Problemática II - Clase 7

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UNIDAD EDUCATIVA DE GESTION PRIVADA Nº 199

TECNICATURA SUPERIOR EN ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

Espacio Curricular: Practica Profesionalizante II


Profesora: Griselda Marina Jara
Clase 7 Los Ciclos Económicos en Argentina
Alumno:
Año: 2023
Práctica Profesionalizante II – Clase 7

Consignas

1) Leer el material que esta compuesta en dos partes.


2) En la clase 7 deberán realizar un resumen de la primera parte.
3) Deberán escoger un periodo, con su correspondiente crisis y desarrollarla
con otra bibliografía.

Respuestas:

2) Para comenzar me gustaría plasmar en un cuadro una breve síntesis del material leído para
luego desarrollarlo concisamente.

Argentina virreinal o De la independencia a Período de Período del modelo


Época Precolombiana primer período la organización (1810- organización nacional agroexportador (1880-
económico 1852) (1852-1880) 1930)

Subperíodo
Décadas del 1810-
temprano (1517-
1820
1650)

Subperíodo medio Período 1820-


(1650-1776) 1827

Subperíodo tardío
Período 1827-
o de retirada
1832
(1776-1810)

La Confederación
Argentina y Juan
Manuel de Rosas
(1832-1852)

La población del actual territorio argentino a la llegada de los españoles a principios


del siglo XVI sumaba unas 330.000 personas agrupadas en una veintena de grupos
étnicos. Los habitantes del Noroeste, de las Sierras Centrales y de la Mesopotamia
practicaban la agricultura, mientras que el resto del territorio estaba ocupado por
grupos de cazadores-recolectores. Las culturas más extendidas fueron los diaguitas
al Noroeste, los guaraníes, los tupíes, los tobas y los guaycurúes en el Noreste, los
pampas en el centro y los tehuelches, mapuches y zonas en el Sur.
En 1536 Don Pedro de Mendoza fundó Santa María de los Buenos Ayres, la primera
ciudad argentina. La miseria y el hambre doblegaron a Mendoza y su gente y
Buenos Aires quedó despoblada hasta su segunda fundación por Juan de Garay en
1580. Las ciudades argentinas fueron fundadas por conquistadores que provenían
de distintas zonas de América. La corriente pobladora del este, llegada desde
España, tomó como base de operaciones la ciudad de Asunción y fundó las ciudades
litorales. La que vino desde el Perú ocupó el Tucumán, como se llamaba entonces a
todo el Noroeste argentino. Las ciudades cuyanas fueron fundadas por la corriente
proveniente de Chile.
Lo que hoy es la Argentina perteneció al virreinato del Perú hasta que en 1776 el
rey Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata, cuyo primer virrey fue Pedro de
Ceballos. La capital, Buenos Aires, se convirtió en un gran puerto comercial y se
incrementó notablemente la exportación de cueros, tasajo y de la plata proveniente

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de las minas del Potosí. El sistema de monopolio impuesto por España prohibía
comerciar con otro país que no fuera la propia España. Esto encarecía
notablemente los productos y complicaba la exportación al tiempo que fomentaba
el contrabando a gran escala. En 1806 y 1807 se produjeron dos invasiones
inglesas, que fueron rechazadas por el pueblo de Buenos Aires, alistado en milicias
de criollos y españoles. En cada milicia, los jefes y oficiales fueron elegidos
democráticamente por sus integrantes. Las milicias se transformaron en centros de
discusión política.
Las invasiones inglesas demostraron que España estaba seriamente debilitada y
que no podía ni abastecer correctamente ni defender a sus colonias. La ocupación
francesa de España por Napoleón, la captura de del Rey Carlos IV y su hijo
Fernando VII y la caída de la Junta Central de Sevilla decidieron a los criollos a
actuar. El 25 de mayo de 1810 se formó la Primera Junta de gobierno presidida por
Cornelio Saavedra, que puso fin al período virreinal. Mariano Moreno, secretario de
la Junta, llevó adelante una política revolucionaria tendiente a fomentar el libre
comercio y a sentar las bases para una futura independencia.
Entre 1810 y 1820 se vive un clima de gran inestabilidad política. Se suceden los
gobiernos (Primera Junta (1810), Junta Grande (1811), Triunviratos (1811-1814) y
el Directorio (1814-1820) que no pueden consolidar su poder y deben hacer frente
a la guerra contra España. En esta lucha se destacaron Manuel Belgrano, José de
San Martín, llegado al país en 1812, y Martín Miguel de Güemes. Las campañas
sanmartinianas terminaron, tras liberar a Chile, con el centro del poder español de
Lima. El 9 de julio de 1816 un congreso de diputados de las Provincias Unidas
proclamó la independencia y en 1819 dictó una constitución centralista que
despertó el enojo de las provincias, celosas de su autonomía.
A partir de 1819 en el país se fueron definiendo claramente dos tendencias
políticas: los federales, partidarios de las autonomías provinciales, y los unitarios,
partidarios del poder central de Buenos Aires. Estas disputas políticas
desembocaron en una larga guerra civil cuyo primer episodio fue la batalla de
Cepeda en febrero de 1820, cuando los caudillos federales de Santa Fe, Estanislao
López, y de Entre Ríos, Francisco Ramírez, derrocaron al directorio. A partir de
entonces, cada provincia se gobernó por su cuenta. La principal beneficiada por la
situación fue Buenos Aires, la provincia más rica, que retuvo para sí las rentas de
la Aduana y los negocios del puerto.
En 1829 uno de los estancieros más poderosos de la provincia, Juan Manuel de
Rosas, asumió la gobernación de Buenos Aires y ejerció una enorme influencia
sobre todo el país. A partir de entonces y hasta su caída en 1852, retuvo el poder
en forma autoritaria, persiguiendo duramente a sus opositores y censurando a la
prensa, aunque contando con el apoyo de amplios sectores del pueblo y de las
clases altas porteñas. Durante el rosismo creció enormemente la actividad
ganadera bonaerense, las exportaciones y algunas industrias del interior que fueron
protegidas gracias a la Ley de Aduanas. Rosas se opuso a la organización nacional y
a la sanción de una constitución, porque ello hubiera significado el reparto de las
rentas aduaneras al resto del país y la pérdida de la hegemonía porteña.
Justo José de Urquiza era gobernador de Entre Ríos, una provincia productora de
ganado como Buenos Aires que se veía seriamente perjudicada por la política de
Rosas, que no permitía la libre navegación de los ríos y frenaba el comercio y el
desarrollo provinciales. En 1851, Urquiza se pronunció contra Rosas y formó, con
ayuda brasileña, el Ejercito Grande con el que derrotó definitivamente a Rosas en
Caseros el 3 de febrero de 1852. Urquiza convocó a un Congreso Constituyente en
Santa Fe que en mayo de 1853 sancionó la Constitución Nacional. Pero aunque ya
no estaba Rosas, los intereses de la clase alta porteña seguían siendo los mismos y
Bartolomé Mitre y Adolfo Alsina dieron un golpe de estado, conocido como la
«Revolución del 11 de Septiembre de 1852». A partir de entonces, el país quedó
por casi diez años dividido en dos: el Estado de Buenos Aires y la Confederación (el
resto de las provincias con capital en Paraná). La separación duró casi diez años,

