Penny Jordan - Renacer Del Deseo

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RENACER DEL DESEO

Penny Jordan

Renacer del deseo (1986)


Título Original: Campaign for living (1984)
Colección: Jazmín 427, 1-10-86
Protagonistas: Blake y Jane

Argumento:
Jane se lamentaba en secreto por haberlo abandonado, pero el silencio de
aquellos cuatro años había confirmado que Blake no quería saber nada de ella
ni de su hija. Cuando él apareció de nuevo, ella sospechó de sus motivos.
Penny Jordan - Renacer del deseo

Capítulo 1
CUANDO abrió la puerta de su Mini, Jane echó un rápido vistazo a su reloj y
emitió un leve suspiro de alivio.
Las tres de la tarde, aún disponía de tiempo suficiente para ir a recoger a la
guardería a su hija de tres años de edad.
Al principio, cuando su madre le sugirió que se mudara de nuevo a Dorset,
titubeó; Blake y ella habían vivido en Londres durante su efímero matrimonio
de dieciocho meses y se había empecinado en permanecer allí. Ahora
comprendía que su obstinación había obedecido a sus esperanzas de que Blake
fuera a buscarla para rogarle que volviera con él. Para tener ya veintitrés años,
había sido muy ingenua, pensó con aire burlón. La no muy grata prontitud con
que Blake había aceptado el reto que ella le había lanzado al calor de un
tempestuoso arranque, debía haberla advertido; pero no, había hecho falta que
Suzy Monteith se lo dijera. Suzy había trabajado con Blake durante muchos
años en la corresponsalía de Asuntos Exteriores del Globe y él no había hecho
nada por ocultar que durante algún tiempo habían sido amantes. A Suzy nunca
le había sentado bien que Jane se enterara y sin duda se alegró cuando le
comunicó que su esposo había pedido al director del periódico que le enviara a
cubrir el reportaje de la guerra de El Salvador, apenas veinticuatro horas
después de haberle echado en cara que anteponía su trabajo a su matrimonio,
presentándole casi un ultimátum para que eligiera entre ella y trabajar para el
Globe.
Suzy había ido a visitarla con el pretexto de invitarlos a los dos a una fiesta que
daba. Jane no le esperó esa noche, recogió sus cosas y se fue a vivir al
apartamento de una amiga, donde permaneció dos semanas con el deseo de que
Blake fuera a buscarla y a rogarle que volviera con él.
Blake, desde luego, no apareció. Muy pronto Jane se dio cuenta de que estaba
embarazada. Le envió una carta llena de ira y resentimiento, pero él no le
contestó, con lo que dejó muy claro que no quería a ninguno de los dos, ni a ella
ni a su hijo... Jane le instó a tomar una decisión, y él la tomó... la excluyó de su
vida. El embarazo sumió a Jane en un estado soporífero que adormeció todos
sus dolores, devolvió todas las cartas de Blake y aceptó volver al hogar
materno, simplemente porque no tenía ningún medio para mantenerse y había
resuelto no aceptar ningún centavo de Blake. Él no había deseado un hijo... se lo
había dicho con toda claridad. Se negaba a aceptar la responsabilidad de los
hijos y ése había sido otro punto de disensión entre ellos.
La verdad era que nunca habían debido casarse, pensó Jane conduciendo su
automóvil por el tortuoso camino de que llevaba desde la academia de
gimnasia hasta el pueblo. Sin la presión de Jane, el matrimonio nunca se
hubiera realizado. Lo único que Blake quería era una aventura... pero ella era
una ingenua y estaba muy enamorada. Al descubrir que era virgen, él
finalmente cedió y a los seis meses de conocerse se casaron.
Muy pronto Jane comprendió que ella carecía del carácter y las cualidades

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indispensables para desenvolverse en el mundo de Blake. Era tímida y bastante


retraída; se había trasladado a Londres a instancias de una amiga de escuela y
de su madre, y aunque disfrutaba de su trabajo como secretaria en una agencia
publicitaria de gran actividad, añoraba la paz y la vida sencilla del pueblo en el
que había pasado su infancia y juventud. Conoció a Blake en una fiesta y al
momento se sintió halagada por sus atenciones. Jane sabía que no carecía de
atractivo, pero había vivido en Londres el tiempo suficiente como para darse
cuenta de que los londinenses esperaban más que una cara ovalada, ojos muy
azules, pelo negro y figura esbelta; querían mujeres que pudieran mantener una
conversación a su propio nivel, mujeres de aguda inteligencia que no se
ruborizaran ni anduvieran con titubeos, en fin, querían mujeres sofisticadas y
mundanas como ellos.
Jane reconoció a Blake al instante, le había visto en la televisión en un programa
de actualidades. Sin embargo, el efecto que producían las facciones de su
bronceada cara y sus aires de frío cinismo eran más devastadores en persona
que en la pantalla de televisión. Cuando sus verdes ojos se posaron en ella, tuvo
la impresión de que le sonreían, y segundos después, al recorrerle el cuerpo con
la mirada con un gesto de apreciación sensual que casi era una caricia física, no
pudo ocultar su reacción. ¡Blake! Aún ahora, el solo pensar en él, le aceleraba el
pulso y le dejaba la boca seca. Al principio, fue paciente con ella, pero luego la
amó con tanta pasión que la sacó de su concha de tímida reserva para enseñarle
la forma de proveerle de placer y, al mismo tiempo, de hallar el deleite en ello.
Como correspondía a un hombre que vivía en medio del peligro, Blake trajo a la
vida de Jane emociones y retos, sin embargo, no podía evitar pensar
constantemente que quizá no fuera suficiente para él, que su inexperiencia para
satisfacerle podía dar lugar a que después de algún tiempo se aburriera de ella.
Antes de casarse, él había salido con muchas mujeres atractivas y mundanas y
Jane se comparaba con ellas, reconociendo su inferioridad. Si no le hubiera
revelado que le amaba y que él iba a ser su primer amante, ¿habría querido
casarse con ella?
—Se ha casado contigo porque era la única manera de llevarte a la cama—le
dijo Suzy en son de burla—. Pero jamás le retendrás... él ya se ha aburrido de ti.
Blake es así cuando quiere algo, no ceja en su empeño por conseguirlo, por eso
es un periodista excelente. Blake se impuso tenerte a toda costa, porque
significaba un reto para él...
Y Jane, en lugar de tratar de comprenderle, le rogó que renunciara a su trabajo y
se buscara otro en el que no tuviera que viajar tanto. Tal vez debido a que su
padre había muerto cuando era muy pequeña había preconcebido un hogar
ideal; en compañía de su esposo, rodeados por sus dos hijos en una casa
acogedora de un pueblo muy semejante al mismo en el que había crecido; el
cual era un pequeño y seguro mundo, en un universo muy distante del de
Blake.
La gente creía que Jane ya le había olvidado a él y a su frustrado matrimonio.
Hablaba a Fern de su padre, con toda franqueza; respondía a todas las
preguntas de la gente, pero sólo ella, conocía la verdad: Aún amaba a Blake con

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la misma ansiedad del día en que le abandonó. Sin embargo, en el transcurso de


cuatro años había adquirido por lo menos un poco de madurez, reflexionó al
detener su Mini frente al edificio de la guardería. Al fin había reconocido a
Blake su derecho a tomar sus propias decisiones respecto a su carrera y a su
vida, pero eso no aliviaba su loca decisión de haberle abandonado... Tal vez...
Luego, desechó irritada los recuerdos del pasado: Blake había dejado muy claro
lo mucho que se había arrepentido de haberse casado y jamás había intentado
ver a Fern. Él no había querido a su hija y aunque le ofreció apoyo económico,
no hizo ningún esfuerzo por conocerla.
Charles le sugirió que debía pedir el divorcio. Jane conocía a Charles Thompson
desde sus años de estudiante y estaba segura, sin ninguna presunción, de que se
casaría con ella al día siguiente, si le alentaba un poco. Era una ironía del
destino que Charles fuera el prototipo del esposo que ella había idealizado en
su niñez, el compañero y padre perfecto, pero su atractivo era tan insípido que
el cuerpo de Jane, despertado y aleccionado por el de Blake, le repudiaba como
amante.
Sabía muy bien por qué jamás se había molestado en pedir el divorcio, no tenía
deseos de volver a casarse, pero ¿y Blake? ¿Acaso por andar de país en país no
había tenido tiempo de terminar con su matrimonio de manera legal o era
simplemente porque no tenía la intención de cometer el mismo error, volviendo
a casarse? Blake, a diferencia de Jane, parecía no privarse de la agradable
compañía del sexo opuesto. En el transcurso de los años, ella le había visto
aparecer en varios periódicos acompañando a bellas mujeres.
—Mamá... mamá...
La voz impaciente de su hija la sacó de sus pensamientos. Fern era la viva
imagen de su padre: su mismo pelo castaño y sus mismos ojos verdes. La niña
poseía una inteligencia que en ocasiones hacía tener a Jane la incómoda
sensación de que se habían cambiado los papeles, de que ella era la niña.
Parecía que la pequeña consideraba como normal la ausencia de un padre; le
conocía en fotografía, sabía que trabajaba en Londres y aceptaba que viviera
alejado de ellas.
—... y la señora Childs nos ha contado un cuento... pero yo me he dado cuenta
de que lo que decía era mentira. Las ranas no se pueden convertir en príncipes...
no...
Jane vio el desdén reflejado en los ojos verdes de su hija y suspiró; ella tenía
más de diez años cuando dejó de creer en los cuentos de hadas.
—Otra vez estás soñando despierta... —la firme voz infantil la reprendió—.
Abuelita dice que siempre estás en las nubes...
Esa misma noche, cuando Fern ya estaba acostada, Jane le comentó a su madre
el incidente y Sarah Commings se echó a reír. Sa-rah, casada a los dieciocho y
madre a los diecinueve, era aún desde el punto de vista de Jane, una mujer
demasiado joven, atractiva y fuerte como para tener ya una nieta. Sarah tenía
una tienda de antigüedades en el centro comercial de la localidad y poseía el

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don de atraer a la gente. Su pelo, antaño hermoso, ya presentaba algunas canas,


pero todavía conservaba la figura juvenil de otros tiempos y aún irradiaba una
energía peculiar.
—Fern es como yo —comentó la señora—, una realista nacida bajo el signo de
tauro.
—Hum, hoy pensaba en lo parecida que es a Blake...
—No me digas que te está preocupando de nuevo que no tenga un padre —se
burló Sarah con aspereza, interpretando correctamente el comentario—. Bien, si
estás pensando en casarte con Charles para darle uno, yo no me opongo, la niña
le ha vencido fácilmente.
Jane ya sabía que a Charles le resultaba difícil hablar con su pequeña hija. Él
había sido hijo único y se turbaba en presencia de Fern, lo cual ésta parecía
saberlo y sacaba ventaja de ello.
—No estarás preocupada por la academia, ¿verdad? —Le preguntó Sarah a su
hija al ver unas arrugas en la tersa piel de su frente—. Creí que el negocio
empezaba a ser rentable.
—Y así es.
Al principio, a su vuelta a la casa materna, Jane había dependido
económicamente de su madre, pero, una vez que Fern empezó a asistir a la
guardería, Jane pudo estudiar baile y al terminar los cursos abrió su propia
academia, la cual ya empezaba a cobrar una excelente reputación en la
localidad. Tuvo la fortuna de poder alquilar un salón de una escuela
desocupada a un precio muy razonable y al saberse capaz de conseguir algo por
su propio esfuerzo y habilidad, estimuló su confianza en sí misma. Por su
apariencia de tranquilidad y por ser muy dueña de sus emociones, poca gente
alcanzaba a adivinar la profunda sensación de inseguridad que había en su
interior. En realidad, hasta que no abandonó a Blake no empezó a darse cuenta
de ello.
—¿Qué te preocupa entonces? —Preguntó la madre a manera de sondeo—. Hoy
ha venido a verme Charles, ha oído que Caroline piensa vender la abadía a un
contratista y que van a derribarla para construir en su lugar un bloque de casas.
—No creo que realice la venta, por decreto no pueden destruir la abadía.
—Caroline está empeñada en hacerlo.
Jane había asistido a la misma escuela que Caroline Travers, no obstante, jamás
habían sido buenas amigas. El padre de Caroline se labró una fortuna en la
industria y compró la abadía para retirarse y vivir en ella. A la muerte de éste,
la hija heredó una cantidad de dinero bastante considerable, pero era una mujer
de gustos muy refinados y costosos y jamás le agradó el lugar.
—Charles quiere que vaya a hablar con ella... y que trate de convencerla para
que lo reconsidere.
—¿Por qué no va él? — preguntó Sarah sin rodeos—. Creo, con sinceridad, que

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le aterra que Caroline le seduzca.


Jane sonrió por la perspicacia de su madre.
—Me dijo que sería mejor que la primera sugerencia la hiciera yo... que se
tratara el asunto de mujer a mujer —Jane citó las propias palabras de Charles.
—De mujer a devoradora de hombres, habrá querido decir —parodió su madre
con sentido del humor—. Charles es un caso perdido, no sé por qué le haces
caso.
—Porque es un viejo amigo y mi abogado además.
—Y también porque es alguien digno de confianza en el cual te puedes
respaldar, Jane. Tienes veintiséis años y eres muy atractiva, pero, por tu
comportamiento, parece que tú sola te has recluido en un confinamiento
voluntario.
—Cuando tú enviudaste eras más joven.
—Sí, pero no por eso renuncié a la compañía masculina.
—Jamás te volviste a casar.
—No, porque prefería ser libre. Tú no eres así, necesitas casarte; yo jamás lo
necesité. Era demasiado independiente como para someterme al tipo de
relaciones que el matrimonio exigía en mis tiempos. Amé a tu padre y sentí
demasiado su falta, pero no he vivido como una monja, como tú. Blake....
—No quiero hablar de él...
Jane volvió la cabeza, esperando que su expresión no la traicionara. Su madre
ignoraba que aún le amaba y la joven rehuía el tema cada vez que lo
mencionaba, encerrándose en sí misma como una flor que se encoge para
protegerse. Blake había sido del agrado de su madre. Los dos se habían llevado
bien, charlaban con tanta jovialidad y naturalidad que Jane al escuchar la risa
grave de Blakexon-fundida con la de su madre, no podía evitar sentir envidia.
Los celos la acosaban al ver con cuánta familiaridad y gusto estaba el uno en
compañía del otro; era el mismo sentimiento que la embargaba con las demás
personas que tenían trato con su esposo. Con razón él había perdido su buen
humor con ella, reflexionó al dirigirse a la cocina con el pretexto de ir a coger
algo de beber.
Al recapacitar, comprendió que había sido un milagro que permaneciera con
ella tanto tiempo. A ningún hombre le gustan las escenas de celos y en
ocasiones se había comportado como una niña mimada, exigiéndole más y más
atenciones y tiempo a causa de su inseguridad, profundamente arraigada, y de
su incapacidad de creer que él la amaba y la necesitaba con la misma intensidad
que ella le amaba y le necesitaba a él. En un intento frenético por tenerle junto a
ella, había creado un ambiente claustrofóbico que, por el contrario, cada día le
alejaba más. Nadie podía imaginarse lo mucho que se arrepentía de su
comportamiento ni cuánto anhelaba una segunda oportunidad, pensó mientras
cogía la bandeja con el café. Su madre creía que hablar de Blake era un tema
tabú porque Jane le odiaba. Eso fue lo que había clamado a gritos al volver a

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casa, impulsada por su negativa a admitir la verdad y jamás había intentado


rectificar esa opinión.
Cuando Charles le expresó su pesar por la ruptura de su matrimonio, tuvo que
apretar los dientes para no decirle la verdad... para no decirle que toda la culpa
era suya. Durante tres años, desde el nacimiento de Fern, casi no había habido
noche que Jane no añorara la presencia de Blake; pero no sentía rencor contra la
niña, que había sido el motivo de la ruptura final. Al saber que podría estar
embarazada, y que su embarazo se debía a su propio descuido, Jane se había
horrorizado cuando Blake declaró con firmeza que no quería hijos. ¿Qué
sentido tenía remover el pasado?
—Tal vez tengas razón —dijo su madre al volver a la pequeña sala de estar con
la bandeja del café—. Quizá deba decir a Charles que inicie los trámites del
divorcio.
Jane se inclinó para dejar la bandeja sobre la mesa. Su madre arrugó la frente
por un momento, pero cuando ella se irguió sólo vio en la mujer una cara
serena.
—Charles está organizando un comité para protestar de manera formal contra
los planes de echar abajo la abadía —comentó Jane—. Quiere que sea yo la
secretaria.
—¿Aceptarás?
—Creo que sí, es un edificio antiguo muy hermoso.
—A propósito de edificios antiguos hermosos, al fin he hecho los preparativos
para mis vacaciones. Diez días en Roma.
—¿Quieres decir que Henry te va a dejar ir sola?
Henry Oliver era copropietario con su madre de la tienda de antigüedades y,
hasta donde Jane podía recordar, siempre había sido su más fiel admirador.
—Esa es una de las ventajas de ser independiente —subrayó Sarah con una
sonrisa—. No tengo que pedirle permiso.
Una semana después, habiendo anotado a conciencia los puntos a tratar,
Charles convocó una reunión para discutir la manera y los medios de evitar que
destruyeran la abadía. Jane estaba inclinada, absorta, revisando "su libreta de
apuntes.
—Sigues como cuando tenías dieciséis años —le susurró una voz viril—. ¿Qué
tal si me permites invitarte a cenar cuando esto termine?
—No, Paul, gracias.
Como director general de la emisora de radio de la localidad, Paul Davis era la
celebridad del momento y, a pesar de estar casado, le tenía sin cuidado que su
esposa se enterara de sus muchas aventuras.
—Aguafiestas.
Jane volvió a concentrar su atención en la reunión. Charles hizo uso de la

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palabra y ella gruñó para sus adentros por su inclinación a pronunciar


discursos largos y aburridos. Fern se había quedado con la señora Widdows, la
vecina de al lado. Sarah Cummings también había salido de casa esa noche y
Jane había prometido volver a las ocho. Ya eran las siete. Paul miró su reloj y
cuando Charles hizo una pausa, aquél aprovechó la oportunidad para ponerse
de pie y dar término a la reunión de una manera bastante brusca. Charles,
aturdido, hizo una mueca de disgusto.
«Parece un San Bernardo enfurecido», pensó Jane al mirarle.
—No había terminado de hablar —le comunicó a Jane poco después con un
tono de queja—. ¿Ya has ido a ver a Caroline?
—No, iré mañana. Pero ella y yo jamás hemos sido muy amigas y no creo que
mi sugerencia dé el menor resultado.
—Tal vez no, pero al menos sabrá que pensamos hacer algo al respecto.
Después de todo, el edificio está en la lista.
Jane pensó en la gran cantidad de edificios históricos que habían sido reducidos
a escombros en circunstancias sospechosas, pero no dijo nada... si no se
marchaba enseguida, llegaría tarde para recoger a Fern.
En el camino a casa tenía que pasar frente a la entrada de la abadía y fue
entonces cuando vio un automóvil dirigirse a la abadía. ¿Sería uno de los
amantes de Caroline? De ser así, aquel debía ser mucho más rico que cualquiera
de los anteriores, pues conducía un Ferrari negro realmente magnífico.
—No... mire, se hace así... —la voz clara y aguda de Fern llegó hasta los oídos
de Jane justo cuando llamaba a la puerta de la casa de la señora Widdows—.
Estaba enseñando a la señora Winddows cómo se hace una casa —explicó la
pequeña al ver a su madre—. Nada más irte llamó un señor por teléfono
pidiendo hablar con la abuelita, me preguntó mi nombre y yo se lo dije. Era
muy simpático.
Resultaba raro que Fern hiciera algún comentario sobre las personas adultas y
puesto que su madre había salido, Jane no podía averiguar quién era el hombre
que ya se había ganado la simpatía de su hija.
Tal vez fuera una cobardía llevar a Fern consigo la tarde del día siguiente,
cuando al fin se armó de valor para ir a ver a Caroline, pero Charles había
telefoneado por la mañana instándola a que lo hiciera y, yendo con la niña,
tendría un nuevo motivo de preocupación que disminuiría su inquietud por su
próxima entrevista.
Jane jamás le había caído bien a Caroline. Aquélla sabía que las dos pertenecían
a dos mundos distintos a pesar de la similitud de edades. Caroline asistió a la
boda de Jane y ésta mantenía muy vivo el recuerdo de su mirada rapaz cuando
vio a Blake. Debía haber pocas mujeres inmunes a su viril presencia. Durante el
poco tiempo que duró su matrimonio, pudo ver el deseo reflejado en los ojos de
numerosas mujeres y aquel hecho la había llevado a paroxismos de inseguridad
y de celos. ¿Cómo era posible que Blake la hubiera preferido a ella en lugar de a

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aquellas mujeres atractivas y seguras de sí mismas?


