Audrey Grey - Serie Shadow Fall 01 - Shadow Fall

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Aviso

1
Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de
manera altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a
traducir, corregir y diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única
intención es darlos a conocer a nivel internacional y entre la gente de
habla hispana, animando siempre a los lectores a comprarlos en físico
para apoyar a sus autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar


realizado por aficionados y amantes de la literatura puede contener
errores. Esperamos que disfrute de la lectura.
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Indice

2
Sinopsis .............................................................................................. 4
Prólogo ................................................................................................ 6
Capítulo 1 ........................................................................................... 8
Capítulo 2 ......................................................................................... 17
Capítulo 3 ......................................................................................... 23
Capítulo 4 ......................................................................................... 36
Capítulo 5 ......................................................................................... 47
Capítulo 6 ......................................................................................... 57
Capítulo 7 ......................................................................................... 76
Capítulo 8 ......................................................................................... 86
Capítulo 9 ......................................................................................... 94
Capítulo 10 ..................................................................................... 104
Capítulo 11 ..................................................................................... 117
Capítulo 12 ..................................................................................... 127
Capítulo 13 ..................................................................................... 135
Capítulo 14 ..................................................................................... 142
Capítulo 15 ..................................................................................... 151
Capítulo 16 ..................................................................................... 161
Capítulo 17 ..................................................................................... 173
Capítulo 18 ..................................................................................... 181
Capítulo 19 ..................................................................................... 186
Capítulo 20 ..................................................................................... 195
Capítulo 21 ..................................................................................... 209
Capítulo 22 ..................................................................................... 217
Capítulo 23 ..................................................................................... 230
Capítulo 24 ..................................................................................... 238
Capítulo 25 ..................................................................................... 245
Capítulo 26 ..................................................................................... 253

3
Capítulo 27 ..................................................................................... 261
Capítulo 28 ..................................................................................... 269
Capítulo 29 ..................................................................................... 277
Capítulo 30 ..................................................................................... 285
Capítulo 31 ..................................................................................... 292
Capítulo 32 ..................................................................................... 304
Capítulo 33 ..................................................................................... 312
Capítulo 34 ..................................................................................... 319
Capítulo 35 ..................................................................................... 329
Capítulo 36 ..................................................................................... 336
Capítulo 37 ..................................................................................... 341
Capítulo 38 ..................................................................................... 350
Capítulo 39 ..................................................................................... 364
Capítulo 40 ..................................................................................... 370
Capítulo 41 ..................................................................................... 377
Capítulo 42 ..................................................................................... 386
Sobre La Autora............................................................................... 391
Próximo Libro .................................................................................. 392
Saga Shadow Fall ............................................................................ 393
Sinopsis

4
Mi nombre es Maia Graystone: prisionera, rebelde y reacia salvadora
de un mundo moribundo.

En exactamente quinientas cincuenta y dos horas, un asteroide


pondrá fin a la vida tal como la conocemos. No es que esté contando ni
nada. Atrapada dentro de una prisión infernal con ladrones y asesinos,
tengo más preocupaciones actuales.

Como el hermano que dejé atrás o los reclusos no tan amigables o


el hecho de que me busca el hombre más poderoso que existe.

Entonces un misterioso benefactor me saca y ofrece lo imposible: un


lugar en las Pruebas de las Sombras. Si gano recibiré un lugar codiciado
para mi hermano y para mí en la estación espacial de las estrellas.

Pero la oportunidad tiene un alto precio. Asociarse con un apuesto


psicópata, ingresar a la corte que una vez me condenó a muerte,
sobrevivir a los despiadados juicios creados por mi propia madre y matar
al emperador, el mismo hombre que me está cazando.

En este astuto juego de vida o muerte, nada es lo que parece y todos


esperan que falle. Pero olvidaron un pequeño detalle.

Nunca subestimes a la chica sin nada que perder.


Atrévete a entrar en el arenoso mundo de Shadow Fall, donde los
tiranos gobiernan, los inadaptados reinan y los antihéroes tienen la tarea
de salvar el mundo. Si te gusta el romance entre enemigos y amantes, la
acción de alto octanaje y los temas épicos del bien contra el mal,
¡atravesarás esta montaña rusa de emociones hasta altas horas de la
noche!

Perfecto para los fanáticos de Secondborn, The Hunger Games y


Maze Runner, esta oscura historia distópica de supervivencia, intriga y
romance lento te atrapará hasta la última página.

ADVERTENCIA. Esta serie es oscura, cruda e intensa. Si prefieres tus

5
libros llenos de arcoíris y unicornios y chispas de felicidad al azar, este
podría no ser tu tipo de historia. Pero, si te gustan las historias arenosas
con corazón, ¡te prometo que con el final del último (tercer) libro seras feliz
para siempre!.
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Prologo

6
El asteroide que destruirá la tierra se llama Pandora. Algunos
realistas en la corte del emperador pensaron que estaban siendo
inteligentes, robando el nombre de las historias que nuestros
antepasados solo susurraron sobre los dioses.

Mi madre repitió el mito de Pandora tantas veces que lo he


memorizado: Zeus, el más poderoso de los poderosos, formó a Pandora con
arcilla. Astuta y hermosa, ella era el destino de la humanidad… y
eventualmente su caída.

Excava la ironía y encontrarás admiración. Siempre le gustaron las


cosas poderosas y destructivas, mi madre. Lo que explica por qué ella
nunca se preocupó mucho por mí. Un Bronce. Nacida de una madre Oro
y un padre de Bronce.

Nacida para ser Elegida y ordinaria.

Nacida para ser esclava en las fábricas y casarse con un príncipe.

Nacida para amar la luz y languidecer en la oscuridad.

Siempre supe que mi mundo se acabaría. He sabido el día exacto, la


hora exacta, el minuto exacto. Pero nadie me ha explicado por qué.

Los Realistas dicen que los dioses, enojados por la Guerra Eterna y
los bombardeos, han decidido castigarnos.

Los del otro lado, los rebeldes de Fienia, afirman que el emperador
de alguna manera aprovechó la tecnología que nos oculta para conjurar
el asteroide. Después de todo, es el asteroide el que permitió a los
Realistas y su promesa de salvación obtener el control de las últimas
ciudades rebeldes de Fienia.

Sin embargo, ya no mencionan la salvación. Nadie lo hace.

La oscuridad engendra cosas hermosas y maravillosas: las palabras


de mi madre. Y Cronus, el titán hijo de Gaia y Urano, se vio obligado a
matar a su padre, la sangre de su acto malvado cubrió a su madre, que
giró y giró, cada gota dio a luz gigantes y ninfas al mundo.

Mi madre me aseguró que el asteroide era un regalo de los dioses


que cambiaría mi vida para mejor. Era una gota de sangre, nacida de la
tragedia, destinada a cambiar nuestro mundo moribundo.

Yo fui Elegida.

7
Para alguien que se enorgullecía de tener siempre la razón, mi madre
seguramente eligió un momento inconveniente para estar tan
equivocada.
1

8
Soy más tierra que persona ahora. Más tierra que carne, roca que
hueso, barro que sangre. En los túneles, en la oscuridad, me he
convertido en algo menos que humano.

¡Tengo que salir de aquí!

Tallo otro puñado inútil de tierra de mi tumba. Es un esfuerzo


perdido. No hay forma de que pueda salir del hoyo debajo de la prisión
del Rhine. Incluso si mis manos están forjadas con los fuertes huesos de
metal de mis antepasados. Manos destinadas a martillar acero en
cuchillas y trabajar oro precioso en los sellos de las Casas de Alto Color.

Pero tengo que hacer algo. Cualquier cosa que me haga olvidar lo
que está sucediendo arriba.

¿Ya está aquí? ¿Max la ve también? ¿Tiene miedo? El aliento se atora


en mi pecho. ¿Está vivo?

La ira burbujea dentro de mí. Caigo de rodillas, intento gritar de


dolor, los puños palpitan mientras golpean la pared del túnel. Max es
todo lo que tengo. Si admito la verdad, que no hay forma de que mi
hermano haya sobrevivido solo allí, no tendré nada por lo que luchar.

Mi pecho se estremece con sollozos silenciosos y sin lágrimas. La


noche que destrozó mi vida viene en pedazos destrozados. La sangre de
mi padre, de color negro aceitoso, baja por las escaleras. Los Centuriones
cargando, sus pasos como mil truenos sacudiendo mi columna mientras
salpicaban brillantes estrellas rojas sobre la pared blanca. La expresión
aterrorizada en la cara de Max cuando lo arranqué de mi cama y huimos
de la única casa que habíamos conocido.

Pero me dejaste, acusa la voz infantil de Max.

Mis labios devastados se abrieron ampliamente.

—Tenías hambre... tan hambriento...

Nos moríamos de hambre. Sabía que había Centuriones en el


mercado ese día. Pero no podía soportar una noche más acurrucada para
sentir calor mientras mi hermano pequeño gemía en busca de comida,
las puntas afiladas y sobresalientes de su columna vertebral pinchando
mi esternón.

Mendiga horrible y peor ladrona, me atraparon antes de que pudiera

9
reclamar un mordisco del pan robado calentando mi bolsillo. Solo
habíamos frecuentado las calles durante un mes. Aun así, debo haberme
visto tan diferente de la chica Elegida con la madre Oro que los
Centuriones asumieron que era solo otra chica Bronce que se escondía
de sus deberes de fábrica, o tal vez eludía el servicio militar obligatorio.

Algunos días desearía que me hubieran reconocido. Estaría muerta,


gloriosamente, entumecidamente muerta, sin vivir esta miserable broma
de una existencia. No cenar con ratas. No atormentada por fantasmas y
siempre, siempre con miedo.

—Ayúdame —me lamento, luchando fuera de mi memoria—. ¡Por


favor! ¡Ya no puedo hacer esto!

Lo estoy perdiendo. Por quinta vez esta mañana.

¿O es de noche?

En lo profundo de la tierra, no hay mañanas. No hay tardes No hay


estaciones ni hermanitos, ni asteroides con nombres de dioses. Solo
tiempo. Es hora de cavar y fingir que en realidad estoy logrando algo.
Hora de llorar y sentir pena por mí misma. Es hora de rascar los piojos
que se meten por el nido de mi cabello.

Es hora de volverse loca

Yo lo llamo el Destino. Ese sentimiento que se apodera, enreda mis


entrañas, mordisquea mis costillas y talla cualquier esperanza restante
de mi corazón.
Un ruido hace añicos la quietud y me quedo sin aliento. Congelada,
escucho por unos segundos, pero todo lo que escucho son los latidos
aterrorizados de mi corazón. No seas una debilucha, Graystone, me
regaño, pensando que las voces que sonaron fue producto de mi
imaginación.

Ahora otro sonido se arrastra desde los túneles, casi como un


susurro amortiguado, pero definitivamente real.

A veces, cuando los escucho buscándome, pretendo ser Perséfone,


encarcelada en el Inframundo, y los monstruos que me buscan son solo
Hades y sus secuaces. No quieren hacerme daño; quieren hacerme su
reina inmortal.

Los susurros de los monstruos se mecen por las paredes.

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Finalmente me han encontrado y no pondrán una corona sobre mi
cabeza.

Ahora mi excavación tiene más propósito detrás. Agarro y rasgo


bolsillos de tierra picada de roca de la pared. La suciedad golpea
silenciosamente contra mis pies descalzos. Tengo la sensación de que me
acabo de despertar, como si hubiera abierto los ojos y caído en una
pesadilla. Una peor, si eso es posible. Soy una Bronce dentro de un hoyo
lleno de monstruos.

Una Bronce con un secreto.

El sonido de algo corriendo por mis pies me hace saltar, pero es solo
Bramble. El sonido parecido a una máquina de sus patas de metal
rascando me da un poco de consuelo.

Con forma de araña, Bramble tiene seis patas articuladas, un cuerpo


esférico y sensores de agujeros colocados en la parte superior de su
cabeza que brillan en rojo. Encontré el sensor de la prisión debajo de un
montón de trapos, una de sus antenas casi rota. Enderecé su sensor y
limpié la suciedad de sus articulaciones, esperando que volviera a contar
Pit Leeches, pero en su lugar, me siguió hasta los túneles. Poco después,
me trajo a Duchess. Un sensor de modelo un poco más nuevo, fue más
difícil de arreglar.

—Nos encontraron, B —susurro.

Bramble suelta una furiosa andanada de chirridos.

—¿Dónde está tu hermana?


Duchess es lo contrario de Bramble. Cabezuda e independiente, lo
más probable es que esté explorando los túneles.

Antes de que Bramble pueda responder, las burlas invaden la


quietud.

—Oye, Digger Girl, no queda ningún lugar para esconderse. —La


primera voz, claramente la de Rafe, se aloja en la boca de mi estómago.
Lo que significa que su despiadado compañero, Ripper, estará justo
detrás de él. Ella recibió el nombre porque le gusta cortar cosas. No, no
cosas. Personas.

—Digger, Digger, en la oscuridad —dice Ripper—. Digger, Digger, no


es demasiado inteligente. Le conseguí un agujero en el que cayó. Le
conseguí una tumba en la que también morirá.

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Empujo a Bramble con el pie.

—¡Escóndete!

Una suave niebla dorada se desliza por el suelo. Cuando mis manos,
muñecas y piernas aparecen a la vista, me mareo de emoción. Es la
primera luz real que he visto en años.

Dos sombras brotan del suelo. Una vacilante y calma, la otra


corpulenta y nerviosa. Huelen a humo y podredumbre. La linterna de
cabeza unido a la frente de Rafe de lado a lado, iluminando mi hogar
durante los últimos siete años, un agujero de dos metros por dos metros
en la tierra.

—¿Tienes tu pequeño y sucio nido aquí, Digger Girl? —dice Ripper,


arrojando algo, una carcasa de rata a medio comer, en la bota de Rafe—
. Cuidado, Rafe, a ella le gusta morder. Una salvaje, ella es.

Una sonrisa apagada anima la carne floja del rostro de Rafe. Él


rechina el aire, sus pocos dientes restantes golpean juntos.

—Bueno, yo muerdo.

—Haré más que morder —siseo, sacando el fragmento de madera


que uso para matar ratas. Lo empujo hacia el centro y espero que no se
den cuenta de cómo tiembla en mi mano.

La última vez que vi a Ripper, ella me llevó a las catacumbas, donde


las criaturas que infestan el hoyo esperan cada pocos días su sacrificio.
De alguna manera me escapé. Ahora, sin embargo, no hay ningún
lugar para correr. Tendré que pelear, y no estoy segura de poder hacerlo.

Odio mi miedo. La forma en que mi cuerpo se vuelve gomoso y débil.

Cálmate. Forma un plan. Ambos se lanzan contra mí, así que decido
ir tras Ripper primero. Rafe se especializa en trauma de fuerza
contundente. De cerca, Ripper y su espada harán el daño más rápido.

Ripper se lanza hacia adelante, destellando plateado. Yo gruño. El


fuego hormigueante me cierra el costado. La boca casi sin dientes de
Ripper está bostezada, su pecho se tambalea con respiraciones ansiosas
y hambrientas.

Ella debe haberme apuñalado, pero mi cuerpo enmascara el dolor

12
con adrenalina. Me necesita para seguir adelante. Para defenderse.

¡Defiéndete, Maia Graystone!

Esta vez, Ripper se lanza con el cuchillo al centro de mi estómago.


Me giro, tomándola del brazo y tratando de sacarla de balance.
Imposiblemente se retuerce de mis manos, todo músculo y hueso, y
vuelve a saltar a la velocidad del rayo. Su cuchillo clava metódicamente
en mi vientre.

Puñalada.

Puñalada.

Pateando y arañando, retrocedo en una pared sudorosa de músculo


duro. Un aliento caliente y rancio calienta mi cuello.

Rafe.

Mi cuerpo se adormece. El Destino se está instalando. Mis dos


hombros están fijados entre el agarre de cemento de Rafe. El dolor
atraviesa mi pecho mientras él aprieta, huesos se rompen.

Parpadeo. El cuchillo de Ripper gira a centímetros de mi cara; la luz


resbaladiza centellea a lo largo de su longitud sangrienta.

—Agárrala bien, Rafe.

Rafe gruñe detrás de mí.

—Si está toda desfigurada, no van a pagar.


Apenas tengo tiempo para preguntarme quién estaría tan
desesperado como para pagar a estos dos salvajes homicidas para
recuperarme cuando el cuchillo de Ripper se deslice por debajo de mi
nariz. Sus ojos brillan.

—Solo la nariz. No la necesita.

—Ripper, la llevo sin ti tan fácil como contigo. —La presión se alivia
de mis hombros. Detrás de mí, un objeto hueco, probablemente el tubo
de metal favorito de Rafe, choca contra la carne cuando la pasa entre sus
palmas carnosas.

Lo que sea que se les pague para recogerme, es suficiente para que
se enfrenten entre sí. Imposiblemente mi situación ha empeorado. Porque
solo alguien afuera, alguien de la realeza, puede ofrecer algo así.

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Lo que significa que el emperador finalmente me ha encontrado.

Mis músculos tiemblan. No le tomará mucho tiempo a uno apagar


al otro. Pero todo lo que necesito son unos segundos para desaparecer en
el laberinto de tierra justo más allá de ese agujero. Me preparo para
correr.

Al menos soy buena en eso.

Pero mi frágil esperanza se evapora cuando la hoja del cuchillo de


Ripper susurra en su manga de camisa.

—No te preocupes, ¿sí, chico Rafey?

Antes de que pueda protestar, Rafe me ata una cuerda de cable


alrededor del cuello, me la pasa por los brazos y las piernas y hacia él
para que la más mínima presión me haga ahogarme.

Sé que el sistema de cuerda que Rafe ha establecido es un error en


el momento en que entramos en el hoyo. Los túneles son un laberinto
serpenteante de madrigueras verticales y laterales, atadas con callejones
sin salida y pasillos circulares. La mayoría son muy ajustados para mí,
lo que significa que Rafe apenas debe pasar. Debido a la cuerda que nos
conecta, me veo obligada a descansar mis manos esposadas en la parte
posterior de sus piernas, lo que hace que sea difícil para él moverse y me
es imposible mantener la cuerda lo suficientemente floja para respirar.
Cuanto más rápido intenta moverse, más enredada me vuelvo.

Como un animal atrapado en una trampa, Rafe se vuelve loco. Se


lanza hacia adelante, gruñendo salvajemente, rompiendo grandes trozos
de tierra que se amontonan sobre nosotros. La soga me muerde bajo la
mandíbula y me jala la cabeza hacia adelante. Mis pulmones gritan por
aire. ¡Aire!

Justo cuando la oscuridad se traga mi vista, las paredes me liberan.


Como resortes, mis brazos se disparan hacia arriba y deslizo cuatro dedos
debajo de la cuerda que constriñe mi cuello. Un chorro de aire se abre
paso por mi garganta y entra en mis pulmones, aclarando un punto de
visión. Rafe se inclina hacia adelante y nos derrumbamos en una pila
sudorosa. Mi cabeza, presionada contra su pecho empapado en sudor, se
mece hacia arriba y hacia abajo con su respiración de pánico.

Mis ojos siguen la linterna de cabeza de Rafe mientras salta


alrededor de la pequeña cavidad, revelando brevemente otro pasadizo

14
cerca del techo, y mi boca se seca. Si Rafe me obliga a seguirlo por ese
agujero, todos estamos muertos.

Ripper, que se ha metido en el hoyo, estudia en silencio a Rafe.

—Déjame liderar, Rafe.

—No puedo... —El aliento estrangulado de Rafe se corta. Sus ojos de


huevo blanco centellean de pánico mientras su mirada rueda entre ella y
el agujero—. No puedo respirar.

El Destino. También lo ha encontrado.

Ripper se desliza cuidadosamente hacia su derecha, donde las


sombras son las más húmedas y oscuras.

Sé que Rafe está a punto de arremeter porque todo su cuerpo se


enrosca. Aunque estoy bastante segura de que mi cuello se romperá en
el momento en que salte, me pongo en cuclillas de todos modos,
preparando mis piernas para saltar con él. Tengo un plan establecido en
caso de que sobreviva.

Consigue el cuchillo. Corta la cuerda. Ve por Rafe primero, debajo de


las costillas. Prueba con los riñones o el hígado. Entonces libera tus
piernas. Consigue el cuchillo...

Hay un fuerte ruido punzante, como tela rasgada. Rafe da un


suspiro gimiente y se derrite en el suelo, obligándome a arrodillarme.

Ripper decide desde las sombras. Limpiando su hoja ensangrentada


en su muslo, se inclina, recupera la linterna y corta la cuerda del cuerpo
de Rafe.
Un destello de bronce me atrae. Duchess se presiona vacilante
contra una roca que sobresale de la pared. La tubería de metal de Rafe
se asoma por la pinza de su brazo colector. Sacudo la cabeza y la boca,
no, pero ella se acerca mucho más, sus luces se atenúan hasta
convertirse en pequeñas estrellas brillantes.

Siempre la valiente, mi Duchess.

Ripper está distraída. Supero mi miedo y me permito un poco de


esperanza. Esta puede ser mi única oportunidad de escapar.

—Eran amigos —le digo a Ripper—. Y lo mataste. —Mientras trato


de mantenerla hablando, lentamente me inclino por el tubo. Duchess se
hunde y se acerca unos centímetros. Está temblando. Extendí mis dedos
en anticipación.

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—No sabes nada, Digger Girl. —Ripper fija su mirada muerta en mí;
detrás de sus pesados párpados, sus ojos de pupilas brillan de un negro
líquido.

El metal frío me roza la punta de los dedos. Se cierran, pero no hay


nada allí.

La tubería golpea suavemente al suelo.

Algo cambia en la expresión de Ripper. Su cabeza gira hacia la


tubería, de nuevo hacia mí.

—Digger Girl, se encontró un arma, encontró una pequeña


esperanza.

Estoy arrodillada. Puedo recogerla, si quiero. Duchess está instando


a la tubería hacia adelante con su pierna.

—¿Ahora qué vas a hacer con eso?

—Nada. —Mi mano se enrosca en una roca. Ambas sabemos que


incluso si la recojo, será inútil dentro de mis dedos ineptos.

La patada ocurre tan rápido que apenas tengo tiempo para


estremecerme. Un chorro de tierra me golpea la cara, seguido de un ruido
sordo contra la pared detrás de mí. Duchees, aturdida sobre su espalda,
emite una serie de pitidos lamentables cuando Ripper se inclina y clava
su cuchillo en la fisura del vientre de Duchess. Hay un lanzamiento final
de pitidos agudos, similar a un grito. Entonces Ripper tuerce el cuchillo
y lo arrastra por el interior de Duchess, y Duchess se queda callada.
Mi respiración se escapa en un siseo silencioso. Aparto mis ojos
llorosos de Duchess. No llores.

Ripper está a centímetros de mi cara, su propia cara extrañamente


sin emociones y floja.

—La esperanza no nos pertenece a nosotros las sanguijuelas.


Esperanza para el exterior. Esperanza de tontos y cadáveres.

Tiene razón, y la odio por eso. Trato de tragar mientras una ola de
emoción me llena la boca con bilis.

Odio a Ripper. Odio este lugar. Y más que nada, me odio por tener
tanto miedo.

—¿Qué sabrías del exterior? Nunca has visto lo azul que puede

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ponerse el cielo. Probé duraznos recién cosechados, todavía calientes por
el sol. Y las estrellas, tantas que te llevaría toda una vida contar. Brillan
como si estuvieran vivas, pequeños pedazos de fuego blanco...

Ripper me tapa la boca con la mano.

—¿Crees que eres mejor que yo, Digger Girl?

—Sí.

Obviamente, esto es lo último en el mundo que debería haber dicho.

Ella parpadea, sus ojos salvajes de una manera que no puedo


predecir. Lentamente, la mirada animal se hunde en su interior.

—Cierra la boca, o tallaré tu bonita lengua.

Ripper me pone de pie, pellizcando sádicamente la cuerda para que


me ahogue y jadee mientras trepa por el agujero. Giro la cabeza para
tratar de mirar a Duchess por última vez, pero la soga me muerde el
cuello y tropiezo hacia delante, sin aliento.

Dada mi forma actual con las palabras, esto podría realmente


mantenerme con vida.
2

17
El hedor a desperdicio humano me golpea como una pared. Una
cacofonía de lamentos y gemidos resuena en los altos techos del hoyo.
Entrecerrando los ojos en la oscuridad, distinguí las paredes de diez
pisos, lágrimas de las corrientes subterráneas se filtraban a través de la
tierra y formaban ríos brillantes por los lados. Continuaba por
kilómetros. O tal vez sin luz solar todo parece más grande.

Alguien grita. Más lejos, los aullidos alcanzan un punto álgido y


luego se cortan abruptamente. Excepto que no hay animales aquí.
Tampoco hay guardias, ni jaulas para evitar que nos separemos. Solo un
agujero tapiado en el techo llamado la caída que nos conecta con los
niveles superiores de la prisión donde residen los prisioneros regulares.

Nos llaman Pit Leeches porque vivimos fuera de la prisión de arriba,


obligados a comer sus restos. Es curioso cómo terminé aquí por esa
misma razón: buscando restos. No es que yo llame a los grumos peludos
y relucientes que llueven cada siete días comida. La mitad del tiempo los
gusanos y escarabajos que lo infestan son más comestibles.

El sonido de la linterna de Ripper apagándose me llama la atención.


A juzgar por su comportamiento tenso, vamos a viajar directamente a
través de las catacumbas, una colección de cuevas oscuras que parecen
huecos en las paredes.

Pequeños fuegos arden dentro de los agujeros, su luz débil dispersa


cientos de sombras. La cabeza de Ripper gira de izquierda a derecha, ojos
agudos y hambrientos cuando nos acercamos a las primeras celdas. Esta
es la parte más peligrosa del hoyo.
El miedo me invade.

—Esto es estúpido.

—Cierra la boca, Digger Girl, o las dos seremos un sabroso aperitivo.


—Incluso ella no tiene garantizada la seguridad en las catacumbas, un
hecho que debe tener muy en cuenta ahora que Rafe se ha ido.

Me toma todo el esfuerzo mantener la cuerda lo suficientemente floja


como para respirar. También tengo cuidado de mantener mis
movimientos lentos y suaves. Aquí, el sistema de clasificación es simple.

Depredador o presa.

Y los depredadores siempre están mirando, siempre trabajando para


determinar en qué categoría te encuentras.

18
Piscinas parpadeantes de luz de fuego salpican nuestro camino a
medida que continuamos. Dentro de las celdas inferiores, los cuerpos con
costillas protuberantes y espinas sobresalientes se encorvan alrededor de
fuegos. Agarran palos empalados con trozos fibrosos de carne gris. Trato
de no pensar en lo que están comiendo, a quién están comiendo, o cómo
ese era casi mi destino, hace años. Sus ojos brillan misteriosamente a la
luz del fuego mientras nos siguen.

A pesar de mi repulsión, el olor dulce y enfermizo de la carne


carbonizada me hace doler la boca. Intento no reprimir mi hambre
cuando pasamos por una celda llena de criaturas. Sombras demacradas
se deslizan por las paredes. Hay una pelea cuando dos niños pequeños
atacan a un hombre esquelético de ojos salvajes. Se encoge en el suelo,
gimiendo. Un maremoto de extremidades frenéticas lo traga.

La multitud escupe un cadáver tenue; la niña es pálida y delgada,


un vestido amarillo andrajoso que cuelga de huesos afilados. Ella
arrebata la carne que el hombre dejó caer. Nuestros ojos se encuentran
justo cuando el trozo grasoso se desliza por su flaca garganta.

Tiene que ser astuta e ingeniosa para llegar tan lejos. Pero su
expresión salvaje no puede enmascarar su miedo. Y si puedo verlo, ellos
también pueden.

Le doy una semana, como mucho.

Nos estamos acercando a las últimas celdas cuando hago una


pausa, solo por un instante. Ripper se está moviendo rápido ahora. Su
impulso tira de la cuerda, y yo tropiezo.
Un centenar de caras esqueléticas se clavan en mí a la vez. Me he
jodido. Me he declarado presa. Y todos los depredadores lo han notado.

—Camina más rápido, Digger Girl —ordena Ripper.

Noto el brillo de un cuchillo sin filo dentro de su palma. Los pelos de


mi cuello se disparan hacia arriba cuando mi visión periférica capta
sombras.

Las paredes parecen sacudirse arriba y abajo mientras corremos. Me


pregunto cuánto durará nuestra compostura. Me pregunto si Ripper
lamenta haber acabado con Rafe.

Me pregunto si así es como moriré.

El aire se enfría. Las catacumbas y sus sofocantes fuegos están

19
detrás de nosotras. Tiemblo, y no solo por el frío.

Las sombras se han espesado. Puedo escucharlos. Arrastrándose.


Gruñendo y mordiéndose el uno al otro mientras se arrastran detrás de
nosotras. Pronto, lo único que puedo escuchar es mi respiración
jadeando rítmicamente dentro de mi cabeza.

Los huesos cubren el suelo debajo de la caída. Han sido agrietados,


roídos y arrancados. Un foco estalla. Las sombras que nos han estado
siguiendo gritan y se dispersan, aunque no lo suficientemente lejos como
para consolarnos.

Ripper se protege la cara con una mano.

—Tengo a la Digger Girl.

Pasa medio minuto antes de que se abra la tapa metálica; tierra y


rocas rocían el suelo. Parpadeo cuando el foco capta mi cara. La luz se
apaga y se escucha el sonido de algo pesado que se baja. La luz de Ripper
salta sobre un cubo, apenas lo suficientemente grande para una persona.

Cuando el balde golpea el suelo, Ripper no parece saber qué hacer.


Ella gira hacia las sombras, que lentamente nos rodean nuevamente para
formar un anillo apretado e ineludible.

—El cubo es demasiado pequeño —grita Ripper hacia el agujero sin


rostro. Me acerca; me sorprende sentir que tiembla.

—Pon a la chica primero —llama un hombre—. Vamos a enviar otro


cubo abajo para ti.
—El trato fue que las dos íbamos. —Siento que el filo frío de la
cuchilla de Ripper se engancha debajo de mi manzana de Adán—. Vamos
juntas o... o derramo su sangre aquí mismo.

Ahora entiendo el pago de Ripper: un viaje arriba. Una vez más,


suenan las alarmas. Muy pocas personas podrían tener autorización para
llegar a tal acuerdo.

Pero un Oro poderoso lo haría.

Hay una pausa.

—Tienes un minuto para renunciar a la chica. Después de que


termine ese minuto, se cierra el trato y el cubo desaparece.

20
Ripper se lame los labios y observa la creciente masa que nos rodea.
Unas pocas sombras se lanzan hacia adelante, y ella corta el aire con su
cuchillo, enviándolos de regreso.

El cuchillo muerde mi piel, y creo que va a cumplir su promesa de


antes, pero luego la cuerda se cae de mi cuello y me empujan hacia el
cubo.

Madera dura araña mis pies descalzos mientras me trepo dentro. El


cubo se balancea mientras se levanta, las cadenas se sacuden. Me hundo
de rodillas, con las manos sujetadas con fuerza alrededor del borde del
cubo.

De repente, el cubo se mece con fuerza, como si alguien lo hubiera


agarrado y se estuviera colgando. Se agita violentamente a un lado. Estoy
volteándome, mis brazos y piernas giran inútilmente, mi boca abierta en
un grito silencioso y sin aire.

El suelo golpea el grito de mi pecho. Lucho de rodillas, Ripper


arrojando una corriente de maldiciones a mi lado mientras los prisioneros
se acercan.

El foco nuevamente despeja la oscuridad, pero esta vez tiene poco


efecto en la multitud frenética.

El miedo me da ganas de morir ahora y acabar de una vez. Pero no


puedo morir. Max me necesita.

Un hombro duro me da la vuelta. La suciedad fría presiona mi


mejilla. Me arde la parte superior de la cabeza: alguien me está
arrastrando hacia atrás por el cabello. Creo que lloro. Mis talones se
clavan en el suelo, y me doy la vuelta.

Dedos huesudos se aferran a mi pie desnudo, y una boca enmarcada


en dientes dentados se prepara para sacar un trozo de mi pantorrilla.

Una pequeña sombra se mueve casi cómicamente por el brazo de la


criatura y se adhiere a su rostro. ¡Bramble! La criatura grita con furia
ciega, azotando su cabeza de lado a lado.

Bramble pierde el control y cae al suelo.

Meneándome del agarre de la criatura, pateo a ciegas, mi talón


golpeando su mejilla con un crack enfermizo.

De repente, la presión de mi cabello se libera. Alguien desliza un

21
brazo debajo de mi axila y pierna, y me quedo sin peso antes de caer de
cabeza en el cubo.

Me pongo de rodillas y hago contacto visual con él, el hombre que


me ayudó. No un hombre, un niño mayor, aunque es imposible saber
exactamente cuántos años tiene. Cabello greñudo, halo de pómulos
afilados y cicatrices blancas y ventosas. Una cicatriz particularmente
desagradable arruga la cuenca del ojo, donde su ojo izquierdo debe haber
estado alguna vez. El otro ojo es salvaje e intoxicante, un tono azul
sorprendentemente magullado.

En el exterior podría haber sido llamativo, tal vez incluso guapo. Pero
aquí, la belleza es lo primero que te quitan.

Una dura sonrisa abre su rostro.

—Sostente, Digger Girl.

—Gracias —empiezo a decir, pero luego hago una pausa. Se ve tan


familiar...

Ahora recuerdo. Estaba con Ripper el día que me capturaron y me


llevaron a las catacumbas. De hecho, ayudó a atarme las muñecas. Tenía
los dos ojos entonces, y era más joven, más suave, menos salvaje.

¡Él es como ellos! Retrocedo del chico cuando recuerdo cómo ignoró
mis súplicas de ayuda.

—Eres... eres como ellos —le digo.

El chico frunce el ceño.


El balde se mueve hacia arriba y yo frunzo el ceño. Sí, te recuerdo,
Pit Boy.

Exhalo con alivio mientras Bramble se arrastra por el costado. Se


agacha debajo de mi camisa y se acurruca en una bola, su cuerpo frío
contra mi estómago.

En la parte superior, dos carceleros, nuestro apodo para los


guardias, me ponen de pie. Gruesos grilletes de acero resuenan
flojamente alrededor de mis muñecas. Por primera vez en años, me
imagino cómo debo verme.

A lo que debo oler.

—Camina, Pit Leech —ordena el primer carcelero. El tono de su voz

22
implica que si le doy problemas, me empujará nuevamente y lo disfrutará
inmensamente. Tiene los ojos llorosos y vidriosos, y huele a alquitrán, la
droga barata que prolifera entre los Colores Bajos. Se rumorea que los
realistas lo suministran en secreto para mantenernos débiles y sedados.

—¿Qué pasa con la chica? —Le hago un gesto hacia Ripper. Ambos
la miramos, un pequeño parpadeo blanco en un mar de cuerpos sucios y
agitados, una estrella solitaria y moribunda. Todavía está balanceando
su cuchillo. Todavía esperando el balde.

Lo último que escucho antes de que la tapa se cierre, sellando el


hoyo, es un grito agudo.

Uno que imagino que Ripper haría.

Sonriendo, el carcelero escupe en el suelo, saliva marrón salpicada


de alquitrán salpicando gotas en mis piernas.

—¿Qué chica? Todo lo que veo son Pit Leeches.


3

23
Esta parte de la prisión es linda. Limpia, ordenada y tranquila. Otro
mundo, de verdad. Viejas luces halógenas zumban desde los techos y
paredes y ahuyentan las sombras. La electricidad no es regulación, pero
aquí no hay nada. Pasamos por una habitación donde los prisioneros
bien arreglados con uniformes anaranjados y nítidos forman una línea
ordenada mientras esperan las raciones.

Mi cerebro los clasifica de inmediato como presa antes de recordar


que no estamos en el hoyo, donde algo tan pequeño como dar la espalda
te matará.

Hay un estremecimiento y las luces parpadean, mueren.


Inmediatamente, las antorchas a lo largo de las paredes cobran vida. Los
guardias y los prisioneros apenas reaccionan, por lo que la energía debe
fallar con frecuencia.

Los prisioneros aquí son Bronces de las Ciudades Diamantes más


cercanas. Para mantenerse en la superficie, deben estar al día con su
magistrado local, estar al día con los diezmos del emperador y demostrar
que son un productor decente en las fábricas.

No hace falta decir que el hoyo está un poco abarrotado.

La última vez que estuve en estos pasillos, estaba muerta de miedo.


Me estaban llevando a la caída. Recuerdo la forma en que me temblaron
las manos. La forma en que me quedé sin aliento en el pecho. No sabía
qué esperar; solo sabía que no podía hacer que el miedo desapareciera.

Tenía nueve años.


El cubo era el mismo que usé para volver a subir. Excepto cuando
me acurruqué allí, tan pequeña que casi me traga, estaba húmeda con la
cálida meada de la chica que se fue justo antes. Ella había gritado todo
el camino hacia abajo.

En el fondo, sus gritos se habían interrumpido abruptamente.

Resolví no hacer ruido.

Tan pronto como el cubo tocó el suelo corrí, corriendo a ciegas, mi


corazón explotando dentro de mi pecho. Las manos se extendieron desde
la oscuridad, pero me retiré de su alcance. Corrí hacia la luz.
Ingenuamente pensé que podría protegerme. Que estaría a salvo allí.

Mi joven cerebro aún no podía entender que hay algunos lugares

24
donde nunca estás a salvo.

Pasé la primera noche en las catacumbas, aprendiendo a ser un


fantasma, a escabullirme en la sombra y respirar tranquilamente y usar
las puntas de mis pies. Aprendí que la luz del fuego destella en los ojos y
que el barro puede usarse para enmascarar tu piel. Aprendí que a veces
la luz es mala, no buena. Aprendí que lleva menos de un día despojar a
tu humanidad, despegarla como una piel extra.

La sensación de la luz del día en mi rostro me llama desde mis


recuerdos. Estamos en una oficina escasamente amueblada con una silla
y un escritorio endebles, dos estanterías holográficas y una ventana del
piso al techo que da al patio de la prisión. El guardia me desata y se
retira. Solo así, estoy sola.

Lo primero que hago es buscar comida en el escritorio, pero no hay


nada. Paso a paso, buscando cualquier cosa, incluso un poco comestible.
Me postro en el suelo buscando migajas cuando las nubes deben
separarse y sucede.

Luz del sol.

Me tropiezo con la ventana. Por mucho que quiera beberlo todo, mis
ojos no pueden tomar la luz brillante y los cierro de golpe. Apoyo mi
mejilla en el cristal tibio, con los dedos extendidos a ambos lados de mi
cabeza.

Bramble deja escapar un curioso chirrido. Nunca ha visto el exterior.


Siento que me levanta la camisa, da un suspiro suave a lo que debe estar
viendo y luego su peso me abandona.
—Mira, Bramble. No hay nada más como eso.

Me atrevo a mirar. La luz deja anillos amarillos borrosos alrededor


de mi visión. Más allá del patio hay gruesos abetos verdes. Más allá de
eso, el mar, una brillante cinta verde azulada manchada de oscuridad.

—Cypher. —Mi aliento nubla el vidrio. Trazo una mano sobre la


cresta oscura mientras imagino la antigua Ciudad Diamante, un
horizonte repleto de fábricas de metal y vidrio que brillan al sol. Desde la
bahía, cuando el sol alcanza por primera vez las olas y se atrapa en la
malla de los edificios, toda la ciudad parece incendiarse.

Después de la Guerra Eterna, Cypher fue una de las pocas ciudades


sobrevivientes de vidrio y metal. Las Ciudades Diamantes, las llaman,
porque las fábricas de propiedad de Oros nos obligan a esclavizarnos a

25
brillar como joyas a la luz del sol.

Mirando a Cypher ahora, me pregunto si la casa de tres pisos en la


que crecí todavía está allí, justo como Max y yo la dejamos. Contuve las
lágrimas al pensar en mi hermano. ¿Qué debe haber pensado cuando no
volví? ¿Que lo abandoné? ¿Cuánto tiempo me esperó debajo de ese
puente agarrando a su viejo gato desaliñado, Cleo, con sus ojos azules
parpadeando para llorar?

—Volveré —creo que llamé.

Todavía puedo escuchar los chillidos de Cleo cuando Max se aferró


a él como un salvavidas, su labio inferior temblando. Sé que le tomó todo
su coraje no perseguirme.

Ahora veo que debo haberlo sabido, de alguna manera. Debo haber
sabido que sería la última vez que vería a mi hermano. Debo haberlo.
Debido a que tomó cada gramo de energía que tuve para obligarme a
dejarlo.

La puerta se cierra, sorprendiéndome. De inmediato mi cuerpo se


prepara para luchar. Me doy la vuelta. Mi primer instinto es encontrar
un arma. Lo único disponible es una pluma de oro, y la levanto como una
daga.

La mujer es alta y angulosa, con botas de montar negras y un abrigo


largo verde amarillento. Un sombrero de copa gris se inclina sobre la
longitud de sus hombros, una peluca empolvada plateada blanquecina.
Es guapa, de una manera masculina. Frente completa. Fuerte nariz
patricia. Cejas oscuras y cenicientas que se arquean bruscamente sobre
los ojos ocultos detrás de gafas ahumadas con montura de metal.
Guantes de seda blanca se deslizan por sus mangas.

Tiene escrito realeza sobre ella.

Mis ojos se fijan en la cabeza del fénix dorado del emperador que se
asoma desde su cuello. La marca en su cuello me dice que es un Oro. El
sudor brota de mis palmas mientras busco el sello que me dirá de qué
Casa de Oro proviene, pero no lleva nada que insinúe su linaje.

—¡Todos saluden al emperador! —chasquea, golpeando una mano


huesuda sobre su corazón. Han pasado años desde que escuché esas
palabras. Se supone que debo responder en especie, una declaración

26
pública de mi lealtad al emperador, pero la idea me repugna.

—Comida. —Caigo de rodillas, todavía, inexorablemente,


sosteniendo mi arma inútil. Mi voz es un graznido patético—. Lo que sea
que tengas. Por favor.

El asco retuerce la cara de la mujer.

—Por el bien del emperador, levántate, Bronce.

Me las arreglo para obedecer. Dos hombres con idénticos abrigos de


terciopelo negro flanquean a la mujer. Centuriones. Cuando ven el
bolígrafo en mi mano, ambos alcanzan los revólveres con mango de perlas
cuidadosamente metidos en sus cinturillas.

Sus marcas, un fénix de bronce elevado y liso, realzan la carne sobre


sus rígidos collares blancos.

A medida que la mujer se mueve, el resto de su marca aparece a la


vista, y mis ojos se posan en el escorpión rojo agarrado dentro de las
garras del fénix. Solo un miembro del Gabinete de Guerra del emperador
usaría esa marca (el símbolo de muerte para todos los fienianos) o se le
permitiría el color rojo.

El color se prohibió hace años, después de la muerte de la primera


esposa y la hija recién nacida del emperador a manos de fienianos. El
rojo representa rebelión, levantamiento.

Para algunos, el rojo representa libertad.


Mordiendo mi mejilla, me reenfoco en la mujer. Levanta una mano
y los Centuriones se relajan. Pero sus dedos se mueven alrededor de sus
pistolas. Con el reclutamiento a la edad de seis años de las familias de
Bronce, los microinplantes incrustados dentro de sus cráneos y los años
de entrenamiento significan que los dos Centuriones son ciegamente
leales al emperador, una afirmación que con gusto probarán si les doy la
causa.

Una mujer bajita y poco notable que usa uniforme gris sucio empuja
un carro chirriante dentro de la habitación, escoltada por la mirada
cautelosa de los Centuriones. Un fénix plateado parpadea debajo de su
mandíbula para indicar su posición.

Después de la Guerra Eterna, el primer emperador separó el imperio

27
en Colores. Aquellos en el lado perdedor de la Guerra Eterna recibieron
Colores Bronce. Los pocos que no trabajaban en las fábricas fueron
enviados al norte a las propiedades Oro para trabajar como sirvientes.
Los Plata lo tienen mejor: trabajos estatales cómodos, horas decentes y
una cantidad habitable de cupones.

Escalpelos, jeringas, un surtido de agujas y un tubo de ensayo


transparente chocan contra el carro de la Plata mientras lo dirige hacia
la esquina. Su mirada de ojos abiertos rebota en los demás. Supongo que
esta es la primera vez que se encuentra con un Oro de alto rango.

—Querida, soy la archiduquesa Victoria Crowder —dice la mujer a


cargo, su voz profunda y suave y dominante al mismo tiempo. Su cara es
resbaladiza y tensa, como la carne hinchada de un cadáver.

Me trago la inquietante sensación que me revuelve el pecho y levanto


el bolígrafo unos centímetros.

—No me importa quién eres; diles a tus dandies que dejen de


acariciar sus armas, y podemos hablar.

Las comisuras de sus labios se mueven, de la forma en que los


bigotes de un gato se contraen con un ratón atrapado. Ella cruza hacia
la ventana, con los brazos cruzados a la espalda.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—¿Lo... lo siento? —Es más difícil de lo que recuerdo, conversación.


Al menos una con un ser humano.

—El cielo. El exterior. ¿Cuánto tiempo hace que lo has visto?


Bajo un poco la pluma.

—¿Te tomaste toda la molestia de traerme aquí para preguntarme


eso?

—¿Problema? —Detrás de sus lentes puedo sentir sus ojos


evaluando la mancha de sangre a mi lado—. ¿En serio?

Me aclaro la garganta.

—Un niño murió. Y la chica a la que prometiste un viaje arriba,


probablemente también esté muerta.

—Oh, cielos. Eso es penoso. —Sus palabras están cubiertas de


indiferencia petulante—. ¿Los mataste?

28
—¿Importa?

—No particularmente. —Desde el reflejo de la ventana, veo sus


labios estirarse en un bostezo—. Pandora está a punto de matar a
millones. Las muertes prematuras de unos pocos Bronces son apenas
significativas.

—¿Cómo...? —Me aclaro la garganta e intento de nuevo—. ¿Qué tan


pronto? —Dentro de la tierra, los días se convirtieron en semanas en años
enteros. Mirando a la oscuridad. Escuchando a las ratas que se
canibalizan entre sí. Soñando con el sabor de la comida, el olor de la
comida, la sensación de deslizarse sobre mi lengua y entre mis dientes.
La mañana se convirtió en tarde y cada día en una vida.

Y luego mi último fósforo se quemó y la noche se hizo eterna.

—Dos semanas, cinco días hasta el día S —dice con voz aburrida.
Con mucho cuidado, se quita los anteojos ahumados y se los mete en el
bolsillo del pecho, como si todo lo que está más allá de esa ventana
merece una visión clara—. Exactamente quinientas cincuenta y dos
horas.

Día de Liberación. El día que los Oro y todos sus sirvientes observan
desde su estación espacial en las estrellas mientras Pandora causa
estragos en nuestro planeta y en los restantes.

Salvación del miedo. De la muerte. De nosotros.

Salvación. La palabra me da ganas de vomitar.

Se vuelve hacia mí.


Tiré mi bolígrafo hacia arriba.

—Suficientemente cerca.

Victoria da un pequeño suspiro decepcionado.

—Por el bien del emperador, querida, deja esa cosa. —Asiente a los
Centuriones—. Estás poniendo nerviosos a esos dos mongoloides de
gatillo fácil.

Una mentira: esos dos han estado nerviosos desde el nacimiento.

—Agua —exijo—. Comida. Pan de molde. Lo que sea que tengas.

—De acuerdo.

29
Sé que es otra mentira, pero estoy demasiado desesperada como
para que me importe. Sintiendo mi debilidad, la archiduquesa me quita
el bolígrafo.

—Buena chica. —Su voz rezuma control. Me estremezco cuando su


cruel mirada flota perezosamente de mi frente a mis pies y de regreso a
mi cara.

Entonces noto la imagen vacilante en la esquina, y cualquier


esperanza que tengo de comida muere. El holograma del emperador me
estudia, sus ojos brillantes, la boca torcida en una sonrisa. Una corona
de oro irregular con incrustaciones de rubíes en forma de fénix se asienta
sobre su cabeza. Aunque sé que es un holograma (el Interceptor en el
piso del tamaño de un lápiz lo confirma), los detalles de él son tan reales
que imagino que si se moviera, el dobladillo de piel negra de su túnica
rasparía el polvo del azulejo.

—Criatura patética, ¿no es así? —comenta el emperador.

—Sí, mi emperador —la archiduquesa está de acuerdo en un tono


reverente—. Si tan solo su padre traidor pudiera ver el gusano que ella
es ahora.

Mis labios se separan unos centímetros, y se escapa un aliento


sobresaltado. Me he escondido del emperador durante tanto tiempo que
me había convencido de que nunca me encontraría. Ahora que lo ha
hecho, es difícil controlar mi miedo a él.

Se pasa un dedo por los labios.


—Hmm, es lamentable que Graystone haya muerto antes de que
pudiéramos destriparlo y descuartizarlo adecuadamente. Ese tipo de
muerte habría enviado un mensaje más fuerte a los gusanos.

—Pero qué sabio fuiste —dice la archiduquesa—, después de montar


su cabeza en una pica sobre la pared.

—Sí. —El emperador dirige su aguda mirada sobre mí—. ¿Estás


segura de que esta es su hija?

—Lo sabremos pronto. —La archiduquesa entrelaza un mechón de


mi cabello anaranjado enredado entre sus largos dedos y tira, girando mi
cabeza y exponiendo mi cuello—. Ella eliminó la marca Elegida. Chica
inteligente. Si supieran que ella había sido Elegida, le habrían arrancado
su extremidad hace años. —Me suelta la cabeza—. Por suerte para

30
nosotros, todavía está relativamente intacta.

La marca Elegida, que me dieron al nacer, junto con otros cinco mil
niños Oro, es un fénix, similar a los demás. Pero en lugar de un color,
una llama naranja temblaba sobre mi carne. Conseguirlo al nacer no fue
doloroso, así me dijeron, pero quitarla con el labio dentado de una botella
de vidrio dolió como el infierno.

Mi boca está completamente seca y tengo que forzar las palabras.

—Te has equivocado de persona.

Es verdad. La niña ingenua que lleva el nombre de la estrella de la


constelación favorita de mi madre se marchitó y murió en algún lugar en
la oscuridad de los túneles.

Victoria mueve sus ojos hacia la chica Plata.

—Esa pequeña cosa triste allí va a recoger tu sangre. ¿Te importaría


enmendar tu declaración?

Enrollo las mangas andrajosas de mi uniforme y expongo mi brazo


sucio.

—Carne, y de buena gana te la daré. O pan. Lo que sea que tengas.


Tomaré cualquier cosa. —Odio mi debilidad, mi hambre—. Por favor.

—Cállate, gusano inmundo, y escucha. Te llaman Digger Girl porque


te escondes en los túneles. La niña que desapareció, dicen. La chica que
de alguna manera sobrevive contra viento y marea. —Las extrañas
pupilas de Victoria se agrandan de emoción—. La chica que puede
manipular los sensores.

Sacudo la cabeza, pero es un gesto inútil. La evidencia de mi mentira


está en esta misma habitación. Ocultándose. Ojalá por mi bien y el suyo,
lo suficientemente bien como para no ser encontrado.

—Ya ves, Maia, el emperador Laevus me ha encargado que te


encuentre a ti y a tu hermano, y durante siete años, siete años por el
amor de Dios, he explorado todas las podridas Ciudad Diamante, cada
sucia prisión de gusanos por ustedes. —Sus labios se tuercen en una
mueca dentada mientras susurra cerca de mi oído—. Gracias a ti, el
emperador y su llorosa corte están allá arriba ahora, disfrutando de lo
que es legítimamente mío, mientras languidezco aquí con tus gusanos.

31
—Lamento que hayas desperdiciado...

Su dedo presiona con fuerza contra mis labios.

—Shh, gusano. Eres como los otros gusanos. Ciego, codicioso,


ingrato. ¿Sabes que se están amotinando ahora? El emperador Laevus
les ofreció una oportunidad de vida… —su voz se vuelve odiosa—… pero
quieren más. Siempre es más con ustedes, gusanos. Rogando por esto,
lloriqueando por eso. Caras de gusanos aburridos implorando que los
salvemos, salvemos a sus hijos con cerebro de gusano. ¡Más! ¡Más! ¡Más!

Se detiene de repente, parpadeando mientras lucha por volver a


ponerse la máscara de compostura.

—Maia, te voy a contener, despegar cuidadosamente tu carne como


la piel de una naranja, separar tus tendones y músculos del hueso y
escudriñar a través de ti, cada parte de ti. Se te partirán los huesos, se
recogerá tu médula, se extraerán y examinarán tus órganos, todo
mientras estás consciente. —Los capilares rojos se enredan en sus
mejillas a medida que crece su entusiasmo—. No puedo matarte, porque
si lo hago, lo que hay dentro de ti, lo que tu padre nos robó, también
puede morir. Pero eso no significa que no lo encuentre.

Convoca a la chica Plata con un gesto y creo que podría


desmayarme, especialmente cuando la aguja se desliza en mi antebrazo.
A pesar de que cada parte de mí está gritando, veo con calma cómo la
jeringa se atiborra de mi sangre.

—¿Dónde está tu hermano, Maia? —susurra la archiduquesa.


He estado mirando por la ventana para evitar su mirada, pero ahora
miro directamente al emperador.

—Moriré antes de que lo encuentres.

Por una fracción de segundo, algo oscuro arruina su expresión.


Tengo la sensación de mirar un lago quieto y ver algo negro y viscoso que
se cuela justo debajo de la superficie.

La archiduquesa me da una palmada en la mejilla, obligándome a


mirarla.

—¡Cómo te atreves a hablarle así al emperador, gusano!

Lágrimas de dolor brotan de mis ojos.

32
—Por favor, no estoy…

—Tienes un minuto para admitir que eres Maia y decirme dónde


están la clave y tu hermano. —Suena una alarma afuera. Victoria mira
el reloj dorado que cuelga del bolsillo de su chaqueta y luego asiente hacia
la ventana—. Echa un vistazo mientras piensas en la oferta.

Esta vez no presiono mi cara contra el cristal. Algo está mal. Un


escalofrío me recorre mientras veo la cortina negra y sucia cubriendo la
tierra.

—Ella ya está aquí.

—Pandora eclipsa el sol desde la tarde hasta casi la puesta del sol.
Están llamando a las horas oscuras Caída de las Sombras.

La sombra de Pandora. Desde aquí, tiene el tamaño de una uva


grande, lo que explica por qué me la perdí antes. Marrón oscuro, negro
sin hueso en ciertos puntos, ella ha borrado por completo el sol.

Tenía cuatro años cuando mi padre me lo dijo por primera vez.


Todavía puedo imaginarme sus delgados dedos, dedos hechos para
calcular ecuaciones matemáticas complejas y revolotear sobre las teclas
del piano, mientras estabilizaban el ocular del telescopio para poder
mirarla.

Dentro de ese pequeño círculo de cristal, Pandora se veía diferente,


tal vez hermosa. Pero eso es porque ella estaba muy lejos. Un trozo de
roca a millones de kilómetros de distancia.

Ahora ella está aquí. Y ya no es hermosa.


En algún lugar allá arriba, lo sé, lejos del asteroide y de nuestro
planeta condenado, está la estación espacial Hyperion. Ahí es desde
donde el emperador debe comunicarse ahora, junto con su corte de Oro
y sus preciosos Elegidos.

Cubro a Pandora con el pulgar, como si de alguna manera eso


pudiera detenerla.

—¿Ya comenzaron las Pruebas de las Sombras?

El emperador se ríe y, por alguna razón, el sonido hace que mi piel


se erice.

—Ella es una cosa insolente, ¿no?

La archiduquesa levanta su mano enguantada para golpearme otra

33
vez, pero el emperador sacude la cabeza.

—En unos minutos, podrás divertirte con ella. Pero por ahora, que
el gusano sea testigo de nuestra próxima destrucción.

Miro de nuevo en la oscuridad. Es como un estanque turbio, donde


puedes ver el fondo si miras lo suficiente.

—¿Por qué limpian el patio?

Lucho contra el impulso de poner una mano sobre mi boca mientras


la pregunta cuelga peligrosamente en el aire. Inteligente, Graystone. Sigue
haciendo preguntas y tal vez te maten ahora en lugar de alargarlo.

—Porque en la sombra oscura —dice Victoria—, ustedes los gusanos


se hacen cosas horribles. —Mira su reloj, y una horrible sonrisa extiende
su rostro—. Se acabó el minuto.

Antes de que pueda moverme, los dos Centuriones me sujetan, uno


en cada brazo, contra la pared. El borde duro de un cuerpo se clava en
mi hombro izquierdo. Huelo el fuerte sabor del esmalte usado en sus
armas y el sutil talco de sus pelucas.

El guante izquierdo inmaculado de Victoria cruje mientras se lo


quita. Con su mano sin guantes, se quita un alfiler de sombrero largo
adornado con el fénix dorado del emperador de su sombrero. Su nariz
delgada y ganchuda casi toca la mía.

Pero hay algo extraño en sus ojos. Extrañas marcas blancas golpean
sus iris de color gris pálido, sus pupilas dentadas y desgarradas.
—¿Dónde la escondió, gusano?

Mi corazón martilla dentro de mi pecho.

—¿Qué?

—La clave. ¿Está eso aquí? —Me golpea la nariz con el extremo
afilado del alfiler de sombrero—. ¿Aquí? —La aguja pincha mis labios—.
Sé que tienes la clave y tu hermano tiene el mapa. Lo que no sé es dónde.

—Estás loca —digo, estremeciéndome mientras ella raspa el alfiler


de sombrero a lo largo de mi mandíbula y mejilla hasta que se cierne
sobre mi ojo derecho. Y ella podría serlo. Loca. Con su mirada febril, su
sonrisa abierta, el tic sutil de su mejilla izquierda.

Pero las dos sabemos que lo que ella dice es verdad. Mi padre

34
escondió algo en mi hermano y en mí. No estoy exactamente segura de
qué, lo mataron antes de que pudiera averiguarlo, pero sea lo que sea, el
emperador debe desearlo lo suficiente como para enviar a la
archiduquesa a buscarlo por la población.

—Mi suposición está aquí. —La aguja golpea mis pestañas,


haciéndome parpadear—. Con los ojos debes ser delicado. Usa alicates y
pueden explotar. Lo mismo para un bisturí. Pero una cuchara de sopa
común los saca en segundos y los deja perfectamente intactos.

El rostro del emperador está sonrojado, su respiración es superficial


y rápida. Disfruta viéndola lastimarme. Cuando ella me suelta, un
gruñido insatisfecho escapa de sus labios.

—Tómenla. —La archiduquesa le hace un gesto a los Centuriones—


. Cuidado, idiotas, ella está plagada de alimañas.

—Victoria —dice el emperador—, encárgate de nuestro problema; sé


que no me decepcionarás de nuevo, haz lo que sea necesario.

Sonriendo, la archiduquesa se inclina.

—Soy tu leal servidora hasta el final, mi emperador.

Los dos Centuriones me llevan fácilmente hacia la puerta. Me las


arreglo para patear a uno en el muslo, pero bien podría golpear el tronco
de un árbol. En respuesta, me mete en una llave de cabeza, mi tráquea
se intercala entre su antebrazo y bíceps, y me aprieta.
Puntos negros rodean mi visión; mis ojos se sienten como si se
salieran de mis cuencas.

¿No será feliz la archiduquesa por eso? Creo que un poco loca.

La habitación comienza a girar, pero una cara permanece enfocada.


Victoria me evalúa con una sonrisa demente. Su mano derecha cruza
sobre su corazón.

—Todos aclamen al emperador, pequeño gusano.

Absurdamente, me siento sonreír. En el caos, Bramble ha logrado


escaparse. Lo veo correr por el pasillo, cada vez más pequeño dentro del
pequeño punto de visión que me queda.

Corre. Eso es, B. ¡Corre!

35
De alguna manera me las arreglé para arrebatarle esta pequeña
comodidad, atrayéndola y saboreándola como el aliento que suplica mi
cuerpo cuando la oscuridad se cierra.

A salvo. Él está a salvo...


4

36
Estoy hecha un ovillo en un piso frío y duro. Un terrible dolor de
cabeza masivo abraza mi cerebro, mi costado rígido y palpitante. Espero
que la lesión sea solo una herida de carne, pero no puedo estar segura a
menos que mire. Dada mi suerte reciente, probablemente sea mejor que
no.

El olor a orina vieja mezclada con el olor a cobre de la sangre me


hace cosquillas en la garganta. El mío o el del ocupante anterior, es
imposible decirlo.

¿Cuánto tiempo estuve fuera?, me pregunto, justo cuando un roedor


del tamaño de un gato grande cruza el pequeño triángulo de luz que entra
y comienza a lamer en un charco oscuro en el piso. Mi sangre.

En el hoyo, las únicas cosas peores que la oscuridad son las


criaturas que se esconden dentro de él. Le doy una patada a la rata.

Sisea, rechina el aire con incisivos hasta los dedos, y continúa


descaradamente su festín rojo.

Mira, Maia, incluso las ratas no te temen.

Mi visión comienza a girar. Me inclino sobre mis rodillas,


parpadeando para evitar la niebla aceitosa. Un dolor profundo surge de
mi costado. Mirando hacia abajo, descubro que la mitad superior de mi
uniforme está empapado. No es una herida de carne.

Estoy sangrando.
Mis pensamientos tambaleantes resuenan en los recuerdos.
Huyendo con Max la noche en que mataron a mi padre. Los pequeños y
lastimosos gritos de Max mientras nos acurrucamos juntos en el elevador
escondido dentro del laboratorio de mi padre. Las noches frías y los días
brutales escondidos en las calles para que los Centuriones no nos
encontraran. Muriendo de hambre.

Quiero reír. Quiero llorar. Quizás sea una misericordia morir de esta
manera. Me iré a dormir. Dormir...

El sonido de las garras de la rata raspando la piedra mientras huye


me trae de vuelta. Algo está mal. Justo afuera de mi celda, las llaves
suenan suavemente. La cerradura de la puerta se abre con un fuerte clic
y una ráfaga de aire fresco.

37
Los resultados de la prueba. Ellos ya lo saben.

Esta vez es un guardia diferente. De hecho, él es el mismo guardia


que me llevó a la fosa mi primer día aquí, aunque no puedo decir si me
reconoce a través de su mirada muerta frenética, la media mirada que
todos los cabezas de alquitrán eventualmente obtienen de los nanos a
través de su cerebro. Luego vienen las sacudidas cuando los nanos
invaden su sistema nervioso.

Lo pateo y casi me derrumbo con el esfuerzo. Ignorando mi patética


lucha, el guardia me agarra las manos por delante de la cintura y sujeta
la larga cadena que sujeta los grilletes a su cinturón.

No nos decimos una palabra mientras me arrastra por el estrecho


pasillo que separa las celdas.

Me siento impotente, derrotada. Como en los viejos tiempos.

Estoy más que un poco sorprendida cuando me lleva por una puerta
al exterior. Miro las estrellas. Es de noche y una gran luna perlada guía
nuestro camino. El viento fresco atraviesa mi ropa hecha jirones y se
acurruca en mis huesos.

Debo seguir deteniéndome porque el guardia sigue tirando de mi


cadena. La pérdida de sangre está empezando a llegar a mí. Mi visión gira
cada vez que doy un paso, y mis piernas se sienten frías y pesadas.

Intento mover los dedos de los pies, pero no pasa nada. No es bueno,
Graystone.
Pronto es como si mi cerebro hubiera bajado el volumen. No puedo
escuchar nuestros pasos, apenas puedo oír el sonido de las llaves cuando
el guardia desbloquea las dos puertas no tripuladas que pasamos. Miro
a través de párpados pesados los edificios de concreto que se encuentran
adelante, que se rumorea que son para el raro Bronce pudiente. Lucho
contra la creciente necesidad de acostarme aquí en la hierba y dormir.

El guardia tira de mis grilletes.

—¡Muévete, Pit Leech!

Me tambaleo hacia el recinto dejando escapar humo de su chimenea.

—¿Dónde… —mi mirada salta a través de la puerta de madera


desgastada frente a nosotros—… estamos?

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—Cállate. —El guardia manipula torpemente mis restricciones.

Mis brazos se sueltan y flexiono mis doloridas muñecas mientras él


da dos golpes rápidos en la puerta, la abre con una llave y luego me
empuja dentro del cuarto oscuro. La puerta se cierra de golpe detrás de
mí.

—Lamento lo de la luz —dice un hombre desde la oscuridad—. Los


apagones duran días. —Hay algo extraño en su voz, un timbre electrónico
y chirriante.

Los restos de un fuego arden detrás del hombre. Estoy en silencio


mientras espero que mis ojos se ajusten.

Dos sillas aparecen a la vista. Una mesa. La pequeña ventana


enrejada contra la pared del fondo está abierta, y la vela en la mesa
parpadea con la brisa, la luz danzante de la forma de un hombre
desplomado en una silla, su rostro encapuchado cubierto de sombras. A
juzgar por el reloj dorado brillante que cuelga de su bolsillo, el lujoso
abrigo de piel negro que recubre la capa y el sutil aire de superioridad en
su voz, es de la realeza. Incluso el más rico de los Bronces no sería dueño
de tales lujos.

El hombre se aclara la garganta, y me sobresalto de mis


pensamientos. Por alguna razón tengo la sensación de que se alegra por
la oscuridad. Busco su color en las sombras pero no encuentro nada.

—Siéntate, por favor —ordena el hombre—. Tenemos poco tiempo.


—Su discurso parece refinado a pesar de su calidad antinatural.
Titubeo. Una cápsula de plata convexa, oblonga, del tamaño de un
hombre alto, sobresale de la pared. Es un Cargador, lo que los Bronces
llamamos un Féretro. Hecho de una mezcla de titanio, acero y plata, sin
duda fue fabricado en Cypher, en una de las cientos de fábricas de
metalurgia que recubren la bahía.

—Me quedaré de pie —digo, haciendo un gesto hacia el ataúd con


mi cabeza—. ¿Por qué tienes eso? Los presos tienen prohibido subir.

—¿Quién dijo que era un prisionero?

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—Oh, tú sabes. Un poco de esto, un poco de eso.

Su presunción deja un sabor agrio en mi boca. Me cruzo de brazos.

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—¿Eres fieniano, entonces?

—¿Me veo como un rebelde fieniano?

En lo más mínimo. Sacudiendo otro hechizo mareado, dirijo mi


mirada al Féretro.

—¿Lo harás? ¿Subir cuando llegue el momento?

Se encoge de hombros.

—El frío hace cosas horribles en mi piel.

—¿Quieres decir que ser convertido en un trozo de hielo y vivir


dentro de la mente de un Elegido no es tu idea de un buen momento?

—Oh, he conocido a los Elegidos. La mayoría son zopencos


aburridos cuyas mentes serían una forma despiadada de tortura. —
Golpeando la mesa con los dedos, asiente hacia la silla más cercana a
mí.

Me quedo arraigada al suelo. Si tengo que caminar, sin duda me


desmayaré.

Suspira.

—Haré esto simple. ¿Eres Maia Graystone, hija del traidor Bronce,
Philip Graystone?

Por segunda vez esta noche, mi corazón da un vuelco.


—¡No era un traidor!

—La bomba que construyó para matar al emperador dice lo


contrario. —Sus palabras están cubiertas de aburrimiento arrogante—.
No es que lo culpe, por supuesto.

—¡Eso es una mentira! —No me importa de qué acusan los


monárquicos a mi padre, o el hecho de que sé que estaba construyendo
algo; nunca creeré que a sabiendas podría construir una bomba.

—Hablado como una hija leal.

—Nunca dije que era ella...

—Lastima. Te iba a ayudar a escapar. Pero si no eres Maia...

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—¿Cuál es el punto? —Me cruzo de brazo—. ¿O no has mirado al
cielo últimamente?

—No has escuchado el resto de mi oferta, Everly.

—¿Everly? —repito, tratando de mantener la confusión de mi voz—.


Pero acabas…

—Tu nuevo nombre: Everly. Más bien se sale de la lengua, ¿no te


parece? —Su capa repentinamente se mueve, revelando parte de su
antebrazo. La piel está estirada y cerosa—. Everly, ¿cómo te gustaría
competir en las Pruebas de las Sombras?

Su pregunta me empuja a un mundo que he estado intentando


olvidar durante los últimos siete años.

—Pero las Pruebas de las Sombras se llevarán a cabo en el país


monárquico, en la Isla Esmeralda, y los concursantes son cortesanos
exiliados de las prominentes Casas de Oro...

—Sí, sí —interrumpe—. No nos entretengamos con lo obvio.

—Esto es una broma, ¿verdad?

—¿Una broma? Me imagino que los miles de señores y damas del


norte que esperan ser elegidos no lo creen. No es una broma, Everly. Un
simple sí y tienes una segunda oportunidad en la vida.

De alguna manera logro cruzar el piso y caer en la silla. Soy muy


consciente de la sangre que corre por mi costado.

—¿Quién eres?
—Solo puede haber cuatro campeones en las Pruebas de las
Sombras. La pregunta correcta es ¿cómo serás uno de ellos? ¿O has
olvidado lo que los ganadores...?

—Un asiento. —Me da vueltas la cabeza, pero no puedo estar segura


si es por la pérdida de sangre o la oferta—. Los ganadores reciben un
asiento en la estación espacial.

—Correcto. Un asiento junto al emperador y su amado Elegido en


Hyperion, el castillo en las estrellas. Y la mejor parte es que no tienes que
hacer nada por mí hasta que ganes.

—Quieres decir si —digo, enunciando con cuidado—. Si gano.

—Naturalmente.

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Me muevo.

—¿Cuál es tu parte en esto?

Hay una pausa.

—¿Recuerdas lo que sucede después de las Pruebas de las Sombras?

Han pasado años desde que escuché alguna noticia realista, y me


carcome el cerebro.

—Hay un... un baile. El Dominio de los Inmortales. —Sacudo la


cabeza ante la cosecha de recuerdos que vienen de regreso—. La última
fiesta para los Elegidos.

—Y los campeones de las Pruebas de las Sombras, esos cuatro


afortunados, serán invitados a cenar con el magnífico emperador Rand
Laevus. —Gruñendo, se voltea la capucha para revelar su rostro.

O lo que queda de él.

Doy un grito de sorpresa. Sus orejas, nariz y labios se han ido. La


totalidad de su carne expuesta es brillante y picada, tensa, faltante en
algunos lugares, derretida en otros.

Atado a su garganta, brilla una electrolaringe metálica brillante.

—He aquí, la obra maestra del emperador Rand Laevus. No te


molestes en ocultar tu disgusto. Reacciono exactamente de la misma
manera todas las mañanas cuando me miro en el espejo.

Aparto mis ojos.


—¿El emperador te hizo eso?

—Ahora entiendes, ¿no?

—Venganza. —Cualquier esperanza que albergué se desangra—.


Quieres represalias.

—Bueno, para ser claros, quiero que claves un cuchillo en el


retorcido corazón negro del emperador Laevus. Aunque un instrumento
contundente en su cráneo me dejaría casi tan emocionado.

Reprime un gemido mientras gira su cuerpo destrozado a una


posición más cómoda. Noto que sus dedos se han quemado hasta
protuberancias óseas.

—El fuego sería el fin poético —continúa—, pero no particularmente

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pragmático, dadas las circunstancias.

—¿Pragmático? Estamos hablando de asesinar al emperador, jefe de


los monarcas, segundo descendiente primogénito del emperador Marcus
Laevus de la Casa más poderosa de la historia. —Me levanto vacilante
cuando una ola de mareos me golpea—. ¡Estás... estás loco!

Doy dos pasos hacia la puerta antes de verlo. Debe haber estado
aquí todo el tiempo, hundido contra la pared más profunda en la sombra.
Hay algo inherentemente depredador en él, y mis sentidos gritan cuando
nuestros cuerpos casi chocan. Solo cuando se mueve para captar la luz,
reconozco que le falta un ojo.

Pit Boy.

—¿Está aquí para asustarme y decir que sí? —me quejo, mirando al
chico tuerto que todavía me está evaluando en silencio. Su mirada
intensa e indiferente parece atravesarme directamente.

—Ese hermoso espécimen es Riser —dice el hombre quemado—. Tu


compañero.

Resoplo, sosteniendo mis costillas mientras el dolor me recorre el


costado.

—Impresionante. Eres delirante y loco.

La sangre de mi herida, enmascarada por la penumbra, ha


empapado la pierna de mis pantalones y ahora está goteando
silenciosamente en el suelo. Riser ladea la cabeza, lo suficiente como para
que se dé cuenta. No puedo evitar sentir que me está evaluando
constantemente, contando mis fortalezas y debilidades, buscando grietas
en mi armadura.

—Podríamos debatir la veracidad de mi mente toda la noche —dice


el hombre quemado—. Excepto que ahora el perro de ataque
genéticamente destrozado favorito del emperador ha descubierto que
falta su nuevo juguete. Créeme; no quieres que te encuentre de nuevo.

Sus extraños ojos aparecen en mi mente y mi cuerpo se estremece.

—No sabía que todavía hubiera Malignos vivos.

—El emperador Laevus mantuvo los que encontró útiles, y me


imagino que la archiduquesa es extremadamente útil.

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Los Malignos fueron los primeros sujetos manipulados
genéticamente. Eso fue antes de que entendiéramos la nanotecnología y
la ingeniería de tejidos. Antes de que se arreglaran los fallos en los
procedimientos. Los raros Malignos que sobrevivieron a la concepción,
como la archiduquesa, parecían humanos, pero no lo eran, no del todo.
Eran otra cosa. Algo dañado

Algo malo.

Me giro para mirarlo.

—¿Por qué yo?

—Porque, contrariamente a las apariencias, eres una Elegida, ese


subgrupo generosamente impecable y afortunado que nos representa a
todos. Estuviste cerca de suficientes Oros para saber cómo hablan, cómo
piensan. Dadas las mejoras estéticas adecuadas, puedes integrarte en su
mundo.

Se siente como hace siglos que me llamaron Elegida. Bueno, no me


siento Elegida, al menos por nada que valga la pena elegir. Mi sangre se
ve igual que la de los demás. Me imagino que mis entrañas si me abrieran
como la archiduquesa parecía tan ansiosa por hacer, también se verían
completamente iguales.

Pero no soy la misma, y a veces lo olvido.

—Exactamente —digo—. Y Riser... o como se llame —asiento al niño


tuerto—, no puede. Los candidatos de Bronce para las pruebas son
elegidos de las Casas de Oro caídas, y han pasado al menos un verano
en la corte. Nunca creerán que fue una vez... —Una ola de mareos me
inunda y aprieto el asiento de la silla—. Una vez...

—¿Descaradamente privilegiado, impecablemente criado? —termina


el hombre quemado, mirándome cuidadosamente—. Por favor, ten un
poco de fe. Las Pruebas de las Sombras comienzan en menos de una
semana. Para entonces, con los ajustes correctos, Riser se parecerá a
cualquier otro concursante adinerado. —Da lo que habría sido una
sonrisa ganadora, de no ser por su rostro grotescamente desfigurado—.
El emperador Laevus no es el único artista que crea obras maestras.

—¡No es un lienzo! —espeto—. Es un asesino. —Todavía recuerdo el


día que me atraparon en el hoyo, la forma en que las uñas desiguales de
Pit Boy pincharon mis muñecas mientras las ataba. Mocos y lágrimas

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caían por mi rostro, le rogué que me ayudara.

Cállate, había dicho Pit Boy. Mira, solo cállate, ¿de acuerdo? Todo va
a estar bien.

Me obligo a salir de ese recuerdo oscuro y me concentro de nuevo en


lo que dice el hombre quemado, pero no antes de lanzarle una mirada de
muerte a Pit Boy.

—Precisamente el punto —continúa el hombre quemado—. Ves, por


la suma correcta puedo arreglar sus cicatrices, sus horribles dientes.
Puedo hacerle hablar elocuentemente y abrir puertas para damas y
realizar las reverencias más exquisitas. Incluso puedo dotarlo de un
nuevo ojo. Pero lo que no puedo hacer es darle tu conocimiento de tu
mundo. Los pequeños matices que incluso el mejor Reconstructor del
mundo no puede implantar. Si quieres ese asiento, tiene que ser un
esfuerzo de equipo.

—¿Qué pasa si no matamos a nadie? —Nuevamente miró a los ojos


a Riser, que observa nuestra interacción con leve interés, como una
serpiente saciada que mira a dos ratones jugar—. ¿Qué nos impide
dividirnos una vez que ganamos nuestros lugares?

—¿Además de tu palabra? —El hombre quemado levanta lo que


debió haber sido una ceja, la piel estirada de su rostro se retuerce casi
cómicamente—. Considerando lo que el emperador le hizo a tu padre,
Everly, pensé que aprovecharías la oportunidad de matarlo.
Durante un respiro tengo nueve años otra vez, veo a mi padre caer
aparentemente en cámara lenta, sangre roja brillante derramándose por
su frente, sus ojos verdes una vez vibrantes planos y desvaídos...

Jadeo y me reenfoco en mi entorno actual. Los ojos de Riser se


agudizan con fría curiosidad, pero mantengo mi rostro impasible. La
serpiente de repente está interesada.

—No quiero venganza —finalmente digo—. Sólo quiero...

Max.

Que esté vivo.

Que esté a salvo.

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Pero no me atrevo a decir esto, porque ahora cuando estoy fuera de
los túneles y algo de mi locura se ha desvanecido, me doy cuenta de que
no hay forma de que siga vivo.

—Lástima. —El hombre quemado frunce el ceño—. Entonces quizás


un lugar más en Hyperion te motivará. Para quien realmente derrame la
sangre del emperador Laevus.

—¿Por qué necesitaría más lugares? —Mi corazón martilla. Muy


pocas personas tendrían acceso a otro lugar en Hyperion. El costo solo
requeriría más salarios de los que un Bronce podría ganar en la vida en
las fábricas.

—¿Por qué, Everly, seguramente no estabas pensando en abandonar


a Max otra vez?

Es como si me hubieran quitado el aire del pecho.

—Max está... —Intento las palabras, pero nunca las he dicho en voz
alta antes, y se alojan en mi garganta. Parpadeando con lágrimas
calientes, lo intento de nuevo—. Mi hermano está muerto.

Rápidamente me froto las lágrimas; no puedo mostrar cuánto me


duele esto.

—Bueno, eso es una decepción. El Maximus que conocí me contó


todo sobre él. Cómo lo llamaron sus padres por el dios de los cielos,
Júpiter Optimus Maximus. Cómo su hermana mayor le gritaba por
meterse con el nuevo y agradable telescopio que recibió para su
cumpleaños, pero ella siempre le daba el último bocado de caramelo.
Cómo fue Elegida, pero a él se le dejó entrar a las fábricas cuando tenía
seis años, esclavizar su infancia hasta que se vio obligado a subir. —Se
inclina—. Cómo lo dejaste un día y nunca miraste hacia atrás.

—¿Dónde? —Mi voz suena hueca, desesperada—. ¿Dónde está Max?

Antes de que pueda responder, una alarma chirriante atraviesa el


aire.

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5

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El guardia estalla a través de la puerta. Sin siquiera pestañear, Riser
se desliza detrás de él, el cuchillo parpadea en la garganta del guardia.

—Nicolai, sácame a este Pit Leech —le gruñe el guardia al hombre


quemado, obviamente llamado Nicolai, quien señala a Riser.

Cuando Riser no se mueve, Nicolai dice:

—Primera lección fuera del hoyo, Riser. No mates al hombre que te


ayudará a escapar.

El puño de Riser se aprieta sobre la daga, pero se derrite en las


sombras, un ceño decepcionado tirando de sus labios.

—Tiempo de decisión, Everly. —La voz de Nicolai es brusca con


impaciencia—. Aunque, si dices que no, le daré instrucciones a nuestro
amigo civilizado —asiente a Riser—, para ayudarte a llegar al punto de
extracción.

El mareo viene en oleadas ahora. Choca contra mí hasta que estoy


a punto de ahogarme y luego dejarme tomar pequeños tragos de aire.
Trozos negros flotan en mis ojos. Estoy peligrosamente cerca de
desmayarme.

Quiero decir que no soy Everly. Soy Maia Graystone. Quiero decir
que no soy lo suficientemente fuerte como para hacer esto. Quiero decir
que es mi madre, no el emperador Laevus, quien debe ser castigado.
Quiero decir que si el niño tuerto brutal se atreve a tocarme, se
encontrará extrañando el otro ojo.
En cambio, levanto la barbilla y susurro:

—Lo haré.

Por Max.

—Bien. —Pareciendo aliviado, Nicolai asiente hacia una bolsa negra


en el piso—. Ahora, toma eso y vete. Puede que ya sea demasiado tarde.

Miro con incredulidad cómo Nicolai y la mesa desaparecen. ¡Un


holograma! Escaneo el piso oscuro en busca del Interceptor que
transmitió su imagen, pero el guardia me agarra del brazo y me tira por
la puerta.

Tan pronto como el aire frío del exterior me golpea, capto un segundo
viento. Sirenas chillan y los focos deambulan por los jardines, formas

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oscuras se deslizan a lo largo de la línea de la cerca. Perros ladran a lo
lejos.

Nos mantenemos unidos, corriendo a lo largo del camino sombreado


entre las casas. Mis pulmones arden con aire fresco y helado por primera
vez en años, y me pregunto si todavía estoy dentro de mi pequeña tumba
oscura, soñando.

El bosque se alza como un muro oscuro. Nos adentramos entre los


árboles, con ramas que nos rasgan la cara y los brazos. El cielo centellea
a través de las copas de los árboles, las estrellas son tan brillantes, tan
maravillosas que me pierdo en ellas por un momento.

Alguien me está sacudiendo por el cuello y abro los ojos para ver al
mundo haciendo piruetas torcidas. Me aferro al ojo azul de Riser. A pesar
de nuestra situación, él está tranquilo, escaneando los árboles mientras
me arrastra, mis dedos cavan en el suelo con cada paso torpe.

Inspiro con avidez los olores a tierra, hierba y mar. La sensación es


abrumadora, como tragar gigantescos tragos de agua helada después de
estar varado durante años en el desierto abrasador sin una gota...

El guardia me está maldiciendo bajo. Debo haber estado a la deriva


otra vez. Tengo la sensación de que lamenta su trato con Nicolai.

Ya somos dos.

El techo oscuro de las ramas se parte para revelar el cielo con


incrustaciones de diamantes. Nos abrimos a la intemperie, a unos pocos
metros de distancia, luchando a través de la hierba hasta las rodillas.
Puedo escuchar el océano... olerlo... probarlo en mi lengua...

Otra sacudida me arranca de mi ensueño. Sigue adelante,


Graystone. Un pie, ahora el otro...

Un abismo negro se abre bajo mis pies. Mis manos se agitan en un


desesperado intento de equilibrio. Las rocas resuenan en la cara del
acantilado y desaparecen en las espumosas olas a dieciocho metros
debajo mientras mi estómago se sacude. Justo antes de caer, manos
agarran mis hombros y me tiran hacia atrás. Riser. Su pecho está caliente
contra mi carne temblorosa.

Luchando contra el impulso de hundirme en su calor, dejo escapar


una risa nerviosa.

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—¿Este es un mal momento para mencionar que me aterran las
alturas?

Riser me fulmina con la mirada.

El guardia recorre el borde del acantilado, su mirada roza el bosque


a medida que los gritos se hacen más fuertes.

—Nicolai no me está pagando lo suficiente por esto.

Riser me da una palmada en el hombro y señala. Ubicado dentro de


las olas de obsidiana, flota un pequeño bote blanco.

—Tenemos que nadar hacia él —dice, su voz tan impasible como un


trozo de madera—. ¿Puedes hacerlo?

—¡Por supuesto que no puede! —espeta el guardia—. Mírala. Nicolai


no dijo nada sobre su herida. —Se pasa una mano por el cabello muy
corto—. Van a atraparlos a ustedes dos Pit Leeches. —Su mano cae sobre
su bastón de aturdimiento, el delgado palo de metal negro en su cadera—
. Y tendrán mucho que decir.

Riser ladea la cabeza y mira el guardia de una manera que me hiela


la sangre.

Vamos a rendirnos. Creo que digo esto, pero tal vez estoy pensando
esto. Rendirse. Ir a dormir. Encontrar calor...

Ardor en mis mejillas. Riser me golpea ligeramente la cara; debo


estar a la deriva otra vez. El dolor atraviesa la niebla dentro de mi cabeza.
Una carcajada sale de mis labios cuando me doy cuenta de que no puedo
sentir mis piernas.

—Tenemos que saltar —dice Riser nuevamente—. El agua estará


congelada. ¿Puedes hacerlo?

¿Qué harás si te digo que no, Pit Boy? ¿Acabar conmigo para no poder
contarles los planes de Nicolai?

Pienso en Max. Todas esas veces tuve que nadar más allá de las
boyas y arrastrarlo a la orilla después de que flotara muy lejos. Max era
así. Un soñador, cabeza enterrada en las nubes.

No, no era. Es. Max todavía está vivo, así que cálmate, Graystone.

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Asiento a Riser, diciéndome a mí misma que estoy nadando para
salvar a Max una vez más.

Un pequeño destello se agita en mi periferia. El bastón aturdidor del


guardia escupe chispas, una línea azul irregular que zumba desde sus
dos puntos.

—¡Aquí! —grita el guardia, su mirada se dirige al bosque mientras


empuja el bastón hacia Riser—. ¡Yo... los encontré!

En el lapso de un segundo, Riser esquiva su alcance, serpentea


detrás de él y empuja.

El guardia se desliza sobre el acantilado, sus brazos se mueven


cómicamente. Dos segundos después, hay un ruido sordo contra las
rocas de abajo. Saltan chispas azules del bastón donde zumba en la
hierba.

Ni siquiera parpadeó.

Nuestros ojos se encuentran. Comienzo a temblar cuando Riser me


evalúa, al igual que hizo con el guardia.

¿Soy un activo o un pasivo?

Asiento, sin romper nunca el contacto visual. Con una sonrisa


sombría, sujeta una mano fuerte en la parte posterior de mi cuello,
guiándome hasta el borde. Noto un pequeño espacio entre las rocas. Riser
lo señala, dice:

—Sígueme si quieres vivir. —Y salta del acantilado.


La negrura lo traga. Contando en mi cabeza, llego a las ocho antes
de que el océano lo escupa.

Mi turno. El miedo invade cada célula de mi cuerpo. Cierro mis ojos.


Tomo una respiración profunda.

—Por ti, Max.

Mi zambullida no es tan elegante como la de Riser; de alguna manera


me pongo horizontal justo antes de golpear el agua. Luego, un dolor
candente golpea mi cuerpo, seguido de entumecimiento.

Estoy bajo el agua. Cayendo. Hundiéndome.

Algo me ha envuelto. Nuestros cuerpos luchan con el mar y entre sí.


Mi cabeza rompe la superficie, y hay una dulce liberación cuando mis

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pulmones se llenan de aire. El viento frío me pica la cara. Las olas tiran
y arañan mis extremidades muertas, sacudiéndome en múltiples
direcciones mientras el agua salada me quema la garganta.

El empuje de la madera dura contra mi espalda expulsa el aire y el


agua de mar de mis pulmones. Mis ojos se abren. El agua que salpica
contra los costados del bote es aceitosa con sangre.

Mi sangre.

Probablemente necesites eso, Graystone.

Hay un sonido de raspado contra el costado del bote. Algo corre por
el costado, aferrándose al remo de Riser para evitar que se moje.
¡Bramble! Riser intenta desalojar el sensor, pero gimo para que se
detenga.

—Por favor, déjalo estar. —Perdida por este pequeño esfuerzo, me


acurruco de lado.

Riser permite que Bramble corra hacia un terreno más alto. Bramble
pía enojado hacia él, agitando una pierna en señal de protesta, gira dos
veces, luego se pliega en una bola de metal.

