GREGORIO NACIANCENO - Fuga y Autobiografía

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gregor1o nac1anceno
FUGAy ,
AUTOBIOGRAFIA

editorial ciudad nueva


Gregorio Nacianceno
FUGA Y AUTOBIOGRAFIA

Los estudiosos coinciden unammemente


en que Gregario -el Padre del Oriente
más identificado con la cultura griega­
viene a ser como el punto de encuentro
más completo y realizado, entre el realis­
mo cristiano y el idealismo helénico. En
él vinieron a integrarse, después del con­
traste inicial, el mundo cultural pagano y
el incipiente desarrollo de la cultura cris­
tiana. Con Gregario surge, con armónica
y plena dignidad, la poesía cristiana en
lengua griega.
El éxito de Gregario como poeta, a tra­
vés de los siglos, es la confirmación más
valida y segura de ese reconocimiento.
Publicamos en este volumen la traduc­
ción íntegra de su Autobiografía (Car­
men de vita sua), sin duda la más bella
autobiografía en verso de la lite-ratura
griega, además de ser la primera; y junta­
mente con ella una obra en prosa, La
fuga (Sermo apologeticus de fuga), que se
cuenta entre sus primeros escritos y que,
esencialmente, constituye un verdadero
tratado sobre la naturaleza y la responsa­
bilidad del sacerdocio. Este tratado sirvió
como modelo y fuente a Juan Crisósto­
mo y a Gregario Magno.
Estas dos obras enmarcan .toda la activi­
dad ministerial, llena de trabajos y difi­
cultades y verdaderamente paradigmática
de Gregario. La primera puede situarse
en los comienzos de su sacerdocio, hacia
el año 362, mientras que la segunda fue
escrita inmediatamente después de su di­
misión como obispo de Constantinopla,
en la que se hallaba presidiendo el segun­
do Concilio ecuménico oriental (381 ) .

Dos auténticas joyas de la literatura grie­


ga, que por primera vez se editan en cas­
tellano.
BIBLIOTECA DE PATRÍ STICA
35
Gregorio Nacianceno

FUGA Y
AUTOBIOGRAFÍA
Introducción y notas de Luigi Viscanti
Traducción del griego de Santiago García Jalón

Editorial Ciudad Nueva


Madrid-Buenos Aires-Santafé de Bogotá
Montevideo-Santiago
Reservados todos los derechos. No está permitida, sin la autorización es­
crita de los tiiulares del Copyright, bajo [as sanciones establecidas en las
leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como
la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1996, Editorial Ciudad Nueva


Andrés Tamayo 4 - 28028 Madrid (España)

ISBN: 84-89651-16-7
Depósito Legal: M-41305-1 996

Impreso en España - Printed in Spain

Imprime: Omnia Industrias Gráficas


INTRODUCCIÓN G ENERAL

En el variado panorama de la literatura griega cris­


tiana del siglo IV, destaca la singular personalidad de
Gregario Nacianceno quien por su agudeza intelectual,
por su poderosa creatividad y por la inquietud de su es­
píritu es considerado el más griego de los Padres.
Los estudiosos reconocen unánimemente, que en Gre­
gario tiene lugar un felicísimo y completo acuerdo entre
el realismo cristiano y el idealismo helénico. Y, por una
vez, filólogos y teólogos, cada uno en su terreno, llegan
a una mis�a conclusión: una original síntesis de theo­
na. y prax1s.
Es en Gregario donde comienza a adquirir natura­
lidad el engaste del cristianismo en el mundo pagano,
que hasta entonces se había logrado sólo de un modo
parcial y no exento de violencias. Con Gregario cobra
plena y armoniosa dignidad la poesía cristiana en len­
gua grzega.
El ininterrumpido éxito de nuestro autor a través de
los siglos es la mejor y más válida confirmación de lo
que estamos diciendo. Es muy significativo que en el
mundo occidental se atribuya a Agustín de Hipona el
mismo papel y la misma sensibilidad que a Gregario
Nacianceno.
Publicamos ahora la traducción completa de La au­
tobiografía (Carmen de vita sua) de Gregario Nacian­
ceno, sin duda la más bella autobiografía en verso de
la literatura griega, además de ser la primera. Y junto
con ella una obra en prosa, La fuga (Sermo apologeti-
6 !NfRODUCC!ON GENERAL

cus de fuga), una de las primeras piezas oratorias es­


critas por Gregario, que es propiamente y en esencia un
auténtico tratado sobre el sacerdocio, del que se sirvie­
ron como modelo y fuente Juan Crisóstomo y Gregario
Magno, respectivamente para El sacerdocio y la Regla
pastoral.
Como se ha dicho anteriormente, el continuo inte­
rés por los escritos de Gregario Nacianceno y el éxito
que lo acompaña tienen su comprobación más palpable
en la extraordinaria cantidad de colecciones, estudios y
traducciones que, desde hace quince siglos y sin solución
de continuidad, se registra en todo el mundo.
Las dos obras cuya traducción presentamos ahora,
de alguna manera enmarcan toda la actividad ministe­
rial, ardua y paradigmática de Gregario Nacianceno.
En efecto, La fuga se sitúa al comienzo de su sa­
cerdocio (362), mientras que La autobiografía fue escrita
inmediatamente después de su dimisión como metropo­
lita de Constantinopla, ciudad en la que estaba presi­
diendo el segundo Concilio ecuménico oriental (381).
Estas dos joyas de la literatura griega, recogidas ya
por Migne 1, constituyen un testimonio del mutuo in­
flujo entre los dos mundos, el pagano y el cristiano.
Sobre todo a la luz de los últimos estudios espe­
cializados se descubre cómo queda aún por hacer un
2,

estudio nuevo, orgánico y completo, capaz de ilumi-

1. La editio princeps de las obras de Gregorio Nacianceno se


remonta al 1550. Más completa es la de los benedictinos de San
Mauro: Sancti Patris nostri Gregorii, Theologi vulgo Nazianzen� ar­
chiepiscopi Constantinopoli, opera quae exstant omnia, 2 vol., París
1 778-1 840. Es ésta la edición reproducida por Migne en la Patro­
/ogia Graeca, vol. XXXV-XXXVIII.
2. Cf. I/ Symposium Nazianzenum, Lovaina, 25-28 de agosto
de 1981. Actes edités par J. Mossay, Paderborn 1983.
INTRODUCCIÓN GENERAL 7

nar sinópticamente los múltiples relieves, en ocasiones


sólo apuntados, de la compleja personalidad de Gre­
gario Nacianceno.
Nuestra traducción de La fuga ha sido elaborada
sobre el texto crítico presentado por J. Bernardi en el
número 247 de Sources Chrétiennes, páginas 84-240, Du
Cerf, París 1978. Con ella se pretende llenar un vacío
existente en la producción editorial española. Para La
autobiografía, considerada una obra maestra en su
género, hemos tomado como texto base el publicado por
Migne 3, a falta de una edición crítica nueva y defini­
tiva, que se requiere con urgencia.
La fuga presenta páginas en las que deberíamos de­
tenernos con especial atención. Abordan cuestiones de
plena actualidad que, revisadas a la luz de la filosofía
platónica, aristotélica, estoica y neoplatónica', reciben una
respuesta plenamente religiosa en la que se percibe el eco
de lreneo, Orígenes, Atanasia y Cirilo de jerusalén.
La llamada constante a la unidad, a la humildad,
al timor Dei, al sentido de responsabilidad, resuena
con una fuerza que afecta al lector atento hasta con­
mover su espíritu, pues es claramente fruto de una
experiencia avalada por el dolor y no meras declama­
ciones escolásticas u oratorias. Gregario «no se vincula
servilmente a ninguna escuela» ni se escuda en un vago
sincretismo filosófico-religioso, sino que habla con auto­
ridad nacida de la práctica cotidiana de los preceptos

3. Patrologia Graeca 37, col. 1029- 1 1 66.


4. Cf. A. M. MALINGREY, Philosophia. Étude d'un group de
mots dans la littérature grecque des Présocratiques au IV siecle apres
}. C., París 1961, pp. 207-261. Cf. item GREGORIO NACIANCENO,
Homilías sobre la Natividad, Introducción (preparada por C. Mo­
reschini), Madrid 21992, pp. 39-41 .
8 INTRODUCCIÓN GENERAL

bíblicos 5 que se hallan en el origen de su inquietud


interior.
Si desde el punto de vista formal el análisis del De
fuga y de los demás discursos y poesías revela una es­
merada formación retórica, cuando se atiende al conte­
nido se percibe con claridad el extraordinario cuidado
puesto por Gregorio en el tratamiento de los problemas
de la ortodoxia trinitaria y de las controversias cristo­
lógicas y lo justo de su apelativo de Teólogo• 6• Eso

mismo puede advertirlo el lector en La autobiografía,


en la que Gregorio, ya desde el 379, en Constantino­
pla -es decir cuando padecía la hostilidad de/poder cons­
tituido- aparece predicando con apostolado heroico los

5. P. GALLAY, La Bible dans l'oeuvre de Grégoire de Na­


zianze le Théologien, en Le monde grec ancien t:t la Bible, París
1984, pp. 313-334. Cf. A. QUACQUARELLI, Scuola e cultura dei
primi secoli cristiani, Brescia 1984, p. 6: «La ·Biblia constituye la
inspiración de toda empresa educativa y en ese sentido la edUca­
ción cristiana, por su unidad de perspectiva, retorpa las cuestio­
nes de las raíces y transmite los resultados más válidos de la _ci­
vilización clásica-pagana a los nuevos géneros literarios de la exé­
gesis bíblica y de la liturgia». Cf. ítem V. RECCHIA, La iniciación
bíblica en los autores cristianos antiguos, en .e;Veteta Christiano­
rum• 2 (1964), pp. 67-99. Cf. W. ]AEGER, Cristianesimo primiti­
vo e paideia greca, Florencia 1966, pp. 118-120 (passim): •Igual
que la paideia griega consistía en el total del corpus de la litera­
tura griega, así sucede con la paideia cristiana y la Biblia ... La for­
mación del hombre cristiano, su mórphosis es efecto de su estu­
dio constante de la Biblia».
6. Gregorio no fue sólo un lúcido expositor de la fe en la
línea de la tradición, sino también un seguro impulsor de la misma,
especialmente en la proclamación de la divinidad del Espíritu
Santo contra los pneumatómacos, en la confesión de la duplici­
dad de naturalezas en Cristo contra los apolinaristas y en la afir­
mación de la especial gracia de predestinación concedida a María
(Theotokos).
INTRODUCCIÓN GENERAL 9

conceptos nicenos sobre la Trinidad, en sus cznco me­


morables discursos teológicos 7•

Todo el apostolado de Gregario en la capital orien­


tal del Imperio romano, no fue sino la lucha valerosa
y coherente de un hombre que defiende públicamente
su credo, arriesgando repetidamente su vida, y convir­
tiéndose en el objetivo de la arrogancia violenta e in­
tolerante de la comunidad arriana 8 de aquella ciudad,
conducida por el obispo Demófilo.
De la mayor importancia es, por tanto, la misma
concepción del apostolado tal y como se configura en
Gregario. La verdadera razón de la composición misma
del discurso, encaminado a dibujar y exaltar la digni­
dad del sacerdocio, es el intento de reafirmar en su fe
al pueblo cristiano a fin de mejor prevenirlo para resistir
a la divulgación de la herejía.
Es igualmente necesario espigar de entre las pala­
bras de Gregario la formulación de las peculiares rela­
ciones entre fieles y obispos y de las de éstos entre sí,
cuando los últimos a menudo se encuentran marcados
por actitudes, envidias o intereses personales sobre los
que recae la denuncia de Gregario. En esas páginas se
encuentran abundantes datos sobre las relaciones entre
metropolitano y obispos, las de los obispos entre sí y
sobre la primada de la Cátedra de Roma sobre la de
Constantinopla 9•
Junto a las reflexiones sobre la teología bíblica y
sobre la economía de la salvación, figuran intercaladas

7. La Trinidad fue el centro de su enseñanza y de su vida. Más


ampliamente, el mismo misticismo de Gregorio no fue sino la estricta
proyección de su teología. Sobre esa teología trinitaria, cf. GREGORIO
NACIANCENO, Homilías sobre la Natividad, cit., lntrod., pp. 7-16.
8. Cf. M. SIMONETI'I, La crisi ariana del IV seco/o, Roma 1975.
9. Cf. Vita, vv. 562-575.
10 INTRODUCCIÓN GENERAL

sin orden fijo ni preestablecido, otras acerca de la li­


turgia sacramental'' o la amistad cristiana. Igualmente
esclarecedoras son las consideraciones acerca de la vir­
ginidad y el matrimonio. Las opiniones opuestas sobre
la vexata quaestio del lirismo de los versos de Grega­
rio no han logrado aún un acuerdo. Nuestro autor es
un gran poeta, pero no en el sentido en que puedan
serlo Virgilio o Machado, aunque comparte con ellos la
pasión de sentimientos, violenta unas veces, dulce otras,
que en Gregario aparecen trasladados al campo de la
vida y el sufrimiento cristianos. Algunas confidencias au­
tobiográficas tienen un vigoroso poder de evocación del
que la crítica no se ha dado cuenta todavía. Su impul­
so apasionado y su sensibilidad son perceptibles a tra­
vés de la métrica cuantitativa y de la rítmica métrica
en el Himno vespertino 11 y en la Exhortación a una
12•
virgen
La poesía de Gregario es la de un teólogo, que se
hace imperceptible si no se la contrasta permanentemente
con el objetivo que se propone. Incluso sus constantes
titubeos que hicieron que la crítica de la primera
13,

mitad de nuestro siglo lo tuviera por poco apto para las


cuestiones prácticas, deben ser revisados a la luz de nu­
merosas razones de diversa índole.
No debe pasarse por alto el significado de su nom­
bramiento como obispo de Sásima hecho por Basilio.

10. Cf. La fuga, 16. 22. 73.


1 1 . PG 37, 511-514.
12. PG 37, 632-640.
13. Gregario vaciló ante la perspectiva de enseñar retórica en
Atenas: se retiró a un monasterio tras haber sido ordenado sacer­
dote a su pesar; después de su consagración episcopal rechazó la
sede de Sásima; por fin, renunció a la presidencia del Concilio de
Constantinopla para tratar de poner fin a las disensiones entre los
Padres conciliares.
IN'fRODUCCJÚN GENERAL 11

Aunque Gregario nunca pondrá el píe allí, sólo la con­


sideración de que reunía las condiciones apropiadas pu­
dieron llevar a Basilio a encargarle esa sede. No puede
pensarse que Basilio, obispo de Cesarea, ignorara qué
requisitos debía reunir el pastor a quien habría de
encargarse la nueva sede de Sásima. Además, sólo el
sentido práctico de Gregario salvó el Concilio de Cons­
tantinopla apaciguando las disputas entre algunas fac­
ciones 14•
Fue Gregario también quien «consiguió la paz entre
Gregario el Viejo y los monjes de Nacianzo que se ha­
bían separado de su obispo porque éste, con ingenuidad,
había firmado la equívoca fórmula trinitaría de Rími­
ni (364)». Fue Gregario quien «intervino para reconci­
líar a Basilio con el hosco Eusebio, obispo de Cesarea
de Capadocia (365)•.
Es imprescindible efectuar nuevas y rigurosas inves­
tigaciones filológicas que nos aproximen mejor al carácter
de Gregario Nacianceno. Para terminar: cuando impera
la moda de la llamada «teología del genitivo•, seguir a
Gregario, el teólogo por antonomasía plenamente inserto
en la sequela Christi, permitirá recuperar el verdadero
valor de un calificativo como el de teólogo, del que
tanto puede abusarse.

14. J. MOSSAY, La mort et l'au-dela dans saint Grégoire de Na­


zianze) Lovaina 1966, pp. 296-305.
Gregorio Nacianceno

LA FUGA
INTRODUCCIÓN

a) La vida de Gregario antes de la composición de


La fuga

Gregorio, llamado el Nacianceno por la ciudad


de Nacianzo en Capadocia, donde era obispo su
padre, Gregorio el Viejo 1, nació en Arianzo 2 en
torno al año 330. El nombre de su madre era
N onna ' y el de sus hermanos Gorgonia 4 y Ce-

1. Rico terrateniente, fue primero miembro de una secta ju­


daica que adoraba a un Dios altísimo cuya representación plástica
prohibía. A los cuarenta y cinco años, en el 325, recibió el bautis�
mo gracias a la acción de su mujer, Nonna, cristiana ferviente. En
el 361 ordenó sacerdote a su hijo. Gregario escribió su elogio fú­
nebre (GREGORIO NACIANCENO, Oratio funebris in patrem, PG
35, 985-1044).
2. Feudo rural de sus padres.
3. Deseosa de tener un hijo varón, se dirigió a Dios y fue es­
cuchada. En sueños se le reveló claramente el nombre de Gregario
y vio su rostro con nitidez (cf. PG 37, 1034-1035). Gregario la re­
cuerda con gran devoción en la oración fúnebre por su padre (PG
35, 993.996-997), en la de su hermano Cesáreo (PG 35, 257-260) y
en la de su hermana Gorgonia (PG 35, 793-794), así corno también
en el epitafio 99: «Aquí yace Nonna, hija de Filtacio. ¿Dónde/
murió? En este templo. ¿Y cómo? Rezando. 1 ¿A qué edad? En la
vejez. Oh, noble vida y santa muerte» (PG 38, 60).
4. Hermana mayor de Gregorio, se casó con Alipio, a quien
convirtió al cristianismo. También de ella escribió Gregorio el elo­
gio fúnebre (PG 35, 789-818), describiendo sus altísimas dotes mo­
rales y en particular su generosidad y su dedicación a los pobres.
16 INTRODUCCIÓN

sáreo 5• Cursó entero el curriculum studiorum, primero


en Nacianzo, luego en Cesarea de Capadocia, donde trabó
con Basilio una amistad fraternal, más tarde en Cesarea
de Palestina ' y Alejandría y por fin en Atenas, donde
volvió a encontrarse con Basilio 7 y conoció a Juliano',

Son delicadísimas las imágenes con que aparece representada en el


epitafio 22: «Hija querida de Gregario y Nonna, aquí yace/ Gor­
gonia, sacerdotisa de la vida celeste» (PG 3 8, 21) y en el epitafio
23: «Nada Gorgonia confió a la tierra, sino sus huesos: 1 todo lo
confió siempre al cielo» (PG 38, 22).
5. Hermano menor (331-369). Médico de gran fama, cuya sa­
biduría y piedad alabó Gregario en su discurso fúnebre. Vivió en
la corte de los emperadores Constancia, Juliano y Joviniano, dis­
frutando de altísimos honores y ocupando importantes cargos de
gobierno. Escapado milagrosamente al terremoto de Nicea (368},
cambió de vida, distribuyó a los pobres todas sus riquezas y se en­
tregó a la vida eremítica hasta su muerte, acaecida pocos meses más
tarde.
6. Constituida capital de Palestina tras la destrucción de Jeru­
salén el año 70 d.C.
7. Basilio (330-379), nacido en el seno de una familia aristo­
crática y culta, cultivó los estudios retóricos, fue coetáneo y amigo
de Gregorio, con quien compartió en varias ocasiones una vida as­
cética, y juntos colaboraron en la composición de la Philocalia, an­
tología de Orígenes. Téngase presente, por el contrario, la tesis de
M. Harl, que niega a los capadocios la autoría de esa obra. (M.
HARL, Origéne, Philocalie, 1-20, SCh 302, París 1983, p. 19-24).
8. Gregorio, espíriru manso y contemplativo, jamás atacó a nadie
con el encarnizamiento que empleó contra el emperador apóstata
(PG 35, 531-720). Llegó incluso a considerar a su adversario, el em­
perador arriano Constancio, casi com<l un modelo de virtud y de
piedad. Juliano había herido profundamente a Gregorio al publicar
el 27 de julio del 362 una disposición que prohibía a los cristianos
el estudio de la culrura clásica. Cf. GREGORIO DE NACIA NZO, La
pasión de Cnúo, Introducción, Madrid 21995, pp. 13-15. No es ne­
cesario recordar que, en opinión de Gregorio, la retórica es un arma
de virtud para quien se sirve de ella honestamente.
INTRODUCCIÓN 17

el futuro emperador. Gregario sintió vivamente el deseo


de cultivar los estudios literarios y estaba decidido a
poner la cultura griega al servicio de la fe cristiana: «To­
davía imberbe, me poseía un apasionado amor por los
estudios literarios. Con el buen uso de los mismos pre­
tendía hacer saludable lo profano» '· Para Gregorio, los
logoi, la cultura griega, son un don del Logos, el Verbo.
Tal fórmula no es sólo un juego de palabras, sino la
expresión de una verdad fundamental10•
En el 358 dejó Atenas 11, donde había enseñado re­
tórica y regresó junto a sus padres. Al muy poco tiem­
po de su retorno a Nacianzo, se retiró a Annesi, lugar
junto al Iris en el Ponto, donde se dedicó a la medi­
tación de la Sagrada Escritura. Gregario creyó que de
ese modo cumplía su promesa de entregarse por ente­
ro a Dios 12, pero su padre, que lo quería como coad­
jutor en la diócesis, lo reclamó en Nacianzo y lo or­
denó sacerdote a pesar de la repugnancia de Gregario
(Navidad del 361 ) Éste, convencido de su indignidad
.

y de no disponer de fuerzas suficientes para desempe­


ñar el ministerio sacerdotal que requería, en su opinión,
capacidad, doctrina y santidad en grado sumo, huyó al
Ponto (Epifanía del 362) junto a san Basilio «para exa­
minarse a sí mismo» 13.
Las apremiantes y repetidas súplicas de su padre y
de los fieles conciudadanos suyos en Nacianzo lo con-

9. Vita, PG 37, 1037.


10. Gregorio había asimilado la cultura clásica y gozaba de una
profunda preparación filosófica. Cf. W. ]AEGER, Cristianesimo pri­
mitivo e paideia greca, cit. p. 91-1 1 O.
1 1 . Tuvo como maestros a los famosos retóricos Tespesio y
Proeresio, a los que dedicó dos epitafios (PG 38, 12.13).
12. Cf. Vita PG 27, 1043; La fuga, PG 35, 413.
,

13. Or. I, PG 35, 395. Se nos han conservado 45 «orationes».


18 INTRODUCC!ON

vencen para que regrese a esa ciudad en Pascua del 362


y el día de Resurrección pronuncia Gregorio un dis­
curso en que dice, entre otras cosas: «He abandonado
brevemente el ministerio para reflexionar sobre mí
mismo; regreso al ministerio este hermoso día al que
me encomiendo para que sostenga mi debilidad y mi
miedo, a fin de que Quien hoy ha resucitado de entre
los muertos me resucite también a mí en el espíritu y
resucitado yo ... sea para vosotros el buen maestro, el
hábil alfarero» 14•

b) Ocasión del libro

En la soledad del monasterio de Annesi, al princi­


pio del 362, Gregorio escribe, antes de su discurso de
Pascua 15, el tratado apologético sobre su huida de Na­
cianzo.
A diferencia de la Oratio I, pensada para un audi­
torio, el De fuga se dirige a lectores 16 y está redacta­
do con un estilo estrictamente literario.
Son muchos los motivos que convergen en este es­
crito, aunados todos por el deseo de Gregorio de es­
cribir sustancialmente un tratado sobre la dignidad y las
cargas del sacerdocio y sobre los requisitos que deben
exigirse a quien quiera desempeñar ese ministerio 17•

14. Or. l, PG 35, 397.


15. Or. 1, PG 35, 395-401 .
16. Or. 11, P G 35, 407-514.
17. La Regla pastoral de Gregario Magno y El sacerdocio de
Juan Crisósromo evidencian que sus autores han profundizado en
el estudio de esta famosa «Oración» del Nacianceno. Lo mismo
puede decirse de Los deberes de san Basilio (del 391) y de la Carta
a Nepociano de san Jerónimo (del 394).
INTRODUCCIÓN 19

Nuestro autor, hombre de temperamento dubitativo e


indeciso, de espíritu sensible y muy impresionable, sigue
inquieto incluso en la paz del monasterio de Annesi.
Sabe que su fuga ha producido escándalo entre los
ciudadanos de Nacianzo. Sabe también que su padre
está verdaderamente necesitado de quien le ayude en el
gobierno de la diócesis, aunque no le perdona el acto
de despotismo que supuso su ordenación sacerdotal.
Además, es consciente de su condición sacerdotal y de
las responsabilidades pastorales que lleva consigo. Por
último, no ignora tampoco que la iglesia de Nacianzo
padece agitaciones debidas a varias cuestiones doctri­
nales y que la presencia de su hermano Cesáreo en la
corte del emperador apóstata es motivo de escándalo
para los naciancenos.
Gregario ha constatado cuánto es el descrédito que
arroja sobre el clero el comportamiento indigno de mu­
chos monjes y de muchos sacerdotes, por todo esto se
avergüenza de ellos y quiere dibujar la verdadera figu­
ra del sacerdote.

e) Estructura y resumen de la obra

Sabedor de su obligación de dar testimonio del pro­


pio ministerio, Gregario, que había atravesado largos
períodos de silencio, se reencuentra a sí mismo cuan­
do se dispone a escribir la defensa de su fuga.
La pertenencia del De Fuga al género de la orato­
ria forense es sólo formal y aparente 18•
El imaginario público ante el que Gregario pro­
nuncia su larguísima exortación es el clero de Nacían-

18. Cf. J. BERNARDI, Grégoire de N., Discours 1-3, cit., p. 30.


20 INTRODUCCIÓN

zo y contra éste y contra las comunidades monásticas


es contra quienes se dirige la enérgica acusación de in­
dignidad e impiedad.
Aunque es un consumado maestro en el uso de los
mismos, Gregorio no se atiene en su discurso a los cá­
nones de la retórica, sino que entra casi inmediatamente
in medias res, indicando brevemente el argumento y sin
una exposición preliminar de las circunstancias que lle­
varon a su ordenación sacerdotal y a la posterior huida
de Nacianzo.
No es fácil describir la estructura de la oratio 19 por
culpa del estilo de Gregorio, caracterizado por una
compleja trama de múltiples temas y por un constan­
te ir y venir de asuntos ya tratados o a los que, al
menos, se ha hecho referencia anteriormente. Forma­
ba parte de la antigua preceptiva la norma de que no
debía abordarse con precipitación el tema principal,
pues el alma humana tiene necesidad de una gradual
adaptación a aquello que se quiere que reciba 20 • Ade­
más, como Gregorio dedica sólo quince de los ciento
diecisiete capítulos a la explicación de su huida y del
posterior retorno, se puede concluir legítimamente que
el argumento principal nada tiene que ver con el que
se indica en el título de la «oratio». Por el contrario,
Gregorio dedica casi cien capítulos a tratar de la ex­
celsa sublimidad del ministerio sacerdotal, que él mismo
presenta 21 como el motivo más importante de su fuga
(cf. cap. 9).

19. Cf. ibid., p. 34s; E. BELLINI, La Chiesa nel mistero del/a


salvezza in Gregario di Nazianzo, Venegono lnferiore 1970, pp.
97-100.
20. Cf. JUAN CRISÓSTOMO, Il Sacerdozio, (preparado por A.
Quacquarelli), lntrod., Roma 1980, pp. 19-20.
21. Cf. ibid., p. 10.
INTRODUCCION 21

El primer capítulo sirve de proemio a toda la obra.


Los capítulos 2-9 dan razón del deseo de Gregorio
de no ser motivo ni ocasión de escándalo para nadie
(cap. 2); el agobio que sintió cuando su padre lo or­
denó sacerdote de manera imprevista (cap. 6); la nece­
sidad de la jerarquía dentro de la Iglesia (cap. 3-5); su
apremiante deseo de compartir la vida monástica (cap.
6-7); su vergüenza por el impío espectáculo que los sa­
cerdotes ofrecen (cap. 8); su temor de no ser digno del
ministerio sacerdotal (cp. 9-10).
Los capítulos 10, 102 a 104 y 105 a 109, contienen
los motivos de su regreso, que son los siguientes:
a) la nostalgia de sus conciudadanos de Nacianzo
(cap. 102);
b) la vejez y debilidad de sus padres (cap. 103);
e) la obediencia a Dios (cap. 104), de la que en la
Sagrada Escritura dio Jonás ejemplo (cap. 106-109).
El objeto central de la narración, es decir, la capa­
cidad, la doctrina y la virtud requeridas para el ejer­
cicio del ministerio sacerdotal, ocupa los capítulos 11
a 116.
La conclusión ocupa el cap. 117.
Parece, por tanto, legítimo suponer con Bernardi 22
que la apelación al respeto formal de la tradición lite­
raria del género forense que aparece en el proemio, lejos
de ser una mera captatio benevolentiae manifiesta la
preocupación de Gregorio quien, a la vista de tantos
ambiciosos, quiere situarse públicamente entre quienes
se hacen de rogar: yo -dice-- me resistía por encima de
lo conveniente (cf. cap. 6). Esto nos lleva a pensar 23
que habitualmente se preocupaba por aparecer como

22. Cf. J. BERNARDI, Grégoire de N., Discours 1-3, cit., p. 35.


23. Cf. ibid., p. 35.
22 INTRODUCCIÓN

persona que se resiste a los cargos y nombramientos.


En efecto, también cuando Basilio lo consagra obispo
de Sásima 24, Gregorio, aunque obedezca, no tendrá em­
pacho ninguno en declararse profundamente contraria­
do por la decisión de su amigo fraterno.
Ocupándonos ya de hacer una sumaria descripción
del contenido del discurso, veamos en particular cuáles
son los temas sobre los que Gregorio reclama una es­
pecial atención por parte de sus lectores.
La vida monástica -abrazada por Gregorio como
consecuencia de una promesa hecha a Dios cuando en
el curso de una navegación entre Alejandría en Egipto
y Atenas corrió peligro de naufragar 25- es representa­
da por nuestro autor como culmen de las aspiraciones
del cristiano y él mismo, al seguirla, ha dejado ya la
tierra, aun permaneciendo en ella 2•.
Pero la pasión por la vida ascética no puede ser
aceptada por los fieles de Nacianzo como causa de la
fuga de sus pastores. Muy por el contrario, la gente se
reiría de esa razón «sea por una innata necedad, sea a
causa de quienes son indignos de este ministerio» (cf.
cap. 7).
En efecto, el descrédito de la vida ascética causado
por los monjes con su mal ejemplo pone en ridículo
las palabras de Gregorio y su ardiente aspiración a ese
tipo de vida. Pero un motivo más grave ha empujado

24. «Minúsculo lugar que (Basilio) había elevado a sede epis­


copal por pura estrategia política, porque, después de la división de
la Capadocia en dos provincias por decreto del emperador Valen­
te, el obispo Antimo de Tiana reclamaba como pertenecientes a su
jurisdicción algunas sedes que dependían de Ccsarea» (C. PERI, Gre­
gorio di Nazíanzo, Epitaffi, Milán 1975, p. 1 6).
25. Cf. Vita, PG 37, 1043; La fuga, PG 35, 395.
26. Cf. La fuga, PG 35, 415.
INTRODUCCIÓN 23

a Gregorio a la fuga: la altísima responsabilidad del mi­


nisterio sacerdotal: «Cuanta es la hondura y la digni­
dad de este poder, tanto es también el peligro que en­
traña para quien lo detenta» (cap. 10).
Gregorio percibe el daño que la conducta incohe­
rente del sacerdote produce a su prójimo (cap. 1 1 -13 );
la dificultad de regir y sanar las almas, necesitada cada
una de ellas de cuidados particulares (cap. 14-34); las
trampas con que se encuentra el predicador y las cua­
lidades que necesita para salvarlas (cap. 35-50); la im­
pudicia de los falsos maestros y el dificilísimo ejemplo
de san Pablo, modelo de pastor por excelencia (cap.
5 1-56).
Siguen luego una serie de advertencias y de amena­
zas bíblicas contra los sacerdotes indignos y ansiosos de
recibir la sagrada ordenación (cap. 57-77). Se describen
el abandono del ideal sacerdotal, la intromisión de los
laicos en las competencias de los clérigos y el peligro
siempre acechante de las disputas doctrinales (cap. 78-
93 ). Gregorio había huido por temor a no poseer los
requisitos necesarios y suficientes para desempeñar el
oficio sacerdotal, pero el amor a la comunidad nacian­
cena y el deseo de ayudar a su anciano padre en el go­
bierno de la diócesis lo han inducido a regresar (cap.
94-1 02). El ministerio sacerdotal, con independencia de
su gravedad y aun habiendo sido impuesto, no puede
ser rechazado por sentimientos de indignidad o de in­
capacidad (cap. 103-115), porque ese rechazo llevaría
consigo como consecuencia última la negación del ca­
risma pastoral con que el Espíritu Santo inunda al sa­
cerdote en el momento de su consagración 27•

27. Pero, además, si el sacerdote abdicara de sus obligaciones,


«¿quién celebraría en favor nuestro los místicos y sublimes ritos en
24 INTRODUCCION

Por eso, Gregorio, que se había refugiado en las ri­


beras del Iris para examinarse y buscar consuelo a su
dolor, se ofrece ahora espontáneamente a Dios y a la
comunidad de conciudadanos suyos fieles, confiado en
poder cumplir bien su misión con la ayuda de Dios
(cap. 116-117}.

d) La cuestión trinitaria. Antecedentes

Los cinco discursos teológicos pronunciados por


Gregorio en Constantinopla en el verano del 380, que
con el mejor derecho le valieron el sobrenombre de
«Teólogo•, encuentran en nuestro autor, llamado tam­
bién por su facilidad de palabra el Demóstenes cristia­
no, una clara formulación desde el mismo principio de
su actividad pastoral.
Esto lo demuestra el análisis de los capítulos 36-38
en los que Gregorio resume la doctrina trinitaria que
debe explicarse a los catecúmenos.
Previamente ha de recordarse que para nuestro autor
la teología es la doctrina que trata de la divinidad en
sí misma 28 y que él la distingue de la economía, que

honor de Dios que constituyen lo más importante y noble de nues­


tro culto religioso? ¿Cuántas no han sido las durísimas penas con
que se ha conminado a los transgresores de esta ley en razón de
los graves daños que causaban?» (cap. 4).
28. Observa T. SPIDLíK (Per una rilettura di Gregorio Na­
zianzeno, en «Koinonia» 5 [1981], p. 46) que para Platón los teó­
logos son los poetas que bajo las apariencias sensibles de los mitos
descubren el misterio divino. Para Gregorio, la misión confiada al
teólogo es la de proclamar la divinidad del Logos bajo las formas
visibles del Cristo· hombre. El teólogo es «heraldo de Dios» (Ep.
185: PG 37, 304). Por consiguiente, la teología es una misión con­
sistente en la palabra: «He dejado todo lo demás a quien lo quiera:
INTRODUCCION 25

e xpon e a los hombres los caminos de la salvación. Con­


siguientemen te , s ólo la a cep ta ción espontán ea y volun­
taria del dogma trini tario puede repo rtar la ins erci ón
del hombre en la historia salutis. Desde es ta p er sp e cti­
va, el problema so teriológico, el cris tol ógico y el trini­
tario s e encuen tran de forma ín tima e indi so lub le real­
m en te vincula dos entre sí y con la unidad y trinidad
de D io s.
La expo si ci ón de la do ctrina trini taria s e ins erta en
el con tex to de los cap ítulo s 34-45 en los que Gregorio
e xp lica cómo deb e vivir el sacerdo te y cómo debe pre­
dicar l a fe a los distin to s tipos de p er sonas. A mo do
de proemio, empi eza Gregario por a dv erti r qu e el a sun­
to e s de suma impor tan cia y debe s er tra ta do con de­
lica deza ( cap. 36 ).
Tr es son los p eligros que han de evi tarse:
a ) la r edu cción del Padr e , el Hijo y el Espíritu San to
a una sola h ip ós tasis;
b) su s epara ci ón como diverso s y e xtraño s;
e) su con side ra ci ón como tre s realida de s igual es, p ero
in dependientes y contrapu es ta s.
El primer p eligro r e sp e cto al cual qui e re Grego rio
poner en guardia a los l e ctore s está constitui do fun da­
mentalmente po r el sabelianismo 29, que en la polémica

la riqueza, el poder, la gloria... abrazo solamente la palabra (Or.


IV, !00: PG 35, 636). Cf. J. MossAY, La personnalité de saint Gré­
goire de Nazianze, en La mort et l'au-dela dans saint Grégoire de
Nazianze, Lovaina 1966.
29. Sabelio es representante del modalismo -doctrina nacida
probablemente en Asía Menor- y hacia el 237 marchó a Roma,
donde fue excomulgado por el papa Calíxto. El sabelianismo es
llamado también patripasianismo porque, en puro rigor lógico,
debe concluir que, en realidad, fue el mismo Padre quien se en­
carnó, quien padeció y fue crucificado; monarquíanismo porque,
26 IN'rR.ODUCCiúN

antiarriana del siglo IV se encuentra en la doctrina de


Marcelo, obispo de Ancira 30 •
Gregorio responde que las hipóstasis no exigen una
poliarquía (peligros segundo y tercero: cap. 37), por
cuanto que las tres Personas no son sin principio ni las
tres en el primer puesto.
Las tres Personas son una sola cosa no en la hi­
póstasis, sino en la divinidad (unum tres divinitate).
Por lo demás, la grandeza infinita de Dios con­
siste precisamente no en ser una única divinidad, sino
en ser principio de divinidad: «Sería principio de cosas
pequeñas e indignas ... si no fuera principio de divi­
nidad y de bondad, como se ve en el Hijo y en el
Espíritu Santo; en uno en cuanto Hijo y Verbo, en
otro en cuanto Espíritu que procede y permanece•
(cap. 38).
En efecto, el Espíritu Santo, en cuanto no genera­
do no es Hijo, en cuanto procede del Padre no es cria­
tura, en cuanto media entre el que no es generado y
el que lo es, es Dios 31 •

heréticamente, entiende en el sentido de unicidad de persona y no


sólo de naturaleza, el antiguo principio monoteísta de que en lo
tocante a la fe en la divinidad es necesario mantener la monar­
quía. El rechazo del sistema modalista por parte de la Iglesia hace
vana la acusación de los arrianos contra los católicos, tantas veces
repetida, de que éstos, al defender el omousios niceno, incurren en
sabelianismo.
30. En la polémica anriarriana Marcelo, al intentar salvar la con­
sustancialidad de las tres divinas Personas de la Trinidad, había in­
sistido en la unidad de Dios hasta tal punto que negaba la misma
distinción real de las tres Personas. Toda la originalidad de la reli­
gión cristiana quedaba así desfigurada) produciéndose un retorno al
judaísmo.
31. Cf. BASILIO. De Spiritu Sancto, 30 (B. Pruche) SCh 17bis,
p. 350-352.
INTRODUCCIÓN 27

e) Reflexiones de Gregorio sobre la 1glesia

El problema trinitario, el cristológico y el soterio­


lógico, al relacionarse entre sí en una síntesis orgánica,
constiruyendo una sola teología, sancionan la deifica­
ción 32 de la humanidad que se realiza en la Iglesia.
La dimensión ecuménica que caracteriza a la Igle­
sia es común a los tres capadocios, pero en Gregorio
adquiere un significado ulterior. Para el Nacianceno, la
condición ecuménica de la Iglesia 33 no consiste en el
número de sus fieles sino en que pertenecen a ella, sin
distinción ninguna de género, todos cuantos se hacen
imitadores de Cristo. A la concepción elitista de la fi­
losofía griega y helenista, aún ampliamente difundidas
en la época paleocristiana, según las cuales la perfec­
ción del hombre está reservada a unos pocos, Grego­
rio contrapone el universalismo cristiano 34, esto es, la
Imitatio Christi, un estilo de vida accesible a todos 35•
En la Iglesia terrena, la grey y los pastores, en cuanto
imitadores de Cristo, viven en paz y concordia, por­
que tienen como modelo a la Trinidad, que es armo­
nía entre las tres Personas 36•

32. Gregorio afirma que el fin de todos los hombres es sólo


el de asemejarse a Dios mediante la pureza de su inteligencia y el
de aproximarse a él y en él permanecer (Or. XIII: PG 35, 847).
33. Cf. Y. M. CONGAR De la communion des Églises a une
,

ecclésiologie de l'Église, en L 'episcopat et l'Église universelle, París


1962, p. 251: la catolicidad es vista en Oriente no tanto como la
universalidad, sino como la presencia del todo en cada parte, la ex­
periencia del todo hecha en la comunidad local.
34. Cf. E. BELLINI, op. cit., p. 72.
35. Cf. 1 Co. 11, l.
36. Sobre la concepción de las relaciones entre la Iglesia y el
Estado en el pensamiento de los Capadocios, son luminosas las oh-
28 INTRODUCCIÓN

Y cuando la Iglesia vive inundada por la Trinidad,


concluye Gregorio al final de su discurso, «la bendi­
ción del padre hace sólida la morada del hijo• y añade:
«Pueda yo ser fortificado en esta "morada espiritual" ...
cuando desde esta iglesia de aquí sea llevado a la del
más allá... » (cap. 116).
Por eso, tanto la distinción entre pastores y grey,
cuanto las que existen en el interior de cada uno de
estos dos órdenes, ni pretenden ni sancionan división
o privilegio ninguno, porque «igual que en el cuerpo
hay una parte que manda... y otra sometida a guía...
Dios, con equidad que atiende al mérito y providencia
que todo lo armoniza, ha querido que hubiera quienes
fueran encaminados al cumplimiento de sus deberes
mediante la palabra y el ejemplo... mientras que otros
fueran puestos al frente de la Iglesia como pastores y
maestros» (cap. 3).
Por tanto, la necesidad de la jerarquía en la Iglesia
y, en particular, la distinción entre grey y pastores, posee
una importancia capital para asegurar el orden y la ar­
monía dentro de la misma Iglesia. «Es injusto y absur­
do -afirma Gregorio- que todos quieran mandar y que
ninguno acepte la responsabilidad de ser guía. Pues si
todos rehuyeran esa tarea, que puede llamarse servicio
o mandato, padecería por ello el conjunto de la Iglesia,
que no gozaría ya de su belleza íntegra» (cap. 4).

f) Dignidad, cargas y dotes que se requieren en el sa­


cerdocio

Cuando en el capítulo siete Gregorio enuncia entre

servaciones de P. SCAZZOSO, 1ntroduzione alla ecclesiologia di san


Basilio, Milán 1975, p. 34-43.
INTRODUCCIÓN, 29

los motivos que lo han inducido a la fuga, el amor a


la vida o, puesto que theoria y praxis 37 se identifican
en la ascesis filosófica del Nacianceno, el amor a la ac­
tividad eremítica, nuestro autor declara que no preten­
de ser entendido sino por quienes han experimentado
ese amor; e inmediatamente añade que no espera con­
vencer de sus sentimientos hacia la vida anacoretica al
común de la gente, que probablemente se reirá de ellos
por su mala disposición: «La gente tiene esta actitud
de desconfianza bien sea porque es ignorante, bien por
causa del comportamiento de quienes (monjes y sacer­
dotes) son indignos de la profesión que han hecho»
(cap. 7)
El número de los sacerdotes que «con las manos
sucias y el alma profanada... se acercan a las cosas más
santas... representan en torno al altar una comedia... y
parecen pensar que su dignidad no es una forma de
virtud, sino un modo de sustento, no un público ser­
vicio... sino un poder exento de cualquier control» (cap.
8) es tan elevado que preocupa a Gregorio hasta el
punto de comentar que «el número de estos tales es
casi mayor que el de sus opuestos» (ibid.) y que, obran­
do más como lobos que como pastores, acabarán por
no tener nadie sobre quien mandar.
Gregorio no quiere que se piense que él ha dejado
el sacerdocio «movido por la ambición de ocupar car­
gos más altos» (cap. 5), ni que se diga que desconoce
la grandeza de acercarse a Dios (cf. ibid. ). De regreso

37. Muy acertadamente G. DEL TON (Augustinianum, 13 [1973],


pp. 573-574) dice que no se trata simplemente de la antítesis de te­
oría y práctica, de la «pura teoría opuesta al pragmatismo», porque
«Gregorio usa con ese significado logos y bios, rhemata y erga. Ba­
silio, según Gregorio, unió la vida activa y la contemplativa (Or.
XLIII: PG 36, 577).
30 INTRODUCCIÓN

en Nacianzo, mantiene la opinión de que «no es lo


mismo gobernar un rebaño... que guiar las almas de los
hombres» (cap. 9). Si saber mandar es siempre más di­
fícil que saber obedecer, el ejercicio de la autoridad
sacerdotal, que consiste «en la ley de Dios y a Dios
conduce» (cap. 10) es especialmente arduo, porque es
superior a la altura y la dignidad del poder sacerdotal.
Es necesario que el sacerdote sea enteramente puro,
como el oro o la plata, pues de lo contrario el mal que
haga será tanto mayor cuanto más sean sus súbditos.
No basta con estar limpio de pecado para poder
guiar a los demás en el camino de la virtud. El sacer­
dote «debe no solo erradicar del alma los rasgos nega­
tivos, sino imprimir en ella los caracteres mejores para
que sobresalga por su virtud más que por su dignidad»
(cap. 14) •Para el ciudadano privado constituye delito
.

cometer acciones malas... Para el gobernante, en cam­


bio, el delito viene constituido por el hecho de no ser
el mejor o de no tender continuamente hacia la per­
fección» (cap. 15). La de •guiar al hombre, el más va­
riado y complejo de los seres vivientes» es para Gregario
«el arte de las artes, la ciencia de las ciencias» (cap. 16)
porque es la medicina del alma que proviene de Dios,
es divina y, aunque ligada por la materia, tiende a la
nobleza más alta.
Incluso esa ligadura es debida a Dios que ha que­
rido la unión de la carne y el espíritu: si el alma obra
con entera libertad, conseguirá paulatinamente llevar
hasta lo más alto y purificar la parte menos noble, «de
suerte que lo que Dios es para el alma, el alma lo sea
para el cuerpo, educando a la materia para que llegue
a ser familiar a Dios y lo siiVa» (cap. 17).
En sustancia, la función del sacerdote se reduce a
dos tareas: enseñar los principios de la fe y cuidar de
las almas débiles o enfermas. Es una terapia difícil que,
INTRODUCCIÓN 31

al igual que sucede con la del cuerpo, debe atender a


numerosos factores distintos. Pero ¿cómo puede el sa­
cerdote hacerse digno de servir a Dios y de guiar a su
pueblo? Con toda claridad enseña Gregorio que el sa­
cerdote debe caminar por la vía de los preceptos 38 por­
que mediante la praxis se asciende a la theoria "·
Este concepto es muy importante y no sólo porque
es el fundamento de toda la mística cristiana, sino ade­
más porque ayuda a desarticular la convicción, tan di­
fundida hoy, de la inutilidad, especialmente para el mundo
contemporáneo, de la experiencia contemplativa.
Para Gregorio, la theoria es la subida de la mente
humana hacia Dios, mientras que la praxis es el des­
censo de la actividad humana hacia la materia. El cris­
tiano entonces -afirma T. Spidlík 40- desciende para as­
cender. La contradicción es sólo aparente, por cuanto
el sacerdote, y como él cualquier cristiano, cumple en
esa doble actividad la perfecta imitación de Cristo.
El hombre que quiere elevarse hasta la visión de
Dios no debe hacer otra cosa sino vivir su condición
humana 4 1 : no hay que despreciar el mundo sino prac­
ticar la virtud y especialmente la caridad, que lleva al
conocimiento.

38. Cf. T. SPIDLIK, op. cit., p. 43.


39. Cf. Or. XX, 12: PG 35, 1080; cf. ORIGENES In Lucam homil l.
40. Cf. T. SPIDLfK, op. cit., p. 43.
41. Para Gregorlo, la vida terrena cumple una misión prope­
déutica para la felicidad porque e] alma, rechazándola, se siente im­
pulsada hacia la búsqueda del verdadero bien. Es como una prepa­
ración a la muerte con miras a los gozos futuros. Es evidente el
influjo platónico. Pero mientras que para el ateniense el alma se
prepara a vivir en la luz del más allá mediante muchas metempsi­
cosis (transmigraciones), para el Nacianceno la vida terrena es una
ocasión única, carente de posible apelación posterior.
32 INTRODUCCIÓN

En los capítulos 23 a 25, Gregorio dedica una aten­


ción particular, en términos de economía soteriológica,
a la mezcla 42 de Dios y el hombre cumplida por Cris­
.to merced a su descenso, en el que se salvaguarda al
hombre en su integridad y a sí mismo (= Cristo mismo)
en su unidad.
Cristo, nuevo y diverso Adán 43, restaura el orden
quebrantado abrazando el árbol de la cruz, aquel mismo
árbol del que la intemperancia de Adán hizo una causa
de perdición (cf. cap. 25). Se ha alcanzado así el fin de
la actividad pastoral, que es el de hacer habitar a Cris­
to en los corazones mediante el Espíritu 44•

42. Cf. ARISTÓTELES, .De Gn. et con. !, 10, 328a, 26.


43. Cf. E. BELLINI, op. cit., p. 47.
44. Cf. ibid., p. 44, nota 2.
LA FUGA
(Texto)

1ntroducción

1. He sido vencido y confieso mi derrota. Supli­


cante acudo al Señor 1 • He querido comenzar mi alo­
cución con esas palabras del beatísimo David o, por
mejor decir, de quien en David habló y aún nos habla,
porque cuando alguien se dispone a hablar o a actuar,
no puede seguir mejor orden que el de comenzar por
Dios y terminar por ÉL Por cuanto hace a la causa de
la renuencia y la cobardía que me han llevado a pro­
longar mi fuga y mi estancia 2 lejos de vosotros por un
período de tiempo que se les ha antojado largo a quie­
nes me quieren y respecto a la causa de mi arrepenti­
miento y del cambio de parecer que me han traído de
nuevo hasta vosotros, piense cada cual como mejor le
parezca, según que el amor o el odio hacia mí le lle­
ven a rechazar o aceptar las razones que siguen. Es bien
sabido que nada hay más agradable a los hombres que
el parlotear sobre los demás, especialmente cuando me­
dian el cariño o la animadversión. Pero, las más de las
veces, esas dos pasiones hurtan la verdad. Y es justa­
mente la verdad desnuda lo que yo quiero exponeros,
constituyéndome en juez imparcial entre los dos ban­
dos: el de quienes me acusan y el de quienes espontá-

l. Cf. Sal 36, 7.


2. Cf. Sal 54, 8-9.
34 GREGORIO NACIANCENO

neamente me defienden. Pues en parte voy a acusarme


y en parte a defenderme.

El escándalo por una acusación injusta

2. Y para proceder con orden, comenzaré por ha­


blar de la cobardía a la que antes he aludido. No me
es fácil soportar que se escandalicen de mí algunos que,
desde el momento en que Dios ha querido que gozase
yo de cierta estima entre los cristianos, examinan con
suma atención todas mis acciones, las buenas y las malas.
Con la defensa que sigue, procuraré reparar el escán­
dalo que les he causado. Cuando se es inocente y ni
siquiera se es sospechoso de culpa, es cosa prudente evi­
tar, en la medida de lo razonablemente posible, cualquier
ocasión de dar escándalo a muchos. Máxime teniendo
en cuenta la irremisible y gravísima pena establecida por
Quien nunca miente contra quienes escandalizan aun­
que sólo sea a uno de sus pequeñuelos '·

Ministros y fieles en la Iglesia

3. Queridísimos: Cuanto me ha sucedido no me ha


ocurrido por despreciar las leyes y las instituciones di­
vinas, ni por ser un ignorante o un necio, sino, séame
permitida esta pequeña inmodestia ', por todo lo con­
trario. Igual que en el cuerpo hay una parte que manda
y como que preside y otra sometida a guía y gobier­
no, Dios, con equidad que atiende al mérito y provi-

3. Cf. Mt 18, 6; Me 9, 42; Le 17, 2.


4. Cf. 2 Co 1 1 , 16.
LA FUGA, 2-4

dencia que todo lo armoniza, ha querido que hubiera


quienes fueran encaminados al cumplimiento de sus de­
beres mediante la palabra y el ejemplo ajenos, y éstos
son los más beneficiados, mientras que otros fueran
puestos al frente ' de la Iglesia como pastores y maes­
tros y éstos por su virtud y su familiaridad con las
cosas divinas han de sobresalir por encima de los otros.
Son éstos lo que el alma para el cuerpo o la mente
para el alma: que unidos los dos elementos, el más fuer­
te y el más débil, constituyen en el espíritu un todo
armónico 6 capaz de recibir como conviene un solo
cuerpo digno del mismo Cristo, que es nuestra verda­
dera cabeza 7•

La vida solitaria

4. Sé bien que, para los seres vivos, nunca la anar­


quía y el desorden son más útiles que el orden y la
disciplina 8• Esto atañe también a los hombres, espe­
cialmente expuestos al peligro del desorden. Los cua­
les, si no siempre guardan el primer mandamiento, el
de no pecar, es necesario que al menos observen el se­
gundo, el de <<enmendarse cuando se peca» 9• Eso es, al
menos, lo que es justo y bueno. Simultáneamente, en

5. Cf. Ef 4, 1 1 .
6 . Cf. E f 4, 16.
7. Cf. Ef 4, 1 5. Es evidente que Gregorio, profundo conoce­
dor del pensamiento fílosófico clásico, adapta aquí el de ARISTOTELES
(Poética, 1 , 5) y PLATÚN (Fedón, 80a) para significar un jerarquía
que existe en wdos los niveles de la naturaleza.
8. Cf. PLATÓN, Las Leyes, XII, 942. ARISTóTELES, Política IV,
1 3 ! 9b.
9. Cf. HES(ODO, Los trabajos, vv. 293-295.
36 GREGORIO NACiANCENO

mi opmwn, es m¡usto y absurdo que todos quieran


mandar y que ninguno acepte la responsabilidad de ser
guía. Pues si todos rehuyeran esa tarea, que puede lla­
marse servicio o mandato, padecería por ello el con­
junto de la Iglesia, que no gozaría ya de su belleza
íntegra. Si faltaran los reyes, los príncipes, los sacerdo­
tes, los sacrificios 10, ¿ quién celebraría en favor nuestro
los místicos y sublimes ritos en honor de Dios que
constituyen lo más importante y noble de nuestro culto
religioso? ¿Cuántas no han sido las durísimas penas con
que se ha conminado a los transgresores de esta ley en
razón de los graves daños que causaban?

Motivos de desdoro

5. Para la mayor parte de qu1enes atienden a las


cosas divinas no es, por tanto, m raro m Impertinente
que, abandonada la condición de subordinados, vengan
a desempeñar tareas de gobierno. Eso no traspasa los
límites de la sabiduría cristiana 11 ni tiene nada de re­
prochable: también un marinero hábil puede llegar a
asumir la tarea de oficial de una nave y, conocedor
como es de los vientos, hacer de timonel con acierto.
E, igualmente, un soldado valeroso puede mandar una
sección y el jefe de una sección puede muy bien con-

10. Cf. Os 3, 4.
1 1 . Cf. A. MALINGREY, Philosophia. Etude d'un group de mots
dans la littérature grécque, des présocratiques au I V sihe apres J.­
C., París 1961, p. 224, nota n. 82: para justificar su ingreso en el
sacerdocio, Gregorio lo presenta como cosa normal y razonable.
Según J. BERNARDI, op. cit., p. 93, nota n. 3, Gregario pretende
dejar claro que su íngreso en el sacerdocio no está en contradíc­
ción con su profesión monástica.
LA FUGA, 5-6 37

vertirse en jefe de una expedición bélica y dirigir todas


sus operaciones 12• Por eso, que ninguno piense que yo
he desdeñado el ministerio sacerdotal movido por la
ambición de ocupar cargos más altos 13• Esa sospecha,
injusta y maliciosa, es propia de quienes acostumbran
a juzgar los pensamientos y conductas ajenas tomando
como referencia sus propios modos de pensar y com­
portarse. No soy tan ignorante de la grandeza divina
y de la pequeñez humana como para no percibir cuán
grande sea para toda naturaleza humana creada el acer­
carse de cualquier modo a Dios, único que resplande­
ce luminoso 14 y supera a toda naturaleza corpórea 15 o
incorpórea 1 6•

Las razones de su comportamiento

6. ¿Qué me ha sucedido? ¿Cuál ha sido el motivo


de mi desobediencia? En aquel momento le pareció a
la mayoría de la gente que ya no era yo, sino otro dis­
tinto del que conocían, que se resistía por encima de
lo conveniente y se mostraba arrogante. Puesto que hace
tiempo que lo deseáis, os ruego que escuchéis ahora la
explicación de mi comportamiento. Afectado por algo
que no esperaba, me sucedió lo que a quienes se asus­
tan por un ruido repentino: que no pude recurrir al
uso de razón y perdí la modestia que hasta entonces

12. Reminiscencia clásica de ARISTÓFANES (Los caballeros, vv.


542-544).
13. JUAN CRISOSTOMO, ll sacerdozio (preparado por A. Quac-
quarelli) III, 170, Roma 1980.
14. Cf. 1 Tm 6, 16.
15. Los hombres.
16. Los ángeles.
38 GREGORIO NACIANCENO

siempre me había caracterizado. Sentí, además, el noble


deseo de una vida tranquila 1 7 y apartada, que siempre
me había parecido atractiva, cosa poco común entre los
dedicados a la oratoria. Añádase a esto que cierta vez
que me vi en grandes y gravísimos aprietos 18, prome­
tí a Dios retirarme en soledad. Como consecuencia de
lo cual probé esa vida y, aunque lo hice durante muy
poco tiempo, sentí un muy grande deseo de ella y ya
no soportaba que se me hiciera violencia 19 ni que, arran­
cado del sagrado refugio de esa vida, se me lanzara en
medio de las complejidades del mundo.

