do bajo los azotes ensangrentados de los cuerdos, la energía de sus quejas , y la
justicia de su indignación; era una figu­
soldados de tu Rey espiraba mi padre
ra imponente la Verdulera.
mutilado, también estaba yo allí.... y
Riperto fuera de sí la rechaza.
oia !... y tal vez tu Regente no muy lejos
«No pronuncies ninguna palabra mas,
de allí hablaba también de amor y de
Elisa! ó mis labios, cuando ruge el ase­
virtud. Ignoras que los estravíos del odio
sinato , al pie de los altares, y delante de
y déla ferocidad, pertenecen á todos los
Dios, pronunciarán estas palabras: te
partidos , á todos los rangos y á todos los
aborrezco!»
nombres? acaso no hay escusa para los
Acercábanse en esto mas terribles los
cumenes de un pueblo sublevado conlra
clamores del populacho. La muchedum­
la injusticia? acaso compele únicamente
bre homicida está al derredor de la Igle-
tomo 1. ¡g
242 LA VEKÜELEEA. CAP. XI. 245

sia.... Se abre con estrépito la puerta sa­ precipitadamente tras de sí la puerta la'
grada, y se presenta Nicolás Flamand. teral de la Iglesia, entra de nuevo en el
— Ven! sígueme!... esclama la Verdu­ recinto sagrado, y se adelanta con paso
lera. tranquilo hácia los hijos de la rebelión.
Y cogiendo de la mano á Savoisy le La ve Nicolás Flamand , corre á ella , y la
conduce con la rapidez de la flecha ; van dice con voz de trueno :
á una pequeña puerta lateral que da á «Donde está este sacerdote?
una calle solitaria , y señalándole un pa­ — Ha salido.
sadizo estrecho y obscuro , añade conci­ — Con qué derecho salváis á ese hom­
samente : bre ?
— Allí á la derecha , ocúltate! entre­ — Con qué derecho le queréis matar?
tanto detendré á los que te buscan. Esta — Quienes dice que quiera yo su san­
tarde iré á buscarte á la calle del puente, gre?
allí donde sabes. En seguida, en medio — Vuestra daga ensangrentada con los
de la noche haré que los dos salgáis de asesinatos. » o
Ruau á favor de una poterna. Ah! por Admirado del acento enérgico y deci­
toda recompensa , decidme después en­ dido de la joven, el bandido permanece
trambos : os aborrezco! indeciso algunos momentos tocante á la
-— Oh Elisa ! resolución que va á tomar. Violentamen­
•—Silencio! Savoisy. te perdido por Elisa, no queria irritarla:
— Una palabra! la venganza no estingue en él á la volup­
— Nada escucho. » tuosidad. Estas dos pasiones no eran en
Le rechaza á su vez la joven , cierra él dos armas opuestas , sino dos llamas
a44 LA VERDULERA. CAP. XI. 24b

que le cousumiau y devoraban á la vez. vuestra propia autoridad, sin consultar á


No Iiabia reconocido áhipcrto, pero el nadie ?
repentino interés que habia tomado por _ He consultado á mi conciencia.
él Elisa atizó sus sospechas y sus zelos. — Y á nadie mas ?
Ha jurado la muerte del desconocido. —Sí, á Dios.
«Este mouge, añade, es nn espía del — Este no tiene ojos ni lenguaje.
acampamento real, un noble disfrazado, — Para vos, Nicolás, tal vez. Tocante
un falso sacerdote. á mí, me habla y me mira.
— Sé mejor que vos quien es, respon­ — Desde cuando tanta piedad? inter­
de friameute la Verdulera; le be interro­ rumpe el gefe sardónico; ¡buena es la
gado , y no encontrándole culpable le he coyuntura para ello'.
puesto en libertad. — Quizás que sí.
— Quien os lo habia permitido? — Por donde ha salido este hombre?
— Nadie me lo habia prohibido. repone Nicolás furioso.
— Porqué este equívoco eclesiástico ha — Por una de las puertas de la iglesia.
rehusado bendecir nuestro estandarte? — Cual ?
— Porque sus superiores no le habían — No lo sabréis.
autorizado para ello. Eos monges tienen Nicolás no puede contenerse ; sus labios
sus reglas al modo que los soldados su despiden espuma de rabia , y murmura
disciplina. El hombre á quien acabo de sordamente :
interrogar cumple con su deber , y sigue —-Necesito la vida de ese hombre !
su camino, — Seguidme! le dice la Verdulera con
— Mas porque lo habéis despedido de tono de autoridad suprema; salgamos de
24?
246 CAP. XII.
LA VERDULERA.

