Garcilaso de La Vega Soldado y Poeta

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GARCILASO DE LA VEGA: «SOLDADO Y POETA»

JOSÉ MIRANDA CALVO

Numerario

La figura de Garcilaso de la Vega ha venido y viene siendo tra-


tada de manera generalizada por su excelsa obra poética, a la que,
sin duda alguna, todos rendimos homenaje de admiración por doble
motivo: de una parte, por su finura, elegancia lírica y sentimentalis-
mo, y, de otra, por la revolución que introdujo en el arte de la métri-
ca innovándola en la época renacentista, cuyos ecos han venido per-
durando hasta el presente.

Ahora bien, dicho reconocimiento y admiración ha de ir inexo-


rablemente unido y asociado íntimamente a su personalidad y eje-
cutoria castrense, en ejemplar complementariedad de las Letras y
las Armas, al igual que a lo largo de los siglos han venido protago-
nizando tantas y tantas figuras castrenses, haciendo gozosa realidad
aquellos dichos iniciales del Marqués de Santillana, de «que la
sciencia no embota el fierro de la lanza, ni face foxa el espada en la
mano del caballero», reiterada siglos más tarde por nuestro insigne
Miguel de Cervantes al rubricar su quehacer afirmando «que nunca
la lanza embotó la pluma ni la pluma a la lanza».

Todo ello, justificado previamente, tras la estela poética-militar


señalada por los Jorge Manrique, nuestro Garcilaso, Alonso de
Ercilla, Francisco de Aldana, junto a sus coetáneos Lópe de Vega,
Calderón de la Barca, etc., todos ellos soldados, y proseguida feliz-
mente a los largo de los tiempos por esa pléyade de milites que hoy
día tiene jugosa realidad con figuras tales como López- Anglada y
Rodríguez Búrdalo.
Apunte - Recuerdos - Academia
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No en vano, el propio Garcilaso, orgulloso de su profesión de


las armas, definió esta su dualidad, diciendo:

Entre las armas del sangriento Marte


hurté del tiempo aquesta breve suma
tomando ora la espada, ora la pluma.

Difícilmente podemos encontrar en el ámbito militar otra figu-


ra como la de nuestro capitán toledano que personifique dos aspec-
tos aparentemente opuestos: el de la vivencia de una vocación cas-
trense acusada y firme, con las características de todo buen solda-
do, es decir, disciplina, lealtad, valor, y capacidad de sacrificio,
junto a la más exquisita sensibilidad capaz de traducir en versos
delicados los más fines matices de sentimientos.

De ahí que, a medida que el tiempo transcurre se considere la


figura de Garcilaso de la Vega, junto a la de Miguel de Cervantes,
como la más perfecta fusión del hombre de armas y de letras, de
talante esforzado y animoso junto a su delicada lírica; de envidiado
cortesano, atractivo y refinado, al capitán intrépido que despertaba
admiración por su desprecio a la muerte, desgranando, a su vez, en
pura melancolía los recuerdos de sus amores y lugares queridos.

Garcilaso, como todos sabemos, fue hijo de D. a Sancha de


Guzmán y del Comendador de León D. Pedro Suárez de Figueroa,
Señores de Batres y Cuerva, omitiendo en este momento todos los
detalles y aspectos familiares que de manera tan prolija son conoci-
dos, habida cuenta de su esclarecimiento y divulgación a través de
los últimos trabajos realizados por nuestra académica y amiga D. a
Antonia Ríos de Balmaseda y la Profesora D. a María del Carmen
Vaquero Serrano.
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No se ponen de acuerdo los estudiosos en cuanto a la fecha de


nacimiento, puesto que si bien mayoritariamente los biógrafos gar-
cilasianos aceptaban la de 1501 a través del testimonio aportado por
Fernando de Herrera, los trabajos más tardíos de Fernández de
Navarrete la fijaron en 1503. Las investigaciones posteriores de
Pero Cabrera volvieron a establecerla en 1498, para ser, más recien-
temente de nuevo rectificada según las investigaciones de la
Profesora toledana D. a María del Carmen Vaquero Serrano preci-
sando que fue en 1499, constándonos como última noticia, según la
investigación del también Profesor toledano José Luis Pérez López,
que la fecha más probable es la de Pero Cabrera de 1498, si bien, a
tenor de cuánto se indica por los declarantes en el documento halla-
do por el citado investigador, pudiera haber nacido «más bien antes
que después».