El día era hermoso y Jane decidió ir dando un paseo hasta la abadía, aunque su
decisión no estaba motivada por su deseo de retrasar el encuentro inevitable
con Caroline, pensó con sarcasmo mientras le ponía las sandalias a Fern.
Algún día su hija se transformaría en una mujer muy atractiva y Jane estaba
resuelta a que tuviera más confianza en sí misma que ella. .
—Me gusta este vestido verde —anunció Fern, complacida—. Es mi preferido.
—Hace juego con tus ojos —repuso Jane—. ¿Estás lista?
—Sí. También me gusta el tuyo, mamá.
El vestido que Jane había elegido era un regalo que su madre le había hecho el
año anterior. Era la prenda ideal para una tarde calurosa y soleada. El sol
bañaba la tersa y tostada piel de sus brazos y hombros. En esta ocasión, Jane se
recogió el pelo y se maquilló con más esmero que de costumbre. Cuando se
sentía feliz, sus ojos brillaban como dos zafiros, le había dicho una vez Blake. El
anillo de compromiso que él le había regalado tenía montado un zafiro, ya que
sus ojos tenían el mismo color que esta piedra. Aún lo conservaba, pero no
podía llevarlo porque le recordaba demasiadas cosas; ante ese pensamiento
Jane sintió que el corazón se le comprimía de dolor y pesar.
La compañía de Fern la distrajo y se dedicó a escuchar su alegre charla mientras
recorrían el trayecto a la abadía.
—Es una casa enorme, ¿verdad? —comentó Fern—, creo que me gusta más la
casa de la abuelita.
Los contoneos de Fern poseían una gracia natural, notó Jane al mirar a su hija.
No se daba cuenta de que sus ágiles y delicados movimientos los había
heredado de ella. A Jane siempre le había entusiasmado el baile, y el enseñar a
otros, el ayudarles a ver por sí mismos sus progresos en agilidad y soltura, la
llenaba de intensa "satisfacción. Fern tiró de la mano de su madre al agacharse a
examinar una flor y no fue la primera vez que Jane dio gracias mentalmente por
el hecho de que su hija poseyera un temperamento tranquilo y alegre. Fern
jamás sufriría, como ella, por exceso de sensibilidad y sentimentalismo.
—Eres demasiado dura contigo misma —siempre respondía su madre cuando
Jane hablaba de ello.
A veces la joven pensaba que su madre siempre había intentado estimular la
confianza en sí misma, pero jamás había conseguido que poseyera el espíritu
fuerte de independencia que la caracterizaba a ella.
De pronto, los muros grises y cubiertos de hiedra de la abadía se alzaron ante
sus ojos. A pesar de que no era un edificio muy bello, poseía un aire añejo de
intemporalidad que siempre había fascinado a Jane. Antaño había sido una
abadía, pero quedaba muy poco de la construcción original. Fue reconstruido
durante el reinado de Carlos II y, aunque Caroline se quejaba de que las
habitaciones inferiores eran sombrías y deprimentes, Jane hallaba la abadía
muy acogedora.

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La señora March, ama de llaves de Caroline, acudió a abrir la puerta y saludó a


Fern con una alegre sonrisa.
—¿Me permite que lleve a la niña a la cocina para darle un trozo de bizcocho
hecho en casa? —sugirió la mujer, sin darse cuenta de que al hacerlo privaba a
Jane del apoyo emocional que tanto necesitaba—. La señorita Caroline está en el
salón.
No cabía duda que la señora March sabía muy bien el motivo de su visita,
reflexionó Jane al ver a su hija seguir al ama de llaves sin volver la vista atrás. El
padre de Caroline había quitado el artesonado del salón principal, pero aún
permanecía el elegante techo raso adornado con estuco y la chimenea Adam,
mandada construir en la época georgiana por su propietario. Al heredar
Caroline la casa, la había decorado toda ella de nuevo. Jane detestaba la fría
sobriedad del mobiliario moderno que Caroline había elegido, aunque sin duda
era un escenario maravilloso para su despampanante belleza. Una aureola de
rizos rojos oscuros le enmarcaban la cara y el suave color caqui de sus
pantalones de piel y la blusa de seda resaltaban el tono de su cutis. Como
siempre, su maquillaje era impecable. Al abandonar la escuela, había sido
durante algún tiempo modelo por afición y había aprendido algunos secretos
para hacer resaltar su belleza, lo cual, según Jane, no era muy difícil de
conseguir. Caroline le hacía recordar a las mujeres que siempre habían
perseguido a Blake, antes y después de su matrimonio. Todas eran hermosas,
de gustos refinados y mente ágil, aves de rapiña que vivían según sus propias
leyes. Eran adversarios con los cuales Jane jamás esperaba competir. «¿Para
qué?», le dijo una vez a su madre con menosprecio cuando trató de confiarle sus
temores de que, en cierto sentido le había obligado a casarse con ella. Sentía
tanta vergüenza, que no podía reconocer ante su madre que no tenía su fuerza
de voluntad y su carácter para ser igual de independiente. Sarah debió
percibirlo y sentirse defraudada por su hija, pero jamás lo exteriorizó ni mostró
signos de impaciencia.
«Te subestimas demasiado, Jane», decía siempre y la joven se hubiera
sorprendido al darse cuenta de que la mayoría de la gente la encontraba más
atractiva con su belleza natural y manera de ser reservada que adoptando los
modales ostentosos y agresivos de Caroline.
—¡Vaya, vaya, si es la señorita santurrona! —se burló Caroline. El apodo venía
de sus años de estudiante.
Jane hizo un esfuerzo por contener el rubor que le cubrió las mejillas por la
humillación.
—No es necesario preguntar a qué se debe tu presencia aquí _continuó Caroline
con sarcasmo—. ¿Qué le ha pasado a la caballería?
—Si te refieres a Charles, ha tenido que ir a Dorchester a asistir a una reunión.
Caroline, no puede ser verdad que piensas vender la abadía a un contratista.
—¿Por qué no? Puedo hacer con lo mío lo que me venga en gana.
Sin invitar a Jane a sentarse, se arrellanó con elegancia en uno de los sillones

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modernos de mal gusto y cruzó una pierna, segura de ser una mujer a la cual
Jane sentía que jamás podría emular.
—Es un edificio protegido —le recordó Jane con voz tranquila.
Caroline se encogió de hombros.
—¿Y eso qué importa? Si te pesa tanto, ¿por qué no me haces una oferta más
atractiva? La actual es de doscientas cincuenta mil libras esterlinas —Caroline
rió con antipatía por la reacción de sorpresa de Jane.
La vocecita emocionada de Fern interrumpió el flujo de pensamientos de Jane y
al volverse, vio a su hija en el jardín, andando hacia las ventanas francesas y
charlando animada con un hombre que iba a su lado.
El corazón de Jane pareció dar un vuelco para luego dejar de latir cuando fijó
sus ojos, incrédula, sobre la cabeza de pelo negro que se inclinaba hacia su hija.
De pronto, empezó a temblar y se le nubló la vista; las dos cabezas castaño
oscuro eran tan similares que se confundían en una sola. Caroline se puso de
pie y abrió las puertas francesas.
—Blake, querido, ¿estás aquí? Creí que estabas escribiendo... —un brillo de
malevolencia apareció en los ojos de Caroline cuando dirigió a Jane, que había
palidecido, una mirada de desprecio—. Vaya una sorpresa que le has causado a
la pobre Jane, ¿acaso no le has avisado de tu llegada?
Al ver que el perfil moreno de su esposo se volvía hacia ella, Jane tuvo que
hacer un gran esfuerzo por mantener un poco la calma.
—Las relaciones entre Jane y yo no son precisamente íntimas estos días —la
indiferencia manifestada en el tono de su voz, unida a la frialdad de sus verdes
ojos, aumentaron en Jane la sensación de náusea, casi no podía creer que aquel
hombre distante y apuesto hubiera poseído su cuerpo en otro tiempo y
engendrado en ella una hija.
—Estoy de acuerdo.
—Es difícil de creer que alguna vez lo fuisteis —ironizó Caroline lenta y
pausadamente—, pero claro, aquí está Fern.
—Él es mi papá —exclamó con un tono rimbombante—. Me lo he encontrado
en el jardín, estaba mirando unas flores. Le he dicho mi nombre y él me ha
contestado que es mi papá.
—Fern, ya es hora de irnos a casa —su voz se oyó débil y apagada—. Vamos a
darle las gracias a la señora Marsh por el bizcocho.
—Siento la interrupción, Blake —Jane pudo oír la voz de Caroline
disculpándose—. La culpa la tiene la señora Marsh, nunca debió dejar sola a la
niña en el jardín.
La respuesta de Blake fue tan confusa y oscura que Jane no la pudo oír. ¿Por
qué debía hacerlo? Ya conocía la actitud de Blake respecto a su hija y su esposa:
eran un estorbo del cual había preferido librarse.

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Capítulo 2
Sí, se aloja en la abadía... está escribiendo un libro o algo así... La voz se apagó
cuando Jane entró en la pequeña oficina de correos y, al darse cuenta de quién
hablaba, la cara le ardió de vergüenza. Era imposible que la presencia de Blake
en los alrededores pasara desapercibida, lo cual dejaban entrever las miradas
compasivas que parecían seguirla a todas partes. Hasta en la academia sentía
que la envolvía una atmósfera tenue de conmiseración.
—Es terrible —se quejó Jane con su madre esa noche—. Siento que me tratan
como si fuera víctima de una enfermedad incurable.
—Es porque la gente no quiere herirte. Si hablas con ellos abiertamente de la
situación, acabarán por aceptarla.
—¿Por qué ha tenido que venir Blake aquí?
—Supongo que por la misma razón que Caroline te dio; necesitaba un lugar
tranquilo para escribir.
—O porque quiere jactarse delante de mí de sus amoríos con Caroline.
—¿Por qué querría hacer eso? —la mirada de su madre era suspicaz, pero
serena—. Hace cuatro años que no le ves y si quisiera tener una aventura con
Caroline nada se lo impediría. Además, dudo que ella sea su tipo.
—¿Por qué habría de necesitar él un lugar para escribir? —la frustración se
percibió en la voz de Jane, imprimiéndole un tono ronco y un dejo de
impaciencia.
—Jane, desconozco sus motivos al igual que tú, pero si realmente quieres saber
toda la verdad, debes preguntarle.
—¡Cómo decirle a Fern que es su padre!
¿Por qué tenía que ser su madre siempre tan tolerante e imparcial? Su
imparcialidad era frustrante y de alguna extraña manera, amenazadora.
—Él es su padre —subrayó Sarah con suavidad—. Una de tus acusaciones
contra él fue siempre su falta de interés hacia la niña. Jane cariño, trata de ser
consecuente. ¿Qué quieres de él, convertirle en un reo atado a un poste donde
descargar tu frustración?
—No creo ni por un momento que haya venido aquí sólo por su amor hacia
Fern.
—Jane, en realidad no entiendo por que tenemos que discutir acerca de él si
sigues aferrada a esa manera de pensar. Comprendo que el verle te haya
causado una fuerte impresión y hasta incomodado, pero, por el bien de Fern,
debes tratar de dejar a un lado tu antipatía hacia él y tener siempre presente que
es su padre. ¿Acaso debe ser un condenado durante toda su vida sólo porque
discutiste con él? —preguntó la madre con un tono de burla—. Tal vez haya
cambiado, la gente cambia —continuó con dulzura—. No te adelantes a los
acontecimientos. En mi opinión, no creo que Blake se haya ido a vivir con

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Caroline con el propósito de tener relaciones con ella y hacer gala de ello
delante de ti. Él no es de esa clase de hombres. Esta tarde iré de compras,
necesito renovar mi vestuario para mi viaje a Roma, pero estaré de vuelta a la
hora del té.
Los miércoles, Jane cerraba la academia al mediodía y por lo general pasaba las
tardes en compañía de Fern. Esa tarde acababa de recoger a su hija de la
guardería y se estaba preparando algo de beber cuando oyó que un automóvil
se detenía fuera. La casa de su madre era la central de una hilera de tres y tenía
un gran jardín al frente y otro en la parte de atrás. Jane estaba en la cocina-
comedor, la cual tenía ventanas que daban a los dos lados y su corazón dio un
gran salto al ver que Blake bajaba del Ferrari que había visto entrar a la abadía a
principios de esa semana.
—Mamá, otra vez estás soñando despierta —la criticó Fern con severidad.
Jane quería correr, pero, ¿dónde ir? Y además, había dejado de tener esas
reacciones infantiles desde que se había marchado de Londres.
Cuando abrió la puerta, la morena y formidable corpulencia de Blake pareció
balancearse amenazadora hacia ella; vestido con pantalones vaqueros le era
muy familiar y, a la vez, totalmente extraño.
Siempre le había causado la misma impresión, su virilidad parecía calar en lo
más hondo de su femineidad, haciendo que el pulso se le acelerara y un dolor
punzante se le clavara en el estómago.
.__Vaya, qué juiciosa estás ahora —comentó él cuando Jane le indicó que
entrara. Había ironía en sus ojos al añadir—: Conociéndote como te conozco,
casi esperaba tener que derribar la puerta para entrar, siempre te han gustado
las escenas melodramáticas.
__Pero no absurdas —asintió Jane, observando que desaparecía la ironía para
dar lugar a una sorpresa apenas perceptible—. Hay una puerta en la parte de
atrás —explicó, señalando con el dedo— y está abierta.
—Tenemos que hablar.
—¿Hablar? No tengo ni idea de qué.
—Bueno, de Fern, para empezar.
—¡Ah, sí desde luego! —ahora la ironía fue por parte de ella—. Perdóname por
no haberme dado cuenta enseguida de tu preocupación por tu hija.
—Ya conoces los motivos por los cuales no mostré ningún interés por ella —
contestó él haciendo énfasis en cada palabra y si ella no le hubiera conocido tan
bien habría jurado que la rabia y el dolor se habían entremezclado en su voz.
—Y además de Fern, ¿qué motivos te han traído aquí?
—Ya oíste lo que dijo Caroline: necesito paz y tranquilidad para escribir.
—Siempre te has sentido muy bien en tu apartamento.
—¿Contigo para inspirarme? —Blake torció la boca—. Aquellos eran artículos,

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ésta es una novela.... mi tercera, para ser exacto.


El corazón de Jane dio un vuelco y empezó a latir con violencia. Le dolía
profundamente el enterarse de que se habían presentado cambios drásticos en
la vida de Blake de los cuales ella no sabía nada.
—Empecé la primera poco después de que me abandonaras, cuando volví de El
Salvador.
Jane no quería hablar del pasado, le traía demasiados recuerdos desagradables.
Fern oyó sus voces y salió corriendo de la cocina para luego saltar sobre las
piernas de Blake con desenfado y entusiasmo desbordado.
—¡Papá!
—Quisiera llevarla a pasear esta tarde.
—No... El miércoles es el único día que puedo estar con ella toda la tarde.
—Ven con nosotros entonces.
El desafío era muy sutil y la hizo recordar los muchos otros retos que él le había
lanzado en el pasado y la manera infantil en que ella había reaccionado muy a
menudo. Fern amplió su sonrisa y Jane comprendió que si se negaba la niña
sufriría una decepción.
—Está bien —asintió con frialdad, reprimiendo una mueca de asombro al ver
que la incredulidad asomaba durante breves instantes a los ojos de Blake.
¿Esperaba que se negara? No le dio importancia y desechó la idea. ¿Qué
importaba lo que él esperaba? No iba a permitir que Fern estuviera sola con él,
por lo menos hasta que supiera a qué obedecía el propósito de conocer a su hija.
Tampoco iba a soportar sus provocaciones como en el pasado. Jane se dio
cuenta de que de repente había desaparecido aquella ansiedad que le
dificultaba el habla en su presencia. El abismo que existía entre los dos pareció
estrecharse un poco. Ya no sentía aquel temor reverencial por él; aunque no era
porque le hubiera subestimado ni por un momento. Fern ya empezaba a
mostrar vagos indicios de estar deslumbrada por él y Jane sufría por su hija.
Jamás permitiría que Blake hiriera a Fern, como le había hecho a ella.
—¿Qué te parece si vamos al bosque nuevo? —sugirió él con suavidad.
Jane se mordió el labio inferior. Poco después de su boda los dos habían pasado
allí un fin de semana. En aquella ocasión Jane bebió más vino de lo
acostumbrado y más tarde, ya a solas en su habitación, él supo aprovechar su
estado de ebriedad para conseguir de ella una respuesta física total a su acto de
amor. Todo aquello aún estaba muy vivo en sus recuerdos.
—A Fern le encantarán los ponies —repuso ella sin inmutarse.
Blake miró su reloj.
—Si vamos a volver antes de que oscurezca, es mejor que nos pongamos en
marcha inmediatamente.
Él tenía razón, y Jane reprimió un suspiro. Había contado con tener un poco de

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tiempo para darse valor y hacerse a la idea de que el resto de la tarde lo pasaría
con él.
Fern aceptó la presencia de su padre con su acostumbrado sentido común.
—Me gusta mi papá, es mucho más agradable que Charles —le comentó la niña
a su madre cuando Blake no podía oírla.
Todos los preparativos se hicieron en breve. Blake las esperó sentado en la sala
de estar y cuando las dos aparecieron expresó su admiración por el bonito
vestido color rosa pálido que llevaba Fern, sin apartar los ojos de la esbelta
figura de Jane, enfundada en unos pantalones vaqueros descoloridos y una
camiseta ligera.
—Me he enterado de que has abierto una academia de danza__comentó él
abriendo la puerta de la casa—, y que te está yendo muy bien.
—¿Te sorprende? —contestó ella con voz fría y áspera.
—En absoluto. Siempre me he dicho que tenías bastantes agallas como para
abrirte camino en la vida por ti misma y me decepcionaba tu actitud de
impotencia y desesperación. Me has dado a entender que no me necesitas ni a
mí, ni mi apoyo moral ni económico.
En el preciso instante en que los tres terminaban de recorrer la vereda del
jardín, Charles Ford aparcó su automóvil frente a la casa, luego se bajó del
vehículo y pareció asombrarse por la presencia de Blake. Charles había
conocido a Blake en la boda y al acercarse a ellos, la joven notó que una serie de
interrogantes pugnaban por salir de sus labios
—Templeton —saludó con frialdad—. ¡Qué sorpresa! —se dirigió a Jane con
gesto de desaprobación—. Supongo que ha venido a tratar el divorcio —
manifestó, volviendo de nuevo los ojos hacia Blake y Jane sintió que su corazón
se aceleraba.
¡Por supuesto! ¡Qué tonta había sido al no acordarse! ¿Querría acaso Blake
iniciar los trámites de divorcio? De ser así, no tardaría en abordar el tema. Los
dos habían vivido separados mucho más tiempo del establecido para un
divorcio no contencioso.
—Soy el abogado de Jane y todo debe ser consultado conmigo —continuó con
acento grave—. En realidad, la tramitación de su divorcio será muy sencilla y...
—Si es que queremos el divorcio —repuso Blake con voz lenta y pesada, pero
serena.
La manera de hablar de su esposo reveló a Jane que estaba enfadado.
¿Por qué? ¿Porque Charles se había otorgado el privilegio de exponerlo
primero?
—¿Qué le hace pensar que estamos pensando en el divorcio? Podríamos estar
analizando las posibilidades de una reconciliación.
Jane se habría reído de la expresión de Charles de no haber estado tan

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anonadada. Charles la miró a los ojos y ella no pudo responder a lo que leyó en
ellos, ya que Blake la cogió del brazo para conducirla hacia el automóvil.
Después, sin soltarla, abrió la puerta del vehículo y ayudó a Fern a instalarse en
el asiento de atrás.
Charles, boquiabierto, se quedó inmóvil, observándolos, hasta que Blake puso
en marcha el Ferrari y se alejó.
—El tío Charles parecía un pez de colores como los que hay en la guardería —
comentó Fern, mirando en dirección a él.
La risa alegre de Blake sacó a Jane de su estupor.
—¿Por qué le has dicho eso? —le reprochó ella, molesta—. ¿Por qué le has dado
a entender que podíamos estar pensando en una reconciliación?
Él se encogió de hombros y volvió la cabeza hacia ella una fracción de segundo.
—¿Por qué no? —preguntó con suavidad—. Es tan probable como su
comentario acerca del divorcio, creo yo. ¿Acaso tú has pensado en iniciar los
trámites del divorcio?
-¿Y tú?
Él hizo un gesto de desagrado.
—Sabes muy bien que de ser así tú serías la primera en enterarte... por mí
mismo, no a través de ningún abogado. El único motivo que se me ocurre para
divorciarme sería que quisiera casarme con otra. Y eso no va conmigo, estoy
muy contento con mi estado civil actual. Además, sirve muy bien como medida
de disuasión.
—Quieres decir que te da libertad para tener aventuras sin comprometerte —
exclamó ella con un gesto de rencor.
—A ti también te ofrece las mismas libertades —recalcó Blake—. ¿Para qué
venía a verte Thomson?
El giro repentino de la conversación dejó a Jane perpleja unos iinstantes. Era
obvio que por alguna razón Blake no quería hablar cerca del divorcio. Como
acababa de confesar, no tenía motivos para divorciarse de ella; gozaba de la
protección que su estado matrimonial le confería y de la libertad de un soltero.
__¿Charles? Ah, creo que quería saber cómo me fue en la abadía.
__Sí, cuando te marchaste, Caroline inició una buena perorata, indignada por
vuestros planes de evitar que venda la finca.
__No queremos evitar que la venda, lo que no queremos es que caiga en manos
de un contratista que quizás la eche abajo.
—El edificio está incluido en el proyecto de ley.
—Sí. ¿Cuándo ha detenido eso a alguien?
—Te estás dejando llevar por la imaginación. Siempre te ha gustado pintar las
cosas lo más negro posible.

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Recorrieron varios kilómetros en silencio hasta que Fern acosó a su padre a


preguntas. Blake respondía con serenidad y aplomo y Jane se sorprendió al oír
que simplificaba las respuestas para que las comprendiera con facilidad una
niña de tres años de edad. Era una faceta desconocida para Jane. Tal vez tuviera
razón su madre. Quizá en lo concerniente a Fern, se hubiera producido un
cambio en su corazón y fuera sincero su deseo de querer conocer a su hija.
¿Cómo iba a poder manejar la situación si Blake volvía a entrar en su vida como
padre de la niña? Aquel día comprendió que le resultaba más fácil no saber
nada de él que soportar breves encuentros después de haber compartido su
intimidad con él.
En el interior del veloz Ferrari el tiempo pareció detenerse y pronto
traspusieron los límites del bosque. Fern rió emocionada cuando el potente
automóvil salpicó de agua al cruzar un vado del río. La sacudida proyectó a
Jane contra los firmes y fuertes hombros de Blake. Inmediatamente, él soltó una
mano del volante para mantenerla firme y sus dedos le presionaron la curva
completa del seno. Al tacto, Jane se estremeció, como si la quemara y vio cómo
enarcaba las cejas con un gesto burlón.
—Aquella vez que reaccionaste igual, fue porque no podías esperar más a que
te hiciera el amor —murmuró en voz baja, observándola.

