Este documento discute la importancia de enseñar la convivencia en las escuelas. Propone que la convivencia y los vínculos deben ser objetos de trabajo continuo, y no sólo enfocarse en prevenir problemas. También resalta la responsabilidad de los adultos de ofrecer herramientas a los estudiantes para que se desarrollen como ciudadanos democráticos.
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Este documento discute la importancia de enseñar la convivencia en las escuelas. Propone que la convivencia y los vínculos deben ser objetos de trabajo continuo, y no sólo enfocarse en prevenir problemas. También resalta la responsabilidad de los adultos de ofrecer herramientas a los estudiantes para que se desarrollen como ciudadanos democráticos.
Este documento discute la importancia de enseñar la convivencia en las escuelas. Propone que la convivencia y los vínculos deben ser objetos de trabajo continuo, y no sólo enfocarse en prevenir problemas. También resalta la responsabilidad de los adultos de ofrecer herramientas a los estudiantes para que se desarrollen como ciudadanos democráticos.
Este documento discute la importancia de enseñar la convivencia en las escuelas. Propone que la convivencia y los vínculos deben ser objetos de trabajo continuo, y no sólo enfocarse en prevenir problemas. También resalta la responsabilidad de los adultos de ofrecer herramientas a los estudiantes para que se desarrollen como ciudadanos democráticos.
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A CONVIVIR SE APRENDE.
La convivencia y los vínculos como objeto de trabajo en la escuela.
“La convivencia no es algo dado, me tocó un grupo terrible, soné, no puedo hacer nada. El grupo y sus vínculos son dinámicos y van a cambiar en tanto nosotros propongamos algo para que cambien, para que funcionen, no es que son malos, se llevan mal y se van a llevar mal siempre. Hay propuestas, hay actividades, los juegos cooperativos, por ejemplo facilitan esa construcción de vínculos, ese tejer lazos entre los compañeros” (Caminos de Tiza, entrevista a Horacio Cárdenas, 2013) Comprender la convivencia como un aprendizaje en sí mismo implica abordarla, atendiendo la complejidad que se da en la tarea de reunir lo singular de cada uno y lo común de todos, en experiencias que alojen. No se trata de llegar a un cierto orden y prolijidad en el aula o en la escuela para luego enseñar mejor o para lograr un mejor clima.Porque esta mirada resulta insuficiente, nos quedamos con una descripción de la convivencia que sólo tiene que ver con un registro emocional de los climas escolares. Sabemos que la función social de la escuela consiste en transmitir conocimientos culturalmente válidos, y es en ese mismo acto de enseñanza de los conocimientos disciplinares que se transmite un modo de convivir, de estar y hacer junto a otros, un modo respetuoso y de reconocimiento de los otros, un modo que enseña que la convivencia es un trabajo de construcción cotidiano, lejos de estar dada y acabada por el sólo hecho de estar juntos en la escuela todos los días. Y que, por sobre todo, supone aprender a compartir un espacio común que no está exento de desencuentros, silencios, diferencias, tensiones, conflictos,todos aspectos inherentes al ser humano que vive en sociedad. Muchas veces se tiende a disociar convivencia y enseñanza, se la piensa y ubica por fuera de la situación escolar o educativa, aunque es absolutamente necesario entender que es parte constitutiva de la experiencia que viven todos, dentro de la comunidad educativa. En muchos casos, las vicisitudes del convivir interpelan el espacio escolar, e irrumpe la violencia en sus peores manifestaciones y aun así, se constituyen en oportunidades de aprendizaje, ya que ocurren en un espacio donde lo educativo es su razón de ser. Hay malestares y transgresiones que provienen de momentos pedagógicos en los que ciertas maneras de enseñar no reconocen, no miran, alejan, excluyen y así, descuidan. Esos momentos o las dificultades que los generan deben revisarse para que se constituyan en momentos de encuentro y de producción de posibilidades individuales y grupales, de vínculos subjetivantes, para que la violencia y la exclusión que pueden haber comenzado en otro lado, no se confirmen en la escuela, como el destino predeterminado de algunos alumnos. Separar en una escuela la enseñanza por un lado y lo que hace a la convivencia por otro es colocar en espacios divididos procesos que deben ir juntos. El desafío hoy es realizar un trabajo sostenido en articular los procesos de enseñanza y de aprendizaje con la generación de vínculos saludables y no disociado de ellos. El respeto, la solidaridad, el compañerismo, aprecio por la vida, cuidado de sí mismo y los semejantes se aprende en convivencia, enseñando y aprendiendo. Es a través de estos procesos en que el “vivir juntos” en una escuela adopta sentido y no sólo a través de dispositivos que regulan, sancionan o prohíben. Esta será una arista de la cuestión, igualmente central, relacionada con la autoridad y la construcción de legalidades, donde la elaboración conjunta y participativa resulta, muchas veces, problemática. Existen fuertes diferencias entre controlar la disciplina y enseñar a convivir en una comunidad de aprendizaje, porque enseñar a convivir es parte del cuidado de los adultos a los niños. Un buen educador es un buen cuidador. Las políticas de cuidado están