a
Sea cual sea el año exacto, lo cierto es, sin lugar dudas que su
niñez y formación inicial transcurrió en el ambiente recio y austero
de la cercana localidad de Cuerva, en los aledaños de los Montes de
Toledo, cuya villa era patrimonio de sus padres, de ahí que su forja
física se desenvolviera entre las breñas y canchales circundantes
cuyo contorno presidiera el viejo castillo levantado en el camino de
Gálvez, así como que sus dotes de observación y fluidez de senti-
miento comenzaran a despertarse ante la contemplación del bravío
paisaje pleno de brezos y jarales.

Paisaje montaraz, donde la naturaleza campeaba a sus anchas


sin ser horadada por la mano del hombre que se mantendría exube-
rante hasta bien entrado el siglo XVIII, puesto que conocemos a tra-
vés de las crónicas existentes que cuando el rey Carlos III cazaba en
la extensa finca de El Castañar y se alojaba en Cuerva en la Casa-
Palacio, eran necesarios los trabajos de una cuadrilla para poder
desbrozar el camino en dirección al cazadero.
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Desde su temprana mocedad y dada la relación de su familia


con la Casa de Alba, Garcilaso ingresó como «contino», o sea,
miembro de la Casa Real, al servicio directo del Rey- Emperador
Carlos, iniciando su carrera de las armas en la que se mantendría
ininterrumpidamente hasta encontrar la muerte el 14 de octubre de
1536 a resultas de las heridas sufridas en el asalto a la torre-fortale-
za de Muey llevado a cabo el 17 de septiembre, sita a unos 14 kms.
de Frejus en el camino de Marsella.

En su corta pero densa ejecutoria militar podemos distinguir 3


etapas perfectamente diferenciadas:

- La inicial, comprensiva desde su ingreso en la Guardia Real a su


participación activa en el conflicto de las Comunidades de Castilla,
junto a su primera herida en combate, finalizándose con la campa-
ña de Navarra en 1524.
- La intermedia, correspondiente a su actuación en las campañas
de Italia, ya ascendido a capitán, y
- La etapa final, con sus intervenciones en tierras africanas con
motivo de la toma de Túnez, donde nuevamente volvió a resultar
gravemente herido, concluyéndose con su posterior muerte, según
hemos dicho anteriormente, ya ascendido a Maestre de Campo, tras
el asalto en cabeza de sus tropas a la Torre fortaleza de Muey.

Resulta, en verdad, verdaderamente curioso, el paralelismo del


discurrir de dichas etapas de auténtica intensidad castrense, plenas
de actividad y mando directo, de arrojo personal que le ocasionan
heridas sucesivas, con la alternancia en sus períodos de descanso de
su maravillosa producción poética, en sucesión constante de delica-
deza y sensibilidad sublimadas a través del sentimiento del amor,
que, desgraciadamente no llegó a gozar en la persona amada, legán-
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donos junto a su ejemplo de figura militar el fruto más exquisito de


su poesía.

l. a etapa. - el estallido del conflicto de las Comunidades de


Castilla, constituyó pues su bautismo de fuego con activa participa-
ción en el mando auxiliar de las tropas, al propio tiempo que
comenzó su dilema familiar, toda vez que su hermano mayor Pedro
se inclinaría por el bando comunero del que llegó a ser el Jefe supre-
mo por encima incluso de Juan de Padilla.

Tal vez, para evitar un enfrentamiento directo entre los herma-


nos, nuestro Capitán permaneció dentro del conjunto de tropas con-
centradas en la zona manchega cercana a Toledo bajo el mando del
Prior de San Juan, en tanto que Pedro como Jefe supremo del bando
comunero actuó sobre la zona central de Castilla entre Valladolid-
Ávila. '

Los combates en la zona cercana a Toledo revistieron en el perí-


odo final del conflicto mayor intensidad, con motivo de la presen-
cia y actividad del Obispo Acuña, quien al mando de una fuerte
columna comunera se desplazó desde la zona de Valladolid-Ávila a
la comarca oriental toledana de Ocaña, a través de Madrid-Alcalá
de Henares-Aranjuez, con el fin de unirse a las milicias toledanas
establecidas sobre el área de Yepes- El Romeral, con la intención de
batir a las fuerzas imperiales del Prior de S. Juan que permanecían
sobre la línea de Madridejos-Tembleque-Corral de Almaguer,
dando lugar a diversos combates parciales de los que el de mayor
importancia fue el habido en las cercanías de El Romeral el 19 de
marzo de 1521.

