Una Triste Historia 1
Una Triste Historia 1
Una Triste Historia 1
El año pasado recibí un email reenviado por Yénika Castillo, mi muy querida amiga de
Risaterapia. En ese mensaje, una señora, enterada de la labor que hacemos como Médicos
de la Risa, pedía que visitáramos a su hijo ya que se encontraba deprimido porque se le
había diagnosticado cáncer. Aunque regularmente no hacemos visitas domiciliarias,
organicé un grupo de voluntarios, me puse de acuerdo con aquella señora y un sábado
fuimos a hacer nuestra visita. Jaime Mizraín se alegró un poco, pues no recibía muchas
amistades. Estuvimos con él poco menos de una hora, platicamos un poco, toqué mi ukulele
y nos retiramos. Elisa, la mamá de Mizraín, y Jared, su hermana, se deshacían en
agradecimientos. Ahí pudo terminar la cosa, pero días después pensé que aquel joven de 25
años necesitaba otro tipo de visitas, diferentes a las que hacemos los Médicos de la Risa, así
que un día fui a visitarlo personalmente. Ya sin nariz roja platicamos de su trabajo, de sus
planes y de otras cosas. Su mamá me dijo que ya me conocían desde hace tiempo, por una
vez que fui a tocar al Colegio Hidalgo. Mizraín estaba en la primaria, pero recordaba aquel
concierto que les di. Cuando me reconoció como aquel extraño músico que vio años atrás
se puso muy contento, así que decidí visitarlo otras veces. Supe que tenía un osteosarcoma
en el fémur derecho. Que todo había comenzado con un dolorcillo y un entumecimiento de
la pierna. En pláticas posteriores resultó que Elisa conocía a Tere, mi hermana, de cuando
habían trabajado juntas en una escuela y le mandó muchos saludos.
Me contaron que Mizraín era vegetariano desde niño, que su padre había muerto de
cáncer y que no quería hacer el tratamiento convencional. Él trabajaba en una empresa de
gestión telefónica (los que llaman para cobrar a los deudores de los bancos) y contaba con
seguro social, por lo que seguía recibiendo su sueldo por incapacidad. Obviamente, en el
Seguro querían canalizarlo a Ortopedia y/o Oncología, pero él se rehusaba y daba largas a
las citas con los especialistas. Me contaron que estaba haciendo un tratamiento con imanes
con un médico de Tlaxcala. Como yo había estado abierto a las terapias alternativas, pensé
que aquello tal vez pudiera funcionar.
Un día me llamó Elisa, porque tenían que ir a la terapia de imanes y no tenían quién
los llevara. Mizraín ya no podía manejar porque le dolía mover la pierna derecha y Elisa no
sabía manejar. Me preguntaron si yo podría llevarlos en su coche. Como era jueves y yo
tenía libre los jueves, accedí a hacerlo. Desde aquel primer viaje me ofrecí para llevarlos
semanalmente. No sé cuántos viajes hicimos, pero debo admitir que era un paseo agradable:
salíamos por ahí de las 9 de la mañana, llegábamos a Tlaxcala cerca de las 11. Yo los
esperaba afuera del consultorio tocando el banjo. Salían por ahí de las 12:30 o 13:00, nos
parábamos por ahí para comer la comida que Elisa llevaba y regresábamos alrededor de las
3. Me intrigaba saber cómo era aquello de la terapia con imanes, pero ellos me contaban
que el doctor les decía que sí se podía curar el cáncer así, que ya había curado a otros
pacientes. Yo les decía que por qué no hacía, además de la magnetoterapia, su terapia
convencional. Me explicaron que no podía hacerse, que el doctor decía que si recibía
quimio al mismo tiempo que los imanes, ésta podría ser muy dañina.