conectadas con los procesos de enseñanza-aprendizaje. “Ese cuidar está indisociablemente unido a la tarea de educar, facilitar el acceso a la cultura, crear posibilidades para multiplicar las filiaciones simbólicas” (Gagliano, Los lenguajes del cuidado y los cuidados del Lenguaje). Decíamos en la Introducción que educar, hoy, es crear condiciones generadoras de convivencia en la escuela. ¿Cuáles son esas condiciones? Podemos pensar algunas que sean orientadoras del trabajo en la organización escolar y en el aula: trabajar en el despliegue de lo singular y lo común, en la circulación de la palabra, en el hacer lazo, en el rol de los adultos y en las posibilidades de participación y modalidades de organización. ¿Cómo generar esas condiciones? Poniendo en juego escenas donde se visualicen los recursos singulares que cada niño trae y a la vez lo que todo grupo puede generar en tanto grupo para reunir así lo singular en procesos colectivos. Promoviendo la circulación de la palabra y la escucha, y asumiendo lo que ocurre cuando la palabra circula en diferentes espacios. La circulación de la palabra se hace indispensable, aun cuando este movimiento no parezca darse o resulte complejo que la palabra circule, es necesario promoverlo. Esto implica un aprendizaje y, por tanto, la enseñanza de habitar espacios de habla y escucha con otros. Pensando el rol de los adultos, atentos al lazo con y entre los niños,y entre ellos y a la relación pedagógica que busque potenciar lo que tienen y lo que traen porque cuando los niños, como así también los adultos, no tienen lugar para desplegar sus potencialidades ya sea porque creen que no las tienen o porque la mirada de los otros es desde lo deficitario o lo que falta, es probable que aumenten los malestares y las situaciones de violencia en las instituciones. Pensando las condiciones institucionales necesarias para promover tiempos y espacios de participación. Y así, constituir a la convivencia y a la participación democrática como objetos de trabajo de la escuelayconcebirlas como un proceso colectivo e institucional que involucra tanto a niños y jóvenes como a los adultos. Entonces, si la convivencia se aprende, es responsabilidad de los adultos que habitan las escuelas enseñarla a los “recién llegados”, como los nombra Arendt: “Hacerles lugar, recibir a los ´recién llegados´, alojar a los ´nuevos´ implica ofrecer herramientas que los hagan constituirse como sujetos y enseñar a las nuevas generaciones el ejercicio de la ciudadanía, un modo de convivir democrático. Esto es reconocerse como sujetos de derecho y poder-saber defender esos derechos individuales y colectivos”. (Convivencia, participación y derechos, Nuestra Escuela, 2016). Ana Campelo habla de implicarnos desde nuestro rol de adultos en el cuidado de los niños, asumiendo una posición proactiva frente a la construcción de la convivencia, es decir pensar intervenciones pedagógicas sistemáticas y sostenidas en el tiempo, con el fin de generar mejores condiciones, como algunas que mencionamos anteriormente, para que todos encuentren un espacio de pertenencia en la escuela.
Intervenciones que resulten de haber planificado valiosas experiencias de
aprendizaje porque si nos limitamos a actuar una vez que las cosas suceden, lo que se adopta es una posición reactiva, que busca sólo intervenir en respuesta a la emergencia, cuando los problemas ya se han consumado. (Campelo, 2016). La promoción de vínculos saludables implica trabajar la convivencia en la escuela como contenido transversal no sólo para evitar o prevenir situaciones de violencia sino porque es parte esencial e irrenunciable de la formación de los niños. “En este sentido, puede decirse que el trabajo sobre los vínculos trasciende la tarea preventiva… Promoción y prevención no son términos excluyentes pero es nuestra intención hacer mayor énfasis en el primero”. (Campelo, 2016). Porque la mirada preventiva que tiñe esta época, que nosmanda a “estar prevenido”, “cuidarse de los otros”, “tenerles miedo” instala o refuerza la desconfianza entre unos y otros y a la vez la alimenta, a veces con el uso de determinados dispositivos para detectar sujetos peligrosos. Hay algunos autores que hablan de prevenirnos de la mirada preventiva. Esta mirada es estigmatizante y no contribuye a la promoción de vínculos solidarios, pluralistas, basados en el respeto y reconocimiento mutuo. Si la mirada y el objetivo está sólo puesto en prevenir, quedamos presos de esa mirada que instala la amenaza, la sospecha y la desconfianza; y no estaremos promoviendo la inclusión sino que, por el contrario, fragmentaremos y acentuaremos los rótulos que violentan los vínculos y la convivencia. Muy acertadas para ilustrar esta idea son las palabras de Silvia Bleichmar, quien nos dice que no hay jóvenes peligrosos de los que debemos cuidarnos, sino jóvenes en peligro a los que debemos cuidar. En la vereda de enfrente, nos dice Campelo, encontramos propuestas que apuestan al sentido de vivir junto a otros, a hacer de los conflictos oportunidades de aprendizaje, al fortalecimiento del lazo social, a acompañar a los niños en la construcción del otro como semejante, es decir, como alguien diferente de uno mismo pero con idénticos derechos, a ofrecerles recursos simbólicos y facilitarles las vías de identificación a través de rasgos singulares que les posibiliten ser reconocidos y valorados por los otros.