Tras conocerse el desastre de Villalar y el ajusticiamiento de los


capitanes Padilla, Bravo y Maldonado, la táctica del ejército impe-
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rial se orientó a impedir el reforzamiento de Toledo, que, como


todos sabemos, se mantuvo firme y aislada bajo el mando de la
viuda de Juan de Padilla hasta el final del conflicto.

Los meses de aquel verano transcurrieron en auténtica entre-


mezcla de pequeñas acciones locales sobre las villas de Cabañas,
Olías del Rey e Illescas, donde fue a refugiarse una fuerte columna
comunera de unos 1.500 hombres que protegían un gran convoy de
abastecimientos para poder introducirlo en Toledo.

El Prior de S. Juan, conocedor del intento, lanzó sus fuerzas


contra la misma consiguiendo fraccionarla y desbaratarla en el com-
bate de Olías del Rey, sobre el conocido paraje denominado Cerro
del Águila, distinguiéndose sobremanera nuestro Garcilaso de la
Vega y resultando gravemente herido, de varias cuchilladas, tras ser
derribado y muerto su caballo, siendo rescatado por sus soldados.

Tal fue su arrojo y valentía en el combate que las Crónicas citan


el hecho de modo muy particular, refiriendo textualmente «que se le
vió acometer por sí solo a los enemigos hasta caer abatido por los
comuneros» .

Como broche final de esta su campaña inicial castrense,


Garcilaso tomó parte en 1524 en la campaña sobre Navarra invadi-
da por los franceses, asistiendo a la toma de Fuenterrabía y conclu-
sión de la misma. El Rey-Emperador, captando su formación y cua-
lidades, no dudó en nombrarle su profesor para el perfeccionamien-
to del español así como le adscribió al círculo especial de caballe-
ros de su corte, siendo nombrado Caballero de la Orden de
Santiago.

¿Podemos encontrar en esta su inicial etapa castrense alguna de


sus producciones poéticas?
GARCILASO DE LA VEGA: «SOLDADO Y POETA" 101

Ninguna en absoluto, según los estudiosos, puesto que se fijan


en Italia, si bien cabe afirmar que sus dotes de observación, sensi-
bilidad y apego a sus raíces toledanas, quedaron tan profundamen-
te marcadas como así las veremos aparecer plasmadas en esta su
subsiguiente etapa sobre las tierras italianas al describir en sus
Églogas los diálogos pastoriles de Salicio y Nemoroso, cual se
refleja en estas estrofas referidas a la vega y del Tajo en su abrazo a
la ciudad:

Cerca del Tajo en soledad amena,


de verdes sauces hay una espesura
toda de hiedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta la altura,
y así la teje arriba y encadena
que el sol no halla paso a la verdura:
el agua baña en prado con sonido
alegrando la vista y el oído.

Pintado el caudaloso río se vía,


que en áspera estrechez reducido,
un monte casi alrededor tenía,
con ímpetu corriendo y con ruido:
querer cercallo todo parecía,
en su volver, más era afán perdido:
dejábase correr, en fin, derecho,
contento de lo mucho que había hecho.
(Égloga Il)

2. a etapa.- En 1525 contrajo matrimonio con D. a Elena de


Zúñiga, noble dama, a la que jamás dedicó un solo recuerdo en su
obra poética, tal vez, por el hecho de que al año siguiente de su
boda, se enamoró perdidamente de Isabel de Freire, dama portu-
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guesa acompañante de la Emperatriz Isabel y que desde entonces se


convirtió en su musa inspiradora, a la que dedicó lo más florido y
delicado de sus versos a través del nombre de Elisa en sus Églosas,
lamentándose siempre del olvido que la misma hizo de su pasión,
por más que algunos críticos hayan considerado que se trata sim-
plemente de un recurso literario.