este recinto de paz : aquí no pueden per­


manecer hombres de sangre. Nicolás Fia-
maud!... seguidme.
—N'o quiero.
— Os lo mando.»
Capítulo xii.
Y la profunda mirada de Elisa le im-
ponia obediencia bajo pena de enemis­
tad. Dan uno contra otro los dientes del
En lo mas retirado de un palio solita­
gefe ; conoce que se le escapa su presa:
rio , en una casa de triste apariencia, á la
no importa , es preciso conformarse. Le
ha sido forzoso al tigre retirar por un eslremidad de la calle del Puente , un
momento sus garras. monge y una muger hablaban á media
voz. Apenas una débil claridad alumbra­
ba la humilde habitación en que se en­
contraban. El sol habia desaparecido del
horizonte, y los dos desconocidos , feli­
ces uno al lado del otro , no pensaban en
separarse. El lugar no tenia sin embargo
nada de atractivo. Era una especie de
subterráneo, de desnudas murallas , sin
aire , sin hogar y sin luz. Habíase coloca­
do una cama donde se veian cortinas des­
pedazadas una mesa , un baúl, y tres si-
24® IA VERDULERA.
249
CAP. XII.
Has componían todos los muebles. Quien compasada, difusa , y solemne ; pero á
habitaba tan pobre recinto?.... La bella poco se deslizaron por grados palabras
Vizcondesa, Eloina. que sin decir nada hablan mucho. Eteos
La noble dama l,abia encontrado allí aquí que entre las deliberaciones sobre
un refugio cubriendo sus delicadas for­ la guerra, á pesar de los dos interlocuto­
mas con el hábito grosero de las lavan­ res , se establece otra sobre el amor.
deras de Rúan. Juan Garnier , dueño de Además el acento independiente de sus
a casa, y adicto al rey, habia jurado palabras animaba entre ellos una especie
salvarla con peligro de su vida. Velaba de conversación invisible é intima en
por ella noche y dia , y Riperto en hábito que se compreudia lo que no se habia
de monge , no sin mucho trabajo logró articulado , y se dejaba oir lo que se que­
llegar hasta su morada, manifestándose ría callar. Ah! muchas veces nada deno­
antes con franqueza al cerbero. ta mas los sentimientos ardorosos como
Al entrar el caballero habia hecho vo­
las frases cortas y frías.
to de no dar cabida á ninguna muestra La vizcondesa de Meaux, habituada
de ternura, ocupándose solo á su lado en siempre á las grandezas y jamás fatigada
los medios de servir á su príncipe : pero de sus pompas, no podia avenirse con la
la vizcondesa de Meaux era una de esas necesidad de sacrificar las vanidades de
mugeres hechiceras junto á las cuales no la tierra para que descansase su existen­
es posible permanecer tranquilo. Riper­ cia en la sencillez del sentimiento : le pa­
to empezó por comunicarla la misión recía que podia aliarse el orgullo con el
que le habia encargado el rey. Al princi­ amor. Era incapaz de exaltación sublime
pio la conversación fué ceremoniosa y de abnegación entusiasta : sin embar-
a5o 25 1
LA VERDULERA. CAP. XII.