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hasta que en septiembre de 1861, el líder porteño Bartolomé Mitre derrotó a


Urquiza en Pavón y unificó al país bajo la tutela porteña.
Luego de la batalla de Pavón se sucedieron los gobiernos de Bartolomé Mitre
(1862-68), Domingo F. Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880),
quienes concretaron la derrota de las oposiciones del interior, la ocupación del todo
el territorio nacional y la organización institucional del país fomentando la
educación, la agricultura, las comunicaciones, los transportes, la inmigración y la
incorporación de la Argentina al mercado mundial como proveedora de materias
primas y compradora de manufacturas.
En 1880 llegó al poder el general Julio A. Roca, quien consolidó el modelo
económico agroexportador y el modelo político conservador basado en el fraude
electoral y la exclusión de la mayoría de la población de la vida política. Se
incrementaron notablemente las inversiones inglesas en bancos, frigoríficos y
ferrocarriles y creció nuestra deuda externa. En 1890 se produjo una grave crisis
financiera en la que se cristalizaron distintas oposiciones al régimen gobernante.
Por el lado político, la Unión Cívica Radical luchaba por la limpieza electoral y contra
la corrupción, mientras que, por el lado social, el movimiento obrero peleaba por la
dignidad de los trabajadores desde los gremios socialistas y anarquistas.
La lucha radical, expresada en las revoluciones de 1893 y 1905, y el creciente
descontento social, expresado por innumerables huelgas, llevaron a un sector de la
clase dominante a impulsar una reforma electoral para calmar los ánimos y
trasladar la discusión política de las calles al parlamento. En 1912, el presidente
Roque Sáenz Peña logró la sanción de la ley que lleva su nombre y que estableció
el voto secreto y obligatorio.
La aplicación de la Ley Sáenz Peña hizo posible la llegada del radicalismo al
gobierno. Los radicales gobernaron el país entre 1916 y 1930 bajo las presidencias
de Hipólito Yrigoyen (1916-1922) (1928-1930) y Marcelo T. de Alvear (1922-1928),
e impulsaron importantes cambios tendientes a la ampliación de la participación
ciudadana, la democratización de la sociedad, la nacionalización del petróleo y la
difusión de la enseñanza universitaria. El período no estuvo exento de conflictos
sociales derivados de las graves condiciones de vida de los trabajadores. Algunas
de sus protestas, como la de la Semana Trágica y la de la Patagonia, fueron
duramente reprimidas con miles de trabajadores detenidos y centenares de
muertos.