Hablar con la propia alma

7. Nada había que me pareciera más hermoso que


acallar los sentidos, hacerse extraño a la carne y al mundo,
retirarse uno en sí mismo, no cuidarse de las cosas hu­
manas sino lo imprescindible y hablar con la propia
alma y con Dios 20, viviendo por encima de las realida­
des perceptibles para los sentidos para atender sólo a
las inspiraciones divinas, siempre puras e incontamina­
das de las impresiones y errores de las cosas terrenas.
Convertirse así ya para siempre en un terso espejo de
Dios 21 y de las realidades divinas, iluminado por la luz
y derramándola con mayor abundancia allí donde mayor

17. Cf. Vita, vv. 1 12-1 13.


18. Cf. Vita, vv. 1 94-198.
19. Gregario considera un acto de violencia la ordenación sa­
cerdotal que le fue impuesta por su padre. Lo mismo dirá también
de la consagración episcopal a que le forzó Basilio.
20. Cf. 1 Co 14, 28.
21. Cf. Sb 7, 26. Cf. C. MORESCHINT, en «Augustinianum)!o 1 3
(1973), pp. 535-541.
LA FUGA, 7-8 39

fuera la oscuridad. Gozar desde ahora por la esperanza


los bienes de la vida venidera, tratar con los ángeles per­
maneciendo en la tierra, si es que permanecía aún en
ella una vez elevado por el Espíriru. El que de voso­
tros conozca este amor de que hablo por haberlo gus­
tado comprenderá lo que quiero decir y disculpará la
pasión que me devoraba. Bien es verdad que hablando
así no lograré persuadir al común de la gente que, muy
por el contrario, estando, como está, mal dispuesta, to­
mará a risa mis palabras. La gente tiene esta actirud de
desconfianza bien sea porque es ignorante, bien por causa
del comportamiento de quienes son indignos de la pro­
fesión que han hecho. Estos tales designan como feal­
dad las acciones hermosas, llaman vanagloria a la filo­
sofía 22 y, por así decir, se sirven de la ayuda que les
prestan la envidia y los vicios de muchos, siempre pre­
surosos para el mal, para cometer uno de los dos pe­
cados siguientes: obrar el mal o no creer al bien.

El servicio del altar

8. Quiero, además, revelaros un secreto. Junto al sen­


timiento anterior, he experimentado también otro, no sé
si torpe o refinado. He sentido vergüenza ajena por quie­
nes no siendo mejores que los demás, y hasta sería ya
bastante que no fueran peores que ellos, con las manos
sucias 23 y el alma profanada 24, según suele decirse, se

22. Se refiere a los monjes que viven indignamente los deberes


de su estado, comprometiendo la buena fama que tradicionalmen­
te les acompaña.
23. Cf. Mt 15, 20; HOMERO, !liada, VI, 266: •No osó libar el
vino de Zeus con manos impuras»; HESÍODO, Los trabajos, v. 725.
24. Se refiere a no bautizados que son ordenados sacerdotes e
40 GREGORIO NACIANCENO

acercan a las cosas más santas e, incluso sin haberse pu­


rificado para participar en ellas, reclaman el derecho de
sentarse junto al altar. Éstos representan en torno al altar
una comedia, una impostura y parecen pensar que su
dignidad no es una forma de virtud, sino un modo de
sustento, no un público servicio del que habrá de ren­
dirse cuenta, sino un poder exento de cualquier control.
El número de estos tales es casi mayor que el de sus
opuestos. Miserables en esa situación, infelices entre tanto
esplendor hasta el punto de que, andando el tiempo y
el mal crecido, me terno que llegarán a no encontrar a
nadie sobre quien mandar, pues todos quieren ser ma­
estros en vez de dejarse adiestrar por Dios, corno reco­
miendan los evangelios 25, entregándose todos a profeti­
zar 26 de tal suerte que hay «hasta un Saúl entre los
profetas», corno rezan la historia y el antiguo adagio 27•
Aunque no han faltado errores que nacieron y vinieron
a acabar en los tiempos pasados, nunca corno hoy han
abundado tanto entre los cristianos las ignominias de
este género. Supera nuestra capacidad el detener su ím­
petu y, sin embargo, por nuestra parte no es piedad pe­
queña avergonzarnos de esos pecados y odiarlos.

El pastor del rebaño

9. Sin embargo, y llego aquí al punto principal de mi


defensa, acerca del cual no puedo mentir pues no es ello

incluso obispos. Tras la dlmisión de Gregorio, el Concilio de Cons­


tantinopla del 381, eligió obispo a un tal Nectario, que recibió en�
torrees el bautismo.
25. Cl. Is 54, 13; Jn 6, 45.
26. Cl. 1 Co 14, 24; 12, 29.
27. Cf. 1 S 10, 1 1 ; 19, 24.
LA FUGA, 9-10 41

lícito a quienes hablan de estas cosas, sin embargo, digo,


el último y más importante de los motivos que explican
mi conducta es éste: he pensado siempre, y sigo pensán­
dolo ahora, que no es lo mismo gobernar un rebaño o
un hato, que guiar las almas de los hombres. Porque a
los rebaños de animales basta con hacerlos crecer y en­
gordar cuanto sea posible. Con ese fin, el pastor o el va­
quero buscan pastos tiernos y abundantes, llevan y traen
desde allí sus ganados " y los hacen reposar o moverse,
según mejor convenga. Para lo cual han de recurrir a
veces al cayado, pero por lo común les basta con el so­
nido de su zampoña. Pastores y vaqueros no han de cui­
darse sino de mantener alejado al lobo y, de cuando en
vez, de curar a algún animal herido. Su mayor preocu­
pación estriba en encontrar encinas, sombras, arroyos,
prados para tenderse en ellos, lugares amenos en que re­
posar y frondas de que hacerse un lecho al descubierto.
Cuando más, habrán de entonar cantos de amor con la
cítara en las manos y hablar con vacas y ovejas. Y hasta
elegir el animal mejor cebado para venderlo o hacer con
él un banquete. Pero nunca se ha visto que atiendan a la
virtud de sus ovejas o sus vacas. Porque ¿en qué reside
esa virtud? O ¿cuándo se ha visto que nadie prefiera el
bien de los animales a su propio placer? 29•

El pastor de almas

1O. Para un hombre es siempre difícil saber obede-

28. El texto griego resulta aquí especialmente eufónico gracias


al empleo de determinados recursos, que no es posible reproducir
en una traducción.
29. Como puede percibirse este capítulo posee una intención
irónica al comparar la misión de pastores y sacerdotes.
42 GREGORIO NACIANCENO

cer, pero cabe que sea mayor la dificultad de saber man­


dar a otros hombres 30, máxime si se trata de un poder
como éste nuestro que consiste en la ley de Dios y a
Dios conduce. Cuanta es la hondura y la dignidad de
este poder, tanto es también el peligro que entraña para
quien lo detenta. En primer lugar es necesario que ese
tal sea examinado bajo todos los aspectos, en todas las
ocasiones, en todas las cosas, como si fuera oro o plata.
No deberá tener aleación ni falsificación ninguna 31 pues
de lo contrario el mal que hará será mayor cuanto más
numerosos sean sus súbditos, pues el mal que afecta a
muchos es mayor que el que toca a uno solo 32•

El contagio

11. Ni un tejido se tiñe, ni un mal olor impregna


lo que tiene cerca, ni un humor letal contagia el aire y
a través de él a los seres vivientes, cosa que llamamos
peste y peste es, en tan poco tiempo como el que em­
plea el súbdito en asumir la maldad de su superior. Esta
propagación del mal es incomparablemente más rápida
que su contraria, la propagación del bien. El mal su­
pera al bien sobre todo en su capacidad para divulgar­
se rápidamente. Siempre me sorprendo cuando pienso
que la maldad se imita y reproduce con prontitud y
que nada hay tan fácil como hacerse malo, aunque no
haya nadie que nos lo enseñe. La conquista del bien es
ardua y fatigosa, incluso si contamos con fuertes estí­
mulos e invitaciones apremiantes. Ésta me parece ser la

30. Cf. ARISTÓTELES, Política, l, S, 2.


3 1 . Cf. 1 Co 3, 12-14.
32. Cf. JUAN CR!SÓSTOMO, !1 sacerdozio, cit., IV, 11.
LA FUGA, 11-12 43

observación que hace aquel bienaventurado Ageo cuan­


do, con comparación admirable y llena de exactitud,
dice: juzgad según la ley, sacerdotes: si una carne ya
consagrada y envuelta en un paño toca algo de comer
o de beber o algún utensilio, ¿ quedará eso santificado
de pronto? Respondéis que no. Ahora bien: volved a
juzgar: si alguna de esas cosas ha estado en contacto
con algo impuro, ¿contrae inmediatamente impureza? "·
Habrán de responder que sí y que por ese contacto se
pierde la pureza.

Medicarse a sí mismo

12. ¿Qué quería decir? Lo mismo que yo manten­


go: que difícilmente se contagia el bien a la naturaleza
humana, al igual que sucede con el fuego y la leña hú­
meda y que, por el contrario, la mayor parte de los
hombres están tan preparados y dispuestos para acoger
el mal como la paja seca para prenderse en fuego, que
le basta un soplo de viento para consumirse. Es más
fácil adquirir en toda su extensión un pequeño vicio
que la menor parte de una gran virtud. Por eso es que
un poco de acíbar puede amargar la miel, mientras que
ni siquiera doblándolo en cantidad puede la miel en­
dulzar el acíbar. Si se quita el menor guijarro de una
presa, se corre el riesgo de que por allí irrumpa a la
postre todo un río cuya corriente apenas si podría ser
alterada por una presa grandísima.

33. Ag 2, 1 1-14. Ageo, autor del libro profético que lleva su


nombre, es el undécimo de los profetas menores. Junto a Zacarí­
as, reclamó de los judíos la reconstrucción del templo (cf. Esd S,
1; 6, 14).
44 GREGORIO NACIANCENO

13. De todo lo que llevo dicho, es esto lo que con­


sidero más digno de atención: que no somos pintores
ineptos de una virtud magnífica, sino malos modelos
para pintores que tal vez no sean malos, aunque no
creo que esto pueda aplicarse al común. En fin, con­
viene recordar el proverb io: nadie lleno de llagas puede
servir de médico a los demás.

Sobresalir en la virtud

14. En segundo lugar, aun cuando alguien consi­


guiera mantenerse limpio de pecado por completo, o
al menos en cuanto eso es posible, no sé si eso sería
suficiente para educar a los demás en la virtud. No
basta con que no sea malo quien ha recibido esta mi­
sión. La maldad es considerada sumamente deshonro­
sa por muchos que se someten a ella. Quien ha de
guiar a los otros en la virtud debe, además, distinguirse
por su bondad, para cumplir el precepto que manda
evitar el mal y hacer el bien 34• Y debe no sólo erra­
dicar del alma los rasgos negativos, sino imprimir en
ella los caracteres mejores para que sobresalga por su
virtud más que por su dignidad. No ha de poner lí­
mite ninguno al bien ni a la elevación de su espíritu,
ni considerar ganancia lo que tiene o pérdida aquello
de que carece 35, sino recordar siempre que para quien
sigue a otro, es camino a recorrer todo el que tiene
delante. No ha de poner su fin en distinguirse de los
demás, sino en alcanzar la dignidad que cumple al
grado de que se encuentra revestido. Ha de medir sus

34. Cf. Sal 36, 27.


35. Cf. Flp 3, 7.
LA FUGA, 13-15 45

deberes 36 no por quienes están junto a él, sean malos


o deseosos de avanzar en el camino de la virtud, pues
eso sería siempre una medida pequeña, sino atendien­
do a la virtud que es debida al Ser supremo de quien
todo proviene y a quien retorna todo 37•

Las diversas actitudes

15. Sería equivocado pensar que a todos convienen


las mismas actitudes: no todos los hombres tienen la
misma edad ni los mismos rasgos, ni todos los ani­
males son de la misma condición, ni son iguales las
cualidades de la naturaleza o la belleza y el tamaño de
todas las estrellas 38• Muy por el contrario, para el ciu­
dadano privado constituye delito cometer acciones
malas o faltas dignas de los castigos previstos por la
ley. Para el gobernante, en cambio, el delito viene cons­
tituido por el hecho de no ser el mejor o de no ten­
der continuamente hacia la perfección. Eso es, al menos,
lo que le sucede a quien desea conducir al pueblo hacia
la virtud mediante la excelencia de la virtud y no re­
curriendo a la fuerza, sino gobernándolo mediante una
persuasión que lo cautive. Porque, además de ser tirá­
nico y reprobable, lo que no se hace espontáneamen­
te dura poco tiempo. Lo que padece violencia, apenas
dejado en libertad vuelve a su estado anterior, como
vemos con las plantas que son mantenidas erguidas me­
diante soportes 39• Lo que resulta de una libre elección

36. Cf. 2 Co 10, 12-13.


37. Cf. 1 Co 8, 6.
38. Cf. 1 Co 15, 41.
39. Cf. JUAN CRISÓSTOMO, Il sacerdozio, cit. n. 3, 1 04: «En
46 GREGORIO NACIANCENO

es legítimo y duradero, porque está garantizado por el


vínculo de la buena voluntad 40• Como consecuencia de
todo lo cual, nuestra ley y nuestro legislador dispo­
nen que la grey sea apacentada libremente y no por la
fuerza 41•

El arte de las artes

16. Pero aun admitiendo que haya alguno que no


sea malo, antes bien que haya alcanzado la cúspide de
la virtud, no veo cuáles pueden ser la ciencia o las fa­
cultades humanas con que uno puede estar dotado para
asumir confiadamente un encargo tal. Guiar al hombre,
el más variado y complejo de los seres vivientes, me
parece el arte de las artes 42, la ciencia de las ciencias.
Bien puede percibirse esto cuando se compara el cui­
dado de las almas con la medicina de los cuerpos. A
poco que se considere, vendrá a concluirse que si esta
última es fatigosa, mucho más lo es el cuidado de las
almas, que le supera en dificultad y en dignidad por la
naturaleza del sujeto, por la facultad de la ciencia y por
el fin perseguido. La medicina se ocupa de los cuer­
pos, de la parte que es en nosotros caduca y corrupti­
ble, destinada, quiérase o no, a desintegrarse y seguir
su condición natural, aunque a veces, con el socorro de

esto, para mejorar a alguien es necesaria no la fuerza, sino la per­


suasión». El tema de las plantas que sufren violencía es familiar a
Gregorio: cf. Or. XX, 5; Or. VI, 8; Or. XXIII, l .
40. Cf. Vita, vv . 1203-1301.
41. Cf. 1 P 5, 2.
42, Cf. DüROTEO DE GAZA, lnstructiones, S, nota n. 95; GRE­
GORIO MAGNO, Liber pastoralis, PL 77, 14A: «Ars est arcium re­
gimen animarum»; JUAN CRlSÚSTOMO, ll sacerdozio, cit. V, 482.
LA FUGA, 16�17 47

la ciencia, consiga dilatar el plazo de tiempo en que ha


de llegar a disolverse. Pero, a la postre, la enfermedad
o el tiempo tienen la sentencia definitiva y ello porque
la corrupción pertenece a la naturaleza y ésta no puede
sobrepasar sus propios límites.

Herederos de la gloria celeste

17. Por el contrario, el cuidado del alma atiende a


lo que proviene de Dios, es divino y participa de la
nobleza suprema y a ella tiende, aunque se encuentre
ligado por una materia que le es inferior 43• Esas liga­
duras son debidas a razones que sólo conoce Dios, que
ha querido la unión de la carne y el espíritu, o bien
algunos a quienes Dios ha iluminado sobre estos mis­
terios"· En cuanto me es dado conocer a mí y a quienes
me son semejantes, dos son los motivos: el primero,

43. La antinomia alma-cuerpo es uno de los tópicos más di­


fundidos en las «oraciones» y versos de Gregario e inspira en ellos
una multitud de metáforas. Como digno alumno de las escuelas re­
tóricas de Atenas, Gregario recoge leña de todos los bosques y se
interesa por las teorías paganas sobre el alma, siempre y cuando
sirvan a su elocuencia. Queda fuera de toda duda la condena de
nuestro autor a Pitágoras y el orfismo o a las teorías platónicas de
la reminiscencia o la metempsicosis. Epicuro es condenado por sus
principios atomicistas y Aristóteles por sus visiones demasiado hu­
manas sobre el alma, a la que no considera inmortal. Véase a este
respecto, H. PINAULT, Le Platonisme de saint Grégoire de Na­
zianze, París 1925.
44. El término griego correspondiente puede designar tanto
cosas secretas y misteriosas que superan el entendimiento humano,
como lo que permite al hombre entrar en comunión con Dios
(LIDDEL-Scorr, Lexicon, p. 1 1 56). En nuestro caso el término abar­
ca ambos significados.
48 GREGORIO NACIANCENO

para que el alma, mediante el enfrentamiento y la lucha


con las cosas terrenales 45, llegue a ser heredera de la
gloria celeste y cumpla sus esperanzas como premio a
su virtud y no sólo por gracia de Dios. También esto
forma parte de los dones de la voluntad suprema: que
nosotros mismos seamos autores de nuestro bien, de
un bien que no fue sembrado en nosotros por la na­
turaleza, sino cultivado por nuestra elección y por nues­
tro libre arbitrio, que es capaz de dirigirse hacia el bien
tanto como hacia el mal. Un segundo motivo consiste
en que el alma atraiga hacia sí a la parte menos noble
y la eleve librándola poco a poco de su impureza, de
suerte que lo que Dios es para el alma, el alma lo sea
para el cuerpo, educando a la materia para que llegue
a ser familiar a Dios y lo sirva.

La terapia médica

18. El médico considerará los lugares, la ocasión, la


edad, las estaciones y demás cosas de ese género. Re­
cetará luego medicinas, prescribirá dietas y estará aler­
ta a la evolución del paciente para evitar que la ten­
dencia propia de la enfermedad impida la curación. A
veces recurrirá a cauterios, trepanaciones o medios aún
más duros, pero indispensables en ciertas ocasiones. Sin
embargo, con ser difícil y penoso, nada de esto lo es
tanto como curar costumbres, pasiones, modos de vivir,
intenciones y las demás cosas del género que se dan en
nosotros: alejar de nosotros cuanto hay de bestial y sal-

45. Cf. Ef 6, 12. Cuando explica las razones de la unión del


alma y del cuerpo en el hombre mortal, el capítulo entero deja en­
trever que esa asociación prepara la futura unión de los mismos
elementos en el otro mundo.
LA FUGA, 18-20 49

vaje e introducirnos y confirmarnos en lo que agrada


a Dios; hacerse justo árbitro entre el alma y el cuerpo,
sin permitir que lo mejor de nosotros mismos sea ven­
cido por el mal que nos habita, lo que sería la mayor
de las injusticias y someter al alma, que debe ser guía
de lo demás, el cuerpo que le es por naturaleza infe­
rior. Eso es lo que quiere la ley divina, que es perfec­
tamente idónea para toda la creación, sea la visible, sea
la que trasciende los sentidos.

El egoísmo

19. Quiero añadir aún otro comentario: cada uno


de los elementos que el médico examina sigue siendo
siempre aquello que es por naturaleza y nada hay que
con maquinaciones pueda oponerse a los resultados de
la ciencia médica y obstaculizarlos. Por esta vía, la te­
rapia médica vence a la materia e incluso si se da cierta
reacción en el paciente, siempre es posible controlarla
y someterla sin dificultad. Por el contrario, en noso­
tros la capacidad intelectiva, el egoísmo y el no saber
ser vencidos ni someternos constituyen un grandísimo
obstáculo contra la virtud, pues se erigen como baluarte
contra quienes quieren ayudarnos. El mismo celo que
se necesita para persuadir a un médico de su enferme­
dad es el que usamos para sustraernos a la medicina.
Por valerosos, combatimos contra nosotros mismos le­
vantándonos contra nuestra salud.

No hay excusa para el pecado

20. A veces escondemos furtivamente nuestros pe­


cados en la parte más honda del alma como si se trataran
50 GREGORIO NACIANCENO

de un tumor maligno, pensando ocultarlos a la aguda


vista de Dios y a su justicia como hemos conseguido
ocultarlos a los ojos de los hombres; otras alegamos ex­
cusas para nuestros pecados 46, argumentando con so­
fismas que sólo conducen a probar nuestras pasiones;
o bien cerramos los oídos y, a la manera de la serpiente
sorda que se tapona las orejas, nos obstinamos en no
escuchar las voces de los encantadores y en no dejar­
nos curar con las medicinas de la sabiduría, con las que
pueden remediarse las enfermedades del alma; o, en fin,
algunos de nosotros, más audaces o más valientes, pa­
recen no mostrar ninguna vergüenza por sus pecados
ni cuidado alguno por quienes buscan su salud y a
pecho descubierto, como suele decirse ", se entregan a
toda suerte de iniquidades. ¡Es locura o tal vez algo
peor! A quienes deberíamos tratar como a benefacto­
res, los perseguimos como a enemigos. A quienes nos
amonestan, les guardamos odio y aborrecemos sus ad­
vertencias 48• Pensamos estar combatiendo a quienes nos
hacen bien cuando nos hacemos mal, como esos que
hieren sus propias carnes pensando morder las de sus
vecinos.

La terapia espiritual

21. Estas son las razones por las que considero que
nuestra medicina es más penosa, y por lo mismo más

46. Cf. Sal 140, 4.


47. Literalmente� «a cabeza desnuda». Es una copía de PLA'!úN
(Fedro 243b), que éste pone en boca de Sócrates: «Trataré de de­
volverle (a Eros) la palinodia a cabeza desnuda y no, como antes,
cubierto por la vergüenza».
48. Cf. Am 5, 10.
LA FUGA, 21-22 51

honorable, que la de los cuerpos, que apenas si se ocupa


de lo profundo y atiende sobre todo a la parte más
superficial. Nuestra terapia, por el contrario, íntegra y
diligentemente se ocupa de la profundidad del corazón
humano 49 y nuestra batalla es contra quienes nos re­
sisten y se nos oponen desde dentro usándonos de
armas contra nosotros mismos y, lo que es más terri­
ble, quieren arrastrarnos consigo al pecado. Ante tales
dificultades, si queremos curar las almas, que son el
tesoro más precioso que poseemos, purificarlas bien y
hacerlas tan dignas como sea posible, es imprescindi­
ble una fe grande y absoluta 50, una ayuda aún mayor
de parte de Dios y, de parte nuestra, estoy convenci­
do, una adhesión no débil, sino avalada con palabras
y acciOnes.

Llevar a Cristo a los corazones con la ayuda del Espí­


ritu Santo

22. Por lo que respecta al fin de las dos terapias,


asunto que aún nos queda por considerar, la medicina
del cuerpo tiene por objeto el de conservar el vigor y
el bienestar corporales, si ya existen, o el de devol­
verlos cuando se han perdido. Pero no está del todo
claro que el disfrute de esos bienes lleve consigo una
mejoría cierta e indudable, porque hay veces en que
los humanos se gozan por igual con cualidades natu­
rales opuestas entre sí, como pobreza y riqueza, fama
y obscuridad, origen noble o humilde y muchos otros
dones naturales, indiferentes de por sí y que se con-

49. Cf. 1 Co 14, 25; 1 P 3, 4.


50. Cf. 1 Co 13, 2.
52 GREGORIO NACIANCENO

vierten en buenos o malos según el uso que de ellos


se haga o según lo que prefieran quienes los poseen.
La medicina espiritual tiene por fin poner alas al alma,
de manera que pueda arrancarla al mundo y entregar­
la a Dios 5 1 ; cuidar lo que es conforme a la imagen 52
si hay riesgo de que se pierda, o recuperarlo si ya ha
desaparecido, llevando a Cristo a los corazones con la
ayuda del Espíritu 53• En definitiva: conformar el alma
a Dios y conducir a la bienaventuranza a aquella que
de por sí pertenece a la esfera de lo celeste.

La unión de dos realidades distintas

23. Esto busca la Ley, nuestra guía 54, esto los pro­
fetas, mediadores entre Cristo y la Ley, esto el mismo
Cristo, al que la Ley se ordena y que es el fin de la

51. Con frecuencia Gregorio apela a que los cristianos vivan la


militia y la imitatio Christi. Aquí nuestro autor precisa que esa con­
figuración moral constituye el fin mismo de la actividad pastoral,
dirigida a conseguir la habitación en Cristo mediante el Espíritu.
52. Para Gregorio, la imagen es un parentesco con Dios. Este
sentido del concepto se encuentra ya en Platón (synghéneia). La
realidad divina que existe en el hombre y que éste debe conser­
var no es estática, sino dinámica (Teeteo , 176b): «Este huir (el
alma de la tierra) es un asemejarse del hombre a Dios, en la me­
dida en que le es posible». Sin embargo, como en Platón falta el
concepto de creación, el proceso perfectivo del alma no lleva con­
sigo ninguna transformación interior, sino que se reduce simple­
mente «a la separación de la materia», «a la imitación del dios as­
tral al que el alma seguía antes de su caída en la prisión del cuer­
po• (Fedro, 252d). Cf. E. BELL!NI, op. cit., p. 35, nota n. 3. Cf.
Gn 1, 26.
53. Cf. Ef 3, 16-17.
54. Cf. Ga 3, 24.
LA FUGA, 23-24 53

Ley espiritual 55• Eso quiere la divinidad al abajarse 56,


eso la carne enaltecida, eso la nueva mezcla de Dios y
el hombre, una sola realidad a partir de dos y dos rea­
lidades hechas unidad. Para eso se ha mezclado Dios con
la carne por medio del alma 57 y dos cosas tan distintas
se unieron por la familiaridad del mediador con las dos,
de modo que todos sus elementos 58 llegaron 59 a un
único ser común a todos y a su único progenitor 60: el
alma 61 por el alma que había desobedecido, la carne por
la carne cómplice y culpable, Cristo 62, más noble y fuer­
te que el pecado, por Adán que se hizo pecado.

El nuevo misterio

24. Así el nuevo orden sustituyó al antiguo y Quien


padeció 63 por medio de su Pasión fue vuelto a consti­
tuir 64 y a cambio 65 de cada uno de los elementos de

55. Cf. Hb 12, 2.


56. Cf. Flp 2, 7.
57. Es evidente la referencia a Orígenes (De principiis, 2, 6, 3).
Sobre la acción mediante el alma, cf. E. BELLINI, op. cit., p. 44,
nota n. 2.
58. Los que componen el ser humano.
59. A formar parte del único ser.
60. Para todos: para la salvación de todos los elementos que com­
ponen el ser humano, mediante la salvación del único progenitor.
6 1 . El alma fue asumida para ser salvada. Gregorio rebate la
mutilación que el apolinarismo quería introducir en la naturaleza
humana de Jesucristo y mantiene con firmeza la existencia del alma
racional, noUs, en la humanidad del Salvador. Cf Or. XXXVII, 2:
.

PG 36, 284.
62. Cristo se ha hecho hombre más noble y...
63. Adán, víctima del pecado.
64. En el estado primitivo.
65. De la salvación de.
54 GREGORIO NACIANCENO

que estamos compuestos nos fueron dados los elemen­


tos "' de Aquél que está sobre nosotros. La economía
del amor de Dios hacia quien por desobediencia había
caído dio origen a un nuevo misterio. Por eso el Na­
cimiento y la Virgen, el pesebre y Belén. El nacimien­
to por la formación 67, la Virgen por la mujer, Belén en
lugar de Edén, el pesebre en lugar del paraíso. Cosas
pequeñas y visibles a cambio de las grandes e invisi­
bles. Por eso los ángeles glorificaron a Jesús, celestial
y terreno, los Pastores vieron la gloria sobre el Cor­
dero y Pastor, la estrella señaló el camino, los Magos
se postraron y ofrecieron dones, destruyendo con su
gesto la idolatría. Por eso fue Jesús bautizado y se oyó
un testimonio de lo alto y ayunó y fue tentado y des­
barató al tentador otrora victorioso. Por eso eran ex­
pulsados los demonios y curadas las enfermedades y
fue revelado a los pequeños y humildes un gran men­
saje que ellos llevaron a cabo 68•

El árbol de la vida

25. Por eso se amotinaron los pueblos y pensaron va-

66. Asumidos por Aquél.


67. De Adán.
68. Cristo, llamado también nuevo Adán (cf. Or. XXXIX, 2),
guarda una relación de analogía con Adán. La semejanza reside en
que los hechos de ambos tienen consecuencias para todo el géne­
ro humano y también en algunas circunstancias paniculares, como
el nacimiento fuera del orden natural o la presencia de una mujer
para el cumplimiento de la obra de ambos. La oposición estriba en
que uno, por incontinencia, pecó y dañó la imagen de Dios en el
hombre, mientras que el ocro restauró la imagen de Dios por su
sacrificio. Cf. E. BELLINI, op. cit., p. 47.
LA fUGA, 25-26 55

nidades las naciones 69; por eso s e opusieron e l madero


al madero, la mano a las manos 70• E stas generosamente
extendidas, aquélla extendida sin freno; és tas trabadas por
los c lavos, aqué lla l ib re y abie rta; éstas abarcando los con­
fines d e la tierra, aquélla expulsando a Adán 71 • Por eso
ocupó e l más noble el lugar d e l caído, la hie l sustituyó
cualquier dul zura. S e enfrentó la corona d e espinas a l
poder del mal, la muerte a la muerte. Venció la lu z a las
tinieblas, la s epu ltura al retorno a la tierra, la resurrec­
ción a la insurrección. Todo esto era e l adiestramiento
que Dios nos hacía, los cuidados que él prodigaba a nues­
tra debilidad, para d evolver a l an tiguo Adán al lugar d e
donde había caído y llevarlo hasta e l árbol d e la v ida, d e l
que nos había a lejado 72 e l árbol del conocimiento cuyo
fru to recogimos fu era d e tiempo y sazón.

Curar nuestros defectos y nuestras debilidades

26. Quienes ej erc emos au toridad sobre los o tros


somos ej ecu tores y co laboradores 73 d e esa d ivina te-

69. Cf. Sal 2, 1 .


70. Con una serie de eficaces antítesis Gregario desarrolla •el
paralelismo de oposición entre Cristo y Adán»: el madero de la
cruz nos salva, el madero ( árbol) del conocimiento nos condena;
=

las manos de Cristo enclavadas nos salvan, «la mano que cogió el
fruto prohibido» fue nuestra perdición. Del pecado de Adán se si­
guió la muerte y la muerte de Cristo nos libra de la muerte del
pecado. «Las tinieblas ocupan la tierra al momento de la muerte de
Cristo (Mt 27, 5), muerte que, a través del bautismo que libra del
pecado de Adán, trae a los hombres la luz». Cf. J. BERNARD!, op.
cit., p. 124; E. BELLINI, op. cit. , p. 49.
71. Cf. Gn 3, 24.
72. Cf. Gn 2, 9.
73. Cf. 1 Co 4, 1; 3, 9.
56 GREGORIO NACIANCENO

. .

rap1a y se Impone que comencemos por reconocer y


curar nuestros propios defectos y debilidades. No im­
porta demasiado que haya sido la indignidad de mu­
chos que desempeñan ese cargo lo que me haya mo­
vido a hablar. Pero sí que importa, y mucho, saber
tratar con competencia y curar los males ajenos, de
manera que procuremos la salud a unos y otros, a
quienes necesitan remedio y a los encargados de pro­
curárselo.

27. Además, como bien sabemos, quienes atienden


al cuidado de los cuerpos arrostran penas, desvelos y
preocupaciones tales que, como ha dicho uno de los
médicos más famosos 74, sucede a veces que, por curar
el mal ajeno, ellos mismos padecen contagio. Bien su­
friendo e investigando personalmente, bien recurrien­
do al saber de otros, remedian a quienes necesitan de
sus cuidados. Y no hay nada, por pequeño que sea
que carezca de importancia para ellos, trátese de un
conocimiento fruto de su propia experiencia, o del
éxito de una enfermedad vencida o del fracaso de un
enfermo que se ha perdido. ¿Por qué todo esto? Para
que el hombre viva más días sobre la tierra, incluso
aun cuando no sea un hombre bueno, sino un mal­
vado para quien tal vez habría sido mejor estar ya
muerto a fin de librarse del peor mal, el de su mal­
dad. Pero, aun admitiendo que se trate de alguien hon­
rado, ¿cuánto tiempo podrá vivir? ¿Eternamente? ¿Y
qué ganará con eso? Para un hombre sano y sensato
tratar de evitar el mal es el más importante y seguro
de los bienes.

74. Cf. PsF.UDO-HIPÓCRATES, De jlatibus, 1, Londres 1 959, p.


226.
LA FUGA, 27-29 57

La salvación del alma

28. Y nosotros, que estamos al cuidado de la sal­


vación del alma bienaventurada e inmortal, destinada al
castigo o al premio según su culpa o su virtud, ¿no de­
beremos pensar en la gravedad de nuestra tarea? ¿Cuán­
ta no será la ciencia a la que hayamos de recurrir para
curar con acierto y para ser curados, para mudar la vida
y devolver al espíritu lo terreno? Pues no tienen los
mismos pensamientos ni problemas el hombre y la
mujer, el anciano y el joven, el pobre y el rico, el tris­
te y el gozoso, el enfermo y el sano, el subordinado y
sus jefes, los ignorantes y los sabios, los valientes y los
cobardes, los iracundos y los mansos, los afortunados
y los infortunados.

Un análisis más cuidadoso

29. Si se presta atención, ¡cuán grande es la distan­


cia que separa a los casados de los célibes y, entre éstos,
a los solitarios de quienes viven en sociedad y se desen­
vuelven en medio del mundo! ¡Cuánta es la diferencia
que media entre los hombres dados a la especulación e
iniciados en la meditación contemplativa y los que se
limitan a recorrer el camino recto! Entre los ciudada­
nos y los que viven en el campo, los ingenuos y los
astutos, los activos y los ociosos, los que han padeci­
do alguna contrariedad económica y aquéllos que viven
prósperamente y no saben qué es la desventura. Las di­
ferencias procedentes de los deseos y sus consecuencias
distinguen entre sí a los hombres más que sus cuerpos
y las distintas combinaciones y mezclas posibles entre
los elementos que nos componen. Por todo ello, bien
puede verse que no es fácil curarlos.
58 GREGORIO NACIANCENO

Variedad y diversidad de las terapias

30. Eigual que no se da a todos los cuetpos la misma


medicina y el mismo alimento sino que, según estén sanos
o enfermos, se requiere una cosa u otra, también las almas
se curan con diferentes procedimientos y métodos. De
ello son testigos los mismos que se someten a la terapia:
a unos los curan los argumentos, a otros el ejemplo. Unos
tienen necesidad de estímulo, otros de freno. Los hay pe­
rezosos y lentos para el bien y éstos necesitan que se les
aliente con palabras de acicate. Otros, al contrario, ar­
dientes en demasía y de temperamento difícil de contro­
lar son como potrillos generosos que siguen corriendo
tras la meta y les hace falta para me¡orar un discurso
tranquilo y que los modere.

Alabanzas y reprensiones según el tiempo y el lugar


31 . Hay a quien le hizo bien una alabanza y a quien
le ayudó una reprensión. Pero ambas dichas oportuna­
mente, porque, fuera de tiempo o sin motivo, lejos de
ayudar perjudican. A unos les sirve una exhortación, a
otros una riña. Unos necesitan ser reprendidos en pú­
blico y otros una advertencia privada, porque los pri­
meros no se cuidan de las correcciones que se les hacen
a solas y, en cambio, se enmiendan cuando el reproche
es público, mientras que a los segundos les avergüen­
zan los reproches desconsiderados y atienden a una ad­
vertencia en secreto, pues les persuade más la com­
prensión que la obediencia.

Prudencia y decisión en los remedios

32. Hay hombres cuyo mínimo gesto debe ser ob-


LA FUGA, 30-33 59

servado atentamente, porque procuran pasar inadverti­


dos y esto los revela más sabios que el resto. En otros
casos, en cambio, es mejor dejar pasar y aparentar no
ver aunque se vea, ni oír aunque se oiga 75, según dice
el refrán, para que no se desesperen sofocados por el
peso de los reproches ni se hagan desvergonzados por
la pérdida del pudor, que es la medicina de la obe­
diencia. La naturaleza de algunos pide, además, que nos
enfademos con ellos no estando enfadados, que los des­
preciemos no despreciándolos, que desesperemos de
ellos no desesperando. Hay quienes necesitan ser tra­
tados con clemencia y humildad y que se favorezcan
sus mejores esperanzas. A veces es mejor vencer y otras
dejarse vencer, alabar u odiar la riqueza y el poder, la
pobreza y el infortunio.

La terapia del alma no puede ser tajante

33. La realidad no es como la virtud o el vicio, que


son la primera bellísima y siempre conveniente a todos
y el segundo malo y en extremo perjudicial. Y otro
tanto cabe decir de nuestra medicina, porque aún no
se ha encontrado nada que sea siempre para todos sa­
ludable o peligroso. Esto vale para la austeridad, la man­
sedumbre y el resto de las virtudes que antes hemos
enumerado, que unas veces son buenas y útiles y otras
lo contrario, según las circunstancias se presentan y
según lo dicta la índole de los pacientes. No es fácil
explicar con palabras todo lo anterior ni tampoco apli­
carlo. Lo contrario sucede con la ciencia médica, que,

75. Cf. ESQUILO, Agamenón, v. 1623; DEMóSTENES, Contra


Aristogitón,1, 89.
60 GREGOR!O NACJANCENO

aunque con muchísima laboriosidad y disponiendo de


un gran talento, puede llegar a ser comprendida, al
menos en síntesis. Porque, en razón de su propia ex­
periencia y de los hechos médicos, el médico puede
comprender las cosas valiéndose del raciocinio y del
hecho mismo de su humana condición.

Necesidad de una vida equilibrada

34. Para coménzar es preciso saber que, al igual que


a quienes caminan sobre una cuerda 76 suspendida en
el aire a cierta altura les supone un riesgo inclinarse a
un lado u otro y la menor inclinación, por pequeña
que parezca, acarrea consecuencias, siendo sólo el equi­
librio lo que garantiza seguridad, así también en las
cosas del alma el descamino, débase a ignorancia o a
malicia, entraña para quien yerra y para los guiados
por él un peligro de pecado no pequeño. Por tanto,
hay que caminar por una vía real 77 que verdadera­
mente lo sea y poner el mayor empeño en no desviarse
ni a derecha ni a izquierda, como dicen los Prover­
bios78. Tal es la condición de nuestras pasiones y de
ahí el deber del buen pastor de conocer «las almas de
su grey» 79 para guiarlas según manda el arte del pastoreo

76. Cf. LUCIANO, Rhetorum praeceptor, 9: «,.llegarás a la fe­


licidad y te desposarás con la retórica si sigues tu camino con la
precisión de un funambulista. Pues, por poco que pongas el pie en
un mal lugar, que te inclines a derecha o izquierda, que no sigas
la dirección, te encontrarás fuera del camino derecho que lleva al
matrimonio».
77, Nm 20, 17.
78. Cf. Pr 4, 27.
79. Cf. Pr 27, 23.
LA FUGA, 34-36 61

cuando es recta y justa y digna de nuestro verdadero


buen Pastor.

La difusión juiciosa de la palabra del Señor

35. Respecto a la difusión de la Palabra, por hablar


al final de lo que es el primero de nuestros bienes, y
me refiero a esa Palabra divina y sublime sobre la que
ahora todos filosofan, cuando veo que hay quienes tie­
nen el valor de hablar de ella y la consideran apta para
cualquier inteligencia, me pasmo de su sabiduría, o, por
mejor decir, de su ingenuidad 80• A mí me parece de lo
más difícil y cosa que requiere un espíritu elevado ad­
ministrar esa Palabra 81 oportunamente a cada uno y
dispensar con prudencia las verdades de nuestra doc­
trina, que habla de los mundos o el mundo, de la na­
turaleza, del alma, del entendimiento, de las naturale­
zas inteligentes según sus grados, de la Providencia que
abarca y dirige todo, de las cosas que suceden confor­
me a la razón y de aquéllas otras que escapan a la razón
humana de este mundo.

Soberanía y bienaventuranza de la Trinidad

36. N os queda aún por considerar todo lo concer­


niente a nuestro primer estado y a la regeneración final,

80. El ministerio sacerdotal lleva consigo una responsabilidad tal


y tan grande que, aunque sonriendo, Gregario parece dirigir su ín­
dice acusador incluso contra Jos sacerdotes que por ingenuidad cul­
pable comunican e1 Evangelio a los hombres sin la debida reflexión.
8 1 . Cf. Le 12, 42.
62 GREGORIO NACIANCENO

a las figuras, verdades y testamentos, al primer y al se­


gundo advenimiento de Cristo, a la encarnación, la pa­
sión, la muerte, la resurrección,� el fin, el juicio, la re­
tribución, sea más triste o más gloriosa, y, por último
y principalmente, a todo aquello que debe considerar­
se a propósito de la Trinidad soberana y bienaventura­
da. Precisamente esta última materia constituye el mayor
de los peligros para quienes han recibido la misión de
difundir la luz 82• Porque puede ser que, reduciendo la
Trinidad a una sola hipóstasis 83 por temor al politeís­
mo, por pensar en una sola persona reduzcan a sim­
ples nombres los de Padre, Hijo y Espíritu Santo. O
bien, al contrario: que dividiéndola en tres hipóstasis 84

82. La terminología de la luz aplicada a definir la naturaleza


humana y el conocimiento de Dios por parte del intelecto humano,
que sólo si es puro puede acercarse al Ser purísimo, se encuentra
muy difundida en la época patrística. Desde luego es frecuemísima
en Gregorio y tiene en él un sustrato ciertamente escriturísrico (cf.
Jn 1, 9: La verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a
este mundo; 3, 19-21; 9, 5; etc.; 1 Jn 1, 5: Dios es luz). Pero, ade­
más, evidencia conceptos y términos platónicos (La República , 508c
ss.) y plotinianos. En todo caso, Gregorio aplica esa rermino1ogía
de modo orgánico y sistemático sólo en los versos compuestos du­
rante el retiro de Nacianzo, o sea, veinte años después de haber
compuesto La fuga. Cf. C. MüRESCHINI, Luce e purificazione nella
dottrina di Gregario Nazianzeno, en «Augustinianum», 13 (1973),
pp. 535-549. Cf. Vita, v. 1948.
83. Es la herejía de Sabelio. Véase Introducción, notas 29 y 30.
84. Es la herejía arriana de Eunomio (cf. Or. XXXI, 9: PG 36,
142). Cf. ll dogma trinitario nei primi discorsi di Gregario Na­
zianzeno, en «Augustinianum», t3 (1 973), pp. 525-534. Según Eu­
nomio, el Padre por ser principio del Hijo le era anterior. Cf. GRE­
GORIO DE NACIANZO, Discours 27-31, pp. 92-93, nota n. 1, SCh
250: «Según Gregario, los eunomíanos ofrecen a todos los cristia­
nos como única vía de salvación, no la fe en su dinamismo teoló­
gico, sino la teología como técnica de la especulación y del discurso.
LA FUGA, 37 63

extrañas y ajenas entre sí o inarmomcas y sin princi­


pio, y considerándolas como tres divinidades por así
decir contrapuestas, caigan en el mismo mal, aunque
por la vía opuesta, como si para enderezar una planta
que crece torcida se la retorciera demasiado por el lado
opuesto.

Tres opiniones teológicas dañinas

37. Siendo tres las enfermedades actuales de la teo­


logía, ateísmo, judaísmo y politeísmo, la primera de las
cuales tiene por jefe a Sabelio, la segunda a Arrío de
Alejandría y la tercera a algunos demasiado ortodoxos
que han surgido entre nosotros, ¿cuál es mi parecer?
Rechazar lo que en cada una de ellas es perjudicial y
permanecer en la piedad 85• Lo cual lleva consigo no
permitir que Sabelio nos arrastre al ateísmo que se sigue
de esos nuevos análisis y síntesis que hace cuando, en
vez de definir el todo como una sola cosa, reduce a
nada cada elemento. (La Trinidad) deja de ser lo que es
si (las tres Personas) se intercambian entre sí y se trans­
forman, resultando un Dios compuesto y fabuloso si­
milar a los animales de la mitología. Habremos de evitar

Es éste el punto de vista que Gregario refuta. Él entiende que la


teología así entendida es una disciplina� una vía particular que exige
vocación y formación y que no puede ser practicada por todos los
cristianos. Hay otras vías que 11evan a la casa del Padre y que están
abiertas a todos, especialmente los carismas... la hospitalidad, el amor
fraterno, el cuidado de los pobres».
85. Es decir, se expresa de manera conforme a la fe de la Igle­
sia que mantiene simultáneamente las siguientes exigencias: «No
compromete al único Dios y confiesa las tres hipóstasis y la pro­
piedad de cada una• (cf. Or. XX, 5: PG 35, 1069).
64 GREGORIO NACIANCENO

igualmente separar las naturalezas siguiendo la conoci­


da locura de Arrío 86, pues incurriríamos en la pobreza
judaica y vendríamos a atribuir la envidia a la natura­
leza divina. Y también huiremos de asignar la divinidad
sólo al ingénito como si temiéramos que Dios se nos
corrompiera si fuera Padre de un Dios verdadero y de
igual naturaleza. Pero al mismo tiempo hemos de ne­
garnos a componer y contraponer entre sí los tres prin­
cipios para no regresar al politeísmo griego que hemos
abandonado ya.

Se ha de defender y profesar la unidad y la trinidad


de Dios

38. No hay que ser tan defensores del Padre que


le quitemos el ser Padre: y ¿de quién sería Padre si el
que es Hijo por naturaleza le es arrancado y viene a
resultarle tan ajeno como la creación? Pues quien es
ajeno no es Hijo. Otro tanto sucede si el Hijo se une
al Padre hasta confundirse con él, lo que equivale a
decir que también éste se confunde con el Hijo. Y no
hay que ser tan defensores de Cristo que se le expo­
lie de la condición de Hijo: y ¿de quién sería Hijo si
no quedara vinculado al Padre como a su principio ?
Debe, por tanto, reservarse al Padre la dignidad de
principio, cual cumple a quien es padre y progenitor.
Este sería principio de cosas pequeñas e indignas, y
aun de modo menor y desdeñable, si no fuera princi­
pio de divinidad y de bondad, como se ve en el Hijo
y en el Espíritu Santo, en uno en cuanto Hijo y Verbo,
en otro en cuanto espíritu que procede y permanece.

86. Cf. Vita, v. 578ss; Or. XXV, 8: PG 35, 1209.


LA FUGA, 38-40 65

Por todo lo cual es imprescindible mantener el Dios


único y profesar las tres hipóstasis, cada una de ellas
con sus propiedades.

La predicación es difícil: es necesaria la ayuda del Espíritu

39. Comprender estas cosas y exponerlas adecuada­


mente y de manera conforme a su dignidad requeriría
mayor tiempo del que disponemos ahora y aun inclu­
so, en mi opinión, un tiempo mayor que la vida misma.
Por eso ahora y siempre es necesario el Espíritu, mer­
ced al cual se conoce, se escucha y se interpreta a Dios.
Sólo quien es puro puede alcanzar lo puro e inmuta­
ble. Por el momento nos hemos limitado a mostrar bre­
vemente cuán difícil es encontrar un discurso capaz de
instruir e iluminar a todos con la luz del conocimien­
to, cuando se está hablando de estas cosas a una mul­
titud de edades y hábitos tan dispares que recuerda a
un instrumento de muchas cuerdas cuyo tañido preci­
sa innumerables trasteos. Pues se corre peligro en tres
cosas: en entender, en hablar y en oír y es inevitable
que se caiga en alguna de ellas si no en las tres. O no
fue luminosa la inteligencia, o fue débil la palabra o,
no estando purificado, no entendió el oído. Y así, fuer­
za es que la verdad tropiece en una de esas cosas o en
todas ellas. Y todavía más: la respetuosa atención de
los oyentes, que en cualquier enseñanza hace fácil y
aceptable el discurso, en nuestro caso constituye el daño
y el peligro.

Actitud caritativa hacia los herejes

40. Quienes discuten sobre Dios, el mayor de todos


66 GREGORIO NACIANCENO

los seres, sobre la salvación y sobre el fundamento prin­


cipal de lo que para todos es esperanza, cuanto más
fervientes son en la fe más disienten de la tradición.
Considerando que la obediencia es traición a la verdad
y no piedad religiosa, serían capaces de abandonarlo
todo menos las ideas que les guían y la adhesión a los
dogmas de que se nutren. Y esto lo digo de personas
moderadas y en ningún modo malas que, aunque se
desvían de la verdad y sufren por eso, mantienen su
celo, aunque no conforme al conocimiento verdadero.
De suerte que vendrán a encontrarse como por acci­
dente entre quienes han de ser juzgados sin severidad
e incluso muchos de ellos serán exculpados, al contra­
rio de quienes se apartaron de la voluntad del Señor
por depravación y malicia. Movidos de la misma de­
voción que los apartó del Señor, tal vez se dejarían con­
vencer y cambiarían de opinión si los conmoviera una
palabra oporruna capaz de removerles interna o exte­
riormente. Al igual que el hierro puesto sobre el pe­
dernal, su entendimiento está dispuesto para recibir la
luz con sólo que una chispa pueda encender la llama
de la verdad.

Los soberbios, los ignorantes, los superficiales

41. ¿Qué diré de quienes por vanidad o ambición


hablan injustamente al Altísimo 87 y, armándose de la
altanería de un Jannes o un Mambré 88, se alzan no con-

87. Cf. Sal 72, 8.


88. Cf. 2 Tm 3, 8. A tenor de las tradiciones conservadas en
los textos rabínicos, Jannes y Mambré eran dos magos o «jefes de
magos» del faraón que, según Ex 7, lls., desplegaron sus artes má­
gicas contra Moisés y Aarón.
LA FUGA, 41-42 67

tra Moisés, sino contra la verdad y la sana doctrina?


¿ Y qué de esa tercera especie de hombres que por ig­
norancia o por la temeridad que siempre sigue a la
ignorancia, arremeten contra la fe con instinto de cer­
dos y pisotean las perlas de la verdad ? "·

Necios, indolentes, incapaces, irresponsables, presuntuosos

42. ¿Y qué de quienes, mejor o peor, con mayor


o menor profundidad, ignoran cualquier pensamiento
en torno a Dios y, apartados de cualquier razona­
miento y maestro que les permitiría elegir algo bueno
y cierto, se complacen en seguir su propio juicio aun­
que no sean buenos jueces de la verdad? Después de
haber dado vueltas y tornado sobre el valor de cada
enseñanza, unas veces a un lado, otras a otro, fatiga­
dos de tantos razonamientos 90, habiendo cambiado de
opinión muchas veces, tras haber desechado fácilmen­
te, como parva al viento, numerosos pareceres, a la
postre, con el oído y el entendimiento exhaustos por
tanto discurso, incurren en la locura de cansarse de sí
mismos y adoptan la perversa actitud de ridiculizar­
nos y de despreciar nuestra fe como cosa sin funda­
mento y para nada buena. Y con ignorancia pasan de
las personas que hablan a las cosas que dicen como
si un enfermo de la vista o el oído condenara al sol
y a los sonidos: a aquél por oscuro y opaco, a éstos
por débiles e inusuales.

89. Cf. Mt 7, 6.
90. Cf. Ef 4, 14.
68 GREGORIO NACIANCENO

La misión del escritor temeroso de Dios

43. Por todo lo cual, es más fácil imprimir la ver­


dad en un alma que nada ha conocido previamente y
que es como cera aún no empleada para escribir, que
escribir los preceptos verdaderos encima de rasgos an­
teriores, de doctrinas y creencias erróneas, pues lo que
estaba escrito puede confundirse con lo nuevo y lle­
gar a desordenarlo. Verdaderamente, es mejor reco­
rrer una calzada que ya haya sido explanada e igua­
lada, que una desigual y sin pisar. Y cultivar un campo
que ya muchas veces ha sido arado y mullido. Por el
contrario, vale más escribir en un alma que descono­
ce los razonamientos malvados y en la que aún no
han sido profundamente grabados los rasgos de la mal­
dad. Por tanto, son dos las misiones del escritor te­
meroso de Dios: borrar los caracteres precedentes y
escribir los verdaderamente buenos y dignos de per­
manecer. É stos según las demás pasiones y según la
doctrina son los malvados y los rasgos inspirados por
el maligno. Distinta es la misión de quien ha sido en­
cargado de la educación y de la tutela de las almas.
Por no ser largo en exceso, no me ocupo sino de una
mínima parte de lo que debería decir, descuidando por
ahora el resto.

Simplicidad y versatilidad del educador espiritual

44. Si alguien comenzara a adiestrar y domesticar


una fiera múltiple y multiforme, compendio de muchas
otras fieras, grandes y pequeñas, más mansas y más sal­
vajes, resultaría para él una tarea ardua y fatigosa lle­
gar a dominar una naturaleza tan anómala y extraña,
pues las fieras distintas no aman los mismos alimentos,
LA FUGA, 43-45 69

voces, caricias ni reclamos ni tampoco valen para todas


igualmente los mismos métodos de adiestramiento, sino
que una gusta de una cosa y otra de otra, según dis­
pone la naturaleza de cada cual. ¿Qué debería hacer el
domador de una fiera como esa? ¿Qué sino que su ha­
bilidad sea igualmente múltiple y multiforme de mane­
ra que use en cada momento el cuidado que conviene
de suerte que la fiera pueda ser guiada y cuidada bien?
Así, estando este cuerpo de la Iglesia constituido por
muchas y diferentes costumbres y razones, de idéntica
forma a un organismo vivo compuesto y diferente, es
del todo imprescindible que su cabeza sea simple en
cuanto a la sinceridad que en todo debe tener y tan
vario y versátil cuanto sea posible en lo que toca a la
relación con cada una y en cuanto a la conveniencia de
tratar con todos.

Gradualidad de la educación espiritual

45. Algunos tienen necesidad de ser alimentados con


leche, esto es, con doctrinas más simples y más de prin­
cipiantes. Como niños con constitución de recién na­
cidos no pueden soportar como alimento la madurez
del discurso 9 1• Y si se les da este alimento que supe­
ra sus fuerzas, oprimidos y superados por él, pues su
inteligencia carece del vigor que se requiere para reci­
bir y asimilar algo que aún les es superfluo, podrían
llegar a perder las incipientes fuerzas. Otros, por el
contrario, necesitan la sabiduría que es habitual entre
los perfectos 92 y el alimento más alto y sustancioso,

91. Cf. Hb S, 12; 1 Co 3, 1-2.


92. Cf. 1 Co 2, 6.
70 GREGORIO NACIANCENO

pues sus facultades intelectuales están habituadas a dis­


tinguir entre lo vedadero y lo falso 93• Si éstos bebie­
ran leche y se alimentaran de verduras 94, comida de
enfermos, no podrían soportarlo y, con toda justicia,
pues no se sentirían robustecidos según Cristo 95 ni cre­
cer con el laudable 96 incremento que suele procurar la
palabra divina que conduce a quien se alimenta de ella
hasta la dimensión de hombre perfecto y la dimensión
de la edad espiritual 97•

Guardémonos de quienes falsifican la palabra de Cristo

46. ¿ Y quién se hallará idóneo para esto? 98• Por­


que nosotros no somos como los más, que son capa­
ces de hacer mercadería de la palabra de la verdad 99
y de mezclar el vino con el agua 1 00, esto es, la Pala­
bra que alegra el corazón del hombre 1 01 con las pala­
bras que son venales, que no se levantan de la tierra,
que se desvanecen y acaecen por casualidad. Esos siem­
pre esperan alcanzar algún provecho de su comercio
y ora hablan de un modo ora del otro, según quien
se les acerca y por complacer a todos. Son charlata­
nes, habladores de necedades que atienden sólo a sus
intereses con palabras que surgen de la tierra y aca-

93. Cf. Hb 5, 14.


94. Cf. Rm 14, 2.
95. Cf. Flp 4, 13.
96. Cf. Col 2, 19.
97. Cf. El 4, 13.
98. 2 Co 2, 16.
99. Cf. 2 Co 2, 17.
1 OO. Cf. Is 1, 22.
101. Cf. Sal 103, 15.
LA FUGA, 46-47 71

han por caer a ella 102• También nosotros podríamos


asegurarnos entre el común una fama notable recu­
rriendo a esa vía, perjudicándolos mucho e incluso con­
siguiendo su ruina y derramando la sangre inocente de
almas simples, sangre que reclamará justicia a nuestras
manos 103•

Primero educados, después educadores

47. Pero sabiendo que es más conveniente confiar


a otros más expertos nuestra propia guía mejor que
ser nosotros guías inexpertos y que conviene más
prestar un oído atento que mover una lengua igno­
rante, habiendo debatido estas cosas conmigo mismo
y con un consejero probablemente no inepto y desde
luego benévolo, como no lo sabía, decidí aprender lo
que debe decirse y lo que debe hacerse, antes de en­
señar sin saber. Habríamos de alegrarnos si alguno,
incluso ya en la vejez, consiguiera alcanzar pruden­
cia y habilidad para aprovechar a un alma joven en
la piedad. Comenzar a educar a otros antes de ha­
berse instruido adecuadamente es, como se dice,
aprender el arte de los vasos con un tonel 104• Prac­
ticar la piedad a costa de las almas ajenas me parece
propio de personas o muy insensatas o muy audaces:
insensatos, si no se dieran cuenta de su ignorancia;
temerarios si, conscientes de ella, emprendieran tal
empresa.

102. Cf. ls 8, 19; 29, 4.


103. Cf. Ez 3, 20; 33, 8.
104. Cf. PLATÓN, Gorgias, 514e.
72 GREGORIO NACIANCENO

Una antigua ley hebrea.