S° amaba á Riperlo. Al verle hubiera manos llenas el oro? Sin duda que sí: se
querido atrincherar su pasión naciente encontraba en posición de lograr una
tras la dignidad Je su infortunio y la re­ alta celebridad , pero necesitaba la ener­
lación de sus peligros : pero en punto á gía del valor, la tenacidad de la volun­
amor no hay detenciones; si uno no re­ tad y los arranques del entusiasmo, vir­
trocede, adelanta. tudes que le fallaban : su carácter era la
La Vizcondesa , llamada para dar lu­ inconstancia, y sus amores la frivolidad.
gar á acciones de heroísmo, se asociaba Ay de mü La encantadora Eloina en
con jubilo á Savoisy. Hacer un papel bri­ medio de las revueltas , de las intrigas y
llante era una gloria, y esta era toda su de los asesinatos no tenia por todas ar­
ambición : brillar era para ella ser feliz. mas mas que las gracias de la coquetería,
Tenia secretas inteligencias con las fa­ los prestigios de la grandeza , y los capri­
milias mas elevadas de Rúan ; el dueño chos de la beldad .
de su habitación le servia de mensajero El duelo del prado de Clores no pudo
y de intermediario, teniéndola al cor­ quedar siu recuerdo en la larga entrevis­
riente de los acontecimientos : aun entre ta de Eloina y Riperto ¡ este fatal aconte­
los bandidos tenia espías pagados , y en­ cimiento estaba acompañado de crueles
tre los servidores adictos, sereunian mu­ recuerdos. ¿Pero cual es la muger que no
chos secretamente en distintos puntos, perdona á su amante haber sacado por
preparándose á tomar las armas á la pri­ ella su espada, y aun haber dado la
mera señal. ¿Podia la vizcondesa deMeaux muerte á su rival?
ejercer algún predominio desde el fondo La Vizcondesa habia hablado al prin­
de su obscura morada, derramando á cipio con indignación tocante á la que-
25a
LA VERDULERA. cap. ai. -a55
relia y al combate ; mas recordando la la Verdulera del Chatelet. Riperto! cier­
grave herida y la larga enfermedad del tamente que es muy hermosa.
vencedor se había ido suavizando, y la Se habia empeñado demasiado la Viz­
cólera habia perecido ante las lágrimas. condesa para que Savoisy pudiese eva­
Dos nombres, entre otros muchos, dirse fácilmente. Así es que responde con
asomaron distintas veces en los labios de voz tranquila.
Eloína ¡ su altivez se negaba á pronun­ —Oh sí! muy bella y muy peligrosa.
ciarlos ; eran los nombres de Inés y de _ Por cierto que lo sabia, señor Conde;
Elisa. La noble dama recordaba todavía pero vos podíais dejar de confesarlo. El
la terrible noche de la asonada, cuando acento de Eloina era el del despecho; sin
la célebre hermana de leche de Riperto embargo no se ha conmovido Riperto.
la desafiaba á que la olvidase. También —Porqué negar la evidencia ? respon­
tema muy presentes los sarcasmos del de friamente. Elisa, ayudada del poder
duque de Anjou , cuando públicamente de sus hechizos é impelida de la sed de
en el palacio de San Pablo dirigia á Ri- las vengauzas es una enemiga terrible.
perto estas palabras : Qué de aventuras ar­ — Una enemiga 1 caballero , esta pala­
rostra de frente! ac¡ui Inés , mas allá Eli­ bra me admira en vuestros labios.
sa. Todavía resonaban en sus oidos estas —Y sin embargo nada hay en ello de
palabras, y de repente dice con tono frió estraño. Acabo de verla esta mañana.
á Savoisy. _ Tan pronto ! ya la habéis visto esta
Junto á estas habitaciones he visto mañana!
desfilar las cohortes de la rebelión; he vis­ —El Rey me lo habia mandado.
to su bandera, su gefe y aun su heroína, —Comprendo, respóndela Vizconde-
s54 a55
LA VERDULERA. CAP. XII.

sa con estraña sonrisa ; pasa por terrible, —Dadme noticia de vuestros planes.
sin embargo, lo probarémos todo para —Nuestros gefes, responde Garnier,
vencerla. Forzoso será hablarla , seducir­ me envian á este fin. Escuchad con aten­
la : hay muchos medios de triunfo... La ción. Eu una parte de las murallas que
misión era importante y os convenia á rodean la ciudad hacia el lado de la
maravilla. montaña de santa Catalina , se halla una
—Sin embargo, me he llevado chasco. poterna bastante mal guardada...
Las palabras y el acento del Conde lle­ —Y bien!
vaban impreso tal sello de sinceridad, que —La abriremos al Rey.
se han disipado en parte las zelosas sos­ — ¿No temeis ningún obstáculo?
pechas de la Vizcondesa. Llaman... y se —Tal vez que sí, pero con valor se
presenta Garnier. vencen.
—Grande noticia ! noble dama. El rey —Quiéralo el cielo ! dice Savoisy; ¿pe­
Gárlos VI, se halla bajo las murallas de ro como podréis abrir la poterna sin ser
Rúan. Se ha establecido ya una corres­ vistos ?
pondencia secreta, entre él y nuestros —Esta situada de un modo singular,
gefes. Esta misma noche se entrega la en una antigua fortificación, al remate
ciudad. de un jardín solitario, donde no hay na­
—Es posible! eselama Savoisy. da de facción ni centinelas.
—Chito, hablad mas bajo, dice Gar­ — ¿A quien pertenece este jardín?
nier : las paredes oyen. — A una anciana muger del pueblo
—Como se entrega Rúan. que tiene junto á él una casita aislada y
Por medio de la astucia. sin defensa.
256
LA VERDULERA. cap. xn. 267

