Los Pies Envueltos en Calcetines Amarillos
Los Pies Envueltos en Calcetines Amarillos
Los Pies Envueltos en Calcetines Amarillos
»Otayuri«
El sonido metálico de las llaves al caer contra el cenicero de
cerámica, generó un tintineo gracioso entre las paredes de la
silenciosa habitación. Fue un ruido mínimo, de esos a los que uno
no le toma importancia cuando la televisión está encendida, no
mientras carcajadas llenas de vida rebotan entre las paredes del
lugar.
Estaba más que claro lo que debía hacer. No creía poder soportar
otro plato roto en un ataque de ira o sus cortas frases negativas
que le ponían de pésimo humor.
—¿De la mañana?
—Sí.
—¡Me valen un carajo los vecinos!, mejor aún ¡Que todo el edificio
se entere de que Otabek Altin es un maldito mujeriego!
—Yuri...
—Espera...
—¿Ya te vas?
—Está bien.
—¿Con qué?
—Con nosotros.
Cierto.
—A ti.
El teléfono en su pantalón vibró, por algún mensaje. Inclusive esa
vibración hizo más sonido que la voz de Yuri al musitar eso con
pena. Le entristecía ver en lo que se había transformado sin razón
aparente.
—No me importa.
—Quiero que te quedes en casa sólo por este mes. Luego... puedes
irte.
Sonaba tentador terminar con eso de una vez por todas. No era
como si quisiera de verdad a la que era su amante. Pero si sentía
un alivio con ella; era de aquellas relaciones extrañas donde todo
son risas, besos y sexo. Todo estaba bien en ese apartamento de
dos por cuatro, con aroma femenino en cada rincón y cigarros
luego de hacer lo de siempre.
Aún así, se preguntó algo preocupado, que se suponía que haría
Yuri cuando él se fuera.
Como cada día, besó su frente sin ganas y se fue a trabajar, donde
tuvo la mirada cortante de aquella mujer clavada en la espalda. La
interceptó en los pasillos del almuerzo y le explicó la situación,
terminando por contentarle con besos ocultos en el elevador.
Fue pesado saber que no podría ir con ella durante un mes entero,
pero sabía que luego de eso, todo terminaría.
Escenas cómo estás le hacían sentir incómodo, así como una total
mierda. Pero ya le había dicho que no le amaba, no era su culpa
que no pudiera asimilarlo.
Pensó en despertarle... pero prefirió aprovechar a dormir solo.
Fue a mitad de semana que se vio algo sorprendido, al notar las
ventanas un poco más abiertas, dejando entrar la brisa primaveral.
El café seguía sabiéndole mal, pero al menos había puesto música,
bien bajita.
¿Desde cuándo se mordía las uñas? No tenía idea. Hasta tal vez
siempre lo había hecho, pero no en frente suyo.
—No lo preparaste.
—Gracias.
—Contraté el servicio de Netflix— mencionó, mientras seguía
dejando que la toalla absorbiera las gotas de su cabello—. Espero
que no te moleste.
Black Mirror era genial, o eso le escuchó decir a Yuri en voz baja.
En más de un momento le oyó una risa bajita por alguna
ocurrencia de los personajes, o por la morbosa situación. Y él
mismo se veía desconcentrado al escuchar aquel sonido lejano,
que había quedado sepultado en algunos de sus dolorosos
recuerdos felices.
—... ¿Yo?
—¿Dónde dejé...?
No tenía ganas de aguantarla. Si bien tenía razón con que era muy
tarde para el alboroto, siempre se desquitaba con ellos porque
seguramente, estaba más sola que un gato callejero y no tenía
nada mejor que hacer.
Ella bramó algo más, indignada por pagar el alquiler sólo para no
poder descansar, cosa que Otabek ignoró deliberadamente. Al
abrir la puerta, se quedó impresionado al notar, que realmente
había música allí.
Yuri bailaba sobre la alfombra del no tan grande salón. Estaba con
sus medias amarillas y su short holgado para dormir, el cual venía
adornado con cabecitas de tigres adorables. Una camiseta
holgada con un nudo al costado y el cabello aún recogido, pero
algo despeinado.