Una de las cosas que más aborrecía de su comportamiento durante su fugaz


matrimonio era la forma en que en el pasado había deseado ser poseída. Era
como una droga. En sus brazos desechaba sus dudas y olvidaba sus
inseguridades para convencerse de que la amaba tanto como ella a él.
—Ahora es porque no tolero imaginarte haciéndolo —respondió con sequedad,
con la esperanza de que él no pudiera decirle que mentía.
Su proximidad le trajo recuerdos que habría preferido borrar. Jane era tímida e
ingenua cuando los dos se conocieron, pero eso no impidió que respondiera a la
pasión de Blake con un deseo ardiente que a ella misma le había sorprendido. Si
él se volviera hacia ella y la tomara en sus brazos... movió la cabeza para
librarse de las peligrosas y eróticas imágenes y volvió la espalda para hablar
con Fern.
Blake detuvo el automóvil en uno de los pequeños claros. Media docena de
potros y yeguas pastaban tranquilamente a varios metros de distancia y Fern,
con ojos muy abiertos, se regocijó al verlos. Jane había tenido la previsión de
llevar una bolsa con panes duros y Blake la cogió para enseñarle a Fern cómo
dárselos a los ponies. Cuando al fin uno se dignó a comer el pan de la palma de
la temblorosa manita, su cara se iluminó de felicidad.
Jane sorprendió a Blake observando a su hija con una mirada de profunda
tristeza, casi de pesar. La joven no pudo reprimir la emoción que bullía dentro
de su pecho y por un instante cedió al impulso de imaginarse que los tres eran
una familia feliz, que Blake y ella aún vivían juntos.
—Es tu mismo retrato —le comentó a Blake con voz suave, actuando por

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instinto, con el deseo de borrar la mirada de dolor que había en sus ojos.
—Físicamente, sí, pero tiene rasgos que me recuerdan a tu madre, ella tiene
mucha confianza en sí misma. No me mires de esa forma —añadió con aire
burlón—. Mi intención no es negar mi paternidad. Aun cuando no se pareciera
a mí, estaría convencido de que es mi hija. Respondiste tan bien físicamente
hacia mí que no podría ser de nadie más.
Jane se ruborizó por la trascendencia de su comentario y le preguntó con
aspereza con el fin de cambiar de tema.
—¿A qué has venido a Framton? No creo que haya sido sólo por que querías
conocer a Fern, en especial por el hecho de que estás viviendo con Caroline.
—En honor a la verdad, no estoy viviendo con ella, le he alquilado una casa. Ni
siquiera sabía que ella era la dueña hasta que respondí a un anuncio que
apareció en el Times.
—¿Me estás diciendo que has venido a Framton exclusivamente por Fern?
Un poco de la ansiedad que sentía Jane debió reflejarse en su cara, pues él
contestó con lentitud:
—No voy a intentar quitártela, si eso es lo que te preocupa, pero ella también es
mi hija.
—Una hija que jamás quisiste que concibiera —le recordó con voz acalorada,
alegrándose de que Fern aún estuviera entretenida con los ponies—. Tiene tres
años, Blake...
—Lo cual significa que ella y yo tenemos que recuperar tres años. Me dices que
por las mañanas va a la guardería. ¿Qué te parece si voy a recogerla y pasa
conmigo toda la tarde hasta la hora del té?
Era evidente que Jane no iba a recibir ninguna explicación respecto a su cambio
de actitud hacia Fern y emitió un suspiro de resignación al comprender la
imposibilidad de hacer hablar a Blake de algo cuando no quería. Parte de ella
quería exigirle que se alejara y las dejara en paz, pero ¿tenía derecho a privarlos,
tanto a Fern como a Blake de su mutua compañía?
—Ella es mi hija, Jane.
—Tengo que meditarlo.
Él apretó los labios con sorna.
—Cuando lo hayas decidido, ve a darme tu resolución. Esperaré hasta el
viernes.
—¡Dos días!
—Es tiempo suficiente. Me parece recordar que tú tomaste una mucho más
importante en dos horas... ese fue el tiempo que tardaste en decidirte a romper
nuestro matrimonio, ¿no es así?
Jane no entendía de qué estaba hablando. ¡Dos horas! Había esperado su vuelta
durante dos largas semanas para que la llevara a casa, pero él había

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abandonado el país dos días después de su riña, sin el menor intento de


comunicarse con ella.
—Creo que ya es hora de volver —propuso Jane, temblando—. Fern debe
acostarse pronto.
—La misma de siempre —burlón, le lanzó una pulla—. Siempre eludiendo lo
desagradable.
Varias horas más tarde llegaban a la villa, Fern se había quedado dormida en el
asiento de atrás. Antes de que Jane pudiera protestar, Blake cogió a la niña en
brazos para llevarla a la casa. La madre de Jane les abrió la puerta y sonrió a
Blake sin mostrar la menor sorpresa.
—Si me dices en qué habitación duerme, la llevaré arriba —anunció Blake,
despacio.
En sus brazos, Fern parecía tan serena y feliz que Jane tuvo que luchar contra su
deseo de llorar. Su pequeña hija, independiente y de carácter fuerte, mostraba,
dormida, una vulnerabilidad desconocida para su madre.
—Tú ve delante y enséñale a Blake el camino —sugirió Sarah—. Yo pondré la
cafetera. Ha venido Charles a ver si ya habías llegado —añadió, respondiendo a
la pregunta no expresada de Jane—. Me ha dicho que habías salido con Blake.
La casa tenía tres habitaciones. La tercera la habían dividido en un pequeño
cuarto de baño y una diminuta habitación, a la cual se podía llegar a través del
dormitorio de Jane. Cuando Jane señaló el pequeño cuarto de Fern, Blake,
burlón, recorrió con la mirada la cama individual.
—Muy sobrio y monástico —comentó dejando con mucho cuidado a Fern sobre
la cama—. Puedes estar segura de que si alguien llegara hasta aquí contigo, se
decepcionaría al saber que casi compartes una habitación con tu hija.
—Pero hay otros cuartos —declaró Jane, furiosa porque él había supuesto que
llevaba una vida de monja, aun cuando fuera cierto.
Ella dudaba de que él hubiera vivido como un monje y le irritaba que creyera
que ella carecía de vida sexual.
Blake apretó la boca y por un instante un velo le nubló los ojos.
—Voy a desnudar a Fern, espérame abajo, no tardaré.
—Te esperaré aquí.
En la habitación había una vieja mecedora, en la que ella solía sentarse para dar
de mamar a Fern. Blake fue a sentarse en ella y empezó a mecerse con los pies.
La presencia de él en su habitación le producía a Jane una tremenda inquietud y
hacía sus movimientos torpes mientras trataba de desabrochar los botones del
vestido de Fern. La pequeña hizo un ligero movimiento, pero no se despertó.
Poco después estaba cómodamente instalada en su cama.
—Gracias por habernos llevado a pasear —dijo Jane ceremoniosa mirando a
Blake.

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—¡Qué cortés... no has cambiado nada! ¿No es cierto? Sigues tan cortés y
educada como siempre. El único lugar donde pude encontrar a la verdadera
Jane fue la cama; sólo allí dejabas a un lado tus inhibiciones —él rió al ver su
expresión, de pronto le rodeó la cintura con una mano—. ¿No vas a
agradecérmelo de la manera tradicional?... ¿De esta manera? —añadió con voz
ronca al ver su gesto ceñudo.
Y antes de que pudiera desviar la cabeza, la boca de él buscó la de ella. El cálido
y profundo beso la transportó a otro mundo y antes de que pudiera pensar en
rechazarle, respondió ofreciéndole sus labios. Luego abrió los ojos
desmesuradamente, la vista se le nubló y para no caer desfallecida, se aferró con
desesperación a la delgada tela de su camisa.
—¡Jane! Por lo menos esto ha merecido la pena.
La voz ronca de Blake retumbó en sus oídos como un hechizo y su mente y su
cuerpo se abandonaron casi al instante a sus tácitos requerimientos. Cuando sus
bocas se separaron, Jane, por instinto, echó hacia atrás la cabeza para que los
apremiantes labios buscaran su vulnerable cuello. Su piel vibró estremecida y
un débil gemido reprimido se apagó en su garganta cuando la íntima y suave
exploración despertó en ella emociones que había creído muertas para siempre.
Luego, la boca se centró en el lóbulo de su oreja. Jane introdujo los dedos en la
abundante y sedosa cabellera masculina, mientras, inconscientemente,
amoldaba su cuerpo al de Blake.
—Jane.
Le abarcó con las manos las redondeces de los senos y poco a poco fue
aumentando la presión de su boca y con ferocidad besó los temblorosos labios
de su esposa, hasta minar su resistencia.
, Ella creía ahogarse en el fondo de un mar cálido y devorador; todo cuanto
había anhelado o habría de anhelar lo tenía delante, al alcance de sus manos;
con no poca dificultad, logró introducir los dedos entre la camisa de Blake para
poder frotar enérgicamente el oscuro vello que le poblaba el pecho. De pronto,
Blake la apartó, liberándola de su presión y Jane le miró aturdida.
—Acaba de llamarnos tu madre —la miró sonriente—. ¡Pobre Jane! A pesar de
todos tus esfuerzos por disimularlo, aún reaccionas conmigo.
—¿Cómo puedo evitarlo? —como por un milagro, su voz se oyó más calmada
de lo que había esperado—. Tú fuiste el primero que enseñó a mi cuerpo el
significado del placer físico.
—¿El primero? ¿Me quieres decir que ha habido otros desde entonces?
Jane no pudo descifrar por qué sus ojos despedían destellos de furia salvaje.
—Thomson no será uno de ellos, ¿verdad? Te mira como un perro que codicia
un jugoso e inasequible hueso.
—Mis relaciones con Charles no son de tu incumbencia.
—¿No? ¿Olvidas una cosa? —él le cogió la mano izquierda y la hizo levantarla

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hasta poner delante de sus ojos el anillo de boda de oro que ella aún llevaba en
el dedo—. Todavía eres mi esposa, Jane.
—Eso puede cambiar pronto —respondió dispuesta a hacerle todo el daño que
pudiera.
¿No comprendía que su manera desconsiderada y cruel de tocar los puntos
sensibles de su cuerpo la hería profundamente? ¿No comprendía que la
humillaba su actitud egoísta y vanidosa al creer que podía poseerla a su antojo
como si supiera que su corazón aún albergaba aquel tonto amor que había
sentido por él?
—Puedo conseguir con facilidad un divorcio amistoso, hemos estado separados
mucho tiempo.
—Un divorcio amistoso requiere de una separación de dos años sin ninguna
clase de relaciones maritales entre la pareja.
—¿Quieres decir que...? —Jane sintió un estremecimiento en todo su cuerpo al
sospechar que pudiera ser cierta la velada amenaza que conllevaba su débil
comentario.
—Quiero decir que por el momento estoy satisfecho con mi estado matrimonial,
no pienso cambiarlo y que tomaré las medidas necesarias para asegurarme de
que siga así.
Blake sonrió irónico al ver la expresión de Jane.
—Mientras tú te has dedicado a vivir tu propia vida, yo me he dedicado a la
mía. Mis primeros dos libros han tenido mucho éxito en Estados Unidos y
ahora soy un hombre rico. Un hombre con una cuenta bancaria considerable es
un candidato apetecible al matrimonio y mi propósito es impedir que me
atrapen y me obliguen a una unión de la que me resultaría caro librarme.
Mientras siga casado contigo, eso no sucederá.
—A menos, desde luego, que yo decida demandarte por falta de pensión
alimenticia.
—Si lo dice una mujer que durante cuatro años se ha negado a aceptar un
centavo mío, es improbable. Creo que más vale que bajemos antes de que tu
madre empiece a hacer conjeturas equivocadas acerca de nuestra ausencia.
Media hora después, cuando estaba a punto de marcharse, Blake se volvió hacia
Jane en la intimidad que ofrecía la puerta de la casa y le recordó:
—Tienes dos días para llegar a una determinación respecta a Fern. Ya sabes
dónde encontrarme y si no vas, vendré a buscarte.

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Capítulo 3
LOS dos días siguientes fueron de frenética actividad para Jane y, a pesar de
que en teoría apenas tenía tiempo para pensar en Blake, él ocupó sus
pensamientos en todo momento. Sarah también estaba muy atareada
preparando sus vacaciones. Jane contrató a una nueva ayudante, una joven de
la villa recién salida de la escuela y que, en su opinión, era bastante buena
bailando. Una entrevista con su contable de Dorchester le confirmó su creencia
de que la academia iba viento en popa y se estaba alcanzando un éxito modesto.
El contable frisaba en los treinta años, era soltero y no intentaba disimular la
atracción que sentía por ella.
—Para mí es un placer sólo verte andar —comentó él al abandonar el
restaurante al cual la había llevado a comer—. Me fascina tu forma de danzar.
Jane se despidió de él. Durante todo el trayecto a Frampton sus pensamientos
giraron alrededor de su esposo. El tiempo había transcurrido velozmente y al
día siguiente tenía que dar una respuesta a Blake respecto a lo de Fern. Jane
había tratado el asunto con su madre y no le sorprendió que Sarah estuviera a
favor de la sugerencia de él.
—Es el padre de Fern y nada puede cambiar ese hecho —declaró
tranquilamente—. A veces pienso que tu odio hacia él obedece al rencor que
tienes por haberle amado tanto.
¿Por haberle amado tanto? ¿Qué diría su madre si supiera que, lejos de odiar a
Blake, todavía estaba terriblemente enamorada de. él? Tal vez si le dijera la
verdad, Sarah comprendiera su actitud. A pesar de ser en beneficio de Fern, la
idea de verle la inquietaba mucho. Tenía que luchar más allá de sus fuerzas
para no arrojarse en sus brazos, para no rogarle que la llevara de nuevo con él.
Al detener su automóvil frente a la casa de su madre comprendió que no podía
postergar indefinidamente su inevitable encuentro. Esta misma tarde iría a ver a
Blake después de recoger a Fern en la guardería.
Su madre no se encontraba en casa. Jane se preparó una taza de café y
deambuló intranquila por la pequeña cocina. No obstante, sabía que no podría
calmar su inquietud hasta no efectuar su entrevista con Blake. Antes de que
pudiera cambiar de parecer, cogió las llaves de su automóvil y se dispuso a
salir, pero al abrir la puerta se miró y vio que llevaba el mismo vestido que se
había puesto para ir a Dorchester: un vestido de seda rosa pálido que su madre
le había regalado. Las líneas lisas resaltaban la gracia y esbeltez de su cuerpo y
contrastaban con los rizos negros que le caían sobre los hombros. Jane se
encogió de hombros al introducirse en su Mini. Lejos de infundirle la confianza
que necesitaba para enfrentarse con Blake, ese vestido la hacía sentirse más
vulnerable, a diferencia de cuando iba vestida con sus pantalones vaqueros de
costumbre; pero ya era muy tarde para cambiarse.
El Ferrari de Blake estaba aparcado delante de la casa. Jane dejó su coche a su
lado y trató de dominar los latidos de su corazón. La puerta de la pequeña casa
estaba abierta y ella se acercó vacilante, luego dio unos breves toques. Al no

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recibir respuesta, respiró aliviada. Era evidente que Blake no estaba. Pero
cuando se dirigía de nuevo hacia su automóvil la detuvo el ruido de un papel al
rasgarse y una sorda imprecación. Inmediatamente, la puerta se abrió de par en
par y apareció Blake alisándose la cabellera despeinada.
—¡Jane!
—Si he venido en mal momento, puedo volver después.
¿Por qué estaba tan nerviosa? Jane desvió la vista al ver su expresión de
disgusto y posó sus desorbitados ojos en el desnudo cuello y en la morena piel
del pecho que dejaba ver su camisa desabrochada.
El rubor tiñó sus mejillas y volvió la cabeza rápidamente con la esperanza de
que él no adivinara con cuánta avidez y desesperación deseaba verle y sentirle.
La forma de hacer el amor de Blake había sido un regalo para todos sus
sentidos y ahora cada uno de ellos reaccionaba por su cercanía.
—Si interrumpo... —titubeó ella.
Blake hizo una mueca y respondió:
—No interrumpes nada, aparte de romper un tremendo bloqueo de escritor... es
algo que no me había pasado con mis dos primeros libros. Entra. Hablaremos
mejor dentro.
Jane le siguió con pasos torpes hacia un pequeño despacho. El sofá y las sillas
estaban arrinconadas a un lado para dejar sitio a un gran escritorio y una silla.
Sobre el escritorio había una máquina de escribir eléctrica y montones de papel.
—No sabía que escribieras otra cosa, aparte de artículos periodísticos.
—Es cierto —asintió Blake con ironía—. A mi vuelta de El Salvador escribí mi
primer libro.
Casi como un autómata, Jane se acercó a la máquina de escribir. En ella había
una hoja medio terminada.
—Espera aquí, voy a preparar café, no tardaré.
—Por mí no te molestes —respondió tensa, estaba ansiosa por terminar con la
entrevista.
—No es ninguna molestia. Además, hoy no me he tomado un descanso todavía,
espera aquí.
Blake desapareció y Jane recorrió todo el lugar con la vista. Sus ojos se
detuvieron en unas estanterías llenas de libros que estaban a su espalda.
Reconoció muchos de los que Blake tenía cuando vivían juntos en el
apartamento. ¿Cuánto tiempo pensaría quedarse en Frampton? ¿Cuánto tiempo
se tardaría en escribir un libro? Jane no tenía la menor idea. Cogió una novela
que había leído el pasado verano y con manos temblorosas dejó caer el libro al
suelo al ver en la cubierta la cara de Blake, que parecía mirarla con ojos fijos.
¡Blake había escrito aquello! Recordó lo mucho que la novela la había
conmovido, lo que había sentido por el héroe irónico; la fuerza de la intensidad

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de las apasionadas escenas de amor. Al agacharse para recoger el libro, tiró del
escritorio varias hojas de papel escritas a máquina. Se agachó y empezó a
recogerlas. Al leer automáticamente unas líneas se quedó inmóvil. Las palabras
parecían saltar del papel; eran tan eróticas y atormentadoras que pudo sentir la
respuesta de su cuerpo hacia ellas. Estaba leyendo una escena de amor que le
recordaba vividamente aquellos momentos en que Blake y ella habían hecho el
amor.
Jane estaba aún arrodillada al lado del escritorio sujetando con mano tensa las
hojas de papel cuando Blake entró con dos tazas de café.
—¡Has escrito sobre nosotros! —el tono de su voz denotó acusación e
incredulidad. ¿También los libros anteriores de Blake habían sido
autobiográficos?
—Un escritor utiliza sus propias experiencias —se justificó imperturbable—, ya
no eres una mujer ingenua de veinte años y debes saber que ese tipo de
experiencias sexuales son comunes a la mayoría de los adultos, aunque debo
admitir que nuestros encuentros inspiraron mis primeras cien hojas. Tal vez sea
por ello por lo que ahora sufro este bloqueo mental... Quizá necesite
estimulación sexual para librarme de él.
—Te aseguro que no tienes que ir muy lejos a buscarla —repuso con frialdad
pensando en Caroline.
—No, no muy lejos —asintió Blake casi imperceptiblemente, entornando los
ojos y mirándola fijamente, como una fiera salvaje que acecha a su presa—.
¡Qué agradable es saber que por una vez estamos de acuerdo! —Blake puso las
tazas de café sobre el escritorio y luego se inclinó y la cogió por los brazos para
ayudarle a levantarse—. ¿O es que de pronto te has dado cuenta de lo que te
has perdido? Thomson no parece un buen amante... Te necesito, Jane —a
continuación, él tiró de ella bruscamente hacia sus brazos y ahogó una tímida
protesta con la firme calidez de su boca.
La furia de Jane fue ahogada por el efecto que Blake producía en sus sentidos.
El olor a almizcle que despedía, tan familiar en él, inflamaba el ardor que sentía
recorrer su cuerpo y maquinalmente sus manos buscaron su piel para explorar
y acariciar la dureza de sus músculos.
—Jane —pronunció en un suspiro, cerca de su boca, y ella abrió los labios en
espontánea invitación.
Cuando él mordisqueó con ternura la tersa y rosada carne de su labio inferior,
ella exhaló un gemido de placer y arqueó el cuerpo para adherirlo al suyo.
—La fría y reservada Jane —murmuró Blake con voz ronca apartando los labios
de su boca para probar la candente piel del cuello—. Cuando hago el amor
contigo, te derrites en mis brazos.
A modo de protesta, Jane le arañó la espalda de arriba abajo. Tan absorta estaba
en el placer que él le producía que casi no se dio cuenta de que él bajaba la
cremallera de su vestido hasta que sintió que sus dedos le recorrían la espalda y

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se estremeció de placer. ¡Blake! ¡Oh, Dios, cuánto le amaba!