En el consultorio del doctor había cuadros con diplomas de cursos relacionados con
terapias alternativas, avalados por la Universidad de Chapingo. Eran muchos los pacientes
que llegaban y el consultorio se veía igual que el de un médico convencional. Algunas
veces salían y me contaban que en el “escaneo” había salido mejor o peor. Yo pensaba que
el “escaneo” era algún tipo de diagnóstico con algún aparato o algo así. Incluso llegué a
pensar en llevar a mi amigo Eitan, que padecía insuficiencia renal, para que se atendiera
con el mismo médico.
Una vez, el doctor dijo que, para que el tratamiento funcionara mejor, tendrían que
aplicarse los imanes con más frecuencia. Diariamente, de ser posible. Como Elisa dijo que
no tenía dinero (ni yo tiempo) para acudir diariamente, el doctor dijo que podía enseñarle a
algún familiar a colocar los imanes. Mizrain y Elisa me lo propusieron y fui con el doctor a
que me enseñara. El procedimiento era simple: se tomaba un imán en forma de disco, muy
potente, y se pasaba lentamente por la pierna afectada, mientras el paciente yacía acostado
cuidando que ambas piernas estuvieran parejas, checando los talones constantemente.
Cuando el imán pasaba por determinados puntos, había una ligera contracción que hacía
que la pierna se encogiera. Se pegaba el imán con tela adhesiva, se tomaba otro y se hacía
el mismo recorrido, ahora buscando el punto donde la pierna recuperara su longitud
original. Se pegaba el nuevo imán, se tomaba otro y se repetía el procedimiento, hasta que
la pierna quedaba con varios pares de imanes. Me sorprendía ver como la pierna,
efectivamente, se alargaba o acortaba cuando se colocaba el imán en el punto adecuado.
Según el doctor, entre más puntos se encontraran, la gravedad de la enfermedad era mayor.
Los puntos cambiaban de lugar cada día, por lo que había que hacer dicho tratamiento
diariamente, incluso dos veces, una vez en la mañana y otra en la tarde. Deseoso de ayudar
a esa familia en desgracia, acudí dos veces al día durante varias semanas a aplicar la
terapia.
Pero no habían pasado ni dos días cuando recibí una llamada a las cuatro de la
mañana. Era Jared, hermana de Mizraín, que me llamaba por encargo de Elisa. “Algo” le
había pasado a la pierna de Mizraín: durante la noche “tronó” y se deformó. Aquella pierna
que según el doctor de Tlaxcala estaba en proceso de sanación, simplemente se fracturó,
carcomida por el cáncer. Acudí de inmediato a ver en qué podía ayudar. Elisa trataba
desesperadamente de comunicarse con el médico de Tlaxcala y Mizraín miraba su pierna
deformada asustado. Pronto llegó otra “doctora” que trabajaba con imanes y que vivía
cerca. Propuso hacer un “escaneo” para ver qué era lo que pasaba, a pesar de que era muy
obvio que la pierna se había fracturado. Como la pierna derecha estaba afectada, el escaneo
no podía realizarse de manera normal, así que propuso utilizar el cuerpo de otra persona
como “antena”. Me quedé frío cuando vi como se hacía el “escaneo”: Elisa se acostó y la
“doctora” tomó sus tobillos para medir la longitud de las piernas. Luego habló, de manera
no muy diferente a como lo haría un médium:
-Estoy con Elisa González para hacer contacto con el cuerpo de Mizraín Salgado… ¿Estoy
en contacto con el cuerpo de Mizraín?- Repitió la pregunta varias veces hasta que, según
ella, una pierna de Elisa se contrajo para dar una respuesta afirmativa. Cuando se
“estableció el contacto” comenzó a decir parejas de órganos que leía de una lista, algo así
como “hígado-timo”, “glándula suprarrenal derecha-cerebelo izquierdo”. Cada vez que las
piernas se hacían desiguales, ella anotaba con qué par lo había hecho. Después de recorrer
su lista de parejas, preguntó varias veces: “¿Es un tumor de cáncer?... ¿Es un tumor de