(Educarse en la inteligencia de las Escrituras)

48. Algunos de los más sabios entre los hebreos


dicen que antiguamente ellos tenían una ley «de las me­
jores y las más laudables», consistente en que uno no
se entregara al estudio de la Escritura a cualquier edad.
Se trata de una norma de grandísima utilidad, porque
no toda la Escritura es apta para ser leída por cual­
quiera en cualquier momento y la de contenidos más
hondos, precisamente a causa de su aspecto, puede dañar
gravemente al común. Unas partes eran puestas a dis­
posición de todos desde el principio: aquéllas que son
convenientes incluso en su aspecto más externo. Otras,
en cambio, no se confiaban sino a quienes habían
cumplido ya veinticinco años: las que bajo un aspecto
vil esconden una belleza mística, recompensa de la la­
boriosidad intelectual y de la pureza de vida, que bri­
lla y se entrega sólo a quienes se han conservado con
la mente límpida. Como si la edad mencionada fuera
la condición requerida para imponerse al cuerpo y pasar
desde la letra al Espíritu 105•

La educación debe ser permanente

49. Nosotros carecemos de límite para educar y ser


educados, a diferencia de las piedras que antiguamente
tenían las tribus afincadas a un lado y otro del Jor­
dán 106; no se debe conceder a unos una cosa y a otros
otra: no hay un canon de costumbres. Muy por el con-

105. Cf. 2 Co 3, 6.
106. Cf. Jos 4, 9.
LA FUGA, 48-49 73

trario, la situación es tan desesperada y confusa y es­


tamos nosotros tan mal dispuestos que la mayor parte
de nosotros, antes casi de abandonar la primera pelu­
silla y el balbuceo infantil, antes de entrar en las aulas
divinas 107, antes de que sepamos los nombres de los li­
bros divinos, antes de conocer el tenor y las partes del
Antiguo y del Nuevo Testamento, sin haber lavado aún
el cieno y los vicios del alma en los que el mal arraiga,
habiendo aprendido apenas dos o tres palabras de las
cosas divinas y eso no por contacto directo con ellas
sino por haberlas oído nombrar, conocedores apenas de
David, nos envolvemos en el manto considerándonos
filósofos 108 hasta el cinturón, recubriéndonos con una
cierta máscara y apariencia de religiosidad. ¡ Ay, qué pri­
vilegio, qué diferencia! ¡Santo era Samuel desde los
pañales! 109• Pronto somos sabios y maestros y subli­
mes en las cosas divinas, en el primer puesto tras los
escribas y los doctores de la Ley y nos gloriamos de
ser celestes y buscamos que los hombres nos llamen
Rabbí110• No atendemos a la letra, queremos interpre­
tarlo todo según nuestro espíritu y llenamos de ambi­
ción nuestros sueños, considerándonos despreciados si
no somos alabados suficientemente. Y esto último es
justamente lo que hacen quienes entre nosotros son más

107. Cf. Sal 91, 13.


108. Gregorio se sirve aquí del término philosophéin para ha­
blar de la formación cristiana que él ha recibido en su familia. Aun­
qUe esté agradecido a sus padres, toma como pretexto su insufi­
ciente conocimiento cristiano sobre este particular para no asumir
la responsabilidad del sacerdocio, valiéndose de una imagen pinto­
resca. Generalmente, la palabra philosophéin designa la búsqueda de
la verdad religiosa a la que cada uno es movido por su meditación
personal: A. M. MALINGREY, op. cit., p. 245, nota n. 36.
109. Cf. 1 S 1, 19-28.
1 10. Cf. Mt 23, 7.
74 GREGORIO NACIANCENO

sencillos y generosos. ¿Qué harán, pues, los de espíritu


más elevado y corazón más generoso? Tras habernos
sometido a juicio reiteradamente y, a su parecer, hasta
torturamos, sin tenernos en cuenta para nada se han
ido, despreciando nuestr¡1 comunión como propia de
personas 1mpías.

Necio es el hombre que se considera sabio

50. Si nos acercáramos tranquila y razonablemen­


te a cualquiera de esos y le dijéramos: «Dime, noble
señor: ¿piensas que bailar o tocar la flauta tienen al­
guna importancia?», respondería: «Ciertamente sÍ».
«¿Y la sabiduría y ser sabio precisamente con aque­
lla ciencia que lo es de las cosas divinas y humanas ?».
También admitirían eso. «¿Y tales cosas son mejores
y más elevadas que la sabiduría o, por el contrario,
la sabiduría es con mucho superior a ellas ?». Bien sé
que asentirán a todo esto y hasta aquí se muestran
razonables. Hay, por tanto, un adiestramiento y un
aprendizaje en la danza y en tocar la flauta y re­
quieren tiempo, sudor y fatiga prolongados. Y en oca­
siones, también pagar honorarios y disponer de ins­
tructores. Y tal vez viajar a lugares lejanos y, por
descontado, hacer y padecer cuanto comporta todo
esto. Y la sabiduría que sobrepasa a todo y que con­
tiene y posee en sí todas las bellezas, hasta el punto
que el mismo Dios se complace con este nombre más
que con cualquier otro de los muchos con que es lla­
mado, ¿ habremos de tenerla por tan vana y abyecta
que puede conseguirse con sólo desearlo? ¡Qué enor­
me desatino! Si yo les dijera esto e intentara sacar­
los poco a poco de su error, incluso si se lo dijera
alguien más docto e inteligente que yo, sería sembrar
LA FUGA, 50-52 75

entre piedras 1 1 1, hablar al oído de quien no oye 1 12 ,


Ni siquiera son sabios en reconocer su ignorancia. Me
parece que puede aplicárseles con toda justicia aquel
dicho de Salomón: Esto vi de malo bajo el sol 11 3, un
hombre que por sí mismo se consideraba sabio '"· Y,
lo que es aún peor, se puso a enseñar a otros quien
ni siquiera era consciente de su propia ignorancia.

La vanagloria obstaculiza la virtud

51. Este sí que es un mal donde los haya digno de


lágrimas y lamentos, por el cual yo a menudo he ex­
perimentado compasión a sabiendas de que el tenerse
en mucho aleja y que para los hombres la vanagloria
constituye un gran obstáculo para la virtud. Diagnos­
ticar y detener esa enfermedad sería propio de un Pedro
o de un Pablo, los grandes discípulos de Cristo que re­
cibieron ese don junto al de la acción y la palabra, y
que se hicieron todo con todos para salvar a todos 1 1 5•
Para nosotros sería ya mucho dejarnos gobernar recta­
mente y conducir por quienes han aceptado la misión
de enderezar esos errores.

Pablo testigo del cuidado de las almas

52. Puesto que nos hemos referido a Pablo y a


otros de su género, si os parece, dejaré constancia de

1 1 1. Cf. Le 8, 6.
1 12. Cf. Si 25, 9.
1 13. Qo 10, S.
1 14. Pr 26, 12.
1 15. Cf. 1 Co 9, 22.
76 GREGORIO NACIANCENO

todos los demás que fueron propuestos al pueblo como


legisladores, profetas, jefes mili.tares o para cualquier
otro oficio semejante. Me refiero a Moisés, Aarón,
Josué, Elías, Eliseo, los Jueces, Samuel, David, la mul­
titud de los profetas, Juan, los doce discípulos y los
demás que les sucedieron, que con tantos sudores y
fatigas desempeñaron la presidencia cada uno en su
momento. Pero dejando a todos esos, acudamos sola­
mente a Pablo como testimonio de nuestras palabras
y consideremos en él cuán grande sea el cuidado de
las almas y si es cosa de poco compromiso o de es­
casa inteligencia. Y para conocer y constatar eso fácil­
mente, lo mejor será que escuchemos lo que el propio
Pablo dice de sí mismo.

Pablo mediador entre Dios y los hombres

53. No hablaré de las penas, de las vigilias, del


miedo, del acoso del hambre, de la sed, del frío, de la
desnudez, de las adversidades que lo afligían por fuera
e interiormente. Dejo también aparte las persecuciones,
conspiraciones, prisiones, hierros, acusadores, la muer­
te acechante cada día, cada hora, las lacerías, lapidacio­
nes, flagelaciones, las fugas a escondidas, los peligros
por tierra, por mar, el abismo, los naufragios, peligros
de torrentes, peligros de ladrones, peligros de los suyos,
peligros entre los falsos hermanos 116; el ganarse la vida
con sus manos 117, el Evangelio predicado sin retribu­
ción 1 18• El ser puesto como espectáculo para los ánge-

1 1 6. 2 Co 1 1 , 26.
1 17. Cf. 1 Co 4, 12.
1 1 8. Cf. 1 Co 9, 1 8.
LA FUGA, 53-54 77

les y para los hombres 119, mediador entre Dios y los


hombres, combatiendo por éstos, conduciendo y re­
conciliando con Aquél un pueblo elegido 120• Al mar­
gen de todo lo anterior, ¿quién podría dar digna cuen­
ta de su diaria batalla, de su solicitud por cada uno,
del cuidado de todas las iglesias 12 1 , del ser espiritual­
mente compañero y hermano de todos? Cuando algu­
no estaba enfermo, se afligía Pablo; si uno era escan­
dalizado, Pablo gemía 1 22 •

Pablo sabía concilíar siempre benevolencía y severidad

54. ¿Y su incansable labor de enseñanza? ¿Y la pro­


digalidad de sus cuidados? ¿Y su humanidad? ¿Y su
austeridad? ¿Y la perfecta mezcla y unión de esas dos
últimas cualidades de suerte que no fuera ni demasia­
do blando por benevolencia ni excesivamente áspero
por severidad? Dicta la ley para esclavos y dueños 123,
para quien manda y para quien obedece 12\ para hom­
bres y mujeres m, para padres e hijos 126, para los ca­
sados y para los célibes 12 7, para la continencia y el
vicio 128, para la sabiduría y la ignorancia 129, para la cir-

1 1 9. Cf. 1 Co 4, 9.
120. Cf. Tt 2, 4; Dt 7, 6; 14, 2.
121. Cf. 2 Co 11, 28.
122. Cf. 2 Co 1 1 , 29.
123. Cf. Ef 6, 5-9. Col 3, 22; 4, t .
124. Cf. Rm 13, 1-7.
125. Cf. Col 3, 18-19.
126. Cf. Ef 6, 1-4.
127. Cf. Ef 5, 22-23; 1 Co 7, 1-16.
128. Cf. 1 Co 7, 9.
129. Cf. 1 Co 12, 8.
78 GREGORIO NACIANCENO

cunciswn y para el prepucio 130, para Cristo y para el


mundo 131, para la carne y para el espíritu 132• Está agra­
decido a algunos 133 y a otros les dirige reproches. A
algunos les otorga el calificativo de gozo y corona 134
y a otros les echa en cara su necedad 135• Se hace com­
pañero de camino y fatigas para quienes avanzan rec­
tamente; a quienes siguen la senda equivocada les amo­
nesta. A veces niega su caridad 136 y otras la reafirma 137•
Llora, exulta, da a beber leche 138, explica los miste­
rios 139• A veces condesciende, otras arrastra consigo. A
veces amenaza con el látigo y otras exhibe el espíritu
de dulzura 140• Cuándo se levanta sobre quienes se le­
vantan, cuándo se abaja con los más bajos. Cuándo es
el último de los apóstoles 141, cuándo promete el testi­
monio de Cristo que habla en él 142• Ahora desea la
partida [la muerte] y se prepara para ella, luego consi­
dera de mayor utilidad permanecer en la carne 143• Pues
no busca lo que le conviene sino lo que es bueno para
los hijos que él ha engendrado en Cristo por medio
del Evangelio 144• Tal es el objeto de todo poder espi-

130. Cf. Rm 2, 25-29.


131. Cf. Rm 1, 9; 1 Co 3, 22-23.
132. Cf. Rm 2, 28-29.
133. Cf. Rm 1, 8; 1 Co 1, 4; 1 Ts 1, 2; 2 Ts 1, 3; 2 Ts 2, 13.
134. Cf. Flp 4 , 1.
135. Cf. Ga 3, 1 .
136. Cf. 1 Co 5, 5.
137. Cf. 2 Co 2, 8.
138. Cf. 1 Co 3, 2.
139. Cf. 1 Co 2, 7; 4, 1; 15, 51; Ef 3, 3.
140. Cf. 1 Co 4, 2 1 .
141. Cf. 1 Co 1 5 , 9.
142. Cf. 2 Co 13, 3.
143. Cf. Flp 1, 23-24.
144. Cf. 1 Co 4, 15.
LA FUGA, 55 79

ritual: olvidar siempre el propio bien en favor del bien


a¡eno.

Las tribulaciones son para Pablo el mejor adorno


55. Se gloría de las enfermedades y tribulaciones 145•
Se complace en la mortificación, como si se tratara de
un título de gloria 146• Es sublime en las cosas de la
carne y se gloría en las del espíritu 1 47• No está des­
provisto de doctrina 148 y, sin embargo, dice ver las
cosas como a través de un espejo y en enigma 149• Con­
fía en el espíritu, pero mortifica su cuerpo tratándolo
como a un enemigo 1 50• Así pues, ¿qué nos enseña, a
qué nos induce? A no pensar en las cosas de aquí
abajo 151, a no enorgullecernos de nuestro saber 1 52, a no
despertar la carne en perjuicio del espíritu 1 53• Comba­
te por todos, ruega por todos, de todos es celoso 154•
Se inflama por todos, estén bajo la Ley o fuera de ella.
Predicador de los gentiles 1 55 y guía de los judíos 1 56•
Tuvo la osadía 157, que también yo comparto un poco
cuando hablo a otros de él, de hacer aun cosas mayo­
res en favor de sus hermanos según la carne: por ca­
ridad hacia ellos llega a desear que ocupen su lugar

145. Cf. 2 Ts 1, 4.
146. Cf. 2 Co 4, 10.
147. Cf. 1 Co 9, 1 1 .
148. Cf. 2 Co 1 1 , 6.
149. Cf. 1 Co 13, 12.
150. Cf. 1 Co 9, 27.
151. Cf. Col 3, 2.
152. Cf. 1 Co 8, l.
!53. Cf. Ga 5, 17.
154. Cf. 2 Co 1 1 , 2.
155. Cf. 1 Tm 2, 7.
156. Cf. 1 Co 9, 20.
157. Cf. 2 Co 1 1 , 2 1 .
80 GREGORIO NACIANCENO

junto a Cristo 1 5 8• ¡ Qué magnanimidad! ¡Qué ferviente


celo! Imita con ello a Cristo, que por nosotros se hizo
maldición 159, que tomó nuestras debilidades y cargó
sobre sí nuestras enfermedades 1 60 o, más bien, para ha­
blar más ajustadamente, acepta, el primero tras Cristo,
sufrir por ellos cuanto sea preciso, incluso pasando por
impío, con tal de que se salven.

Hagámonos imitadores veraces de Pablo

56. Mas ¿por qué digo las cosas una a una? Viviendo
no para sí sino para Cristo y para la predicación, con­
siderando el mundo crucificado para él y él para el
mundo 161 y las cosas invisibles, todo lo considera de
poca monta y menor que su deseo 162, aunque ha com­
pletado el Evangelio 163 yendo desde Jerusalén hasta la
Iliria, aunque ha alcanzado el tercer cielo en una visión,
aunque ha contemplado el Paraíso, aunque ha escucha­
do palabras que permanecen secretas para nosotros 164•
Esto [hizo] Pablo y quienes se le han asemejado en el
espíritu. Y mucho me temo que nosotros, en compara­
ción con ellos, parezcamos como necios príncipes de
Tanis 165, exactores hasta de la última de las espigas 166,

158. Cf. Rm 9, 3.
159. Cf. Ga 3, 13.
160. Cf. Mt 8, 17; Is 53, 4.
161. Cf. Ga 6, 14.
162. Cf. Flp 3, 8.
163. Cf. Rm 15, 19.
164. Cf. 2 Co 12, 2-4.
165. Cf. ls 19, 1 1 . Tanis, antigua capital de los Hicsos, por ex­
tensión de significado puede referirse aquí a todo el Delta del Nilo.
166. Cf. ls 3, 12.
LA FUGA, 56-57 81

hombres que sin fundamento se jactan de hacer la fe­


licidad de su pueblo 167 cuando, muy por el contrario,
son ellos quienes se benefician del pueblo. Salteadores,
además, del camino que vuestros pies recorren 168, in­
cluso estafadores que os despojan; jefes faltos de edad 169
y desprovistos de juicio, que carecen de pan y de manto
que los autorice a conducir a nadie 170; profetas que en­
señan cosas inicuas 171; caudillos desobedientes dignos
de infortunio junto a sus secuaces cuando apriete la du­
reza del hambre 172, sacerdotes que distan mucho de ha­
blar al corazón a Jerusalén 173: todas éstas son las cosas
que justamente condena Isaías, testigo que había sido
purificado por el carbón de un serafín 1 74 ,

¡Ay de los profetas ineptos!, dice Oseas


57. Ahora bien: una empresa de esta especie y tan
ardua para un corazón delicado y afligido 175 que ver­
daderamente es como un gusano de los huesos 17\ al

167. Is 9, 15.
168. Cf. Is 3, 12.
169. Cf. Is 3, 4.
170. Cf. Is 3, 7.
171. Cf. Is 9, 14.
1 72. Cf. Is 8, 21.
173. Cf. Is 40, 2.
1 74. Cf. Is 6, 6. El año de la muerte del rey Ozías (742 a.C.)
tuvo Isaías la majestuosa visión del trono divino que significó el arran­
que de su actividad profética. El personaje principal de la visión es
Yahveh mismo, al que forman corte los serafines, espíritus celestes
aparecidos con forma de humanos alados. Los serafines tienen seis
alas cada uno: con dos vuelan, con dos se cubren el rostro y con las
otras dos ocultan sus pies por reverencia a la Majestad divina.
175. Cf. Pr 14, 10.
176. Pr 14, 30.
82 GREGORIO NACIANCENO

menos para quien tiene entendimiento, ¿puede ser com­


patible con un riesgo escaso o al que no hay que con­
ceder beligerancia? A mí el profeta Oseas me infunde
terror cuando dice que habrá de recaer el juicio sobre
nosotros, sacerdotes y jefes, porque hemos sido como
un lazo tejido sobre la presa y como una red extendi­
da sobre el Tabor manejada por quienes cazan las almas
de los hombres 1 77• Y el mismo Oseas amenaza con la
condenación a los profetas ineptos 178 y con consumir
en el fuego sus juicios 179 y con suspender la unción
del rey y de los jefes 180 porque reinaron para sí mis­
mos y no para Él 181.

¡Ay de los simoníacos!, grita Miqueas

58. Y mira también al divino Miqueas que no puede


tolerar a Sión edificada sobre sangre de orígenes diversos
y a Jerusalén sobre la injusticia 1 82 por culpa de los jefes
que sentencian a cambio de dones y por culpa de los
sacerdotes que aconsejan a cambio de regalos y de los
profetas que hablan por dinero 1 83• ¿Qué habrá de su­
ceder por culpa de todo esto? Que Sión será arada
como un campo; que Jerusalén será campo para la co­
secha y que el monte del Templo quedará como bos­
que de encinas 184. Se duele de lo menguado de quie-

177. Cf. Os 5, 1-2.


178. Cf. Os 6, 5.
179. Cf. Os 7, 7.
1 80. Cf. Os 1, 4; 3, 4.
181. Cf. Os 8, 4.
182. Cf. Mi 3, 10.
183. Cf. Mi 3, 11.
184. Cf. M i 3, 12.
LA FUGA, 58-60 83

nes obran con rectitud y por doquier llegan quienes la


vendimian y raciman 1 85• Incluso el príncipe exige y el
juez habla para complacer 1 86• Miqueas aplica lo mismo
al gran David cuando dice: Sálvame, Señor, porque falta
un hombre recto 1 87• A consecuencia de lo cual perde­
rán sus bienes y quedarán reducidos a espinas 1 88•

Expiaciones de los sacerdotes indignos según ]oel

59. Joel nos exhorta al llanto y quiere que los mi­


nistros de altar se golpeen mordidos por el hambre 189•
Tan lejos se halla de consentir que gocen junto a los
malvados que exige que, además de santificar el ayuno
y predicar el culto 190, reúnan a ancianos y niños m, eda­
des especialmente dignas de misericordia, y trasladados
al templo en ceniza y saco 192, se postren humildemente
por tierra y pues los campos han sido heridos de este­
rilidad y han sido removidos de la casa del Señor el sa­
crificio y la ofrenda 193, clamen piedad con su sumisión.

Amenazas de Habacuc

60. ¿Y qué dice Habacuc? Habla también con fer-

185. Cf. Mi 7, 1-2.


186. Cf. Mi 7, 3.
187. Sal 1 1, 2.
188. Cf. Mi 7, 4.
1 89. Cf. JI 1, 13.
190. Cf. JI 1, 14.
191. Cf. JI 2, 16.
192. Cf. ls 58, 5.
193. Cf. JI 1 , 9.
84 GREGORIO NACIANCENO

vor y dirigiéndose a Dios manifiesta su desdén e in­


cluso, por así decir, arremete contra la benevolencia del
Señor por la injusticia de los jueces, diciendo: ¿Hasta
cuándo, Señor, seguiré gritando sin que me escuches?
¿Me quejaré ante ti de la injusticia que padezco sin que
me socorras? ¿Para qué me revelaste dolores y fatigas,
aflicciones e impiedad? El juez ha fallado injustamente
en mi presencia, ha quebrantado la Ley y no lleva a
término una causa 194• Y luego, la amenaza y lo que le
sigue: Vosotros que me despreciáis mirad, ved y mara­
villaos de las maravillas y temed, porque cumplo esta
obra ¿Qué necesidad hay de consignar todas las ame­
1 95•

nazas ? Estimo oportuno, sin embargo, añadir a lo ya


dicho lo que aparece un poco más adelante, cuando tras
haber amonestado y exhortado a muchos de quienes se
mostraban injustos y malignos en cualquier asunto, se
dirige a los que son caudillos y maestros de perversi­
dad y llama a su malicia descomposición violenta, ebrie­
dad y error del entendimiento y les dice que su próji­
mo ha sido embriagado por ellos porque cae en las ti­
nieblas de su alma y en las cuevas 196 de serpientes y
fieras 197 donde habitan los malos pensamientos. Así son
y con tal enseñanza hablan con nosotros.

Amonestaciones de Malaquías

61. ¿Y cómo olvidarnos de Malaquías ? En cierta


ocaston reprochaba ásperamente a los sacerdotes y se
burlaba de ellos porque ultrajaban el nombre del

194. Ha 1 , 2·4.
195. Ha 1, 5.
196. Cf. Ha 2, 15.
197. Cf. Ha 1 , 14.
LA FUGA, 61-62 85

Señor 198 y detallaba cuándo lo hacían: cuando ofrecen


en el altar panes impuros, alimentos que no son pri­
micias y cosas que no presentarían a ninguno de sus
jefes o que de presentarlas los deshonrarían. Y, sin em­
bargo, han hecho voto de presentar tales ofrendas al
Rey de todos: cojas y enfermas 199, enteramente profa­
nas y abominables. Y en otra ocasión amonestaba a los
levitas sobre su pacto con Dios acerca de la vida y de
la paz y sobre temer al Señor y retirarse de la presen­
cia de su nombre 200• Dice: Una ley de verdad había
en su boca y en sus labios no fue hallada la injusticia.
Avanzando en paz caminaba conmigo y convertí a
muchos de la injusticia, porque los labios del sacerdote
custodíarán el conocimiento y buscarán la verdad de su
boca 201 • ¡Qué cosa terrible y magnífica a la par! Por­
que [el sacerdote) es ángel del Señor omnipotente 202•
Entre las maldiciones que siguen dejo aparte la conde­
nación, pero temo la verdad. Mas diré aún otra cosa
llena de prudencia y utilidad. Añade: ¿Es justo que siga
conservando vuestros sacrificios y aceptando ofrendas de
vuestras manos? 203• Como rechazando y despreciando
hasta el extremo sus sacrificios a causa de su maldad.

Zacarías reprocha a los sacerdotes

62. Siempre que me acuerdo de Zacarías me espan-

198. Cf. MI 1, 6.
199. Cf. MI 1, 7-8.
200. Cf. MI 2, 5.
201. MI 2, 6-7.
202. Cf. MI 2, 7.
203. MI 2, 13.
86 GREGORIO NACJANCENO

to con su hoz 204 y eso porque testifica contra los sa­


cerdotes 205• Y lo que dice acerca de Josué 206, el gran
sacerdote, al que con su palabra despoja de una vesti­
dura sucia e indigna y lo reviste de otra espléndida y
sacerdotal. Lo cual hace decir al ángel que se dirige a
Josué para advertirle ciertas cosas quizás mayores y más
altas que las referidas a la mayoría de los sacerdotes.
Que queden veladas por el silencio, a no ser que el
diablo se alce a la derecha del sacerdote para comba­
tirlo 207, cosa que me parece no pequeña y digna de
gran temor y mayor atención.

Otras amenazas de Zacarías

63. Y ¿quién tendrá un ánimo tan audaz y empe­


dernido que no tiemble y se modere al escuchar las acu­
saciones que dirige y con las que carga a los demás sa­
cerdotes? Dice, en efecto: Voz de los pastores que se
lamentan porque se han arruinado: voces de leones que
208
rugen porque han padecido. No presta atención a esos
lamentos y sufre con quienes sufren. Y, poco antes, más
crudamente y con más energía: Apacentaréis las ovejas
del matadero, aquéllas que los compradores esquilmaban
y descuidaban, cuyos vendedores decían: ¡Bendito sea el
Señor! ¡Nos hemos enriquecido! Sus pastores nada sintie­
ron por ellas. Por eso no me contendré ante quienes pue­
blan el país, dice el Señor omnipotente 209• Y además: Em-

204. Cf. Za 5, !.
205. Cf. Za 7, 3ss.
206. Cf. Za 3, 1-10.
207. Cf. Za 3, ! .
208. Za 1 1, 3.
209. Za 1 1 , 4-6.
LA FUGA, 63-65 87

pléate, espada mía, contra mis pastores. Y: Golpead a los


pastores y dispersad la grey, y extenderé mi mano con­
tra los pastores 2 10• Y: Contra los pastores estalló mi ira
y visitaré a los corderos 211, incluyendo aqui en la ame­
naza a los jefes del pueblo. Y de esta suerte persiste en
su discurso y no es fácil escapar a las amenazas, si bien
temo hacerme odioso de continuar enumerando cada una
de ellas. Sin embargo, es Zacarías quien habla así.

Ezequiel contemplador e intérprete de los grandes misterios

64. Dejemos a un lado a los ancianos de que habla


Daniel y también lo que fue dicho por el Señor predi­
cando a propósito de ellos: Salió la iniquidad de Babi­
lonia, de los ancianos que parecían gobernar al pueblo212•
Mas ¿cómo olvidaremos a Ezequiel, que contempló las
mayores visiones e interpretó los misterios ? ¿Y cómo lo
que ordena a los centinelas, que no callen la iniquidad
y la espada que la impone? 2lJ. Con lo que quiere decir
que no beneficia ni a ellos ni a quienes pecan, mientras
que si lo preven y lo denuncian, será para bien de unos
y otros, si aquéllos hablan y éstos escuchan y, de todas
formas, a quienes se lo han advertido 214•

Ezequiel amonesta a los pastores

65. ¿Y cómo [callaremos] aquel otro discurso que

210. Za 1 3 , 7.
211. Za 10, 3.
212. Dn 13, 5.
213. Cf. Ez 33, 2-6.
214. Cf. Ez 33, 9.
88 GREGORIO NACIANCENO

hace contra los pastores? Unas veces con estas pala­


bras: Desgracia sobre desgracia, alarma sobre alarma:
será necesaria una visión del profeta y será de menos
la ley a causa del sacerdote y el consejo por culpa de
los ancianos 2 15 • Otras veces con éstas: Hijo del hom­
bre, dile: eres un país que no está bañado por el agua,
sobre el que no cae la lluvia en el día de la ira. Sus
jefes están en medio de él como leones rugientes que
despedazan su presa, que devoran las almas sobre las
que tienen potestad 2 16 • Y al poco: Sus sacerdotes han
violado mi ley, han profanado mis cosas sagradas. Y
-añade- no han querido distinguir entre lo santo y lo
profano, sino que todo era una sola cosa a sus ojos. Y
se desentendían de mis sábados y yo era profanado en
medio de ellos 217• Y amenaza 2 1 8 con destruir el muro
y a quienes lo han levantado, los pecadores y quienes
los encubren. Lo cual se aplica con toda propiedad a
los jefes malos y a los sacerdotes de la casa de Israel,
que siguiendo la concupiscencia de su corazón se han
alejado 21 9•

Pastores que se apacientan a sí mismos

66. No quiero mencionar cuanto dice acerca de quie­


nes se apacientan a sí mismos, devorando la leche, vis­
tiéndose de la lana y matando a los animales cebados,
pero no apacientan la grey, ni cuidan de la oveja exte-

215. Ez 7, 26.
2 1 6. Ez 22, 24-25.
217. Ez 22, 26-27.
218. Cf. Ez 13, 1 5 .
219. Cf. Ez 14, 5.
LA FUGA, 66-68 89

nuada, ni remedian a la herida, ni recuperan a la extra­


viada, ni protegen a la sana 220, Antes, muy por el con­
trario, la agotan de fatiga y la dejan morir a propósito.
De manera que se dispersa el rebaño por toda la llanu­
ra y por el monte porque no hay pastores. Y viene a
ser alimento para todas las aves del cielo y para las fie­
ras, pues no hay quien vaya a buscarlo para devolver­
lo221. ¿Qué más aún? Por mi vida -añade- dice el Señor:
por todo eso están así las cosas y son presa mis ovejas:
estoy contra los pastores. Quitaré mis ovejas de sus
manos 222 y las reuniré y cuidaré de ellas, y los pasto­
res pastorearán sólo lo que a malos pastores conviene.

Jeremías se lamenta de la maldad de los jefes

67. Mas para no extenderme en demasía con este


repaso de todos los profetas, dejaré al margen a los
demás y me reduciré sólo a mencionar a otro más, aquel
que fue desconocido antes de ser formado y que fue
santificado en el vientre materno 223: Jeremías. Pide agua
en su cabeza y un manantial de lágrimas en sus ojos
para llorar dignamente sobre Israel 224, pero no se duele
menos de la iniquidad de sus caudillos.

Impiedad y locura de los sacerdotes que se olvidan de Dios

68. Acusando a los sacerdotes, le dice Dios: Los sa-

220. Cf. Ez 34, 2-4.


221. Cf. Ez 34, 8.
222. Cf. Ez 34, 8.10.12.
223. Cf. Jr 1 , 5.
224. Cf. Jr 8, 23.
90 GREGORIO NACIANCENO

cerdotes no dijeron: ¿dónde está el Señor? Y quienes se


apropiaban de mi ley no me conocían. Los pastores obra­
ban impíamente en mi presencia 125• Y lo mismo repite
poco después: Enloquecieron los pastores y no buscaban
al Señor y por su culpa la grey careció de entendimiento
226•
y quedó dispersada Y añade: Muchos pastores arrui­
naron mi viña y mi huerto, que era deseable, lo man­
charon hasta convertirlo en un insoportable desierto 227•
Y de nuevo arremete luego contra los mismos pasto­
res, diciendo: ¡Ay de vosotros, pastores que arruináis y
dispersáis las ovejas de mi rebaño! Por eso habla el
Señor contra quienes apacientan a mi pueblo y dice: ha­
béis dispersado a mis ovejas, las espantáis y no cuidáis
de ellas: por eso me tomaré venganza de vosotros según
vuestra incuria 228• Y más adelante reclama que los pas­
tores alcen lamentos y que se golpeen el pecho por los
rebaños porque ha llegado el día del sacrificio 229•

Indicaciones de jesús a sus discípulos

69. Mas ¿por qué hablar de cosas antiguas? Con­


templemos los cánones y términos establecidos por
Pablo para los obispos y presbíteros: que sean sobrios,
continentes, no entregados al vino, no violentos, capa­
ces para enseñar, irreprensibles en todo 230 e inaccesi­
bles a los ataques de los malvados. A la vista de todo
lo cual, ¿cómo no reconocer la rectitud de tales pres-

225. Jr 2, 8.
226. Jr 10, 2 1 .
227. Jr 12, 10.
228. Jr 23, 1-2.
229. Cf. Jr 32, 34; 25, 34.
230. Cf. 1 Tm 3, 2-3; Tr 1, 7.9.
LA FUGA, 69-71 91

cripciones? ¿Y qué diremos de lo establecido por Jesús


como ley para sus discípulos cuando los envía a pre­
dicar? 231• En suma, y por no detallar las indicaciones
una a una: que sea tal su virtud, que sean ellos tan mo­
destos, tan prudentes y, por decirlo todo de una vez,
tan celestiales que progrese el Evangelio por su con­
ducta no menos que por su predicación.

No imitemos a los escribas y fariseos

70. Me espantan las reprobaciones y reproches di­


rigidos a los escribas y fariseos. Siendo necesario que
superemos su virtud 232, según el mandato que nos fue
dado, sería vergonzoso que quisiéramos obtener algo
del reino de los cielos y fuéramos peores que ellos. Con
justicia recibiríamos el nombre de serpientes y raza de
víboras 233, guías ciegos que filtran el mosquito y se tra­
gan el camello 234, sepulcros blanqueados por fuera pero
cuyo interior está lleno de corrupción 235, copas apa­
rentemente limpias 236 y, en fin, el resto de los califica­
tivos que ellos tuvieron que oír.

Responsabilidad que lleva cons1go asumir un cargo de


gobierno

71. Tales son los pensamientos que día y noche me

231. Cf. Mt 10, 9-10.


232. Cf. Mt 5, 20.
233. Mt 23, 33.
234. Mt 23, 24.
235. Cf. Mt 23, 27.
236. Cf. Mt 23, 26.
92 GREGORIO NACIANCENO

acompañan, tales los que consumen mi interior, me des­


truyen la carne y me impiden ser temerario o caminar
con la mirada alta. Esos pensamientos humillan mi alma,
someten mi entendimiento, ponen freno a mi lengua y
hacen que no quiera ni oír hablar de un puesto de go­
bierno, ni de presidencias, ni de corregir o enderezar a
los demás, cosas todas ellas de la mayor excelencia. Pre­
fiero meditar en cómo huir de la ira que viene para
evitarme al menos un poco ese mal. Es necesario pu­
rificarse 237 antes de purificar, alcanzar la sabiduría antes
de transmitirla, hacerse luz para iluminar, acercarse a
Dios para guiar a otros, ser santos para santificar, lle­
var de la mano, aconsejar con prudencia.

Una sensata lentitud es preferible a una rapidez Im­


prudente

72. «Todo esto, dónde y cuándo ha de ser», suelen


preguntar quienes se muestran siempre expeditivos e in­
seguros, los que tanto se prestan a demolir una casa
como a construirla. Y ¿ «cuándo la luz sobre el cande­
lero» 238 y «dónde tu talento» 239? por llamar así a la

237. Cf. Platón, Fedon, 67b. Este concepto de la necesidad de


la pureza espiritual es muy frecuente en Gregario. Ha sido toma­
do de Platón, de conformidad con el principio según el cual algo
no puede ser reconocido sino por lo que le es semejante. Cf. Or.
XXXIX, 9: PG 36, 344; Carmina, 2, 2, t v. 221: PG 37, 1568A:
«El Puro no es perceptible por el impuro: dichosos los puros de
corazón, porque verán a Dios». Cf. J. PLAGNIEUX, S. Grégoire de
Nazianze théologien, París 1952, cap. Ill: La condizione del teolo­
go, pp. 71-1 13; La puríficazione, pp. 3 1-108
238. Cf. Mt 5, 15.
239. Cf. Mt 25, 15.
LA FUGA, 72-73 93

gracia divina. Eso es lo que dicen quienes están más


inclinados a la amistad que a la piedad. ¿ Cuándo todo
esto? ¿ Cuál es, queridísimos, mi parecer? No están lejos
la decadencia ni la vejez que es su fin. Más vale una
prudente demora que una inadecuada precipitación, una
ponderada lentitud que una rapidez incauta, un reino
breve mejor que una prolongada tiranía, una pequeña
propiedad honrosa mejor que una posesión extensa, pero
azarosa y poco honorable, un poco de oro mejor que
una gran cantidad de plomo, en fin, una pequeña luz
mejor que multitud de tinieblas.

La rapidez es más peligrosa en el hacer que en el decir

73. Que una rapidez osada y llena de precipita­


ción no nos haga semejantes a la simiente que, caída
sobre piedra, por falta de profundidad en el terreno,
florece pronto, pero no soporta ni siquiera el primer
calor del sol 240; o a cimientos puestos sobre arena que
no aguantan la lluvia y el viento 241• «¡Ay de ti, ciu­
dad, cuyo rey es joven en demasía!» 242, dice Salomón.
Y también: «No seas apresurado en las palabras» 243•
Y el mismo Salomón enseña que el apresuramiento en
hablar es de menor trascendencia que un inoportuno
ardor en la acción. ¿ Quién, por otra parte, ha de pre­
ferir la rapidez a la seguridad y al rendimiento? ¿Quién
habrá que, como se hace con las figuritas de arcilla
en un solo día, modele al defensor de la verdad, que

240. Cf. Mt 13, 5-6.


241. Cf. Mt 7, 26-27; Le 6, 49.
242. Cf. Qo 10, 16.
243. Cf. Pr 29, 20.
94 GREGORIO NACIANCENO

ha de ponerse con los ángeles 244, que glorificará con


los arcángeles, que llevará las víctimas al altar más
elevado y será sacerdote al lado de Cristo, que vol­
verá a formar a las criaturas y presentará su imagen
y prestará su colaboración al mundo sobrenatural y,
por acabar con lo que más importa, será Dios y di­
vinizará?

¿ Quién podrá contemplar la Mente divina?

74. Yo sé de quién somos ministros y donde yace­


mos y reposamos. Conozco la altura de Dios y la de­
bilidad del hombre y también su fuerza. El cielo es alto
y la tierra es profunda 245• ¿ Quién de los que yace pos­
trado en el pecado podrá subir? ¿Quién que esté aún
envuelto en esta niebla terrena y en el peso de la carne
podrá contemplar claramente con todo su entendimiento
la Majestad universal? ¿Quién que permanezca postra­
do entre cosas pasajeras y visibles podrá mezclarse con
las invisibles que permanecen. Aquí abajo, en efecto,
quien se haya purificado escrupulosamente podrá ape­
nas contemplar una imagen del bien, como la que ven
del sol los que miran su reflejo en el agua. ¿ Quién
midió el agua con la mano, el cielo con su palma y toda
la tierra con su puño? ¿ Quién puso las montañas en el
peso y las colinas en la balanza? 246• ¿En qué lugar es-

244. Cf. J. RoussE, Les anges et leur ministere selon Saint Gré­
goire de Nazianze, en «Melanges de Science relígieuse», 22 (1961),
pp. 134-152. Cf. Or. XXVIII, 3 1 , donde Gregario precisa la exis­
tencia de un orden de ángeles.
245. Pr 25, 3.
246. ls 40, 12.
tA FUGA, 74-75 95

tablecer su morada? 247• ¿A quién entre todos podrá


compararse? 248•

La sabiduría acrecienta el dolor

75. Y ¿quién es El que lo ha creado todo con su


palabra y ha formado al hombre con su sabiduría 249?
¿El que ha reducido a unidad la diversidad de las cosas?
¿El que ha sabido combinar espíritu y polvo? ¿ Quién
ha compuesto un ser viviente visible e invisible, cadu­
co e inmortal, terreno y celeste, capaz de tocar a Dios,
pero sin alcanzarlo, porque le está próximo y se le
aleja? Yo dije: me haré sabio, dice Salomón y hablan­
do de la sabiduría: Se alejó de mí más de lo que esta­
ba 250• Pues, en verdad: Quien acumula conocimiento
acumula dolor 251, porque lo que se alcanza no com­
place tanto como entristece lo que se aleja. Eso es, a
mi juicio, lo que sucede a quienes permaneciendo se­
dientos ven alejarse el agua o a quienes, después de
haber sido un momento iluminados por la luz de un
relámpago, son luego abandonados 252•

247. Cf. Is 66, l .


248. Cf. Is 40, 18.25.
249. Sb 9, 1-2.
250. Qo 7, 23-24.
251. Qo 1, 18.
252. En los capítulos 75 y 76 Gregorio ofrece un bello ejem­
plo de teología antinómica (cf. P. SCAZZoso, lntroduzione al/a ecle­
siologia di san Basilio, Milán 1975, pp. 71 -72), que para los Capa­
dacios constituye la base para una síntesis de la trascendencia y de
la inmanencia de Dios en el mundo. Es característico de los orien­
tales contemplar en la criatura inmanente la obra creadora y tras­
cendente de Dios. El cristiano de Oriente está habituado a con­
templar «no tanto las cosas que se ven, cuanto las que no se ven;
96 GREGORIO NACIANCENO

La majestad, la altura y la dignidad del sacerdocio des­


corazonan a Gregario

76. Todo eso me confundía 253 y me persuadía de


que es mejor escuchar la voz de la alabanza 254 que ser
intérprete de las cosas que superan mis fuerzas, esto es,
la grandeza, la alrura, la dignidad, las naturalezas puras
que apenas si pueden comprender el esplendor de Dios
que recubre el abismo 255 donde las tinieblas encuentran
albergue 256• Es luz purísima y a pocos accesible; habi­
ta en todo y está en el exterior de todo; es todo el bien
y lo que excede al bien en su conjunto; ilumina la mente
y escapa a la mente más aguda y profunda: tanto más
inasequible cuanto más se comprende y atrae hacia las
cosas celestes a quien ama, atrapándolo y llevándolo
consigo como si lo hubiera aprisionado.

Confesión de humildad: temor de no poseer el vestido


nupcial

77. ¡Tan grande era y de tal naturaleza lo que yo


deseaba y buscaba con ahínco! Así necesita ser el com­
pañero y mediador de las almas. Por lo que a mí res-

pues las cosas que se ven son temporales, mientras que las que no
se ven son eternas» (cf. 2 Co 4, 17).
253. Cf. Or. XXXII, 19: «Humilde es quien acerca de Dios
sabe decir algunas cosas, otras las retiene en su imerior, de otras
confiesa que las ignora y deja que hable de el1as quien ha recibi­
do el encargo de hacerlo; el que admite que hay otros más espiri­
tuales y que han progresado más que él en la contemplación».
254. Sal 25, 7.
255. Cf. Sal 103, 6.
256. Cf. Sal 17, 12.
LA FUGA, 76-78 97

pecta, temo ser expulsado de la sala del banquete, atado


de pies y manos, porque no poseo el vestido apropia­
do para la boda 257 y a pesar de eso figuro entre los
que se sientan a la mesa. Y, sin embargo, revelaré un
hecho desconocido a la mayoría: fui invitado desde la
juventud y Uamado desde el seno materno i" y dedica­
do por voto de mi madre y, confirmado luego por pe­
ligros, me creció el deseo y también el pensamiento
coincidía con él. Ofrecí entonces . una cosa a quien me
había puesto a salvo y había cuidado de mi suerte: ri­
quezas, fama y gloria, salud, mis propios estudios res­
pecto a los cuales sólo he cambiado en despreciarlos
por haberlos preferido a Cristo. La palabra de Dios se
me hizo suave como panal 259, convoqué a la pruden­
cia y presté mi voz a la sabiduría 260• Y muchas otras
cosas del mismo linaje, como moderar mis ímpetus, re­
frenar mi lengua 261, hacer modestos mis ojos, dominar
mi estómago, pisotear mi gloria terrena. Tal vez diga
necedades 262, pero hablaré: quizás respecto a todo eso
no sea peor que la mayoría.

Dificultad del momento: la vacuidad del nombre de


sacerdote

78. Pero esta actividad espiritual es superior a mis


fuerzas, este asumir la guía y el imperio de las almas,
cuando ni siquiera he aprendido del todo a dejarme

257. Cf. Mt 22, 1 1 -13.


258. Sal 21, 1 1 . Cf Vita, vv . 68-91; 194-198.
259. Cf. Sal 140, 6; 1 18, 103; Pr 16, 24.
260. Cf. Pr. 2, 3.
261. Cf. St 1, 26.
262. Cf. 2 Co 1 1 , 23.
98 GREGORIO NACIANCENO

conducir ni mi alma se ha purificado como conviene


desde que me ha sido encomendada la tarea de gober­
nar la grey. Y eso, en circunstancias "' como las pre­
sentes, que, a la vista de lo que a otros sucede aquí y
allá, aconsejan darse a la fuga, ponerse a cubierto, es­
conderse de la tempestad y del ciego furor del malig­
no, pues los miembros combaten entre sí y desaparece
la caridad, si es que algo quedaba: el de sacerdote es
ahora un nombre vano y poco oportuno, pues ha sido
derramada sobre los jefes la vergüenza 264, como estaba
escrito.

Nos hemos hecho arrogantes e impíos

79. ¡Y ojalá fuera sólo vano! ¡ Ojalá cayera la mal­


dición sobre la cabeza de los impíos! Ha desaparecido
de las almas cualquier temor, sustituido por la desver­
güenza. El conocimiento y la profundidad de espíritu
son de quien los quiere "'. Coincidimos todos en una
sola cosa, en poner de manifiesto nuestra piedad y acu­
sar de impíos a los demás. Nos servimos de jueces im­
píos "", lanzamos a los perros las cosas santas y a los
cerdos las perlas 267, divulgando las cosas divinas en
oídos y almas profanas; somos tan miserables que que-

263. Cf. Gregorio hace referencia a la aspereza, la extensión y


la complejidad de la conuoversia arriano-origeniana, con panicular
incidencia en los problemas trinitario y cristológico
264. Cf. Sal 106, 40: predomina en este salmo la reiterada de-
nuncia de la ingratitud del pueblo de Israel.
265. Cf. 1 Co 2, 10.
266. Cf. 1 Co 6, 1.
267. Cf. Mt 7, 6.
LA FUGA, 79-80 99

remos cumplir las plegarias de nuestros enemigos y no


nos avergonzamos de prostituirnos con nuestras accio­
nes 268• Moabitas y Ammonitas, a los cuales antes ni si­
quiera les era permitido acercarse a la Iglesia de Dios 269,
se pasean ahora por nuestros lugares más sagrados.
Hemos abierto a todos, no las puertas de la justicia 270,
sino las de nuestra vileza y nuestros mutuos enconos.
Para nosotros no es ya el mejor quien por temor de
Dios no dice ni una palabra ociosa, sino quien desta­
ca en la maledicencia contra el prójimo, abienamente
o de forma encubiena, quien guarda bajo su lengua hiel
y maldad m o, por decirlo sin rodeos, veneno de ser­
piente 272•

¡Cuánta generosidad... en pecar!

80. Observamos unos los pecados de los otros, no


para compadecerlos, sino para echárselos en cara; no para
remediarlos, sino para acusarlos y disculpar nuestros de­
fectos con las caídas del prójimo. Buenos y malos no se
distinguen ya por su conducta, sino por el acuerdo o la
disensión en las opiniones. Lo que hoy alabamos, lo
maldecimos mañana. Lo que otros vituperan, lo admi­
ramos nosotros y estamos siempre dispuestos a perdo­
nárselo todo a la impiedad. ¡Tanta es nuestra magnani­
midad hacia el vicio!

268. Cf. Sal l 05, 39.


269. Cf. Dt 2, 34. Idólatras y enemigos acérrimos de Israel.
270. Cf. Sal l 1 7, 19.
271. Cf. Sal 10, 7.
272. Cf. Sal 13, 3; 139, 3.
100 GREGORIO NACIANCENO

Confusión y violencias mutuas

81. Todo ha vuelto a ser como al pnnc1p10, cuan­


do no había en el mundo el orden y la armonía ac­
tuales, sino que el universo, confundido y caótico,
necesitaba una mano y poder que lo ordenara. O, si
se prefiere, como una batalla nocturna bajo la luz tenue
de la luna, donde es imposible reconocer los rostros
de amigos y enemigos. O como una batalla naval en
medio de una tempestad, donde somos incapaces de
mostrar nuestro verdadero valor, ensordecidos y con­
fusos por el ímpetu del viento, por el fragor de las
olas que baten y el estruendo de las naves que se asal­
tan, por los gritos de los capitanes y los lamentos de
los que caen. ¡Qué inmensa desventura! ¡Tropezamos
los unos con los otros y nos damos muerte mutua­
mente!

¡Felices quienes combaten por la verdad y por ello son


odiados!

82. Y no es que el pueblo sea así y los sacerdotes


de otro modo. Mas bien me parece lo contrario, que
ahora se cumple aquello de «el sacerdote se ha hecho
como el pueblo» 273, que antes se decía a modo de im­
precación. Y tampoco sucede que siendo así la mayoría,
los jefes del pueblo se atengan a otro comportamiento:
éstos se oponen abiertamente a los sacerdotes, aunque
recurren a la piedad para ganar adeptos. A cuantos so­
portan todo esto por causa de la fe y por defender
aquellos artículos que son de la mayor importancia, lejos

273. Cf. Os 4, 9.
I.A FUGA, 81-83 101

de condenarlos yo, a decir verdad, los apruebo y me


alegran. ¡Ojalá fuera yo uno de los que luchan y son
odiados a causa de la verdad! ¡ Cuánto habría de glo­
riarme por ello! Pues una guerra digna de alabanza es
mejor que una paz que aleja de Dios: por eso el Espí­
ritu anima a los mansos al combate 274, porque se trata
de una lucha por el bien.

En los enfrentamientos personales se deja de lado el


nombre de Dios

83. No faltan ahora, sin embargo, quienes luchan


por cosas de poca monta y menor importancia y que,
de modo vano y condenable, buscan ganar para su
causa al mayor número posible. Los cuales, en sus con­
troversias privadas 275, olvidan por entero la fe y el
santo nombre de Dios. A causa de todo lo cual, y
como es lógico, somos odiados entre los pueblos 276 y,
lo que es peor, no podemos decir que eso sea injusto.
Estamos desacreditados incluso a los ojos de los más
moderados de entre nosotros: nada tiene de extraño
que lo estemos también ante el común de las gentes,
que apenas si, esforzándose, podrían llegar a recono­
cer en nosotros algún bien.

274. Cf. Jl 3, 1 1 .
275. Eso fue l o que ocurrió con la escisión de los monjes de
Nacianzo, descontentos de su obispo a quien los semiarrianos ha­
bían movido a firmar una fórmula cuando menos equivoca. Gre­
gorio rompe su silencio para celebrar en presencia de su padre
la reconciliación de los monjes (d. J. PLAGNIEUX, op. cit., p. 6 1 ,
nota n. 66). Cf. GREGORIO D E NACIANZO, Autobiografía, Intro­
ducción, p. 122.
276. Cf. Ez 36, 3; Sal 43, 1 1 -12; 105, 41.
102 GREGORIO NACIANCENO

Los pecadores edifican sobre nuestras espaldas

84. Los pecadores edifican sobre nuestras espaldas 277


y lo que nosotros proclamamos para hacernos daño
mutuamente, ellos lo emplean contra todos nosotros,
de suerte que hemos llegado a ser espectáculo, no para
los ángeles y los hombres 278, como Pablo, el más es­
forzado de los atletas, cuando combatía con los prin­
cipados y las potestades 279, sino para los malvados y
eso en cualquier circunstancia y lugar, en las plazas, en
los convites, en las alegrías, en los dolores. Y, lo digo
al borde de las lágrimas, incluso hemos llegado a los
escenarios y somos allí objeto de irrisión juntamente
con los más licenciosos. Y entre todo cuanto se escu­
cha y se ve, nada hay que más agrade que un cristia­
no puesto en ridículo 280.

Combatir por Cristo, según sus reglas

85. Eso es lo que nos acarrea la guerra entre noso­


tros, eso quienes combaten por la bondad y la manse­
dumbre irregularmente, eso quienes aman a Dios más
de lo que conviene. No es lícito luchar ni combatir
fuera de ciertos límites previamente fijados. Quien no
lucha bien o combate fuera de las reglas establecidas,
será descalificado con deshonor y, por muy hábil y va-

277. Cf. Sal 128, 3.


278. Cf. 1 Co 4, 9.
279. Cf. Ef 6, 12.
280. He aquí de nuevo un dolido reconocimiento-denuncia de
la burla a que son sometidos los cristianos por culpa del compor­
tamiento indigno de sus jefes religiosos.
LA FUGA, 84·87 103

leroso que se haya mostrado, perderá el combate. ¿Ha­


bremos de luchar por Cristo al margen de la ley? ¿Podrá
hacerse un servicio a la paz combatiendo ilícitamente
1
por ella?

Los demonios tiemblan al nombre de Cristo

86. Los demonios aú � siguen temblando cuando


es nombrado Cristo 281• Ni siquiera nuestra maldad
ha podido desvanecer la fuerza de ese nombre. Y
nosotros no nos avergonzamos de vilipendiar a al­
quien tan venerable, a un nombre tan grande. No­
sotros que abiertamente le escuchamos clamar cada
día: Por culpa vuestra es mi nombre maldecido entre
las naciones 282 •

La muerte por Cristo, único camino para la victoria

87. No temo a la guerra exterior ni a la bestia 283


que se ha alzado ahora contra la Iglesia como plenitud
del mal, aunque amenace fuego, abismos, tormentos,
aunque sea el más agreste de cuantos seres jamás exis­
tieron, aunque a los actuales suplicios añada otros aún
más duros. Yo poseo un solo remedio contra todos los
males, un solo camino para la victoria: la muerte por
Cristo, en quien he de gloriarme 284•

281. Cf. St 2, 19.


282. Is 52, 5; cf. Rm 2, 24.
283. Se refiere al emperador Juliano (331 -363), para entonces
abierto enemigo y perseguidor de los cultos cristianos.
284. Cf. Flp 3, 3.
104 GREGORIO NACIANCENO

Virtud de los profetas (primera parte)

88. Pero en esta guerra mía yo no sé qué medios,


qué alianza encontrar, qué palabra de sabiduría, qué ca­
risma, qué armadura debo ceñir contra los ataques del
maligno 285• ¿ Qué Moisés lo vencerá, con las manos al­
zadas hacia la montaña para que triunfe la cruz, for­
mada y preanunciada? 286• Y tras él, ¿qué Josué, arma­
do como capitán de las tropas celestiales? 287• ¿Qué David
que entone salmos 288 o luche con la honda 289, ceñido
del Dios de potencia en la guerra y diestro para el com­
bate? 290• ¿ Qué Samuel que ruegue por el pueblo y ofrez­
ca sacrificios, que unja rey a quien sea capaz de ven­
cer? 291• ¿Qué Jeremías llorará dignamente estas cosas,
componiendo trenos 292 por Israel?

Virtud de los profetas (segunda parte)

89. ¿Quién gritará: Perdona, Señor, a tu pueblo y


no entregues tu heredad a la vergüenza de que sean
sojuzgadas sus gentes 293? ¿Qué Noé, qué Job, qué Da­
niel rogará por nosotros, ellos que rezan juntos y jun­
tos son enumerados 29\ para que haya tregua, para que

285. Cf. Ef 6, 1 1 .
286. Cf. E z 17, 1 1 .
287. Cf. Jos 5, 14.
288. Cf. 1 S 16, 16
289. Cf. 1 S 17, 49.
290. Cf. Sal 143, l.
291. Cf. 1 S 7, 5.9; 10, l.
292. Cantos fúnebres de los antiguos griegos. El nombre se
aplica también a las lamentaciones bíblicas.
293. JI 2 , 17.
294. Cf. Ez 14, 14-20.
LA FUGA, 88-90 105

volvamos en nosotros, para que mutuamente nos reco­


nozcamos, para que, en adelante, no sigamos siendo, en
lugar del solo Israel, Israel y Judá, Roboam y Jerobo­
am, Jerusalén y Samaria, que por sus pecados fueron
una parte abatida y compadecida otra?

La debilidad fue la causa de mi huida

90. Confieso haber sido demasiado débil para esta


guerra y por eso di la espalda, cubierto el rostro de
vergüenza y buscando retirarme a la soledad. Porque
estaba lleno de amargura y buscaba callar 295, compren­
diendo que son malos los tiempos 296, que se han endu­
recido quienes amábamos 297, que nos hemos hecho hijos
rebeldes 298 quienes éramos viña fecunda en sarmien­
tos"', la viña verdadera 300, llena de frutos, floreciente
hasta el extremo 301, que crecía hermosa con las gotas
del rocío celestial "'· Comprendí que se me había vuel­
to vergüenza la diadema de mi belleza 30', el sello de
mi gloria 30', la corona de mi orgullo 305• ¡Feliz se me
hace por su valor y su arrojo quien ante todo esto siga
manteniendo la audacia y el valor!

295. Cf. Lm 3, 28; 1, 20.


296. Mi 2, 3.
297. Cf. Dt 32, 15.
298. Cf. Jr 3, 14.
299. Os 10, l.
300. Cf. Jr 2, 21.
301. Cf. Jr 1 1, 16.
302. Cf. Sal 64, 1 1 .
303. Cf. Os 4 , 7; Sb 5, 16; E z 28, 12.
304. Cf. 1 Co 9, 2; Ez 28, 12.
305. Cf. 1 Ts. 2, 19.
106 GREGORIO NACIANCENO

El sacerdote combate a diario contra las debilidades de


su cuerpo

91. N o hablo ya de la guerra interior, la que está


dentro de nosotros, en nuestros afectos secretos, gue­
rra que libramos día y noche, a veces a escondidas, otras
públicamente, por culpa de la debilidad de nuestro cuer­
po 306; por culpa del desorden que, como una marea,
nos alza, nos derrumba y nos agita con violencia me­
diante los sentidos y los demás placeres de esta vida;
por culpa del barro, del lodo en que estamos sumergi­
dos 307 y de la ley del pecado que lucha contra la ley
del espíritu 308 y busca corromper la imagen soberana
que habita en nosotros y cuanto en nosotros existe de
presencia divina. Cualquiera que se haya ejercitado lar­
gamente en el estudio y poco a poco haya purificado
la parte más noble y luminosa del alma de aquella otra
más humilde y unida a las tinieblas, o bien quien haya
encontrado la benevolencia de Dios, o quien ha expe­
rimentado ambas cosas conjuntamente, y de resultas de
ello haya procurado con todas sus fuerzas mirar hacia
lo alto, apenas si acertará a dominar la materia que lo
arrastra hacia abajo. Y, sin embargo, antes de haberla
dominado, en la medida en que eso es posible, y de
haber purificado adecuadamente su espíritu y de haber
superado con mucho a todos por su proximidad a Dios,
no considero prudente que nadie acepte ser guía de las
almas e intermediario entre Dios y los hombres, lo cual
es justamente la misión del sacerdote 3o•.