Nuestro pequeño bote roza el agua, rebotando de ola en ola, girando


y zigzagueando. Cada ola me rompe la cabeza y me vacía el estómago.
Para estabilizarme, miro hacia arriba y encuentro el acantilado del que
saltamos. Algo me llama la atención. A pesar de mi aturdimiento, me
toma solo un segundo reconocer la peluca fantasmal que sopla en el
viento, la capa azotando detrás de ella como un demonio que cambia de
forma.

La archiduquesa.

Sus ojos crueles me siguen mientras nos entregamos al mar. Creo


que una pequeña y brutal sonrisa tiembla en sus labios, pero podría estar
equivocada. Podría estarlo.

Riser deja caer un remo a mis pies.

—Rema.

Lo fulmino con la mirada. Su uniforme gris empapado se aferra a su


cuerpo, revelando músculos hambrientos y nerviosos que se tensan con
cada empuje de su remo.

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Una ola helada se estrella contra el bote. Nos tambaleamos de lado.
Veo el mar arrebatar el remo de mis dedos muertos.

Una sonrisa lunática encuentra mi rostro.

—Uy.

Riser me dispara una mirada ruinosa. Su primera emoción real.


Entonces Pit Boy es humano, después de todo. Un asesino, sediento de
sangre, pero lo tomaré.

Hay un período suave de nada gris. Llego a temblar tan


violentamente que mis mandíbulas se juntan y mi cabeza golpea
rítmicamente el costado del bote. Puedo ver a Pit Boy mirándome de vez
en cuando. Finalmente, saca algo de la bolsa negra que Nicolai le dio y
me arroja una manta gruesa a la cara.

—Si puedes oírme —dice Pit Boy—, envuélvete en eso.

—C-cuán… c-caballeroso... de... ti —grazné entre dientes.

—Si no puedes hacer esa tarea simple, no tiene sentido cubrirte.

—No me estoy... muriendo, Pit Boy. No… n-no aquí con-contigo. —


De alguna manera me las arreglo para cubrir la pesada manta sobre mis
piernas y la cadera izquierda. Encuentro una fría estrella azul en el cielo,
la Estrella del Perro. Concéntrate en ella.

No cierres los ojos, Maia Graystone. Enfócate. Demuestra que está


equivocado.
En algún lugar adentro, sé que mi mente está divagando porque la
sangre que supuestamente está alimentando mi cerebro está flotando en
el agua a mi alrededor.

Me estoy muriendo.

Mi mirada se desgarra del cielo hacia la forma aguda y melancólica


de Riser. Como un conejo, incapaz de apartar los ojos del lobo. Los
músculos de su cuello se tensan mientras rema aún más fuerte.

Mis ojos se cierran. Solo por un segundo.

—Estaremos allí pronto.

Me acerco a Riser ajustando la manta para cubrir la parte superior


de mi cuerpo.

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—¿Cypher?

Asiente sin mirarme; me doy cuenta de que su mirada parpadea


constantemente hacia el cielo, el mar.

—¿Sabes lo que es eso, Pit Boy?

—Sí, Digger Girl. El lugar donde necesitamos estar.

Empiezo a preguntarme qué sabe Pit Boy del exterior.

—¿Sabes acerca de la Guerra Eterna?

Mira hacia el mar.

—El exterior nunca fue importante.

—Mi tutor dijo que los trabajadores y mineros de la fábrica en el sur


se rebelaron contra la rica fábrica de barones en el norte.

—¿Fábrica?

Parpadeo hacia el cielo, recordando a los Bronces que pasaron por


mi ventana después de su turno, con los hombros encorvados y las
cabezas demasiado cansadas para hacer otra cosa que mirar a sus pies.

—Hacemos cosas para los Oros. Adornos, sedas y ropa de cama, ya


sabes. Cosas. —Moví mis ojos a él—. Pero los trabajadores ya no querían
hacer sus cosas, y utilizaron la tecnología disponible contra los barones.

—¿Qué pasó?
Mi garganta se rasca en una risa ronca.

—El mundo entero casi muere.

He visto videos archivados de la vida anterior a la Ley de Reforma.


Bombas explotando en mercados y festivales, destruyendo ciudades
enteras. Hospitales llenos de cuerpos destrozados, pasillos manchados
de sangre. Escuelas reducidas a cenizas. Me estremezco, tratando de
imaginar un mundo con tantas bombas, tanta incertidumbre y muerte.

La tecnología es peligrosa. Los pocos rebeldes fienianos restantes lo


han demostrado una y otra vez. La mayoría de los Bronces que conozco
están de acuerdo con la Ley de Reforma, incluso si desprecian al
emperador.

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Lucho con la manta empapada en agua y me las arreglo para
ponerme de lado. Sé que Cypher me está esperando, levantándose de las
olas en todo su esplendor, sus millones de luces solares como estrellas
en el cielo. Un dolor agudo llena mi pecho. Es todo lo que siempre he
querido. Ver Cypher de nuevo.

Y ahora voy a morir a unos minutos de su orilla.

—¿Vas a tirar mi cuerpo en el océano? —susurro. He dejado de


temblar. Seguramente una mala señal—. Tiene que ser donde está el agua
ese tono azul imposible... algo así como tus ojos... Me refiero a ojo.

Riser me mira tranquilamente mientras me invade una risa


histérica, silenciosa y ahogada.

Pero no estoy loca. No puedo dejar que la archiduquesa encuentre


mi cuerpo. Ella lo desmontará pieza por pieza, cortando con pinzas los
órganos y los huesos hasta que encuentre lo que mi padre ocultó con
tanto cuidado.

Otra carcajada lunática estalla en mí.

—Y tampoco me comas, Pit Boy.

Pit Boy me clava una mirada inexpresiva. Los músculos rechinan en


su mandíbula. Lentamente, una sonrisa irregular rasga sus labios.

—No te preocupes; no eres mi tipo.

Me trago más risas locas. Un grupo de comediantes, somos. A


menos, por supuesto, que esté hablando en serio.
Es difícil de decir.

Riser reanuda el remado, sus remos depositan gotas de agua fría en


mi cara. El cielo es de color gris ahumado y está cubierto de nubes
delgadas y fibrosas. Detrás de nosotros, cerca de la Isla Rhine, donde las
nubes todavía están agrupadas como mantas sucias, trazas de luz
azulada láser en el cielo. Nos están buscando.

Necesitamos apurarnos.

—No soy un Pit Leech. —Al principio creo que Riser me está
hablando, pero está mirando el horizonte. Tengo la sensación de que está
hablando con el guardia que mató—. No soy un Pit Leech —dice de nuevo.
Su voz tiembla de rabia mientras murmura—: Tampoco lo era ella.

55
¿Ella? Por primera vez, me pregunto si hay alguien que Riser tuvo
que dejar atrás. Excepto que dijo era.

Entonces alguien que perdió.

Más silencio. Su ojo sigue mirando al océano.

—Si naciste en el hoyo —reflexioné en voz alta—, ¿cómo aprendiste


a nadar?

Riser no quita su mirada del agua.

—Nicolai me dio un recuerdo.

—¿Con una Carga?

Ninguna respuesta. Por supuesto que no tiene idea de qué es eso.


Probablemente le preocupa más que los recuerdos sean temporales y no
duren más de una hora.

Lo que significa que si el bote se vuelca, se ahoga.

El viento viene en ráfagas petulantes. Me revuelve el cabello y hace


girar nuestro bote, trayendo consigo un olor a grasa y quemado mezclado
con restos de podredumbre y productos químicos que me hacen picar la
nariz. Una cortina humeante ennegrece el cielo.

Objetos comienzan a golpear nuestro bote. Bramble suelta una serie


de chirridos sorprendidos y se mueve nerviosamente mientras el hedor
acre y lagrimeante satura el aire.
Gruñendo, me esfuerzo hasta los codos y me inclino hacia un lado.
El agua hasta el horizonte brilla con peces muertos y podridos, pedazos
de basura flotando entre los cuerpos plateados hinchados.

Sigo la mirada de Riser hacia la ciudad. Por un segundo, no puedo


decir lo que estoy viendo; el humo es demasiado espeso, mezclado con
zarcillos de niebla blanca y rizada.

Pero luego se parte, y hago un horrible sonido de llanto.

La hermosa y reluciente ciudad de mi infancia es un paisaje


carbonizado y destrozado, inundado de agua de mar rancia y obstruido
con peces muertos y perros en descomposición y otras cosas podridas y
no identificadas. Las gaviotas, con sus cuerpos plumosos manchados de
gris por el humo, se precipitan y se zambullen a través del esqueleto

56
irregular de las fábricas de metalistería rotas como moscas que pululan
un cadáver. El enorme cuerpo dorado del puente del muelle se rompió y
cayó al océano.

Y los gigantes caen uno por uno, para llenar la taza de podredumbre
y ruina. Una ciudad arrasada por las hazañas del hombre, para nunca
más levantarse.

Palabras robadas de los poemas de mi madre. Se revuelcan dentro


de mi cabeza como la suciedad afuera de nuestro bote. Esa es mi madre
para ti. Me estoy muriendo y ahí está ella, recordándome que siempre
tiene razón. Que ella es una súper genio que también tiene talento lírico.

—Vete al infierno, madre —digo con voz ronca mientras mi cuerpo


se da por vencido. Solo renuncia. Y me desplomo de cabeza en el agua
venenosa de las cosas y los recuerdos muertos.
6

57
Un grito dentado me atraviesa el pecho, ahuyentando mi pesadilla.
La luz se difunde suavemente por la habitación. Las motas de polvo giran
con cada respiración. Me duele el cuello y me quema. Estiro todo mi
cuerpo, doblando los dedos de los pies dentro de las frías sábanas de mi
vieja cama. La carne suave y flexible ha reemplazado la herida de mi
costado. Reconstruido. Lo que significa que los rebeldes fienianos están
cerca; solo los fienianos se atreverían a tocar la nanotecnología prohibida.

Mirando a mi alrededor, veo mi lámpara verde azulada en la mesita


de noche donde la dejé. Las estrellas doradas que mi madre me ayudó a
pintar cuando tenía siete años cruzaban el techo, uno de los pocos
buenos recuerdos que tengo de nosotras juntas.

—Luces —digo con voz ronca. La habitación se llena de luz blanca


fría—. Más brillante. —La luz surge, sonsacando a través de mis
párpados medio cerrados hasta que ordeno que tenga un brillo suave.

Sé que estoy soñando porque esta es la habitación en la que crecí.


Incluso hay una grieta torcida en la esquina y huellas amarillas de
cuando Max y yo robamos las pinturas de mi madre y marcamos las
paredes.

Excepto que no puedo estar soñando. Porque cuando trato de


ponerme de pie, la vía unida a mi brazo se suelta, la sangre salpica mis
frescas sábanas amarillas. El diminuto agujero que rezuma en mi piel me
causa un dolor real. El otro extremo de la vía cuelga de una máquina que
se agita con un líquido espeso de color rojo oscuro. Empieza a emitir un
pitido de alarma cuando cruzo el suelo hacia el gran ventanal.
Alguien se ha llevado todas las almohadas de seda que solían
revestir el asiento de la ventana. Las cenizas viejas manchan el suelo
donde solía estar mi telescopio, junto con cristales rotos y agujas de
alquitrán oxidadas. Una brisa humeante se enrosca perezosamente a
través del orificio de estallido de estrellas en el cristal, el olor insinúa caos
y muerte.

Cypher se extiende debajo de mí, inquietantemente hermosa en su


descomposición, humeante, quebradiza y arruinada. Lo que la
inundación no destruyó, los incendios lo quemaron. Pero estaba
equivocada: Cypher no está completamente perdido. Quedan partes de
él, pequeños enclaves de vida en una ciudad por lo demás muerta, como
gusanos que agitan un cadáver para que parezca vivo.

58
Las chozas infestan las sinuosas calles y puentes, y voces
desesperadas se estremecen entre los escombros. Un dron zumba en
algún lugar cercano.

Debajo de mi ventana, veo que el parque de mi infancia ha sido


destruido por un incendio. Ahora es un mercado improvisado con tiendas
de campaña y lentos ríos de gente. Nadie mira hacia arriba. Sin embargo,
yo lo hago, y descubro que hoy Ella tiene aproximadamente el tamaño de
una nuez. Sus bordes arden en naranja, su centro negro, dándole la
apariencia de un ojo.

Mi corazón se hunde cuando me doy cuenta de que mis árboles


favoritos también se han quemado. Tenían siglos de antigüedad y eran lo
suficientemente altos como para arañar la ventana de mi dormitorio
durante las tormentas de primavera. Max y yo solíamos mirarlos por las
noches, inventando historias sobre ninfas y hadas que vivían en sus
ramas nudosas.

Un día mi madre nos regañó por jugar cerca de ellos. Explicó que
durante uno de los levantamientos de Fienia antes de que yo naciera,
nuestra parte de la ciudad estaba controlada por fienianos, y colgaron a
los Centuriones capturados de sus ramas. A veces, regimientos enteros
colgaban de esos hermosos y antiguos árboles.

Incluso había una canción de los fienianos sobre ellos:

Excelentes Manzanas, Excelentes Manzanas, huelen a rosas en el


otoño.

Cuando se balancean y gritan,


¿No son la vista más elegante de todas?

Así que, después de todo, tal vez sea algo bueno lo de los árboles.

Estoy embriagada de luz. Embriagada por su calidez, su fragilidad,


la forma en que salpica las paredes y mancha las tablas del suelo. No es
suficiente tener una ventana llena; debo encender todas las luces de mi
habitación.

Pero la luz también me obliga a reconocer cuánto he cambiado.


Reuniendo un suspiro de valor, me enfrento al espejo del tocador en la
esquina. La chica dentro del marco de acero es un espectro envuelto en

59
una piel parecida al papel que parece a punto de rasgarse sobre sus
afilados huesos. Su cráneo cae bajo el enmarañado y fangoso cuerpo de
cabello anaranjado, y dos enormes ojos hundidos sobresalen de las
oscuras cuencas de los ojos.

Intenta sonreír, pero sus labios agrietados no parecen recordar


cómo. La mayoría de sus dientes están en varios estados de putrefacción.

Sin embargo, sus pecas, los perfectos pinchazos cobrizos formados


para imitar las constelaciones favoritas de sus padres, siguen ahí,
asomando por debajo del lodo. Lo que en cierto modo es irónico, ya que
eso era lo que más odiaba de sí misma.

Por alguna estúpida razón, las lágrimas me queman la garganta. Soy


un monstruo: una cosa viscosa que anhela deslizarse bajo su roca y
esconderse.

Aunque no he visto a mi madre en años, puedo imaginar lo que diría.


¿Crees que la piedad te salvará, Maia? Y ella tiene razón; una de las
primeras lecciones que aprendí en el hoyo fue que la lástima es una
emoción inútil. Así que me aparto de la horrible criatura en el espejo, me
trago las lágrimas y comienzo a evaluar mi entorno. Hay una forma de
determinar si se trata de una simulación o real. Algo que Nicolai no
sabría. Cruzo el suelo, abro el cajón de mi mesita de noche y quito con
cuidado el fondo falso.

El diminuto marco ornamentado del príncipe Caspian Laevus se


encuentra justo donde lo dejé, su cristal manchado con mis huellas
dactilares y polvo. Miro los ojos color champán y el cabello rubio
despeinado de la fotografía. Innumerables noches miré ese rostro
perfecto, tratando de decidir cómo era mientras las preguntas se
arremolinaban dentro de mi cabeza.

¿Le agradaría? ¿Odias mis pecas y mi cabello anaranjado brillante?


¿Estaba mirando mi foto, a miles de kilómetros de distancia, pensando
en mí también?

Entonces, no entendía bien la importancia de ser emparejada con el


príncipe heredero. Yo, un Bronce. Le envié un poema una vez. Se suponía
que debíamos escribir algo sobre nosotros mismos, pero no se me ocurrió
nada que valiera la pena decir, así que escribí un apresurado poema de
doce líneas sobre las estrellas. Dos semanas más tarde, llegó a mi casa
un sobre azul liso con el sello de la Casa Laevus, una Esfinge,
transportado miles de kilómetros por mensajero real.

60
Ahora, mis manos tiemblan cuando coloco el marco boca abajo y
saco el sobre azul. El tosco boceto al carboncillo todavía descansa dentro,
obviamente extraído de la imagen que tenía de mí, mis labios se
tambalean ante la misteriosa sonrisa que obtengo de mi padre. No había
cambiado mi nariz para adaptarse mejor a mi cara, lo que me gustó. Y
cada peca está contabilizada. Pero solo tengo la mitad de la cara sobre
un fondo negro carbón. Y meticulosamente grabadas donde debería estar
la otra mitad de mi cara, hay constelaciones perfectamente representadas
para combinar con mis pecas.

Me arde la garganta. ¿Qué te dijeron, príncipe? ¿Que estaba muerta?


¿La hija de un traidor? ¿Que hubo un error con nuestro emparejamiento?
Me tiemblan los labios al imaginar su alivio por no tener que casarse con
la fea chica Bronce de la Ciudad Diamante.

Mordiéndome los nudillos con los ojos llorosos, paso al libro grande
en el fondo. El viejo tomo de cuero es pesado y mis dedos estriados tienen
problemas para pasar las páginas, pero en realidad no es necesario.
Conozco cada centímetro de estas páginas. La inscripción garabateada y
sesgada de mi madre. Las hermosas ilustraciones chapadas en oro.

Es un libro de historias sobre los dioses. Mi madre me lo dio en mi


séptimo cumpleaños, justo antes de que se fuera para siempre. Ni
siquiera puedo imaginar cuánto le costó en el mercado negro; por lo que
yo sabía, todos los libros antiguos de la Ley de Pre-reforma habían sido
destruidos, y solo los Oros eran lo suficientemente ricos como para poseer
textos autorizados, no es que mi librito esté ni siquiera cerca de ser
sancionado.
El libro se abre en la página que solía leer más. Mis ojos pasan
rápidamente de Afrodita a las dos palomas que descansan sobre sus
hombros. Esas mismas dos palomas forman el Sello de la Casa Lockhart,
la Casa Oro de la que proviene mi madre.

Mi cuerpo se hunde. No se puede negar que Nicolai me trajo a la


casa de mi infancia. Una decisión increíblemente inteligente o
increíblemente estúpida.

No puedo decidir cuál.

Teniendo en cuenta que la archiduquesa y sus Centuriones te están


buscando en dos ciudades, zumba una voz en mi cabeza, iría con
increíblemente inteligente.

61
El lado izquierdo de mi cerebro hormiguea como si un minúsculo
electrodo pulsante estuviera incrustado dentro de mi cráneo.
Microimplante. Incluso sin el timbre robótico de la electro-laringe,
reconozco el tono arrogante y refinado de Nicolai.

El único, confirma la voz. Su presunción disipa cualquier duda que


me quedaba.

Encuentro el espejo y me separo el cabello justo por encima de la


sien izquierda, quitando la mugre para dejar al descubierto una línea
fresca, de un rojo pálido, no más de dos centímetros por encima de la
vieja cicatriz del microimplante. Nicolai ha incrustado un nuevo
microimplante en mi cerebro que nos permite comunicarnos.

Correcto de nuevo, dice Nicolai. Era un riesgo, dada tu condición, pero


valió la pena. Ahora sé lo rota que estás.

No estoy rota. Pero decirlo no me hace creerlo.

Tus pesadillas dicen lo contrario.

Estás enfermo. Probablemente disfrutas con esto. Para llevar a casa


mi punto, me imagino golpeando violentamente lo que queda de su cara.

No puedo oírlo reír, pero puedo sentirlo.

¿Por qué me trajiste aquí?, grito mentalmente, negando con la cabeza


en un esfuerzo por desalojar la sensación de picazón/hormigueo que crea
su presencia dentro de mi cerebro.
La archiduquesa, querida, es astuta, pero le falta creatividad. Sabe
que este es el último lugar al que irías, pero no comprende que el
razonamiento la hace predecible. Para cuando busque aquí, nos habremos
ido.

Tengo la sensación de que hay más detrás de su razonamiento. Que


quiere que recuerde lo que pasó aquí la noche en que murió mi padre.
Pero todo en lo que puedo pensar es en la archiduquesa que me está
siguiendo. Prométeme que no me encontrará, Nicolai. Por favor.

Lo siento, no hago promesas. Pero el plan es sólido.

—No, es estúpido —digo en voz alta, probando si el microimplante


puede captar la voz también.

62
El tiempo lo dirá, Everly. Hay una pausa larga. Descansa. Esta noche
es tu gran transformación.

No puedo esperar. Ojalá mi sarcasmo se traduzca.

Me miro en el espejo, ignorando a la lamentable criatura que me


devuelve la mirada.

—Conéctame —dice la criatura.

Mi corazón late con fuerza mientras espero que la interfaz debajo de


la superficie del espejo responda, conectándome con noticias autorizadas
por los monárquicos. En cambio, los puntos borrosos en blanco y negro
se mueven sobre el cristal. Se vuelve negro y las palabras Sin conexión
cruzan la superficie. Ahí es cuando noto el suministro de noticias
continuo que se ejecuta en la parte inferior.

No se reúnan en grupos de más de diez. No salgan durante la Caída


de las Sombras o después del anochecer.

Se desplazan más edictos, pero aparto la mirada. No hay más


novedades. No hay forma de saber lo que está pasando en el mundo. No
es que alguna vez obtuviéramos algo más que lo que el emperador quería
darnos de comer. Lo sé porque mi madre encabezó la división de
propaganda.

El baño está exactamente como Max y yo lo dejamos. Los rayos del


sol brotan del tragaluz de arriba. Un cepillo de dientes rojo se asoma de
una taza en el mostrador. Figuras de acción a cuerda se alinean en el
mostrador en un asalto a gran escala, y la señora Jane, mi muñeca
favorita, se desploma en la esquina, con un dial en forma de llave que
sobresale de su espalda.

Mi madre era una devota monárquica de la estimada Casa Oro


Lockhart, controladora de las líneas navieras de la costa oeste. Sus
enormes barcos de vapor transportaban los preciosos bienes de los
monárquicos desde las fábricas de Ciudad Diamante hacia el norte.

Mi madre se aseguró de que la mayoría de nuestros juguetes fueran


aprobados por la Ley de Reforma, sin ningún tipo de tecnología. La
mayoría de los artículos anteriores a la guerra habían sido destruidos
sistemáticamente en la Gran Purga de todos modos, justo después de que
se aprobara la Ley de Reforma.

Nunca rompí las reglas. Quería enorgullecer a mi madre. Mira,

63
madre, quería decir. Puedo ser buena.

Max, por otro lado, intercambiaba sus raciones por cualquier


juguete anterior a la Ley de Reforma que pudiera conseguir con sus
sucias manitas. ¡El diablillo! Y de alguna manera nunca se metió en
problemas. Sintieron pena por él. Pronto tendría que entrar en las
fábricas.

Mi padre sabía por experiencia cómo iba a sufrir Max. Mi padre


trabajó en las forjas hasta los doce años, cuando su inusual brillantez le
valió un codiciado puesto de servicio en una finca Oro y, finalmente, una
educación Oro. Cuando Max preguntó cómo sería allí abajo, los ojos de
mi padre se volvieron distantes y cambió de tema.

Así que Max se salió con la suya siendo Max mientras yo tenía que
ser perfecta, tenía que luchar por cada sonrisa, cada mirada fugaz de
elogio que mi madre me brindaba. A veces, ser Elegida no era todo lo que
parecía.

Me apoyo en la encimera y cierro los ojos un momento. Si no fuera


por el grafiti rojo y negro de fienianos garabateado en las descoloridas
paredes azul océano, casi puedo fingir que tengo ocho años otra vez,
encaramada en el mostrador, Max gritando detrás de la puerta para que
me apresure, el vapor del baño caliente empañando el espejo mientras
trazo las constelaciones en la condensación.

Ahora las palabras Muerte a los Elegidos y Golpe a los monárquicos


gotean por el espejo. El símbolo de Fienia, un escorpión envuelto
alrededor de un fénix moribundo, cubre el techo.
Abro mi libro por el último capítulo titulado Mitología de Bestias,
pasando las páginas hasta que aparece el mismo enorme escorpión rojo.
Una gota de veneno reluce de la púa de su cola. Escaneo la leyenda a
continuación: En su arrogancia, Orión juró matar a todas las bestias de
este mundo, pero Gaia, la diosa de la tierra, envió al Escorpión para
protegerlas, y derribó a Orión con un poderoso golpe.

El graffiti me recuerda que ahora todo es diferente. Incluso yo.


Especialmente yo.

—Odio este lugar —le digo a la chica monstruosa en el espejo. Su


rostro se tuerce en un ceño fruncido.

Aparentemente ella está de acuerdo.

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Guardo mi libro prohibido. Como tantas innumerables mañanas
antes, bajo las escaleras. En el rellano, mi mirada se detiene en la
mancha color vino que deforma la madera y luego sigue los dedos de
sangre vieja por los escalones.

El aliento dentro de mi pecho parece desaparecer.

Respira. Es la chica del espejo, la que comió ratas y talló palos


destinados a empalar a la gente y contaba piedras para no volverse loca.

Cuenta hasta tres. Susurra las mismas palabras que me canto en la


oscuridad.

Inhala. Exhala. Sobrevive.

La cocina es pequeña pero cómoda, diseñada especialmente para


aprovechar el mínimo espacio. Un destello de luz dorada brilla y se
extiende a través de los relucientes armarios. Quiero tocarla. No, quiero
pintarla, poseerla de alguna manera. Hacer que dure para siempre.

Mi mirada cae hacia la esquina. ¿Max, papá? Sus nombres mueren


en mi pecho cuando el ojo de Riser se fija en el mío. Lo ha limpiado.
Mandíbula afilada como una navaja afeitada. Cabello oscuro, ondulado,
hasta los hombros, brillante y recién lavado, cuidadosamente recogido.
Un pantalón gris elegantemente confeccionado y un chaleco color carbón
cuelgan de los ángulos agudos de su cuerpo.

Arrugo la frente. Esta es una mentira peligrosa, como vestir a un


cocodrilo con piel de oveja.
Después de lo que se siente como una breve evaluación —el ojo de
Riser vaga de mis pies a mi cabeza, catalogando sistemáticamente mi
cuerpo— Riser se vuelve para ver al hombre encorvado sobre el fogón. El
que pensé que podría ser mi padre.

Por supuesto que no se parece en nada a mi padre. Pecho barril,


corto, con cabello gris arena afeitado a los lados y trenzado en una larga
trenza. Las rayas marcan sus cejas y la barba incipiente ensombrece su
mandíbula cuadrada y roma. Lleva un chaleco de cuero gastado y
parcialmente desabrochado, con el vello gris áspero asomándose. Dos
toscos tatuajes negros de lazo adornan cada hombro disperso.

Mercenarios. Nicolai contrató mercenarios. Ex Centuriones


deshonrados sin amo excepto la moneda.

65
El mercenario se vuelve y muestra una sonrisa grasienta, revelando
más de unos pocos dientes de oro no autorizados. Las manchas marrones
de alquitrán enturbian el resto.

—Señora. —Inclina su sombrero hongo marrón mal ajustado y la


pulcra cicatriz de centímetro y medio sobre su ceja donde se quitó sus
destellantes microimplantes de Centurión, borrando cualquier duda que
había dejado sobre su oscura profesión—. Mi nombre es Brogue.

Cruzo los brazos, escaneando sus bolsillos en busca de cubiertos


robados o cualquier otra cosa que un mercenario pueda encontrar digno
de robar.

—¿Dónde está Bramble?

Brogue levanta una ceja canosa en cuestión.

—La máquina que estaba conmigo.

—¡Ah! El sensor. —Asiente hacia el sótano—. Un poco anegado en


este momento, pero nada que no pueda arreglar.

Saco mi barbilla.

—Lo quiero de vuelta.

—Bien. Pero primero algo de comida, ¿no?

El olor de la comida me golpea como un tren. Mi estómago se aprieta


y mi mirada se fija en los huevos revueltos que se forman lentamente en
la sartén. Su color amarillo vivo y su textura gomosa me dicen que son
sintéticos, pero eso no hace nada para calmar mi hambre.

Brogue raspa la mezcla con una espátula y dobla la mancha


grumosa, rociando algunos trozos de algo marrón. Sus movimientos son
suaves y exactos, no nerviosos como la mayoría de las personas con tics.
Pero el delator aroma a almendras del alquitrán se adhiere a su piel como
una colonia.

Cuando Brogue se da la vuelta para repartir los huevos en los dos


platos verdes en el mostrador, tanto Riser como yo flanqueamos su
espalda, protegiendo la comida.

Los viejos hábitos tardan en morir.

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Brogue se encorva entre nosotros y se las arregla para arrojar un
poco sobre el primer plato antes de que Riser lo enganche y se coma los
huevos, humeantes.

Riendo, Brogue levanta un tenedor.

—¿Alguna vez has visto uno de esto, chico?

Riser lo mira fijamente. Estoy bastante segura de que entregarle a


Riser un utensilio con puntas es una mala idea.

Brogue se encoge de hombros y baja el tenedor.

—Bueno, al menos mastica antes de tragar. Hay suficiente para


todos.

Parece que no puedo evitarlo. Los huevos apenas llegan a mi plato


antes de que me quemen la garganta.

Suspirando, Brogue coloca el resto de los huevos en mi plato y en el


de Riser. Inhalo la comida tan rápido que ni siquiera puedo saborearla.
Un pequeño pegote cae al suelo, y Riser y yo nos dejamos caer, luchando
por el bocado.

Riser gana. Sujeta su premio amarillo esponjoso entre su pulgar e


índice sucios y lo sostiene.

Un ojo azul profundo me evalúa sobre las yemas de sus dedos. No


puedo leer su expresión. Es como si su rostro fuera un escudo que guarda
el contenido del interior.
La idea de que no puedo atravesar sus muros y acceder a sus
intenciones es enloquecedora.

Suspirando, me ofrece el bocado. ¿Hay una ligera curva en sus


labios? Tal vez.

Mis dedos pican por tomarlo. Mi lengua se hace agua con la


anticipación. Y, sin embargo, lo odio por su gesto inesperadamente
amable. Cree que puede engañarme para que baje la guardia, pero no
sabe que lo recuerdo.

—Tómalo —ordena Riser. Sus cejas se fruncen juntas mientras un


aliento impaciente sale de sus labios entreabiertos. Obviamente esto es
nuevo para él. Compartir. Y la vulnerabilidad que conlleva.

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—No —gruño, apretando el puño para evitar ceder. Pongo mi cara
plana e ilegible. No puede ver mi desesperación.

—Lo necesitas más que yo. Tómalo.

Es una orden. Lo rechazo y estoy estableciendo mi posición mientras


cuestiono la suya. La tensión espesa el aire hasta que se siente como si
la electricidad saltara por mi piel.

Estudio su único ojo, pensando que a mi madre le habría encantado


intentar plasmarlo en un lienzo. El azul tan profundo y rico que las
sombras lo vuelven negro como la tinta. Ella recogía cosas rotas, mi
madre. Las encontraba interesantes, un desafío.

Pero estoy bastante segura de que Riser está demasiado roto, incluso
para ella.

—Prefiero morirme de hambre. —Lo dejo allí todavía sosteniendo su


ofrenda.

Brogue se da la vuelta cuando paso, pero no antes de que vea la


pena en sus ojos. Ahora que tengo el estómago lleno, estoy enojada
conmigo misma por actuar tan desesperada antes.

No volverá a suceder.

—¿Qué pasó con la ciudad? —pregunto, deteniéndome junto a la


ventana.

Brogue sigue mi mirada.


—Tu sector no subió cuando se suponía que debían hacerlo, y el
emperador les quitó las raciones. Luego, la perra en el cielo envió
tsunamis para azotar la costa, destruyendo las fábricas. Calentó las
aguas hasta que murieron los peces. Hizo que los cultivos también
dejaran de crecer. Así que se amotinaron. —Se pasa un grueso dedo por
la mandíbula—. Pero los drones detuvieron esa locura tan rápido como
un levantamiento de fienianos, lo hicieron.

Mi concentración se rompe por algún tipo de cambio. Algo que no


puedo precisar, pero mis sentidos captan. Una sombra oscura se
derrama desde la ventana, se arrastra por la cocina, desenrollándose
para llenar los rincones.

Caída de las Sombras. Brogue se acerca a la puerta y la abre con un

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crujido, luego desaparece. Lo sigo.

La puerta apenas se resquebraja cuando Brogue me empuja hacia


atrás.

—Chica, lo siento. Estamos encerrados durante la Caída de las


Sombras. Activa la alarma y no dejes entrar a nadie hasta que vuelvas a
ver el sol. Incluso nosotros.

Hay dos Mercenarios más en la puerta. Una mujer joven de mi edad,


cabello rojo con trenzas francesas hasta la parte baja de la espalda, y un
joven con cara de bebé. Aunque no se vuelven para reconocerme, el hoyo
me ha enseñado que sus hombros tensos y manos inquietas significan
que tienen miedo. Mercenarios asustados. Eso es nuevo.

La puerta se cierra en mi cara.

Segundos después de que pongo la alarma, se oye un zumbido y se


corta la energía. La alarma suena, se silencia.

—El sol —murmuro. La energía solar es inútil sin ella, aunque


debería haber suficiente almacenada para seguir funcionando unas
horas más.

Lo sombrío de las sombras cubre mi habitación en la oscuridad. Me


paro en medio de la habitación en penumbra, tratando de retener mi
comida mientras mi estómago débil intenta forzarla hacia arriba. Los
ruidos me atraen hacia la ventana. Los fuertes golpes, como tubos de
metal golpeados contra ladrillos, reverberan en las paredes. El vidrio se
rompe en algún lugar cercano. Los gritos estallan, seguidos por el sonido
de una pelea.
La tabla del suelo cruje detrás de mí. Ya al borde, me doy la vuelta
para ver a Riser, las sombras en capas de su rostro y cuerpo. Se ve
completamente como en casa en la oscuridad de las sombras.

—¿Qué estás haciendo? —digo, dando un paso atrás—. ¡Sal!

Digo esto por instinto como lo hice con Max un millón de veces antes.
Inmediatamente sé que Riser verá esto como un desafío.

—¿Si no lo hago? —La ceja de tono negro sobre su ojo bueno se


arquea. Su voz es suave, curiosa. Otra prueba.

—Entonces te haré hacerlo.

—Toda la sangre que perdiste ayer… —Su cabeza se inclina hacia


los lados, una media sonrisa en su rostro—. Odiaría tomar más.

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—¿Lo harías? Porque estoy empezando a dudar.

Nos enfrentamos en un concurso de miradas. Finalmente, levanto


mis manos.

—¡Bien! Quédate. Pero esto no es el hoyo. Tienes que tocar antes de


entrar en la habitación de alguien.

—¿Aquí es donde vivías antes? —De alguna manera se acerca más


sin que parezca moverse.

—Sí. Esta es mi casa, o lo fue.

Mirando a su alrededor, se detiene en las estrellas que brillan sobre


mi cama. En la penumbra, es difícil leer las emociones fugaces que
suavizan su rostro y hacen que momentáneamente parezca olvidarse de
mí.

—No es nada —digo—. Una pintura estúpida que emite fluorescencia


en la oscuridad.

—¿Por qué pintarlos? —Riser frunce el ceño ante la idea—. Puedes


verlos desde tu ventana.

Miro hacia arriba, recordando la sensación sedosa de la pintura


iridiscente mientras se deslizaba por el techo. Las gotas brillantes que
manchaban como pecas la piel y el cabello de mi madre. Su risa rara y
despreocupada mientras trataba de limpiar la pintura derramada en mi
mejilla, manchándola.
—Porque era una niña, ¿de acuerdo? —Mi voz se quiebra de ira—.
Una niña tonta que no entendía nada.

Ya no puedo mirar las estrellas falsas. No puedo sentarme en la


habitación falsa que perteneció a la chica muerta por un segundo más.
Pero no sé a dónde más ir. Me siento como si estuviera en prisión de
nuevo, excepto que esta vez las paredes son invisibles.

Caminando de puntillas alrededor del vidrio roto, abro con cuidado


el alféizar de la ventana y lo levanto. Se engancha a la mitad, pero la
brecha es lo suficientemente amplia como para que pueda deslizarme de
cabeza y caminar como un cangrejo por los aleros. Riser solo tarda unos
segundos en seguirme; no emite ningún sonido mientras se desliza por
las baldosas y se posa a unos metros de mí.

70
Las tejas solares crujen bajo mis pies descalzos. Restos del viejo
mundo cuando todo corría por el sol, deben tener al menos cincuenta
años. Eso explica la escasez de energía.

Un espeluznante tono verde acecha el horizonte, parpadeando en


naranja aquí y allá donde la ciudad arde. El lejano chillido de los drones
agita el aire. Coronando el horizonte está el enorme muro que separa
nuestra Ciudad Diamante de las ciudades monárquicas más allá.
Algunas agujas oscuras se asoman desde el otro lado.

Colgando del muro hay cadáveres, las capas oscuras de los guardias
monárquicos ondeando con la brisa. La mayoría de las ciudades
monárquicas tan al sur ya habrán sido evacuadas. Los Platas a las
montañas, los Oro a Hyperion.

Y nosotros nos quedamos aquí a la sombra de Pandora.

La encuentro acurrucada entre las nubes, rezumando fuego rojo. Un


escalofrío recorre mi columna vertebral. Si miro lo suficientemente cerca,
casi puedo ver la neblina polvorienta que la rodea: el campo de
escombros. Incluso si los astrónomos monárquicos tienen razón y
Pandora no golpea directamente, los trozos de roca que la sombrean
arrasarán ciudades enteras, estrellándose contra los océanos y
levantando nubes mortales de polvo que envolverán el mundo.

Miro hacia abajo. La Caída de las Sombras ha despejado el mercado,


pero los fuegos de las tiendas todavía arden, las ollas de metal colgantes
resuenan con el viento y los perros salvajes olfatean lo que los ocupantes
dejaron atrás tan abruptamente.
—No siempre fue así —le digo a Riser, que está mirando a los perros
salvajes como si quisiera saltar de la azotea y unirse a ellos. Por alguna
razón, es importante que sepa que existen cosas hermosas fuera del hoyo.

Mientras Riser estudia la ciudad en ruinas, yo lo estudio. El viento


despeina su cabello oscuro y ondulado hacia atrás, revelando cejas y
pestañas de color hollín y pómulos afilados que atrapan sombras
profundas. Bajo esta extraña luz, las cicatrices que cruzan su rostro son
de un blanco plateado. Excepto por el corte sobre el ojo, las cicatrices son
finas y delicadas, y marcan casi cada centímetro de su carne expuesta.

—Brogue es una persona con tic como los carceleros —comenta


Riser desde la esquina de su boca. Probablemente sepa que lo he estado
estudiando, al igual que sabe sobre Brogue. Pit Boy no se pierde nada.

71
—¿Lo acabas de descubrir? —Inmediatamente me arrepiento de mi
tono infantil, pero no puedo soportar que piense que sabe más que yo.

Riser se vuelve lentamente hacia mí, su expresión ilegible.

—No soy el enemigo, Everly.

Siento que algo dentro de mí se ablanda. Riser sería un fuerte aliado.


Y no lo odio, no exactamente. De hecho, ahora mismo es lo más parecido
a un amigo que he tenido en años. Pero no puedo olvidar que él era uno
de ellos.

No, es uno de ellos. Ayudó a capturarme y atarme. ¿Quién sabe los


horrores que habría sufrido si no me hubiera liberado y escapado?

No, no se puede confiar en Pit Boy.

—Juntos —insta Riser—, tendrían una mejor oportunidad de salvar


a Max.

Aprieto mi mandíbula. Es como si me estuviera desprendiendo


lentamente.

—Por favor, no digas su nombre.

—¿Qué le sucedió?

—Él estaba hambriento. —Mi voz se detiene—. Tenía que hacerlo.


Tuve que irme a buscar comida. Le dije que iba a volver, pero luego los
Centuriones me sorprendieron robando en el mercado y… —La pena en
sus ojos me hace darme cuenta de lo tonta que soy por dejar que Pit Boy
vea mi debilidad, algo que sin duda usará en mi contra. Con las manos
apretadas en mi regazo, trago las lágrimas que queman mi garganta—.
Olvídalo. Si quisiera hablar sobre mis sentimientos, la última persona
con la que lo haría sería un tuerto quien es tan probable que me mate
mientras duermo como que se preocupe por mí.

—Te equivocas. —Un lado de su boca se arquea—. Prefiero acabar


con las personas cuando están despiertas.

¿Está haciendo una broma? Me cruzo de brazos.

—Está bien, déjame aclarar esto. Te encuentro deplorable, un


recordatorio del hoyo y todo lo que representa. Así que deja el acto de
cariño. Somos socios porque tenemos que serlo, pero no somos amigos.

72
Una parte de mí lamenta haberlo dicho, pero la otra parte se siente
aliviada. Ahora tiene claro que sé quién es realmente para que pueda
dejar de fingir lo contrario.

El músculo de su mandíbula parpadea cuando mira hacia otro lado.


Quizás esté contento de haber resuelto las cortesías normales que se
esperan entre dos personas. Después de todo, ninguno de nosotros
sobresale en eso.

De repente me doy cuenta de lo que me preocupa de él. Aunque


igualmente despiadado, es diferente a Ripper y Rafe.

—¿Por qué no hablas como los demás?

Sus hombros se tensan.

—Nací de un prisionero en los niveles superiores del Rin.

—¿Qué pasó?

Ha estado mirando al cielo, pero ahora su cabeza gira en mi


dirección.

—Hablando de nuestros sentimientos ahora, ¿verdad, Digger Girl?

—No —digo, poniendo los ojos en blanco—. Solo pienso en voz alta.

Vuelve a mirar el asteroide. Casi como si la estuviera mirando,


mostrándole que no tiene miedo.

Asiento a mi derecha.

—¿Ves las X rojas en las casas de allí?


Riser sigue mi mirada.

—Significa que hay Durmientes en el interior, personas que ya han


subido a Ataúdes.

Un pequeño surco le abre en su frente.

—¿Ataúdes?

—Crio-máquinas que pueden mantener los cuerpos en estado de


hibernación durante años mientras tu mente experimenta todo lo que
hace tu Avatar. Una vez dentro de ellos, te conectas de la misma manera
que nosotros nos conectamos con Nicolai, a través de un microimplante,
solo tú puedes elegir entre un grupo de Avatares. —Lucho por explicar
los Elegidos—. Personas especiales con privilegios especiales, creadas

73
para continuar con la raza humana.

—¿Por qué querrías hacer eso?

Dejo escapar un suspiro.

—Eleva la vista. ¿Ves esa cosa en el cielo? Va a pasar junto a


nosotros y va a hacer mucho daño. La tierra tardará años en volver a ser
habitable. El emperador y su corte de Oros y Elegidos estarán a salvo en
su palacio en el cielo. Los Platas obtienen Ataúdes ubicados en las
profundidades de la tierra para que estén protegidos. Pero el resto de
nosotros tenemos que subir a la superficie y arriesgarnos.

—¿Y la gente realmente ha comenzado… a subir?

—Los monárquicos lo vendieron como si fuera una experiencia única


en la vida. Prueba la comida de los Elegidos. —Mi voz se profundiza para
imitar al locutor de los videos de propaganda—. Usa su ropa suntuosa y
experimenta todo lo que la vida de la corte tiene para ofrecer. Y no olvides
las intrigas cortesanas. —Dejo escapar un suspiro enojado—. La
población vio crecer a los Elegidos. Son figuras queridas de Casas
famosas. Nuestros salvadores.

Riser arranca la mirada del cielo.

—Y si estamos congelados en nuestros Ataúdes, no podemos causar


problemas.

—Exactamente. Y cuando regresen de Hyperion aquí, estaremos


preservados y listos para trabajar en sus fábricas nuevamente. —La
amargura mancha mi voz—. Excepto que, como puedes ver, no todo el
mundo quiere irse a dormir. Incluso con las raciones escasas y el agua
cortada, se niegan. Para eso están las Pruebas de las Sombras. Para
persuadir a la población rebelde a obedecer.

—¿Y los que todavía se niegan a subir?

—No lo sé. —Es mentira, por supuesto. Lo sé. Pero desearía no


haberlo hecho.

Riser se queda inmóvil, con la cabeza ligeramente ladeada, mi


primera indicación de que algo anda mal. Ahí es cuando noto que los
perros se han dispersado.

A la derecha, en el bosque detrás de la hilera curva de residencias,


pequeñas sombras brotan de los árboles. Parece que son niños pequeños,

74
que van desde los siete años hasta los catorce, un grupo demasiado
grande para contar, que llevan palos afilados y tubos.

Convergen en un edificio aparentemente al azar, pateando y


arañando la puerta. Un niño de no más de nueve años le arranca la
cabeza a una estatua de jardín. Gritan mientras cae por el camino.

Rompen una ventana. Uno, luego dos, y finalmente todo el grupo


serpentea a través del vidrio roto. Después de un minuto, un grito
solitario estalla y luego muere. Dos gritos más destrozan el aire. Estos
tardan mucho más en desaparecer.

Están matando a los Durmientes. Me imagino a la familia


descansando dentro de su fila de Ataúdes. Creyeron en los monárquicos
cuando prometieron protegerlos. Para darles una vida mejor.

Giro la cabeza y me tapo los oídos mientras más sombras surgen de


los árboles y corren por las calles, agradecida de que Brogue y los otros
Mercenarios custodien nuestra puerta.

De repente, las sombras se dispersan cuando un silbido agudo


apuñala el aire, seguido del sonido de un leve zumbido.

Al principio, en la nebulosa oscuridad de las sombras, los drones


parecen pájaros grandes. Pero la forma en que se lanzan y zigzaguean los
delata. Bramble y Duchess son versiones burdas de los drones que nos
miran, excepto que los sensores en el hoyo se usaban principalmente
para recopilar información.

Estos drones no están aquí para recolectar nada. Están aquí para
hacer cumplir los edictos.
Mi respiración se detiene cuando giran en su lugar a tres metros
frente a nosotros. Un láser rojo corta la oscuridad y parpadeo contra su
luz furiosa. Más ruidos extraños cuando las máquinas parecen
comunicarse y mi corazón amenaza con explotar. La archiduquesa. ¿Y si
los drones me reconocen? ¿Y si me puede ver ahora mismo? No puedo dejar
que me encuentre. No puedo...

Mi respiración se libera cuando salen a la calle tan rápido que no


puedo verlos moverse. Los veo deslizándose a baja altura por los
callejones. Unos segundos después, una explosión sacude los edificios,
seguida del sonido de gritos de dolor infantiles. Más explosiones. Más
gritos.

Y luego no más gritos.

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Sintiéndome aliviada y extrañamente vacía, me levanto para entrar.

Riser, que lo está mirando todo con curiosidad indiferente, se


levanta conmigo.

—Llegaron demasiado tarde para proteger a los Durmientes.

Me escucho reír, pero es un sonido hueco y enfermizo.

—A ellos no les importa protegernos. Solo se aseguran de que no


podamos agruparnos. Porque eso sería peligroso para ellos.

Riser mira hacia abajo en el humo revuelto.

—Entonces, como en el hoyo. Solo que más pintoresco.

He decidido que Riser necesita trabajar en su humor.


7

76
Un trillón y un día. Eso es cuánto tiempo ha pasado desde que me
he bañado. Después de presentar mi solicitud a Brogue, la pequeña
bañera de mi antiguo baño brilla milagrosamente con agua. Incluso está
caliente como si la hubieran calentado sobre un fuego. Brogue insistió en
que primero usara el nocivo polvo para despiojarme debajo del armario,
lo cumplí felizmente, así que estoy cubierta por una fina capa de polvo
venenoso blanco.

El uniforme se despega de mi cuerpo y hace un ruido al caer al suelo.


La Caída de las Sombras ha terminado, y una luz apagada se cuela a
través del tragaluz y se refracta en las pequeñas olas que mi dedo levanta.

Mis piernas se tambalean cuando entro en el agua ahora tibia. Me


hundo hasta el fondo. Pequeñas burbujas escapan de mi nariz mientras
veo todos los feos restos de los últimos siete años dejando mi cuerpo.

Con los pulmones ardiendo, me levanto y me encuentro cara a cara


con Pit Boy.

Lo miro.

—Realmente tienes que trabajar en lo de llamar.

A pesar de que estoy indecente, su atención nunca se aparta de mi


rostro. Casi desearía que lo hiciera, solo para darme un descanso de la
intensidad de su enfoque.
—Solo dispongo de unas pocas horas más para ser el “monstruo de
un solo ojo” del hoyo. Bien podría aprovecharme. —No se atreve a sonreír,
por lo que es difícil saber si está bromeando o habla en serio.

—No te preocupes. En mi corazón, eso es exactamente lo que


siempre serás.

Sus palabras me recuerdan que pronto seremos reconstruidos


utilizando nanotecnología prohibida. Pero no será solo nuestra carne lo
que rediseñarán. También será nuestro cerebro.

No preveo que mi recableado sea demasiado complicado, pero Riser


necesita cargar casi veinte años de recuerdos falsos. Eso será complicado
y llevará mucho tiempo.

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Y tiempo es lo único que no tenemos.

Riser lanza su mirada hacia el espejo. Levanta una mano, toca el


parche de carne moteada donde debería estar su ojo.

—¿Cómo paso? —pregunto.

—Cuidado, mi lady. —Su mirada se posa en mi cara—. Estás


empezando a parecer que te importa.

Pongo los ojos en blanco.

—Y pensé que me faltaban habilidades para conversar.

Centra su atención en el grafiti rociado en el espejo.

—Es lenguaje escrito —espeto, aunque todo lo que quiero hacer es


terminar la conversación para que Pit Boy pueda irse. Su presencia me
pone más nerviosa que los otros Pit Leeches—. Así es como nos
comunicamos.

—Sé lo que es. —Examina la uña de su pulgar dentado—. Yo solo…


no puedo leerlo.

—Es solo cosas sobre los Elegidos. Ya sabes, insultos. —La


población es quisquillosa. Por mucho que les guste ver a los Elegidos con
sus mezquinas intrigas y su vida en la corte, estarían igualmente felices
de ver sus cabezas en una pica.

—¿Elegido?
Es hora de explicar lo que eres, Everly, la voz de Nicolai rechina
dentro de mi cabeza. Los ojos de Riser parpadean lo suficiente como para
saber que él también ha oído la voz de Nicolai.

Hazlo tú, pienso, viendo la reacción de Riser. Pero su rostro


permanece impasible; o es un buen actor o solo Nicolai puede escuchar
mi respuesta.

—Los astrónomos monárquicos descubrieron el asteroide hace


veintiún años —comienzo—. En realidad, es un planeta de movimiento
lento llamado cruce de la tierra, lo que significa que su órbita y la nuestra
se cruzan cada veinte mil años. Por lo general, está demasiado lejos para
afectarnos, pero esta vez pasará lo suficientemente cerca como para
causar estragos y hacer que la tierra sea inhabitable durante años. —

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Revuelvo el agua con el dedo gordo del pie—. Antes de que yo naciera, el
emperador decidió que crear una población de humanos genéticamente
superiores sería una gran idea, ya sabes, en caso de que los Ataúdes no
funcionaran o el asteroide hiciera más daño de lo que predijeron.

La mirada híper concentrada de Riser me atravesaba.

—¿Tú eres uno de ellos?

—Sí. —Paso la mano por el agua sucia—. Pero mi padre es un


Bronce, así que aunque mi madre proviene de una Casa Oro, el
emperador solo les permitió un Elegido en lugar de los gemelos
habituales. Así que soy solo yo… no Max.

—¿Qué hace que ser Elegido sea tan especial?

—No lo sé… —Muerdo mi labio, tratando de recordar todo lo que me


dijeron mis padres—. Mis genes son perfectos, supongo.

Por alguna razón, hablar de mi cuerpo me hace recordar que estoy


desnuda en una habitación con un chico. Como si leyera mi mente, Riser
lentamente deja caer su mirada, su expresión curiosa y sin
remordimientos mientras me toma completamente, sus pensamientos
son crípticos.

—¿Qué estás mirando? —exclamo, tapando mis pechos bajo mis


manos. No es que haya mucho que cubrir—. ¿No has visto a una chica
desnuda antes?

Una sonrisa mueve sus labios.

—No una que sea genéticamente perfecta.


—¡No funciona de esa manera! No puedes simplemente mirarnos y
decirnos. Nos parecemos a todos los demás...

—No. —Riser niega con la cabeza, una franja de cabello oscuro cubre
su ojo dañado—. No es así. Lo que sea que seas.

—Debes estar feliz… sobre nuestra reconstrucción, quiero decir —


murmuro, tratando desesperadamente de cambiar de tema—. Te
arreglarán el ojo… y… y todas esas horribles cicatrices.

Me congelo cuando se desliza fuera de la encimera, incapaz de


apartar la mirada mientras mete un dedo debajo de su camisa y la
levanta.

Las cicatrices asolan su cuerpo anémico en distintos tonos de rojo,

79
plata y blanco. Algunas profundas y hundidas como los cráteres de un
planeta lejano, otras lisas y ordenadas. Una cicatriz desagradable en
particular le talla el hombro, atravesando su pecho y estómago. Una
herida roja fresca se encuentra justo debajo de su garganta.

Toca con cuidado la larga y fea.

—No me avergüenzo de sobrevivir.

—¿Cómo podrías querer conservarlas?

De repente se arrodilla junto a la bañera, sus ojos sostienen los míos


y separa el agua con la mano. Mi respiración se detiene cuando su codo
roza el interior de mi rodilla.

—No —jadeo, pero parece estar mirando a través de mí a algo que


no puedo ver. Quiero darle una patada; quiero gritar.

Su respiración es superficial y áspera cuando su mano emerge


ahuecando el jabón. Sus dedos son largos y hábiles, medias lunas
perfectas que adornan sus uñas arruinadas. Cada músculo debajo de su
carne dañada parece saltar y tensarse, atrapando sombras.

Su aliento enfría mis mejillas húmedas.

—Permíteme.

Pero en realidad no está preguntando. Frotando el jabón en una rica


espuma, sus dedos se deslizan suavemente a través de mi nido de cabello
enredado, separando la sangre de siete años de mi cuero cabelludo.
Nuestros ojos se encuentran. Me sorprende la agonía en el ojo
atormentado de Pit Boy.

De alguna manera encuentro mi voz.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—Oh… Estoy… Yo no… Lo siento. —Como si saliera de un trance,


Riser aparta la mano y se pone de pie. El agua sangra de las yemas de
sus dedos—. Los, eh, los guardias obligaron a mi madre a hacer trabajo
manual hasta que no pudo ponerse de pie. —Sus manos se apiñan en
puños—. Al final, se rompió, así que ayudé a cuidarla. Le daba de comer
el poquito de comida que nos daban. A veces lavaba su cabello.

Las palabras de Nicolai se burlan de mí.

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—¿Y crees que yo también estoy rota?

—No. —Pero tiene el ceño fruncido.

En algún lugar profundo, la chica del hoyo comprende que esta


interacción, sea lo que sea, está destinada a romperme. Romper las
barreras entre nosotros, las que algún día pueden salvar mi vida.

Riser toma una toalla de color amarillo descolorido del mostrador y


se seca las manos.

—Recuerdo cuando llegaste por primera vez al hoyo. —Incluso en


movimiento hay quietud en él—. Te llamábamos Digger Girl porque te
escondiste en los túneles.

Hago una pausa en mis débiles intentos de alisar mi cabello.

—Genial. Apuesto a que fue útil cuando hablabas de mí. Como, oye,
ahí está Digger Girl; vamos a acercarnos sigilosamente a ella mientras
duerme y destriparla.

Se encoge de hombros, cualquier intimidad de su extraño gesto


anterior desapareció.

—Yo no hice las reglas.

—Pero elegiste jugar con ellas.

—No. No hay más remedio que sobrevivir, Everly.

—Bueno, yo elegí algo diferente.


—Te escondiste —corrige.

Me enderezo, enviando agua a la bañera.

—Hay formas distintas de la violencia para responder al conflicto.

—No, Digger Girl, no las hay. —Se queda en silencio por un


momento—. Tenía un amigo en el hoyo, o lo más cercano a uno que
puedas tener allí. Karl no era como los demás. Él tenía esas ratas que
alimentaba y lo seguían a todas partes, mendigando sobre sus patas
traseras y haciendo pequeños trucos. Muy pronto hubo cientos de ellas.
Demasiadas para alimentar. —Nuestras miradas se encuentran, pero mi
mirada sigue gravitando hacia su desfiguración. Si se da cuenta, no dice
nada—. Una mañana encontré a Karl, o al menos lo que quedaba de él.
Las ratas se habían apoderado de él mientras dormía.

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Trago mi horror.

—Oh… Lo siento.

—Yo no. —Su expresión se endurece—. Karl me enseñó dos


lecciones importantes. Primero, cuidar de alguien que no seas tú mismo
te debilita. —Por alguna razón, aparta la mirada de mí mientras dice
esto—. Segundo, solo los salvajes sobreviven. Las ratas lo sabían, pero él
no.

Miro a Riser. Y tal vez sea el agua, pero de repente recuerdo que
todavía no sé cómo sobreviví después de caerme del bote.

—Ayer en el agua, ¿saltaste para salvarme? ¿Aunque no sabías


nadar?

Se levanta para irse.

—El agua llegaba hasta la cintura. Simplemente te saqué. Soy


muchas cosas, Digger Girl, pero un héroe no es una de ellas.

Estoy sentada en mi cama, mirando a la oscuridad, cuando llega


Biotech. Una pequeña vela parpadea en la cómoda. La última hora de luz
solar me ha dejado con suficiente energía solar. Puedo usar mi lámpara
si quiero, pero tengo una necesidad desesperada de conservarla.

Abajo, puedo oír a los dos biotecnológicos hablando con Brogue.


Adolescentes: una niña y un niño. La niña está agitada, su voz alta y
nerviosa mientras persistentemente se defiende de las ofertas de comida
de Brogue. Inteligente, considerando que revisé la despensa antes y no
hay nada casi comestible.

Nicolai debe estar pagándoles una suma considerable porque la


pena por reconstruir a alguien es severa. Las máquinas del
Reconstructor, supongo, están abajo en el sótano. Necesitarían estar muy
cerca de un generador y esconderse fácilmente si nos registran.

Necesito levantarme y buscar algo de comer. Pero la sensación de


que en la próxima hora me convertirán en otra persona me paraliza. Sin
duda alguna, mis pecas, mi nariz y mi cabello anaranjado brillante se
verán alterados; la mayoría de los padres siguieron las normas y eligieron
los atributos más estéticamente agradables para sus hijos. Mis miradas

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divergentes me harán destacar cuando necesite desesperadamente
mezclarme.

Pero es más que eso. Una vez que se complete la reconstrucción, la


niña que se parece a su padre y ama las estrellas desaparecerá para
siempre. Y por mucho que anhelo olvidarla, también anhelo salvar un
poco de ella. Sus dientes torcidos o su humor seco. Solo un poco, como
una niña que guarda un parche de tela de un osito de peluche que alguna
vez fue precioso.

Vendrán a buscarme pronto. Salto de la cama, con la intención de


bajar las escaleras, pero mi atención se centra en la puerta parcialmente
abierta de Max. Las luces estroboscópicas azules y rojas pulsan en la
habitación, junto con el sonido de las mezclas de violín eléctrico favoritas
de Max. Es como si Riser hubiera activado todos y cada uno de los
juguetes contra la Ley de Reforma que tenía Max.

Empujo la puerta para abrirla. La música es tan fuerte que reverbera


dentro de mi pecho. ¿Quién se cree Riser que es, escuchando la música de
Max, jugando con sus cosas?

Riser ha quitado el edredón azul marino y las sábanas azules a juego


de la cama de Max y ha hecho un nido retorcido en el suelo. El preciado
cubo estroboscópico de Max pulsa, desarticulando mi movimiento. El
modelo de avión que obtuve en secreto para Max por su cuarto
cumpleaños —descaradamente anti-Reforma— zumba en el aire,
zambulléndose y agachándose, su hélice creando un ligero viento.

Se necesita un momento para detectar a Riser; está agachado, todo


su cuerpo rígido como un gato a punto de saltar sobre un ratón, fijo en
algo debajo de él: el dispensador de comida de Cleo. Está demasiado
absorto en lo que sea que esté haciendo como para notarme.

En el hoyo, este pequeño acto de descuido ya lo habría matado. Pero


no quiero matarlo. Al menos no todavía. Quiero estudiarlo sin su mirada
perceptiva. Para descubrir sus debilidades para que cuando llegue el
momento pueda usarlo en su contra.

Su cabello ondulado ya se ha escapado de la cinta y ha caído hacia


un lado, eclipsando parte de su rostro. Sus labios, al menos la mitad de
ellos, están presionados juntos en una delgada línea de concentración.
Observo cómo mueve cautelosamente un dedo en la parte inferior del
dispensador y este zumba, escupiendo una cucharada de comida para
gatos.

83
Riser se estremece ante el ruido. A estas alturas, las pequeñas bolas
marrones forman una montaña que se extiende sobre el suelo.
Pellizcando un trozo de color barro, Riser lo examina, lo olfatea y luego lo
coloca en su lengua.

Asqueroso. Aunque hace solo unos días hubiera matado por ese
bocado.

Riser se endereza, guarda un poco para más tarde y reconoce mi


presencia con una mirada infernal. Tal vez sabía que yo estaba aquí todo
el tiempo y eligió ignorarme. Esto me enfurece.

La próxima vez no me oirás llegar, Pit Boy.

—Máx. —Riser señala la imagen de Max en la mesita de noche.

Concedo con una mirada destinada a congelar el alma de Riser.

—Deja de tocar sus cosas.

—Esta cosa. —Impermeable a mi mirada, empuja el dispensador de


comida para gatos con su pie, su voz normalmente distante llena de
asombro—. Te da comida. ¿Quieres un poco?

—Toda tuya, Pit Boy.

Moliendo la comida para gatos entre los dientes, se encoge de


hombros.

—Alguien me trajo comida cuando estaba en el túnel. Restos de la


gota. —Me muerdo el labio—. ¿Por qué harían eso? ¿Ayudarme?
Las luces azules palpitan en sus mejillas y pintan sombras en su
cuenca sin ojo. Un nudo punza en su mandíbula.

—No lo harían. Eso sería débil y estúpido.

Antes de que pueda responder, su interés se desvanece en el cubo


estroboscópico que gira por el suelo. Lo toma y presiona un cuadrado
verde. Una imagen se proyecta en la pared. Es el parque de mi casa. Max
pisa una alfombra de hojas naranjas y amarillas, su cabello rubio
desgreñado casi hasta los hombros, lo que significa que mi madre ya se
había ido.

—Ahí está Max siendo Max —se queja una chica molesta a través de
los altavoces. Tardo un segundo en darme cuenta de que es mi voz.

84
Max está luchando con la espada contra un enemigo imaginario,
saltando y apuñalando el aire.

—¡Gabriel! —llama Max. Sostiene la espada de plástico en un desafío


tácito.

Siento una oleada de emoción cruda cuando un hombre entra por


la derecha. Aunque usa el atuendo tradicional de Centurión (frac negro y
botas de montar de cuero marrón), el emblema dorado del fénix en su
hombro indica que tiene un rango más alto.

Sacando una espada imaginaria, Gabriel se enfrenta a Max en un


duelo que termina con Max apuñalando su estómago y el hombre
haciendo una elaborada caída hacia su muerte. El video se detiene justo
cuando Max se abalanza sobre el Centurión y ellos caen entre las hojas.

—Apágalo —ordeno, aunque ahora es solo una proyección en blanco


salpicada a través de la pared.

Riser vuelve a colocar el cubo en la cama y el dispositivo se apaga.

Se suponía que debías protegernos, Gabriel.

De todas las traiciones, incluso la de mi madre, la de nuestro


guardaespaldas puede haber sido la peor de todas. Para entonces, los
rebeldes de Fienia ya habían comenzado a atacar a los niños Elegidos,
por lo que nos dieron Capas Doradas para mantenernos a salvo.

Gabriel siempre estaba con Max y conmigo. Gabriel me tomó de la


mano de camino al parque y no les dijo a mis padres el tiempo que pasé
parte de nuestras raciones en caramelo a Max. Cuando el chico del otro
lado de la calle empezó a burlarse de mí, Gabriel me enseñó a lanzar un
gancho de derecha.

Le confié mi vida, hasta el momento en que ayudó a los Centuriones


a matar a mi padre.

—Maia, ¿estás bien? —pregunta Riser, y me devuelve al ahora.


Extiende una mano casi como para consolarme, pero luego su mirada
revolotea detrás de mí.

Me vuelvo y veo a Brogue subiendo las escaleras. Se detiene en el


descansillo justo cuando el avión le lanza una bomba en la cabeza.
Claramente, no es un hombre para agacharse, le golpea la frente con un
golpe sordo.

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Observa el avión herido que se tambalea a sus pies. Su enfoque baila
de mí a Riser y a la comida para gatos esparcida por el suelo. La sonrisa
sardónica que Brogue destella insinúa que él piensa que los dos estamos
más que un poco locos.

—La biotecnología está aquí, patitos —dice con voz ronca y grave—.
Es hora de convertirse en cisnes.
8

86
La única forma de llegar al sótano es en ascensor, otro invento
anterior a la Ley de Reforma. Estuve allí exactamente una vez: la noche
en que mataron a mi padre.

Encuentro los cuatro ladrillos en la pared detrás de las escaleras y


los empujo. Primero. Tercero. Cuarto. Segundo. Los ladrillos se abren
bostezando y las luces parpadean en el pequeño rectángulo de acero
escondido detrás de la pared. El ascensor es un tenso apretón para dos,
lo que significa que los cinco estamos abarrotados codo con codo. El
aliento de alguien, el de Riser, por el aroma de la comida para gatos, me
calienta la nuca.

El biotecnológico y su asistente están pegados a la pared del fondo.


Ligeros y anodinos, lucen el cabello con mechas carmesí, delineador de
ojos manchado e innumerables tatuajes rojos. Implantes de púas
plateadas a juego en espiral sobre sus mejillas, cejas, cuello y sus
antebrazos y dedos.

Es obvio que son cercanos, tal vez incluso hermanos. Y es


igualmente obvio que son rebeldes de Fienia. Solo un rebelde se vestía de
esta manera y usaba el color rojo prohibido, el color de la Casa Croft.

Confirmando mis sospechas, la niña gira su cabeza medio afeitada,


exponiendo su cuello y dándome una vista clara del escorpión rojo de
Fienia tatuado alrededor de su fénix de bronce emitido por el estado, con
la punta de la cola hundida profundamente en el pecho del pájaro.

De verdad, Nicolai, pienso acusadoramente. Pensé que los


Mercenarios eran malos, pero ¿los fienianos?
No hay respuesta, por supuesto. Porque Nicolai no puede tener una
explicación plausible para tener terroristas involucrados en nuestro plan
ya sobrecargado.

Se ven extremadamente incómodos, especialmente la niña, que


sigue mirando a Brogue con sus pupilas anchas reconstruidas en forma
de pájaro.

Brogue le lanza a la chica un guiño descuidado, y ella se aplasta


contra la pared, arrugando la nariz como si fuera leche en mal estado.
Ella se aleja segundos antes de empalarlo en una de sus púas.

Fienianos y Mercenarios, juntos. Y no se han matado entre sí…


todavía. Tiene que ser algún tipo de récord.

87
El laboratorio no se parece en nada a lo que recuerdo. Las cortinas
separan los muebles blancos austeros y las estaciones de laboratorio.
Una isla de escritorios repletos de artilugios y engranajes de metal,
microscopios y otros desechos es donde imagino que mi padre trabajó la
mayor parte del tiempo. Examinando sus diapositivas y muestras,
escribiendo maniáticamente dentro de sus cuadernos. Jugando con las
piezas de repuesto que pudo obtener a través del mercado negro de los
fienianos.

Brogue se retira a la esquina, levanta sus desgastadas botas negras


sobre un escritorio delgado que parece como si pudiera romperse bajo su
peso y afloja los botones de bronce de su chaleco. El resto de nosotros
formamos fila alrededor de una mesa blanca circular.

Se hacen las presentaciones. Cuando los nombres Cage y Flame


salen de la lengua tachonada del biotecnológico masculino, gimo.

¿Cuál es la broma? ¿Cómo atrapas a un rebelde de Fienia entre la


multitud? Di una palabra de una sílaba. Ja, ja, ja. A todos se les cambia
el nombre después de la conversión. River, Fog, Blue, Chain. Una vez vi
una alerta de un rebelde de Fienia llamado Post.

¿Cómo se saca a un fieniano de un árbol? Cortando la cuerda.

¿Qué es azul y rojo y rueda por la calle? La cabeza de un fieniano.

¿Por qué todos los fienianos son corredores rápidos? Todos los lentos
están colgando.

Cage abre un maletín de metal y nos entrega a cada uno de nosotros


un bolígrafo electrónico y una tira blanca de papel eléctrico para firmar.
Garabateo mi nombre sin leer el contrato.

Riser empuña su bolígrafo y frunce el ceño.

—Bueno, ¿no eres genial? —Flame coloca sus dedos sobre los de
Riser, indiferente a cómo se pone rígido, y guía su mano hacia el papel—
. Así —dice ella, mirándolo a través de unas tenues cejas rojas con flecos
de púas.

Enrollando el otro lado de su cuello hay una bandada de cuervos


negros, cientos de ellos, cada uno un poco diferente. El último pájaro, un
elegante espécimen azul brillante, curva su mandíbula.

Momentáneamente, el salvajismo detrás de los ojos de Riser parece


suavizarse y sus labios se transforman en una agradable media sonrisa.

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—Gracias.

Su mirada azul tormenta se posa en mí, y mis dedos se aprietan


involuntariamente.

—Sí. —Flame guía su mano sobre la hilera de púas que baja por su
brazo; cada uno se ve lo suficientemente afilado como para sacar
sangre—. Hay formas de acercarse a mí sin dolor. A menos que te guste
ese tipo de cosas.

Reclamando su mano, Riser la estudia de la misma manera que hizo


con el dispensador de comida para gatos, como si ella fuera algo para
amar o matar al primer indicio de peligro.

—Amordázame —murmuro en voz baja.

—Más alto, perra Oro —escupe Flame detrás de una sonrisa tensa.
Piensa que por las cosas bonitas que nos rodean soy como mi madre.

—Fui bastante claro, escoria de Fienia.

Mostrándome el signo fieniano, el dedo meñique y el dedo índice


extendidos, mete la lengua entre los dedos y me la retuerce lascivamente.

—Encantador. ¿Explotaste a algún niño inocente últimamente?

—¿Te atragantaste con cucharas de plata? —Su mirada ardiente


dice que puede ayudarme en el asunto.

—Vuelvan a meter las garras, gatitos —dice Cage, fijando a Flame


con una mirada de no mezclarse con los nativos—. Los negocios primero.
—Cage sonríe, cada uno de sus dientes brillando con un delicado
diamante no más grande que un grano de arena.

¿Cómo pagaría el fieniano sus diezmos? Con un diente, por supuesto.

—¿Das tu consentimiento voluntario para estos procedimientos que


estamos a punto de realizar —dice Cage—, sabiendo que son vinculantes
e irreversibles y comprendiendo los riesgos establecidos en el contrato
que acabas de firmar, incluidas las alucinaciones potencialmente graves,
catatonia, deformidad, coma y pérdida de vida?

Toso.

—Bueno, cuando lo pones de esa manera…

Cage no parece divertido.

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Exhalo.

—Sí.

—Sí —repite Riser, viéndose tan interesado como una babosa.

—Excelente. —Cage obtiene dos viales del maletín y nos los entrega.
Un líquido verde burbujeante se arremolina siniestramente en el
interior—. Para preparar su sangre para la transformación. —Las
tachuelas que bordean sus labios destellan mientras sonríe—. Entero.

El brebaje burbujea hasta mi estómago y deja un regusto metálico.


Las venas debajo de mi piel se tensan. En el lapso de una respiración,
una cálida sensación de hormigueo me atraviesa la parte superior de la
columna y grita hasta los dedos de mis pies.

Toco la maraña azul de venas que cruzan el dorso de mi mano


izquierda; están frías y duras como si mi sangre se hubiera congelado en
aguanieve.

Justo después de que Riser beba el suyo, un sonido estático resuena


por la habitación. Todos nos volvemos hacia la pared de vidrio donde una
pantalla rectangular brillante oscila y luego se solidifica.

Riser está paralizado. Flame parece que podría arrojarle algo.

—Propaganda monárquica —explica, poniendo los ojos en blanco


ante la pantalla de la grieta. Cada habitación de la casa tiene una, pero
solo se activan las grietas en las habitaciones con personas. Están en
todos los lugares públicos. Fábricas, mercados, incluso parques—. Están
a punto de decirnos que no entremos en pánico. Todo saldrá bien. Los
Elegidos son nuestros salvadores, bla, bla, bla. Ahora vayan a dormir
como buenos pequeños sujetos.

—Apágalo —digo. Nadie se mueve.

—No es posible —dice Brogue, diciéndome lo que ya sé. Se ha unido


a nosotros en silencio—. Los monárquicos reproducen estos videos por la
mañana y por la noche. Estamos obligados por ley a verlos.

—Bueno, eso no es del todo cierto. —Una sonrisa orgullosa


transforma el rostro de Flame. Toda la tecnología está bajo un estricto
control monárquico. En ocasiones, los rebeldes fienianos logran insertar
sus propios mensajes rebeldes.

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Sé lo que veré, pero las imágenes aún envían ondas de choque a
través de mi núcleo. Hermosos niños y niñas, vestidos de oro, sonriendo
para la cámara con sus familias. Una niña de mejillas de porcelana, con
un vestido verde flexible adornado con encaje dorado, mira seriamente a
la pantalla mientras dice lo privilegiada que se siente de representar a la
humanidad. Su madre llora orgullosa a su lado.

Un niño con un sombrero de copa de terciopelo azul y un jubón


plateado rígido con botones dorados adornados dice que hará todo lo
posible para recordar a todos los que se quedaron atrás.

Mentiras, pienso con amargura.

La pantalla muestra a niños rubios jugando en el césped mientras


sus padres miran. Una voz tranquila y serena llena la habitación.

—La mayor esperanza de la humanidad, su propia supervivencia, se


basa en el Proyecto Hyperion. Cinco mil de los niños más brillantes del
imperio, diseñados a la perfección, han sido elegidos para continuar con
nuestro legado hasta que la tierra vuelva a estar segura.

—¡Mentiras! —silba Flame.

Bueno, estamos de acuerdo en eso, al menos.

Cage la calla con una mirada severa.

La oscuridad llena la pantalla, seguida por las imágenes de Ciudades


Diamante atestadas de Bronces bien alimentados. Sonríen agradecidos y
saludan al cielo. Me pregunto cuánto tiempo hace que se filmó esto.
Seguro que no quedan ciudades que se parezcan a la de la foto.
—Cálmate, sé productivo —continúa la voz de la mujer—. Vive tus
últimos días con dignidad y humanidad. En cuatro días, los finalistas de
las Pruebas de las Sombras llegarán a la isla. Cien Bronces elegidos por
ti. Así que ten tus Cabeceras listas para cargar. Y recuerda, si cargas
correctamente a uno de los cuatro finalistas ganadores, tu color se
actualizará automáticamente a Oro.

Es entonces cuando leo las advertencias que se deslizan


siniestramente en la parte inferior de la pantalla: Quédate dentro durante
la Caída de las Sombras y después del atardecer. No incites al pánico ni a
los disturbios. No vayas a reuniones de más de diez. Tienes cinco días
para subir de forma voluntaria. Cualquiera que sea sorprendido
infringiendo las reglas antes mencionadas o que no se haya cargado
después del período de cinco días será rescindido sumariamente.

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Bueno, pienso oscuramente, los drones están a punto de ponerse a
trabajar.

La pantalla corta a una mujer. Si bien no es muy hermosa para los


estándares modernos, tiene un aspecto interesante, con una práctica
peluca plateada hasta los hombros y ojos color avellana afilados
demasiado grandes para su rostro alargado y delgado. Dos palomas
doradas, los símbolos de Afrodita, abrochan su manto azul. El Sello de la
Casa Lockhart. Su presencia llena la pantalla de una manera que nunca
podría esperar.

Se supone que debo odiar a mi madre. La odio. Y sin embargo, lo


primero que siento cuando comienza a hablar, su voz confiada y cálida,
es una sacudida de nostalgia. Por supuesto, esto solo hace que la odie
aún más.

—No se preocupen, ciudadanos —está diciendo—. El emperador


Laevus y yo hemos hecho todo lo posible para que su carga sea una
experiencia maravillosa.

Sus manos están entrelazadas en su regazo, sus dedos se mueven


nerviosamente. Eso no es propio de ella. La estudio en busca de señales
de que algo anda mal, pero aparte de sus manos retorcidas, es un estudio
de compostura y encanto.

—Después de elegir su Avatar, se verán inmersos en un mundo de


refinamiento, belleza y lujo. Un mundo de orden, donde todos no solo
conocen su lugar sino que están contentos. —Su sonrisa es cautivadora
y quiero creerle—. Únanse a nosotros para que puedan vivir para
siempre.

La pantalla muestra a una familia sentada en un desgastado sofá


marrón. Los padres toman de la mano a sus tres hijos: dos niños
pequeños y una adolescente. Las marcas de Bronce destellan en sus
cuellos. Los padres sonríen mientras amarran las Cabeceras a la cabeza
de sus hijos y los colocan dentro de sus Ataúdes. Las tapas de vidrio se
cierran sobre ellos. La niebla fría cristaliza inmediatamente el vidrio.

Los padres se abrazan y miran la pantalla.

—Al principio teníamos miedo —dice la madre—, pero sabíamos que


nuestros hijos merecían la oportunidad de convertirse en Oro.

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El esposo asiente y besa la mejilla de su esposa.

—Quiero decir, ¿qué clase de padres seríamos si no les diéramos


eso?

La última toma es la familia entera descansando en sus Ataúdes,


congelados por la niebla helada. Sonrisas de felicidad adornan sus
rostros pálidos debajo de las Cabeceras.

El video termina con el Himno de los Elegidos, un coro de voces


jóvenes, cientos de los Elegidos de más alto rango, subiendo y bajando
en una armonía impresionante.

—Somos los pocos, somos los muchos; levantamos nuestras voces y


cantamos para que todo el mundo lo escuche.

Se supone que es edificante, pero hay un sonido extraño y


sobrenatural en todas esas voces artificialmente perfectas unidas.

—Cierren los ojos y descansen la cabeza, ciudadanos, déjennos


mostrarles lo hermoso que será.

Aunque nadie me está mirando, mi mirada encuentra mis uñas y


soy empujada hacia el pasado. Estaba agradecida cuando finalmente me
enviaron a Isla Esmeralda. Después de todo, yo era un Bronce invitado a
unirme al emperador y su corte de Oro de alto rango en la franja de tierra
más exclusiva del mundo, un patio de recreo para los favorecidos del
emperador. Me sentí Elegida por primera vez desde que descubrí la
verdad sobre mi origen.
Luego conocí a los otros Elegidos y mi entusiasmo se marchitó. Eran
altos, hermosos, exóticos. Eran perfectos. Pero me aferré a la esperanza
de que mis diferencias no se notaran cuando una chica esbelta y rubia
llamada Delphine Bloodwood me llevó abajo para encontrarme con sus
amigas en el ferry a la isla.

Era una condesa, explicó con voz aburrida, su padre, el ministro de


Defensa. Comentaron mi rizada melena anaranjada, y luego, como por
capricho, Delphine ordenó a sus amigas que me sujetaran mientras
usaba la daga con incrustaciones de esmeraldas que llevaba para
cortarme el cabello hasta el cuero cabelludo, mientras cantaba: “Pequeño
gusano, pequeño gusano, ¿por qué te retuerces?”, con su voz perfecta, y
sus amigas terminaron: “¡Oh, los pájaros te arrancarán los ojos, pobre
gusano!”.

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Encontré a mi madre en la isla y le rogué que me enviara lejos. En
cambio, me llevó al emperador, quien sonrió cuando le conté lo que
habían hecho las otras Elegidas. Me examinó con sus ojos agudos y
pálidos, como si me examinara, y sentí que mi mundo se reducía a casi
nada.

—Ya veo —dijo finalmente—. Si el dedo del pie está gangrenoso, se


corta del pie. —Después de eso, esperé a que mi madre viniera a
buscarme.

Pero nunca volvería a ver a mi madre.


9

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El recuerdo de mi madre se desvanece y mis ojos se vuelven a
enfocar en lo que me rodea. Se acabó el video. Estoy inclinada sobre la
mesa, mis manos se curvan en puños temblorosos y con los nudillos
blancos.

Todos me miran.

Pero por alguna razón es la cara de Riser lo que me atrae. Una


marcada mancha de una ceja se levanta por encima de su mirada
escrutadora, y me da un suave y lento movimiento de cabeza. Entiendo,
Digger Girl, parece estar diciendo. Mi alma también está encantada.

—Si tengo que escuchar esa canción una vez más, moriré —dice
Flame, apartando mi atención de Pit Boy.

Nadie se mueve.

Flame hace girar un mechón de cabello rojo neón.

—¿Qué? ¿Mala elección de palabras? Morir. Morir. Morir. Todos


vamos a hacerlo. —Lanza su mirada hacia Riser—. Pena también.

—Bueno —dice Cage, aclarándose la garganta—, tomaré esa tontería


cualquier día durante los Emparejamientos.

—¿Emparejamientos? —pregunta Riser, pasando una mano por su


cabello. Parece un poco perdido. Me imagino todas las cosas nuevas que
su cerebro está tratando de asimilar en este momento. Qué mundo debe
parecer este en comparación con el salvajemente simple que conocía.
Qué mundo tan loco, hermoso, extraño, trágico y excitado.

—Sí, ya sabes —dice Flame—, ¿la programación que lanzaron


durante una semana sin parar? Tendrías que vivir debajo de una roca
para no verlo. Corrieron biografías de cada Elegido y luego nos dejaron
votar por quiénes queríamos que se emparejaran. Anuncian los
resultados mañana.

—¿Juntos? —Riser se mueve en su silla—. ¿Para qué?

Flame se ríe.

—¿De verdad? —Bajando los párpados, apoya una mano


puntiaguda en su antebrazo, ajena a la forma en que aprieta su mano—
. Cuando una madre y un padre se aman mucho...

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—¡Para! —interrumpo—. No es idiota. Los Elegidos que emparejaron
se casarán cuando cumplan los dieciocho. —La mirada de incomprensión
de Riser me hace elaborar—. Es un contrato, como el que acabamos de
firmar, en el que prometes estar con esa persona para siempre.

La brillante idea de mi madre. Solo otra forma de distraer a las


masas. Mantenlos interesados en algo más que en la gigantesca roca
ardiente en el cielo.

Las cejas oscuras de Riser se encuentran en un ceño fruncido.

—¿Por qué necesitas un contrato?

—No lo sé. —Entrelazo mis dedos. No impidió que mi madre se fuera.


O que mi padre la dejara—. Mira, no importa. Todo fue para mostrar. Una
forma de evitar que pienses en lo que vendrá.

—No era para lucirse —dice Flame, sacando la barbilla—. Yo voté.


Usé tres de mis raciones de agua guardadas y me llevó todo el día...

—Los matrimonios estaban predeterminados antes de la


concepción. —Todos se detienen a mirarme, y me estremezco por lo cínica
que suena mi voz—. Fuimos emparejados en función de la armonización
genética y la compatibilidad de temperamento. Se hicieron todos los
esfuerzos posibles para asegurar un vínculo fuerte; nada se dejó al azar.

—¿Fuimos? —Flame levanta las cejas, que no son tanto cejas sino
diminutas púas relucientes con puntas de color verde azulado con
gemas—. Eres uno de… ellos. Pero no te pareces a uno. ¿Dónde está tu
gemelo?
—Era —corrijo cuidadosamente—. Yo era uno de ellos. De alguna
manera. —Aunque ambas sabemos que realmente no hay forma de
deshacer lo que soy—. Soy Bronce, no vengo de la corte, no me veo como
ellos, y tengo un hermano pequeño, no un gemelo.

—Malvado. Un Bronce Elegido. —Los ojos de Flame brillan—. ¿Con


qué Elegido se suponía que te ibas a casar?

Riser, que ha sido una estatua del desinterés hasta ahora, de


repente mira hacia arriba.

Mis labios se fruncen como si hubiera probado algo amargo.

—¿Qué importa ahora? Está emparejado con otra persona.

Flame hace un ruido de náuseas.

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—Vaya, princesa, la horca monárquica sería más divertida que tú en
este momento.

—¿Un fieniano que participa en emparejamientos autorizados por


los monárquicos? —Levanto una ceja con desaprobación—. Un poco
hipócrita, ¿no te parece?

—Bueno, solo bombardeo a los que no me gustan.

—Se acabó el tiempo de juego, hermana —dice Cage, aliviando la


tensión—. Antes de comenzar, nuestro empleador mutuo desea tener
unas palabras.

Ahí es cuando noto la delgada franja blanca en el centro de la mesa.


El Interceptor crepita, hace clic, emite un rápido destello azul y proyecta
una cara de tamaño natural y de cuatro dimensiones, en su mayoría
eclipsada por una capucha, justo encima de ella. Aunque la capucha
arroja sombras profundas sobre el rostro, obviamente es Nicolai.

—Hola, niños —ronronea—. Pensé que, dado que nuestra última


reunión fue un poco apresurada, podríamos arreglar algunos detalles.

—¿Cómo qué? —pregunto, cruzando mis brazos mientras Riser pasa


su mano por el holograma, interrumpiéndolo momentáneamente.

Hay una pausa.

—Cage, Flame —dice Nicolai en un tono desdeñoso.

Se elevan al unísono, se reflejan entre sí y despejan la habitación.


—Ahora bien —dice Nicolai—. Lo primero es lo primero. Los dos
están inscritos como finalistas en las Pruebas de las Sombras, junto con
otros noventa y ocho ex-cortesanos desesperados, como lady Everly
March y lord Riser Thornbrook. —La estática interrumpe la imagen—.
Estas son sus identidades judiciales, rellenas con sus Casas y los títulos
y propiedades elegantes que les quitaron. Pronto, si logran sobrevivir a la
reconstrucción, tendrán recuerdos completamente realizados para
acompañarlos.

—Suena prometedor —comento, tamborileando con los dedos sobre


la mesa.

Nicolai me lanza una mirada molesta y continúa.

—En tres días, los escoltarán al norte, donde los dejarán bajo la

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custodia de los monárquicos para viajar a la isla.

—¿Cómo puedes estar seguro de que hemos sido elegidos como


finalistas? —Debe haber miles de cortesanos exiliados compitiendo por
nuestros lugares.

Nicolai se ríe oscuramente.

—Sabes mejor que la mayoría que todo lo que hace el emperador


Laevus tiene un precio.

—¿Las selecciones están… están pagadas?

—Me atrevo a decir que lo están. —Sus labios destrozados se estiran


en una sonrisa—. El emperador tiene un imperio maligno que financiar,
después de todo. —La proyección crepita, la estática recorre su forma
antes de solidificarse una vez más—. Tan pronto como pongas un pie en
Isla Esmeralda, te darán otro microimplante. En el momento en que lo
aceptes, estarás abierta a que la población lo cargue.

—¿Y si alguien que trabaja para los monárquicos decide subirse a


nuestra carga junto con los Durmientes? También pueden ver todo.
Nuestros pensamientos. Nuestros recuerdos, los verdaderos.

—Todo lo que pueda poner en peligro su misión o seguridad ya está


encriptado —explica Nicolai—. La primera noche será la matanza.
Parecerá un banquete elaborado, pero no se dejen engañar. Cada
interacción que tengan, cada gesto inocente o contacto visual será
observado y especulado hasta el final de la noche, cuando los cincuenta
finalistas con el conteo más alto de Avatar pasarán a la siguiente ronda.
Por primera vez desde que comenzó la proyección, Nicolai mira a
Riser, que todavía mira con recelo la proyección como si fuera una
amenaza.