Acompañando al Rey-Emperador a Bolonia, donde fuera coro-


nado en 1529, transcurrió esta su segunda etapa militar sobre los
campos de Italia, interviniendo activamente en el asedio a
Florencia, la patria del famoso Miguel Ángel, en cuyo asalto volve-
ría a distinguirse por su intrepidez penetrando a la cabeza de sus tro-
pas en el fuerte San Miniato, consiguiendo, desde entonces, verda-
dero aprecio entre los más distinguidos capitanes de aquellos
Tercios que mantenían la supremacía político y militar de España
sobre los campos de Europa.

A lo largo de sus años de permanencia en Italia, tras la toma de


Florencia, alternados con esporádicos viajes a España y breves
estancias en Toledo como encargado de llevar a cabo diversas
misiones, Garcilaso, ya ascendido a Capitán, consolidó su madurez
castrense al propio tiempo que sus contactos poéticoliterarios, escri-
biendo, según los estudiosos de su obra, las primeras Églogas y
Sonetos, que en tan alto grado recuerdan el paisaje de Toledo y la
ilusión y esperanzas de su amor, íntimamente entremezclados con
su abatimiento al no ser correspondido.

El recuerdo de Isabel de Freire le atormenta en grado sumo, al


margen de amoríos ocasionales derivados de su aureola cortesana,
con los que trata de ahogar su frustración, habida cuenta del casa-
miento de la misma con D. Antonio de Fonseca desde 1528, a cuyo
hecho dedicó de inmediato esta Copla:
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Culpa debe ser quereros


según lo que en mi hacéis
más allá lo pagaréis
do no sabrán conoceros
por mal que me conocéis.

Por quereros, ser perdido,


pensaba, que no culpado;
más que todo lo haya sido,
así me lo habéis mostrado
que lo tengo bien sabido.

j Quién pudiese no quereros


tanto como vos sabéis
por holgarme que paguéis
lo que no han de conoceros
con lo que no conocéis!.

En medio de sus vigilias campamentales, Garcilaso se debate


entre las esperanzas de conseguir el amor de Isabel y sus momentos
de abatimiento, espoleando de continuo su espíritu y sensibilidad en
prueba de constante fidelidad, ofrendando sus versos plenos de
melancolía y nostalgia en ansias del logro de su sueño:

Un rato se levanta mi esperanza


más cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, a mal mi grado,
libre el lugar de la desconfianza.
Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso;
muerte, prisión, no pueden, ni embarazos,
104 JOSÉ MIRANDA CALVO

quitarme de ir a veros como quiera,


desnudo espíritu u hombre en carne y hueso.
(Soneto IV)

Especialmente será en este otro, dónde su alma se eleva al más


alto grado de sensibilidad y fidelidad a su amor:

Escrito está en mi alma vuestro gesto,


y cuánto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo,
tan sólo, que aún de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto,


que aunque no cabe en mi cuánto en vos veo
de tanto bien, lo que no entiendo creo.

Yo no nací sino para quereros;


mi alma os ha cortado a su medida
por hábito del alma misma os quiero.

Cuánto tengo confieso yo deberos;


Por vos naci, por vos tengo la vida,
Por vos he de morir y por vos muero.
(Soneto V)

¿Hasta qué punto debemos preguntamos, no encontraría


Garcilaso en la reciedumbre de su temple castrense las fuerzas nece-
sarias para superar tamaña postración y amargura?

¿Cómo explicarnos, caso contrario, su serenidad de juicio, su


equilibrio, su afán de superación en el servicio, tan cualificadamen-
te apreciado por sus superiores, cuándo este febril estado de deses-
peranza le impulsa a escribir nuevamente el siguiente soneto?
GARCILASO DE LA VEGA: «SOLDADO Y POETA» lOS

Estoy contino en lágrimas bañado


rompiendo siempre el aire con sospiros,
y más me duele el no osar deciros
que he llegado por vos a tal estado:
que viéndome do estoy y en lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo, viendo atrás lo que he dejado;
y si quiero subir a la alta cumbre,
a cada paso espántame en la vía
ejemplos tristes de los que han caído;
sobre todo, me falta ya la lumbre
de la esperanza, con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.
(Soneto XXXVIII)

Paralelamente a esta crisis sentimental, se desarrollan inquie-


tantes noticias político-militares que van a tener a Garcilaso como
especial protagonista, toda vez que las amenazas turcas sobre el
Mediterráneo que ponen en peligro la seguridad de las costas de los
dominios españoles, impulsarán a que el Virrey de Nápoles D.
Pedro de Toledo elija a Garcilaso para portar un mensaje al Rey-
Emperador de cuyo contenido podemos deducir la estima y conoci-
miento que tenía.