Decidme el nombre de esa muger «Irían ser comprometidos los mejores pla­
anciana? nes. En todas partes peligros! Savoisy
—Magdalena Bernabé , hermana del queda abismado en profundas meditacio­
difunto Pablo Morand. nes.
—Que decís! ¿La tia de Elisa? inter­ —Y la Verdulera! repone , la Verdu­
rúmpele Riperto. lera que queria hacerme salir esta noche *
—Si , caballero. de Rúan para no caer en manos de los
— ¿ Y es allá donde se debe ir esta no­ rebeldes!... ah! tal vez seré yo quien de­
che ? ba sustraerla á ella de las violencias del
Sí ; los realistas armados se apode­ Regente!
rarán de la poterna , y están tomadas to­ —Os habéis llevado chasco con ella,
das las medidas para el buen éxito de la dice la Vizcondesa de Meanx , ¿y quisie­
empresa. El Rey está avisado, y el golpe rais defenderla ?
se dará á media noche. —Le debo la existencia , responde el
Estiaña complicación de acontecimien­ caballero; sin su apoyo estaba yo perdi­
tos!... He aquí que unos van á cruzarse do: pensad que desea salvarnos á los dos...
con otros ! ¿como salir de este laberin­ ; á vos y á mí!
to? Seguir á Elisa cuando va á venir pa­ —Error! ella á jurado mi pérdida.
ra ejecutar su proyecto de evasión, seria —No: le era conocida vuestra morada,
necedad y cobardía. Desechar su socor­ y ella misma me la ha indicado. En su
ro y sus cuidados, permaneciendo á pe­ mano estaba entregaros á los asesinos:
sar de ella en Rúan, seria imprudencia y mas no lo ha querido. Aun mas; ella es
locura; se atizarían las sospechas , y po- quien debe venir esta noche en secreto
tomo z j7
258 LA VERDULERA.
cap. xii. 2¡Jg
á buscarnos para que quedemos libres de
(idos sobremanera sencillos. Eloina , al
todo peligro y para que podamos huir.
resplandor de una lámpara que acaba de
— Elisa venir aquí ! dice la Vizconde­ alumbrar el dueño de la habitación , la
sa : Ah! su proyecto da al traste con los
examina atenta y dolorosamente. Elisa te­
nuestros : su auxilio va á sernos fatal. No
nia movimientos bruscos y precipitados.
‘ podemos partir ni seguirla.
Latia con desigualdad su corazón, como
—Silencio ! interrumpe Garnier ; oigo si estuviese devorado por la fiebre. Sus
que alguien llama. miradas despedian vagos resplandores , y
— Sin duda es Elisa , murmura entre sin embargo al través de ese desorden
dientes Savoisy. Esta es la hora señala­
moral resaltaba mas brillante que nunca
da... Al anochecer. Lo ha prometido , y la beldad de su persona.
cumple su palabra. «Caballero de Savoisy ! dice , todo lo
— Forzoso es abrir y escuchar. Luego he arreglado para vuestra fuga: antes que
después verémos el partido que se puede asome la aurora podéis estar ya fuera de
tomar. peligro.
— Riperto! dice Eloína , estoy tem­
— ¡Según esto, responde Eloina en los
blando.»
dias de peligr o habéis venido á ofrecerme
Al cabo de pocos momentos tendíale dos veces vuestro brazo!
el guerrero su mano á Elisa. Garnier per-
— Sí, responde la Verdulera, acercán­
' manece á cierta distancia. dose á su rival con una especie de inte­
La hija de la rebelión viene cubierta rés penoso y lleno de curiosidad ; sí, dos
de un manto pardo. Ya no aparece sobre' veces habré venido á ofreceros mi brazo.
su frente el casco ni el penacho : sus ves- ¿ No es verdad que no habéis olvidado la
260 LA VERDULERA,
CAP. XII. 261
primera noche que nos encontramos? Re­ lena Bernabé, hermana de mi padre, ha­
cordáis mis palabras ? Quiera el cielo que bita al eslremo de la ciudad una aislada
la fatalidad no vuelva á ponernos una fren­
casa cuyo jardines á propósito para nues­
te de otra.
tro proyecto. Vosotros iréis allá al mo­
Su voz era sombría , y en su ademan
mento ; y allí, cerca la media noche, en
como en su mirada , se columbraba la
el mismo disfraz en que os halláis os ha­
triste revelación de una alma destrozada
ré salir de Rúan por cierto lugar secreto
sin esperanza y sin recursos... Eloina se
y oculto.
muestra turbada.
—Será tal vez por una poterna?
«No lo dudéis repone la Vizcondesa ;
— Sí , tengo la llave en mi poder.»
mi profundo reconocimiento....
Píntase la consternación en el semblan­
— No aspiro á él: le desecho, responde
te del Paladin. ¡Qué embarazos sobre
vivamente Elisa; no sabria merecerlo.
embarazos !... Qué singular mezcla de
Riperto que guia á vos : por él solo os
coincidencias en un mismo momento y
salvo : á él debeis dar las gracias.
lugar. Ah ! el dedo de la Providencia está
— Oh! dice la Vizcondesa , arrebatada
visiblemente marcado en esta concentra­
de un involuntario movimiento de sor­
ción imprevista de intrigas opuestas. Pe­
presa y casi de admiración , qué lengua­
ro, donde encontrar el hilo de salvación
je ! es decir que le amais !
para este peligroso laberinto? Cnal podrá
Riperto se apresura á contestar.
ser el resultado? Qué confuso caos ! ¿las
—Elisa! los momentos son preciosos...
distintas pasiones que van á combatirse
cual es vuestro plan de evasión?
de frente dando encontrados empujes, no
— Etelo aquí: nada mas fácil. Mada-
pueden tal vez destruirse mutuamente?
262 CAP. XII. 263
LA VERDULERA.