—Jane...
Ella estaba hundida en un sueño inmensamente voluptuoso del cual jamás
deseaba despertar y la llamada de Blake resonó como una señal de advertencia
que ella no quería atender. Para acallar el eco volvió la cabeza con frenesí posó
sus labios en los de él. Su instinto sexual reprimido durante la separación la
dominó.
Cuando Blake la cogió en brazos para llevarla hacia el sofá, Jane sintió un júbilo
enorme. Acto seguido, se quitó el vestido con un desenfado que en otro tiempo
le habría escandalizado. El ondulante y ágil cuerpo de bailarina se entregó a los
brazos de Blake y, luego se arqueó con avidez contra él, que, apartando sus
labios de la boca de ella, empezó a besarle la barbilla hasta detenerse
deliberadamente detrás de la oreja; luego trazó un camino con desesperante
lentitud a lo largo del cuello y se detuvo al sentir los latidos de su base,
besándola una y otra vez hasta que Jane exhaló una débil protesta. Ella, por su
parte cubría con besos tiernos y frenéticos la cara de Blake, mientras sus manos
le acariciaban con ansiedad todo el cuerpo.
—Jane, hagamos el amor.
Tras el brillo de sus ojos, Jane podía ver una pasión que rivalizaba con la suya
propia, una pasión llena de intensidad que trasponía todas las barreras. Blake
con manos temblorosas estrechó el cuerpo de su esposa contra el suyo.
—Jane.
Blake depositó una serie de tiernos besos ascendentes y se detuvo en el borde
del sostén de encaje, luego retrocedió y recorrió el mismo camino con la lengua.
Los pezones de Jane se pusieron erectos, queriéndose abrir paso hacia arriba a
través del delicado encaje, y un gemido escapó de su garganta cuando él al
continuar su recorrido, los acarició, presionando la barrera de encaje. Luego
inició el descenso encendiendo una espiral ardiente de deseo que parecía
extenderse y consumirle por completo. Aquellas sensaciones, familiares y
desconocidas a la vez, despertaron de golpe sus sentidos. Los dedos de Jane
acariciaron la piel de Blake y su boca probó su sabor a sal, mientras percibía el
olor peculiar del cuerpo masculino.
Blake la agarró por la cintura y luego deslizó las manos hasta las caderas para
estrecharla contra los contornos masculinos de su cuerpo. La áspera tela de sus
pantalones vaqueros rozó la tersa piel de los muslos y estómago de Jane. Ella
maldijo todos los obstáculos que se interponían entre ellos y acarició la piel de
Blake con su lengua húmeda para decirle sin palabras que tomara él la
iniciativa.
Un ronco gemido de placer fue percibido por Jane. Él tenía los ojos cerrados y el
espeso abanico de sus pestañas oscuras le hacía parecer extrañamente
vulnerable, habían desaparecido las duras arrugas que rodeaban su boca y ésta
casi expresaba ternura. Jane trazó una línea con el dedo sobre la boca de Blake y

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vio cómo él abría los labios y una blanca dentadura lo apresaba. Luego la cogió
por la muñeca y la obligó a poner la palma de la mano en su boca.
—Dos pueden jugar el mismo juego —murmuró él con ternura. La caricia de su
lengua en la vulnerable piel la hizo estremecerse de un irrefrenable placer que,
como una ola gigantesca, amenazó con devorarla, cuando él acercó a su boca la
mano de ella para besarle cada dedo.
La estimulación erótica de sus sentidos exigía una respuesta que ella era
incapaz de negar. Se dispuso a explorar con sus labios la piel de Blake y empezó
a trazar círculos en un pezón masculino hasta que sintió que un
estremecimiento recorría el cuerpo amado. Él enredó sus dedos en el pelo de
Jane, exhaló una ronca imprecación y la apartó de sí sentenciando roncamente:
—Veamos si soportas este castigo.
Jane aún llevaba puesto el sujetador y la húmeda insistencia de su boca sobre la
frágil barrera suponía una incitación que su cuerpo no podía resistir.
No era castigo. ¡Era una tortura! La lengua rozaba con ardor la cumbre
inflamada de cada seno y luego se retiraba, era un tormento que Jane no habría
podido soportar de no haber sentido que unos dedos se abrían paso por debajo
de la tela de encaje para llegar al extremo más sensible y acariciarlo.
-—Blake... —sus labios pronunciaron con dolor una débil protesta.
En sus ojos brillaba un deseo febril que no podía ocultar.
—¡Ah! Así que no te gusta cuando los papeles se cambian.
Ella estaba de costado, casi debajo de él. Blake levantó la cabeza para observarla
un instante y la volvió a bajar. Un lento estremecimiento recorrió a Jane cuando
él, con una mano desabrochó el sujetador hábilmente y dejó al descubierto sus
senos. Dos botones turgentes aparecieron ante los ávidos ojos de Blake. Era
bastante extraño que ella ahora no sintiera la vergüenza y turbación que había
experimentado durante su matrimonio, cuando él había tratado de excitarla
hasta un punto en que nada importaba salvo la culminación del acto sexual.
Por instinto arqueó el cuerpo hacia arriba, los senos, henchidos de deseo, se
elevaban y descendían al ritmo de su respiración.
Como atraído por un imán, Blake no pudo resistir a la tentación de bajar la
cabeza. Con una mano abarcó el contorno de un seno y con la lengua empezó a
trazar círculos alrededor del otro. Automáticamente, ella separó los muslos para
acoger la fuerza viril que había en Blake.
El preludio amoroso de él. que hasta entonces se había refrenado, pareció
cobrar intensidad, lanzó un gruñido y la cara se le tiñó de púrpura mientras
acariciaba los extremos sonrosados. Jane se sintió como si millones de aguijones
microscópicos le estuvieran punzando produciéndole placer.
De pronto sintió la mano de Blake entre sus muslos y su cuerpo vibró de
expectación. Sin embargo, unas palabras pronunciadas en su oído, como una
ducha helada, la hicieron volver bruscamente a la realidad.

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—Si después de esto no desaparece mi bloqueo mental...


Calló cuando todos los músculos del cuerpo de Jane se tensaron.
—¿Qué ocurre?
Jane tuvo que hacer un gran esfuerzo para mirar a Blake a la cara. Él frunció el
ceño extrañado y la joven pidió al cielo que no pudiera adivinar sus
pensamientos. Por un instante había creído que era posible retroceder las
manecillas del reloj, que él podría amarla como ella le amaba. Ahora sentía asco
de sí misma, estaba avergonzada y escandalizada.
—Fern... —su voz sonó extraña, como enfadada—. Debo ir a buscarla y no
quiero llegar tarde.
—Ya recuerdo —evocó Blake con sorna—. Siempre solías negarte a hacer el
amor por las mañanas porque pensabas que llegarías tarde al trabajo.
—No siempre —Jane se apartó de él y, aturdida, buscó a tientas su ropa, con la
esperanza de que no adivinara la verdadera razón de su intenso rubor.
—¡Qué diría el querido Charles si supiera lo que ha pasado!
—No ha pasado nada —corrigió furiosa, negándose a reconocer que si Blake no
hubiera pronunciado aquellas palabras ella estaría aún en sus brazos, a un paso
de la culminación de su acto sexual.
Lo más lamentable era que su cuerpo sufría por el deseo frustrado.
—¿Sabe él lo sedienta que estás de amor? ¿Tan sedienta que hasta has dejado
que un hombre al que odias te haga el amor?
—¿Sabe Caroline que haces el amor sólo para conseguir material para tus
libros? —respondió Jane al desafío.
Las arrugas que rodeaban la boca de Blake se hicieron más profundas y sus ojos
se volvieron tan negros y fríos como el pedernal.
—Jamás desprecio a una dama —se burló y vio cómo la cara de Jane se teñía de
rojo—. En especial cuando esa dama es la madre de mi hija. Todavía no hemos
hablado de Fern.
—Pero... —Jane no podía volver allí para tratar el asunto con serenidad, no a la
misma habitación donde había estado a punto de olvidar las duras lecciones
recibidas durante años; al mismo lugar donde, como muchas veces en el
pasado, le había suplicado sin palabras que le hiciera el amor.
—Tengo que ir a Londres durante algunos días —la interrumpió él antes de que
pudiera hablar—. Iré a verte a mi vuelta para hablar del asunto —inclinó la
cabeza y posó sus labios en los de Jane sin darle tiempo a moverse—. Puedo
probar el sabor de mi piel en tu boca -le dijo con voz dulce—. ¿Cuántos
hombres han hecho el amor contigo desde que me abandonaste? ¿Uno...? ¿Dos?
—entornó los ojos con crueldad—. Podría apostar que ninguno.
—Debo irme —antes de que él hubiera podido volver a hablar Jane ya estaba
fuera, indignada por haber comprobado que era capaz de atormentarla de esa

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forma.
Todavía temblaba cuando llegó a la guardería y bajó de su automóvil. Por
fortuna, Fern no notó nada extraño en su comportamiento y sintió un gran
alivio cuando llegó a su casa y no halló a su madre en ella. Luego preparó algo
de beber y de comer para Fern y se metió apresuradamente en el cuarto de
baño, donde se quitó la ropa y se metió bajo la ducha hasta que el chorro de
agua limpió su cuerpo y lo libró del olor de Blake. Después se secó y volvió a
vestirse, pero la escenas de aquella tarde no dejaban de desfilar por su mente: el
cuerpo de Blake, brillante y flexible, su dura y musculosa piel; la forma en que
la acariciaba y su total entrega. Lo más angustioso era que él le había hecho el
amor porque circunstancialmente ella estaba allí y cualquier otra mujer le
habría servido para sus propósitos. ¿Todas sus respuestas hacia él serían
descritas en el libro? Se estremeció y ahuyentó aquellos pensamientos que en
nada la beneficiaban.
Esa noche había una reunión en la escuela de la villa, para tratar el asunto de la
venta de la abadía. Jane iba con retraso y al dar una curva cerca de la entrada de
la abadía, alcanzó a ver que de su interior salía el Ferrari de Blake. Él conducía y
Caroline se encontraba a su lado. Gracias a la fugaz ráfaga de luz de los faros de
su automóvil pudo divisar los hombros de Caroline y el costoso traje de noche
que llevaba puesto.
Los celos hicieron que su sangre fluyera candente, como lava; sintió el impulso
de detener su automóvil y arrastrar a Caroline lejos, muy lejos de Blake.
¿Qué le pasaba? Estaba perdiendo toda noción de orgullo y realidad. No tenía
por qué interesarle con quién tuviera relaciones Blake. Era consciente de que
durante la separación él no había vivido como un monje, pero eso no le había
importado hasta que la había tenido de nuevo en sus brazos y la había hecho
sentir que su cuerpo clamaba por la satisfacción de su deseo.
Jane recorrió el resto del camino con los sentidos embotados. La reunión estaba
muy animada. Una semana antes ella había participado con todas sus energías
en el debate contra la demolición de la abadía, pero ahora sólo podía adoptar
una actitud pasiva y concentrar toda su atención en los oradores.
Charles fue el primero que habló y al terminar su discurso, bastante pedante
por cierto, fue aclamado tibiamente con aplausos apagados Después, otros
oradores tomaron la palabra y, al terminar, Jane se encargó de recoger firmas
para la petición, motivo fundamental de la reunión que se estaba celebrando.
Alguien sugirió que debía darse parte a las autoridades pertinentes y cuando la
asamblea llegó a su punto más informal hubo una discusión acalorada respecto
a los pasos a seguir más convenientes.
—Esta mañana ha venido a verme Caroline —informó Charles a Jane cuando
ésta se colocó a su lado—. Parece que tu ex-marido la está incitando a seguir
adelante con la venta.
—¿Blake? ¿Por qué habría de hacerlo?
—Tal vez desea ayudarle a gastar el dinero que recibirá por ella —sugirió

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Charles groseramente—. Y como es un periodista en paro...


—No está en paro, está escribiendo una novela.
¡Cuan rápido había salido en defensa de Blake! Después le mortificó su reacción
ante el comentario de Charles.
—¡Qué pronto te ha envuelto con su hechizo! —Charles estaba enfadado, Jane
pudo adivinarlo por el brillo de furia que había en sus ojos—. Eres una tonta si
te dejas embaucar por toda esa palabrería acerca de la reconciliación. Él te
necesita hoy tanto como hace cuatro años. ¿No estaba deseoso de que le
abandonaras? Creo que le divierte hacer de perro del hortelano, que ni come la
berza ni la deja comer. Perderá el interés en cuanto que consiga lo que se
propone contigo. ¿Por qué no te divorcias de él? Ya sabes lo que siento por ti...
—dijo la última frase con voz apagada y Jane se vio en un aprieto al no poder
reprimir un estremecimiento de repugnancia.
Charles le agradaba como amigo, pero como amante... ¡Jamás! La sola
posibilidad de tener que hacer el amor con Charles la ponía enferma.
Jane no necesitaba oír a Charles para saber que Blake no sentía nada por ella,
pero eso no alteraba lo más mínimo sus sentimientos hacia él.
Durante el camino de vuelta a casa, su madre la acosó a preguntas.
—Estoy segura de que Charles no es el motivo de tu falta de concentración.
Estás como ausente.
—Pensaba en la abadía —mintió Jane—. ¿Has encontrado lo que querías?
—Casi todo. ¿Has arreglado las cosas con Blake?
—Más o menos —volvió la cabeza rápidamente para que el rubor de culpa que
había teñido sus mejillas no la delatara—. ¿Sabías que MacMillan Henderson es
él?
—No, no lo sabía. Me parece recordar que dijiste que su libro te había gustado
mucho.
—Eso fue antes de saber que es Blake.
Jane oyó reír a su madre y se dio cuenta lo infantil y de mal gusto que había
sido su comentario.
—Ha utilizado nuestro... mi... —buscó palabras para explicarlo mientras
luchaba por ocultar su dolor.
—Ha utilizado sus propias experiencias, querrás decir —respondió Sarah con
delicadeza—, lo cual me parece muy razonable. Pareces deleitarte en no querer
ver a Blake tal y como es y ojalá le miraras a través de unas gafas de color rosa
como ves a Charles.
—No existe comparación entre los dos.
—No —asintió su madre con peculiar sentido del humor—. Yo diría que no
existe ninguna, pero tú te empeñas en lo contrario. Creo que hoy me acostaré
temprano. Salimos de vacaciones dentro de dos días.

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—¿Salimos? —Jane estaba desconcertada.


—Henry ha decidido acompañarme. No ha podido encontrar quién le ayude a
atender la tienda y ha pensado que podíamos cerrar durante quince días.
—¿Henry va a ir contigo? —estaba asombrada. Su madre había conseguido
mantener a raya a su pretendiente durante quince años por lo menos, así que no
comprendía aquellas repentinas muestras de capitulación.
—¿Por qué?
—Tal vez porque veo en lo que te ha transformado la soltería contestó Sarah
con ironía fingiendo no haber entendido la pregunta de su hija—. O tal vez sea
porque me he dado cuenta de que soy una mujer de más de cuarenta años que
tiene una hija ya en edad adulta y una nieta y que, sobre todo, tiene la fortuna
de que haya un hombre que casi dice a gritos que la encuentra atractiva.
Jane entornó los ojos y miró a su madre, sospechando por primera vez, si Henry
y ella ya eran amantes. De ser así, habían sido muy discretos. Luego, sonriendo
con malicia, exclamó con picardía:
—Si es así, espero que aproveches la oportunidad... De lo contrario, yo misma
podría tratar de seducirle para arrebatártelo, Henry es muy atractivo.
—¿Sí? —la respuesta fue dada en tal tono de suficiencia, que las dos se echaron
a reír.
Cuando Jane se disponía a acostarse, se preguntó por qué había tardado tanto
tiempo en comprender que su madre era también una mujer con deseos y
necesidades. ¿Era porque había vivido absorta en sí misma durante cuatro años
y ahora su cuerpo volvía a despertar a la vida gracias a las caricias de Blake?
¿Dónde estaría él en aquellos momentos? ¿Haciendo el amor con Caroline?
Sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el suave viento de la noche que
entraba por su ventana.

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Capítulo 4
EXTIENDAN las manos...! ¡Aspiren...! ¡Expiren...! ¡Descansen! —Jane realizó los
ejercicios obedeciendo a sus propias instrucciones y relajó los músculos de su
cuerpo.
Si algo le faltaba a la vieja escuela para ser un gimnasio en toda regla, eran
vestuarios y duchas, reflexionó Jane diez minutos después de marcharse las
últimas alumnas. Aquel día, por primera vez, algunas del grupo intermedio
habían pasado al siguiente nivel y ella se sentía realmente satisfecha.
Sally, su ayudante, se había ido temprano porque tenía una cita con el dentista
y Jane estaba sola. Como de costumbre, antes de abandonar la escuela revisaba
puertas y ventanas. Aunque Frampton no era una villa donde jovenzuelos
alborotadores corrían en desbandada causando daños y destrozos por
aburrimiento o rencor contra la sociedad, los años en Londres la habían
enseñado a ser precavida.
Apenas había terminado de hacer su revisión general cuando una señal de
alarma le recorrió la espalda. Incluso sin volverse, sentía que no estaba sola, y el
hombre que estaba en el umbral de la puerta abierta, de cuerpo grueso y rasgos
vulgares, era un desconocido.
Por alguna razón lógica, Jane se atemorizó. El sujeto podía ser el hermano o el
esposo de alguna de sus alumnas, pero un instinto atávico, profundamente
arraigado, le decía que no era así. Su primer impulso fue pegarse a la pared y
andar despacio sin hacer ruido, sabía que en cuanto intentara cruzar la puerta
sería descubierta.
—¿Quién... quién es usted y qué quiere?
¡Qué pregunta más trivial!, pensó al escuchar su propia voz, ahora ronca por el
temor, como si fuera una persona ajena a ella que no pierde de vista ninguna de
sus reacciones.
—Digamos que vengo de parte de una amistad suya —insinuó e1 desconocido
con ironía pero con cordialidad—. ¿Quiere que le dé un consejo de amigo?
Un frío glacial la envolvió y paralizó todos sus miembros.
__Este lugar es muy bonito —rumió la áspera voz—. Debe haberle costado no
poco dinero arreglarlo así y sería una lástima que algo lo estropeara, ¿no cree
usted?
__¿Que algo lo estropeara? —la pregunta era innecesaria, Jane
había captado ya el significado de sus amenazas, pero lo que ignoraba era de
parte de quién venía.
Numerosas películas norteamericanas y relatos de chantajes pasaron
fugazmente por su cerebro. ¿Sería acaso un miembro de la famosa mafia que ya
había extendido sus tentáculos hasta Frampton? No era muy probable.
—Sí... algo así como un accidente. La gente suele inmiscuirse en los asuntos de

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los demás, le gusta meter las narices donde no la llaman.


Jane comprendió al instante. Un escalofrío de pavor le recorrió el cuerpo.
—¿Se refiere a la abadía? —inquirió con valentía—. ¿Por eso ha venido a
amenazarme?
—¿Amenazarla? Es una simple advertencia. Además, no sólo hay que pensar en
este lugar. Tiene usted una hija, ¿no es así? Sería lamentable que algo le
ocurriera.
—¿Por qué a mí? —repuso Jane con voz lastimera, todavía sin poder creer del
todo lo que le estaba pasando. Un sol espléndido aún brillaba en el cielo e
iluminaba el lugar haciendo visibles diminutas partículas de polvo. Jane podía
oír el ruido de los vehículos que transitaban por la avenida principal, pero en su
interior sentía algo extraño. Empezó a temblar al recordar el odio mordaz que
había visto reflejado en los ojos de Caroline y su determinación de vender la
abadía.
—Un comité ha tomado la decisión de oponerse a la venta, yo sólo soy un
miembro más de él.
—Y usted puede convencer a ese abogado amigo suyo de que dejen de
presionar. Sin su apoyo, los demás perderán el interés muy pronto.
Lo que él decía era verdad, pero Jane sintió la necesidad de hacer un intento
más por averiguar por qué ella era la única amenazada.
—¿Por qué me han elegido precisamente a mí? —preguntó con voz ronca—.
¿Por qué...?
—¿Por qué? Yo no doy las órdenes, solamente las cumplo.
—Y en este caso, ¿cuáles son sus órdenes? ¿Destruir este lugar? ¿Obligarme a
que los haga desistir utilizando a mi hija? ¿No se da cuenta de que puedo ir a la
policía?
Nada más pronunciar aquellas palabras comprendió que había cometido un
error. El hombre endureció la cara y el paso que dio hacia ella fue claramente
amenazante.
—Puede hacerlo, pero no lo hará; no si le importa la seguridad de su hija. No
puede estar vigilándola todo el tiempo —pareció leerle el pensamiento—. Y
nosotros podemos...
¿Qué podía hacer ella? Se le ocurrieron las ideas más descabelladas y una
ansiedad febril por ver a Fern se apoderó de ella. La señora Widdows le había
prometido cuidar de la pequeña el tiempo que su madre estuviera de
vacaciones.
—Téngalo bien presente —sentenció el hombre dirigiéndose a la puerta—. Lo
único que tiene que hacer es convencer a su abogado de que abandone todo
proyecto de oposición y nada malo ocurrirá.
Las últimas palabras del desconocido retumbaban aún en su cerebro cuando