—Esa es también la noche en que los veinticinco Elegidos de mayor


rango decidirán qué dos finalistas guiar. Es absolutamente crucial que
estés emparejada con lord Thornbrook.

—No…

—Esto no es un debate —interrumpe Nicolai—. Nunca ha habido un


momento más peligroso para entrar en la corte. La paranoia del
emperador se ha extendido por los pasillos como un veneno, y se están
volviendo unos contra otros.

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Excelente. Suspiro.

—Está bien, ¿cómo nos emparejamos?

—Primero nos preocupamos por tu clasificación de Avatar. Los


Durmientes no tienen que elegir su Avatar hasta la Selección, por lo que
estarán observando, buscando quién es el más interesante. Dales algo
que les haga olvidar la roca gigante sobre sus cabezas esperando eliminar
a la mitad de la población. —Debajo de las sombras, juro que lo veo
guiñar un ojo—. ¿Quizás chispas de amor volarán entre lord Thornbrook
y lady March?

De repente, incómoda, pego los ojos a la mesa.

—Los espectadores lo verán.

—Los Durmientes —dice Nicolai—, verán exactamente lo que


quieren ver. No te excedas. Te necesito memorable pero no lo
suficientemente emocionante como para interesar a los mentores.

—Tú también tienes eso amañado, ¿no?

Nicolai se encoge de hombros aburrido.

—No me gustan las sorpresas.

—A mí tampoco. Entonces, tal vez puedas decirnos a qué mentor


buscar.

—Lo siento, lady March. Simplemente tendrás que confiar en mí.

Miro el holograma vacilante.


—Pero no lo hago. Confiar en ti.

—Entonces te recomiendo que empieces —dice Nicolai, haciendo un


gesto con desdén con la mano—. Ahora, después de sus
reconstrucciones, pasaremos varios días examinándolos. Esperemos que
sea suficiente.

Tengo la sensación de que no es exactamente optimista sobre esto,


lo que nos convierte en dos.

—¿Eso es todo?

—No exactamente. Brogue estará allí a título oficial, así que si algo
sale mal, búscalo. Luego está el asunto de sus acompañantes. A cada
uno se les permite uno en la isla para ayudarlos. He elegido a los

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Biotecnológicos, Cage y Flame. Pero hay una trampa.

Mi corazón se me sube a la garganta. No puedo imaginar lo que


podría ser. El cuerpo de Riser se muestra con interés.

Nicolai se aclara la garganta y da la peor noticia posible.

—Si uno de sus asistentes logra matar al emperador Laevus antes


que ustedes, los billetes adicionales son para ellos, no para ustedes.

Mi boca se abre para protestar justo cuando la proyección se disipa.

Nicolai debe tener alguna forma de comunicarse con Cage y Flame


porque aparecen instantáneamente, brazos cargados de batas y bolsas
médicas que tintinean. Mientras ellos se ocupan en la trastienda, yo
camino.

Me encuentro de pie afuera de una puerta junto al ascensor. El


candado se ha roto y las bisagras crujen cuando lo abro. Una montaña
de juguetes tecnológicos prohibidos llena el espacio oscuro. Mi padre los
construyó para Max, retocándolos hasta altas horas de la noche. Todavía
puedo escuchar a mi padre tararear, ver sus delgados dedos mientras
trabajaba en los pequeños engranajes, una lupa cubriendo un ojo.

Mi madre los odiaba, por supuesto. Y finalmente todos encontraron


su camino aquí.
Algo se agita en el montículo de metal del suelo. Se oye un zumbido
ahogado y una pequeña esfera metálica es escupida de las partes
muertas, derramando polvo en el aire.

La esfera zumba alrededor de mi cabeza un par de veces, demasiado


rápido para seguirla, luego flota juguetonamente frente a mi cara. Dentro
de su superficie reflectante, mi nariz se ve enorme, mis ojos enormes.

Zigzaguea lejos y luego se detiene frente a Riser. Se pone rígido y sus


manos comienzan a moverse hacia arriba, lentamente, como si estuviera
tratando de atrapar una mosca. La esfera se lanza fuera de su alcance, y
Riser gira, acechándola.

Me río, ignorando la mirada de muerte que me lanza Riser.

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—Está jugando contigo —explico.

La esfera zumba sobre la cabeza de Riser, y él se abalanza sobre la


estación de trabajo de mi padre, haciendo que un vaso de vidrio caiga al
suelo y se rompa.

Brogue sale corriendo de la otra habitación.

—¿Qué diablos está pasando aquí?

Riser se lanza tras el dispositivo, pero éste lo evade y aterriza


suavemente de puntillas. Está ignorando a Brogue, lo que deduzco de la
mirada incrédula de Brogue es un insulto a la herida.

Me estoy riendo demasiado para hablar.

La esfera se ha detenido en el aire. El zumbido es ahora un zumbido


silencioso cuando la superficie del globo plateado se ondula, la parte
inferior se alarga en un mentón y una nariz asoma desde la superficie
mercurial. El aire escapa a través de los dientes de Riser. Su mirada me
recuerda el asombro juvenil de Max después de visitar el Salón de las
Sombras, el museo Monárquico que alberga casi todos los inventos de
preguerra contra la Reforma.

—¿Eso es…? —La boca de Riser se abre y extiende la mano.

—Tú —digo—. Está imitando tu cara.

—¿Eso es…? —dice la cara. Incluso se inclina hacia un lado, como


lo hizo Riser.

Riser frunce el ceño y saca la lengua.


La esfera-cara frunce el ceño, saca su lengua plateada. Y luego el
dispositivo crea otro ojo donde debería estar el ojo faltante de Riser.

Algo pasa por el rostro de Riser, transformando la expresión de la


esfera para imitarla. Antes de que la cara pueda cambiar por completo,
Riser la golpea a través de la habitación con su puño, y la pelota choca
contra la pared y cae al suelo.

Flame emerge por la puerta.

—¿Quién está listo para volverse asomb…?

Riser pasa a su lado y entra en la habitación antes de que pueda


terminar de hablar.

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Con el corazón martilleando, los sigo. Las máquinas del
Reconstructor, dos cápsulas alargadas de acero similares a los Ataúdes,
se encuentran a lo largo, una a cada lado de la pared. Triángulos rojos
de luz pulsan a través de una pantalla cuadrada en el centro de cada
Reconstructor, creando extraños patrones geométricos. Una cortina azul
descolorida que huele a moho los separa.

Riser y yo recibimos batas amarillas para que nos cambiemos. Me


visto rápidamente, tratando de no mirar fijamente a la esbelta figura que
se balancea al otro lado de la cortina. En la esquina de mi habitación hay
una pantalla con un montón de números y líneas. Cage me conecta a la
máquina para recoger mis signos vitales y luego sale.

Después de unos minutos entra Flame, vestida con guantes de color


rosa intenso, un delantal negro con calaveras que brillan en la oscuridad
y una máscara que tiene las palabras cállate pegadas en su boca.

La miro ahora que somos competidores. Ella me ignora


expertamente.

Todo dentro de mí está gritando que no haga esto. Pero Flame golpea
los triángulos rojos hasta que arden de color naranja y amarillo y
parpadean salvajemente. Luego, la tapa se abre con un silbido. Mientras
entro, mi bata se levanta y me apresuro a cubrir mi lado izquierdo.

—No te molestes —indica Flame, apartando la mirada de la pantalla.


La máscara amortigua su voz—. He visto cada centímetro de ti. ¿Quién
crees que colocó ese microimplante pirata dentro de tu cráneo?

—Bien —digo, ajustándome la bata de todos modos. Después de la


revelación de Nicolai, no puedo deshacerme de mi desconfianza. Esta
máquina manipulará mi mente. ¿Quién puede decir que Flame no me
hará algo horrible para darse una ventaja?

Sus cejas brillantes se levantan exasperadas.

—¿Lista ahora, princesa?

Mis dedos rozan la cicatriz fresca en mi costado.

—¿También sanaste mi herida?

—Bueno, no fue un patán tan desagradable, Brogue.

Dudo.

—¿Puedes dejar una parte de mí? Algo pequeño… No importa qué.

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Sus dedos se detienen sobre la pantalla.

—A nuestro empleador no le gustará.

—Caramba, si no le gusta, supongo que no puedes hacerlo.

Flame frunce el ceño. Sin una palabra más, apuñala la pantalla con
el dedo y la tapa se cierra.

El interior del Reconstructor es un material metálico brillante que


brilla débilmente y emite un zumbido bajo. Tan pronto como me acuesto,
un dolor frío se extiende por mi espalda y me hace jadear. Zarcillos verde
neón serpentean alrededor de mi cuerpo. Pequeños golpes emitidos por
su toque similar a un dedo.

Antes de que pueda cambiar a una posición más cómoda, el aparato


que está justo encima de mi cara, que se asemeja a unas gafas negras,
cae, inmovilizando mi cabeza y cegándome. Algún tipo de correas
paralizan mis muñecas. Una suave sensación de pellizco, como una fina
aguja entrando en mi carne, se acerca a mi cuello, justo debajo de la
mandíbula, y se convierte en una presión sorda y palpitante cuando los
nanos que me inyectan se extienden.

Se mueven lentamente. Adormeciendo cada célula, cada molécula


de mi ser, hasta quedar a la deriva, sin cuerpo.

Los altavoces cobran vida. La voz de Flame, un susurro confuso


murmurado desde el final de un largo túnel, se mezcla con el latido
constante de mi corazón.
—No luches contra eso. Concéntrate en tu respiración. Piensa en
algo agradable, algo seguro. La máquina te ayudará.

Estoy flotando en un océano negro. Los pensamientos chocan entre


sí y se rompen. Me siento a flote hacia un puntito de luz no más grande
que un diamante; con cada respiración lenta y superficial que tomo,
aparece otra joya.

Pronto, son innumerables, un tapiz parpadeante de luces grabadas


en la oscuridad, que abarcan una eternidad.

No diamantes, pienso que me escucho susurrar. Estrellas.

Adiós, chica monstruo.

103
Y luego me elevo.
10

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Lo primero de lo que soy consciente son los ruidos. Constantes,
como un zumbido bajo. El sonido del viento. Un lento sonido de clic-clic.
Voces lejanas, y pitidos agudos, que se oyen apagados, como si estuviese
bajo el agua.

Pero los ruidos se están volviendo más fuertes. Los pitidos se


convierten en bocinas, las voces en gritos.

Mi memoria regresa de golpe. Me levanto, y me golpeó la cabeza


contra el techo del Reconstructor. La tapa cruje bajo mi mano.

Después de salir del Reconstructor, la habitación es dolorosamente


brillante. Las sombras se mueven tras las cortinas. La preocupada voz de
Cage ladra órdenes sobre la estridente cacofonía de alarmas.

El primer paso que doy es tambaleante, pero no está mal. El segundo


me hace caer de rodillas. Usando el mostrador como apoyo, me tambaleo,
y lucho para llegar a la cortina. No me siento diferente. Me pregunto si,
tal vez, me desperté antes de que finalizase la reconstrucción.

La escena al otro lado es caótica. La tapa del Reconstructor de Riser


cuelga abierta, la pantalla es una mezcla salvaje de formas rojas girando
en espiral. Manchas de sudor caen por la frente de Cage, mientras trabaja
sobre la máquina. Las venas de su frente y cuello se abultan, mientras
parpadea rápida y furiosamente, mientras murmura. Tras él, con el
rostro tenso, está Flame. Su mirada desesperada me dice todo lo que
necesito saber sobre el estado de Riser.
Aunque mi mente está un poco borrosa, debo haber caminado hacia
ellos, porque ahora puedo ver a Riser. Su ropa está arrugada alrededor
de su cintura, exponiendo la mayor parte de su pálido cuerpo, que está
enroscado sobre sí mismo, como una criatura lamentable y moribunda.
Sus piernas golpean de forma rítmica contra la máquina.

Sus cicatrices, las que me mostró hace solo unas horas, son ahora
de un color púrpura-rojizo. Arañas vasculares negras y azules recorren
su cuerpo, convergiendo alrededor de sus ojos, nariz y boca.

—Se está muriendo —digo. No hay emoción en mi voz. Es como si


mis sentimientos estuvieran encerrados. Puedo acceder a ellos si es
necesario, o no, dependiendo de si los necesito.

105
Tal vez soy diferente, después de todo.

Cage mira hacia arriba, desde el cuerpo de Riser, sorprendido.

—Se supone que estás descansando. —La voz de Cage se rompe.

¿Cuánto tiempo llevan trabajando en Riser? Demasiado, por la forma


en que sus hombros caen.

Todos nos congelamos cuando un grito gutural sale de Riser. Es


horrible, el sonido más miserable y suplicante que he oído. Flame se lleva
una mano a la boca, con los ojos inundados de lágrimas.

—No puede encontrarlo. El lugar seguro. No puede...

—Es suficiente. —El tono de Cage es derrotado—. Ciérralo.


Dejémoslo ir en paz.

—Espera. —Mi mano está sobre la tapa, a solo unos centímetros de


uno de los puños de Riser. Dejo que uno de mis dedos acaricie sus
nudillos. Un suspiro desigual escapa de sus labios azulados—. Está frío.

Una vez más, no siento nada, solo aquello vital para mi misión. Me
subo junto a él. Me equivoqué; no solo está frío, está congelado, su cuerpo
está rígido como el mármol.

Me estremezco a causa del frío, mientras mantengo mis brazos


alrededor de su tronco esquelético, las vértebras de su columna vertebral
tan afiladas que se clavan dolorosamente en mi esternón. Mis dedos
rozan los profundos abismos entre sus costillas, y me doy cuenta de lo
demacrado que está realmente.
Comienza a respirar con fuerza, con las costillas subiendo y bajando
rápidamente; el latido salvaje y errático de su corazón se siente como el
de un animal desesperado, tratando de escapar de su jaula.

—No lo hagas —gime—, no le hagas daño.

No sé si está ayudando o no, pero las Biotecnologías deben pensar


que sí, porque cierran la tapa. Su cuerpo se relaja, y se calienta. Su
respiración se estabiliza, sus latidos son ahora fuertes y regulares bajo
las yemas de mis dedos. Y, tal vez es el zumbido constante de la máquina,
o la calma de su respiración, pero me encuentro cayendo a la deriva...

106
Esta vez me despierto en mi habitación. Estoy caliente,
deliciosamente caliente, enterrada bajo una montaña de mantas.
Bramble descansa sobre la otra almohada, junto a una nota de Brogue:
Pensé que él podría animarte. Todavía está oscuro, las estúpidas estrellas
pintadas en el techo brillan sobre mí, y por un momento juro que puedo
sentir su calor en mi piel. Eso me recuerda que mi piel ya no es mi piel.

Me doy cuenta de que olvidé preguntar cómo me vería después.


Ahora, necesito todas mis fuerzas para levantarme de la cama, mis
nuevos y elegantes músculos duelen a cada paso, mientras camino hacia
el espejo.

Detectando movimiento, el espejo se ilumina, reluciendo con un


suave brillo dorado. La chica de ayer ha desaparecido. En su lugar, está
Everly March, una criatura sana con piel de porcelana que parece que
acaba de regresar de sus vacaciones de verano, en algún lugar brillante
y ventilado.

Es alta, delgada, y grácil, con grandes pechos, pómulos altos, y una


cara en forma de corazón. Su grueso cabello rojo oscuro va más allá de
sus hombros, y es del tono perfecto para complementar su piel; su nariz
es perfecta. Va vestida de verde, un color que solía hacerme ver
enfermiza, pero que parece creado especialmente para ella. Un fénix de
bronce cuelga de su elegante cuello.

Ella es todo lo que yo no era.

Ella es todo lo que se suponía que era.

Estoy bastante segura de que la odio.


Levanto una mano y me toco la cara, solo para asegurarme de que
sigo siendo yo. Levanto los brazos, ahora largos y tonificados, y giro de
un lado a otro. Me paro a centímetros del espejo, y hago muecas tontas.

Mi cabello, de un rico color rojo, que de alguna manera imposible se


ve glamuroso y natural al mismo tiempo, captura la luz, y el efecto es
indescriptible. Excepto por mis ojos, que siguen siendo del mismo color
avellana, y una lluvia de pecas que Flame debe haber conservado, no hay
rastro de Maia Graystone.

Ahora soy la creación de Nicolai, una creación para un solo objetivo:


La venganza.

107
El desayuno llega temprano. Me siento en la mesa, con Bramble
cantando en mi regazo, y examino mi ropa nueva. Pantalones de montar
grises; botas de cuero de un rico color marrón; y una túnica rígida, con
cuello alto, de color verde pálido que me raspa el cuello. Escojo el
incómodo sujetador que mi nuevo cuerpo necesita. Mi madre me dijo una
vez que el cuerpo de una mujer podría ser usado contra los hombres
como un arma; pero, hasta ahora, tener escote parecía más irritante que
letal.

Olvido mis voluminosos activos mientras Brogue pone en mi plato


un brebaje vagamente similar a un huevo. Me lo tomo rápidamente.
Flame y Brogue, que están sentados en extremos opuestos, me estudian
en silencio.

Brogue me mira de lado, y frunce el ceño.

—¿No se supone que su cabello sería rubio?

—Sí —dice Flame—, pero me gusta más así.

—¿Y cómo se siente Nicolai al respecto?

Flame mira fijamente el montón amarillo de aspecto gomoso ante


ella.

—Ni lo sé, ni me importa.

Me meto otro bocado de la sustancia misteriosa en la boca. Los


ignoro a ambos. Mi estómago gruñe, y toco el plato vacío con mi tenedor,
haciendo que Bramble se retuerza en mi regazo.
Brogue sonríe.

—¿Más?

Asiento, y él pone más grumos amarillos en mi plato.

—La transformación da hambre —dice Flame, por si él pensaba que


de verdad me gustaba su comida. Ella sonríe, usando un mono de color
oro rosado, junto a un cinturón de cuero rojo, y una capa roja, que
coincide con su labial y su cabello.

Brogue me guiña el guiño.

—Bueno, hay más de donde vino eso.

108
—No —dice Flame–. Tenemos que examinarla.

Brogue y yo compartimos una mirada de complicidad. Me muerdo el


labio. Por primera vez desde que llegué aquí, siento una conexión con
alguien. Si siente bien. Muy bien. Tener un amigo, aunque sea un
Mercenario.

Brogue levanta el sartén, para depositar aún más comida en mi


plato.

—Ella ha pasado por un infierno. Deja que la chica...

—No. —La mano de Flame sale disparada, y tira el sartén de la mano


de Brogue.

La cara de Brogue se queda inmóvil. La mano que sostenía el sartén,


sigue en la misma posición. No ha movido ni un músculo, solo ha clavado
la mirada en Flame, quien parece no notarlo, o a quien no le importa. La
vena de su frente empieza a latir.

Flame se levanta, y tira el sartén a la basura.

— Tenemos que examinarla. Asegurarnos de que no hay fallos. —Se


da la vuelta, desafiando a Brogue con la mirada—. Ahora, ve a prepararte
para las pruebas físicas.

Frunciendo el ceño (supongo que no está acostumbrado a recibir


órdenes de nadie, y menos aún de una rebelde fieniana de lengua afilada)
Brogue se levanta, arrastrando la silla, y se va.

—¿Fallos? —digo, empujando mi plato a regañadientes—. ¿De qué


tipo?
—¿Nombre? —pregunta Flame.

—Everly March. —Mi cerebro responde sin dudarlo.

—¿Símbolo de la Casa March?

—La lira dorada.

—¿Nombre de tus padres?

—Lady Olivia y lord Statham March, anteriormente baronesa y


barón de Brandywine Estates, antes de que nuestro Color cambiase.

—¿A cuál quieres más?

Me detengo.

109
—Mi padre. —Lo veo, o como se supone que debe ser. Rubio, de ojos
grises, cara juvenil, un cigarro entre sus dientes hermosamente blancos.
Mi pecho amenaza con estallar a causa del amor por él... ese extraño, mi
padre.

—¿Cómo y cuándo murieron?

—En un fuego, hace dos meses. —Siento que mi garganta se aprieta,


y por un segundo, saboreo la ceniza y el hollín, que se aferran a mi boca,
cubren mi garganta, y me queman los pulmones, hasta que siento que
me asfixio.

Un dolor de cabeza que siento que me partirá el cráneo. Siento algo...


en la punta de mi lengua, un recuerdo. Un recuerdo horrible. Miles de
agujas fantasmales que me pinchan la piel. Miro hacia abajo, y veo llamas
fantasmales derritiendo mi carne, despegándola de mis huesos.

Grito.

—¡Everly! —grita Flame, mientras Bramble salta de mi regazo y cae


al suelo.

Mi nuevo nombre me trae de vuelta. Respiro hondo, aguantando el


aire hasta que mi cabeza empieza a latir, y siento que el recuerdo se ha
ido.

—¿Qué ha sido eso?

—Un recuerdo fantasma. —Se inquieta, entrelazando sus pulgares


mientras mira fijamente la mesa—. Los recuerdos traumáticos son los
más difíciles de filtrar. A veces, el extractor recoge algunos. Deberían
desvanecerse.

—Pero eso significa... —Mi boca se abre. Pensé que Nicolai me había
creado. Pero lo que acabo de experimentar fue real. El miedo. El dolor.

El horror.

—¿Existió... hubo una verdadera Everly March?

Flame levanta las cejas.

—La había.

Mi corazón cae.

110
—¿Cómo murió? ¿Por el fuego? ¿Se quemó hasta morir, con sus
padres? ¿Fue un accidente? —Mi silla chirria, al levantarme—. ¡Nicolai!
—Mis manos cubren mis mejillas. Llevo la cara de otra chica. La cara de
una chica muerta—. ¡Nicolai!

Flame se cruza de brazos, y sube los pies a la mesa, su cara


aburrida, como si estuviese siendo obligada a soportar el berrinche de un
niño pequeño.

—Avísame cuando termines.

Tengo que contenerme para no darle una patada a la mesa. Mejor


aún, podría darle una patada a la silla de Flame, eso la enviaría al suelo.
Quizá eso la haría dejar ese aire engreído, aunque lo dudo seriamente.

Sofoco mi rabia (algo que habría sido imposible antes de mi


reconstrucción), y lucho por contener las palabras sobre mi chica muerta.

—Ya.

Ella estrecha los ojos.

—¿Seguro?

—Sí. —Mis palabras salen como un silbido a través de mis dientes


apretados, mientras me siento.

Continúa como si no hubiese pasado nada.

—¿Hermanos?

—No.
—¿Virgen?

—Sí.

Flame me lanza preguntas como balas, una y otra vez. Mi boca


responde, y tan pronto como lo hace, los recuerdos aparecen, como
imágenes en movimiento que, al unirse, forman una vida.

Flame, sin piedad, sigue tratando de probarme.

—¿Color favorito? ¿Estación favorita?

—Verde. Verano.

—¿Primer beso?

111
—Lord Bradley, Un Gold de la Casa Royce, y el hermano de mi mejor
amiga, bajo el manzano…

Su voz cambia de intensidad, volviéndose repentinamente empática.

—¿Qué es el hoyo?

—Es... —Durante una fracción de segundo mi corazón se salta un


latido, pero luego se estabiliza. Mi mente se queda en blanco—. No lo sé.

—¿Quién es Maia Graystone?

¡Yo!, grita mi cerebro. Una imagen de una chica de cabello rizado y


pecas aparece en mi cabeza. ¡Yo! Aun así, cuando abro la boca para
decirlo, para gritarlo, es como si mi lengua estuviera hecha un nudo.

—¿Cuál es tu opinión del emperador Laevus? —Flame se inclina


ligeramente hacia adelante, lo suficiente como para mostrarme que mi
respuesta es importante.

—Es nuestro salvador, el único hombre al que todos debemos estar


agradecidos. Sin él y su incansable dedicación, la humanidad perecía. —
Es aterrador lo convincente que es mi voz.

No parpadea cuando nuestros ojos se encuentran.

—¿Qué harás cuando lo conozcas?

Sé mi respuesta antes de decirlo, y mi sangre se enfría.

—Meter un cuchillo en su cráneo. Los mejores puntos son la base


del cráneo, y las cuencas de los ojos. Pero un cuchillo penetrará cualquier
punto con facilidad, y una hoja larga puede deslizarse bajo la mandíbula
y llegar al cerebro.

—Muy bien. —La tensión se desvanece de la cara de Flame. Me


pregunto qué habría pasado si hubiera respondido mal—. La
reconstrucción parece haber sido un éxito. Pronto lo sabremos con
seguridad.

—¿Y Riser? —Es la primera vez desde que desperté que me permito
pensar en él. Me encojo por el incómodo recuerdo de mi cuerpo doblado
sobre el suyo. Si todavía fuera Maia, me volvería de color rojo brillante, y
me tomaría varios minutos recuperarme. Pero con un encogimiento de
hombros, la emoción se desvanece.

112
Sonrío; me va a gustar mucho ser Everly March.

La cara de Flame se convierte en una máscara ilegible.

—Eso no te concierne. —Se despeja la garganta—. Es probable que


su reconstrucción haya sido irrevocablemente corrompida. No sabremos
cuánto hasta que despierte.

—Si se despierta, ¿quieres decir?

Por primera vez desde que nos sentamos, ella parpadea.

Después del desayuno me hacen un examen más exhaustivo, donde


respondo lo que parece un millón de preguntas sobre Everly March.

En la superficie, es exactamente lo que todo el mundo espera.


Recatada. Obediente. Bien educado. Le encantan los caballos, los
vestidos de seda y las costosas joyas de oro. Puede tocar la Sinfonía No.
9 en Re menor y cantar en octava alta. Estaba devastada por la pérdida
de sus padres.

Parece que tenemos algo en común, después de todo.

Pero más allá de la fachada brillante, ella es algo más. Fría,


calculadora. Inteligente. Con una determinación singular. Everly March
habría sido alguien de quien Riper y Rafe se habrían mantenido alejados.

Paso la prueba con nota alta. Antes de que pueda irme, Flame me
lanza advertencias sobre las primera cuarenta y ocho horas tras la
reconstrucción. No dormir, podría caer en un coma irreversible. Espera
que aparezcan recuerdos dolorosos de mi pasado (luchar contra ellos solo
los empeora), y mi estado emocional mejorará. Bebe el doble de la
cantidad normal de agua. Es de esperar un apetito insaciable, dolores de
cabeza aplastantes, alucinaciones y momentos de delirio. La picazón es
normal, pero el hormigueo en los labios o los dedos debe ser reportado
inmediatamente, junto con olores extraños y problemas con mi visión.
Tengo la sensación de que si esto sucede, estoy jodida.

Flame también me da un duro itinerario post-reconstrucción. Más


pruebas, incluidas simulaciones, y no del tipo que puedes comprar en el
mercado negro. De las de verdad. El tipo de freír-tu cerebro si no eres
cuidadoso.

Me encojo de hombros, antes de saltar al ascensor. Espero que

113
Brogue esté en el sótano, pero mi corazón cae cuando lo veo calentando
en la habitación al final del pasillo. Sólo una mirada al grueso acolchado
blanco que cubre las paredes de la vieja sala de entrenamiento de mi
madre y mis rodillas se debilitan.

Dudo; hay malos recuerdos aferrados a este lugar. Recuerdos que


preferiría no revivir.

Pero Brogue me sonríe. Me invita a que me una a él. Y Brogue no es


mi madre. No me haría daño. Así que le devuelvo su sonrisa y entro.

Los pies de Brogue golpean al suelo mientras carga hacia mí. Mi


sonrisa muere. Su rostro está mortalmente sereno. Estoy demasiado
confusa para hacer cualquier cosa...

En el último segundo, antes de que se estrelle contra mí, mi cuerpo


reacciona por propia voluntad. Me aparto, levanto un pie, y lo empujo
contra su espalda.

Parece que su cabeza va a chocar con la pared, pero se inclina a un


lado, para compensar el impulso, con su hombro llevándose la peor parte
del golpe.

Los recuerdos de la voz de mi madre me alcanzan. ¡Más rápido!


Levántate. Apunta a mi corazón.

Gruñendo, Brogue vuelve a correr hacia mí, con los brazos


extendidos hacia mi cabeza, como si intentase arrancármela de los
hombros. Esta vez, me agacho bajo sus brazos, serpenteo tras él, aprieto
mis brazos alrededor de su espalda empapada de sudor, y aprieto el pie
en la parte blanda de su rodilla.
Cae al suelo, y yo caigo sobre su pecho, clavando las rodillas en sus
costillas. Mis puños levantados proyectan sombras sobre su cara
enrojecida.

Brogue gruñe por mi peso, la sonrisa burlona que ha estado usando


reemplazada por una mirada, a regañadientes, de respeto.

—Así que el pequeño gato callejero y su compañera saben pelear.

Me toma un momento recuperar el aliento, mis nuevos músculos


abdominales temblando bajo mi camisa.

—¿Esto fue otra prueba?

—Algo así.

114
Me levanto de su espalda, con los brazos en posición defensiva, en
caso de que vuelva a atacarme. Me siento traicionada.

—Podrías haberme advertido.

Poniéndose de pie, Brogue se enrolla la manga derecha. La marca de


Mercenario Verdugo tatuado en su hombro, junto al lema de Mercenario,
una cadena de palabras en latín: Parati ad omnia.

—¿Sabes lo que significa, chica?

—¿No te metas conmigo? —suelto, medio en broma.

—Prepárate para todo.

—Bueno, no sé si podría hacer eso de nuevo.

Antes de que pueda terminar mi frase, Brogue ha levantado el brazo,


y está balanceando un palo de madera hacia mi cabeza. Debe haberlo
tenido escondido. Gimo mientras me agacho, y el palo me roza el pelo.

—¡Pensé que habíamos terminado! —silbo, necesitando aire.

Ajeno a mi pánico, mi cuerpo se pone de lado, pivotando y barriendo


con una pierna. Mi pie atrapa la bota de Brogue, haciéndolo tropezar.

Se recupera fácilmente. Con una sonrisa pícara, guiña un guiño,


toca las palabras en su hombro y balancea el palo hacia mi cara, como si
estuviera tratando de romper una sandía.
Me aparto justo a tiempo. El palo golpea la pared, y rebota en el
acolchado, el borde golpea justo debajo de mi ojo derecho. Siento que la
sangre empieza a correr por mi mejilla.

Veo a mi madre de pie sobre mí, delgada, con su uniforme blanco de


esgrima, la visera bajada para que no pueda ver sus ojos. Un brazo
doblado tras su espalda. ¿Vas a llorar por un poco de sangre? ¡Levántate!

Se convierte en un baile peligroso. Nuestras respiraciones salen al


compás, nuestros gruñidos y latidos siguiendo el mismo tempo. Brogue
se balancea, golpea y corta con el palo, y yo lo esquivo. A veces, con
facilidad, como si nuestros movimientos estuvieran coreografiados. Pero,
sobre todo, esquivo y huyo, como un animal herido tratando de escapar
de un depredador mayor.

115
Descubro que sé cosas. Dónde patear un muslo para golpear la
arteria femoral y causar la inconsciencia. Cómo enganchar mis piernas
alrededor de un hombre, para sostenerlo, mientras uso la cuchilla de mi
antebrazo para cortar su carótida. Cómo colocar mi mano para deslizarla
fácilmente bajo una barbilla, y golpear la garganta.

El sudor gotea de ambos, creando charcos en la alfombra. Cada


músculo, cada neurona, cada tendón, está funcionando. El fuerte y ácido
olor de la adrenalina y el sudor llenan la habitación.

Mi cuerpo ya no es mío, sino una máquina eficiente y bien engrasada


controlada por un maestro diferente y poderoso.

Supervivencia.

Finalmente, me derrumbo, en un montón caliente y deshuesado.


Brogue me coloca la bota en el pecho, aplastándome. El aire huye de mis
pulmones. Me duele la mejilla, donde el extremo astillado de su palo
aprieta sin piedad.

—Chica —dice Brogue, con una voz tan áspera como el papel de
lija—. Serías un bonito cadáver.

La punta del florete de mi madre presiona la parte blanda de mi


garganta. Levanta la visera, para dejarme ver la decepción en sus ojos.
Débil, dicen sus ojos. Débil y lento. Estoy llorando. Tengo siete años.

Es casi como si oyera algo dentro de mí. Sin pensar, engancho su


bota con mi brazo derecho y giro, rodando como un tronco. En lugar de
dejarme dislocar su rodilla, Brogue rueda conmigo, cayendo al suelo. Una
vez lo tengo atrapado, mis rodillas apretando su bíceps.

Ya no estoy cansada; estoy furiosa.

Parpadeando a la cara de mi madre, me inclino, lo suficientemente


cerca como para que su cálido aliento con alquitrán choqué contra mi
cara.

—Mi nombre es Everly. Everly March. No Digger Girl. Ni gusano, ni


larva, ni sanguijuela. Y, ciertamente, no chica. —Aprieto mi agarre, y
clavo las rodillas en sus huesos y músculos, usándolo de soporte. Sus
ojos se abultan por el dolor—. Y, de ahora en adelante, es lady March
para ti, Mercenario.

116
Esta es la primera desde que me convertí en lady March. No somos
amigos. Ninguna de estas personas será amiga mía.
11

117
Brogue se levanta más lentamente esta vez. Está cansado, pero yo
también. Hemos estado haciendo esto durante horas, y cada pedacito de
mí grita en agonía; he perdido la cuenta de las veces que he golpeado la
alfombra.

Hay un brillo intenso en los ojos del Mercenario.

—¿Renuncias ya?

Estoy demasiado cansada para responder, así que simplemente


sacudo la cabeza, a pesar de que Maia me pide que me detenga. Pero no
puedo.

No puedo.

La barra golpea el suelo. Girando lentamente en su mano izquierda,


hay una hoja corta y plana, con el borde afilado brillando. Una ola de
miedo y adrenalina recorre mi cuerpo. Mis ojos siguen el acero brillante.
No existe nada más. Las paredes parecen encogerse, desaparecer.

—Podrías matarme de verdad —digo, levantando las manos, ahora


entumecidas.

Intento enmascarar mi horror, igual que hago con el resto de


emociones, pero no puedo. Aparentemente, incluso lady March no es
inmune al miedo.

Mi madre está ahí parada. Marcas de donde el látigo cortó mi piel


recubren mis brazos. Le supliqué que se detuviera. Por favor, madre. Duele.
Me estás asustando.
Pero eso parecía que solo la enfadaba más, y caí al suelo, su látigo
cortando el aire con cada golpe enfurecido.

Ahora he cometido el mismo error, pedirle misericordia a Brogue. Da


un paso confiado hacia mí, sus ojos brillando despiadadamente.

—Un pequeño paso en falso en la isla, y realmente morirás. —Otro


paso—. Revela accidentalmente tu verdadera identidad, y mueres. —Su
bota se desliza treinta centímetros más cerca–. No ganas las Pruebas de
las Sombras, bueno... te haces una idea. —Para su tamaño, puede
moverse ágilmente, caminando con una tranquilidad que me hace pensar
que está más lejos de lo que realmente está. Que es mi amigo.

Su último paso lo acerca a mí.

118
—La muerte está a tu alrededor, lady March. Es el espectro
silencioso, fantasmal, respirando lentamente en tu cuello. —Su aliento
está caliente contra mis mejillas—. Con el tiempo, te encontrará…

El cuchillo destella mientras se dirige hacia mi cuello. Hay un


instante, justo antes de que me atraviese, que realmente puedo sentir la
hoja ardiendo a través de mi cuello y entrando en mi columna vertebral.
Pero, en el último segundo, me muevo y en su lugar me deja una herida,
dolorosa pero superficial, desde la clavícula hasta la mandíbula.

—¡Me has apuñalado! —grito. El pánico rompe mi voz, mientras el


espacio entre mis pechos se cubre de sangre.

De repente, estoy segura de que está decidido a matarme.

Brogue limpia la hoja en su camisa.

—Solo te he rozado. La próxima vez, muévete más rápido.

—¿La próxima vez?

Se acerca de nuevo, acechante.

—Mejor aún. —Una sonrisa malvada se forma en sus labios—. O


acabaré contigo.

Agarra la hoja del cuchillo entre el pulgar y el índice, la apunta hacia


mi cara, y la lanza con un giro de muñeca.

Caigo al suelo. Estoy segura de que el cuchillo me ha atravesado. No


hay manera de que pudiera haberlo evitado; él está demasiado cerca, su
objetivo demasiado claro.
Mis ojos, que deben haberse cerrado, se abren. Sujeta entre mis
palmas, brillando a sólo unos centímetros de mi nariz, está la hoja de
cuchillo.

La hoja cae de mis dedos y se clava en el suelo acolchado. Sé que se


supone que debo usarla, pero el pensamiento me enferma.

Obligo a mi cuerpo a agacharse.

—Se acabó —digo, presionando la herida en mi cuello, para detener


la sangre—. Esto es una tortura.

Esto es supervivencia, Everly, la voz emocionada de Nicolai dice en


mi cabeza. Ahora, recoge el cuchillo y apuñálalo.

119
—No. —Mi cuerpo está temblando—. Dije que mataría al emperador
Laevus, y lo haré. Pero me niego a herir a nadie más.

Sus vías neuronales reconstruidas necesitan ser revisadas, dice


Nicolai. Para ello, necesitamos dos cosas: situaciones traumáticas, que
inducen al estrés y repetición. No queremos que Everly March pierda
prematuramente sus recuerdos y habilidades.

—¡Deberías haberme dicho que me darías los recuerdos de una chica


muerta!

No era información pertinente.

Me pellizco el puente de la nariz y cierro los ojos.

—Lo era. Pertinente. Para mí.

—La chica necesita un descanso —interrumpe Brogue. Su voz es


áspera y despreocupada, como siempre. Pero hay algo que suena
diferente.

La voz de mi madre susurra, Recógela. Utilízala. Es débil.

Recojo el cuchillo. Es sorprendentemente ligero, el mango es frío y


liso en mi palma. Se siente bien. Poderoso.

Una rabia silenciosa se apodera de mí. Le sonrío a Brogue, como si


volviéramos a ser amigos, como si todo estuviese perdonado, muevo la
muñeca, y lanzo el cuchillo hacia su cabeza.

Da un grito de sorpresa, y lo esquiva. Tiembla durante un instante,


y luego se queda quieto.
Si no se hubiese distraído, lo habría visto venir. He encontrado la
grieta en su armadura.

Brogue toca la delgada línea roja en su mejilla, donde el cuchillo lo


rozó y mira la sangre en sus yemas con los ojos muy abiertos.

—Te lo advertí —digo, sonriendo—. No me llames chica.

Excepto por telarañas y algunas latas de judías verdes, la despensa


está vacía. Escaneo los estantes con el estómago gruñendo, mientras
Bramble se queja de las pocas migajas que cubren el estante. Ahí es
donde solían ir el pan y la pasta. La harina y las especias justo debajo.

120
Las galletas saladas y las codiciadas pastelas de pasas dulces de Max a
mi izquierda. Estantes enteros de ciruelas secas, manzanas y tiras de
cordero con infusión de azafrán detrás.

Tuvimos más suerte que la mayoría de los Bronces, con las raciones
de Oro de mi madre y el lugar de mi padre en el Colegio Monárquico al
otro lado del muro. Lo veo ahora, aunque no lo hiciera entonces.

Selecciono la lata menos oxidada. Es pesada, mientras la pongo en


el mostrador de la cocina, con Bramble deslizándose entre mis pies. El
corte en mi cuello protesta, bajo la tira de gasa y esparadrapo.

Abro la tapa, gotas verdes grisáceas manchan mi blusa nueva.


Esperemos que Nicolai tenga una extra, dados mis ahorros actuales.

Estoy levantando la lata cuando la pantalla sobre la mesa de la


cocina cobra vida. Oh, cielos. Dado mi estado de ánimo preferiría no verlo,
pero la pantalla me seguirá dondequiera que vaya, así que bien podría
terminar con esto.

La música dramática llena la cocina, la pantalla saltando sobre


parejas de Elegidos. Los resultados de El Emparejamiento. Trago saliva, y
me concentro en depositar el contenido de la lata en el tazón y no en mi
blusa. No pueden obligarme a escuchar.

Pero se forma un nudo en mi vientre al pensar en la corte. Incluso


ahora, con mi cabello perfecto y rasgos agradables, todavía siento el
escozor de sus burlas.

Empujo y pincho la masa húmeda con una cuchara de madera. Un


olor aceitoso se extiende por la habitación, y Bramble le gruñe,
sospechoso. No es una buena señal. El hambre hace que me duela el
estómago. La cuchara se acerca a mis labios. Pero, literalmente, mi boca
se niega a abrirse.

—¡Tienes que estar bromeando! —grito a las caras en la pantalla.

Me sonríen. Hermosos. Sanos. Aunque realmente no pueden verme,


siento su desprecio.

Lucho contra el impulso de tirar el tazón a sus estúpidas caras


elegidas, sabiendo que la manipulación de una pantalla conlleva una
dura penalización.

En su lugar, observo con sombría satisfacción como el tazón navega


por el aire y luego explota en un montón de fragmentos verdes contra la

121
pared.

Lamento mi acción infantil de inmediato; todavía tengo hambre.

Veo que Flame necesita retocar tu racha impulsiva, la voz de Nicolai


regaña en mi cabeza.

Déjala intentarlo, respondo.

Y hacerte más amable

—¡Sería más amable si no me estuviera muriendo de hambre!

Lady March no tocaría esa excusa de comida aún si estuviera


muriendo de hambre. Tampoco sufriría estallidos de ira.

Me desinflo.

—Así que... ¿No puedo comer?

No puedes. No. Al menos, no eso.

El aplauso de los Emparejados rompe la conexión con Nicolai. Pongo


mis ojos en la pareja bajo la hermosa y elaborada cortina, que acepta
rosas blancas de la multitud. Avanzan como rubíes que reflejan el sol.

Probablemente, los hijos de generales de alto rango. Se tocan las


manos tímidamente. Lágrimas brillan dentro de los grandes ojos azules
de la chica. Después del Día L, después de que la mayoría de nosotros
hayamos sido asesinados, todos los Emparejados tendrán bodas
elaboradas en Hyperion. Cuando tu trabajo es importante para la raza
humana, empiezas temprano.
Por un instante, la chica mira la pantalla, y es como si pudiera ver
a cada Durmiente a través de ella.

Pronto, estarán tras de mí también.

Sacando el cuchillo de la práctica, me fijo en como la forma de su


mango llena perfectamente mi palma. Cierro mi mano sobre el acero, y
una sensación primitiva de euforia me inunda.

En este momento, podría hacer cualquier cosa. No hay control, ni


frontera moral que no cruzaría. Me pregunto si esto es perder la cabeza.

—Así que, déjame aclarar esto. —Mi voz empieza a romperse, como
una fruta podrida a punto de abrirse—. No puedo comer ciertos
alimentos, pero ¿puedo clavar esta daga en el corazón de cualquiera?

122
Exactamente, ronronea Nicolai en mi cabeza.

—Basta —le ruego—. Por favor. Lo que sea que me hiciste, deshazlo.

Un largo silencio llena mi cráneo. Sólo puedo suponer que Nicolai


me está dando tiempo para tranquilizarme.

Imposible, dice finalmente. Eres lady March. A partir de ahora todo lo


que hagas debe reflejar eso.

—Pero tengo hambre —susurro.

Entonces haz algo.

Hay una extraña liberación dentro de mi cabeza cuando se va, y


luego me encuentro cayendo al suelo. Bramble se apoya con cautela en
mi hombro, mientras me concentro en el polvo que recubre el suelo,
viendo las pequeñas esferas bailar con mi respiración superficial. Me
siento ligera, como si pudiese flotar con la más ligera brisa.

¿Qué has hecho, Graystone?

—No Graystone —susurran mis nuevos y perfectos labios—. Lady.


Everly. March. —Cada palabra es una lucha, pero una vez que lo digo,
parte del pánico se evapora—. Todavía eres tú, solo que mejor. Más
fuerte.

Limpiando mi mejilla, me levanto y digo:

—Eres lady Everly March, y si vas a sobrevivir, debes pensar como


lady March.
Episodio histérico evitado, me guardo el cuchillo, y paso unos
minutos buscando en los armarios de la cocina, aunque sé que cualquier
cosa mínimamente comestible, ya ha sido sacada de este lugar. Es hora
de salir de la casa.

Mi estómago se aprieta. El pensamiento me asusta y me anima al


mismo tiempo. La Caída de las Sombras no será hasta dentro de una
hora. Habrá luz solar y aire fresco y cielo. Recuerdo a la multitud en el
mercado. Me convenzo de que será seguro mientras sea de día. Que mi
cuchillo y mis nuevas habilidades me protegerán.

Busco cosas para intercambiar. No me lleva mucho tiempo llenar


una bolsa. Un abrelatas, baterías, un destilador de agua, una pastilla de
jabón de albahaca y tomillo a medio usar, algunos cubiertos, un frasco

123
polvoriento de lo que parecía ser mermelada de mora, la linterna de Max.

Justo antes de salir, vuelvo a mirar. La cara de Caspian me sonríe


desde la pantalla sobre la puerta. Es mayor, por supuesto. Su cara está
inclinada, sus ojos más sombríos de lo normal. Está de pie en la
plataforma, con su capa de piel negra rozando sus piernas mientras
golpea su pie contra el suelo.

Una enorme corona dorada descansa sobre su cabeza. Los gritos


estallan desde la multitud, mientras saluda rígidamente, con sus puños
enguantados a los lados. Escanea la multitud con indiferencia.

En una palabra, se ve aburrido.

—¿Están listoooos? —grita el locutor contra el micrófono—.Esto es


todo, espectadores reales, los resultados que todos hemos estado
esperando. Príncipe Caspian Laevus, el monarca y soberano príncipe y
futuro emperador, tercer primogénito, descendiente del amado
emperador Marco Laevus, y la razón por la que la mitad del público se
está desmayando, ¿no es verdad, señores? —El sonido de los chillidos y
risas se superpone al sonido de los aplausos.

La cámara graba a la multitud, a más de un kilómetro, todas


vestidas de blanco para los Emparejamientos. Están en Hyperion, en el
espacio, pero no lo sabrías. No con el castillo de oro elevándose tras ellos,
y con paredes que hacen parecer el cielo de un azul perfecto.

—Y la afortunada Elegida, nuestra futura emperatriz, no es otra


que... la Oro, amada por todos, de la Casa Bloodwood, hija del estimado
y honorable general Bloodwood, ¡la condesa Delphine Bloodwood!
Gritos y aplausos hacen que me duelan los tímpanos. Durante un
par de segundos, mi cerebro recuerda algo. Una emoción.

Pero luego, al abrir la puerta, con el sol calentando mi cara, la


sensación se desvanece como un mal olor que viaja en la brisa, y tapa el
resto de olores, hasta que ya no puedes recordarlos.

El joven Mercenario apostado contra la columna se endereza.

—Mi lady —dice, interponiéndose en mi camino—. La Caída de las


Sombras está cerca.

Me encuentro con sus ojos asustados, preparados para luchar, si es


necesario.

124
—Entonces, más vale que estés alerta.

Hay un momento de tensión. Un enfrentamiento real. Nuestros ojos


chocan. Veo una fina capa de vello rubio sobre su labio superior. Su
pecho tiene forma de barril, indicativo de una enfermedad respiratoria: lo
más probable es que sea un minero de Galia, la próxima Ciudad
diamante. No el típico Mercenario.

Se están desesperando.

Sé que he ganado cuando se vuelve hacia la casa. Brogue me habría


detenido.

O, al menos, lo habría intentado.

He llegado a la puerta de hierro forjado rota junto a la calle cuando


grita:

—Entre la quinta y sexta costilla, mi señora.

—¿Disculpa?

—El cuchillo. Así es como detienes el corazón de un hombre... Por si


te metes en problemas.

Retome mi ritmo. El sol ya está en lo alto del cielo.

Demasiado alto.
Estoy huyendo. Me conozco a mí misma, o solía conocerme lo
suficiente, para entender eso. Huyendo de una casa que no es mía, de
gente que no son mis amigos, de comida que no puedo comer y de la
chica muerta dentro de mi espejo.

La pantalla sobre el mercado está activa. Observo como la mujer en


la enorme pantalla entra en un Ataúd, mostrando como ascender,
mientras una voz tranquila flota desde los altavoces.

—Habitantes de Cypher, su ciudad ha sido llamada a ascender. No


hacerlo será considerado una ofensa contra el emperador, y castigado
con la muerte.

Los Bronces en las tiendas lo ignoraron. En su lugar, sus sucias

125
caras y ojos vidriosos la miran a ella, a través del humo en el aire. Tienen
más miedo de la Caída de las Sombras, que del emperador y sus drones.

Luchando por atravesar una pared de codos y hombros, pego mi


bolsa a mi pecho y me pierdo durante un instante, ignorando el caos a
mi alrededor.

Dos chicos de mi edad golpean un montón de trapos en el suelo con


palos. Thunk. Thunk. Un pie se estremece bajo ellos.

Mira hacia otro lado. Corre.

Una joven se ofrece al hombre a mi izquierda. A mí.

Mira hacia otro lado.

Casi tropiezo con dos mujeres luchando en el suelo, donde solía


estar el hermoso jardín de rosas, antes de que los incendios lo redujeran
a cenizas. La mujer más grande tiene el largo cabello castaño de la mujer
más pequeña alrededor de su puño y está golpeando su cara contra el
suelo. Burlas salen del círculos de hombres a su alrededor.

Mira hacia otro lado. Sigue.

Un codo me golpea las costillas y me saca de mi aturdimiento. Estoy


en la improvisada fila de tiendas. El olor de la carne quemada se mezcla
con sudor acre y basura podrida. Justo donde necesito estar.

Elijo un puesto cerca de la parte de atrás. La carne que cuelga de


los estantes no se parece al gato de Max, al menos, y la mujer frágil y
encorvada que se encuentra tras el mostrador parece limpia.
Una pequeña parte de mí admite que la elegí por cómo se ve. Débil.
Debería sentir lástima por ella, pero no siento nada.

Bueno, excepto hambre.

Los ojos descoloridos de la mujer miran tras sus grandes gafas a los
productos que reuní. Su mirada revolotea codiciosamente sobre la
cubertería, un cuchillo y un tenedor adornados con perlas, y dos
delicadas cucharas de plata. Una sonrisa sin dientes le divide la cara.

Algo se arrastra bajo de mi piel.

Me encuentro con los ojos de la anciana. Ya no es la abuela débil y


sonriente. Una imagen se refleja en sus gafas, y me congelo.

126
Me doy la vuelta justo a tiempo para verlos: tres hombres, cada uno
más grande que el anterior; cada uno agarrando una porra llena de
clavos. Tienen sonrisas sádicas y ojos muertos.

En el hoyo, sé en qué categoría estarían.

Depredador.

Y eso me deja como la presa.


12

127
Cebo. La mujer era un cebo. No tengo que darme la vuelta para saber
que la mujer ha huido. Así como no tengo que mirar hacia arriba para
ver que el anillo ardiente en el cielo se está desvaneciendo.

Fue un gran error. Enorme. Y estoy jodida.

—Así que, ustedes son los tres idiotas con los que tengo que tratar
—digo, orgullosa de que mi voz no tiemble en absoluto. Mis manos, sin
embargo, tiemblan incontrolablemente mientras busco en la bolsa la
linterna de Max.

Ruego a los dioses que aún funcione.

Mi voz valiente hace que los tres hombres se detengan a unos pasos
de mí. Su olor putrefacto inunda la sala, mientras su carne putrefacta se
balancea.

Un rápido vistazo me hace saber que la multitud ha desaparecido,


al igual que la luz.

Estoy sola.

—Ella tiene una boca inteligente —dice el hombre más grande. Tiene
el cabello pelirrojo, es desgarbado, y tiene las manos grandes; mira al del
medio, obviamente el líder, mientras habla.

Una sonrisa cruel divide la cara del líder.

—Drake, Mathias, ¿por qué no le enseñas lo que hacemos con los


listos?
Esto no va como estaba planeado. Si esto fuera el hoyo, ya estaría
corriendo, mi mente pensando en el Destino.

Me pregunto brevemente qué haría lady Everly March. Antes de que


pueda pensar más, mi cuerpo reacciona y me dejo caer y ruedo. Las rocas
afiladas de la acera adoquinada y semidestruida arañan mis mejillas y
codos.

Cielo, tierra, cielo. Una y otra vez ruedo, bajo dos puestos, bajo una
mesa. Finalmente, me detengo junto a una silla de madera.

Me pongo de pie. La niebla y la oscuridad llenan el aire, así que


apenas puedo ver mi mano frente a mi cara. Mi respiración desigual hace
juego con mis pasos. Me tropiezo con un puesto. Golpeo una estantería

128
de hierro lleno de hierbas secas.

Antes de que me dé cuenta, gruesos árboles grises me rodean. Hay


un camino. Mi padre y yo solíamos pasear por esta parte del bosque,
recogiendo rocas y hojas.

Las cosas usan estos bosques ahora. Recuerdo el sonido de la


ventana rompiéndose en la casa al otro lado de la calle, los gritos
mientras los niños eran empujados dentro.

No hay niños. Ya no.

El sendero desaparece. Las ramas de los árboles me arañan la cara


mientras lucho por atravesar el follaje, creando mi propio sendero. Pero
hago demasiado ruido, y pronto el bosque se llena de los sonidos de
ramas rompiéndose y una respiración agitada, una que no es mía.

Eso es bueno, porque tengo un plan desesperado y loco. Y requiere


que mis atacantes y yo hagamos tanto ruido como sea posible.

Entro en un claro justo cuando una sombra cae de uno de los


árboles. Luego otra. Ahora hay tres. Su altura y su hedor me dicen que
son los cretinos del mercado.

Recupero la linterna de Max de mi bolsillo, y giro los engranajes,


extendiendo las manos mientras retrocedo. Una tenue luz rebota en los
rostros de mis torturadores. El viento me mueve el cabello hacia los ojos.
Me doy cuenta, vagamente, de que mi camisa está rasgada en el pecho,
exponiendo parte de mi sostén blanco, que parece brillar en la oscuridad.

Otra camisa, arruinada. Una risa histérica me hace cosquillas en la


garganta.
No, no te asustes. El pánico es para los débiles. El pánico es para las
presas, y tú no lo eres.

Me rodean, hasta que ya no puedo retroceder. Después de mi escape


anterior, están siendo muy cuidadosos. Tengo la sensación de que están
alargando esto. Porque lo disfrutan.

—No debería haber corrido, mi lady —dice el líder, con una voz suave
y amenazante. Debido a mi apariencia y ropas, probablemente asume que
soy un Color Alto—. Sólo íbamos a divertirnos un poco. Pero ahora...

Mi corazón se aprieta. El cretino pelirrojo está acariciando


perezosamente la media docena de clavos afilados que sobresalen de su
bate. Escupe a mis pies y se ríe, un sonido nervioso y agudo. Los otros

129
se unen.

Escaneo los árboles. ¿Dónde están? El bosque está tranquilo. De


repente, las dudas sobre mi plan me llenan. Cometí un error. Un pequeño
e imperdonable error que me costará todo.

Acurrucarse. Ocultarse. Desaparecer.

¡No! Ya no soy Maia Graystone, la chica que se esconde en los


túneles. La chica que come ratas y llora en la oscuridad, y está asustada,
siempre asustada.

Soy Everly March, la chica que se defenderá.

Me paso la linterna a la mano izquierda, deslizando el cuchillo que


he escondido dentro de mi manga. Baila entre mis dedos. Ahora, desearía
haber encontrado algo más grande. Al menos entonces no se reirían de
mí como si acabase de contar una broma.

Pero el líder no se ríe. Sus ojos miran la hoja. Pensó que no pelearía.
Sus ojos oscuros atrapan mi mirada, esperando. Puedo decir, por el cruel
giro de sus labios, que no le gustan las sorpresas.

Cuidado con él.

—Mira eso —dice Mathias mientras se acercan.

—No será tan divertido cuando está sobresaliendo de tu intestino,


¿verdad? —me burlo de él, con una sonrisa. Aparentemente, Everly
March tiene una racha impulsiva. Si salgo de esta, tendré que trabajar
en eso.
El grande me ataca. Giro para enfrentarlo

Error. Es una trampa, me doy cuenta, cuando Drake ataca mi


espalda expuesta.

Me encojo por instinto, pivotando. Pero, a parte de un whooosh del


aire, y un susurro de hojas, no pasa nada. Un sonido agudo, y el ruido
de algo que se arrastra viene de los árboles. Las sombras parpadean, y
se mueven en los bordes de mi visión.

Drake se ha ido. La tranquilidad se extiende, y luego es destrozada


por un grito agudo.

Y ahora hay dos. Así que mi plan funciona, después de todo.

130
Mis dos ex torturadores se unen, sus espaldas presionadas juntas
mientras miran a su alrededor.

Una pequeña sombra vuela por el claro y golpea al líder en el muslo.


La risa infantil resuena a través de los árboles. El líder toca su pierna y
levanta la mano. Su cara está en blanco, con sorpresa. Apuntando la luz
a su palma, veo que gotea sangre.

Echo a correr. Mi linterna se balancea inútilmente, así que la apago


y me concentro en mi cuchillo y en encontrar mi camino en la oscuridad.
Cuerpos borrosos parpadean a mi alrededor. Una rama me golpea en la
mejilla, pero estoy demasiado entumecida para notarlo.

Una parte de mí grita que regrese. Que es más seguro estar en una
multitud. Que estaba mejor con mis torturadores, porque tres siempre es
mejor que uno.

Pero estoy apostando mi vida a lo que aprendí en el hoyo: Cuando


luchan por las presas, los depredadores tienen que atacarse el uno al otro
primero.

Una pequeña astilla de luz atraviesa la oscuridad. Estoy fuera de los


árboles y corriendo. Corriendo a toda velocidad. Ahora no puedo parar.
Creo que escucho gritos que salen del bosque, pero no puedo estar
segura. He ganado. He escapado de los depredadores, y ni siquiera tuve
que usar mi cuchillo.

El mercado está vacío. Paso dos puestos de hierbas medicinales y


apoyo las manos en mis rodillas. Ahora que la adrenalina ha
desaparecido, mi cuerpo está temblando, y recordándome que aún tengo
que comer.
Debería volver a la casa que no es mi hogar. A juzgar por la
oscuridad de las sombras, a la Caída de las Sombras aún le queda media
hora de reinado.

Vete a casa, idiota. Es sólo comida.

Excepto que no lo es. Es volver a entrar en esa casa con las manos
vacías, y tener que rogar comida a otra persona. Admitir que sigo siendo
la débil y asustada Pit Leech, que sigue viviendo de las sobras de los
demás.

Las ruedas de la linterna se giran mientras la enrollo, y la media


luna de luz se ilumina.

Se necesitan cinco puestos más para encontrar algo adecuado.

131
Manzanas, un cubo entero. Están magulladas y demasiado maduras,
pero huelen a cielo. También encuentro huevos, aunque la mayoría están
agrietados. Incluso hay unas patatas y un saco de flores medio vacío.
Meto todo en un edredón verde deshilachado que alguien usaba como
toldo, y que yo ato para hacer un saco.

Estoy lo más silenciosa que puedo. En el último minuto, encuentro


unas fresas perfectamente maduras tiradas por el suelo. Su dulce olor
me hace salivar. Limpiándolas, recuerdo lo mucho que Max amaba las
fresas, y su sonrisa.

—Debería haber seguido corriendo, mi lady.

Un fino colgajo de carne cuelga de la mejilla del líder, como fiambre


perfectamente cortado. Una mano trata de colocarlo de nuevo en su
lugar. Faltan dos de sus dedos, pero no parece darse cuenta.

Finto a la derecha, y giro a la izquierda, agachándome mientras lo


hago. Me golpea con un codo en la mejilla. Veo estrellas. El suelo me corta
la cara. Ruedo, pateando a ciegas. Mi talón golpea algo carnoso. Me
agarra la pierna y engancha su brazo alrededor de mi tobillo, mi pie ahora
metido bajo su axila. Grito, cuando corta mi tendón de Aquiles.

Es como un animal, con los ojos abultados de rabia. Por un


momento nos miramos fijamente. Lo está haciendo íntimo. Personal. No
estará satisfecho escuchándome gritar. Tiene que sentir mi aliento en su
cara, mis uñas raspando su pecho mientras muero.

Es ahora o nunca. Si no uso la violencia, me matará.


No veo el cuchillo hasta que esté justo encima de mí. Brilla. Luego,
va directo a mi abdomen.

Me doy la vuelta, y uso mi muslo como escudo. El cuchillo araña mi


muslo. Levanta el arma de nuevo, y jugamos al gato y ratón, donde muevo
mi rodilla en línea con su cuchillo.

Mátalo, Everly, ordena Nicolai. ¡Mátalo!

En el hoyo, a menudo soñaba que los monstruos intentaban


lastimarme, y que, cuando levantaba un arma, era inútil. Un zapato. Una
mariposa. Una vez, incluso un plátano.

Así me siento ahora, blandiendo mi pequeña daga. El mango está


resbaladizo, en mi mano llena de sangre, y la hoja es no mayor que mi

132
índice.

Justo antes de moverla, en ese ínfimo segundo, veo la cara de mi


madre, mirándome desde arriba. Esa es mi chica, susurra.

Entonces sus ojos se abren, sorprendidos, mientras la hoja entra en


su pecho, enterrándose hasta la empuñadura. El agarre en mi tobillo se
relaja. Mi madre se desploma, con la cabeza apoyada sobre mi hombro,
mientras su peso me aplasta contra el suelo. El calor de su cuerpo se
filtra a través de mi ropa, hasta mis huesos. La sangre caliente gotea por
mi cuello y mi cabeza.

Sé que no puede ser mi madre quién cae sobre mí. Pero la vi. La vi.
Alucinación. Respiro lentamente y me digo lo que necesito oír. No estoy
cubierta de sangre. Cerraré los ojos, me dormiré, y cuando me despierte,
estaré en mi cama. Esto será una pesadilla. Y seré yo otra vez.

Excepto que ya no puedo recordar quién soy.

Siempre, dice Nicolai. Eres Everly March. Acéptalo.

Una elección. Sé Everly March. Apaga tus emociones. Termina la


misión. O, ser la chica que no recuerdo. La chica que teme a su propia
sombra. La chica que nunca le quitaría la vida a otro.

La chica que dejó morir a Max.

Me levanto. El cuerpo cae, como un trapo, y la sangre mi mancha


mis brazos y piernas. Ya no hace calor.
Una sombra se agita, y una llama cobra vida. El suave resplandor
de la linterna ilumina la túnica blanca de un hombre, y su chaleco color
carbón. Una cinta azul adorna su cabello negro, que cae hasta sus
hombros.

Pero, a pesar de sus refinados adornos, su rostro es huesudo, como


si cada parte de él hubiera sido tallada. El cabello en forma de pico. Las
cejas arqueadas. Mejillas afiladas como navajas, que podrían usarse para
cortar manzanas. Un ojo es azul claro, y el otro de un fascinante verde
claro. Ambos están enmarcados por pestañas color carbón, tan gruesas
que parece que lleva delineador de ojos. Y ambos me están mirando con
curiosidad.

Supongo que sus rasgos deberían resultarme familiares, pero es su

133
rostro, la forma en que inclina su cabeza y me observa, lo que reconozco.

Riser no parece corrompido. Pero no estoy segura de cómo se ve una


persona corrupta. Desde luego que no. Nicolai le ha dado una belleza
cruel que está destinada a desestabilizar, a cavar en lo profundo de la
piel y a retorcerse.

Los otros Elegidos son estéticamente agradables por diseño. Su


buen aspecto es una armonía de rasgos simétricas, destinada a
transmitir una salud perfecta y una cría impecable.

Pienso en Caspian. Si sus rasgos físicos son un refugio seguro, los


de Riser son un arma. Pero no importa cuánto mejoró Nicolai los rasgos
de Riser, porque Nicolai nunca pudo borrar por completo el aspecto
salvaje y depredador de la cara de Riser y lo hace parecer a punto de
destrozar algo.

Por alguna razón, me siento aliviada de que esté bien, y frunzo el


ceño por la inoportuna sensación. Mi reconstrucción debe haber
suavizado mis sentimientos hacia Riser de alguna manera.

El sol reaparece, brillando en los charcos de sangre que empapan la


hierba. Recojo de nuevo las fresas, ato la manta, y me cuelgo mi botín al
hombro. Me sorprende lo fácil que me resulta ignorar el cuerpo.

Aprieto la bolsa.

—¿Hambriento?

Los ojos no coincidentes de Riser miran el cadáver, mi camisa


ensangrentada y mi cara. Un ceño fruncido le estropea la cara. Noto que
sus dientes, a diferencia del resto de su cara, no son del todo perfectos.
Un poco torcidos. Un ligero desportillado en el canino izquierdo. No lo
suficiente para llamar la atención, pero si para notarlo.

—Estás sangrando —señala.

—Eso es obvio.

Duda, antes de dar un paso tentativo hacia mí, acercándose.

—No puedo sacudirme la sensación de que debería... No sé,


ayudarte, de alguna manera.

Se mueve mientras lo miro. Por mucho que lo intente, no puedo


ignorar la lástima que siento al verlo luchar con sus emociones recién

134
descubiertas.

Pero, rápidamente, vuelvo a mis sentidos. Ahora soy un monstruo,


como él. Un monstruo hermosos y vengativo. Y en este juego de
monstruos que Nicolai ha construido, convirtiéndome en otra cosa, sentir
algo significa que has perdido.

Que muero.

Le paso la bolsa.

—Listo, ¿Pit Boy?

La intensa mirada de Riser nunca sale de mis ojos, mientras su


mano agarra la comida. Ignoro la nube de emociones que muestra su
cara.

—A sus órdenes, mi lady.

Agachándose, extrae cuidadosamente mi cuchillo del cuerpo,


limpiando la sangre en su pañuelo blanco antes de dármelo.

Entre la quinta y la sexta costilla.

Un sentimiento horrible y oscuro se apodera de mí, cuando me doy


cuenta de que en lugar de culpa, siento orgullo.
13

135
Sé que tengo un recuerdo de vigilia. Aunque estoy sentada en mi
cama, puedo ver a mi madre encorvada sobre su escritorio como si
estuviera justo enfrente de mí. Su cabello está enredado en un nudo flojo,
una bata de seda azul se traga su delgada figura. Está hablando con un
holograma. Lucho por concentrarme en mi entorno actual, pero mi cama se
transforma en el piso de madera raspada de la oficina de mi madre. Están
discutiendo las predicciones de carga baja.

—Los fienianos están difundiendo rumores de que la subida es


realmente un exterminio masivo —dice mi madre—. La gente tiene miedo.

—¡Que se asusten los gusanos! —sisea el emperador Laevus. Hay un


fuerte estruendo cuando su puño se estrella contra algo duro, y me agarro
a la ropa de cama, tratando de borrar las vívidas imágenes—. La mayoría
va a morir, de todos modos, y por mi vida, no puedo entender por qué estoy
tratando de hacérselo más fácil.

Mi madre duda.

—Quizás deberíamos considerar negociar una tregua con los


fenianos.

—¡Cómo te atreves a hablarme de una tregua con esos gusanos!


¿Recuerdas lo que le hicieron a Eleanor? ¿Mi hija recién nacida, Grace,
apenas había pasado el día de su onomástica?

—Ella era mi amiga, Rand, por supuesto que yo...


—¡Y ella era mi esposa! —El emperador se inclina hacia adelante,
rascándose el cuello con el dedo—. ¿Por qué hablas de paz? ¿Se ha
hablado de simpatía por los fenianos? ¿Qué están diciendo los parásitos
chupadores de sangre en la corte?

—No, mi emperador...

—Quizás es hora de volver a sacrificar a la corte.

Al principio quería salir de mi alucinación, pero ahora, por curiosidad,


me concentro en mi madre mientras levanta las manos en un gesto
tranquilizador.

—Cuando comiencen las Pruebas de las Sombras, emperador, la


población se unirá a los finalistas de Bronce porque pueden relacionarse

136
mejor con ellos y las subidas mejorarán. Ya verá.

—Ningún gusano puede entrar en Hyperion. —Sacude la cabeza para


sí mismo—. Los finalistas deben ser bien educados y de sangre noble,
acostumbrados a la corte y a nuestras costumbres.

—Por supuesto, hay miles de Oros deshonrados de Casas que alguna


vez fueron prominentes que aprovecharían la oportunidad de...

—Debemos tener cuidado de que no se escapen gusanos, Lillian. Una


vez que los finalistas ingresan a la isla, deben ser asesorados por los
Elegidos para que podamos monitorearlos. Ahora... —junta las manos—,
hablemos de ese pequeño y gracioso Bronce con el que insististe en
casarte.

El recuerdo comienza a desvanecerse, el escritorio de mi madre se


derrite en las paredes de mi habitación, y lucho por ver qué pasa después.
Mi madre se queda muy quieta. Hay una sensación de amenaza que no
entiendo, y la idea de que alguien pueda hacer que la mujer más fuerte
que conozco prácticamente se encoja de miedo forma un pozo frío en mi
estómago.

—Me enteré de que ha estado preguntando sobre cierta tecnología


prohibida. —Los agudos ojos del emperador brillan peligrosamente—.
¿Necesito que Victoria hable con él?

—¡No! No tendrá que...

Un golpe en la puerta me devuelve a la realidad. Antes de que pueda


recuperarme de haber sido arrojada al pasado, Brogue entra con un
delantal amarillo manchado con tulipanes de color púrpura brillante y
oliendo a algo delicioso. Bramble gorjea ante su presencia y corre hacia
el borde de la cama para saludarlo. Después de una pausa, Brogue cruza
el piso y luego se sienta en la cama a mi lado.

Se aclara la garganta. Una barba de dos días ensombrece su


mandíbula, y sus ojos están alquitranados: brillantes y poco precisos.
Mientras lucha con dónde colocar su mano, me pregunto qué tan lejos
está. Es difícil de decir con alquitrán. Los avistadores pueden verse bien
un segundo y volverse locos completamente al siguiente.

—Flame intercambió carne —dice, acariciando la suave espalda de


Bramble—. Eso y lo que atrapó, nos conseguimos una buena comida.

—No tengo hambre —miento, mirando a las estrellas. Considerando

137
que mis brazos han comenzado a picarme como un loco, y mi cerebro ha
decidido reproducir mis recuerdos con un proyector invisible, mi umbral
para Mercenarios con delantales tontos es bastante bajo. Gruño mientras
me clavo las uñas en la carne en un intento de frenar la sensación de
gusanos debajo de mi piel.

Brogue se aclara la garganta. De nuevo. Claramente, hablar con


chicas no es su especialidad.

—Tienes simulaciones esta noche. Necesitas tu fuerza.

Me rasco el cuello.

—Sobreviviré.

—Tranquilo ahí fuera. —La cama se levanta cuando se pone de pie.


Cruzando hacia la ventana, golpea el cristal con los nudillos y frunce el
ceño.

—Toque de queda.

—No hasta dentro de una hora.

Mi estómago ruge.

—¿Con qué negociaría, de todos modos? No es su encanto, eso es


seguro.

—¿El pequeño tizón? —Hay una risa ronca—. Ahora, de eso no tengo
ni idea. No creo que a mí tampoco me importe.

—¿Ardilla?
—Carne, lady March. No tengo que saber de qué tipo.

Ruedo para enfrentarlo, sonriendo.

—¿Cómo saber si un fieniano está cerca?

Los ojos de Brogue brillan.

—Todos los perros y gatos desaparecen.

—¿Así que no te importa que sea una rebelde fieniana?

—No es de mi maldita incumbencia.

Me cruzo de brazos.

138
—El marqués Ezra Croft, ¿tampoco es de tu incumbencia?

Tan pronto como menciono al líder rebelde feniano muerto, el cuerpo


entero de Brogue se tensa.

—Ya no.

¿Ya no?

—Pero lo fue... ¿una vez?

Suspira.

—En otra vida. Estuve allí para el bombardeo de Dominus durante


el acuerdo de tregua. El emperador era un tonto al pensar que los
fenianos y los monárquicos podían hacer las paces y un tonto más grande
que confiar en Ezra, pero entonces era solo un cachorro, un emperador
temerario que tenía que demostrar que su padre estaba equivocado.
Incluso transmitió el acuerdo de tregua, como si fuera una especie de
héroe.

El emperador Rand III reprodujo el video del evento en las pantallas


de la grieta todas las mañanas durante diez años después para que la
población nunca olvidara las atrocidades de los fienianos. Todavía puedo
imaginarme el diminuto surco que surcaría la frente de mi madre
mientras revolvíamos nuestra avena humeante y observábamos cómo la
esposa y la hija del emperador volaban en pedazos.

Recuerdo la primera vez que me di cuenta de que la chica de la


primera fila de la ceremonia era mi madre. Con apenas veinte años,
llevaba la popular peluca larga y blanca, una capa azul real que caía
gloriosamente en cascada a su alrededor, ocultando su escandaloso
embarazo de mí. Ella estaba con varios de la Casa Lockhart y las otras
Casas de Oro prominentes en ese momento. Platas llenaban el estadio
frente a Laevus Square, Bronces desbordando las calles para mirar.

La familia del emperador Rand Laevus se mantuvo a un lado,


protegida por Capas de Oro, los guardias asignados para proteger a la
familia real. Las capas lustrosas por las que llevan su nombre brillaban
alrededor de los monarcas como un anillo de hermosas y mortales llamas.
El príncipe Caspian y su gemela, la princesa Ophelia, apenas de un año,
cada uno sostenía la mano de un guardia mientras su madre, la
emperatriz Eleanor, acunaba a la recién nacida princesa Grace.

La capa roja de Ezra ondeó a través del podio cuando salió, un punto
brillante en un mar de azul, negro, plata y oro, y luego la sangre roja

139
pintó la pantalla de la grieta y un chillido ensordecedor rugió a través de
los altavoces. Eso es lo que recuerdo.

Luego el silencio.

Luego los gritos.

La bomba era una especialidad fieniana, una nano-trituradora, es


decir, cuando la emperatriz cruzó el podio para hablar, sosteniendo a su
pequeña hija, los millones de nano-metralla implantadas debajo del
andamio básicamente las convirtieron en polvo. Pero los nanos no
terminaron. Todavía tenían miles de cuerpos que encontrar, carne que
perforar, sangre que salpicar, huesos que pulverizar.

Rodeados por las Capas de Oro, el príncipe Caspian y la princesa


Ophelia permanecieron intactos, al igual que el emperador. Pero mi
madre todavía tiene la gran cicatriz de color rosa pálido en la clavícula y
en el cuello de ese día.

Ahora, con esos pensamientos inquietantes que pesan en mi mente,


frunzo el ceño a Brogue.

—Bueno, puedes confiar en los fienianos, pero yo nunca lo haré.

—Y sin embargo, aquí estás.

—Eso no es justo.

—La guerra es injusta. El asteroide que nos sigue es injusto. La vida


es injusta. Tal vez sea hora, mi lady, de que dejes de creer que tu vida
será justa.
Lo que dice es cierto, pero no puedo evitar que me desagrade por
ello.

—Bueno, si lo fuera, no estaría atrapada con Mercenarios y rebeldes


fienianos, ¿verdad?

Brogue se pone rígido.

—Deberías comer.

Su voz es cortante, formal e insinúa la desaparición de nuestra


amistad.

También huele a orden.

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Nos enfrentamos en un concurso de miradas que gano. Llega hasta
la puerta antes de darse la vuelta.

—Sabes, lo que Nicolai hace o a quién emplea, no es asunto mío. —


Una ceja canosa se arquea sobre un guiño—. Por encima de mi nivel
salarial.

—Pero ese es el beneficio de ser un avistador, ¿verdad? —Me apoyo


sobre mis codos—. Tienes la oportunidad de bailar con las cuerdas del
Titiritero sin que una sola emoción se interponga en el camino.

Brogue entrecierra los ojos.

—Chica inteligente. Pero si fueras realmente inteligente, sabrías que


no bailo para nadie, lady March, y menos para un hombre como Nicolai.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —Sale más acusación que


pregunta. No puedo evitar la sensación de que hay más en su historia. Y
tengo que averiguarlo si quiero mantenerme por delante del juego de
Nicolai.

—Para mantenerte a salvo.

—Gracioso. —Mi voz suena fría incluso para mí—. Podría haberte
usado antes. O ese era el plan del Titiritero desde el principio. ¿La prueba
definitiva?

—Escuché que lo hiciste bien sin mí.

Mis dedos revolotean hasta mi cuello.

—Bien no es la palabra que elegiría. —Hago una pausa—. Te refieres


a nosotros. Mantenernos a salvo.
—Correcto. Lo que dije.

—No. Dijiste que me mantienes a salvo.

—Nosotros, los avistadores, decimos las cosas más locas. —


Guiñando un ojo, junta tres dedos sobre su frente en el saludo del
Centurión.

—Entonces debe ser el alquitrán que te hizo olvidar que una dama
de mi estatura recibe una reverencia, Mercenario.

La arteria de su cuello salta. Con la mandíbula apretada, Brogue


realiza una amplia y elegante reverencia que nunca lo hubiera imaginado
capaz de hacer y luego sale por la puerta.

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La cosa es que he visto esa reverencia en particular (barbilla
doblada, rodilla a dos centímetros y medio exacto del suelo, mano dando
tres vueltas) antes. Es la reverencia Centurión de élite, que se utiliza
normalmente para miembros de la corte y la realeza.

Así que Nicolai está empleando a un mercenario que una vez fue
Capa de Oro en la Guardia Real. Sonrío, sabiendo que estoy un paso más
cerca de comprender el juego de Nicolai.
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142
—Gusano. —La voz me despierta del sueño. La archiduquesa está de
pie junto a mi cama, su rostro en la sombra, el extremo de su horquilla a
un pelo de mi córnea. Intento parpadear, pero dos Centuriones me
mantienen los párpados abiertos. Mis brazos están atados a la cama.

Me muevo, pero no sirve de nada.

—No, por favor…

—¿De verdad pensaste que podrías esconderte de mí, gusano?

El alfiler se hunde...

Las sirenas del toque de queda me sacan de mi pesadilla. Estoy


tendida en un charco de sudor, mis brazos rojos por rascarme mientras
duermo. ¡Maldita picazón! Secando mis ojos, trato de borrar la imagen de
la archiduquesa. Pero su rostro sombrío me persigue.

Ella me va a encontrar. Puedo sentirlo.

Me despego de la cama y me mojo los labios con un vaso de agua


tibia, sospechosamente de sabor metálico. Se instala con inquietud en el
fondo de mi estómago vacío. Recuerda quién eres ahora. Eres Everly, no
la débil Maia. Y Everly no le tiene miedo a nadie.

El grupo está reunido en el vestíbulo. Todas las miradas me


encuentran mientras bajo las escaleras.

—¿Dormiste bien, princesa? —pregunta Flame, su voz


engañosamente dulce como el azúcar.
Está tratando de avergonzarme. Mis pies susurran bajando las
escaleras y cruzando la alfombra de lana de color amarillo descolorido.
Todos se quedan callados. Me detengo cuando Flame y yo estamos cara
a cara. Flame parpadea y sonrío. Está a punto de descubrir que lady
March no tolera las burlas.

—¿Por qué no le preguntas a Brogue cuánto disfruto de los apodos?

Flame sonríe.

—Aww, princesa, afloja un poco tu corsé...

—Tú me creaste. Sabes exactamente de lo que soy capaz. —Observo


con profunda satisfacción cómo la sonrisa de Flame muere lentamente—
. Es posible que puedas poner tu mano en tu daga, pero gracias a ti y a

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tu tecnología proscrita, la mía ya estará en tu garganta, o en tu vientre,
o en los muchos otros lugares que ahora conozco para acabar con
alguien.

Silencio. Flame finalmente ha perdido la voz.

Me empieza a gustar ser lady March, creo, mientras sigo a los demás
por el pasillo. Riser se ralentiza. Intento aumentar el ritmo para pasarlo,
pero su mano ahueca la parte interior de mi brazo derecho. Sus dedos
son sorprendentemente cálidos y fuertes.

—Mi lady, para ti. —Una manzana verde brillante descansa sobre su
palma abierta. Coincide con su único ojo verde—. De la cena.

Miro la manzana. Imagino el jugo dulce y fragante, el crujido cuando


mis dientes perforan su piel brillante. Mi estómago arde de necesidad.
Lucho contra el inesperado sentimiento de gratitud que burbujea dentro
de mí, atribuyéndolo a mi reconstrucción.

—Gracias, pero no gracias. —Reclamo mi brazo; da un paso delante


de mí. Por un momento miro a mi alrededor, porque este hombre apuesto
y generoso con hombros anchos no puede ser Riser. Pero el ojo azul, el
que está coloreado como un moretón y atormentado por horrores tácitos,
me dice lo contrario.

—Tómala. Sé que tienes hambre.

Me erizo ante su orden. Usando mis nuevas habilidades (gracias,


Flame) giro, golpeo mi hombro contra su pecho y paso a su lado. Solo hay
un toque de cuero y jabón.
Cage asoma la cabeza fuera de la oficina y me mira con severidad
con una ceja de “ven aquí”.

Levanto un dedo para que espere y me doy la vuelta. Una persona


normal chocaría contra mí, pero Riser no es normal, ni la mitad, y su
cuerpo se detiene con gracia a centímetros del mío.

—Podrías pensar que las cosas son diferentes ahora —espeto—, pero
sé que debajo de esa fachada brillante, eres la misma criatura asesina
del hoyo.

—Tal vez. —Sus ojos desiguales me mantienen en mi lugar con su


intensidad, sus dientes rechinan mientras busca sus palabras—. Pero...
Quiero decir... gracias.

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Levanto una ceja.

—Lo que hiciste durante mi reconstrucción.

Todo el aire me abandona cuando recuerdo cómo acuné su cuerpo


lastimero y agonizante en mis brazos.

—Sé lo que soy, Everly —continúa en voz baja—. Pero no te haré


daño. ¿Qué puedo hacer para demostrarlo?

—Morir. —Y hablo en serio. Gracias a mi madre, ya tenía problemas


de confianza. Pero ahora, como lady March, sé que la confianza es
debilidad—. Esa es la única forma en que voy a confiar en ti.

El fantasma de una sonrisa cruza sus labios.

—Lo suficientemente justo.

¿Lo suficientemente justo? ¿Quién responde así, un psicópata?


Irritada y todavía con comezón, entro en la oficina de mi madre donde
tienen los Ataúdes preparados para los Sims.

—¿Tuviste una buena charla? —pregunta Cage mientras me deslizo


junto a él.

—Creo que llegamos a un entendimiento.

La oficina de mi madre es pequeña y los Ataúdes ocupan la mayor


parte. Flame los ha recableado para que actúen como Simuladores, pero
mi estómago se agita de todos modos ante la idea de subir. La única parte
de la habitación que sigue igual es la estantería de la pared del fondo.
Como si leyera mi mente, Riser inspecciona el libro más cercano a
él. Su túnica cruje cuando alcanza el gastado tomo, pero sus dedos
cortan el espejismo.

Me clavo las uñas en los antebrazos y gimo.

—No es real, Pit Boy. —Mi voz sale más molesta de lo que planeo; la
picazón me ha puesto de mal humor.

Flame me mira antes de intervenir:

—Los monárquicos destruyeron todos los libros reales hace años,


Riser. ¿Recuerdas?

—Correcto. —La afilada manzana de Adán de Riser se balancea

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cuando traga—. Yo... Yo sé eso.

Cage y Flame comparten una mirada críptica. Mientras subo al


Simulador, me pregunto cuánto funcionó realmente la reconstrucción de
Riser. A estas alturas ya debería estar tan familiarizado con este mundo
como si hubiera crecido en él.

Mi espalda se arquea contra el frío metal y me estiro dentro de la


suave cáscara. Huele a plástico y metal quemados. Riser desaparece en
su Ataúd a mi derecha, y descanso la cabeza y trato de concentrarme en
las instrucciones de Flame.

—Esta será la prueba final —dice Flame—. Estaremos revisando sus


nuevas habilidades: resolución de problemas, adaptabilidad, ingenio,
astucia, calma bajo presión; así como también eliminando rastros de
viejos hábitos que podrían interponerse en el camino de la misión. Ambos
trabajarán por separado, pero un guía les explicará a cada uno sobre el
Sim. —Su mirada aterriza en mí esta vez. Supongo que ella es mi guía y
no está particularmente emocionada por eso—. Después, arreglaremos lo
que podamos.

Brogue cruza sus carnosos brazos.

—He visto Sims de nivel 5 correr antes, descarada. Necesitan dos


semanas después de la reconstrucción y un día completo de preparación.
Conoces los riesgos de entrar demasiado pronto.

Flame levanta los brazos molesta.

—Treinta y seis horas a partir de ahora, estos dos deben presentarse


en la Oficina General monárquica, así que iremos ahora o no iremos.
Se me seca la boca. En menos de dos días, entro en la corte que
desprecio. Por mucho que quiera decir, no tengo miedo, estoy
aterrorizada.

—¿Estamos claros? —dice Flame, mirándome. Mi expresión en


blanco confirma su sospecha de que no estaba escuchando—. Si ven algo
extraño o fuera de lugar —repite—, como algo que no debería estar allí o
incluso una sensación de lado, significa que hay un problema técnico en
el programa y deben tirar de la palanca roja cerca del techo.

Por alguna razón levanto la mano.

—¿Y si no lo hago?

La expresión de Flame no deja lugar a discusiones.

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—Hazlo.

La cabeza de Cage aparece boca abajo sobre mí, su aliento


mentolado sopla por mis mejillas.

—Y, cariño, haz todo lo posible por no morir de repente.

—Continúalo —agrega Flame—. Una bala en el estómago nos da


tiempo suficiente para sacarte del Sim antes de que mueras, pero si no
logramos sacarte antes de la muerte...

—Dolores de cabeza —interviene Cage—, conmoción cerebral, coma,


daño cerebral irreparable. Lo normal.

Dejo escapar un suspiro ansioso.

—Anotado.

He visto el aparato en forma de jaula que atan a la cabeza en las


películas de propaganda, así que espero el frío y duro peso contra mis
sienes. Sin embargo, no esperaba el pánico que provoca que te
inmovilicen la cabeza.

Justo antes de que la visera se deslice sobre mi visión, veo a Brogue,


con la cabeza ladeada y un elegante frasco plateado sobre los labios.
Asiente hacia mí como si fuera un boxeador al que está apostando, toma
un largo trago de la botella y saluda con la mano libre.

De repente, el aparato hace un silbido agudo y se sujeta como un


tornillo de banco. Mis ojos se hinchan y revolotean con el dolor
inesperado. Nada. Una nada gris y sin forma. El sonido está amortiguado,
como si estuviera bajo el agua.

¿Puedes escucharme? La voz de Flame nada perezosamente por el


agua.

Sí. Creo que lo hablo, excepto que mi boca no se ha movido.

Bien. Para que lo sepas, Riser va a ganar, y entonces todos te verán


como la cobarde débil que eres.

Espera...

Vibraciones. Mi Ataúd se está moviendo. No, es otra cosa. El sonido


de algo encendiéndose, cobrando fuerza. Hay una poderosa liberación de

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aire seguido de un silbido estridente. Me balanceo hacia adelante y hacia
atrás. Chugugugugugug.

¡Estoy en un tren!

Otros sonidos llenan mis oídos: pasajeros conversando, loza y


delicado traqueteo de plata, música de ópera, el chirrido de la rueda al
parar.

El paisaje fuera de la ventana es de un blanco cegador. El cielo azul


apagado fluye a través del lienzo nevado como un río crecido. De vez en
cuando, una nube de nieve se desprende de la parte superior del tren y
da la ilusión de nubes.

Un vestido rígido de color amarillo narciso con adornos de piel


oscura y bordados de soutache azul susurra a mi alrededor y grita
realeza. Una exquisita cartera de mano de zorro verde esmeralda calienta
mis manos. Lucho contra el aliento provocador del corsé que me pincha
las costillas y trato de sentarme, pero el polisón ajustable interfiere.