El mensaje decía textualmente:

«Sacra Cesárea Magestad: Garcilaso va a dar cuenta a V. M. De


todo el suceso de la armada turquesa después que entró en estos
mares y de todo lo demás que parece convenir al servicio de V.
M. Ydel sentimiento que de todas partes se tiene, y por no saber
cómo se ofrecerán las cosas, va con creencia, por ser tan buen
106 JOsÉ MIRANDA CALVO

servidor de V. M. Y tan buen entendido que de toda cosa se


puede fiar de él.

Suplico a V. M. le mande dar crédito así en esto como en todo


lo demás que de mi parte suplicara a V. M. Yle mande dar breve
despacho, mandándole acordar de hacelle merced, pues sus ser-
vicios y persona lo merecen. Nuestro Señor la vida de S. M. por
tan largos años aumente como yo deseo y la cristiandad ha
menester. De Nápoles a 15 de agosto de 1534. Sacra Cesárea
Magestad Católica. Vasallo y criado de V. M. el Marqués de
Villafranca. »

Podemos imaginar el grado de estima y cualidades de Garcilaso


para ser investido de tan honrosa misión, ya que, complementariá-
mente a la misma se añadía el dar toda clase de detalles a la situa-
ción y medidas a adoptar, que no fueron otras sinp la de realización
de la campaña sobre Túnez.

Si a ello añadimos que en la primavera de dicho año, Garcilaso


conoció la muerte de Isabel de Freire, es incuestionable imaginar la
fuerza íntima de superación en su espíritu, toda vez que hubo de
entremezclar su natural equilibrio y juicio junto a la clarividencia de
iniciativas frente a la situación, con la postración y dolor de tan trá-
gica noticia.

De ahí, la profunda melancolía de los versos que a su recuerdo


dedicara:

Las lágrimas que en esta sepultura


se vierten hoy en día y se vertieron
recibe, aunque sin fruto allá te sean,
hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
GARCILASO DE LA VEGA: "SOLDADO Y POETA» 107

dexándome con otros que te vean.


Más de no veros ya, para valerme,
Si no es morir, ningún remedio hallo;
y si esto lo es, tampoco podré habello.

Los preparativos para su marcha en la expedición a Túnez le


acompañan con la incógnita de su posible muerte en el combate, por
lo que, nuevamente, Garcilaso, añorando que puedan compartir jun-
tos la otra vida, escribe:

Divina Elisa, pues, agora el cielo


con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿porqué de mi te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este
velo rompa del cuerpo, y verme libre pueda'
y en la tercera rueda
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
dónde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

El acierto en la misión encomendada a Garcilaso motivando la


inmediata y firme determinación del Rey-Emperador, a promover la
campaña de Túnez, llevaría al Virrey de Nápoles a proponer y con-
seguir el nombramiento para Garcilaso de Alcaide y Señor de la
villa de Rijoles, hoy día llamada Reggio Calabria, cuya situación
estratégica como guardiana del estrecho de Mesina requería el nom-
bramiento de un Gobernador de confianza y acreditado valor.
108 JOSÉ MIRANDA CALVO

3. a etapa.- La famosa campaña de Túnez ideada por el Rey-


Emperador Carlos con objeto de limpiar definitivamente de piratas
el Mediterráneo, consolidando con ello el dominio sobre las plazas
norteafricanas en poder de la Corona española así como de los terri-
torios y costas italianas, supuso para Garcilaso el comienzo de su
etapa militar final, volviendo, una vez más, a dar muestras de su
temerario valor a la vez que su espíritu y sentimientos, tan que-
brantados por la muerte de Isabel de Freire, se superan y subliman
ante el cumplimiento de su deber como soldado.