3) Escogí el Período del Modelo Agroexportador de 1880 a 1930, el cual


desarrollaré por varias bibliografías consultadas a parte de la planteada por este
trabajo.
Período de 1880 a 1914
Hacia 1880, una vez concluida la llamada “conquista del desierto” y la cuestión
indígena y resuelto -con el beneplácito de los ganaderos porteños- el problema de
la federalización de Buenos Aires, la Argentina organiza estructuras políticas de
alcances nacionales y conforma el Partido Autonomista Nacional (PAN) sobre la
base de la Liga de Gobernadores que naciera desde el centro del país (Córdoba) en
1877. El General Julio Argentino Roca, “el zorro”, triunfador del desierto y siempre
alineado en la defensa de los intereses nacionales por sobre los provinciales, es el
hombre que dará origen a un movimiento, un estilo político, un modelo económico
y una época: el roquismo.
La República Argentina deja atrás su fisonomía pastoril, criolla, de gran aldea y se
convierte, por entonces, en un país agropecuario, moderno, receptor del capital
externo y de la inmigración masiva que proporciona la mano de obra abundante y
barata para emprender el cambio. El país conforma sobre estas bases su mercado
nacional a partir de una sólida alianza entre los importadores, exportadores y
ganaderos porteños y las oligarquías provinciales vinculadas a la agroindustria, al
tiempo que se inserta en el ámbito internacional como proveedor de materias
primas agropecuarias. Son estos los parámetros que ejecuta esta generación de

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liberales en lo económico y conservadores en lo político, como la definiera con


mucho acierto a mediados de los años de1960, el historiador Thomas Mc Gann.
En medio de la “paz y administración” propuesta por el Presidente Julio A. Roca, “el
progreso” positivista es visto por los dirigentes del ´80 como posible e infinito. En
este país de gran extensión, la tierra, que con el fin de la lucha contra el indio
afirma su concentración en pocas manos, se presenta como un símbolo de prestigio
social, base del poder político y sustento de la producción agropecuaria. Es un
factor indiscutible del “progreso”. Su valor intrínseco se suma al de otros factores
estructurales: la inmigración (que ante la imposibilidad de convertirse en
propietaria rural alimenta un rápido proceso de urbanización), el capital externo
(esencialmente británico y orientado a ferrocarriles, frigoríficos e infraestructura
portuaria), el comercio internacional (estrechamente vinculado a Inglaterra), la
consolidación del poder político que organiza entonces estructuras de alcances
nacionales respaldado por el ejército y el Congreso Nacional, en medio de la
decadencia de las autonomías provinciales, y -como un compendio de estos
factores- la conformación del mercado nacional.
Estos son los rasgos sobresalientes de la fisonomía de la Argentina Moderna,
conducida por una élite oligárquica, con capacidad de control económico, vinculada
al quehacer mercantil y agrario, con espíritu de cuerpo y conciencia de tal, que se
integra a partir de un tipo de hombre público específico, al que Natalio Botana
denomina “el notable” (Botana, 1977). En la cúpula de esta “alianza de notables”,
el triunvirato liberal constituido por: Bartolomé Mitre, Julio A. Roca y Carlos
Pellegrini conforman ya en las postrimerías del siglo XIX, una expresión concreta
del predominio de la tendencia más conservadora del seno de la oligarquía en los
planos de conducción nacional y que también comprende a los gobiernos
provinciales (Sábato, 1988).
Hacia 1890 y durante la gestión del Presidente Miguel Juárez Celman se produce el
“apogeo y crisis del liberalismo”. Los elementos de conflicto se encuentran dentro y
fuera del partido gobernante. El desplazamiento de “los notables” de la conducción
política, la grave situación económico-financiera que vive el país en relación con el
desorden en las concesiones territoriales y ferroviarias, la expansión del crédito, el
aumento extraordinario de la deuda pública entre 1886-1890 y la vigencia de la ley
de bancos garantidos de 1887 (todas las entidades bancarias habilitadas para
emitir papel moneda con respaldo del Estado), se suman a los efectos del crack
financiero de la casa inglesa Baring Brothers, y desatan en la Argentina la crisis
política, monetaria y fiscal, que deja como saldo la devaluación del peso, la quiebra
y moratoria bancaria y la renuncia del Presidente Juárez Celman el 6 de agosto de
1890. El Vicepresidente Carlos Pellegrini ocupa la titularidad del Ejecutivo Nacional
hasta el fin del mandato, procurando poner orden en las finanzas nacionales. La
elite dirigente pierde cohesión pero sus bases económicas están intactas (Girbal-
Blacha, 1997).
Cobra cuerpo entonces la expansión de la agricultura cerealera argentina, que al
amparo del ferrocarril y orientada al principal centro de comercialización: la ciudad
puerto de Buenos Aires, da sustento a la economía agroexportadora de alta
concentración en la región pampeana (Buenos Aires, centro sur de Santa Fe, Entre
Ríos, sudeste de Córdoba y La Pampa). La agricultura sobre la base del
arrendamiento se asocia entonces a la ganadería de alta mestización destinada al
frigorífico de capital británico que se instala en Buenos Aires en 1883. Es la
presencia del frigorífico con su carácter monopólico, la que irradia los saladeros
fuera de su área de influencia (Buenos Aires-La Plata), transforma la típica estancia
pampeana, promueve el proceso de desmerinización (reemplazando la oveja
merino, buena productora de lana, por la lincoln, buena productora de carne),
valoriza el vacuno, diversifica la producción ganadera y sectoriza a los ganaderos
en criadores e invernadotes, que por entonces y desde 1866 se concentran en la
poderosa Sociedad Rural Argentina.
El valor de la tierra aumenta y los altos precios internacionales pagados por los
cereales inducen una progresiva independencia de la agricultura respecto de la