¿De verdad?, pienso, girando para aliviar el hueso del corsé que me
apuñala en el costado. ¿Nicolai no pudo encontrar nada más cómodo?

La belleza tiene un precio, princesa, ronronea la voz de Flame.

Pienso en lo que dijo justo antes del Sim. Entonces Riser y yo


estamos trabajando uno contra el otro. Bueno, no importa con qué me
vista; no hay forma en el infierno fieniano de que deje que gane ese tuerto.
Si tú lo dices. Su voz suena aburrida. Estoy perdiendo un tiempo
valioso, dudo que Riser esté conversando en este momento sobre su
atuendo.

Me acerco a la primera mesa. Un hombre y una mujer bien vestidos


se ríen de algo, el meñique de la mujer rodeando el borde de la taza de té
dorado mientras el vapor se enrosca entre sus dedos. El enorme anillo de
oro con incrustaciones de diamantes que cuelga de su nudillo amenaza
con caerse.

¿Qué debería decir?

—¿Cuál es tu Color? —demanda la mujer.

La voz divertida de Flame interviene.

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Lady March no es un ratón de iglesia, princesa.

Correcto. Y tampoco suplicaría. Tomaría el control de la situación.


Después de todo, antes de que su familia cayera en desgracia, eran Oro
de alto rango.

—No es de tu incumbencia —tartamudeo, contenta de que la cartera


esconda mis manos inquietas.

El rostro solemne de un caballero alto con un traje oscuro bloquea


mi camino. Detrás de él hay dos Centuriones nerviosos.

—Bueno, jovencita, ciertamente es mi preocupación. Boleto, por


favor.

Mierda. Busco en mis dos bolsillos, pero están vacíos. Eso significa
que no hay boleto. Un susurro de pánico me recorre mientras meto mis
manos sudorosas en la cartera.

Relájate. Tiene que haber un punto en esto. Piensa.

—Ella obviamente no pertenece aquí —bromea la mujer—.


Arréstenla.

—Boleto. —La mandíbula del conductor se aprieta—. No volveré a


pedirlo.

Trago. Si me arrestan, el Sim ha terminado y Riser ha ganado. No


dejarás que Pit Boy gane. Piensa. ¿Qué está fuera de lugar? ¿Qué no tiene
sentido?
De repente, la calma se apodera de mí mientras mi cerebro resuelve
el misterio. Sacando una mano de la cartera, giro mi muñeca, ofreciendo
el boleto dorado que ha estado aquí todo el tiempo.

El hombre mira el boleto, me mira y asiente irritado hacia la parte


de atrás.

—Este coche es para Oros, mi lady.

—Lo siento —digo—. Debo haberme dado la vuelta.

Examino las paredes como si intentara orientarme para irme. ¿Qué


hago ahora? Me siento impotente, inepta y completamente fuera de lugar.

¿Un poco de ayuda, Flame?

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Solo ríndete. Ladra una risa aguda a mis expensas. Apuesto a que
eres buena en eso.

Si Flame pretende hacerme sentir derrotada, sus palabras tienen el


efecto contrario. Me recuerdan a la oscuridad. El miedo. Me recuerdan lo
ingenua e ignorante que era. Me recuerdan que nunca volveré a ser esa
chica.

Veo a un hombre apuesto junto a la ventana. Con los hombros hacia


atrás y la barbilla en alto, me deslizo resueltamente hacia él.

—Disculpe —digo, descansando una mano sobre su hombro


derecho. Inclino mi cabeza para que mi cuello quede expuesto. Tal como
estaba planeado, sus profundos ojos marrones trazan una ruta rápida
desde mi punto de pulso hasta mis pechos, que se aprietan
incómodamente en lo alto de mi escote—. Pareces el tipo de hombre que
sabe qué hacer a continuación.

Halagos y seducción. Dos armas fácilmente accesibles


aparentemente en las que lady March sobresale. Mi madre estaría
orgullosa.

—¿Por qué? —dice—. Lady March, estaba empezando a pensar que


nunca lo preguntaría. —Sus ojos se posan sobre mis pechos de nuevo
mientras me entrega la nota—. Lea esto rápido pero con cuidado. No tiene
mucho tiempo.

Retirándome a la esquina, mis ojos parpadean sobre la elegante


escritura garabateada en el papel blanco: Encuentra al hombre en el vagón
del medio con la rosa dorada en la solapa y mátalo.
Solo así, sé que he perdido. No hay forma de que pueda vencer a
Riser cuando se trata de este tipo de desafío. Probablemente ya esté a
mitad de camino.

Pero por el infierno fieniano, tengo que intentarlo.

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15

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El tren gira alrededor de una montaña gris, lo que permite una vista
sin obstáculos de su longitud a través de la ventana esmerilada. Dejo de
contar hasta veinte. Más de veinte vagones, al menos diez entre el hombre
al que tengo que matar y yo. Incluso entonces, no tengo ningún arma.

El siguiente vagón de tren es más grande y más ruidoso que el


primero. Los vestidos de seda, en todos los tonos de negro imaginables,
crujen y giran sobre un suelo de parquet destinado a bailar.

Hombres oscuros y hermosos se deslizan a través del reluciente mar


de mujeres como resbaladizas anguilas negras. Uno de esos hombres
toma mi mano y me empuja hacia la incursión. Haciendo una reverencia,
sostiene las palmas de las manos hacia arriba, la izquierda más alta que
la derecha. Mis manos se encuentran con las suyas y nos movemos al
paso de los demás, representando un baile que nunca había hecho antes
pero que debería conocer. Hay presión en mi cintura cuando me gira. El
techo de espejos gira en un remolino. Mi conteo no funciona y mi codo
choca con el hombro de una mujer.

Todos me miran a la vez. Vuelvo a encontrar el conteo con los pies


(arrastrar, arrastrar, dar un paso) usando la respiración para encontrar
el ritmo, pero otro paso en falso me hace tropezar con los zapatos de
charol de mi pareja.

Los bailarines no me miran esta vez, pero algo ha cambiado. Están


girando más rápido, los brazos y las piernas se mueven en una exhibición
casi violenta. La música martilla dentro de mi pecho. El aire es tan denso
que apenas puedo respirar. Mi pareja parece haberse escapado.
Aparece una abertura entre dos mujeres, y la tomo, lanzándome a
través. Una masa de cuerpos bloquea mi escape y alguien me empuja
hacia atrás. Aunque no me miran, la multitud se acerca lentamente.

¡Un resplandor! Me giro justo a tiempo para esquivar el cuchillo que


apunta a mi cuello y pateo a la multitud, dejando el espacio suficiente
para deslizarme a través de la maraña de carne.

Una mujer se separa del grupo, con un látigo apretado dentro de su


guante blanco. El aire se rompe cuando su látigo desciende por mi muslo.
Grito. Con una sonrisa tranquila, baja el látigo de nuevo, la punta golpea
mi mejilla. Hay un escozor al rojo vivo y luego mi mejilla se adormece.

Me estremezco, pero el siguiente golpe nunca llega. La punta del

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látigo, una cola de caballo negra, se ha envuelto alrededor de mi mano.
La libero de un tirón y corro.

El próximo vagón está silencioso y casi vacío. El sol entra a raudales


por las grandes ventanas, llenando el espacio con una luz brillante e
implacable. Un hombre se para detrás de una mesa en medio de la
habitación. Al acercarme, veo que hay armas colocadas sobre ella.

—Lady March —dice el hombre con voz nasal. Mira su reloj de


peltre—. Llegas inaceptablemente tarde. —Un sombrero de copa negro
corona el cabello blanco ralo y los ojos llorosos de color azul pálido.
Mientras habla, sus dedos pellizcan los extremos de su bigote blanco de
manillar.

—Mis disculpas —digo. No puedo apartar los ojos de la mesa.


Alineados en una ordenada fila hay un pequeño cuchillo con mango de
perla, un garrote, un garrote de madera, una ballesta plateada y tres
flechas elegantes, una pistola plateada grande y un frasco de veneno,
claramente marcado por la calavera y las tibias cruzadas.

Evalúo rápidamente mis opciones. El arma debe ser lo


suficientemente pequeña como para poder esconderla en mi persona, lo
que elimina la pistola, el garrote y la ballesta. Y el veneno tiene
demasiados factores desconocidos. Así que me quedo con el garrote y el
cuchillo.

Extiendo la mano para examinar el garrote, pero el hombre me


detiene.

—Hay un precio para todo, lady March.


—Por supuesto —digo con una voz sorprendentemente tranquila,
considerando que no tengo idea cómo pagaré. Encuentro ambos bolsillos
de mi vestido vacíos, de nuevo. Mi cartera... pero la perdí en el último
vagón. No tengo nada con que negociar. Tal vez se suponía que debía
robar a alguien mientras bailaba, pero ahora pedí esa opción.

Oh, no es bueno, Flame comenta en mi cabeza.

Una ceja tupida y blanca se levanta.

—¿Problema?

—No. —Niego con la cabeza para enfatizar, dejando algunas de mis


trenzas, rizadas y peinadas en un nido romántico que corona mi cráneo,
libres—. No hay problema. Solo estoy —mirando a mi alrededor, veo una

153
jarra de cristal; la luz del sol convierte el líquido rojo oscuro en una
ciruela tumescente y salta dentro de los tres copas cordiales a su lado—
… sedienta.

El hombre no me ha quitado los ojos de encima. La forma en que su


mirada sigue revoloteando en mis bolsillos me dice que sospecha que
estoy tramando algo, pero quiere creerme. Su codicia lo ciega.

Me meto la mano en el escote como si realmente hubiera algo allí.

—Te pagaré el doble del precio de venta.

Su mirada aterriza en mi pecho, y un rubor expectante enrojece sus


mejillas.

—Un brindis, entonces.

Mientras sirve nuestras copas, pienso en mi próximo movimiento.


Mi corazón late tan fuerte que creo que seguramente se dará cuenta de
que en realidad no planeo pagar. Pero me entrega la copa ligera y fría,
levanta el suya y sonríe.

—Por su inagotable generosidad y a mi infalible salud.

Y luego lo comprendo. Esperaba que intentara usar una de las


armas para matarlo y tomar lo que quería. Bueno, estoy cambiando un
poco las cosas.

Nuestras copas se encuentran con un fuerte crujido. Se oye el sonido


de un cristal rompiéndose, y el líquido de mi vaso sangra por el borde
irregular donde se ha roto, manchando el forro de piel de mi manga.
—Oh, Dios mío —digo, tratando de parecer avergonzada—. Eso fue
mi culpa.

La copa del hombre aún se agita en el aire. Un rayo de sol atraviesa


su contenido y baila sobre su impenetrable expresión.

—Por supuesto —dice el hombre, sus palabras lentas y cuidadosas—


. Qué torpe de su parte.

La última copa restante llena con el líquido oscuro. Vacila antes de


entregarme la bebida.

—¿Fondo blanco? —digo, mis palabras arrastradas por la


impaciencia.

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El líquido golpea mis labios primero. Ron Blackberry, por su sabor,
uno de los favoritos de los monárquicos. El hombre, que todavía parece
preocupado por algo, levanta su copa, lentamente, abriendo la boca. Dejo
de respirar mientras veo el líquido rojo subir por la copa. Besa sus
labios...

Golpea la bebida con estrépito, escupiendo. El ron rojo violáceo


explota sobre la mesa y corre por su barbilla. No puedo decir si tragó algo
o no.

—¡Hiciste trampa! —acusa. Un dedo toca la mancha roja debajo de


su barbilla donde aún gotea el líquido envenenado. Su mirada se posa en
la botella marcada con una X. No tuve tiempo de volver a dejarla
exactamente donde estaba, y ahora está en el borde de la mesa. Una
sonrisa se extiende por sus labios—. Chica inteligente.

Mis manos se entumecen. Infierno fieniano, no se lo tragó.

Luego, su mandíbula se afloja, sus ojos se apagan y se derrite en el


suelo, con la sonrisa de maniquí todavía pegada a su rostro. Una cinta
roja endeble gotea de su nariz.

—Lo siento —digo, dejando caer el garrote y el cuchillo en cada


bolsillo, todo lo que cabe. Pero no. Por mucho que lo intente, no lo
lamento.

Ni un poco.

Ahora tengo una sensación de urgencia cuando entro en el siguiente


vagón de tren. Me detengo en seco. Niños, un vagón lleno de niños y niñas
vestidos con ropas blancas y limpias. El alivio se apodera de mí cuando
me doy cuenta de que no tendré que usar la violencia al menos, sea lo
que sea lo que este vagón me tenga reservado.

Varios juguetes para niños (trenes de madera, bloques, una peonza)


ensucian el suelo. Paso sobre ellos mientras camino. Los niños corretean
a mi alrededor como si fuera invisible. El suelo tiembla con el pisoteo de
sus pies descalzos. El dobladillo de mi falda se desliza frente a mí,
derribando una peonza. Rueda por el suelo y golpea el lateral del vagón.
Una sensación de malestar sordo y persistente me hace cosquillas en la
nuca.

Esto es demasiado fácil.

Estoy cerca de la puerta cuando una brisa susurra contra mi mejilla.

155
Un mechón suelto de mi cabello, rojo cobrizo bajo esta luz pura, me hace
cosquillas en el labio inferior. La ventana a mi derecha se abre de par en
par. Un niño se aferra al exterior. Los dedos meñiques aprietan el alféizar
de la ventana, su cabeza presionada hacia abajo, actuando como una
palanca para evitar que se caiga mientras su cabello castaño se agita con
el viento.

Una de sus manos se desliza y grita, apenas agarrándose, sus dedos


manchan el vidrio. Los otros niños lo ignoran.

Tengo que tomar una decisión. Salva al chico o terminar mi misión


y ganar. Me sorprende lo poco que siento por él, a pesar de saber que soy
su única esperanza. De hecho, me molesta que sea débil. Por no ayudarse
a sí mismo.

Mis pies se mueven. El viento tira sin piedad de mi cabello y me


humedece los ojos. Veo la cara del chico mientras me mira. No sé por qué
estoy aquí, quería ir al otro lado. Pero una parte de mí se siente aliviada
de no ser un monstruo completo. Todavía soy redimible.

Le ayudo a bajar por un lado. Ahí es cuando noto el silbato dorado


colgando de su cuello. Me sonríe, sus ojos marrones brillan de gratitud,
toma el silbato entre sus labios y sopla.

Los niños dejan de jugar.

—¿Qué estás haciendo? —grito por encima del zumbido del tren—.
¡Detente! —grito mientras él lleva el silbato una vez más a sus labios. A
través de la puerta que conduce al vagón de baile, veo la forma lejana de
un Centurión. Su cabeza se vuelve interrogante mientras otro fuerte
chillido del silbato perfora mis tímpanos.
—No eres lady Everly March. —El rostro del chico se ha torcido en
una mueca de odio y sus labios se curvan alrededor del silbato para un
tercer soplo. El Centurión me encontrará si lo hace.

—Por favor —le suplico—. No.

Pensé que no era un monstruo. Pero mis manos, hermosas,


delgadas, gráciles y aristocráticas, diseñadas para bailar sobre un piano
o servir té, ahuecan cada hombro diminuto, los huesos del niño afilados
y frágiles bajo mis palmas, y dan un pequeño empujón.

Miro el vacío donde se aferraba. Mis manos todavía están


levantadas, perfectamente quietas, sin remordimientos. Una ráfaga de
nieve baila a través de la ventana y aterriza en la punta de un dedo bien

156
cuidado, desaparece.

Hurgo en mis bolsillos, buscando las armas mientras me dirijo al


siguiente vagón. Me siento distante, alejada de mí misma. Mi reflejo
atrapa el cristal de la ventana de la puerta justo antes de que la abra. La
luz del sol ilumina mi mitad derecha, dejando el lado izquierdo oscuro.
Por el más breve de los momentos, veo a la chica que solía ser resuelta
desde la oscuridad. Su rostro inocente y sencillo me sonríe, mi reflejo
perfectamente en mitades opuestas.

Viejo y nuevo.

Débil y fuerte.

Lo siento, pienso, mientras se derrite como el copo de nieve y abro la


puerta del siguiente vagón de tren. Ya no hay lugar para ti.

Excepto que estoy equivocada. Mi madre me espera vestida con un


mono dorado, su florete levantado en posición de guardia, listo para
arremeter. Todo el vagón del tren es una réplica exacta de la habitación
acolchada. Un florete de oro descansa a mis pies.

—¡Mamá! —Sé que ella no es real. Sé que no lo es. Pero todo lo que
quiero hacer es arrojarme a sus brazos y llorar—. Mamá…

—¡En guardia! —grita, su cuerpo tenso temblando de anticipación,


como todas las otras veces.

Y luego me doy cuenta de que la pusieron aquí para meterse


conmigo. De alguna manera, probablemente durante mi reconstrucción,
saben de esas tortuosas sesiones.
Esta no es una reunión; es un duelo. Uno contra el que tengo que
luchar y ganar si quiero vencer a Pit Boy… lo que quiero,
desesperadamente.

Me inclino, agarro la empuñadura, sopesando el florete de una mano


a la otra para comprobar su peso. Satisfecha, saludo y me agacho,
estirando mi brazo hasta que el florete apunta directamente a su corazón.
Mi brazo izquierdo se curva hacia atrás y sobre mi cabeza como la cola
de un escorpión. Hago contacto visual con mi madre.

—Listo.

Mi madre se lanza hacia adelante como una cobra. Contrarresto y


me retiro. La punta de su florete apuñala a pocos centímetros de mi

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corazón. Antes de que pueda recuperarme, ella se lanza de nuevo. Un
grito se eleva dentro de mí, y choco contra la parte trasera del vagón del
tren, dando vueltas a mi derecha. Sigue, sin apenas moverse, un resorte
de acero. Ella se está acercando. Me tropiezo, por poco haciendo que me
atraviesen. Mientras recupera la posición de guardia, sus ojos se fijan en
los míos.

—Eres débil, Maia. Débil y lenta y...

Salta hacia adelante, su florete silbando en el aire hacia mi garganta.


La punta sale de mi cuello. Sangre caliente se filtra por el dobladillo de
mi corpiño.

—Débil y lenta y te distrae con facilidad —continúa, sus pies en


silencio mientras ganan terreno sin parecer moverse—. ¿Te estás
rindiendo, Maia?

Ataca de nuevo, y yo me agacho para detenerla, apenas fallando su


pecho.

—¡Ese no es mi nombre!

—¿No? Una vez tuve una hija como tú. Era débil, asustadiza.
Indefensa.

—¡Y luego la abandonaste! —Me lanzo y ella lo detiene sin ni siquiera


un gruñido—. ¡Dejaste que tus hijos murieran! —Me lanzo de nuevo, pero
ella baja el florete y me atraviesa el hombro.

Aúllo de dolor y retrocedo antes de que pueda empujar de nuevo.

Sus labios se aprietan con burla.


—Débil, débil Maia. No eres hija mía.

La sangre gotea sobre el suelo blanco acolchado. No puedo vencerla.


La ira y la decepción que siento es tan real que casi me ahoga. Mi madre
tiene razón. Incluso reconstruida, no soy lo suficientemente buena.
Nunca voy a ser lo suficientemente buena.

Puedo terminar con esto ahora, ofrece Flame. No hay razón para sufrir
si ya has perdido.

Oh, lo que hubiera dado por alguien que lo hubiera terminado en


ese entonces. Perder completamente a propósito solo habría enfurecido a
mi madre, así que aprendí a hacer que pareciera que estaba perdiendo
por accidente, encontrando formas cada vez más ingeniosas de perder.

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En todo caso, esas sesiones me enseñaron a ser astuta e ingeniosa.

Mi madre vuelve a la posición de guardia en preparación para el


golpe final. Pero mis ojos están pegados al tenue contorno de la puerta.

—No era lo que querías, madre —digo, tratando de evitar que mi voz
se rompa—, pero fui inteligente.

Se burla, su cuerpo se prepara para saltar.

—¿Y cómo gana una pelea el ser inteligente?

—No es así. Me saca de una.

Salto hacia la puerta cuando ella golpea. Mi mano golpea la manija


de la puerta, se abre y meto mi cuerpo a través de ella. Dejándome caer
por la puerta, aspiro aire por un momento, repasando mi plan. La idea
es tan simple que me pregunto cómo me la perdí. No tengo que luchar
para llegar al vagón del medio. De hecho, si tengo alguna posibilidad de
ganar, necesito volver a la locomotora, que está más cerca. Entrecierro
los ojos hacia la puerta frente a mí, haciendo una mueca ante la idea de
cruzar entre los vagones por los que ya he pasado.

A menos que sea inteligente y cruce sobre ellos.

Una risa histérica se filtra por mi garganta.

Princesa, te has vuelto loca, acusa Flame. Viniendo de ella, el término


podría ser un cumplido.

¿Quieres loco, fieniana? Ve esto.


La escalera que conduce al techo está resbaladiza por el hielo. En la
cima, una ráfaga de viento arroja nieve contra mis mejillas y arranca el
último de mis cabellos atrapados, lanzándolos a través de mi visión. El
sol se asomó por debajo de la montaña.

Obligo un pequeño paso, tratando de no mirar el suelo a miles de


metros por debajo. El puente inacabado se cierne más adelante, más
cerca de lo que esperaba.

Mis botas resbalan y se deslizan por la fina capa helada que cubre
el techo. Mi estómago se hunde cada vez que mi cerebro proporciona
escenas inútiles de mí cayendo en picada hacia mi muerte. Llego al final
del vagón y he navegado con éxito mi salto al siguiente vagón de tren
cuando lo escucho. O, mejor dicho, lo siento.

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Alguien está detrás de mí.

Sé que es Riser incluso antes de darme la vuelta. Por alguna razón,


no me sorprende. Todos los miedos que tenía sobre él de repente se hacen
realidad cuando miro la pistola que cuelga suelta en su mano izquierda.
Mi pecho se aclara y un extraño vacío me llena.

Había asumido todo el tiempo que las órdenes de Riser eran las
mismas que las mías. Y eran similares. Se le ordenó matar a alguien.

Yo.

—Lady March. —Riser luce una sonrisa irreverente, su cabello


ondeando al viento. Su jubón negro carbón y su capa carmesí hacen un
contraste sorprendente contra su piel pálida. Ningún rastro de duda o
remordimiento adorna su semblante ciertamente hermoso.

Se pasa dos dedos por la barbilla, como si encontrara curiosa mi


situación. Solo nos separa el espacio entre los vagones del tren, no es que
a su pistola le importe especialmente. Lucho contra el breve tinte de
placer que trae su presencia, sabiendo que es solo mi reconstrucción.

En serio, ¿cómo podría alegrarme de ver a alguien que está a punto


de matarme?

—Pit Boy —grito a modo de saludo por encima del viento, de repente
deseando haber elegido la ballesta. Una flecha que saliera del hueco de
su garganta me emocionaría ahora mismo—. Has ganado, así que sigue
tus órdenes como un buen chico y dispárame.

Su frente se arruga.
—¿Es eso lo que quieres?

Hago una pausa. Algo está mal. Debería haberme disparado para
ahora. ¿Quizás está jugando conmigo? ¿Quiere frotar su victoria?
¿Darme un pequeño rayo de esperanza para que pueda arrebatármelo de
las manos?

—Recibimos las mismas órdenes, lady March. ¿El hombre de la rosa


dorada? Me encontré con él. Buen amigo. —Levanta una ceja
desafiante—. Pero no estoy siguiendo sus órdenes.

Nuestros ojos se encuentran. Se ha inclinado tanto sobre la brecha


que incluso el golpe más pequeño lo derribaría. Aunque estoy segura de
que me gustaría, la idea me hace sudar las palmas. Sea lo que sea que

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esté tratando de hacer, parece estar en conflicto. Como si una parte de él
quisiera cruzar la división y empujarme al abismo y la otra parte
estuviera luchando contra él.

—¿Entonces de quién están siguiendo las órdenes?

Suspira, como si no pudiera creer lo que está a punto de decir.

—Tuya.

Mi mano golpea el grito en mi boca mientras él cae en picado, su


capa fluye detrás de él. Observo su cuerpo voltearse de un extremo a otro
hasta que se convierte en un guijarro oscuro contra la nieve.

Hay un chillido de sorpresa dentro de mi cabeza cuando Flame


reacciona.

—¡Rápido! ¡Tira de él!

Su voz me saca de la sorpresa. El puente se cierne más adelante,


demasiado cerca. Corre, idiota, grita mi cerebro.

Y luego lo hago.
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Pinchazos diminutos y penetrantes. Me apuñalan la cara y los dedos
expuestos. Mis labios se sienten duros y fríos y duelen al moverlos, y la
sangre en el cuello de mi blusa se ha convertido en una costra helada.
Relajo mi cuerpo congelado en la tumbona en la parte trasera de la
locomotora vacía, tratando de calentarme los dedos lo suficiente para
poder agarrar el garrote. Afortunadamente, el calor del horno del motor
ha hecho que esta habitación sea insoportablemente caliente y mis dedos
se vuelven flexibles nuevamente.

No estoy segura de lo que espero cuando abro la puerta del


maquinista. Sé que habrá un conductor. Sé que para cambiar el rumbo
del tren, tendré que matarlo.

Pero no espero que el maquinista sea mi padre.

—Hola, Maiabug —dice.

Parpadeo y me froto los ojos. Por un segundo, oscila. El más pequeño


de los fallos. Tan pequeño que supongo que lo he inventado.

Algo no está bien, dice Flame. Mira hacia arriba, por encima de la
puerta.

Hago lo que me ordenan.

¿Ves la palanca roja? ¡Tire de ella!

Quiero, pero no puedo. Mi padre me sonríe, sus tiernos ojos cálidos


y brillantes. Sé que no es real, pero no me importa. Me está hablando. Es
una conversación que tuvimos justo antes de su muerte. Lucho por
escuchar las palabras.

Tira de la palanca, ordena Flame. Su voz es inusualmente tranquila,


lo que en realidad me asusta más que si tuviera pánico.

—Está bien —dice mi papá. Extiende la mano para consolarme. Al


igual que cuando tenía nueve años, me aparto, enojada con él porque mi
madre no tiene la culpa—. Todos queremos aferrarnos a quienes éramos.
Pero ya no eres una niña, Maiabug, y es hora de que crezcas.

—Si lo hago —digo—, me convertiré en otra persona.

El rostro de mi padre se distorsiona y sus ojos caen un poco. La silla


de cuero en la que se sienta se convierte en su sillón verde favorito, y

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parte del parabrisas del tren trina y se transforma en la chimenea
encendida detrás de él.

Su voz normalmente rica se vuelve mecánica.

—Todos tenemos que cambiar. —El garrote, que de alguna manera


ha llegado a mis manos, se estremece. Sus grandes ojos melosos miran
al garrote. Sonríe—. Pero no importa cuánto cambies, siempre serás mi
hermosa niña.

El parabrisas oscila y, al igual que una pantalla que cambia de


canal, la imagen vuelve al paisaje fuera del tren. El puente se alza a la
derecha. Si no cambio de vía ahora, perderé mi oportunidad.

La última vez que te lo digo, princesa, dice Flame. Tira de ella.

La palanca, Everly. La voz de Nicolai se une a la de Flame.

En cambio, me dirijo a mi padre.

—Sabes lo que tengo que hacer, papá.

Asiente, una pequeña mueca oscureciendo su rostro.

—Sobrevivir.

El garrote se desliza fácilmente alrededor de su cuello. Aparto la


cabeza y giro, contando hasta sesenta. Su cuerpo se desploma a los
cuarenta y siete. De alguna manera, mis dedos encuentran el botón
correcto en el tablero para cambiar las vías. Hay chillidos. El tren se
balancea a la derecha y se estremece mientras navega por la curva
cerrada.
Miro hacia arriba, pero la palanca roja en la parte superior ya no
está. Llamo a Flame para pedirle instrucciones, pero ya no responde.

Ignorando el cuerpo en la silla, encuentro la puerta, la abro. El


viento me lo arranca de las manos.

Puente, cielo, puente, cielo.

Espero. El tiempo pasa. Y luego miro hacia abajo, y en lugar de las


vías del tren veo aire.

Hay un espantoso ruido de metal contra metal, como si el tren


estuviera gritando y el piso se desvaneciera de mis pies. Silencio total,
como si estuviera dentro de un vacío. Estoy suspendida en el aire.
Ingrávida. Una curiosa sensación de caída invade mi cintura. El café

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negro humeante gotea de la taza negra que flota junto a mi cabeza. Por
un único momento inquietante, estoy congelada.

Mi padre se encuentra en medio de los restos detenidos. Pero no la


versión defectuosa, la de carne y hueso. El del beso antes de acostarse.
El de quemar tus tostadas.

El muerto.

Hasta el último detalle de él es real. Los cabellos blancos que hacen


que su cabello castaño parezca rubio a la luz del sol. Las dos líneas
profundas que arrugan su frente. Sus anteojos con armazón de alambre,
lente rajada en la esquina, asoman desde su bolsillo. Fragmentos de
vidrio, congelados en el tiempo, brillan alrededor de su cabeza. Y entiendo
que de alguna manera, de alguna manera, me ha dejado esta última parte
de sí mismo dentro del Sim.

—La llave —dice, sus ojos hundidos implorando—.Debes mantener


la llave a salvo. Haz lo que sea necesario.

—Papá, espera —le suplico con voz estrangulada.

—No tenemos mucho tiempo. Escucha, no confíes en nadie.


Necesitas encontrar tu diari...

Solo así, se fue. Como si estuviéramos en pausa y alguien hubiera


pulsado play, todo estalla a la vez. Los fragmentos de vidrio se incrustan
dentro de la carne expuesta de mi cabeza y mis manos. Algo me aplasta
la boca y siento que mis dientes frontales se hacen pedazos. El aire chilla
con horribles ruidos de muerte, una cacofonía de horribles gritos.
Uno de ellos, lo sé, es el hombre de la rosa dorada.

Se necesita toda la energía que me queda para agarrarme a la puerta


abierta, arrastrarme por el costado, el viento me pinta la cara con sangre.

Sobrevivir. La voz de mi padre atraviesa el caos. Me enderezo, mi


vestido ondea en un penacho amarillo.

Lo haré, papá, prometo, lo que sea necesario. Entonces extiendo mis


brazos y vuelo.

Me despierta un ruido espantoso. Tardo menos de un segundo en

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darme cuenta de que estoy gritando, o mejor dicho, gorgoteando medio
chillidos animales y agitándome locamente. Brogue me abraza hasta que
para.

Me quedo flácida, pero mi mente está loca de rabia.

—¿Qué diablos fue eso? —Flame es lo más cercano, así que


concentro mi ira en ella—. ¿Pusiste a mis padres en el Sim para que se
metieran en mi mente?

—Créame, princesa —escupe Flame—, ese barco zarpó hace mucho


tiempo.

Miro a Cage.

—Quiero volver a entrar.

Brogue me aprieta los hombros.

—Tranquila, lady March...

—¡No! —Alejo sus manos—. ¡Estaba tratando de decirme algo, y


Flame me extrajo antes de que pudiera escucharlo!

—No —dice Flame con cuidado. Debo verme al borde de la violencia


porque ella está apoyada contra el Ataúd de Riser, manteniéndose al
menos un metro y medio entre nosotras—. Ese fue el problema. Te hace
ver y escuchar cosas que no existen. —Hay una pausa—. Y no te saqué.
Estabas demasiado lejos.

—Está bien —digo—, entonces, ¿quién lo hizo?


Todos me miran. Me doy cuenta de que algo salió mal y no quieren
decírmelo.

—Tú lo hiciste. —Es Nicolai. O más bien su holograma


encapuchado. El siguiente silencio me dice que salir por tu cuenta no es
una parte normal del Sim.

—¿Pero cómo?

—Buena pregunta, considerando que es imposible.

La forma en que los demás me miran me incomoda. Me aclaro la


garganta.

—Entonces, ¿qué sigue?

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Brogue se cruza de brazos.

—No creo que estés lista...

—Ella tiene razón —interrumpe Flame—. Tenemos que avanzar.

Discuten durante unos minutos, pero Flame se sale con la suya. Lo


primero que hacemos es corregir las fallas señaladas por el último Sim,
un ejercicio que toma solo unos minutos y se siente como si estuviera
soñando.

A continuación, el Sim de entrenamiento con armas. Estos son Sims


de nivel dos bastante sencillos. Aprendo que mi velocidad me hace buena
con la daga, la espada corta y el combate cuerpo a cuerpo, pero mi
puntería con la pistola y la ballesta es atroz. Riser sobresale en todas las
formas de armamento, algo que está muy feliz de señalar mientras me
gana cada vez.

Brogue finalmente incita a Flame a que nos conceda un descanso.


Quince minutos, luego arreglaremos las evidentes deficiencias en mi
puntería y Riser puede ahogarse con esa sonrisa de regodeo que lleva.

Mi cuerpo debe necesitar el descanso más de lo que creo porque me


encuentro en mi habitación. Es más de medianoche. Fuera de mi ventana
abierta, una ciudad negra grabada contra un cielo azul aterciopelado
cruje de estrellas. Arrastrándome por el pequeño espacio, bordeo el techo
y miro por el borde, probablemente más cerca de lo que debería,
temblando en el aire ventoso de la noche. Una pregunta me quema.

¿Qué tipo de monstruo mata a su padre?


—¿Vas a saltar? —La voz de Riser me sorprende de nuevo. Giro justo
a tiempo, aferrándome a las tejas que se desmoronan con todo mi cuerpo
mientras una ráfaga de viento hace que una teja suelta resuene por un
lado.

Mis mejillas arden mientras me ve trepar a una posición más estable


colocada contra el alero.

—¿Te importa algo? —exijo, enojada que me sorprendió—. Quiero


decir, además de ti.

—Me importa que confíes en mí.

Su respuesta no es la que esperaba, lo que explica por qué no puedo


pensar en una sola respuesta. Una vez más, existe esa punzada de afecto

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no deseado. El más pequeño de los anhelos.

Sentimientos reconstruidos, me recuerdo. No. Real.

—Incluso con todo lo que me hicieron, todavía hay tantas cosas


sobre tu mundo que no entiendo. —Parpadea, la luz de la luna graba
sombras endebles bajo sus pestañas inferiores—. Pero sé que si no
confiamos el uno en el otro, esto no funcionará.

—¿Por eso lo hiciste? ¿En el tren?

Se inclina más cerca, el calor irradia desde donde su aliento se


derrama contra mi cuello.

—Muere y confiarás en mí. Tus palabras. Así que lo hice.

—Estaba bien por mi cuenta.

—Acabar con todo el tren. Inteligente. —Parte de su boca se curva


en una sonrisa suave—. Aun así, te dejé ganar.

Lo dice simplemente. Me está diciendo lo que renunció por mí,


cuánto vale mi confianza.

—¿Cómo llegaste a nuestro blanco tan rápido?

Algo parpadea dentro de sus ojos normalmente distantes. Si no lo


supiera mejor, diría que es remordimiento.

—Encontré la nota de inmediato, y luego maté a todos en el primer


vagón del tren, y no dejé de matar hasta que llegué al hombre de la rosa
de oro.
Desvía la mirada. Al menos sé que Flame se las ha arreglado para
introducir un poco de humanidad en su alma negra. Pienso en todos esos
niños y me estremezco. Aunque es extraño. Entiendo probar mi
capacidad para matar, pero Riser no tuvo ningún problema en ese
departamento. Entonces, ¿en qué lo estaban probando?

—¿Por qué tomarse tantas molestias si simplemente me ibas a dejar


ganar?

—No tenía intenciones de dejarte ganar. Solo que —frunce el ceño—


, cuando llegué al hombre de la rosa, me entregó este pequeño espejo, y
tuvo una visión tuya en la parte superior del tren, como si te estuviera
mirando a través de una lente. —Tira del botón de bronce de su cuello,
como si luchara por respirar—. Entonces estuve contigo. Debería haberte

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matado, pero por alguna razón no pude.

Y de repente sé lo que estaban probando. Su lealtad hacia mí. O tal


vez solo su capacidad para aliarse con otro ser humano, o para confiar,
o tal vez sea específico para mí, como protegerme. No estoy segura. Sin
embargo, obviamente por la reacción de Flame, no esperaban que lo
llevara tan lejos.

Lo único que sé es que ahora tengo un arma extra en mi arsenal


para usar contra Riser. Y lo usaré, luchando contra el afecto que me
reconstruyeron con todo lo que tengo hasta que hayamos matado al
emperador y podamos ir por caminos separados. A menos que Riser se
vuelva contra mí antes de eso. El pensamiento me llena de una gran
sensación de pavor, y me prometo que haré lo que sea necesario para
ganar el asiento adicional en Hyperion y salvar a Max.

Una estrella cruza el cielo. Se aleja y mis ojos se adaptan, detectando


una forma oscura a su paso. Pandora me hace pensar en la archiduquesa
(son iguales, después de todo) y una extraña sensación me hace
cosquillas en la nuca. El emperador me asusta porque sé lo que es. Pero
la archiduquesa me asusta más, precisamente porque no sé qué es ella
ni qué tan lejos irá a buscarme.

—Estás pensando en la mujer de la prisión, ¿no es así? —La voz de


Riser es suave, confiada—. Tienes la misma mirada aterrorizada que
tenías cuando Nicolai la mencionó la primera vez.

—Ella me asusta. Me aterroriza —digo, desconcertada por la


facilidad con que Riser puede leerme cuando me resulta imposible
descifrarlo—. Ella todavía lo hace. Y no se detendrá hasta que me
encuentre. —Preocupada de que mis manos empiecen a temblar, las
doblo en mi regazo. Incluso Everly March le tiene miedo a la
archiduquesa, aparentemente.

—¿Qué quiere?

Nos sentamos en silencio por un minuto mientras reflexiono sobre


su pregunta, preguntándome cuánto decirle.

—Mi padre me dio algo, una llave, creo. No sé qué abre, pero el
emperador la envió a recuperarla.

Sé que las emociones de Riser por mí se reconstruyeron. Así que


descarto la forma en que su cuerpo maniobra para formar una barrera
protectora a mi alrededor.

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—¿Tiene que ver con lo que estaba trabajando tu padre?

—No estoy segura de lo que quieres decir —miento, ahogando mi


sorpresa.

—Aquí. —El libro que me ofrece Riser está encuadernado en cuero,


M.G. grabado en la cubierta—. Considéralo otra muestra de mi confianza.

Pongo mi diario en mi regazo de manera protectora.

—¿Leíste esto?

—No todo. —Mi rostro debe reflejar mi horror porque explica—. No


tenía planeado, ni siquiera pensé que podía leer... pero luego, no lo sé —
esboza una sonrisa diabólica—, fue tan fascinante.

Mi boca cuelga abierta. Desnuda. Así es como me siento ahora


mismo. Se suponía que nadie podía ver esas páginas.

—Bueno, no tenías... ¡no tenías derecho a leerlo!

Algo revolotea en el viento a mis pies: una foto. Debe haberse caído
del libro. Recupero la imagen descolorida, girándola para captarla a la
escasa luz de la luna. Mi garganta se contrae y dejo la imagen boca abajo
en mi regazo.

—¿Quiénes son? —pregunta Riser, su voz menos sarcástica de lo


habitual. ¿Quizás está tratando de compensar la invasión de mi
privacidad? A mi pesar, algo de mi ira se desvanece.
Doy la vuelta a la foto y me atrevo a mirar otra vez. La emoción que
creí sentir se disipa en apatía.

—Fue antes de que yo naciera, cuando estaban en la Universidad.

—¿Quiénes?

—Los dos de la derecha de pie son de Maia... mis padres. —Mi padre
luce elegante con una túnica blanca impecable y un jubón marrón. Mi
madre, la estricta monárquica incluso entonces, luce un impresionante
vestido plateado de cuello alto, para ocultar su cicatriz, y una peluca
plateada hasta la barbilla que hace que sus ojos color avellana parezcan
de un verde vibrante—. Fue la noche de la conferencia organizada por el
emperador para discutir sus planes para el asteroide. —A su izquierda se

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encuentra una chica Oro alta, pálida y delicada de no más de dieciocho
años, enormemente embarazada, que parece como si la más mínima
brisa la derribara.

Como si se anclara, los delgados dedos de la joven se curvan


alrededor del hombro del joven que está sentado en la silla de madera de
secuoya frente a ellos. Su rostro tiene la mirada arrogante de la juventud
y el privilegio, su pierna izquierda colgada sobre su mano derecha, con
guantes blancos, sosteniendo la copa de cristal casi vacía en una sutil
demanda por más. Las medallas de guerra adornan su chaqueta militar
dorada, y una capa de color púrpura oscuro bordada con el fénix real
cubre la silla como sangre.

He visto la foto antes; de lo contrario, no reconocería al joven que


parece ser el centro de la imagen.

—Debes saber quién es. —Hago un gesto al hombre de las medallas.

—Por supuesto. —Riser se pasa un dedo por el labio inferior. Me


pregunto si el hábito pertenece al antiguo o al nuevo Riser.

—El emperador y su esposa, Eleanor. —Señalo a la joven, la madre


de Caspian—. Eran amigos de la infancia de mi madre. —Mis uñas se
clavan en mi palma—. Esta foto fue tomada en el primer aniversario del
descubrimiento de Pandora. —Ni dos años después, Eleanor y su hija
recién nacida murieron en el bombardeo.

Riser estudia la imagen con sus ojos de no perderse nada.

—Parecen felices por la ocasión.


¿No es así? Me quito la amargura de la garganta, deslizando la
imagen al azar dentro de las páginas del libro.

—Acababan de anunciar el Proyecto Hyperion. Iban a salvar el


mundo.

No me gusta la forma en que se me entrecorta la voz. O la forma en


que Riser me mira, como si estuviera a punto de llorar. Tal vez lo esté, o
lo estaría, si lady March fuera capaz de llorar. Le arrojo el libro y niego
con la cabeza.

—Tómalo. Quémalo. Lo que sea. No lo quiero.

Riser se niega.

170
—Quédatelo. Puedes cambiar de opinión más tarde.

—¿Qué sabes?

—Sé —dice Riser en voz baja—, que si tuviera una foto de mi madre,
me gustaría quedármela.

Su voz se ha vuelto fría, su rostro se relajó para camuflar las


emociones que debe estar sintiendo. Pero no puede ocultar el dolor
profundo que parpadea dentro de sus ojos desiguales.

Luchando contra la repentina y abrumadora necesidad de tocarlo,


consolarlo de alguna manera, digo:

—¿Qué le pasó a ella?

Parpadea, traga saliva, como si de alguna manera pudiera tragarse


su memoria, y aprieta los labios en una delgada línea blanca.

—El hoyo le pasó a ella.

El tono enojado de su voz me dice que he cruzado una línea. Ya se


está alejando de mí. Lucho con algo que decir que lo traiga de regreso.

—Dijiste que esto era una muestra de confianza. —Sostengo en alto


mi diario—. ¿Qué querías decir?

Lentamente, la mirada angustiada se desvanece de sus ojos


mientras se concentra en mi diario.

—Porque podría habérselo dado a Nicolai.


¡Adulador! La ira me calienta el rostro cuando me doy cuenta de que
Riser ha estado investigando las cosas privadas de mi familia a instancias
de Nicolai.

—¿Qué más busca el Titiritero?

Riser se encoge de hombros, luciendo menos avergonzado de lo que


debería por esta profunda invasión de privacidad.

—Él mencionó una llave. Una que pueda ayudarlo a desbloquear lo


que escondió tu padre.

¡Eso de nuevo! Como siempre, ante la mención de la máquina que


mi padre estaba construyendo, lo que nos ocultó a todos, lo que hizo que
lo etiquetaran como traidor y lo mataran, mi cerebro comienza a zumbar

171
con preguntas.

¿Por qué mi padre fabricaría una bomba? ¿Trabajaba para los


fienianos? Pero no, no hay forma de que el padre que conocí, el hombre
que usó parte de sus propias raciones para alimentar a los gatos
callejeros detrás de nuestra casa e insistió en arroparme todas las
noches, sin importar lo cansado que estuviera, podría haber construido
una bomba. Al menos, no para lastimar a la gente.

¿Pero hay de otro tipo?

Obligándome a salir de mi memoria, entró en el papel de lady March.

—¿Qué más encontraste?

—Nada.

Sorprendentemente, creo que me está diciendo la verdad. ¿Cuánto


sabe Nicolai?, me pregunto. ¿Y cómo se enteró de la llave? Ahora que lo
pienso, probablemente sea por eso que me eligieron en primer lugar, y
probablemente por eso tenemos microinplantes, para que Nicolai pueda
descubrir la ubicación de la llave a través de mis pensamientos. La única
razón por la que no ha descubierto la llave hasta ahora es porque tengo
cuidado cuando siento a Nicolai jugando dentro de mi mente. Pero eso
podría cambiar, así que debo tener cuidado.

Me quedo mirando el contorno oscuro de la ciudad durante un


minuto. Luego me pongo de pie, con cuidado de mantener los pies firmes,
y con un tirón torpe y enojado, veo desaparecer mi diario. Hay un suave
aleteo cuando las páginas y las fotos antiguas se separan del libro,
estallando con el viento.
Me vuelvo hacia Riser, ahora también de pie.

—Dile a Nicolai que la llave está a salvo mientras Max y yo lo


estemos.

Ambos nos congelamos cuando un ruido interrumpe el silencio.


Arrastrando los pies, o quizás susurrando abajo. Antes de que pueda
decir una palabra, Riser se desliza junto a mí a lo largo de las tejas,
agachándose hasta que puede mirar por encima del techo. Ahí es cuando
me doy cuenta de lo tranquila que está la noche. Brogue había comentado
sobre el silencio antes, y lo rechacé.

Y solo una cosa puede hacer que una Ciudad Diamante se quede en
silencio.

172
Centuriones. Ignorando la sensación de vacío en la boca de mi
estómago, me uno a Riser. La calle esta desierta. El viento arroja un balde
vacío sobre los adoquines y la hierba. En algún lugar lejano se abre una
puerta y se cierra rápidamente.

Riser asiente hacia la hilera de casas justo debajo de nosotros a la


izquierda. Mis ojos tardan un segundo en atravesar las sombras.

Tenía razón sobre los Centuriones: hay doce. Y tenía razón en que
la archiduquesa me encontró también. Ella se destaca de sus hombres,
con una peluca plateada trenzada debajo de su sombrero. Las pistolas
con empuñadura dorada brillan en cada cadera. Tiene una página de mi
diario agarrada en su mano, examinándola. Lentamente, sus labios
oscuros se despegan de sus dientes en una pequeña sonrisa horrible.

Ella mira hacia el techo.

A mí.

Un zumbido espantoso hiende el silencio, como si hubiéramos


despertado una colmena de abejas furiosas. Dos sombras giratorias se
lanzan hacia nosotros.

Drones.
17

173
No recuerdo haberme movido, pero de repente estoy dentro de mi
habitación. Las estrellas giran alrededor de mi cabeza. Mi cuerpo,
obviamente asumiendo el control, despeja las escaleras en dos saltos.
¿Dónde ir? Estoy en la puerta de entrada antes de darme cuenta de mi
locura. Por supuesto, también tendrán a alguien apostado aquí.

Atrapada. ¡Estoy atrapada!

Corro hacia la oficina, Riser pisándome los talones. A diferencia de


mí, su respiración es uniforme y parece bastante sereno, así que dejo que
se lo cuente a los demás. No parecen sorprendidos, lo que me da la
esperanza de que estaban esperando esto y tienen un plan. Brogue reúne
a los otros Mercenarios, que de alguna manera se han hecho con dos
mochilas de cuero negro con lo que supongo que son suministros. Casi
lo beso cuando agarra a Bramble de las escaleras y lo arroja a una de las
mochilas.

Mi sentimiento de esperanza muere cuando escucho el plan de


Brogue. Algo sobre luchar para dejar atrás a los Centuriones en la puerta
principal. Mi mente deja de escuchar después de eso porque sé que el
plan no funcionará. La archiduquesa no dejaría nuestra huida al azar.

Tiene que ser algo que no esté esperando.

Explico mi plan, esforzándome por parecer racional y en control,


pero me toma unos minutos convencerlos de que me sigan. Tomamos el
ascensor en silencio, el generador de respaldo de emergencia hace que el
viaje sea un poco entrecortado, Brogue y los demás me miran fijamente.
Si me equivoco, estaremos atrapados, a merced de la archiduquesa. Y no
hay duda de cómo terminará eso.

Salgo corriendo del ascensor antes de que las puertas se abran por
completo. De algún lugar arriba llega el sonido de rotura, algo pesado
golpeando el piso. Todos me miran, esperando que demuestre mi valía.

—¿Está aquí... yo eh...? —Mi mirada salta de pared a pared mientras


trato de recordar. Usé el ascensor de escape una vez antes. Está
escondido, por supuesto, en algún lugar detrás de estos ladrillos. Solo
tengo que recordar cuáles.

Excepto que Nicolai o yo hemos borrado ese recuerdo de mi cerebro.


La última vez que lo usé fue justo después de que mataron a mi padre,

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así que probablemente fui yo quien me hizo olvidar.

—Por favor, tómate tu tiempo, princesa —ronronea Flame mientras


las luces parpadean y se estremecen. Están usando bombas azules
fienianas para hacerse con el control de la energía—. No es que tengamos
prisa.

Brogue pone una mano alentadora en mi hombro.

—Unos cuantos de esos cabrones azules y pueden anular los


sistemas del ascensor.

La respuesta me llega en un destello de memoria. Todavía no estoy


segura, no del todo, hasta que mis dedos se deslizan a través del
espejismo destinado a parecerse al resto de la pared de ladrillo y siento
la fría puerta de metal. El espejismo se disipa. Aguanto la respiración. Si
descubrieron esto la última vez, después de que Max y yo escapáramos,
se habrá vuelto inoperante.

O peor aún… minado.

Solo hay una forma de averiguarlo. Levanto la pesada tapa de metal


y me meto dentro. Apenas es lo suficientemente grande para sentarse, lo
que significa que tendremos que subir uno a la vez.

—¿Funciona? —pregunta Brogue, su voz ronca por la impaciencia.

—No lo sé. —Escaneo el único botón de la pared. Emite un tenue


resplandor rojo.

El cabello puntiagudo de Flame casi me golpea mientras se inclina


dentro del pequeño espacio, dándole golpecitos con el dedo a la mochila.
—En caso de que nos separemos, hay un localizador aquí que te dirá
a dónde ir. Tienes que estar en la Oficina General Monárquica mañana
por la mañana o perderás las Pruebas de las Sombras.

—Y escucha a Nicolai —agrega Cage—. Una vez que estés lo


suficientemente lejos para que no puedan rastrear tus comunicaciones,
él se pondrá en contacto nuevamente con más instrucciones.

—Está bien —digo. Mi dedo se cierne sobre el botón—. Hagámoslo.

—Lady March. —Es Riser. Detrás de él veo a Brogue y los otros dos
mercenarios, apuntando con las armas la puerta del ascensor. Me arroja
algo; lo agarro por reflejo. Un cuchillo dentro de una funda negra. Por la
tosca apariencia de la hoja, está hecha a mano y no es ajena a la

175
violencia—. No parece mucho, pero hará el trabajo.

Miro el espacio sobre el ascensor, donde brilla la flecha en uso.

—¿Qué pasa contigo?

—Me irá bien, pero gracias por tu preocupación. —Extiendo la mano


para presionar el botón, pero él me detiene—. Una cosa más. Si no estoy
allí después de un conteo de sesenta, no esperes.

—No te preocupes —digo—. No lo haré.

Y luego presiono el botón.

Nada. No pasa nada. Mi corazón golpea mi garganta justo cuando la


puerta del ascensor en la pared del fondo se abre con un silbido y la
habitación estalla en fuego de pistola.

¡Ratatatatatatatat!

Me tapo los oídos con las manos y cierro los ojos. Los abro. Un ojo
azul y otro verde, ambos inquietantemente tranquilos, están a
centímetros del mío. Riser sonríe.

—La segunda vez es un encanto.

Oscuridad. La sensación de moverse hacia arriba, lenta,


laboriosamente. Flame grita, con la voz ahogada:

—¡Consigan un poco, dandies de cara podrida!

Los disparos y los gritos se hacen cada vez más lejanos hasta que lo
único que oigo son los estallidos apagados, como petardos fuera de una
ventana. De vez en cuando la energía parpadea y dejo de moverme. Pero
el pequeño botón rojo siempre se enciende de nuevo.

Estrellas que se desvanecen y aire fresco. Estoy en un tejado. Por el


momento, estoy a salvo. El aire cruje con agudas reverberaciones,
recordándome que los demás no lo están.

Empiezo a contar de inmediato. Uno, dos, tres, cuatro, cinco...

La explosión que me destroza la cuenta es tan fuerte que, aunque


estoy segura de que grito, no puedo oírlo. Estoy de rodillas, debo haberme
caído, el edificio se estremece debajo de mí. Una bandada de estorninos
estalla sobre mi cabeza, chillando su molestia. El zumbido de los drones
los ahoga rápidamente.

176
Corro hacia la salida. El ascensor ya ha sido enviado de regreso, por
lo que en realidad es solo un enorme agujero. El humo, el polvo y los
escombros diminutos salen del eje y me hacen volar el cabello hacia atrás.
El aire está caliente por la explosión y huele a cosas quemadas.

No cosas. Personas. Mi gente. Miro hacia la salida por un segundo,


ciega por el polvo, y trato de no gritar de nuevo.

Mi mochila es pesada. Me ocupo de catalogar su contenido para no


tener que pensar en qué hacer a continuación. Paquetes de polvo de res
sintético. Un mechero. Dos rollos de manta fina. El localizador. Gotas
depuradoras de agua. Sé exactamente qué hacer con el frasco de vidrio
lleno de base gruesa, frotándolo rápidamente en mis mejillas para cubrir
mis pecas.

En el fondo encuentro a Bramble, acurrucado en una bola


aterrorizada. Me chilla y lo abrazo contra mi pecho. Mis ojos arden con
lágrimas, y me las limpio mientras me doy una tonta charla de ánimo.

—Estás sola ahora; acostúmbrate a ello.

—Lamento decepcionar, Digger Girl.

Conozco la voz, pero todavía no lo creo. No hasta que me dé la vuelta.


Riser emerge del agujero donde obviamente se ha levantado de entre los
muertos.

Muerdo mi mejilla para contenerme de abrazarlo.

—¿Cómo?
Cambia su mochila a un lugar más cómodo en su hombro y luego
se limpia la manga sobre el hollín que cubre su rostro. Su camisa está
rota y manchada de sangre.

—El ascensor de escape nunca regresó, así que miramos adentro y


descubrimos una escalera.

Por supuesto. Mi padre no habría confiado en la fuente de energía.

—¿Estás herido?

Riser mira la sangre en su camisa.

—Sangre de Flame. Brogue y Cage se ofrecieron como voluntarios


para subirla.

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El alivio que siento al saber que la sangre no es de Riser me pone
nerviosa. Me muevo sobre mis pies.

—¿Los dos Mercenarios?

—Sin suerte. —Asiente hacia el borde del edificio—. ¿Vamos?

Reemplazo a Bramble, el olor a petróleo espeso mientras cruzamos


el techo alquitranado hacia donde debería estar la escalera de incendios,
excepto que ahora solo queda un tenue contorno negro en el ladrillo.

—Perfecto —digo, mirando la caída de tres pisos entre aquí y el


siguiente edificio.

Riser salta a la cornisa, todo coordinación y gracia, y procede a


burlarse de mí con una sonrisa encantadora y la oferta de una mano
cubierta de hollín.

Dejándolo a un lado, me uno a él, concentrándome en cualquier cosa


menos en el suelo y mis piernas chocando. Los pedazos de cemento
desprendidos por mis talones resuenan por el borde.

—¿Por qué siempre que estoy cerca de ti —digo—, me encuentro


teniendo que saltar de cosas imposiblemente altas?

Me mira de reojo de una forma a la vez entrañable e imprudente.

—¿Miedo, lady March?

El zumbido de los drones es mucho más fuerte ahora. Con sus


sensores de calor, la creciente oscuridad no significa nada. Dejo caer mi
mochila, me inclino lejos de la cornisa y miro al suelo. Maia tendría
miedo. Mi boca se seca, mi respiración se ahoga, como si estuviera
chupando con un popote. El sonido de mi sangre corriendo por mis
arterias llena mi cráneo.

Pero no tengo miedo. Estoy eufórica. Mi mente clara por primera vez
en años.

—Nos vemos en el otro lado, Pit Boy.

No recuerdo haberme empujado del borde, pero estoy suspendida en


el aire. Entonces el suelo viene hacia mí. Acunando mi cabeza entre mis
brazos, me agacho, ruedo, desviando parte de la caída. El impacto grita
en mi hombro y me recorre el cuerpo.

Me quedo allí por un momento mareada, mirando los dedos del

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amanecer naranja pálido surcar el cielo mientras catalogo el daño.
Hombro adolorido. Me duele la cabeza, pero mi visión es sólida y puedo
mover los dedos de las manos y los pies.

Me paro a tiempo para ver las dos mochilas atravesar el abismo,


seguidas por Riser. Aterriza duro y silencioso, rodando para frenar su
caída de la misma manera que yo. Pero a diferencia de mí, se pone de pie
inmediatamente.

Hacemos contacto visual. Algo pasa entre nosotros.

Él sonríe.

Yo sonrío.

Ambos nos lanzamos al mismo tiempo. Estoy unos metros por


delante y llego al siguiente techo medio segundo antes que él. Rodamos
en tándem, aterrizamos de pie y explotamos en otra carrera. Sacando el
codo, me las arreglo para obligarlo a retroceder, así que tomo la delantera.

Correr, saltar, aterrizar. Repetir. A este ritmo feroz, incluso el más


mínimo error de cálculo probablemente terminará en la muerte. Pero el
aumento de adrenalina, la sensación de vacío en el pecho y el vacío justo
antes de saltar, casi me hace olvidar.

Esta vez, cuando se alza la cornisa, ni siquiera miro hacia abajo


antes de saltar. Estoy en el aire cuando veo a los Centuriones debajo,
pero me las arreglo para aterrizar suavemente en el techo de grava. El
miedo me pone de pie.
Riser acaba de golpear el techo cuando escucho el crujido. Ambos lo
hacemos. Riser reacciona primero. Veo su mano extendiéndose hacia mí.
Se oye el sonido del cristal rompiéndose, las sensaciones de caída, y la
forma de Riser se hace pequeña, desaparece.

Un segundo después, o tal vez más, porque podría haberme dejado


inconsciente, abro los ojos. Mi cerebro grita detrás de mis ojos mientras
miro a mi alrededor. Muebles de acero brillante y mesa de cocina.
Parpadeo, me concentro en la claraboya rota de arriba. La cara de Riser
aparece sobre el vidrio roto justo cuando las voces llaman desde afuera.

Riser se lleva un dedo a los labios y la boca, dandies.

Asiento, estremeciéndome de dolor mientras lucho por ponerme de

179
pie. Los fragmentos de vidrio se clavan en la carne de mis palmas y
rodillas.

—No te muevas —susurra Riser.

—Por supuesto. —Me froto la cabeza. El dolor ha disminuido y mi


visión se está aclarando. Me doy cuenta de inmediato de lo que debe
suceder—. Ve —digo, arrancando un fragmento de vidrio de mi palma
izquierda. Si se cambiaran las tornas, ya me habría ido.

Él no responde. Miro hacia arriba para verlo colgando de la punta


de sus dedos. Balancea las piernas como un péndulo y se suelta.
Apuntaba a la encimera de la cocina, pero sus zapatos rebotan en la
superficie resbaladiza y se estrella contra el suelo a mi lado.

Se levanta con una sonrisa implacable.

—Eso fue mucho más suave en mi cabeza.

—Idiota. —Caminamos cojeando hacia la sala de estar, nuestras


botas crujiendo cristales. Las voces están en el porche ahora.

Las inclinaciones del amanecer perforan las ventanas y quedan


atrapadas en las ranuras cilíndricas del revólver de Riser. Lo sostiene
bajo contra su pierna. Tiene los brazos sueltos, los hombros hacia atrás
y la cabeza en alto, como si estuviera más cómodo cuando existe la
amenaza de violencia. El cuchillo que me dio Riser todavía está en mi
bolsillo, así que saco la hoja y trato de imitar su confianza.

La manija de la puerta suena, pero afortunadamente está cerrada.


Estoy retrocediendo, tratando de decidir si solo apuñalaré salvajemente
o iré por uno a la vez, cuando siento que algo me presiona la pierna con
fuerza. No hay tiempo para explicar, así que me meto en el Ataúd y espero
que Riser entienda la idea. Me pongo el Casco, me recuesto y cierro la
tapa de cristal curvo. Mantengo mis manos pegadas a mis costados por
temor a presionar el botón que se sincronizará con mi microimplante y
comenzará la carga.

El Ataúd ha sentido mi presencia y hay un fuerte silbido cuando una


niebla fría me envuelve. Mis dientes castañetean en la quietud. La bomba
intravenosa que forzará los nutrientes que salvan vidas en mi torrente
sanguíneo y me permitirá sobrevivir estando congelada se enciende.

Antes de que pueda mirar para ver si Riser me siguió, pedazos de la


puerta se astillan contra el vidrio cuando una explosión sacude mi Ataúd.

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18

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No puedo ver lo que está sucediendo desde mi Ataúd, pero puedo
escucharlos viniendo por mí. Pisadas. Risas groseras. Sin embargo,
amortiguadas, como si vinieran desde el final de un túnel. Las pisadas se
desvanecen mientras los Centuriones revisan la casa antes de volver por
nosotros.

La tapa es levantada con un crujido. El aire cálido y glorioso me


inunda, alejando el frío punzante.

Un aliento rancio y dulzón, como a pescado, descongela mis mejillas


donde el Casco termina. Siento la parte delantera de mi blusa levantarse,
el aire frío atenazando mi pecho y estómago.

—Encontré una atractiva —dice Aliento-de-Pescado—. Las chicas


durmientes son las mejores. Tranquilas y dispuestas.

—Déjala —dice el otro Centurión—. A menos que desees que la Perra


Loca del emperador use tus testículos como adorno.

—No tengo miedo de esa perra maligna. El emperador la sacará de


su miseria pronto. —Están hablando de la archiduquesa. Algo; un dedo
áspero, acaricia un lado de mi cabeza—. Además, esta no me va a delatar,
¿verdad?

El pánico me inunda, pero me lo trago. Pienso en los demás.


Inmóviles. Desprotegidos. Inconscientes de lo que les está pasando a sus
cuerpos. Se me hace agua la boca, una sensación nauseabunda crece en
mi garganta. En este momento, no me importa nuestra cubierta o
permanecer a salvo. Lo único que quiero es matarlo.
Antes de que pueda hacer algo estúpido, siento el aire moverse sobre
mi pecho, mientras Aliento-de-Pescado se endereza, y entonces ambos
Centuriones se quedan completamente callados. Un taconeo ruidoso
traquetea en el suelo, seguido del sonido de vidrio siendo aplastado cerca
de mi Ataúd. Tan pronto como el fuerte olor a talco me llega, mi cuerpo
se pone rígido.

Uno de los Centuriones se mueve, golpeando ligeramente mi Casco


a un lado, por lo que puedo echar un vistazo. La archiduquesa está de
pie a metro veinte de mí, recortada de la cintura para arriba. Los
Centuriones están presionados contra la pared.

—Mis disculpas, archiduquesa —Aliento-de-Pescado tartamudea—.


No-nono quise ser irrespetuoso.

182
El dobladillo de la falda de la archiduquesa se arrastra sobre el
suelo, mientras camina hacia ellos. Ahora puedo ver la parte de atrás de
su sombrero, su melena plateada trenzada, pero no su rostro. Ella se
vuelve hacia el amigo de Aliento-de-Pescado.

—Comprueba el estado del edificio, y vuelve con el reporte.

Al hombre le toma un momento comprender que ha sido perdonado.

—Sí, archiduquesa, enseguida.

Aliento-de-Pescado comienza a rogarle a la archiduquesa.

—Lo que dije antes…

Dos sonidos de perforación, seguidos de unos ruidos extraños, como


un perro aullando, silban a través de la habitación y cortan la disculpa
de Aliento-de-Pescado.

Ella está ladrando.

Ladrando.

—Ahora, eso es una perra loca para ti —dice la archiduquesa en un


voz horrible, que delata que está sonriendo de oreja a oreja.

Aliento-de-Pescado se tambalea hacia atrás, sacudiendo los brazos.


Pierde pie en el escalón y cae de culo, arrastrándose como un cangrejo
hacia atrás, para escapar.

Una rosa roja florece sobre su pecho, echando sangre con cada latido
de su corazón. Aliento-de-Pescado se agarra el pecho, con los ojos blancos
por la conmoción. Logra moverse medio metro más antes de que su
cuerpo se desplome fuera de mi vista.

Victoria saca un pañuelo de seda rojo del bolsillo de su abrigo, y


meticulosamente limpia la punta ensangrentada del alfiler de su
sombrero. El lado de su cara que puedo ver ahora está extendido en una
sonrisa mortal.

Entonces la lunática se aproxima a mí. Cierro mis ojos con fuerza y


lucho para relajar mi cuerpo lleno de adrenalina. Como una Durmiente,
debería estar en un profundo estado de depresión metabólico: respiración
lenta, ritmo cardíaco letárgico.

Básicamente, debería estar congelada.

183
Mis latidos aumentan cuando la escucho inclinarse sobre mí, su
perfume provocándome ardor en la nariz y en el cerebro.

—Cosa bonita. —Su voz suena como bolsas de papel rompiéndose—


. Pobre cosa bonita y fría.

Puedo sentir su extraña mezcla de odio y curiosidad, como un niño


observando un insecto debajo de una lupa justo antes de que el sol
incinere a la pobre criatura. Si ella mira más de cerca, verá la sangre
exudando por mis palmas.

Algo frío y afilado se arrastra sobre mi clavícula. Sé que es el alfiler


del sombrero. Imagino la aguja atravesando la carne y hueso hasta mi
corazón. Mi cuerpo anhela temblar; requiere de mi máximo esfuerzo no
gritar.

—Disculpe… archiduquesa —dice un hombre desde la puerta, su


voz vacilante—. Nosotros, eh, encontramos un cuerpo joven femenino en
la explosión. Por lo que sabemos, ella se ajusta a la descripción.

Hay una pausa. Entonces ella reacomoda mi blusa, por lo que estoy
cubierta de nuevo y dice:

—Vuelve a dormir, pequeño gusano.

Mi cuerpo ha decidido que estoy más segura curvada en un bola en


el suelo, debajo de la mesa de la cocina. No recuerdo dejar el Ataúd.
Debería haberme quedado quieta allí; todavía se puede escuchar a los
Centuriones gritando órdenes afuera, pero por lo menos ahora, con mis
extremidades envueltas alrededor de mi cuerpo, el temblor está más
controlado.

Nicolai mató a los dos mercenarios. Sé esto con absoluta certeza, y


eso me asusta tanto como la archiduquesa. Él planeó que fuéramos
descubiertos, planeó la explosión, y se aseguró que la archiduquesa
pensara que yo estaba muerta. No sé cómo, pero sé que lo hizo.

Estoy atrapada en una situación imposible, entre una loca un


titiritero demente, y un psicópata rarito convertido en un atractivo
compañero. ¿Qué más ha planeado Nicolai para nosotros? ¿Qué otros
secretos mantiene escondidos para ocasiones especiales?

184
—Tienes que levantarte. —Riser me está mirando por debajo de la
mesa.

—No.

—¿Estás asustada?

Emito un bufido.

—¿Acaso no es obvio?

Me ruborizo de vergüenza. ¿Por qué estoy tan asustada? ¿Por qué


no puedo dejar de ser Maia, la pequeña asustadiza Digger Girl? La parte
reconstruida de mí odia mi debilidad. Levántate, y elige ser Everly. Maia
solo te hará ser insignificante e inepta. Pero mi cuerpo se rehúsa.

Sonidos de cosas arrastrándose. Sillas crujiendo en el piso. Riser


viene tras de mí. Unos dedos fríos, casi congelados, separan mis brazos.

—No voy a dejar que la archiduquesa te lastime —dice, como si fuera


la afirmación más simple del mundo.

—No hagas promesas que no puedes mantener. —No que no pueda


mantener. Que no mantendrá. A eso me refiero. Porque si existe alguien
que puede protegerme de la archiduquesa, ese es Riser.

De hecho, no estoy segura de quien me asusta más: la lunática o Pit


Boy.

Riser se tiende a mi lado, su mejilla besando el suelo sucio.

—Sé lo que soy. Pero contigo… —la perplejidad llena su voz—,


contigo, soy diferente.
—Bienvenido al mundo de los sentimientos y la humanidad. Quizá
cuando me canse de la millonada de veces que casi muero en los últimos
días, haré un festival en tu honor.

—Mira. —Sus ojos mantienen cautiva mi mirada, instándome a que


le crea—. Esto también es nuevo para mí. No pedí esto. Todo lo que sé,
es que no puedo permitir que nada te suceda.

Estudié su rostro, ignorando el consuelo que encontré en los planos


afilados de sus mejillas y mandíbula. ¿Cómo podría confiar en él? Podría
estar mintiéndome para tener ventaja, para ganarse mi confianza y
hacerme débil.

—Pero tú todavía tienes algunas cicatrices, lo que significa…

185
—Mi reconstrucción no se completó. —Sus dedos trazan el hueso de
su frente, sobre su nuevo ojo verde. Creo que me gusta más que el ojo
azul—. La transformación física probablemente aguantará, pero el
resto…

—No durará. —Y no teníamos idea de cuánto tiempo pasaría hasta


que apareciera el viejo Riser psicótico de mata-primero-y-después-haz-
las-preguntas.

Tomando mi mano, me aparta de mi pequeño refugio.

—Necesito que esto esté claro, Everly. —Tiemblo ante el sonido de


mi nuevo nombre en sus labios—. No soy una buena persona. He hecho
cosas horribles, y no me arrepiento de ellas. Pero prometo… —guía mi
mano hasta su pecho, el músculo firme se presiona contra la punta de
mis dedos; su corazón palpita fuerte y lento debajo de mis dedos—, te
mantendré a salvo.

Algo en mi interior revolotea.

Riser, decidí. Riser es el que más me aterra. Porque posee justo eso
que la archiduquesa no tiene.

La habilidad de hacerme sentir vulnerable.

De hacer que me importe.


19

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El punto de encuentro está en las profundidades de Riverton, la
ciudad monárquica a las afueras de la muralla. Pasamos por un lugar
derrumbado debajo de la torre de guardia vacía. Aunque no hemos visto
ni a un Centurión o un dron en horas, nos mantenemos en los estrechos
callejones entre las tiendas. Odio lo que Nicolai les hizo a los Mercenarios,
pero sin duda nos ha salvado.

Las calles adoquinadas son inquietantemente silenciosas. La


mayoría de los ocupantes de la ciudad, casi todos Platas, probablemente
fueron evacuados hace mucho tiempo a sus refugios subterráneos debajo
de las montañas.

La fachada de la tienda descansa sobre una enorme colina, instalada


entre una panadería y una sastrería. Al igual que todos los demás
edificios, las ventanas están oscurecidas. Desde el callejón detrás de la
tienda llega el olor de algo muerto hace mucho tiempo. Nos deslizamos
por la puerta trasera.

Una fina capa de polvo envuelve la tienda. El frente está repleto de


antigüedades aprobadas por la Reforma, pero al otro lado de la puerta
acecha otra habitación muy diferente. La luz del fuego de las velas medio
derretidas en las paredes ilumina libros, cientos de ellos. Apilados en
esquinas. Derramándose de las paredes. Libros reales. Estoy tan ocupada
mirando que casi paso sobre Flame. Está en posición fetal enroscada en
el suelo, reluciente de sudor y sangre.

—¡Cuidado, princesa! —gruñe ella con los dientes apretados.

Brogue usa la distracción para sacar la metralla de metal de quince


centímetros de su cadera. Ella gime, torciendo la cara contra el suelo
mientras Cage vierte alcohol sobre la herida abierta y la cose.

De repente, toda la tensión abandona el cuerpo de Flame y se derrite


en los largos brazos de Cage.

Un suspiro de cansancio escapa de los labios de Cage.

—Se ha desmayado.

—¿Luchó todo el camino? —pregunto.

Cage levanta la vista como si acabara de verme.

—Por qué, solo cuando estaba despierta.

187
Brogue me entrega una taza de té llena de agua teñida de color
marrón y me derrumbo en una tumbona amarilla manchada de moho. El
agua sabe a orina, pero la trago con avidez. No recuerdo la última vez que
dormí.

Mis ojos revolotean sobre su forma. Brazos como ramitas. Manos


delicadas como de niños se curvan en pequeños puños de muñeca. Sus
zapatos deben haberse caído, y sus dedos pintados de púrpura oscuro
revolotean. Como la dinamita, nunca adivinarías que algo tan pequeño
podría ser tan peligroso.

—¿Se recuperará?

Brogue muestra sus dientes cubiertos de oro.

—Ciertamente lo espero. Tengo unas palabras para la pequeña zorra


cuando se despierte.

Ahí es cuando noto las marcas de mordiscos circulares de color


negro azulado que plagan sus brazos y cuello.

Flame grita algo mientras duerme y frunce el ceño.

—Luchadora por una cosa tan pequeña, ¿no es así? —comento.

Brogue se ríe.

—He luchado contra tejones salvajes más domesticados que ella.

Resoplo entre risas.

—Y… tuviste… ¿La escuchas maldecir a los dandies?


Cage deja escapar una carcajada aguda mientras trata de imitar sus
palabras.

—Conseguir un poco de… ti… ti…

—Dandies de cara podrida —grito.

Todos nos echamos a reír. Me río con tanta fuerza que las lágrimas
brotan de mis ojos. También lloro. Resoplando y llorando y ahogando toda
la ira, la frustración y el miedo de la última semana.

Flame se da vuelta, el cabello pegado a un lado, una gota de saliva


baja por su barbilla.

—¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?

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Hay una pausa larga. Se producen más carcajadas histéricas.
Brogue se dobla, se golpea la pierna, resopla entre carcajadas, su rostro
de un rojo tomate brillante. Prácticamente me caigo de la tumbona,
riendo tan fuerte que no puedo respirar. Incluso Riser tiene lágrimas
corriendo por su rostro.

Cage da a Flame una toalla manchada de sangre. No está de humor


para mimos, ella lo golpea en la mano y le enseña los dientes. Por
supuesto, esto solo nos hace chillar más fuerte.

Flame lucha por ponerse de pie y se tambalea, rompiendo algunas


cosas en su camino. Tan pronto como la puerta se cierra detrás de ella,
el ambiente ligero se disipa.

Cage se levanta, limpiando la sangre y la baba manchando sus


pantalones.

—Iré tras ella.

—No. —Brogue ha borrado cualquier rastro de humor de su voz—.


Permíteme. Tú los preparas.

Riser y yo nos turnamos para lavarnos en el pequeño medio baño


detrás de las escaleras. Hago lo mejor que puedo con el paño frágil y el
cubo de agua de color óxido que me proporcionó Cage, peinándome el
cabello con los dedos y pellizcando mis mejillas frente al espejo roto.
Frotando círculos de base sobre mis pecas, veo mis mejillas convertirse
en porcelana luminiscente.

Finalmente transitable, subo la diminuta escalera cerrada, mis


botas sucias levantan nubes de polvo. Flame me espera en un
apartamento de arriba. A pesar de la mancha triangular de sangre en su
frente, ahora se ve lo suficientemente bien como para infligir violencia
mortal, así que me detengo en la entrada mientras ella busca en un
armario. Mi corazón se hunde cuando me doy cuenta de que la tela de
marfil que brota de sus brazos es para mí.

Con el conjunto tendido sobre la cama, me doy cuenta de que no es


tan malo como temía. Es un vestido de viaje con pantalones de seda
escondidos debajo de una falda desmontable y un corsé modificado que
facilita sentarse y respirar.

Ahora soy oficialmente una monárquica.

189
Una vez vestida, me siento en la cama para que Flame pueda
arreglar mi cabello. Mi mirada recorre las suaves colinas de tela blanca
que caen en cascada a mi alrededor. Debido a que la mayoría de los
Bronces trabajaban en fábricas donde el blanco no era práctico, es un
color asociado con Plata y superior. Siempre imaginé que se sentiría
lujoso, pero no es así. De alguna manera se siente mal.

—Es bastante cremoso —murmuro, tocando parte del borde del


volante—, pero al menos no tiene lazos.

—Silencio, princesa —ordena Flame, un pico entre sus dientes, su


peine desgarrando mechones de mi cabello en cualquier elaborado
brebaje trenzado que haya ideado. Me callo y la dejo trabajar en la remota
posibilidad de que mi silencio salve mi cuero cabelludo.

A continuación, zapatos: un par de botas de piel de foca de una talla


demasiado grande.

Después de que Flame me considere satisfactoria, mato el tiempo


explorando la casa. Inmediatamente me atrae la escalera del servicio
escondida en la parte de atrás. Hay un enclave de ventana arqueada
enclavada en la pared. Pintura negra vieja y agrietada cubre el cristal de
la ventana, y se filtran lanzas de luz. Un libro descansa sobre una
almohada rosa descolorida. Entro, mis botas demasiado grandes
manchan la capa de polvo que recubre la madera.

Miro a través de una grieta de pintura. Riser está perfectamente


quieto en medio de un jardín cubierto de maleza de escorpiones altos, las
manos en los bolsillos, la cara inclinada hacia arriba para tomar el sol.
Algunas peonías rosas brillan a través de la maleza marrón.
Me siento sonreír mientras una cálida sensación late a través de mí.
No puedo evitarlo. Se ve tan tonto, una sublime media sonrisa rompiendo
su habitual expresión enmascarada.

Como las peonías rompiendo la maleza. Por primera vez desde que lo
conozco, parece desprotegido.

Vulnerable.

Normal.

Una vez más, algo dentro de mí se agita. Quiero ir con él. Quiero…
No lo sé.

¿Realmente comparaste a Pit Boy con las flores? La voz es de lady

190
March. Estas son emociones plantadas, Everly, destinadas a debilitarte.

De repente, la oscura marea de sombras oscurece a Riser. Todo mi


cuerpo se tensa. Las palabras de Victoria susurran dentro de mi oído: En
la oscuridad de las sombras, los gusanos se hacen cosas horribles entre
sí.

Punto a favor. Busco una distracción. El libro. Solo he tocado otro


libro antes, así que lo tomo con cuidado, quitando años de polvo. La
portada se está despegando y el título hace tiempo que se ha desgastado.
Al mirar por encima del lomo del libro, me sorprende ver que Cage me
está evaluando de la misma manera.

Y no parece del todo satisfecho con lo que ve.

Tiro de mi vestido.

—Es el marfil. No va con mi cutis.

Cage niega con la cabeza.

—No, no es eso. Pero el tono adecuado de colorete y crema para


labios ayudará.

Él se va y vuelve antes de que pueda parpadear, agarrando una serie


de pigmentos y una vela encendida. Entrecerrando los ojos contra la
escasa luz, aplica los pigmentos con moderación, aunque me informa que
las damas de la corte ahora tienen de moda pintarse la cara con todos
los colores imaginables.

—Como pavos reales —murmura, la mitad de su labio inferior


atrapado entre sus dientes mientras trabaja—. Y este vestido está
claramente pasado de moda, pero eso se puede atribuir a que tus padres
cayeron en desgracia con la corte.

—Y aquí estaba pensando que este horrible vestido era la forma en


que Flame me atormentaba.

El pincel que Cage está sujetando hace pausas sobre mi labio


superior. Algo parpadea dentro de sus ojos.

—Usado por la mujer para la que se hizo esa pieza, fue


impresionante, te lo prometo.

—Oh. —Frunzo los labios por el pincel de Cage—. No quise


ofenderte.

191
—No lo hiciste. —Terminado con mis labios, Cage salpica corrector
sobre mis pecas rebeldes. Sus ojos se mueven hacia el cristal oscuro de
la ventana—. ¿Algo de interés por ahí?

Me aclaro la garganta.

—Realmente no… No.

—Apuesto a que todavía está ahí, empapándose de las sombras con


esa misma expresión de embriaguez. Como un niño pequeño, ese.

—Oh, créeme —digo, batiendo mis pestañas mientras pasa un polvo


dorado mantecoso sobre mis párpados—, no hay nada inocente en eso.

—Tsk, no dije inocente. —Frota una esponja circular sobre mis


mejillas y frente hasta que mi rostro brilla—. ¿Pero interesante?
Absolutamente. Es raro encontrar a alguien que se sienta tan cómodo en
la luz como en la oscuridad.

—Sí, ese es Pit Boy. Raro e interesante. ¿Cuánto tiempo hasta que
la parte interesante desaparezca y aparezca la asesina?

Cage levanta una ceja perfectamente arqueada.

—Oh, entonces te contó sobre su reconstrucción corrupta, ¿verdad?


Bueno, ¿te dijo por qué algunas partes no agarraron?

Niego con la cabeza.

—Te estábamos esperando cerca de los muelles la mañana en que


tu lamentable bote llegó a la orilla, pero cuando registramos el bote, solo
estabas tú, medio ahogada y medio muerta.
—¿Dónde estaba Riser?

Los labios de Cage se contraen.

—Lo encontramos muerto en la arena a unos metros de donde las


olas lo dejaron caer. Después de tal evento, nuestros Reconstructores
improvisados tuvieron muy poco efecto más allá del físico.

Hay un extraño nudo ardiente en mi garganta. ¿Por qué me mintió?


Desesperada por cambiar de tema, me toco el cabello con los dedos.

—¿Hay algo que puedas hacer al respecto?

Cage frunce el ceño, trazando una de las apretadas trenzas rojas que
torturan mi cuero cabelludo.

192
—Yo diría que sí, si el color no fuera tan perfecto para ti.

—Pero…

Me silencia con la palma abierta.

—Sí. Sí. Lo sé. Se supone que tienes el cabello rubio besado por el
sol.

—Exactamente…

—La corte no tiene ni idea de cómo debes verte porque los padres de
lady March se retiraron de la corte cuando ella era una criatura sin
cabello y llorona.

—Te refieres a bebé.

—Criatura. —Cage cierra la tapa de maquillaje.

Mi nuevo reflejo me saluda dentro del cristal nublado.

—Mejor —admito. Por lo general, detesto el maquillaje, pero el tinte


húmedo de pétalos de rosa que me ha aplicado en la cara y los labios de
alguna manera han unido todo.

Cage salta con gracia desde la alcoba como si lo hubiera hecho un


millón de veces antes.

—Espera… ¿Puedo preguntarte algo?

Girando sobre sus talones, levanta una ceja severa.

—Lady March, soy asistente. Puedes, y debes, hacer lo que quieras.


Correcto. Debo desempeñar el papel. Dudo.

—¿De quién fue el lugar que tomó Riser?

Cage sonríe crípticamente.

—Solo hay un Riser Thornbrook.

—No entiendo.

Se encoge de hombros, viéndose aburrido con la pregunta.

—Pit Boy va como él mismo. Aunque prefiero su título oficial de


Dorian Riser Laevus, príncipe Bastardo Real, medio hermano del príncipe
Caspian Laevus. —Mi boca se abre mientras Cage explica más—. Su
madre, conocida en la corte como la marquesa Amandine Croft, fue el

193
primer amor del emperador Laevus III.

Mi mente da vueltas.

—¿Entonces… Riser es…?

—Su hijo.

—¿Y el emperador no lo sabe?

—Gatita, estaría en el suelo si lo hiciera. Cuando Rand Laevus y la


marquesa se enamoraron, él era el príncipe heredero y ella una presunta
simpatizante de Fienia, junto con su hermano, el marqués de Coventry.
Pero…

—Espera. —Respiro profundamente. Todavía estoy tratando de


pensar en que Riser es el hijo del emperador, ¿y ahora también es el
sobrino del muerto líder rebelde de Fienia?—. Entonces, su madre…
Amandine, ¿cómo…?

—¿Terminó en la cárcel? —Cage se ríe secamente—. No crees que el


emperador Laevus II hubiera dejado que el príncipe heredero se
enamorara de una presunta simpatizante, ¿verdad? ¿Y poner en peligro
su visión? No, no, la hizo encarcelar en secreto en la prisión de Rhine
como Violet Thornbrook, y el pobre príncipe Rand asumió que ella
simplemente lo había dejado.

Siento una oleada de lástima por el emperador. No hay peor


sentimiento en el mundo que ser abandonado.

—¿Entonces no sabía que estaba embarazada?


Cage niega con la cabeza.

—No, y finalmente se olvidó de ella. Pero su hermano Ezra no lo hizo.


Buscó durante años. Cuando la encontró, ella ya estaba muerta.

El hoyo le pasó. Las palabras de Riser resuenan dentro de mi cabeza,


y también siento una desagradable punzada de empatía por él.

—¿El bombardeo? ¿Eso fue para vengar a la hermana de Ezra?

—Ezra adoraba a Amandine casi tanto como odiaba a los


monárquicos. Pero después de su muerte, pasó de simpatizante fieniano
al líder despiadado que la historia ama odiar.

Quiero odiar a Ezra por las personas que asesinó, pero ahora es

194
difícil sabiendo por qué lo hizo. Si Max hubiera sido encarcelado
falsamente y hubiera sufrido como lo hizo Amandine, ¿no haría yo lo
mismo?

Estiro los brazos y bostezo.

—¿Y cómo se siente Riser sabiendo que el hombre al que se supone


que debe asesinar es su padre?

Cage se encoge de hombros.

—Lo superó bastante rápido.

Por supuesto que lo hizo.

—Una cosa más, si no te importa.

Cage me mira a través de unas estrechas rendijas azules.

—¿Has escuchado la historia sobre la curiosidad y el gato?

—Correcto. —Lanzo una sonrisa de disculpa—. Son solo algunos


momentos en que soy lady March. Soy fuerte y confiada y realmente, muy
segura de mí misma. Y luego… —mis manos se retuercen en mi vestido—
… soy mi antiguo yo cobarde de nuevo. Maia Graystone. Miedo de todo.

—Tu mente tiene que tomar una decisión. ¿Quién quieres ser?

—Pero ya he elegido...

—No, no lo has hecho. Pero llegará un momento en que tendrás que


hacerlo. Créeme.
20

195
Cuando Cage se ha ido, me recuesto y hojeo distraídamente el libro
viejo y polvoriento que hay junto a la ventana. Me sorprende ver la
delgada silueta de los cuervos entintados oscureciendo algunas de las
páginas. Uno aquí. Tres ahí. Una página entera llena de ellos, asentados,
batiendo sus alas como si estuvieran a punto de emprender el vuelo.
Otros se ciernen cerca de la parte superior, pareciendo estar listos para
volar fuera de la página.

Flame y Riser se ríen desde la habitación de arriba, y el libro se


desliza de mis dedos, el dolor atraviesa mi esternón. ¿Por qué debería
molestarme que sean amigos? O que todos menos yo sabían que Riser
provenía de la nobleza. Y no cualquier familia noble. La única familia
noble que importa.

Y tal vez, solo tal vez, me siento mal por la forma en que he tratado
a Riser.

Tal vez.

Necesitando una distracción, encuentro a Brogue abajo, frente a la


chimenea de piedra que se desmorona, hurgando en algunos libros. Se
prenden fuego de una vez, la llama naranja despega las cubiertas de
cuero encuadernado y convierte las páginas en cenizas. Parece un
desperdicio, pero no me importa una vez que Brogue me entrega el té
caliente y las empanadas de carne reconstituidas calentadas en delicados
platos de porcelana con hojas de oro. Sintético por supuesto, no es que
me esté quejando.
Y tampoco lady March, porque devora el suyo sin ni siquiera una
nariz arrugada.

Demasiado pronto, es hora de irse. Riser baja las escaleras con una
costosa bolsa de viaje de piel de avestruz colgada del hombro y el cabello
cuidadosamente recogido. Es cierto que ahora que conozco su pasado, se
ve diferente. O tal vez es solo la forma en que usa su túnica blanca de un
botón, repleta de solapas puntiagudas y un chaleco azul medianoche,
como si hubiera nacido para usarlo.