cáncer?”. Hizo algunas anotaciones, e hizo que Elisa se sentara en la cama. Con aire de
autoridad dijo:
-Su pierna está fracturada. Pero lo que él tiene no es cáncer…
¿¿¿Qué??? Me pregunté yo. No era necesario haber hecho ningún “escaneo” para ver que la
pierna estaba fracturada. ¿Y cómo se atrevía a decir que no era cáncer con base en una
pregunta contestada con una supuesta contracción? Exasperado, pero tratando de mantener
la calma dije que lo importante era ver qué hacer en ese momento. Sugerí llamar una
ambulancia y llevarlo a Urgencias del Seguro. Mizraín, al borde del llanto, me dijo que no
quería ir. Con toda calma le dije que lo que tenía era algo de emergencia, que no podía
quedarse acostado con la pierna fracturada. Él temía que, llegando al hospital del Seguro, le
amputaran la pierna. Lo traté de calmar diciendo que no harían algo así, que primero le
harían estudios. Resignado, aceptó la propuesta. La “doctora” llamó al teléfono de
emergencias. Mientras esperábamos que llegara la ambulancia, le pregunté cómo era eso de
la terapia de imanes. Como la reconocí como una compañera de generación de la
secundaria, también le pregunté que si había estudiado medicina. No, no había estudiado
medicina, sino que había tomado un curso con un tal Dr. Goitz, inventor de aquella terapia.
Le pregunté acerca del “escaneo” y me dijo que el ADN de las células “quería” hablar y
que sólo había que preguntarle. Mi mandíbula inferior cayó hasta el suelo. ¿Preguntarle?
¡Claro!, el ADN se comunicaba con nosotros mediante las contracciones involuntarias de
los músculos… Como llegó la ambulancia, ya no pude continuar con la muy científica
conversación.
Por increíble que parezca, el tal Dr. Goitz tiene el aval de la Universidad de
Chapingo. También tiene acusaciones en Chile y Costa Rica por fraude. Pero en México
tiene su consultorio, tiene seguidores alumnos que lo veneran como un “gurú” e imparte un
montón de cursos a estudiantes que no necesariamente tienen que tener estudios de
medicina.
Unas tres semanas después, Mizraín fue enviado de regreso a su casa, en espera de
los resultados de los estudios. Desde luego, a pesar de lo que el ADN le dijo a la “doctora”,
se confirmó el diagnóstico: osteosarcoma. El tratamiento consistiría en quimioterapia para
reducir el tumor. Luego tratarían de salvarle la pierna con cirugía. Pero Mizraín, para mi
sorpresa, se negó. Quería seguir intentando lo de la magnetoterapia, pero ahora
directamente con el mismísimo Dr. Goitz. Los médicos de traumatología aceptaron a
regañadientes, dándole plazos para que los estudios radiológicos arrojaran alguna mejoría.
Traté de convencerlo, pero fue inútil. Hablé con Elisa y me dijo que no podía hacer nada.
Así que buscaron al Dr. Goitz. Afortunadamente, cuando les dio la consulta, yo estaba de
viaje. No quería ser partícipe de un acto que, por muy esperanzador que pareciera, me
resultaba simplemente estúpido.
Elisa me contó emocionada como fue la consulta: El Dr. Goitz no abrió los sobres
donde estaban las radiografías de la pierna de Mizraín. Solamente pasó las manos por
encima y supo cómo estaba su caso. La vi tan esperanzada que no me atreví a hacerle ver la
idiotez de la situación. El Dr. Goitz, muy precavido, dijo que por qué se habían tardado
tanto en irlo a ver, que el “doctor” de Tlaxcala había hecho mal el tratamiento. Pero que
trataría de hacer lo que pudiera, aunque sin asegurar nada…
Un día, en una visita que les hice, me dijeron que Mizraín estaba muy animado por
una película que había visto. Se llamaba “Más Allá de la Luz” y trataba de un “sanador”
que hablaba con los mismísimos ángeles y que tenía el poder de curar proyectando “amor”.