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expansión ganadera. La cerealicultura adquiere significación propia en el conjunto


de la economía y en la balanza comercial del país, y la Argentina -con un mercado
interno acotado y casi la totalidad de su producción destinada a la exportación-,
ocupa los primeros puestos junto a Rusia y los Estados Unidos en la provisión de
granos al mercado mundial.
La gran propiedad y la generalización del arrendamiento como forma más difundida
del sistema de tenencia de la tierra son los extremos más notables de un amplio
espectro socio-rural con alta incidencia en la ocupación del espacio regional
pampeano y que integran, en la cúpula: grandes propietarios absentistas,
terratenientes, arrendatarios de grandes extensiones (todos ellos dedicados a la
ganadería de alta mestización), y como sectores subalternos: chacareros, pequeños
y medianos arrendatarios, aparceros y peones de cosecha. Entre el circuito
productivo y el de circulación de la producción agraria, se sitúa el almacenero de
campaña, que proporciona el crédito informal y es un eslabón imprescindible para
la comercialización. Todos ellos hacen posible la presencia de una agricultura
extensiva de base cerealera y forrajera, que rota con facilidad entre la producción
agrícola y la pecuaria, en medio de un sistema de comercialización concentrado
(Bunge y Born, Louis Dreyfus y Co., Otto Bemberg, Huni-Wormser) y jaqueado por
la ausencia del embarque a granel y la escasez de galpones y elevadores terminales
y de campaña (Girbal-Blacha, 1997).
Son estas características del “boom” agrícola que vive la pampa húmeda hasta los
inicios de la década de 1910, las que perfilan un país progresista, moderno, pero
que la mismo tiempo asiste a los conflictos agrarios que tienen como protagonistas
a los chacareros (aparceros) y peones más pobres de la región; aquéllos que se
sitúan en el escenario del centro sur de la provincia de Santa Fe y se dedican al
cultivo del maíz. Los sucesos del “Grito de Alcorta” (Santa Fe) de 1912, donde se
reclama por contratos de arrendamiento más duraderos, libertad para comercializar
la cosecha y baja en los cánones de arriendo, son sólo una muestra del
enfrentamiento entre grandes propietarios y arrendatarios, en medio de la adhesión
a favor de estos últimos de los almaceneros de campaña y acopiadores que bregan
por el cobro de sus deudas. El resultado más duradero del conflicto es la
conformación de un organismo corporativo que aglutina los intereses de los
charcareros y que aun existe: la Federación Agraria Argentina.
En tanto, la Argentina ganadera se consolida, a partir de una relación de
dependencia con el inversor externo que le da rasgos propios. Desde los albores del
siglo XX se vive en el país la “edad de oro del frigorífico”, cuando hacia 1900 la
presencia de aftosa en nuestros animales, denunciada por los empresarios y
comerciantes ingleses, interrumpen la exportación de ganado en pie. El frigorífico -
de capital inglés y poco después estadounidense- se convierte en la única
alternativa para el invernador de la pampa húmeda, quien advierte la indiferencia
del capital externo ante sus reclamos, a pesar de las inversiones que en
mestización hicieran, adquiriendo planteles de raza a quienes ahora se niegan a
comprar el animal vivo. Los ingleses protegen sus inversiones. Aunque un par de
años más tarde, el ingreso del trust de Chicago al negocio de las carnes enfriadas y
su producción de chilled beef, que requiere un vacuno más cuidado y gordo, obligue
a los británicos a competir y a firmar en 1911 el primer Acuerdo de Fletes que fija
cupos de embarque según el origen de los establecimientos. El 41,35 % de los
embarques corresponde a los frigoríficos estadounidenses, el 40,15 % a los
ingleses y sólo el 18,50 % a los argentinos. Más allá de estos guarismos, los
ingleses siguen conservando la propiedad de los barcos frigoríficos para
comercializar el producto, dirigen las aseguradoras de los mismos y Smithfield -en
Inglaterra- sigue siendo el gran mercado de recepción de las carnes enfriadas y
congeladas procedentes de la Argentina (Ortiz, 1964, t.1).
Mientras la pampa húmeda es todo un símbolo del progreso agropecuario, en el
interior la situación es diferente. La conformación del Estado y del mercado
nacional, con su sistema de alianzas, obliga a las economías regionales a efectuar
cambios para participar de las exigencias de la Argentina agroexportadora, que

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desde el poder político y económico crece con la mirada puesta en Europa. La