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detuvo su automóvil delante de su casa. Fern salió corriendo a recibirla y


protestó con agudos gritos cuando Jane la estrechó fuertemente entre sus
brazos.
—Mamá, se te ha olvidado traer el pan —observó la niña mientras su madre
daba las gracias a la señora Widdows por haber cuidado de ella.
Jane sonrió a la niña con una leve mueca forzada, pensando si podría cerrar la
academia e irse lejos con Fern por algún tiempo. Blake... Blake.. sabría qué
hacer... Parecía natural que pensara en recurrir a él y sin meditar a fondo en lo
que hacía cogió precipitadamente a Fern de una mano, la metió en su automóvil
sin hacer caso de sus protestas y se dirigió a la abadía.
Sólo cuando estaban a punto de llegar recordó que Blake se había ido a
Londres, pero, para consuelo suyo, al acercarse a la casa pudo distinguir su
Ferrari aparcado delante.
Se bajó del vehículo y ordenó a Fern que no se moviera de su sitio. Todo su
cuerpo empezó a temblar de alivio. Blake sabría qué hacer, él le ayudaría a
tener a salvo a Fern. ¡Oh, Blake! Ahora más que nunca le necesitaba y jamás se
le había pasado por la imaginación que no pudiera confiar ciegamente en él.
Al cruzar la sala de estar, Jane descubrió la cabeza oscura de Blake a través de
las ventanas francesas abiertas. Él estaba sentado de espaldas a ella y sin
tomarse la molestia de tocar el timbre para ganar tiempo avanzó velozmente en
dirección a él. La voz quejumbrosa y áspera de Caroline echó su ánimo por
tierra.
¡Caroline estaba con él! ¿Por qué no había pensado en esa posibilidad? Él le
había dicho que era una mera coincidencia que fuera inquilino de Caroline y
Jane le había creído, pero ahora, al verlos juntos con sus propios ojos pensaba
que se había dejado engañar como una tonta. Blake había afirmado que quería
conocer a su hija, ¿por qué había esperado tanto tiempo? Y ¿por qué había sido
tan ingenua como para creerle, si ya sabía cuáles eran sus sentimientos hacia
Fern antes de que ésta naciera? Porque le amaba, sólo por eso. Porque le amaba
y no había abandonado nunca la posibilidad de que algún día él la amara
también.
Unas palabras consoladoras de Blake la sacaron de su aturdimiento:
—Yo ya no me preocuparía demasiado por ella, ya está todo arreglado. He
hablado con ella y dudo que te cause más problemas.
Jane no esperó a oír más. Volvió a su automóvil, encendió el motor y recorrió el
camino a una velocidad exagerada sin hacer el menor caso de Fern, que
intentaba inútilmente llamar su atención.
—¡Mamá...! ¡Mamá!
No... no podía creer... no debía creer que Blake estuviera inmiscuido en aquel
proyecto para intimidarla. Y, sin embargo, lo había oído claramente... Él no
había dicho nada respecto a amenazarla, tal vez aquello hubiera sido idea de
Caroline... sí, debía ser eso; Blake jamás... Tenía que encontrar una respuesta

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que le señalara el camino para escapar de las dudas que tenía con respecto a
Blake. No, se negaba a creer que él estuviera mezclado en algo tan ruin, conocía
a Blake, era recto y honrado casi hasta la exageración.
Una vez en su casa, comprendió que estaba muy lejos de tener una solución
para su problema. No podía abandonar el pueblo. ¿Dónde iría? Tampoco podía
ceder ante ninguna amenaza. Tendría que quedarse, pensó, no tenía alternativa,
o cerraba la academia o se llevaba a Fern consigo a dar las clases. La lógica le
decía que mientras se encontraran rodeadas de gente estarían a salvo y nada le
pasaría a su hija en público.
Ojalá no se hubiera ido su madre y hubiera alguien a quién recurrir. No tenía a
nadie.
La semana siguiente transcurrió lentamente y Jane se preguntaba si sería la
única persona que sentía que una calma anormal se cernía sobre el pueblo.
Quizá el temor le hubiera desarrollado una percepción más aguda, lo ignoraba.
Solamente sabía que vivía con un temor constante y que el calor sofocante de la
temporada parecía aumentarlo. En el transcurso del tiempo se convocó al
comité a dos reuniones. Blake asistió a una, pero se marchó antes de terminar y
Jane se preguntó si sería una tonta por creer que él no estaba enterado de las
amenazas que le habían hecho. Si creía en él de verdad, ¿por qué no iba en
busca de ayuda? ¿Por qué no confiaba en su propio juicio y le decía lo que
estaba pasando? ¿Era acaso porque quería creer tanto en él que si descubría su
equivocación quedaría completamente destruida?
Fern empezaba a rezongar y a impacientarse porque su madre no la perdía de
vista. Era una niña independiente por naturaleza y le molestaban los cuidados
excesivos. Para colmo, Jane recibió una mañana una postal de su madre donde
le informaba que habían resuelto alargar sus vacaciones tres semanas más. Por
nada del mundo podía escribirle para implorarle: «Vuelve a casa... estoy
atemorizada», aunque eso era precisamente lo que deseaba hacer.
Todas las noches se encargaba de que puertas y ventanas quedaran bien
cerradas y se tranquilizaba al pensar que a los dos lados de la casa había
vecinos y no estaba sola. Horribles pesadillas apenas la dejaban dormir y la
fuerte tensión la estaba haciendo adelgazar. A pesar de su bronceado, su
aspecto era enfermizo, tanto que hasta Sally se lo comentó.
Después de muchos titubeos, decidió continuar con sus clases y alegró de que
por las fiestas de la academia no pareciera extraño se llevara a Fern consigo. La
niña se aburrió de la rutina diaria muy pronto y una mañana que desapareció,
Jane casi se pone histérica al verla aparecer en compañía de Sally, que la había
llevado a nadar a un lago de la localidad. Tanto la joven como la niña se
extrañaron por su comportamiento y Jane lo comprendió; había tristeza y dolor
en los ojos de Sally. Ésta era la mayor de cuatro hermanas y estaba
acostumbrada a vigilar a otros hermanos menores, pero Jane no podía confiar
en ella y la había herido por su falta de confianza.
Después de la segunda reunión del comité, Paul Davis les arregló una
entrevista en uno de sus programas de sucesos de la vida diaria. También iba a

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haber otra entrevista con un miembro del gobierno local, quien deploró la
pérdida que sufría el país y las generaciones futuras, si edificios como la abadía
eran destruidos.
Entrevistaron a Caroline y a los contratistas. Ella declaró que derechos de
herencia y otros gastos considerables la impulsaban a venderla al mejor postor
y los contratistas, por su parte, argumentaron que las casas que construyeran en
el lugar donde se encontraba la abadía dotarían de un hogar a muchas familias.
Además, todo sería de la más alta calidad.
—En otras palabras —añadió Charles con amargura—, piensan obtener de la
finca el mayor beneficio económico posible.
Tres días después de la segunda entrevista la bomba explotó. A Jane no la
sorprendió, en realidad lo esperaba. Aunque cumplieron sus amenazas de una
manera imprevista para ella, el suceso aconteció de una manera peculiar y
resultó afortunado y tranquilizador.
Jane imaginaba que el ataque a la academia sería furtivo y secreto, pero sucedió
a plena luz del día; una pandilla de adolescentes casi destruyeron por completo
la sala principal antes de que la policía pudiera controlarlos.
Cuando los entrevistaron, arguyeron que lo habían hecho en señal de protesta
porque la venta de la abadía a los contratistas significaría nuevos empleos en
una región que carecía de ellos y no sólo eran empleos eventuales, habría casas,
establecimientos comerciales y una nueva escuela.
Los habían aleccionado bien y Jane sabía que nadie, al oírlos, adivinaría que
había alguien detrás de ellos. El hecho demostraría que la habían elegido sólo
porque ella tenía un próspero negocio y no sufría, como ellos, por la falta de
empleo.
Aquella tarde no tuvo ni un solo momento de reposo. Varias personas la
visitaron para animarla y hasta muchas de sus alumnas se ofrecieron a ayudar a
poner en orden la academia; pero también recibió algunas llamadas telefónicas
para cancelar sus clases y Jane empezó a preguntarse, desesperada, si estaba
presenciando el inicio de la destrucción de todo lo ganado a base de un gran
esfuerzo.
Para colmar el vaso, Fern estaba de un humor de perros. Jane sentía lástima por
la pequeña. Estaba acostumbrada a cierto grado de independencia y le
molestaba el encierro a que la obligaba su nuevo estilo de vida.
—Te odio —le recriminaba a su madre cuando ésta la llevaba a acostar—. Te
odio y quiero irme a vivir con papá.
Jane no había hablado con Blake después de su regreso de Londres, salvo una
vez en una reunión del comité. ¿Por qué no la había buscado? Parecía muy
resuelto a conocer mejor a su hija, pero desde entonces no había hecho el menor
intento por acercarse a ella.
Se preparó una taza de café y se disponía a saborearlo, arrellanada en su sillón
favorito, cuando oyó que un automóvil se detenía delante de la puerta principal

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de la casa. Luego oyó un golpe seco en la puerta. A pesar de que sabía que
ningún atacante anunciaría su llegada, tenía los nervios tan a flor de piel por la
tensión y el temor, que el golpe la hizo saltar y se encogió en el sillón rogando
que se marchara el visitante.
Las primeras sombras de la noche impedían ver la identidad del desconocido.
La señora Widdows estaría sentada cómodamente frente a su televisor, la joven
pareja de al lado había salido a cenar fuera y no había nadie que pudiera oír sus
gritos de auxilio. Un segundo golpe, seco y fuerte, tensó todos sus músculos e
instintivamente volvió la mirada hacia el teléfono, luego oyó la voz de Blake
pronunciando su nombre.
Fue tal el júbilo que casi se sintió mareada. Corrió a la puerta y la abrió, sin
darse cuenta de que la luz iluminaba su cara demacrada. —¡Jane! ¿Estás
enferma?
¿Enferma? Si el pavor es una enfermedad, sí estaba enferma, reflexionó
torpemente, permitiendo entrar a Blake.
._¿Por qué no abrías la puerta? ¿No me has oído llamar?
¿Qué diría él si le dijera la verdad? ¿Que no había acudido a la primera llamada
porque temía que fuera un hombre que había ido a cumplir con la parte final de
las amenazas de otro hombre?
—Disculpa... —Jane empezó a temblar incontrolablemente, aliviada, al sentir
que unas manos la agarraban de los brazos infundiendo calor a su helado
cuerpo.
Blake tenía el ceño fruncido y sus ojos eran sombríos, como aquellos días en que
le había echado en cara que quería a otra mujer. Ella hizo un esfuerzo por
recobrar la serenidad, su orgullo le exigía no dar rienda suelta a sus
sentimientos y demostrarle que ahora era una mujer adulta y capaz.
—Estoy bien, Blake —consiguió decir mientras se apartaba bruscamente de él.
Blake se negó a soltarla, la agarró con más fuerza y la atrajo contra su cuerpo.
—¡No! ¡No estás bien, maldita sea! —exclamó con brusquedad—. Y no es de
extrañar, habría venido más pronto si lo hubiera sabido. Estaba fuera, acabo de
regresar esta mañana, tenía que resolver unos asuntos en Londres.
—¿Con tu editor? —preguntó, adormilada, casi ebria por el calor y el confort de
sus brazos.
Al advertir su leve vacilación, se arrepintió de haber hablado.
—Pues... sí... —asintió—. Nada más llegar, Caroline me ha contado lo que te ha
pasado.
—Y te lo habrá contado mostrando, sin duda, una satisfacción maligna —espetó
con rencor, tratando de olvidar lo que había oído el día que fue a pedirle ayuda.
—¿Dónde está tu madre? —buscaba con los ojos, con la esperanza de que Sarah
hiciera acto de presencia.

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—Todavía está de vacaciones.


—No deberías estar aquí sola—el corazón de Jane dio un vuelco.
¿Realmente estaba preocupado por ella, como indicaban su expresión y sus
palabras, o su preocupación era parte de un plan cuidadosamente concebido
para minar sus defensas? Su instinto le aconsejaba poner la cabeza en el hombro
de Blake y confiarle sus temores. Deseaba que él la estrechara más y le dijera
que ya no tenía que preocuparse. Sin embargo, no podía arriesgarse a confiar en
su instinto, siempre estaría a favor de Blake, influido por el amor que ella le
tenía.
—A un lado vive la señora Widdows y al otro los Hargreave —explicó lo más
indiferente que pudo, alejándose de sus brazos a pesar del dolor que ello le
produjo—. Así que no estoy sola.
—Y Fern duerme arriba —irrumpió Blake con brutalidad—, preparada para
defenderte cuando esos delincuentes decidan ir más lejos. No creo que te des
perfecta cuenta del peligro en que puedes estar.
¡Si supiera! Jane se volvió de espaldas a él para que no viera la indecisión que
reflejaban sus ojos. Una vez que le mirara, le tiraría de la lengua y le sacaría
toda la verdad, Jane no podía arriesgarse a descubrir que él estaba involucrado.
—Creo que lo más prudente es que te retires del comité —sus palabras
sorprendieron a Jane, quien volvió la cabeza. Blake la miraba con gesto
ceñudo—. Sé que no querrás hacerlo, pero debes ser consciente de los peligros
que te acechan aquí. Los Barrons son muy conocidos en la industria de la
construcción por su implacabilidad y parecen estar muy resueltos a conseguir la
abadía.
—¿Hasta el grado de no acatar un decreto gubernamental de preservación de
edificios históricos? —interpeló con voz ronca. Ante los hechos, la sugerencia de
Blake era razonable, ella había pensado hacerlo, pero...—. En tal caso, tal vez
debamos disolver el comité, si son tan despiadados, todos correremos el mismo
riesgo.
—Puede que todos corran peligro, pero no el mismo —replicó con aspereza—.
Tú eres más vulnerable que los demás y si los Barrons están detrás de lo que ha
pasado en tu academia, puedes estar segura de que no se detendrán en eso.
Quiero que tú...
Un toque en la puerta le impidió seguir adelante. Era Charles, Jane le reconoció
y no supo si alegrarse o disgustarse por la interrupción. Blake, por su parte,
hizo un gesto de desagrado cuando el hombre entró.
__Se me ha ocurrido pasar por tu casa a ver cómo estás —explicó Charles,
nervioso y se calló en el acto al ver a Blake apoyado en la chimenea como si
estuviera en su propia casa.
__Como puedes ver, has llegado demasiado tarde —le echó Blake en cara y
añadió con una voz llena de reproche—. Y me sorprende que hayas dejado que
Jane volviera sola a casa en vista de lo sucedido hoy.

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__Me he entretenido en los estudios de televisión —explicó Charles antes de


que Jane pudiera protestar y decir que no era una niña y que era capaz de tomar
sus propias decisiones.
__Entiendo —el tono de Blake fue burlón y ella vio que la cara de Charles
enrojecía. Tal vez, pensó ella más tarde, esa fue la razón de su explosión de
cólera... la cual alarmó tanto a Blake como á ella misma.
—Escucha, Templeton —respondió acalorado—. Puedo cuidar bien de mi
prometida y te agradecería mucho que te marcharas y nos dejaras en paz. Deseo
hablar con Jane a solas.
—Ah, ¿sí? —en contraste con el tono jactancioso y alterado de Charles, la voz de
Blake fue fría—. Creo que eso no va a ser posible. Pareces olvidar que la mujer
que reclamas como tu prometida es aún mi esposa y si alguien tiene que
marcharse de aquí, no soy yo. Además, si te preocupas tanto por ella como
afirmas no la habrías dejado sola esta tarde por una entrevista en la televisión.
—Jane comprende que debemos dar la mayor publicidad posible a nuestra
campaña.
—¿Aún a costa del fracaso de hoy? Era de esperar —añadió Blake con frialdad
antes de que Charles pudiera protestar—. En tu caso te exculpo, pero en lo
concerniente a Jane creo que en este momento se está arrepintiendo de haberse
involucrado en el asunto y si de verdad te preocupa, procurarías que se
quedara al margen. Ella es demasiado vulnerable como para soportar las
tácticas de terror a que son muy dadas gentes como los Barrons.
—Esa es una de las razones por las que tenemos que seguir luchando contra
ellos —fue la primera vez que Jane pudo hablar desde la llegada de Charles y
su tono fue tan convincente que éste, satisfecho, volvió los ojos hacia ella en
señal de aprobación mientras Blake asentía con ironía.
—Así que no te piensas retirar —repuso Blake con suavidad—. Debía haberlo
previsto, siempre has sido muy testaruda —y, volviéndose hacia Charles
añadió—. Creo que ya es hora de que te marches.
—¿Que me marche? —farfulló indignado, mirando a Jane en busca de ayuda—.
Pero... si acabo de llegar.
—¡Reclamar a mi esposa como tu prometida! —exclamó Blake lenta y
pesadamente—. En vista de las circunstancias, te has precipitado un poco.
Por un instante, Jane pensó que Charles iba a desafiar a Blake, pero no lo hizo.
Ya en la puerta, él se volvió hacia Jane y dijo con voz impersonal.
—Te llamaré mañana.
Por la expresión de Charles, Jane pudo entrever que él esperaba que ella pusiera
alguna objeción a los comentarios de Blake, pero no tuvo el valor ni la energía
suficientes. Blake la había hecho sentirse protegida y esa sensación había
persistido lo suficiente como para que deseara tenerle junto a ella el mayor
tiempo posible.

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—No dará resultado, lo sabes —añadió Blake con voz suave, mientras Charles
ponía el automóvil en marcha—. Siempre tendrás que luchar por él y tú no eres
esa clase de mujeres.
—¿De cuál entonces? —replicó ella con mordacidad—. ¿Soy de las indefensas
que necesitan aferrarse a un hombre alto y fuerte para que las proteja?
—No... —Blake se acercó a ella y bajó la vista hacia la cara levantada. Jane
comprendió que debía retirarse, pero no pudo hacerlo—. No, eres una mujer
que ha aprendido a valerse por sí misma; eres una mujer inteligente y
responsable que ha sabido combinar lo esencialmente femenino de su sexo con
un poco de independencia e individualidad, dándole a su personalidad una
sazón y exquisitez final. En ocasiones pareces una mujer que tiene miedo de
aceptar su femineidad y se oculta tras una máscara protectora.
Blake se quitó su chaqueta de cuero y la arrojó sobre una de las sillas. Jane
siguió sus movimientos con la mirada y frunció el ceño sin comprender. Él le
explicó enseguida.
—Me preocupa que pases aquí sola esta noche y puesto que tu noble caballero
está poco dispuesto a cuidar de ti, he resuelto hacerlo yo.
_-¿Quieres decir que te quieres quedar aquí esta noche?...
Pero no puedes.
__¿Por qué no? Después de todo, todavía estamos casados, si es el aspecto
moral lo que te preocupa. Además, no olvides que tenemos que hablar acerca
de Fern.
¿Por qué no? repitió Jane, intentando buscar una sola razón por la que él no
pudiera quedarse en la casa con ella. Su corazón le rogaba una y otra vez que
cediera y aceptara su protección.
.—Para tu tranquilidad, dormiré en la habitación de tu madre _Blake la miraba
fijamente.
—Pero... pero no tienes nada que ponerte y... —objetó Jane débilmente.
—Siempre duermo desnudo, ¿ya lo has olvidado? En cuanto a lo demás, no es
la primera vez que los dos hemos usado el mismo cepillo de dientes.
Los ojos de Jane brillaron, sabía a qué se estaba refiriendo. Recordó la noche en
que le pidió que se casara con él, la noche que insistió en acompañarla a casa, la
noche que hicieron el amor por primera vez y despertó en sus brazos con la
firme convicción de que querría estar en ellos el resto de su vida.
—¿No más objeciones?
—Tendré que hacer la cama.
—Ve a hacerla mientras yo preparo algo de beber caliente para los dos.
Jane subió a la planta alta, reprendiéndose por su debilidad y por su deseo de
recibir su protección. Ya no era una niña y podía cuidar de sí misma
perfectamente. Sin embargo, ¡qué alivio era saber que aquella noche no estaría

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sola en casa, que Fern no correría peligro! Su corazón dio un vuelco, ¿cómo
podía estar segura de que Blake no les haría daño ni a ella ni a Fern? No, pensó
convencida: ¡no, no podía ser capaz de eso! ¡Jamás!
Media hora después, los dos bebían una taza de café que Blake había
preparado. Estaban uno frente al otro y todo parecía de lo más natural.
Por primera vez desde que le había abandonado, Jane se sentía a salvo y
protegida, pero debía estar alerta a aquella ilusión. ¿No le habían enseñado los
años que era tonto y egoísta depender por completo de otro ser humano?
¿Acaso no sabía que en la relación entre dos personas se iban creando unos
lazos que poco a poco se estrechaban hasta que al final eran tan asfixiantes que
los dos podían llegar a luchar por romperlos para liberarse? El amor entre Jane
y Blake era muy intenso y demasiado avasallador.

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Capítulo 5
EL sueño de Jane fue intranquilo. Por fin, despertó en la oscuridad de la noche y
al mirar el reloj se dio cuenta de que aún eran las tres de la mañana. Ya fuera
por las fuertes emociones del día o por la inquietante presencia de Blake, que
dormía bajo el mismo techo, le fue imposible volver a conciliar el sueño. Tenía
la boca seca y lo único que anhelaba era una reconfortante taza de té.
No quería despertar a Blake ni a Fern. Bajó por la escalera en la oscuridad y, sin
muchos tropiezos, llegó hasta la cocina, que se encontraba debajo de la
habitación de Blake, por lo que tuvo que desplazarse de un lado a otro haciendo
el menor ruido posible. Al coger una taza de porcelana china de la alacena
volvió la cabeza y creyó ver en la oscuridad que una silueta humana se
deslizaba con sigilo a través del jardín. La taza resbaló de sus dedos, cayó al
suelo y se hizo añicos produciendo gran estrépito. Jane olvidó al intruso ante el
temor de que el ruido, que había retumbado en toda la cocina, hubiera
despertado a Blake.
Estaba recogiendo los fragmentos de loza cuando Blake apareció en la cocina
abrochándose aún los pantalones vaqueros. Tenía el pelo enmarañado y su
ancho pecho desnudo brillaba como el oro a la luz de la bombilla eléctrica. A
pesar de que había despertado bruscamente, todos sus sentidos parecían estar
alerta.
—Deseaba una taza de té —se disculpó, resentida. Estaba en su propia casa, se
recordó Jane y Blake era un huésped no invitado.
—Has hecho tanto ruido como un drogadicto desesperado que busca una dosis
esperada durante mucho tiempo —gruñó Blake en respuesta.
—Siento haberte despertado —el agua de la tetera empezó a hervir y Jane se
dirigió a ella.
—He saltado de la cama y me he dado cuenta de lo que estaba ocurriendo al ir
bajando por la escalera.
Jane, de espaldas a él, le oyó continuar con firmeza:
—Mi primer pensamiento ha sido que alguien había entrado en la casa. Desde
que me he enterado de lo que ha pasado esta tarde, no he tenido ni un solo
momento de tranquilidad.
—¿Tú crees que si abandonara el comité estaría a salvo? —no podía mirarle,
tenía miedo de lo que pudiera leer en los ojos de él.
—Tengo la certeza de que ayudaría, aunque dudo que renunciases a tus
campañas en contra de la venta de la abadía. Sin embargo, los Barrons son unos
enemigos muy poderosos.
—¿Y supones que ellos son los responsables de lo ocurrido en la escuela?
Si Caroline y él eran culpables intentaría convencerla de ello por todos los
medios a su alcance. Ojalá tuviera valor para preguntarle la verdad. ¡Qué

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cobarde, tonta y pusilánime era! Se burló de sí misma.