Elisa me dijo que dicho sanador, llamado René Mey, estaba de visita en México. Que
estaría en Zumpango y que si podría llevarlos…
Antes de ir a Zumpango, por azares de mi trabajo como músico, fui a caer a la casa
de un pianista cuya esposa, miren nomás qué casualidad, era la productora de la película
“Más Allá de la Luz”. En una lujosa casa de Tepoztlán, Mor., la meca del New Age en
México, departían varias personas, hablando muy animadas de ganancias y negocios que
avanzaban. Entonces me di cuenta que hablaban de la misma película. Pregunté de manera
despistada quién era el tal René Mey. Casi me pegan:
Observé a los que estaban ahí: un francés que resultó ser el director de la película,
huésped de Paul, el pianista y su esposa María Eugenia, una mujer guapa aunque flaca y
huesuda, que por no sé qué razón, me cayó mal. Estaba un señor como de unos 60 años, que
hablaba mucho e insistía en hacer chistes malos. Paul, musitó a mi oído:
-¿Sabes quién es él?
-No…
-¡Es Carlos Martínez!
-¿?
-¿No sabes quién es Carlos Martínez?
-No…
-¡Es el “contactado” más importante del mundo! ¡Es reconocido por la NASA!
Para los que no lo saben, un “contactado” es una persona que ha tenido contacto con seres
de otros planetas. El tal Carlos Martínez, hace años, afirmó haber visto un OVNI al que le
tomó un video borroso y confuso (¡por supuesto!). También afirmó que a partir de esa
experiencia, los extraterrestres se comunicaban con él (¿Para qué? ¿Para que les cuente sus
chistes malos?). Este señor vivía de dar conferencias a crédulos, mostrando la “evidencia”
de su video y era socio de la dichosa película “Más Allá de la Luz”. (Pregunta: si Carlos
Martínez habla con extraterrestres y René Mey con los ángeles, ¿pueden comunicar a los
extraterrestres con los ángeles? ¿De qué hablarían?: “Blip blip… hola Gabriel, quióbo
Zamael. El otro día, cuando estacionaba el OVNI, los vi sentados en una nube…Y qué tal
¿mucha turbulencia?”).
También estaba una chica guapa pero no muy inteligente, seguidora fanática del tal
René Mey y, según ella, era evidencia viva de que la magnetoterapia del Dr. Goitz la había
salvado de una leucemia galopante. Mencionaron que el sanador estaría próximamente en
Zumpango. Como si nada, dije que llevaría a un amigo con cáncer…
-Pero claro! ¡Él puede curarlo!...
Maria Eugenia decía que también ella se comunicaba con los ángeles. Es más: le inspiraban
canciones que Paul arreglaba, grababan y vendían en CDs . Se hacía llamar algo así como
“Azmari: la voz de los ángeles”. Las canciones eran de lo más fresa que puedan imaginar.
Pensé que los ángeles que la inspiraban tenían un gusto musical muy pinche…
Tiempo después me enteré que Maria Eugenia, “Azmari: la voz de los ángeles” le
ponía los cuernos a Paul con su huésped, el francés “cineasta”. ¡Qué angélicos y
espirituales!
Convencido que había caído en una olla de imbéciles, pensé en el drama de Mizraín
esperanzado en un farsante embaucador. Sin embargo, en contra de todas mis convicciones,
accedí a llevarlos a Zumpango, donde René Mey daría una conferencia, una sesión de
“sanación” y un taller de meditación.