llegada del ferrocarril, el crédito oficial barato y la protección estatal diseñan, de
común acuerdo con las burguesías locales, verdaderos modelos de economías
regionales de monoproducción. Se teje así el revés de la trama del progreso
positivista arraigado en la región pampeana y en torno a la ciudad-puerto de
Buenos Aires.
Período de 1914 a 1930
Como una expresión del balance del Centenario, se consolida la “Argentina de los
partidos políticos modernos”, aquéllos que surgieran con los albores de la década
de 1890. El acuerdo entre el Presidente Roque Sáenz Peña y el jefe de la Unión
Cívica Radical Hipólito Yrigoyen, anticipan la sanción de la reforma electoral, que se
concreta entre 1911 y 1912; así como la necesidad de una participación ampliada
que habrá de incorporar a los sectores medios al tablero político, de la mano del
policlasista partido radical, representativo -en parte- de la exigencia de control del
proceso económico por parte de las provincias, que han entrado ya en una etapa de
expansión de contornos modernos (Persello, 2004).
Es precisamente la participación ampliada la que implica coincidencias básicas
intersectoriales. El frente opositor a la oligarquía de base agraria y mercantil no
está descontento con la prosperidad de la Argentina agroexportadora, de la cual ha
obtenido considerables beneficios y, en consecuencia, muestra un consenso
favorable hacia el sistema socioeconómico. No se vislumbran cambios estructurales,
sino reformas moderadas, capaces de poner el acento en la redistribución del
ingreso y del poder económico. Así lo expone la Unión Cívica Radical, la expresión
más alta de la protesta antioligárquica de los sectores que propician el cambio
político sin profundas alteraciones económicas, configurando su ideología como
expresión de sus bases sociales, pero también como reacción contra sus virtuales
enemigos y competidores. De ahí su énfasis en favor de la democracia, de la
constitución de 1853, del nacionalismo hermanado con la tradición y del impulso a
un Estado participativo, que se exprese como árbitro en las cuestiones económicas
y sociales que se susciten (Rouquié, 1981).
Es en 1914 cuando a las dificultades que le genera a la agricultura extensiva
cerealera-forrajera el límite de la expansión horizontal, se le suma el estallido de la
Primera Guerra Mundial con los inconvenientes propios del conflicto; es decir, la
dificultad para disponer de bodegas suficientes destinadas al embarque de granos,
la ventajosa competencia -en términos de distancia e infraestructura- que le hacen
los Estados Unidos y Canadá en el mercado internacional granario, así como los
cambios en el tipo de carne que se embarca (el enfriado vuelve a dar paso al
congelado, a la carne salada y en conserva) adecuándose a las exigencias
coyunturales de los mercados consumidores. Como contrapartida, a diferencia de lo
que ocurre con la exportación de productos agrícolas, en el caso de las carnes, la
Argentina -por calidad y por distanciacoloca su producción en el exterior con más
facilidad que Australia y Nueva Zelandia, sus tradicionales competidores
(Girbal.Blacha, 1988).
La Guerra que deteriora el volumen y el valor de las importaciones con beneficios
no buscados para nuestra balanza comercial, acentúa un incipiente proceso de
industrialización por sustitución de importaciones, al mismo tiempo que afecta otras
cuestiones de orden interno y obliga al Estado a adoptar medidas de emergencia,
tales como una feria cambiaria y bancaria (agosto de 1914), la moratoria interna
por 30 días, la suspensión de la ley de conversión, la prohibición de exportar oro y
adecuarse a la moratoria internacional. La coyuntura motiva reajustes en el agro,
tales como la rotación en la explotación entre ganadería y agricultura y el aumento
en el precio de la tierra destinada a fines pecuarios, mientras las economías
agroindustriales del interior del país sufren menos el impacto y hasta logran
exportar sus producciones a los países limítrofes.
A causa de la dificultad para comercializar los cereales, se acentúa hasta 1921 el
descenso del área sembrada con ellos, cuando y en relación con el auge del
congelado, se incrementa la superficie alfalfada. Comienza la desaceleración del

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crecimiento en la economía argentina, que se prolonga -en coincidencia con la