—Estoy casi seguro, pero dudo que logres conseguir alguna prueba. Ellos son
demasiado listos. ¡Cuidado...!
Jane estuvo a punto de pisar un fragmento de la taza rota.
—¡Blake! —la protesta de la joven se ahogó en su garganta.
Él se inclinó para cogerla en brazos, la llevó a la sala de estar y la dejó en el sofá.
Cuando él se inclinó sobre ella, el cálido olor masculino le recordó las
incontables veces que él la había tomado así en sus brazos y, por un instante,
sintió el impulso de rogarle que no la soltara. Al contrario, Jane forcejeó dentro
del cálido y estrecho cerco de sus brazos, preguntándose si él sería consciente,
como ella, de que sus senos se aplastaban contra la desnudez de su cuerpo.
Un calor familiar subió a la cara de Jane. La delgada tela de algodón de su
camisón se adhirió provocativa a su cuerpo cuando él la soltó.
—No te muevas de aquí —dijo con sequedad—. Yo limpiaré el suelo y
prepararé el té. Pero antes quiero que me digas qué hacías aquí abajo.
—No podía dormir y pensé que si bebía algo reconfortante podría conciliar el
sueño.
—A mí me pasaba lo mismo, pero generalmente opto por algo con alcohol.
Jane observó a Blake a través de las puertas abiertas limpiar la cocina con
movimientos ágiles y sin el menor esfuerzo. En casa, durante el tiempo que
habían vivido juntos, él siempre había insistido hacer su parte de los quehaceres
domésticos. Por extraño que pareciera, ella lo había tomado a mal entonces, lo
veía como una prueba más de lo poco que él la necesitaba. Recordaba que
habían discutido muchas veces y que él arremetía furioso diciéndole que no la
quería como criada, sino como compañera. Le había ofrecido, ahora lo
comprendía, el tipo de relación que toda mujer debía esperar, pero ella tenía
tanto temor e inseguridad que no había querido abandonar su sueño dorado de
un matrimonio y maternidad convencionales, a cambio de lo que le estaba
ofreciendo.
—¡Hey, despierta! ¿En qué pensabas?
—Pensaba en Charles —respondió mintiendo y rehuyó su mirada cuando cogió
la taza de té que Blake le ofrecía.
Sería desastroso para ella que adivinara que él era el objeto de sus
pensamientos, él y sus lamentaciones por sus locuras del pasado.
-¿Ah, sí?
No fue furia lo que ella vio en sus ojos. Sabía que Charles no era del agrado de
Blake, pero los ojos oscuros y de penetrante intensidad que se volvieron hacia
ella eran los de un amante celosísimo.
—Aún eres mi esposa.
—Pero eso no significa que no pueda pensar en otros hombres.

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Observó cómo aumentó la tensión en Blake.


—¡No! No te merece, deja de pensar en él. Piensa en esto en cambio —Blake
deslizó una mano por su cabeza, enredó los dedos en la sedosa cabellera y
empezó a darle masajes vigorosos, pero tiernos, hasta que ella arqueó el cuello.
El anhelo de sentir la boca de Blake en la suya era casi insoportable y le
halagaba y excitaba saber que él quería besarla.
—Jane...
La besó, apenas rozándole los labios, en espera de su reacción y» al no
encontrar ninguna resistencia, le prodigó mimos y caricias pasándole la lengua
a lo largo de la trémula línea de su boca, humedeciéndola e incitándola.
Un diluvio de placer inundó todo su cuerpo confirmando lo que, sentía por él.
De su garganta escapó un gemido de súplica al sentir que cedía la presión
posesiva de la boca de Blake y arqueó el cuerpo contra él, ansiosa de prolongar
su beso.
Como siempre, Blake sabía lo que ella sentía y profundizó el beso con ardor
para mitigar el creciente deseo que pudiera desbordarse dentro de ella; luego
disminuyó la presión y poco a poco la hizo caer hasta quedar tendida en el
suelo, entre sus brazos.
—Jane, estás tan hambrienta de mí como yo de ti.
—No —protestó con un sonoro gemido, pero muy dentro de su corazón sabía
que él tenía razón—. ¿Qué le ves como hombre a ese Thomson? Él no puede
satisfacer a una mujer como tú. Te llama su prometida, pero no es tu amante.
—¿Cómo lo sabes? —se movió inquieta entre los brazos de Blake, consciente de
que pisaba arenas movedizas pero, por otra parte, no podía negarse el placer de
tenerle tan cerca.
—Porque si lo fuera, no querrías que yo te tocara así —con su dedo pulgar le
acarició suavemente la parte anterior de la oreja y le acarició los hombros,
transmitiendo oleadas de placer a su cuerpo—. O así —deslizó los dedos por
debajo de la camisa de dormir de algodón hasta llegar a los senos.
Al sentir el roce de su dedo pulgar en su vulnerable y sensitivo pezón, Jane
contuvo el aliento y su corazón empezó a latir con tanta fuerza que el eco
pareció romper el silencio que había entre ellos. Luego, con habilidad y
destreza, Blake deslizó sobre los hombros los tirantes de la fina prenda para
dejar al descubierto su suave piel. Extasiado, siguió con la vista la línea de las
seductoras curvas.
—Blake, por favor, no debemos hacerlo.
Jane tenía que conservar la ecuanimidad para detenerle antes de que la
hipnotizaran aquellos ojos que lanzaban destellos de deseo. Sería muy fácil
rendirse a su necesidad apremiante de estar así con él, a su anhelo de que él
poseyera su cuerpo, de la misma manera en que ya poseía su corazón.
—No. Jane, estás equivocada. Debemos hacerlo —su voz ronca denotó un tono

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extraño, como si luchara por reprimir sus sentimientos.


Su razón le decía que debía rechazarle, pero alargó una mano ara acariciar su
piel. Al tocarle, sintió que un deseo avasallador se extendía por todo su cuerpo.
Era estimulante y embriagador saber que aún tenía habilidad para excitarle.
«El deseo no es amor», le avisó una voz interior, pero optó por no hacerle caso.
Ansiaba desesperadamente disfrutar de aquella intimidad, gozar de aquellos
momentos mágicos, que sólo Blake le podría proporcionar.
—Jane, si continúas acariciándome así, tendré que hacerte el amor, debamos o
no. Tus dedos dicen a mi piel que deseas tocarme tanto como yo a ti —Blake
lanzó un súbito gruñido al sentir que los pezones de Jane despertaban a una
vida palpitante como una respuesta a sus palabras.
Él hizo una pausa y continuó:
—Tú me deseas —estalló con ferocidad casi triunfal, como si alguna vez
hubiera dudado de los deseos de ella. ¿Cómo podía ser posible? Jane siempre
había estado anhelante de sus caricias, tanto que casi temblaba cada vez que él
se le acercaba.
No apartó los ojos, envalentonada por el amor, que sentía por él y luego, como
para subrayar su tácito deseo, deslizó los dedos ligeramente a lo largo de la
mata de vellos oscuros que le cubría el pecho hasta llegar a la barrera de sus
pantalones vaqueros.
Blake lanzó un gruñido y hundió la boca en el cuello de Jane.
—Perversa, sabes lo mucho que deseo que me toques así, haces algo que
ninguna mujer puede hacerme.
La confesión tuvo la virtud de alejar de Jane el temor y la timidez. Fue como si
un espíritu travieso y lascivo se hubiera apoderado de su cuerpo y supo excitar
y dar placer al que tenía encima. Los labios de ella rozaron delicadamente el
torso de Blake. El íntimo y reconocible olor masculino de él aumentó su
sensibilidad. En el pasado, ella se había contentado con que él tomara la
iniciativa, ahora quería compartir con Blake el mismo ardor que le consumía las
entrañas. Jane le besó la firme columna del cuello y sintió el estremecimiento
que le recorrió. Le incitó de nuevo y él reaccionó estrechándose con más fuerza
contra ella. Luego, deslizó las manos hacia las caderas para amoldarla a su
cuerpo con desesperación. A tientas, Jane encontró el cinturón del pantalón y él
terminó la tarea, se lo quitó y lo arrojó a un lado.
Ella se quedó sin aliento cuando pudo admirar la imponente belleza del cuerpo
desnudo. No resistió el impulso de tocarlo, de sentir en las yemas de sus dedos
la calidez de la piel.
—Jane —murmuró Blake en ronca protesta, apretando tembloroso los labios
para advertirla que le estaba empujando al límite de su resistencia.
Pero a ella no le satisfacía sólo sentir la calidez de aquel cuerpo. El amor y el
deseo se confundían en su interior excitando sus sentidos hasta un extremo que
casi la hacía rogarle que fuera suyo. Colocó una mano en un muslo de Blake y

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sintió la dureza de sus músculos. Después, inclinó la cabeza y sus labios


acariciaron la superficie del estómago de él.
Era un acto de adoración sin palabras y sintió que él aspiraba bruscamente y
detenía la respiración hasta no poder soportar más.
—Jane —el nombre brotó, como una protesta, de sus labios, perdidos en la
espesura del pelo femenino.
Al querer levantarla para apartarla de sí, Blake tensó todo el cuerpo y la
estrechó más contra sí, rendido a las íntimas caricias que ella le prodigaba.
Un grito áspero, entre el dolor y el placer, inundó el lugar, mientras Blake se
retorcía contra ella candente de pasión.
La forma en que Jane demostraba a Blake que le deseaba, lánguida en otro
tiempo, se había transformado en una pasión feroz, casi salvaje. Los dos yacían
tendidos en el suelo, él la acariciaba y la besaba sin cesar. Al fin, la mano de
Blake llegó a la parte interior de los muslos y con suaves caricias logró
producirle intermitentes espirales de placer, un placer que ella había empezado
a creer que era una quimera.
—Mi dulce Jane, he deseado tanto hacer esto —exclamó con el cuerpo agitado
mientras la hacía sumirse en un olvido que sólo podía tener un final—. Tú
también lo has deseado —le besaba las partes más sensitivas mientras
estremecimientos convulsivos la recorrían.
El cuerpo de él era una carga que ella aceptaba y le ofreció la boca para recibir
su feroz y avasallante beso. Jane respondía ciegamente a sus embates de la
virilidad, tal y como la había enseñado en el pasado.
Los dos amantes rodaron por el suelo. Si cinco días antes hubieran dicho a Jane
que estaría allí, haciendo el amor con Blake, no lo habría creído.
Un climax explosivo se apoderó de los cuerpos de ambos y Jane pronunció a
gritos el nombre de Blake.
__Cualquiera diría que somos unos adolescentes sin una cama donde hacer el
amor, a pesar de que tenemos dos para elegir —murmuró Blake, estrechándola
entre sus brazos.
—La mía es individual —replicó Jane, soñolienta—. Además, no es lo suficiente
grande para ti —los ojos adormilados de la joven recorrieron el cuerpo de Blake
mientras descansaba, desfallecida, en el suelo.
—Has cambiado —murmuró Blake, acariciándole un seno con gesto de
instintiva posesión—. Antes, jamás habrías tomado la iniciativa, nunca me
habías tocado ni acariciado como esta noche.
—Creía que era incorrecto en una mujer... que tú no querrías que lo hiciera —
Jane se alegró de que la semioscuridad no le dejara ver su ruborizada cara.
—¡Que no querría! ¡Dios mío, si lo hubiera sabido! En muchas ocasiones sentí
ganas de arrodillarme para implorarte la décima parte del amor que me has
dado esta noche. Sé que éste no es el momento de decírtelo, pero lo haré. Deja

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ese comité. Comprendo tus sentimientos acerca de la abadía, pero no conoces el


lío en que te estás metiendo.
—¿Y tú sí? —replicó airada.
Su relajante satisfacción había desaparecido y todas sus sospechas volvieron de
golpe. ¿Le habría hecho el amor deliberadamente con la esperanza de hacerla
cambiar de parecer?
—Sé un poco más que tú y no me gusta lo que sé —repuso con aspereza.
¿Qué quería decir? ¿Que había sido cómplice de las amenazas de Caroline y
ahora estaba pensando en cambiar de parecer? Tal vez hasta de él mismo
hubiera surgido la idea, pensó Jane asqueada; quizá había sugerido a Caroline
que recurriera a los Barrons en busca de ayuda. Porque no cabía la menor duda
de que el hombre que había ido a verla tenía que ver con los Barrons.
—¿Es por eso por lo que has venido esta noche? ¿A convencerme de que deje el
comité?
Blake se apartó y Jane sintió frío sin el calor de sus brazos. El alejamiento fue
casi un rasgo representativo de sus relaciones, se dijo ella con amargura, así
como también su estremecimiento en reacción a ello.
—No, no ha sido por eso, maldita sea —repuso Blake decepcionado—, por
supuesto, juzgas mis acciones en virtud de tus tontos razonamientos... siempre
lo has hecho. Tu mente está llena de acusaciones descabelladas, creía que habías
madurado, pero ahora veo que me estaba equivocando. Antes que nada quiero
que recuerdes que no estás en peligro tú sola, sino también mi hija y puesto que
aún eres mi esposa pienso teneros vigiladas a las dos.
—Entonces me aseguraré de ser tu esposa durante el menor tiempo posible.
Jane estaba al borde del llanto. Su compenetración anterior había desaparecido
bruscamente. Era una lección más que le había enseñado que no debía
engañarse creyendo que el deseo podía compararse al amor.
—Creo saber lo que eso quiere decir —le respondió, rechinando los dientes—,
aunque me parece que te olvidas de algo... para conseguir el divorcio necesitas
mi consentimiento o, en su defecto, una prueba de que no hemos cohabitado
durante más de cinco años y no tienes ni lo uno ni lo otro.
—¿Por qué insistes en tenerme atada a ti de esta manera? —gritó con dolor—.
¿Cuál es el propósito de...?
—El propósito, mi querida Jane, es evitar que te cases con tu querido Charles y
yo lo haga con otra mujer —se puso de pie—, vuelvo a mi habitación, a tratar de
dormir lo que resta de la noche. Si te sientes sola, no te molestes en venir a
buscarme, ¿entendido?
Y con ese último comentario salió. Al subir por la escalera, Jane pensó que no
podría dormir, pero al amanecer concilio el sueño.
Al día siguiente, lo primero que vio al despertar fue una taza con café frío sobre
la mesa de noche. En medio de su atolondramiento lo primero que le vino a la

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mente fue que su madre la había subido luego recordó y un rubor candente le
cubrió las mejillas. Por qué se sentía tan vulnerable al pensar que Blake la había
observado dormida en su cama, si apenas seis horas antes los dos habían hecho
el amor?
Hasta ella, a través de la ventana abierta, llegaban las risas de Fern, que
provenían del jardín. Hacía mucho tiempo que su hija no reía. Ahogando un
suspiro, tensó los músculos y saltó de la cama para correr hacia la ventana. Se
sintió aliviada al ver que Fern estaba jugando con Blake. Cualesquiera que
fueran sus sentimientos hacia ella, era seguro que él no toleraría que a su hija le
hicieran daño y si él conocía las amenazas hechas contra ella debía saber el
peligro que corría Fern.
Observó durante largo rato jugar a padre e hija olvidando que estaba desnuda.
Era lo que siempre había soñado: un padre que jugara y riera con su hija, y
ahora se daba cuenta de que había tratado de imponer en la gente sus propios
deseos. De pronto se dio cuenta de que Blake alzaba la vista hacia ella
recreándose en las curvas de sus senos. Jane se apartó con las mejillas rojas por
la indignación. Sintió que la había mirado como recordando la escena de amor
de la noche anterior y queriendo que ella también la recordara.
Nada más bajar Jane, se presentó Charles inesperadamente. Se quedó
desconcertado al encontrarse a Blake en la casa actuando como si fuese suya.
Ella estaba segura de que su esposo se había parado a propósito en la puerta de
la cocina, para hacerlo más manifiesto. Y lo que es más, hasta insistió en
preparar a Jane algo de desayunar, así que Charles tuvo que sentarse a la mesa
con ella mientras Blake iba a un lado para otro en la cocina.
—Quería hablar contigo a solas —susurró Charles, molesto y con un tono
agudo, pero en ese momento se acercó Blake con un plato en el que había dos
deliciosos huevos fritos y lo dejó delante de Jane.
—Tu esposa... —Charles miró furioso a Blake y luego a Jane—. ¿Qué os pasa?
Lleváis tanto tiempo separados que...
—Que he decidido que es el momento de terminar esa separación —para
asombro de Jane, Blake alargó una mano sobre la mesa, cogió su mano
izquierda y se la llevó a los labios.
El breve roce en su piel hizo que su corazón diera un vuelco —Para satisfacción
de los dos —añadió con un tono íntimo y Ronco Jane tuvo que esperar a que
Charles se marchara para pedirle una explicación, pero él se limitó a encogerse
de hombros.
—He hecho simplemente lo que cualquier hombre para defender algo de su
propiedad —dijo sin el menor dejo de remordimiento
—¡Yo no soy de tu propiedad!
—No, pero eres mi esposa y, como acabo de decir, lo seguirás siendo.
Reconócelo, jamás serías feliz con él, no es lo bastante hombre para ti.
—Y supongo que tú sí, ¿verdad? —replicó con sarcasmo.

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—Quizás no, pero al menos le llevo bastante ventaja. Anoche no hiciste el


menor intento de rechazarme cuando te tuve en mis brazos —le recordó con
malicia—. Tu reacción no fue la de una mujer que tiene un amante que la
satisface. Hasta me aventuraría a afirmar que no has tenido ningún amante
desde que me dejaste.
—¡Vete al diablo! —aborreció la risilla que oyó a sus espaldas cuando se volvió
para dirigirse a la sala de estar.
—Ojalá papá no se hubiera ido —se lamentó Fern una hora después cuando las
dos estaban solas.
Jane exhaló un suspiro mientras cepillaba los rizos rebeldes del pelo de su hija.
Blake y ella habían discutido antes de su marcha. Él quería que ella dejara el
comité, pero... ¿cómo iba a hacerlo? Varias personas ya habían empezado a
mostrar un marcado desinterés respecto a la campaña. Algunos que habían
prometido dar su nombre para apoyar sus planes, se habían echado atrás por
considerar que quizá fueran buenos los proyectos de los Barrons pues
significaban trabajo para los jóvenes y casas cómodas y modernas.
El pan y los huevos se habían terminado... Blake había utilizado los últimos
para su desayuno... y Jane dudaba si sería más prudente comprarlos en la
localidad o ir hasta el pueblo más cercano. No quería dejar la casa sola mucho
tiempo y al final, optó por lo primero.