En mi coche fuimos Mizraín y Fanny, su novia, Elisa, Jared y yo. Todos iban muy
contentos de poder ir a conocer a tan “ilustre” personaje. Yo ya había investigado lo que se
decía en internet del tal sanador. Me enteré que en Francia, su país de origen, tenía
problemas judiciales por fraude. Sin embargo, no quería ser un aguafiestas y fui con mi
mejor cara. El evento se realizaría en un lugar donde se hacen eventos como retiros y
convenciones. Llegamos y el lugar estaba atiborrado. Había muchas personas con muletas y
sillas de ruedas. La conferencia ya había comenzado. René Mey, un hombre calvo cercano
a los 60 años, sin ningún rasgo sobresaliente ni personalidad carismática, hablaba con un
español difícil de entender por el fuerte acento francés. Lo que decía era el mismo rollo que
puede encontrarse en cualquier libro de autosuperación. Lo curioso era que decía que todas
esas tonterías se las habían transmitido los ángeles. Dijo que también le hablaban los
animales y las plantas y que todo se resumía al amor, que el amor lo podía todo… Una
lágrima asomó a mis ojos y se arrojó por el abismo de mi cachete izquierdo al escuchar
aquellas profundísimas palabras…
Una gorda vestida de blanco dijo por micrófono que a continuación se realizaría la
“sanación”. Rene Mey volvió a tomar el micrófono y dijo que sus “terapeutas” pasarían
repartiendo unos papeles para que cada quién anotara su deseo. Cuando todos los asistentes
tuvieron su papel y un lápiz, pidió que cada quién, desde lo más profundo de su corazón,
anotara lo que más deseara en ese momento. No quise quedarme fuera, así que también
pedí papelito y anoté, con mi mayor sinceridad, el deseo que en ese momento me invadía
con fuerza. Anoté: “Deseo que se acaben los farsantes como René Mey, que solo vienen a
embaucar a los crédulos y a aprovecharse de ellos”. Pidió que colocáramos el papel sobre el
corazón y pensáramos “con fuerza” en nuestro deseo (¿y cómo carajos se piensa “con
fuerza”? ¿pujando? ¿apretando los ojos y poniendo cara de haber chupado un limón?).
Seguí sus instrucciones al pie de la letra. Luego dijo que pusiéramos el papel doblado en la
mano derecha y que, con esa misma mano, tomáramos la mano izquierda de la persona más
próxima, para hacer una cadena con todos los asistentes para que así le fueran
“transmitidos” todos los deseos. René tomo con ambas manos la mano de la persona en el
extremo de la cadena y supongo que pensó con mucha “fuerza”, porque puso cara de estar
cagando una sandía…
Luego, anunció que sus “terapeutas”, puras gordas vestidas de blanco, pasarían a recoger
los papelitos (¡cómo! ¿Qué no le habían sido ya transmitidos?) con dos bolsas. En una,
había que poner el papelito y en la otra, un donativo voluntario. Muy oportunamente repetía
que “así como se diera, se recibiría”. ¡Ah, qué ser de luz tan generoso! Puse mi papelito en
una bolsa y simulé poner una moneda de diez pesos. Cuando terminó la recolección,
vaciaron la bolsa de papelitos en un cesto. La bolsa del dinero no la vi más. Por un
momento pensé que haría algún acto de adivinación con los papelitos, pero no hizo nada.
Sólo pusieron la cesta en el estrado. Luego pidió que se acercaran todos los niños
presentes. Se sentó con los pies cruzados en un cojín y pidió que sentaran a los niños a su
alrededor. Otra vez imaginé que haría algún acto de magia, pero volvió a decepcionarme.
Dijo que meditaría acompañado de la energía de los niños, que dócilmente se sentaron a su
alrededor. Tal vez esperaban que repartiera dulces o globos en forma de perrito o algo así,
pero nada. Sólo “meditó” inmóvil mientras los niños se impacientaban. Cuando abrió los
ojos y se levantó, puso cara de imagen de San Martín de Porres. Las gordas retiraron a los
niños y pidieron que se formaran en orden, porque había llegado el momento tan esperado
en que René tocaría a los asistentes. Pidieron que no se amontonaran, que René pasaría con
todos.