306. Cf. Flp 3, 21.


307. Cf. Sal 39, 3; 68, 3.
308. Cf. Rm 7, 23.
309. Cf. Or. XX, 1 (al final), donde en lugar de to:sacerdote»,
LA FUGA, 91 -92 107

La razón de mi miedo

92. Voy a contaros ahora también a vosotros por


qué incurrí en ese miedo, para que no me juzguéis con
severidad excesiva e incluso lleguéis a alabar mi pru­
dencia. Del mismo Moisés he oído decir que, cuando
Dios le hablaba, fueron convocados en el monte mu­
chos, entre los cuales Aarón y sus dos hijos sacerdo­
tes y setenta ancianos de la guerusía. A todos se les
ordenó que adoraran desde lejos, siéndole permitido
acercarse sólo a Moisés. Y se prohibió que subiera el
pueblo, indicando que no a todos era lícito aproximarse
a Dios, sino sólo a algunos que, como Moisés, eran ca­
paces de comprender la gloria divina. Y aún antes de
eso, al comienzo de la proclamación de la Ley ocu­
rrieron tempestades, relámpagos, truenos, tinieblas, todo
el monte lleno de humo, terribles amenazas como la de
que «hasta un animal que toque el monte será lapida­
do » '10 y otros muchos portentos, los unos en lo alto
y otros abajo, pues era demasiado para ellos, por muy
purificados que estuvieran, escuchar la voz de Dios. Por
el contrario, Moisés asciende, entra en la nube '1 1 , co­
noce la Ley y recibe las Tablas 312: la de la letra para
la multitud y, para quienes están por encima del común,
la del espíritu 313•

se lee: «No considero prudente aceptar ser guía de las almas o lan­
zarse a la teología». Es claro que este capítulo y los siguientes, 93,
94 y 95, fueron retomados, más o menos fielmente, en Or. XX,
1 .2.3.4.
310. Cf. Ex 19, 12-13; Hb 12, 1 8-20.
3 1 1 . Cf. Ex 24, 15.18.
312. Cf. Ex 31, 18.
3 1 3. Cf. 2 Co 3, 6-8.
108 GREGORIO NACIANCENO

Ejemplos de impiedad castigada

93. Conozco, además, los casos de Nadad y Abiud 314,


que fueron consumidos por el mismo fuego que habí­
an empleado para sacrificar, sólo porque era profano 315•
Fueron castigados por lo mismo con lo que habían co­
metido su impiedad. Ni siquiera Aarón, su padre, el
segundo junto a Dios después de Moisés, fue capaz de
salvarlos. Conozco también los nombres de Elí 316 y de
Oza 317, algo posteriores. El primero padeció castigo por
la iniquidad de sus hijos que osaron beber de los cáli­
ces durante el sacrificio, antes de que estuviera permi­
tido. Y eso aunque Elí no aprobaba su impiedad, antes
bien les había amonestado muchas veces 318• El segun-

314. Hijos de Aarón que murieron por su conducta ritual he­


terodoxa, pues pusieron en el incensario fuego profano, esto es, no
tomado del altar.
315. Cf. Lv 10, 1-2.
316. Último o penúltimo de los jueces, fue al mismo tiempo
juez y sumo sacerdote, unión de cargos en la misma persona que
el Antiguo Testamento no había conocido antes de él. Lo que sa­
bemos de Elí puede leerse en el primer libro de Samuel. A pesar
de su debilidad de carácter, tuvo una devoción profunda y un gran
calor humano. Nada conocemos de sus antepasados. Una tradición
los quiere de la estirpe de Aarón y otra de la familia opuesta de
Eleazar. Parece, sin embargo, que pertenecían al centro religioso de
Siloh, donde se guardaba el arca. Ana, curada de su csterllidad por
cumplir el voto de las plegarias hechas a Yahveh, llevó a EH a su
hijo Samuel. Elí tenía 98 años cuando supo que en la guerra con­
tra los filisteos se había perdido el arca y habían perecido sus dos
hijos. Ante esa noticia, Elí cayó de su sede, se rompió la nuca y
murió (A. Quacquarelli).
317. Hijo de Abinadab, cayó fulminado por haber osado tocar
el Arca de la Alianza, mientras era transportada de Cariathiarim a
jerusalén.
318. Cf. 1 S 2, 12-14.22·25.
LA l'UGA, 93-95 1 09

do porque, tocando el arca que resbalaba de los bue­


yes, la salvó. Pero él pereció, porque Dios velaba por
la majestad del Arca 319.

Idoneidad para cumplir los sacrificios

94. Bien sé que ni siquiera los defectos físicos de


los sacerdotes o las víctimas son tolerados en la ob­
servancia, pues se establece que hombres perfectos ofrez­
can víctimas perfectas 320, símbolo éste, a mi parecer, de
la integridad del alma. Ni se consentía a nadie tocar las
vestiduras sacerdotales o uno de los vasos sagrados; ni
que se ofrecieran sacrificios por quien, o cuando o
donde no era conveniente 321; ni que se cambiara el óleo
de la unción o el perfume de la mezcla 322; ni que en­
trara en el templo quien no estuviera por entero puri­
ficado de cualquier inmundicia corporal o del alma.
¡Todo eso es necesario para acceder decorosamente al
sancta sanctorum, donde podía entrar sólo un hombre
y eso una sola vez al año! 323• ¡Todo eso es necesario
para ejercer la prerrogativa de ver y tocar el tabernáculo
del Arca, el propiciatorio o los querubines!

Requisitos necesarios para servir dignamente al Señor

95. Sabiendo yo esto y que nadie es digno de la


grandeza de Dios, que es al mismo tiempo víctima y

319. Cf. 2 S 6, 6-8.


320. Cf. Lv 2 1 , 17-23.
321. Cf. Lv 8, 3 1 .
322. Cf. Ex 31, 1 1 .
323. Cf. Ex 30, 10.
110 GREGORIO NAClANCENO

pontífice, sino quien se ha ofrecido a sí mismo antes


como víctima viva y sanca, ha manifestado un culeo
espiritual agradable [a Dios] 324 y ofrecido el sacrificio
de alabanza 325 y el espíritu contrito 326, único sacrifi­
cio que desea de nosotros quien todo nos lo ha dado,
¿cómo habría osado ofrecerle el sacrificio exterior que
hace presentes los grandes misterios? ¿Cómo revestir­
me de la figura y nombre de sacerdote antes de haber
consagrado mis manos con obras santas 327, antes de
haber habituado mis ojos a mirar la creación con afec­
tos puros 328 y admirando sólo al Creador, sin ser in­
digno hacia la creatura; antes de haber abierto conve­
nientemente mis oídos a la enseñanza del Señor 329 y
de que me fuera concedido un oído capaz de escu­
charlo diligentemente 330, de manera que en ese oído
se me prendiera la palabra del sabio, como arandela
de oro preciosa? 331• ¿ Cómo la boca, los labios, la len­
gua: antes de haber abierto la boca para aspirar el es­
píritu 332, o antes de que estuviera abierta y plena del
espíritu 333 para explicar los misterios y la doctrina 334;
y los labios se hubieran sellado con el sentido divino
para hablar la Sabiduría m y abrirse sólo en el mo­
mento adecuado; y la lengua se hubiera llenado de

324. Cf. Rm 12, l .


325. Cf. Sal 49, 14.
326. Cl. Sal 50, 19.
327. Cl. Sal 1 44, 13.17; Ex 29, 29.33.
328. Cf. Pr. 4, 25.
329. Cl. Is 50, 5.
330. Cf. ls 50, 4; 6, 1 O.
331. Cf. Pr. 25, 12.
332. Cf. Sal 1 1 8, 1 3 1 .
333. Cl. Sal 80, 1 1 .
334. Cf. 1 Co 14, 2 .
335. Cf. Pr. 15, 7.
LA FUGA, 96 111

exultación 336 y se hubiera convertido en plectro de di­


vina melodía, despertadora de la gloria, despertada a
la aurora 337 y cansada hasta su misma raíz 338? ¿Antes
de haber afirmado sobre piedra mis pies 339, articula­
dos como los del ciervo 340 y antes de que mis pasos
se hubieran dirigido hacia el Señor, sin desviarse ni
poco ni mucho 341? ¿ Antes de que todos mis miem­
bros se hubieran hecho instrumentos de justicia 342 y
hubieran abandonado su condición mortal 343 absorbi­
da por la vida y de retirada ante el espíritu ?

El pastor de las almas debe poseer el mismo pensamiento


que Cristo

96. ¿Quién habrá que sin tener aún el corazón en­


cendido de puros e inflamados pensamientos acerca de
Dios 344, mientras le son leídas las Escrituras 345, no haya
de grabar todo eso en la anchura de su corazón 346 hasta
poseer el pensamiento de Cristo 347 y entrar en los te­
soros ocultos a la mayoría, por invisibles 348 y oscuros,

336. Cf. Sal 125, 2.


337. Cf. Sal 56, 9.
338. Cf. Sal 136, 6.
339. Cf. Sal 39, 3.
340. Cf. Sal 17, 34.
341. Cf. Sal 16, 5.
342. Cf. Rm 6, 13.
343. Cf. 2 Co 5, 4.
344. Cf. Sal 1 1 , 7.
345. Cf. Le 24, 32.
346. Cf. Pr 22, 20.
347. Cf. 1 Co 2, 16.
348. Cf. Is 45, 3.
112 GREGORIO NACIANCENO

hasta poder admirar la riqueza que contienen y poder


enriquecer a otros, explicando con términos espiritua­
les las cosas espirituales "''?

El pastor digno es morada viva de Cristo

97. ¿ Quién [habrá] que no haya aún contemplado,


como es justo hacerlo, la dulzura del Señor y no haya
visitado su templo 350 , e incluso no se haya hecho tem­
plo del Dios vivo 351 y tabernáculo vivo de Cristo en
el espíritu? 352• ¿Quién que todavía no conozca la re­
lación y la diferencia entre las figuras y la realidad, de­
sentendido de aquéllas y a ésta atendiendo, para que,
abandonada la antigüedad de la letra, pueda servir a la
novedad del espíritu 353 y pasar claramente a la gracia
de la ley que se cumple espiritualmente en el abando­
no del cuerpo 354?

El sacerdote participa de las prerrogativas de Cristo

98. ¿ Quién [habrá] que no haya pasado aún a tra­


vés de todos los nombres y las potencias de Cristo, sea
con la acción, sea con la contemplación, sea a través de
los más altos y principales, sea a través de los que nos

349. Cf. 1 Co 2, 13.


350. Cf. Sal 26, 4.
351. Cf. 2 Co 6, 16.
352. Cf. Ef 2, 22. El anacoluto, de extraña intensidad, puede
ser completado del siguiente modo: «¿Quién osará servir al Señor?».
353. Cf. Rm 7, 6. Cf. E. BELLINI, op. cit., p. 39.
354. Cf. Rm 6, 6. También este anacoluto se completa con
«osará servir al Señor».
LA FUGA, 97-98 1 13

parecen más humildes y últimos: [los nombres de] Dios,


Hijo, Imagen 355, Verbo, Sabiduría 356, Verdad 357, Luz 358,
Vida "', Poder360, Vapor 361, Influjo 362, Esplendor 36', Ha­
cedor, Rey, Cabeza 364, Ley, Camino, Puerta, Funda­
mento, Piedra 365, Perla, Paz, Justicia 366, Santificación 367,
Redención 368, Hombre 369, Siervo 370, Pastor, Cordero,
Pontífice, Víctima, Primogénito preexistente a la Crea­
ción 371, Primogénito de los muertos m, Resurrección?
¿ Quién [habrá] que escuche en vano estos nombres y
cosas, por no haber entrado aún en comunión con el
Verbo ni haber participado de él en lo que cada una
de esas cosas es y es llamada?

355. En este capítulo se expone e1 tema de los nombres de


Cristo, casi todos tomados de Oógenes. La larga lista vuelve a en­
contrarse, con deliberada trasposición, en las oraciones XXIX y
XXX. Respecto a ella es luminosa la nota de J. BERNARDI, op. cit. ,
pp. 256-257. Cf. item M. HARL, Origéne et la fonction ré'Vélatrice
du Verbe incamé, París 1 958, pp. 112-115 y 391-392. Cf. 1 Co 4,
4; Col 1, 15.
356. Cf. 1 Co 1 , 30.
357. Cf. Jn 14, 6.
358. Cf. Jn 1 , 9.
359. Cf. Jn 11, 25.
360. Cf. 1 Co 1, 24.
361. Cf. Sb 7, 25.
362. Cf. Sb 7, 25.
363. Cf. Sb 7, 26.
364. Cf. Ef 4, 15.
365. Cf. 1 Co 10, 4.
366. Cf. 1 Co 1, 30.
367. Cf. 1 Co 1, 30.
368. Cf. 1 Co 1, 30.
369. Cf. Jn 8, 40.
370. Cf. Flp 2, 7.
371. Cf. Col 1, 1 5.
372. Cf. Col 1, 18.
114 GREGORIO NACIANCENO

Es difícil ser cabeza del cuerpo de Cristo

99. ¿ Quién que todavía no haya entendido 373 ni


aprendido a hablar de la sabiduría de Dios escondida
en el misterio 374, niño todavía, todavía alimentado de
leche 375, no contado aún entre los de Israel 376 ni en­
rolado en la milicia de Dios 377, incapaz aún de llevar,
como hombre, la cruz de Cristo 378, sin ser aún de los
miembros más honorables 379 aceptará alegre y animo­
so ser cabeza de la plenitud de Cristo? 380• Nadie, al
menos a mi juicio y consejo. Éste es el temor más gran­
de, éste el riesgo mayor para cualquiera que sepa la
grandeza del triunfo y el horror del fracaso.

Deseo de una vida simple y tranquila

100. Yo me decía: sea otro quien navegue para co­


merciar y atraviese las largas distancias marítimas y se
deje arrastrar por las olas y los vientos para enrique­
cerse, si es que llega el caso, a costa de correr gran­
des peligros, por muy gran comerciante y marino que
sea. Por el contrario, yo prefiero quedarme en tierra,
haciendo un pequeño y agradable paseo, saludando en

373. Cf. Sal 45, 11.


374. 1 Co 2, 7.
375. Cf. 1 Co 3, 1-2.
376. Es decir, menor de veinte años. Cf. Nm l, 2-47.
377. Cf. Nm 31, 3-35.
378. Cf. Mt 16, 24.
379. Cf. Ef 5, 30.
380. Cf. Ef 1, 23. Gregario prohíbe el acceso dlrecto de los no
bautizados al sacerdocio o al episcopado 0- BERNARDI, op. cit., p.
219).
LA FUGA, 99-102 115

la lejanía a las ganancias y al mar, para vivir a mi gusto,


con un pequeño y escaso pan de centeno, llevando una
vida segura a salvo de las olas, mejor que exponerme
a grandes peligros con la esperanza de grandes ganan­
cias 381•

Que cada uno obre según sus fuerzas

101. Para quien está elevado constituye un delito no


poner remedio a las cosas y no hacer llegar su poder
a más personas, sino limitarse a pequeñas empresas,
como si se iluminara una casita con una luz enorme o
en la armadura de un hombre joven se metiera a un
muchacho. Por el contrario, para el hombre bajo lo
único seguro son los empeños menores que no le ex­
pongan a cosas que superen su fuerza haciéndole que­
dar en ridículo y exponerse al peligro. Precisamente es
eso lo que yo he oído decir: que edificar una torre no
le está permitido sino a quien disponga de medios para
acabarla 382•

Las razones de mt regreso: el primer motivo

102. Ésta es la defensa por mi huida, quizás prolon­


gada en exceso. Esto es, amigos y hermanos, lo que me
alejó de vosotros, a pesar del dolor que la distancia me
causaba como tal vez os sucedía también. Pero entonces
al menos se me hacía necesario. Y luego me movió a re­
gresar en primer término la nostalgia y saber que tam-

381. Cf. TfBUl.O, Elegías, l, 1 , 1-6.53-54.


382. Cf. Le 14, 28.
116 GREGORIO NACIANCENO

bién vosotros deseabais mi vuelta. Nada, sino la dispo­


sición mutua para amarse, es más fuerte que el amor.

Las razones de mi regreso: el segundo motivo

103. Y, además de eso, mi desvelo, mi deber ante


la vejez y la debilidad de mis bienaventurados padres,
más preocupados por mí que por su edad, la del pa­
triarca Abraham 383, mi deber ante su frente, que yo re­
verencio y que se cuenta entre las de los ángeles, y ante
Sara, que me dio a luz 384 en la doctrina de la fe. Que
siempre quise ser báculo de su vejez y apoyo en su de­
bilidad. Y habiéndolo hecho cuanto me ha sido posi­
ble, hasta el punto de olvidar la misma filosofía, pose­
sión y hacienda que estimo la más preciosa de todas o,
por mejor decir, hasta el punto de parecer que no fi­
losofaba, yo que había sido un verdadero filósofo 385,
no quise tolerar el echar por la borda todas mis fati­
gas sólo por ese motivo, ni el quedar privado de su
bendición, la que se dice que robó alguno de los anti­
guos santos 386 engañando a su padre con una comida

383. Cf. Es habitual en Gregario la devota comparación de sus


padres con Abraham y Sara. Cf. Vita, vv. 51-52.
384. Cf. Vita, vv. 58-68; Ga 4, 19.
385. Gregario permaneció junto a sus ancianos padres. Esa obli­
gación obstaculiza sus deseos porque no se acomoda al «sentido de
la filosofía» tal y como era concebida en su tiempo en ambientes
cristianos, hasta el punto de que podría parecer que ya no filoso­
faba. Si se quiere precisar lo que Gregario salvaba de ese ideal, se
percibe que ha mantenido dos elementos esenciales: el deseo de si­
lencio y la meditación espiritual. Cf. Ep. 3: PG 37, 209A: «Tú bus­
cas el desierto y el ayuno, yo el silencio». Se refiere Gregario a la
vida monástica. Cf. A. M. MALINGREY, op. <:it., pp. 256-257.
386. Cf. Gn 27, 21.
LA FUGA, 103-104 117

y con la estratagema del vello, de manera que vino a


procurarse el bien con el mal, mediante trampas. Éstas
son las dos causas de mi abandono y de mi manse­
dumbre y puede ser que no parezca extraño que todos
mis pensamientos anteriores hayan cedido ante una u
otra, pues, a mi entender, es llegado el tiempo de per­
der y de la acción 387, y más vale ser derrotado con dig­
nidad que vencer con riesgo y de manera ilícita.

Las razones de mi regreso: el tercer motivo

104. Hay, además, un tercer motivo, que es el más


importante. Tras decirlo, nada añadiré respecto a los
otros. Recuerdo los días antiguos 388 y meditando una de

387. Cf. Qo 3, 1ss.


388. Sal 142, 5. Gregorio, por la meditación de las hazañas mi­
sericordiosas de Dios en favor de Israel, obtiene confianza, fuerza
y consejo para el momento presente que impone una elección de
vida. La continua cita de los salmos viene a revelar que «los fieles
tienen una gran familiaridad con ellos. No tienen sólo la costumbre
de cantarlos en la iglesia, sino también entre ellos y en los cami­
nos ... Debe creerse a Basilio cuando explica que la popularidad de
los salmos se debía a la unión de melodía y pensamiento... Se can­
taban salmos con ocasión de las fiestas, se los utilizaba también para
poner en fuga a los demonios. En la iglesia y a pesar de la hetero­
geneidad de los asistentes) todos los fieles toman parte en el canto»
a. BERNARDI, en Y. COURTONNE, Un témoin du /Ve siecle, París
1973, SCh 35, p. 354, trad. Viscanti). Según Fliche y Martín (en
COURTONNE, op. c.it.) p. 355) el canto de los salmos, alternando los
solos y las partes cantadas por la asamblea, continuó formando parte
del servicio divino. Pero hacia la mitad del siglo IV nació en An­
tioquía una nueva costumbre. Dos ascetas, Flaviano, futuro obispo
de Antioquía y Diodoro, futuro obispo de Tarso, dividían a los fie­
les en dos coros que se respondían mutuamente. La innovación tuvo
éxito y se difundió por todas las iglesias de Oriente.
118 GREGOR10 NACIANCENO

las historias pasadas, he sacado de ella una enseñanza


para mí en este tiempo presente. Pues no ha de pen­
sarse que tales cosas se escribieran por casualidad y que
sean sólo un conjunto de palabras y de hechos reuni­
dos para seducir a los oyentes, como un cebo puesto
para complacer al oído. Ese es el proceder de las fábu­
las y de los griegos que, despreocupados de la verdad,
hechizan los oídos con la sutileza de sus ficciones y la
seducción de sus palabras.

La Escritura es regla y modelo de acción


105. Nosotros, en cambio, que extendemos la mi­
nuciosidad del espíritu hasta el menor punto y letra,
nunca aceptaremos, porque sería impío, que ni siquie­
ra las acciones menos importantes hayan sido tratadas
por casualidad por quienes las redactaron con tanto cui­
dado y que hayan sido conservadas hasta el presente
en la memoria [por la tradición] sólo por casualidad.
Muy por el contrario, [fueron compuestas] a fin de que,
si llegara el caso, tengamos advertencias y enseñanzas
mediante la consideración de circunstancias semejantes,
para que podamos rehuir una cosa y elegir la contra­
ria siguiendo los ejemplos del pasado como reglas y
modelos.

El ejemplo de la huida de Jonás


106. ¿Cuál es, entonces, la historia en la que en­
cuentro consejo ? Para tranquilidad de todos, quizá
sea mejor no exponerla en detalle. También Jonás huía
de la presencia de Dios 389 o, más bien, pensaba huir,

389. Cf. Jon 1, 3; Vita, vv. 1838-1 842.


LA FUGA, 105-107 1 19

pues fue retenido por el mar, por la tempestad, por


la suerte que le tocó, por el vientre de la ballena y
por la sepultura de tres días, que entraña el símbo­
lo de un misterio aún mayor. É l [huía] por no anun­
ciar a los ninivitas una noticia desagradabe y extraña
que le exponía a ser tomado por mentiroso cuando
la ciudad se hubiera salvado mediante la penitencia.
Pues él no desaprobaba que se salvaran los malos,
sino que se avergonzaba de servir a la mentira y, por
así decir, era celoso de la autoridad de la profecía, a
la cual había peligro que él faltase, pues la gente no
era capaz de comprender la providencia de Dios res­
pecto a todo eso.

Aunque huyendo, no ignora ]onás los designios de Dios

107. Mas, por lo que acerca de tales cosas he po­


dido oír de boca de un hombre sabio '"" que sondeaba
lo que en la historia parece absurdo y era capaz de
comprender la profundidad del profeta, no fueron ésas
las razones que en realidad movieron al exilio al bie­
naventurado Jonás y lo llevaron a Jope y de Jope a
Tarso, confiando al mar su premura. No era posible
que él, como profeta, desconociera el plan divino, esto
es, que con su amenaza, según las inescrutables deci­
siones y la inaccesibilidad e incomprehensibilidad de los
caminos de Dios, consiguiera que los ninivitas no pa­
decieran lo contenido en tales amenazas 391• Ni es cre­
íble que, sabiéndolo, hubiera desobedecido a Dios que,
del modo que quería, preparaba la salvación a esos tales.

390. Alusión a Orígenes, exegeta del libro de Jonás.


391. Cf. Rm 1 1 , 33.
120 GREGORIO NACIANCENO

Y en cuanto a que Jonás supusiera que podía escon­


derse en el mar y por esa vía sustraerse a la mirada in­
mensa de Dios, ¿no es acaso necio y poco digno de
crédito pensar eso no sólo de un profeta, sino de cual­
quiera que tenga entendimiento y una idea, aunque sea
mínima, de quién es Dios y de su poder sin medida?

Nadie puede huir de Dios

108. Jonás, dice el narrador y yo lo creo, sabía bien


qué pretendía su proclama a los ninivitas. Sabía que, al
decidir huir, cambiaba de lugar, pero no huía de Dios;
ni ningún otro hombre, ni escondiéndose en las entra­
ñas de la tierra, ni en la profundidad del abismo ni, si
tal invento existiera, valiéndose de alas y avanzando por
el aire, ni retirándose al más profundo infierno, ni ro­
deándose de nubes densísimas, ni imaginando ningún
otro recurso que garantizara su huida "'. Pues Dios es
el único entre todos los seres a quien no se puede rehuir
cuando decide tener y mantener entre sus manos a al­
guien. Él se adelanta a los veloces, confunde a los pru­
dentes, derriba a los fuertes, humilla a los soberbios,
hace mansos a los audaces y abaja a los poderosos "'·

Pecado y redención de ]onás

109. Por tanto, Jonás no ignoraba el poder de la


mano de Dios, puesto que con él amenazaba a otros,
ni pretendía en modo alguno huir de la divinidad: no

392. Cf. Sal 138, 8.


393. Cf. Js 29, 14ss.
LA FUGA, 108- 1 1 1 121

es eso lo que hemos de pensar. Sino que veía la caída


de Israel y se daba cuenta de que el don de profecía
pasaba a los gentiles y por eso no quiere aceptar su mi­
sión y retrasa su cumplimiento. Y al dejar de contem­
plar la alegría, que eso quiere decir la palabra Jope para
los antiguos hebreos, me refiero a la dignidad y noble­
za antiguas, se lanzó en el mar del dolor. Por eso es
acosado por la tempestad, duerme, corre peligro de nau­
fragar, es despertado, se echan suertes, confiesa su huida,
es arrojado, es tragado por la ballena sin morir y, allí
dentro, invoca a Dios y, ¡oh, milagro! es expulsado fuera
después de tres días con Cristo '94• Pero termino mi dis­
curso sobre esto. Si Dios quiere, en muy poco tiempo
podremos volver más detenidamente sobre lo mismo ,

¿ Hay perdón para quien persiste en su renuencia?

1 1 0. Respecto al motivo que dio origen a mis pa­


labras, quiero considerar ahora cómo Jonás merecía tal
vez perdón por la razón que antes he explicado: por­
que era renuente a ejercer como profeta. Pero ¿qué ar­
gumento, qué posibilidad de defensa me queda a mí,
que me resisto y rechazo desde hace mucho el yugo
de este ministerio, que no sé si ha de ser pesado o li­
gero 395 pero que, en todo caso, se me impone?

Desobediencia y frivolidad

1 1 1 . Si alguno esgrimiera la única razón válida entre


todas las posibles, la de que yo no me siento en condi-

394. Cf. Mt 12, 39.


395. Cf. Mt 1 1 , 30.
111 GREGORIO NACIANCENO

ciones de servir a Dios y que antes de ser digno de la


presidencia, es necesario haberlo sido de la Iglesia y del
púlpito, no faltará quien me acuse del delito de desobe­
diencia. Es terrible la amenaza contra la desobediencia y
terribles los castigos por ella, como también por escon­
derse, como hizo Saúl entre el equipaje de su padre >%,
cuando se ha sido convocado para una presidencia, en
vez de dirigirse hacia ella con prontitud, como a cosa li­
gera y facilísima, cuando no es nada fácil ni dejarla m
remediar con una decisión la anteriormente tomada.

Mi pensamiento sobre esta cuestión

112. Todo lo anterior era cuanto ocupaba mi pen­


samiento, intentando encontrar un lugar entre dos pa­
receres peligrosos, uno que me atraía y otro que me
repelía. Tras larga meditación y luego de haberme in­
clinado ora por una opinión, ora por la contraria o,
por mejor decir, luego de haber vacilado a un lado y
otro como arrastrado por vientos tornadizos, al fin fui
del más fuerte y me venció el temor a la desobedien­
cia y fui capturado por él. Considerad cuán recta y jus­
tamente he decidido entre mis miedos: no ambicionar
una dirección que no me había sido ofrecida ni recha­
zar lo que me había sido dado. Porque lo primero es
propio del temerario, lo segundo del desobediente y
ambos del ignorante. Yo quiero encontrarme en medio,
entre los osados y los cobardes: más temeroso que quie­
nes se arrojan a cualquier cargo y más valiente que
quienes se retiran de todos. Esto es lo que pienso sobre
la situación actual.

396. Cf. 1 S 10, 22.


LA FUGA, IIZ-114 123

Utilidad del ejercicio de la obediencia

113. Para expresarme con mayor contundencia, en


remedio del miedo a la dirección vendrá quizás el ejer­
cicio de la obediencia, porque con su bondad Dios re­
compensa la fe y hace jefe perfecto a quien confía y
pone en él todas sus esperanzas. Pero en la desobe­
diencia, no se quién habrá de socorrerme en el peligro
o cuál pueda ser el razonamiento que devuelva el ánimo.
Existe el riesgo de que, a propósito de quienes nos han
sido confiados, oigamos decir: •A vuestras manos pe­
diré cuenta de sus almas» 397• Y •porque vosotros re­
chazásteis ser guías y cabeza de mi pueblo» 398 también
yo rechazaré 399 ser vuestro rey 400 y «porque no oísteis
mi voz 401 y me volvísteis la espalda y me desobede­
císteis 402, tampoco os miraré ni escucharé vuestra ple­
garia cuando me invoquéis» 403• ¡Quiera el cielo que no
escuchemos esas palabras de la boca del justo juez cuya
piedad cantamos, pero también su justicia!

Diverso comportamiento de los padres antiguos

114. Vuelvo de nuevo a la historia y, considerando


entre los antiguos a los más estimables, encuentro que
entre quienes fueron propuestos por la gracia para la
dirección o la profecía, algunos respondieron con pron-

397. Cf. Ez 3, 18.


398. Cf. 2 S 7, 8.
399. Cf. Os 4, 6; Ez 5, 1 1 .
400. Cf. 1 S 15, 26.
401. Cf. Jos 22, 2; Jc 2, 2; 6, 10.
402. Cf. Ne 9, 29.
403. Cf. Pr 1, 28; 2 Cro 6, 19.
124 GREGORIO NACIANCENO

titud y otros, en cambio, resistieron a la gracia, sin que


pueda condenarse ni a unos ni a otros: ni la cobardía
de quienes se echaron atrás, ni la prontitud de quienes
se apresuraron. Aquéllos reverenciaban la grandeza del
ministerio, éstos siguieron confiadamente a quien los
había llamado. Pronto de ánimo era Aarón, mientras
que Moisés era cauto. Con prontitud obedeció Isaías,
pero Jeremías temió su juventud y se resistió a la pro­
fecía hasta que Dios le hizo la promesa de darle una
fuerza superior a su edad.

Gregorio, arrepentido, acepta la llamada de Dios

1 15. Con estos argumentos me someto y mi alma,


como el hierro, paulatinamente cede y se deja forjar. En
defensa de mis razones tomo el tiempo, el consejo y
los preceptos de Dios 40', a los que he dedicado toda
mi vida. Por eso: No desobedezco, ni me opongo '0', dice
mi Señor, cuando es llamado no a la dirección, sino a
ser conducido como oveja al matadero 406• Es más: me
postro por tierra y me humillo bajo la poderosa mano
de Dios 407 y pido perdón por mi pasada pereza, si es
que de algún modo se me achaca esa culpa. He calla­
do, sí, pero no callaré para siempre. Me he retirado un
poco, para examinarme y dar consuelo a mi dolor. Pero
ahora he aceptado exaltarlo [a Dios] en la asamblea del
pueblo y alabarlo en la sede de los ancianos 408• Si lo

404. Cf. Sal 1 18, 24.


405. Is 50, 5.
406. Cf. Is 53, 7.
407. Cf. t P 5, 6.
408. Cf. Sal 106, 32.
LA FUGA, 115-117 125

anterior fue digno de condena, esto me gana la com­


prensión.

Autoentrega de Gregario a Dios y a la comunidad

1 16. ¿Qué necesidad hay ya de más palabras? ¡Heme


aquí, pastores y compañeros! ¡Heme aquí, grey sagra­
da, digna de Cristo, el primer pastor 409! ¡Heme aquí,
padre, reducido y sujeto, más conforme a la ley de
Cristo que a las externas ! ¡Dame tu bendición, a cam­
bio de mi obediencia! Llévame de la mano con .tu ora­
ción, guíame con tu palabra, confórtame con tu espíri­
tu. La bendición del padre hace sólida la morada del
hijo 410, Pueda yo ser fortificado en esta morada espiri­
tual 4 1 1 que he elegido y que deseo me sirva de repo­
so por los siglos de los siglos, cuando desde esta igle­
sia de aquí sea llevado a la del más allá, a la reunión
festiva de los primogénitos inscritos en el cielo 412•

Gregario se pone, confiado, en las manos de Dios

1 17. É sta es mi razonable súplica. Que el Dios de


la paz m, que ha hecho de dos uno solo 4 14 y nos ha
restituido el uno al otro, que pone a los reyes en sus

409. 1 p 5, 4.
410. Si 3, 9.
4 1 1 . 1 P 2, 5. La Iglesia terrena y la Iglesia celeste: dos mo­
mentos de un único misterio (E. BELLINI, La Chiesa nel mistero
del/a salvezza, cit., pp. 63-64).
412. Cf. Hb 12, 22-23.
413. Rm 15, 33.
414. Ef 2, 14.
126 GREGORIO NACIANCENO

tronos y que levanta de la tierra al pobre y alza del


estiércol al desvalido 4 15, el que eligió a David su sier­
vo, sacándolo de entre las ovejas de su rebaño 416, a
David, el menor, el más joven de los hijos de Jesé 417,
quien concede el don de la palabra a quienes con poder
predican para que se cumpla el Evangelio 4 1 8, él dé for­
taleza a mi diestra 419, me conduzca según su voluntad
y me acoja en su gloria 420, él que apacienta a los pas­
tores y conduce a los guías, para que pueda yo apa­
centar su grey con ciencia 421 y no con los recursos de
un pastor inexperto 422 , pues entre los antiguos era con­
siderada bendición la primera forma y maldición la se­
gunda 423 • Él dé poder y fuerza a su pueblo "' y haga
a su grey espléndida, inmaculada 425 y digna de la grey
celeste, en la morada de los bienaventurados 42', de modo
que en su templo todos celebremos su gloria 427, grey
y pastores, en Cristo Jesús, Señor nuestro, al cual toda
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

415. Sal 1 12, 7.


416. Sal 77, 70.
417. Cf. 1 S 17, 14.
418. Cf. Sal 67, 12.
4 1 9. Cf. Sal 72, 23.
420. Cf. Sal 72, 24.
421. Cf. Jr 3, 15.
422. Cf. Za 1 1, 15.
423. Cf. Jr 3, 17-18; Za 1 1, 17.
424. Cf. Sal 67, 36.
425. Cf. Ef 5, 27.
426. Cf. Sal 86, 7.
427. Cf. Sal 28, 9.
Gregorio Naciancéno

AUTOBIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN

Tanto La autobiografía lírica de Gregario como


el resto de su producción poética se remontan a los
años 381-389, pasados en el retiro de su pueblo natal
de Arianzo (desde el 383), donde, dejada la cura pas­
toral, terminó su dura existencia, entregado por com­
pleto a la actividad contemplativa y al estudio 1•
De sus 99 composiciones autobiográficas, La au­
tobiografía (Carmen de vita sua) 2, es un largo poema
en 1949 trímetros yámbicos, en el que se cuenta con
especial detalle toda la vida de Gregario, desde su na­
cimiento hasta su partida para Constantinopla en junio
del 381.
Han pasado sólo algunos meses desde su discur­
so de despedida pronunciado en la catedral de Cons­
tantinopla y Gregorio conserva aún el querido recuer-

1. Como atestigua Jerónimo (De viris íllustribus, 127), Grega­


rio dejó de vivir en el undécimo año del reinado de Teodosio, o
sea en el 389.
2. Los Maurinos distribuyeron los versos del Nacianceno, cerca
de 18.000, en dos libros: I, Poemas teológicos, subdivididos en dos
secciones: a) dogmáticos {38); b) morales (40). II, Poemas históri­
cos, subdivididos también a su vez, en dos secciones: a) autobio­
gráficos (99); b) que atañen a otras personas (8). Siguen 129 epita­
fios y 94 epigramas. En la edición de Migne (PG 37, 1029-1166),
La autobiografía ocupa el undécimo lugar entre las composiciones
autobiográficas. En estas notas es mencionada con el título latino
abreviado (Vita), seguido del número del verso.
130 INTRODUCIÓN

do del afecto de sus fieles, a quienes dedica su carmen ',


convencido de que la narración poética de las peripe­
cias de su vida ha de resultar útil y agradable, espe­
cialmente a los jóvenes 4 •
A pesar de algunos innegables defectos estilísticos,
consistentes fundamentalmente en repeticiones y en ex­
cursus expositivos, justificables tal vez por el prurito de
querer ser el «hombre que no os engaña» (v. 17), el
carmen representa una fuente histórica, la única a veces,
de los acontecimientos de la época y, al mismo tiem­
po, un relato apasionante en el que Gregorio ha sabi­
do conjugar datos históricos e imágenes descriptivas,
oración y teología, elocuencia y sátira punzante de los
defectos del clero.
Es necesario advertir que Gregorio no da nunca 5
los nombres de los sacerdotes u obispos a quienes de­
dica las más enérgicas invectivas y ello, precisamente
porque no le mueve el rencor personal, sino el deber
moral de testimoniar la verdad, para salvaguardar la ho­
norabilidad de la Iglesia.
Sería equivocado pensar que, de pronto, Grego­
rio se constituye en poeta. Por el contrario, hay que
precisar que Gregorio, que en muchos de sus discur­
sos ha revelado ya su fuerza poética, retirado de la prác­
tica ministerial activa, encuentra justamente en la poe­
sía el medio más idóneo para confesar su fe trinitaria.
Por otro lado, no quiere Gregorio que la poesía quede
como patrimonio de la cultura clásica pagana, ni tam­
poco quiere permitir que las sectas heréticas se sirvan
de ella para difundir sus doctrinas, sino que, continua-

3. Cf. Vita, vv. 8-12.


4. Cf. ibid., V. 7.
5. PG 38, 1 1 65.
INTRODUCCIÓN 131

dor de la tradición poeuca ortodoxa, se empeña en


poner en verso las enseñanzas de la doctrina revelada.
La pretensión filosófico-moral que caracteriza estos ver­
sos lleva a que Gregorio no traspase los límites de una
poética que traiciona la experiencia retórica sofística de
su estancia ateniense. Pero cuando, como en el carmen
autobiográfico del que específicamente tratamos aquí,
Gregorio se abandona a las confidencias íntimas de su
alma, estalla su verdadera poesía.
Una melancólica tristeza acompaña como un leit­
motiv todo este carmen. No es la tristeza de los anti­
guos griegos, magníficamente representada por Eurípi­
des, Sófocles o el mismo Homero, en cuyas obras los
personajes se desesperan por no poder conocer el sen­
tido de la vida y de la muerte y, vencidos, reconocen
la inapelable superioridad del destino. La de Gregorio
es, por así decirlo, una tristeza filosófica 6•
Sobre el valor de la poesía de Gregorio Nacian­
ceno se han emitido numerosos juicios, muy diferentes
entre sí 7 y negativos en su mayor parte. Se puede decir
que la mayoría de los críticos se ha atenido a la su­
perficie sin meditar sobre la lectura de los versos mis­
mos. Ha faltado una profundización que atendiera a los
motivos anímicos. Me parece, por tanto, inútil pasar re­
vista a tales juicios, porque sólo constituiría un ejerci­
cio de erudición. Sería también desafortunada cualquier

6. Cf. E. FLEURY,Saint Grégoire de Nazainze et son temps,


París 1930, p. 340,passim.
7. Cf. NtEDERMEIER, Untersuchungen über die antike Auto­
biographie, Múnich 1 9 1 9; M. PELLEGRINO, La poesia di S. Grego­
rio Nazianzeno, Milán 1932; Q. CATAUDELLA, Le poesie di Gre­
gario Naz.ianzeno, en «Atene e Roma», 8 ( 1 927); E. RAPISARDA, 11
pessimismo di Gregario Nazianzeno. Atti dell'VIII Congresso di
Studi Bizanrini, vol. 1, Roma 1953.
132 INTRODUCCIÓN

comparación con la poesía griega antigua, pues Grego­


rio pertenece al siglo IV y lo consideramos moderno,
en la medida en que los autores contemporáneos deci­
den pasar a hablar sinceramente de sí mismos, al modo
en que Gregorio lo hace, y como él, se atormentan y
se purifican en una infatigable búsqueda de la verdad.
Analicemos el carmen autobiográfico: Constanti­
nopla, nueva Roma (v. 15) y columna del Imperio, no
es para Gregorio sólo el lugar en que se refugian las
ovejas victoriosamente arrancadas a la demagogia de los
arrianos 8, sino también el recuerdo del arribismo de
los obispos, de su codicia, de las discordias intestinas
entre las iglesias, de la indignidad y la relajación de los
pastores (vv. 28-35) 9•
Gregorio, que ha experimentado el arraigo de las
malas costumbres, quiere hablar ahora públicamente de
ello, denunciándolo como es debido, mas, preocupado
por asegurar a todos una clara y completa inteligencia,
invita al lector a seguirlo pacientemente a través de la
evocación de su vida, evocación quizás prolija, pero ne­
cesaria para limpiar el campo de la mentira (vv. 35-50),
pues es costumbre difundida entre los malvados la de
imputar a sus víctimas su propia iniquidad.

8. El 26 de noviembre del 380 Gregario entra solemnemente


en Santa Sofía con el emperador Teodosio.
9. En el carmen autobiográfico n. 12 (PG 37, 1166-1227) que,
podemos decir con Clémencet, es como un apéndice y continua­
ción del anterior, Gregario lanza un vigoroso y decisivo ataque
contra los obispos herejes y facciosos, estigmatizando su insolen­
cia, su orgullo, su ignorancia, su mala fe, su hipocresía. Este car­
men, que acaba con la afirmación por parte de Gregario de que lo
más importante para el pueblo es tener ante los ojos un buen mo­
delo, pues la única misión del sacerdote es purificar las almas con
el ejemplo y la palabra, ese carmen, repito, es como el comple­
mento de La fuga, el tratado de Gregorio sobre el sacerdocio.
INTRODUCCIÓN 133

Gregorio se considera consagrado a la divinidad


desde su nacimiento. Su madre, N onna, deseosa de tener
un hijo varón 10, dirigió ruegos a Dios, haciendo voto
de dedicarlo a Dios mismo. Escuchada, lo educa en la
práctica de todas las vinudes cristianas.
En Gregorio, la vinud cristiana creció a la par con
la pasión por los estudios humanísticos, que cultiva,
primero en Capadocia (en Arianzo y Cesarea), después
en Palestina y en Egipto (en Cesarea y Alejandría). No
deja de precisar el autor que con esos estudios quiso
prevenirse contra las estratagemas de los sofistas y, a su
vez, presentar la verdad de la fe adornada con la ar­
monía de la palabra (vv. 51-120).
Como todos los miembros de las familias aco­
modadas, Gregorio pasó luego a Atenas para comple­
tar su formación con estudios de retórica 1 1 •

1 O. En el 311 había nacido la primogénita, Gorgonia, que des­


posará a Alipio, de quien tuvo tres hijas: Alipiana, Eugenia y Nonna.
1 1. De los estudios cursados en Atenas, donde llegó a tener
como compañero a Basilio, encontramos indicaciones precisas e in­
teresantes en la oración fúnebre que pronuncia por su amigo fra­
terno, muerto el primero de enero del 379 (Or. XLIII, 2 1 : PG 36,
524). Podemos leer allí los menores detalles de la vida universita­
ria, las bromas de mal gusto realizadas por los veteranos, la varie­
dad de los esrudios retórico-literarios y, sobre todo, la fidelidad de
ambos amigos a los sanos principios de la educación cristiana reci­
bida en Capadocia, en el seno de sus familias. (Cf. A. PUECH, His­
toire de la littérature grecque chrétienne, III, París 1930, p. 322).
Sin duda, la Atenas del siglo IV no es ya el centro político y eco­
nómico del pasado y queda lejos el tiempo que vio a los atenien­
ses rechazando con orgullo y victoriosamente las invasiones persas.
Como también aquel otro en que, aunque con menor fortuna, se
enfrentaron a las pretensiones expansionistas de Macedonia. Sin em­
bargo, todavía en el siglo IV ninguna ciudad antigua, ni en Orien­
te ni en Occidente, podía medirse con Atenas en cuanto a la acti-
134 INTRODUCCIÓN

La travesía desde Alejandría de Egipto hasta el


Ática, a lo largo de las costas de Chipre, estuvo seña­
lada por un acontecimiento que dejó en Gregario una
marca posterior de la conciencia que él tenía de estar
destinado ya a la vida religiosa. Sorprendido por una
tempestad y a punto de morir sin estar todavía bauti­
zado 1 2, hace voto al Omnipotente de consagrarse a él
por entero si es liberado de la muerte que le amenaza
(vv. 121-200).
Después de un breve y enardecido elogio dirigido
a Basilio, cuya amistad considera un don de Dios, ex­
plica Gregorio que el amor a la patria y el cariño hacia
sus padres, ancianos ya y necesitados de asistencia, le in­
dujeron a abandonar Atenas para regresar a Nacianzo "·

vidad intelectual. Eran celebérrimas las cátedras de los sofistas y ré­


tores: «Ningún hombre podía considerarse culto hasta que no hu­
biera frecuentado la Universidad de Atenas». Todos los que querí­
an corregir los defectos lingüísticos, la entonación de sus países de
origen se daban cita, por así decir, en la «ciudad de Demóstenes y
de Platón... patria de las bellas letras». Es eso lo que decide hacer
Gregario, deseoso de conocer los secretos del arte del bien decir y
de participar en las discusiones filosóficas. No eran obstáculo las
inmensas distancias, pues ya en la época era del todo normal hacer
largos viajes para atender a los asuntos propios. Obispos de visita
en otras iglesias o mercaderes de productos exóticos son buena prue­
ba de lo que decimos. A los viajes de Heródoto y Platón a Occi­
dente� corresponden en la actualidad las estancias en el extranjero,
en las universidades prestigiosas francesas, inglesas o norteamerica­
nas, por pane de los investigadores de ciencias naturales o exactas.
Cf. E. FLEURY, up. cit., pp. 22-24, passim..
12. No ha de extrañar que Gregorio, de veinte años en el mo­
mento de la travesía, no estuviera bautizado aún. En la edad pale­
ocristiana el bautismo no era un rito convencionaL Ocurría con
bastante frecuencia, incluso y sobre todo en las familias más cris­
tianas, que se retrasara la recepción del bautismo hasta la madurez.
13. Gregorio partió de Atenas hacia el 358/9, regresó a Capa-
INTRODUCCIÓN 135

Se le presentaban entonces dos caminos: la vida


contemplativa monástica y la del apostolado 14•
Gregario, que por su índole natural se siente in­
clinado a la vida contemplativa, considera, sin embar­
go, insoportable la vida eremítica porque le privaría de
testimoniar su caridad cristiana hacia el prójimo. Pero,
al mismo tiempo, su sensibilidad espiritual no se con­
cilia con los problemas diarios de la existencia ordina­
ria (vv. 201-359) y opta, al fin, por una vía intermedia,
la misma que andando el tiempo será consagrada por
la constitución de órdenes religiosas como los domini­
cos o los jesuitas ts.
No cabe olvidar que, pocos meses antes de la fa­
tídica consagración sucedida en la Navidad del 361, Gre­
gario había intervenido de manera decisiva para calmar
a los naciancenos, que habían estado a punto de le­
vantarse contra su propio obispo, cuando éste firmó in­
genuamente los anículos semiarrianos del concilio de
Rímini. Es más: puede sospecharse que el padre fue
movido a ordenar sacerdote a su hijo por la capacidad
diplomática exhibida por éste en aquella ocasión, en la
que se conquistó la simpatía de todos los fieles de Na­
cianzo. Igualmente, cuando su amigo fraterno Basilio,
obispo de Cesarea, lo consagre obispo de Sásima por
motivos de estrategia territorial, por así decir, se dole­
rá de ello profundamente, sintiéndose como traiciona­
do y deshonrado, especialmente cuando el padre de
Gregario había ayudado a Basilio.

docia pasando por Constantinopla, donde encontró a su hermano


Cesáreo, que había terminado sus estudios de medicina en Alejan­
dría, y recornó con él a Nacianzo.
14. Esta aporía, por decirlo así, acompañó a Gregario toda su
vida y fue para él fuente de contradicción.
15. Cf. E. DEVOLDER, S. Grégoire de Nazianze, Namur 1960, p. 40.
136 INTRODUCCIÓN

Volviendo a la consagración sacerdotal paterna, bien


puede imaginarse qué tortura dominó el alma de Gre­
gorio durante dos semanas, desde la Navidad del 361
hasta la Epifanía del 362, y entender así su fuga poste­
rior al Ponto, junto a Basilio, a las orillas del Iris. A
esa peripecia se vincula, al menos externamente, la com­
posición de La fuga, la oración apologética que, importa
recordarlo, vuelto Gregorio a Nacianzo para la Pascua
del 362, escribe, aparentemente, para justificar los mo­
tivos de su inesperada huida y del posterior regreso.
Pero, más propiamente, consiste en un verdadero trata­
do sobre la dignidad y la carga del sacerdocio 16•
Si la ordenación sacerdotal y la fuga son un pri­
mer ejemplo claro que revela la tensión y la inquietud
que tejieron siempre su vida, esa tensión se hace luego
evidente (vv. 360-525) cuando la traición padecida por
causa de Basilio, cerca de doce años después. Se ha
dicho antes que Basilio, obispo ya de Cesarea en el
370, en el 372 había nombrado a Gregorio obispo de
Sásima obedeciendo a una lógica de mera estrategia te­
rritorial.
Lleno de dolor, Gregorio condena abiertamente
con durísimas palabras la decisión de su amigo, al cual
había prestado su colaboración el propio padre de Gre­
gorio. Destinado a Sásima, «aldea ... indigna de un hom­
bre libre, verdaderamente abominable e insignificante»,
Gregorio dice explícitamente que Basilio ha transgredi­
do los pactos sagrados de la amistad, olvidando «las fa­
tigas comunes de los estudios, la vida bajo el mismo
techo y a la misma mesa, la sola alma en los dos ... Todo
eso ha sido desbaratado, arrojado por tierra, llevándo­
se las auras las esperanzas viejas>>,

16. Cf. G. BOSIO, Iniziazione ai Padri, vol. 11, Turín 1964, p. 127.
INTRODUCCIÓN 137

Gregorio debe de ser presa de la desesperación y


llega a decir que quiere huir para buscar refugio en el
desierto: «A lo que me parece, hay mayor lealtad entre
las fieras» 17•
Una nueva fuga, por tanto, a la que sigue tam­
bién un nuevo retorno, vencido por las súplicas de su
padre: •¡Vuelve! ¡Concédeme esa gracia! ¡Dámela! ¡O
habrá de ser otro quien dé sepultura a mi cuerpo!».
El respeto por la doble ley que impone obedien­
cia a quien es a un mismo tiempo padre y obispo acaba
por vencer el profundo desagrado que le ha producido
la deslealtad de su amigo. Sin embargo, y aquí apare­
ce firme en su decisión 18, nunca puso el pie en Sásima
(•Nunca me acerqué a la iglesia que me había sido asig­
nada»). No pasan dos años y Gregorio se encuentra
«incómodamente» 19 libre 20• En el plazo de diez meses
mueren, primero su padre (en la primavera del 374) y
después su madre (al comienzo del 375).
Afligido, Gregorio se retira a meditar al monas­
terio de santa Tecla en Seleucia, en la Isauria -lugar co­
'lindante con Frigia y Pisidia- donde permanece hasta
el final del 379, año de la muerte de Basilio, después

17. Agudamente E. DEVOLDER (op. cit., p. 43) hace notar que


«hay aquí un conflicto entre dos conceptos de la amistad: Gre­
gorio la entendía de una manera más afectiva. Basilio la entendía
como la unión en el servicio a unas mismas ideas». Cf. N. AB­
BAGNANO, Basta un amico per non sentirsi soli, en «Gente-.., 43
(1984), p. 32.
18. Gregorio, considerado por todos como un hombre dócil,
casi débil, desconfiado de sí mismo, maravilla aquí con su enérgi­
ca resistencia.
19. Vita, v. 528.
20. Es una libertad a la que renunciaría gustoso, pues l1eva con­
sigo la desaparición del pretexto para no ir a Sásima.
13 8 INTRODUCCIÓN

de haber ocupado pro tempore la cátedra de su padre,


en la vana espera de que fuera elegido el nuevo obis­
po de Nacianzo (vv. 526-550).
Mas no terminan aquí sus desgracias: su ministe­
rio en Constantinopla representa el momento más dra­
mático de su atormentada existencia. Cuando muere el
emperador arriano Valente luchando contra los godos
en Tracia (9 de agosto del 3 78), todas las iglesias de
Constantinopla están en manos de los arrianos, que tie­
nen como jefe al obispo Demófilo.
La minoría católica ortodoxa de Constantinopla,
reanimada por los sentimientos filonicenos de Teodo­
sio, asociado al imperio de Graciano (19 de enero del
379), a la muerte de Valente se había puesto a la bús­
queda de una personalidad prestigiosa que la guiara y,
habiendo muerto el primero de enero de aquel año Ba­
silio, que había sido considerado un poco como el
patriarca oriental de los nicenos, la elección recayó sobre
Gregorio. Tras reiteradas negativas, éste acabó por acep­
tar y llegó a Constantinopla poco después de que Teo­
dosio hubiera publicado el famoso edicto mediante el
cual, al menos en lo tocante a los principios, los arria­
nos eran desposeídos y declarados herejes 21 •
Sin embargo, como el emperador estaba compro­
metido en lejanas luchas contra los bárbaros, en Cons­
tantinopla la situación quedó bajo el control de los
arrianos. Por tanto, Gregorio se presenta como un mi­
sionero entre los herejes y abre una capilla a la que da

21. Con ese edicto (Cod. Teod. XVI, !, 2), el emperador or­
denaba a todos sus súbditos profesar la rellgión «enseñada ya por
el apóstol Pedro a los Romanos y defendida en la actualidad por
el pontífice Dámaso y por Pedro, obispo de Alejandría, hombre de
santidad apostólica».
INTRODUCCIÓN 139

el sugestivo nombre de Anástasis 22, en casa de un pa­


riente "· Su palabra obra el milagro y recupera a mu­
chísimas personas para la fe de Nicea, suscitando una
violentísima ira entre los arrianos, que deciden hacer
callar a su irreductible adversario. Muy pronto, viendo
que no consiguen intimidado con las calumnias y las
amenazas, pasan a los hechos.
La noche de Pascua, 21 de abril del 379, una fu­
riosa multitud de arrianos y acólitos suyos, se lanzó
desde Santa Sofía contra la Anástasis, donde Gregorio
estaba bautizando a algunos catecúmenos. Hubo un ape­
dreamiento; el mismo Gregorio fue herido y hubo mu­
chos heridos graves sin que el jefe de policía, hombre
de Valente, moviera un dedo. Buscando un chivo ex­
piatorio, Gregorio fue considerado culpable de los de­
sórdenes y conducido a presencia de los magistrados
que lo miraban con cierta altanería y soberbia; que obe­
decían a la única ley de tener al pueblo de su parte y
que lo acusaron de triteísmo, la teoría de las tres hi­
póstasis y de una sola naturaleza (vv. 551-678) 24•

22. Anástasis o Resurrección, porque era alH donde resucitaba la


fe, casi excinguida (d. Or. XLII, 26: PG 36, 489). Cf. Or. XXVI, 17:
PG 35, 1249: «Me acogió una casa piadosa, una casa amiga de Dios,
que .fue para rrú como la de la Sulamita para Elíseo, casa con la que
yo había emparentado con lazos de sangre y de espíritu y llena de
generosidad. Allí tomó consistencia esa grey que todavía se veía obli­
gada a disimular su fe perseguida, no sin miedo, no sin peligro». Cf.
J. BERNARDI, Nouvelles perspectives sur 14 famille de S. Grégoire de
Nazianze, en •Vigiliae Christianae», 38 (1984), pp. 352-359.
23. Se trata de su prima Teodosia, desposada con un miembro
(¿Ablabio?) de una rica y poderosa familia constantinopolitana.
24. Cf. Vita, vv. 668-670. Triteísmo: es ]a tendencia de algu­
nos teólogos que en la explicación del misterio de la Trinidad lle­
gan a admitir en Dios no sólo tres Personas distintas, sino también
diversas naturalezas.
140 INTRODUCCIÓN

En ese período y en esa capilla Gregorio pro­


nuncia sus famosos cinco discursos teológicos para
defender la doctrina trinitaria ortodoxa contra los eu­
nomianos 25 (o anomeos ), los macedonianos (o pneu­
matómacos ), los novacianos y los apolinaristas. Los
cinco discursos son una excelente exposición doctrinal
de un teólogo insuperable. Gregorio, con consumada
habilidad dialéctica, refuta primero los errores de todos
sus adversarios y luego, con fraterna humanidad, les
ruega que se retracten. Célebre y paradigmática es, a
este respecto, la conclusión del tercer discurso: «Üs pe­
dimos y os conjuramos por el nombre de Cristo: Re­
conciliaos con Dios 26 y no queráis apagar el Espíritu 27,
o mejor: que Cristo se reconcilie con vosotros y que
el Espíritu, aunque tarde, os ilumine•.
Ya estaba Constantinopla casi por entero restituida
a los católicos, cuando Gregorio es presa de un dolor
aún más profundo que el que le causaba la violencia
de los arrianos. La comunidad católica de Constanti­
nopla acusaba el golpe del cisma que dividía aún a la
iglesia de Antioquía 28 •

25. Los eunomianos toman su nombre de su jefe Eunomio y


pretenden comprender a Dios con la razón. Los macedonianos, del
obispo homeusiano Macedonio de Ancira, negaban la consustancia­
lidad y divinidad del Espíritu Santo. Los novacianos, de Novaciano,
presbítero del siglo III, dichos también los «puros», en oposición a
los católicos, contaminados por la comunión con los pecadores. Te­
odosio los respetó corno ortodoxos trinitarios. Eran rigoristas. Los
apolinaristas eran la antítesis de los arrianos. Sostenían que la se­
gunda Persona de la Trinidad se ha unido directamente al cuerpo de
Cristo. Ese cuerpo no era realmente humano, sino bajado de lo alto
y, por tanto, celeste e impasibe, y no había sufrido realmente.
26. 2 Co 5, 20.
27. 1 Ts. 5, 19.
28. Aquí los católicos estaban divididos e n dos grupos, guiados
INTRODUCCIÓN 141