Flame y Cage se han cambiado a ropa adecuada para Bronces. Ya


no están perforados, coloreados y marcados. En el cuerpo de Cage cuelga
un chaqué oscuro sobre pantalones grises. Flame, por otro lado, usa
pantalones de hombre de cintura alta del color del humo. Se agitan

196
mientras camina y resaltan su esbelta cintura. Se retuerce infelizmente
en las mangas abullonadas de su blusa pálida Delphine, el cuello alto
cubriendo sin éxito los tatuajes de pájaros enrollando su delgado cuello.
Un sombrero para el sol de color gris carbón eclipsa su cabeza, el cabello
debajo domesticado en cortos mechones negros con puntas rojas.

Caray, eso irá bien con los Censores.

Sin los picos y los colores salvajes que me distraigan, me doy cuenta
de que Flame es bonita. Realmente, realmente bonita, con ojos
desorbitados, labios carnosos, piel de porcelana, vivaz.

—No eres tan peligrosa ahora, ¿eh? —bromeo, disfrutando un poco


de su evidente incomodidad ante la nueva apariencia.

Sin sus gafas, sus ojos son de un gris pálido. Me cortan de lado. Ella
sonríe con la vieja sonrisa de Flame, recupera algo pequeño y metálico de
su cuello alto —una ballesta en miniatura, plegable y de triple carga— y
el arma con tres elegantes flechas de metal arrancadas del borde de su
sombrero.

Está apuntando a centímetros de mi nariz, así de cerca las puntas


de las flechas se vuelven una sola.

—No lo olvides, princesa —ronronea Flame—, nada es lo que parece.

Riser usa dos dedos para apuntar la ballesta al suelo.

—Creo que entiende el punto, Flame.

—Y creo que necesita más formación sobre el tema. —Las cejas


gruesas y oscuras de Flame se juntan sobre un resplandor desafiante.
—En realidad —digo—, me encantaría continuar con nuestra
lección. —Ya sé lo que haré si la ballesta retrocede. Cómo mi mano
izquierda se abrirá de par en par, como si estuviera limpiando una
ventana, tirando el arma de su mano, mientras mi palma derecha le
rompe la nariz con hoyuelos.

Riser se interpone entre nosotras, luchando contra una sonrisa. Se


inclina hacia adelante y le susurra algo al oído.

Espero que ella lo desafíe, así que me sorprende cuando muestra


una sonrisa tentativa, reemplaza su arma y se ajusta el sombrero en un
gesto totalmente femenino y nada parecido a Flame.

—Es hora de saltar.

197
Riser se vuelve hacia mí una vez que se ha ido.

—Vaya, Digger Girl, creo que realmente le gustas.

—Vaya —respondo como un loro—. Nicolai realmente arruinó tu


sentido del humor, Pit Boy. Y para que conste, no necesito protección.

Una franja de cabello negro azabache ha eclipsado parte de la frente


de Riser, y se quita los mechones de la cara, sus labios se burlan en una
media sonrisa.

—Lo sé. La estaba protegiendo de ti.

La Caída de las Sombras hace que parezca el anochecer. Cortamos


por el callejón y esperamos hasta que Brogue, explorando desde la
esquina, dé el visto bueno para cruzar la calle. Estoy a mitad de camino
cuando me doy cuenta de que Flame se ha quedado atrás. Dándome la
vuelta, veo un suave resplandor naranja que ilumina la ventana sucia
que miré antes. Se oye un chasquido agudo cuando el vidrio explota y las
llamas hambrientas se escapan y se extienden por el techo.

Flame cruza la calle justo cuando una bola de fuego consume la


casa. Huele a queroseno y humo y se lleva un libro hecho jirones al pecho.
Un brillo febril brilla en sus ojos. Nos quedamos allí un momento,
mirando, el calor acariciando nuestros rostros. Cage se acerca y aprieta
la mano de Flame.
Con las calles vacías, avanzamos bien. El fuego de Flame ilumina
nuestro camino. Todavía está ardiendo cuando agarramos la barandilla.

La mayoría de los Platas ya han tomado el tren sinuoso hasta sus


Ataúdes debajo de las montañas, por lo que nuestro vagón está vacío. Me
siento sola, mis ojos se desvían hacia el creciente fuego. Sin nadie para
luchar contra él, devora con avidez el cielo, un monstruo hambriento
liberado de su jaula.

Pronto, el movimiento rítmico del coche me arrulla en una especie


de estupor. Se siente bien cerrar los ojos.

En mi pesadilla, estoy atrapada entre el fuego y mi madre. Su voz


susurra a través del crepitar de las llamas.

198
—¿Ves ahora lo hermoso que es, Maia? ¿Entiendes ahora?

Todo en mí grita para ir hacia ella, para encontrar el hueco justo


encima de su clavícula donde solía apoyar mi barbilla. Pero luego Riser
pasa a través del fuego. Lleva los trapos del hoyo y extiende la mano.

—Confía en mí, Maia.

Mirando a mi madre, veo que ha cambiado a Everly March, con una


elegante cortina de cabello rojo y piel pálida y húmeda. Niega con la
cabeza a Riser, lentamente.

—Mira a tu Pit Boy ahora, Maia.

Riser sostiene las cuerdas con las que solía atarme.

—Quiere atarte, Maia, dejarte indefensa, como en el hoyo.

Antes de que pueda responder, Riser se lanza hacia mí.

Me despierto con Riser sacudiéndome suavemente. Aún atrapada en


mi sueño, grito y me encojo.

—Vaya. —Levanta las manos—. Fue solo un mal sueño.

—¿Promesa? —murmuro, mi corazón todavía revolotea como un


pájaro asustado de su percha.

La frente de Riser se arruga mientras me estudia. Sin querer dar


explicaciones, miro por la ventana. La Caída de las Sombras casi ha
terminado, lo que significa que deberíamos estar pasando la cadena de
Ciudades Diamante que trazan los ríos y afluentes en las llanuras.
Pero todo lo que veo a través de la oscuridad de la sombra verdosa
es la destrucción de Pandora. Una ciudad inundada, las cimas de las
fábricas apenas asoman la superficie del agua. Pueblos madereros con
bosques reducidos a cenizas. Campos de cultivos que se negaron a crecer.
Fábricas que redujeron a escombros las sedas favoritas de los
monárquicos.

El asteroide no está satisfecho con enfrentarnos unos a otros; Ella


también debe destruir nuestras casas.

En la distancia, una ciudad arde, la línea negra de los Bronces que


deben estar escapando serpentea alrededor de una colina. El fuego me
recuerda a Flame, la forma en que sus ojos bailaron antes mientras veía
crecer el fuego.

199
—¿Por qué lo hizo? ¿Quemarlo?

Flame se sienta con los demás cerca de la parte delantera. Riser la


estudia durante un momento, de la forma en que un hermano podría
mirar a una hermana pequeña molesta.

—Exorcizar demonios.

—Parece un poco extremo —señalo, molesta por el afecto en su tono.

Riser se ríe.

—Quizás los demonios de Flame necesitan más estímulo que la


mayoría.

De repente, un rayo de comprensión golpea mi cerebro. Los cuervos


en el libro. Los cuervos serpenteando por el cuello de Flame. ¡Son lo
mismo! Lo que significa…

—¡El punto de encuentro era su hogar! —exclamo con orgullo.


Recuerdo todos los libros hermosos. Albergar o comerciar con artículos
prohibidos es una actividad peligrosa. Sus padres no podrían haber
ocultado su secreto por mucho tiempo, no en una ciudad monárquica.

Me viene un pensamiento horrible. Sostengo la falda de mi vestido.

—¿Qué ropa estamos usando?

Riser parpadea.

—¿Por qué hacer una pregunta que no deseas que se responda?


Se me seca la boca.

—Sus padres están muertos, ¿no? ¿Y esta es su ropa?

—Eran Platas, pero eso no les impidió tomar dos Bronces huérfanos
como Flame y Cage de las calles y criarlos como si fueran suyos. —Sus
ojos brillan de ira—. Cuando Flame tenía doce años, el emperador los
ejecutó.

—El emperador. —Mis dedos se anudan en mi regazo—. Te refieres


a tu...

—¿Padre? —La voz de Riser tiene el filo de un cuchillo.

Asiento.

200
—¿Qué? ¿Te preguntas si puedo matarlo ahora que lo sé?

—Sí, en realidad.

—Vi a mi madre despedazada por su culpa. —Se inclina, una sonrisa


tensa y amarga curva su mandíbula—. Así que la respuesta a tu pregunta
es: con gusto.

Flame se aclara la garganta, rompiendo la tensión.

—Esto parece divertido. —Su mirada encuentra a Riser—. ¿Quieres


unirte a mí, príncipe?

Riser se ríe, su mal humor se ha evaporado.

—¿Dame un segundo?

Ella corta sus ojos en mí.

—Síp.

Veo a Flame unirse a los demás en la parte delantera.

—¿Príncipe?

—Un poco más distinguido que Pit Boy, ¿no crees?

Me río.

—No lo sé; Pit Boy estaba creciendo en mí. —Hay un momento de


incómodo silencio que se prolonga hasta un minuto. Me muerdo el labio—
. Entonces… ¿tú y la pirómana malhumorada están cerca?
—¿Pirómana malhumorada? —Levanta una ceja divertido—. No
cerca. Cómodo. Con el otro. —Se encoge de hombros, jugueteando con el
hilo suelto de su chaleco—. La pirómana malhumorada no se inmuta
cuando estoy cerca.

Un sentimiento amargo sube por mi garganta. Me trago la emoción.


Mirando por la ventana, paso una cantidad excesiva de tiempo
estudiando las manchas en el vidrio. Para mí, Riser parece complejo más
allá de la comprensión: una moneda que nunca se sabe de qué lado
aterrizará. Podría hacerle mil preguntas y nunca entenderlo. O sentirme
completamente cómoda con él.

—Bueno, Flame no estuvo en el hoyo, ¿verdad? —digo, molesta por


lo aguda que suena mi voz. Pero ella no tenía los brazos atados con tanta

201
fuerza por detrás que sus hombros estallaron y sus muñecas sangraron.
No le rogó a Riser que la ayudara, solo para ser ignorada.

—Tienes razón. —Su mano pasa por su cabello—. Lo que significa


que me conoces de una manera que nadie más lo hará. Quizás por eso
es que yo… Me importa lo que pienses de mí. —Fuerza una risa vacía—.
Quiero decir, tiene que haber algo en mí que me redima.

Mi respiración se detiene mientras estudio su rostro. Ojos que no


coinciden me estudian de nuevo. El ojo azul oscuro e inquietante, el verde
cálido y claro.

¿Quién eres tú, Dorian Riser Laevus? ¿Puedo confiar en ti?

No seas estúpida. Parpadeo y aparto la mirada. Por supuesto, que no


puedes confiar en la persona que casi te mata en el hoyo.

El sonido del papel alisándose me devuelve la atención a Riser. Me


entrega la página sin mirarme.

—Encontré esto en el techo. Es de tu diario. —Se pone de pie para


irse—. No lo leí, si te lo estás preguntando.

—Gracias... —Pero se ha ido antes de que pueda terminar. De todos


modos, es lo mejor, me digo, pero mis palabras suenan huecas mientras
veo a Riser y Flame riéndose de algo cerca de la parte delantera.

El papel se siente pesado en mi mano. Decido no leer las palabras.


Solo traerán recuerdos del pasado, y ahora mismo necesito
concentrarme. Busco en mi cartera fósforos para quemar la página, y mis
dedos cruzan a Bramble.
Lo levanto y le planto un beso rápido y maternal en el frío metal de
su espalda, luego lo apago.

—Lo siento, B, pero no les gustarás mucho al lugar al que vamos.

Al igual que la carta, pertenece a mi antigua vida y a la chica débil


y cobarde que hará que me maten.

Encuentro las cerillas. Quedan dos. La carta está hecha una bola en
mi mano, empapada de sudor. Quizás debería dejar que se seque un poco,
creo, ya que solo hay dos cerillas. Dejo el papel en el asiento junto a mí y
apoyo la cabeza contra la ventana.

Lo quemaré. Lo haré.

202
Finalmente sucumbo al sueño, y cuando me despierto, los
escombros afuera han sido reemplazados por exuberantes montañas
verdes que se curvan una y otra vez. Debo haber dormido toda la noche
porque está cerca del amanecer, la cortina oscura de la noche se levanta
lentamente. Cuando llegamos a la cima de la montaña, Dominus se
extiende por el horizonte, el lugar de nacimiento de mi madre y la ciudad
monárquica más grande.

Antes de partir hacia Hyperion, Los Oros vivían aquí en majestuosas


propiedades con vistas al mar, atendidos por un ejército de Bronces. A
muchos de los Bronces que sirvieron aquí se les ha concedido la entrada
a Hyperion.

Porque, ¿qué sería del nuevo mundo sin campesinos a quienes


gobernar?

Una de esas fincas palaciegas y serpenteantes a lo largo de los


acantilados perteneció una vez a la maldita Casa Croft. Después del
bombardeo que mató a la emperatriz, Ezra huyó, por lo que asaltaron la
finca y encarcelaron a toda la Casa Croft, a pesar de que su familia había
repudiado públicamente a Ezra años antes.

A cambio de su liberación, Ezra se entregó.

Impaciente por anunciar su victoria, el emperador ordenó que el


intercambio se transmitiera por las pantallas de la grieta. Todos vieron a
Ezra Croft explotarse a sí mismo, eliminando a una gran cantidad de
Centuriones desprevenidos. En represalia, colgaron su manto rojo
andrajoso de la plaza, junto con todos los hombres de la Casa Croft,
poniendo fin a la línea Croft.
O eso pensó el emperador: no sabía nada de Riser.

Mi mirada recorre la ciudad ahora abandonada mientras trato de


imaginarme a mi madre aquí de niña. De los edificios blancos brotan
agujas, pilares y cúpulas de mármol pálido, junto con los largos y
esbeltos acueductos que llevan agua a la ciudad y llenan sus famosos
baños calientes. Creo que hay una calle que lleva el nombre de la familia
de mi madre, o tal vez sea un parque. Lockhart. Tengo la mitad de la idea
de ir a buscarlo y hacerlo explotar.

Cuidado, Everly. Empiezas a sonar como un fieniano.

El pensamiento no es tan alarmante como debería ser.

Más montañas, más pueblos monárquicos abandonados. Debo

203
quedarme dormida de nuevo porque cuando llego veo campos verdes y
llanos y franjas increíblemente gruesas de cielo azul, alguna que otra
aldea vacía.

Finalmente, una cúpula de mármol se eleva desde el valle de abajo.


Parpadeo somnolienta ante la Oficina General monárquico, del tamaño
de una sandía, rodeado por todos lados por montañas grises y una valla
de acero con púas. Necesito un momento para darme cuenta de que las
esferas metálicas que pululan sobre la sede son drones.

Justo sobre la montaña más alta con picos nevados se encuentra


Isla Esmeralda, en realidad más una ensenada que se extiende a través
de un lago verde brillante.

Las ventanas se oscurecen de repente. Hay una sensación de caída


por mi parte media mientras descendemos por el túnel dentro de la
montaña. El resto del camino será subterráneo.

Es hora de destruir la carta. La cabeza del fósforo estalla con un


suave zumbido. Sostengo la llama en la esquina del papel, con la
intención de quemarlo, pero tan pronto como mi letra chiflada e infantil
sale a la luz, dudo.

Las campanas de alarma suenan dentro de mi cabeza. La página


está fechada tres días antes de la muerte de mi padre, pero no recuerdo
haber escrito nada entonces.

Me inclino cerca:
Yo, Maia Graystone, estoy escribiendo este mensaje para mí, con
pleno conocimiento de que tan pronto como esté completo, lo esconderé y
olvidaré que lo escribí.

Padre me lo contó todo hoy. Decidimos, juntos, guardar el mapa y la


llave dentro de Max y de mí. Después, grabaría este mensaje de padre y
luego me olvidaría de todo.

Por favor, no te enojes con él, Maia. Me ofrecí como voluntaria sobre
sus protestas, y sabes lo tercos que podemos ser. No sé dónde estás en tu
viaje ahora, pero espero que sigas siendo la chica optimista, divertida y
autosuficiente que soy ahora, ¡por supuesto que lo eres! Y estás siendo
amable con Max, sé que es difícil. Solo recuerda que padre te ama y que
estás haciendo lo correcto.

204
Oh, la parte más importante. ¡No olvides que eres increíblemente
valiente!

Firmado

Tu yo más joven y asombroso

El mensaje de mi padre, aunque entregado por mi mano, tiene su


caligrafía elegante y meticulosa:

Mi querida Maia,

Si estás leyendo esto, entonces todavía estás viva y, ruego, saludable.


A estas alturas seguramente estoy muerto y el Proyecto Hyperion estará
en sus etapas finales. Si esto es cierto, espero que no te haya causado
mucho dolor. Sé que no siempre fui el padre más atento, pero te prometo
que todo lo que hice fue por ti y tu hermano.

El Proyecto Hyperion comenzó como una solución de último recurso


para el asteroide. En el caso de que el daño causado a la población
restante fuera catastrófico, los Elegidos reconstruirían la raza humana. Sin
embargo, el emperador prometió utilizar una parte significativa de sus
recursos para investigar formas de proteger la tierra del asteroide. Como
descubrí más tarde, esa promesa nunca se cumplió.

Incapaz de aceptar la destrucción de tantos, comencé a explorar las


posibilidades utilizando materiales prohibidos por la Ley de Reforma. Seis
años de desarrollo, me topé con el gran avance que necesitaba. Trabajé en
secreto, llamando a mi proyecto Mercurian. El Mercurian fue desarrollado
para desviar al asteroide de su curso lo suficiente como para minimizar el
daño y salvar a la mayoría de la población.

Desafortunadamente, en ese momento, el emperador también había


descubierto el Mercurian. Cegado por su propia ideología deformada,
ordenó su destrucción en lugar de utilizar la tecnología que prohibió. Así
que escondí el Mercurian y me aseguré de que la única forma de
encontrarlo fuera a través de Max. Tú eres la otra a prueba de fallos,
porque de alguna manera, el emperador tenía razón: hay quienes usarían
el Mercurian como arma.

Maia, esto es muy importante. En las manos equivocadas, el

205
Mercurian podría hacer lo único para lo que fue diseñado: destruir a la
humanidad.

No puedo decirte cuánto tiempo luché con la decisión de involucrarlos


a ti y a Max. Sabía que al hacerlo te pondría en peligro mortal, pero para
entonces no había nadie más en quien confiara plenamente. Aunque lloro
por la vida de la que sin duda te privaré, sé que no eres como la mayoría
de los niños. Eres fuerte, honorable, ingeniosa y sabia para tu edad.

No estabas destinada a casarte con un príncipe, Maia; estabas


destinada a gobernar.

Por favor, recuerda, Maiabug, a la luna, las estrellas y el universo, así


es como llega mi amor por ti.

Espero que esta carta críptica, por diseño, te haya permitido algo de
paz. Sé que ya he exigido más de lo que cualquier padre debería pedirle a
su hija, pero hay una cosa más que necesito de ti. Debes encontrar el
camino a la corte. El Mercurian se esconde en la Isla, en un lugar diseñado
especialmente para ti. Todavía hay tiempo para activarlo y detener al
asteroide. Lo que otros usarían para destruir, debes usarlo para salvar.
Pero no puedes hacer esto sola. Debes aliarte con la gente; debes
despertarlos. Miles de millones de vidas dependen de ti, cariño; por más
difícil que sea, sé que no me decepcionarás.

Todo mi amor,

Padre
Veo la página arder a mis pies, una estrella brillante susurrando
pequeñas luciérnagas rojas que se mueven silenciosamente hacia el
techo.

Abro la boca para hacer sonidos, para llorar, pero todo lo que
conjuro es la saliva agria que significa que estoy a punto de vomitar.

Padre no era un traidor. Estaba tratando de salvar a la población. Y


ahora miles de millones de personas dependen de mí. No solo un hermano
pequeño molestamente precoz. Miles de millones. Por un segundo, la
oscuridad parece derrumbarse sobre mí. Me estoy ahogando,
ahogándome en ella. Luego camino a través de la turbia neblina de
sombras y recuerdos: mi padre, Max, la bata blanca que usé para el
pequeño procedimiento, la forma en que mi padre sonrió y me abrazó

206
después.

Mi cerebro lucha por procesar esta nueva información. Aún hay


esperanza. Miro hacia arriba, aunque no puedo ver a través del techo de
la barandilla y la montaña el gigantesco trozo de roca en el cielo, que se
lanza hacia nosotros con silenciosa eficiencia. Pienso en todos los años,
en todas las madres, padres, hijos e hijas, que han mirado su muerte
llorando por alguien que los salve, sabiendo que nadie lo haría.

Hay una manera de detener Su ira, y ellos lo han sabido todo el


tiempo.

Es como una de esas pesadillas cuando te caes. Sabes que en algún


momento tendrás que golpear el suelo, pero en el último segundo te das
cuenta de que es solo un sueño y te despiertas llorando de alivio.

Excepto que no estoy sollozando, ni siquiera cerca. Y el alivio que


siento da paso a la ira. Rabia fría, dura y abrumadora que hierve a fuego
lento debajo de mi esternón y enciende dentro de mí un sentido de
propósito.

Es esta misma rabia la que arrastra a la superficie el recuerdo del


cuerpo de mi padre. Ojos vidriosos y rodados hacia el techo. Sangre
fluyendo en ríos espesos y brillantes desde su cuello y costado. Su boca
se abrió, jadeando por respirar, un pez fuera del agua. Manos suaves y
gentiles se abren como si aún buscaran la manija de mi puerta. Podría
haber huido, podría haber escapado, pero había venido a salvarme. Lo
ejecutaron justo cuando abrí mi puerta.

—Ellos lo mataron —digo en voz alta.


Ellos lo mataron.

Ellos lo mataron.

Lo asesinaron.

Mi cuerpo se balancea con el movimiento del raíl. La oscuridad lo


abarca todo, el fuerte ronroneo del raíl resuena en las estrechas paredes.
En unos minutos llegaremos a la Oficina General, donde Brogue nos
entregará para viajar a la Isla. Me sorprende lo tranquila que me siento.
Que muy, muy decidida. De alguna manera se siente como si me hubiera
estado preparando para este mismo momento toda mi vida.

Después de todo, no es la primera vez que estoy aquí. Asustada y


sola. No estoy segura de en quién confiar. Luchando por sobrevivir en un

207
entorno duro e implacable.

Excepto que esta vez será diferente.

Porque esta vez voy a contraatacar.


Parte II

208
Las cosas que nos agradaban se convirtieron en polvo.

Y las cosas que nos acechan brotaron de sus restos.

Hasta que la cosecha podrida, regada con la sangre de nuestros


hijos,

creció tan alto que ocultó el sol…

Y olvidamos que alguna vez amamos la luz.

~ Baronesa Lillian Lockhart


21

209
La Oficina Central de la Reforma está repleta de personas con
vestidos blancos andróginos, cientos de ellas, cada una plantada frente
a una gran pantalla con un número al lado. Aunque no veo auriculares,
es obvio que cada espectador puede escuchar la pantalla frente a ellos.

Mientras miro, el número de la pantalla más cercana a mí aumenta


de 3.043.506 a 3.043.507. Estas deben ser las pantallas utilizadas para
seguir los números de los Durmientes emparejados a cada Elegido.
Intento imaginar cómo es tener un millón de seres humanos sumados a
mi mente. Viendo lo que veo. Sintiendo lo que siento.

Siendo yo.

Como si leyera mi mente, Cage me toma del codo, susurrándome al


oído:

—No te preocupes, gatito, cualquier cosa que no sea para sus


pequeñas y furtivas orejas se borrará automáticamente.

Nos presentan a nuestra guía, lady Worsley, una mujer baja y


puritana vestida con un traje de paseo negro con corsé. Su moño severo
estira sus cejas en afilados picos negros. Flame mira por debajo del ala
de su sombrero, escaneando subrepticiamente nuestro entorno. Este es
el núcleo del esfuerzo de la propaganda de los monárquicos y la oficina
del ministro de la Defensa, el general Cornelius Bloodwood.

Convirtiendo a Flame en el proverbial zorro en el gallinero.

La astuta mirada de Flame recorre las paredes antes de posarse en


una gran pantalla que ocupa toda la pared central. Es un mapa,
salpicado y veteado de pequeñas estrellas que representan a los
Durmientes.

Y todavía hay demasiados puntos oscuros.

Pasamos a través de una colección de pasillos y habitaciones hasta


una especie de sala de espera. Me toma un minuto orientarme porque
toda la pared oeste es un valle verde oscuro, sombreado por montañas
altas y exuberantes. El techo, un gran y hermoso cuenco al revés de azul,
estalla en canto de aves. Casi puedo sentir la brisa en mi rostro.

Es un lugar destinado a hacerte olvidar. Son buenos en eso.


Minimizar el miedo significa minimizar el pánico, dijo una vez mi madre.

210
También me recuerda que, aunque este lado de la montaña es un bastión
de tecnología altamente controlada prohibida para el resto del imperio, la
Isla al otro lado sigue la Ley de Reforma. Después de todo, la corte debe
dar ejemplo.

¿Pero las Pruebas de las Sombras? Dudo mucho que esos sigan el
protocolo. ¿Qué tan divertido sería eso?

—Tranquilizador, ¿no? —La voz suave proviene de una chica Bronce


sentada contra la pared opuesta. Cabello rubio ceniza cae en suntuosas
ondas sobre un vibrante vestido azul pálido, coronado con una capa
rígida de seda amarillo narciso y bordado con tul adornado con suaves
rosetas. Su rostro tiene forma ovalada y ligeramente regordeta, con un
tinte rosado natural en sus labios y mejillas y unos ojos de un rico marrón
hechos para sonreír.

—Una vez tuvimos una sala de estar que parecía que estabas en las
nubes, pero no se lo digas a nadie. —Haciéndome señas, me ofrece una
mano delgada y deshuesada—. Soy lady Merida Pope, y este… —le da un
codazo al chico que está a su lado—… es lord Rhydian Pope, mi primo.

El chico se parece mucho a Merida, con un rostro más delgado y ojos


más oscuros, y usa un traje de día de color similar. Asiente con frialdad
en mi dirección.

Estrecho su mano.

—Soy Everly… lady Everly March.

Los ojos de Merida revolotean sobre mi cabello.

—Ese color te queda estupendo. ¿Es reconstruido?


—Por supuesto que no —digo bruscamente, quizás un poco
demasiado rápido—. La reconstrucción estética está prohibida.

La chica se ríe, sus ojos brillando.

—Por favor, lady March, únete a nosotros.

Hago lo que me instruyen.

—Mi padre dijo que el único crimen en territorio monárquico era ser
pobre. Todo lo demás era cuestión de precio.

—¡Merida! —reprende Rhydian.

—¿Qué? ¡Es verdad! —protesta Merida—. Además, todos los


cortesanos que conozco tenían múltiples reconstrucciones para cuando

211
tuvieron la edad suficiente como para asistir a los bailes Esmeralda en la
Isla.

La mirada de Rhydian se mueve rápidamente detrás de mí. Ahí es


cuando noto a la otra finalista sentada cerca de la parte de atrás. Me
quedo mirando, tal vez más de lo que es educado. Ella no es como
esperaba. Prolijo cabello negro peinado al estilo paje. Blazer negro
medianoche y pantalones de hombre estrechos sobre una complexión de
palo de escoba. La corbata de cuadros amarillos y negros que cuelga de
su cuello hace juego con sus Oxfords pulidos con punta de acero. Unos
llamativos labios rojos unen todo.

Rhydian aprieta la mano de Merida, suavemente.

—Mer, semejante discurso podría haber sido tolerado en Coventry,


pero no aquí. Prométeme que no lo olvidarás.

Merida lanza una mirada dudosa a la chica solitaria en la parte de


atrás.

—Lady Teagan no da ni dos denarios fienianos por lo que estoy


diciendo. —Con una mano ahuecando su boca, me susurra con
complicidad—: Es una subversiva. La Casa de Aster debe haber agotado
toda su fortuna minera al traerla aquí.

Vuelvo a mirar. Excepto por el corte de cabello y su ropa, se ve


bastante normal; para nada como la criatura débil y genéticamente
corrupta por la que los monárquicos hacen pasar a los subversivos.

Escuché la palabra por primera vez cuando tenía seis años, justo
después de besar a otra chica en los labios, de la misma manera que
había visto a mi madre besar a mi padre. Fue inocente, un capricho
infantil, pero eso no impidió que los otros niños en el parque me
escupieran esa palabra como si fuera el peor insulto imaginable.

Mi madre explicó que los pocos muy desafortunados que nacían con
un mal, una enfermedad, en realidad, eso los hacía incapaces de vivir
armoniosamente en sociedad. Incapaces de tener familias. Criar hijos.
Ser productivos.

Lady Teagan capta mi mirada y sonríe con una sonrisa lenta y


afilada. Hay algo refrescante en ella, una vibra sin remordimientos de
“esta soy yo, tómalo o déjalo”.

212
Quiero devolverle la sonrisa. Quizás presentarme. En cambio,
aprieto los labios y miro la pared. No puedo permitirme aliarme con
alguien que se destaque, que no sabe cómo jugar el juego.

Rhydian suspira, devolviendo mi atención a la conversación.

—Sólo, promételo, Mer, ¿vigilarás tu discurso?

—Lo prometo —dice Merida, luciendo cualquier cosa menos


arrepentida mientras me guiña un ojo.

Merida es lo opuesto a lady Teagan. Suave, juguetona, con una


alegría infantil que es contagiosa. En mi vida anterior, habríamos sido
amigas inmediatas. Podríamos haber hablado de chicos y de moda, ropa
compartida y secretos.

Ahora, sin embargo, al igual que lady Teagan, ella tiene poco valor y
decido mantener mi distancia.

La taciturna lady Worsley regresa para recoger a nuestros asistentes


y equipaje, seguida por un hombre furtivo con un bigote oscuro y
resbaladizo, patillas gruesas y un sombrero hongo.

—El Censor —susurra Merida mientras el hombre evalúa en silencio


el traje de Rhydian, con una expresión de profunda concentración en su
rostro. El hombre hurga en los bolsillos en busca de armas. Sacando una
delgada varita de su bolsillo, la pasa rápidamente sobre Rhydian,
buscando dispositivos prohibidos, me imagino.

Sin una palabra, el Censor pasa a Merida y luego a mí. Se demora


más con mi pobre vestido, pero finalmente pasa a Riser, quien se cruza
de brazos y mira con hostilidad al hombrecito.
Teagan es la última. El Censor se detiene justo frente a ella, sus
pequeños ojos redondos parpadeando, como si hubiera encontrado algo
inesperado. Un pequeño ceño altera su expresión de otra forma
indiferente. Teagan lo mira descaradamente, enviándolo a huir
murmurando en voz baja.

Le entrego la pequeña cartera con mis escasas pertenencias a


Brogue. Antes de irse, se inclina hacia mí.

—No se equivoque, lady March, su vida ahora está en peligro. Lo


único más perverso que un cortesano es un desterrado. Buena suerte.

—¿Qué estamos esperando aquí? —digo, más para Rhydian que


para Merida, que está ocupada ayudando a su asistente a reunir su gran

213
séquito de baúles.

Aunque Rhydian tiene un rostro tranquilo y sereno, sus ojos están


perdidos. Es un tipo de tristeza diferente a la mirada angustiada de Riser.
Del tipo que no se puede alejarse al reconstruirse. Como si estuviera
pateando furiosamente justo por encima de la superficie y pudiera
ahogarse en cualquier segundo.

—Nos van a conectar al sistema.

Cierto. Tan pronto como lo hagan, estaremos abiertos a la carga. Mi


estómago se revuelve ante la idea.

—¿Tomará mucho tiempo?

—No lo creo —dice Merida, ahora que terminó con sus


pertenencias—. También nos revisan en busca de microinplantes de
contrabando.

Riser y yo compartimos una mirada. Estamos a punto de averiguar


si Flame sabe lo que hace. El pensamiento no proporciona mucho
consuelo.

Merida le da a Riser una mirada cautelosa.

—¿Lo conoces?

—Lord Riser Thornbrook —digo, frunciendo el ceño—. Nos


conocimos en el tren.

—¿De qué estado proviene? —pregunta Merida.

Los Cinco Círculos del Infierno, pienso sombríamente.


—Lamentablemente, creo que su familia perdió todo después de su
caída de la corte, incluso sus tierras.

—Una criatura bastante salvaje, ¿no es así?

Oh, no tienes idea.

Como si supiera que estamos hablando de él, Riser dirige su aguda


mirada hacia nosotros. No acostumbrados a esos malos modales, tanto
Merida como Rhydian sonríen nerviosamente y miran hacia otro lado. Lo
fulmino con la mirada.

Él me responde endiabladamente con una sonrisa.

Lady Teagan es la primera, seguida poco después por lady Merida y

214
luego su primo. Esperamos en silencio. Pasan diez minutos. Media hora.
Estoy a punto de ponerme de pie cuando mi nombre es llamado.

Tan pronto como entro en la habitación, estoy inmersa en una selva


tropical. Hojas gigantes de un verde gomoso susurran a mi alrededor. Los
sonidos diversos y superpuestos de aves, monos y otros animales crean
un manto de ruido relajante. El aire es húmedo y huele a flores, tierra y
lluvia. Es una experiencia increíble, de verdad, considerando que la
última selva tropical sobreviviente desapareció hace casi un milenio.

Me acuesto en una mesa de metal, de lado. Una mujer me dice que


cierre los ojos. Es imperativo que permanezca tranquila e inmóvil. Hay
olor a alcohol, la sensación fría de algo siendo frotado en mi cuello. Un
ligero pellizco, una leve presión en la base de mi cráneo, y está hecho.

Luego, me pongo de espaldas y la mujer pasa una pequeña varita


sobre mí. Zumba con un sonido estático, una luz azul pulsando desde su
punta. Parpadeo cuando se cierne sobre mis ojos. Hay un pitido ligero y
alarmante.

La frente de la mujer se arruga y se inclina hacia adelante.


Obviamente Flame lo arruinó. Los latidos de mi corazón, mostrados en
una pantalla, comienzan a acelerarse. Justo antes de que la mujer pueda
dar otra barrida, la varita se apaga inexplicablemente.

—Eso nunca antes había sucedido —dice—. Pero no tenemos tiempo


para arreglarlo. —Me lanza una sonrisa preocupada y asiente hacia la
puerta trasera—. Es posible que sienta un breve hormigueo con la
primera carga, pero se acostumbrará.

Encuentro a Merida y Rhydian esperando en la habitación de al lado,


junto con Teagan.

—Bueno, supongo que pasaste —dice Merida, esbozando una


sonrisa de felicitación. Presiona sus dedos en el hueco de mi codo—. Me
alegra.

Rhydian no es tan cordial. Él sabe lo que yo sé. No somos amigos.


Todo lo contrario. Pero es agradable, al menos, ofreciendo sus
felicitaciones con una sonrisa de labios apretados y haciendo preguntas
educadas pero desinteresadas sobre mi salud y mi vida. Cuando se hace
evidente por mis respuestas cautelosas que tampoco me interesan los
comentarios amables, parece aliviado, retirándose felizmente a un rincón.

Una mujer diferente aparece con un portapapeles.

215
—Lady Teagan Aster III, por favor venga conmigo.

Ya esperándolo, lady Teagan ha dado un paso adelante, treinta


centímetros completos más alta que la mujer.

—Déjeme adivinar —dice Teagan, su voz más cansada que de mal


genio—, ¿mi librea la ha ofendido?

La mujer aprieta sus finos labios, su rostro frunciéndose como si


oliera algo rancio.

—Subversiva, todo su personaje ofende.

—Claro —dice Teagan. La forma en que su rostro permanece


tranquilo y distante me dice que está acostumbrada a este tipo de
tratamiento. Mientras las veo desaparecer en otra habitación, me
encuentro apoyándola inexorablemente.

Riser entra justo cuando lady Worsley viene a recogernos. Sus


zapatos de tacón de madera golpetean contra el suelo de baldosas.
Mientras nos lleva lejos, Merida se vuelve hacia mí, levanta sus cejas
rubias cenizas y de alguna manera imita perfectamente su rostro
retorcido. El acto es tan juvenil e inesperado que me echo a reír. Merida
también se ríe, una pequeña mano tapando su boca para ocultarlo.

Riser gira lo suficiente para que su único ojo azul sea visible. Una
advertencia. Continúa con la tarea. No hagas amigos. Tiene razón, así
que pierdo la sonrisa y sigo el resto del camino en silencio.

Literalmente corremos para mantener el ritmo de Cara-Severa. A


pesar de sus piernas cortas, logra un paso muy rápido y enérgico, y antes
de que pueda orientarme, estamos subiendo los escalones hacia la puerta
del techo.

Cuando llegamos al techo, un viento agradable pasa por encima de


mí, soltando mi chaqueta y mi cabello. El sol se posa bajo y gordo en el
horizonte.

Mientras caminamos hacia la nave, miro a través del valle. Hay un


pequeño paso entre las montañas, una cerca de alambre de púas de diez
metros de alto que lo hace impenetrable. Las masas de gente que se
retuercen hinchan el paso como un río. La cerca debe estar electrificada
porque chispas naranjas brotan de la cerca cada vez que la multitud se
acerca demasiado. Aparte de unos pocos gritos agudos, sus gritos hacen
un estruendo amortiguado.

216
Mi mirada se fija en algo precipitándose por el camino que conduce
a la puerta: un carro lleno de gente.

Merida hurga en su bolsa de charol y me entrega unos prismáticos


con trenzas doradas.

—Dicen que el emperador ve rebeldes y simpatizantes fienianos en


todos los rincones. Cada vez que regresan de la estación espacial, más
cortesanos son arrojados a los lobos al otro lado de la cerca.

Las personas en mi lente se enfocan. Por sus ropas, diría que son
Plateados. Dos centuriones los conducen, encadenados, hasta la puerta.
Se abre lo suficiente para ser obligados a pasar y luego se cierra de golpe.

—Observa lo que les pasará a aquellos que no hacen la Eliminación


—susurra Merida.

Sé lo que pasará, pero no puedo apartar la mirada. Desaparecen


bajo la multitud enfurecida, sus gritos enmascarados por el fuerte
zumbido de la cerca. Las chispas estallan salvajemente y luego todo se
queda en silencio.

Mientras devuelvo los binoculares, siento una renovada urgencia


por encontrar lo que mi padre escondió y ganar.

A como dé lugar.
22

217
La nave de camuflaje hace un ligero zumbido. Nos apilamos y
encontramos nuestros cinturones de seguridad. Tengo que admitir que,
dado la historia que tenemos Riser y yo, juntos en espacios altos, trato
con fuerza no mirar al suelo mientras limpiamos el techo y el arco sobre
el valle. No ayuda que las paredes y el piso de la nave de camuflaje estén
completamente despejados, como si estuviéramos flotando dentro de una
burbuja. Las paredes son realmente pantallas que proyectan imágenes.
Sin embargo, eso no lo hace menos desalentador.

Surrealista. Esa es la palabra bailando en la punta de mi lengua.


Mirando hacia afuera, viendo kilómetros de pastos verdes, montañas de
color gris acero, el aire libre y cielo ininterrumpido, es como si estuviera
en otro mundo. No recuerdo la última vez que vi algo más que carnicería
y fealdad.

Justo antes de que pasemos por las montañas, mi estómago se


hunde y hay una sensación más ligera que el aire. Creo que por un
segundo podría lanzarme, pero luego nos estabilizamos.

La cima de la montaña se convierte en un espacio vacío. Cielo azul


y nubes onduladas. El enorme lago que alberga la isla se despliega bajo
mis dedos, una tela sedosa de color azul verdoso, arrojando pequeñas
gemas de luz solar de su superficie. Descendemos bajo. Muy bajo. Mi
cuerpo se tensa con el impacto imaginado. Pero en el último segundo nos
estabilizamos, apenas evitando las gaviotas blancas que se deslizan a
baja altura sobre el agua.
Un denso bosque verde rodea la costa, bordeado por el amarillo
marrón de las marismas. Bosque Penumbria. Mi cuerpo se vuelve pesado
cuando nos elevamos por encima de los árboles y nos deslizamos por lo
que parecen kilómetros. La alfombra verde y frondosa desaparece y
cruzamos un prado, la sombra de la nave de camuflaje asombra a un
grupo de ciervos de pecho blanco.

Ubicado en lo profundo de las colinas distantes y tallado en la ladera


de la montaña, una monstruosidad de color blanco hueso brilla bajo el
sol. El palacio de la corte de Laevus.

Mis ojos revisan todo. El Mercurian se esconde en uno de esos


bosques, una de esas habitaciones de piedra. En realidad, podría estar
en cualquier parte. ¿Y cómo se supone que voy a encontrarlo? Incluso si

218
supiera dónde buscar, el castillo y los terrenos estarán llenos de
Centuriones y cortesanos recelosos. ¿Y cómo se supone que debo
concentrarme en encontrarlo cuando todo mi enfoque debe estar en
sobrevivir a la Selección y las pruebas?

Una sombra se derrama sobre la nave. La Torre HighClare aparece


a nuestra derecha, más alta de lo que parece posible, con sus pálidas
piedras oscuras por el musgo, la enorme bandera negra que ondea desde
su corona con el fénix con garras del emperador.

Merida sigue la torre con la mirada.

—Tenía la esperanza de que lo hubieran derribado —dice en voz


baja, a nadie en particular. Se vuelve hacia mí—. ¿Has estado antes en
la corte, lady March?

—Sí, cuando tenía… —Nueve—. Era un bebé —termino, aclarando


mi garganta—. Pero no recuerdo nada al respecto, obviamente.

Merida traza la parte superior de la torre menguante con la yema del


dedo.

—Yo tenía seis años y Rhydian siete cuando nos desterraron. Vi a


mi tío, el padre de Rhydian, colgar de ese lugar de allí, junto con otros
cinco de la Casa Pope.

Rhydian levanta la vista por primera vez desde que entramos en la


nave.

—Mi padre era un conspirador y simpatizante fienianos, por lo que


recibió la muerte de un traidor.
Nadie dice una palabra después de eso. Hay una pequeña
turbulencia cuando la nave se instala en el medio del patio adoquinado,
junto a la Fuente del Día de la Liberación, un impresionante monumento
de mármol, tallado en la forma gigante del emperador Laevus rodeado por
cien niños de mármol espeluznantes.

Cuando tenía seis años, comenzaron a transmitir el progreso de la


fuente del Día L a través de las pantallas de la grieta. Se necesitaron más
de tres años e innumerables Bronces para construirlo. Cada hora, el agua
sale a chorros de las manos ahuecadas de los niños, para contar los días
hasta el Día L. Debajo, disfrutando del rocío de la fuente, hay flotillas que
se balancean con parejas alimentando a los cisnes bajo sombrillas con
volantes.

219
Hay un leve siseo cuando los lados de la nave se elevan. El aire
bañado por el sol y el embriagador, pegajoso y dulce aroma de rosas y
cálida hierba llenan la nave. Mi cerebro nada con el sonido de los cascos
de un carruaje cercano y los cisnes trompeando. Mi cuerpo, ya
acostumbrado al suave balanceo de la nave, necesita un segundo para
adaptarse al suelo.

Merida y Rhydian salen primero. Miro nerviosamente al mundo


vibrante que me espera. ¿Está mi madre aquí? ¿O está arriba, pasando
sus días en Hyperion? Por supuesto que lo está. El alivio relaja la tensión
en mis hombros. No tendré que verla todavía.

Real o imaginario, siento un ligero toque contra mi dedo meñique,


como si Riser, por el más breve de los momentos, estuviera practicando
el gesto demasiado humano de consuelo.

Riser salta y se gira para ofrecerme su mano.

—Mi lady.

Su mano es cálida, fuerte y sorprendentemente reconfortante, y la


aprieta suavemente, quizás demorando un poco más de lo necesario. Pero
debajo de los modales, su voz es fría. Es obvio que nuestra última
conversación en el ferrocarril ha cambiado nuestra amistad.

Hago una reverencia, agachándome para ocultar la punzada de


arrepentimiento que siento por lastimarlo. Por alguna razón, las últimas
frases del primer poema sancionado de mi madre, escrito cuando ella
tenía mi edad, resuenan dentro de mi cráneo:

Porque soy carne y soy hueso. Forjado en llamas; grabado en piedra.


Porque soy libre.

Libre para dejar de ser una niña.

—Dejar de ser una niña —le susurro. Luego nos vamos por el césped
de felpa. Un lord y lady, haciendo nuestro papel.

La primera carga ocurre justo después de ingresar a mi


apartamento. Demasiado tarde para el recorrido, nos dirigimos
directamente a los Apartamentos Hawthorne del Castillo, el edificio
reservado estrictamente para los finalistas de la Prueba de las Sombras.
Es un edificio más antiguo, envuelto en una espesa hiedra y la falta del

220
esplendor de la corte Laevus, pero sigue siendo impresionante con sus
audaces columnatas y estatuas doradas. Después de todo, los visitantes
barones Oro y sus familias solían quedarse aquí.

Mi apartamento está en el segundo piso, pasando la gran escalera


de mármol. Un rectángulo grueso de motas de polvo se arremolina a la
luz de la ventana abierta que da a los Jardines Reales. Los establos se
encuentran al este, el penetrante olor a estiércol de caballo y heno
podrido flotando en la suave brisa. El sol roza el río Palladium en la
distancia.

Flame está aquí, agachada sobre el aparato que ha logrado instalar


dentro de mi armario, para un rápido escondite, explicó. Está más arisca
que de costumbre, debido al hecho de que el cifrado que permitirá la
comunicación con Nicolai está tardando más de lo debido. Dejé de contar
sus estallidos vulgares y llenos de improperios cuando llegué a cien.
Fuera de eso, estamos haciendo un trabajo experto al ignorar a la otra.

Como mi asistente, es bastante deficiente. Pero como la mente


maestra de la tecnología que me mantiene fuera de la red de la monarquía
y en contacto con Nicolai, supuse que se está ganando el sustento.

Estoy cerca de la ventana, disfrutando del sol en mis mejillas,


cuando una pequeña sacudida se dispara en el centro de mi cerebro. Me
zumban los labios y la punta de la nariz. La sensación es extraña pero
familiar, una palabra que dices una y otra vez hasta que simplemente se
convierte en una cadena de sílabas irreconocible. La presión detrás de
mis ojos se libera y me quedo con una sensación de dolor sordo, como un
moretón dentro de mi cerebro.
Mi primera carga.

Me aliso el cabello, me visto con el traje que me envió Merida, un


traje de montar sin espalda, color marfil, con mangas abullonadas y
cuello alto que le daría una caricia al Censor, y hago una reverencia para
Flame.

—¿Cómo me veo, fieniana? —Aunque es mejor que el anterior disfraz


mohoso, también es más atrevido, sin corsé y flagrantemente moderno.

Flame levanta la vista de su juguete.

—Como una ramera de la realeza.

—Perfecto. ¿Cuánto falta para que volvamos a estar en línea con

221
Nicolai?

—Podríamos hacerlo ahora. Es decir, si no te importa colgar del


cuello de la Torre junto a la Caída de la Sombras.

—No, gracias. —Entrecerrando los ojos, miro más de cerca—.


Entonces, ¿qué estás haciendo, exactamente?

Sin levantar la vista, Flame dice:

—Incorporarme a su sistema mediante un cifrado de caballo de


Troya. Cuando termine, podré controlar su entrada y Nicolai tendrá un
modo de transmisión sin detección. ¿Alguna otra pregunta idiota?

—Nop. Entendido.

Flame me da una mirada molesta.

—¿No tienes un lugar en el cual estar?

Levanto mis manos.

—Me estoy yendo.

—Espera. —Saca un puñal plano de su escaso escote y me entrega


el arma. Ruedo el mango corto entre mis palmas. Es imposible ignorar la
forma en que mi corazón palpita ante la fría pesadez de la daga.

—Pero nos registraron —señalo estúpidamente.

Bufa, quitándome el arma.


—No, ramera, toquetearon y pincharon como tontos mojigatos. —
Despega el escote de mi busto y frunce el ceño—. ¿Qué tipo de traje no
tiene bolsillo para puñales? —Antes de que pueda responder, ha cortado
las costuras del dobladillo y ha deslizado la hoja plana hacia adentro—.
Ahora estás perfecta.

—Gracias. —Sonrío—. Intenta no hacer nada terrorista mientras


estoy fuera.

Los demás me esperan en el salón. A estas alturas ha habido cientos


de cargas, sus mentes un bajo zumbido estático dentro de mi cabeza.
Acostumbrarse a ello llevará algún tiempo.

Merida se ha cambiado a un traje de color rosa oscuro que se

222
despliega de una manera que hace que cada movimiento parezca un baile
elaborado. Audaz y divertido, combinado con solo un toque de lápiz labial
coral. Evaluando mi atuendo, me da un apretón rápido en la mano.

—Como si estuviera hecho para ti. ¿Acaso tú, ya sabes, lo has


sentido?

—Sí —le digo, temblando al recordar la carga.

—Es como si alguien se estuviera moviendo dentro de tu cabeza.

No señalo que en realidad están dentro de nuestra cabeza. Mejor no


pensar en eso.

Merida se ríe.

—Pero la parte más extraña es pensar en quién está dentro de ti.


Tengo cuatro hermanas menores, y todas planean darme sus cargas, así
que ahora no puedo evitar preguntarme si cada carga que siento es una
de ellas haciendo tonterías.

Rhydian sostiene la puerta mientras Riser nos guía. Tomará un poco


acostumbrarse a ser tratada como una dama. Los dedos de Riser
descansan en mi espalda, rozando ligeramente mi omóplato desnudo.

—Me gusta el vestido, lady March.

Me giró, sonrío, ignorando la forma en que se me pone la piel de


gallina bajo las yemas de sus dedos.

—Vaya, gracias, lord Thornbrook.


Tengo que admitir que estamos haciendo nuestro papel
maravillosamente.

Tomamos un carruaje por los jardines de camino al Castillo de


Laevus. Encuentro el viaje lleno de baches relajante. Riser está perdido,
mirando por la puerta abierta. Si está nervioso o abrumado está haciendo
un buen trabajo ocultándolo.

La Caída de las Sombras aparecerá en cualquier segundo, así que al


principio creo que la sombra que se desliza sobre nuestro carruaje es del
asteroide. Pero esta sombra es fugaz, seguida rápidamente por otra. Al
asomarme, veo la corte de embarcaciones estelares en el cielo, más como
lágrimas de plata, ya que convergen sobre el Castillo Laevus, demasiados
para contarlos, antes de bajar a la vista.

223
—La corte ha vuelto de Hyperion —digo, muy consciente del miedo
que invoca su presencia. Han venido especialmente para la Selección de
esta noche.

La verdadera Caída de las Sombras llega justo cuando el carruaje se


detiene frente a los grandes escalones. Dos asistentes de Bronce que
sostienen antorchas encendidas nos ayudan a bajar y subir las escaleras.
Los pavos reales deambulan perezosamente bajo el pórtico, picoteando
las piernas de los silenciosos Centuriones apostados a lo largo de la
pared. Cada Centurión tiene una antorcha y una pistola.

Una vez dentro, apenas tengo tiempo para asimilar la magnitud


porque nuestros asistentes nos apresuran. Aun así, parece que lleva una
eternidad atravesar el laberinto de pasillos, escaleras y alrededor de los
sirvientes encendiendo velas. Por último, somos dejados en una sala de
estar cubierta de cojines de seda y un fuego sonriente y nos dicen que
esperemos.

Mi primer objetivo es orientarme en mi entorno. Tan pronto como lo


haga, podré comenzar una búsqueda adecuada del Mercurian. La
futilidad de mi situación no se me escapa. Hay literalmente miles de acres
de tierra e innumerables habitaciones para buscar. Debido al riesgo de
que lo encontraran, mi padre tuvo que ser vago en la carta. Y supongo
que iba a proporcionar más orientación en la Simulación.
Desafortunadamente, nada de eso me ayuda ahora.

Esta habitación, creo, se siente de alguna forma familiar. A partir de


fragmentos de memoria, construyo un mapa aproximado dentro de mi
cabeza de dónde estamos. En algún lugar del ala este, en el cuarto piso.
Y si estoy en lo cierto…

El observatorio se encuentra exactamente donde lo recuerdo. Un


largo pasillo bordeado de retratos de la familia real conduce hasta allí.
Las antorchas adornan la pared a mi izquierda, y con cada llama que
paso, mi sombra se extiende hasta casi tocar las escaleras sinuosas de
hierro forjado que conducen al telescopio abovedado de vidrio.

Me detengo justo antes de las escaleras y miro el último cuadro.


Dentro del enorme marco barroco dorado, el príncipe Caspian se sienta
erguido en un trono de mármol blanco, la pesada corona de oro
ligeramente torcida, su túnica negra casi se lo traga. El artista logró
capturar la curva irónica de sus labios y el brillo confiado que calienta

224
sus ojos color champán pálido.

—¿Ves algo que te guste? —pregunta un hombre con una voz rica.

—¡Oh! —Me doy la vuelta—. ¡No…! ¡Quiero decir…! —Miro al intruso.


Tiene rasgos suaves y limpios. Cejas elegantes de color rubio arena.
Pómulos y labios llenos, reforzados por una nariz larga y recta. Los ojos
dorados claros y la piel bronceada por el sol hacen que el cabello rubio
del hombre parezca más brillante.

Y luce una sonrisa irónica.

El hombre asiente hacia el retrato.

—Soy…

—Príncipe Caspian —interrumpo, olvidando cada pedacito de gracia


que me han enseñado—. Lo sé.

Levanta una ceja real.

—¿Y tú eres…?

—¡Oh! Uh… Everly. Lady Everly March. —Ofrezco una mano para
estrecharla antes de recordar que el protocolo adecuado para saludar a
alguien por encima de mi puesto es una reverencia.

¡Maldito sea el infierno de Fienia! No solo está por encima de mi


posición. Es un Oro. Realeza. Eso requiere una reverencia de algún tipo.

Por los dioses, niña, gime Nicolai dentro de mi cabeza. Apenas puedo
mirar.
Bueno, eso fue rápido, respondo. Flame dijo que tomaría un tiempo
encriptar.

Hay algunos problemas que deben solucionarse, pero supuse por la


forma en que iban las cosas que era una emergencia.

Resoplo.

—Eres la última persona de la que necesito ayuda… Oh. —Al darme


cuenta de que estoy hablando en voz alta, mi boca se cierra con fuerza.

—¿Perdóneme? —La refinada voz de Caspian destila diversión.

—Estaba hablando… conmigo misma.

Hay un gemido casi imperceptible dentro de mi cabeza, y luego

225
siento que Nicolai se va.

Caspian me estudia por un momento más, como si fuera una


criatura extraña que necesita ser catalogada. Luego, sus labios se curvan
de nuevo en su sonrisa irónica y se ríe, tomando mi mano y apretándola
firmemente.

—Es un placer conocerla, Lady March.

—Lo siento —digo—, no he venido a la corte en un tiempo. Soy una…

—Finalista —termina Caspian—. Lo sé.

Es difícil no mirar a Caspian. Es exactamente como lo imaginé.


Cálido, accesible, regio. Una sonrisa fácil y rápida. Es guapo, de una
manera segura y agradable, sus anchos hombros se tensan contra un
jubón de cuero de ante ceñido con cintas de tafetán dorado que solo él
puede quitarse. Su marca de Elegido, la misma que yo solía usar, se eleva
desde su cuello alto, las alas del fénix brillando como en llamas.

La conexión entre nosotros es inmediata e imposible de ignorar. Me


mira como si él también lo sintiera. Una vez nos emparejaron, nuestro
ADN encajaba perfectamente, así que imagino que incluso con toda mi
reconstrucción, partes de nosotros todavía lo es. Me aclaro la garganta.

—Los demás probablemente me estén buscando.

Se pasa una mano por su espeso cabello hasta los hombros.


Supongo que la costumbre cortesana exige que se lo recoja, pero en algún
momento del día se le cayó la cinta, probablemente durante una justa o
algún otro deporte noble que tengan en Hyperion, y todavía no se ha dado
cuenta.

—Sí, por supuesto. —Toma mi mano con la palma hacia abajo y se


la lleva a los labios—. Un placer, lady March.

Realizo una pequeña reverencia.

—Mi lord.

Cuando me doy la vuelta para irme, se oye un fuerte chirrido y el


telescopio de arriba cambia a otra posición. Ambos hacemos una pausa
para mirar.

Caspian sube las escaleras de caracol. Desde abajo, puedo distinguir

226
a Caspian mientras acaricia con la palma con amor el cuerpo cilíndrico
largo y elegante del telescopio.

—Nunca había hecho eso antes —dice, frunciendo el ceño. Parte de


su rostro desaparece cuando mira a través de la lente. Cuando termina,
tiene una expresión extraña—. ¿Te importaría ver dónde aterrizó?

De alguna manera no se siente como una pregunta. Mis botas pisan


suavemente las escaleras. El telescopio parece más grande de lo que
recuerdo, e increíblemente hermoso, rodeado por todos lados por vidrio
transparente. La luz de las antorchas recorre su longitud dorada.

Miro a través de la lente la vista que me sé de memoria.

—La Gran Nebulosa de Orión —susurro. Se encuentra dentro de la


espada de Orión. Una flor de color rojo rosado en flor de gas hidrógeno
llena la lente, el centro blanco brillante es un vivero estelar de estrellas
bebés—. El Cúmulo Estelar de las Pléyades se encuentra justo encima de
él.

—Entonces, ¿también te encanta la astronomía?

—Solía amarla. —Mis manos se juntan torpemente—. Entonces


crecí.

—Bueno, también soy un experto en renunciar a las cosas que amo.


—Se ríe oscuramente—. Pero no he tenido que separarme de esto…
todavía. —Su mano pasa por su cabello—. En realidad, estaba en mi
camino aquí, ¿cuando te encontré…?

—Buscando esto. —Toco el telescopio—. Para calmar mis nervios.


Mi voz vacila. Caspian se ha quedado en silencio, sus ojos buscan
lentamente, cuidadosamente mi rostro, su boca se encrespa como si
fuera algo en la punta de su lengua, una palabra para ser recordada.
¿Reconoce algo en mi comportamiento? ¿Mi cara?

Con el ceño fruncido, Caspian se gira para mirar por la ventana


oscura para que solo su perfil sea visible.

—Había una chica que conocí hace mucho tiempo, llamada así por
la más brillante de las siete hermanas. Llevaba tanto la Constelación de
Orión como las Pléyades en su rostro. ¿Sabía, lady March, que la
mitología dice que Orión estaba medio loco de amor por las siete
hermanas, así que cuando murió, Zeus las colocó en el cielo para que las
contemplara eternamente?

227
—No —miento. Nos estamos aventurando en un territorio peligroso
y casi puedo sentir mis pecas ardiendo como las estrellas de las que
hablamos.

—Escribió un poema para mí una vez, esta chica, sobre lo horrible


que era para Orión tener que mirar algo todos los días que realmente no
podía tener.

Lo que no sabe, es el significado de ese poema infantil. Cómo mi


padre era Orión y mi madre las siete hermanas, incapaces de estar atadas
a nada más que a su causa.

Estudio mis uñas.

—¿Qué pasó con esta poetisa en ciernes?

Incluso desde mi vista lateral puedo ver que he cometido un error.


Nuestra tenue relación se desvanece, sus anchos hombros de repente se
tensan.

—¿Un pequeño consejo, si se me permite, lady March?

—Por supuesto.

—Nunca hablamos de cortesanos que ya no están presentes.

—Cierto. Yo… No debería haber fisgoneado. —Sé que, si no me voy


ahora, será más incómodo, pero parece que no puedo moverme.
—¡Everly! —Merida mira desde abajo. Cuando sus ojos se desplazan
a Caspian, cae en una reverencia de pánico, medio riesgosa—. Mi lord,
disculpas por interrumpir…

—¡No! —tartamudeo rápidamente, corriendo escaleras abajo—. Me


estaba yendo.

Caspian llama desde lo alto de las escaleras, pero me inclino, con


bastante torpeza, y huyo con Merida. Una vez de vuelta en la sala de
estar, estallamos en risitas de colegiala.

Entre risas, Riser me toma del brazo y me lleva a la esquina,


obligándome a enfrentarlo.

—No deberías desaparecer así.

228
—¿Disculpa? —chasqueo.

Tranquila, dice Nicolai. Suena más que levemente divertido.


Recuerda el plan. No creo que cortejar implique arrancarse la cabeza unos
a otros.

Desafortunadamente para Nicolai, mis palabras, o la falta de ellas,


en la barandilla ya han hecho que el cortejo sea casi imposible. Quito los
dedos de Riser de mi brazo.

—Quizás deberías dejar de intentar ser mi guardián.

Los músculos de su mandíbula se tensan.

—Podrías haberte lastimado.

La preocupación velada en su voz se instala profundamente en mi


corazón. Por un momento, quiero decirle que no se preocupe. Que odio
la idea de que esté molesto. Pero necesito alejarlo, para mantener la
distancia entre nosotros.

—¿Prefieres que me quede aquí para que podamos trabajar en el


plan? —Poniéndome de puntillas, cierro el espacio entre nosotros—. ¿Qué
tal esto? ¿Esto te hace feliz?

—Esto no se trata de nosotros. Se trata de las cargas. Me aseguro


de que pases la Selección. —Su voz es baja, suave mientras rueda por
mis mejillas. Me enfoco en su ojo verde. El único que quiere decir lo que
dice.

El cual podría enamorarme.


Mi pecho se aprieta cuando dedos invisibles rasgan cada costilla,
todo el camino hasta mi garganta. Me doy cuenta de que tengo las uñas
grabadas en las palmas de mis manos. ¡No! Quieren esto. Mis emociones
no son reales, no son mías. ¡Lucha, Everly! No dejes que te controlen.

Esto no es real.

Retrocedo.

—¿Crees que un beso estúpido logrará todo eso?

Se ríe amargamente.

—Everly, lo único que sé es que cuando llegue el momento —se


inclina—, será cualquier cosa menos estúpido.

229
Antes de que pueda decir algo más para hacerle entender cómo eso
nunca sucederá, las puertas del Gran Comedor se abren. Agradecida por
la interrupción, me doy la vuelta, esperando algo extravagante. Una
fiesta, tal vez. Mesas cargadas de comida y vino. La manera perfecta de
mostrar la riqueza y los privilegios del emperador.

En cambio, lo que veo me congela.

La reacción de Riser me saca de mi sorprendido estupor. Su mano


salta a su cintura, donde normalmente estaría su daga. Nuestras miradas
se encuentran y él ordena algo indescifrable sobre los gritos y los ruidos
de las refriegas. Las manos se clavan profundamente en mis hombros y
me arrojan violentamente hacia atrás mientras Merida grita.

—¡Detente! —grito.

Veo a dos, no a tres, hombres peleando con Riser.

Y luego una venda aprieta mis ojos, apretándolos con fuerza, y todo
se vuelve negro.
23

230
El efecto de tener la visión robada es debilitante. Inhalo aire por la
nariz y lo saco por la boca. Trabajar en calmar mi mente. No hay duda de
que estoy de pie sobre una mesa. Tengo los ojos vendados. La sensación
de pánico impregna la habitación.

Nicolai, ¿qué está pasando? ¡Nicolai! Pero sé por la sensación de


vacío dentro de mi cabeza que no está allí.

Vaya ayuda que eres.

El olor a cera de velas y el miedo me quema la garganta. A juzgar


por los otros finalistas con los ojos vendados que vislumbré de pie sobre
las mesas, esta es una novatada de algún tipo. En ese pequeño segundo,
con la cara cubierta, no reconocí a ninguno de los finalistas. Pero la
mayoría fueron Oro una vez, antes de que el emperador, en su paranoia,
los etiquetara como simpatizantes fienianos y sus familias fueran
despojados a Bronce.

La habitación se llena de abucheos y se ríen a costa nuestra. Parece


que los niños de la corte no han cambiado mucho desde mi última vez
aquí. El pensamiento me marea. Casi puedo escuchar sus burlas. Siento
sus dagas cortar el cabello y la carne de mi cuero cabelludo.

La chica a mi lado grita sorprendida. Descubro por qué un segundo


después, cuando unas manos agarran mi pierna izquierda y la giran
hasta que se balancea sobre mi otra rodilla. Agitando los brazos,
encuentro el equilibrio y uso mi núcleo para estabilizarme.
Risas disimuladas, ya que más finalistas se ven obligados a levantar
las piernas.

—Bienvenidos a la isla —dice una mujer con voz alta y aburrida—.


Soy la condesa Delphine Bloodwood, y esta noche, después de la
Selección, mi compañero Elegido y yo nos veremos obligados a elegir a
dos de ustedes, gusanos de Bronce, como mentores, así que es su
oportunidad de demostrar su valía.

Respiro profundamente para no caerme de la mesa. ¿Condesa


Delphine? ¿La chica cruel que me afeitó la cabeza por entretenimiento?
¿Quién en su sano juicio pondría una maníaca como ella a cargo de los
finalistas?

231
Las fuertes burlas me hacen tambalear y me concentro en mantener
el equilibrio. Algo frío y pesado se coloca en mi mano. Escucho y siento
un líquido chapoteando en su interior, así que una copa.

—Beban —ordena Delphine—. Quiero ver copas vacías en diez


segundos.

Aspiro furiosos tragos, el líquido quema un rastro de fuego en mi


vientre. Después de tomar un par de inhalaciones de aire, me doy cuenta
de que es ron de mora, no ácido; no es que mi esófago parezca notar la
diferencia.

Una ola de mareo me golpea. Mi pierna se tambalea, pero me las


arreglo para mantenerme en un pie.

—De nuevo —ordena Delphine. Se oye el sonido de mi copa


llenándose. Vació mi copa. Esta vez no arde tanto, y la llama en mi vientre
se convierte en un manto de calidez relajante que se filtra en mis
miembros.

La chica a mi lado está teniendo problemas. Puedo oír su arcada


seca entre cada sorbo superficial. Finalmente, sin embargo, lo consigue.
Inspirando entrecortadamente, emite un gruñido, seguido de vómitos
húmedos.

—Oh —dice Delphine—. Oh, Dios mío. No podemos tener eso. —Los
pasos golpean nuestra dirección—. ¿Tu nombre?

—Bri… Brinley Fox —dice la chica—. Lo siento. Déjame intentar de


nuevo.
—Bueno, Bri-Brinley —dice Delphine, burlándose del tartamudeo de
Brinley—, esperaba que dijeras eso.

Un estruendo sobre la mesa. Suena como si alguien estuviera


ayudando a bajar a Brinley. El olor agrio del vómito me quema la nariz.
Después de un momento, Brinley dice:

—No entiendo.

—Lámelo —dice Delphine.

—¿Qué?

Las risitas hacen eco a través de la habitación.

—Lame. Eso. Ahora.

232
Después de una pausa llega el sonido de un lamido. Mi estómago se
aprieta y la bilis acre me hace cosquillas en la garganta.

Los mentores intentan humillarnos. Asegurarse de que no


ascendamos por encima de nuestro lugar. Nos recuerdan que estamos
por debajo de ellos. Que ellos, no nosotros, fueron los Elegidos primero,
y que somos una ocurrencia tardía no deseada.

Cada vez que una pierna golpea una mesa, alguien tiene que beber
otra copa. Hay más vómito. Más lamidos. Más llanto. La gente comienza
a caerse de sus mesas, por borrachera o fatiga es difícil de decir.

Justo cuando me doy cuenta del dolor sordo en mi vejiga, un chico


ruega que le permitan ir al baño. Minutos después debe mojarse los
pantalones porque Delphine y algunos de los otros lo reprenden sin
piedad. Otra ronda de vómitos. Otra serie de golpes cuando los cuerpos
caen al suelo.

Estoy pensando que en realidad podría arreglármelas bien cuando


algo desencadena el recuerdo de Delphine y sus amigos riéndose de mí,
y mi pierna vacila. Intento recuperar el equilibrio, pero es demasiado
tarde; mi pie ya ha tocado.

Mi copa se vuelve pesada, pero no tanto como antes.

—Bebe despacio —instruye un hombre con una voz suave. Un largo


trago es todo lo que se necesita, pero finjo beber durante otros treinta
segundos para que parezca que mi copa estaba llena.
Parpadeo mientras nos quitan las vendas de los ojos y nos permiten
ponernos de pie sobre dos piernas. No es que eso ayude a algunos de los
demás, que ya están tan borrachos que apenas pueden sentarse. Las
manchas oscuras de humedad empapan la parte delantera de más de un
pantalón. El pasillo huele a orina, vómito y ron. Muchas de las chicas
tiemblan, derramando lágrimas silenciosas y entretejidas. Mi visión nada
mientras mis ojos siguen la parpadeante luz dorada, lanzada desde los
dos enormes candelabros en el techo.

Ahí es cuando veo que el aire parece temblar, como ondas invisibles
que se elevan hacia afuera. Entrecierro los ojos para asegurarme de que
no estoy más borracha de lo que pensaba, pero el resto de la habitación
también debe verlo porque el pasillo está en silencio. Justo cuando el aire
comienza a solidificarse en una forma, Delphine se golpea el pecho con

233
una mano.

—¡Alabado el emperador!

Los Elegidos repiten:

—¡Alabado el emperador!

Y luego un silencio sepulcral desciende por la habitación cuando el


holograma del emperador, una figura enorme, más grande que la vida
que se extiende por el techo, nos sonríe.

—Hola, pequeños gusanos.

Una chica a mi lado comienza a llorar y algunos de los otros


finalistas parecen estar enfermos nuevamente.

—Así que estos son los hijos de los traidores —dice el emperador con
voz retumbante—. Un montón patético, ¿no están de acuerdo, mis
Elegidos?

Los Elegidos pisotean y gritan “Sí, mi emperador”, al unísono.

—Durante la Selección de esta noche, será su trabajo descubrir los


pocos Bronces que merecen ser mentores por debajo de ustedes y
posiblemente ingresar a Hyperion. —Una sonrisa cruel tuerce el rostro
del emperador—. Pero ahora mismo, su trabajo es encontrar al gusano
más débil y aplastarlo.

Los vítores estallan cuando los Elegidos se vuelven locos,


aplaudiendo y golpeando las mesas con los puños mientras los finalistas
tiemblan. Yo también estoy temblando. Pero me recuerdo que el
emperador es solo un holograma, al menos por ahora. No puede
lastimarme. Y si no llamo la atención, no hay razón para que él se fije en
mí.

Un Riser de aspecto sobrio está parado cerca de la parte de atrás,


inspeccionando a nuestros torturadores. Hace pequeños, suaves y
maníacos movimientos que insinúan un asesinato. Manchas gigantes de
sangre manchan su chaleco.

No me lleva mucho tiempo encontrar al dueño de la sangre. A


diferencia de los otros mentores, cuyas facciones son ágiles y agradables,
el chico de la nariz hinchada es musculoso e imponente, cabello rubio
platino recortado sobre crueles ojos azules y una mandíbula gruesa y
cuadrada. Por cierto, se burla de Riser, el chico no está muy contento con

234
su interacción anterior.

Un Bronce ensangrentando a un Oro. No es el mejor comienzo para


las Pruebas de las Sombras.

Miro a mi alrededor. Es imposible saber cuál de los mentores me


proporciono la bebida. Veo a Caspian a mi derecha. Le habla en voz baja
a una chica que se ha caído de su mesa a un charco de vómito
amarillento. Sus ojos me cortan y aparto la mirada. Lo último que
necesito es que alguien como él me note.

Los mentores caminan casualmente a nuestro alrededor, hablando


y riendo como si fuéramos bienes para ser ofertados. De vez en cuando,
un mentor evaluará a un finalista, le tocará la ropa o le dará un codazo
para ver qué tan borracho está.

Sobre nosotros, el emperador permanece en silencio. Pero él mira.


Puedo sentir su mirada mientras recorre los finalistas, ¿buscando qué?,
no sé.

Nuestros torturadores están compuestos por veinticinco de los


Elegidos de más alto rango, todos descendientes de Casas poderosas. El
emperador debe estar orgulloso, pienso mientras los estudio. Son
exactamente como los recuerdo. Cada uno diferente, una obra maestra
de la genética y la cría, exquisitamente elaborado, sus impecables rasgos
casi imposibles de apartar la mirada. Se mueven, suave y elegante, como
si flotaran en lugar de caminar. Cada uno lleva algún tipo de arma en su
persona: los chicos parecen preferir las espadas cortas, las chicas las
dagas con joyas.
Un chico de ojos oscuros me lanza una mirada indiferente, y lucho
contra el impulso de clavar mi bota puntiaguda en sus labios sonrientes.
En cambio, me quedo rígida como una estatua mientras él tantea mis
tobillos con indiferencia, inclinando su cabeza de lado a lado mientras
sus ojos viajan hacia arriba.

Pronto hay otros que reconozco. Delphine se sienta en un trono de


madera de secuoya cuidadosamente tallada en un escenario elevado, su
vestido de color ciruela profundo desborda la silla, susurrando y riendo
con un grupo de cortesanos de mirada aguda que picotean las cerezas
oscuras en la mesa junto a ella. Lleva la arrogancia casual de alguien a
quien se le ha dicho desde que nació que es mejor que los demás. Pero
son sus ojos, pálidos, inquietos, con las pupilas hinchadas de cruel
excitación, es lo que me asusta. El asiento soberano de Caspian está

235
vacío a la izquierda de Delphine.

—La condesa Delphine nunca ha podido resistirse a un trono —


bromea una chica en voz baja. Miro al cortesano que lo susurró, una
chica rubia de ojos grandes, pero ya se está moviendo. El príncipe
Caspian levanta la vista desde su posición en el suelo y la mira con una
sonrisa de una manera que solo podía esperar que alguien me mirara.
Luego ella gira la cabeza y me mira con curiosidad antes de agacharse
para ayudar a Caspian con los enfermos finalistas.

Princesa Ophelia, tiene que serlo. ¿Se dio cuenta de que estaba
mirando a Delphine? Pero ¿por qué diría lo que dijo? A menos que la corte
esté dividida. Después de un tiempo veo que tengo razón; hay dos
facciones separadas: los que siguen a Delphine y los que siguen a
Caspian.

Hmm, ¿no será un matrimonio interesante?

El emperador lo observa todo como un dios, su mirada implacable,


excepto cuando mira a Caspian ayudando a los finalistas. Entonces el
emperador frunce el ceño y una línea de enojo marca su frente.

Pero se anima de nuevo cuando el chico brutal con la nariz rota, sin
duda el hermano gemelo de Delphine, el conde Roman Bloodwood, salta
sobre una mesa llena de finalistas y pisa fuerte, gritando y aullando en
sus caras.

—Vamos —grita, su voz entrecortada por la emoción y el ron—, es


hora de conocerlos, pequeños gusanos.
Lentamente, la habitación se llena con los cánticos de los Elegidos.

—¡Verdad o Riesgo!

Conozco el juego. Mis amigos y yo lo jugamos cuando era joven.


Sentados en círculo. Esperar su turno y elegir responder una pregunta o
un reto. Siempre cosas estúpidas. ¿A quién quieres besar? Corre por la
concurrida calle. Esa clase de cosas.

Tengo la sensación de que esto no es una tontería ni una cosa


infantil lo que estamos a punto de hacer.

—Eeny, meeny, miny, moe —trina Delphine, paseando por las


mesas—. Atrapa un gusano por el pie. —Agarra la pierna de una chica y
la chica grita alarmada—. Si grita, haz que pague. —Delphine le sonríe a

236
la chica—. ¿Verdad o riesgo?

La chica elige la verdad. Delphine parece decepcionada. Suspirando,


dice con voz aburrida:

—¿Qué es lo más desviado que has hecho?

Los ojos redondos de la chica miran al emperador mientras lucha


por encontrar la respuesta más segura.

Delphine apunta con un control remoto a la pared y una enorme


pantalla de proyección desciende.

—Mantén… ese… pensamiento. —Con un pequeño clic, la pantalla


cobra vida. Mi corazón se hunde cuando me doy cuenta de que se accede
a los recuerdos de la chica de alguna manera a través del microimplante
que nos dieron en la sede.

Riser y yo hacemos contacto visual. Es solo un leve movimiento de


cabeza, pero entiendo perfectamente lo que está diciendo. No podemos
correr el riesgo de que accedan a algo que Flame aún tiene que cifrar.

Ambos tendremos que elegir el desafío.

Me pierdo el recuerdo de la niña, pero no debe haber sido demasiado


enardecedor porque Delphine avanza rápidamente. Cortando entre las
mesas, divide a la multitud como un cuchillo, aparentemente eligiendo al
azar. Los recuerdos se proyectan en la pared. Pensamientos, acciones y
sentimientos que se suponía que eran privados.
Un chico mata a patadas al perro de su vecino por morderle el
zapato. Dos chicos hacen trampa en sus exámenes finales. Casi todo el
mundo ha tenido algo reconstruido. Varias chicas habían tenido citas
prohibidas con Centuriones. Otra está enamorada del criado de su
familia de Bronce.

A pesar de la vergüenza de los finalistas, puedo decir que Delphine


no está satisfecha. Se ha vuelto cautelosa, su labio inferior torcido como
una niña que no se sale con la suya.

Pero luego se encuentra con dos hermanos finalistas que se


presentan como lord Hugo y lady Lucy Redgrave. Con el cabello oscuro y
rizado con mechas plateadas y la piel de alabastro teñida de gris, como
nieve sucia, se destacan de los demás. Por supuesto que los recuerdo del

237
ferry. Después de sujetarme para que Delphine prácticamente pudiera
arrancarme el cuero cabelludo, sus caras están grabadas en mi cerebro.
Son la primera pareja de Elegidos que conozco que fueron expulsados de
la corte, y me pregunto qué pasó exactamente.

Mi instinto me dice que es una historia interesante.

Hugo va primero. Todos nos quedamos callados mientras la pantalla


lo muestra golpeando en la cabeza a un profesor mayor que le dio una
mala calificación. El hombre seguramente habría muerto si la piedra que
usó Hugo no se hubiera roto. La memoria de Lucy parece ser diferente,
al menos al principio. Se le ve caminando por el callejón cuando un grupo
de chicas la encuentra. La atormentan, tirando de su masa de apretados
rizos negros y haciendo bromas sobre su tez nívea. Después de que se
cansan de este juego y regresan al edificio de apartamentos al final de la
calle, Lucy espera hasta el anochecer, se cuela en su apartamento y les
prende fuego mientras todos duermen.

Al final, tanto Hugo como Lucy no muestran ninguna emoción.

Pero Delphine finalmente sonríe.


24

238
Delphine elige a Rhydian para que vaya a continuación. Sonriéndole
con timidez y le dice:

—¿Cuál es tu secreto más oscuro, gusano?

Merida, de pie junto a él en la mesa, le da un apretón rápido y furtivo


a la mano.

Las cejas rubio ceniza de Rhydian se fruncen y aprieta los dientes


en un esfuerzo por ocultar sus pensamientos. El pequeño puntero de
Delphine es ajeno a sus esfuerzos cuando hace clic y la pared cobra vida.

Una habitación oscura y sin ventanas. Sin muebles. Alguien está


llorando: Rhydian. Suena joven, quizás de doce o trece años. Una cuerda
cuelga de las vigas. No, no solo una cuerda. Una soga. Hay una silla
debajo. La soga se acerca. El llanto se ha detenido y solo se oyen los pasos
de Rhydian en el suelo de piedra y algunos sollozos. Se sube a la silla,
sus manos envuelven la soga. Su respiración se vuelve pesada.

Uno de los finalistas grita cuando Rhydian coloca su cabeza en la


soga, dice una palabra, “Padre" y patea la silla. Ruidos horribles de
gorgoteo. La habitación gira de un lado a otro. Hay un fuerte golpe en la
puerta y luego una chica lo llama. Suena como Merida, pero no puedo
estar segura. La voz se vuelve más frenética. Los ruidos de asfixia se
vuelven más guturales.

Lo estamos escuchando morir.


De repente, se oye el sonido de la cuerda al romperse y Rhydian cae
al suelo. La vista en la pantalla se desliza hacia los lados. Se mueve hacia
arriba y hacia abajo con su violento silbido. Justo antes de que la pantalla
se oscurezca, la puerta se abre de golpe y escuchamos un grito
desgarrador.

Rhydian está inmóvil. Trabaja para mantener las emociones alejadas


de su rostro, pero algo desesperado parpadea detrás de sus ojos.

Lentamente, con un propósito, Delphine le da la espalda a Rhydian.


El resto de los Elegidos lo siguen. Después de una pausa, los finalistas
hacen lo mismo. Dudo, pero no por mucho tiempo, antes de girar
también. Escucho a Merida susurrarle a Rhydian:

239
—¿Qué hago?

Pero Rhydian, con el rostro unido por una sonrisa dura y


temblorosa, la ignora. Finalmente, ella se gira también. En la sociedad
monárquica, el suicidio es uno de los actos más atroces y cobardes que
se pueden cometer.

Es solo cuando Delphine pasa a otra persona que me doy cuenta de


que Riser no se giró. ¿Por qué elegiría no seguir a los demás después de
sermonearme sobre no destacar? Especialmente con el emperador
mirando. El pensamiento me molesta.

Estoy tan concentrada en estar molesta con Riser que no le prestó


atención a la chica hasta que escucho los silenciosos murmullos que
llenan el Gran Comedor.

—Riesgo —repite la chica de nuevo, mirando al emperador. Una


sonrisa tentativa ilumina su rostro ansioso por complacer. Por el sonido
de su voz, es Brinley Fox.

Delphine aplaude.

—Finalmente. —Mientras ayuda a Brinley a bajar de la mesa, su


mirada se detiene en un broche de fénix dorado prendido al vestido de
Brinley—. ¿Crees que mereces usar Oro, Bronce?

Brinley se encoge de hombros. Está claro por la forma cuidadosa en


que se mueve que todavía está borracha pero tratando de ocultarlo.

—Mi madre me lo dio para que tuviera suerte. Era de… desde antes.

Es alguien con quien vale la pena aliarse.


—Hmm, probemos tu valía, ¿de acuerdo? —Delphine se desliza
detrás de la chica y le pone la venda en los ojos.

—Oh —dice Brinley, riendo nerviosamente. Tropieza cuando dos


Elegidos la toman de cada codo y se la llevan.

No entiendo lo que pretenden hacer hasta que es demasiado tarde.


Aparecen en el balcón del nivel superior. Justo encima de ellos se
extiende una delgada viga. Tiene que tener al menos veinte metros de
altura y la misma longitud. Desde aquí abajo no puedo escuchar lo que
los dos Elegidos le susurran a Brinley antes de irse, pero ella parece
tambalearse con incredulidad por un momento.

Después de unos minutos de palpar la longitud de la barandilla del

240
balcón, Brinley encuentra la pared a su izquierda y apoya una mano
contra ella mientras se sube a una posición inestable en la barandilla. Mi
estómago se revuelve cuando estira la mano, tentativamente, buscando
la viga. Incluso de puntillas, la viga está fuera de su alcance. La sala se
llena de gritos de aliento.

—¡Salta! —grita alguien.

Se agacha mientras yo contengo la respiración. Mis palmas están


resbaladizas por el sudor. Me encuentro apoyándola, mis entrañas gritan.

Sus pequeñas manos golpean el borde de la viga con un fuerte golpe.


La falda de su vestido verde brillante se ondula y luego balancea sus
piernas. Le toma un momento orientarse lo suficiente como para desafiar
una posición agachada. Una alegría colectiva se levanta de los finalistas.
Brinley Fox nos ha sorprendido a todos y nos ha permitido esculpir una
pequeña pizca de dignidad.

Con las manos extendidas como si fueran alas, las usa para
mantener el equilibrio mientras avanza unos centímetros, sus torpes
tacones raspan la madera. Murmullos de emoción llenan la habitación.
Apenas puedo respirar mientras la miro, me duele el cuello de mirar hacia
arriba.

El problema comienza a la mitad. Su balance se pierde y se


tambalea, agitando los brazos para enderezarse. Ocurre de nuevo.
Entonces otra vez. Después de la última vez que se balancea, se endereza
y se congela; todo su cuerpo comienza a temblar.
Las burlas surgen de algunos de los Elegidos. Brinley envuelve sus
brazos alrededor de su pecho, susurrando para sí misma mientras uno
de sus zapatos cae con un fuerte estruendo.

Después de un par de minutos, las burlas cesan. Entonces veo por


qué.

Riser ha dejado su mesa y está de pie debajo de ella.

—Lady Brinley —dice—, no los escuches; escúchame. —Su voz es


conversacional, tranquilizadora—. Estás a mitad de camino. La viga tiene
medio metro de ancho, así que simplemente coloca un pie delante del
otro y estarás bien.

—No. —Ella niega con la cabeza—. Voy a morir.

241
—Dilo —ordena Riser—. Un pie enfrente del otro.

Roman avanza pesadamente hacia Riser, y creo que habrá otra


pelea.

—¡Lárgate, gusano!

Pero Roman se detiene justo antes de golpear a Riser. No puedo


entender por qué al principio. Aunque Riser podría recibir algunos golpes
bien dirigidos, sin un arma, el tamaño y la fuerza de Roman no tardarían
mucho en abrumar a Riser.

Pero luego veo la mirada de Riser. Es simple y al grano: Puede que


me mates, pero me aseguraré de que tú también sufras. Roman frunce el
ceño desconcertado y luego retrocede unos centímetros.

Riser levanta las manos y sonríe para que todos los espectadores
piensen que se ha rendido. Solo él y Roman saben la verdad.

Cuidado, Pit Boy. Eso es un Oro al que estás provocando, y frente al


emperador, nada menos.

Tan pronto como Riser vuelve a su mesa, Brinley vuelve a intentarlo.


Sus labios se mueven en un continuo mantra. Sé lo que está diciendo.

Un pie enfrente del otro.

El ambiente en la habitación se aclara a medida que se acerca al


final. Todos los finalistas parecen contener la respiración. Alguien grita
para decirle que ya casi está allí. Su boca se rompe en una amplia sonrisa
de alivio. Ella lo va a lograr.
Y tal vez piense que ya está allí, o tal vez las palabras la distrajeron.
El polvo cae sobre nuestras caras vueltas hacia arriba mientras su pie
descalzo se desliza por el costado de la viga. Ella hace un extraño chirrido.
Por un momento creo que se va a sostener, pero luego su cuerpo se cae
de lado y no hay forma de que se recupere.

Es surrealista verla caer. Irracionalmente, creo que estará bien.


Habrá una red o algún otro tipo de dispositivo de seguridad para
atraparla. Tal vez simplemente se rompa una pierna y puedan repararla.

Por el más breve de los segundos, su hermoso vestido verde se


proyecta detrás de ella como alas ricas y sedosas. Creo que alguien grita.
Entonces Brinley se estrella contra la mesa más cercana a la pared con
un golpe fuerte y repugnante. Acurrucada de costado, con un pie descalzo

242
sobresaliendo, podría estar durmiendo.

Aparto la mirada. Ella no está bien. No durmiendo. No se puede


arreglar. Mi corazón palpita de lado en el pecho y me siento a punto de
vomitar.

La lección es clara: aquí, la valentía te mata.

Me arriesgo a mirar a Riser. Por su quietud mortal, la forma en que


sus manos se aprietan y aflojan, deduzco que está enfurecido o asustado.
Mi apuesta está en lo primero.

Y ahora los dos tendremos que soportar lo mismo.

Hugo se para cerca de la mesa, observando fríamente a Brinley.


Parece que, ahora que lo pienso, fue Hugo quien le gritó.

Se quita el cuerpo y alguien limpia la mesa. Nadie habla mientras el


emperador ríe tranquilamente desde su trono invisible arriba.

Nos han roto.

Sé que tan pronto como Delphine se acerque a mi mesa, me elegirá.