La preparación de la campaña tras seis largos meses de conti-


nuados trabajos y entrenamientos, quedó concluida al final de la pri-
mavera de 1535, juntándose casi 300 navíos de todas clases y
30.000 hombres de desembarco al mando del Almirante Andrea
Doria que llegaron a las costas africanas el 15 de junio de 1535,
desembarcando en las cercanías de la antigua ciudad de Cartago.

Una vez que la Infanteria saltó a las playas cercanas junto con
la artillería se dispuso el asedio contra el fuerte de L(l. Goleta que
duró un mes, rindiéndose tras encarnizados combates, iniciándose
el 20 de julio la marcha sobre Túnez dónde resistía el pirata
Barbarroja, debiéndose realizar el avance a pecho descubierto con
objeto de apoderarse de los pozos de agua contiguos a las murallas,
puesto que las reservas propias se agotaron antes de lo previsto
dadas las altas temperaturas de aquel verano.

De la relación de la batalla, según Gonzalo de Illescas, muy


pormenorizada, entresacamos el siguiente párrafo... «Batióse La
Goleta por mar y tierra con grandísima furia el 12 día del mes de
julio de 1535, desde la mañana hasta pasado medio día, pareciendo
que se hundiera el cielo y la tierra, tanto que del gran ruido se alte-
ró la mar que parecía estaba en tormenta; después se dio el asalto
GARCILASO DE LA VEGA: «SOLDADO Y POETA» 109

que fue tan animoso el acometimiento que Sinain y los suyos no


osaron esperar y salieron huyendo metiéndose en la ciudad.

Diéronse, pues los capitanes, por orden de Su Magestad, toda la


prisa posible por ir ganando tierra hacia la ciudad, llevando sus trin-
cheras adelante por ir más seguros con intención de acercar los tiros
de sus culebrinas para batir los muros y dar los asaltos necesarios.
En tanto se peleaba contra las salidas de los sitiados, y un día se
incendió el negocio tan de veras que por poco se llega a pelear de
poder a poder con todo el conjunto.

Aquel día fue malherido Garcilaso de la Vega, elegante poeta


español, y aún matáronle si no lo socorriera el capitán napolitano
Frederico Garraffa con los suyos y fue menester que su magestad en
persona saliese con los hombres de armas al socorr,ü».

A mayor abundamiento, el propio cronista del Emperador, Fray


Prudencio de Sandoval, al referirse al combate por los pozos de
agua a los que intentaba llegar el destacamento de Capitán D. Pedro
Juárez, dice: « ... tres veces se salvaron del cerco que los árabes esta-
blecieron, pero habiendo perdido su caballo cargaron los moros
contra el Capitán Pedro Juárez y le hirieron tan mal, que ya que los
soldados le sacaron de sus manos, expiró alli en el campo, y D.
Alonso de la Cueva, por socorrerle con los suyos, se vió igualmen-
te en peligro y perdió también el caballo que le mataron sus enemi-
gos, y le valió mucho el socorro que le hizo Garcilaso de la Vega y
de Guzmán, Caballero de Toledo, excelente poeta que salió herido
en el brazo y en el rostro de las cuchilladas recibidas».

Como recuerdo de la campaña y del hecho, dedicó a su amigo


Juan Bosco el Soneto XXXIII, refiriéndole:
110 JOSÉ MIRANDA CALVO

Boscán, las armas y el furor de Marte,


que con su propia fuerza el africano
suelo regando, hacen que el romano
imperio reverdezca en esta parte,
han reducido a la memoria el arte
y el antiguo valor italiano,
por cuya fuerza y valerosa mano
Africa se aterró de parte a parte.

Prontamente, tras cinco meses de descanso, volverla Garcilaso


a movilizarse para tomar parte en la nueva campaña que el
Emperador Carlos preparó contra el rey francés Francisco 1, con la
alegría de verse ascendido a Maestre de Campo con el mando del 1
Tercio, es decir de arcabuceros y piqueros, totalizando unos 3.000
hombres dispuestos para la invasión del Milanesado.

Consecuentemente marchó a Génova embarcándose en las


naves del Almirante Andrea Doria correspondiéndole ir en las gale-
ras españolas mandadas por D. Alvaro de Bazán.