— No : ¿íce bruscamente Savoisy. Se­ alcanzar el deseado término sin tropiezos


ria comprometeros demasiado. Por otra ni peligro.
parte vuestra anciana tía podría oponerse «Fiaos en mí, prosigue , y mañana
á vuestra conducta y á vuestros planes. estaréis en salvo. Tal vez espongo mi vi­
—No tal, nada hay que temer !e Mag­ da , porque... Si vosotros me fueseis trai­
dalena. Soy su hija adoptiva, y ella es pa­ dores!... Si comprometiese á los mios!...
ra mí una amiga y una madre.» jamás me perdonarian los Ruanenses, Ri-
Savoisy medita unos momentos. Acaba perlo! pensad que pongo toda mi con­
de notar en el rostro de Elisa una sorpre­ fianza en vuestra lealtad : ¿no es verdad
sa motivada por las sospechas á vista de que no abusaréis de la confianza que he
su indecisión. No osa resistir mas tiempo, puesto en vos ? no es verdad que no tra­
y repone con aire decidido. maréis ninguna conspiración ?
«Luego debemos encontrarnos esta no­ — Contra vos?... ah! nada temáis.
che en casa de vuestra tia ? Convengo en — Contra nú , ni contra la ciudad, re­
ello ; iremos. pone vivamente Elisa.
— Os esperaré á eso de las diez : ven­ ;—Lo último no puedo prometéroslo ,
dréis á encontrarme juntos. Para poder responde el leal caballero. Al contrario ,
llegar rápidamente y sin ruido hasta la no quiero ocultarlo , si se me ofrecia esta
habitación de Magdalena , os indicaré el misma noche una ocasión favorable, una
camino.» coyuntura feliz , un medio seguro para
Elisa sigue indicándoles con los deta­ apresurar el triunfo del Rey, con trans­
lles mas minuciosos los caminos que de­ porte echaría mano de él: seria un deber
ben seguir y I06 que han de evitar para para mí.
264
la verdulera. CAP. XII. 265