Estuvo por decirle que no, que se les enfriaba la comida, que se
sentía cansado por estar discutiendo con su amante durante todo
el día. Pero... le había prometido que fingirían.
No sabía realmente que ganaba Yuri con todo eso, pero si eso le
liberaba...
—Ya veo.
—Ya sé.
Levantó la mirada del plato sólo para verle sonreír, tan radiante y
hermoso como lo hacía antes.
—Está bien.
Sus miradas eran cada vez más cómplices y sus risas más
juguetonas, dejando entrever que algo más ocurría allí, y en cierta
forma, le hacía feliz ese coqueteo. Le recordaba a cuando le
conoció y se hicieron amigos, donde aprovechaba cualquier
ocasión para tocarle o tenerle más cerca de lo que un amigo debía
estar.
De sus labios se escapaban pequeños halagos por la comida, por
cómo llevaba el cabello ese día o por lo limpia que dejaba la casa.
Y Yuri hacia esa risa, la que le indicaba que estaba avergonzado,
enamorado.
Los nervios los sentía a flor de piel, como si nunca antes hubiesen
estado así. Se sentía torpe y no sabía cómo dar el primer paso de
nuevo, temiendo ofenderle o ser rechazado.
No sabía.
Acarició su labio inferior con el dedo pulgar, una, dos, tres veces,
siendo acariciado con su lenta respiración. El corazón le latía
frenético al igual que el suyo y su nariz le hacía cosquillas a la
suya.
Tuvo ganas de llorar al sentir sus labios otra vez. Al sentir lo suave
que eran y siempre habían sido, al sentirle suspirar de dicha junto
a él.
La nostalgia le golpeó el pecho con dureza, haciéndole reprimir un
par de lágrimas fuertemente. Afianzó el agarre en su rostro y le
atrajo más a él, invadiendo su boca y corazón por completo.
—Yura...
El cumpleaños de Yuri.
Se suponía que esa misma noche estaría en todo su derecho de
abandonar la casa, irse a vivir con aquella mujer y desligarse del
rubio para siempre.
Había esperado tanto por eso, tanto. Y ahora no sabía que hacer
realmente.
¿Cómo demonios pudo ser tan descuidado con él? ¿Cómo pudo
rendirse y dejarle solo?
Prendió las luces algo preocupado y notó que todo estaba tal y
como lo dejó esa mañana. La ropa sin lavar seguía en el canasto,
el televisor en el mismo canal. Las ventanas cerradas y las
cortinas tapándolo todo.
—Perdóname, Beka...
Oh, claro.
Sin respuesta.
—Porque tú ya no me quieres.
Fue él mismo quien tuvo que ahogar un sollozo esa vez. No se
reconocía a sí mismo. No podía creer que le había dicho eso, en
verdad no podía.
—¿No?
—No es tu culpa.
Necesitaba recuperarlo.
—¿Por qué?
Le miró confundido.
Muerto. Muerto.
¿Recordar qué?
Que lamentaba haber pasado tanto tiempo enojado con él, tanto
tiempo odiándole por abandonarle.
Otabek, prefería convivir. Tal vez aquel Yuri oculto estaba sólo en
sus delirios, en su imaginación. Pero le gustaba pensar que
realmente estaba allí, con él y que jamás le dejaría.
El problema era que sentir su tristeza le estaba consumiendo a
niveles preocupantes.
Había noches que sólo bastaba con una. Otras, con dos. Pero era
todo lo que su madre estaba dispuesta a darle. Le obligaba a
asistir a las terapias, a acompañarle a eventos de la ciudad a los
que siempre terminaban sin asistir. Intentaba poner música para
alegrar el ambiente y Otabek le pedía que la sacara, porque no era
la que necesitaba escuchar.
Su sonrisa, tan suave como dulce, tan misteriosa como los delirios
de su mente, terminaron por completar el cuadro de lo que había
sido su vida perfecta.
—Buenos días, Yura.
»
Bueno, lo siento. En verdad siento estar siendo una pésima autora
estos días. Simplemente estoy triste y estás son las cosas que
necesito escribir.