Dado que el rey Francisco 1 no presentó batalla en el


Milanesado, el Emperador Carlos ordenó atacarle en las tierras de
la Provenza, desembarcando nuestras tropas en Marsella, a la que
pusieron sitio, para irse paulatinamente retirando al declararse la
peste entre las tropas de cuyas resultas murió el famoso general D.
Antonio de Leiva.

A partir, pues, del 13 de septiembre de 1536, las fuerzas man-


dadas por Garcilaso son continuamente hostigadas, especialmente
al llegar al lugar llamado de Muey, a unos 14 kms. de la villa de
Frejus. Una vez que la artillería batió la torre-fortaleza abriendo
ancha brecha y dando ejemplo a sus soldados, penetró en cabeza
GARCILASO DE LA VEGA: «SOLDADO Y POETA» 111

Garcilaso de la Vega seguido de su primo Alfonso de Portocarrero,


agarrándose a las escaleras para escalar la muralla en vanguardia.
Su impetuosidad y valor temerario, dada la desprotección de su
cabeza, determinó que una espuerta de piedra de las tiradas por el
enemigo le derribara y muriera tras 25 días de agonía en Niza el 14
de octubre de 1536, a pesar de los solicito s cuidados médicos y los
de su amigo Francisco de Borja, Marqués de Lombay, quién como
sabemos, tras la muerte de la Emperatriz Isabel se retiró monacal-
mente por no querer servir más que a Dios.

Tal vez, en esos días en los que Garcilaso se debatía entre la


vida y la muerte, repasaría el conjunto de sus recuerdos, añoranzas
familiares y ese eterno paisaje de Toledo y del Tajo que siempre pre-
sidió su mente y corazón, y al que, presintiendo que algún día le lle-
garía la muerte, no dudó en escribir aquellos versos que dicen:

Vosotros los del Tajo en su ribera


cantaréis a la mi muerte cada día.
Este descanso llevaré aunque muera;
que cada día cantaréis mi muerte,
vosotros los del Tajo en su ribera.

Sus restos, por orden de su esposa D. a Elena de Zúñiga, llega-


ron a Toledo en 1538, depositándose en el panteón familiar de los
abuelos maternos en la Iglesia de S. Pedro Mártir, esculpiéndose su
efigie en la Capilla de N.a s.a del Sagrario.

En 1869 fueron sacados sus restos, siendo trasladados a


Madrid, tras variada peregrinación, depositándose en el Panteón
Nacional sito en la Iglesia de S. Francisco el Grande, regresando
nuevamente a Toledo en 1875, quedando depositados en el
Ayuntamiento hasta comienzos de siglo para trasladarse definitiva-
112 JOSÉ MIRANDA CALVO

mente el 17 de agosto de 1900 al panteón familiar de S. Pedro


Mártir.

A través de esta apretada síntesis de su quehacer-militar insepa-


rablemente unido a su ejecutoria cortesana y exquisita inspiración
poética, comprobamos la permanente dualidad de sentimientos que
presidieron su vida y obras: la espada y la pluma, el amor y el dolor,
la fidelidad a su Rey, a su Bandera, a su amada, la nostalgia de
Toledo y el Tajo junto al contraste de las tierras italianas en las que
escribiera sus añoranzas y su pasión, así como su sangre en las are-
nas africanas.

Desde nuestro Toledo, solar y cuna de la Infantería, de la que


Garcilaso fuera su prototipo, le enviamos un terceto de amor a su
manera, diciéndole:

Hoy, en la falda de la paz florida


recuerda el alma a orillas de su llanto
el oro muerto de la despedida.

Todo ello presidido por su caballerosidad, delicadeza y cultura,


en mezcla difícilmente repetible, reconocida y proclamada, elevan-
do al máximo la poesía castellana de su tiempo por su musicalidad
y elegancia, al evocar su figura en el día de hoy, y a título de des-
pedida, repetir unos versos que le dedicara Rafael Alberti:

Si Garcilaso volviera, yo sería su escudero,


¡Qué buen caballero era!
Mi traje de marinero, se trocaría en guerrera
ante el brillar de su hacer.
¡Qué buen caballero era!
¡Qué dulce oirle, guerrero, al borde de su ribera!
En la mano, mi sombrero: ¡Qué buen caballero eraL

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