etapa de la participación política ampliada- hasta la superación de las
consecuencias más agudas de la crisis estructural y orgánica de 1930.
La burguesía terrateniente, los grandes propietarios de la región pampeana, se
muestran atentos a los cambios coyunturales, pero les resulta difícil aprender a
pensar un país que tenga en cuenta su mercado interno. Sólo algunos intelectuales
-como los que congrega Alejandro Bunge en su Revista de Economía Argentina a
partir de 1918- llaman la atención sobre la necesidad de incorporar ajustes al
modelo. Proponen atender al interior de nuestra economía. La preocupación de la
dirigencia económica tradicional va en aumento cuando el radicalismo que ocupa el
Poder Ejecutivo Nacional a partir de 1916, despliega su “causa” política frente al
“régimen” oligárquico y se dispone a aplicar la “reparación”, para enfatizar el papel
del Estado. La integración política entre grupos terratenientes y sectores medios
urbanos, es el principal desafío que debe afrontar el radicalismo en el poder y para
salir airoso de él, su propuesta será mantener la estructura socioeconómica
existente, promoviendo una amplia participación política.
El primer gabinete que acompaña al Presidente radical Hipólito Yrigoyen en su
gestión gubernativa es toda una manifestación de ese propósito: 5 de sus 8
ministros son ganaderos bonaerenses, miembros de la Sociedad Rural, o vinculados
al poderoso sector exportador (Smith, 1983). La lucha por el control partidario
resulta, en consecuencia, inevitable y en 1924 el partido se escinde. Alveristas o
antipersonalistas e yrigoyenistas o personalistas buscarán entonces caminos
diversos para consolidar el propósito que los une e identifica: la consolidación de la
democracia en el país.
Es como producto de esa tensión política en la conducción de la Unión Cívica
Radical, que el accionar de Yrigoyen en favor de los sectores medios urbanos en el
plano económico-financiero se traduce en un sostenido e importante aumento de la
presión tributaria a las producciones típicas de las provincias del interior -azúcares,
vinos, alcoholes- en marcado contraste con los beneficios que obtiene un baluarte
del poder yrigoyenista como la provincia de Buenos Aires y el conurbano, donde el
electorado afín se radica en altas proporciones.
Esta discriminación financiera provoca decepciones, roces y protestas aun entre los
gobernadores oficialistas. Es el caso de los caudillos radicales de las provincias
cuyanas vitivinícolas de Mendoza y San Juan, José Washington Lencinas y Federico
Cantoni -respectivamente- que en defensa de sus principios federales e intereses
económico-políticos regionales se enfrentan a la conducción yrigoyenista. Una
situación que se reitera en el gobierno de Tucumán -epicentro azucarero del
Noroeste Argentino- durante las gestiones radicales de Juan Bautista Bascary y
Octaviano Vera, que respaldan su poder en el sector cañero (Persello, 2004).
Decepciones y reclamos entre algunos de los representantes del poder económico y
el Estado, caracterizan a la Argentina de entonces, que no logra corregir los
desequilibrios regionales.
En la región de la pampa húmeda, la traslación de la producción agrícola hacia la
pecuaria por parte de los grandes productores, reactiva el malestar de los
agricultores arrendatarios, quienes desde 1918 e impulsados por la Federación
Agraria Argentina, vuelven a agitar el campo. La “cuestión social” es irreversible,
como fenómeno que afecta tanto a las ciudades como al campo y preocupa por
igual a la dirigencia argentina oficialista y opositora, que toma recaudos.
Los reclamos chacareros son ahora más contundentes: “la tierra para quien la
ocupa y la trabaja”. Para lograr sus objetivos no dudan en asociarse -aunque sólo
sea circunstancialmente- al movimiento anarquista (F.O.R.A.), como lo hacen en
1920 para presionar al Estado y obtener -con todas las imperfecciones que su
aplicación habrá de dejar al descubierto- la ley de arrendamientos rurales (11.170)
de 1921 -varias veces modificada- y que rige las pautas de contrato para
superficies arrendadas que no excedan las 300 hectáreas. Una legislación que se
constituye en el primer paso hacia las sucesivas -pero pausadas- conquistas
obtenidas por la Federación chacarera.

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Los efectos de la Primera Guerra Mundial sobre la economía argentina se suman a


esta coyuntura, cuando el centro financiero mundial se traslada de Londres a Nueva
York. La crisis ganadera de postguerra (1921-1924) se precipita cuando los
contendientes europeos comienzan a volver a la normalidad. El problema ocupa el
centro de la escena nacional por la significación que tiene para la Argentina
agroexportadora y se intenta retomar el camino de preguerra con resultados
oscilantes, introduciendo las menores reformas posibles al sistema vigente. La
sobreinversión en el sector ganadero durante la etapa de la conflagración europea
que hace crecer el número de cabezas vacunas de 25,8 millones en 1914 a 37
millones en 1918, con una concentración de más del 80% en la pampa húmeda, va
unido a un aumento similar en la exportación de carnes que pasa de 370.000
toneladas al iniciarse la guerra a 680.000 toneladas al finalizar la misma. Entre
1914 y 1929 el ganado refinado (con especialización en el Shorthorn) ve crecer su
valor de 37 a 55 $ y el interés por invertir en el sector se refuerza, así como el alza
en el precio de la tierra que este interés genera. Se torna difícil combatir la
concentración regional que el modelo imperante genera y acentúa (Ortiz, 1964).
En 1921 se confirma el cambio de exigencias de los mercados compradores. El
congelado vuelve a dar paso al enfriado de carnes. Los sectores vinculados al
congelado no pueden colocar el stock ganadero acumulado y los precios caen
precipitadamente. El refrigerado, y con él los sectores invernadores, recobran
importancia y se aprestan a recuperar el espacio perdido. La Sociedad Rural
Argentina está conducida entonces por el criador Pedro Pagés, quien en nombre de
los intereses que representa reclama protección al Estado nacional. Durante la
gestión presidencial conducida por Hipólito Yrigoyen no se adoptan resoluciones
sobre el asunto, a pesar de su vinculación con los ganaderos, que no están
ausentes del poder. Su compromiso con los sectores medios urbanos le impiden
adoptar un pronunciamiento explícito sobre la cuestión. No ocurre lo mismo durante
la presidencia del radical Marcelo T. de Alvear (1922-28), hombre vinculado a los
altos intereses agropecuarios de la pampa húmeda. Es él quien toma una acción
decisiva frente al problema y responde a las demandas de la Sociedad Rural
Argentina, comprometiendo la intervención estatal (Smith, 1983).
En 1923 cuatro leyes intentan dar respuesta a la crisis ganadera. Una de ellas
dispone la construcción de un frigorífico en Buenos Aires, dirigido por el Estado;
otra legisla la inspección y supervisión del comercio de carnes con participación
gubernativa; una tercera dispone la venta de hacienda sobre la base del kilo vivo,
y, por último, una cuarta ley -la fundamental para superar la crisis- establece un
precio mínimo para la venta de ganado con destino a exportación y un precio
máximo para la venta local de carne. La oposición de los frigoríficos no se hace
esperar. Se niegan a comprar carne a un precio mínimo pre-establecido, en un
mercado saturado de animales que no encuentran colocación conveniente, siendo el
frigorífico o el mercado interno las únicas opciones de venta para los ganaderos. La
ley debe ser suspendida por el Poder Ejecutivo Nacional, quien se ve imposibilitado
de dar solución conveniente a la crisis y, además, corre con los costos políticos que
le origina la revisión de la medida legal.
La influencia del trust frigorífico entre 1924 y 1930 es indiscutible y genera
contradicciones en la economía agropecuaria argentina, cuando se produce la
escisión en el partido gobernante. Desde la Sociedad Rural Argentina -presidida por
el invernador Luis Duhau- se levanta hacia 1927 el lema de “comprar a quien nos
compra”, en directa alusión a su rechazo hacia los nexos comerciales con Estados
Unidos, cuyos frigoríficos lideran el mercado de las carnes enfriadas en el país. Los
ganaderos argentinos refuerzan así su estrecha e histórica conexión con el mercado
y los inversores ingleses. El 8 de noviembre de 1929 -cuando Hipólito Yrigoyen
desempeña su segundo mandato presidencial en la República- se firma el Pacto
anglo-argentino D´Abernon, por el cual se conviene el acuerdo de un crédito
recíproco de 100 millones de pesos para facilitar el intercambio entre ambos países
y con vigencia durante dos años. El objetivo es adquirir materiales producidos o
fabricados en el Reino Unido y vender cereales u otros productos primarios