En la nueva Roma, Gregario, angustiado por esos


antagonismos en el seno de los católicos y requerido
para que decidiera entre Paulina y Melecio (v. 680),
trató de lograr un acuerdo: que rigieran ambos la sede
de Antioquía y que a la muerte de uno de ellos el otro
quedara como único obispo. N o tuvo Gregario tiem­
po de alegrarse por este acuerdo, porque una nueva
tempestad se abatió sobre él. La escena principal de esa
nueva aventura dramática tuvo de nuevo como escena­
rio a la Anástasis (vv. 679-749). Los hechos ocurrieron
de la manera siguiente, a tenor de lo que, con sutil iro­
nía, cuenta el mismo Gregario 29 y a la luz del carmen
41 30 y el relato jeronimiano 31 •
En Alejandría, el patriarca Pedro seguía con inte­
resada atención el desarrollo de las luchas entre arria­
nos y católicos y miraba, no sin recelo, el creciente
éxito que Gregario obtenía.
De la derrota de los arrianos habría querido bene­
ficiarse Pedro haciendo elegir obispo de Constantinopla
a un tal Máximo, supuesto cristiano, que se presentó hu­
mildemente y con la actitud de un filósofo cínico, con
los atributos típicos que caracterizaban a los seguidores
de Diógenes ", esto es: un aspecto descuidado, un has-

respectivamente por Paulina y Melecio, mientras que Euzoio era el


obispo de los arrianos. Lo que hacía insostenible la situación eran
las repercusiones cismáticas en toda la catolicidad. El Occidente, con
el papa Dámaso, se inclinaba por Paulina, mientras que el Oriente
lo hacía por Melecio. Habían sido vanos los esfuerzos de Basilio
para hacer aceptar a Melecio como único obispo de Antioquía.
29. Cf. Vita, vv. 750-1023.
30. Contra Maximum: PG 37, 1 339-1344.
31. De viris illustribus, 127. Cf. también M. PELLEGRINO, op.
cit., cap. IV, La poesia satirica, pp. 44-48.
32. Cf. LUCIANO, Bion praxis, Turín 1976, p. 506.
142 INTRODUCCIÓN

tón, un manto manchado, la barba y el pelo largos. Ade­


más, pretendía hacerse pasar por mártir perseguido a
causa de la fe cristiana, cuando había sido expulsado de
Alejandría por delitos comunes. A Gregorio, de carác­
ter ingenuo y •poco dado a sospechar de los malva­
dos» 33 se le escapó la maquinación que Máximo tramaba.
Y éste, cuya credibilidad había aumentado por cierta co­
rrespondencia mantenida con Atanasio 3', fue informado
por el mismo Gregorio de la casa, de los bienes, de la
doctrina, de los proyectos "· Tanta era la confianza que
Gregorio sentía por el egipcio, que llegó a pronunciar
en la Anástasis un discurso en alabanza suya 36•
Hábilmente, Máximo se había conquistado la con­
fianza de Gregorio porque, precisa éste, •era como un
perro de gran tamaño que ladraba, claro está, contra los
malos y, al mismo tiempo, alguien siempre presto a ala­
bar mis discursos» 37• La ingenuidad de Gregorio es tal
que ni siquiera imagina que quien está a su lado es un
hombre que, como emisario de Pedro de Alejandría,
pretende arrebatarle la cátedra episcopal de Constanti­
nopla donde, como se ha señalado, era aún obispo el
arriano Demófilo, descontada la grey que frecuentaba la
Anástasis de Gregorio. Precisamente en esta iglesia, se
consuma una noche la más violenta e injusta ofensa de
Máximo en perjuicio de Gregorio. Éste se encontraba
enfermo y Máximo, con la complicidad de un sacerdo­
te, celoso de la popularidad de Gregorio, hace entrar en
la iglesia a un cierto número de obispos venidos de Ale-

33. Vita, v. 805.


34. Cf. Epist. ad Maximum phi/osophum: PG 36, 1085.
35. Vita, v. 811.
36. Or. XXV: PG 36, 257-262.
37. Vita, v. 81 3-814.
INTRODUCC!ON 143

jandría detrás con la flota de abastos y, junto a ellos, a


un manípulo de mercenarios egipcios.
Máximo pensaba hacerse elegir secretamente obis­
po de Constantinopla. Gregario describe con duras pa­
labras de reprobación la farsa que consistía, en primer
lugar, en cortar el cabello que, como buen cínico, Má­
ximo llevaba larguísimo. El calificativo que aplica Gre­
gorio al audaz aventurero y falsificador es el de «perro»,
en clara referencia a su profesión de filósofo cínico,
pero queriendo significar también la traición hecha por
el perro a las ovejas de la Anástasis que le habían sido
confiadas.
Pero la ceremonia fue interrumpida por la llega­
da de un grupo de fieles que entraron en la Anástasis
con las primeras luces del día. Siguió un desorden, a
consecuencia del cual la ceremonia hubo de reanudar­
se y terminar en el tugurio próximo de un flautista.
Amargado y desolado, Gregario no sabe perdonarse su
culpable ingenuidad y el consiguiente daño acarreado a
la comunidad ortodoxa de Constantinopla. Es ésta la
que le mantiene en esa crisis, apretándose en torno a
él y rechazando a Máximo.
Entonces Máximo, «que de perro que era fue nom­
brado pastor» ", con obstinada insidia recurre al em­
perador Teodosio que tenía su cuartel general en Tesa­
lónica, «con el propósito de asegurarse la cátedra de
Constantinopla mediante un decreto imperial» 39•
Pero fue arrojado «como un perro» de la presencia
del emperador, que, por el contrario, ofreció todo su apoyo
a Gregario 40• Máximo, jugando su carta decisiva, aunque

38. Vita, v. 924.


39. Vita, vv. 1007-1008.
40. Vita, v. 1007.
144 INTRODUCCIÓN

no la última, acudió entonces a Alejandría. Pero Pedro,


visto el fracaso de sus planes, se apresuró a desmentir
cualquier relación con él, máxime cuando la comuni­
dad ortodoxa de Alejandría era eso lo que pedía in­
dignada. Desdeñado y abandonado por todos, Máximo
no se da por vencido y aprovecha un concilio que se
celebra en Italia, en Aquileya, para reclamar contra su
deposición. Todo fue en vano, si bien su astucia logró
engañar a san Ambrosio. Por fin, Máximo es expulsa­
do de Alejandría por el prefecto imperial y regresa la
calma, mientras Gregario, con la experiencia del triste
suceso, escribe: «Temo que una nube amenazadora y
cargada de granizo, impulsada por la fuerza del vien­
to, descargue su granizo sobre quienes menos lo espe­
ran. Que no descansa nunca la maldad. Nunca se su­
jetará a razones, aunque por el momento esté someti­
da» ". Parece que Gregario aprendió la lección (vv. 750-
1 029). Ese episodio hizo a Gregario consciente de su
incapacidad para afrontar situaciones de ese género,
tanto que decidió retirarse a la soledad. Sin embargo,
ante la firme protesta y los sinceros lamentos de sus
fieles, <<hombres, mujeres, niños, jóvenes, muchachos,
ancianos, nobles, gentes del común, jueces y hasta al­
gunos soldados de permiso tiemblan por igual de ira y
amor: de ira contra los adversarios y de amor hacia su
pastor>> 42• Gregario reconsideró su decisión y se en­
tregó con energía a reorganizar la comunidad ortodo­
xa, dedicándose a la lucha contra las herejías.
Gregario no deja de subrayar que en el ejercicio
de su ministerio no se dejará arrastrar por el gusto de
la palabra. Que querrá perseverar lo más posible en la

41. Vita, vv . 1025-1029.


42. Vita, VV. 1 066-1070.
INTRODUCCIÓN 145

caridad hacia el prójimo, en el ayuno, en la continen­


cia de los sentidos, en la moderación verbal: «Muchos
son los caminos de la salvación y todos conducen a la
comunión con Dios. Es necesario que recorras esos y
no sólo los que consisten en el discurso» 43 •
La resistencia de los arrianos era tenaz, por inte­
reses económicos y políticos ligados al control religioso
de Constantinopla, de manera que la obra de Gregario
avanzaba entre grandes dificultades y peligros. Final­
mente, la situación se aclaró cuando el emperador Te­
odosio, superada la resistencia de los godos 44, entró en
Constantinopla el 24 de noviembre del 380, precedido
de un edicto emitido por él en que intimaba a todos a
profesar la fe de Nicea. El 26 de noviembre del 380,
con gran pompa, Teodosio y Gregario hacen su entra­
da en la catedral de Santa Sofía, de la que Demófilo ha
sido por fin expulsado, entre las aclamaciones de la mul­
titud de los fieles. Teodosio, tras haber confirmado a
Gregario en la cátedra de Constantinopla, decide con­
vocar allí un concilio ecuménico para afrontar eficaz­
mente la proliferación de herejías, bajo la presidencia
de Melecio, obispo de Antioquía. Participaron en el con­
cilio cerca de 150 obispos orientales, incluidos algunos
egipcios que llegaron con retraso 45, aunque el papa Dá­
maso no se hizo representar 46• Los prelados, tras anu­
lar la consagración secreta de Máximo, declararon a Gre-

43. Vita, vv 1 225-1227. Cf. De se ipso et de episcopis, vv. 265-


.

309: PG 37, 1 1 85-1187


44. Los godos se habían instalado al norte del Mar Negro; se
dividían en dos grupos: los visigodos, o godos occidentales y los os­
trogodos, o godos orientales.
45. Cf. Vita, vv 1 798-1800.
.

46. Cf. J. HEFELE, Histoire des conciles� trad. Leclerq, vol. 11,
París 1908, pp. 3-4.
146 INTRODUCCIÓN

gorio titular de la sede episcopal de Constantinopla 47,


a pesar de sus enérgicas protestas y contando con su
posterior disponibilidad, a fin de contribuir a serenar
los ánimos de las facciones opuestas.
Gregario, con la contundencia que lo caracteriza,
declara haber recibido una pésima impresión de los obis­
pos: controversias sin fin 48, intolerancia ante las pala­
bras de paz y moderación, intentos de imponer su su­
premacía alternativamente por parte de los orientales y
los occidentales, obispos que olvidan los cánones de
Nicea" y, sobre todo, el cisma de Antioquía.
La inesperada muerte de Melecio, a quien suce­
dió Gregario en la presidencia del Concilio, podría
haber puesto fin al cisma de Antioquía si se hubiera
dejado a Paulino como único obispo de la ciudad. Tal
fue la propuesta de Gregario 50• Pero el conflicto esta­
lló más fuerte, porque los orientales eligieron a Flavia­
no como sucesor de Melecio. Gregario, descorazonado
y herido por la falta de caridad cristiana, anuncia en­
tonces su dimisión de la cátedra de Constantinopla:
«Concededme, os suplico, una vida exenta de la cáte­
dra, oculta, ciertamente, pero libre de males. Conside­
ro eso mejor que estar en medio de quienes me son pa­
rejos, sin que, por falta de cordura, consiga atraer a unos
a mi propuesta ni disentir de los otros» 51 • De nuevo
enfermo, y ahora gravemente, Gregario recibe como
providencial esa enfermedad, porque le permite alejar­
se de aquellas indecorosas sesiones conciliares y por-

47. Cf. Vita, vv. 1583-1588; 1 761-1765.


48. Cf. Vita, vv. 1680-1689.
49. Cf. Vita, vv. 1703-1722.
50. Cf. Vita, vv. 1624-1635.
SI. Vita, vv. 1671-1677.
INTRODUCCIÓN 147

que prevé tan cercana la muerte liberadora que llega a


redactar su testamento 52•
El desagrado que Gregorio experimenta por el re­
probable comportamiento de los obispos es posteriormente
atestiguado por su decisión de abandonar el apartamento
del palacio episcopal y establecer su domicilio más lejos,
a pesar de las suplicantes lágrimas de sus fieles. Pero esta
vez Gregorio no se deja conmover por las lágrimas, tam­
bién porque los acontecimientos se precipitan 53•
De pronto llega con retraso a Constantinopla un
grupo de obispos guiado por Timoteo, nuevo obispo
de Alejandría, y por Acolio, obispo de Tesalónica. Éstos
muestran enseguida ser partidarios de los occidentales,
pero no de Gregorio, acerca del cual, por el contrario,
«interpretando torcidamente cánones caídos en desu­
so hacía tiempo» 54, discurren a propósito de Sásima y
Nacianzo, protestando contra el traslado de un obis­
pado a otro. Desesperado, Gregorio encuentra fuerzas
para dejar todo y a todos y retirarse a Nacianzo.
El carmen se termina con el magnífico y conmo­
vedor discurso pronunciado antes de la partida, ante la
multitud de los fieles y como despedida de la comuni­
dad católica de Constantinopla", con una invitación de
concordia dirigida a todos los obispos 56• Hasta el final
se advierte su preocupación por la seguridad en la fe
nicena 57• Entre dos filas de fieles puestos de rodillas,

52. Cf. Vita, v. 1 749.


53. Cf. Vita, vv. 1797.
54. Vita, v. 1810.
55. Cf. Or. XLII: PG 36, 457-492.
56. Vita, v. 1837: «Estrechaos con vigor las diestras de la con­
cordia».
57. Vita, v. 1852: «¡Oh, Trinidad mía, de ti sólo me preocu­
po! ¿Contarás con una lengua idónea para tu defensa o, al menos,
con una lengua que sea libre y esté llena de celo?».
148 INTRODUCCIÓN

Gregorio deja Santa Sofía, <<alegre porque había alcan­


zado una cierta descarga de mis fatigas. Triste porque
no sabía qué habría de ser de mi pueblo» 58•
Aplaudido por el mismo emperador, deja final­
mente Constantinopla 59, declarándose saciado de ofen­
sas 60 y de elogios, sólo deseoso de «vivir mi soledad
lejos de los malvados, donde pueda buscar a Dios a
solas con mi mente, allí donde se encuentra la dulce
esperanza de las cosas celestiales, alimento de los an­
cianos» 61•
Con Tillemont, puede muy bien decirse 62 que el
final de este carmen nos ofrece una imagen inolvidable
de heroísmo humano y cristiano, de incomparable hu­
mildad y de absoluta conciencia de la grandeza del mi­
nisterio desempeñado en Constantinopla. Gregario, el
hombre que con la palabra y con el ejemplo ha recon­
quistado Constantinopla para la fe trinitaria, el hombre
elegido para la más prestigiosa cátedra episcopal del Im­
perio romano de Oriente, renuncia a ella dominado por
una sola preocupación, la de presentar a los arrianos un
frente unido, para salvaguardar la fórmula trinitaria ni­
cena que queda como condición para la pacificación del
mundo católico entero.
Es necesario que nos preguntemos cuál ha sido el
precio pagado: Gregorio sacrifica lo mejor que tiene y
lo que más ha respetado siempre: su palabra al servi­
cio de la Palabra. El príncipe de la elocuencia sagrada

58. Vita, vv. 1 857-1859.


59. Véase nota 55.
60. Cf. Vita, vv. 1938-1939.
6 1 . Vita, VV. 1940-1942.
62. Mémoires pour servir a l'histoire ecclésiastique, vol. IX, pp.
479-480.
INTRODUCCIÓN 149

se condena a la desolada campiña de Arianzo, pero de


esa desolación nace la poesía, para su consuelo y el de
todo espíritu sensible a la sincera y palpitante narra­
ción de los trabajos de un hombre que vive confesán­
dose a sus semejantes.
AUTOBIOGRAFÍA
(Texto)

Proemio. Juventud y primeros estudios (vv. 1-118)

Esta narración mía persigue recorrer el camino [1]


de mis desventuras o, si se quiere, de mis peripecias
afortunadas. Unos hablarán de esto, otros de aquello,
según el juicio que, en mi opinión, tenga cada uno,
pues la voluntad no es un criterio infalible.
La poesía lleva oculto en sí remedio para la enfer­
medad, enseñanza que es agradable para los jóvenes y,
al mismo tiempo, una exhortación agradable. Me diri­
jo a vosotros, a quienes un tiempo fuísteis míos y ahora
habéis sido confiados a otro, bien sea que me sigáis fie­
les [10), bien que alguno piense lo contrario. Todos por
igual me sois queridos, ahora que vivo en el silencio.
¡Hombres, luz preclarísima del mundo que, según
veo, pobláis un universo distinto, revestidos por la be­
lleza de la tierra y del mar! ¡Oh, nueva Roma, sede de
nuevos hombres nobles, ciudad de Constantino, co­
lumna del Imperio!
Escuchad, queridísimos, a un hombre que no os en­
gaña y que ha sufrido mucho en muchas ocasiones, por
lo que ha crecido en conocimiento.
Todo se acaba; también las cosas bellas concluyen
con el tiempo; nada [20] o casi nada queda. Igual que
cuando la tierra es herida por lluvias violentas y ape­
nas si resisten sólo piedrecillas.
Nada tiene de extraño que repita cosas propias de
la gente vulgar que, en el pasado, ni siquiera estaba ins-
152 GREGOR!O NACIANCENO

crita en el número de las personas importantes, pare­


cidas a ovejas que caminan con la cabeza inclinada.
Nosotros somos ese famoso torrente desbordado y
de curso salvaje. Nuestro orden se ha esfumado 1: lo
digo con lágrimas. N os sentamos todos en altas sedes,
pero indignamente. Nosotros, cabeza del pueblo, ma­
estros [30] de virtud, a quienes se nos confió la misión
de alimentar a las almas con divina comida.
¡Y somos nosotros los primeros que padecemos de
hambre! Médicos para el sufrimiento, somos cadáveres 2
consumidos por plagas numerosísimas. ¡Guiamos por
caminos yermos, en los cuales no éramos expertos y
que a veces ni siquiera habíamos recorrido!
La orden más tajante y la enseñanza más segura
para su libertad es seguirlos lo menos posible.

l. Las divisiones de los cristianos parecen encontrar su fuente


en las que oponen unos obispos a otros en el campo do1;:trinal y
en materia de personas. Celos y rivalidad entre sedes desempeñan
un papel no pequeño. Sacerdotes y obispos son demasiado jóve­
nes, demasiado numerosos, demasiado poco preparados para esas
funciones, que buscan por ambición e incluso por codicia. La in­
fluencia que garantiza el ministerio episcopal, el dinero cuya ad­
ministración confiere y la facilidad con que, sin gradación de nin­
gún tipo, se puede llegar a la cumbre de la jerarquía, atraen a las
filas del episcopado a vulgares arribistas. Los mismos fieles buscan
menos pastores que cuiden de sus almas que buenos administra­
dores y protectores poderosos. En cuanto a los sacerdotes, espe­
ran encontrar en su obispo a un hombre emprendedor, hábil para
aprovecharse de los favores del poder, ardiente en la utilización del
brazo secular. Lo que los fieles aprecian es la elocuencia elegante
y la complacencia hacia sus tendencias. Este estado de cosas está
determinado por el hecho de que muchos se comportan como altos
magistrados, amantes del lujo y del poder. Gregario dejará cons­
tancia clara de su aversión a los mismos.
2. Gregorio asimila el error doctrinal al pecado y a la muerte
del alma.
AUfOBIOGRAFÍA, VV. 1-118 153

Su altar es condena de su conducta y sus ordena­


ciones dividen no su vida, sino su soberbia.
Por todo ello, he querido escribir cuanto sigue para
que [40] todos lo escuchen, contemporáneos y venide­
ros, pues no quiero escribir mucho en vano. Pero, para
describir bien los acontecimientos de mi vida, es nece­
sario que me remonte un poco en el tiempo, aun a ries­
go de ser pesado, pues no quiero que la mentira se me
1mponga.
Pues los malvados aman achacar a sus víctimas la
culpa de las maldades que ellos cometen, buscando aña­
dir quebranto a aquéllas con su falsedad y exculparse
de toda acusación.
[50] Iniciaré, pues, el proemio de mi discurso.

Era mi padre ilustre, honrado por demás, anciano,


de austeras costumbres, de vida ordenada, en fin, un
segundo Abraham. Era, además, verdaderamente caba­
lleroso y no como sucede en nuestros días, sólo en apa­
rtenCla.
Primero vagabundo ', amigo luego de Cristo, por
fin pastor y vigor de los pastores.
De mi madre diré, con brevedad, que era esposa
digna de un hombre tal y que, piadosa desde siempre
por su ambiente familiar, fue luego creciendo en pie­
dad continuamente. Mujer por naturaleza física, pero
superior a un hombre [60] por el tenor de su vida. Era
pública la fama de la vida idéntica de ambos. ¿A qué
vienen estas precisiones ? ¿Cómo demostrar lo que digo?
Llamaré como testigo que avale mis palabras a la misma
que me engendró, boca de la verdad, más habituada a

3. Gregorio padre, conocido como Gregorio el Antiguo, había sido


ipsista durante mucho tiempo. Cf. La fuga, Introducción, nota n. l .
154 GREGORIO NACIANCENO

ocultar lo evidente que a referir lo oculto, con tal de


librarse de gloria.
Pues la guiaba el temor de Dios, excelente maestro.
Deseando ver en su casa a un hijo varón ', cosa que­
rida por muchos, se dirige a Dios y le ruega que es­
cuche (70] su plegaria. Llevada de su espíritu arrojado,
hace don de aquello 5 que esperaba obtener, consiguiendo
por anticipado con su deseo el don solicitado.
Y no fue sólo su plegaria, sino que tuvo además un
sueño, un presagio favorable, en forma de visión de las
cosas deseadas.
Pues se le mostró claramente mi rostro y resonó mi
nombre y vino a cumplirse la gracia de aquella noche.
Así pues, nací yo y si por cualquier causa soy digno
de esa súplica, [80) es por la gracia de Dios que la es­
cuchó.
Si, por el contrario, soy indigno, la culpa es sólo
mía. De ese modo llegué a la vida, hecho, ¡ay de mí!,
de barro y de la unión de miembros que me sojuzgan
y a los que apenas si logro imponerme.
Sin embargo, he aceptado ese nacimiento como pren­
da de todos los bienes mejores, pues no nos es permi­
tido ser ingratos.
Apenas nacido, ¡oh trueque admirable!, me mudo por
entero en otro. Ofrecido ' a Dios como cordero o ter­
nero aceptable, víctima ilustre y dotada de razón; no me

4. Tenía ya una hija, Gorgonia, casada con Alipio (cf. Epitafio


24, vv.1-4: PG 38, 22).
5. Cf. 1 S 1, 10-11: Ana, mujer de Elcanah, amargada por no tener
hijos, hizo llorando este voto al Señor. «Dios de los ejércitos, si aca­
bas por mirar la humillación de tu esclava, si te acuerdas de mí, no
olvidas a tu esclava y le concedes un hijo varón, lo entregaré a Dios
para todos los días de su vida . ». Después Ana dio a luz a Samuel.
..

6. Alusión a las ofrendas prescritas por la Ley de Moisés.


AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1-118 155

atrevería a decir que como un [90] nuevo Samuel', si no


fuera atendiendo al deseo de quienes me ofrecieron.
Educado desde los pañales en la práctica de todas
las virtudes, de las que contaba en casa con excelentes
modelos, me dominaba ya ese pudor que es propio de
la vejez y, poco a poco, crecía en mí, como una nube
y otra nube 8, el vivísimo deseo de buscar cuanto fuera
virtuoso.
Progresaba y se desarrollaba en mí al mismo tiem­
po la capacidad intelectual y me recreaba en la lectura
de los libros que defienden la causa de Dios y fre­
cuentaba el trato de hombres de excelente vida [1 00].
Bien: ésta es mi historia. A partir de aquí no sé qué
camino de los posibles habré de elegir para proseguir
mi narración.
¿Esconderé las maravillas que Dios obró en mi favor
atendiendo a lo inmejorable de mi celo, que así suele
él llevar hasta la salvación o, por el contrario, he de
narrarlas abiertamente y con valor? Vacilo, porque la
primera posibilidad no llega a satisfacerme, pero la se­
gunda puede entrañar cierta soberbia. Prefiero callar.
Bastará con que las conozca yo, para que mi vida pre­
sente no parezca en extremo lejana del ardor pasado
[1 1 0], ni parezca oponerse a mi relato.
Cuando sea necesario, lo revelaré a todos.
Siendo aún imberbe, me dominaba ya un apasiona­
do amor por los estudios literarios 9• Ejercitándome rec­
tamente en el estudio de las letras, buscaba hacer pla-

7. Samuel fue ofrecido al Señor en el templo de Siloh, cuaren­


ta kilómetros al norte de Jerusalén. Cf. 1 S 1 , 28; Jr 7, 12; 26, 16;
Sal 38, 60.
8. O sea, como nube que crece al unirse a otras nubes.
9. Sobre este amor por los estudios, cf. Or. IV, 100: PG 35,
633-636; Epist. 235: PG 37, 377-380.
!56 GREGORIO NACIANCENO

centero el de las cosas profanas 10, para que no se enor­


gullecieran quienes no habían aprendido sino una elo­
cuencia vana y vacía, que tiene todo su fundamento en
una garganta sonora " [1 18] y, también, para no dejar­
me atrapar por las redes de los sofismas.

Una travesía peligrosa (vv. 119-210)

Ni se me ocurre poner reparo ninguno a mi edu­


cación 12• [120] Pero lo que se aprende en medio del
ardor propio de la juventud, muy fácilmente sucede
que esté mezclado con impulsos desordenados. Es se­
mejante a algo que yo he tenido ocasión de compro­
bar, los proyectiles encendidos, que se deshacen en el
curso de su trayectoria. Eso explica que, fuera de es­
tación, cuando el mar no está calmo, pues los peritos
en navegación acostumbran a decir que no está exen­
ta de peligros cierta cola del toro 13 y es temerario e
imprudente navegar durante la misma, justamente en
ese tiempo decidí yo abandonar Alejandría, de donde
había tomado parte de mi doctrina, y navegar hacia el
mar de Grecia, [130] costeando Chipre.
En tal circunstancia, se abatió sobre mi nave una
tempestad de vientos, en medio de una noche oscurísi-

1 O. Gregario quiere hacer de las letras «bastardas» las auxilia­


res de las «Verdaderas» letras: cf. Or. XXIX, 2 1 .
1 1 . Era bien conocida l a habilidad erística y retórica que los
herejes arrianos sabían desplegar en las disputas oratorias de carác­
ter teológico.
12. Gregario alude a los principios de la moral cristiana.
13. Constelación del Toro. Parece que en la mitad de noviem­
bre suelen estallar violentísimas tormentas en la zona ecuatorial,
muy peligrosas para la navegación.
AUTOBIOGRAFlA, vv. 119-210 157

ma: tierra, mar, éter y cielo se confundían en las tinie­


blas. Resonaban los truenos intercalándose con rayos.
Las vergas crujían, hinchadas las velas por el viento. Se
inclinaba el mástil del navío y los golpes de timón no
garantizaban ninguna seguridad, pues la barra se esca­
paba de las manos. El puente se cubría de agua que su­
peraba la borda. Gritos confusos y lastimeros de mari­
nos, cómitres 14, oficiales y pasajeros [140] invocaban al
unísono a Cristo, aunque entre todos ellos había quie­
nes antes de aquel momento no habían conocido a Dios.
De cieno, el miedo es un eficaz maestro.
Pero el más terrible de todos los males era que la
nave carecía de agua dulce. En efecto, apenas perdido
el rumbo, los contenedores de agua se quebraron y ver­
tieron al fondo del mar el dulce tesoro que transpor­
taban. El hambre, la tempestad y los vientos estaban
coaligados para hacernos morir. [150] Y, sin embargo,
Dios quiso de pronto librarnos de aquel trance.
Cienos mercaderes fenicios que aparecieron de pron­
to y que aún no eran presa del pánico, al comprender
por nuestros ruegos la gravedad del peligro, ponen su
nave al lado de la nuestra con la ayuda de pértigas y
a fuerza de brazos, pues eran extraordinariamente fuer­
tes, y nos salvan cuando éramos ya cadáveres marinos,
peces que agonizan fuera del agua o lámparas cuya luz
se extingue al acabarse el aceite que las alimenta. Pero
continuaba la furia del mar y su estruendo, acosándo­
nos durante varios días, sin que supiéramos a dónde
nos arrastraba la vorágine [160] y sin que adivináramos
ninguna salvación proveniente de Dios.

14. Cómitre (hortator) era quien con la voz o, entre los ro­
manos, con un martillo u otro instrumento, marcaba el ritmo a Jos
remeros. Cf. ÜVIDIO, Met. 3, 619; PLAUTO, Mere. 696.
158 GREGORIO NACIANCENO

Y si todos temían la muerte común, mayor era m1


terror ante la muerte que permanece escondida.
Que las aguas aniquiladoras me alejaban de las lus­
trales 15 que nos procuran la salvación.
¡ É se era mi duelo, ésa mi desgracia!
Por ese motivo levantaba las manos a lo alto y lan­
zaba gritos que superaban al poderoso fragor de las
olas, [1 70) mientras me postraba miserable por tierra y
hacía girones mis vestidos.
Y, cosa increíble y sin embargo cierta, todos a una,
dejando aparte su propia desventura, unían sus clamo­
res a mis plegarias, náufragos a quienes une en la pie­
dad la común desgracia: ¡hasta ese punto compartían
mis sufrimientos!
Y entonces, tú, Cristo mío, te mostraste salvador
poderoso, tú que aún hoy me libras 16 de las tormen­
tas de la vida.

15. Gregorio está aterrorizado por el pensamiento de morir sin


haber sido bautizado. Todavía en tiempos de nuestro autor, era cos­
tumbre recibir el bautismo en la edad adulta, para que el sacra­
mento fuera recibido con mayor conciencia. G. Nacianceno distin­
gue cuatro tipos de Bautismo: el de Moisés, el de Juan Bautista, el
conferido por Cristo y el de la sangre, esto es, el martirio. Hay un
quinto bautismo, el de las lágrimas, el del arrepentimiento que borra
los pecados, en clara oposición a los novacianos, que niegan la efi­
cacia del arrepentimiento. Dirigiéndose especialmente a las madres,
Gregario les invita a hacer bautizar a sus hijos de pequeños, hacia
los tres años, cuando son ya capaces de «comprender una expre­
sión ritual y de responder a ella». El criterio es, por consiguiente,
el de participar en la ceremonia litúrgica (cf. Or. XXXIX, 17: PG
36, 353-356).
16. Gregario, que escribe este poema después de haber dejado
la cátedra episcopal de Constantinopla, está a salvo de las agitacio­
nes que son propias de la administración de una Iglesia, particu­
larmente penosa y difícil en aquellos tiempos.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 119-210 159

Pues cuando no me quedaba ninguna esperanza, ni


se divisaba isla, continente, cima de monte, estrella que
sirviera de guía a los navegantes, ni cosa pequeña o
grande de las que se acostumbra a ver, [180] ¿qué ima­
gino?, ¿ cuál puede ser la escapatoria de mis desventu­
ras? Desespero de todo lo de aquí abajo y dirijo mi
mirada a ti, mi vida, mi aliento, mi luz, mi fuerza, mi 17
salvación, a ti que infundes temor, que golpeas, que ali­
mentas, que restauras, que haces alternar lo convenien­
te y lo perjudicial.
Evocaba en mi imaginación todos tus antiguos mi­
lagros, en virtud de los cuales reconocemos la esplén­
dida grandeza de tu mano, cuando Israel atraviesa el
mar por en medio 18, mientras sus enemigos, los egip­
cios, son desbaratados por la elevación de tus manos 19,
[190] golpeados por tu flagelo en unión de sus jefes,
cuando tu pueblo es reducido a esclavitud, cuando en
un abrir y cerrar de ojos caen las murallas por el so­
nido de tus trompas 20•
Añadiendo invocaciones mías a las antiguas, decía:
«Soy tuyo, lo fui 21 y lo sigo siendo. Has de volver a

17. La anáfora del término «mÍo» indica una particular unión


con Cristo. La costumbre de designar a Cristo como «luz» se re­
monta al período anterior al Concilio de Nicea y la palabra phos
había adquirido un sentido técnico en las controversias fjlosóficas
G. MOSSAY, La mort et l'au-de/a dans saint Grégoire de Nazian­
ze, Lovaina 1966, p. 14, nota n. 6).
18. Cl. Ex 14, 21-22.
19. Cf. Ex 17, 10-13.
20. Cf. Jos 6, 20.
2 1 . Gregario, siendo niño todavía, había sido consagrado a Dios
por sus padres. Gregario, en medio de la tempestad durante vein­
te días, reconoce haber sido salvado por intercesión de sus padres
que, advertidos en sueños de la trágica situación en que se encon­
traba su hijo amado, suplicaban a Dios que lo salvara (cf. Or. XVIII,
160 GREGORIO NACIANCENO

aceptarme, como a tesoro precioso. Una vez me to­


maste de la cierra: tómame ahora del mar. Antes me
consagraron a ti los deseos de mi madre, ahora mi te­
rror inconmensurable. Si escapo al doble peligro que
temo 22, he de vivir siempre para ti. Si me rechazas, per­
derás a tu siervo. [200] jMira en medio de la tempes­
tad a tu discípulo! Líbrame del sueño o, al menos, que
tu presencia disipe mi temor». Apenas dije esto, cesó
la furia del viento, se calmó el mar y la nave volvió a
navegar en derechura. Yo quiero atribuir a mis plega­
rias tan buena fortuna. Marinos y pasajeros, todos en
la nave se convirtieron piadosamente a la grandeza de
Cristo cuando recibieron de Dios aquella doble salva­
ción 23• Pasada Rodas, poco a poco, impulsados por
vientos favorables, [21 O) alcanzarnos el puerto de Egip­
to pues era de Egina el navío.

Estancia en Atenas. Amistad fraterna con Basilio. Re­


greso a Nacianzo (vv. 211-337)

Me acogieron después Atenas y los estudios 24•


Sean otros quienes cuenten cómo vivimos en el temor

31: PG 35, 1023-1025). Después, pasando por Rodas y Egina, llega


a Atenas en el 350 y sale de allí en el 356/357. De Atenas, Gre­
gario va a Constantinopla y desde allí, con Cesáreo, que había lle­
gado de Alejandría, vuelve a Nacianzo. Luego recibe en Nacianzo
a Basilio y después se aloja con su amigo en el monasterio que el
mismo Basilio había fundado a las orillas del lri5, río del Ponto.
En el 360 es reclamado a Nacianzo por su padre.
22. El primer peligro es el de perder la vida y el segundo el
de morir sin bautismo.
23. La salvación del cuerpo y la del alma.
24. En el siglo IV, Atenas, que había perdido toda su impor-
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 2 ! 1 -337 161

de Dios, los primeros entre quienes conocen las prime­


ras verdades. Y cómo, en la cumbre de la juvenrud y en
pleno ardor de la fogosidad, mientras otros jóvenes con
sus compañeros se entregaban a acciones insensatas, no­
sotros llevamos una vida tranquila, parecidos, a lo que
imagino, a esas fuentes que, según se dice, manan agua
dulce en medio de la mar 25, sin dejarnos seducir por
quienes llevan a la perdición, [220] antes, muy por el
contrario, arrastrando a otros hacia lo que hay de mejor.
Que también en esto quiso Dios hacerme merced,
uniéndome a un hombre como no hay dos, por lo sin­
gular de su sabiduría, por lo inusual de su vida y su
elocuencia. ¿ A quién me refiero? Fácilmente lo sabréis:
era Basilio, el gran soporte de este tiempo nuestro 26•
Teníamos en común los esrudios, la casa, los pensa­
mientos 27 y puedo gloriarme de que era nuestra amis-

tancia desde el punto de vista poütico, conservaba su primacía gra­


cias a las escuelas filosóficas.
25. La imagen remite al mito griego de Alfeo y Arerusa. Esta
ninfa, para huir del cazador Alfeo, atravesó el mar de Grecia hasta
la isla de Ortigia, en Sicilia, donde fue transformada en fuente por
Diana. Alfeo, transformado a su vez en río y no pudiendo olvidar
su amor, mezcló sus aguas, que discurrían por la Hélade, con las
de Aretusa, atravesando el mar sin mezclarse con las aguas saladas.
El río Alfeo es el actual Rafea.
26. Es sabido que Gregario es considerado por la tradición lite­
raria como un hombre contemplativo, en oposición a Basilio, visto
como el hombre de acción. Nos parece digna de atención particular
la observación de J. MOSSAY (op. ciL, pp. 296ss.), según la cual la dis­
cordancia entre vida contemplativa y actividad pastoral constituiría un
topos literario que se remontaría a la autobiografía de Gregorio. É ste,
por exaltar a Basilio, se atribuye a sí mismo un papel insignificante.
27. Or. XLIII, 19: PG 36, 320-321... «uno el techo, una la mesa,
uno el propósito, haciéndose a diario más cálida y más fuerte la
amistad».
162 GREGORIO NACIANCENO

tad famosa en Grecia: todo lo compartíamos, [230) una


sola alma unía dos cuerpos distintos 28•
Lo que de manera especial nos unía era Dios y el
amor por lo mejor. Desde que alcanzamos el grado de
confianza suficiente para manifestarnos mutuamente las
aspiraciones de nuestros ánimos, fuimos poseídos por
un afecto inolvidable. Pues sucede que compartir las
mismas aspiraciones es garantía segura que sella el de­
sarrollo en común. ¿Qué me quedaba? La patria y el
estado de vida 29• Había pasado ya mucho tiempo de­
dicado a los estudios y estaba próximo mi trigésimo
aniversario. Percibí entonces cuánto amor [240) nos
profesaban nuestros compañeros, en cuánta estima nos
tenían.
Se acercaba el momento, el de un áspero esfuerzo.
Era llegado el tiempo de las despedidas, de los abra­
zos, tan tristes, necesarios en el adiós, el momento de
confiarnos al recuerdo.
Aunque con esfuerzo y a duras penas, hubieron de
ceder ante Basilio que alegaba numerosas razones en
favor de la partida. Por mi parte, aún se me saltan las
lágrimas [250] cuando evoco en mi memoria la triste­
za de aquellos momentos.
Me rodean todos a una: extranjeros, conocidos, com­
pañeros, maestros, y todos con duelo y lamentos, in­
tercalando a veces amenazas, que a tanto les movía el
cariño que me profesaban, e intentan retenerme casi a
la fuerza. Y dicen que, pase lo que pase, no han de de­
j arme marchar y que no ha de ser que quede sin mí la

28. !bid., 20: PG 36, 321-324: . se habría dicho que éramos


• ..

una sola alma en dos cuerpos».


29. Para Gregario se impone ahora de forma irremisible una
«elección de vida»: es el retorno a la patria.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 2 1 1 -337 163

sabia Atenas y que conseguirán con su insistencia que


se me otorgue el principado de la elocuencia.
¡A punto estuvieron de vencer mi resistencia, pues
ser por entero insensible a tan sentidos ruegos habría
sido propio de una encina! Me atraía, sin embargo, mi
patria que es, entre las ciudades del mundo, una de las
primeras en la fe y en la cual pensaba yo que habría
de ser hermoso discurrir sobre el Bien [260]. Y tam­
bién me movía el que mis padres padecieran ya los
achaques de la ancianidad.
Por lo cual, tras haber permanecido todavía algo de
tiempo en Atenas 30, un día, casi a escondidas, vine a
salir de allí. Llegado a casa, mostré mi elocuencia aten­
diendo al deseo de quienes me reclamaban eso con in­
sistencia, como si de una deuda se tratara.
No me cuidaba de aplausos ni aclamaciones, ni tam­
poco atendía a discursos afectados y falsos [270] de esos
que tanto gustan a los sofistas 31 cuando se ven rodea­
dos de jóvenes.
Pues antes que nada me había propuesto el siguiente
género de especulación: dedicar a Dios, además del resto,
también los esfuerzos de la oratoria, como los que aban­
donan sus campos a los rebaños o arrojan sus tesoros
a lo más profundo del mar ",

30. En la época en que Gregario y Basilio fueron a estudiar a


esa ciudad, la educación que recomendaban y procuraban los sofis­
tas era casi enciclopédica, consistente en conocimientos múltiples y
por necesidad superficiales. La adquisición de tales conocimientos
se hacía sólo con miras a la retórica. El mismo cursus studiorum
había sido seguido por Cesáreo en Alejandría y por Gregario el
Taumaturgo en Cesarea de Palestina bajo la dirección de Orígenes.
31. Refiriéndose a Basilio, Gregorio expresa el mismo pensa­
miento: «Las costumbres de Basllio no se conformaban a las de los
rétores».
32. Cf. Carm. l, 2, 1 0 vv. 228-229: PG 37, 696: «De manera
164 GREGORIO NACIANCENO

Mas, como he dicho, me entretuve con mis amigos ".


Tales actividades eran como los ejercicios prepara­
torios de los luchadores, o como plegarias y sacrificios
preliminares a los más importantes de los misterios.
Ya hacía muchos años que sentía la necesidad del
consejo de hombres que fueran dignos de un hombre
razonable: recurro a la opinión de amigos, [280] con­
sejeros leales de mis pensamientos.
Mi alma era presa de grandes turbaciones, mientras
buscaba elegir la mejor entre varias opciones buenas.
Arrojar al abismo los placeres de la carne 34 era cosa

semejante, Crates, poniéndose por encima de la riqueza, dejó su


campo abandonado a las ovejas». E ibid., v. 234: «Crates da la li­
bertad a Crates de Tebas». Gregario alude a Crates de Tebas (V­
IV a. C.), filósofo cínico, ardiente seguidor de Diógenes de Síno­
pe. Desembarazándose de sus riquezas, manifestó el aspecto más ri­
guroso y negativo del cinismo.
33. «De ese modo, no aparece ya tanto el hombre que presenta
su defensa en una iglesia, cuanto el sacerdote que "baila" desde el
principio en el camino del rétor, mezclando abundantemente la en­
señanza religiosa sobre el sacerdocio y las consideraciones perso­
nales. La verdad es que Gregorio, debatiéndose entre el amor al es­
tudio y el celo religioso, intenta dar cabida a uno y otro recu­
rriendo a discursos escritos y publicados» U- BERNARDI, La prédi­
cation des Peres cappadociens, París 1 968, p. 99).
34. Apunta aquí Gregorio un tema al que concede una espe­
cial importancia: la castidad entendida como renuncia y abstinen­
cia, como lucha directa emprendida contra la concupiscencia de la
carne. Bajo el aspecto negativo en que la colocamos, la castidad es
la templanza que salvaguarda el dominio del alma sobre todoS los
placeres carnales, desde los deseos impuros hasta los actos sexuales
completos o incompletos. Pero, importa recordarlo, en la teología
católica, la virtud de la castidad no se limita a una supresión de los
placeres fisiológicos, sino que está vinculada a la perfección del alma.
Se la podría definir como una virtud que nos hace renunciar pron­
tamente y con alegría, no sólo con el cuerpo, sino sobre todo con
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 211-337 165

que ya había resuelto desde antiguo y que para enton­


ces se me hacía incluso agradable, Pero buscando los
caminos que llevan a Dios, no me resultaba fácil dar
con el que fuera mejor y hacedero, No falta, además,
el parecer, mejor o peor, de unos y otros, igual que
cuando se debe elegir cura para una enfermedad. Com­
paraban mis propósitos a una peregrinación, de forma
que, habiendo escapado a la navegación y a los peli­
gros del mar, seguía, sin embargo, [290] buscando el
camino más fácil de recorrer 35 •
Tenía en cuenta a Elías el tesbita 36 y al famoso

el espíritu, a todos los placeres de la carne. Ese odio contra la carne,


expresado muchas veces en términos platónicos o neoplatónicos,
más que en términos paulinos, está presente en varios poemas de
Gregorio: cf. Carm. Il, 1, 46: PG 37, 1378-1381; Carm. Il, 1, 47:
PG 37, 1381-1384, en particular vv. 1 -39; Carm. 1, 2, 1: PG 37,
521-577. En éste último, en panicular, nos hallamos en presencia
de una elegante paráfrasis en verso del mito del carro tirado por
caballos del Fedro y del hermoso combate entre los dos caballos,
generoso uno, renuente y vicioso el otro.
35. Gregorio se refugia en el retiro en cada decisión impor­
tante de su carrera sacerdotal y episcopaL Así lo dice también en
un discurso suyo sobre la asistencia a los pobres: «Bella cosa es la
contemplación, bella la acción. La primera, elevándose de aquí abajo
y retirándose al santo de los santos eleva nuestra inteligencia a aque­
llo en cuyo origen ella participa. La segunda acoge y sirve a Dios
y demuestra su afecto con las acciones». Cf. Or. XIV, 4: PG 35,
861-864. Gregorio, por tanto, deja el retiro monástico porque no
quiere renunciar a la acción.
36. Elías, profeta altísimo, originario de Tesbi en Transjorda­
nia, vivió la dura vida del desierto, toscamente vestido como más
tarde Juan Bautista y desempeñó su ministerio bajo el reino de
Achab (873-854 a.C.). En MI 3, 1-23, está escrito que Elías vendrá
para preparar los caminos del Mesías, predicando la penitencia. É sa
es la misión cumplida por Juan Bautista (cf. Le 1, 17), que es el
precursor vaticinado (cf. Mt 11, 1 O; 17, 10-13) y que encarnó el es­
píritu fuerte de Elías. Elías era sólo el tipo. Es claro, por . tanto,
166 GREGORIO NACIANCENO

Carmelo 37, o bien a su extraño alimento, la soledad


que es posesión del Precursor y la vida simple de los
hijos de Jonabad 38•
Pero nuevamente se apoderaba de mí el deseo de
las Sagradas Escrituras y de la luz de Espíritu que se
encuentra en la meditación de la Escritura. Y eso no
es compatible con la vida eremítica, con la tranquilidad
de la vida retirada 39•
De ese modo, me dejé llevar de una lado a otro, hasta
el punto de que vivo entre mis deseos y [300) comien­
za a hacerse la paz en la tempestad de mi espíritu "'.

que no tiene fundamento en la Escritura la espera del regreso de


Elías al fin del mundo.
37. El Carmelo, cima de la cadena montañosa del mismo nom­
bre en Palestina, es un lugar venerado por cristianos, judíos y mu­
sulmanes. Sobre la planicie de su cima quedó inmortalizado el
sacrificio del profeta Elías (cf. 1 R 18, 18-46). En vano los sacer­
dotes de Baal invocaron el fuego desde lo alto para quemar la
víctima puesta sobre su altar. Por el contrario, a la plegaria de Elías,
el holocausto fue completo sobre el altar erigido sobre doce pie­
dras. En la época paleocristiana, el Carmelo se convirtió en el lugar
preferido para monjes y eremitas. En la medida en que el desierto
favorece la meditación, elemento éste que con el silencio significa
su ideal de filosofía (cf. Or. 11, 103}, Gregorio ve la separación del
mundo, si no como imprescindible, al menos como deseable. Evoca
a quienes han pasado allí su vida: «Yo pensaba en el Carmelo de
Elías, en el desierto de Juan y en todos los que aman de ese modo
las cosas sobrenaturales» (cf. Or. X, 1 : PG 35, 828).
38. Jonabad, hijo de Rechab, quiso preservar a sus descendientes
del deletéreo influjo de la civilización cananea y les prescribió per­
manecer seminómadas.
39. Es uno de los motivos que le impidieron establecerse defini­
tivamente en A.rrn.esi, la primera fundación de Basilio (cf. ST. GIET,
Basile. Les idées et l'action sociales de saint Basile, Tesis, París 1941).
40. En los vv. 300-330, Gregorio expone detenidamente sus
dudas y las razones que le hicieron elegir una vida mixta, consa-
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 211-337 167

Veo a quienes alimenta una vida activa, que son úti­


les a aquéllos con quienes conviven, pero inútiles para
sí mismos, pues andan acosados por el mal que desor­
dena los hábitos apacibles. Veo, por otra parte, a quie­
nes, habiendo dicho adiós al mundo, viven con mayor
tranquilidad y contemplan a Dios con ánimo sereno,
pero sólo ellos se benefician de su vida extraña y ardua,
pues no practican la caridad. Intento un camino inter­
medio entre unos y otros 41, [31 O) queriendo meditar
como éstos y ser como aquéllos útil. A lo que se aña­
día, además, la gratitud hacia ciertas personas honora­
bles, mis padres, con los que permanecía en deuda.
Me preocupaba su ancianidad y me esforzaba por
ampararla, pues es cosa piadosa en grado sumo y que­
rida por Dios tributar el máximo honor a los padres,
por quienes nos llega también el conocimiento de Dios.
Los llevaba de la mano, para así prepararme favorable­
mente mi propia vejez, alegrando la suya, [320) pues
recogemos lo que sembramos.
Pertenecía a mi educación filosófica no el aparentar
soportar las fatigas de la vida pasada, sino el ser agra­
dable a Dios sin aparentarlo 42•

grada a Dios en medio del mundo. Los dos términos, theoretikós


y praktikós bios no indican dos formas de vida: vida contemplati­
va y vida activa, que Platón se esforzó en conciliar en el plano hu­
mano, poniendo los filósofos al servicio de la pólis, y entre las cua­
les Gregario estará siempre debatiéndose, sino el deber que tiene
el cristiano de conocer la verdad y de vivirla.
41. Cf. Or. 11, 54: san Pablo, dividido entre el deseo del más
allá y el bien de los fieles que reclama su presencia corporal Or.
ll, 112: «Vengo a encontrarme como en un cierto medio entre los
demasiado arrogantes y los demasiado tímidos•.
42. Gregario define philosVphou páideiusis la educación que le
ha inculcado la exigencia de una vida religiosa auténtica, el deseo
de ser verdaderamente amigo de Dios y no sólo de parecerlo.
168 GREGORIO NACIANCENO

Y, verdaderamente, consideraba deber mío amar a


las personas de vida activa, a las que Dios les hubiera
asignado la tarea de guiar a los pueblos hacia los mis­
terios divinos.
Pero aún más me atraía el amor por las cosas mo­
násticas, aunque me consideraba uno más entre la mul­
titud de las gentes. [330] A fin de cuentas, la vida mo­
nástica atiende a las costumbres, no a los cuerpos físicos.
Me era venerable la cátedra episcopal, pero mante­
niéndome a distancia, como sucede con la luz solar y
los ojos enfermos.
Cualquier cosa me habría esperado a lo largo de mi
vida, menos el recibir esa cátedra.
Si eres hombre, nada hay que puedas decir con li­
gereza. La envidia busca siempre abatir todo lo que se
halla en alto. No busques más ejemplos: sírvete del que
te propone mi vida.

La violencia paterna de la ordenación sacerdotal. La


fuga al Ponto y el regreso. La «traición» de Basilio (vv.
338-438)

Mi padre, que conocía muy bien mi modo de pen­


sar, movido de no sé qué, [340] pero quizás por el amor
paterno -es formidable el amor cuando está unido a la
autoridad- para ligarme con los vínculos del Espíritu y
otorgarme lo mejor de que disponía, me obliga por la
fuerza a recibir el segundo escalón de la cátedra 43• Tanto
me dolió 44 aquel acto tiránico -ni siquiera ahora puedo

43. A pesar de la resistencia de su hijo, quiso hacer de él su


auxiliar tras haberlo ordenado sacerdote.
44. Gregorio tendrá la misma actitud ante el episcopado: cf.
Or. X, 1: PG 35, 828; Or. Il, 6.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 338-438 169

llamarlo de otro modo y que el Espíritu divino me per­


done por pensar así- que, abandonando repentinamen­
te a todos, a mis amigos, mis padres, mi patria, mis fa­
miliares, huí al Ponto para gozar allí, [350] como remedio
a mi tristeza, de un amigo inspirado por Dios.
Vivía allí en compañía de Dios, cubierto por una
nube, como el famoso sabio antiguo 45, Basilio, que está
ahora con los ángeles 46 • Gracias a él se mitigaba el
dolor de mi espíritu. Mas como quiera que mi buen
padre, agotado por la vejez y por el deseo que sentía
de mí, suplicaba insistentemente a su hijo con muchos
ruegos que rindiera honor a su último aliento, y pues­
to que el tiempo había hecho remitir mi [360] dolor,
me precipité de nuevo en el abismo 47, temeroso de los
lamentos de mi padre y de que su amor por mí vinie­
ra a convertirse en maldición.
Tal es cariño cuando la ira lo empuja. Pasó algo de
tiempo y se desencadenó una nueva tempestad. Y no
es fácil decir cuánto más furiosa. No conviene que lo
cuente todo a mis amigos. Mi hermano ocupaba un
cargo público. ¡Mi hermano! 48• ¡Oh, maligno, qué po­
deroso eres!

45. Moisés sobre el Sinaí.


46. La imagen metafórica de la muerte como cambio de esta­
do o de morada es sugerida por la perífrasis formada por medio
de un adverbio de tiempo (o nyn); la otra fórmula, más habitual­
mente usada, es la consistente en la pasiva del verbo airo (cf. PG
38, 53); otras veces, mediante un verbo que signifique irse,
47. Para Gregorio, volver a Nacianzo era como caer en un abis­
mo de males y desgracias.
48. Cesáreo había muerto en Nicea y Gregorio, escribiendo a
Sofronio, le pide ayuda y protección para solucionar esa sucesión
que se presentaba especialmente difícil a causa del altísimo número
de acreedores, verdaderos o falsos, En el 362 Gregorio había diri­
gido a su hermano (cf. Epist. VII: PG 3 7, 32-33) una muy enérgi-
'
170 GREGORIO NACIANCENO

Era administrador del erario público. Cuando muere


desempeñando su [370] cargo 49, una multitud de pe­
rros se precipita sobre el patrimonio del difunto y sa­
quea cuanto había dejado.
Siervos, extraños, amigos arrebatan codo.
¿Quién habrá que, viendo caída una encina, no corte
parte de la madera para llevársela? Por lo que a mí res­
pecta, jamás me he de ver temeroso por los negocios.
Soy pájaro pronto al vuelo. Y, sin embargo, me fue ne­
cesario soportar mucho en favor de mi buen padre,
mucho agradable y mucho desagradable, [380] y ser su
compañero de afanes, que no de riquezas.
Pero al igual que quienes habiendo caminado con
seguridad, si pierden el equilibrio caen en el precipicio
sin ser ya dueños de sí, también yo, una vez que ex­
perimenté el mal, hube de padecer daños uno tras otro.
En cierta ocasión, omitiré detalles 50 por no perju­
dicar a un hombre a quien acabo de elogiar 51, vino a

ca llamada al orden. Habla del rubor de la vergüenza, de la triste­


za, de la desolación y del miedo que la conducta de Cesáreo le ins­
piran. Gregario el Antiguo, postrado, pierde el gusto por la vida y
ni siquiera se atreve a poner a Nonna al corriente de la conducta
de su hijo. Entre tanto el escándalo ha estallado en Nacianzo: «Ora
el hijo de un obispo ocupa un cargo público, ora aspira al poder
externo y a la gloria, ora se deja vencer por el dinero», se dice, y
Gregario añade: «¿Cómo podrá el obispo amonestar a los demás».
49. En Bitinia, región al noroeste del Asia Menor.
50. Alusión a la elección de Basilio para la sede de Cesarea. A
ese propósito había habido un malentendido entre los dos amigos.
Durante un cierto tiempo, Gregario imaginó que Basilio deseaba
esa sede por am?!ción y que quería explotar su elocuencia par� ase­
gurarse la elecc10n (cf. E. DEVOLDER, S. Gregotre� . de Nazumze,
Namur 1 960, p. 42).
51. De esas palabras cabe deducir que este carmen fue com­
puesto poco después de la oración fúnebre por Basilio, pronuncia­
da en agosto-septiembre del 381. Cf. PG 36, 493-494.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 338-438 171

mi encuentro Basilio, mi amigo más querido. ¡Ay de


mí, qué voy a contar! Con todo, hablaré. Vino a bus­
carme quien era para mí como [390) un padre, pero
mucho más severo.
Con todo, era necesario que yo soportara a mi padre
natural, aunque me tiranizase, pero no que aguantara a
éste, pues, en razón de la amistad, se seguía por ello
daño para mí y no liberación de los males.
No sé si acusar a mis pecados, cuya abundancia
tantas veces me ha angustiado, pues todo aquel suce­
so me atormenta como si fuera de ahora, o si acusar­
te a ti, mi buen amigo, por la soberbia que la cátedra
te ha producido 52• En las demás cosas, en los estu­
dios de juventud, [400) ni tú mismo habrías pensado
serme superior. Desde luego, antes no lo pensabas. Y,
de haberlo pensado, es probable que un juez impar­
cial que nos conociera bien a los dos te hubiera rete­
nido. ¿Qué te ha pasado, entonces? ¿Cómo has podi­
do de pronto abandonarme? 53• ¡Ojalá desaparezca para
siempre toda amistad que entienda así el respeto a los
amigos!
Ayer éramos leones y hoy yo soy sólo un mono.
Aunque para ti hasta un león es poca cosa 54• Si hu­
bieras considerado así [41 O) a todos tus amigos, fuerza

52. Casi diez años antes (372) Gregario había tachado de so­
berbio a Basilio, en la Epist. XLVIII: PG 37, 97-100.
53. Cf. Epist. XLVIII: PG 37, 97-100.
54. Basilio ha reducido a Gregorio a desempeñar un papel que
éste considera ridículo, porque estaba en oposición con su voca­
ción, tal y como Gregario la concebía en ese momento. Ha habi­
do aquí un conflicto entre dos conceptos de amistad: Gregario la
entendía de un modo más afectivo, Basilio la consideraba como la
unión en el servicio a las mismas ideas. (d. E. DEVOLDER, op. cit.,
p. 43). Cf. Carm. 11, 1, 39: PG 37, 1335.
172 GREGORIO NACIANCENO

es que lo diga en voz bien alta, yo, que en un tiempo


tú a todos preferías, habría querido ser excluido de tu
amistad al ver que, elevado a los honores, todo lo so­
metías a tus pies. ¿Ardes, alma mía? ¡Mantén firme el
punzón!
Pero volvamos de nuevo al punto de partida. Basi­
lio, tan ajeno a la mentira, se había comportado con­
migo como un mentiroso. A menudo me había oído
decir que, aunque por el momento debía soportar mu­
chas cosas y aun otras peores si llegaran, dejaría todos
los negocios si murieran mis padres, para [420] obte­
ner ganancias de una vida sin familia, pues fácilmente
me hago ciudadano del mundo.
Él, aunque sabía y aprobaba mi modo de pensar,
trataba de obligarme a la sede episcopal, como también
mi padre, que así me engañaba por segunda vez 55• No
te enojes, hasta no haberlo oído todo.
Si mis enemigos hubieran buscado un medio para
deshonrarme, no creo que hubieran encontrado otro
mejor que éste. ¿Quieres saber cuál es? Te lo podría
contar cualquiera [430] de los muchos que considera­
ron que el caso estaba muy lejos de ser decoroso. Mi
comportamiento con mi amigo lo conocen el Ponto,
la ciudad de César y todos los amigos que compartí­
amos.
No conviene que sea yo quien juzgue todo esto.
Quien alcanza algún favor debe recordar el favor, no a
quien se lo ha hecho. Pero el carácter de su conducta
respecto a mí lo revelan los mismos hechos.

