A Convivir Se Aprende (Ultimo)

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A CONVIVIR SE APRENDE.

La convivencia y los vínculos como objeto de trabajo en la escuela.


“La convivencia no es algo dado, me tocó un grupo terrible, soné, no puedo hacer
nada. El grupo y sus vínculos son dinámicos y van a cambiar en tanto nosotros
propongamos algo para que cambien, para que funcionen, no es que son malos, se llevan
mal y se van a llevar mal siempre. Hay propuestas, hay actividades, los juegos
cooperativos, por ejemplo facilitan esa construcción de vínculos, ese tejer lazos entre los
compañeros” (Caminos de Tiza, entrevista a Horacio Cárdenas, 2013)
Comprender la convivencia como un aprendizaje en sí mismo implica
abordarla, atendiendo la complejidad que se da en la tarea de reunir lo singular de
cada uno y lo común de todos, en experiencias que alojen.
No se trata de llegar a un cierto orden y prolijidad en el aula o en la escuela
para luego enseñar mejor o para lograr un mejor clima.Porque esta mirada resulta
insuficiente, nos quedamos con una descripción de la convivencia que sólo tiene que
ver con un registro emocional de los climas escolares.
Sabemos que la función social de la escuela consiste en transmitir
conocimientos culturalmente válidos, y es en ese mismo acto de enseñanza de los
conocimientos disciplinares que se transmite un modo de convivir, de estar y hacer
junto a otros, un modo respetuoso y de reconocimiento de los otros, un modo que
enseña que la convivencia es un trabajo de construcción cotidiano, lejos de estar
dada y acabada por el sólo hecho de estar juntos en la escuela todos los días. Y que,
por sobre todo, supone aprender a compartir un espacio común que no está exento
de desencuentros, silencios, diferencias, tensiones, conflictos,todos aspectos
inherentes al ser humano que vive en sociedad.
Muchas veces se tiende a disociar convivencia y enseñanza, se la piensa y
ubica por fuera de la situación escolar o educativa, aunque es absolutamente
necesario entender que es parte constitutiva de la experiencia que viven todos,
dentro de la comunidad educativa.
En muchos casos, las vicisitudes del convivir interpelan el espacio escolar, e
irrumpe la violencia en sus peores manifestaciones y aun así, se constituyen en
oportunidades de aprendizaje, ya que ocurren en un espacio donde lo educativo es su
razón de ser.
Hay malestares y transgresiones que provienen de momentos pedagógicos en
los que ciertas maneras de enseñar no reconocen, no miran, alejan, excluyen y así,
descuidan. Esos momentos o las dificultades que los generan deben revisarse para
que se constituyan en momentos de encuentro y de producción de posibilidades
individuales y grupales, de vínculos subjetivantes, para que la violencia y la
exclusión que pueden haber comenzado en otro lado, no se confirmen en la escuela,
como el destino predeterminado de algunos alumnos.
Separar en una escuela la enseñanza por un lado y lo que hace a la
convivencia por otro es colocar en espacios divididos procesos que deben ir juntos.
El desafío hoy es realizar un trabajo sostenido en articular los procesos de enseñanza
y de aprendizaje con la generación de vínculos saludables y no disociado de ellos. El
respeto, la solidaridad, el compañerismo, aprecio por la vida, cuidado de sí mismo y
los semejantes se aprende en convivencia, enseñando y aprendiendo. Es a través de
estos procesos en que el “vivir juntos” en una escuela adopta sentido y no sólo a
través de dispositivos que regulan, sancionan o prohíben. Esta será una arista de la
cuestión, igualmente central, relacionada con la autoridad y la construcción de
legalidades, donde la elaboración conjunta y participativa resulta, muchas veces,
problemática.
Existen fuertes diferencias entre controlar la disciplina y enseñar a convivir
en una comunidad de aprendizaje, porque enseñar a convivir es parte del cuidado de
los adultos a los niños. Un buen educador es un buen cuidador. Las políticas de
cuidado están conectadas con los procesos de enseñanza-aprendizaje. “Ese cuidar
está indisociablemente unido a la tarea de educar, facilitar el acceso a la cultura,
crear posibilidades para multiplicar las filiaciones simbólicas” (Gagliano, Los
lenguajes del cuidado y los cuidados del Lenguaje).
Decíamos en la Introducción que educar, hoy, es crear condiciones
generadoras de convivencia en la escuela. ¿Cuáles son esas condiciones? Podemos
pensar algunas que sean orientadoras del trabajo en la organización escolar y en el
aula: trabajar en el despliegue de lo singular y lo común, en la circulación de la
palabra, en el hacer lazo, en el rol de los adultos y en las posibilidades de
participación y modalidades de organización.
¿Cómo generar esas condiciones?
Poniendo en juego escenas donde se visualicen los recursos singulares que
cada niño trae y a la vez lo que todo grupo puede generar en tanto grupo para reunir
así lo singular en procesos colectivos.
Promoviendo la circulación de la palabra y la escucha, y asumiendo lo que
ocurre cuando la palabra circula en diferentes espacios. La circulación de la palabra
se hace indispensable, aun cuando este movimiento no parezca darse o resulte
complejo que la palabra circule, es necesario promoverlo. Esto implica un
aprendizaje y, por tanto, la enseñanza de habitar espacios de habla y escucha con
otros.
Pensando el rol de los adultos, atentos al lazo con y entre los niños,y entre
ellos y a la relación pedagógica que busque potenciar lo que tienen y lo que traen
porque cuando los niños, como así también los adultos, no tienen lugar para
desplegar sus potencialidades ya sea porque creen que no las tienen o porque la
mirada de los otros es desde lo deficitario o lo que falta, es probable que aumenten
los malestares y las situaciones de violencia en las instituciones.
Pensando las condiciones institucionales necesarias para promover tiempos
y espacios de participación. Y así, constituir a la convivencia y a la participación
democrática como objetos de trabajo de la escuelayconcebirlas como un proceso
colectivo e institucional que involucra tanto a niños y jóvenes como a los adultos.
Entonces, si la convivencia se aprende, es responsabilidad de los adultos que
habitan las escuelas enseñarla a los “recién llegados”, como los nombra Arendt:
“Hacerles lugar, recibir a los ´recién llegados´, alojar a los ´nuevos´ implica
ofrecer herramientas que los hagan constituirse como sujetos y enseñar a las nuevas
generaciones el ejercicio de la ciudadanía, un modo de convivir democrático. Esto
es reconocerse como sujetos de derecho y poder-saber defender esos derechos
individuales y colectivos”. (Convivencia, participación y derechos, Nuestra Escuela,
2016).
Ana Campelo habla de implicarnos desde nuestro rol de adultos en el cuidado
de los niños, asumiendo una posición proactiva frente a la construcción de la
convivencia, es decir pensar intervenciones pedagógicas sistemáticas y sostenidas en
el tiempo, con el fin de generar mejores condiciones, como algunas que
mencionamos anteriormente, para que todos encuentren un espacio de pertenencia
en la escuela.