Por EmilySweet104
"Nuevos días cargados de estrés para mí vinieron, en los que no
hacía más que vagar por los pasillos de casa con la bici a solas.
Con los juguetes, a solas. Hablando con los retratos puestos en
cada pared... A solas. Oyendo el aburrido y monótono tic-tac del
reloj en el cuarto de mis padres que transformó las horas en
semanas, y las semanas en meses, y los meses en años. "
Él era mucho más alto que yo, mucho más grande y más sabio. En
su vida había llevado alguna novia oficial a casa, y si lo hacía, el
primero en correr hasta la puerta para sacarlo a patadas era yo.
Según mamá, yo solía ser un niño bastante celoso con las
personas más especiales en mi vida. El sentir que me las
arrebataban hacía que un sentimiento de repudio y dolor
invadieran mi pequeño cuerpo a los diez años, y por ende, actuara
como Potya al ver un pepino en el suelo.2
El humo era claro, fino. Podía verse bien gracias al paisaje que se
hallaba justo afuera del colegio y que, por cierto, se colaba por la
ventana. La nieve se veía estupenda. Figuraba parecer uno de los
días más increíbles del año, justo como los fines de semana
especiales en los que Viktor y yo compartíamos al hacer muñecos
de nieve en el patio de nuestra casa.
Y entonces lo vi.
Mamá tuvo razón. Viktor llamó a casa por la noche. Justo cuando
el abuelo terminaba de cocinar la cena y yo tomaba un poco de
leche con miel caliente mientras jugaba con mis trenecitos, justo
al lado de Potya en la alfombra de nuestra sala. Mamá y papá
hablaron primero con él, luego el abuelo y por último, me tocó el
teléfono a mí. Nunca antes habíamos hecho una llamada tan larga
con él.
—¿Qué?
Tenía sólo ocho años cuando, por primera vez, me cuestioné sobre
el porqué de las cosas de los adultos. ¿Por qué había otro hilo de
humo al lado de la velita del pastel de Mila? ¿Por qué mi profesora
se veía desanimada cuando le pregunté? ¿Por qué mamá estaba
llorando al lado de papá en la mesa, mientras me escuchaban
hablar por teléfono? ¿Por qué mi abuelito bajaba la cabeza? ¿Por
qué Viktor no regresaría a casa? ¿Por qué?2
A los ocho años, derramé por primera vez las lágrimas más
amargas de toda mi vida.
Los adultos también suelen olvidar que los niños son totalmente
difíciles de convencer, y yo al ser uno de ellos, insistí por dos
minutos con que regresara a casa, cosa a la que él se negó por
obvias razones suyas. No me interesaba el trabajo que tenía,
tampoco saber a lo que él se refería. Sólo quería que mi hermano
volviera a casa y me cargara entre sus hombros para jugar a ser
los gigantes de un gran reino. Sólo quería que volviera y me
prestara su bufanda para salir a jugar en la nieve, hacer muñecos
de nieve.
—Ya no te veré más... —volví a hablar entre llantos— Hermano, sal
de ahí y ven con nosotros. ¿Por qué parece que no volveré a verte?
No entiendo lo que está pasando...1
Viktor Plisetsky
1964-1986
Amado hijo, hermano y héroe.
»Nota:
Por BaccelieriCo
» "El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo:
amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos
amar. "
Mila podía parecer el tipo de mujer que todo puede tenerlo; pero
en realidad, es alguien que tiene mucho que decir acerca del
amor.
»
»
Alejandro Dolina
—Oh no, eso está muy lejos de ser cierto. Sólo somos
amigos; me refiero a todos. Conformamos una gran familia.
Yuri sabía que ella estaba loca por él, porque se lo había
mencionado muchas veces esperando que entendiera la
indirecta para que le hablara de ella y de alguna forma, le
generara algo de interés.
No lo hizo.1
—¡Sólo vete!
—¿Qué hay con él?— su sonrisa triste le erizo los bellos del
brazo y tuvo que ahogar una exclamación.
—Lamentablemente, nada."2
—Definitivamente, sí.
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Por EmilySweet104