Sus labios regordetes y en forma de corazón están moldeados en una
sonrisa. Desde Brinley, nadie más ha elegido el riesgo. Así que cuando lo
elijo, mis palabras salen claras y seguras, sus ojos pálidos revolotearon
sobre mí nuevamente, sus labios se separaron ligeramente. Tengo la
sensación de que no disfruta especialmente de las sorpresas.
La cosa es que debería tener miedo. Incluso con todas las
modificaciones de Nicolai, lo que sea que Delphine tenga reservado para
mí es indudablemente peligroso. Pero ahora todo lo que veo es a la niña
cruel que me atormentó y desfiguró. Ella piensa que somos insectos que
se sentarán complacientes mientras ella nos arranca las alas por placer.

Ese es su error.

Sosteniendo mi cabeza en alto, salto al suelo. Mi visión gira un poco


y los comienzos de un dolor de cabeza muerden mis sienes, pero por lo
demás me siento bien.

Delphine se cruza de brazos. Un pequeño ceño fruncido tiembla en


su rostro.

243
—¿Y quién podrías ser tú, Bronce?

Ahora que he tenido práctica, mis reverencias están mejorando y


estoy bastante orgullosa de la que hago ahora.

—Lady Everly March.

Mi falsa confianza debe confundir a Delphine, porque duda.


Aparentemente le estoy echando a perder la diversión. Entonces su rostro
se ilumina.

—¿Le gustan las manzanas, lady March?

—Seguro —respondo con cuidado.

—Perfecto. —Escaneando a los finalistas, encuentra lo que busca en


Merida—. ¿Y usted, lady…?

—Pope —dice Mérida con voz suave y vacilante. Su rostro está pálido
y su cuerpo parece vacilar con solo estar de pie, como si fuera a
desmayarse en cualquier momento.

—Lady Pope, ¿cómo se siente con la ballesta?

Merida emite una risa nerviosa.

—Si soy sincera, condesa, la ballesta se me escapa incluso en los


mejores días. Mi primo, Rhydian, es mucho…

—No. —La sonrisa vertiginosa en el rostro de Delphine me hela la


sangre—. Lo harás bien.
Excepto que no lo hará, porque no se encuentra bien. El vómito
parcialmente seco encostra el corpiño de su vestido y su cabello. Los ojos
inyectados en sangre ruedan sueltos dentro de su cabeza pálida y caída.
No tenía ninguna duda de que cualquier cosa que me lanzara Delphine
tendría éxito. Pero Merida es suave. Merida está débil. Merida está
borracha.

Y ahora Merida borracha, blanda, débil me va a matar.

244
25

245
La mesa principal se encuentra en una tarima elevada en la parte
delantera del pasillo. La Caída de las Sombras casi ha terminado, y unos
tenues rayos rojos y azules perforan el cristal de plomo manchado,
coloreando mis brazos de un extraño rojo azulado. Merida está de pie en
un extremo de la mesa y yo en el otro, con seis metros entre nosotros.
Merida sigue mirándome con sus ojos grandes, temblorosos y de
disculpa, pero la ignoro. Necesito que ella se concentre, y la lástima no
hará eso.

Pero tal vez la ira lo haga.

Riser se para con los demás en las cuatro mesas. Me permití mirarlo
una sola vez. Parecía estar a punto de saltar de la mesa y emprender una
juerga asesina, así que no he hecho contacto visual desde entonces.
Estoy parada, sintiendo que mi confianza se erosiona, cuando Caspian
viene a mi lado. Ha tomado algo de uno de los Elegidos de Delphine me
envió, una manzana, y se inclina hacia mí mientras me la entrega.

—Lo siento, lady March —dice en voz baja—, pero tendrá que poner
esto en su boca.

Giro la manzana dentro de mi mano. Es perfecta. Fragante y


brillante y de color verde rojizo, con piel dura y cerosa.

—Bueno, ¿de qué otra manera lo comería?

Un destello de emoción. Es fascinación, me doy cuenta, cuando


Caspian se inclina lo suficiente cerca y puedo oler cuero salado, como si
acabara de bajar una silla de montar.
—¿No tienes miedo?

—¿Has visto el estado de mi amiga allá? —Echó un vistazo a Merida,


quien casi se cae de la mesa y se mantiene firme—. Estoy aterrorizada.
Pero mostrar mi miedo no hará que apunte más acertadamente.

Su fascinación se ha transformado en respeto a regañadientes.

—Por mucho que odie decir esto, ambos sabemos que vas a resultar
herida. Pero te prometo que, si sobrevives a tus heridas, haré que
nuestros médicos te traten. Tienes mi palabra.

Es una propuesta tentadora. Pero estoy jugando a largo plazo, y para


eso necesito permanecer en las pruebas. Simplemente sobrevivir unos
días más no es una opción.

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—Puedes hacerme algo mejor. Pasa un mensaje a lady Merida.

Caspian hace una pausa por un momento. Este es un terreno


inestable y es posible que haya sobrepasado mis límites. Pero entonces
Caspian frunce el ceño y asiente rápidamente.

—Dile, “recuerda el día en que lo encontraste. Recuerda cómo te


sentiste y úsalo”.

A pesar de su expresión de desconcierto, Caspian se mantiene fiel a


su palabra. Una vez que ha terminado de susurrarle al oído a Merida,
busco señales de que ella entiende. Nada. Quizás estaba equivocada y no
fue Merida quien encontró a Rhydian. Quizás está demasiado asustada
para sentir algo más. Delphine ha estado observando nuestra
interacción, entrecierra los ojos. Una mirada amarga envenena su rostro.

Un Elegido le está entregando la ballesta a Merida cuando Delphine


lo detiene.

—Espera. —Reemplaza la ballesta con una copa rebosante de líquido


color burdeos oscuro y sonríe—. Para tus nervios.

Merida se lo traga rápidamente. Probablemente su adrenalina haya


enmascarado el sabor.

Cuando veo lo que Delphine tiene para Merida a continuación, sé


que usar a Caspian debe haber enfurecida a Delphine. Y enojar a la
condesa Delphine tiene, aparentemente, graves consecuencias.
Delphine le ata la venda alrededor de los ojos a Merida. Caspian
frunce los labios y aparta la mirada mientras yo desencajo mi mandíbula
y meto la manzana entre mis dientes. Me duele la mandíbula. Si me
quedara algo de saliva, sería imposible tragarla. Delphine clava la ballesta
en las manos vacilantes de Merida. El salón se vuelve mortalmente
silencioso. La luz centellea en la delgada flecha dorada en el centro de la
ballesta mientras el brazo de Merida vacila bajo el peso del arma. Casi lo
deja caer, pero luego su mano se aprieta con fuerza y la punta de la flecha
se estabiliza en mi ombligo.

Cualquier esperanza que me quedaba se desvanece.

No puedo decidir si cerrar los ojos o dejarlos abiertos. Cerrados,


decido, por si me estremezco. ¿Qué pasará si falla por completo?

247
¿Continuará hasta que empalen alguna parte del cuerpo? No creo que mi
vejiga o mi corazón puedan soportar múltiples intentos.

Mi mandíbula está en llamas. Mi corazón late tan fuerte dentro de


mi pecho que mi cuerpo se sacude a su ritmo. Me concentro en eso. El
sonido áspero del aire corriendo por mis fosas nasales y garganta. Me
asombra la tranquilidad que ha descendido. Cada segundo, cada
respiración, cada latido se alarga hasta que convergen en un patrón.

Y ahí es cuando lo noto. La respiración de Merida. Es tranquila e


incluso también…

Twang.

Todo se detiene, como si mi cuerpo hubiera hecho una pausa. Y


luego respiro entrecortadamente, la manzana se suelta de mis dientes, y
abro los ojos para verla rodando torcida abajo, la flecha dorada
sobresaliendo de su centro.

Merida se quita la venda de los ojos. Asiente en mi dirección, solo


un poco, pero creo que quiere agradecerme por lo que le dije a Caspian.
Susurros de aplausos a través del pasillo. Se convierte en un fuerte
zumbido, los finalistas estampando sus botas en las mesas. Estoy
bastante segura de que he arruinado el plan de Nicolai que tiene para mí,
pero eso no puede evitarse.

Los aplausos mueren abruptamente cuando Delphine sube los


escalones, la parte de atrás de su vestido se agita sobre la piedra. Aunque
sus ojos, ahora practicados en la duplicidad, parecen indiferentes, su
boca se frunce como si hubiera probado algo podrido.
Mi corazón da un vuelco. Tiene en la mano un revólver grande, negro
y con mango de marfil. Debe ser pesado porque cuando Delphine se lo
pasa a Merida, apenas puede sostenerlo.

—Pero ella pasó —protesta Merida, pensando que es para mí.

—No, querida —dice Delphine, cada palabra goteando gloriosa


suficiencia—, no es para la afortunada lady March. Es para ti.

Comprendo sus intenciones de inmediato, pero Merida tarda un


segundo. Deja el revólver y niega con la cabeza.

—No, no me preguntaste. Yo elijo.

Delphine se dirige a los finalistas.

248
—Necesito dos Bronces, por favor, para ayudar a lady Pope a
adherirse al estándar de valentía que se espera de un Oro. —Hugo y Lucy
rápidamente se ofrecen como voluntarios. Al darse cuenta de que la van
a obligar, Merida intenta ponerse de pie. Hay un fuerte golpe cuando
Hugo la golpea contra la silla mientras Lucy la agarra por la cabeza y la
obliga a retroceder. Girando y retorciéndose, Merida saca una pierna y
suplica.

—¡No! ¡No me preguntaste! ¡No!

De alguna manera, en la lucha, parte del chaleco de carbón de Hugo


se levantó, revelando lo que solo puede ser una daga de empuje: una hoja
con mango en T que se ancla entre los dedos de un puño, por lo que cada
golpe tiene una sorpresa letal. Sé que ningún verdadero caballero, llevaría
uno.

—Este es el revólver de mi bisabuelo —explica Delphine—, usado


durante la Guerra Eterna. De hecho —su mirada se encuentra con la del
emperador—, fue esta misma arma que mi bisabuelo utilizó para salvar
la vida de Marcus Laevus, el primer emperador. —Toma el revólver, lo
examina con cariño y abre la recámara. Una sola bala dorada parpadea
en uno de los cinco agujeros. Hace un tic-tac siniestro mientras lo hace
girar—. Juguemos un juego de azar, ¿de acuerdo?

Merida grita mientras Delphine amartilla la recamara y presiona el


cañón del arma contra su sien.

—Casa Pope. Mmm, veamos. ¿A cuántos traidores de tu casa


ejecutamos?
Los ojos de Merida están casi blancos de miedo. Mira alrededor de
la habitación, suplicando ayuda.

—Cinco gusanos de la Casa Pope fueron ejecutados por la corona —


ronronea el emperador, su voz reverbera a través del gran salón mientras
sella el destino de Merida. Hay cinco cámaras y Mérida se verá obligada
a apretar el gatillo cinco veces. Una de esas veces la matará.

Delphine enrosca su dedo alrededor del gatillo.

Mirando a Delphine, todo lo que puedo pensar es en lo que me hizo.


El inmenso placer que sintió por mi humillación. El sonido de mi voz
suplicando ayuda de la misma forma que lo hace Merida ahora.

Aunque no soy consciente de tomar una decisión, estoy fuera de la

249
mesa y en medio de la pista. Delphine se vuelve hacia mí, frunciendo el
ceño ligeramente. Una erupción roja de excitación recorre su pecho.

—Dije que estás descartada, gusano.

Cruzo los brazos sobre el pecho.

—Quiero ocupar su lugar.

Un murmullo agita a la multitud y siento la mirada del emperador


sobre mí. Los ojos de Delphine forman hendiduras de un azul helado.

—¿Y por qué harías eso?

—Porque vas a jugar contra mí y vas a perder. —Se ríe, pero no hay
humor en su voz. La estoy desafiando frente al emperador y los Elegidos.
Para salvar las apariencias, necesita encontrar una manera de mantener
el control sin parecer asustada. La he puesto en una posición precaria,
una por la que no me agradecerá más tarde.

El revólver apunta al suelo, pero su dedo todavía se envuelve


firmemente alrededor del gatillo.

—Ten cuidado con lo que dices a partir de ahora, gusano.

—Si me detengo primero, estoy fuera. Me voy, de inmediato. —Obligo


a mi boca seca a sonreír, jugando con la multitud. Necesito que me
respalden—. Y si pierdo, entonces te librarás de mí una forma un poco
más permanentemente.

Algunas risas. Principalmente, sin embargo, hay un curioso silencio


mientras los finalistas y los Elegidos observan para ver qué sucede.
—¿Y si me detengo primero? —Delphine se dirige a la audiencia con
una mirada escéptica.

Cuadrando mis hombros, la miro directamente a los ojos.

—Entonces Verdad o Riesgo se termina.

Delphine parpadea, su sonrisa se desvanece lentamente. Ella no


esperaba esto. Escanea a la multitud, su mirada encuentra al emperador
como si le suplicara que interviniera, pero él simplemente observa con
una expresión curiosa. La insinuación de un ceño fruncido mueve sus
labios. Los demás están murmurando su aprobación, incluso los
Elegidos. Después de la muerte de Brinley, algunos de los Elegidos
parecían vacilantes. Evidentemente, no todos disfrutan de vernos

250
torturados.

—Bien. —Se encoge de hombros, forzando una sonrisa mientras me


lanza una mirada que deja en claro que, si ambas sobrevivimos, me hará
desear no haberlo hecho. Delphine toma el asiento de Merida. Me siento
enfrente, en la otra cabeza. Justo antes de comenzar, Roman sube las
escaleras. Él inclina la cabeza, y se escucha el sonido de él y Delphine
discutiendo.

—¡Tengo que! —La escucho chasquear.

Salto cuando Roman golpea la mesa con el puño. Ambos me miran


y luego él se retira de mala gana.

Mi lista de enemigos se hace más larga a cada segundo.

A partir de aquí, el cabello rubio hasta la barbilla de Delphine,


cortado a diferentes longitudes, y su rostro redondo y perfectamente
simétrico la hacen lucir angelical y pura. Sus llamativos ojos azul cielo
no muestran indicio de miedo. Puedo ver por qué ha ganado un estatus
tan alto entre los demás. Sin ceremonia, coloca el cañón contra su cabeza
y aprieta el gatillo.

Click. Ni siquiera un estremecimiento.

Cuando un chico Elegido me lo entrega, el emblema del fénix


levantado en el mango se asoma dentro de mi palma, y levanto el cañón,
tengo un pequeño qué-demonios-he-hecho momento. Se disipa con el
click vacío del arma, junto con cualquier otro pensamiento coherente que
pudiera haber tenido. Con las manos temblorosas y entumecidas,
devuelvo el arma.
Caspian se acerca a la mesa.

—Delphine, no tienes que hacer esto. —Sus ojos me miraran, luego


de nuevo a ella—. Creo que todos hemos tenido suficiente por hoy.

En respuesta, Delphine lo mira a los ojos y aprieta el gatillo.

Click.

El revólver huele a aceite y pólvora vieja. El cañón está duro y frío


contra mi sien. Caspian mira en mi dirección, niega con la cabeza. La
mirada que me lanza puede ser de respeto o de enfado.

Me voy con el último.

Todo mi cuerpo se siente ingrávido. Cada fibra de mi ser está

251
enfocada en la curva aguda del gatillo ubicado en la articulación justo
debajo de la yema de mi dedo.

El único pensamiento que puedo mantener dentro de mi cabeza es


que este será el cuarto disparo, y hay cinco cámaras. Hay muchas
posibilidades de que muera una fracción de segundo después de apretar
el gatillo.

Pero si no muero, si milagrosamente estoy viva al final de mi turno,


entonces habré ganado. Porque la próxima cámara albergará la bala. Y
Delphine parece el tipo de chica que notaría ese tipo de cosas.

Delphine luce una sonrisa de celebración. Cree que estoy dudando,


que ha ganado. Es la misma mirada que tenía cuando destrozó mi cabeza
hace años. Amartillo el percusor, dejo escapar un largo suspiro, cierro los
ojos y aprieto el gatillo, lento, lento, muy lentamente…

Pequeño gusano, pequeño gusano, ¿por qué te retuerces?

Click.

Siento que todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se


disparan cuando el aire alrededor de mis pulmones se libera y puedo
respirar de nuevo. El revólver cae ruidosamente sobre la mesa. Abro los
ojos y me concentro en Delphine. Quiero que ella vea mi enojo. Sentirse
responsable de asesinar a Brinley. Pero sobre todo, quiero que Delphine
sepa que no hay nada que pueda hacer que me asuste.

Que ya no soy un gusano que se retuerce.


Caspian recupera el revólver. Su calma me dice que él también
contaba. Debe saber que Delphine no lo hará. El silencio llena el aire,
llenando cada rincón, cada grieta mientras camina hacia ella. El silencio
tiene un peso. Me encuentro una vez más luchando por respirar. El
revólver repiquetea sobre la mesa frente a Delphine, el ruido rompe el
silencio como un hacha cortando madera.

Delphine da vuelta el arma dentro de sus manos. Al igual que ella,


está exquisitamente hecho, impresionante y deslumbrante, sin un solo
defecto, y no puedo evitar pensar que ambos fueron creados para ser
igualmente admirados y temidos. Delphine se lleva el revólver a la cabeza
y usa el cañón para limpiar un mechón errante de su pálido cabello. Los
pliegues resbaladizos de mi mono se deslizan entre mis dedos sudorosos.

252
Prepara el percusor.

Uno a uno, los pelos de mi nuca se levantan. Un sentimiento extraño


y ansioso se apodera de mí justo cuando Delphine levanta la vista de la
mesa. Sus ojos se clavan en los míos. Mármoles azul hielo sin parpadear,
tienen un vacío inalcanzable que me hace sentir frío por todas partes.
Confirmando mi miedo está la gran sonrisa rencorosa que extiende su
rostro en algo casi cómicamente perverso.

Ella me va a disparar.
26

253
Antes de que pueda apuntar con el cañón, Caspian le quita el arma
de la mano.

—Está bien —dice con una voz creada para dar órdenes y galvanizar
a grandes masas—, basta. Has demostrado tu valentía sin medida,
condesa Delphine.

¿Hay una pizca de sarcasmo en su voz para su prometida?


Seguramente no.

Sin perder el ritmo, Delphine se desliza de la silla y hace una


elaborada reverencia al emperador. Los Elegidos rugen con aprobación.
De alguna manera, Caspian le ha permitido salvar las apariencias y
parece haber tomado la delantera. ¿Realmente me iba a disparar? Es
difícil de creer ahora, con su comportamiento exuberante, casi de niña,
mientras desfila frente a la multitud.

Y aun así...

El creciente estruendo de voces se calma cuando Caspian levanta la


mano para hablar.

—Para que no olvidemos a los finalistas por la valentía y el honor


que también han demostrado aquí hoy.

Su mensaje es claro. El juego ha terminado. Puede parecer que


Delphine ganó, pero cualquiera que tenga un ojo observador verá lo
contrario.
Hay una pausa incómoda mientras Delphine sopesa sus opciones.
Roman pone su mano en su cintura, justo debajo de su chaqué, donde
cuelga su espada corta. Una sonrisa ansiosa y expectante esculpida en
su mandíbula gruesa. Un pequeño gesto de Delphine y con mucho gusto
desatará el infierno. Algunos de los otros Elegidos se mueven incómodos
de pie. Todos los ojos están puestos en el emperador mientras esperan
su reacción.

Entonces hay grietas en la corte. Escaneo a los demás para ver quién
podría estar aliado con Caspian, pero me quedo corta. Es obvio por esta
pequeña interacción que el emperador admira a Delphine quizás más que
a su propio hijo. De nuevo me pregunto qué significa esto para el
compromiso matrimonial de Delphine y Caspian. Mi pequeña experiencia
en este tipo de asuntos me dice que la mirada que Delphine le está dando

254
a Caspian no es fruto de un arduo afecto.

Finalmente, el emperador frunce el ceño y asiente a Caspian, como


si lo declarara vencedor, y luego su holograma desaparece sin
ceremonias.

—Lo que sea —escupe Delphine con los labios fruncidos—. Les estoy
haciendo un favor a los gusanos al prepararlos para las pruebas, pero si
son ingratos —sus ojos se encuentran con los míos—, tengo mejores
cosas que hacer con mi tiempo.

Sí, como planear la mejor forma de asesinarme.

Toda la tensión que mis músculos han estado cargando se disipa y


me hundo en mis huesos. Los murmullos de agradecimiento de los
finalistas llenan el salón. Estoy de pie, mareada por el alivio y el hambre
y el alcohol y la adrenalina gastada. Una parte de mí todavía asume que
es un truco, pero estoy tan desesperada por irme que realmente no me
importa.

Antes de irnos, hay un breve resumen de nuestro itinerario. Regreso


a los apartamentos para cambiarse. La Selección al atardecer, donde
comemos una cena elegante mientras se cuentan las cargas finales. Solo
necesito quedarme entre la mitad superior de los finalistas. El
pensamiento no es reconfortante. Es imposible saber dónde estoy en la
lista. Y no he sentido una sola carga desde que salí de los apartamentos.
Probablemente porque la mayoría de los posibles Durmientes están
preocupados que por el ritmo al que voy, no voy a durar mucho.

No es que no esté de acuerdo.


Pasando entre la multitud, la mayoría de los finalistas y Elegidos se
mantienen alejados de mí. Me pregunto si ahora soy una paria, como
Rhydian. Ciertamente no ayuda que la mirada asesina de Delphine me
siga mientras me voy.

Debo estar realmente cansada porque no siento a los Centuriones


detrás de mí hasta que es demasiado tarde. Con uno en cada brazo,
fácilmente me arrastraron entre la multitud. Tan pronto como pongo
resistencia, simplemente me levantan unos centímetros del piso de
baldosas para que quede suspendida. Ahora que superé mi sorpresa,
podría dar una pelea real y estoy bastante segura de que podría vencer a
mis dos nuevos amigos neandertales. Pero tienen un suministro
interminable de cretinos más que felices de lastimarme, mientras que yo
tengo un solo cuerpo. Así que me relajo y espero a ver a dónde me llevan.

255
Llegamos a una antecámara poco iluminada. Aparte de algunos
muebles extraños y un hogar frío, está vacío. Apenas estoy fuera de las
garras de los patanes cuando una sombra se desliza detrás de mí. El
cuchillo dentro de la mano de la sombra brilla suavemente bajo la luz
apagada. Excepto que la sombra no está aquí por mí, descubro, mientras
maniobra de manera protectora entre los guardias y yo.

Riser sonríe.

—¿Estos dos idiotas le están dando problemas, mi lady?

Ambos nos sobresaltamos cuando otra sombra se eleva desde la


esquina. Para mi sorpresa, es Caspian.

—¡Señor, revélate de una vez!

Riser ahoga una risa.

—¿Es real?

La espada corta de Caspian susurra desde su vaina en su cintura,


una luz suave se derrama a lo largo de la hoja.

—¿Es esto lo suficientemente real para ti, Bronce?

La sonrisa de Riser se transforma en una peligrosa sonrisa.

Oh, infierno fieniano. Conozco esa mirada.

—¡Espera! —Me inserto entre la ira de Riser y la espada de Caspian—


. Lord Riser Thornbrook, conozca al príncipe Caspian Laevus. —Se
evalúan cuidadosamente. Después de unos pocos latidos ansiosos, la
espada de Caspian vuelve a raspar en su vaina.

Riser, por otro lado, no parece estar listo para ser agradable. Me
lanza una mirada de mal humor, la arteria debajo de su mandíbula
palpita.

—Pensé que iban a herirte…

—La traje aquí para salvar su vida —gruñe Caspian a través de


dientes perfectos y apretados.

Riser se pone rígido a mi lado.

—Oh. Porque desde donde me encontraba en la otra habitación,

256
parecías inclinado hacia lo contrario.

Caspian emite un suspiro exasperado.

—¿Este Bronce tiene que estar aquí?

—Este Bronce no se va sin ella. —La voz de Riser tiene un tono


oscuro y asesino que me hace temblar—. Pero eres bienvenido a intentar
hacerlo.

Lo último de mi paciencia se marchita.

—Está bien, ambos, sepárense. —Me vuelvo hacia Riser—. Creo que
dejé muy claro que no quiero tu protección, lord Thornbrook, pero...

—Oh, has sido muy clara en eso, lady March —interrumpe Riser—.
Pero no acepto órdenes tuyas.

—Dame la palabra, mi lady —dice Caspian, su voz cubierta de


arrogancia—, y haré que saquen a este intruso de la isla.

Me vuelvo contra él.

—¿Qué esperabas al detenerme por la fuerza?

La boca de Caspian se frunce como si hubiera probado algo amargo.


Supongo que la gente no suele dirigirse a él de esta forma. Tragando, se
aclara la garganta.

—Mis disculpas, lady March, si te asusté. —Para puntualizar su


disculpa, presiona mi mano contra sus labios—. Verdaderamente.
Mis mejillas se estremecen de vergüenza y recupero mi mano. Sí,
idiota, acabas de hablar así con la realeza.

—Disculpa aceptada... mi lord.

Riser se ríe entre dientes.

Caspian le lanza a Riser una mirada que podría derribar reinos.

—Puede que mi método haya sido indecoroso, pero debo tener la


máxima precaución. Si alguien nos viera juntos, podría inferir que te
estoy ayudando, y eso iría en contra de las reglas.

—¿Y lo estás? —pregunto—. ¿Ayudándome?

257
—Te estoy aconsejando. Estás pisando aguas peligrosas, lady
March. No tengo idea de por qué hiciste lo que hiciste, y fue
indudablemente valiente, pero si quieres sobrevivir a esta competencia,
necesitarás más que valentía.

—¿Por ejemplo?

—Sentido común, para empezar. —Sacude la cabeza, sus labios se


curvan en una sonrisa divertida—. Solo un tonto pincharía la cola de un
león y no esperaría que muerda.

—¿Condesa Delphine?

—Sí, la condesa Delphine. Evítala a toda costa. Trágate tu orgullo,


agacha tu bonita cabeza y sé invisible, básicamente lo contrario de lo que
hiciste allí.

—¿No es tu prometida? —lo señalo estúpidamente, desconcertada


por la palabra bonita y algo en mi cabeza.

Me aplasta con una mirada. Evidentemente, mis modales para la


corte son bastante deficientes.

—Lady March, creo que todos en el mundo civilizado ya conocen la


respuesta a esa pregunta. Decir lo obvio es perder el tiempo.

Mira con impaciencia a Riser y luego a mí, como si quisiera decir


algo más, pero luego pasa sus labios sobre mi mano nuevamente y se
mueve para despedirse. En lugar de inclinarse hacia atrás para dejar
espacio a Caspian, Riser se queda quieto, lo que obliga a Caspian a
inclinar su hombro como un ariete para pasar.
—Vaya —digo una vez que Caspian se ha ido—, Flame se
decepcionará cuando se dé cuenta de que la parte de los modales de tu
reconstrucción fue un completo y absoluto fracaso.

Riser niega con la cabeza.

—No se merece mi respeto.

—Él es tu medio hermano, ¿recuerdas?

Algo frío presiona mi mano. Sosteniéndolo hacia la llama de la


antorcha, veo que es el fénix dorado de Brinley, intrincado y bellamente
hecho, con dos diminutas esmeraldas relucientes por ojos y un cuerpo
adornado con pequeños diamantes. Una gota de sangre mancha sus alas.

258
Riser cierra mis dedos a su alrededor.

—No, no lo es.

—Podría ser un aliado fuerte.

—¿Aliado? —Se ríe con escepticismo—. ¿Con uno de los Elegidos?


No, no cualquier Elegido. Hijo del emperador Laevus y futuro emperador.
Brillante plan, lady March.

—No puede evitar ser lo que es, Riser...

—Es curioso, pero nunca me diste esas mismas excusas.

—Pero... eras...

—¿Un monstruo? —termina con una voz suave que tira de mi


corazón—. ¿Y crees que él no es así? No tuvo que ponerte esa manzana
en la boca, Everly. No tenía que dejar que mataran a Brinley. Pero lo hizo.

—No inventé las reglas, ¿recuerdas? —Mi voz suena áspera, incluso
para mí—. Es lo que dijiste sobre el hoyo. La única diferencia ahora es
que estoy dispuesta a luchar, a hacer lo que sea necesario para
sobrevivir. ¿Y tú?

Mi respiración se detiene cuando Riser cierra el pequeño espacio


entre nosotros.

—Oh, estoy dispuesto a hacer muchas cosas. Pero esas cosas son
feas, oscuras y violentas. —Está cerca, demasiado cerca—. Una vez que
hayas cruzado mi lado de la línea, Everly, no te alejas, así que asegúrate
de que ese sea el precio que estás dispuesta a pagar.
Me sobresalto cuando sus dedos se enganchan debajo de mi codo,
se deslizan hacia mi palma y levantan. El dorso de mi mano hormiguea
bajo sus labios. Sus ojos ruedan hacia arriba para encontrarse con los
míos. Sonríe, su aliento calentando mis nudillos.

—Mira, lady Everly March. Modales.

Sé que estoy en problemas. Han pasado siete horas desde que sentí
la última carga. Cuatro horas siendo torturada por Delphine, solo para
incurrir en más tortura por parte de Flame.

—¡Estate quieta! —silba Flame.

259
—Lo estoy —me quejo.

Tal ha sido nuestra conversación durante los últimos treinta


minutos. El peine de Flame, más arma que herramienta de peinado,
rechina a través de mi cuero cabelludo, rasga y apuñala, y mis dientes
rechinan de dolor.

Finalmente miro en el espejo del tocador. Mejor de lo que esperaba.


Tanto es así, que por un breve momento, creo que es otra persona. Mi
piel, pálida y cremosa. Mis ojos más verdes que marrones y rodeados de
largas pestañas onduladas de carbón. Girando desde el pliegue exterior
de mi ojo izquierdo hasta mi mejilla hay una pluma de pavo real hecha
de brillantes joyas. El toque más suave de carmesí brilla en mis labios.
Pero es mi cabello, retorcido, trenzado y recogido en una elaborada obra
de arte, lo que me deja sin aliento. Una horquilla de pavo real con pedrería
lo mantiene todo en su lugar.

Mis manos acarician mi vestido verde esmeralda de terciopelo sin


mangas. Llegó a mi puerta hace una hora, cortesía de Merida, con una
nota que simplemente decía: Todo tuyo. Con una capa con una delicada
capucha con borde de rubí y adornada en la cintura con dos bandas de
joyas multicolores y cuentas de oro a juego con las plumas de pavo real,
bordea las líneas de la ropa aceptable para los monárquicos y muy por
encima de mi Color. Pero la mejor parte es que, aunque pasa como un
vestido, con plumas sueltas de tela, en realidad es un mono.

—Es un poco... —Lucho por encontrar la palabra correcta.


—¿Ostentoso? —dice Flame, pero puedo decir por la mueca en el
lado de sus labios que el vestido le está gustando. Pellizca mi horquilla—
. No hay espacio en esta tela frágil para una daga, así que esto funcionará
en un apuro.

Sonrío.

—¿Alguna otra arma oculta que deba conocer?

—No, pero siempre puedes quitarte las pantimedias y atarlas


alrededor del cuello…

—Es broma, Flame. —Me pongo de pie, evaluándome una vez más—
. Pero gracias por tu preocupación. Me hace sentir mariposas en el
estómago.

260
Flame frunce el ceño.

—Me preocupa la misión, no tu persona.

Meto mis pies en las botas de lagarto estilo Oxford de dos tonos que
venían con el vestido.

—¿Entonces no hay abrazo?

Juro que una sonrisa casi se resquebraja a través de su mueca


amarga. Casi.

Un golpe en la puerta anuncia a mi asistente. ¿Tan pronto? No hay


forma posible de que pueda tener suficientes cargas para acercarme a
donde necesito estar. Quizás debería haber seguido el plan. Es cierto que
me atrae Riser. E incluso si su psicópata acechante está allí, en alguna
parte, seguramente puedo fingir por una noche que es el cortesano
llamativo y educado que está personificando. Probablemente sea
demasiado tarde ahora, de todos modos, pero decido intentarlo.

¿Qué más tengo que perder?


27

261
—Sé buena —le digo a Flame al salir. No estoy segura de cuáles son
sus planes, pero sin duda son todo lo contrario. Siguiendo un impulso,
agarro el fénix dorado de Brinley y lo sujeto al corpiño de mi vestido.

Flame agarra mi muñeca.

—Ten cuidado con eso.

—¿Por qué? —digo, impaciente por irme—. Es solo una baratija


tonta.

—Si por baratija te refieres al símbolo secreto que usan los


simpatizantes fienianos, entonces sí, tienes razón.

—¿De verdad?

Con una sonrisa rara, Flame se acerca y pellizca las yemas de los
dedos a cada lado de las alas. Se oye un chasquido y aparece un
escorpión dorado, envuelto alrededor del fénix, el único diamante en la
púa de su cola parpadea siniestramente.

—Veneno. —La voz de Flame tiembla de asombro—. Pellizca las alas


dos veces seguidas y esa hermosa criatura se convierte en un arma muy
eficaz.

Observo cuidadosamente el broche mientras Flame pellizca las alas


y el escorpión mortal se desliza de regreso a su escondite.

—¿Debería quitármelo?
—Dije que tengas cuidado, princesa. No que seas una tonta.

No reconozco a Riser al final del pasillo hasta que estoy


prácticamente encima de él. La mirada divertida que me da dice que sabía
que yo estaba allí mucho antes. Sus ojos me miran una vez, pero
permanecen velados. Hace una reverencia, un movimiento de cabeza
indiferente, y permite una media sonrisa cautelosa.

—Mi lady.

Después de una rápida reverencia, engancho mi brazo dentro del


suyo y sonrío hasta que siento que mis labios se pegarán a mis dientes.

262
—¿Vamos, lord Thornbrook?

—Sera un placer. —A través de su tono confiado, detecto una pizca


de perplejidad. Después de todo, es lo mejor que he sido con él. Una
pequeña punzada de arrepentimiento me golpea. Es peor por la forma
protectora en que mete mi brazo en su cálido pecho.

Estúpidas emociones reconstruidas.

Riser retoma el juego.

—¿Te ves...? — Sus ojos penetrantes y desiguales viajan por mi


cuerpo. Se toman su tiempo. Encendiendo fuegos dondequiera que se
demoren. Finalmente descansan en mis labios—. No lo sé... ¿Cuál es la
palabra?

Con la boca entreabierta, aspiro entrecortadamente y lucho contra


la extraña sensación de caída en mi vientre.

—¿Hermosa?

Se rasca la barbilla, sus ojos todavía beben de mí.

—No. Eso no es. Espera... Lo tengo ahora. —Su rostro estalla en una
sonrisa lobuna—. Decente. Lady March, te ves bastante decente.

¡Vagabundo fieniano!

—¿Decente? —Pero ya está en la mitad del pasillo, sus hombros


temblando de risa. Lo alcanzo en lo alto de las escaleras y me refreno
para no patearlo hasta la muerte. En cambio, engancho su brazo de
nuevo para que no pueda escapar. Necesito hacer algo. Algo que obtendrá
al menos algunas cargas y borrará la sonrisa de su mandíbula.

Sintiéndome completamente desesperada, me pongo de puntillas.


Mis manos descansan sobre su pecho cálido y sólido. Me inclino hacia él
y el aire silba a través de sus dientes mientras mi labio inferior le roza el
lóbulo de la oreja.

Se pone rígido. Nunca había hecho algo así antes y mi corazón late
salvajemente contra mi esternón. Lucho contra el placer reconstruido que
obtengo de su familiar olor salado y terroso.

—Quizás deberías echar otro vistazo, entonces.

La roca alojada en mi garganta cae libremente hacia mi estómago

263
mientras Riser me empuja.

—No —dice, su voz ronca, distante—. No si no es real.

Muerdo mi mejilla, dolorida por el rechazo.

—¿Real? Riser, ya ni siquiera sé qué es eso.

—Yo sí.

Suspiro.

—Vamos, es un juego. ¿No es así?

—¿Un juego? —Los músculos de su mandíbula se anudan cuando


mira hacia otro lado.

—Sí, Riser. —Vacilante, mis dedos se deslizan por sus nudillos hasta
su mano—. Uno que nos mantendrá vivos a los dos.

Hay una pausa larga. Finalmente sus dedos se enroscan alrededor


de los míos.

—Quiero saber acerca de la llave. ¿Qué desbloquea? ¿Por qué Nicolai


la quiere tanto?

—¿De repente tienes un precio?

Sonríe suavemente.

—¿Pensaste que era barato?


En lo más mínimo. Intento apartar mi mano, pero su agarre se
aprieta. Si no estuviera desesperada por subir, clavaría mi rodilla en su
entrepierna y disfrutaría cada momento. Pero estoy desesperada. Lo
suficiente para apretar los dientes, tragarme mi orgullo y decir:

—Bien. Te diré todo lo que quieras saber después de la Elección.

—Ahora. — Su voz es definitiva—. Me lo dirás ahora.

Afuera, el aire es mágico. Cielos rosados y anaranjados pintan el


lago, una brisa fresca que lleva los aromas de las glorias carmesí y
plumaria. Carruajes de marfil ornamentados, envueltos en rosas de té

264
amarillas y tirados por caballos blancos como la nieve, esperan para
llevar a los finalistas a la Elección. Los caballos relinchan con
impaciencia y patean. Pandora es un hueso de melocotón justo encima
del pico de la montaña.

Riser deja caer mi mano tan pronto como se cierra la puerta del
carruaje.

—¿Es seguro hablar? —pregunto, refiriéndome al cifrado.

—Cage me aseguró que estaba a salvo de nuestro lado —dice—, pero


todavía tienen problemas para comunicarse. —Se sienta frente a mí, una
pierna larga colgando casualmente sobre la otra. Toda confianza y
aplomo. Pero noto la forma en que su mano, la que solía escoltarme, se
aprieta a su lado.

Miro por la ventana abierta a mi izquierda. Hayedos altos y delgados


bordean nuestro camino. Los olores de agua estancada y sudorosos
caballos se mezclan en una especie de colonia embriagadora. A través de
los huecos de los árboles, veo que pronto cruzaremos el Puente Palladian.
Los recuerdos de mi padre contando sus muchos paseos por el extenso
puente de piedra, alimentando a los cisnes con mi madre, me pinchan el
cerebro como mil peces hambrientos mordisqueando la superficie del
agua.

Riser está esperando.

No puedo hacer esto.

Abrirme.
Derramar mis secretos.

Hacerme vulnerable.

Pero no tengo elección.

—Tenía nueve años —digo, todavía mirando por la ventana—. No


recuerdo mucho, mi padre borró la mayor parte de mi memoria de ese
día, pero sí recuerdo cómo me sentí después. —Jugueteo con las cuentas
de mi cinturón bordado—. Me dijo que Max y yo habíamos estado
enfermos, por eso no podíamos recordar mucho, pero yo sabía que era
algo más. —Me vuelvo hacia Riser. Está inclinado hacia adelante, con los
codos apoyados en las rodillas—. Podía sentir lo que puso dentro de mí.
Me cambió, de alguna manera, y supe que esto era importante. Más tarde

265
supe que era una llave.

—¿Y Max? —pregunta Riser—. ¿Qué alberga?

—El mapa.

Riser se acomoda lentamente. Puedo ver su mente corriendo para


armarlo.

—Un mapa para encontrarlo y una llave para desbloquearlo. —Su


expresión se ha suavizado y me doy cuenta de que realmente siente
lástima por mí. Desde fuera parece cruel, un padre implantando a sus
propios hijos algo que los pondrá en peligro.

—¿Qué es, Everly? ¿Qué estaba tratando de ocultar tu padre?

—Se llama Mercurian. —Estamos cruzando el Puente Palladian y el


carruaje se agita ruidosamente. Pétalos blancos nieve de los cerezos
encorvados que bordean las orillas—. Mi padre lo desarrolló para cambiar
la trayectoria del asteroide, pero aparentemente también es un arma, del
tipo que puede acabar con poblaciones enteras con solo presionar un
botón. Del tipo que el emperador ha proscrito.

Riser exhala lentamente con los dientes apretados.

—¿Me estás diciendo que hay una manera de evitar que miles de
millones de personas mueran?

—Sí, pero no encajaba en la solución final del emperador Laevus, la


formación de su sociedad perfecta.
Riser está sentado muy quieto. Lo único que se mueve es la arteria
de su cuello. Si Riser tenía algún reparo en matar al emperador Laevus
antes, ahora no lo tiene.

—¿Por qué lo quieren los fienianos?

—Oh, no sé, ¿para hacer estallar cosas? —Me encuentro riendo, más
como un gruñido sarcástico—. Los monárquicos. Los fienianos locos.
Conspiradores como Nicolai, Brogue y Flame. Todo el mundo lo quiere
porque quienquiera que controle esto controla el futuro del mundo.

—Y para controlarlo —dice Riser con cuidado—, ellos deben


controlarte.

—Excepto que —digo—, está resultando más fácil decirlo que

266
hacerlo. ¿Cuánto tiempo hasta que Nicolai decida simplemente
quitármelo como la archiduquesa?

Riser se inclina hacia adelante, los músculos de su cuello se tensan.

—No lo haría. —Se aclara la garganta—. Yo... no lo dejaría.

Niego con la cabeza. Ahora puedo ver que Riser realmente siente las
emociones que le dieron. Obviamente, es en lo único en lo que Flame tuvo
éxito. Riser fue programado para mantenerme a salvo, mientras
mantenga presionada la tecla.

—¿No entiendes? No podemos confiar en nada en este mundo, ni en


nuestros sentimientos, ni entre nosotros... especialmente entre nosotros.

Su mano alcanza la mía, pero me aparto.

—¡Estas emociones no son reales, Riser!

Sus ojos brillan intensamente mientras me clavan en mi asiento.

—Son reales para mí, Everly. Tan real como mi necesidad de comer,
de respirar. No puedo dejar que nada te suceda. No puedo evitarlo.

No me gusta la intimidad en su voz, el estrecho espacio en este


carruaje, o el cosquilleo caliente donde su rodilla presiona la mía.

—Tú mismo lo dijiste, lord Thornbrook. —Alejo mi rodilla de la


suya—. Es solo cuestión de tiempo antes de que tus emociones
reconstruidas se desvanezcan.
Miro por la ventana. Ambos no queremos pensar en lo que sucederá
entonces. El patio aparece a la vista y el carruaje comienza a reducir la
velocidad, mi cuerpo se empuja con cada golpe.

—¿Nicolai ha mencionado a mi hermano?

—No.

Es imposible saber si está diciendo la verdad. Empiezo a alisar mi


vestido a medida que el carruaje frena hasta detenerse frente a la fuente.
La brisa rocía gotitas diminutas contra mis mejillas.

—Los eventos recientes me dicen que Nicolai aún no ha descubierto


cómo acceder al mapa de Max. Por eso necesitan que tú determines si sé
dónde está el dispositivo de mi padre.

267
—¿Lo sabes?

—No. —¿Debería contarle sobre el mensaje de mi padre? ¿Puedo


confiar en él? Una parte de mí dice que sí; parte de mí grita no. Pero tengo
pocas opciones. Sin él, es casi seguro que fracasaré. Exhalando
bruscamente, digo—: Pero tal vez pueda encontrarlo.

Riser levanta una ceja cuestionadoramente

El lacayo desmonta. Tengo prisa.

—Mi padre me dejó un mensaje en el Sim. No tuve la oportunidad


de recibirlo todo, pero creo que estaba tratando de ayudarme a localizar
el Mercurian.

—¿Y cómo nos ayuda eso ahora?

—Porque está aquí —digo, mirando la sorpresa parpadear en sus


ojos—. Y ahora sé que todo lo que tengo que hacer es encontrar otra forma
de volver al sistema para averiguar dónde.

Riser niega con la cabeza.

—No funcionará. Este es el corazón del territorio monárquico. No se


permiten simulaciones.

—Bueno —digo, levantándome—, entonces creo que es bueno que el


emperador Laevus lo haya olvidado cuando hizo que mi padre
construyera uno aquí.
La puerta se abre, un conjunto de tres escalones de hierro se
despliegan hasta el suelo, y el lacayo extiende su mano enguantada de
blanco. Antes de aceptar, me vuelvo hacia Riser y sonrío.

—Entonces, lord Thornbrook, ¿apagué suficientemente su


curiosidad?

De pie, Riser desliza descaradamente su mano alrededor de mi


cintura.

—Permítame.

Me estremezco cuando su aliento rueda por la parte de atrás de mi


cuello y sus cálidos dedos presionan mi cadera.

268
Es un acto simple, pero también es una respuesta.

A partir de este momento, nos estamos cortejando falsamente,


excepto que de repente ya no se siente falso en absoluto.
28

269
Las mesas están dispuestas en el patio bajo una hilera de cerezos
colgados con linternas pálidas y parpadeantes. Contra el resplandor
etéreo del crepúsculo, las linternas no tienen nada de especial, pero tan
pronto como el sol caiga, serán un millón de estrellas titilantes. En algún
lugar a lo lejos, un violín toca una melodía inquietante.

Riser y yo somos los últimos finalistas en ocupar un lugar. Eso nos


hace ocho en la mesa. Aparte de Merida y Rhydian, que se sientan
directamente enfrente de mi asiento, y lady Teagan a mi izquierda, no
reconozco a nadie. Siento, en lugar de ver, que Riser toma su lugar a mi
derecha.

Algo ha cambiado. Me cuesta mirarlo. Respirar normalmente


sabiendo que está cerca. Casi vuelco mi copa de agua tratando de tomar
un trago, y cuando trago siento como si fuera a vomitar.

Mérida se inclina sobre la mesa.

—Eso se ve genial en ti —dice, señalando mi disfraz—. No sabía si


te atreverías a ponértelo... pero lo esperaba.

—Yo tampoco estaba segura —digo. Mientras examino a los otros


finalistas y su atuendo real incondicional (corsés, enaguas y faldas largas
y amplias, todo Color correcto), empiezo a preguntarme si tomé la
decisión correcta. Pero luego me muevo y la tela aireada se mueve
conmigo, no rígida y tapada, sino ligera y libre, y entiendo que es una
forma silenciosa de rebelión.
La música y la charla ociosa mueren. Todos nos volvemos hacia la
procesión que baja lentamente los escalones del patio, flanqueados por
Capas Doradas que sostienen antorchas. Como si fuera una señal, la
última parte del crepúsculo se desvanece en una oscuridad acuosa.

Los Oros lideran. El emperador Laevus, vestido con una larga y


majestuosa peluca blanca atada con una cinta dorada, encabeza la
procesión, llevando un gran cetro ardiente que ilumina su barbilla, boca
y mejillas, pero deja sus ojos entrecerrados en la oscuridad. Y junto a él,
envuelta en sombras, está mi madre. Lo sé por la forma en que mi cuerpo
reacciona cuando ella se acerca, incluso antes de que las linternas lo
confirmen. La medalla de oro del fénix clavada en su capa, una marca de
distinción, brilla en la suave luz.

270
Así que ahora es la segunda del emperador. Solo le costó un marido
y sus hijos.

De repente, sé que pasará a mi lado, centímetros, tal vez incluso


rozará mi silla, y si lo hace, no podré detener mi ira. Nada más importa
excepto el odio ciego que siento por ella. Mi mano serpentea sobre la
mesa, agarra un cuchillo de mantequilla. Sin filo, pero servirá.

Riser coloca mi mano en la mesa en un gesto que parece romántico


por fuera. Su pulgar se desliza suavemente sobre mis nudillos.

—Paciencia.

Alguien en la mesa se ríe de mis malos modales, pensando que


simplemente tengo hambre. Aspiro una respiración profunda y
entrecortada, mi palma se aplasta en derrota sobre el cuchillo frío.

—Recuerda —dice, su voz deja en claro que desaprueba mi impulso


precipitado—, las cosas buenas les llegan a los que esperan.

Se han ido. Riser quita su mano, pero no antes de quitar


silenciosamente el cuchillo de mis dedos. Vuelve a su lugar junto al plato
de mantequilla de cristal adornado con fénix posados.

Riser sabe quién es ella, por supuesto. Leyó mi diario. Lo que puede
explicar la forma en que se cierne cerca de mí, incluso cuando toman su
lugar en la mesa principal, en caso de que tenga que detenerme a la
fuerza para que no haga algo idiota.

Algunos de los Elegidos se separaran de la procesión. Se sientan en


las mesas de los finalistas, uno a la cabecera y otro a los pies. Roman y
Delphine, vestidos con sus pelucas formales, ocupan sus lugares en la
mesa más cercana al agua. Lucy y Hugo Redgrave están ahí, junto con
otros acaudalados finalistas de Bronce que no conozco.

De hecho, la mayoría de las mesas están agrupadas por riqueza. Por


eso me sorprende que Caspian y su hermana gemela, Ophelia, se unan a
nosotros. Por lo que puedo decir, nuestra mesa está formada por los
finalistas menos estimados, aquellos cuyas Casas fueron despojadas de
todo.

Caspian está erguido, con los brazos cruzados a la espalda. Vestido


con uniforme militar completo, su pecho brilla con una variedad de
metales, todo lo cual no puedo evitar pensar que se ganó. Una corona de
oro moteado descansa sobre su simple peluca. Mi pecho se aprieta.

271
Ahora este Caspian lo puedo ver como el emperador algún día.

Todos nos ponemos de pie y nos inclinamos rápidamente mientras


los asistentes Bronce se apresuran a encender las velas de la mesa.

El sonido de los cubiertos golpeando contra las copas hace vibrar la


quietud. Las otras mesas se levantan con el sonido. Veo por qué un
momento después. El emperador Laevus está erguido a la cabecera de la
mesa de los Elegidos, preparado para pronunciar un discurso.

—Lords, ladies, cortesanos, ciudadanos, los historiadores


considerarán esta noche como un momento decisivo en el imperio —
comienza el emperador Laevus—. Cada uno de los presentes representa
a millones de almas, y son esas almas a las que les hablo. —Hace una
pausa para dejar que esa realidad penetre. Sus palabras me recuerdan
que todavía no he sentido una sola carga desde esta tarde—. Su vida es
significativa; es sagrada y amada. Y prometo hacer que su sacrificio
signifique algo. Gracias a ustedes, queridos ciudadanos, hemos tamizado
las cenizas de nuestra destrucción y nos hemos elevado al más alto nivel,
una sociedad impecable, perfectamente diseñada, libre de la tecnología
violenta que casi nos destruye. —Hace una reverencia dramática y
arrolladora ante un estruendoso aplauso. Cuando los aplausos se
reducen a un suave zumbido, tranquiliza a la multitud con un gesto de
su mano—. Así que gracias. Gracias.

Mi madre, que estaba sentada, se levanta lentamente. Miro la corte


para ver cómo responden. Silencio inmediato. Por tanto, todavía debe
tener un peso enorme. Con una peluca blanca de algodón con
tirabuzones ajustados, espera con las manos juntas, con la mirada fija
en cada finalista individual. Solo mi madre podía dominar el silencio así.
Nuestros ojos se encuentran, solo por un segundo. Aunque sus ojos no
me reconocen, siento como si mi cuerpo se partiera por la mitad.

Termina de dirigirse a nosotros con los ojos, habla.

—Finalistas, no quiero quitarles mucho tiempo, todos sabemos lo


valioso que es. —Algunas risas nerviosas—. Pero me gustaría que
miraran alrededor de su mesa a la gente, la comida. Sí, es un festín, pero
no del tipo al que están acostumbrados. Con esta comida no estamos
celebrando la vida; nos regocijamos en el final. El fin del hambre. El fin
de la guerra y la enfermedad. El fin de un imperio tan plagado de
tecnologías desenfrenadas que nos estábamos matando
sistemáticamente unos a otros. —Hace una pausa para llevar a casa su

272
punto—. Y como saben, tal hazaña requiere un gran sacrificio.

Se oye un silbido repentino cuando los fénix en llamas descienden


del cielo y aterrizan en nuestra mesa. Son holográficos, por supuesto.
Hecho para parecer aún más real con nuestros nuevos microinplantes.
El mío, una cosa furiosa e inquieta con alas de punta blanca, da vueltas
en mi plato de aperitivo, chilla y luego se eleva en el aire al unísono con
los demás. En segundos están todos congelados a dos metros y medio
por encima de nosotros, con las alas extendidas. Cada fénix tiene un
número.

Todos excepto el mío.

—Su ranking de Avatar —explica mi madre—. Pueden ver todos


menos el suyo.

El aire se agita con murmullos de sorpresa.

—Todos vinieron aquí con la esperanza de tener una oportunidad en


la vida —continúa mi madre—. Desafortunadamente, para cuando se
sirva el postre, solo quedarán cincuenta de los finalistas mejor
clasificados.

Busco los pájaros dorados sobre nuestra mesa. Hay cien finalistas.
Merida ocupa el puesto cuarenta y uno, lo que significa que actualmente
tiene suficientes cargas para sobrevivir al sacrificio. Rhydian,
quincuagésimo primero, también está a un ranking de quedarse.

—Mañana, los que queden serán sometidos a más pruebas. —Su voz
tiene un efecto hipnótico. Me encuentro deseando desesperadamente
creer en lo que dice, aunque sé que cada palabra es una verdad torcida.
Ella está dotada de esa manera—. Cada prueba incorporará un tema
específico integral a nuestra sociedad. Están diseñados para despegarse
hasta el fondo para que podamos elegir los mejores entre ustedes. —
Recoge una copa y la sostiene en el aire. Un brindis—. Por los que están
aquí hoy y no lo logren, que sus muertes sirvan a un propósito superior
y fortalezcan el imperio. ¡Saluden al emperador Laevus!

—¡Saluden al emperador! —los Elegidos cantan, estampando la


mesa con sus copas antes de beber. Todos hacemos lo mismo. Siguen
cánticos ensordecedores y pisadas fuertes.

Parece que mi madre no ha perdido su labia. Es lo que la hace tan


eficaz... y peligrosa.

273
Caspian se acomoda con gracia en la silla principal. Por mala suerte,
Riser está sentado a su izquierda inmediata.

—Siéntense —ordena Caspian a la mesa. Su voz es amistosa,


generosa, pero sigue siendo una orden.

Obedecemos al unísono, justo a tiempo para el primer plato, hígado


de oca con queso de cabra y maíz. Un silencio incómodo desciende.
Merida se olvida de la habitual presentación formal y trata de comer. Al
darse cuenta de su error, deja caer el tenedor con horror. Suena contra
su plato.

Los ojos de Caspian se arrugan mientras se ríe.

—Por favor, relájate. Simplemente me gustaría conocer a todos aquí.

¿Soy yo o miró intencionadamente en mi dirección?

A medida que se realizan las presentaciones ceremoniales, no puedo


evitar echar un vistazo a las clasificaciones por encima de nosotros.
Teagan Aster, cuarenta y siete. Dos hermanas, Alice y Marianna Graver
de Wakefield: treinta y dos y treinta y nueve. Blaise Weston, hijo del ex
ministro del Tesoro, diecinueve. Laurel Crawley, quince. Todos los hijos
de los traidores. Cuando Riser se presenta, veo que actualmente está en
el cuarenta y ocho. Mi propio ranking, sin embargo, es imposible de ver.

Como es habitual para el color de mayor rango en la mesa, Caspian


inclina sus manos, presionándolas contra su frente.

—Que los dioses honren nuestra comida y compañerismo. Soy el


príncipe Caspian Laevus y...
Todos se vuelven hacia lady Ophelia, que se mueve en su silla,
luciendo tan cómoda como un ratón en una mesa llena de gatos. Caspian
compensa su timidez con una rápida presentación.

—Esta es la bella y encantadora, princesa Ophelia.

Ophelia levanta la vista de la mesa el tiempo suficiente para plantar


una sonrisa tímida en cada finalista aquí. Aclarándose la garganta, sonríe
en su regazo y dice:

—Llámenme O, por favor.

La amo de inmediato. Está vestida con un vestido de hombros


descubiertos de color dorado pálido que combina de manera experta con
sus ojos tristes y conmovedores y capta la luz de las velas. Ha renunciado

274
a la peluca formal y su cabello, una cortina de seda de oro, cuelga hasta
la cintura, hombros blancos con huesos de pájaro que sobresalen de sus
profundidades como glaciares, flores en toda su longitud: iris
anaranjados y flores de azalea rosa ruborizada, glicinas violetas y
camelias rojas suaves. Una hilera de cornejos forma una fragante corona
nevada.

Durante el día, podría ser una diosa de las páginas de mi libro no


autorizado. Pero en esta oscuridad fantasmal, iluminada por una mezcla
etérea de luz de luna y luz de fuego, ella es una ninfa del bosque que
pronto regresará a su bosque encantado y desaparecerá.

Ophelia me está mirando estudiarla.

—Está bien —medio susurra—. Yo también te estaba estudiando.

—¿A mí?

—Eres la chica que desafió a la Tigresa Enfurruñada.

—¿Lo siento?

Su voz adquiere un tono juguetón y reservado.

—Es nuestro apodo para lady Delphine, Cas y el mío. Adecuado, ¿no
estás de acuerdo?

Me endurezco, no acostumbrada a tanta franqueza en la corte. Tal


vez sea un truco para soltar mi lengua, ¿hacerme hablar? Difamar un
Oro. ¿No hay una regla en contra de eso?
Ella suelta una risita avergonzada, moviendo sus ojos en disculpa a
Caspian.

—Es una tontería... De todos modos, fue algo muy valiente de hacer.

—Gracias —digo, relajándome—, pero me temo que fue más


estúpido que valiente.

—Bueno, si tuviera que elegir, preferiría ser valiente y estúpida que


inteligente y cobarde. Y tú… —se vuelve hacia Riser—, te negaste a
denunciar a lord Pope. ¿Por qué?

Al otro lado de la mesa, Merida rápidamente aparta la mirada, con


el rostro sumido en la culpa. Rhydian se pone rígido.

275
Las comisuras de la boca de Riser se contraen.

—Ojalá, princesa, también pudiera reclamar intenciones


admirables, pero no disfruto especialmente que me digan qué hacer.

O mira a Caspian.

—Suenas mucho como alguien más que conozco.

Pero Caspian está mirando a Riser, sus ojos agudos lo miran.

—Así que, obstinado y necio. Vaya de mala educación, si nuestra


reunión anterior es una indicación. ¿Tiene acaso alguna cualidad
redentora, lord Thornbrook?

Obviamente, Caspian no se ha olvidado de su encuentro anterior.

Riser se inclina hacia atrás en su silla, con los brazos detrás de la


cabeza. Cualquier otra persona se acobardaría en la sumisión, y su
comportamiento tranquilo me pone nerviosa, al igual que su sonrisa
insolente.

—Bueno, lord Caspian, no a menos que cuentes mi atractivo y mi


encanto inquebrantable.

—No lo hago. —Caspian se sienta rígido, la luz del fuego jugando a


través de sus refinados pómulos—. Y como soy tu soberano y un Oro,
debes dirigirte a mí como príncipe Caspian. O mi lord. Tu preferencia.

Todos en la mesa se congelan. ¡Hazlo, Pit Boy! Porque a pesar de


toda la reconstrucción de Riser, su apariencia y gestos recién pulidos, la
expresión desafiante que tuerce su rostro pertenece al chico del hoyo.
Sus ojos parpadean hacia mí. Mi rostro le ruega que lo haga. ¡No
seas idiota, idiota!

—Mis disculpas, príncipe —dice Riser con los dientes apretados,


apartando lentamente su mirada de mí—. Mis modales cortesanos están
oxidados.

—¿Y cuándo estuviste aquí exactamente? —El rostro de Caspian se


ha vuelto completamente serio—. Porque no te recuerdo.

Entiendo que ahora Caspian no dejará pasar esto.

Riser lanza una sonrisa oscura en mi dirección, como si dijera que


lo intenté a tu manera, ahora probemos la mía, y sé que las cosas están
a punto de salirse de control.

276
Oh, infierno fieniano.
29

277
—Yo lo hago —espeto—. Lo recuerdo. Quiero decir... No de la corte,
era demasiado joven, obviamente, sino de... veraneando juntos en... la
villa del océano de mi familia. —Eso es algo que hacen los ex-cortesanos,
¿verdad?

Caspian se vuelve hacia mí, su cabeza inclinada con perplejidad.

—Disculpa, pero...

—Saludos. —Una gran sombra se ha acercado pesadamente a


nuestra mesa. El olor a brandy me golpea en la cara.

O se aleja de él.

—Roman.

—¡Ahh, ahí estás, mi florecita! —Roman, apoyando su enorme


cuerpo sobre la mesa hasta que cruje, arranca un iris de su cabello,
rasgando un puñado de hebras doradas con él. Noto con alivio que
Caspian ha dirigido toda su rabia hacia Roman ahora en forma de una
mirada tranquila y empapada de furia.

Los ojos de O le ruegan a Roman que se detenga.

—Roman... Por favor…

Roman planta una palma carnosa en la cara de O, lo suficientemente


fuerte como para hacer un ruido de bofetada. Con el pulgar y el índice,
aprieta sus labios hasta que parece que está formando palabras.
—Es un placer verte también, mi amor —dice Roman por ella. Sus
palabras son arrastradas y enojadas.

O trata débilmente de apartar su mano mientras todos miramos con


horror, su corona de flores se rompe en el proceso y cae al suelo.

—¡Para! —Mi silla cae hacia atrás mientras me pongo de pie.

Gruñendo, Roman suelta a O, sus ojos se entrecerraron en mi


dirección mientras trataba de concentrarse. Me imagino que un león que
acaba de ser distraído de su presa se vería igual. Cuando me reconoce,
sus labios gordos y húmedos se mueven en una mueca de desprecio.

—Bueno, ¿no eres tú el rocío de una rosa, estúpido gusano?

278
Tanto Riser como Caspian se ponen de pie al unísono, seguidos por
Teagan.

—Estás alterado, Roman —susurra Caspian—. Y hay mujeres


presentes. Te recomiendo que te vayas antes de que te obliguen a hacerlo.

Pero los ojos rojos y entrecerrados de Roman están fijos en Riser,


sus dedos acariciando el mango de su espada. Incluso borracho, Roman
es lo suficientemente inteligente como para saber dónde está la verdadera
amenaza.

Una sonrisa burlona se extiende por el rostro de Riser mientras


evalúa a Roman.

Los demás, incluido Caspian, están sujetos a un sentido del honor


y la cortesía. Pero Riser no está en deuda con ninguna de estas cosas.
Quizás sintiendo esto de alguna manera, Roman suelta su arma y se
inclina, forzando torpemente la mano de O a sus labios húmedos.

—Mi flor, pronto serás toda mía.

Roman se va, pero la incomodidad permanece. Todos seguimos a


Teagan, que es la primera en volver a ocupar su lugar en la mesa,
deslizando un pequeño palo de madera en su bolsillo mientras lo hace.
Al darse cuenta de mi mirada, responde con un leve asentimiento en mi
dirección. Sus ojos se posan en mi broche. No es la primera vez y levanto
las cejas cuestionadoramente.

—Disculpa —dice Teagan, con una voz que suena como si rara vez
se disculpara—. Pero tengo que decir que tu elección de adorno es de
primera. Especialmente una vez que presionas las alas.
Sigo sus ojos al fénix. ¿Cómo responder? ¿Esto es una especie de
apretón de manos rebelde? ¿O quizás un truco? Asiento con cuidado.

—Gracias.

Guiña un ojo con cuidado.

—De nada, amiga.

Echando un vistazo alrededor de Teagan, veo a O tratando de salvar


su cabello en silencio. Caspian se mueve para ayudarla, pero ella niega
con la cabeza.

—No, Cas. Debo aprender a lidiar con él por mi cuenta. —Sonríe con
valentía, la carne alrededor de su boca enrojecida por el violento agarre

279
de Roman—. Después de todo, una vez que estemos casados, no estarás
allí para rescatarme.

Me estremezco al imaginarme a la O gentil y de voz tranquila estando


casada con ese bruto.

Caspian mira con las cejas bajas a la mesa.

—Padre cambiará de opinión.

Más flores rotas se derraman del cabello de O mientras niega con la


cabeza.

—¿Romper una promesa al general? Padre nunca se atrevería a


deshonrar a la Casa Bloodwood, no cuando ellos controlan...

Al parecer, recordando que no están solos, hace una pausa.

El general Bloodwood tiene influencia sobre el emperador Laevus. Lo


guardo para más tarde.

Los asistentes cambian nuestros platos sin tocar por el segundo


plato, una sopa de borscht humeante con un huevo rociado y lo que
parece foie gras sobre arenque escalfado. El pan duro y partido se sirve
a un lado. Hambrienta como estoy, no encuentro mi apetito.

—Gracias, lady Everly. —Miro hacia arriba para ver a O


sonriéndome—. Si tan solo fuera tan valiente como tú.

—Sí, lady Everly —dice Caspian—. Parece que tu estupidez no


conoce límites.
Riser también me está mirando. Bueno, al menos están de acuerdo
en algo. Me inclino sobre Riser.

—Dijiste que me mantuviera alejada de la condesa Delphine —


susurro, cruzando los brazos—. Nunca dijiste su hermano matón.

Ignorando a los demás que nos miran con curiosidad, Caspian dice
con los dientes apretados:

—Supuse que estaba implícito.

Poniendo los ojos en blanco, me concentro en mi sopa tibia,


hurgando con indiferencia en la rica yema amarilla de mi huevo. Paso a
través del plato principal, jabalí asado con castañas, y el segundo plato
principal igualmente suntuoso de pez espada al vapor y champiñones

280
rellenos de risotto. ¿Por qué no recibo ninguna carga? ¿Qué demonios
tengo que hacer para volverme interesante?

Miro a Riser, que en realidad tampoco está comiendo. Es hora de ser


interesante.

—¿Cómo está el jabalí, lord Thornbrook?

Riser me mira. Sonrisas. Una sonrisa lenta, ardiente, y que te


estremece hasta los dedos de los pies me electrifica.

—Está maravilloso, gracias, lady Everly. —Su voz es suave como un


almíbar e insinúa algo más, una broma privada compartida—. Y para ti.
¿El jabalí está asado a tu gusto? —Su voz adquiere un tono aún más
íntimo—. Recuerdo que de nuestros días en tu villa prefieres la carne
cruda.

Desde mi periferia veo a Caspian observando nuestro intercambio.

—Bueno, lord Thornbrook —digo, forzando una sonrisa—, las cosas


pueden haber cambiado un poco desde entonces.

—¿Pero espero que todavía nades desnuda, lady March? Siempre fue
tan entretenido.

Tosiendo, consigo soltar una risa débil.

—Siempre tan gracioso, lord Thornbrook... si no falto de decoro.

Riser toma su tenedor, empala un trozo de carne ensangrentada y


me lo acerca a los labios.
—Insisto, mi lady.

¡Está jugando conmigo! Ahogando mi ira, abro la boca


obedientemente. La sangre fría gotea por mi barbilla mientras deposita la
carne en mi lengua. Caspian frunce el ceño. Riser, feliz, pasa una
servilleta por mi barbilla húmeda.

Mastico. Trago. Con suerte, el rubor de ira que sube por mi cuello
se puede pasar por un rubor amoroso.

—Divino —me las arreglo para decir—. Gracias.

Sin terminar de torturarme, aparentemente, Riser abre la boca y


espera. Cortejando o no, no puedo imaginar a nadie siendo tan cursi.
Apuñalo un hongo relleno y, enojada, lo fuerzo por su garganta.

281
Estoy enojada. ¿No sabe qué tan bajo es mi ranking?

Riser se atraganta con su bocado, se limpia los trozos de la cara y


sonríe.

—Siempre la torpe.

—¿Cuál era mi apodo para ti? — Lanzo mis ojos a Riser—. Está en
la punta de mi lengua.

Riser se ríe.

—No lo sé, Digger. Había tantos.

Las cargas no vendrán. Lo entiendo ahora, incluso si nuestro


noviazgo fuera más convincente. Todos miramos hacia arriba a la vez
para ver a los asistentes llevando el plato final. Caminan en fila india, las
tapas de las fuentes de plata que llevan traquetean silenciosamente.

Es demasiado tarde. Me abruma un fuerte presentimiento. Fallé.


Decepcioné a Max, mi padre. Todo el mundo. Incluso Riser apenas ha
pasado patinando.

Desesperada, me inclino hacia Riser y le susurro:

—Por favor, te lo ruego, salva a Max…

Presiona su dedo contra mis labios.

—Everly —dice—, deja de hablar. Solo quiero disfrutar de este


momento un poco más.
Un asistente presenta con gracia una pequeña bandeja para servir
frente a mí. La miro, apenas respirando. Solo cincuenta de estos platos
contienen postre. El mío no será uno de ellos. Lo sé al igual que sé que
Riser me engañó.

Lo siento, Max.

Una parte de mí quiere pelear. Por un segundo delirante me imagino


caminando hasta la mesa principal. No llegaría lo suficientemente lejos
como para lastimar a mi madre. Pero tal vez solo mirándola a los ojos,
haciendo que su rostro sea lo que ha hecho. Quizás eso sea suficiente.

La música ha dejado de sonar. Se oye el sonido de los faroles


moviéndose con la brisa, un caballo relinchando en la distancia. Agarro

282
la tapa, con la mano sudorosa y temblorosa, junto con otros noventa y
nueve finalistas.

Cuando los demás comienzan a abrir el suyo, dudo. No puedo. No


puedo hacerlo. La mano de Riser descansa de repente sobre la mía, cálida,
pesada y segura.

—¿Qué estás haciendo? —susurro.

Riser me mira fijamente por un momento.

—¿Por qué sigues dudando de ti misma, cuando todos los demás, el


mundo entero, ven lo increíble que eres?

La tapa se levanta. De repente, comprendo por qué no se estaba


tomando en serio mis tontos intentos de cortejo. Descansando en mi plato
hay una simple tarta de fresa, coronada con un elaborado ave fénix en
ascenso hecho de azúcar hilado.

Estoy dentro. He sobrevivido a la Selección.

Miro a mi fénix, que ahora está iluminado con mi número.

Uno. Soy el número uno.

Ahora entiendo por qué no podía sentir mis cargas. Nunca hubo una
sola carga.

Todo el tiempo debe haber sido un largo flujo continuo.

—Pero... Me dejaste fingir...


—¿Que te gustaba? —Sus labios se aprietan en una sonrisa
nostálgica—. Lo siento, pero has dejado muy claro que soy despreciable,
lady March, y no podía dejar pasar la oportunidad de sentir lo contrario.
Si lo deseas, considéralo un regalo de despedida.

Ahora lo veo. El plato vacío de Riser. Mirando hacia arriba, descubro


algún lugar entre el primer curso y ahora su clasificación ha caído al
cincuenta y uno. Justo debajo del límite. Y estaba demasiado ocupada
preocupándome por mi estado para darme cuenta.

Abro la boca para decir qué, no sé. Pero se pone de pie, dobla la
servilleta sobre la mesa, se inclina cortésmente ante los otros finalistas y
se dirige al Centurión que lo espera.

283
Necesito quedarme sentada. Mantenerme sin emociones, tranquila.
Sabíamos que esto podía pasar.

—¡Espera! —Me levanto antes de que pueda detenerme. El


Centurión que encabeza a Riser se detiene y casi me tropiezo con ambos.
Es Brogue, aunque casi no lo reconozco con su uniforme de centurión,
afeitado y duchado y medio respetable. No hay reconocimiento en su
rostro duro. Ya ha esposado las manos de Riser desde el frente. Cientos
de ojos curiosos se clavaron en mi carne.

Mi primer impulso es deslizar a Riser la horquilla para usar más


tarde. En sus manos sería más que efectivo. Pero Brogue ve que la
alcanzo y sutilmente niega con la cabeza.

Estúpido, por supuesto que lo es.

Mi segundo impulso es decir algo reconfortante. Incluso más


estúpido. Podría rogarle que corra, pero ambos sabemos que no llegará
muy lejos. La verdad es que soy impotente para hacer algo útil salvo mirar
mientras lo llevan para ser arrojado a los lobos que esperan al otro lado
de la pared.

Riser me mira a los ojos. Me está rogando que no haga nada


estúpido. Demasiado tarde para eso.

—Dime qué hacer —susurro.

Sacude la cabeza, mechones de su cabello brillante cayendo sobre


su rostro.
—Te mentí, Everly. Te salvé en el agua y te di de comer en la fosa.
Pensé que mis sentimientos por ti eran una debilidad... pero ahora me
doy cuenta de que eso fue lo único que me hizo fuerte.

Un sentimiento salvaje y desesperado se apodera de mí. Sé que


debería marcharme. Esa parte de estas emociones están reconstruidas.
Así como sé que si no hago nada al respecto, saldrán de mi ser. Entonces
hago algo precipitado. Algo que nunca en un millón de años haría de otra
manera.

Lo beso.

Sus labios están secos y calientes. Se separan de inmediato. Un


ruido de sorpresa se eleva desde algún lugar profundo de su pecho. Sus

284
manos restringidas agarran la parte delantera de mi vestido,
atrayéndome hacia él. Me sorprende la suavidad, la curiosa sensación de
sus dientes rozando la parte sensible de mi labio inferior, la extraña
sensación de su lengua deslizándose sobre la mía. Lady March había
besado a cien chicos cuando le robé sus recuerdos, pero ninguno se había
sentido así.

Riser es el primero en alejarse. Aspiro un pequeño respiro


hambriento, los sentimientos reconstruidos profundamente arraigados
dentro de mí gritando para acercarlo nuevamente. Es como si me hubiera
rascado un picor solo para empeorarlo mil veces.

Sonriéndome suavemente, Riser levanta sus manos, los grilletes


tintinean y toma mi barbilla, sus dos pulgares presionando a cada lado
de mi mandíbula.

—Ya te lo dije, lady March, sería cualquier cosa menos estúpido.

Y luego se lo llevan a rastras.


30

285
Cinco minutos completos. Ese es el tiempo que he estado parada
aquí fuera de mi habitación. Sé que tan pronto como entre y le cuente a
Flame lo que le pasó a Riser, pasará una de dos cosas. Flame me
asesinará o morirá en el intento. Aunque prefiero lo último, ambos no
son ideales.

Pasos. Lady Laurel y lord Blaise se dirigen a la celebración de


medianoche que se lleva a cabo en el patio para celebrar los resultados
de la Selección. Los finalistas me llaman la atención y rápidamente
desvían la mirada. Ahora no soy solo una chica Oro caída. Soy la chica
Oro caída con más cargas.

La chica con un nuevo objetivo brillante en la espalda.

La habitación está en desorden. Cables, artilugios y diversas tiras


de metal se derraman de la cama al suelo. Conducen a Flame, sentada
con las piernas cruzadas, juntando dos cables chispeantes. Sin siquiera
ver su rostro, sé que lo sabe. Con la esperanza de que no podamos
discutirlo, me acerco a la ventana para ver las pantallas. El sonido de los
vítores cuando aparece la primera cara en la pantalla de la grieta hace
vibrar el cristal de la ventana principal. La niña está sonriendo, su cabello
rojo brillante peinado y trenzado. Tardo unos segundos en reconocer mi
nueva cara.

Cierro la ventana y me doy la vuelta.

—Lo intenté, Flame...


—No. —Mira hacia arriba—. Intentar habría sido seguir el plan
desde el principio. Intentarlo habría sido deslizarle un arma para que
tuviera una oportunidad...

—Lo intenté…

—¡Deja de decir eso! —El metro cincuenta y dos de Flame se eleva.


Por lo que puedo decir, no tiene armas, pero eso no significa nada—.
¡Intentarlo los habría detenido! Dejaste que se lo llevaran. —Arranca el
broche de mi vestido—. ¡No te mereces ponerte esto!

Me dejo caer en la cama. Quizás tenga razón, pero estoy demasiado


cansada para lidiar con eso ahora. Me duele el cuerpo, me duele la mente,
me duele el corazón. Han pasado días desde que dormí bien. Los vítores

286
continúan afuera, sacudiendo el polvo de las paredes de piedra. Jugueteé
con la tela rasgada donde estaba el broche.

—¿Qué puede hacer Brogue?

—Nada. —La voz de Flame ha perdido su filo. Como yo, suena


agotada—. En algún momento mañana, Riser será arrojado fuera de la
cerca y lo harán pedazos. Pero estoy segura de que tu beso le hará mucho
bien.

Mis mejillas hormiguean de ira y vergüenza.

—Si no querías que lo besara, entonces no deberías haberme


reconstruido para desearlo. —La palabra se me pega a la garganta. Deseo.
Pero lo hago. Tengo que admitir eso. Algo dentro de mí lo necesita, y
aunque no sea real, se siente real.

Flame juguetea con un alambre deshilachado. Espero a que me


lance una pulla, pero está inusualmente callada.

Empiezo a recoger los escombros de la cama.

—¿No te preocupa que alguien entre y vea todas estas cosas?

—Princesa, ahora mismo tenemos cosas más importantes de las que


preocuparnos.

—¿Descubrieron que estamos en el sistema?

—Bueno, los cabezas de peluca saben que alguien ha estado jugando


con sus juguetes; simplemente no saben quién. Todavía. —Vuelve al
armario y desaparece detrás del aparato de alta tecnología en el que ha
estado trabajando—. Duerme un poco. Deja que los adultos arreglen esto.

—¿Dormir? —Cruzo el piso hasta el armario, paso junto a Flame y


paso entre corsés de cuero y enaguas horriblemente anticuadas hasta
que encuentro un camisón corto de muselina—. ¿Crees que puedo dormir
ahora después de todo lo que ha pasado?

Flame me sonríe.

—Podría romperte el cráneo. Apagar las luces.

Estoy bastante segura de que habla en serio.

Me quito la ropa de camino a la cama. El camisón está rígido y

287
rasposo. Hago una pausa mientras veo la bolsa parcialmente abierta
junto a la pared, y un escalofrío me recorre. Asomando desde el interior
hay dos octaedros dorados y lisos del tamaño de mi puño, la forma similar
a dos pirámides juntas. Los símbolos antiguos los cubren.

Nano-trituradores.

La mirada de Flame viaja lentamente desde la bolsa hacia mí.

—¿Problema, princesa?

—¿Por qué tienes esos?

Hace una mueca.

—Aww, ¿la princesa está asustada?

Sí, pienso. De ella. Porque sé que esos pequeños objetos


aparentemente inofensivos tienen millones de nano-trituradores
retorciéndose en su interior, cuyo único propósito es buscar carne como
la mía, del tipo que ha sido modificado y reconstruido. Si estallara, los
Elegidos serían las primeras víctimas, seguidos por cualquiera que haya
sido reconstruido. Básicamente, la mitad de la isla quedaría destrozada.
No es que los trituradores sean exigentes. Mutilarán cualquier cosa a su
paso.

¿Por qué Flame tendría esto?

—El plan es matar al emperador —le recuerdo, mis palabras


pegajosas por el miedo—, no a toda la corte.
—Bueno, los planes me aburren, al igual que los dandies con pulso
y los monárquicos sonrientes.

Abro la boca para discutir, pero obviamente no tiene sentido. En


cambio, me inclino y cierro la bolsa, como si de alguna manera ahora
estuviera más seguro.

—No te agrado mucho, ¿verdad?

—No.

—¿Alguna razón en particular?

—Razones. Plural.

288
—Bueno…

De repente, Flame se acerca y viene hacia mí.

—No me gustas porque crees que eres mejor que los demás. —Otro
paso—. No me gustas porque eres como ellos. —Ahora está parada al
borde de la cama—. Actualmente, te desprecio porque Riser todavía
estaría aquí si hubieras seguido el plan desde el principio.

—El plan era defectuoso. —Sentándome, necesito poder rechazar


cualquier golpe, levanto las manos—. Nadie puede fingir estar
enamorado. Incluso con la ayuda de un Reconstructor.

—Irónico, ¿no es ese el acto patético que estabas haciendo cuando


pensaste que necesitabas la ayuda de Riser?

Tiene razón. La cara de Riser destella en mi mente, y niego con la


cabeza, tratando de desalojarlo.

Ella me mira fijamente por un segundo. Siento que se libera el


aliento que he estado conteniendo cuando cruza el suelo y comienza a
hurgar en su bolso. Se oye un aleteo cuando me arroja algo. Un libro,
veo, la portada llena de exquisitos cuervos de acuarela, todos negros
excepto uno azul vibrante, como su tatuaje. Se titula: El pequeño cuervo
azul.

Asiente hacia el libro.

—Ábrelo.

Hago lo que me ordena, leyendo la dedicatoria: Para Charlotte, mi


hermosa, peculiar y salvaje criatura.
La página siguiente muestra un cuervo azul con alas larguiruchas y
caídas y una cara triste. Empiezo a leer el texto, pasando las páginas en
la penumbra.

Tú, el pequeño cuervo azul y yo,

Tenemos lugares para volar y cosas que hacer.

Botones para juntar, hilo para enhebrar, nidos para construir, amigos
para encontrar.

Nubes para patinar, ramas para balancearse; viento para recoger


bajo nuestras alas.

289
Pero un pequeño cuervo se siente triste,

Y quizás un poco solo también.

Oh, sus botones están apilados a treinta metros de altura, su hermoso


hilo llega al cielo.

Su nido sobresale de los árboles más grandes; sus alas recogen la


brisa más salvaje.

Pero de sus amigos, no hay uno solo.

Para contar sus botones o perseguir el sol.

Ella es diferente, ves, que tú y yo.

Como las estrellas a la luna y los peces al mar.

Es un libro para niños.

—Mi madre escribió eso para mí. —La pequeña y enojada risa de
Flame suena como una tela rasgada—. Adecuado, para un monstruo
incapaz de llevarse bien con los otros niños.

No es de extrañar.

—¿Quieres ver qué sucede cuando un Plata es sorprendido con


literatura no autorizada?

Intento decir que no, pero hay una mirada salvaje en sus ojos, y es
como si ni siquiera me viera. La memoria se enciende de repente.
Jadeo.

Luz brillante...

Nubes por encima...

Huele a sudor, a cuerpos sucios y a las grasientas patas de cerdo


fritas que venden los domingos en el mercado de Riverton. Estoy de
puntillas, mirando por encima de sombreros mugrientos y cabezas
aceitosas el andamio frente a mí.

—¿Qué es esto? —susurro, pero lo sé. Lo sé. De alguna manera, a


través de nuestro microimplante, Flame está cargando una memoria
sináptica almacenada.

290
—Tengo doce. —Su voz se ha vuelto dura—. Así que todavía creo que
tendrán piedad de ellos.

Aparta la mirada. Pero no puedo. Está en mi cabeza y lo experimento


todo. Mi mano, la mano de Flame, se envolvió alrededor de la de Cage
mientras luchamos con los codos y los hombros. Los abucheos
emocionados de la multitud que se hacen más fuertes con cada paso que
da el verdugo hacia los padres de Flame. Las cuerdas se deslizan
alrededor de sus cuellos. De repente llamo, agitándome violentamente.
Cage me tapa la boca con la mano... y grito y grito todo mi corazón.

El sonido del padre adoptivo de Flame cayendo a través del andamio


pone fin al recuerdo. Me concentro en Flame, y sonríe con la sonrisa más
triste que jamás haya visto.

—Tenían que hacer de ellos un ejemplo.

—Suficiente.

Es como si no me escuchara.

—Platas inofensivos cuyo único crimen fue acoger huérfanos y amar


los libros, se los llevaron y forzaron sus cabezas...

—¡Por favor, Flame, detente!

Me enfrenta de repente.

—Así que por eso, cuando hablas como si fuéramos los monstruos
—su voz se alza—, como si fuéramos los culpables y no ellos, se necesita
todo lo que tengo, todo, para no lastimarte.
Respiro hondo. Luchar con Flame no mejorará las cosas entre
nosotras, ni mejorará mis probabilidades de supervivencia.

—Te refieres a lastimar a todos —corrijo cuidadosamente—. Porque


eso es lo que quieres, ¿no es así, fieniana? ¿El mundo entero ardiendo?

—Sí. —Sus ojos son pozos oscuros de rabia—. Pero me conformaré


contigo y tu novio Oro si es necesario.

Caspian. Mirando a Flame, la forma en que su carne casi se


estremece de furia, siento algo sorprendente. Envidia. Qué fácil sería
ceder a mi odio y mi locura. Para llenar mis huecos con él, dejar que se
coma todo lo que me queda.

—Anotado —digo, deslizándome bajo las sábanas. La mirada salvaje

291
de Flame no es suficiente para luchar contra la marea negra de fatiga que
me invade—. Gran día mañana. ¿Crees que podría descansar un poco sin
ser asesinada mientras duermo?

Flame me mira con sus afilados ojos grises. Luego se endereza,


estirándose a través de un bostezo, incluso los fienianos tienen que
descansar, aparentemente, y vuelve su atención al desorden de cables.
Su furia parece haberse desvanecido tan rápido como apareció.

—No hago ninguna promesa.

Me desabrocho la horquilla, la deslizo silenciosamente debajo de la


almohada, por si acaso, y hago un insignificante esfuerzo para dormir.
Pero un pensamiento sigue apareciendo: Flame se equivoca. Yo ya no
culpo a un lado sobre el otro, y dejé de ver monstruos en lugar de
hombres.

Verdaderamente, estoy empezando a sospechar que el mundo entero


simplemente se ha vuelto loco. Y estoy durmiendo a unos pasos de la más
loca de todos.
31

292
Me tiemblan las manos.

—¡Duermes como un cadáver! —acusa la voz agitada de Flame—.


¡Levántate!

Los Centuriones irrumpen y me llevan antes de que pueda encontrar


mis botas. Nuestros pasos apresurados rompen el silencio de los pasillos
oscuros. Aunque estoy bastante segura de que me llevarán a la ceremonia
de elección, también podrían llevarme al pelotón de fusilamiento.

Hacemos una pausa junto a la puerta. Un Centurión rápidamente


me envuelve en una capa de satén verde esmeralda en forma de campana
que se arremolina alrededor de mis tobillos. Es pesada, recortada en piel
de marta negra que desciende por el frente y bordea las aberturas de los
brazos a cada lado, y extravagante sin comparación.

—Quería que tuvieras esto —dice el Centurión.

Gracias a Dios por quien sea… ¿Nicolai? Porque el aire fresco de la


noche me muerde las piernas tan pronto como salimos.

Se necesita un momento para identificar a los otros finalistas,


distribuidos en dos líneas paralelas por orden de estatus, uno frente al
otro. Se estremecen en ropa de dormir, su aliento lechoso empaña el aire.
Un Centurión está a cada lado de cada finalista.

Me colocan al final de la fila, junto a lady Laurel. Mis pies descalzos


crujen sobre la hierba fresca y húmeda. Ojos envidiosos recorren mi capa
y me doy cuenta, una vez más, de que destaco de los demás. Me aseguro
de decirle a Nicolai que no hay más favores especiales, por muy
apreciados que sean.

Una antorcha cobra vida. Uno a uno, los Centuriones encienden las
antorchas del otro hasta que hay dos gloriosas filas de calor crepitante.
Luego, cada uno de nosotros recibe una antorcha apagada.

Aprovecho este tiempo para catalogar a los finalistas restantes.


Merida y Rhydian se apiñan, sus manos casi se tocan. Teagan, su alta
figura vestida con una túnica de seda de hombre negro que apenas cubre
la parte superior de sus muslos delgados como hojas de hierba, está dos
finalistas por debajo de Blaise, Merida y Rhydian. Hugo y Lucy están
cerca del final. Son los únicos vestidos para el frío, lo que significa que
oyeron venir a los Centuriones, o más probablemente estaban preparados

293
para esto de alguna manera.

En el silencio, es difícil no preocuparse por el mentor que me elegirá.


¿Será el mentor que Nicolai haya elegido para mí o para otra persona? ¿Y
si es alguien a quien desprecio como Delphine o Roman?

Desde la distancia llega el relincho ahogado de los caballos. Todos


giramos, centrándonos en la extensión oscura donde se origina el sonido.
Lentamente, dos jinetes emergen, galopando hasta detenerse
repentinamente a unos metros de donde yo estoy. Uno de los caballos,
una enorme bestia blanca, se encabrita, pateando el aire con los cascos.