Intervenciones que resulten de haber planificado valiosas experiencias de


aprendizaje porque si nos limitamos a actuar una vez que las cosas suceden, lo que
se adopta es una posición reactiva, que busca sólo intervenir en respuesta a la
emergencia, cuando los problemas ya se han consumado. (Campelo, 2016).
La promoción de vínculos saludables implica trabajar la convivencia en la
escuela como contenido transversal no sólo para evitar o prevenir situaciones de
violencia sino porque es parte esencial e irrenunciable de la formación de los niños.
“En este sentido, puede decirse que el trabajo sobre los vínculos trasciende la tarea
preventiva… Promoción y prevención no son términos excluyentes pero es nuestra
intención hacer mayor énfasis en el primero”. (Campelo, 2016).
Porque la mirada preventiva que tiñe esta época, que nosmanda a “estar
prevenido”, “cuidarse de los otros”, “tenerles miedo” instala o refuerza la
desconfianza entre unos y otros y a la vez la alimenta, a veces con el uso de
determinados dispositivos para detectar sujetos peligrosos. Hay algunos autores que
hablan de prevenirnos de la mirada preventiva.
Esta mirada es estigmatizante y no contribuye a la promoción de vínculos
solidarios, pluralistas, basados en el respeto y reconocimiento mutuo. Si la mirada y
el objetivo está sólo puesto en prevenir, quedamos presos de esa mirada que instala
la amenaza, la sospecha y la desconfianza; y no estaremos promoviendo la inclusión
sino que, por el contrario, fragmentaremos y acentuaremos los rótulos que violentan
los vínculos y la convivencia. Muy acertadas para ilustrar esta idea son las palabras
de Silvia Bleichmar, quien nos dice que no hay jóvenes peligrosos de los que
debemos cuidarnos, sino jóvenes en peligro a los que debemos cuidar.
En la vereda de enfrente, nos dice Campelo, encontramos propuestas que
apuestan al sentido de vivir junto a otros, a hacer de los conflictos oportunidades de
aprendizaje, al fortalecimiento del lazo social, a acompañar a los niños en la
construcción del otro como semejante, es decir, como alguien diferente de uno
mismo pero con idénticos derechos, a ofrecerles recursos simbólicos y facilitarles las
vías de identificación a través de rasgos singulares que les posibiliten ser
reconocidos y valorados por los otros.

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