Estas palabras son de hielo para el Hubiera querido ocultarsu agitación, pe­
corazón de Elisa. ro sus facciones la manifestaban clara­
— Porqué me habíais de este modo ? mente. Vuélvese á Savoisy.
queréis acaso impelerme á que os pierda? «Seáis ó no conspirador , partid : me
-Y porqué me pedís vos un imposi­ es imposible abandonaros. Ella y vos ,
ble. esto equivale á decirme que perezca. aunque seáis traidores , seréis arrancados
—Una sola palabra vuestra me hubiera á la muerte , aunque deba abrir yo bajo
tranquilizado. mis pies un abismo. Tienen puñales vues­
Esta no saldrá de mis labios. tros conjurados? pues decidles que pri­
Esto equivale á la confesión de un mero me traspasen á mí. Tal vez está es­
complot. Es como si dijeseis estoy cons­ crito que lodo aquel que salva debe ser
pirando. víctima: cúmplase mi destino. Pero, cuen­
-Si lo temeis , entregadnos. ta con ello , caballero .' cuando yo ya no
— Pereceríais en el mismo acto. Nico­ exista , podrá levantarse delante de vos
lás Flamand os busca y tiene sobre vos su una figura de venganza, un espectro eter­
hacha levantada : al momento os condu­ no... el remordimiento.»
ciría al suplicio. Elisa al proferir estas palabras se retira.
— Si lo temeis, salvadnos. Garnier lo habia escuchado todo desde
— Hombre singular ! esclama Elisa , el cercano aposento , y sale con aire de
Dios mioí como se complace en torturar­ triunfo.
me ! qué corazón de tigre es el suyo Jo «Muy bien va todo! el cielo nos se­
Da algunos pasos entregada á la irreso­ cunda.
lución del terror y de la desesperación. — No , dice la Vizcondesa alarmada ;
266 I.A VERDULERA,
cap. xir. 267
antes se multiplican los embarazos ; crú­ y vigilaremos por aquellos alrededores.
janse los planes adoptarlos: es una con­ Al menor grito acudiremos al momento :
fusión horrible. Qué deberemos hacer? y cuando se abra la poterna , cuando el
— Es preciso partir noble dama. Elisa Rey penetrará en la ciudad , nos precipi-
sin saberlo favorece grandemente nues­ tarómos á su encuentro para guiarle y
tros designios Vos y el caballero de Sa- defenderle. El triunfo me parece seguro.
voisy seréis introducidos sin obstáculo en — Conde! repone la Vizcondesa ; ¿por­
la habitación de Magdalena, quien os da­ que no nos dais vuestro parecer ? Muy
rá la llave déla famosa poterna. Allí, singular es este silencio.
merced al mismo enemigo, seréis dueños Riperto abismado en profundos recuer­
de la ciudad: ¿pueden á uno servirle mas dos , coge del brazo á Garnier.
á pedir de boca? Heos aquí que vencéis — Si se apoderan de dos mugeres, res­
sin disparar un tiro, Voy á prevenir al peten al menos su existencia ! No manci­
ejército real. Cárlos VI se encontrará al llemos la justa causa con crueldades y
pie de las murallas de la ciudad, allí mis­ con el crimen. El Rey protegerá á Elisa,
mo donde vos os habréis abierto paso. En porque tiene derechos á su clemencia...
el momento mismo en que vos llegaréis y porque es mi hermana adoptiva.
de una parte , llegará de otra el Monarca — Vuestra hermana ! basta, caballero.
con sus cohortes. Procurad que esto acon­ — Apresuraos, que es tarde ya.»
tezca á la media noche. Apresúrase Juan Garnier, adicto y ac­
— Y vos Garnier ? dice Eloína. tivo servidor, á salir en busca de los con­
— Yo con los mios rodearé durante es» jurados. Parte al momento un mensajero
te tiempo la morada de la viuda Bernabé, fiel y seguro para el acampamento real.
268 LA VERDULERA, jttevas jsttUíxactOttes.
Rcúuense , se arman precipitadamente...
cercano está el momento decisivo. Cuan­ ( ENCUADERNADAS A LA RUSTICA ).
tos corazones están deseando que llegue
la media noche!

DIARIO COMPLETO
DE LA

Fin DEL TOMO PRIMERO.


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