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argentinos a Inglaterra. La crisis frustrará su ejecución y la alianza recién se


formalizará, sobre otras bases, en 1933 cuando se firme el Tratado Roca Runciman.
En 1930 las exportaciones argentinas con destino a Inglaterra representan el 40,5
% del valor total, mientras las destinadas a los Estado Unidos caen de un 23,4 %
en 1915 a un 10,7 % en 1930 (Smith, 1983).
Mientras estas difíciles alternativas acosan a la ganadería de postguerra, la
agricultura recupera el espacio perdido. Desde el Estado se renueva -con escaso
éxito- la presentación de proyectos de colonización agrícola, mientras se alientan
desde diversos sectores del poder agrario los incentivos a la producción agrícola y
mixta a través de la granja, la huerta y la educación rural, con el propósito de
radicar a la familia en el campo, sin modificar el sistema de tenencia de la tierra
vigente, basado en el arrendamiento. Se define la zona cerealera definitivamente,
cuando la expansión se interna hacia el Este y Sur de Córdoba y penetra en La
Pampa, mientras se produce el retroceso del área alfalfada -a partir de 1921-
permitiendo la expansión de la cerealicultura, el aumento en el valor de las tierras
dedicadas a ese fin y el lento avance de los cultivos industriales como el girasol en
Buenos Aires y el algodón en la región chaqueña.
La ley de arrendamientos de 1921, el aumento de los préstamos hipotecarios a
partir de la reforma de la Carta Orgánica del Banco Hipotecario Nacional en 1919, la
consolidación del crédito agrícola, la sanción de la ley de cooperativas (11.380) de
1926, la fijación de tipos de cereal standard para que la calidad del producto se
refleje en el precio, la conformación de una red nacional de elevadores de granos
en los umbrales de los años ´30, acompañan este avance signado -no obstante-
por una intensa competencia en el mercado cerealero internacional. A partir de
1926 las cotizaciones mundiales del trigo y desde 1928 las del maíz, decaen. Los
precios de los productos agrícolas de exportación descienden en un 64 % entre
1928 y 1932, dando muestras de un deterioro del valor de los mismos aun antes
del estallido de la crisis mundial de 1929. Mientras tanto, el Estado sólo se opone
políticamente al “régimen”, se preocupa por desactivar la “cuestión agraria” sin
alterar el sistema de tenencia de la tierra y arbitra una legislación de emergencia,
que acercan a la Argentina a la etapa, que Guido Di Tella y Manuel Zymelmann
llaman, “la gran demora”.
La apenas insinuante industrialización por sustitución de importaciones que
promueve la Primera Guerra Mundial en nuestro país, no alcanza a modificar
nuestro perfil agroindustrial. La industria harinera, por ejemplo, que sufriera un alto
proceso de concentración y aumento de la capacidad máxima de producción entre
1895 y 1914, en la década de 1920 y alentada por el histórico diseño ferroviario
convergente hacia la ciudad-puerto de Buenos Aires, se centraliza en torno a la
Capital Federal. Los pequeños molinos del interior desaparecen, mientras se inicia
la sustitución de cultivos, se incrementa la capacidad de molienda en el litoral (95
% del total) promovida por la exportación y los 408 establecimientos harineros que
registra el Censo Nacional de 1914 se reducen a 233 según las cifras del Censo
Industrial de 1935 (Schvarzer, 1996).
También la industria vinícola, en medio de la regulación productiva y la intervención
estatal, se concentra regional y empresarialmente. Las 4.317 bodegas (muchas de
ellas tan solo depósitos de vinos) censadas en 1914, se reducen a 1693 (5 ó 6 de
ellas grandes sociedades anónimas: Giol S.A., Arizu Hnos. S.A., Tomba Hnos. S.A.,
Gargantini S.A., etc.) a mediados de la década de 1930. En tanto, la industria
azucarera, base de la economía monoproductora del Noroeste, oscila entre
periódicas crisis cíclicas de superproducción e importación del producto, cuando no
depende de contingencias naturales como la crisis de la caña criolla ocurrida hacia
1914.
En 1921, 8 ingenios cuentan ya con refinería y no deben depender exclusivamente
de la poderosa Refinería Argentina del Rosario liderada por Ernesto Tornquist. Los
cañeros producen el 43 % de la materia prima y dan muestras de su poder de
negociación cuando en 1926 a raíz de una cosecha récord y la consecuente
reimplantación de la legislación reguladora de la producción que vuelve a colocar