Cuando el jinete tiene a la bestia bajo control, se quita la capucha y


veo que es Caspian, con su chaqueta militar adornada con un fénix
dorado. Un Centurión le entrega una antorcha encendida. Espoleando al
caballo a un trote de rodillas altas, gira en círculo alrededor de los
finalistas, su caballo gruñendo nubes lechosas con cada giro brusco. Los
ojos de Caspian recorren las dos líneas, buscando. Este es un Caspian
diferente. Imponente, imperial, una figura majestuosa tallada en
obsidiana. Puedo imaginarlo al mando de ejércitos y dirigiendo a los
hombres a la batalla.

Me doy cuenta de que hay muchas cosas sobre el príncipe Caspian


Laevus que no sé, y la idea me pone nerviosa.

Cuando su caballo me alcanza, su pecho está brillante de sudor y


los labios burbujeantes de espuma. Me congelo. Mi cabello se mueve
hacia atrás con cada fuerte y cálida exhalación de las fosas nasales de
color gris aterciopelado de la bestia. Hecho para galopar, el bruto es
cauteloso en un lugar, patea y lanza su enorme cabeza como un ariete.
Caspian no se mueve.

Mirando hacia arriba, entrecierro los ojos para distinguir el rostro


de Caspian, pero su expresión está cubierta de sombras. Hay una pausa
silenciosa e inquietante mientras el caballo se mueve nerviosamente.
Finalmente, Caspian se inclina, la luz del fuego ilumina su rostro y toca
la mía con su llama.

Mi antorcha estalla, besando mi nariz y mejillas con un calor


radiante. Antes de que entienda lo que está sucediendo, el Centurión a
mi derecha me agarra del brazo. Caspian lo detiene con una palma
levantada. Me lleva un momento comprender que me pide que elija al otro
finalista de mi equipo.

294
Trago. Pero aquí solo hay una persona en la que confío. Mi antorcha
encuentra la de Merida. Sin una palabra, Caspian patea a su caballo al
galope y se desvanece en la oscuridad.

Justo cuando el amanecer comienza a despuntar, Merida y yo nos


montan en caballos separados y nos vendan los ojos. Incluso con los ojos
cubiertos, puedo sentir las miradas resentidas de los demás. Deben estar
preguntándose por qué nosotros. Dos oros exiliados de casas olvidables.

Me pregunto lo mismo.

No sé si este giro de los acontecimientos funcionará a mi favor o no.


Sin embargo, lo único que sé es que esto no estaba en el plan, y Nicolai
no estará complacido.

Los sonidos cobran vida. Pasos de pezuñas de un tercer jinete. La


respiración nerviosa y ruidosa de Merida. Alguien toma las riendas y
comienza a guiarnos por el césped al galope. Aunque nunca antes había
montado a caballo, lady March sí, y sostiene un puñado de crines y
abraza a la bestia con sus piernas desnudas, sus dedos de los pies
curvados sobre los fríos estribos.

Mientras viajamos, lucho por reunir un gasto aproximado de nuestro


entorno. Cruzamos un puente de madera. Un arroyo. Grandes
extensiones de césped. En un momento, las ramas de los árboles me
arañan la cara y sé que estamos en un bosque.

Una parada repentina. El sonido del tercer jinete retrocediendo en


su caballo. Algo está a punto de suceder, y me concentro en recoger todo
lo que pueda de nuestro entorno. No hay mucho viento, por lo que
probablemente estemos atrincherados por bosques o acantilados en al
menos dos lados. Huelo agua estancada y siento que el caballo se hunde
un poco en lo que tiene que ser barro. Se oye el sonido de alguien que
camina suavemente sobre una piedra y luego siento que alguien toma
mis riendas. Nos estamos moviendo.

Instintivamente me inclino hacia atrás en mi silla cuando siento que


mi caballo comienza a precipitarse por las escaleras, con los cascos
golpeando la piedra. Hay tres tramos de escaleras empinadas sinuosas y
luego, por el sonido húmedo y hueco, un túnel húmedo. Después de lo
que parece una eternidad, desmontamos, un teclado emite un pitido, una
puerta se abre con un crujido y nos llevan al interior.

Lo primero que noto es la falta de sonido. La segunda cosa es mi

295
cerebro, que hormiguea y se arrastra, como si un gusano diminuto se
moviera a través de su densa materia gris.

Me quito la venda de los ojos y jadeo. A mi lado, Merida inhala


profundamente. Estamos dentro de lo que tiene que ser un Sim,
suspendidos en un espacio infinito de color negro azulado, rodeados por
todos lados de estrellas. Y ahí es cuando comprendo que es una réplica
perfecta de nuestro universo.

—Hermoso, ¿no? —Sé quién es antes de siquiera mirar. Caspian está


de pie justo detrás de mí, sonriendo, la luz de las estrellas lo proyecta en
un brillo diáfano para que su cabello parezca de un oro rico y bruñido.

—Asombroso. —Por lo que puedo decir, no hay límites, solo un sinfín


de estrellas. Encuentro la Constelación de Orión. Al enfocar mis ojos,
parece acercarse, o tal vez sea mi imaginación. La espada de Orión
aparece a la vista. Lentamente, un velo rosa y azul se eleva como una
red, envolviéndonos en su manta gaseosa.

Estamos dentro de la Nebulosa de Orión.

Antes de que pueda hablar, vuelve a cambiar. Estoy dentro de un


cúmulo de estrellas gordas y relucientes, de un blanco azulado claro y
brillante. Miro a mi alrededor en busca de los demás, pero solo veo
estrellas. Cuento seis. Ahí es cuando me doy cuenta de que no tengo
forma, emana energía y luz ilimitadas.

Soy una de las siete hermanas dentro del cúmulo estelar de las
Pléyades. No se necesita mucho para determinar cuál soy. La misma que
me dio el nombre. La más bella y brillante de todas.
Maia.

—Maia. —La voz de mi padre, un susurro a través del vacío—. Maia


—llama de nuevo—. Encuentra la sala de la Esfinge de tres cabezas
enjaulada en oro... —Y entonces es como si todo hubiera sido succionado
por el vacío, las estrellas se extendían como caramelo antes de que una
banda de goma negra de oscuridad se cerrara.

Llego al suelo dentro de una habitación plateada con una cúpula


alta, tendida en un charco de satén y piel. Algo suave, la chaqueta de
Caspian, se acuña debajo de mi cabeza. Quiero gritar por mi padre, pero
Caspian se inclina sobre mí.

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Enderezando mi engorrosa capa para cubrir mejor mis muslos
desnudos, lucho por ponerme de pie, luchando contra oleadas de mareo.

—¿Qué pasó?

—Desapareciste —dice Merida con el ceño fruncido.

—¿Desaparecer?

—De la Simulación —aclara Caspian—. Lo expulsé de inmediato y


te encontramos inconsciente.

Mirando a mi alrededor, veo el panel junto a la puerta. Así que este


es un auto-Sim, un simulador increíblemente raro y costoso diseñado
para usarse sin un operador, lo que significa que Caspian tenía un
eyector remoto para empujar si algo salía mal.

Lo cual aparentemente, hizo. Eso explica por qué me expulsaron


antes de que mi padre pudiera terminar su mensaje. Mis hombros se
hunden. Ahora solo tendré que encontrar una manera de robar el eyector
remoto, encontrar el camino de regreso aquí y adivinar el código para
ingresar, todo antes de que comience la primera prueba.

Malditamente fácil.

—Lo último que recuerdo es estar contigo y con Merida —miento—.


¿Cuánto tiempo estuve fuera?

Merida y Caspian se miran.

—Mucho tiempo —dice finalmente Caspian.


—¿Cuánto tiempo hasta la Caída de las Sombras?

Caspian saca un reloj de bolsillo dorado, su cadena tintinea.

—Dos horas y cincuenta y dos minutos.

Menos de tres horas hasta el primer desafío. No solo sería imposible


volver aquí antes de esa hora, sino que hemos perdido la mayor parte de
nuestro tiempo preparándonos.

Merida juega con su camisón mientras mira a Caspian.

—¿Quería obtener ayuda, pero él pensó que era mejor…?

—Mi padre ve rebeldes y simpatizantes fienianos en todos los

297
rincones —explica Caspian con gravedad—. ¿Qué crees que haría
contigo?

Colgarme de la Torre, sin duda.

—Debe haber sido una anomalía —sugiero.

Haciendo una pausa, Caspian mira a Merida y asiente rápidamente.

—Lady Merida, puede irse ahora. Un asistente la guiará a su


apartamento para esperar los juicios.

La apresurada reverencia que realiza Merida se ve tonta con su


camisón. Tan pronto como la puerta se cierra detrás de ella, la rigidez
formal se derrite del cuerpo de Caspian y se acerca, tirando de la capa
más apretada a mi alrededor.

—¿Estás bien?

—Sí. —Intento apartarlo con la mano, pero insiste.

—¿La capa te mantuvo abrigada?

Una mano se desliza distraídamente por el forro de piel suave como


la seda.

—¿Ese eras tú?

Permite una sonrisa inquisitiva.

—¿Quién más?

—Oh. Gracias.
Hay una pausa incómoda y Caspian se obliga a reír.

—No es nada. Todos los mentores presentan un obsequio a los


finalistas antes del primer juicio, así que… —Le da una mirada a la
capa—. Solo pensé… Bueno, es verde y…

—¿Ostentoso? —Solo estoy bromeando a medias.

Un ceño se asienta en su rostro. Me doy cuenta de que


probablemente no esté acostumbrado a una honestidad tan descarada.

—Iba a decir que es el tono perfecto para tus ojos pero… —


interrumpe en una lenta sonrisa—… es realmente chillón, ¿no? Infierno
de Fienia. O dijo que te llevara algo práctico, pero no suelo escuchar muy
bien.

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Por alguna razón, me siento sonriendo.

—No, es, uh, muy cálido. —Silencio más incómodo. Muerdo mi labio,
torciendo los dedos de mis pies—. ¿Entonces, este lugar…?

—Por supuesto. —Caspian exhala mientras comienza a hacer un


círculo lento alrededor de las paredes—. Mi padre hizo construir esto hace
años. El hombre que lo diseñó lo hizo de esta hermosa plata metálica por
razones que solo él entendía. —Toca la pared ligeramente reflectante—.
Fue el Simulador más completo y avanzado jamás construido, hasta el
día en que dejó de funcionar.

—Pero las estrellas...

—Dejadas por su creador. —Mi padre—. Una especie de


configuración predeterminada. Y ni una sola vez, ni cuando estaba
funcionando, ni cuando se convirtió en lo que viste, ha experimentado
alguna anomalía. —Una mirada intensa oscurece su rostro—. Hasta
ahora.

Mi corazón se acelera. Al igual que el Sim antes, mi padre estaba


tratando de decirme algo antes de que fuera empujada.

Encuentra el salón de la Esfinge de tres cabezas enjaulada en oro.


Tiene que ser una especie de acertijo.

Salgo de mis pensamientos para ver a Caspian mirándome con ojos


afilados y sin parpadear. Me muerdo el labio.

—¿Por qué me miras así?


—Lady March, ¿crees que podría haber llegado tan lejos en la corte
de mi padre sin saber cómo detectar cuando alguien está escondiendo
algo?

—Bueno. —Jugueteo con mi capa—. ¿Por qué no alertar a los Capas


Doradas?

Caspian exhala.

—Honestamente, no lo sé.

Estamos cerca. Puedo sentir su cálido aliento contra mis mejillas y


veo el estroma entretejido dentro de sus cálidos iris de miel. Quiero
confiar en él. Si hay alguien en quien pueda confiar, ¿seguramente es el
príncipe con el que me emparejaron?

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Me balanceo sobre mis talones.

—¿Por qué me trajiste aquí?

Los ojos de Caspian recorren mi rostro, como si estudiar


detenidamente mis rasgos le diera la respuesta a algún acertijo.

—El día que te encontré por el telescopio, esto respondió a ti.

—¿Y querías ver cómo respondería al Sim?

—Siempre ha parecido, no lo sé, como si estuviera esperando algo…


o alguien.

Me muerdo el labio.

—Y ahora, ¿qué te parece?

—Hay aún más preguntas.

Mi corazón golpea contra mi caja torácica.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, lady March, ¿quién eres realmente?

La pregunta me desconcierta. Incluso yo no sé cómo responder. Ya


no soy Elegida, pero tampoco soy Bronce. No soy una cortesana, ni soy
el Oro caído cuya identidad habito. Partes de mí son lady March, pero
partes de mí son Maia Graystone.
Y una parte oscura de mí, la parte que trato de ocultar, la parte
desesperada y primaria, es la chica del hoyo.

Me está mirando, esperando una respuesta. Así que le doy la única


que puedo.

—Soy la chica que se quedará en pie al final.

Ojalá.

—Al menos sabemos que tienes confianza.

—¿Es por eso que me elegiste?

—En parte —admite.

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—¿La otra parte?

Sus labios se aprietan durante un breve momento mientras


reflexiona sobre mi pregunta.

—Porque eres diferente a los demás. Conde y condesa Bloodwood,


no te intimidan.

—Y —digo, terminando su pensamiento—, si lo logro hasta el final,


no tendré miedo de aliarme contigo contra ellos.

—Creo que lo has entendido mal, lady March. No quiero un aliado


contra la condesa Bloodwood. Quiero que la reemplaces.

Siento que mi corazón da una patada salvaje. Y tal vez sea porque
nos emparejaron, o por todas esas noches que pasamos memorizando su
rostro e imaginando nuestro futuro juntos, pero mi mente va allí.

—Quieres que yo… ¿me case contigo?

Una sonrisa estúpida transforma mi rostro. Es como si tuviera nueve


años otra vez. Mirando su foto. Imaginando una vida feliz y sin
complicaciones. Quiero volver allí. Quiero volver a sentirme así.

Pero Caspian se aclara la garganta y mi estúpida fantasía tiene una


muerte incómoda.

—Lady March —dice—, creo que una vez más has entendido mal. Te
estaba sugiriendo que reemplazaras el puesto de Delphine en la corte.
Ella ofrece a la corte fuerza bruta y un sentido de liderazgo cruel que ellos
comprenden. Necesito a alguien que pueda desafiar su posición, darle a
mi gente algo más, algo mejor.
—Oh. —Es todo lo que puedo pensar en decir. Estúpida, estúpida—
. ¿Qué hay de tu boda en Hyperion? Quiero decir, si te sientes así por
ella...

—Cómo me siento, lady March, no tiene nada que ver con mi vida o
mis obligaciones con el imperio. —Frunciendo el ceño, se pasa un dedo
por la barbilla—. Fuimos amigos, una vez, la condesa y yo. Solía poder
calmar su naturaleza impredecible, pero cada vez es más difícil.

—Supongo que en unos pocos días tendrás toda una vida para
probar. —digo esto sin pensar, un hábito que estoy aprendiendo que
padece lady March.

Caspian se ríe oscuramente, su cabeza inclinada hacia un lado

301
mientras me mira.

—¿Qué?

—Es solo que no recuerdo la última vez que disfruté tanto de una
conversación.

Es gracioso, pero yo siento lo mismo. Hablar con Caspian se siente


bien, natural, como la cosa más fácil del mundo.

De repente, Caspian levanta las manos hasta el cuello de mi capa,


sus nudillos se calientan contra mi garganta mientras la aprieta más a
mi alrededor. Sus ojos sostienen los míos.

—Por eso, lady Everly March, tienes que sobrevivir a la primera


prueba. Te necesito… —se ríe suavemente—… quiero decir que te
necesito como aliada… y espero como a… una amiga.

—¿Crees que puedo ganar? —Quiero que diga que sí, aunque sea
mentira. Necesito que lo haga.

Pero Caspian parpadea y se aleja de mí, como si el hecho de que en


unas horas probablemente estaré muerta finalmente se hubiera
registrado.

—Es tarde, lady March. Es mejor que utilicemos el tiempo restante


para prepararte.

Al final, no hay mucho que Caspian pueda decirme que yo no sepa


sobre mi madre y las Pruebas de las Sombras, pero pretendo ser la
estudiante de ojos saltones para su beneficio. Después de que
terminamos, Caspian extiende la venda de los ojos.

Estiro los brazos, hablando entre un bostezo.

—Es la… venda de los ojos… ¿necesaria?

Los labios de Caspian se levantan en las esquinas mientras hace


girar su dedo índice junto a mi cabeza. Obedezco, dándole la espalda para
que pueda volver a ponerme la venda.

—Este lugar y su ubicación han permanecido en secreto desde sus


inicios, lady March. Planeo mantenerlo así.

Mi yegua está justo afuera de la puerta del Sim. Incluso con los ojos

302
vendados, monto con facilidad, agarrando el pomo de la silla, el agradable
olor a caballo y cuero se entremezcla con la humedad del túnel. Me estoy
acomodando en la silla cuando siento un peso detrás de mí. Poseidón
debe haber seguido a la yegua de Merida.

—¿Tu caballo? —digo, tratando de encontrar una manera cómoda


de sentarme sin presionarlo.

Caspian me empuja contra su pecho para que quepamos mejor en


la silla.

—Incluso en sus días buenos —dice Caspian, moviendo mi cabello


hacia un lado, fuera de su rostro, para que su aliento caliente mi cuello—
, Poseidón es más diablo que caballo.

Me pongo rígida cuando sus dedos rozan mi cadera camino a las


riendas.

—Puedo liderar desde el suelo, si… eh, ¿prefieres? —Su voz me hace
pensar que está sonriendo.

—No… Así será más rápido.

Me dejo hundir en su cálido pecho. Así habría sido. Si mi padre no


hubiera muerto. Si no me hubieran enviado al hoyo. Si mi vida hubiera
seguido el camino que mi madre me había trazado y me hubieran
emparejado con Caspian. Obligo a reprimir un escalofrío. Mi cuerpo vibra
con electricidad y me siento ligera y pesada al mismo tiempo.

Los sentimientos que siento, o sentí, por Riser eran agudos.


Incómodos. Astillas enterradas demasiado profundas para quitarlas. Pero
esto es diferente. Esto es agradable, seguro. Si pudiera elegir, elegiría
esto.

La luz del sol besa mi cara. Estamos afuera. Mientras Caspian


impulsa a mi yegua a subir las escaleras, la gravedad ajusta mi cuerpo
al suyo como piezas de un rompecabezas perfectamente combinadas,
tiemblo de nuevo y Caspian, pensando que tengo frío, o quizás asustada,
envuelve sus brazos alrededor de mí, hundiendo su barbilla en la curva
de mi cuello.

—La respuesta es sí —susurra—. Creo que puedes ganar, todo.

Y casi le creo.

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32

304
Aunque Caspian cree que me dirijo al complejo recreativo para
practicar, busco mi habitación y me dejo caer en la cama. Mi cerebro
sigue repasando la primera línea del acertijo incompleto de mi padre. La
única esfinge que he visto proviene de la Casa Laevus Crest. ¿Pero una
esfinge de tres cabezas? Retuerzo mis recuerdos en busca de historias de
mi libro de dioses y criaturas mitológicas, pero mis ojos se siguen
cerrando y las imágenes se vuelven borrosas…

Negrura. Barro. El olor a excremento humano y carne en


descomposición y miedo. Sonidos de aullidos, como almas destrozadas.

Me estoy muriendo. Acurrucado en mí.

Demasiado exhausta para moverme después de arañar más de


treinta metros a través de la tierra, las rocas y la mugre, me quedo aquí
pensando en Max y en cómo voy a defraudarlo. Lo intenté, cavando los
túneles para poder sobrevivir un poco más y de alguna manera regresar
con él, pero no hay comida ni agua aquí, y estoy demasiado débil para ir
a buscarlo.

Puedo oír pies raspando la tierra cuando vienen por mí. Espero que
me maten primero. Espero que sea rápido. Pero sobre todo odio el sentido
de gratitud que siento.

Espero, pero no pasa nada. Entonces siento calor contra mis labios.
Pruebo una riqueza cálida y salada. Mi cuerpo reacciona, chupa con
avidez, haciendo ruidos de succión, jadeos, gruñidos y toses.

Cuando mis labios sienten el borde del cuenco y mi lengua se


extiende, mis ojos se abren y veo a Riser arrodillado allí. Me sonríe con su
único ojo amoratado y dice:

—No te atrevas a rendirte, Digger Girl. Lucha. Lucha hasta tu último


aliento.

Sé tan pronto como mis ojos se abren, que es el momento. Lo sé


antes de caminar hacia la ventana y espiar el hoyo del tamaño de un
albaricoque a pocos metros del sol. Antes de que vea la mirada intensa y
preocupada de Flame. Antes de que escuche el golpe en la puerta y al
asistente llamándome.

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Flame me entrega un mono deportivo de ónix con perneras turcas y
espalda abierta y botas de charol negro, artículos que Merida nos entregó
una vez más en la puerta. Con toda la ropa que me ha prestado, empiezo
a preguntarme qué tan bien están.

La contribución de Flame es una cola de zorro lo suficientemente


larga y afilada como para mantener mi complejo sistema de trenzas en
su lugar en mi cabeza y, si es necesario, perforar carne y hueso. Aunque
estoy segura de que lo odiaré, de alguna manera termina mi look.

Las puertas del armario están cerradas, ocultando lo que sea en lo


que Flame está trabajando, pero lo miro intencionadamente y hago la
pregunta con mis ojos: ¿Es seguro todavía?

Flame niega con la cabeza.

Sin ayuda externa de Nicolai o Flame. Estoy por mi cuenta.

En la puerta, ella me detiene.

—¿Qué ojo es el dominante?

—No lo sé. Supongo que el derecho...

Ella abre mi párpado derecho, su dedo va directo a mi globo ocular.

—Ahí. —Ella espera, como si tuviera que darle las gracias o algo así.

—Acabas de… ¿tocar mi globo ocular?

Poniendo los ojos en blanco, se acerca a la ventana abierta y desliza


las gruesas cortinas de caoba, apagando la luz.
Tan pronto como registro la oscuridad, siento un ligero tic en mi ojo
y la habitación se resuelve desde las sombras. La veo cruzar el suelo con
cuidado hacia mí. Tiene las manos extendidas para buscar objetos en su
camino… porque está oscuro, lo que significa que no debería poder verla.

Extiendo mis manos frente a mí.

—Notable.

Con un movimiento de las cortinas, mi visión vuelve a la normalidad.

—La lente de visión nocturna que he colocado en el ojo solo se puede


ver con una luz especial —dice Flame—. Si necesitas deshacerte de ella
rápidamente, cierra el ojo y presiona durante quince segundos para que
se disuelva.

306
—Gracias, fieniana —digo—. Supongo que tienes tus usos.

Ella frunce el ceño. Hay un crujido cuando clava algo, el broche del
fénix, en mi pecho.

—Usa esto con honor. —Juntando sus dedos sobre los míos, desliza
sus pequeñas manos hacia abajo para sujetar cada uno de mis codos e
inclina la cabeza—. Sangre por la libertad.

Inclino mi cabeza.

—Muerte por honor.

Es extraño hablar como un fieniano. Pero Flame tiene razón; esto es


la guerra, quizás de otro tipo, pero guerra de todos modos.

Y es hora de ir a la batalla.

En el carruaje que nos espera, una monstruosidad negra regia y


brillante que requiere cuatro enormes caballos negros, vuelan dos
banderines. El Fénix Monárquico y la Esfinge de la Casa Laevus, un león
con cabeza de mujer y grandes alas blancas sobre un fondo negro. Así
que este debe ser el transporte personal de Caspian. Hay dos esfinges
grabadas en la impecable tapicería de terciopelo blanco, y me recuerda
que no estoy más cerca de resolver el enigma de mi padre.

Merida y yo nos sentamos en silencio una frente a la otra. Vestida


con un jersey de satén corselet azul celeste y un corpiño blanco con
mangas de kimono, casi parece angelical. Especialmente con las botas
puestas y los pies descalzos metidos debajo de ella como una niña.

Pasamos los primeros minutos mirando por las ventanas a los otros
vagones, tratando de vislumbrar las otras parejas finalistas. Teagan entra
en un carruaje con un chico delgado que reconozco de la Selección. Justo
antes de que una pared de rosas trepadoras bloquee nuestra vista,
Rhydian rodea un carruaje y camina rígidamente junto a una chica que
no conozco con un vestido de montar de color lavanda brillante.

También estoy buscando cualquier cosa que pueda relacionarse con


el acertijo. Sin embargo, ahora que estoy mirando, parece que hay
esfinges en todas partes. En el carruaje. En los jardines. Grabado en los
arcos y puentes de piedra. Pero ninguno tiene tres cabezas.

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Merida rompe el silencio.

—Parece que ese atuendo lo hice para ti.

Pellizco un trozo de tela sedosa de mis pantalones.

—¿Tú hiciste esto?

—Por supuesto. ¿Qué más podía hacer rodeada de cuatro


hermanas? ¡Tenía que escapar de alguna manera! —Admira su propio
atuendo—. Odiaba la vida en el campo, así que comencé a remendar
vestidos con la tela que sobraba de mi trabajo. Convertíamos la sala de
estar en un salón de baile y pretendíamos que todavía estábamos en la
isla.

—¿Eras Oro?

—De la famosa Casa Pope. Pero después de nuestra caída de la corte,


vendimos la mayoría de nuestros vestidos de Alto Color para pagar
nuestros diezmos y me convertí en costurera. —Se ríe de repente—.
Quizás la primera prueba involucre coser.

Me siento sonriendo.

—Si ese es el caso, estoy acabada.

—Entonces, ¿qué habilidades posees, lady March?

Decir mentiras, pienso con amargura. Detectar debilidad en los


demás. Saber dónde cortar el cuello para que el cuerpo se desangre antes
de que la persona pueda gritar.
Olfatear gente. Eso es en lo que soy buena.

—Historias —digo, recordando cómo me gustaba entretener a Max


con las historias sobre dioses y titanes de mi libro ilícito—. Solía ser
buena contando historias, creo.

—Quizás puedas obsequiarme algún día. —Merida mira por la


ventana. Estamos pasando por los huertos de manzanas, y el carruaje
choca de vez en cuando, cuando las ruedas pasan por las manzanas
podridas esparcidas por el camino de tierra. Un olor empalagoso espeso
acecha el aire.

Hago una pausa, entrelazando mis dedos.

—Um… Gracias por, ya sabes, quedarte conmigo en el Sim después

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de que me desmayé. La mayoría de la gente me habría dejado.

Merida niega con la cabeza, los rayos del sol bailan en sus pálidos
cabellos.

—No creo eso, Everly. Creo que, dada la oportunidad, la mayoría de


la gente te sorprenderá.

Su ingenuidad forma un hoyo frío en mi estómago. Merida no va a


sobrevivir al primer juicio. Sé esto al igual que sé que no puedo hacer
nada al respecto. No si quiero salir viva. Me aclaro la garganta.

—Bueno, gracias de todos modos.

—Ojalá pudieras haber visto el rostro del príncipe cuando te vio


acostada allí. Como si hubiera tragado veneno. Cayó de rodillas,
sacudiéndote y ordenándote que despertaras… —Su voz se vuelve
masculina—… ¡Abre los ojos, lady March, te lo ordeno!

A pesar de nuestros nervios, ambas estallamos en risitas infantiles.

—¿Y ese adiós con lord Thornbrook?

Me encojo de hombros, con ganas de taparme los oídos con las


manos ante la mención de Riser.

—Tienes suerte, incluso si lo enviaron lejos —continúa con voz


melancólica—. Ni siquiera me han besado.

—Bueno, siempre hay tiempo para... —Al darme cuenta de mi error,


me callo, pero es demasiado tarde. El frío silencio se apodera de nosotras.
—Sé que voy a morir, Everly. O moriré en los juicios o perderé y
moriré al otro lado de la cerca. No soy tan fuerte ni tan valiente como los
demás.

A pesar de que la voz tranquila de Merida se desvanece en los


sonidos apagados del carruaje, sus palabras flotan espesas y pesadas en
el aire. Sus ojos brillan mientras su mirada recorre las colinas inclinadas
en el exterior. En el doloroso silencio, casi le digo que se equivoca cien
veces. Pero no quiero mentirle. De alguna manera, eso es importante.
Después de un rato, se lleva una mano a la mejilla y busca en el bolsillo.
El pastillero plateado reluce cuando lo abre.

Sé lo que es la pastilla metálica redonda. Como la mayoría de los


Centuriones, mi guardaespaldas, Gabriel, lleva una pastilla similar en un

309
compartimento secreto dentro de su reloj de bolsillo. Era una pastilla “por
si acaso”. En caso de que los fienianos lo capturaran y lo torturaran. En
caso de que no pudiera protegernos. En caso de que el mundo se acabe.
En caso de que la muerte fuera la opción preferible.

—En caso de que pierda y me arrojen por encima del muro como
lord Thornbrook. —Dice esto como si me estuviera contando lo que va a
cenar—. Dicen que es como irse a dormir.

Mis ojos parecen no poder dejar la pastilla brillante. Excepto que no


te despiertas, Mérida. Pero tampoco digo eso, porque a veces es mejor no
decir la verdad.

Hay un golpe fuerte y se embolsa la pastilla. Fuera de la ventana,


veo que estamos cruzando un puente de piedra. Al otro lado, bajo la luz
del sol amarilla y una deslumbrante variedad de flores silvestres, un
enorme valle se abre paso a través de las montañas cubiertas de nieve en
la distancia.

Un solo carruaje de oro majestuoso espera en el centro del valle, su


ventana oscura, flanqueada por cuatro Centuriones. Un poco más lejos
se encuentra un gran pabellón, sus cortinas carmesí ondeando
suavemente. Da sombra a una mesa larga de lo que parece ser comida, y
en el centro, brillando como un espejismo, se sienta el holograma del
emperador en su trono. A su lado, el padre de Delphine, el general
Cornelius Bloodwood, descansa en un trono de madera real casi tan
grande como el del emperador. Las banderas se colocan cada medio
metro aproximadamente a su alrededor para crear un círculo enorme.

Caspian y los otros mentores nos esperan a caballo. Los Sellos de la


Casa brillan en sus túnicas ceremoniales, sus sombreros y tocados
combinan con los colores de su Casa. Nuestro carruaje se detiene y
pronto se le unen los demás.

Todos nos amontonamos. Nadie habla mientras los mentores, a


caballo, nos conducen hacia el pabellón y nos colocan frente a la bandera
de cada Casa Elegida.

Caspian gruñe insultos mientras desmonta, Poseidón una vez más


se porta mal, patea y salta en círculos enojados. A Caspian le toma un
minuto callarlo. Finalmente, se vuelve hacia nosotras.

—Lady Pope, Lady March.

Sus ojos permanecen en los míos, lo suficiente como para que mi

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respiración se quede dentro de mi pecho. Ambas bajamos la cabeza y
realizamos una rápida reverencia.

Caspian da vueltas a nuestro alrededor, lento, metódico, como si nos


estuviera evaluando.

—Finalistas, su respiración me dice que ambas están asustadas.


Eso es bueno. El miedo las ayuda a sobrevivir. Pierdan eso y la muerte
no está muy lejos. —Su voz es fuerte, autoritaria y distante. En caso de
que no lo logremos—. Pero no las elegí por su miedo; las elegí porque han
demostrado ser fuertes. Ingeniosas. Valientes. Han demostrado su valía
bajo presión. —Hace una pausa durante un momento—. Hoy, necesitan
demostrar su valía más allá de eso. Deben ser guerreras. Finalistas,
¿están listas para hacer eso?

Merida desliza su mano sobre la mía.

—Lista.

Caspian me mira.

—¿Lady March?

Aprieto la mano de Merida.

—Lista.

—Bien. Las estaré esperando al final.

Desde el otro lado del campo, escucho las puertas del carruaje
abrirse. Mi madre está erguida, más alta de lo que recuerdo, la mayor
parte de su peluca plateada está cubierta por un elaborado tocado azul
real y una capa a juego. Mientras coloca una ágil pierna sobre un caballo
gris acero, la luz del sol juega con las dos palomas blancas de su capa.
Cuatro Centuriones siguen su ejemplo, sus caballos siguiendo al de ella.
Cabalga lenta y decididamente hacia los dos primeros finalistas. Una
breve conversación y ella pasa a los siguientes.

El sol nos calienta en la cara mientras esperamos nuestro turno. La


bandera oscura de Caspian se agita en el viento como un animal que
intenta escapar de una trampa de acero. Se oye el sonido del caballo de
mi madre galopando hacia nosotros. Parpadeo y ella está aquí,
bloqueando el sol, su sombra fresca en mis mejillas.

—Bendiciones del emperador, finalista —le dice mi madre a


Merida—. Que tu ingenio y coraje te lleven al otro lado.

311
Es raro. No sentí nada cuando la vi salir del carruaje. Ni cuando
estaba haciendo sus rondas. Pero ahora, tan pronto como veo sus ojos
color avellana, las familiares arrugas alrededor de sus delgados labios y
las pecas errantes sobre su cuello y rostro, algo primitivo dentro de mí se
arruga. Soy pequeña otra vez. Impotente para hacer otra cosa que
amarla. Quiero que me abrace y presione mi mejilla contra la suya. Para
susurrar que todo estará bien.

Para amarme.

Con todo lo que poseo, quiero que ella me ame como nadie más lo
hará.

¿Cómo pudiste, madre?

Sus ojos recorren los míos de una manera descuidada, Oro-no-eres-


nada. Aprieto los dientes hasta que los músculos de la mandíbula se
contraen y trago las lágrimas que me queman la garganta.

—Bendiciones del emperador, finalista —dice mi madre, como se


habla con un extraño que no tiene mucho tiempo de vida.

¿Cómo pudiste?

Algo se agita dentro de sus ojos distantes, ¿una pizca de emoción?


Los Centuriones se mueven sobre sus caballos cuando ella desmonta de
repente con su forma rápida y eficiente. Ella está rompiendo el guion.

Y eso nunca, nunca sucede.


33

312
—¿Eres lady Everly March? —pregunta.

Asiento. Su voz suena como si viniera de un túnel lejano.

—¿Eres la chica que desafió a lady Delphine y obtuvo el puntaje más


alto en la Selección? Sí, he escuchado mucho tu nombre desde que
comenzaron los juicios.

Estudio mis cordones.

—Esa no era mi intención, baronesa.

Silencio. Levanto la mirada para ver a mi madre mirándome, casi


como si estuviera estudiando una vieja foto que reconoce pero no puede
ubicar. Allí, justo debajo de la superficie glacial, algo. Un susurro de
emoción.

—Oh, pero las intenciones son como joyas en una daga, lady March.
—Se inclina más cerca—. No importan mucho al final.

Su lengua afilada se despega hacia mí, como si cada palabra azotara


pedazos de mi carne desde el hueso para revelar a Maia Graystone
debajo. La pequeña y débil Maia.

¿No me reconoces, madre?

Dirigiéndose a las dos ahora, dice:

—Finalistas, tienen hasta el final de la Caída de las Sombras para


completar su primera prueba.
Luego, sin otra palabra, monta su caballo y se hunde en su flanco,
galopando hacia los siguientes finalistas.

—Eso salió bien —bromea Merida.

—¿Lo hizo? —respondo, parpadeando para alejarme del pánico.


Ahora que se ha ido puedo relajarme, estiro un poco los brazos. Ahí es
cuando noto que dos grupos de hermanos Redgrave están solos junto a
una bandera blanca. Dentro de la bandera se retuerce Cerberus, el
guardián del Hades, un perro negro de tres cabezas con cola de serpiente
y colmillos largos y curvos.

Casa Bloodwood. Lo que significa que su mentora solo podría ser la


condesa Delphine.

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Mis oídos pinchan ante el distante sonido de los cascos. Los jinetes
rodean el puente y avanzan furiosos hacia nosotros. Centuriones,
encabezados por una jinete rubia, su capucha cubre la mayor parte de
su cabeza, una capa carmesí ceremonial ondeando detrás de ella. El
Cerbero de la gran bandera sostenida por el Centurión más cercano
parece deslizarse en el aire sobre ella, un monstruo voraz ávido de sangre.

Antes de que los jinetes puedan detenerse por completo, Delphine


se baja de su caballo. Caspian y mi madre se encuentran con la condesa
a medio camino, y mi madre la abraza con rigidez. Aun así, trago la
amargura que se forma en la parte posterior de mi garganta. Si alguna
vez alguien podía cumplir con las expectativas de mi madre, sería
Delphine.

Después de unos minutos, mi madre y Caspian miran por encima


de sus hombros. Juro que me están mirando.

Mi corazón da un vuelco cuando Merida confirma mi miedo.

—¿Están hablando de nosotras?

Caspian parece desinflarse un poco, sus hombros caen. Delphine


asiente al emperador y se mete la mano en la cintura. Mientras la imagen
del revólver de su abuelo se registra en mi cerebro, la adrenalina me
quema.

Lo único que lamento es no llegar a ver a mi madre darse cuenta de


todos los horrores que ha causado. La idea me enfurece y me vuelvo hacia
Delphine. Ella está a medio camino hacia mí ahora, caminando con un
propósito, el revólver balanceándose en su mano.
—¿Qué estás haciendo? —me susurra Merida al oído.

Pero en este punto mi corazón late tan fuerte que apenas puedo
oírla.

En el fondo, sé que mis opciones son simples. Puedo dejar que


Delphine meta una bala en mi cerebro, o puedo luchar y tal vez llevarla
conmigo antes de morir.

Una repentina ráfaga de viento lanza la capa de Delphine como un


estallido de sangre, volviendo hacia atrás su capucha hundida para
revelar su rostro. Sus ojos están enfocados detrás de mí. Una vez que las
implicaciones de lo que estoy viendo se vuelven claras, mis músculos se
relajan y exhalo. Cuando pasa, se vuelve hacia mí y sonríe, sus cejas

314
rubio caramelo se levantan.

Como diciendo, no te preocupes, no me he olvidado de ti.

Después de unos segundos, escucho a una chica comenzar a


suplicar. Los demás se vuelven para mirar, pero yo me quedo quieta. Me
niego a mirar. Rechazo participar. Sé que no es suficiente, ni mucho
menos, pero es algo.

Lo que sucede a continuación no es una coincidencia. Merida aparta


la mirada, seguida por Teagan y el frágil chico a su lado. Laurel y Blaise
son los siguientes. Algunos otros miran a su alrededor antes de unirse a
nosotros. Y luego, uno por uno, los otros finalistas en el círculo dan la
espalda, hasta que solo los hermanos Redgrave los miran.

Si no supiera cuán inútil es nuestro acto de rebelión, sentiría más


orgullo. Esperanza, incluso. En cambio, he dado la ilusión de que
tenemos una opción. Una ilusión a punto de romperse en cuanto
comience el juicio.

Desde mi posición, estudio a mi madre. Ella está erguida, severa, el


ala ancha de su fascinador levantado lo suficiente del viento para revelar
su expresión estoica. Parece mirar más allá de nosotros, hacia el
horizonte. Pero lo sé bien. Ella lo ve todo, mi madre. El horror de la niña
que grita; la locura de Delphine; nuestra rebelión sutil e inútil.

Sin embargo, el emperador no oculta su molestia, e incluso desde


aquí puedo ver sus manos apretando los lados de su trono. Pero luego su
mirada viaja detrás de mí a la pobre chica que está a punto de ser
ejecutada, y sus labios se curvan en una sonrisa mientras se inclina
hacia adelante, bebiendo el miedo de la chica como un hombre reseco
tragaría agua.

Un grito abrupto atraviesa mis pensamientos, detenido por un solo


disparo. El sonido reverbera por el valle durante un momento y luego
todo se detiene. Mi madre asiente una vez, como si se hubiera completado
una tarea no deseada, y luego comienza sus rondas dando los discursos
a los finalistas.

Para cuando miro, el cuerpo ya ha sido arrastrado. Rhydian ahora


está solo, lo que me lleva a creer que fue la chica del vestido púrpura la
que fue ejecutada. No tengo que preguntarme mucho por qué, porque
Caspian aparece y explica.

315
—Encontraron a alguien dentro del sistema y lo rastrearon hasta
lady Kingston.

Me cruzo de brazos.

—Simplemente podrían haberla dejado salir del muro.

—Lady March —comienza Caspian, con una voz cortante que no está
acostumbrada a ser desafiada—, a veces una muerte rápida es la opción
más misericordiosa. —Hace una pausa para asimilar esa fea
comprensión—. Yo habría hecho lo mismo por ti.

Creo que está destinado a ser un gesto afectuoso. El pensamiento


fuerza una sonrisa amarga a mi rostro.

Y luego, por un momento cruel, el lapso de un latido, veo a Riser,


rodeado, luchando desesperadamente contra ellos. ¿Podría haberle
atravesado el corazón con una daga para evitarle esa tortura? Debería
haberlo hecho, al menos.

Es en lo que soy buena.

Merida se mueve sobre sus pies.

—Estoy triste por ella —dice amigablemente, tratando de romper la


tensión—. Pero ahora, al menos, hay un finalista menos contra el que
competir.

Una mirada extraña aparece en el rostro de Caspian; mira en mi


dirección.

—No exactamente.
Sé lo que quiere decir incluso antes de que me dé cuenta del jinete
en mi periferia. Y de repente todo cobra sentido. Flame incriminó a
alguien más de nuestro crimen. Alguien inocente. Para que pudiéramos
vivir.

O tal vez fue todo para una persona.

Riser golpea el suelo como un gato, elegante y sereno. Su mirada


escanea furiosamente el círculo. Luego se detiene en mí. Algo pasa entre
nosotros, una especie de saludo tácito que recorre mi cuerpo.

Y luego el pícaro guiña un ojo y, por supuesto, quiero estrangularlo.

Los ojos de Caspian me miran debajo de un ceño fruncido, como si


estuviera tratando de medir mi reacción a la segunda oportunidad de

316
Riser. Pero mientras Riser toma su lugar junto a Rhydian, me doy cuenta
de que no podría expresar adecuadamente el complejo revoltijo de
emociones que me bombardean si lo intentara.

Condenamos a otro a morir por nosotros. Escuché su grito. Sentí su


miedo. Probablemente incluso entonces lo supe. En el fondo debo haberlo
hecho.

Debería sentirme culpable.

Debería odiarme a mí misma.

Ciertamente debería sentir algo.

Pero en el instante en que vi el rostro de Riser, en el instante en que


comprendí, en el fondo, que estaba a salvo, fue como la sensación que
tuve en el hoyo cuando los primeros zarcillos de luz atravesaron mi
prisión negra y un peso invisible que no había notado alrededor de mi
cuello fue cortado. Como si no hubiera tomado una sola bocanada de aire
durante los siete años completos hasta ese momento. Eso es lo que se
siente ahora. Como si pudiera respirar de nuevo.

En alguna señal oculta, los mentores se mueven al medio del círculo


para unirse a mi madre. Caspian es el último en irse. Antes de hacerlo,
se inclina, su cabello me hace cosquillas en la mejilla y susurra:

—Revisé tu Sim pero, curiosamente, tu experiencia estaba en


blanco. —Enderezándose, sonríe—. Quizás cuando salgas por el otro
lado, finalmente confíes en mí lo suficiente como para decirme por qué.
Lo veo trotar por el campo hacia los demás. Se quedan en silencio,
esperando.

La sombra llega como una ola silenciosa de agua salobre que cae de
las montañas. En el instante en que toca el suelo del valle, hay un
chirrido y retumbar a nuestro alrededor. Al principio creo que es el
horizonte moviéndose, pero luego me doy cuenta de que el suelo está
temblando. Extiendo los brazos para mantener el equilibrio. Está
sucediendo, sea lo que sea lo que hayan planeado para nosotros. Exhalo
dos respiraciones con fuerza y retrocedo.

Levantándose de la tierra, rejilla y grava, se ve lo que parece ser una


losa gigante de piedra curva que ocupa todo el valle. La hierba y la tierra
caen de la parte superior de la losa a medida que crece más allá de mi

317
cintura. Ahora puedo ver que es un círculo gigante, lleno de intrincados
caminos de piedra que conducen a los mentores en el medio.
Directamente frente a mí se vislumbra una entrada.

De repente, una enorme sombra de terror cae sobre mí. Sé lo que es.

Un laberinto.

Merida respira rápido y fuerte, sus labios frunciendo el ceño


tembloroso.

—Tengo miedo, Everly.

Sé que no debería decirlo. Decirlo solo me ata a ella, me debilita.


Pero una parte de mí está empezando a comprender que la fuerza no se
mide por quién queda en pie al final. Eso es lo que quieren que piense.
Lo que los mantiene fuertes y a nosotros débiles.

Tomo la mano de Merida entre las mías.

—Voy a llevarnos a través de esto, Merida. Lo prometo.

Se siente bien, como una declaración de algo. Merida me aprieta los


dedos.

—Lo sé, Everly. Y prometo tratar de ser valiente.

Justo antes de que la barricada bloquee mi visión, encuentro mis


ojos con los de Riser. Sus labios se aprietan con determinación, su cuerpo
se tensa para correr. También debe saber qué es.
Hasta mi último aliento agonizante. Creo que digo las palabras de mi
sueño. O quizás solo pienso en ellas. No importa, porque resuenan dentro
de mi cabeza, una y otra vez, una llamada a la guerra primitiva y enojada.

Pase lo que pase allí, hasta mi último aliento, lucharé por sobrevivir.
No solo por mí o por Max, sino por todos los que quedan en la Tierra.
Porque si no consigo salir al otro lado, lo que mi padre escondió muere
conmigo, y también cualquier posibilidad que nos quede de detener a
Pandora.

Merida está a mi lado, pero estoy sola. El muro deja de crecer a los
tres pisos de altura.

Silencio.

318
—¡Estoy lista! —grito. Lo grito a la pared. A la oscuridad de las
sombras. A mi madre, Delphine y el emperador.

A veces, al igual que la verdad tiene que ser tácita, es necesario gritar
una mentira a todo pulmón.
34

319
La puerta se cierra detrás de nosotras tan pronto como entramos. El
olor a piedra húmeda y tierra desgarrada llena la oscuridad. Hago una
pausa para dejar que mi lente se ajuste y darme un segundo para pensar.
Sin duda los demás estarán corriendo, pensando que es una carrera
sencilla.

Aunque lo sé mejor. Mi madre venera la violencia por su capacidad


para despojar a un hombre de su esencia, de quién es realmente. Lo único
que ama más son los acertijos. La respiración agitada de Merida llena el
aire y me vuelvo para verla palpando la pared. Sus ojos, ahora ajustados,
me encuentran. Comenzamos a caminar una al lado de la otra, Merida
ocasionalmente palpando las paredes en busca de guía.

No pasa mucho tiempo antes de que otro pasadizo se abra a nuestra


izquierda. Dudo, pero ambas acordamos en silencio seguir adelante.
Pasamos otro un minuto después a nuestra derecha. Algunos más,
agrupados muy juntos.

Siento que la pequeña lente de mi ojo se ajusta antes de que


realmente note la luz. Está alrededor de la curva, una antorcha en la
pared a la altura de los ojos, brillante de color blanco azulado debajo de
mi lente. Mi interés despierta de inmediato: todo lo que hace mi madre es
por diseño, una pieza de rompecabezas para una imagen más grande. El
liquen y el musgo que cubren las paredes se desprenden fácilmente bajo
mis dedos. Debajo siento algo, tal vez piedra al azar. Quizás algo más.
Limpio hasta que una buena parte de la pared opuesta a la antorcha
queda despejada, tosiendo cuando el liquen aplastado entra en mis
pulmones, los dedos mojados y embarrados por el musgo.
Merida es la primera en verlo.

—Es un... ¿un caballo?

Retrocediendo, veo que tiene razón. He descubierto la mayor parte


del cuerpo hasta las orejas.

—¿Qué significa eso?

—No tengo ni la más mínima idea. —El aire huele a tierra, como el
suelo después de una lluvia ligera. Froto más de la pared, descubriendo
una escena de bosque llena de árboles y flores. Ahora que sé qué buscar,
puedo distinguir más caballos de tamaño natural debajo de la fina
alfombra de liquen, con sus musculosos cuartos traseros y sus crines
salvajes atrapando sombras.

320
—Tiene que significar algo. —Mi voz se tambalea por la
desesperación.

Merida se mueve incómoda.

—O tal vez solo tiene la intención de frenarnos.

Ella tiene razón. Con mi madre, nada es lo que parece.

Ambas nos congelamos. Ruidos amortiguados sinuosos y


chasquidos, como un cambio de marcha, emanan de las profundidades
de la piedra. Algo está pasando. Un ruido al otro lado del túnel. Voces,
bajas e indescifrables. Alguien grita, seguido de gritos.

Los gritos se convierten en chillidos.

Después de los gritos, ambas tenemos el entendimiento silencioso


que necesitamos para seguir adelante. Pero es difícil dejar la luz. Incluso
con mi lente, que transforma la oscuridad en un color verdoso granulado,
reconozco que las sombras son donde somos más débiles.

En el segundo en que los gritos cesan, la pared hace un ruido


quejumbroso. Yo sostengo mis pies mientras la tierra tiembla. Creo que
al principio estoy caminando de lado, pero la pared se mueve hacia el
interior. Se detiene después de unos segundos, dejando solo un silencio
inquietante, aguijoneado por gritos más lejanos.

¿Qué fue eso? ¿Por qué se moverían las paredes? Quizás mi madre
esté cambiando de forma el laberinto, pero si es así, ¿por qué? Merida se
vuelve hacia mí y me golpea las costillas con el codo. Mientras me aparto
de ella y mi espalda se aprieta contra la piedra dura, lo entiendo.

No está cambiando de forma. Nuestro pasillo se hace más pequeño.


O, más probablemente, cuando los finalistas del otro lado del muro
murieron, su pasillo se hizo más grande. Solo por medio metro, creo. Pero
medio metro puede ser la diferencia entre la vida y la muerte si las
paredes están a punto de cerrarse sobre nosotras.

—Estas paredes son interactivas. —Mis palabras salen


entrecortadas y rápidas—. Necesitamos movernos. ¡Ahora! —El pánico y
la adrenalina me recorren, intoxicando mi mente.

Cálmate. Pero el Destino ya se ha hecho cargo. Una parte primordial

321
de mí entiende que una vez que estas paredes se cierren, no podré
manejarlo. Demasiado parecido al hoyo. Trato de calmar mi respiración,
aspirando grandes bocanadas de aire, succionándolas con avidez a través
de un popote invisible mientras la oscuridad verdosa gira a mi alrededor.

Primero mis manos se entumecen, luego mi boca. Mi mente se queda


en blanco y estoy de rodillas, jadeando, girando fuera de control.

Estoy hiperventilando.

Es Merida quien me hace volver a mis sentidos. Despierto de mi


estupor al dolor. Ella me está dando una palmada.

—¡Por favor! —Su voz se hunde a través de mi miedo—. Lo


prometiste. ¡No puedo hacer esto sola!

Pero no solo la veo a ella. Veo a Max. Mi padre. Los millones y


millones de personas que esperan morir.

Arregla tu mierda, lady March.

El rostro aterrorizado de Merida se enfoca.

—Lo siento. —Siento como si la hubiera decepcionado—. Yo solo


he… estado aquí antes. En otra vida.

—Bien. —Me pone de pie—. Si sobreviviste una vez, puedes volver a


hacerlo.

Asiento, avergonzada de que haya visto a Maia, la vieja yo. El barro


y la hierba apelmazan mis rodillas y me las limpio.

De repente tengo una idea.


—Dame tu brazo —le ordeno, juntando más barro en la punta de mi
dedo.

Merida lo hace sin comentarios. Me pongo a trabajar, comenzando


por su nudillo medio, deteniéndome aquí y allá para recordar. Cuando
termino, dejo caer su brazo con cuidado.

Merida mira mi trabajo.

—¿Siguiendo nuestros pasos?

—Mapeando el laberinto. Las líneas de puntos son los pasillos que


no elegimos, y la línea completa es nuestro camino hasta ahora. —Estoy
agradecida de que no se dé cuenta, o al menos mencione, que yo pueda
hacer tal cosa. Hay un golpe sordo cuando golpeo la piedra—. Las paredes

322
se mueven hacia adentro, lo que significa que también se mueven hacia
afuera, dependiendo del lado en el que estés.

—¿Pero por qué nos darían más espacio cuando morimos?

—Entonces, cuando nos quedemos sin espacio, comenzaremos a


matarnos unos a otros por más.

Después de esa pequeña perla de conocimiento, viajamos en


silencio. Me quedo a la derecha cuando el pasillo se bifurca para facilitar
la marcación. No hay plan, lo que me aterroriza.

Tiene que haber un diseño para esto, un acertijo que resolver. Algo
que nos oriente. Un sentimiento de impotencia se ha apoderado de mí, a
arraigado en mí. Incluso con mi lente, las paredes son negras y mi visión
borrosa y pixelada hace que parezca que estoy soñando. Cuando
pasamos las antorchas, es casi peor, tener que volver a las sombras.

No sé qué me avisa de ellos. Quizás una voz ahogada. El sonido de


pies susurrando sobre la hierba. Medio metro más allá y señalo su
posición dentro del pasillo a nuestra derecha. Se necesitan unos
segundos para reconocerlos: Lady Hood y lady Knowles. Sin darse cuenta
de nuestra presencia, se susurran, asienten y dan otro paso. Cuando no
pasa nada, caminan un poco más rápido, sus pantalones de seda
crujiendo en el silencio.

¿Deberíamos seguirlas? ¿Utilizarlas para garantizar que sea seguro?


Me vuelvo hacia Merida y luego, sin explicación, se me erizan los pelos
del cuello. Al mirar hacia atrás en el pasillo, veo sus siluetas, pequeñas
contra la oscuridad. Lleva un momento escuchar realmente lo que mi
cuerpo ya ha sentido. Ruidos de ladridos y risas salen del túnel. Es un
ruido extraño y desconocido, a diferencia de los perros o cualquier otro
animal que se me ocurra. Una parte profundamente arraigada de mí grita
a las chicas que corran.

¡Correr!

Excepto que sé que mi madre no da segundas oportunidades.

Las damas reaparecen. Caminan hacia atrás, lentamente, con las


manos extendidas. Una de las chicas patea algo. Las formas parten las
sombras, hasta la cintura. Más gruñidos molestos y aullidos agudos.

Las chicas se acercan a unos seis metros de nosotras cuando veo lo


que hace los sonidos. No perros, exactamente; son más grandes. Wilder.

323
Con cabezas robustas, orejas cortas como de murciélago y hocicos
negros. Los cuellos gruesos y alargados conducen a una espalda curvada
y patas traseras torcidas. Manchas de color marrón oscuro motean sus
largos pelajes de color rojo grisáceo. Un olor pútrido y en descomposición
me sube por la nariz.

Son sus movimientos los que me asustan. La forma en que rodean


a las chicas, estudiándolas con sus ojos brillantes y cabezas ladeadas. La
forma en que se comunican con su extraño staccato de ruidos que se
hacen eco en las paredes.

Hiena. La palabra se me queda en el fondo de la garganta, aunque


no recuerdo cómo la sé. Quizás mi padre, entonces, o uno de los museos
monárquicos que visité hace tanto tiempo. Los animales parecen estar
sonriendo mientras acechan a las chicas, haciendo gruñidos
emocionados. Las chicas están girando, pateando desesperadamente y
agitando sus brazos para protegerse de los depredadores, sus ojos
redondos huevos blancos dentro de sus rostros pálidos.

Tampoco creen que sean perros.

Una hiena atrevida se lanza hacia adelante. Lady Knowles grita,


patea y él retrocede con facilidad, con una mirada curiosa, casi
inteligente en sus ojos negros y brillantes.

Lady Hood saca algo brillante de su corpiño y lo sostiene frente a


ella. Una daga. La balancea de un lado a otro, maldiciendo.

Pero las hienas ni siquiera parecen notarlo. Algo ha cambiado. Han


dejado de pinchar con curiosidad a las chicas, han dejado de dar vueltas.
El pelaje más largo de sus espaldas se ha convertido en una especie de
melena.

El ataque concertado es silencioso y eficaz. Lady Knowles se


balancea una, dos veces y desaparece con un grito de sorpresa bajo una
masa retorcida de pelaje desgreñado y gruñidos guturales.

Mi estómago se retuerce cuando los sonidos de los huesos crujiendo


resuenan en las paredes, y su túnel se ensancha, mientras que el que
ocupamos se hace más pequeño.

Lady Hood tiene los brazos extendidos, tropezando salvajemente, su


jersey hecho jirones. De alguna manera ha escapado. Justo cuando sus
ojos esperanzados se fijan en los míos, un ruido silbante llena mis oídos

324
y una pared rugiente de llamas anaranjadas bloquea su salida, el calor
nos empuja hacia atrás.

Ahora nuestros muros apenas nos permiten separarnos. Creo que


Merida protestará dejándolos, pero se queda callada. Ella finge, al igual
que yo, que no puede oír los gritos de auxilio de lady Hood, ahogados tras
el rugido del cortafuegos y las horribles risas de animales.

Mis manos se hacen nudos a los lados mientras lucho por combatir
el pánico. ¡Tenemos que pensar! Tiene que haber una salida segura.
¿Quizás podamos encontrar otro par y seguirlos, usándolos de la misma
manera? No, demasiado ineficaz y no podemos controlar nuestra ruta.
Incluso si lo logramos con seguridad, seguirá siendo una carrera contra
el tiempo.

Mi frustración solo crece a medida que tomamos un camino


triangular que nos lleva de regreso a la misma entrada. Están tratando
de confundirnos. Confundirnos y asustarnos y derrotarnos.

Y hasta ahora está funcionando.

Esta vez la abertura del túnel está a la izquierda. El barro se ha


secado, así que utilizo el broche del fénix de Brinley para pinchar la punta
de mi dedo, usando mi sangre para marcar nuestro progreso. Una X, casi
negra a la luz, marca el lugar donde vimos las hienas. Como para burlarse
de nosotras, las paredes ahora representan caninos musculosos y feroces
bebiendo de un río sinuoso.

Merida se apoya contra la piedra mientras termino, alterando un


trozo suelto que se mueve en la pared. Me pregunto si esto puede
ayudarnos de alguna manera, sintiendo más puntos débiles, pero no hay
ninguno.

Merida pone un pie en el pasillo.

—¿Debería ir primero? ¿O quizás podríamos turnarnos?

No respondo. Tiene que haber algo que lo desencadene. ¿Sensores


de movimiento? Sin pensarlo dos veces, desabrocho mi bota y la arrojo a
la oscuridad. Golpea silenciosamente a seis metros de distancia en la
hierba y se detiene contra la barricada.

No pasa nada.

—Déjame ir —insiste Merida. Ella ha dado otro paso. Sabe, como yo,

325
que cada segundo que desperdiciemos nos costará.

La estoy ignorando a medias. Si no son sensores de movimiento,


¿qué? Si se tratara de sensores de tierra activados por el peso, el zapato
habría funcionado…

A menos que no fuera lo suficientemente pesado.

—Si intentáramos entrar y volver —digo, pensando en voz alta—, no


saldríamos. —Por lo tanto, debe ser algo pesado que pueda arrojarse y
recuperarse de alguna manera.

Desde lejos llega el sonido de gritos de sorpresa. Un momento


después, nuestras paredes se arrastran hacia nosotras. La piedra suelta
que Merida removió antes cae. Es más grande de lo que esperaba, del
tamaño de una sandía grande, un tosco trozo rectangular de color gris.

Antes de que pueda pensar en lo que estoy haciendo, meto los dedos
en mi corsé y quito el alambre, anudándolo alrededor de la roca. Merida
lo entiende de inmediato y se arranca el suyo también. Los atamos
firmemente, sujetando el extremo suelto a mi muñeca y levantamos la
piedra. Es más pesada de lo que pensaba, lo que significa que
probablemente solo viajará metro y medio como máximo. Con suerte, eso
es suficiente.

—A la cuenta de tres —digo, con la boca algodonosa por los nervios.

—Uno.

—Dos.

—¡Tres!
La piedra cae por el aire y aterriza con un fuerte golpe en la hierba.
Como si fuera una señal, las paredes de nuestro pasillo retumban juntas.
Cuando se detiene, solo hay espacio suficiente para que podamos estar
en fila india con Merida a la cabeza.

—El próximo nos aplastará —dice Merida, su voz sin aliento por el
pánico.

—No, espera. —Levanto mi mano. El sonido de algo mecánico que


no puedo ubicar ronronea desde lo profundo de la piedra.

No la veo moverse hasta que es demasiado tarde. Por un momento,


mientras el ruido del metal contra la piedra llena el aire, como si se afilara
un gran cuchillo, la palabra dentro de mi boca queda atrapada.

326
Entonces mi aliento sale de mis pulmones.

—¡Agáchate!

De alguna manera, por encima del ruido de los gritos, me oye y cae,
justo cuando una hoja plana de metal afilado hasta la cintura sale
disparada de una grieta fina como un hilo en la piedra.

El fuego será el siguiente. Me dejo caer, mi mano golpea su tobillo y


tiro, tirando de ella hacia nuestro pequeño túnel, donde se deja caer
encima de mí.

El calor inflige dolor instantáneo y agonizante dondequiera que toca.


Merida grita y trepa violentamente por encima de mí en un intento
desesperado por escapar de las llamas, sus botas rasgan mi mejilla.

A estas alturas, el fuego ha convertido el alambre alrededor de la


tierna carne de mi muñeca en una marca al rojo vivo. Gimo, arrastrando
la roca y mi cuerpo a través del túnel hasta que el aire está lo
suficientemente frío como para detenerse. Siento el suelo, suave y
agradable contra mi espalda.

El gemido bajo de Merida me atrae hacia ella. El olor a cabello y


carne chamuscados me dan ganas de vomitar. Levántate o muere. Pero
parece que no tengo control sobre mi cuerpo.

Por un segundo tranquilo, casi pacífico, nuestro jadeo se mezcla en


una agradable y relajante cadencia. Una pequeña franja de cielo azul
plateado oscuro nos mira desde arriba. Podría cerrar los ojos… solo
cerrarlos e ir a dormir.
Entonces ciertamente morirás. Reflexiono sobre las palabras en mi
mente, las dejo hundirse. Pero la pequeña burbuja de apatía que he
creado evita que tengan mucho impacto.

Al final, no es la idea de la muerte, ciertamente no es tan aterradora


como lo que sin duda nos espera en el laberinto, sino las promesas que
hice.

Tres, de hecho. Una a mi padre. Una a Merida. Y una a mí.

La parte más difícil es dejar mi lugar suave y seguro en el suelo. Una


vez que estoy de pie, es como si saliera de un trance. Merida me mira
boquiabierta, exponiendo su rostro. Todo su hermoso cabello desde la
coronilla hasta el lado izquierdo de su cráneo se ha ido. La piel quemada

327
se desprende de su mejilla, cuello y hombro. Su mono hecho andrajos se
derrite en su cuerpo, las piezas aún humean.

Ella toma una bocanada de aire profunda y gimiendo lucha por


ponerse de pie.

—Lo siento.

—Shh. —Pongo mi mano sobre su hombro sano, tratando de


mantener la voz firme—. ¿Cómo está el dolor?

—No estoy segura. Yo no… No siento nada. —El blanco de sus ojos
es enorme, su piel de un blanco hueso. Su boca está entreabierta,
levemente, jadeando. Está entrando en shock.

—Merida, tenemos que movernos. ¿Puedes hacer eso?

—Sí. —Responde sin dudarlo mientras comienza a retroceder por el


camino por donde vinimos. Arrastro la roca detrás de mí, mi muñeca grita
donde el cable corta la piel en carne viva y ampollada.

Caminar. Parar. Respirar. Nuestro progreso es lento, doloroso. Más


antorchas. Merida se encoge lejos de las llamas, sus ojos siguiéndolas
cuando pasamos. Yo arrastrando mi brazo, ella tambaleándose sobre
piernas sin vida.

Cuando llegamos a la siguiente entrada, levanto la roca, que apenas


mide más de un metro, tragándome el grito mientras el alambre me roe
la carne. Esperamos dos minutos y luego entramos. Este túnel es lo
suficientemente ancho como para moverme a la posición de líder, pero
ahora estoy tropezando, mis piernas aparentemente desconectadas de mi
cuerpo. Es un callejón sin salida, así que volvemos sobre nuestros pasos.
Apenas siento que el broche me pincha el dedo. La sangre mancha
en líneas desordenadas mientras trato de recordar nuestro progreso
hasta ahora. Un círculo marca los callejones sin salida. Otro lanzamiento
de la piedra. Esperamos más de lo necesario, tratando de reunir nuestras
energías antes de entrar.

Parece una eternidad hasta la próxima bifurcación. Lanzo la piedra


hacia la izquierda, mordiéndome el interior de la mejilla para no volver a
gritar. La sangre corre por mi muñeca hasta mi palma, gotea de mis
dedos. Se necesitan dos veces más para tirarla hacia atrás y lanzarla
nuevamente para que quede lo suficientemente lejos. El dolor en mi
muñeca se convierte en un fuego abrasador.

En nuestra fatiga, debemos haber calculado mal el tiempo, porque

328
avanzamos cuatro pasos cuando un sonido atraviesa la niebla que
envuelve mi cerebro.

Resoplando. Sopla aire con fuerza en la hierba. No, algo olfateando


el suelo. Un animal. Y solo hay una razón por la que un animal hace eso.

Cuando está rastreando presas.

—Corre…

Un rugido furioso e impío corta mi advertencia. El sonido reverbera


en la piedra y atraviesa mi pecho y despierta a Merida de su estupor.

No hienas. De alguna manera, incluso con toda nuestra


planificación, nos hemos topado con algo peor.
35

329
Algo enorme, negro y enojado surge de las sombras, resoplando y
gruñendo, sus garras como zarpas rasgan grandes trozos de tierra a su
paso.

Una cabeza marrón increíblemente enorme y peluda, casi tan grande


como yo, se balancea hacia arriba y hacia abajo. Me golpea un olor rancio,
penetrante y húmedo a perro. Dando marcha atrás, choco contra Merida.
Mi pie cede, el suelo me quita el aire del pecho. El suelo hace vibrar mis
huesos cuando la criatura se acerca, su cuerpo es tan grande que parece
ocluir el túnel. El sonido de mi nombre se registra vagamente en los
rincones más lejanos de mi cerebro.

Clavo los codos en la hierba, pateo con los pies, como cangrejo
caminando, mi respiración dificultosa ahoga los latidos de mi corazón. La
cosa se levanta sobre dos patas, exponiendo una parte inferior gruesa
con pelaje tostado, y deja escapar un rugido ensordecedor.

Una palabra brota a la superficie. Ursus Arctos. El oso grizzly. El


animal extinto favorito de Max del museo.

El oso deja caer todo su peso hacia abajo, sacudiendo el suelo, pero
hemos pasado la entrada. Seguro. ¿Dónde está el fuego?

Un rugido furioso sacude los túneles a medida que avanza. Para su


tamaño, es sorprendentemente rápido. Necesitamos el fuego. Sé con
certeza que no hay forma de que podamos dejarlo atrás.

Ahora está casi a dos metros de distancia. Uno y medio. Uno


doscientos.
De repente, el oso se detiene como si golpeara una pared invisible,
con la cabeza inclinada hacia un lado, justo cuando se oye un crujido y
el cortafuegos salta al cielo. El oso brama y desaparece detrás de él.

No soy consciente de moverme, pero de alguna manera lo hago


medio metro más antes de caer de rodillas. Dejo caer mi cabeza entre mis
manos. Trago el vómito que sube por mi garganta. El olor a pelaje
chamuscado y fuerte se me pega a la boca. El oso grita enojado unas
cuantas veces y luego se queda callado.

Estoy mareada y con náuseas por las secuelas de la adrenalina.


Quizás por eso me toma un momento darme cuenta de lo que está
sucediendo. El tirón es tentativo. Observo mi mano saltar unos
centímetros hacia el fuego. Mis ojos se enfocan en el cable. Está tenso.

330
La comprensión golpea cuando otro tirón más fuerte me tira más cerca.

—¡Merida! —grito, estirando la cabeza hacia atrás. Se encoge de


miedo cerca de la pared, exhausta—. Ayúdame a quitar esto...

Esta vez mi cabeza gira hacia atrás con la fuerza. Tropiezo y me


agarro con las manos. Mi cara se estrella contra el suelo. El oso gruñe
mientras tira de la piedra de nuevo. Haciendo un esfuerzo hacia el otro
lado, clavo los talones en la tierra y grito a Merida.

Merida se deja caer a mi lado, las llamas tornan su piel en carne viva
de un extraño color naranja. Su respiración es superficial y rápida. Sin
la capa protectora de piel, debe ser insoportable para ella estar cerca del
fuego, pero no emite ningún sonido cuando sus uñas se clavan
inútilmente en mi muñeca herida. Otra idiota. Algo en mi hombro estalla,
y el dolor rebota de mi brazo a mis pulmones, donde lo fuerzo a salir en
un gemido desesperado y asfixiante. Enojadas estrellas blancas de dolor
estallan dentro de mis párpados. El siguiente quitará una mano. O brazo.
Sería más fácil dejar que me tuviera.

El pensamiento es menos perturbador de lo que debería ser.


Desesperada, me imagino tragándome la pastilla de Merida. Pero no, ni
siquiera puedo hacer eso porque hice una estúpida e ingenua promesa.
¿Y qué diría Pit Boy?

Sé que el dolor realmente me ha arruinado porque ahora puedo


verlo, Riser. Su rostro, de todos modos, brillando rojo con la luz del fuego.
Mi cuerpo está contorsionado de lado lejos de las llamas, mi brazo
estirado en un ángulo horrible y antinatural. Fantaseo con mi brazo
saliendo. Un sacrificio que fácilmente haría para acabar con el dolor.
Observo mi alucinación desde mi mundo al revés. Su rostro pálido,
enmarcado por estrellas, mechones negros de cabello caen sobre su
frente. Un cuchillo centellea a su lado. En la luz extraña y etérea de mi
lente y la neblina inducida por el dolor, creo que se parece al Hades de
las pinturas de mi madre, la forma en que se mueve con la oscuridad, sin
una pizca de duda en su rostro, como si fuera dueño de las sombras y la
muerte no se aplica a él.

Se inclina y comienza a cortar el alambre alrededor de mi muñeca.


Un gemido se escapa de mis labios. Con los hombros bombeando por el
esfuerzo, atrapa mi mirada.

—Aguanta, Everly. Sigue luchando.

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Mis labios se abren en una sonrisa salvaje.

—Deja de decirme qué hacer, Pit Boy.

En el lapso de un segundo, el cable se sacude con fuerza, mi brazo


se libera, mi cuerpo se aleja del calor y el cable desaparece entre las
llamas.

Mi brazo cuelga muerto y suelto a mi lado. Me tambaleo hacia


Merida, acurrucada contra la pared, apoyada en alguien, con los ojos
medio cerrados. Lo que sea que su cuerpo hizo antes para protegerla del
dolor ha seguido su curso: está temblando, los ojos vidriosos por la
agonía. Rhydian me mira y asiente antes de volver su atención a Merida.

Sus ojos revolotean abiertos. Ella se concentra en mí.

—Lo intenté, lo hice.

Usando mi brazo sano, apoyo su axila, y Rhydian y yo la empujamos


a ponerse de pie.

—Has sido muy fuerte, Merida —susurro, tranquilizándola mientras


lucho contra las lágrimas calientes de mis ojos—. Ahora solo tienes que
ser fuerte un poco más.

Un sonido de desgarrado vuelve mi atención a Riser. Sin una


palabra, envuelve una tira de su túnica alrededor de mi muñeca. Muerdo
mi labio para evitar gritar mientras sus dedos exploran mi hombro
lesionado.

—¿Eso duele?
—Solo cuando lo muevo.

Riser asiente.

—Dislocado. —Tomando mi brazo, lo presiona contra mis costillas—


. Respira hondo y cuenta hasta cinco.

Llego a dos cuando lo vuelve a colocar en su lugar. Mi visión se


vuelve negra. Jadeo, inhalando, salivando respiraciones. Mi garganta
está tan seca que creo que se abrirá.

Abro la boca, medio gimiendo:

—Tenemos que movernos.

—Lo sé. —Riser coloca dos yemas de los dedos justo detrás de mi

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mandíbula. Se deslizan hasta mi barbilla, levantándola. Me mira durante
un momento, en silencio, sus ojos buscando—. ¿Pero estás bien?

—Sí. —Tomo mi mano, la ilesa, y apoyo mis dedos sobre los suyos.
Su mano está tibia y pegajosa con lo que solo puede ser sangre. Suya, de
otro, mía, es imposible decirlo—. ¿Tú?

—Estoy bien ahora. —Aprieta mi mano, con fuerza, y luego deja caer
un reloj de bolsillo plateado descolorido en ella. Una sonrisa astuta
transforma su rostro—. Lo elegí de uno de los dandies.

Lo examino. En algún lugar entre el dos y el cinco hay una gruesa


línea de obsidiana. Caída de la Sombra. Según el reloj de bolsillo, tenemos
menos de una hora. Riser se inclina más cerca.

—Si dejamos a Merida, doy nuestras probabilidades cincuenta a


cincuenta.

Se lo devuelvo.

—¿Y si no lo hacemos?

Riser mira a Merida.

—Ni una oportunidad fieniana en el infierno.

Hay una parte de mí que quiere correr. Solo huir de Merida y de mi


estúpida promesa y mi miedo.

Pero niego con la cabeza, Riser asiente y ambos aceptamos nuestro


destino. Riser revisa a Merida y usa más tiras de camisa para vendar lo
que puede, y finalmente avanzamos por el camino a nuestra derecha.
Las paredes están casi cerradas, así que caminamos en fila india.
Primero Riser, luego yo, Rhydian y Merida. Observo a Riser, su paso
cuidadoso, la forma en que su cuerpo nunca toca las paredes. Como yo,
debe odiar el espacio cerrado, la sensación de claustrofobia.

O eso o está perfectamente en casa.

Pasamos dos entradas. La primera aún está caliente por el fuego. La


segunda parece prometedora hasta que, a la vuelta de la curva, noto una
bota de cuero asomando, el suelo a su alrededor se agita como si
estuviera vivo y el zumbido bajo y débil de un silbido. Algo se desliza
sobre la bota y levanta su cabeza encapuchada, una delicada lengua
bífida saboreando el aire.

333
Seguimos adelante y surge un nuevo camino. Sin la roca no hay
forma de probarla, así que Rhydian va primero. Después de dos minutos,
seguimos una curva y bajamos por un túnel largo y estrecho.

Una antorcha parpadea delante. Cuando estamos lo suficientemente


cerca para sentir su calor, veo una amplia franja donde alguien ha
limpiado parte del musgo de la piedra.

Un caballo…

Todo el aire evacua mi pecho a la vez. Estamos casi muertos. Un


ataque de ira y frustración brota dentro de mí, y abofeteo furiosamente
el dibujo, un grito ronco brota de mi garganta.

—¡Círculos! ¡Vamos en círculos!

Me dejo caer por la pared. Los demás se han detenido a mirarme.


Debo parecer un espectáculo, cubierta de polvo de liquen verde y sangre.
Masajeando una palma en mi frente, niego con la cabeza.

—Pasamos este caballo al principio. ¡Todo fue en vano!

Una mirada de perplejidad destella en el rostro de Rhydian.

—¿Caballo? Desde aquí parece un unicornio.

Me levanto y doy un paso atrás para mirarlo de nuevo. Tiene razón:


mi ataque desesperado al grabado ha revelado el resto de la cabeza del
caballo, incluido un cuerno de treinta centímetros de largo.

Riser se acerca a mí.

—Cuando empezamos, había hombres tallados en la piedra.


Mi corazón se salta un latido.

—Descríbelos.

—Uno estaba conduciendo un caballo; el otro llevaba espada y


escudo. De lo contrario, parecían idénticos.

Idéntico. Mi cerebro da vueltas tan rápido que no puedo completar


un solo pensamiento.

—Y —continúa Riser—, las paredes cambiaron después de un


tiempo a...

—¿Un perro? —interrumpo suavemente.

—Sí.

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—Estaba… um, no sé, por un lago o un océano, ¿algún tipo de agua?

Entrecierra los ojos.

—Saltaba de una fuente. Y luego, hacia el final, se quemaba en una


pira funeraria.

—¿Y era pequeño?

—Sí.

—Canis Mayor y Canis Menor —susurro. Mi respiración sale en


bocanadas excitadas. Empujando a Riser, paso por la pared, contando
los unicornios. Cuatro. Representando las cuatro grandes estrellas o
canales que componen la constelación. ¿Realmente podría ser así de
simple?

—¡Merida! —grito. La encuentro apoyada en Rhydian, sus ojos


entrecerrados y desenfocados. Levanto delicadamente su brazo. El sudor
y la suciedad me queman los ojos, y los froto, entrecerrando los ojos ante
el tosco mapa que traza su piel. Usando mi lengua, me mojo el pulgar y
borro los caminos peligrosos y los callejones sin salida. No me atrevo a
respirar mientras sigo las líneas con los ojos. Ahí, la cola, las patas. En
la parte superior, creado con mi sangre, está el camino triangular que se
dobló sobre sí mismo.

No es un triángulo. La cabeza.

—¡Monoceros!
La mitad de mí piensa que estoy loca de miedo, evocando fantasías
de la nada.

La otra mitad, sin embargo, la mitad que me ha mantenido con vida


hasta este punto, que son verdades susurradas en mi oído, está
convencida de que finalmente he descubierto el juego de mi madre.

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36

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Los demás me miran fijamente, como si estuviera loca.

—¿No lo ven? —grité, apuntando al cielo con un dedo—. ¡Estuvo


frente a nosotros todo el tiempo! —Mi madre tiene un cruel sentido del
humor. Levanto el brazo de Merida—. Monoveros, el unicornio. Y tú —
señalo a Riser—, tú comenzaste en la constelación de Géminis, las dos
estrellas más brillantes son Castor y Pólux. ¿Cierto? —Puedo ver que por
sus expresiones confusas, no estoy diciendo las cosas con sentido—. Son
hermanos, un entrenador de caballos y un… un guerrero.

—¿Los perros? —pregunta Riser, frunciendo el ceño.

—Entre la constelación de Géminis y los Monoceros está Canis


Menor. Se llama Mera, creo, el perro de agua de Ícaro, quien murió para
honrar a su señor. Y cuando Merida y yo nos perdimos, terminamos en
Can Mayor, perro de Orión. —Inhalé profundamente. Estoy hablando
demasiado rápido—. Eso explica el río que vimos Merida y yo. Los
antiguos egipcios usaban la estrella del Perro para predecir las mareas
del río Nilo.

Silencio. Miro a Riser, suplicándole que me crea, pero sus labios


están apretados en una línea fina, críptica.

—¿Puedes sacarnos?

—¿Tenemos una opción? —Sus rostros cautelosos me dicen que esa


fue la respuesta equivocada—. Sí.
Rhydian abraza a Merida con más fuerza. Me doy cuenta de que
quiere creerme, pero no está convencido. Se vuelve hacia Riser.

—¿Confías en ella?

Los ojos de Riser quedan fijos en los míos, y pienso en todas las
veces que me pidió que confiara en él y fallé.

—Con mi vida.

Rhydian asiente, sus hombros se desploman.

—De acuerdo, hagámoslo.

Necesitamos una tela nueva para el mapa, así que Riser se quita el
abrigo y la camiseta.

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Comienzo a trazar la constelación de Monoceros en su espalda con
mi sangre, comenzando en la base de su columna. Levanta los brazos
cuando mi dedo se curva alrededor de su costado, sus músculos
temblando debajo de las puntas de mis dedos. Satisfecha con el
unicornio, marcó la forma octogonal central de la constelación de Orion
entre sus omóplatos, moviéndome hacia fuera. La estrella Bellatrix, la
estrella que comienza la flecha de Orion, va en la base del cuello de Riser.
Entonces, levantando su cabello, continúo con la flecha hasta donde nace
el cabello oscuro. Finalmente, recorro con mi dedo ensangrentado desde
debajo de una oreja hasta la otra, para el arco curvado.

—Orión y Monoceros —digo en voz alta—, deberían conectarse,


calculo que… aquí. —Hago una línea punteada desde la segunda pata del
unicornio hasta la estrella M42, la Gran Nebulosa de Orión, mi dedo
montando lentamente las crestas de la columna de Riser en medio de su
espalda.

Ahora que he terminado, me tomo un momento para retroceder y


observar mi plan. Es simple, desafiante, y una corazonada. A juzgar por
las estrellas que se van desvaneciendo y la luz plateada, no tendremos
tiempo para corregirlo si es que estoy equivocada.

Rhydian fulmina con la mirada mi mapa infantil.

—Así que solo… ¿seguimos las líneas?

—No —contesto—. Tú me sigues a mí.


Caminamos rápido, conmigo al frente, y Riser y Rhydian a cada lado
de Merida, ayudándola. Tan pronto como pasamos la entrada con el oso,
sin embargo, las paredes se acercan entre sí, permitiendo que solo dos
puedan pasar a la vez. Con una orden no pronunciada, todos
comenzamos a correr, incluso Merida, quien de alguna manera ha
encontrado suficiente energía para seguir adelante.

Recreo la constelación en mi cabeza. Más adelante se encontrará la


primera prueba de mi teoría. Si tengo razón, nos guiará hasta la segunda
sección del laberinto, la constelación de Orión.

Si estoy equivocada, moriremos.

No nos toma mucho tiempo descubrirlo. Debido a mis lentes, noto

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el cuerpo antes que los demás. Puedo decir que está muerto por la forma
en que yace: de espaldas, con la cabeza girada en el ángulo equivocado,
los pies descansando contra la pared. Debo haber reaccionado de alguna
manera, porque los demás también se detienen.

—¡No! —grito. Estaba tan segura. Este tiene que ser el camino.
Examino la espalda de Riser para comprobarlo de nuevo, pero
difícilmente lo miro porque sé que no cometí un error. Tiene que ser aquí.

—¿Es eso… un cuerpo? —pregunta Merida, intentando con esfuerzo


esconder la decepción en su voz.

—Es por aquí. —Afirmo la barbilla—. No estoy equivocada.

Las palmas de Rhydian resuenan cuando las golpea contra la pared.

—¡Porque no puedes estar equivocada!

—¡No sobre esto!

Volviéndome hacia Riser, observo que mira fijamente el túnel. Me


mira entrecerrando los ojos.

—¿Dices que es seguro?

—Sí.

—De acuerdo.

Sin otra palabra, Riser entra en el pasaje. Se me aprieta el pecho


cuando se inclina sobre el cuerpo, examinando algo. Luego de una
eternidad, se endereza.
—¡Ella tiene razón!

Cuando nos unimos a él, descubro a que se refiere. Hay un hueco


circular, del tamaño de un dedo, en el cuello del finalista.

—La hoja fue pequeña —afirma Riser—. Un puñal o un estilete. —O


una daga escondida en una pretina. Da unos círculos en torno al cuerpo,
tocando la maleza en diversos lados—. Fue sorprendido por otro finalista.

Un escalofrío me recorre. Solo un nombre me viene a la mente. Hugo


Redgrave.

Riser se endereza de nuevo, le disparo a Rhydian una sonrisa


desafiante, y retomamos nuestro avance al trote. Luego del túnel largo y
estrecho, el camino se divide. Nos mantenemos a la izquierda, pasando

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lo que sería la estrella Saiph, el pie de Orión. Examino el plan en mi
cabeza. Seguir adelante, hacia la derecha, cruzando el cinturón de Orión.
Luego a la izquierda, derecho hasta la estrella Bellatrix. Salir al exterior,
a través de la flecha de Orión.

Salir al exterior. Finalmente es una realidad.

¡Afuera, al exterior!

Somos silenciosos. Animados por el concierto consolador de


nuestros pies golpeando el suelo suave, y nuestras respiraciones agitadas
pero esperanzadas. Luego de que pasamos una antorcha y unas paredes
iluminadas, veo que tenía razón. La forma de un cazador, vestido
únicamente en una armadura que consiste en una falda de batalla y un
casco dorado, sosteniendo un arco y una flecha, rodeado de perros de
caza. Siete palomas vuelan desde el cazador hacia el cielo, como si
estuvieran intentando escapar de él.

Orión y las siete Pléyades.

¡Hacia el exterior! Todo es un borrón ahora. Paredes. Llamas


parpadeantes. ¡Al exterior! Los pasadizos se llenan de cuerpos. ¡Al
exterior! Una de las entradas sobre la izquierda alberga un cuerpo que
todavía está chisporroteando con electricidad, el olor es indescriptible.

El cinturón de Orión resulta ser un túnel largo, convexo. ¡Al exterior!


Me detengo en seco en el siguiente pasaje, apenas lo suficientemente
amplio para que pase un niño.

—Pónganse de lado —ordeno—. Y quítense toda la ropa que puedan.


Se siente el sonido de ropa rasgándose, y entonces escucho la voz
calmada de Riser en mi oído.

—Listos.

La piedra áspera raspa mis mejillas, nudillos y rodillas mientras me


coloco en ese pequeño espacio. Merida viene a continuación, su
respiración es superficial y rasposa por el esfuerzo.

—Casi allí —digo, trabajando en mantener la calma en mi voz


excitada.

Resulta, que no estoy mintiendo. No veo el pasadizo. En vez de eso,


caigo hacia atrás en él, cuando la pared cede. Es un poco más amplio
que el túnel previo, lo suficiente como para que pueda separar un poco

340
los brazos de los muslos. La flecha de Orión. El asta se extiende hacia
afuera, unos nueve metros más o menos, hacia lo que parece ser
oscuridad. Parpadeo y las luciérnagas rojas parpadeantes entran en mi
visión.

Antorchas.

¡Al exterior!

Voces.

¡Al exterior!

—¡Chicos! Lo logramos. ¡Vengan a ver!

Aparece Merida, con una sonrisa vacilante en el rostro. Me río, y el


alivio me inunda. ¡Al exterior!

Rhydian es el siguiente, y él también destella una sonrisa.

—Oh, gracias a los dioses. Merida, ¡mira! Estamos a salvo. ¿Ves…?

La sonrisa de Rhydian muere.

Riser sale disparado desde detrás de Rhydian.

—¡Muévanse! —Riser está gritando—. ¡Vayan! ¡Muévanse! ¡Corran!

Y entonces yo también lo escucho.

Las paredes se están acercando.


37

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Hago tal vez medio metro cuando me doy cuenta de nuestro error.
Mirando hacia adelante seremos aplastados. Hago una pausa para
aplanarme de lado, paralelo a la pared, y Merida golpea mi hombro, mi
cabeza golpea contra la piedra. Cuando mis ojos se abren, mi mundo de
repente se vuelve oscuro y gris; mi lente de contacto ha salido.

Mis ojos tardan un momento en adaptarse de nuevo. Una vez que lo


hacen, sin embargo, hay suficiente luz para distinguir los gránulos en la
piedra presionados en mi cara, lo que significa que la Caída de las
Sombras casi ha terminado. La piedra está mojada, cubierta de musgo.
Lentamente, para no rasparme la carne, giro la cabeza hacia atrás para
ver a los demás.

Es peor de lo que imaginaba. Merida está encajada entre las paredes,


mirando hacia adelante, con un brazo atrapado sobre su cabeza y el otro
atrapado a su lado. La forma en que su cuerpo está compactado y el
ángulo de su brazo me dicen que tiene al menos algunos huesos
aplastados. Sus ojos se abren de par en par, sin parpadear. El aire silba
de sus pulmones comprimidos.

—Merida está atascada —grito por encima de la cabeza de Merida—


. ¿Puedes moverte?

—Está apretada, pero podemos movernos —dice la voz de Riser.

De acuerdo, todavía pueden moverse. Bien.

—Riser, necesito que pongas presión sobre la espalda de Merida. A


la cuenta de tres.
Con mi brazo izquierdo, agarro un puñado del jersey de Merida.

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!

Mi hombro grita mientras tiro inútilmente, mi brazo amenaza con


salirse de nuevo, Merida gorgotea pequeños y lastimosos gemidos de
dolor.

Los gruñidos escapan de mis pulmones mientras me sacudo más


fuerte, balanceándome hacia atrás. Ella tiene que ceder. Estamos tan
cerca. ¡Lo prometí!