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Capítulo 6
JANE, querida, ya me he enterado de lo que te han hecho esos desalmados.
¡Qué horrible ha debido ser para ti! Jane se detuvo para recibir las condolencias
de la esposa del vicario sin perder de vista a Fern.
—Janice y los niños están en casa con nosotros por el momento
_continuó refiriéndose a su hija casada—. Quizás una tarde Fern quiera venir a
tomar el té.
Los nietos gemelos del vicario tenían aproximadamente la misma edad de Fern
y, aunque Jane estaba poco dispuesta a permitirlo, Fern se entusiasmó en el acto
con la visita y la madre se sintió obligada a aceptar.
—Estás muy pálida, querida —continuó diciendo la señora Simmonds—.
¿Cuándo vuelve tu madre? Quería pedirle un consejo acerca de un par de
candelabros que he encontrado en el desván.
Jane charló con doce o más personas que se detuvieron a manifestarle su pesar
por la destrucción de su academia y cuando se disponía a volver a su casa ya se
había hecho muy tarde. Al dirigirse hacia su automóvil fue detenida por Bill
Smithers, que había salido corriendo de su oficina. Bill era el agente de seguros
del lugar y manejaba los seguros de ella y de su madre.
—¡Jane, me alegro de verte! He recibido una llamada de tu aseguradora,
mañana enviarán a un tasador. Éste quiere que te reúnas con él en la escuela.
¡Mañana! Pensó Jane rápidamente. Menos mal que había aceptado la invitación
para Fern, era casi imposible que pudiera llevarla consigo.
—¡Qué pronto!
—Les he dicho que estabas ansiosa por volver a empezar a trabajar. No debes
preocuparte, estás muy bien protegida... lo cual no podría decir de algunos de
mis clientes, y Rick Brewer es un buen chico.
Tras acordar la hora, Jane metió a Fern en la parte trasera del vehículo. El
deportivo de Blake estaba aparcado en la puerta de su casa y él esperaba en el
asiento del conductor. Al ver llegar Jane, se bajó para ir a su encuentro. El
corazón de ella empezó a latir aceleradamente, como cada vez que le veía. Tenía
el gesto ceñudo cuando abrió la puerta del automóvil, pero cuando Fern corrió
hacia él, se esforzó por sonreír.
—¡Papá!... ¡Cógeme, papá! ¡Cógeme!
Jane no esperaba verle tan pronto y bajó la cabeza para ocultar el rubor
repentino que le había invadido las mejillas al recordar lo sucedido la noche
anterior. Desde su ventana, la vecina los vio avanzar por el sendero y Jane se
preguntó qué pensaría la anciana de las entradas y salidas de Blake.
—¿Para qué querías verme? —Jane se maravilló de la tranquilidad con que
había hablado.
—Me desagrada la idea de que Fern y tú estéis aquí solas... después de lo

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ocurrido en la escuela.
—¿Sí? ¿Y qué me sugieres que haga? —preguntó jocosa. ¿Qué contrate a un
guardaespaldas? ¡No creo que mis ingresos alcancen para tanto!
—He pensado que Fern y tú podríais mudaros a mi casa... por lo menos hasta
que vuelva tu madre.
Jane le miró estupefacta, le parecía increíble.
—¡Mudarnos a tu casa! ¿Quieres decir... vivir contigo? ¿No pondrá Caroline
ninguna objeción?
Jane se arrepintió enseguida de haberse dejado llevar por el resentimiento pues
sus palabras habían sido fruto de los celos; pero Blake pareció tomarlas en serio
y, frunciendo el ceño de nuevo, la observó detenidamente.
—¿Qué objeción podría poner? He alquilado la casa para todo el verano, eres
mi esposa y Fern mi hija.
—Blake, no podemos irnos a vivir contigo —protestó, desesperada—. Este
pueblo es muy pequeño y si lo hago, la gente murmurará —argüyó, sin saber lo
que decía.
Podemos decir que hemos decidido intentar salvar nuestro matrimonio.-. ¿Qué
importa lo que piensen?
Su descarada arrogancia irritó a Jane.
._Tal vez a ti no te importe, pero Fern y yo seguiremos viviendo aquí cuando tú
te vayas.
—¿Y temes que eche a perder tus relaciones con Thomson? Ya te he dicho que
ese hombre no te conviene... no es lo bastante hombre para ti —terminó con voz
áspera.
__No puedo aceptar, no podemos mudarnos a tu casa.
•—¿Ni siquiera para proteger a Fern?
El impacto de sus palabras fue pavoroso, el corazón de Jane se paró de golpe y
segundos después volvió a latir. Había tenido razón en no confiar en sus
instintos. Blake estaba enterado de las amenazas que había recibido, por eso
quería que se mudaran con él. Tal vez al principio estaba de acuerdo con los
planes de Caroline y ahora empezaba a disentir. Quizá lo ocurrido en la escuela
le había hecho comprender el alcance del peligro y ahora trataba de
protegerlas... o, más bien, de proteger a Fern.
—Es imposible —respondió con voz trémula, tratando de disimular su
turbación—. Además, está tu trabajo y no podrás concentrarte con nosotras allí
—añadió sin reflexionar.
—Entonces, ¿quién velará por vuestra seguridad? ¿Thomson?
—Por lo menos, Charles es sincero —contestó molesta por el desprecio que
había reflejado su voz al mencionar el apellido de Charles.

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Jane sacó de la bolsa las cosas que había comprado y se irguió a tiempo para ver
en la boca de Blake un gesto de crueldad. Sus ojos lanzaban destellos verde jade
mezclados con rayos dorados, lo cual era un signo inequívoco de que estaba a
punto de perder la paciencia. Ella dio un paso instintivo hacia atrás, a pesar de
que jamás la había herido físicamente, y su ademán hizo que Blake diera unos
pasos hacia ella para agarrarla de los hombros y sacudirla con violencia.
—¡Estoy harto de que me rehuyas como si fuera un leproso! —gritó airado—. Y
no vuelvas a retirarte de mí de esa manera. ¡Dios mío, ahora casi comprendo a
los hombres que son inducidos a la violencia por las mujeres! —bajó la mirada
hacia la pálida cara de Jane y emitió una súbita imprecación; luego le cubrió la
boca con la suya antes de que pudiera reaccionar.
El beso fue una amarga parodia de los besos de la noche anterior, una forma
fría y cruel de hacerla ver que le pertenecía; fue más efectivo que un golpe, pues
hirió su orgullo y magulló la delicada carne de su boca. Jane inhibió toda
respuesta y no se dejó someter al dominio de su boca; pero, para su desgracia,
sus labios aceptaron el beso, anhelándolo, a sabiendas de lo despreciable que
éste era.
—¡Maldita seas! Me haces olvidar que... —calló bruscamente y la soltó—. Me
marcho. Si no vienes a vivir conmigo, prométeme por lo menos que te cuidarás.
Herido su orgullo por el brutal beso que acababa de recibir, Jane respondió
irritada:
—¿No es demasiado tarde para que te preocupes por nosotras?
Un cambio momentáneo y sutil transformó las facciones de Blake en
fantasmagórica imagen, y Jane creyó ver a un desconocido; la ira hizo enrojecer
sus mejillas y su mirada fue tan dura como su voz al despedirse.
Jane se dejó caer pesadamente en una mecedora y se cubrió la cara con las
manos con el fin de conjugar el dolor que desgarraba sus entrañas. Su cuerpo le
reclamaba a gritos como si fuera una droga, su corazón suspiraba por él, su
mente forcejeaba desesperadamente por refrenar a los dos y se esforzaba por
pensar en Fern y en el peligro en que Blake había puesto a su hija.
Esa tarde el comité de protesta volvería a reunirse y Jane asistió a
regañadientes.
La joven pareja de al lado había vuelto y aceptó de buena gana cuidar de Fern.
Jane se sentía más tranquila dejándola con ellos que con la señora Widdows,
quien no podía hacer nada para protegerla si algo ocurría. Mientras se
preparaba, una pérfida vocecilla le recordó que Fern estaría completamente a
salvo con Blake. ¿Cómo iba a aceptar vivir en su casa, si su amor por él era tan
grande como sus sospechas de que estaba al tanto de los planes de Barrons y
Caroline?
Charles pasó a buscarla. Jane creyó que le debía una explicación respecto a la
presencia de Blake en su casa, pero no encontró palabras.
—Esta tarde tendremos a alguien del departamento que nos hablará de los

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problemas a los que se tienen que enfrentar. ¿Sabes cuántos edificios históricos
han sido destruidos este año?
Jane lo ignoraba y como las estadísticas eran el tema favorito de Charles tuvo
que escuchar sus detalladas explicaciones. Se sintió aliviada cuando por fin
llegaron a la sacristía de la iglesia, donde tenían lugar las reuniones.
Lo primero que llamó la atención de Jane fue la significativa reducción de la
concurrencia. Fue patente la ausencia de Paul Davis y Charles comentó que los
Barrons eran socios importantes en la emisora independiente que Paul tenía a
su cargo.
—Es probable que pensara que era más sensato retirarse de la campaña —
aventuró Charles.
Así, poco a poco, los Barrons iban socavando los pilares en los que se apoyaba
la oposición. Sólo faltaba que Jane convenciera a Charles y los otros tendrían el
campo libre. Ella sintió escalofríos a pesar del calor de la tarde veraniega. ¿Y si
volvían a actuar aquella misma noche? Era evidente que los Barrons y Caroline
estarían ansiosos por concertar la venta.
Una mujer atractiva, de complexión fuerte y de alrededor de cuarenta años, fue
la oradora; expuso con claridad y convicción los problemas a que se enfrentaba
su departamento y manifestó que el único recurso para castigar a quienes
violaban los decretos de preservación era amenazarlos con un juicio e
imponerles una multa considerable.
—Desde luego que una compañía constructora sin escrúpulos se defiende
culpando a los subcontratistas de la demolición o destrucción y alega que éstos
han actuado contrariamente a las instrucciones recibidas. Una vez derribado el
edificio, no se puede hacer nada, y la rentabilidad de cualquier cosa que se
construye sobre el terreno es tal, que les alcanza para pagar la multa y obtener
pingües ganancias.
Hizo una pausa y continuó:
—Podría enumerar una docena de casos o más en que edificios antiguos y de
valor histórico inestimable han sido destruidos un día festivo por un hombre
montado en una excavadora, que, al parecer, había confundido las
instrucciones. Sabemos que los Barrons utilizan esos métodos turbios, pero
nunca hemos podido probar nada contra ellos. La BBC tiene en proyecto
realizar una investigación a fondo sobre este tipo de anomalías y, si es un
hecho, cualesquiera que sean los resultados que obtengan, ayudarán mucho a
resolver nuestros problemas.
—¿Cree que los Barrons intentarán demoler la abadía? —gritó alguien de entre
los asistentes.
—No lo sé. La propietaria tiene mucho interés en vendérsela, aunque creo que
hay otro comprador... no ofrece mucho, y piensa restaurarla para hacerla su
hogar. Es evidente que para nosotros eso es más aceptable, pero no podemos
olvidar que los Barrons insisten en que tienen prioridad en la compra.

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La noche cayó rápidamente. En silencio, Charles llevó a Jane a su casa en su


automóvil y no pronunció una palabra hasta que detuvo el vehículo delante de
la puerta.
—En vista de tu aparente reconciliación con tu esposo, nuestras... relaciones
tendrán que terminar. Deploro que no me lo hayas consultado primero —se
quejó con voz dolorida—. Como tu consejero legal, debía conocer tus
intenciones. Ahora, considerando nuestro trato personal, debes saber...
—Te pido perdón, Charles —le interrumpió, obligada a emplear el mismo tono
formal con que él le había hablado—. Y, naturalmente, espero que sigamos
siendo amigos.
Al bajarse, tuvo que ahogar una risa casi histérica. Sus relaciones habían sido
formales hasta el absurdo, como calcadas de un tratado de buenas costumbres.
Inmediatamente, le vino a la mente que, por lo menos, ya no le exigirían que
presionara a Charles para que abandonara el comité; ahora cifraba sus
esperanzas en que la persona que estaba dispuesta a adquirir la abadía para
vivir en ella, convenciera a Caroline de que se la vendiera. Eso resolvería los
problemas de todos.
Sus vecinos la recibieron con un caluroso saludo cuando cruzó la puerta y le
aseguraron que Fern no había dado ningún problema. Jane les dio las gracias
por haber cuidado a la niña, y, cuando la pareja se marchó, se dispuso a hacer la
revisión nocturna habitual de toda la casa. Nada más terminar, sonó el teléfono.
Un súbito temor se apoderó de Jane, quien permaneció inmóvil con la vista
clavada en el aparato; varios segundos después levantó el auricular.
—¿Jane?
Se oyó la voz áspera y brusca de Blake.
—¿Blake? ¿Ocurre... ocurre algo?
—No, sólo quería saber si habíais llegado a tu casa sin novedad.¿Has ido a la
reunión de esta tarde?
—Sí —la respuesta fue mono toma e impersonal.
Por un instante, le confortó su preocupación y estuvo a punto de confiarle sus
esperanzas de que la abadía pudiera tener un segundo comprador, pero su
pregunta le recordó su relación con Caroline.
—Entonces, todo está bien —ahora su voz se oyó indiferente—. Buenas noches.
El teléfono de la vivienda de Blake estaba en el pasillo y cuando Jane iba a
colgar el auricular pudo oír un golpe en la puerta y luego la voz de Caroline.
—Cariño... Ya estoy aquí.
Colgó con una sensación de intenso malestar. ¿Eran ya amantes? Él siempre le
había atraído a Caroline, pero ¿y ella a él?... Blake jamás se había negado a los
requerimientos amorosos de una mujer atractiva. ¿Lo sabría Caroline?
Tras otra mala noche, Jane despertó tarde; aquella mañana no estaba Blake para

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prepararle el desayuno. Después de comer una rebanada de pan tostado y


beber una taza de café, arregló a Fern para llevarla a casa del vicario y, al
terminar, le ordenó que se fuera a la sala de estar y jugara sin hacer ruido
mientras ella se cambiaba.
Decidió vestirse de manera formal, aunque no demasiado elegante y le pareció
apropiada una falda color amarillo pálido que había comprado el verano
anterior y una camisa del mismo color adornada con preciosos bordados. Se
cepilló y luego se echó un poco de sombra azul en los párpados para resaltar el
color negro de sus ojos. Una ligera pasada de barra de labios rosa pálido
culminaron su arreglo. Momentos después bajaba por la escalera, llamando a
Fern.
Mary Simmonds se acercó al Mini acompañada de sus gemelos de cuatro años
de edad, Simón y Mark, para recibir a Jane. Cinco minutos más tarde, cuando
ésta se disponía a marcharse sin aceptar una taza de café que le había ofrecido
Mary, Fern ya había dominado la situación y dirigía a los pequeños, los cuales
la seguían como dos esclavos incondicionales.
-
—Tarde el tiempo que quiera —dijo la señora Simmonds al saber dónde iba
Jane
. Fern puede quedarse con nosotros todo el día -si es necesario.
Un vehículo desconocido estaba aparcado frente a la escuela cuando llegó Jane.
Frunció el ceño al cerrar su Mini, se había dado cuenta de que los frenos no le
funcionaban muy bien. Hacía poco tiempo que había llevado al automóvil a
arreglar y tendría que llevarlo otra vez a que lo revisaran de nuevo... eso
significaba otro posible gasto.
Un hombre alto acudió al encuentro de Jane cuando ésta entró en la escuela,
venía limpiándose el polvo de sus dedos con un pañuelo blanco.
—Lo sé —abrió la boca en franca sonrisa al ver el gesto de Jane—. Mi madre me
dará una tunda. Siempre me regaña y me amenaza con comprarme ropa oscura.
Soy Rick Brewer —se presentó—. Y usted debe ser Jane. Bill me ha dicho que es
usted muy atractiva, pero se ha quedado corto. Debe estar muy contrariada por
todo esto —añadió señalando con la mano el lugar—. Dudo que los muebles y
enseres puedan volver a servir. Bill me ha comentado que por el momento ha
tenido que suprimir sus cursos.
—Es cierto —asintió Jane.
—Bien, tiene la fortuna de tener a Bill como agente. Es muy meticuloso y creo
que ha seguido todos los consejos que le ha dado. Tiene con nosotros un seguro
de cobertura total, lo cual significa que la indemnizaremos durante el tiempo
que el local esté fuera de servicio. Por lo tanto, necesitamos revisar sus libros de
contabilidad para hacer una estimación exacta de sus ingresos semanales.
Además, quisiera discutir con usted el tipo de programa previsto para resolver
el problema de la restauración del lugar. ¿Le parece bien que tratemos el asunto

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a la hora de la comida?
Sin vacilar, Jane aceptó la invitación y explicó que tenía los libros en su casa.
—Iremos en mi coche y recogeremos los libros a la vuelta. Creo que estaría bien
ir a un lugar que conozco, cerca de Dorchester. El Belfry.
Jane recordó el nombre inmediatamente, el Belfry era un restaurante muy
famoso y de primera clase, había estado allí una vez... con Henry y su madre.
—¿Tiene inconveniente en que vaya en mi propio coche? —preguntó ella y le
explicó que sus frenos no funcionaban bien y que el garaje donde solía llevar el
coche a arreglar los pillaba de camino—. A la vuelta puedo dejarlo en el garaje,
si usted me hace el favor de llevarme a mi casa.
—Será un placer.
Después de ponerse de acuerdo, Rick pasó casi una hora inspeccionando los
daños y haciendo anotaciones.
—Por fortuna, no parece haber daños en la construcción, aunque nos
cercioraremos bien. Ojalá todos fueran tan diligentes, con sus seguros como
usted —él frunció el ceño y Jane preguntó, compasiva:
—¿Le preocupa algún lugar en particular?
—Sí. En realidad, no debía confiarle esto, pero el seguro contra incendio de la
abadía expiró el mes pasado y no ha sido renovado. Desde luego resulta muy
caro asegurar un viejo edificio como ése, pero al no estar asegurado corre un
gran riesgo.
Ya casi al mediodía los dos dejaron atrás el pueblo para dirigirse a Dorchester.
Jane seguía el automóvil de Rick.
El aparcamiento del Belfry estaba lleno de vehículos. Rick explicó que ya había
reservado una mesa, confiando en que ella aceptara la invitación.
—Este lugar es muy concurrido, así que es una tontería tratar de encontrar mesa
en el último momento.
Al entrar en el restaurante, Jane se alegró de haberse tomado la molestia de
vestirse con cierta elegancia para la cita. Los demás comensales iban
elegantemente ataviados. En su mayoría eran parejas pero también había unos
cuantos hombres de negocios.
Mientras seguía al camarero, que los conducía a su mesa, tres personas sentadas
en una mesa del extremo opuesto del local llamaron la atención de Jane.
Inmediatamente reconoció a Blake y a Caroline, el tercero era un desconocido.
—Hum —masculló Rick, siguiendo la mirada de Jane—. Parece que el que está
allá es Guy Barrons, pero no sé con quiénes está.
—Habla como si no tuviera una buena opinión de él —no le comentó la
identidad de sus acompañantes.
Pronunció aquellas palabras sin pensar, sin importarle la respuesta, siempre y
cuando ésta la hiciera olvidar el dolor que sentía al ver a Blake en compañía de

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Caroline y Guy Barron. Sus sospechas habían sido correctas y no le alegraba


precisamente comprobar que había acertado al no confiar en sus instintos, que
eran los de una mujer profundamente enamorada y que defiende los actos,
cualesquiera que éstos sean, de su ser amado.
—Así es. Él tenía una póliza de seguros con nosotros... se trataba de una vieja
casa de labranza que supuestamente había adquirido para su uso particular.
Esta ardió y un año después él trató de convencer al consejo municipal de que
dieran permiso a su compañía para construir sobre el terreno un pequeño
bloque de casas. No sólo obtuvo ganancias por la venta de las casas sino
también cobró el dinero del seguro contra incendios. Barron es implacable a la
hora de conseguir sus propósitos y no duda en actuar al margen de la ley si está
seguro de salir bien librado.
A pesar de que la comida estaba deliciosa Jane apenas probó bocado. Durante el
tiempo que permanecieron en el restaurante no pudo apartar de su mente la
idea de que Blake se encontraba al otro lado del local.
La compañía de Rick Brewer era realmente agradable y ella sintió no poder
devolverle las atenciones que le debía. El desahogo que experimentó cuando al
fin iban a salir de aquel lugar fue eclipsado por la aparición de Blake y sus
amigos, quienes llegaron a la puerta casi al mismo tiempo. El vehículo de
Barron estaba a unos cinco metros del de Jane. Blake levantó la vista y la
descubrió, sus ojos fríos se posaron en ella y en Rick pero inmediatamente se
volvió hacia sus acompañantes haciendo como que no la había conocido.
Guy Barron y Blake se despidieron con un apretón de manos y luego este
último condujo a Caroline hacia el Ferrari.
Debían haberse dirigido al centro a resolver algún asunto, reflexionó Jane a
mitad de su camino a casa, al ver a través del espejo retrovisor las conocidas
líneas del Ferrari. El deportivo negro iba acortando la distancia que los separaba
poco a poco.
Preocupada por sus frenos, Jane no quiso acelerar su pequeño automóvil y se
dio cuenta que Rick Brewer, que iba delante, reducía la velocidad para ir a su
ritmo. Pronto los adelantaría Blake... tenía muchas oportunidades; la carretera
era recta y bastante ancha. Sin embargo, por alguna razón no quiso hacerlo.
Faltaba poco más de un kilómetro para llegar al garaje y Jane exhaló un suspiro
de alivio. La mayoría de las veces se mostraba insegura al volante y le
preocupaban mucho los frenos de su automóvil. En realidad se sentía un poco
protegida con Blake detrás de ella. No se acercaba demasiado como otros
conductores y al ver a breves intervalos por el espejo el capó negro, se
tranquilizaba.
Cien metros más adelante alguien había aparcado su automóvil en la orilla de la
carretera de forma imprudente y peligrosa. Rick Brewer aceleró para
adelantarlo. Jane siguió su ejemplo y segundos después sucedió la tragedia.
Cuando Jane hizo un giro para pasar al vehículo aparcado, la puerta de atrás de
éste se abrió de repente y un niño saltó a tierra.