55. En la Navidad del 361, Gregorio el Antiguo había con­


sagrado sacerdote a su hijo, a pesar de éste y usando de su au­
toridad.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 439·525 173

El asunto de Sásima. La súplica de su anczano padre


(vv. 439-525}

Hay un pueblo, a mitad de camino de la vía real


de Capadocia, [440] encrucijada de tres calzadas, sin
agua, estéril, por completo indigno de un hombre libre,
en fin, un poblachón abominable e insignificante. Todo
polvo, ruidos, lamentos, carros, gemidos, recaudadores,
instrumentos de tortura para personas y cosas, todos
extranjeros y bandidos. Tal es la iglesia de Sásima que
vino a ser mía 56•
Fue allí donde quiso enviarme aquel individuo que
se sentía miserable teniendo cincuenta corepíscopos 57•
¡Qué generosidad! Y es posible que lo hiciera para,
mediante la institución de una nueva sede, vencer las
posibles intrigas de quien pretendiera arrebatarle su cá­
tedra por la fuerza 58• Después de sus amigos más be-

56. Cf. Introducción, p. 136.


57. Los corepíscopos eran, en cierto modo, obispos auxiliares,
establecidos en los núcleos rurales del territorio sometido a la ju­
risdicción del obispo de la ciudad principal. No tardó mucho en
considerarse que esos obispos rurales eran poco dignos del episco­
pado. Varios concilios del siglo IV disminuyeron los poderes de los
corepíscopos y acabaron por no reconocerles el carácter episcopal.
Por lo que atañe a nuestra narración, hay que señalar que, mien­
tras los obispos de Nacianzo y de Nisa tenían entre sus fieles más
habitantes del campo que de la ciudad, en Nacianzo el obispo tenía
bajo su jurisdicción inmediata a una cincuentena de esos corepís­
copos (cf. J. BERNARDI, La prédication... , cit., p. 336).
58. Cf. GREGORIO DE NACIANZO, La fuga, Introducción, nota
n. 24. Basilio, hecho obispo de Cesarea en el 370, era el campeón

de la fe ortodoxa en la región de Capadocia, desde el momento en


que el obispo de la metrópoli, Cesarea, era considerado el arzo­
bispo de la provincia. Pero en el 371, cuando Valente dividió la
.
Capadocia en dos partes, elevando T iana al rango de metrópoli de
1 74 GREGORIO NACIANCENO

licosos, [450] era yo quien ocupaba el primer puesto.


También yo había sido en el pasado valiente y no se
ha de temer que se siga ningún peligro de una herida
hecha entre bendiciones. Pero es que, además de los in­
convenientes que ya he enumerado, la sede episcopal a
mí asignada no podía ocuparse sin derramamiento de
sangre. Era, justamente, la línea divisoria en la quere­
lla entre dos obispos. Por culpa de la división de la pa­
tria, había estallado una lucha terrible que había hecho
madres a dos ciudades de tierna edad 59•
Las almas son sólo un pretexto, lo que cuenta es la
sed de poder. [460] Vacilo en hablar de las riquezas y
tributos que miserablemente arrastran a todos. En el
nombre de Dios, ¿qué debería haber hecho? ¿Alegrar­
me? ¿Soportar con paciencia los golpes de la fortuna?
¿Dejarme herir en el momento más inoportuno ? ¿De­
jarme sepultar en el fango ? ¿Renunciar a encontrar un
sitio para el reposo de mi vejez, cuando de todos me
echan? ¿Quedar condenado a no poder compartir con
mis huéspedes ni siquiera un trozo de pan, porque, mí­
sero de mí, me había tocado en suerte el gobierno de
un pueblo mísero? [470] Y todo ello, sin ver nunca
nada que dignamente pudiera conseguir, sino sólo las
tristezas que llenan siempre una ciudad. ¿Recoger es-

la nueva provincia, Basilio vio disminuir su influencia. De hecho,


Antimo, obispo de Tiana, se consideró autorizado a ser considera­
do arzobispo de la segunda Capadocia entera, controlando, por
tanto, a rodas los corepíscopos. Tal acontecimiento no carecía de
trascendencia, si se considera que «controlar un cierto número de
las sedes episcopales era garantizarse la elección de los nuevos obis­
pos y su ortodoxia y disponer de la mayoría en la hipótesis de un
concilio» (cf. J. BERNARDI, op. cit., p. 113).
59. Las dos metrópolis son Cesarea para la Capadocia I y Tiana
para la Capadocia JI.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 439-525 175

pinas sin rosas, males sin beneficio? Pídeme, si quieres,


otra especie de valor y ofrece ésta a quienes son más
sabios que yo 60• Atenas es la culpable y las fatigas co­
munes del estudio, la vida bajo el mismo techo y a la
m1sma mesa, el alma a los dos común, en vez de dos
almas, ¡ay, portentos de Grecia! y el alargar nuestras
manos para alejarnos del mundo y vivir juntos sólo
para Dios y [480) para dedicar nuestra elocuencia al
único Verbo que es sabio.
Todo ha quedado disperso, todo tirado por tierra. Las
nuevas auras se llevan las esperanzas antiguas. ¿Dónde
huir? ¿No habréis de acogerme, fieras? Que, a lo que me
parece, es posible entre ellas encontrar mayor lealtad.
En fin, por resumir, así estaban las cosas.
Pero puesto que he sido doblegado, si no en los
sentimientos, sí mediante el yugo, ¿qué diré? ¿Cómo
podré mostrarte todo mi dolor? Otra vez ataduras, otra
vez una veloz [490) fuga al monte 61 para buscar a es­
condidas una vida que me fuera amable, que fuera mi
alegría. ¿ Qué he ganado? Contra lo que pueda parecer,
no era un fugitivo resuelto. Yo, que soy capaz de so­
portarlo todo, no podría aguantar la ira de mi padre.
Y mi padre dirige un primer asalto contra mí buscan­
do que me establezca en Sásima. Mas como éste resul­
ta ineficaz, intenta entonces una segunda navegación 62

60. En su dolor, Gregorio e5 demasiado duro con su amigo.


En realidad, Basilio quería defender los derechos de la jerarquía y
Ia independencia de las circunscripciones eclesiásticas frente a la ad­
ministración civil (cf. E. DEVOLDE� op. cit., p. 46).
61. Cf. la nota n. 583.
62. Esa expresión significa que, una vez fracasado el procedi­
miento elegido para lograr la mejor solución pensada, se podía re­
currir a otro procedimiento, menos bueno, pero que conducía al
mismo fin. La imagen estaba tomada del lenguaje marinero, en el
176 GREGORIO NACIANCENO

destinada no a que permaneciera en aquel lugar remo­


to, sino a que lo asistiera, pues la edad había entorpe­
cido sus miembros, y lo auxiliara en sus trabajos. Ten­
diendo sus manos para [500) acariciar mi barba, me
habló con estas palabras: «Mi querido hijo: te habla un
padre. Un padre anciano suplica a su hijo joven. Un
dueño ruega a su siervo, que le está sometido por na­
turaleza y por una doble ley 63• Hijo mío: no te pido
oro, ni plata, ni piedras preciosas, ni fincas ubérrimas
ni nada referido al lujo. Te pido sólo que tomes tu
puesto junto a Aarón y Samuel "" y que te comportes
como un digno siervo de Dios. Aún es tu dueño quien
te consagró a Dios: no me deshonres, hijo mío, para
que puedas obtener favor del único Padre. [510] He
aquí mi súplica paterna. La parte de tu vida que ya has
recorrido es menor que el tiempo que yo he pasado
entre los sacrificios 65• ¡ Concédeme esta gracia, concé­
demela! ¡O habrá de ser otro quien dé a mi cuerpo se­
pultura! Tal es la pena que establezco por tu desobe­
diencia. Añade algunos días a los que aún me quedan.
Después, si quieres, podrás pensar en tus cosas».
Oídas tales cosas y comenzando mi espíritu a li­
brarse de su impresión, como el sol que sale de una

que la «segunda navegación» designaba el empleo exclusivo del remo


cuando el viento era demasiado débil para permitir la navegación
normal a vela (cf. E. DEVOLDER, op. cit., p. 47).
63. Por doble ley puede entenderse la ley civil, que da dere­
chos a los padres sobre los hijos, y la ley cristiana, que impone el
respeto a la dignidad episcopal.
64. O sea, el deseo de que me ayudes como Aarón asistía a
Moisés y Samuel a Elí. Estilísticamente, se trata de un paralelismo
sinónimo en forma positiva.
65. En el momento del nacimiento de Gregario el Teólogo, su
anciano padre era ya obispo.
AUTOBIOGRAFíA, vv. 526-606 177

nube, ¿qué sucedió? ¿Qué fin (520] tuvieron mis sufri­


mientos? Quedé convencido de que no había ningún
mal en oír el deseo de mi padre, incluso en la cátedra.
Me decía: eso no ha de contrariar mi voluntad, pues no
me vincula ningún nombramiento oficial ni ninguna pro­
mesa. Me guiaba el miedo que me había vencido 66•

La fuga a Seleucia. Las dos Romas. La locura de Arria.


Gregario reclamado en Constantinopla (vv. 526-606)

Pero cuando mis padres abandonaron esta vida, al­


canzando la herencia hacia la que se apresuraban desde
antiguo, quedé incómodamente libre. No me acerqué a
la Iglesia que se me había asignado, ni siquiera [530]
para ofrecer allí un solo sacrificio a Dios o para rezar
con el pueblo u ordenar a un solo clérigo.
No negaré que cuidé, siquiera sea un breve tiempo,
de la Iglesia paterna, considerándome como huésped.
Además, me obligaron a ello ciertos varones piadosos
que me conjuraron para que no dejara la sede, hacién­
dome presentes las posibles maquinaciones de tantos
deshonestos como hay. Una y otra vez repetía lo mismo
a los obispos y desde el fondo de mi corazón les pedía
esta gracia: que pusieran un [540) obispo al frente de
la ciudad. Y argumentaba esto diciendo, en primer lugar,
que nunca había recibido una Iglesia por nombramien­
to público y, además, en segundo lugar que, como desde
hacía tiempo tenía decidido, me disponía a abandonar
amigos y negocios. Pero no lograba convencerlos. A
unos porque, movidos por el amor que me profesaban,

66. El miedo de faltar a los deberes hacia su padre y de he­


rirlo en su cariño.
178 GREGORIO NAClANCENO

querían tenerme junto a sí. A otros, por indiferencia.


Así pues, decidí huir, a Seleucia 67, al monasterio de la
ínclita virgen Tecla 68• Tal vez, pensaba, cansados por el
paso del tiempo, [550] podrán dejarse convencer así y
encomendarán a otro las tareas de gobierno.
Pero, caído de nuevo en mi infortunio, lejos de ha­
llar los bienes que esperaba, encontré el peso del que
huía.
Será desde ahora más severo el curso de mi relato.
Voy a contaros cuanto sigue, aunque lo conocéis bien,
para que, no teniéndome a mí, tengáis al menos mis
palabras y os sirvan como descanso en vuestros traba­
jos, confusión para los adversarios y testimonio ante
[560] 1llis amigos de las ofensas que habéis padecido
sin ofender vosotros a nadie. Pero la naturaleza, que
no ha producido dos soles, ha dado dos Romas, lám­
paras de todo el mundo, antigua y nueva potencia tan
diversas entre ellas como la primera luz del alba y la
primera del atardecer 69• En cuanto a la belleza, son

67. Respeto a la estancia de Gregario en Seleucia, cf. Or. XXI,


22: PG 35, 1105-1108.
68. Tcela, santa y mártir veneradísima en la antigüedad, tenía
su principal centro de culto en Seleucia de Siria, donde existía un
importante santuario, meta de peregrinajes frecuentes recordados
por Gregario (PG 35, 1005) y que fue reconstruido en el siglo V
por el emperador Zenón {EVAGRIO, Hist. Ecc/. III, 8). La figura
histórica de Tecla, sin embargo, está envuelta en la leyenda, que la
hace nacer en Iconio, en Asia Menor, hoy Conia. Es desconocido
el lugar de su sepultura.
69. Altamente poética, natural e incluso original es la imagen
con la que Gregorio designa a la .antigua columna del Imperio,
Roma, y .a Iá nueva, Constantinopla, puestas, respectivamente, al
Este y al Oeste de Grecia. . En los versos que inmediatamente si­
guen, se indican las diferencias que distinguen a Occidente y Orien­
te. En realidad, las divergencias comienzan con Constantino, ere-
AUTOBIOGRAF1A, vv. S26-606 179

pares. Pero por lo que hace a la fe, mientras que la


primera, desde tiempo inmemorial y [570] aún ahora
camina por la vía recta, abrazando a todo el Occiden­
te en su doctrina salvadora y poniendo al servicio de
todos al obispo, que guarda toda la concordia con Dios,
la segunda, por el contrario, era antes ortodoxa, pero
ya no, pues yace en la confusión del mal desde que
Alejandría, ciudad frívola y llena de vicios, con fervor
loco, produjo a Arrio, la abominable desolación. Éste
fue el primero que dijo: «La Trinidad no debe ser [580]
venerada», y puso los términos de la gloria en una sola
naturaleza, separando la sustancia indivisible, hasta di­
vidirla en numerosos caminos desiguales 70• Aunque ciu­
dad tan digna de lástima se mantuvo así, caída muerta
en el peor de los fines por culpa de su falta de fe, sin
embargo, como una costumbre antigua se convierte en
ley, conservaba, aunque mínima, una semilla de vida es­
piritual, almas íntegras en la doctrina de la fe, un re­
ducido grupo, casi agonizante, pero suficientemente nu­
meroso a los ojos de Dios. Que Dios no atiende a la
cantidad, sino a los [590] corazones, plantas fieles, viña
de valor incalculable.
Siendo muchos, pastores y ovejas, los que lo recla­
maban, me envió el Espíritu de Dios a esos tales 71 ,

cen bajo Constancia, que defiende a los arrianos contra Roma, y


se hacen ásperas en la época del cisma de Antioquía (379). El Con­
cilio de Constantinopla hace triunfar las tesis orientales en el 381.
70. En la base de la herejía arriana se hallaba la dificultad de
admitir un solo Dios en tres Personas reales y distintas, cada una
de las cuales es Dios.
71. Cf. Introducción, p. 138. Al acabar el 378, la suerte de los
arrianos de Constantinopla experimenta un cambio. La muerte vio­
lenta de Valente (9 de agosto del 378), campeón del arrianismo y
emperador de Oriente, determina la elección de Teodosio (19 de
180 GREGORIO NACIANCENO

pues aunque siempre mantuve una vida agreste, pare­


cía yo digno ante Dios por vida y por doctrina, a fin
de que les sirviera de auxilio y para que defendiera la
doctrina, para que con agua viva refrescara sus almas
abrasadas por la sed, pero aún vivas, y para que, con
el alimento del aceite, volviera la luz a brillar en el can­
delero. [600) Y para que las lenguas desvergonzadas y
las mentes retorcidas por culpa de las cuales se debili­
ta la unidad de la fe, las redes que tejen tramas pesti­
lentes en las que se envuelve la ineptitud y que hacen
risibles las cosas serias, fueran despedazadas y disuel­
tas con ásperos discursos. Y para que recobraran la li­
bertad quienes habían caído en sus redes.

La estancia en Constantinopla. Las herejías trmttarias.


Gregorio lapidado y acusado de homicidio. Violencias y
calumnias de los arrianos (vv. 607-749)

Partí así, pues 72, no por mi voluntad, sino arreba­


tado por hombres decididos a que fuera defensor de la
doctrina. Se difundían entonces, en efecto, las calum­
nias de un sínodo de obispos que introducían una [610)

enero del 379), general de Graciano, emperador de Occidente. Re­


animados, los escasos católicos se dirigen a Gregorio, ya célebre
como teólogo y predicador. En la época en que se le convoca a
Constantinopla, Gregario vive, desde el 375, en Isauria, en Seleu­
cia. Su estancia en Constantinopla va desde el comienzo del 379
hasta la mitad del 381.
72. Del análisis de la Or. XLIII: PG 36, 493-605, se deduce
que Basilio había dado su asentimiento a que Gregario fuera a
Constantinopla. Habiendo muerto Basilio el 1 de enero del 379, se
puede situar la entrada de Gregorio en la capitad del Imperio de
Oriente al comienzo del 379.
AliTOBIOGRAFÍA, vv. 607-749 181

nueva herejía 73 en las Iglesias amigas, una doctrina que


eliminaba la unión con nosotros del Verbo de Dios.
É ste, sin mudar, cuando se hizo hombre tomó nuestra
naturaleza, dotada de alma e inteligencia y sometida a
los padecimientos en lo que respecta al cuerpo, en fin,
todo el antiguo Adán, excepción hecha del primer pe­
cado. Esa nueva herejía introducía un Dios sin inteli­
gencia, como temeroso de que la mente combatiera con
Dios. En cuyo .caso debería temer más al cuerpo, que
está más lejos de Dios. O bien, puesto que todos los
demás elementos [620] tienen necesidad de salvación,
como si el alma fuera a morir eternamente. Precisa­
mente el alma que es la parte que mejor puede ser sal­
vada por Dios, pues es lo que fundamentalmente erró
en la naturaleza del primer hombre. Él asumió el alma,
pero despreció la corrupción. Y entonces, lo que des­
preció, debería haberlo asumido.

73. En Laodicea (Siria), Apolinar se oponía a Pelagio, como


en Antioquía Paulina a Mclecio. Dotado de una cultura amplísi­
ma, cuando el emperador Juliano prohibió a los cristianos el uso
de las obras literarias paganas, compuso poemas de todo género
sobre temas bíblicos: epopeyas, odas, tragedias, comedias. Luego
se convirtió en un ilustre exponente del milenarismo, doctrina que
creía poder apoyarse en el Apocalipsis (20, 1-6) para prometer
que, tras la resurrección, Cristo establecería su reinado universal
durante mil años. Jerusalén habría de ser la capital de ese reino
terreno. El templo habría de ser reconstruido, el culto restaura­
do y la Ley judía volvería a entrar en vigor. Apolinar, acusado
también de sabelianismo por varios Padres, condenaba a su vez
el sabelianismo de Marcelo de Ancira en un escrito del cual nos
queda sólo el título (cf. JERÓNIMO, De viris illustribus, 86). En
todo caso, Apolinar, vigoroso defensor de la fe nicena, fue con­
denado por el Concilio de Constantinopla en el 381 por su doc­
trina sobre la encarnación, la cual negaba la misma encarnación
y la resurrección.
182 GREGORIO NACIANCENO

No quiera el Verbo salvarme a medias, cuando he


sido dañado por entero. Que no me ofenda Dios al no
asumirme íntegramente, sino asumiendo sólo mi barro,
alma privada de mente, propia de un animal irracional,
que, en su doctrina [630] ha sido justamente lo salva­
do. No diga eso quien quiera ser piadoso. Y también
pecan, aunque con distinta culpa, quienes imprudente­
mente hablan de dos hijos, uno de Dios y otro de la
Virgen. Todos ellos rompen la gloriosa unión que hubo
en la tierra, unos negándola, otros duplicándola indig­
namente.
Si son dos, yo temo sólo una de dos cosas: o ado­
rar dos dioses en lugar de uno o, si atendemos a evi­
tar este error, [640] alejar de Dios el compuesto 74• Pues
Dios no podría sentir nada de lo que afecta a la carne.
Pero la naturaleza del hombre participó en la integri­
dad de Dios no como un profeta o como cualquier otro
inspirado por Dios, pues ésos no participan de Dios,
sino de sus atributos. Nuestra naturaleza ha sido re­
vestida de la sustancia divina, como el sol de sus rayos.
Tales hombres, por consiguiente, habrían de ser olvi­
dados si no adoraran al Hombre-Dios como a una sola
cosa: el que ha asumido la divinidad, y lo asumido por
la divinidad, el que está fuera del tiempo y el que está
sometido al tiempo, el que deriva de un solo Padre y
de una sola madre, dos naturalezas [650] que contri­
buyen al único Cristo.
¿Pero cómo seguían mis asuntos personales?
Tras mi llegada, caí en muchos males. En primer
lugar, se levantó contra mí toda la ciudad, como si hu­
biera pretendido introducir varios dioses en lugar de
uno solo. Nada tiene eso de extraño, pues habían sido

74. Cf. Col 2, 9.


AUTOBIOGRAFÍA, vv. 607-749 183

alertados en ese sentido, de suerte que ignoraban por


entero la piadosa doctrina, es decir, que la Unidad es
trina y la Trinidad, a su vez, una sola cosa, piadosa­
mente comprensora de ambas.
El pueblo participa en los sufrimientos de quienes
padecen. Así por su [660] presidente y pastor de un
tiempo, experimenta una dolorida piedad por su sufri­
miento. Un pueblo numeroso y lleno de valor, que ha­
bría tenido a inmenso deshonor no haber vencido en
todo. Pasaré por alto las lapidaciones 75, mi alegría, acer­
ca de las cuales diré sólo una cosa: que al hacer esas
heridas, que no son mortales, erraron el blanco. Luego,
tratado como un homicida, yo que nunca había come­
tido delito ninguno, fui conducido a presencia de los
magistrados, que me miraban con cierta altanería y so­
berbia y cuya única ley era tener al pueblo [670] cau­
tivado.
Y aunque no había preparado mi defensa, que es lo
que conviene a un discípulo del Verbo, Cristo, el de­
fensor de la doctrina, me asistió e inspiró las palabras

75. La narración de la lapidación, profusamente ilustrada, en


Epist. LXXVII, 1-3: PG 37, 141, sucedió el 3 1 de abril del 379, la
noche de Pascua, cuando monjes arrianos y fieles de toda suerte
emprendieron acciones de violencia contra Gregorio que estaba ad­
ministrando el bautismo. Según J. BERNARDI, op. cit., p. 1 14, nota
n. 15, ese asalto de los arrianos es imputable no sólo a la predica­
ción de Gregorio en la Anástasis, sino principalmente «al hecho de
que confiriendo el bautismo la noche de Pascua, realizaba una ac­
ción propia del obispo». Esas manifestaciones de oposición, bas­
tante naturales y espontáneas, hacen pensar que debían de ser bas­
tante frecuentes. El mismo Gregorio menciona que estuvo expues­
to a violencias análogas en Capadocia, en la época del asunto de
Sásima. Cf. Or. XLIII, 58: PG 36, 569-572; Epist. XLVIII, 5-8: PG
37, 97; E. FLEURY, S. Grégoire de Nazianze et son temps, pp. 287-
288, París 1930.
184 GREGORIO NACIANCENO

que pronunc1e en mi propia defensa, como también él


supo salvar de los leones a los peregrinos, cambiar el
fuego en lluvia que refrescara a los jóvenes y hacer de
una ballena lugar de oración para los santos '"· Me hizo
brillar Cristo ante un tribunal para mí desconocido, al
que no estaba habituado. A continuación arraiga entre
los míos una terrible discordia e intentan arrastrarme
en favor de un tal Pablo o de un cierto Apolo 77, nin­
guno de los cuales se [680] ha encarnado nunca por
nosotros, ni derramó jamás su sangre en una pasión de
incalculable valor. ¿Adoptaremos su nombre y no el de
quien nos ha salvado? Quienes lo hacen lo cambian y
confunden todo, como si a la Iglesia le fuera dado tener
un camino de salvación distinto.
¿Cómo una nave, un ejército, una ciudad, una com­
pañía de danza o una casa podrían subsistir si lo que
les perjudica es mayor que lo que les beneficia? Y eso
era, precisamente, lo que por entonces padecía el pue­
blo de Cristo. Pues antes de restablecerse y conseguir
la libertad [690] de expresión 78, antes de librarse de los
pañales de recién nacido, sin estar aún completamente
seguro de no caer, como una noble estirpe de hijos, ante
los ojos de sus padres, era asaltado, robado y disper-

76. Cf. Dn 6, 1 7-28; 3, 49-50; Jon 2, 1-10. Cf. Carm. 11, 1, 1


vv. 4-9: PG 37, 969-970. De nuevo la invocación a Dios de Gre­
gario toma la forma de una evocación de recuerdos bíblicos. La fa­
miliaridad de Gregario con los escritos bíblicos y su exégesis pun­
tual permiten afirmar que para el Nacianceno el espíritu bíblico ha
llegado a constituir una segunda naturaleza.
77. Es evidente la referencia al cisma de Antioquía.
78. Antes de que Gregario restableciera la fe católica en Cons­
tantinopla, la minoría ortodoxa estaba sometida a duras condicio­
nes y a verdaderas y auténticas violencias por parte de los arria­
nos, capitaneados por el obispo Demófilo.
AUTOBIOGRAI;fA, vv. 607-749 185

sado por lobos hambrientos de mi carencia de hijos.


No podían soportar que un hombre mísero, arrugado,
cargado de hombros, mal vestido, presa de las morde­
duras del hambre, consumido por el llanto y por el
miedo al futuro y también por otros muchos males, que
ni siquiera [700] tenía un rostro agraciado, extranjero "',
vagabundo al que ensombrecían las tinieblas de su tie­
rra, tuviera mayor éxito que los bellos y poderosos.
Acerca de lo cual, se corría entre ellos el siguiente rumor:
•Somos aduladores: tú, no; nosotros honramos las cá­
tedras, mientras que tú cultivas la piedad; nosotros ama­
mos los alimentos refinados y tú la austeridad; usando
la sal tasada, desprecias cuanto es demasiado sabroso.
Nosotros somos esclavos de los caprichos y pasiones
de la plebe y confiamos nuestra barca a cualquier vien­
to favorable, [710] cambiando el color de nuestras pa­
labras como si fuéramos camaleones o helechos.
»Tú, por el contrario, eres de una dureza que no
puede malearse. ¡ Qué gravedad, qué aspecto! Como si
la fe fuera siempre la misma, impones con fortaleza el
dogma de la verdad, avanzando continuamente por el
seguro camino del Verbo 80• ¿ Cómo, nobilísimo señor,
seducir al pueblo con una lengua desvergonzada y ati­
nar justamente en la diana de los de pensamiento ex­
traviado por varias doctrinas, de suerte que, en cierto
modo, presentas una doble faz: [720] remedio para tus
amigos y honda para tus enemigos?».
Si no son vicios mis costumbres, como ciertamen­
te no lo son, ¿por qué te molestan como si te hicieran
padecer de forma extraordinaria? Si, por el contrario,

79. Los arrianos se burlaban de Gregorio porque provenía de


una provincia lejana.
80. El Lagos de Dios es opuesto a los logoi humanos.
186 GREGORIO NACIANCENO

lo son, y sólo a ti te parecen tales, juzga con rectitud,


como es propio de un ministro de Dios: castígame
cuando yerro, pero deja libre al pueblo, que no ha co­
metido otro delito que el de amarme y el dejarse con­
vencer por mí enseñanza. Con todo, habría podido
soportar las anteriores quejas, aunque su novedad me
desconcertaba un poco, como sucede con un grito ines­
perado que hiere el oído o el instantáneo fulgor de un
relámpago [730] los ojos sorprendidos.
A pesar de lo cual, estaba aún a salvo y me sentía
capaz de soportarlo todo.
La esperanza de poder obrar con libertad y de no
incurrir nuevamente en el mismo pecado me conforta­
ba para sobrellevar más ligeramente las contrariedades.
Pero, ¿qué desventuras me alcanzaron luego por el mismo
camino? ¿ Cómo acertaré a enumerar mis desventuras ?
¡Ay, demonio envidioso, autor de todos los males! ¿ Cómo
fuiste capaz de llevar a cabo una tal ruindad?
Ni la sangre, ni las ranas, ni la nube de voraces in­
sectos, ni [740] los tábanos, ni la epidemia del ganado,
ni las llagas purulentas, ni el granizo, ni la langosta, ni
las tinieblas, ni el daño último de la muerte de los pri­
mogénitos, ni ninguna de las famosas plagas de los an­
tiguos egipcios me había doblegado y alcancé las aguas
del Mar Rojo que impedían el paso del pueblo. ¿ Quién,
entonces, nos sedujo con engaño? La vanidad de los
egipcios. Justo es que cuente cómo fue el engaño, pues
podría ser eso la permanente base de mis males.

Máximo el Cínico, traidor astuto y hábil. Obispos y


mercenarios egipcios correos de Máximo (vv. 750-886)

Había en aquel tiempo en nuestra ciudad un hom­


bre afeminado, [750] espectro egipcio, rostro rabioso,
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 750-886 187

perro 81, cínico, joven esclavo de ruta, Marte, ruina muda,


cetáceo prodigioso, de cabellera rubia 82 y negra, cres­
pa y lisa 83•
Por un lado, es ésta una vieja historia. Por otro, un
argumento reciente. Que el arte es como otro demiurgo.
La ocupación principal de las mujeres, y también
de algunos hombres, es entrelazar su rubia cabellera al
modo de los filósofos. Los hombres más refinados lle­
gan incluso a poner sobre su rostro afeites femeninos.
¿Por qué [760] habría de ser típico sólo de las muje­
res elegantes el aparente descuido de la belleza física
que es, aunque callada, una evidente declaración de la
belleza moral, si también los hombres tienen sus Má­
ximos? Lo que ignorábamos hasta ahora nos ha sido
revelado por el corte de los cabellos 84•
De los actuales hombres elegantes nos llega la sor­
presa de que hay algunos de doble naturaleza y aspec-

8 1 . «Perro» es el nombre con que tradicionalmente fueron co­


nocidos en la Antigüedad ciertos filósofos. Deriva probablemente
del gimnasio Cinosargue en el que Antístenes fundó su escuela,
pero fue usado popularmente para aludir al ladrar de esos filóso­
fos contra los vicios y la depravación de la sociedad y, además,
para referirse a su modo de vivir naturalista.
82. Cf. Or. XXV, 2: PG 35, 1200-1201: (Máximo) •exhibía un
vestido blanco y un magnífica cabellera rubia».
83. Los oxímoron quieren significar la ambigüedad hipócrita
del personaje. Es interesante percibir mediante el análisis de esas fi­
gurae el uso sabio de la compositio verborum: la estructura de las
palabras en el discurso, por su significado más auténtico. Esa es­
tructura alcanza su mayor propiedad en Orígenes. Nuestro autor,
que conoce bien las obras literarias del exegeta alejandrino, del que
ha elaborado un florilegio en colaboración con Basilio, la Filocalia,
a través de la antedicha compositio verborum nos hace percibir el
auténtico carácter de la fraudulenta personalidad de Máximo.
84. Cf. Introducción, pp. 141 -142.
188 GREGOR!O NACIANCENO

to, que miserablemente participan de ambas condicio­


nes físicas: cabellera como las mujeres y cayado 85 como
los hombres. Aquel afeminado se gloriaba de que cu­
briendo sus espaldas de rizos, reduciendo [770] sus pen­
samientos a disponer cuidadosamente sus cabellos, ha­
ciendo residir en su cuerpo toda su doctrina, podía
pasar en la ciudad por alguien de valía.
Ese tal, luego de haber recorrido numerosos malos
caminos, según oigo decir, aunque no seré yo quien se
ocupe de decir cuáles, pues no tengo tiempo y prefiero
dejar a otros la tarea, aunque muchas de sus hazañas
están consignadas en los registros de los jueces, termi­
na por instalarse en nuestra ciudad. N o sentía ninguna
atracción por los alimentos vulgares, pero, como esta­
ba dotado de vista aguda y de buen olfato, si es que
puede llamarse bueno lo que ha sido mal [780] consti­
tuido, era lo bastante experto para intentar alejarme de
la cátedra, que propiamente yo no ocupaba, pues no
estaba investido de otra dignidad que no fuera la de
guardar y reconfortar al pueblo.
En fin: éste tramó su engaño sin recurrir a nadie
de fuera, sino que, con ingenio extraordinario para pre­
parar su delito, se sirvió de mí mismo, que no era per­
sona avezada en conspiraciones de ese género y que,
por el contrario, estaba por entero al margen de ellas
y acostumbrado a otro tipo de ingenio, el que consis­
te en decir algo lleno de sabiduría, o en admirar a cual­
quiera que hable de ese modo [790] y a cambiar mi
modo de pensar, acomodándolo a las Escrituras 86•

85. El bastón simboliza al filósofo cínico, porque evoca el ca­


yado de Diógenes. Cf. LUCIANO, Una vendita di vite aWincanto,
Turín 1976, p. 506.
86. Cf. P. GALLAY, La Bible dans l'oeuvre de Grégoire le
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 750-886 189

Ahora que he padecido la desgracia, querría pensar


de otro modo y que todos los hombres estuvieran obli­
gados a ser o bien expenos en delitos, o bien versátiles.
Pues los hombres se perjudicarían menos entre sí si
sus costumbres convinieran del todo o del todo disin­
tieran. Pero en la actualidad, las personas honestas son
víctimas de los malvados.
¡Cuán grande es la mezcla de naturalezas! ¡A qué
gentes tan distintas nos puso Dios a vivir juntos! ¿Quién
habrá que, siendo bueno, caiga en la cuenta de las in­
tenciones malas que procuran disimularse [800) conti­
nuamente mediante innumerables y tortuosos medios?
Porque a quien está inclinado al mal, le resulta fácil
prestar atención a todo hasta encontrar la mejor oca­
sión para sus propósitos. Y, en contraste, quien tiende
a la virtud, por su carácter es torpe y poco dado a sos­
pechar de los malvados, de suerte que, muchas veces,
la bondad acaba por ser víctima del mal. Contempla a
continuación cómo vino a suceder eso y de qué modo.
Verás a otro Proteo 87 egipcio. Es un amigo, y de los
más leales 88• ¿Quién, como Máximo, panicipaba [8 10)

Théologien, en Le monde grec ancien et la Bible, París 1984, pp.


313-334. Gregario quería que cualquier cuestión fuera sometida a
la autoridad de la Sagrada Escritura. Por el contrario, los predi­
cadores sediciosos, que adulaban al pueblo, concedían mayor im­
portancia al modo humano de pensar y razonar.
87. Máximo se proclamaba originario de Alejandría (cf. Or.
XXV, 3: PG 35, 1201). Proteo era una antigua divinidad egipcia,
capaz de asumir mdas las formas que deseara. En este contexto sim­
boliza la falsedad. Cf. P. GRIMAL, Dictionnaire de la mytologie grec­
que et latine, París 1 969, p. 398.
88. Hay que relacionar la sutil ironía de Gregorio, en térmi­
nos antitéticos, con los vv. 225-226 y con Or. XLIII, 19: PG 36,
520-521 , cuando se refiere a Basilio: «uno el techo, una la mesa,
uno el propósito.. .
».
190 GREGORIO NACIANCENO

de mi casa, de mis medios, de mi doctrina, de mis pro­


yectos? Nada hay en eso de sorprendente. Era como
un perro de gran tamaño que ladraba, claro está, con­
tra los malos y, al mismo tiempo, alguien siempre pres­
to a alabar mis discursos. Simultáneamente, uno de los
ministros del altar contrae una enfermedad, secuela de
una antigua afección. Era un insaciable ataque de celos ",
mal que es congénito. Sucede que la malicia no se do­
blega fácilmente.
Erigiéndose por su propia cuenta en árbitro parcial
entre ellos y valiéndose de dos cómplices para su cri­
men, tan asesino [820] el primero como el segundo, ape­
nas si al final consiguió que naciera el hijo de un áspid"'·
El primero de los dos cómplices era Belial, ángel
un tiempo ". El segundo, un presbítero de este pueblo,

89. NOsema significa la envidia que Gregario dice ser propia de


ciertos sacerdotes, porque la ha experimentado a costa suya. La pri­
mera enfermedad es la soberbia, que alejó a los ángeles del cielo y
a nuestros primeros padres del Paraíso. Consecuencia de esa enfer­
medad es la envidia. En efecto. cuando aquellos espíritus soberbios
cayeron desde el Paraíso en el Tártaro, inmediatamente comenzaron
a envidiar la felicidad de los hombres. Cf. Sb 1 1, 24: por envidia del
diablo enttó la muerte en-.el mundo. No sólo entre los ángeles, sino
también entre los hombres, puede ser llamada la envidia consecuen­
cia de la primera enfermedad. Caín, por envidia de su hermano Abel
lo mató injustamente. Cf. también Or, XLIII, 20: PG 36, 521-524,
donde tejiendo el elogio fúnebre de Basilio, dice Gregario: «Iguales
esperanzas nos guiaban hacia el saber y, a pesar de que eso es lo
más expuesto a la envidia, no hubo nunca envidia entre nosotros.
sino sólo una fuerte emulación». Cf. PG 37, 1085, nota al v. 816.
90. Cf. Sal 90, 13: «Camiwrás sobre áspides y leones». Le 10,
19: «Caminarás sobre serpientes y escorpiones». ls 59, 5: «Rompen
huevos de serpientes venenosas». Hay una asociación entre temas
bíblicos y confrontaciones eclesiásticas o religiosas.
91. Belial, término que en la Biblia hebrea significa la oculta
maldad operante en el mundo, llegó a ser luego el nombre del su·
AtiTOBIOGRAFfA, vv. 750-886 191

más bárbaro de espíritu que de cuerpo, que sin haber


padecido ofensa ni daño ninguno, antes, muy por el
contrario, habiendo siempre ocupado puestos cercanos
al poder y a las cátedras -¡que, si es lícito invocarlo en
este momento, escuche, Cristo, ojo infalible de la ver­
dad!- de pronto dio a luz un odio maligno y dañino.
¡Ay de mí! ¿ Cómo lloraré? Tinieblas es el cielo lumi­
noso 92 [830] y de lejos nos llega la criatura maléfica,
como una nube desde Egipto. Llegan primero los ex­
ploradores 93, pero no Josué ni Caleb, hombres pru­
dentes que el famoso sabio había enviado por delante
a la tierra de Israel, sino una insolente compañía de jó­
venes y viejos: Amón, Apamón, Arpócrates, Stipa,
Rodón, Anubis, Hermanubis, todos dioses de Egipto,
divinidades como [840] simios y perros, navegantes mi­
serables, corrompidos y venales que, a cambio de una
mínima ganancia, fácilmente se habrían prestado a ven­
der a otros dioses, de haber habido más. Al poco lle­
gan quienes habían enviado a los anteriores, generales
dignos de tal ejército, o bien, para emplear el vocabu­
lario adecuado a los perros, sus pastores 94•

premo genio del mal. Entre los Padres estaba en uso como sinóni­
mo de Satanás. Cf. 2 Co 6, 15.
92. De nuevo un oxímoron que significa con eficacia la hipo­
cresía de Máximo. El sentido es el siguiente: «El que, como pres­
bítero, debía ser luminoso, según el dicho de Mateo (5, 14): Voso­
tros sois la luz del mundo, era por entero tenebroso,. (Billius, PG
37, 1086, nota al v. 831).
93. Se alude a los exploradores que Moisés envió una vez a Is­
rael. Aquí se refiere a los marineros egipcios llegados con la flota
que desde Alejandría trae a Constantinopla los impuestos en espe­
cie pagados por la provincia. Gregorío, ignorante por entero de la
conspiración de Pedro, patriarca de Alejandría, los acogió con be­
nevolencia.
94. Esos marineros escoltaban a un grupo de obispos egipcios,
192 GREGOR!O NACIANCENO

Aunque en m1 mterior me siento agitado por mu­


chas palabras, como un odre cerrado que bulle de vino
o como un fuelle de herrero lleno de aire, no añadiré
más por [850] respeto a quien los envió 95, aunque ha
sido poco avisado, y por respeto hacia quienes tal vez
merecen alguna comprensión, pues fueron engañados
por su propia ignorancia y arrastrados a donde quisie­
ron los malvados que aquí nos engendró la envidia.
Aclaradme, sabios, el enigma, porque, de lo contrario,
no soy capaz de descifrar cómo el mismo Pedro, juez
de toda esa turba, al principio me puso sobre la cáte­
dra con canas tan exentas de cualquier ambigüedad que
por sí [860] mismas bastaron para convencerme y que
vinieron acreditadas con los símbolos establecidos para
la designación ", el mismo Pedro, digo, ahora nos ha
enviado un cervatillo en lugar de una doncella 97• Tales
cosas no son nada claras: requieren un intérprete. ¿Se
vio nunca nada más digno de la escena que esto que
algunos representaron indignamente en su vida? ¿ Podrá
verse nada igualmente apropiado para una representa­
ción? Uno de los panicipantes en el banquete decía que
el vino era capaz de vencer cualquier cosa, otro afir-

enviados por Pedro para elegir y consagrar a Máximo obispo de


Constantinopla.
95. Pedro, patriarca de Alejandría, que alimentaba un antiguo
odio contra los orientales, culpables de haber perseguido a su her­
mano Anastasia. La creciente importancia de Constantinopla le in­
dujo a querer siruar allí como obispo a una de sus criaturas, pre­
cisamente a Máximo.
96. La carta que Pedro había mandado a Gregario junto a las
insignias del episcopado no ha dejado huella, como tampoco la pro­
bable respuesta de Gregario.
97. Agamenón, en Aulide, había sacrificado un ciervo en lugar
de su hija Ifigenia, víctima designada para hacer propicia la parti­
da de las naaves griegas contra Troya.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 750-886 193

maba lo mismo de su mujer, un tercero lo aplicaba a


la verdad. Yo habría propuesto el oro como lo más po­
deroso, pues con [870] él todo puede cambiarse fácil­
mente.
Nada extrañará, por tanto, que lo perteneciente a
su esfera tenga para nosotros mayor peso que las cosas
del Espíritu. Pero, ¿de dónde le provenían al perro sus
recursos? Repárese un poco. Desde Taso, había llega­
do aquí un presbítero 98 con oro de aquella Iglesia, des­
tinado a comprar mármol de Proconeso 99• Se lo aso­
ció mediante halagos, cautivando al infeliz con muchas
promesas, que los malvados están siempre dispuestos a
unirse a los malvados. [880] Se hizo dueño así del oro
necesario para conseguir cualquier cosa. ¡Qué leal co­
laborador! ¡Qué fiel socio en los tratos! Esta es la prue­
ba: que quienes antes me consideraban bien, me des­
precian ahora como desprecian los amigos por inútil al
amigo que no dispone de dinero, y con facilidad se tor­
nan hacia lo peor, [886] igual que el platillo de una ba­
lanza.

98. Es probable que Máximo hubiera conocido a ese sacerdo­


te por tenerlo como compañero de viaje en el curso de la travesía
desde Alejandría a Constantinopla (cf. J. BERNARDI, La prédica­
tion . , cit., p. 172, nota n. 1 75).
..

99. No hay duda de que el intento nocturno de Máximo fue


favorecido por la complicidad de una parte del clero de Gregario,
además de por el oro prestado por el mencionado presbítero lle­
gado desde Taso para comprar en Constantinopla mármol de Pro­
coneso. Los mármoles de Proconeso, isla de las Espóradas, eran de
color claro y bastante apreciados. La suma de dinero permitió a
Máximo comprar a un grupo de marineros egipcios que hacían es­
cala en el puerto de Constantinopla.
194 GREGORIO NACIANCENO

La noche de la impiedad: una macabra ceremonia. Cul­


pable ingenuidad de Gregorio. La expulsión de Máxi­
mo (vv. 887-1000)

Era de noche y estaba yo enfermo 1 00• Entonces ellos,


como lobos entrados furtivamente y por sorpresa en el
redil, acompañados por muchos marineros de aquella
flota 1 01 que habían comprado, con los que fácilmente
podría haberse prendido fuego a toda (8901 Alejandría,
pues irrumpieron sin vacilaciones, con formas de ma­
rinos, ásperamente quisieron ensalzar al perro hasta la
cátedra 1 02, antes de que sus intenciones quedaran des­
veladas ante el pueblo, los jefes de la Iglesia y yo mismo,
a quien trataban como a un perro.
Dicen que eso es lo que les ha sido ordenado. ¡Así
honra Alejandría las fatigas santas! ¡Así puede juzgar
un juez vuestra confianza! Comenzaba a clarear el alba.
El clero, que habitaba en la vecindad, arde de ira y en
un instante el uno al otro se da noticia del suceso. [900]
Estalla entonces un gran incendio y se dan cita allí jue­
ces, extranjeros, bastardos y todos en gran número.
Nadie había que no se irritara ante aquellos crímenes,
que veían ser la recompensa a la fatiga. Mas, ¿por qué

1 OO. En Constantinopla, Gregorio cae enfermo con frecuencia.


Lo estaba el día en que tuvo que pronunciar el panegírico en ala­
banza de Máximo (Or. XXV: PG 35, 1 1 97-1225). Lo estaba tam­
bién la famosa noche en que se consumó la abominable e inicua
consagración de Máximo el Cínico; enfermo estará igualmente cuan­
do pronuncie la Or. XXIII: PG 35, 1 1 52-1168. También durante
el Concilio del 381 estará Gregorio gravemente enfermo, al punto
de redactar su testamento (cf. J. BERNARDI, La prédication , cit.,
...

p. 1 74).
101. Véase nota n. 639.
102. Cf. Introducción, p. 143.
AUTOBIOGRAFÍA, w. 887-1000 195

alargarme? Presas de la ira, se alejan inmediatamente de


mí, pesarosos por no haber logrado su proyecto. Mas,
para no desperdiciar su maldad, llevan a término la re­
presentación.
Forzando a entrar en la sórdida casa de un flautis­
ta del coro a ciudadanos respetables y queridos por
Dios, tomando como espectadores [91 O] a algunos de
la peor catadura, tras haberle cortado los cabellos 1",
consagran pastor al más inmundo de los perros, pero
sin forzarlo ni atarlo, pues estaba destinado a cosas ma­
yores.
Vino luego el corte de los bien cuidados rizos, para
acabar sin esfuerzo la larga tarea de las manos, dándo­
les esa sola recompensa, la de que quedara desvelado
el misterio de los cabellos, pues en ellos residía toda
su fuerza, como se cuenta del antiguo juez Sansón [920)
que fue traicionado por el corte de sus cabellos, corte
inoportuno y arruinado por los vientos 104, obra de una
mujer que quiso hacer algo agradable a los enemigos.
De perro que era, fue nombrado pastor e inmedia­
tamente después que pastor, volvió a aparecer como
perro: ¡qué desastre! Perro solitario que ya no se enor­
gullece de su cabellera ni guía ya al rebaño, sino que
ha de acudir ahora a los huesos dejados con los restos.
¿Qué harás de tu bella cabellera? ¿Volverás a cuidarla
amorosamente? ¿O continuarás siendo objeto de escar-

103. En aquel tiempo, era generalmente observada la costum­


bre que prohibía a los eclesiásticos llevar largos los cabellos.
104. Cf. Jc 16, 19-20. La fuerza de Sansón no residía en sus
cabellos, como un lector no avisado podría deducir de una lectura
supedicial del texto sagrado, sino de su consagración a Dios, con­
secuencia de la cual era el haberse dejado crecer los cabellos. Al
cortarlos, habfan tenido lugar la abjuración y la pérdida de la con­
sagración, previstas ya desde hacía tiempo por el mismo Sansón.
196 GREGORIO NACIANCENO

nio? Una y otra cosa [930] son igualmente dignas de


sonrojo y no existe camino intermedio entre ellas, que
no sea el de ahorcarse. ¿Dónde conservarás tus cabe­
llos? ¿Dónde los enviarás ? Contéstame: ¿en los esce­
narios de los teatros, a muchachitas adolescentes? Y
entre éstas, ¿a cuáles? ¿A tus muchachas de Corinto?
Un tiempo hubo en que tú, a solas con ellas, te dedi­
cabas a sagrados misterios, entreteniéndote en discutir
piadosamente 105• Por eso, prefiero llamarte perro del
cielo.
En fin: la ciudad vino a dolerse tanto por aquellas
[940] desgracias que habían sucedido, que todos tem­
blaban de ira.
Todos lanzaban impúdicas acusaciones sobre la vida
de aquél, pues la ira movía a que cada uno dijera lo
que había pensado. Uno lanzaba una acusación, otro
otra y de todas partes concurrían para interpretar la
sinfonía de un único grandísimo delito.
Igual que en los cuerpos una ligera indisposición
desencadena una enfermedad grave, aunque mientras el
cuerpo estaba fuerte, ésta no diera síntomas de existir,
la última revuelta sacó a la luz [950] todas las faltas
anteriores de aquél.
Pero, ¿no me ocurrió que yo mismo hablé de él?
Conozco a quienes lo propalan. Me muerdo los labios,
porque injustamente soy agraviado. ¿Y qué? ¿No lo
contabas tú también antiguamente entre tus amigos y
lo considerabas digno de los mayores elogios? 106 •

105. El tono irónico deja entrever que los encuentros con esas
muchachas eran piadosos sólo en apariencia.
106. Cuando Gregorio pronunció en público el elogio de Má­
ximo, éste partía para Alejandría, cuyo obispo, Pedro, había sido
reconocido por el edicto de Teodosio (27 de febrero del 380) como
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 887-!000 197

Quizás alguno de los que conocen todo el asunto y


me acusan de haber sido entonces ligero, podría res­
ponder que porqué honraba incluso a los peores perros,
Fui culpable de ignorancia, lo cual es digno de odio.
Como Adán, fui engañado por un placer malo. ¡Era de
bella [960] apariencia aquel amargo madero! 107• Me hizo
entrar al engaño la apariencia de una fe que se mani­
festaba hasta en el rostro y las palabras. Nada hay más
convincente que un hombre fiel, un hombre que pare­
ce fácilmente inclinado a la piedad, verdadera o falsa.
¡Noble fue la culpa, pues cada uno cree aquello que
más desea creer! ¿Qué debería haber hecho? ¡Decídme­
lo vosotros, que sois tan sabios! ¿Qué cree poder haber
hecho cada uno de vosotros, si era la Iglesia entonces
tan pequeña que yo [970] recogía hasta la paja? La es­
casez de tiempo no da tanta riqueza como puede lo­
grarse disponiendo de tiempo en abundancia. Para mí
era importantísimo, incluso porque el perro asentaba mi
casa y veneraba a Cristo en lugar de a Heracles 1 08•

símbolo de la ortodoxia. «Era normal en esa situación que el jefe


de la comunidad ortodoxa de Consuntinopla se pusiera en con­
tacto con el árbitro así designado. En su calidad de alejandrino,
Máximo parecía un intermediario cualificado para llevar a cabo esa
misión». Sin embargo, Máximo se descubre pronto como un trai­
dor, porque no defiende la causa de Gregario ante Pedro sino que,
como se ha dicho, con la complicidad de éste último, trata de tomar
el puesto de Gregario en Constantinopla como jefe de los ortodo­
xos. Cf. J. BERNARDI, La prédication. . . , cit., p. 170.
107. La eficacia del oxímoron es acentuada en el texto griego
por el encabalgamiento. La belleza expresiva de la imagen se com­
pleta con el paralelismo sinónimo en forma positiva (Gregorio y
Adán engañados), al que sigue el paralelismo antitético {Adán-ma­
dero = Cristo). Para la metáfora del madero ( árbol), cf. Or. II,
=

25 (La fuga), nota n. 70.


108. Cf. LUCIANO, Una vendita di vite all'incanto, Turín 1976,
198 GREGORIO NACIANCENO

Pero llegados a ese punto se reveló algo aún más


grave.
Su destierro, que era debido sólo a razones ver­
gonzosas, lo presentó como un acto de fe, como si es­
tuviera padeciendo por amor a Dios 1 09•
Verdaderamente era digno de la flagelación, pero en
su relación conmigo escapó a ella. Si eso es un mal, re­
conozco haber cometido a menudo culpas de ese gé­
nero. ¡Perdonad, jueces, mi hermoso 110 [980] error!
Aunque era pérfido hasta el extremo, lo tenía yo por
hombre honesto '1 1 • Mas, como no queréis perdonarme,
voy a añadir aún otra desvergüenza. Usaré de esta len­
gua mía, charlatana e impertinente. Quien quiera, puede
cortármela sin ningún reparo. ¿Por qué no me la han
cortado aún? Creo que porque hace tiempo que está
callada y que lo estará más aún, quizás para pagar la
multa por su impertinencia, la de hablar tarde, para que
aprenda así [990] a no ser condescendiente con todos.
¿Qué es eso a lo que me refiero? Sólo añadiré que
la maldad es algo verdaderamente fuera de razón.
Pues, ¿qué podría haber vuelto dócil a aquel hom­
bre a quien la bondad no pudo someter? A ciencia
cierta, el honor es desdoro. ¿Qué dirás de su com-

p. 507: «Comprador: ¿a qwen sigues? - Diógenes: A Heracles...


Como Heracles yo combato, combato los placeres».
109. Máximo había conseguido hacer creer a Gregario que,
cuando había estallado violenta la reacción arriana en Alejandda a
la muerte de Atanasia, su fidelidad al símbolo de Nicea le había
acarreado la flagelación y el exilio. Añadía, además, que sus pro­
pios familiares habían sido afectados por esa reacción arriana y lar­
gamente perseguidos (cf. Or. XXV, 3).
1 1 O. La ironía es subrayada por el oxímoron.
1 1 1 . Gregario recuerda que antes lo alabó: cf. Or. XXV (In
laudem Heronis [ Maximt] philosoph¡).
=
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1001-1 112 199

portamiento moral? Sólo males. Si eso es así, no in­


vestigues más. Y si no es verdad, no prestes atención
a lo pasado. ¿Qué podría encontrarse que fuera más
inasequible que eso? Aquel malvado fue malamente ale­
jado de allí, pero, a decir verdad, [1000] como cumple
a un pérfido 1 1 2 •

Últimos vanos asaltos de Máximo. Propósito de Grego­


rio de dejar Constantinopla (vv. 1001-1112)

Considera ahora conmigo lo que tramó aquel perro


hambriento cuando el emperador de Oriente 113, en-

112. En los vv. 999-1001, puede apreciarse un intento de virtuo­


sismo técnico-estilístico que, según le es costumbre, termina Gregario
con la ejecución de una compositio verborum orgánica. Siguen luego:
a) paralelismo sinónimo en forma positiva; b) paralelismo antitético en
oxímoron; e) omoteleuton; d) aliteración; e) políptoto. Se extrae la
imagen altamente descriptiva y expresiva de Máximo sometido al poder
de su propia maldad. Cf. Mt 21, 41: Malos maJe perdet.
1 13. Máximo, acompañado de Jos obispos " que lo han consagra­
do, intenta obtener un aval para su elección acudiendo al emperador
en Tesalónica, donde Teodosio estaba retenido por sus operaciones
militares contra los godos. Rechazado con desdén por Teodosio, que
ha sido informado de la intriga, Máximo se refugia junto al patriar­
ca de Alejandría, pretendiendo que éste se pronuncie a su favor. La
intervención del prefecto imperial, que expulsa a Máximo de Ale­
jandría para evitar tumultos populares, libra a Pedro del embarazo
en el que se debate por haber favorecido la misión de Máximo en
Constantinopla, ahora fracasada. Máximo hizo un nuevo intento du­
rante el Concilio de Aquilea (3/91381), obte!Úendo de san Ambro­
sio, ingenuamente convencido, cartas de recomendación para Teodo­
sio. Sin embargo, todo fue inútil porque el Concilio de Constanti­
nopla había confirmado ya a Gregorio como obispo y patriarca de
la Iglesia de Oriente.
200 GREGORIO NACIANCENO

tregado a la guerra contra las naciones bárbaras, ocu­


paba Tesalónica como base de sus operaciones mili­
tares.
Luego de contratar al inmundo manípulo de egip­
cios que tan vergonzosamente lo había rapado, acude
presuroso al campamento del emperador con el pro­
pósito de asegurarse la cátedra de Constantinopla me­
diante un decreto imperial.
Expulsado también de allí de nuevo como un perro
por el [1010] desprecio del emperador, acompañado de
graves amenazas, porque aún nadie estaba mal dispuesto
contra mí, sino que, muy por el contrario, se me pres­
taba gran crédito, retorna a Alejandría para llevar allí
la ruina, obrando en esto con habilidad y muy a sa­
biendas de lo que hacía.
Escoltado por una turba de mercenarios extranje­
ros, se presenta ante Pedro, que para entonces usaba
un punzón de dos puntas 114 que le valiera bien para
escribir todo al contrario, y apura a aquel anciano re­
clamándole la cátedra que se le había prometido pues,
de lo contrario, amenaza con no abandonar la actual.
Hasta que [1 020] el prefecto lo expulsa de la ciudad,
temeroso, como es normal, de aquel fuego inflamable
y de que se añadiera un nuevo daño a los anteriores.
Ahora me parece que la situación está calmada, pero
temo que una nube amenazadora y cargada de grani­
zo, impulsada por la fuerza del viento, descargue su
granizo sobre quienes menos lo esperan.
Que no descansa nunca la maldad. Nunca se suje­
tará a razones, aunque por el momento esté sometida.