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sobre el tapete al conflicto fabril-cañero, reclamen la intervención del Poder


Ejecutivo Nacional (Girbal-Blacha, 1991:269-314).
En marzo de 1927 los cañeros desconocen los contratos firmados donde se
contemplaba la calidad sacarina para fijar el precio de la caña y exigen la vuelta al
precio fijo por peso de caña. La intervención del Estado nacional en la economía
azucarera -tal como lo hiciera ante la crisis ganadera de la pampa húmeda de los
años ´20- no se hace esperar. El llamado “Laudo Alvear” que alcanza expresión
definitiva en 1928, da muestras de equidad tanto para permitir la liquidación de la
caña correspondiente a la zafra de 1927, como en la necesidad de fijar nuevas
bases contractuales que regulen la relación comercial entre compradores y
vendedores de caña de azúcar, cuando se deja sentir el avance jujeño en este
sector productivo.
Como una expresión concreta de ese avance, los gobernadores del Noroeste se
reúnen -a instancias del gobernador ex yrigoyenista Benjamín Villafañe- durante
1926/27, en dos conferencias para tratar propuestas de concertación y presentar el
problema azucarero no como se hacía hasta entonces, es decir, como el
correspondiente a un sector de la industria nacional, sino como “una cuestión
regional” de alcance y responsabilidad nacional (Girbal-Blacha,1994: 107-122;
Fleitas, 1997). El perfil de un Estado intervencionista avanza y se consolida. Hacia
1930 el nuevo régimen de ventas establecido por el “cartell” azucarero, procura y
consigue coordinar intereses y mientras cada firma conserva su personería jurídica,
se obliga a: limitar la producción, establecer cuotas de venta y fijar precios para su
comercialización (Murmis y Waisman, 1969; Girbal-Blacha, 1994: 107-122).
Como parte de un marco sociopolítico más complejo y heterogéneo, en el cual
toman posición destacada los representantes del nacionalismo de élite (Manuel
Carlés, Leopoldo Lugones, Ernesto Palacio, Julio y Rodolfo Irazusta, entre otros) y
se consolida la participación política del Ejército, los protagonistas de la expansión
agraria argentina: Estado, chacareros y terratenientes, adaptan sus roles para
ajustarse a las nuevas condiciones de la Argentina agroexportadora. Lo hacen sin
renunciar a sus bases tradicionales pero con matices nuevos, entre los cuales se
destaca la inserción de los ingenieros agrónomos y economistas en el proceso
productivo y como parte del “control social”.
La función del agrónomo se redefine, para destacar no sólo su significación
económica, sino su misión social en el campo argentino, que se enlaza a la
necesidad de arraigar al hombre rural y a su familia a la tierra que trabajan. El
propósito es convencerlo -como dirá con una visión georgista Mariano de Ezcurra,
presidente de la Sociedad Rural Argentina- que “el campo es bueno, sano y
provechoso”. Esta es la misión que se le asigna a este “grupo superior de hombres
de ciencia” como los llama el Decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad
de Buenos Aires. Esta “élite en el sentido agrícola” tiene desde fines de los años
´10 una función muy importante que cumplir, mostrar “al agricultor lo que más le
conviene” (Girbal-Blacha, 1988).
La cúpula del poder económico se pone en guardia. El Estado refuerza su papel de
árbitro y los productores arrendatarios y chacareros se ajustan a los cambios
cuando la Argentina se acerca a la etapa final del “crecimiento hacia afuera”. En ese
contexto las economías agroindustriales del interior encuentran su propio espacio
aunque con un mercado interno que sigue siendo limitado.
La producción agrícola representa en 1930 un 58,6 % del valor total de nuestras
exportaciones. De todos modos, en la Tercera Conferencia Económica de 1928
auspiciada por la C.A.C.I.P. (Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la
Producción, creada en 1916) -una entidad fundada en tiempos de la primera
conflagración mundial para nuclear a las diversas corporaciones productivas del
país- se expresa que “la ganadería y la agricultura, con ser la más sólida base de
nuestra riqueza, no puede constituir un programa económico integral”. Un juicio de
valor capaz de simbolizar toda una síntesis de la Argentina agroindustrial que habrá
de prosperar durante los años ´30 y que relativiza la expansión de los años ´20,
que en el ámbito mundial tiene como trasfondo: el desorden monetario unido a la

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crisis del patrón oro, la hiperinflación en Europa central, el repliegue de los países
industriales, la rivalidad libra/dólar y la repatriación de capitales a los Estados
Unidos.

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