Ayudé a acomodar a Mizrain en una silla, sosteniendo sus muletas a su lado. René
comenzó a recorrer las filas. Detrás de cada persona que tocaba, estaban dos gordas para
“ayudar”. Una mujer lloró histéricamente cuando fue tocada. Otras personas caían hacia
atrás y se quedaban sentadas, llorando o en silencio. Cuando estuvo frente a mí, pensé “con
fuerza” en mi deseo, a ver si lo captaba. Digo: si habla con los ángeles, seguro podrá leer
mi pensamiento. Pero no. Ni cuenta se dio. Sólo puso su mano en mi cabeza mientras las
gordas me jalaban de los hombros para sentarme. Caí en la cuenta de cuál era su función:
jalar a las personas para que pareciera que “caían” al toque de sus manos. Tocó a Mizraín
en la cabeza y luego estuvo toqueteándole la pierna enferma, con cara de pujido. Luego
tocó a Elisa, que lloraba en silencio…
Sentí rabia, impotencia, enojo… Aquellas personas, con muy poco sentido común,
iban a que ese farsante las “curara”. Vi a unos padres, esperanzados, pidiendo que tocara a
su hijo, un niño con una grave parálisis. Sillas de ruedas, muletas, bastones, personas sin
pelo, personas con sondas, todo tipo de enfermos esperando que la solución de sus
problemas viniera de ese timador. No hubo ningún milagro, ningún paralítico se levantó de
su silla, nada…
Cuando terminó el recorrido, anunciaron que las personas que desearan tomar el
taller de meditación, podrían inscribirse mediante el pago de $600. Una vez que tomaran
dicho taller, estarían calificadas para abrir su propio “Centro René Mey” y dar “terapias”.
Por eso anunciaban que había miles de “Centros René Mey” alrededor del mundo…
Mizraín dijo estar cansado y que quería regresar ya. No quiso ver los videos y los libros que
se vendían “como pan caliente” Me pareció ver una mirada entristecida. Durante el trayecto
de regreso, no hablamos de lo ocurrido…
La siguiente vez que los visité, Elisa estaba enferma. Tenía dolores abdominales y
no podía caminar. Tenía que ser sometida a una cirugía. No sé exactamente cuál era su
enfermedad. Sólo sé que la operación se complicó, la condición de Elisa se fue agravando y
tuvo que ser internada en terapia intensiva. Por si las cosas no estuvieran lo suficientemente
mal, Jared fue despedida de su empleo. Demasiado agobiada para pelear, aceptó lo que le
dieron de liquidación y se regresó a Pachuca. Ahora ella tenía que hacerse cargo de los dos
enfermos.
Yo quería visitar a Elisa, pero estuvo más de un mes en terapia intensiva. Cuando
salió me avisaron que ya estaba mejorando y que ya podía visitarla. Era jueves. Me
organicé mentalmente y decidí que el lunes la visitaría. Mizraín me dijo:
-Ya no puedo más. Quiero que me quiten la pierna. Quería intentar otras terapias, pero ya
no puedo. Me quiero internar mañana. ¿Podrías llevarme en tu coche? Si pido la
ambulancia, esto se va a tardar más… Recuerdo que tosió muy fuerte. Lo miré temiendo
algo peor. Pareció leerme el pensamiento:
-Además, ya tengo el cáncer en los pulmones…
Quedé de acuerdo para pasar al día siguiente a las cinco de la mañana para llevarlo
al Centro Médico. Más tarde me llamó y me dijo que un vecino se había ofrecido a llevarlo,
así que ya no era necesaria mi ayuda. Ese mismo día, ya cerca de las 12 de la noche, recibí
un mensaje suyo. Pensé que el vecino le había quedado mal. El mensaje decía: “Amigo, mi
mamá acaba de fallecer”.