1 14. Con esta metáfora, Gregorio subraya la ambigüedad del


patriarca de Alejandría, autor, como se ha dicho, de la empresa de
Máximo.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1001-1112 201

Así filosofan los perros actuales, que son perros sólo


porque ladran. [1 030] ¿Qué tienen de semejante con
Diógenes? 115• ¿Qué con Antístenes? ¿Qué te atañe, Cra­
tes 11 6 ? Escupe sobre los peripatéticos de Platón. Des­
precia a la Estoa 117• Tú, Sócrates, mantenías el prima­
do hasta ahora. Pero diré algo más verdadero que las

1 15. Diógenes de Sínope: filósofo griego del siglo IV a.C., fue


alumno de Antístenes, cuya doctrina habría resumido en cuatro pun­
tos: 1) extensión del estado de naturaleza a las relaciones entre los
dos sexos; 2) proclamación de la ávitas mundi; 3) interpretación
ascética del cinismo; 4) profesión de la «desvergüenza». El total des­
precio que mostró hacia toda exigencia y conveniencia humana le
valió por parte de los atenienses el nombre de «perro», de donde
viene cinismo. El rasgo más claro de la figura de Diógenes es su
voluntad de cambiar la norma social vigente y de subvertir los va­
lores que estaban en su base, mediante la afirmación de la «indife­
rencia» respecto a cualquier realidad exterior y la consiguiente li­
beraclón del espíritu respecto a cualquier necesidad de actuar. La
tradición lo representa barbado, corvo, desnudo, apoyado en un
bastón, .con un perro al lado. Habría habitado en un tonel, renun­
ciando incluso a un vaso, porque éste podía ser sustituido por el
cuenco de las manos (cf. Diz. Ene. Ita/. IV, 70).
1 16. Crates de Tehas: seguidor de Diógenes de Sínope: se de­
sembarazó de sus riquezas y desposó a Hiparquia, hermano de su
discípulo Metrocles de Maronea. En su doctrina el cinismo se ma­
nifestó con sus rasgos más rigurosos y negativos (Diz. Ene. /tal.
III, 617). Cf. Carm. !, 2, 10 vv. 228-229: PG 37, 696: •De modo
semejante, Crates, poniéndose por encima de la riqueza, dejó su
campo abandonado a las ovejas» e ibid., v. 234: «Crates da la li­
bertad a Crates de Tebas».
1 1 7. Alusión a la famosa escuela filosófica de Zenon de Cíci­
co y sus sucesores y al lugar en que soüa reunirse. Tuvo una gran
importancia en el mundo antiguo y la ética elaborada por ella, exal­
tando la libertad y la dignidad del individuo, llevó a la creación de
un tipo ideal de estoico, insensible al mal físico, capaz de salir al
encuentro de una muerte voluntaria cuando fuera el único medio
para escapar a las ofensas provenientes del mundo exterior. Cf. Diz.
Ene. !tal. XI, 716, 719.
202 GREGORIO NACIANCENO

palabras de la Pitia: Máximo es el más sabio de todos


los hombres.
Desde el comienzo me vi yo sometido a la des­
ventura como ningún otro entre los mortales y aún sigo
ahora así y todavía más, por los trabajos en tierra y
los peligros de la mar de que he sido [1040] salvado.
Y guardo gratitud por los peligros. Pues fueron ellos
quienes me confiaron a las cosas celestes 1 1 8 cuando hube
de buscar amparo en algo que no fuera vano. Sin em­
bargo, no me es dado tolerar el deshonor que me fue
causado entonces. Notando que aquel perro hambrien­
to se había hecho rapar, aprovecho la circunstancia, aun­
que rodeado de todos mis amigos, que prudentemente
me custodiaban y velaban todos mis movimientos, mis
entradas y salidas 119• Mis adversarios 120, al ver aquella
lucha [1 050], pensaron que habría de arruinarse la doc­
trina. Entonces yo, viendo eso y no pudiendo sopor­
tarlo, decido algo que, no puedo negarlo, es más pro­
pio de un necio que de un sabio.
Mas, enseguida, como suele decirse, me echo atrás 121,
a hurtadillas, además. Nadie se habría dado cuenta. Las

1 1 8. Cf. v. 199.
1 19. Se deduce que los fieles de la Anástasis controlan estrecha­
mente a Gregario para. impedirle llevar a cabo su intención de dejar
Constantinopla y abandonar la guía de la comunidad ortodoxa local.
Puesto que Gregorio, a sus propias expensas, ha constatado su in­
genuidad, teme causar ulteriores perjuicios a sus queridos fieles.
120. Los arrianos.
121. Gregorio se echa atrás de su propósito cuando compren­
de que los arrianos, aprovechando su huida, habrían podido ad­
quirir supremacía sobre los catóEcos de la capital. Por deducción
de la Or. XXVI, 2-3: PG 35, 1229-1230, puede pensarse la hipóte­
sis de que el motivo no secundario del regreso de Gregorio a Cons­
tantinopla haya sido el temor de un eventual retomo de Máximo
a la ciudad.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1001-1112 203

mismas razones que dieron origen a mi regreso fueron


el motivo de un discurso que pronuncié, en el que ins­
taba a la memoria paterna: «Custodiad íntegra la Tría­
da que os confío yo, padre que se alegra en amables
[1 060] hijos, y acordaos de mis fatigas, queridísimos
míos».
Apenas oye el pueblo esas palabras, uno de los más
fogosos rompe a gritar y se levanta de pronto gritan­
do furioso, como una colmena de abejas con el humo.
Hombres, mujeres, niños, jóvenes, muchachos, ancia­
nos, nobles, gentes del común, jueces y hasta algunos
soldados de permiso tiemblan por igual de ira y amor:
de ira contra los adversarios y [1070] de amor hacia su
pastor.
Pero no es costumbre mía hincar la rodilla ante la
violencia ni ocupar ilícitamente una sede, cuando no
permití que nadie me obligara a tomar posesión de otra
legítima 122• Entonces, para satisfacer su deseo, recurren
a otra vía. Me conjuran y me ruegan largo tiempo, di­
ciéndome que es justo que me detenga, al menos, que
les ayude y no abandone la grey a los lobos. ¿Cómo
retener las lágrimas? ¡Oh, Anástasis 123, el más venera­
do de los templos, que devolviste [1 080] a lo alto la fe

122. Debe tenerse presente que Gregario, consagrado por Ba­


silio, aunque a pesar suyo, obispo de Sásima, nunca quiso ejercer
allí las funciones episcopales. Por otra parte, nunca fue obispo ti­
tular de Nacianzo, sino sólo coadjutor de su padre.
123. Apenas llegado a Constantinopla, Gregario fue huésped
de su prima Teodosia, en cuya casa abrió la pequeña capilla a la
que dio el nombre de Anástasis, aludiendo a la resurrección de Cris­
to, porque allí, por primera vez después de cuarenta años de una
dominación arriana inapelable, con Gregario volvió a hacerse oír la
valiente voz de la resucitada fe nicena. Cf. Or. XXVI, 17: PG 35,
1249-1252; Carm. II, 1, 16: PG 37, 1254s.
204 GREGORIO NACIANCENO

que yacía por tierra! jÜh, arca de Noé 124, única que
escapaste al diluvio del mundo y que llevaste a las se­
menteras un segundo mundo ortodoxo! Numeroso y
de todas partes llega junto a ti el pueblo inmerso en el
mayor de los peligros. ¿Debería haberme impuesto yo
sobre el deseo? 125• Mudo y lleno de tinieblas, perma­
necía en la incertidumbre, incapaz de acallar el griterío
ni de escuchar ninguna de las peticiones que se me ha­
cían. Unas eran imposibles, otras estaban producidas
por el miedo. El calor era agobiante, los cuerpos [1 090]
empapados de sudor. Las mujeres, especialmente las ma­
dres, perdían la voz de miedo. Llantos de chiquillos.
Se acababa el día. Todos a una juraban que, aunque hu­
bieran de ser expulsados del templo indignamente, no
cejarían en su empeño hasta haber arrancado la pala­
bra que deseaban, esa que se está obligado a decir, ven­
cido por el cansancio. jAy de mí! ¿Qué se oye decir?
¿Por qué no se me cerraron entonces los oídos? <<Te
llevarás contigo la Tríada», grita [1 1 00] alguien. Hasta
que, temeroso de que se produjera algún peligro, no
que jurara, estoy libre de juramento, conste esto para
que pueda yo gloriarme en Dios, que me ha purifica­
do por la gracia del Espíritu, pero sí que di mi pala­
bra, garantizada por mi conducta, de que permanecería
hasta que aparecieran ciertos obispos que estábamos es­
perando, suponiendo que luego quedaría libre de las
tristezas ajenas 126,

124. Nótese el paralelismo sintético entre la Anástasis y el Arca.


Cf. Gn 6, 14-21; 8, 13-19; Sb 14, 6; Mt 24, 37-39; 1 P 3, 20; 2 P
3, 5-6.
125. «¿Habría debido o no ceder al deseo del pueblo que re­
clamaba mi permanencia en Constantinopla?». Tal es el dilema que
Gregario se plantea.
126. Es la época en la que Gregario pronuncia el V discurso
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1 1 13-1200 205

Así conseguimos, a duras penas, arreglar nuestro li­


tigio, saliendo todos vencedores con la sombra de una
esperanza: ellos exultaban como [ 1 1 1 O] si me poseye­
ran, yo convencido de que no me quedaba ya dema­
siado tiempo.

La victoria del dogma trinitario sobre las herejías (vv.


1 113-1200)

Tales eran las circunstancias. La palabra de Dios res­


plandecía de nuevo, cuando, por la diligencia del co­
mandante y las numerosas manos de sus subordinados,
como si se tratara de un campo o una falange, quedó
inmediatamente restablecida el ala que se había que­
brado. Quienes habían permanecido fieles a los dogmas
y· por ese motivo se sentían especialmente unidos a mí,
al ver mis sufrimientos, acrecentaban su amor por mí.
Les guiaba la mencionada Trinidad, sobre la que
hacía tiempo [1 120] había dejado de predicarse y me
atrevo a decir que permanecía como enterrada una doc­
trina que nos pertenece a nosotros y a los extranjeros.
Durante un tiempo estuvo presente, luego se au­
sentó y después volvió de nuevo, confirmando así la
resurrección de los muertos. Aquéllos, muy probable­
mente, apreciaban mis discursos. Había quienes acudían

teológico. Gregorio es obispo de Constantinopla desde mayo del


381, por expresa voluntad de los obispos conciliares. Pero desde el
27 de septiembre del 380, ha sido puesto en la cátedra episcopal
por el emperador Teodosio (cf. SóCRATES, Hist. Eccl. V, 7). La pos­
terior llegada de los obispos retardatarios de Egipto y Macedonia,
y en particular la llegada de Acolio de Tesalónica, instigado por el
papa Dámaso, volvieron a poner bajo discusión la validez del nom­
bramiento.
206 GREGORIO NACIANCENO

a mí como si fuera un atleta vigoroso y otros colabo­


raban gustosamente en la tarea [1 130) como si de algo
personal se tratara 127•
Por vuestra parte, aprended vosotros de quienes co­
nocen bien todo esto y transmitidlo a quienes no lo
saben, si alguno hay tan alejado de vosotros y del poder
que gobierna ahora en Italia, para que todo pueda ser
bien conocido también por las generaciones venideras,
como cualquier otro de los nuevos males que se hacen
presentes en la vida y que el discurrir de los días acaba
por arrastrar consigo, mezclando el bien y el mal. No
hablo ya del pueblo que mantiene la fe recta, fruto
abundante de mis desvelos. No habiéndose acercado a
mí cuando llegué ninguno de los ortodoxos, cabe ha­
blar de ellos como de sedientos ante [1 1 40) un manan­
tial de agua, como de quienes buscaban un discurso que
saciara su hambre o como de quienes, envueltos en ti­
nieblas, topan de pronto con un resplandor. Pero, ¿qué
decir de los que continúan lejos de la fe, aunque me
consta que se alegran al escuchar mis palabras? Son nu­
merosísimos los caminos que se desvían del verdadero
y recto, y todos conducen al abismo de la perdición.
Todos son obra del corruptor, que dividió la imagen de
Dios para conseguir [1 150) algún modo de asaltar las
almas, sembrando la confusión entre las almas, y no
entre las lenguas, como antiguamente hizo Dios. De eso
provienen las dolencias del dogma. Quienes no saben
nada de lo sagrado, sino un único concepto, del que

127. Había quienes, sedientos de doctrina, acudían desde lejos


para escuchar a Gregorio. Jerónimo llegó desde Siria (De viris illus­
tribus 1 17: « ..Gregorio, mi maestro, gracias a cuyas explicaciones
.

aprendí yo las Escrituras»), Cf. P. GALLAY, Le mond grec ancien


et 14 Bible, cit., pp. 315-316.
AUTOBIOGRAFlA, vv, 1 1 13-1200 207

deriva todo esto y que todo lo determina. Quienes in­


troducen una multitud de dioses en el lugar de uno solo
y se postran ante imágenes que ellos mismos han fa­
bricado. Los que niegan la providencia sobre las cosas
terrenas y todo lo remiten a las conjunciones astrales.
Y, además, quienes, aun formando parte del pueblo de
Dios, crucifican al Hijo en honor del Padre. Cuantos
[ 1 1 60] se consideran piadosos con sólo observar los más
pequeños preceptos. Quienes niegan ángeles y espíritus,
la resurrección, las Escrituras de los profetas. Quienes
veneran a Cristo, pero entre las sombras de la Ley.
Quienes veneran como eternas las naturalezas de Bito
y Sige, los eones femeninos y masculinos, hijos de Simón
el Mago y sus partidarios, que atribuyen la condición
divina a las letras del alfabeto. Los que atribuyen el An­
tiguo y el Nuevo Testamento a dos dioses diferentes,
uno severo y otro bueno. Quienes diferencian tres (1 170]
naturalezas inmóviles, la del Espíriru, la de la Tierra y
otra intermedia. Los que veneran el poder de las tinie­
blas de Manes. Los que para su vergüenza veneran el
espíritu de Montano 128 o el vano orgullo de Novacia­
no 129• Los que unifican la Trinidad incorruptible o se­
paran la indivisible naturaleza de Dios. De éstos, a su
vez, como cabezas múltiples que una impía fortuna hace

128. En el siglo IV el rigorismo moral de los montanistas es


todavía muy fuerte en Frigia, Galacia, Capadocia y Cilicia y tam­
bién en Constantinopla.
129. Presbítero romano del siglo III, fundador de la iglesia cis­
mática que lleva su nombre. Los novacianos se denominaban «los
purosll-, en oposición a los miembros de la Iglesia Católica, conta­
minada por la comunión con los pecadores. Sin embargo, la adhe­
sión sincera de los novacianos a la omousia les ganó el favor de Cons­
tantino y del Concilio de Nicea. Pero los emperadores Honorio y
Teodosio incluyeron a los novacianos en la legislación herética.
208 GREGOR!O NACIANCENO

resurgir en la misma hidra, provienen los que en la cre­


ación suponen solamente al Espíritu [1 1 80], los que al
Espíritu suman el Hijo, los que introducen un Dios co­
etáneo de César, los que neciamente consideran la carne
sólo aparente, los que llaman segundo al Hijo nacido
sobre la tierra, los que piensan en lo salvado no como
perfecto, sino carente de inteligencia.
Dichas sin mayor precisión, ésas son las partes en
que se escinde la recta fe, cada una de ellas madre de
absurdos.
¿ Cuál de ellas fue tan irreductible que no quisiera
plegarse a [1 1 90] mis discursos? Pues a unos les cauti­
vaba la fuerza de los dogmas y a otros mi modo de ha­
blar les hacía apacibles. No hablaba yo con odio ni ofen­
sivamente, sino con celo, dolido pero sin causar dolor,
sin dejarme arrastrar, como hacen algunos, ni por cir­
cunstancias favorables ni por circunstancias adversas 130•
¿Hay algo en común entre la oración y el mandato?
Y ni siquiera atendía a las estratagemas de que la
ignorancia se valía para ocultarse: es cosa ficticia y que
asemeja a los calamares, arrojar [1 200] negrura desde
las entrañas, para sustraerse a las pruebas mediante el
recurso a las tinieblas.

La oratoria pacífica y persuasiva de Gregario (vv. 1201-1276)

Pero yo me dirijo a ellos pacífica y decorosamente,

130. En la buena y en la mala fonuna, Gregario permanece


coherente defensor de la doctrina nicena. No es correcto, por el
contrario, el comportamiento de muchos obispos, sobre todo arria­
nos, que, con oportunismo, se convierten y vuelven a convertirse
a la doctrina que profes� tutela e incluso impone el emperador de
cada momento.
AUTOBIOGRAFfA, vv. 1201-1276 209

como conviene que lo haga quien quiera defender al


Verbo manso y misericordioso, que a nadie ataca. Por­
que si la derrota tiene un cierto fundamento, más ho­
norable aún es la victoria cuando alguien ha sido ad­
quirido para Dios por la fuerza de la persuasión.
¡Bien claramente escritas tenía yo estas cosas en mis
tablillas!
E igualmente bien fijada tengo yo otra de las leyes
de mi enseñanza: no reconocer como único salvador el
camino de la [1210] verborrea fácil y calumniadora. Ni
el de reír en los teatros, plazas, convites, debilitados
por cancioncillas antes de haber purificado de palabras
torpes la propia lengua. Ni el de verter impúdicamente
razonamientos espirituales elevados en oídos profanos,
bromeando acerca de cuestiones cuya sola investigación
es extremadamente ardua.
Sino ser sumamente piadosos en el cumplimiento
de los preceptos, en alimentar a los pobres, acoger a
los peregrinos, curar las enfermedades, perseverar en la
oración, en los lamentos, en las lágrimas, [1220] en dor­
mir sobre el suelo, en la frugalidad del vientre, en la
continencia de los sentidos, en la moderación de los
labios y en dominar la carne mediante la fuerza del es­
píritu. Muchos son los caminos de la salvación y todos
conducen a la comunión con Dios. Es necesario que
recorras ésos y no sólo los que consisten en el dis­
curso.
Pues el discurso puede bastar para la pura fe de los
sencillos, con la que Dios salva en un momento a la
mayor parte de los hombres. Pero si la fe sobrevinie­
ra sólo a los sabios, en mi opinión [1230] nada habría
más digno de misericordia que Dios. Si, movido del
celo, quieres hablar y, al mismo tiempo, temes la po­
sibilidad del error en tus palabras, cosa normal que no
tengo inconveniente en reconocer, habla, pero con pru-
210 GREGORIO NACIANCENO

dencia y no siempre, sino a quienes debe hacerse, y


cuanto y cuando y lo que convenga. Como sabes, hay
un momento oportuno para cada cosa. Pero, como ha
dicho uno de los sabios, lo mejor de todo es la mo­
deración. Los territorios de los misios y los frigios
[1240] están separados: muy distintos son mis discur­
sos y los de los extraños. É stos tienden a la ostenta­
ción en las reuniones de jóvenes y en coda ocasión que
encuentran, aman los ejercicios retóricos, declamaciones
escénicas, justas poéticas. Yo, por el contrario, no con­
cedo importancia a si tengo o no éxico.
¡Nada hay menos sólido que una sombra!
Puesto que pretendo decir la verdad, es para mí muy
importante hablar de un modo u otro. Es éste un ca­
mino que discurre entre precipicios y caer por uno de
ellos equivale a despeñarse hasta las puertas del Hades.
[1250] Por tanto, es necesario poner en los discursos el
máximo cuidado, diciendo unas cosas y escuchando otras
con la mayor atención.
Y, a veces, hasta está permitido renunciar a las dos
opciones por igual y recurrir a una balanza que no se
incline por ninguna de ellas, esto es, la fuga. Desde
luego, el oído entraña menos riesgo que la lengua. Pero
la fuga es aún menos peligrosa que el oído. ¿Qué ne­
cesidad tienes de que muera tu alma casualmente por
haber caído en una trampa? ¿De aproximarte a un perro
rabioso? Por eso, guiado por las palabras de las Escri­
turas con las que había sido alimentado antes de mi
emancipación intelectual y conduciendo por ellas a ciu­
dadanos y extranjeros, me encontraba a la sazón [1260]
entre agricultores enriquecidos, aunque mi mies no había
sido recogida al mismo tiempo. A algunos, poco a poco
los había librado de espinas. Otros empezaban a espi­
gar. Otros estaban solamente sembrados. Unos aún con
la leche, otros abandonaban ya la tierra. Unos eran hier-
AUTOBlOGRAFlA, vv. 1277-[395 211

ba, otros cosecha. Unos adolescentes, otros prmamos


al momento de la siega. Unos aún incipientes y otros
vigorosos y arraigados. Parte del grano permanecía aún
en los campos. Otra estaba en los graneros. Y esta úl­
tima pronto se hizo pan, lo cual es el fin que persigue
la agricultura. Pan que alimenta no al campesino que
se fatigó para producirlo, [1270] sino a quienes en ma­
nera ninguna conocieron el sudor.
Me habría gustado terminar aquí mis palabras y no
hacer ninguna referencia a lo que no es digno de men­
ción, pero los acontecimientos que siguieron me lo im­
piden. De ellos, unos tuvieron buen fin y no sé qué
decir de otros, [1276] ni cómo calificarlos ni en dónde
ponerlos.

Teodosio entra en Constantinopla, restituye las iglesias


a los ortodoxos y establece a Gregario en la sede epis­
copal metropolitana (vv. 1277-1395)

Siendo ésa la situación, de pronto volvió de Mace­


donia el emperador, después de haber vencido a una
multitud de bárbaros que [1280], demasiado osadamente,
habían confiado en su número.
Respetuoso 13 1 hacia la Trinidad, además no era mal­
vado y no buscaba dominar mediante la fe a las almas

1 3 1 . Cf. Or. XXI, 3 1 : PG 35, 1 1 1 7-1 120, en donde Gregario


nos recuerda que san Atanasio, en su acción de unificación doctri­
nal, tenía como norma superior el respeto a la libertad ajena. Así
es la acción de Teodosio. El de la libertad es un principio funda­
mental de la pastoral de Gregorio, fundado en 1 P 5, 2: «El mis­
terio de la salvación se dirige a almas libres y repudia la tiranía».
El mismo principio lo volvemos a encontrar también en Or. XII,
5: PG 35, 848-849 y Or. XXI, 31: PG 35, 1 1 17-1 1 20. Como buen
212 GREGORIO NACIANCENO

sencillas. Esa es mi opinión y la de todos cuantos con


seguridad se sientan sobre cátedras estables. Sin em­
bargo, el fervor de su espíritu no lo llevó hasta situar
el presente a la altura del pasado, o viceversa, sino que
el tiempo restauró las ruinas 1 32• ¿ Qué puedo decir res­
pecto a si su celo [1290] era o no así? ¿ Respecto a si
era o no animosidad? Decídmelo vosotros. Quizás lo
mejor sea llamarlo prudencia. A mi juicio, no es lícito
obligar, sino sólo persuadir y eso es lo que más nos
conviene a nosotros y a cuantos se acerquen a Dios.
Porque si alguien obra contra su voluntad, forzado por
la violencia, como la flecha que se mantiene tensa por
el nervio del arco y por las manos o como un arro­
yuelo constreñido a seguir el curso de la acequia, apenas
surja una ocasión se librará de la fuerza que lo retiene.
Por el contrario, quien actúa libremente, permanece
[1300] seguro todo el tiempo, ligado por el vínculo del
amor, que no puede desatarse.
Tengo para mí que, tras haber disuelto nuestro
miedo, al menos hasta este momento, se propone ahora
atraernos a todos suavemente, proponiendo su volun­
tad como una ley arraigada en la convicción. Respecto
al momento en que se hizo presente entre nosotros,
feliz entre quienes exultábamos por él, ¿será necesario
que pormenorice cómo me cubrió de honores en nues­
tro primer encuentro, qué palabras me dirigió y con
cuánta amabilidad quiso escucharme? Sería vergonzoso

griego, Gregario no olvida que la nobleza es sinónimo de libertad


y que todos los hombres son nobles (cf. In nobilem male mora­
tum: PG 37, 853).
132. Gregorio constata que Teodosio no usa contra los arria­
nos la misma violencia que los emperadores arrianos, como Cons­
tancia y Valente, emplearon antes contra los católicos.
AUTOBIOGRAF1A, vv. 1277-1395 213

que a mi edad [1310] me envaneciera de eso. Para mí


sólo Dios tiene valor. En suma: me dijo al final: «Dios,
por medio de mí, otorga este templo a tu persona y a
tus desvelos», frase que sólo al final de todo mostró su
veracidad.
Por otra parte, estaban los ciudadanos tan crecidos
y llenos de ímpetu que, por mucho que se hubiera
opuesto a sus deseos, nunca habrían renunciado a la
cátedra, sino que se habrían mantenido firmes en de­
fender lo que poseían. Y si hubiera recaído sobre ellos
alguna violencia, habrían dirigido sus iras contra mí, a
quien fácilmente podían echar mano.
El emperador habló como he dicho. Un estremeci­
miento de alegría [1320] me sobrecogió. ¡Oh, Cristo
mío! Tú que en nombre de los sufrimientos que pade­
ciste nos empujas a la pasión y que fuiste entonces juez
de mis labores, muéstrate ahora alivio de mis males.
Había llegado el momento oportuno.
El ejército en armas ocupaba el templo, habiendo
tomado las dependencias con las armas en la mano.
Tembloroso, el pueblo le resistía como la arena del mar,
como nieve, como las corrientes de un mar agitado,
predispuesto al mismo tiempo a la ira y a las súplicas:
a la ira contra mí y a las [1 330] súplicas hacia el em­
perador.
Estaban llenas de gente las calles, los estadios, las
plazas de los teatros, en fin, todos los lugares. Hasta
los palcos de la segunda y de la tercera fila estaban
atestados de gente que miraba hacia abajo: hombres,
mujeres, niños, ancianos. Dolores, lamentos, lágrimas,
griterío. Cuanto compone una ciudad que ha sido to­
mada por las armas.
Y yo, capitán enfebrecido, cuyo cuerpo enfermo y
consumido apenas si respiraba, me encontraba a medio
camino entre el emperador y su ejército, y avanzaba
214 GREGORIO NACIANCENO

mirando a las alturas, confiado en la ayuda de mi es­


peranza, hasta que, [1 340] sin saber cómo, me detuve
en el templo 133• Y es justo añadir que a muchos de los
presentes les pareció aquello más expresivo que todo
un discurso, porque para ellos, sobre todo en los mo­
mentos más álgidos, nada de lo que se hace carece de
importancia.
No puedo dejar de prestar fe a quienes declaran eso,
si bien yo, mucho menos que cualquier otro, no me
contento fácilmente y soy crítico ante cualquier nove­
dad. Pero desconfiar de todo por igual es peor que con­
ceder fácilmente crédito a todo: si eso es ligereza, aquello
desconfianza [1350). ¿ Dónde, pues, estuvo el portento?
; Cuéntalo, libro, al mundo para que tamaña gracia no
quede escondida a nuestros descendientes!
Comenzaba a clarear, pero la noche recubría aún
toda la ciudad y una nube oscura se acercaba al disco
solar, en ese momento muy lejos de presentar ningún
buen augurio. Nada hay que incline a la serenidad cuan­
do tiene lugar un tumulto.
Todo lo cual producía contento a mis enemigos,
como si Dios se mostrara disgustado por los aconteci­
mientos. A mí, por el contrario, una pena sutil se me
apuntaba en el fondo del alma.
Después que el purpúreo poder y yo estuvimos en
· el interior del sagrado recinto, [1 360] cuando una común
alabanza de invocación a Dios se alzó de la boca de
todos y hubo clamores y manos al cielo elevadas, ha­
biéndose dispersado la nube por voluntad divina, fue
tal el esplendor del sol que todo el templo quedó bri-

133. La basílica de los Santos Apóstoles, distante unos dos ki­


lómetros del palacio imperial. Anejo al templo estaba el mausoleo
imperial de planta circular, hecho construir por Constantino.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1277-1395 215

llante en un momento, aquel templo que antes apare­


cía tenebroso, y todos recordaron la visión de la anti­
gua Arca, escondida por el fulgor de Dios, y quedaron
serenos el rostro y el alma de todos. Entonces, (1370]
recobrado el ánimo por aquel espectáculo, me busca­
ban y me aclamaban con todas sus fuerzas, como si
aún faltara algo. Pues decían que la primera y mayor
recompensa de Dios para aquella ciudad, antes, inclu­
so, que la cátedra misma, habría de ser que yo tomara
posesión de dicha cátedra. Y en eso convenían las au­
toridades y el pueblo común y todos a una coincidían
en expresar su deseo de escuchar mis palabras. Y las
mujeres clamaban eso al cielo de un modo que hasta
diría que es [1380] impropio del decoro femenino.
Retumbó entonces un increíble trueno. Hice yo que
se levantara de su sede uno de mis colegas 134, pues,
abrumado como estaba por el miedo, ni siquiera tenía
voz suficiente. Y por boca de otro pronuncié las si­
guientes palabras: «¡Dejad de gritar, amigos míos, dejad
de gritar! Este es el tiempo oportuno para dar gracias.
Más adelante dispondremos también de tiempo para

134. Haciéndose sustituir por otro en la celebración de los sa­


grados misterios, en sustancia Gregario se opone a la voluntad del
emperador y del pueblo que lo quieren obispo titular de Constan­
tinopla. En efecto, desde el punto de vista jurídico, Gregario será
obispo de Constantinopla, sucediendo a Alejandro, último de los
ortodoxos, sólo a partir de mayo del 381, por voluntad de los obis­
pos conciliares. Sin embargo, de la Or. XXXVI: PG 36, 265-280,
se deduce que Gregario, olvidando la irregularidad de su nombra­
miento, acabó por hacerse cargo de la autoridad, entendida en la
acepción más radical de caridad cristiana, de cabeza de la Iglesia de
Constantinopla. Por lo demás, es significativo que Gregorio deje la
capilla de la Anástasis y continúe su acción pastoral en la basílica
de los Santos Apóstoles.
216 GREGORIO NACIANCENO

otras cosas igualmente importantes». El pueblo acogió


con un murmullo de aprobación [1 390] esas palabras,
ya que a todos gusta siempre la modestia.
Tras expresar su satisfacción, se fue el emperador.
Y así terminó toda aquella disputa que tanto miedo, y
sólo miedo, me había producido. En toda la cual, sólo
llegó a desenvainarse una espada, prontamente enfun­
dada de nuevo, mientras se desvaneció la furia del agi­
tado pueblo.

Atentado contra la vida de Gregorio y arrepentimien­


to del sicario. Administración recta y atenta de los bie­
nes de la diócesis (vv. 1396-1505)

No sé cómo narrar lo que sigue, que, por otra parte


y a decir verdad, tuvo la mayor importancia. ¿Qué es­
critor querría completar mi discurso? Me avergüenza
alabarme [1400] y bien podría ser otro quien hablara
elogiosamente de mí. Tal es mi costumbre.
A pesar de lo cual, hablaré, aunque con la mayor
moderación posible. Estaba en el templo. Tras la ocu­
pación del mismo, los ciudadanos habían depuesto su
iracunda actitud. A pesar de lo cual, había aún pesar,
como se cuenta de aquel famoso gigante que, fulmina­
do por un rayo bajo el Etna, seguía vomitando humo
y fuego desde sus profundidades 135 • En nombre de Dios,
¿qué podría haber hecho yo? Mostrádmelo, decídmelo

135. Según la leyenda griega, Zeus, en la guerra que le declara­


ron los titanes, volcó el Etna sobre Tifeo (o Encélado), el cual, re­
soplando, da origen a las erupciones. Los antiguos situaban en el Etna
la fragua de Hefesto. Se dice que en su cráter se precipitó el filóso­
fo Empédocles, del que luego se habría encontrado una sandalia.
AUTOBIOGRAFfA, w. 1396-1505 217

vosotros que os conducís como jueces rigurosos o vo­


sotros, congregación de desdichados jóvenes a quienes
la mansedumbre les parece [1410] cobardía y conside­
ran sólo como conducta viril la furia y la maldad: acu­
chillar, expulsar, ser crueles, incendiar, siempre al amparo
de las circunstancias y del poder. ¿ No será mejor pro­
curar los remedios de la salvación? Por esa vía podían
obtenerse dos ventajas: la de hacerlos moderados me­
diante la moderación y la de conseguir yo su amor y
que me honraran. Esto último es lo justo y eso he de
hacer siempre en el futuro, como lo hice en el pasado
en la medida en que me fue (1420] posible. Ante todo,
para mostrar que no considero favorable otra circuns­
tancia que no sea la del poder de Dios y que siempre
aceptaré el consejo del mejor consejero, a quien tengo
por guía segurísimo.
Todos veneran la arrogancia de los magistrados y
entre ellos, sobre todo la de los ministros del templo,
quienes, por otra parte, son completamente incapaces
para otra cosa que no sea enriquecerse. ¿Quién podría
contar y cómo hacerlo, la diversidad de recursos de que
se sirven, para mantenerse junto a aquellas regias puer­
tas, lanzando acusaciones falsas, deteniendo ilegalmente,
llenándose innoblemente de [1430] piedad y, por de­
cirlo de una vez, comportándose como perros ham­
brientos llenos de ignominia? 1 36• Sólo yo preferí ser

136. Aunque reconocido obispo, Gregario debe afrontar la hos­


tilidad no tanto de los arrianos que seguían siendo irreductibles,
cuanto, sobre todo, la interna de su clero. Todo estriba en que este
hombre, humilde monje en su cont¡nente, en su ánimo y en las ac­
ciones, con su caritativo comportamiento hace que resulte estridente
el laicismo, profano y exasperado, de los otros eclesiásticos, obis­
pos incluidos, entre los que era costumbre el compromiso con la
burguesía laica y con el poder político, avalando a menudo los actos
218 GREGOR!O NACIANCENO

amado a ser odiado y con mi cortedad me hice respe­


table, entregándome cuanto pude a Dios y a la purifi­
cación y dejando a los otros las puertas de los pode­
rosos. En segundo lugar, viendo que algunos se angus­
tiaban por las ofensas que me habían hecho y de las
cuales eran conscientes y que, por el contrario, otros,
como es natural, tenían necesidad de que yo los bene­
ficiara, liberé a los primeros de su miedo y presté a los
segundos mi ayuda, atendiendo proporcionadamente a
cada necesidad, [1 440] en la medida de mis fuerzas.
A modo de ejemplo, contaré una sola cosa entre las
muchas posibles 1 37•

más violentos e injustos de éste último, de manera ostentosa, im­


púdica y consciente. Eso se había hecho evidente ya en la fatídica
noche de Pascua del 379 (cf. vv. 551-678), cuando, tras haber hecho
frente con sus fieles a las violencias de los arrianos, había exhona­
do a sus discípulos, entre los que estaban Teócteno y Teodoro, fu­
turo obispo de Tiana, que habrían querido apelar al juicio del em­
perador y parecían más dispuestos a la venganza personal, a dejar
a Dios el cuidado de castigar a los culpables (cf. Epist. 77: PG 37,
141-146) e incluso a perdonarlos, según el dictado evangélico. Su
moderación en esa circunstancia, cuanto menos había dejado des­
corazonados a sus discípulos, avezados a un tipo de justicia muy
distinto, la antigua del «talión».
137. Los vv. 1442-1474 narran la tentativa de homicidio de que
fue objeto Gregorio y que es posible encontrar también en Or. XL:
PG 36, 393. El episodio, que debe situarse al final del 380, revela
el rencor que animaba aún a los arrianos que no se resignaban a
la pérdida de los grandes intereses materiales que iba a causarles la
forzada cesión de las iglesias a los católicos. La dramática escena
del atentado alcanza su cumbre en la imprevista conversión, a los
pies de Gregorio, del joven sicario. Mientras los cómplices, deso­
rientados por el inesperado despertar de Gregorio, fingen haber acu­
dido a él para verlo y huyen dando gracias a Dios y al emperador
por haberles dado un tal obispo, Gregorio acoge con un filial abra­
zo a su atacante, que había roto a llorar y provoca su sincera con-
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1396-1505 219

De vez en cuando debía permanecer en casa presa


de la enfermedad que me había sobrevenido como com­
pañera de mis fatigas. O bien, al decir de los envidio­
sos, como consecuencia de la vida voluptuosa que He­
vaba. Un día que estoy así, entran algunos de repente
en mi casa y junto a ellos un joven pálido, de largos
cabellos y con un vestido a franjas. Habiendo yo casi
saltado del lecho, como es propio de quien está ate­
rrorizado, ellos rompieron a decir a su gusto palabras
abundantes de gratitud dirigidas a Dios y al empera­
dor que les habían [1450] concedido ver aquel día y,
tras cumplimentarme con corteses palabras, se fueron.
El otro, en cambio, permanecía atónito abrazado a mis
pies, suplicante y casi sin voz. Como yo le pregunta­
ra quién era, de dónde venía y qué necesitaba, nada
había sino llanto y más llanto. Comenzó a balbucir, a
sollozar y a estrechar fuertemente mis manos. También
a mí se me saltaba alguna lágrima. Cuando, al fin, fue
[1460] sacado de allí por la fuerza, porque no había
manera de hacerlo mediante palabras, uno de los pre­
sentes dijo: «Ese es tu asesino, tú que ves ahora la luz
por voluntad de Dios. Se ha quedado aquí ahora por
su propia voluntad, víctima de sus mismos remordi­
mientos, homicida confeso, sincero acusador de sí
mismo, cuyas lágrimas pagan el rescate por un delito
capital». Eso dijo. Quedé impresionado por aquellas pa­
labras y di una respuesta que libró a aquel hombre de
su pecado: «Dios te salve. Para mí, que he quedado a
salvo, no supone gran cosa mostrarme benévolo hacia
mi asaltante. Tu mismo proyecto asesino te ha entre-

versión. La sugestión que invade el ánimo del lector es parangona­


ble a la evocada por el abrazo del Innominado y el cardenal Fe­
derico Borromeo en Los novios.
220 GREGORIO NACIANCENO

gado a mí. Mira cómo has venido a ser digno de mí


[1470) y de Dios». Eso fue lo que dije. Pero como
nunca queda oculto nada de alguna monta, el común
llegó a saberlo todo y se enardeció, como hierro so­
metido al calor del fuego.
Pasando a otra cosa, respecto a eso que se cuenta
de las muy abundantes riquezas que los templos más
importantes de la ciudad solían guardar siempre y acer­
ca de los vasos y las rentas que de doquier llegaban,
como yo no he encontrado ningún inventario entre los
papeles [1480) de los anteriores presidentes de la Igle­
sia, ni en los de los tesoreros en cuyas manos está ahora
la administración, dejo las cosas como están.
En contra de lo que algunos me aconsejaban y a lo
que me exhortaban, no quise recurrir a nadie extraño
para que administrara eso, para no vincular ningún des­
honor a lo religioso "'.
¿Cómo juzgas esto? Se es responsable de lo que se
ha tenido, no de lo que habría sido justo tener. Quien
es esclavo del dinero, maldice por esto, pero el que está
por encima de él se conformará pronto. Porque si siem­
pre la codicia es vergonzosa [1490), todavía lo es más
en las cosas que atañen al Espíritu.
Si todos hubieran pensado así acerca de las rique­
zas, y no es eso lo que pienso, nunca habría sido po­
sible encontrar tamaña abundancia en las Iglesias. Me
refiero a quienes se preocupan por la liturgia y están
cerca de Dios.

138. Es probable que Gregario pretenda decir que renunció a


acudir a un tribunal civil para obtener el nombramiento de un pe­
rito «extraño», es decir, no perteneciente al clero, que controlara y
verificara la regularidad de los actos administrativos de la rica dió­
cesis de Constantinopla, en el momento en que los arrianos efec­
tuaron la entrega de las iglesias y sus bienes a los católicos.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1506-1617 221

También esa calumnia había sido difundida por mis


enemigos, pues el pueblo que antes, cuando éramos po­
bres, estaba dividido, no llegaba ni a llenar el atrio. Tal
era el punto de desprecio a que habíamos llegado quie­
nes ahora tenemos el templo y la plenitud de los tem­
plos 139•
Siempre nos hemos ocupado seriamente de todo
esto, por no hablar de aquéllos [1500] a los que habí­
amos puesto al cuidado de los pobres, los monjes, las
vírgenes encargadas de los niños, los extranjeros, los
ciudadanos, los presos, los cantos salmodiados, las vi­
gilias nocturnas entre lágrimas, los maridos y las mu­
jeres que practicaban la continencia y, en fin, cuantas
cosas por las cuales Dios exulta, [1 505] han sido aten­
didas decorosamente.

Melecio preside el segundo concilio ecuménico de Cons­


tantinopla (mayo-julio del 381). Repercusiones sobre el
Concilio del cisma de Antioquía y sabías sugerencias de
Gregario (vv. 1506-1617)

Pero la envidia que nunca descansa y abiertamente


o a escondidas todo lo corrompe, me da el poder y
hace de él comienzo de mis males. Todos los presi­
dentes de Oriente, excepción hecha de Egipto, hasta la
segunda Roma, impulsados por no sé [1510] qué de­
signio divino, desde los puntos más remotos de la tie­
rra y del mar acuden con la intención de reafirmar jun­
tos la piadosa doctrina 140• Al frente de los mismos es-

139. Las iglesias constantinopolitanas han vuelto a llenarse de


fieles gracias al apostolado desarrollado por Gregorio.
140. Teodosio, una vez constatados los efectos negativos de
222 GREGOR10 NACIANCENO

taba un hombre extraordinariamente piadoso, sencillo,


de rectas costumbres, lleno de Dios, de rostro sereno
que revelaba a quien lo mirara una mezcla de valor y
prudencia, que velaba por el Espíritu. ¿Quién no co­
noce al hombre que designan mis palabras, al presidente
de la Iglesia de Antioquía cuyo carácter correspondía a
su nombre [1 520] y a su nombre su carácter?
Dulce es por el nombre y las costumbres. Había
sufrido mucho por causa del Espíritu divino sirviendo
a la gracia de Dios en magníficos combates, aunque
durante un tiempo fue engañado por una facción ex­
tranjera 141• Todos ellos me instalan sobre la cátedra ve­
nerable, a pesar de mis quejas y lamentos. Un solo
motivo me retenía para oponerme de forma decisiva a
este designio. Tú, Verbo, eres testigo de lo que estoy
diciendo. ¿ Cuál era ese motivo? No es lícito ocultar la
verdad. Con vana esperanza del corazón -pues la vo­
luntad está pronta [1530] a la esperanza y todo se le
antoja fácil a un corazón enardecido y, además, no
tengo una mente cavilosa para asuntos como ése- ima­
ginaba yo que, de obtener la autoridad de esa cátedra
-como también la apariencia importa mucho- me ha­
bría sido posible actuar como una coreuta que puesta

orden político y administrativo que comportaba la confusa sirua­


ción religiosa del Imperio oriental, decidió convocar al episcopado
oriental a un solemne concilio donde poner orden en las relacio­
nes entre las iglesias de las distintas diócesis y, principalmente, de­
signar al obispo titular de la Iglesia constantinopolitana. Ese con­
cilio se reunió en mayo del 381, bajo la presidencia de Melecio,
obispo de Antioquía.
141. Literalmeme «mano». Es la facción arriana, cuyos jefes,
veinte años antes habían llamado a Melecío a la cátedra de Antia­
quía. Sin embargo, apenas establecido en ella) predicó una homilía
muy próxima a la fe nicena.
AUTOBIOGRAI'lA, vv. 1506-1617 223

en medio de dos coros une a sí a los dos colegas que


le están más próximos por cada una de las partes, de
suerte que, siguiendo los procedimientos corales, ha­
bría podido unir a quienes se encontraban en una mala
-¿por qué no decir en una pésima?- discordia 142, digna
de copioso llanto, de mucho [1540] duelo y de dolo­
res como nadie nunca, ni antaño ni ahora, padeció en
circunstancia alguna.
Y eso, a pesar de que son muchos los males que
han padecido numerosas personas: todos hablan de la
diáspora de Israel, abatido por su envidia· cristicida. Los
presidentes y maestros del pueblo, dadores del Espíri­
tu, que desde sus elevadas sedes pronuncian palabras
de salvación, los mismos que a plena voz [1550] en
medio de las asambleas del pueblo predican siempre la
paz a todos, arremetieron entre sí con furor tan grande

142. El cisma de Antioquía fue el más importante entre los que


asolaron a la Iglesia de Oriente en el siglo IV. Eustacio, elevado a
la cátedra de Antioquía el 325, fue depuesto, arrestado y exiliado
a Trajanópolis, en Tracia, en el 330 y allí murió algunos meses des­
pués. En el sínodo que lo condenaba le habían sido imputados di­
versos capítulos de acusación: la seducción de una mujer, una grave
afrenta a la madre del emperador Constantino. La deposición de
Eustacio fue el principio del cisma de Antioquía que vio enfren­
tarse, durante más de un siglo, a dos grupos de ortodoxos en An­
tioquía. Opuesto a Paulina, sostenido por las Iglesias de Roma (el
papa Dámaso) y Alejandría, Melecio fue, tras suertes alternas, el
campeón de la ortodoxia oriental y a su muerte, en mayo del 381,
presidia el Concilio de Constantinopla. La muerte de Melecio ha­
bría debido poner fin aJ cisma: en efecto, quedaba Paulino como
único obispo ortodoxo en la metrópoli de Siria. De fe nicena, go­
zaba también del apoyo de la Iglesia occidental. GregoriO hizo de
todo para hacerlo elegir como obispo de Antioquía, pero todo fue
en vano. El concilio, nombrando a Flaviano obispo sucesor de Me­
lecío, agudizó los contrastes entre los seguidores de Paulino y de
Melecio. Sólo en el 482 se compuso el litigio.
224 GREGORIO NACIANCENO

que, gritando, trabando alianzas como para una guerra,


a la par acusadores y acusados, asolando de pronto ciu­
dades de las que al punto huían, haciendo rapiña de
cuanto pudiera servir en su contra, con una exacerbada
ambición de poder regio -¿cómo podré clamar contra
todo esto?, ¿con qué palabras?- todo lo han arruina­
do, como he dicho antes.
El Occidente y el Oriente se tenían ya más [1560]
como escisión de doctrina que como diversidad de lu­
gares y costumbres. Los lugares pueden unirse, si no
en sus puntos más distantes, sí en los que median. Pero
nada hay que pueda unir a hombres separados no por
causa de la piedad, como quiere hacer creer una ira
siempre dispuesta a mentir, sino por la disputa de las
cátedras. Y ¿por qué digo todo esto a los dos obispos?
No me dirijo tanto a los obispos, a quienes conozco
bien, cuanto a los malvados mantenedores de las dos
facciones, que soplan sobre la llama prendida y, me­
diante la causa de sus sicarios, atienden magníficamen­
te a sus propios intereses, si es [1 570] que magnífica­
mente significa algo distinto de vergonzosamente.
También yo obtuve cierto beneficio de todos esos
males. Cuando el presidente de la Iglesia de Antioquía,
a quien yo había alabado con moderación, cargado de
años, de los numerables y de los no numerables, tras
haber exhortado a la concordia en los mismos térmi­
nos, según oigo decir, que había empleado ya hablan­
do con sus amigos, pasó desde este mundo al coro de
los ángeles y, escoltado por un cortejo religioso 1 43 y
acompañado por una multitud de ciudadanos nunca,

143. La imagen poética de este funeral, en su solemnidad, de­


nota las perspectivas optimistas de Gregario sobre la muerte y el
más allá. Cf. J. MOSSAY, La mort , cit. p. 224.
...
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1506-1617 225

según es rumor, como hasta entonces [1580] afligida,


fue llevado a su iglesia, constituyendo un inapreciable
tesoro para quienes lo habían conocido, a instancias
mías se tomó la decisión de no hacer caso a los mal­
vados agitadores que maquinaban la elección de otro
obispo que se opusiera a Paulino, que había quedado
como único ocupante de la sede.
Por una y otra parte se habían pronunciado nume­
rosos discursos, pacíficos unos y fiscalizadores otros.
Entonces, quise yo también pronunciar el mío y, con­
siderándolas las mejores y más eficaces contra el mal,
pronuncié las siguientes palabras: «Amigos míos: pare­
ce ser que no atendéis [1 590] todos por igual a las mis­
mas cosas a la hora de determinar qué debe hacerse y
que, en mi opinión, no habéis llegado a considerarlas
como conviene hacerlo en un discurso, sino que os pre­
cipitáis muy lejos del camino recto. Solamente pensáis
ahora en vuestra campaña, para aprestaros a mejor com­
batir. Eso es lo que os preocupa y para ello necesitáis
de mi ayuda. Pero yo pienso en cosas mucho más im­
portantes. Contemplad este inmenso mundo que ha sido
[1600] marcado por las corrientes de la sangre de Dios,
que tomó forma humana e hizo don de sí mismo como
rescate por nuestra libertad, y de muchas otras vícti­
mas menores. Admitamos que este mundo ha sido per­
turbado por dos ángeles. A pesar de ello, son las mías
palabras de quien sufre, ellos no son dignos de un tan
grande honor. Al contrario, en la misma proporción en
que los ángeles sean numerosos [1610] serán menos dig­
nos de peleas y de acciones aún peores, pues sólo lo
más valioso es digno de las cosas más apreciables. Mien­
tras aquel santo obispo estaba en medio de nosotros
no era aún evidente cómo los occidentales acogían a un
hombre a quien habían hostigado, pero era permisible
en cierto modo causar algún disgusto a quienes, según
226 GREGORIO NACIANCENO

dicen, son los defensores de la ley. Un hombre mode­


rado es el mejor remedio para la ira 144• Y, por otra
parte, la ignorancia es lo más importante para ejercitar
la parresía.

Gregorio intenta componer el cisma de Antioquía (vv.


1618-1679)

»Pero no habiendo ahora ni una sola tempestad,


pues nos ha concedido Dios plena bonanza, ¿qué ne­
cesidad hay [1 620] de que yo hable? Acoged mis pa­
labras, que son prudentes, más sabias que las de los
jóvenes. Nosotros los ancianos no conseguiremos cal­
mar el hervor de las almas, sujeto siempre a la vana­
gloria. Que la cátedra se reserve a quien la ocupa ahora.
¿Qué tiene de extraño que, como la ley antigua pres­
cribía, lloremos largamente a ese hombre? La solución
del problema ha de darla la edad avanzada, el final,
necesario, espléndido y común a todos y a todo en
esta vida. También él morirá [1630] e irá a donde desde
hace tiempo desea ir, retornando su espíritu a Dios,
que se lo dio.
»Entonces yo, con el consentimiento del pueblo y
de los sabios obispos, con la ayuda del Espíritu daré
la cátedra a otro 145• Esto podría ser la solución de los
males que nos aquejan. Además de lo cual, y conside­
ro esto aún más importante, acogeremos a los extran­
jeros, pues, a lo que veo, Occidente es tierra extranjera,

144. Cf. Qo 6, 16.


145. Gregorio manifiesta su intención de salvaguardar la paz
eclesiástica. Es evidente que desempeña un papel verdaderamente
importante en la capital del Imperio.
AliTOBIOGRAFÍA, VV. 1618-1679 227

y habrá una segunda navegación 146, con lo que tran­


quilizaremos la ciudad y al pueblo, agotado ya desde
hace largo tiempo. Que se calme, por fin, aunque tarde
[1640] la tempestad que asola al mundo. Quiera el cielo
concedernos piedad hacia quienes están separados de
nosotros, bien porque están próximos al error, bien por­
que incurrirán en él en lo venidero. Nadie pretenda
saber hasta dónde podemos llegar si continuamos así
eternamente. Está aún en el filo de la navaja 147 el que
quede a salvo el dogma santo y venerable o si, arras­
trado por la sedición, acabará por desaparecer. Igual
que, aunque no siempre con justicia, el deterioro de los
colores se achaca al pintor y el comportamiento de los
discípulos al maestro, si malo es el comienzo, [1650]
¿cuánto más no será considerado iniciación en la mal­
dad quien dé ese comienzo?
»¡Dejémonos vencer un poco! 148• Conseguiremos así
una victoria mayor: la salvación que viene de Dios, para
nosotros y para el mundo, postrado en tan mísera ruina.
No siempre la victoria lleva consigo la gloria. Mejor es
ser despojado con honor, que poseer indignamente. Bien
lo sabe la Trinidad y la espléndida predicación de mi
parresía, signo que suscitó (1 660] contra mí la envidia
de los malvados 149.

146. GALLAY (La vie de saint Grégoire de Nazianze, Lion­


París 1943, p. 202) traduce: «en cualquier caso» y añade ep nota:
«San Gregorio dice literalmente "segunda navegación", metáfora to­
mada del lenguaje de la mar que designa el uso exclusivo de los
remos cuando no se puede navegar a vela».
147. Está sobre el filo de la navaja, esto es, la situación es crítica.
148. Es una invitación explícita a los orientales para ser carita­
tivos hacia los occidentales, esto es, a reconocer la legitimidad de
éstos últimos para querer ver a Paulino en la cátedra de Antioquía.
149. Cf. nota n. 75.
228 GREGORIO NACIANCENO

>>Con sinceridad y honradamente he pronunciado


hoy estas palabras, que sé han de beneficiar nuestros
propósitos. Mas si alguien hay que, habiéndose dejado
corromper él mismo, piense que yo he hablado para ha­
cerme grato, pues no faltan los corruptores de obispos,
llenos de oro y ambición, o bien alguno que, recurriendo
él a escondidas a diversos artificios para cumplir sus
malas acciones, piensa que busco algún beneficio per­
sonal, como es costumbre entre muchos o si alguno
teme que de asentir a mi propuesta se aleje del poder,
abandone su juicio [1670] al voraz fuego de la pena.
Concededme, os suplico, una vida exenta de la cátedra,
oculta, ciertamente, pero libre de males. Considero eso
mejor que estar en medio de quienes me son parejos,
sin que, por falta de cordura, consiga atraer a unos a
mi propuesta ni disentir de los otros. Que se promue­
va quien no sepa qué es una cátedra episcopal. É sta
cambiaría a muchos, de entre los buenos y de entre los
malos. Tomad una decisión al respecto. He dicho» 150•

Denuncias de Gregario contra los obispos conspiradores


e irrazonables (vv. 1680-1776)

Así hablé. Y rompieron a gritar, quién de una parte,

150. �n los vv. 1504-1679 «se censura vigorosamente la ligere­


za de los obispos que habían cambiado, sin razón, su parecer res­
pecto a él y que se dejaban engañar por las calumnias de sus ene­
migos. Gregario dice que se deben maldecir las maledicencias que
se acostumbre a difundir contras las personas moderadas y, en fin ... ,
que no es nuestro siglo el único en el que se usa ocultar las pa­
siones más indignas con el hermoso nombre de celo por la pureza
de la fe� QEAN LECLERCQ, en Bibliothi!que universelle et histori­
que, t. 18, Amsterdam 1960, p. 110).
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1680-1776 229

quién [1680] de otra, como un montón de corne¡as


encerradas en una misma jaula, turba de muchachos,
extraño almacén 151 , polvareda que el viento levanta.
Por reverencia a Dios y a la cátedra, ningún hombre
honorable habría considerado justo hablar con aquellos
individuos que vociferaban inconveniencias e inespera­
damente se precipitaban de modo directo sobre el ros­
tro, como si fueran avispas 1 5 2 •
Tras ellos arrastraban un corte de ancianos que de­
berían haber sido venerables 153• Muy poco faltaba para
que ocuparan el lugar de los jóvenes.
Atiende a lo aceptable de su razonamiento. Decían
que [1690] es necesario conformar los hechos al sol,
para que comenzaran éstos donde Dios nos iluminó
bajo apariencia humana. ¿ Lo cual qué significa? Apren­
demos a no creer en las estaciones, pero hemos de
convencernos de que la carne de Cristo es primicia
de todo nuestro linaje. No faltará quien diga que si
nació justamente donde brotó con fuerza la conjura,
allí fue también con ligereza entregado a la muerte de

1 5 1 . Cf. Or. XXVII, 9: PG 36, 36-37: «¿Por qué has creado


un almacén de impiedad?». Gregorio había empleado justamente
esa misma expresión algunos meses antes en la Anástasis refi­
riéndose a quienes usan la palabra para engañar y hostigar al pró­
Jimo.
152. Cf. Or. XXVII, 9: «¿Por qué despiertas a las avispas de
su nido?». Aquí se designa a los paganos. En La autobiografía Gre­
gorio aplica la misma imagen a ciertos padres conciliares que mues­
tran su oposición a sus consejos de pacificación.
153. Espectáculo lamentable el que Gregorio nos presenta a
cargo de ancianos insensatos. Sin embargo, aunque reprueba áspe­
ramente su conducta, permanece respecto a ellos tan caritativo
como discreto. Nunca cita, en efecto, el nombre de los obispos
condenados.
230 GREGORIO NACIANCENO

la que proviene la resurrección, [ 1 700] y de ésta la


salvación 154 •
¿No habría sido más razonable que quienes pensa­
ban así hubieran cedido ante los que, como ya he dicho,
conocían bien la situación? A las claras se deduce cuán
soberbios eran en todo lo demás. ¿En qué? Aquella
dulce y bella fuente de la antigua fe, que había unido
en una única sustancia la naturaleza venerable de la Tri­
nidad y la sede de cuya escuela durante un tiempo se
estableció en Nicea, la veía yo tristísimamente entur­
biada por las aguas corrompidas de quienes son poco
seguros en la fe. Los mismos que mantienen lo que
agrada al poder, hombres ciertamente [171 O] imperiales,
y con los cuales hay que alegrarse si se mantienen im­
parciales y no abiertamente adversarios. Obispos que
ahora comienzan a conocer a Dios: ayer maestros, hoy
discípulos; antes iniciadores y ahora de nuevo inicia­
dos. Los mismos que, mientras exhiben sus vicios ante
el pueblo, le hablan sin derramar una sola lágrima. No
sé cómo, pero lo hacen. Cosa ésta por demás extraña,
una descripción de males sin lágrimas.
Pero ellos son así. Se dice que todo es esclavo de
su época. [1 720] Mas, ¿qué placer hay superior al del
juego? Por lo común sucede que lo que no puede ob­
tenerse con fatigas, no hay manera ninguna de lograr-

154. Los obispos orientales, para justificar la pretendida supre­


macía en relación con los occidentales, afirmaban que eso quedaba
sancionado por haber nacido y vivido Cristo en Oriente. Gregario
les responde que Cristo, nacido entre los orientales, había sido en­
tregado a la muerte también por los orientales (cf. P. GALLAY, La
vie de saint Grégoire de Nazianze, Lion-París 1943, pp. 203-204).
El sentido alegórico es fuerte. Gregario presenta la muerte como
preludio no sólo de la unión con Cristo, sino también de la resu­
rrección de la carne. Cf. Rm 6, 4; 1 Co 15, 55.
AUTOBIOGRAF1A, vv. 1680-1776 231

lo, ni siquiera comprándolo con dinero. ¿ Qué hice en­


tonces yo, que en todo soy humano? Lo hice público
en las plazas por voz del pregonero. Fui gritando a
todos: «Entre aquí quien lo quiera, aunque haya cam­
biado dos o tres veces de fe. Está abierto el mercado.
Nadie se vaya sin haber comprado algo. Si el dado ha
cambiado -pues nada hay más veleidoso que la fortu­
na- tienes buena suerte en el juego, volvamos a pro­
bar. La entrega [1 730] a una sola fe no es de personas
inteligentes, sino más bien el conocer muchos caminos
de salida en la vida».
¿Qué se saca de aquí? Lo de aquella antigua y ardua
visión en sueños presentada: oro, inmediatamente des­
pués plata, bronce, hierro, ladrillos de barro en los pies.
Temo que un guijarro todo lo derribe. A los moabitas
y a los ammonitas 155, a los cuales en el pasado no les
era lícito entrar en la iglesia, les está ahora permitido.
Y tú, ¿no aprobabas antes tales cosas? Bien puedes de­
cirlo. ¿Quién presidía entonces las reuniones? ¿ Eran
reuniones ? Y ¿de qué? Me resisto a decir (1 740] cosas
de las que me avergüenzo. Mandaban todos, lo que es
decir ninguno, porque la diversidad de jefes es anar­
quía. ¡Cuánto bien me hizo la enfermedad que tan a
menudo me retuvo en casa durante largos períodos,
porque pensaba en una sola cosa, en la muerte, que lle­
vaba consigo la liberación de todos los males! Lo que
establecí, tenga valor legal 1 56•

155. Pueblos colindantes con Israel a los que, por su vida li­
cenciosa, no les estaba permitida la entrada en el territorio de Is­
rael. Cf. Dt 23, 3·6; Gn 19, 30·38.
156. Gregario está enfermo y nadie preside la asamblea conci­
liar. A consecuencia de esa grave enfermedad, según el parecer de
GALLAY (cf. op. cit., pp. 204-205), Gregario hizo redactar su tes­
tamento. Dejaba todos sus bienes a los pobres y daba la libertad a
232 GREGORIO NACIANCENO

Había algunos obispos que, aun forzando su mar­


cha, apenas si conseguían llegar, (1 750] para los cuales
la libertad de expresión representaba algo todavía. Ser­
víales de excusa su ignorancia del mal, engañados por
la complejidad del dogma, aunque era piadosa la pre­
dicación que se hacía en público: un hijo diferente de
sus padres.
Admitiré esa turba de quienes obtienen ganancia de
Cristo, cuando haya quien contamine mezclándola la
pura fragancia de la mirra. Pues la participación en el
mal es más fácil que en el bien.
Ni a éstos les gustaba el innovador, que así llaman
los conspiradores a los prudentes, [1 760] ni ellos al in­
novador. Sucedió entonces lo mismo que hicieron Lot
y el patriarca Abraham 157: uno tomó un' camino y el
otro el opuesto, para no dejar que se interpusiera entre
ellos la abundancia de riquezas. ¿Qué necesidad hay de
decir con cuántos y con qué discursos mis queridísi­
mos amigos 158 quisieron tentar mi vejez? Me daban, sí,
la cátedra, pero me exigían, ay de mí, la fidelidad a la
misma. ¡Pedirle a Gregario ser fiel! Ellos son fieles
[1 770] tramando males. La fidelidad es una palabra, pero
querían servirse de mí como de correo para todas sus
empresas. ¿Para todas? ¿Quién fue el que imaginó tan­
tas mentiras? ¿Quién el que decía que la multitud, no
el Verbo de Dios, habría de llevarme al triunfo? Antes
manarán hacia arriba las aguas de las fuentes e inverti-

un gran número de esclavos que trabajaban a su servicio. Cf. PG


37, 389-396.
157. Gn 13, 5-9.
158. En sentido irónico, obviamente. Pedir un favor ilícito a la
persona de la que uno se declara amigo, significa demostrar clara­
mente cuán falsa e interesada es la declaración de ese sentimiento.
AUTOB!OGRAF!A, vv. !777-!855 233

rá su trayectoria el fuego que yo traicione cualquier


cosa que toque a mi salvación.