Ella gime y yo retrocedo, su blusa chamuscada resbala de mis


dedos. Escucho a Riser, todavía empujando. Finalmente, sus gruñidos se
detienen y cualquier esperanza que me quedaba se disipa.

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La mirada salvaje y delirante se ha desvanecido de los ojos de
Merida. Ahora están enfocados en mí. Tengo que obligarme a mirarla,
porque quiero apartar la mirada, ocultar la verdad sobre su situación.
Pero eso sería cruel.

—Lo siento, Merida. —Mi voz se detiene—. No sé qué más hacer.

Sus labios agrietados y ennegrecidos se abren.

—Dile a Rhydian… que lo siento.

—Díselo tú.

Pero ambas sabemos que eso no sucederá. Gimiendo, Merida mira


hacia abajo. Entiendo de inmediato. La píldora.

—No. —Pero mi mirada se detiene en el bolsillo de Merida donde se


esconde la pastilla mientras una vocecita susurra, necesitamos que las
paredes se abran, y por eso uno de nosotros tiene que morir.

Una lágrima corta un camino brillante por su mejilla buena. Ella


lucha por formar una sonrisa.

—Como dormir.

Mi elección es cruel pero sencilla. Mata a Merida y salva a los demás,


o déjalos morir a todos. Quiero negarme. Insistir seguimos intentándolo.
Merida es mi amiga, mi dulce, amable y desinteresada amiga. ¿Cómo
puedo ejecutarla? Machaco mi cerebro de otra manera, pero no hay
tiempo. Tal vez si la Caída de las Sombras no hubiera casi terminado, o
si no estuviéramos a una muerte de ser aplastados.
—No puedo, Merida —susurro. Pero incluso mientras digo estas
palabras, sé que lo haré, mataré a la única amiga verdadera que he
tenido, y el alivio que siento me revuelve el estómago.

Me doy órdenes sencillas para pasar. Toma la píldora, Everly. Ponla


en su boca, Everly. No llores, Everly. Salva a los demás, Everly.

Mata a tu amiga, Everly.

Encuentro el estuche, me las arreglo para sacar la pastilla


envenenada y meterla en la boca abierta de Merida. Detrás de ella, el
sonido amortiguado de Rhydian y Riser discutiendo se hace más fuerte.

—¡Merida! —grita Rhydian—. ¿Qué está pasando? Merida ¿Merida?


—Su voz se quiebra de desesperación—. ¡Merida, por el amor del

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emperador, háblame!

Las lágrimas le caen por la barbilla cuando lo ignora.

—Fui valiente, ¿no es así, Everly?

—Sí.

Traga la pastilla y sonríe.

—Cuéntame… una… historia.

Me duele la garganta con lágrimas no derramadas. Pienso en todas


las veces que abracé a Max y le conté historias cuando no podía dormir.
Es así, me digo. La estás ayudando a descansar.

—¿Has escuchado la historia de Ifigenia? —Limpio la agonía de mi


voz mientras trato de recordar mi cuento favorito—. Ifigenia era la amada
hija de Agamenón, el rey de Argos. Esto fue durante la Guerra de Troya,
y toda la flota naviera griega quedó atrapada en el océano sin vientos.
Para mover sus barcos, Artemis requirió que Agamenón sacrificara a
Ifigenia. Aunque le rompió el corazón, Agamenón llamó a Ifigenia a casa
con el pretexto de casarse con Aquiles. ¿Sabes quién es?

La respiración de Merida se ha ralentizado, pero sus párpados se


agitan y finjo que es un sí.

—Por supuesto, estaba encantada de casarse con Aquiles, conocido


por su valentía y su belleza, así que cuando llegó al altar y descubrió la
traición de su padre, se sintió devastada… —trago un sollozo—… pero en
lugar de… de rogar por su vida, hizo algo muy, muy valiente, como tú.
Los ojos de Merida están rodando erráticamente.

—Verás, ella se sacrificó para ayudar a su gente, y cuando Artemis


vio su abnegación y coraje, le perdonó la vida y le permitió irse en libertad.

El sonido de Rhydian gritando el nombre de Merida se desvanece


bajo el ruido de los engranajes dentro de las paredes girando. Los ojos de
Merida están entreabiertos, descansando justo detrás de mí.

Supongo que, a su manera, ahora también es libre.

Las paredes gruñen al abrirse, liberando mi torso lo suficiente para


que pueda girar. Riser atrapa el cuerpo sin vida de Merida antes de que
pueda caer al suelo, y deslizo un brazo por debajo de sus rodillas,
caminando hacia la salida.

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Sacamos a mi amiga muerta con el sonido de los vítores.

El sol se ha abierto paso y me calienta la mejilla. Por encima de mi


hombro veo a Caspian, sus ojos ilegibles mientras siguen mis muchas
heridas antes de aterrizar en Merida. Los finalistas y mentores gritan y
golpean sus pies y gritan nuestros nombres desde debajo del pabellón
mientras el emperador nos lanza una mirada aburrida. Ahí es cuando
veo las pantallas de grietas. Deben habernos visto luchar por nuestras
vidas.

Llevamos a Merida más allá de la vanguardia de Centuriones y


Elegidos, más allá de los otros afortunados finalistas. Hay un bonito lugar
en la hierba donde la tumbamos. Riser cierra suavemente sus párpados
mientras arreglo su mono rasgado lo mejor que puedo.

Me pregunto si, como yo, Riser se ocupa parcialmente de Merida


para poder controlar su ira. Una mirada a su mandíbula tensa, la rabia
que arde bajo su mirada plana, y sé que tengo razón. Quizás también vio
las pantallas de la grieta y fue demasiado. La idea de que nos vieran sufrir
y morir espantosamente, dándose palmadas en los hombros con las
manos grasientas por la rica mesa de comida que tenían frente a ellos.
¿Aplaudieron cuando le di el veneno a Merida? ¿Cuando maté a la única
persona a la que estuve a punto de llamar amiga?

Una sombra cae sobre mí. Caspian. Sus labios forman una sonrisa
hueca mientras sostiene lánguidamente una espesa corona de rosas
blancas y negras, los colores de su Casa. Algunos de los otros finalistas
supervivientes llevan los colores de su mentor alrededor del cuello, así
que supongo que yo también debería hacerlo. Pero no estoy de humor
para flores o sonrisas huecas y le doy la espalda.

Rhydian se une a nosotros. Sus brazos cuelgan a los costados, sus


mejillas brillantes por las lágrimas. Aunque ahora no está llorando. Como
nosotros, sus emociones se han convertido en otra cosa. Algo peligroso.
Me muevo para que pueda arrodillarse y comienza a peinar lo que queda
de su cabello con los dedos.

Rhydian acaba de terminar de limpiar la mugre de su mejilla cuando


vienen por nosotros. Mi madre lidera, flanqueada por Delphine. El ceño
fruncido de Caspian me dice que no se trata simplemente de una visita
amistosa y de felicitación. Que probablemente debería jugar bien.

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Lamentablemente, ahora mismo soy incapaz de hacerlo.

Deteniéndose a unos metros de nosotros, mi madre ignora a Merida


mientras estamos de pie, rompiendo flagrantemente el protocolo al no
inclinarme.

—Tu devoción es extraordinaria —afirma mi madre, ignorando


nuestra desobediencia—. Uno nunca puede hablar de estas cosas. Solo
vi a hermanos y amigos matarse entre sí para vivir sin pensarlo dos veces.
Pero no ustedes tres.

Lucho por determinar a qué está jugando. Por el rabillo del ojo, veo
la expresión de Riser, una potente mezcla de desprecio y falta de respeto.
Espero por su bien que no confunda el comportamiento tranquilo y
distante de mi madre con debilidad.

El desprecio de Riser se vuelve más obvio a medida que enfoca su


atención en él, ordenándole que se gire para poder examinar su espalda.
Duda, más de lo debido, antes de obedecer. Sus labios se contraen ante
su insolencia.

Lentamente, los agudos ojos de mi madre trazan las líneas que


trazan su espalda.

—Inteligente, lady March —dice sin mirar hacia arriba.

—Mala suerte —insisto.

—Hmm. —Su mirada acerada se dirige a mí—. Empiezo a pensar


que eres la chica más afortunada del mundo.

Volviéndose a Rhydian, dice:


—Lord Pope, mis condolencias por la pérdida de lady Pope. Fue muy
valiente y muy desinteresada, y seguramente ahora la sombra de la
vergüenza ha caído de la Casa Pope de una vez por todas. —De nuevo me
mira—. Desafortunadamente, de hecho, no soy Artemisa para concederle
un indulto de tal destino.

¿Al igual que me dejaste a mi suerte, madre? Me trago las palabras


que quiero lanzar como dagas, y sonrío con frialdad cuando quiero aullar
de rabia.

¿Ves lo que soy? ¿Qué hiciste de mí?

El primer indicio de que algo más está sucediendo proviene de


Delphine. Ella se inquieta, una expresión alegre, casi vertiginosa, tuerce

346
su rostro. No toma mucho tiempo descubrir por qué. Llegan dos
Centuriones y me encierran, por si, supongo, planeo pelear, lo cual aún
está indeciso.

Mi madre hace un gesto con la cabeza a Delphine, que saca un


pequeño instrumento plateado que parece una linterna. Parpadeo
cuando el rayo de luz pasa sobre mis ojos.

—Mantén los ojos abiertos —gruñe Delphine.

Instintivamente me estremezco contra los dedos gruesos y brutales


de los Centuriones.

Delphine suelta un bufido de decepción.

—Nada, condesa Bloodwood —dice mi madre. Es imposible


determinar si está contenta o decepcionada. A través de una bruma de
puntos rojos estrellados, veo sonreír a mi madre—. Una vez más, lady
March, los dioses le favorecen.

Tan pronto como mi madre se despide, Delphine se vuelve hacia mí.

—No hay forma de que un gusano como tú sobreviva a las pruebas


sin hacer trampa.

—¡Pruébalo! —escupo de vuelta.

Sus ojos pálidos se enfrían.

—Uno de estos días te quitarás la cabeza de los hombros y la


pondrás en una pica. —Antes de que pueda reaccionar, una de las
exquisitas botas con punta de acero de Delphine se levanta hacia atrás y
pone toda su fuerza en el torso de Merida—. Lo mismo ocurre con
cualquier gusano lo suficientemente estúpido como para hacerse amigo
de ti.

—Delphine —dice Caspian con cuidado, sus dedos presionando en


su brazo—, debes tener cuidado de no parecer grosera, ya que odiaría
que alguien piense mal de mi prometida.

Aparta las puntas de las botas y le acaricia la oreja.

—Y deberías tener cuidado, amado mío, de recordar que son


pequeños gusanos para ser pisoteados bajo mis botas si así me place. —
Sus ojos me cortaron—. Y ahora mismo me agrada.

Antes de saber lo que estoy haciendo, mi mano agarra la cola de

347
zorro Aigrette y la desliza de mi cabello. Entre el quinto y el sexto
intercostal…

Pero por una vez en su vida, Pit Boy no está de un humor asesino, y
sus dedos rozan ligeramente la nuca de mi cuello, sacándome de mi
salvaje fantasía de venganza. Paciencia, parecen decir. Tendremos
nuestro día.

Caspian entrecierra los ojos y mira la mano de Riser, con los labios
fruncidos.

—Pero entonces, querida, recordarás a la baronesa Graystone por


qué te prohibió la entrada al consejo… dos veces ahora, ¿verdad? —
Girando la cabeza, presiona sus labios ligeramente sobre la mejilla de
Delphine—. Puede que encuentre encantadora tu impetuosidad, pero no
todo el mundo comparte mi gusto.

Hay una pausa tensa mientras esperamos a ver qué pasa.

—Lo que sea —dice finalmente Delphine—. Hace calor y tengo sed.
—Hace un gesto a los Centuriones que esperan en el fondo—. Tomen a
este gusano en descomposición y tírenlo sobre la pared con los otros
gusanos antes de que empiece a apestar.

Eso es dos veces, creo, Caspian de alguna manera la ha refrenado


con palabras inteligentes. Pero, ¿qué pasará cuando llegue el día en que
ya no pueda controlarla? ¿Qué tipo de locura provocará?

Caspian levanta su mano y los Centuriones se detienen, confusión


en sus ojos.
—Denle a los finalistas cinco minutos para llorar a sus muertos,
luego podrán llevársela.

—Gracias, mi lord. —Mantengo mis palabras impersonales para que


no despierten a otro demonio dentro de Delphine, pero afortunadamente
ella se aleja sin mirar atrás.

Antes de que Caspian se vaya, se arrodilla y coloca la corona de


flores en el pecho de Merida. Su mirada me encuentra.

—Siento que muriera, Everly. Verdaderamente.

Riser es el primero en decir adiós. Mirando a Merida con su típica


mirada enigmática, asiente hacia ella, de alguna manera hablando en su
silencio más de lo que parece decir con mi voz.

348
Rhydian es el siguiente. Vacilante, se arrodilla sobre ella por un
momento, aparentemente perdido, y luego sus labios forman las
palabras:

—Te perdono. —Su frente descansando contra la de ella por un breve


segundo.

Hay un murmullo y me doy la vuelta con sorpresa al ver a los otros


finalistas caminando hacia nosotros. Algunos quemados, otros
ensangrentados y magullados, sus rostros atormentados por los horrores
que mi madre construyó. Uno a uno, cada finalista se pone de rodillas y
le da un beso en la frente a Merida. Se hace sin ceremonias ni discursos,
un acto aparentemente impulsivo e inofensivo.

Pero todos sabemos lo contrario.

Yo soy la última. Por mucho que lo intento, no puedo pensar en qué


decir. Esto no es Merida; lo sé. La verdadera, mi amiga, murió en el
laberinto, a segundos de la seguridad. Y no es justo. Ella no tuvo la
oportunidad que yo tuve, siendo convertida en alguien más fuerte, más
inteligente y más valiente. Estaba aterrorizada desde el principio y, sin
embargo, encontró la manera de superarlo. Todo lo que hice fue hacer
trampa. Quizás Delphine tenga razón. Alguien como yo, incluso con todas
mis mejoras, nunca podría ganar sin manipular el juego. Ni siquiera pude
salvar a mi amiga, así que, ¿cómo diablos se supone que voy a llegar al
final de este infierno y encontrar el Mercurian? Le fallé a Merida, le fallé
a Max y le voy a fallar a mi padre.
—Debería haberte salvado —digo. Me inclino y beso el lado no
quemado de su frente, mis labios bailan sobre carne fresca y moteada—.
Pero prometo que lo arreglaré de alguna manera.

Cuando miro y veo al emperador mirándome, con un cáliz enjoyado


en la mano y una sonrisa de regodeo en su rostro, sé que esta vez
cumpliré esa promesa, o moriré en el intento.

349
38

350
Llegamos a nuestros apartamentos justo antes del atardecer. Flame,
que vio el primer juicio con los otros asistentes y sirvientes en una
pantalla de grietas en el gran salón, me ayuda a luchar con mi ropa
embarrada y carbonizada. Demasiado cansada para un baño, me siento
al estilo indio en la cama, acunando a Bramble, meneando la cabeza, no
dormida pero no realmente despierta mientras Flame limpia la mugre y
la sangre de las últimas cuatro horas de mi cuerpo dolorido.

Huelo a fuego. Huelo a muerte. Quiero morirme. O dormir. Quiero


quitarme la piel, limpiar la suciedad de mi alma y dejar de ver a Merida
inmovilizada y rota.

Me estremezco, el frío emana de una parte profunda e inalcanzable


de mí, y dejo ir mi mente…

Flame me está empujando. Se necesitan varias veces para que su


sentencia se cumpla.

—Nicolai tiene algo para ti.

Está extendiendo su mano.

El Interceptor encaja perfectamente en mi palma. Con forma de


botón, este pequeño dispositivo es la versión portátil, más fácil de ocultar.
Lo empujo y veo cómo el holograma azulado se solidifica en una forma de
cuatro dimensiones sobre él. El adolescente me mira parpadeando,
esboza una sonrisa incómoda y sus grandes ojos azules se arrugan. Su
cabello rubio rojizo largo hasta los hombros está cuidadosamente
recogido al estilo tradicional monárquico.
—¿Um…? —Se ríe nerviosamente y mira a alguien a quien no puedo
ver—. ¿Debería decir algo? —Él asiente hacia la persona invisible y me
mira, su voz quebrada por la pubescencia—. Está bien, eh, aquí va. —Y
lo sé, solo lo sé—. ¿Dicen que eres mi hermana, Maia?

El único sonido que puedo escuchar, mientras sus labios forman lo


que tienen que ser más palabras, es mi respiración ahogada. La sangre
corre dentro de mi cráneo. Como el agua. Como agua furiosa y rabiosa.

Como ahogarse.

¿Cómo puedo hablar con Max cuando la chica que él cree que soy
está muerta? ¿Cuando acabo de matar a mi amiga y pronto tendré que
asesinar al emperador? Si mi hermano sabe lo que soy ahora, me odiará

351
y no podré perderlo de nuevo.

A través de mi visión estrecha, veo que mi mano se extiende. Veo


cómo el holograma se rompe en mil píxeles diminutos cuando el
Interceptor se estrella contra la pared.

Negrura. Estoy en el pasillo sobre mis manos y rodillas. Ya no estoy


en el laberinto, ni en los túneles del hoyo, pero las paredes me están
aplastando de todos modos. Si pudiera llorar, gritar, si pudiera ver las
paredes y sangrar mis puños contra ellas, tal vez podría deshacerme de
este sentimiento de estar atrapada y moribunda. Un tipo diferente de
Destino. Del tipo que no puedes reconstruir. Del tipo del que no puedes
esconderte.

Me acurruco de lado y miro las rosas negras en la alfombra. Me


duelen los ojos por derramar lágrimas, pero lady March se niega. Se me
ocurre que ya no sé quién soy. Que soy una criatura cambiante y sin
rostro, un grupo enredado de emociones, pensamientos y acciones
programadas, improvisadas por manipuladores como mi madre y Nicolai
para cumplir sus propósitos.

En todo caso, Max necesita estar protegido de mí, esta criatura suya.

Pitidos nerviosos, mientras Bramble se acerca tentativamente. Está


temblando. Ya no me reconoce.

—¡Aléjate! —grito, pateándolo—. ¡Vete, estúpida máquina! ¡Ella se


ha ido! —Cubriendo mi boca con mi brazo, lloro, mirando a través de
lágrimas borrosas y no derramadas mientras Bramble se escabulle. Solo
cuando me detengo pruebo la sangre y me doy cuenta de que me he
mordido la carne.

Después de un rato, noto que Flame me mira desde la puerta.

—Entra, princesa.

Regreso al apartamento y me siento en la cama.

Ella sostiene el Interceptor.

—¿Quieres intentarlo de nuevo?

Niego con la cabeza.

—Bueno. —Flame dice esto como si hubiera pasado alguna prueba.

352
Abre el armario—. Vamos a vestirte.

—¿Para qué?

—La celebración obligatoria.

Mi barbilla sobresale.

—No voy.

—Sí irás, princesa. —Se sienta en el borde de la cama y me clava su


mirada severa—. Vas a levantarte, vestirte y dejar de sentir lástima por ti
misma.

Resoplo.

—¿Y por qué diablos iba a hacer eso?

—Porque el emperador ha decidido unirse a la corte para la


celebración de esta noche, y lo vamos a matar.

Las estrellas están afuera, la luna es un gran y hermoso disco de


marfil que talla el cielo de medianoche. Un viento suave se filtra a través
del pórtico en el que me apoyo. Envuelvo la capa que Caspian me dio con
más fuerza alrededor de mi cuerpo, temblando por el frío doloroso que
me agarra. El vestido que llevo, para encajar con los juerguistas, ofrece
poca protección contra el frío. Su glorioso color rojo ocaso parece casi
negro bajo las estrellas, el broche de Brinley brilla contra él. Según
Rhydian, era el vestido que Merida planeaba usar en la Fiesta Final, si
llegaba al final.

Rojo, el color del levantamiento. Era su propia forma suave de


rebelión.

Me digo que habría estado de acuerdo con lo que estamos haciendo


ahora. Pero en el fondo, sé que es solo otra mentira como todas las demás.

Mi mirada atraviesa las sombras. Riser está en algún lugar


explorando el terreno mientras Cage reúne a los finalistas y me asegura
que simpatiza con la causa. Y Flame, bueno, Flame y sus dos mochilas
negras abultadas están haciendo algo bastante fieniano.

Las bombas que va a colocar en la fuente, que detonarán durante la

353
celebración, serán pequeñas, destinadas a distraer a la multitud el
tiempo suficiente para que uno de nosotros llegue al emperador. Me
aseguró que nadie más saldría herido. De alguna manera no le creo, pero
no tengo muchas opciones.

Debería concentrarme en cómo voy a ser yo quien mate al


emperador, pero mi mente sigue recuperando inútilmente imágenes de
los nano-trituradores. ¿Seguramente Flame no los usaría esta noche?
¿No cuando hay gente inocente que puede resultar herida?

Concéntrate en el plan. El emperador estará rodeado por la Guardia


Real. ¿Cómo llegarás a él? Y, lo que es más importante, una vez que lo
mates, ¿cómo usarás la diversión para encontrar el Mercurian?

Los ruidos rompen mis pensamientos. Agacho la cabeza para


escuchar, pero es solo el sonido de los finalistas hablando en voz alta en
una de las ventanas del apartamento encima de nosotros mientras se
preparan para la celebración de medianoche.

Me muevo con impaciencia y luego me obligo a sentarme en los


escalones. ¿Dónde están los otros? Y Brogue, ¿está a la altura de esto?
El penetrante y dulce olor a almendras del cuartel de los Centuriones,
donde se queda, todavía se adhiere a mi ropa. Después de vestirme, me
enviaron a buscarlo. Lo encontré postrado en el suelo en un charco de
vómito alquitranado y cosas peores, e incluso después de que le di una
palmada en la mejilla, las cerdas de su barba empapadas de vómito, sus
ojos eran apenas más que rendijas.
No recuerdo haber sentido ninguna emoción, pero de repente tuve
su cabeza flácida acunada en mi regazo, limpiándole la cara. Gimiendo,
sus ojos solo pupilas se abrieron parpadeando. Mi reacción instintiva fue
golpearle el pecho y gritar—: “¡Estúpida persona con tics!” —una y otra
vez hasta que se dio la vuelta, hizo una serie de peroratas ininteligibles y
cortó coágulos ensangrentados de bilis de olor agrio.

Sabía que iba a estar bien cuando empezó a hablar palabras reales.

—Perdóname —murmuró, tiras gomosas de saliva bailando de sus


labios.

—Está en debate —dije, moviéndome para ayudarlo a levantarse.

Pero supe que estaba en otro lugar cuando dijo:

354
—No quería. Por los dioses, miré… busqué otra manera.

—Está bien, Mercenario —dije, luchando por tirar de él para que se


sentara. Mis esfuerzos se vieron frustrados cuando él cayó de rodillas y
se inclinó, jadeando en seco, su cuello tenso de un rojo tomate brillante.

Hecho, se estiró, eructó y se golpeó los ojos con los pulgares.

—Fue Lil… Lillian —dijo, balanceándose—. Ella dijo… la única


manera…

Me quedé paralizada, pensando que lo había oído decir mal el


nombre de mi madre, hasta que dijo:

—Oh Dios, Lillian, ¿qué hicimos?

Archivando eso para más tarde, me ocupé del plan. Le tomó treinta
minutos más recuperar la sobriedad lo suficiente como para que yo
pudiera repasarlo con él. Su tarea era irrumpir en el arsenal y conseguir
armas. Flame tenía una larga lista en un trozo de papel que tomó.

Para un hombre que acaba de enterarse de un plan tan audaz


minutos después de haber sido despegado del suelo, parecía
relativamente tranquilo. Se limpió lo mejor que pudo, se puso las botas y
lanzó un guiño descuidado en mi dirección.

—Te traeré tus armas, niña, pero sospecho que todas las armas del
mundo no nos ayudarán ahora.

Considerándolo todo, no muy convincente.


Ahora, todavía estoy preocupada por nuestro plan y pensando en
Brogue cuando Riser aparece. Saliendo desde las sombras, sus ojos se
posan en mí, absorbiéndome por un momento.

No puedo evitar hacer lo mismo. Flame lo tiene vestido para la


ceremonia, y la luz de las estrellas nada a lo largo de su cabello azul tinta
recogido con una cinta azul medianoche a juego con las cintas de su
jubón de cuero pálido. Lleva una espada larga y una sonrisa penetrante.

Algo dentro de mí se agita, un dolor que llena mis huesos.

Inhalando profundamente, se sienta a mi lado.

—Los Centuriones patrullan la fuente cada cuarenta minutos.

355
Silencio incómodo. Sé que si lo miro ahora, con su aliento haciendo
cosquillas en mi cara, su muslo calentando el mío, no seré capaz de
controlar mis sentimientos y el pensamiento me paraliza.

Dos dedos enganchan mi mandíbula, guiando mis ojos hacia los


suyos.

—¿Qué? —susurro, con tacto como siempre.

Vuelve a sonreír, suavemente, revelando el diente astillado que noté


hace unos años.

—¿Por qué no me miras?

Parpadeo bajo su mirada inquebrantable. ¿Cómo puedo explicar


cómo me siento? ¿Cómo cuanto más me enamoro de él, más vulnerable
me vuelvo?

—Dime que esto es real, Riser, porque no puedo soportar una


mentira más.

Hace una pausa durante un momento, como si luchara por poner


sus pensamientos en palabras.

—Yo tampoco soy bueno en esto. En el hoyo, podría estar… atraído


por alguien, pero no te preocupas por ellos, y no te preocupas si ellos
también se preocupan por ti; simplemente tomabas lo que querías.

Resoplo.

—Eso es romántico.
—Lo que estoy tratando de decir es… —se aclara la garganta—… no
es racional, pero me preocupo por ti. —La yema de su pulgar talla el
hueco de mi clavícula—. Y si sientes lo mismo, entonces es real.

—Pero…

Sus labios separan los míos. El beso es rápido, hambriento. De la


forma en que besas a alguien cuando crees que nunca volverás a verlo.
Las puntas de los dedos calientes empujan la base de mi cuello, me
presionan profundamente contra él, sus manos exploran lentamente un
camino por la piel expuesta de mi espalda.

—No puedes decir que esto no es real —murmura Riser, su aliento


caliente en mis labios.

356
Me alejo, sin aliento, mi labio inferior sensible y hormigueante. De
mis recuerdos reconstruidos, recuerdo la forma en que los otros chicos
besaban a lady March. Besos suaves, dulces, vacilantes.

Los afectos de Riser no se parecen en nada a eso.

Mirando el rostro de Riser, las emociones ardiendo dentro de sus


ojos, todavía hay una parte de mí que le tiene miedo, el chico asesino del
hoyo.

—Necesito saber si fuiste tú quien me ató en el hoyo.

Él duda.

—Sí.

—¿E ibas a… dejarme morir?

Dolor destella en sus ojos.

—¿Recuerdas cómo escapaste?

—Sí, por supuesto. Me liberé de mis ataduras.

—Everly, ¿de verdad crees que no sé cómo hacer un nudo seguro?

Darme cuenta me hace jadear.

—¿Me ayudaste a escapar? Pero, ¿qué pasa con Ripper?


Seguramente ella lo habría sabido. —Hago una pausa mientras él pasa
distraídamente su dedo sobre el hueso de la ceja sobre su nuevo ojo
verde—. Ripper te quitó el ojo… ¿por mí?
Él sonríe.

—Y valió la pena.

—¿Por qué? ¿Por qué ayudarme?

Por primera vez desde que nos sentamos, aparta la mirada de mí.

—Tenía siete años cuando nos tiraron al hoyo. Mi madre no


pertenecía allí; era demasiado brillante, demasiado buena. —Se pasa una
mano por el cabello—. Atacaron mientras dormíamos, y yo… —su voz se
detiene—… hui mientras ella luchaba contra ellos. Creo que ayudándote,
pensé que de alguna manera podía compensar el haberla abandonado
para morir.

357
—Oh, Riser, estoy...

—No. —Dos dedos presionan mis labios, deteniendo mi disculpa—.


Tenías razón al desconfiar de mí. En el hoyo, me sucedió algo oscuro que
mil Reconstructores no pudieron borrar. —El dorso de sus dedos roza mi
mejilla—. Pero lo decía en serio cuando dije que nunca te haría daño.
Eres lo único que me hace querer ser mejor.

Me estremezco cuando sus ojos se fijan en los míos: una luz, una
oscuridad, un espejo de su alma en conflicto.

—Por eso debes tener cuidado esta noche, porque no puedo, no te


perderé como le hice con ella.

—Bien. —Aturdida, asiento, los labios aún ardiendo por nuestro


beso, la cabeza nadando con preguntas que lady March no se atreve a
dejar que las ignore. ¿Qué podrían estar haciendo los fienianos? ¿Quién
llegará primero al emperador? ¿Cómo encontraré el Mercurian? Y la
pregunta más desgarradora de todas: ¿Podría Riser estar haciendo todo
esto solo para tomarme con la guardia baja para que pudiera ser él quién
matara al emperador? ¿Llegaría Riser tan lejos? ¿O son sus emociones
reales?

¿Es esto real?

Me pongo de pie y miro las sombras, trabajando para recoger mis


emociones para poder entender lo que estoy sintiendo.

—Brogue no ha aparecido.

Riser se pone de pie.


—Lo hará.

Trago y fuerzo a Riser, sus palabras y nuestro beso de mi mente.


Necesito concentrarme. Necesito… no, tengo que encontrar dónde está
ubicado el Mercurian y de alguna manera manejarlo. Ojalá no tuviera
que encontrarlo sola, pero Everly March se niega a confiar en nadie, ni
siquiera en Riser.

Especialmente Riser.

Llegan los demás y un rápido recuento de personas marca a


Rhydian, Laurel, Blaise, Cage y Flame. Solo faltan Teagan y Brogue.
Frunzo el ceño, preocupada, pero las cosas se están moviendo demasiado
rápido para pensar en su ausencia.

358
Cortamos la hierba, bordeando un camino ancho alrededor de los
jardines hasta la parte trasera del lago. El sonido de los grillos y las ranas
resuena en el bosque sombrío detrás de nosotros. La suciedad se escapa
de nuestros pies y cae por el terraplén, cayendo al agua. Las estrellas
reflejadas en el agua tiemblan, las hadas enojadas perturbadas de su
descanso.

Mi corazón se acelera. Se siente bien, como si cada latido frenético


de mi corazón estuviera eliminando el veneno de los últimos días. Nos
detenemos. El palacio se eleva al otro lado de la fuente. Una luz cálida se
filtra a través de las ventanas y la música y las voces fluyen por el agua.
Los balcones se llenan de parejas de Elegidos bailando y riendo, sus voces
borrachas y libres.

Pronto, la celebración se trasladará a la fuente mientras esperan la


exhibición de los ganadores. Las bombas deberían estar colocadas para
entonces y podemos desaparecer entre la multitud. Se me seca la boca
mientras imagino lo que pasará. Cómo tendré que encontrar la manera
de acercarme al emperador. Y entonces… y entonces… Mis dedos se
deslizan alrededor del mango frío del cuchillo enfundado dentro de mi
corpiño. Sin dudas, Everly. Esta es tu única oportunidad de poner a Max
a salvo.

Pero una parte de mí duda. Esto se siente mal. El bombardeo. El


secretismo. ¿Y qué pasaría con el Mercurian si fallábamos? Mi padre
murió por eso. Tengo que encontrarlo. Tengo que hacerlo.

—Está bien, princesa —dice Flame, acercándose a mí—. Estamos


listos. ¿Dónde está el Mercenario?
Una ramita se rompe en el bosque y nos volvemos para ver una
forma ancha que se acerca a nosotros. Brogue ha recuperado su paso
rápido y sigiloso, cualquier evidencia de su estado anterior ha
desaparecido.

—También te extrañé, pequeña descarada.

Flame mira la bolsa de lona gigante que lleva a la espalda.

—¿Algún problema para conseguirlos?

Él se ríe.

—Depende de cómo se defina la palabra. Pero no los echarán de


menos por un tiempo, si esa es tu esencia.

359
Mis ojos se clavan en la pesada bolsa que lleva. ¿Por qué
necesitaríamos tantas armas? Brogue se vuelve hacia mí como para decir
algo, luego se congela. Su mano busca el revólver metido en su cinturón
justo cuando lo oigo: un relincho de sorpresa, seguido de un relincho
enfurecido y ramas que se rompen.

Mis ojos buscan a Riser cuando una sensación de hundimiento se


apodera de mí, pero no le encuentro por ninguna parte.

Sé que la bestia es Poseidón en el instante en que emerge de los


árboles, nervioso y resoplando, sus músculos temblando bajo la carne
reluciente por la luna. Caspian se sienta encima de él, con las manos en
el aire, el rostro oscuro con la justa ira de un príncipe que no está
acostumbrado a ser detenido. Un segundo después, Riser lo sigue, la
espada que sostiene brillando suavemente. La vaina vacía de Caspian
cuelga de su cinturón.

—Nos estaba siguiendo —afirma Riser, esquivando fácilmente una


patada errante de Poseidón.

—Bueno —corrige Caspian, mirándome—, para que quede claro, la


estaba siguiendo.

Los demás intercambian miradas. Obviamente, este es un giro


desafortunado en el plan. La única que no está molesta por el cambio en
los eventos es Flame. De hecho, la sonrisa lobuna que luce me hace
pensar en la hiena del laberinto justo antes de atacar.
—Buenas noches, príncipe —ronronea Flame, tomando las riendas
de Poseidón mientras Riser se mueve hacia el frente, su espada todavía
apuntando a Caspian.

Riser empuja el aire con la cuchilla.

—Desmonta.

Ignorando a Riser, Caspian me lanza su arrogante mirada.

—No, creo que no lo haré.

Llegando por detrás de Caspian, Flame corta un trozo de las riendas


de Poseidón y, con la ayuda de Riser, fuerza sus brazos hacia atrás,
atando sus muñecas.

360
—Hazlo, principito —ordena Flame.

Caspian, que no parece divertido por su tono, me mira con los ojos
entrecerrados.

—¿Es esto lo que eres, lady March? ¿Una terrorista de Fienia?

—Agáchate —digo, sin emociones, pero mi corazón está gritando.

—Sabes lo que me harán.

Parpadeo para quitarme las lágrimas calientes. Caspian, el chico que


me dibujó. El chico al que no le importaba que yo fuera diferente, que yo
fuera fea. Sé lo que tenemos que hacer, porque no hay otra forma. Ha
visto nuestras caras. Si lo dejamos ir, todos moriremos. Y no puedo
defraudar a Max. No otra vez. Ni siquiera para alguien cuyo ADN dice que
se supone que debo amarlo.

Suspirando, balancea una pierna larga sobre la silla, sus botas


crujen en la hierba. Sus hombros se abultan mientras se esfuerza contra
sus ataduras, pero Flame sabe lo que hace y se niegan a ceder. Poseidón,
sintiendo la angustia de su maestro, mueve salvajemente su enorme
cabeza mientras sus patas traseras perforan agujeros en el aire. Los
demás se dispersan, pero Flame de alguna manera se las arregla para
sujetar sus riendas.

Mientras trabaja para controlar a Poseidón, Rhydian busca a


Caspian.

En un momento, Caspian dice:


—Lamento lo de tu hermana, Merida.

Rhydian ignora a Caspian. Una vez que Rhydian termina de buscar,


se inclina y escupe a los pies de Caspian. Quiero decir algo para consolar
a Caspian, pero probablemente sea mejor si no hablamos en absoluto.
No hay mucho que pueda decir ahora a modo de consuelo, de todos
modos, y en este punto probablemente me odia.

Jadeo cuando la estática de repente zumba dentro de mi cráneo. Las


palabras entran y salen flotando, demasiado lejos para escucharlas al
principio. Entonces se vuelve más claro. Es fácil descifrar las voces de
Nicolai y Flame.

¿Lo hará?, pregunta Nicolai.

361
Sí, responde Flame. Creo que está lista.

Bueno. No se suponía que muriera hasta esta noche, pero ahora es


aún mejor.

Podría romperla. La voz de Flame es inusualmente vacilante.

Ella ya está rota.

Y ahí es cuando sé que están hablando de mí. Las voces se


desvanecen. Cualquier fallo que me permitió espiar su conversación se
ha resuelto.

Veo a Flame susurrar con Cage, un pequeño nudo formándose en


mi estómago cuando las cosas comienzan a juntarse. El gran alijo de
armas; los nano-trituradores; la conversación que acabo de escuchar.

¿Qué no nos están diciendo?

Pero no hay forma de detener esto ahora, independientemente de lo


que hayan planeado. No sin poner en peligro el futuro de Max y encontrar
el Mercurian. Así que respiro profundamente y trato de actuar con
normalidad cuando Cage se me acerca.

—Tienes una prueba final. —Asiente a Caspian.

Riser me entrega la espada de Caspian. La misma sensación de


euforia que tengo cada vez que sostengo una hoja se asienta en mis
huesos cuando miro por encima de la ornamentada empuñadura dorada,
mis dedos trazan el fénix con incrustaciones de rubí en el pomo.
Brogue se inclina hacia mí; sus dedos gruesos guían mi mano
alrededor del agarre.

—Al igual que practicamos.

El resto duda por un momento y luego se separan, Flame y Rhydian


se dirigen hacia los botes mientras los demás siguen a Brogue. Riser me
mira con preocupación antes de seguir a los demás. Flame está silbando
una melodía de Fienia.

Dandy Apples, Dandy Apples, huelen a rosas en el otoño.

Cuando se balancean y gritan,

¿No son la vista más elegante de todas?

362
—Pensé que eras diferente —dice Caspian, la pelea dejando sus
ojos—. Pensé…

—Podrías haberlos salvado. —Mi voz suena robótica—. Brinley.


Merida. Los demás.

Él niega con la cabeza.

—¿Y crees que esto, lo que sea que estés haciendo, es lo que Merida
hubiera querido?

—¡No hables como si la conocieras! —Pero sus palabras se retuercen


bajo mi piel cuando recuerdo la promesa que le hice de hacer las cosas
bien. ¿Es eso lo que estoy haciendo?

—Es verdad. No la conocía bien, pero me hubiera gustado. No todos


en la corte piensan como mi padre. —Derrota brilla en sus ojos cuando
se posan en mí—. Solo prométeme que no lastimarás a mi caballo.

Su preocupación por Poseidón me corta hasta los huesos.

—Lo prometo.

Me sobresalto cuando Caspian cubre los pocos metros entre


nosotros, mi mano sudorosa aprieta la empuñadura de la espada.

—Entonces, ¿qué estás esperando, lady March?

Entre el quinto y el sexto intercostal. Ahora está conectado a mi


cerebro. Todo lo que tengo que hacer es pensarlo y el mensaje
instantáneamente subirá por mis nervios, activando los músculos
correctos que hundirán la espada en su corazón.

Apunto la espada a su pecho, la punta corta su jubón de cuero. Me


pican los dedos.

Hazlo.

No puedo.

Debes.

No.

Algo dentro de mí se rompe y estoy dando vueltas a su alrededor. Mi

363
mano toca su hombro, se me sale el aliento y hago bajar la espada.
39

364
Las ataduras de cuero que ataban sus muñecas cayeron al suelo, y
sus brazos se separaron libres. Caspian dejó escapar un aliento
tembloroso.

—¿Por qué me estás liberando?

—Oh, ¿te refieres a que otra razón tengo aparte de ser la reina de las
decisiones estúpidas? —Sonreí con tristeza—. Tienes razón, Merida no
querría esto.

—Sabes que tengo que alertar a la Guardia Real-

—No, no tienes que hacerlo. —Cerré la distancia entre nosotros,


hasta que estuve lo suficientemente cerca como para sentir su aliento en
mi rostro. El corazón me latía fuerte en el pecho. Al permitirle vivir, estoy
arriesgando todo; y estoy a punto de tomar un riesgo aún mayor.
Mojándome el pulgar con la lengua, me refregué las mejillas, revelando
mis pecas—. ¿Me recuerdas ahora, príncipe Caspian?

La respiración de Caspian se aceleró, mientras miraba de una


mejilla a la otra.

—Pero estás… ella… está muerta.

—Entonces soy una aparición, porque soy yo, Maia, la chica Bronce
que escribió ese tonto poema y pensó que nos casaríamos, y que la vida
sería perfecta.

Me doy cuenta de que es cierto. Esa es quien yo he escogido ser.


Maia.
—Estás mintiendo. —Frunce los labios con escepticismo, pero hay
algo en sus ojos. Él desea creerme.

—¿Y si te digo que hay una forma de detener el asteroide? ¿Y que mi


padre creó un dispositivo que podría desviarlo de su trayectoria, que
escondió ese dispositivo aquí en la Isla, antes de que tu padre lo asesinara
debido a eso?

Los hermosos ojos dorados de Caspian se abrieron como platos, y


quedó boquiabierto.

—Pero eso significaría que…

—Nadie tiene que morir. Si puedo encontrarlo; si tú me ayudas a


encontrarlo, podemos salvarlos, y ningún finalista más tendrá que sufrir.

365
—¿Los otros que están contigo saben sobre esto? ¿Es la razón de por
qué están haciendo las cosas que hacen?

—No; es complicado. —Carraspeé—. Pero no están aquí para


lastimar a nadie. —Estoy asombrada de lo fácil que las mentiras salen de
mis labios. Pero espero que de alguna forma, pueda llegar al Sim, y
descubrir la localización del Mercurian antes de que las bombas que
Flame plantó sean detonadas. Tal vez, solo tal vez, si puedo convencer a
los otros de que hay una forma de detener el asteroide, tal vez nadie tiene
que salir herido. Tal vez no es una mentira. Tal vez. Pero todo recae en
Caspian.

Mientras el sonido de los que festejan en el palacio fluye a través del


lago, los ojos de Caspian estudian mi rostro.

—Me estás pidiendo que confíe en ti, en una chica que apenas conocí
hace años. Que ponga el destino del imperio en tus manos.

—Ya está en mis manos, Caspian, ya sea que estés dispuesto a


admitirlo o no. Puedo ser el cambio que muy en el fondo de tu corazón
sabes que el imperio necesita; pero solo si me ayudas.

Nuestras miradas se mantienen conectadas, y deseo que crea en mí.


Por favor, Caspian. Nos quedamos sin tiempo.

Traga saliva, se masajea la barba rubia creciéndole en la barbilla y


suelta un suspiro.

—Está bien, ¿qué tengo que hacer?


Mi cuerpo se balancea de alivio.

—Dime dónde encontrar el Sim.

—Haré algo mejor que eso, lady March. Te llevaré allí.

Terror. Excitación. Esperanza. Todas esas emociones conflictivas


reverberan en mi interior mientras monto a Poseidón, con Caspian justo
detrás de mí, su cuerpo cálido y firme y protector, y Poseidón sale
disparado.

Atravesamos los bosques. Caspian debe sentir mi urgencia porque


Poseidón atraviesa violentamente el camino curvado y escueto. Con
Caspian aferrado a mí, nuestros cuerpos van inclinados para evitar que
las ramas nos rasguñen, su barbilla se recuesta en mi cuello, se siento

366
como si fuéramos una única criatura, subiendo y bajando juntos, con los
corazones en tándem. El aroma del sudor del caballo y del follaje húmedo
llena mis fosas nasales. Una rama se atora en mi vestido y grito, pero
Caspian se aferra a mí, usando todo su cuerpo para sostenerme estable,
y mantenerme a salvo.

Parte de mí odia lo bien que se siente esto, Caspian y yo, lo correcto


que es, porque está en oposición con mis sentimientos por Riser; pero la
otra parte sabe que así es como se suponía que fueran las cosas. Maia y
Caspian.

Estaba destinado en las estrellas, en nuestro ADN.

Ramas, hojas, pedazos de cielo, todo se mezcla a medida que mi


esperanza florece.

Las estrellas se extienden en el horizonte, el valle verde


extendiéndose debajo de los cascos de Poseidón. Las lágrimas me
pinchan los ojos. Esto no es un truco; Caspian realmente me está
llevando al Sim. Mi padre me dirá dónde encontrar al Mercurian, y no
tendrán que haber bombardeos, o juegos. Los Durmientes pueden
despertar. Nadie tiene que ejecutar al emperador. Nadie tiene que salir
herido.

Todo lo que mi padre deseó, todo por lo que murió finalmente


sucederá. Y Max estará a salvo.

Ya voy, papi. Mi cuerpo está dolorido por el laberinto, el violento


paso de Poseidón haciendo tronar mis huesos, pero me siento tan ligera,
como si el abrazo de Caspian fuera lo único que impide que me vaya
flotando.

Los labios de Caspian susurran justo en mi oído:

—Casi allí.

El pantano. Los cascos de Poseidón levantan salpicaduras de agua,


y cierro los ojos. Ya voy, papi. El lago brilla en la distancia. Caspian incita
a Poseidón a un furioso galope, y parece como si estuviéramos
deslizándonos sobre el agua, los juncos golpeándome las piernas.

Ya voy, papi.

La costa. Mis botas golpean el suelo antes de que Poseidón pueda

367
detenerse por completo. El agua salobre hace que el dobladillo de mi falda
cuelgue, y la levanto hasta mis pantorrillas, mis botas hundiéndose en el
barro. Allí, justo antes de que comience el Bosque Penumbria, las
escaleras que deben conducir más abajo, más allá del lago.

Ahí es donde mi padre escondió el Sim.

Poseidón retrocede, aplanando las orejas mientras patea con


nerviosismo.

—Espera… —ordena Caspian, tirando de las riendas mientras


intenta calmar a Poseidón.

Pero solo lo escucho a medias.

Ya voy.

Mis botas golpean la arena. Es como uno de esos terribles sueños


donde no importa cuanto lo intente, apenas puedo moverme.

—¡Espera, Everly! —Escuchó a Caspian desmontar detrás de mí.

Papi… Las lágrimas me caen por las mejillas, nublando mi visión.


La apertura a las escaleras aguarda delante. ¡Papi!

Y entonces, por alguna razón, me detengo. Cada fibra nerviosa en


mi cuerpo grita que algo está mal. Terrible, terriblemente mal.

La sombra que se mueve desde la escalera es alta y delgada, como


una flecha.
Veo que mi mano sostiene una daga de mi corpiño, la que está
destinada al emperador, aunque no recuerdo agarrarla.

—¡Muévete! —grito, la desesperación hace que mi voz se quiebre.

La sombra delgada se echa a reír.

Un tañido, y la arena explota a mis pies.

Mis ojos encuentran la flecha de plumas negras todavía vibrando.


Del tipo que usan los Capas Doradas.

Caspian me traicionó.

Pero, no, él está desenvainando su espada, sus ojos brillando con


rabia. Sombras oscuras se derraman desde los árboles, sus capas

368
doradas arremolinándose en torno a ellos. Sostienen arcos dorados, y
brillan los sables en sus cinturas. Rodean a Caspian, difícilmente
emitiendo un sonido.

Los rayos de luna resaltan en la espada de Caspian mientras la


levanta, moviéndose alrededor y girando, para fulminar a cada uno con
una mirada llena de arrogancia. La comisura elevada de su boca me dice
que una parte de él está realmente disfrutando de esto.

—Asumiré que saben quién soy, así que saben que mi palabra vale.
Quien se vaya ahora, será perdonado.

En respuesta, los Capas Doradas cambian sus arcos por sables.

Caspian se encoge de hombros, recorriendo con la yema el borde


afilado de su espalda.

—Será a su modo.

La sombra se ríe de nuevo.

—Desarmen al príncipe —ordena a la Guardia—. Recuerden que el


emperador no quiere a su primogénito herido de gravedad, pero unos
pocos cortes y moretones le harán bien al mocoso real.

Me volteo, encogiéndome ante el sonido metálico de las espadas


chocando entre sí.

Caspian podrá derribar a algunos, pero no a los suficientes como


para que sea significativo.
La sombra remueve la capucha de su capa. Aunque ya sé quién es,
mis rodillas golpean la arena, y la daga escapa de mis dedos. Cada
pedacito de esperanza que tengo se apaga y el miedo la reemplaza.

—Oh, querida —dice la archiduquesa—. Alguien no está feliz de


verme.

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El caballo que me lleva a la muerte cambia de lado, tratando de
desalojarme. Mis manos atadas agarran el pomo de la silla y aprieto mis
muslos para mantenerme montada. Escuché que en algún lugar los
animales pueden sentir tu miedo.

Seguro que este caballo siente el mío.

La archiduquesa se sienta erguida y erecta sobre el caballo negro


frente a mí. Qué orgullosa debe sentirse. Después de tanto tiempo
buscando, finalmente puede presentarme al emperador, un regalo con
un Bronce brillante encima. Al menos no tienen a Max. No es que importe
ahora. Debido a mi elección, morirá el Día L, sabiendo que le fallé.

Estiro mi cuello, buscando a Caspian, pero la archiduquesa tira de


la cuerda conectada a mis ataduras y caigo hacia adelante, casi cayendo
de mi caballo. Caspian es la única esperanza que tengo ahora.
Seguramente no dejará que me maten.

Seguro que hará algo.

Los juerguistas ya se apiñan en el césped alrededor de la fuente, sus


voces felices y borrachas agitando el aire. Nadie se fija en mí, una chica
atada y escondida bajo una capa, en medio de diez Capas Doradas. Deben
estar muy borrachos.

Desmontamos. Más Oros abarrotan el castillo. Las antorchas se


alinean en los pasillos, y cuento cada una, pensando que tal vez si me
concentro en algo, podré aliviar el miedo que me ataca el pecho y me hace
imposible respirar.
Las enormes puertas de mármol se abren y me conducen a la sala
del trono. Mi aliento se detiene al ver al emperador. Su sedosa túnica de
damasco púrpura y verde se desliza por las baldosas cuando se acerca.
Él está sonriendo.

—Hola, Maia. —Su voz es conversacional, casi amigable. Despide a


la Guardia Real. Se retiran a las cuatro esquinas de la habitación, sus
ojos afilados clavados en mí—. Veo que te han reconstruido en uno de
nosotros. —Me estremezco cuando pasa un dedo por mi mejilla—. Pero
ambos sabemos que debajo de esa capa de carne perfecta, todavía eres
un gusano.

Mi saliva hace una salpicadura brillante sobre su nariz y mejilla


izquierda, una gota colgando de su ceja. El suelo chirría cuando las

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Capas Doradas se acercan a mí al unísono, pero el emperador levanta
una mano.

Al menos ya no sonríe.

La archiduquesa hace un extraño chillido de horror. Luego revolotea


sobre el emperador, secándole desesperadamente la cara con el dobladillo
de su capa, su respiración entrecortada. Él intenta apartarla, pero ella
persiste, frotando la seda oscura en círculos diminutos y sacrosantos
sobre su carne, como si estuviera puliendo plata preciosa. La vista es tan
extraña que no puedo apartar la mirada, a pesar de la repugnancia que
me produce su extraña intimidad.

—Suficiente —gruñe el emperador.

Cuando retrocede, sus ojos se posan en mí y sé que pagaré por mi


insolencia.

El emperador se aclara la garganta, extendiendo su mano


enguantada de blanco.

—¿Vamos, Maia?

Cuando dudo, la archiduquesa me golpea en la espalda y me


tambaleo hacia adelante. Su mano captura la mía. La archiduquesa toma
su otro brazo y nos conduce al enorme balcón, con la Guardia Real a la
sombra, con el sonido de rugidos de vítores.

Por primera vez desde que Caspian me ayudó a montar en su


caballo, pienso en los demás. ¿Ya han sido capturados? ¿Fue así como el
emperador supo dónde encontrarme? Mis ojos recorren la fuente en
busca de señales, pero está demasiado lejos, y Flame habría escondido
las bombas de todos modos. ¿La multitud? Pero es imposible distinguir
a nadie en esa densa multitud.

Otro puñetazo en la espalda me obliga a tirarme a la barandilla. ¿Por


qué estoy aquí y no en una celda? Encuentro las estrellas, pedazos de
cristal centelleantes, y de repente, más que nada en el mundo, quiero a
mi madre. ¿Está ella aquí en alguna parte?

—¿Buscas a alguien, querida? —pregunta el emperador.

Aprieto los dientes y me miro las manos.

Las largas uñas de la archiduquesa me arañan la barbilla mientras


me obliga a mirar la fuente.

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—Mira, gusano. Está a punto de comenzar.

Saco la cabeza de sus garras.

—No puedes obligarme a ver el programa.

La archiduquesa y el emperador se ríen al mismo tiempo, como si


compartieran una broma privada.

Ellos lo saben. De alguna manera, de alguna manera lo saben. Mis


ojos caen sobre la apretada masa de personas que rodean el agua, tan
cerca de la bomba. Demasiado cerca. ¿Por qué no les advierten?

—Ordénales de regreso, lejos de la fuente —digo.

Cruzando los brazos a la espalda, el emperador mira hacia el césped.

—¿Sabías que sostuve pedazos de mi hija en mi palma? Lo más


preciado de mi vida reducido a trozos de carne y huesos irregulares y
supurantes. —Cuando se vuelve hacia mí, sus ojos están brillantes y
dementes—. Puedo reproducir ese evento una y otra vez para el imperio,
pero hasta que el aire brille con sangre, hasta que sientan que todavía
está caliente en sus mejillas y lo huela en sus ropas, nunca entenderán
realmente por qué tenemos nuestras reglas. Por qué tenemos que ser
despiadados.

Hay una pelea y las puertas se abren de golpe. Caspian camina hacia
mí, arrojando un Capa Dorada al suelo, esquivando otro. Lo han vestido
con sus mejores galas militares, y sus medallas tintinean en la espada
atada a su cinturón del hombro. Otra espada brilla en su cintura.
Finalmente, dos logran capturarlo. Sangre seca mancha su barbilla,
su ojo derecho está casi cerrado. Sus ojos me buscan. Luego descansan
sobre el emperador en un desafío tácito.

—Libérala, padre. —Su voz tiene un tono arrogante y autoritario que


haría temblar de miedo a cualquiera.

Ignorándolo, el emperador hace un gesto y los guardias obligan a


Caspian a ponerse del lado del emperador.

—Mi hijo no habría vivido a los atentados que mataron a su madre


y a su hermanita —dice, hablándome—. Es débil, lleno de ideas ingenuas,
como si se pudiera confiar en la hija de un traidor Bronce.

—Ella estaba tratando de ayudarnos —escupe Caspian, luchando

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contra sus captores—. ¡Para ayudar a nuestra gente!

El emperador se ríe de su hijo.

—Este gusano te estaba manipulando para encontrar el arma que


los rebeldes fienianos usarían para acabar con nosotros. Y ella se
aprovechó de ti porque eres suave, un tonto compasivo que casi le da a
nuestro enemigo los medios para acabar con nosotros.

—Eso es mentira. —Pero su voz no es tan segura como antes.

—Espera y ve por ti mismo entonces.

Con el corazón acelerado, examino la multitud, buscando a uno de


los otros. Mis ojos se vuelven borrosos por la desesperación cuando me
doy cuenta de que no hay forma de que puedan llegar al emperador
ahora. Tendrá Centuriones esperándolos después de que estalle la
bomba.

Todos serán asesinados.

Me arrojo hacia adelante y casi me caigo de la barandilla.

—¡Es una trampa!

Pero el estruendo de la multitud se traga mis palabras. Un dolor


agudo golpea mi costado. Gritando, me agarro a la barandilla para no
caer de rodillas y aferro el dolor profundo justo encima de mi cadera
donde la archiduquesa me ha apuñalado.
—Eso es por profanar al emperador —ronronea, limpiando mi sangre
de su alfiler de sombrero de la misma manera reverente que limpió al
emperador.

Miro a Caspian, pero ahora se ha dado cuenta de que no soy lo que


parezco, tal vez lo engañé y sus ojos se han enfriado. Los músculos del
cordón de su cuello se tensan mientras mira lentamente hacia otro lado.

De repente, aparece una pantalla de grieta gigante sobre la fuente.


Una imagen del emperador se solidifica, sentado en su trono, con las
manos entrelazadas. Abre la boca para entregar un mensaje a los
juerguistas, pero luego algo cambia. La negrura devora su cuerpo. De la
oscuridad surge un escorpión en llamas, que arde intensamente mientras
se envuelve alrededor de un fénix marchito. La gente grita cuando su

374
aguijón de fuego atraviesa al fénix, una y otra vez. Cada uno lanzó una
advertencia, un recordatorio.

El emperador y todos sus Oros también sangran.

La multitud murmura conmocionada cuando aparece otra imagen.


Aparece un hombre encorvado y jorobado con una capa roja que cubre
su máscara roja toscamente tallada, la boca torcida en una mueca lasciva
que despierta algo en mí cercano al miedo. Incluso sin ver su rostro
arruinado, sé que es Nicolai.

¿Qué hemos hecho?

Pero cuando miro al emperador y veo que el mismo temor


inquietante se apodera de él, también siento una oleada de satisfacción.
No se esperaba esto.

La extraña y aterradora voz de Nicolai irrumpe en la tierra,


resonando en los valles y los árboles. Hace sonar mis dientes, mi cráneo.

—Emperador Laevus, rey de los asesinatos y los cerdos, este es un


mensaje de los anónimos, los afligidos, los perseguidos y los huérfanos.
Ya no estás a salvo dentro de tu palacio de la codicia. No hay lugar donde
nuestros tentáculos no puedan alcanzar. Estamos en todas partes,
somos todos y no perdonamos. —Una pausa ronca y entrecortada
mientras Nicolai inhala—. Que comience el ajuste de cuentas.

Caigo al suelo, los pliegues de color rojo oscuro de mi vestido


enmascaran la sangre que brota de mi herida. Mi garganta se ahoga con
una risa extraña y horrorizada. Pronto será un vestido de sangre. Apoyo
la cabeza contra los ásperos listones de la barandilla, derrotada. Las
bombas explotarán en cualquier segundo. Quiero cerrar los ojos, pero los
obligo a abrirse, mirando por la abertura entre dos tablillas.

Mira lo que has hecho, Maia. Toda la gente que morirá por tu culpa.
Todo por nada.

Mi mirada cae sobre una figura encapuchada justo debajo. Desde


mi ángulo, solo puedo ver su cabeza, pero es obvio que está arrodillado.
Las campanas de advertencia suenan dentro de mi cabeza. Debería estar
mirando la fuente como los demás, curiosa por ver qué pasa después.
Sigo a la figura con mis ojos mientras se aleja rápidamente, hacia la
multitud. Algo tan familiar en su forma de andar…

Giro la cabeza cuando las puertas se abren al balcón. O entra,

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luciendo radiante con un vestido de gasa rosa pálido. Rosas blancas en
miniatura adornan su cabello. Ella está radiante. Obviamente, no vio el
mensaje en la pantalla de la grieta.

Algo en el hombre encapuchado llama mi atención. Ahora parpadea


entre la multitud como una sombra, casi invisible.

Solo una persona que conozco se mueve así.

Casi como si pudiera sentir mi mirada, Riser se da la vuelta.


Gruñendo de dolor, me obligo a ponerme de pie, con los brazos en alto
para que pueda ver mis ataduras. Solo puedo esperar que si ve que soy
una prisionera del emperador, sepa que es una trampa.

Quería que me viera y se fuera en sentido contrario, hacia la


seguridad, pero ahora corre hacia mí. Hacia el peligro del que intentaba
salvarlo. Rompiendo a través de Oros, su capucha cae hacia atrás,
gritando. Gritando como nunca imaginé que Riser pudiera,
desesperación y miedo torciendo su rostro.

Mis manos aprietan la barandilla.

Y luego sé lo que estaba haciendo abajo y por qué está gritando y


por qué regresa.

Me doy la vuelta, para correr, escapar, pero O se para frente a mí.

—Lady March, estás sangrando.

Oh, Dios, no.

—¡Tienes que irte! —le ruego.


Los grandes y dulces ojos de O rebosan de preocupación.

—Estás herida. Por favor, déjame ayudarte...

—¡Hay otra bomba! —Mi voz se quiebra—. Todo este balcón va a...

Pero el rugido me corta.

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377
El tiempo se congela en una escena submarina silenciosa de caos.
Las estrellas se agitan sobre mí; estoy de espaldas. Deslizándome. Mis
ataduras se han hecho pedazos. La mitad del balcón es ahora un enorme
agujero. La cara de O aparece a la vista, rodeada de humo negro. Su boca
se abre en un grito silencioso. De alguna manera nuestras manos se unen
y luego el agujero nos traga.

Parece una eternidad esperando llegar al suelo. La mano de O se


desliza de la mía. Las rosas en miniatura de su cabello se convierten en
estrellas flotantes…

Me despierto a un infierno de lado. Dedos negros de humo,


escombros y nanos se alzan y arrancan pedazos del cielo. Un staccato de
bombas hace sonar el montón de escombros bajo mi mejilla. Piedras tan
grandes como carruajes se convierten en cometas en el cielo. Observo con
fascinación surrealista cómo una mano de mármol pálido de la fuente
rebota en el suelo cerca de mi cabeza.

Un pequeño gemido se me escapa. Me siento extraña, vacía, como si


una parte de mí se hubiera derramado de mi cuerpo. Los gritos rondan
el aire. El olor a humo, sangre y carne quemada me inunda la nariz y
evoca bilis.

Riser. Lo busco en mi mundo lateral, pero todo lo que veo es la


muerte.

Cuerpos destrozados.

Cuerpos gritando.
Cuerpos moribundos.

Levántate, Maia. Empujando mis codos, utilizo trozos de piedra


fragmentados para apoyarme en las rodillas, pero cuando trato de poner
peso en mi pierna derecha, grito. Rota. Algunas de mis costillas me
duelen cuando trato de respirar, así que probablemente también estén
rotas. Otros se están levantando, los que pueden de todos modos. Los
trituradores fueron más que eficientes.

Veo una multitud de gente corriendo. ¿Están tratando de escapar de


las bombas? Pero luego veo que están mal vestidos, muchos demacrados
y tropezando. Tienen armas monárquicas. Espadas Sables. Ballestas y
pistolas. Algunos disparan salvajemente contra la multitud.

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Nicolai y los rebeldes fienianos han armado a la gente en la puerta.
Esta comprensión conduce a otra. Este no era un intento de asesinato.

Esto era un golpe.

Más gritos, más gritos, mientras el ejército improvisado arremolina


a los heridos, pero estos deambulan sin rumbo fijo, aparentemente
confundidos, con las armas torpes en sus manos inexpertas. ¿Con quién
se supone que están peleando? ¿Dónde están los Centuriones? ¿La
Guardia Real?

Un cuerno destroza el caos y tengo mi respuesta. La luz de la luna


se refleja en los escudos dorados de los Centuriones. Están a caballo,
distribuidos en dos formaciones, cada formación en ordenadas filas de
diez, treinta filas de profundidad. El general Bloodwood se sienta encima
de un caballo al frente.

El emperador también esperaba esto.

La gente de la puerta no tiene ninguna posibilidad. Intentan correr,


pero las dos formaciones de Centuriones se abalanzan sobre ellos, los
cascos de los caballos golpean la tierra. Yo aparto la mirada.

Encuentra a Riser. Si puedo encontrarlo y escapar…

Nos vemos al mismo tiempo. Una montaña de escombros nos


separa; los jirones de mi vestido quedan atrapados en las losas
irregulares mientras araño y me abro paso hacia él. Mi pierna rota se
arrastra detrás de mí, palpitando de dolor.

Solo un poco más para alcanzar a Riser. A la seguridad.


Primero noto las flores. Tres rosas perfectas en miniatura, teñidas
de rojo desde el cielo ardiente. Brotan de mechones de cabello como rosas
en una vid pálida. Sigo las trenzas sedosas de un rubio plateado hasta la
chica arrugada en la piedra, su cuerpo contorsionado de manera extraña.
Como una muñeca, una hermosa muñeca rota.

—No —susurro—. Por favor no.

Cintas de sangre brotan de la nariz y la boca de O. Sus ojos son


medias rendijas que miran al cielo.

Hicimos esto.

Riser sube los escombros. No hace nada por un momento. Solo la


mira, la chica inocente que asesinamos. El infierno que nos rodea

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retrocede cuando me concentro en su rostro. Dime que está viva, Pit Boy.
Haz que todo esté bien.

Cae de rodillas, acunando mi barbilla con su palma.

—Tenemos que irnos —murmura, colocando la otra mano debajo de


mis rodillas mientras trabaja para levantarme.

Un abismo de ira se abre dentro de mí.

—¿Por qué? —Luchando con sus brazos, me deslizo unos metros por
los escombros, gritando cuando algo me desgarra la espinilla rota—. ¿Por
qué hicieron esto?

Extiende su mano. Detrás de él, el sonido de la pelea se intensifica


y reconozco a algunos de los demás. Flame, una ballesta en cada mano,
cinco nano-trituradores enganchados al cinturón de su hombro. Rhydian
y Blaise están luchando contra los Centuriones con espadas largas. Más
lejos, Delphine dispara su pistola, humo gris goteando de la boca cuando
uno de los combatientes de la puerta cae. La enorme forma de Roman
lucha a su lado.

Sé que Riser tiene razón. Tenemos que irnos, pero no puedo


moverme.

—Por favor, Everly —susurra.

—La matamos. ¿No te importa?

Parte de su rostro está en sombras, pero la parte visible se pone


rígida.
—¿Crees que no? —Sus botas chirrían entre los escombros mientras
acorta la distancia entre nosotros, con la mano todavía extendida, todavía
suplicándome—. Nunca, nunca me perdonaré por la muerte de O. Pero
si dejo que te pase algo a ti también… Bueno, prefiero morir antes que
sentir ese dolor.

Las lágrimas nublan mi visión cuando acepto su mano, ignorando


lo que tiene que ser sangre en sus dedos.

—Está bien —digo, rechinando los dientes por el dolor—, vamos.


Creo que puedo caminar, pero...

El sonido de una espada desenvainada atrae nuestra atención hacia


el cuerpo de O y la sombra sobre él. Caspian. Excepto que apenas

380
reconozco a este Caspian. Con la sangre oscureciendo un lado de su
cabello claro, su capa arremolinándose detrás de él, parece uno de los
dioses de mi libro, y no del tipo benévolo. Sus ojos se fijan en Riser, ojos
asesinos, llenos de furia silenciosa y abrasadora.

Antes de que pueda gritar, Caspian salta para encontrarse con Riser,
su capa ondeando detrás de él, la espada cortando el aire. Riser salta
hacia atrás, de alguna manera empujándome fuera del camino, y la
espada de Caspian golpea contra la piedra a nuestros pies, disparando
chispas blancas.

—¡Cuidado! —grito cuando la espada de Caspian se balancea hacia


la cabeza de Riser.

De alguna manera, Riser se agacha, rueda de lado y aparece, su


espada brillando. Sus ojos prometen retribución.

Caspian recupera la segunda espada de su cinturón del hombro,


girándola en su mano izquierda. Ahora tiene dos.

Dos espadas con las que matar a Riser.

Dos espadas para vengarse.

Algo muy dentro de mí sabe que esto terminará solo cuando la


sangre empape el suelo. ¿Pero de quién? ¿El heredero dorado al trono
que, según la genética, era mi pareja perfecta, o el príncipe bastardo
oscuro que me alimentó y protegió en mi hora más oscura? Sin aliento
por la agonía, mis ojos siguen cada espada mientras lucha por perforar
la carne del otro, mi corazón salta con cada fallo.

¿A qué príncipe animo?


¿Qué príncipe voy a llorar?

Sus espadas chocan juntas, una y otra vez mientras se muerden


entre sí, haciendo sonar mis dientes, mi corazón. Empujan, contraatacan
y paran, gruñendo, cada golpe tenía la intención de arrancarle la cabeza
al otro.

—¡Asesino! —le grita Caspian a Riser mientras sus espadas se


turnan para cortar la cabeza y los hombros de Riser.

Incluso con su rapidez sigilosa, Riser apenas logra desviar los


golpes.

—¡Bastardo! —ruge Caspian, sus espadas implacables mientras


cortan, apuñalan y parten en perfecto tándem.

381
Riser se sube a una losa más alta justo antes de que las espadas de
Caspian le hayan arrancado la cabeza. Caspian acecha a Riser,
implacable, incansable, despiadado, un dios despertado de su letargo. El
manejo de la espada de Riser es excepcional, gracias a sus rápidos
reflejos y reconstrucción, pero Caspian es mejor.

Sé lo que es odiar a alguien, desearle la muerte. Imaginarse


matándolos de mil maneras. Pero este odio, esta rabia cegadora y
asesina, es algo que nunca antes había experimentado y me llena de
terror.

Como si una sombra fría pasara sobre mí, mi cuerpo de repente se


carga con un pavor sofocante.

—Gusano. —La espada de Caspian simplemente falla—. Asesino. —


Su segunda espada encuentra el hombro de Riser y Riser gruñe, la sangre
brota de su brazo—. ¡Asesino!

La espada de Caspian cae sobre Riser con tanta fuerza que creo que
lo atravesará. Hay un sonido metálico horrible cuando parte de la hoja
de Riser se rompe, dejando un pequeño trozo inútil. El pie de Riser
tropieza con una pequeña roca. Y luego cae. Gruñidos. Pelea. Hasta que
un largo tramo de barandilla lo atrapa.

Gritando a través del dolor, de alguna manera me acerco,


fragmentos de escombros raspando y cortando mi carne. Pero llego
demasiado tarde. La espada de Caspian parece escindir la luna del cielo
mientras la eleva sobre su cabeza.

Luego desciende…
La mano de Riser se extiende, saca un trozo de piedra del tamaño
de una manzana de los escombros y la arroja a la cara de Caspian.

La roca hace un ruido sordo enfermizo sobre el ojo izquierdo de


Caspian. Jadeando, su espada se desliza de su mano, cae de rodillas, con
los ojos vidriosos y cae como un saco boca abajo sobre la roca destrozada.

—¡Riser! —grito, empujándome hacia el borde mientras Riser salta


tras él, sus botas crujiendo suavemente en la hierba de abajo. Vuelvo a
decir su nombre, pero no parece oírme. Sus movimientos son suaves y
depredadores. Este es el chico del hoyo. El que me asusta.

Caspian rueda a su lado, gimiendo, su brazo extendido hacia su


espada, pero Riser sujeta el brazo de Caspian con su bota. El brazo libre

382
de Caspian lanza una andanada de golpes a la pierna de Riser, pero Riser
apenas parece darse cuenta. Sus dos manos sujetan su espada
directamente por encima de él, los hombros tiemblan, el sudor gotea por
sus sienes.

Caspian jadea debajo de Riser, mirando a la hoja que apuntaba a su


corazón, la sangre abriendo un camino sobre su ojo hinchado.

—Asesino. —Caspian escupe sangre en la bota de Riser—.


Inmundicia. Gusano.

De alguna manera he logrado bajar entre los escombros.

—No lo hagas, Riser —le suplico—. Déjalo vivir.

Riser parpadea ante mi voz; la espada baja dos centímetros.

—¿Por qué? ¿Porque te emparejaron? —Su voz capta la última


palabra, pero se niega a mirarme—. Nicolai me lo dijo.

—Tenemos que irnos. Todavía hay tiempo, pero si lo matas, te


perseguirán. A ambos.

—¿Aún lo amas? —El dolor en su voz me corta.

—No. —Intento tragar, pero tengo la boca llena de algodón—.


Quizás... no lo sé. Pero sé lo que siento por ti. Así que, por favor, Riser,
por favor, baja la espada.

—Sabes lo que ha hecho, lo que ha hecho su padre. —Los músculos


de su mandíbula rechinan, sus manos se tensan en la empuñadura de
la espada—. Dime una razón por la que debería dejarlo vivir.
Mi voz se quiebra de emoción, nervios y dolor.

—Porque me dijiste que te hice mejor. Así que demuéstramelo, Pit


Boy.

Los hombros de Riser se suavizan cuando la rabia lo abandona.


Lenta, muy, muy lentamente, su espada desciende. Él exhala,
volviéndose para mostrarme una extraña y gloriosa sonrisa.

—Por ti, Digger Girl…

La punta ensangrentada de la espada de Caspian brota del pecho de


Riser. Los ojos de Riser se agrandan por la sorpresa y se tambalea hacia
adelante. Bamboleándose, Caspian apoya una bota en el hombro de Riser
y tira, la hoja hace un sonido enfermizo cuando sale de su cuerpo.

383
Riser se arruga.

El grito alojado en mi garganta finalmente se escapa. Mis ojos se


aferran al cuerpo de Riser, buscando movimiento, deseando que se
levante. Una mancha negra de sangre se esparce rápidamente por la
parte de atrás de su jubón de cuero. ¿Está respirando?

—¡Protejan al príncipe! —Ignoro las Capas Doradas mientras cierran


filas para formar un muro a nuestro alrededor.

La tierra se aleja bajo mis dedos mientras trato de ir hasta Riser.

—¡Riser! Espera, yo ya voy.

El suave tic-tac de treinta ballestas amartilladas llama mi atención.


Miro hacia arriba justo a tiempo para ver a Flame cargando a caballo, dos
jinetes siguiéndola. En la fracción de segundo que les tomaría a los Capas
Doradas lanzar sus flechas, el nano-triturador se arquea en el aire hacia
ellos.

No escucho la explosión. Lo siento. Como un millón de avispones


enfurecidos soltados de su jaula, batiendo el aire, las vibraciones se
retuercen a través de mi médula. Cada trituradora tiene
aproximadamente el tamaño de una mosca. Convergen, una ola
monstruosa que oscurece las estrellas, elevándose, elevándose,
elevándose, y chocando contra la pared de Capas Doradas.

Solo así, más de la mitad de la Guardia Real se ha ido, un charco de


sangre donde estaban reflejando el cielo.
—Aguanta, Riser —grito.

—¡Hazlo! —ordena Flame a su compañera, flechas rojas silbando


desde la ballesta en su muñeca. Dos guardias más sucumben a su
experta puntería. El jinete detrás de ella aguijonea a su caballo gris sobre
la sangre. Agarrando el pomo de la silla, se inclina hacia abajo, un brazo
largo engancha el cinturón de Riser, y coloca el cuerpo inerte de Riser en
su regazo, su caballo gira y patea mientras las flechas pasan zumbando.

Una flecha se hunde en la cadera expuesta de la bestia, y el animal


se encabrita, derribando la capucha del jinete.

Amazona.

—¡Consigan algunos, podridos dandies! —La espada corta de Teagan

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corta el aire, sus largas piernas patean salvajemente al guardia que da
vueltas, antes de empujar a su caballo a un galope furioso.

Suspiro de alivio cuando el tumulto se los traga. Ahora solo queda


Flame. Nuestros ojos se encuentran. Por favor, fieniana, ruego con mi
cara, con todo mi ser. No me dejes aquí para morir.

Pasan unos segundos increíblemente largos. ¿Ella me salvará? ¿La


chica que desprecia? Tengo la llave. Será suficiente.

Los guardias giran sus armas contra Flame, pero sus acciones
parecen durar una eternidad. A cámara lenta cruje su cuello, tiene una
sonrisa maliciosa y viene por mí. Lágrimas de gratitud pican mis ojos.
Mordiéndome el labio, lucho contra el dolor de mis rodillas. Solo tenemos
una oportunidad para esto. ¿Debería intentar subirme a la silla detrás de
ella? ¿O se detendrá el tiempo suficiente para ayudarme?

Nunca lo descubro.

El metal frío y afilado que muerde la parte posterior de mi cuello


llega exactamente cuando Flame tira con fuerza de las riendas de su
caballo, su rostro brilla de ira y sorpresa. Con incredulidad, la veo huir.
Una parte salvaje y desesperada de mí piensa que mientras pueda verla,
ella volverá por mí. Mi mirada sigue su forma encogida. La veo pisotear a
un grupo de guardias, ensombrecido por una lluvia de flechas.

Entonces ella se ha ido.

Todos se han ido.

Y estoy sola.
—Borra esa esperanza de tu cara llorona.

Bueno, no del todo.

La espada de la archiduquesa se clava más profundamente en la


parte posterior de mi cráneo, obligándome a ponerme de pie. Hay una
sensación enfermiza de hueso sobre hueso en mi espinilla, los extremos
rotos de mi espinilla rechinan juntos.

Abrumada por el dolor, caigo en un montón indefenso. Intento


acurrucarme en posición fetal para protegerme, pero la archiduquesa
clava la punta de su espada en mi vientre. Una sonrisa rancia cruje su
rostro.

—Nadie puede ayudarte ahora, gusano.

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42

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Lucha. Lucha hasta tu último aliento.

El susurro me arroja a la lucidez. Me saluda la fría oscuridad. El


dolor muerde mi costado y se instala profundamente en mi pierna
destrozada. Mis dedos escarban por el suelo, buscando el raspado
familiar de tierra. Pero solo hay piedra. Piedra dura, húmeda y sucia. Y
el aire, pesado, cubierto con el penetrante aroma a excrementos viejos y
pis. Mis ojos detectan barras de hierro, un candado oxidado. Un
rectángulo inclinado de luz azulada se derrama sobre mi vestido roto y
mi pierna rota y sobre las piedras irregulares de mi celda. Al menos hay
una ventana encima de mí. Al menos está eso.

La Torre. Mi cerebro trabaja para determinar cuánto tiempo he


estado aquí. Horas ¿Días? Pero mis pensamientos son resbaladizos,
imposibles de comprender. Intento mover mis caderas para aliviar el
dolor en mi costado, y los rayos rugen por mi pierna. Mi garganta seca se
abre, pero todo lo que puedo manejar es un gemido ronco.

—No recomiendo moverse demasiado —dice un hombre en la


esquina. Miro hacia arriba para ver al emperador. Se sienta orgulloso en
el extremo de la silla de metal, la vaina de su espada ceremonial larga
raspando el suelo, su postura erguida de alguien acostumbrado a tronos
incómodos de respaldo alto.

Usando mi lengua hinchada, separo mis labios de mis dientes,


trabajando para depositar suficiente humedad para hablar.

—¿Mi madre?
La risa engreída del emperador resuena a través de la habitación
vacía.

—Cree que moriste hace años. Probablemente sea lo mejor,


considerando lo que eres ahora.

Terrorista. Asesina. La vergüenza brota de mí. Me duele el cuerpo,


me duele la mente, pero nada duele tanto como saber lo que hicimos. Lo
que hice.

—Lo siento… No se suponía que debían morir.

El fantasma de una sonrisa mueve sus labios. Le gusta verme así.


Rota, sufriendo, asustada. Odio que mi miedo y mi autodesprecio le den
placer. Odio la forma en que se sonroja con cada mueca, cada gemido.

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—Me habría decepcionado si no lo hicieran.

—Ellos eran tu gente —espeto, encontrando de repente la fuerza


para odiarlo también—. Tu hija.

Su cuerpo está tan perfectamente inmóvil que creo que por un


instante se ha congelado, que siente algo, pero luego parpadea, como si
pudiera hacer desaparecer a Ophelia, y sus ojos se enfocan en mí.

—Había planeado que Ophelia muriera en la fuente, pero no importa


ahora.

Seguro que lo he escuchado mal, sigo presionando.

—¿Por qué querrías que tu hija muriera?

—¡Ella no era mi hija! —hierve—. Ya no. No después de haber jurado


lealtad a los fienianos.

El mentor Nicolai dijo que estaba trabajando con él. Fue Ophelia. Mi
mente se apresura a armarlo.

—Pero ella era tan… tan inocente.

—Todos tenemos nuestras armas, Maia. Ophelia trató de usar esa


inocencia conmigo cuando la encontré entre los escombros. Suplicando,
llamándome papi como si fuera una niña de nuevo...

—¿Ella todavía estaba viva? —Y luego la comprensión me golpea—.


Tú… Tú la mataste.

—No, Maia. Tú lo hiciste. Al menos eso es lo que pensará la


población y, lo que es más importante, lo que pensará Caspian.

Estuvo dos pasos por delante de nosotros todo el tiempo.

—Sabías de mí todo el tiempo, ¿no?

Sus ojos brillan.

—Desde el mismo momento en que pisaste la Isla.

—Entonces, ¿por qué dejar que sucediera? —Mi voz se quiebra al


recordar las explosiones, las trituradoras—. ¿Por qué no detenerlo?

—¡No me preguntes, gusano! —escupe, su silla raspa piedra


mientras se levanta para caminar entre las celdas—. Los dioses tenían

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miedo de sus hijos, ¿lo sabías? —Una mano masajea distraídamente la
carne sobre su ojo izquierdo—. El titán Cronos se comió a sus hijos, uno
por uno, porque sabía que eventualmente uno lo traicionaría. Pero su
último hijo, Zeus, sobrevivió para hacer exactamente lo que temía su
padre. Tan pronto como Zeus tuvo un hijo, sufrió los mismos temores,
por lo que se tragó a su propio primogénito como el padre que
despreciaba.

Parpadeo, luchando contra el mareo en mi cabeza.

—No entiendo.

—Mi padre envenenó a mi abuelo para ascender al trono. Cuando


mi padre enfermó, lo obligué a nombrarme emperador en su lugar y lo
desterré a la misma celda en la que te sientas. —Sonríe, las sombras
hacen que sus dientes se vean afilados y amenazadores—. Es una
maldición y una bendición tener un hijo. Pensé que mi propio hijo sería
diferente, pero él no podía soportar mis duras políticas y eventualmente
iba a dividir la cancha, tal vez incluso desafiarme algún día.

—Dejaste morir a toda esa gente… ¿porque eres paranoico?

Cuando se vuelve, sus ojos brillan intensamente.

—El miedo, Maia, es algo poderoso y engañoso, y con cada bomba


que disparaste, les recordabas que hay cosas en este mundo de las que
necesito protegerlos. Cada Durmiente lo sintió, cada Plata, Oro y Bronce,
los escépticos y los simpatizantes fienianos. —Sus dedos enguantados se
envuelven alrededor de los barrotes de mi celda—. Pero cuando Ophelia
murió, le diste a mi hijo algo aún más fuerte que el miedo. Le diste odio,
el mismo odio que me dio Ezra cuando asesinó a mi esposa y a mi hijo.
Esa rabia unirá a Caspian a mi lado, borrando nuestras diferencias y
cualquier simpatía que pudiera haber tenido por los de tu especie,
convirtiendo a mi hijo en el emperador que continuará mi legado mucho
después de que yo me haya ido e Hyperion es solo un recuerdo.

Los pensamientos de ira abarrotan mi cabeza. Él nos usó. Permitió


que cientos sufrieran y murieran. Mató a su hija. Todo para asegurar su
corte y asegurar que su ideología trastornada fuera adoptada por su hijo.
Y caí directamente en su trampa. Al igual que Ezra, traicioné a la única
persona que podría haberme ayudado.

La única persona que estaba destinada a amar.

Tanto los fienianos como los monárquicos me utilizaron para sus

389
propios fines sangrientos, y me enamoré. Ahora Max morirá y el mundo
arderá, y no hay nada que pueda hacer.

Apoyo la cabeza contra la pared, demasiado cansada para seguir


luchando contra el mareo y el dolor, demasiado triste para discutir,
demasiado rota para moverme.

—¿Qué les pasó a mis amigos? —susurro, queriendo más que nada
saber si Riser está vivo. ¿Tiene dolor? ¿Preocupado por mí?

—La mayoría están muertos —dice amablemente—. Algunos están


escondidos peleando, pero no te preocupes, se unirán a ti en breve. —
Como si fuera una señal, mis oídos captan los sonidos de disparos y
gritos muy por debajo—. Tan pronto como Victoria termine de reunirlos,
comenzará a trabajar contigo. —Un pozo hueco se forma en mi vientre
cuando me doy cuenta de que se refiere a la archiduquesa—. Después de
presenciar cuán creativa puede ser Victoria con tu carne, abandonarán
a Max, encontraremos y destruiremos el Mercurian, y todo este lío habrá
terminado.

—¡No! —Mis puños golpean el suelo hasta que quedan resbaladizos


por la sangre—. ¡No! ¡Por favor! —Mis palabras caen una y otra vez como
mis puños, golpeando el aire hasta que mi voz se deshilacha. La voz en
mi cabeza se burla de mí. Estúpida, Digger Girl. La estúpida y cobarde
Maia. Elegiste mal. Deberías haberme elegido a mí.

Los sollozos sacuden mi cuerpo. Apenas noto que el emperador se


va. Mi padre murió tratando de salvarme. Merida se sacrificó para
mantenerme con vida. Riser me salvó una y otra vez y probablemente
murió por mi culpa.
¿Para qué?

—¿Por qué? —grito a las sombras. Trozos de piedra resbaladiza y


húmeda se desprenden bajo mis uñas mientras me agarro a la ventana,
gimiendo de agonía, el suelo se mueve salvajemente bajo mis pies.

Barras de tres pulgadas de grosor rayan mi rectángulo de cielo. Las


estrellas parpadean en su tapiz. Ella está allí en algún lugar con los
dioses, inspeccionando Su reino, probando quién es digno y quién
debería morir, lista para proyectar Su sombra y vernos luchar por Su
favor, matándonos unos a otros como las bestias que Orión prometió
matar.

Las voces resuenan desde abajo y una extraña calidez me invade, a

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pesar del aire fresco. Explosiones amortiguadas hacen vibrar mis células.
Mi alma. Están peleando. Todavía luchando.

Lucha.

Lucha hasta tu último aliento, Digger Girl.

Maia de las estrellas.

Chica de Oro caída muerta.

Criatura del hoyo.

Seas quien seas, lucha hasta que el último aliento salga de tus labios
y tu carne se enfríe.

—Voy a salir de aquí —le susurro, como si fuera una de las diosas
de mi libro. Quizás ella lo es. Quizás los dioses de nuestro pasado sean
solo historias de hombres y cosas que escapan a nuestro entendimiento.
Quizás algún día, después de que el polvo se haya asentado, alguien
contará historias sobre Pandora, la diosa enojada que destrozó el mundo
y los mortales que lucharon para salvarlo.

—De alguna manera voy a escapar y hacer lo que debería haber


hecho desde el principio —le prometo, mi corazón latiendo con el sonido
de pistolas y espadas y el susurro de dioses invisibles—. Te voy a destruir.

Como en respuesta a mi desafío, una estrella surca el cielo y se


apaga lenta, lentamente.

Continuará…
Sobre la Autora

391
Audrey Gray es una autora de bestsellers,
aficionada a los tacos, admiradora de personitas
luchadoras y coleccionista de todo lo peludo.
Escribe libros de fantasía para adultos
jóvenes, sobre heroínas feroces que luchan
contra el mal y, a veces, salvan el mundo.

Por lo general, hay un compañero


valiente, un tipo digno de desmayarse (o dos),
una gran dosis de enemigos-barra-amantes y
MUCHA acción.

Cuando no está escribiendo, o llenándose la cara de tacos y


acariciando cachorros, pasa el rato en el encantador estado de Oklahoma
con su equipo: un esposo, dos personas pequeñas, tres perros traviesos
y un pobre gato.
,
Proximo libro

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Mi nombre es Maia Graystone: rebelde,
terrorista y... traidora.

Encarcelada en la Torre a merced de la


Archiduquesa, esperando una ejecución segura,
paso cada momento pensando en formas de
escapar para poder encontrar a Riser y cumplir
la promesa a mi padre.

Cuando llega el momento perfecto, me


libero, solo para descubrir lo impensable: los
rebeldes me han tildado de traidora.

Se pone peor. La guerra se avecina, mis amigos me


han abandonado y Nicolai se niega a ayudar a encontrar al Mercuriano.

Solo hay una forma de cambiar de opinión y recuperar el respeto de


los rebeldes. Debo luchar en los despiadados tribunales de sangre, una
arena de gladiadores violenta donde solo los fuertes sobreviven. El único
problema es que primero tengo que derrotar al campeón reinante.

Alguien en quien una vez confié mi corazón.

Gana y todo el ejército rebelde es mío. Pierde y el mundo arde.


SagA

ShAdow FAll

393
1. Shadow Fall (2016)

2. Shadow Rise (2017)

3. Shadow Ruin (2020)

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