La operación salió bien, aunque le amputaron la pierna hasta la ingle. Además, con
la operación y el cáncer, los pulmones se le llenaron de líquido, lo que le hacía que
respirara desesperadamente a jadeos. Lo punzaron y le extrajeron más de un litro de
líquido. Jared me pidió que me hiciera cargo de Luna, la perrita y que hiciera unos trámites
en el Seguro de Pachuca. Cuando regresé a visitarlo, ya estaba un poco mejor. Me dijo
entonces que, a pesar de todo lo malo, quería darme una buena noticia: Fanny estaba
embarazada y sería papá. Lo felicité y le dije que la vida compensaba siempre. Me dijo que
ahora tenía un motivo para luchar, para darle la batalla a la enfermedad. Quería conocer a
su hijo y quería verlo crecer…
Estuvo varios días internado hasta que lo mandaron a su casa. Yo tuve trabajo, así
que me mantuve sólo en contacto telefónico por varios días. Supe que pronto comenzarían
las quimioterapias, aquello a lo que tanto temía, pues había visto a su padre sufrir unas
quimios que resultaron inútiles y sólo prolongaron su agonía. Le pregunté a Jared si no
necesitaban nada y me dijo que no, que la ambulancia lo recogería y lo regresaría cada vez
que hubiera sesión de quimio. También le pregunté por el embarazo de Fanny. No había tal.
Mizraín se quedaba sin su motivo para luchar…
-Te hablo para avisarte que Mizraín murió ayer. Simplemente no despertó. Ya lo
cremamos…
Cuando regresé de Brasil, tuve una semana un tanto ajetreada, pues volvería a salir
de viaje. Me prometí a mí mismo ir a visitarla cuando regresara de ese otro viaje. Le mandé
un mensaje saludándola y y diciéndole que contara conmigo y cosas así. Solo contestó con
un lacónico “gracias”. Pensé que la muerte de Mizraín sería el punto final de esta historia,
que Jared, con ayuda de tíos y primos, reharía su vida. Pero me equivoqué.
-Hola Jared ¿Necesitas algo?- pregunté mientras pensaba en cómo ayudarla si yo no estaba
en Pachuca…
-No soy Jared. Soy su prima. Le llamo para avisarle que Jared acaba de fallecer…
¿Qué? ¿Cómo? No entendía que ocurría…
-Pero… ¿qué pasó?
-Jared padecía lupus. La internaron hace unos días y hoy murió…
No pude contenerme y lloré. Lloré por Mizraín, un joven con sueños y aspiraciones
cuya vida se truncó, no sólo a causa del cáncer, sino tal vez por la irresponsabilidad de
“magnetoterapeutas” y sanadores. Lloré por Elisa, una mujer entregada a cuidar a sus hijos
celosamente. Lloré por Jared, la última en irse de la familia… Pensé que tal vez había sido
lo mejor, pues sin padre, sin madre y sin hermano, quedaba sola.
Me reproché no haber hecho más por ellos. Me reproché no haber sido más firme en
desenmascarar la farsa de la dizque terapia con imanes. Me reproché haber pospuesto tres
veces mi visita, primero con Elisa, luego con Mizraín y finalmente con Jared. Ahora, toda
aquella familia con la que sin querer me involucré, todos ellos, se fueron. Una familia
entera se extinguió sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Todo en unas cuantas semanas.
Quisiera echar el tiempo para atrás para poder ir a visitarlos, pero ya no es posible.
La casa está sola. Me preocupaba mucho la suerte de Lunita, la chihuahua, que quedaba en
el desamparo, pero me dijeron que la adoptaría un primo de ellos. Dicen que los perritos, a
veces, cuando pierden a sus dueños, se mueren de tristeza. Ahora se, de primera mano, que
la gente también puede morirse de tristeza. Dicen que Jared murió de lupus. Puede ser, pero
yo creo que Jared murió de tristeza…
Septiembre de 2011.