Gregario, calumniado por los obispos retardatarios, deja


la presidencia del Concilio con un memorable discurso
(vv. 1777-1855)

Comencé entonces a alejarme de en medio de la


multitud y eso de forma manifiesta.
Incluso cambié de casa, evitándome así la proxi­
midad del templo. Me alejé de la malicia de los dis­
cursos y las reuniones, si bien no pude rehuir a quie­
nes [1780], movidos por el cariño que sentían hacia
mí, me hacían llegar su tristeza. Por no hablar de
otros, personas del pueblo llano acudían a mí supli­
cantes y gritaban, levantaban las manos al cielo, llo­
raban y se dolían como si ya hubiera muerto. ¡Qué
sufrimiento! ¡Cuántas lágrimas! ¿ Quién habría podi­
do resistirlo? ¿Con qué ánimo? Oía cómo me decían:
¿Vas a abandonarnos a nosotros, tu espiga antes apenas
granada y hoy mies abundante? ¿Dejarás al pueblo
que era tu compañero, al que permanecía [1 790] junto
a tus puertas, único digno de que le fueran franque­
adas, o que, ya dentro de tu casa, expulsaba de ella
a los extraños? ¿ De quiénes te alejas? ¿Quién llevará
a término este feto que te pertenece? ¡Presta honor a
los trabajos que te agotaron! ¡Concédenos a nosotros
y a Dios lo que te quede de vida! ¡Sea en este tem­
plo donde tu vida concluya! A pesar de que tales cosas
me conmovían, resistía aún. Al poco, me concedió
Dios la solución. De pronto, llamados como para
fomentar los propósitos de paz, llegaron egipcios y
macedonios, trabajadores de las leyes y los [1 800] mis­
terios de Dios, trayendo consigo contra mí un recio
234 GREGORJO NACIANCENO

viento de Occidente 1 59• Se les oponía un pueblo que


razonaba a la manera de los orientales. Rechinando
ferozmente los dientes, como fieras, con la mirada tur­
bia y los ojos inyectados en sangre, se embestían mu­
tuamente. En el curso de las numerosas discusiones,
motivadas más por la ira que por una serena refle­
xión, sometían a airada controversia mi caso, inter­
pretando torcidamente cánones [18 10] caídos en desuso
hacía tiempo y que, en su mayoría, no me afectaban
o, al menos, no claramente 1 60• Obraban de ese modo
no tanto por encono contra mí, ni porque tramaran
conceder la cátedra a otro, cuanto para dañar a los
partidarios de mi elección como presidente, conven­
cidos de que ellos me persuadían mediante secretos
delatores. Pues decían que no eran tolerables ni la
ofensa que antaño padecieron ni la que se seguía de
los acontecimientos más recientes 16 1 •
Mientras tanto, yo, tascando el freno como un cor­
cel 162, aunque cargado de injurias y consumido por la
enfermedad, no dejaba de piafar [1820] y, deseando los
pastos y mi soledad, veíame humillado por la fuerza de
las bridas. Cuando al final resolvieron contestar a mis
palabras, como nunca habría podido convencer a quie-

159. O sea, eran favorables a Paulino.


160. Se le acusaba de haber dejado las cátedras episcopales de
Sásima y Nacianzo, en violación del XV canon del Concilio de Nicea,
para pasar a la de Constantinopla, por sed de poder ambicioso. Re­
almente, Gregorio en Sásima no había puesto nunca el pie y, en Na­
cianzo, había sido simplemente auxiliar de su anciano padre o, a la
muerte de éste, lo había sustituido provisionalmente, a la espera del
nuevo obispo solicitado (cf. A. PUECH, op. cit. , I!I, p. 334, nota).
161. Muchos obispos se declaraban nicenos, tras haberse opues­
to a los obispos egipcios que contestaban la elección de Gregorio,
afirmando hacerlo por obediencia a la cátedra de Alejandría.
162. Gregorio toma esta eficaz imagen de HOMERO (IL VI, 506).
AUTOBIOGRAF(A, vv. 1777-1855 235

nes, digo la verdad, se movían por ambición de poder,


rompí las ligaduras y atrapé gustosamente la ocasión
que se me presentaba. Era aquélla mi oportunidad y
puesto en medio, pronuncié el siguiente discurso: «Va­
rones a quienes Dios reunió para que adoptárais una
decisión que fuera de su agrado y que, por otra parte,
me afecta, escuchad este segundo discurso mío [1830].
De poco interés, al menos para esta magna asamblea,
habría de ser la descripción de mis hechos, aunque yo
quisiera gloriarme de ellos. Elevad, por tanto, vuestro
ánimo a cosas de más envergadura. Venid a una misma
decisión, uníos tras tanto tiempo. ¿Hasta cuándo
vamos 163 a constituirnos en objeto de irrisión, como pa­
ganos, sabedores de una sola cosa, que hay vientos de
batalla? Estrechaos con vigor las diestras de la concor­
dia. Me constituyo en profeta Jonás. Me entrego para
la salvación de la nave, aunque no soy yo el respon­
sable de esta tempestad. Tomadme [1 840] y arrojadme
en medio de la furia del clero. Desde los abismos, una
ballena me acogerá hospitalariamente. Comenzad, desde
este mismo momento, a estar de acuerdo. Poneos en
camino para dirimir cualquier otra cuestión. Que éste
sea llamado el lugar de la abundancia 164• Tal mi gloria.

163. El plurale sociativum nos permite percibir la modestia y


la caridad cristiana de nuestro autor. Cf. Or. II� 106: PG 35, 505;
Or. XXII, 4. 14: PG 35, 1 1 36-1148.
164. Isaac dio ese nombre al lugar en que sus siervos dejaron
de litigar con sus vecinos, los pastores de Guerar. Tras haber ex­
cavado dos pozos, de los cuales dio a uno el nombre de Injusticia
y a otro el de Enemistad, se trasladó de allí y excavó un tercer
pozo, por el que no hubo contienda, por lo que le llamó con el
nombre de amplio espacio, diciendo: Ya el Señor nos ha dado un
espacio libre para que podamos prosperar en el país (Gn 26, 22). Se
trata de un óptimo paralelo para indicar la alegría de alguien que,
236 GREGORIO NACIANCENO

Para quienes quieran seguirme, fijo como único casti­


go el de que combatan por la defensa de las sedes. Si
pensáis de ese modo, nada habrá que sea difícil. Con­
tra mi voluntad fui instaurado en la cátedra: [1 850) la
dejo ahora contento. También mi cuerpo me mueve a
hacerlo. Soy deudor de una sola muerte y es Dios quien
la posee. ¡Oh, Trinidad mía, de ti sólo me preocupo!
¿Contarás con una lengua idónea para tu defensa o, al
menos, con una lengua que sea libre y esté llena de
celo? Adiós y recordad mis fatigas» 165•

Gregorio se despide de Teodosio y de los fieles de Cons­


tantinopla, aspirando a la vida contemplativa (vv. 1856-
1949)

Dije esas cosas. Ellos se pusieron de rodillas. Salí


entre sentimientos de alegría y tristeza. Alegre porque
había alcanzado una cierta descarga de mis fatigas. Tris­
te porque no sabía qué habría de ser de mi pueblo.
¿Quién, privado de sus hijos, no se apena? Así es­
taba yo. [1860) Lo saben ellos y Dios. Muchas cosas

finalmente, se siente libre de cualquier agobio, de toda dura conti­


nencia y vigilancia.
165. En 27 versos (1828-1855} Gregario retoma así su dimisión
ante los obispos antes de ir a buscar el asentimiento y ratificación
del emperador. Mientras que en La autobiografía el autor da a en­
tender que su dimisión fue motivada por la contestación padecida
entre los obispos conciliares, no sucede lo mismo en la Or. XLII:
PG 36, 457-492. También en el 362 y en el 363 Gregorio se dio a
la fuga. Puede pensarse que el discurso citado haya sido escrito tras
la partida, hacia el invierno del 381-382. Gregario pronuncia el dis­
curso de adiós en la iglesia de Santa Sofía, dirigido a Jos obispos,
al clero y al pueblo.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1856-1949 237

quedan más en las tinieblas que en la luz: la ruina de


los jóvenes, la corrupción, las insidias del abismo. Que
otros las cuenten. Yo permaneceré callado. No dispon­
go de tiempo para contemplar las turbias maquinacio­
nes de los hombres si quiero cultivar la sencillez de co­
razón de la que proviene la salud y que es lo único a
lo que dedico mi exposición. Sin embargo, sé que, con
su asentimiento, los obispos me honraron en demasía.
Un reconocimiento como ése la patria lo reserva [1870]
a sus preferidos. É sa era la situación. Pero, ¿cómo había
de comportarme con el emperador? ¿Me postro? ¿Me
arrodillo? ¿Me busco intercesores entre mis amigos,
sobre todo entre los poderosos, entre algunos de ellos
que me dispensaban su afecto? ¿Le cojo la mano? ¿Pro­
nuncio palabras de súplica? ¿O acudo al oro, señor po­
derosísimo, para no caer desde cátedra tan alta? Dejo
tales cosas a hombres más hábiles que yo. Por mi parte,
tal y como estaba 166 me acerqué a la púrpura 1 67 y, en
presencia de numerosos espectadores, [1 880] dije: «Es­
pléndido soberano: también yo, emperador altísimo,
quiero pedir un don a tu omnipotencia. N o solicito
oro, ni tablillas resplandecientes, ni el enriquecimiento
de la mística mesa, ni ninguna dignidad o cargo en tu
corte para mis parientes. Queden esas demandas para
quienes atienden a cosas menores. Otra cosa pido que
se me otorgue: alejarme un poco de la envidia 1 68• Deseo
servir a las cátedras, pero de lejos. [1 890] Estoy cansa­
do de ser odiado por todos, incluso por mis amigos,

166. Con los ornamentos sagrados de que los obispos se re­


vestían en las reuniones conciliares y en las funciones litúrgicas,
como testimonio de un feliz matrimonio entre deferencia y orgullo.
167. A Teodosio, vestido de la púrpura imperial.
168. Cf. nota n. 89.
238 GREGORIO NACIANCENO

porque no puedo dirigir mi mirada sino a Dios. lm­


pónles una amistosa concordia y que depongan sus
armas, si no por temor a Dios y a su castigo, al menos
en honor a ti. Tú que sometiste la invencible ferocidad
de los bárbaros, planta la enseña de la batalla incruen­
ta. Pregunta a mi ancianidad, a la par que te señalo las
canas y los sudores [1 900] vertidos por Dios, cuánto y
qué permanentemente ha padecido por el mundo. Ten
presente que contra mi voluntad me establecieron en la
cátedra».
Aplaude el emperador en presencia de todos y tam­
bién los demás aplauden y consigo gracia. A duras penas,
según dicen, pero la obtengo. ¿Qué me queda tras tan­
tos males? Convencer a todos para que de grado acep­
ten lo resuelto y para que, por amor a mí y odio al
mal, no se permitan siquiera el menor pensamiento de
arrogancia. Acariciaba, alababa, reconciliaba junto al altar
a los malvados, los extranjeros [1910], los jefes del pue­
blo, del antiguo y del que recientemente ha sido ad­
quirido para nuestra fe, mientras que muchos, especial­
mente de entre los obispos que habían quedado viva­
mente heridos, no lograban soportar la marcha de su
padre. Eran, en efecto, numerosos los que, al tener no­
ticia de lo acordado, se agitaban como heridos por un
rayo, tapándose los oídos y retorciéndose las manos, sin
conformarse a ver con sus propios ojos el espectáculo
de alguien sentado en mi lugar sobre mi cátedra. Ter­
mina aquí mi discurso. Miradme como un cadáver·169•
¡Prodigio! Un vencido coronado de victoria [1 920] que,
en lugar de una cátedra y de vana arrogancia, posee a
Dios y a amigos llenos de Dios. La voz a las calum-

169. Gracías al oxímoron, la metáfora fúnebre evoca con ex­


presividad las miserias de la vida.
AUTOBIOGRAFÍA, vv. 1856-1 949 239

nías: regocijaos, exultad los sabios, cantad mis infortu­


nios en las reuniones, en los banquetes, en los templos.
Cantad victoriosos, como gallos, batiendo las alas, per­
maneciendo erguidos, levantando entre los necios la ca­
beza. Por voluntad de uno solo, habéis quedado todos
vencedores. ¡Con sólo que uno quiera, ay envidia! Li­
bradme de ella, gloriándoos como si hubiera sido [1930]
expulsado. Pero si ése no hubiera querido, habríais de
arrepentiros de vuestra torpeza, vosotros los que ayer
me pusísteis en la cátedra y hoy me expulsáis de ella.
¿Qué podrá sucederme si huyo? Estaré con los ánge­
les. Pase lo que pase, nadie podrá dañar mi vida, ni si­
quiera tocarla. Me uniré a Dios. Como viento vacío pa­
sará la lengua. Yo, que unas veces he sido vituperado
y elogiado otras, estoy saciado ya de todo eso. Quie­
ro vivir mi soledad lejos de los malvados, donde pueda
buscar a Dios [1940] a solas con mi mente, allí donde
se encuentra la dulce esperanza de las cosas celestiales,
alimento de los ancianos. ¿Con qué contribuiré a las
Iglesias? Con mis lágrimas. A ellas me condujo Dios,
cuando dispuso rodear mi vida de tantas peripecias. Y
vosotros, que fuisteis mi aventura, ¿a dónde llegaréis ?
Dímelo tú, Verbo de Dios. Ruego que sea a aquella
casa que no conoce la ruina, donde habita mi Trinidad
y a aquella luz 170 por la que desde sombras oscuras
surjo ahora.

170. Véase La fuga cap. 36, nota n. 82.


ÍNDICES
ÍNDICE B ÍBLICO '
'

La fuga

Génesis 14, 2: 53.


1, 26: 22. 32, 15: 90.
2, 9: 25.
3, 24: 25. Josué
27, 21: 103. 4, 9: 49.
5, 14: 88.
Éxodo 22, 2: 1 13.
7, 11: 41.
19, 12-13: 92. Jueces
24, 15.18: 92. 2, 2: 113.
29, 29.33: 95. 6, 10: 113.
30, 10: 94.
31, 1 1 : 94. 1 Samuel
3 1 , 18: 92. 1, 1 9-28: 49.
2, 12-14: 93.
Levítico 2, 22-25: 93.
8, 31: 94. 7, 5.9: 88.
10, 1 -2: 93. 10, 1: 88.
21, 17-23: 94. 10, 1 1 : 8.
10, 22: 111.
15, 26: 113.
Números
16, 16: 88.
1 , 2-47: 99. 17, 14: 1 17.
20, 17: 34. 17, 49: 88.
31, 3-35: 99. 19, 24: 8.

Deuteronomio 2 Samuel
2, 34: 79. 6, 6-8: 93.
7, 6: 53. 7, 8: 113.

*Los números se refieren a los párrafos y no a la página.


244 fNDICE BfBLICü

2 Crónicas 80, 1 1 : 95.


6, 19: 1 13 86, 7: 1 1 7.
91, 13: 49.
Esdras 103, 6: 76.
5, 1 : 11. 103, 15: 46.
6, 14: 11 . 105, 39: 79.
105, 41: 83.
106, 32: 1 15.
Nehemías
106, 40: 78.
9, 19: 113
109, 3: 117.
112, 7: 1 1 7.
Salmos 117, 19: 79.
2, 1 : 25. 1 18, 24: 115.
10, 7: 79. 118, 103: 77.
1 1 , 2: 58. 1 1 8, 131: 95.
11, 7: 96. 125, 2: 95.
13, 3: 79. 128, 3: 84.
16, 5: 95. 136, 6: 95.
17, 12: 76. 138, 8: 108.
17, 34: 95. 139, 3: 79.
21, 1 1 : 77. 140, 4: 20.
25, 7: 76. 140, 6: 77.
26, 4: 97. 142, 5: 104.
28, 9: 1 1 7. 143, 1 : 88.
36, 7: l. 144, 13.17: 95.
36, 27: 14.
39, 3: 91, 95. Proverbios
43, 1 1 -12: 83. 1, 28: 1 13.
45, 1 1 : 99. 2, 3: 77.
49, 14: 95. 4, 25: 95.
50, 19: 95. 4, 27: 34.
54, 8-9: l. 14, 10: 57.
56, 9: 95. 14, 30: 57.
64, 1 1: 90. 15, 7: 95.
67, 12: 117. 16, 24: 77.
67, 36: 1 17. 22, 20: 96.
68, 3: 91. 25, 3: 74.
72, 8: 41. 25, 12: 95.
72, 23: 1 17. 26, 12: 50.
72, 24: 1 17. 27, 23: 34.
77, 70: 1 1 7. 29, 20: 73.
íNDICE BfBLICO 245

Eclesiastés 58, 5: 59.


1, 18: 75. 66, 1: 74.
3, lss.: 103.
7, 23-24: 75. Jeremías
10, 5: 50. 1, 5: 67.
10, 16: 73. 2, 8: 68.
2, 21: 90.
Sabiduría 3, 14: 90.
5, 16: 90. 3, 15; 117.
7, 25: 98. 3, 17-18: 117.
7, 26: 7, 98. 8, 23: 67.
9, 1-2: 75. 10, 21: 68.
1 1, 16: 90.
Eclesiástico 12, 10: 68.
3, 9: 116. 23, 1-2: 68.
25, 9: 50. 25, 34: 68.
32, 34: 68.
Isaías
1, 22: 46. Lamentaciones
3, 4: 56. 1, 20: 90.
3, 7: 56. 3, 28: 90.
3, 12: 56.
6, 6: 56. Ezequiel
6, 10: 95. 3, 18: 1 13.
8, 19: 46. 3, 20: 46.
8, 21: 56. S, 1 1 : 1 13.
9, 14: 56. 7, 26: 65.
9, 15: 56. 13, 15: 65.
19, 11: 56. 14, 5: 65.
29, 4: 46. 14, 14-20: 89.
29, 14ss.: 108. 1 7, 1 1 : 88.
40, 2: 56. 22, 24-25: 65.
40, 12: 74. 22, 26-27: 65.
40, 18.25: 74. 28, 12: 90.
45, 3: 96. 33, 2-6: 64.
50, 4: 95. 33, 8: 46.
50, 5: 95, 115. 33, 9; 64.
52, 5: 86. 34, 2-4: 66.
53, 4: 55. 34, 8.10: 66.
53, 7: 1 15. 34, 1 1.12: 66.
54, 13: 8. 36, 3: 83.
246 fNDICE BfBLICO

Daniel 1, 14: 60.


13, 5: 64. 2, 15: 60.

Oseas Ageo
t, 4: 57. 2, 1 1-J4; JI.
3 , 4: 4, 57.
4, 6: J 13. Zacarias
4, 7: 90. 3, 1-10: 62.
4, 9: 82. 5, 1: 62.
5, 1-2; 57. 7, 3ss.: 62.
6, 5: 57. 10, 3: 63.
7, 7: 57. 11, 3: 63.
8, 4: 57. 1 1 , 4-6: 63.
JO, 1: 90. 1 1, 15: 1 17.
11, 17: 1 1 7.
Joel 13, 7: 63.
1, 9: 59.
1, 13: 59. Malaquías
1, 14: 59. 1, 6: 61.
2, 16: 59. 1, 7-8: 61.
2, 17: 89. 2, 5: 61.
3, 11: 82. 2, 6-7: 61.
2, 7: 61.
Amós 2, 13: 61.
5, 10: 20.
Mateo
Jonás 5, 15: 72.
1, 3: 103. 5, 20: 70.
7, 6: 41, 79.
Miqueas 7, 26-27: 73.
2, 3: 90. 8, 17: 55.
3, JO: 58. 10, 9-10: 69.
3, 11: 58. 1 1 , 30: 1 10.
3, 12: 58. 12, 39: J09.
7, J-2: 58. 13, 5-6: 73.
7, 3: 58. J5, 20: 8.
7, 4: 58. 16, 24: 99.
18, 6: 2.
Abacuc 22, 1 1 ·13: 77.
1 , 2-4: 60. 23, 7: 49.
1, 5: 60. 23, 24: 70.
fNDICE BfBLICO 247

23, 26: 70. 15, 19: 56.


23, 27: 70. 15, 33: 117.
23, 33: 70.
25, 15: 72. 1 Corintios
1, 4: 54.
Marcos 1, 24: 98.
9, 24: 2. 1, 30: 98.
2, 6: 45.
Lucas 2, 7: 54, 99.
6, 49: 73. 2, 10: 79.
8, 6: 50. 2, 13: 96.
12, 42: 35. 2, 16: 96.
14, 28: 101. 3, 1-2: 45, 99.
17, 2: 2. 3, 2: 54.
24, 32: 96. 3, 9: 26.
3, 12-14: 10.
Juan 3, 22-23: 54.
1, 9: 36. 4, 1 : 26, 54.
1, 9: 98. 4, 4: 98.
3, 19-21; 36. 4, 9: 53, 84.
6, 45: 8. 4, 12: 53.
8, 40: 98. 4, 15: 54.
9, 5: 36. 4, 21: 54.
1 1, 25: 98. 5, 5: 54.
14, 6: 98. 6, 1: 79.
7, 1-16: 54.
Romanos 7, 9: 54.
1, 8: 54. 8, 1 : 55.
1, 9: 54. 8, 6: 14.
2, 24: 86. 9, 2: 90.
2, 25-29: 54. 9, 1 1 : 55.
2, 28-29: 54. 9, 18: 53.
6, 6: 97. 9, 20: 55.
6, 13: 95. 9, 22: 51.
7, 6: 97. 9, 27: 55.
7, 23: 91. 10, 4: 98.
9, 3: 55. 12, 8: 54.
11, 33: 107. 12, 29: 8.
12, 1: 95. 13, 2: 21.
13, 1-7: 54. 13,12: 55.
14, 2: 45. 14, 2: 95.
248 ÍNDICE BÍBLICO

14, 24: 8. 3, 3: 54.


14, 25: 21. 3, 16-17: 22.
14, 28: 7. 4, 11: 3.
15, 9: 54. 4, 13: 45.
15, 41 : 15. 4, 14: 42.
15, 51: 54. 4, 15: 3, 98.
4, 16: 3.
2 Corintios 5, 22-23: 54.
2, 8: 54. 5, 27: 1 1 7.
2, 16: 46. 5, 30: 99.
2, 17: 46. 6, 1-4: 54.
3, 6: 48. 6, S-9: 54.
3, 6-8: 92. 6, 11: 88.
4, 10: SS. 6, 12: 17, 84.
4, 17: 75.
5, 4: 95. Filipenses
6, 16: 97. 1, 23-24: 54.
10, 12-13: 14. 2, 7: 23, 98.
1 1, 2: SS. 3, 3: 87.
1 1 , 6: 55. 3, 7: 14.
1 1 , 16: 3. 3, 8: 56.
1 1 , 21: 55. 3, 21: 91.
11 , 23: 77. 4, 1: 54.
1 1 , 26: 53. 4, 13: 45.
11 , 28: 53.
1 1 , 29: 53.
Colosenses
12, 2-4: 56. 1, 15: 98.
13, 3: 54.
1, 18: 98.
2, 19: 45.
Gálatas
3, 2: 55.
3, 1: 54.
3, 18-19: 54.
3, 13: 55. 54.
3, 22:
3, 24: 23.
4, 1: 54.
4, 19: 103.
S, 17: 55.
6, 14: 56. 1 Tesalonicenses
1, 2: 54.
2, 19: 90.
Efesios
1, 23: 99.
2, 14: 1 17. 2 Tesalonicenses
2, 22: 97. 1, 3: 54.
1NDICE BÍBLICO 249

1, 4: 55. 12, 2: 23.


2, 13: 54. 12, 18-20: 92.
12, 22-23: 116 .
1 Timoteo
2, 7: 55. Santiago
3, 2-3: 69. 1, 26: 77.
6, 16: 5. 2, 19: 86.

2 Timoteo
1 Pedro
3, 8: 41.
2, 5: 116 .
3, 4: 21.
Tito
5, 2: 15.
1, 7.9: 69.
5, 4: 116.
2, 4: 53.
5, 6: 115.
Hebreos
5, 12: 45. 1 Juan

5, 14: 45. 1, 5: 36.


ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS ,_
La fuga

Abiud: 93. Bendición: 29, 103, 116, 1 17.


Abraham: 103. Boca: 61, 95.
Adán: 23, 32.
Ageo: 1 1 . Camello: 70.
Alma profana: 8. Captatio benevolentiae: 21.
Amenazas 'bíblicas: 23. Casa espiritual: 1 16.
Ammonitas: 79. Cesarea (de Palestina): 16.
Ancianidad: 18, 103. Cesáreo: 15-16, 19.
Ángeles: 7, 24, 53, 73, 84, 103. Comida: 45, 103.
Animal: 92. Controversias privadas: 83.
Annesis: 17, 18. Copas aparentemente limpias:
Arbitrio (libre): 18. 70.
Árbol (de la vida): 25. Cosas humanas: 7.
Arca: 93. Cristo: 23, 36, 38, 45, 51, 54,
Arcángeles: 73. 55, 56, 73, 77, 85, 86, 87,
Arianzo: 15. 96, 97, 99, 109, 115, 1 1 7.
Armadura: 88, 101. Cuerda suspendida: 34.
Arte de las artes: 16, 30. Cuevas de serpientes y fieras:
Arte de los vasos: 47. 60.
Arte del pastoreo: 34. Cuidado de las almas: 16, 52.
Arrio: 37.
Ateísmo: 37. David: 1, 49, 52, 58, 88, 1 1 7.
Atenas: 16, 17, 22. Designio (de Dios): 107.
Desobediencia: 6, 24, 1 1 1, 112,
Babilonia: 64. 113, 1 15.
Ballena: 106, 109. Desvergüenza: 79.
Basilio: 16, 17, 22. Disputas doctrinales: 23.
Belén: 24. Doctrina trinitaria: 24.

*Los números en cursiva se refieren a las páginas de la Intro­


ducción. Los demás a los párrafos.
252 ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

Economía soteriológica: 32. Labios: 95.


Ecumenicidad de la Iglesia: 27. Lengua: 95.
Ejemplos del pasado: 105. Leño: 25.
Elí: 93. Logoi: 14.
Enfermedades de la teología: Logos: 15.
37. Luz: 36, 76.
Escándalo: 2, 19, 21.
Escribas: 49, 70.
Madero: 25.
Espada: 63, 64.
Majestad universal: 74.
Exhortación: 31.
Mal: 1 1 .
Maligno: 78, SS.
Fariseo: 70. Mambré: 41.
Fieras: 44, 60, 89. Mano extendida: 25.
Filósofos hasta el cinturón: 49. Manos trabadas: 25.
Marino: 1 OO.
Gorgonia: 15. Medicina de los cuerpos: 16,
Gregorio el Viejo: 15. 22.
Guerra exterior: 87. Miqueas: 58.
Guerra interior: 91. Mirada de Dios: 107.
Moabitas: 79.
Helí: 93. Moisés: 41, 52, 88, 92, 93, 1 14.
Hombre sabio (Orígenes): 107. Morada de los bienaventura-
Honda: SS. dos: 1 1 7.
Hoz: 62. Mosquito: 70.

Biria: 56. Nadad: 93.


Imagen: 22. Naufragar (peligro de): 22.
Impiedad: 20 60, SO, 93. Ninivitas: 106.
Impudicia: 23. Nombres de Cristo: 98.
Ingenuidad: 35. Nonna: 15, 16.
Insurrección: 25. Nostalgia: 21, 102.
Iris: 24. Nueva mezcla: 23.

Jannes: 41.
Jerarquía: 21, 28. Obediencia: 21, 31, 32, 41, 106,
Jerusalén: 56, 58, 59. 1 1 3, 1 1 6.
Jonás: 21, 106, 107, 109, 1 1 0. Ojos (de los hombres): 20.
Jope: 107. Olas: 91, 100.
Judaísmo: 37. Oseas: 57.
Juliano: 16. Oza: 93.
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 253

Pablo: 23, 51, 52, 53, 56, 69, Samuel: 49, 52, 88.
84. Sara: 103.
Panal: 77. Sásima: 22.
Pastor: 9, 23, 34, 65, 66, 68, Saúl: 8, 1 1 1 .
1 16, 1 1 7. Sembrar entre piedras: 50.
Pecho descubierto: 20. Serafín: 56.
Pedro: 51. Serpientes: 70.
Perdón: 1 10, 1 15. Serpiente sorda: 20.
Persuasión: 15. Sepultura: 25, 106.
Pesebre: 24. Soledad: 6, 18, 90.
Plectro: 95.
Politeísmo: 36, 37.
Porrillos generosos: 30. Tablas: 92.
Presidencia: 52, 71, 1 1 1 . Tabor: 57.
Primer pastor: 1 16. Tanis: 56.
Proemio: 21. Tarso: 107.
Profetas: 23. Temor (de Dios): 79.
«Teólogo»: 24.
Theoria y praxis: 29.
Rabbi: 49.
Realidades divinas: 7. Tiempo: 103.
Reproches: 32. Trenos: 88.
Resurrección: 25. Trinidad: 36, 37.

Sabelianismo: 25. Vanagloria: 7, 51.


Sabelio: 37. Vestidura nupcial: 77.
Sacerdore: 17, 19, 21, 23, 25, Vía real: 34.
JO, 31, 61, 62, 66, 73, 78, Víboras: 70.
82, 91, 95. Vida monástica: 21, 22.
Sacerdote, ángel del Señor: 61. Vida tranquila: 6.
Sacerdote, tabernáculo de: 97. Violencia: 1 S.
Salomón: 50, 73, 75. Vista de Dios: 20.
ÍNDICE B ÍBLICO <·

Autobiografía

Génesis Salmos
6, 14-21: 1081. 38, 60: 91.
8, 13-19: 1081. 90, 13: 822.
13, 5-9: 1 762.
19, 30-38: 1737. Eclesiastés
26, 22: 1844. 6, 16: 1616.

Éxodo Sabiduña
14, 21, 22: 188. 1 1 , 24: 816.
17, 10-13: 189. 14, 6: 1081.

Deuteronomio lsafas
23, 3-6: 1737. 59, 5: 822.

Jeremías
Josué
6, 6-20: 192. 7, 12: 91.
26, 16: 91.
Jueces
Daniel
16, 19-20: 920.
3, 49-50: 675.
6, 17-28: 675.
1 Samuel
1, 10-11: 72 Jonás
1, 28: 91. 2, 1-10: 675.

1 Reyes Malaquías
18, 18-46: 293. 3, 1-23: 292.

* Los números se refieren a los versículos y no a la página.


256 ÍNDICE BÍBLICO

Mateo 2 Corintios
5, 14: 831. 6, 15: 823.
1 1 , 10: 292.
17, 10-13: 292. Colosenses
21, 41: 999. 2, 9: 641.
24, 37-39: 1081.
1 Pedro
Lucas
3, 20: 1081.
1, 17: 292.
5, 2: 1284.
10, 19: 822.

Romanos 2 Pedro
6, 4: 1699. 3, S-6: 1081.

1 Corintios Apocalipsis
15, 55: 1699. 20, 1-6: 610.
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS *
Autobio grafía

Aarón: 507. Ballena: 1 842.


Abraham: 53, 1763. Basilio: 225, 355.
Abundancia: 1844. Belial: 823.
Acolio: 147. Beneficio: 1667.
Acto tiránico: 345. Bonanza: 1619.
Administrador extraño: 1484. Bosio: 136.
Agua piadosa: 598.
Aguas lustrales: 164. Cadáver: 1919.
Alejandría: 128, 890, 1 0 1 3 . Cadáveres: 33.
Amrnonitas: 1737. Calamares: 1 199.
Anarquía: 1 744. Carmelo: 293.
Anástasis: 1079. Carne (de Cristo): 1695.
Ángeles: 1608, 1934. Cayado: 767.
Antioquía: 1574. Celos: 817.
Antístenes: 1032. Cervatillo-virgen: 863.
Apolinaristas: 140. Cisma (de Antioquía): 140, 146.
Aquileya (Concilio de): 144. Ciudades-madre: 459.
Arca (de Noé): 1081. Cómitres: 140.
Arca antigua: 1368. Concilio ecuménico: 145.
Arco: 1297. Concordia: 1 576, 1893.
Arrío: 578. Corcel: 1818.
Asesino: 1461. Corepíscopos: 447.
Áspide: 822. Cornejas: 1681.
Atenas: 2 1 1, 263, 416. Cone de los cabellos: 764.
Atleta: 1 127. Cosas celestes: 1042, 1949.
Avispa: 1686. Crates: 1033.

''Los números en cursiva se refieren a las páginas de la Intro­


ducción. Los demás a los versículos.
258 ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

Chipre: 131. Garganta sonora: 1 17.


Gigante: 1404.
Graciano: 138.
Dámaso: 138, 141.
Demófilo: 138, 142, 144.
Heracles: 975.
Devolder: 135, 137.
Herencia: 527.
Diáspora: 1 544.
Hermano: 368.
Diógenes: 1032.
Hombre afeminado: 750.
Discordia: 1538.
Homero: 131.
Doble peligro: 198.
Doble salvación: 207.
Ignorancia: 1617.
Doctrina piadosa: 658, 1513.
Incendío: 900.
Dos naturalezas: 650.
Iniciación: 1651.
Dos Romas: 563.
Iniciadores: 1714.
Dos soles: 563.
Jonás: 1838.
Edicto (de Teodosio): 138, 145.
Educación filosófica: 321. Lapidaciones: 665.
Egina: 209. Lengua charlatana: 983.
Egipcios (obispos): 1800. Leones: 408.
Elías (de Tesbi): 292. Libertad de expresión: 690.
Emperador: 1002, 1279, 1320, Lot: 1763.
1450, 1885, 1902. Luz: 1948.
Enfermedad: 1442, 1 745, 1819.
Enseña: 1 896. Macedonia: 1280.
Envidia: 335, 1545, 1660, 1 889, Macedonianos: 140.
1930. Macedonios (obispos): 1800.
Espada: 1394. Madero amargo: 961.
Estoa: 1034. Maldad: 802, 991.
Estudios de retórica: 133. Manes: 1 1 73.
Estudios literarios: 112. Mar Rojo: 746.
Etna: 1405. Máximo: 130.
Eunomianos: 140. Melecio: 1521.
Eurípides: 131. Mentiroso: 416.
Exploradores: 834. Mercaderes fenicios: 150.
Mirra: 1758.
Moabitas: 1 737.
Flautista: 909. Moderación: 1239, 1401, 1416.
Fleury: 131, 134. Mono: 409.
Fuente marina duke: 217. Montano� 1 1 74.
Fuentes: 1 774. Muerte: 1698.
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS 259

Novaciano: 1 1 75. Sicarios: 1 569.


Nueva herejía (Apolinar): 610. Simón el Mago: 1 1 67.
Sócrates: 1035.
Orden esfumado: 28. Sófocles: 131.
Soledad: 1940.
Padre vagabundo: 55.
Pájaro: 377. Taso: 875.
Parresía: 1659. Trampa: 1256.
Paulino: 1586, Tecla: 549.
Pedro de Alejandría: 858, 1015. Tempestad: 131, 1618, 1840.
Peripatéticos: 1034. Tesalónica: 1003.
Perro: 846, 894, 912, 914, 924, Tesoreros: 1481.
925, 926, 938, 974, 1004, Tillemom: 148.
1010, 1030. Timoteo: 147.
Placeres de la carne: 282. Toro (cola del): 126.
Pomo: 351. Trinidad: 579, 1060, 1 1 00,
Precursor: 294. 1 120.
Proconneso (mármol de): 877. Tristeza filosófica: 131.
Proteo: 808.
Punzón: 1015.
Una sola alma: 478.
Resurrección: 1699.
Rodas: 208. Valente: 138.
Verborrea: t 2 1 t .
Sagradas Escrituras: 790. Vía intermedia: 135.
Salvación: 1699. Vida activa: 302.
Samuel: 91. Vida eremítica: 124.
Sansón: 920. Vida extraña: 309.
Sásima: 135, 446. Vida tranquila: 216.
Segunda navegación: 497, 1638. Vida voluptuosa: 1444.
Segunda Roma: 1510. Viento de Occidente: 1 802.
Seleucia: 547. Virtud: 804.
ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN GENERAL ................................. 5

Gregorio Nacianceno
LA FUGA

INTRODUCCIÓN . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . • . • . . . . . . . . • . • . . . . . . . . • • . . . 15
a) La vida de Gregorio antes de la composi-
ción de •La Fuga» . . .. ,,,........ ... . .................... . 15
b) Ocasión del libro .......................................... 18
e) Estructura y resumen de la obra ............... 19
d) La cuestión trinitaria. Antecedentes ........... 24
e) Reflexiones de Gregario sobre la Iglesia ... 27
f) Dignidad, cargas y dotes que se requieren
en el sacerdocio . ....... ..................................... 28

TEXTO
1:'. Introducción ........ . . . . . .
....................... .. ....... . ........ . 33
2. El escándalo por una acusación injusta . . ....... 34
3. Ministros y fieles en la Iglesia . . . ..... .............. 34
4. La vida solitaria . . . . .. . .... ........ .... ............... ........... 35
5. Motivos de desdoro .......................................... 36
6. Las razones de su comportamiento . ..... ........ 37
7. Hablar con la propia alma . ............................. . 38
8. El servicio del altar . . . .
........ .... ............... ..... ....... 39
9. El pastor del rebaño . . .. . ............ ........... . ............ 40
1 O. El pastor de almas . . .. .... . ..
....... ....... .................. . 41
11. El contagio . .
........ .. .
..... ....... . . ........ ................. ...... 42
262 fND!CE GENERAL

12. Medicarse a sí mismo . . . . ........ .. .... ..... . . . . . . . . . . . . . ... 43


13. Medicarse a sí mismo . . . ..... ......... ... ................. .. 44
14. Sobresalir en la virtud . . ....... ........................... .. 44
15. Las diversas actitudes ........................................ 45
16. El arte de las artes ................................., . . .. ..... . 46
17. Herederos de la gloria celeste . . ...... .... ............. 47
18. La terapia médica .. . .. . . . .
...... . .. ............ . . ... ... . ..... . . 48
19. El egoísmo . . .... .. .
.................................. ............... 49
20. No hay excusa para el pecado ....................... 49
21. La terapia espiritual . . . . . . . ................................... 50
22. Llevar a Cristo a los corazones con la ayuda
del Espíritu Santo . . ..
................... ........... ............ 51
23. La unión de dos realidades distintas .. ... ........ 52
24. El nuevo misterio . .
.... .
........................... ........... . 53
25. El árbol de la vida . . . . ...... .................................. 54
26. Curar nuestros defectos y nuestras debili-
dades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . 55
27. Curar nuestros defectos y nuestras debili-
dades . .
. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... ........................ 56
28. La salvación del alma . .. . . ... ........... .. ......... ....... .. 57
29. Un análisis más cuidadoso . . .... ................ ......... 57
30. Variedad y diversidad de las terapias . . .......... 58
31. Alabanzas y reprensiones según el tiempo y
el lugar .. ..... . . . .
......................... .......... ..... .... ......... 58
32. Prudencia y decisión en los remedios . ........ .. 58
33. La terapia del alma no puede ser tajante ..... 59
34. Necesidad de una vida equilibrada . . . . . ........... 60
35. La difusión juiciosa de la palabra del Señor .. 61
36. Soberanía y bienaventuranza de la Trinidad .. 61
37. Tres opiniones teológicas dañinas . . . ......... ....... 63
38. Se ha de defender y profesar la unidad y la
trinidad de Dios . .. . .
....................... .... . .... ......... .. 64
39. La predicación es difícil: es necesaria la ayuda
del Espíritu . . ............... . ..... ........................... .... ... 65
40. Actitud caritativa hacia los herejes ................. 65
fNDICE GENERAL 263

41. Los soberbios, los ignorantes, los superficia-


les . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ........................... . . . . . . . . ............. 66
42. Necios, indolentes, incapaces, irresponsables,
presuntuosos . .. ....................... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ......... 67
43. La misión del escritor temeroso de Dios ..... 68
44. Simplicidad y versatilidad del educador espi-
ritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ......................... 68
45. Gradualidad de la educación espiritual ......... 69
46. Guardémonos de quienes falsifican la palabra
de Cristo ...... ...... ..... .... ....... ...... ..... ..... ..... .......
..... 70
47. Primero educados, después educadores ......... 71
48. Una antigua ley hebrea (Educarse en la inte-
ligencia de las Escrituras) .................................. 72
49. La educación debe ser permanente ................ 72
50. Necio es el hombre que se considera sabio .. 74
5 1 . La vanagloria obstaculiza la virtud . ...... ......... 75
52. Pablo testigo del cuidado de las almas ......... 75
53. Pablo mediador entre Dios y los hombres .. 76
54. Pablo sabía conciliar siempre benevolencia y
severidad ·············································-························..···· 77
55. Las tribulaciones son para Pablo el mejor
adorno .
......................... . .......... ............................. 79
56. Hagámonos imitadores veraces de Pablo ...... 80
57. jAy de los profetas ineptos!, dice Oseas . ... .. 81
58. jAy de los simoníacos!, grita Miqueas . ..... .... 82
59. Expiaciones de los sacerdotes indignos según
Joel .
.............. ............................... ......................... 83
60. Amenazas de Habacuc ...................................... 83
61. Amonestaciones de Malaquías ......................... 84
62. Zacarías reprocha a los sacerdotes . .. . . .... ... . .. .. 85
63. Otras amenazas de Zacarías .. . ..... ..... ............
... 86
64. Ezequiel contemplador e intérprete de los
grandes misterios .. ......... . ...
....................... .. ....... 87
65. Ezequiel amonesta a los pastores ................... 87
66. Pastores que se apacientan a sí mismos ........ 88
264 ÍNDICE GENERAL

67. Jeremías se lamenta de la maldad de los jefes .. 89


68. Impiedad y locura de los sacerdotes que se
olvidan de Dios ................................................. 89
69. Indicaciones de Jesús a sus discípulos ........... 90
70. No imitemos a los escribas y fariseos .......... 91
71. Responsabilidad que lleva consigo asumir un
cargo de gobierno . ........................................ ..... 91
72. Una sensata lentitud es preferible a una rapi-
dez imprudente .. . ............. .......... .............. .......... 92
73. La rapidez es más peligrosa en el hacer que
en el decir ........................................................... 93
74. ¿Quién podrá contemplar la Mente divina? .. 94
75. La sabiduría acrecienta el dolor . .............. ...... 95
76. La majestad, la altura y la dignidad del
sacerdocio descorazonan a Gregario .............. 96
77. Confesión de humildad: temor de no poseer
el vestido nupcial ............................................... 96
78. Dificultad del momento: la vacuidad del nom-
bre de sacerdote . . ............... .......... . . . . . ................. 97
79. Nos hemos hecho arrogantes e impíos . ....... . 98
80. ¡Cuánta generosidad ... en pecar! ..................... 99
8 1 . Confusión y violencias mutuas ....................... 1 00
82. ¡Felices quienes combaten por la verdad y por
ello son odiados! . . .......... ...... ............................. 100
83. En los enfrentamientos personales se deja de
lado el nombre de Dios ................................... 101
84. Los pecadores edifican sobre nuestras espal-
das........................................................................ 102
85. Combatir por Cristo, según sus reglas ......... 102
86. Los demonios tiemblan al nombre de Cristo.. 103
87. La muerte por Cristo, único camino para la
victoria . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
88. Virtud de los profetas (primera parte) 104
89. Virtud de los profetas (segunda parte) 104
90. La debilidad fue la causa de mi huida 105
ÍNDICE GENERAL 265

91. El sacerdote combate a diario contra las de-


bilidades de su cuerpo .................................. .. 106
92. La razón de mi miedo .................................. . 107
93. Ejemplos de impiedad castigada .................. . 108
94. Idoneidad para cumplir los sacrificios ........ . 109
95. Requisitos necesarios para servir dignamen-
te al Señor ........................................................ . 109
96. El pastor de las almas debe poseer el mismo
pensamiento que Cristo ................................. . 111
97. El pastor digno es morada viva de Cristo .. 112
98. El sacerdote participa de las prerrogativas de
Cristo ................................................................ . 112
99. Es difícil ser cabeza del cuerpo de Cristo .. 114
1 OO. Deseo de una vida simple y tranquila ....... . 1 14
101. Que cada uno obre según sus fuerzas ....... . 1 15
102. Las razones de mi regreso: el primer mo-
tivo ................................................................. . 1 15
103. Las razones de mi regreso: el segundo mo-
tivo .................................................................... . 1 16
104. Las razones de mi regreso: el tercer motivo .. 117
· 105. La Escritura es regla y modelo de acción .. . 118
106. El ejemplo de la huida de Jonás ................. 118
107. �unque huy�ndo, no ignora Jonás los de-
.

.
s¡gmos de D10s .............................................. .. 119
108. Nadie puede huir de Dios ............................ . 120
109. Pecado y redención de Jonás ....................... . 120
1 10. ¿ Hay •perdón para quien persiste en su re­
nuenc1a '1. ............................................................ . 121
1 1 1 . Desobediencia y frivolidad ........................... . 121
1 12. Mi pensamiento sobre esta cuestión ........... . 122
1 13. Utilidad del ejercicio de la obediencia ....... . 123
114. Diverso comportamiento de los padres anti-
guos ................................................................... . 123
115. Gregario, arrepentido, acepta la llamada de
Dios ................................................................... . 124
266 ÍNDICE GENERAL

1 16. Autoentrega de Gregorio a Dios y a la co-


munidad .
................................. .............. ............. 125
1 17. Gregorio se pone, confiado, en las manos de
Dios . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

Gregorio Nacianceno
AUTOBIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN 129

TEXTO
VV. 1-1 1 8 Proemio. Juventud y primeros
estudios ........................................ . 151
VV. 1 1 9-210 Una travesía peligrosa ............... . 156
VV. 2 1 1 -337 Estancia en Atenas. Amistad fra­
t7rna con Basilio. Regreso a Na-
ctanzo ........................................... . 160
VV. 338-438 La violencia paterna de la orde­
nación sacerdotal. La fuga al
Ponto y el regreso. La «traición»
de Basilio ..................................... . 168
VV. 439-525 El asunto de Sásima. La súplica
de su anciano padre .................. . 173
VV. 526-606 La fuga a Seleucia. Las dos Romas.
La locura de Arrío. Gregorio re-
clamado en Constantinopla ......... 177
VV. 607-749 La estancia en Constantinopla.
Las herejías trinitarias. Gregorio
lapidado y acusado de homici­
dio: Violencias y calumnias de los
arnanos ........................................ . 180
VV. 750-886 Máximo el Cínico, traidor astuto
y hábil. Obispos y mercenarios
egipcios correos de Máximo ...... . 1 86
1NDJCE GENERAL 267

vv 887-1000
. La noche de la impiedad: una ma­
cabra ceremoma. Culpable mge­
nuidad de Gregorio. La expulsión
de Máximo ..................................... . 194
vv. 1001 - 1 1 1 2 Últimos vanos asaltos de Máxi­
mo. Propósito de Gregario de
dejar Constantinopla .. . . . .......... . .. 199
vv. 1 1 13-1200 La victoria del dogma trinitario
sobre las herejías ...................... .. . 205
vv. 1201 -1276 La oratoria pacífica y persuasiva
de Gregario ..... . .. ......................... 208
vv. 1277-1395 Teodosio entra en Constanti­
nopla, restituye las iglesias a los
onodoxos y establece a Grego­
no en la sede episcopal metro-
politana ............................. . ........... 211
vv. 1396-1505 Atentado contra la vida de Gre­
gario y arrepentimiento del sica­
rio. Administración recta y aten-
ta de los bienes de la diócesis ... 216
vv. 1506-1617 Melecio preside el segundo con-
cilio ecuménico de Constantino-
pla (mayo-julio del 381 ) . Reper­
cusiOnes sobre el Concilio del
cisma de Antioquía y sabias su­
gerencias de Gregario .................. 221
vv. 1618-1679 Gregario intenta componer el
cisma de Antioquía .. . ................. . . 226
vv. 1680-1776 Denuncias de Gregario contra
los obispos conspiradores e irra-
zonables .......................................... 228
vv. 1777-1855 Gregorio, calumniado por los
obispos retardatarios, deja la pre­
sidencia del Concilio con un me-
morable discurso ....... . ........ . ....... 233
268 IND!CE GENERAL

vv. 1 856-1949 Gregario se despide de Teodosio


y de los fieles de Constantino­
pla, aspirando a la vida contem-
plativa ............................................ 236

ÍNDICES

ÍNDICE BÍBLICO (La fuga) .. . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . ... . . . . . . ... 243


ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS (La fuga) . .. . . . . . . . . . 251
ÍNDICE BlBLICO (Autobiografía) ... . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS (Autobiografía) .. 257
Editorial Ciudad Nueva
BIBLIOTECA DE PATRISTICA

1 - Orígenes, COMENTARIO AL CANTAR DE LOS CANTARES,


2.' Ed., 326 págs.

2 - Gregorio Nacianceno, HOMILíAS SOBRE LA NATIVIDAD,


2.' Ed., 154 págs.
3 - Juan Crisóstomo, LAS CATEQUESIS BAUTISMALES,
2.' Ed., 256 págs.

4 - Gregorio Nacianceno, LA PASIÓN DE CRISTO,


2.' Ed., 208 págs.
5 - San Jerónimo, COMENTARIO AL EVANGELIO DE SAN
MARCOS,
2.' Ed., 136 págs.

6 - Atanasio, LA ENCARNACIÓN DEL VERBO,


2.a Ed., en preparación.

7 - Máximo el Confesor, MEDITACIONES SOBRE LA AGONIA


DE JESÚS,
2.' Ed., 136 págs.
8 - Epifanio el Monje, VIDA DE MARIA,
2.' Ed., 200 págs.

9 - Gregorio de Nisa, LA GRAN CATEQUESIS,


2.' Ed., 172 págs.

10 - Gregorio Taumaturgo, ELOGIO DEL MAESTRO CRISTIANO,


2.' Ed., 176 págs.
1 1 - Cirilo de Jerusalén, EL ESPIRITU SANTO,
2.' E d., 108 págs.
12 - Cipriano, LA UNIDAD DE LA IGLESIA,
144 págs.

13 - Germán de Constantinopla, HOMILÍAS MARIOLÓGICAS,


196 págs.

14 - Cirilo de Alejandría, ¿POR QUÉ CRISTO ES UNO?,


138 págs.

15 - Juan Crisóstomo, HOMILÍAS SOBRE EL EVANGELIO DE


SAN JUAN,
356 págs.

16 - Nicetas de Remesiana, CATECUMENADO DE ADULTOS,


152 págs.

17 - Orígenes, HOMILÍAS SOBRE EL ÉXODO,


228 págs.

18 - Gregorio de Nisa, SOBRE LA VOCACIÓN CRISTIANA,


136 págs.

19 - Atanasio, CONTRA LOS PAGANOS,


128 págs.

20 - Hilario de Poitiers, TRATADO DE LOS MISTERIOS,


124 págs.

21 - Ambrosio, LA PENITENCIA,
144 págs.

22 - Gregorio Magno, LA REGLA PASTORAL,


420 págs.

23 - Gregorio de Nisa, SOBRE LA VIDA DE MOISÉS,


256 págs.

24 - Nilo de Ancira, TRATADO ASCÉTICO,


252 págs.

25 - San Jerónimo, LA PERPETUA VIRGINIDAD DE MARÍA,


104 págs.

26 - Cesáreo de Arlés, COMENTARIO AL APOCALIPSIS,


192 págs.
27 - Atanasio, VIDA DE ANTONIO,
150 págs.

28 - Evagrio Póntico, OBRAS ESPIRITUALES,


296 págs.

29 - Andrés de Creta, HOMILIAS MARIANAS


192 págs.

30 - Gregario Nacianceno, LOS CINCO DISCURSOS TEOLÓGICOS,


288 págs.

31 - Gregario de Nisa, VIDA DE MACRINA - ELOGIO DE BASILIO,


176 págs.

:\2 Basilio de Cesarea, EL ESPÍRITU SANTO,


-

280 págs.

33 - Juan Damasceno, HOMILÍAS CRISTOLÓGICAS Y MARIANAS,


232 págs.

34 - Juan Crisóstomo, COMENTARIO A LA CARTA A LOS GÁLATAS,


200 págs.

Próximos volúmenes:

- Dídimo el Ciego, EL ESPÍRITU SANTO.

- Tertuliano, EL APOLOGETICO.

- Máximo el Confesor, CENTURIAS SOBRE LA CARIDAD -


DIÁLOGO ASCÉTICO - COMENTARIO AL PADRE NUESTRO.

- Juan Cristóstomo, LA VERDADERA CONVERSIÓN.

- Juan Cristóstomo, EDUCACIÓN DE LOS HIJOS Y


MATRIMONIO.

- Basilio de Cesarea, EL HEXAMERÓN.

- Gregorio de Nisa, LA VIRGINIDAD.

- Gregorio' Magno, LIBROS MORALES l.


Biblioteca de Patrística

Los Padres siguen constituyendo hoy en


día un punto de referencia indispensable
para la vida cristiana.
Testigos profundos y autorizados de la
más inmediata tradición apostólica, partí­
cipes directos de la vida de las comunida­
des cristianas, se destaca en ellos una ri­
quísima temática pastoral, un desarrollo
del dogma iluminado por un carisma es­
pecial, una comprensión de las Escrituras
que tiene como guía al Espíritu. La pene­
tración del mensaje cristiano en el am­
biente socio-cultural de su época, al im­
poner el examen de varios problemas a
cual más delicado, lleva a los Padres a in­
dicar soluciones que se revelan extraordi­
nariamente actuales para nosotros.
De aquí el «retorno a los Padres» me­
diante una iniciativa editorial que trata de
detectar las exigencias más vivas y a veces
también más dolorosas en las que se de­
bate la comunidad cristiana de nuestro
tiempo, para esclarecerla a la luz de los
enfoques y de las soluciones que los Pa­
dres proporcionan a sus comunidades .
Esto puede ser además una garantía de
certezas en un momento en que formas
de pluralismo mal entendido pueden oca­
sionar dudas e incenidumbres a la hora
de afrontar problemas vitales.
La colección cuenta con el asesoramiento
de importantes patrólogos españoles, y
las obras son preparadas por profesores
competentes y especializados, que tradu­
cen en prosa llana y moderna la esponta­
neidad con que escribían los Padres.

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