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No había tiempo de pensar sino de actuar por instinto. Jane hundió el freno
hasta el fondo y se horrorizó al sentir que no respondía e iba de frente contra la
puerta y el pequeño.
El otro carril de la carretera estaba despejado y más allá de la orilla se extendía
el campo, así que lo único que podía hacer era girar rápidamente el volante. Se
estremeció al oír rechinar los neumáticos del vehículo, que había dado un giro
muy brusco y cerrado y seguía su loca carrera hacia la orilla. Jane maniobró lo
mejor que pudo para tratar de disminuir la velocidad antes de llegar a la orilla;
había olvidado la honda cuneta cubierta de hierba. De pronto, las ruedas
delanteras se clavaron en ésta y Jane se estrelló contra el volante. El impacto
brutal contra su pecho la dejó sin aliento y el cinturón de seguridad se hundió
en su carne, causándole un agudo dolor. El vehículo se quedó inmóvil y ella
perdió el sentido.
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Aquella voz le resultaba familiar, no podía identificarla. Cerca lloraba un niño,
sus gritos eran agudos. «Fern», fue lo primero que pensó, pero no, no era Fern:
—Jane, mueve las piernas —ahora sí reconoció la voz. -—Blake.
No se dio cuenta que había pronunciado el nombre, hasta qu e oyó otra voz
masculina que exclamaba aliviada:
—¡Ya vuelve en sí!
—Parece que no tiene nada fracturado. Me la llevaré, necesita que la vea un
médico... podría tener una conmoción cerebral.
—No puedo entender qué es lo que pretendía hacer.
Se oyó la voz enfadada de Caroline y Jane imaginó su gesto de mal humor.
—No debía salir a carretera si no sabe conducir.
—Ella me dijo que estaba preocupada por sus frenos, que a la vuelta iba a llevar
su automóvil a revisión.
Ahora ya sabía Jane quién era el otro hombre que había hablado. Era Rick
Brewer, el tasador de seguros. Ella hizo un gran esfuerzo por sentarse para
explicar que algo andaba mal en su automóvil, sin embargo, él la detuvo.
—No te muevas.
Segundos después abrió los ojos y descubrió que estaba tendida sobre la hierba
de la orilla y su Mini hecho un desastre hundido en la cuneta. Se estremeció al
revivir el terrible impacto y luego dejó escapar un quejido ocasionado por un
agudo dolor que sintió en el pecho.
—Puesto que no has infringido ninguna ley y te habías colocado el cinturón de
seguridad... —añadió Blake con sequedad—, te llevaré a casa y llamaré a un
médico para que te vea.
De soslayo, Jane vio la mala cara que puso Caroline. Rick Brewer parecía
desconcertado. Blake le explicó lacónicamente:

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—Jane es mi esposa.
—Si me permite llevarla... —ofreció Rick a Caroline—. Podríamos llamar al
garaje para que vengan a llevarse el Mini con una grúa —frunció el ceño—. Hay
que revisar esos frenos.
—Que se quede el coche aquí —sugirió Blake—, tomaré todas las medidas
necesarias.
Jane quiso protestar, pero la cabeza estaba a punto de estallarle y las náuseas le
impedían hablar. No quería que Blake se encargara del automóvil. ¿Sospecharía
él, como ella, que alguien había roto los frenos? ¿Intentaría hacer desaparecer
todas las pruebas para proteger a Caroline y a los Barrons? O, peor aún, ¿habría
sido él cómplice? Ni por un instante había creído que querían que tuviera un
accidente fatal. Sin duda, sólo pretendían asustarla. Y si no hubiera frenado tan
de repente para no arrollar a aquel niño, únicamente habría recibido un gran
susto al tratar de frenar para entrar en el garaje. Tal vez el encargado del garaje
hubiera sido sobornado para romper los frenos. El incidente pondría a Jane a un
paso fuera del comité. ¿Qué maquinaciones habrían ideado para convencer a
Charles? ¿Le habrían ofrecido una jugosa tajada en los negocios de los Barrons?,
se preguntó Jane con desprecio.
—No te muevas, trataré de hacerte el menor daño posible.
Blake se esforzaba por ser amable. Jane quería negarse a-irse con él, deseaba
decirle que no se quedaría a solas con él. Por extraño que pareciera, no temía
que pudiera hacerle daño, sino que, por su debilitado estado emocional, temía
traicionarse y confesarle su amor. Antes de protestar, un fuerte dolor se le clavó
en el pecho y la hundió en la inconsciencia, envolviéndola en una densa nube
negra de olvido.

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Capítulo 7
PARECE que todo marcha satisfactoriamente, pero deberá vigilar por si hay
conmoción cerebral. Usted sabe lo que hay que hacer.
Como en un sueño, Jane oyó la voz del doctor Phillips, que se dirigía a alguien
que estaba en las sombras de aquel desconocido lugar.
—Ha tenido suerte de resultar ilesa.
—Sí.
Jane reconoció la lacónica aprobación e hizo un esfuerzo por incorporarse.
—Fern... —exclamó con voz ronca, al recordar de pronto a su hija—. Está con la
señora Simmonds, debo ir a buscarla.
—Tú no irás a ninguna parte... te quedarás quieta, por lo menos hasta mañana
—le ordenó el doctor Phillips, con jovial indiferencia ante su inquietud
maternal.
—No te preocupes por Fern, iré a recogerla —intervino Blake.
—¿Dónde estoy? —levantó la cabeza y con la mirada recorrió la extraña
habitación.
Se encontraba acostada en una gran cama matrimonial. En un rincón había un
armario viejo y de estilo antiguo, la puerta estaba abierta. Jane pudo ver ropa de
hombre colgada.
—¡Esta es tu habitación! —recriminó a Blake en un susurro—• ¿Por qué me has
traído aquí? Quiero irme a casa.
—Vamos, Jane, tranquilízate, deja de armar tanto alboroto —contestó el doctor
Phillips con un tono conciliador—. Por supuesto que Blake te ha traído a su
casa. ¿Quién os cuidará a ti y a Fern si te hubiera llevado a tu casa? Ahora,
recuéstate y no te muevas. Te voy a poner una inyección que te ayudará a
dormir.
—Mi coche... —dijo con voz débil, sabía que por el momento tendría que ceder
ante la oposición del doctor Phillips y de Blake.
—Deja de preocuparte tanto —intervino Blake de nuevo con voz áspera—. Ya
está todo arreglado. He mandado remolcarlo hasta mi garaje para que lo
revisen todo.
—¡No! —Jane quiso protestar, pero la inyección del doctor Phillips ya
empezaba a hacer su efecto y el grito se ahogó en un lastimero susurro.
Ella deseaba que un garaje independiente revisara su automóvil... alguien en
quien confiar. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla al reconocer lo mucho
que anhelaba poder confiar en el hombre que, de pie, la observaba con tanta
preocupación.
—¡Despierta mamá! ¡Te traigo el desayuno!

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A regañadientes, Jane abrió los ojos, extrañada de que la ventana hubiera


cambiado de lugar. Momentos después recordó todo. Fern estaba parada en el
vano de la puerta de la que, estaba segura, debía ser la habitación de Blake. La
niña sonreía alegremente. La carita de su pequeña hija se veía radiante, su pelo
rizado y bien peinado y sus pantaloncitos de pana color rosa pálido hacían
juego con la camiseta.
—Esta mañana me he vestido yo misma —declaró Fern con solemnidad y
añadió como si supiera lo que Jane estaba pensando—. Papá me ha ayudado un
poco —admitió, sintiendo que debía compartir los elogios—. Anoche me contó
un cuento muy bonito... él mismo lo inventó... y he dormido en una cama de
verdad. Me ha gustado mucho. Hoy voy a ir a jugar otra vez con los gemelos.
Papá me llevará cuando termines de desayunar, porque estás en re... recu...
—Recuperación —completó Blake, despacio y apareció por la puerta abierta con
una bandeja en las manos.
—Bacon, huevos fritos, pan tostado y café. Confío en que sea del agrado de la
señora.
Jane volvió la cabeza hacia otro lado, para que él no viera sus lágrimas. Era el
mismo desayuno que él le preparaba los domingos... los escasos domingos que
estaba en casa.
—Tengo que levantarme para vestirme y luego volver a mi casa. Ya te hemos
causado muchas molestias, no debiste traerme aquí.
—¿No? ¿A dónde debía llevarte entonces? —preguntó Blake con una sarcástica
sonrisa—. ¿A la casa de Thomson? —vio el cambio de expresión de Jane y
añadió con aspereza—. Eres mi esposa, no lo olvides. Y permanecerás aquí
hasta que el doctor Phillips lo crea conveniente.
—No —Jane apartó la ropa de cama con movimientos torpes, olvidando la
ligereza de su camisón de algodón.
Sus piernas se negaron a sostenerla cuando trató de ponerse de pie. Sintió un
mareo, perdió el equilibrio y se hubiera desplomado de no ser por Blake, que
rápidamente dejó la bandeja sobre la cómoda y corrió para sujetarla.
—Esto lo dice todo —expresó con una amplia sonrisa—. Te quedarás aquí, estás
más débil que un gatito recién nacido. ¡Por el amor de Dios, Jane! ¿por qué estás
tan aterrada? ¿Tienes miedo de que la gente murmure? ¡Qué importa! Estamos
casados y te vas a quedar por tu bien y para que estés más protegida.
El dolor aguijoneó el cuerpo de Jane y deseó la liberadora inconsciencia que le
proporcionaba la inyección del doctor Phillips.
—¿Protegida de qué? —replicó con voz ronca, ansiando que le dijera la verdad;
pero él no dijo nada, la colocó de nuevo en la cama con mucho cuidado y la
arropó. Jane sintió el cálido y nítido soplo de su aliento.
—¿Quieres tomar otra pastilla? —Blake le ahuecó las almohadas y la ayudó a
acomodar la cabeza con una solicitud tal, que en otras circunstancias la habría
hecho echarse a llorar, implorándole que la tomara en sus brazos.'

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—Esta es la cama de papá —le dijo Fern, saltando para sentarse a su lado—. Los
papas de Simón y Mark duermen en la misma cama.
Jane no se atrevió a levantar la vista, sabía que él la observaba.
—¡Qué afortunados son los papas de Simón y Mark! —añadió Blake con voz
lenta y pesada.
—Si tú eres mi papá, ¿por qué no duermes en esta cama con mamá?—averiguó
Fern.
El mordaz comentario de Blake pareció pasar desapercibido, pero no del todo,
pensó Jane al darse cuenta de que el rubor la había delatado. Cuando Blake se
inclinó hacia ella para dejar la bandeja a su lado, ella pudo captar el destello de
deseo que había en sus ojos y el pulso se le aceleró. Sus encuentros amorosos
habían sido siempre violentos y apasionados y Jane sabía que Blake aún la
deseaba... igual que desearía a muchas mujeres atractivas. El deseo en sí mismo
no tenía ningún significado.
. —Si mamá quiere que yo comparta su cama, sólo tiene que pedírmelo —le
respondió Blake a su hija e hizo una mueca, divertido, al ver que Jane apretaba
los labios. Él no tenía derecho a mortificarla, aprovechándose de la inocencia de
Fern—. ¿Sí mamá? —murmuró él con voz ronca, casi rozándole las sienes con
sus labios.
—Tal vez si mamá te dejara compartir su cama no lloraría por las noches —
continuó la niña alegremente, sin darse cuenta de la reacción que había causado
en los dos adultos su infantil comentario.
Jane ignoraba que Fern la hubiera oído llorar por las noches. En ocasiones ni
ella misma se daba cuenta hasta que despertaba con la cara bañada en lágrimas.
—No seas tonta, Fern —irrumpió de pronto—. Seguramente lo has soñado —
tuvo que apartar la mirada de la carita triste de Fern.
—Fern, ¿por qué no bajas a ver si ha traído algo el cartero? —sugirió Blake con
suavidad, sin apartar los ojos de la pálida cara de Jane.
—¿Lloras por las noches? —preguntó en voz baja cuando Fern salió.
—No, claro que no —lo negó con la esperanza de que el tono apagado y agudo
de su voz no la delatara—. Como acabo de decir, Fern ha debido soñarlo.
—Sin embargo, nunca me ha parecido una soñadora. ¿Qué te pasa, no tienes
hambre?
La tenía, pero su apetito había desaparecido de pronto.
—Blake, respecto a mi coche...
Si tenía la intención de distraer su atención, lo consiguió pensó Jane segundos
después, al verle alejarse de la cama para ir a apoyarse contra la ventana. La luz
del sol delineaba los contornos de su fuerte complexión.
—No sé cómo se te ocurrió conducir —le reprochó con severidad—. Los frenos
estaban en un pésimo estado. ¿Cuánto hace que los mandaste revisar?

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Si sabía la verdad, era un excelente actor, pensó rencorosa y lo más terrible era
que ella se negaba a aclarar la situación, así que no mencionó nada acerca de la
reciente revisión de su automóvil.
—Ahora quiero que me prometas que no te irás de aquí hasta que vuelva tu
madre.
¿Qué tenía que perder que no hubiera perdido ya? ¿Su corazón? Éste estaba en
sus manos. ¿Su orgullo? Hecho jirones. Su seguridad... ¿no estaban Fern y ella
más protegidas con Blake?
—Después de dejar a Fern con el vicario, iré a Dorchester. Blake no dijo el
motivo, ni Jane se lo preguntó. —Volveré ya muy entrada la tarde. El doctor
Phillips ha dicho que si te encuentras mejor, puedes bajar.
Todo era preferible a permanecer en la cama de Blake. Tal vez se había
desbocado su imaginación, pero creía percibir aún rastros en ella de su peculiar
olor masculino y no podía estar acostada allí durante todo el día con los
recuerdos de cuando se casaron. —Quisiera levantarme.
—Aquella puerta es la del baño. ¿Quieres que te lleve hasta él en brazos?
Jane se quedó helada y se irguió cuando él avanzó hacia ella. —No... no... puedo
ir sola.
Para su tranquilidad, él no insistió y aunque tuvo que apretar los dientes para
dominar el dolor que castigaba su maltrecho cuerpo, al fin consiguió llegar
hasta el cuarto de baño. La cálida caricia de los chorros de agua de la ducha
aliviaron un poco el dolor. El jabón que encontró le recordó a Blake y se
enfureció por no poder desechar las imágenes eróticas mientras se enjabonaba.
—¿Te encuentras bien, Jane?
La puerta se abrió de golpe antes de que ella hubiera podido responder y se
quedó paralizada al observar que los ojos de Blake recorrían embelesados su
cuerpo desnudo.
Él se repuso de la impresión con más rapidez que ella y la sorpresa se
transformó en una sensualidad latente que no dejaba la menor duda respecto a
la reacción ante su desnudez. Jane tenía aún la piel empapada y no ocultó su
rubor, aun sabiendo que sus mejillas eran el espejo que reflejaba la excitación
motivada por sus pensamientos más íntimos.
Blake reprimió un gruñido, el cual rompió el hechizo que la tenía encantada.
Jane extendió un brazo torpemente, en busca de una toalla y se cubrió el cuerpo
con ella; su respiración era profunda y rápida.
•—No tengas miedo —Blake volvió a posar los ojos en el cuerpo de ella por un
instante... esta vez no había deseo... ninguna emoción perceptible en ellos—. No
voy a abalanzarme sobre ti, creía que te habías desmayado. El doctor Phillips
me ha dicho que te observe por si aparecen señales de conmoción cerebral.
—Me observas demasiado —respondió acalorada—. ¿Dónde esperabas
encontrarlas?

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Blake dio un paso hacia ella. Un poco más y Jane estaría en sus brazos, apretada
contra el musculoso pecho. El corazón femenino empezó a latir violentamente
ante la perspectiva, se le secó la boca y, nerviosa, se lamió los labios.
—Papá, ¿a qué hora nos vamos a...?
La mano que Blake había extendido hacia su esposa cayó pesadamente a lo
largo de su cuerpo.
—¡Voy enseguida, Fern! —gritó él, volviendo la cabeza hacia la puerta abierta—
. Te has salvado de nuevo —dijo con malicia y entornó los ojos para añadir en
voz baja y con un tono de reproche—. Siempre y cuando tú no lo desees.
Desoyendo sus protestas, Blake cogió a Jane en brazos para llevarla a su
despacho e instalarla en un sillón, al alcance del teléfono, que había llevado
desde la sala de estar. También le preparó un desayuno frío y no se separó de
ella hasta que lo consumió. Para terminar, puso a su lado un termo con café y
un montón de libros.
—Ahora no te muevas de ahí —le ordenó disponiéndose a salir—, ni un solo
paso.
Al oír que Fern charlaba con entusiasmo con su padre, una profunda sensación
de soledad abrumó a Jane; una sensación de abandono y desamparo. Era
absurdo que tuviera celos de su propia hija.
Jane desatendió las instrucciones de Blake apenas media hora después de que
éste se hubiera marchado. Ninguno de los libros que le había dejado le atraía y
en las estanterías del despacho destacaban unas pastas llenas de polvo que
debían pertenecer a la segunda novela de Blake. La primera la había leído sin
saber que el autor era su esposo. La segunda aún no estaba publicada en una
edición de bolsillo. Con mucho esfuerzo consiguió levantarse y dirigirse hacia
las estanterías. Media hora después estaba enfrascada en la lectura de la novela
de Blake.
El argumento, interesante y absorbente, se desarrollaba en Centroamérica, y era
obvio que él había utilizado sus propias experiencias en El Salvador. Jane
envidió la sensibilidad con que Blake había captado la manera de sentir de los
integrantes del ejército de campesinos. La profundidad de su narración le daba
una idea más clara de los problemas de la región, mucho más que cualquier
reportaje sobre el tema.
El personaje femenino principal, la heroína de la novela, una periodista
norteamericana enviada por su periódico a hacer un reportaje de «interés
humano con un enfoque a favor de Estados Unidos», estaba tan bien delineado
que Jane sintió celos de la mujer y se preguntó a quién habría tomado Blake
como modelo. Era evidente que no había pensado en ella. No poseía ni una
pizca del valor e inteligencia de la joven. Su aventura amorosa con el cabecilla
de la guerrilla conmovió profundamente a Jane, que sintió compasión y
angustia por la chica, la cual se debatía destrozada entre cumplir con su deber o
entregarse al amor de un hombre tan ajeno a su cultura y antecedentes.
Cuando, al final de la novela, los dos fueron abatidos en una emboscada, Jane

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sentía que las lágrimas pugnaban por brotar de sus ojos.


Las escenas amorosas entre ellos eran poesía pura. ¿Cómo era posible que Blake
poseyera tal sensibilidad, tal fuente inagotable de intensas emociones?
Al terminar el libro, la joven dormitó unos minutos. La señora Simmonds llamó
por teléfono para preguntarle cómo se encontraba y para asegurarle que Fern
sería bien recibida todo el tiempo que Jane quisiera que estuviera con ella.
.—A propósito, no sabes cuánto me alegra que Blake y tú... —el reverendo
Simmonds los había casado en la iglesia de la villa— ...os hayáis reconciliado.
Sé que tu madre nunca abandonó la esperanza de que algún día sucediera.
¿Nunca había abandonado la esperanza? La noticia era nueva para Jane.
Siempre había sospechado que la señora Simmonds era un poco inclinada a
soñar despierta. Después de colgar el auricular, se sintió tensa y nerviosa.
A pesar de que Jane estaba segura de que Blake no había divulgado a los cuatro
vientos la reconciliación, cuando volviera a su casa iba a tener que dar muchas
explicaciones. Claro que sólo tendría que decir que la reconciliación no había
dado resultado.
Debió quedarse dormida otra vez, pues la despertó la voz de Caroline,
llamando a Blake a gritos. Irrumpió en el despacho y al ver a Jane se paró en
seco.
—¿Dónde está Blake? —preguntó con un tono autoritario. Jane advirtió que su
maquillaje no era tan impecable como de costumbre, y su cara brillaba de
manera extraña.
—Creo que ha ido a Dorchester. Caroline... —Jane aspiró profundamente,
tomando una súbita resolución—. Ya he informado a la policía de las amenazas
que he recibido de ti y de los Barrons. Sé quiénes están detrás de la destrucción
de la academia... también sé quiénes ordenaron que rompieran los frenos de mi
coche.
Caroline intentó echarse a reír... pero su rubor la delató. —Está bien, es verdad
—exclamó desafiante—, pero te arrepentirás de haber ido a la policía cuando
sigan el rastro de Blake —rió, cantando victoria, al ver un gesto de dolor en la
cara de Jane—. Blake está metido en todo esto —remató de manera triunfal—.
Él está de acuerdo conmigo en que debo vender la abadía a quien yo quiera. Es
mía y necesito el dinero. —¿Blake está de...?
—¡De acuerdo! La idea ha sido suya —completó Caroline. Jane sintió náuseas.
Jamás hubiera creído que existía tanta crueldad.
—Más vale que vuelvas a ver a la policía y digas que estabas equivocada a
menos que quieras que Blake vaya a la cárcel. Guy Barrons es muy generoso,
Blake y yo lo hemos comprobado.
¿Blake había recibido dinero de los Barrons...? ¡No, no podía creerlo! Jane quiso
gritar su inconformidad, pero una densa bruma la envolvió.
—Jane, tengo que ver a Blake —a lo lejos oyó la voz de Caroline

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apremiándola—. Quiero que le digas cuando vuelva que necesito verle... ¡Jane!
La tierra pareció ladearse cuando la joven se inclinó hacia delante para
desembarazarse de los dedos de Caroline y se deslizó hacia un tenebroso mar
cuyas aguas la cubrieron y sofocaron.
El intermitente sonido del teléfono hizo volver a Jane en sí. Estaba desplomada
sobre el escritorio de Blake y como pudo alargó una mano para levantar el
auricular, tratando de despejar su mente.
—¿Jane?
Inmediatamente percibió la ansiedad en la voz de la señora Simmonds. Conocía
la frase «helársele a uno el corazón», pero jamás había entendido el significado.
Algo terrible, un temor instintivo se apoderó de su corazón.
—Jane, es Fern —la señora Simmonds, lloraba—. No la encontramos por
ninguna parte. Hace un momento estaba jugando en el jardín con los gemelos...
y luego... Ya hemos avisado a la policía...
—¿Está Blake?
—No, no está —su voz fue un agónico gruñido.
¿Dónde estaba él cuando más le necesitaba? ¿Cuando Fern le necesitaba? Su
corazón se paralizó casi por completo. ¿Tendría algún significado especial su
ausencia? ¿Habría sabido...? No... no... Blake era el padre de Fern.
Después de colgar la señora Simmonds, Jane marcó el número de Caroline con
dedos rígidos. Como presentía, no hubo respuesta, luego se puso de pie,
maldiciendo la debilidad de sus piernas. ¿Dónde estaba la guía telefónica? Con
una ansiedad febril buscó en la B, pero los Barrons no aparecieron en la lista.
¡Dios mío! ¿Dónde estaba Fern...? ¿Dónde estaba Blake?
Media hora después, Jane oyó el ruido del coche deportivo de Blake.
—¡Blake...! —estaba al borde de la histeria cuando sintió sus pasos.
Al instante corrió a abrir la puerta y temblorosa y pálida se detuvo a! ver el
gesto poco afable de Blake y luego al pequeño bulto que llevaba en sus brazos.
—Tranquilízate... ella está bien, sólo está cansada—añadió con voz ronca,
adivinando sus pensamientos—. Se enfadó con los gemelos y decidió volver a
casa, pero se perdió. La policía sacó los perros rastreadores y la encontraron casi
en seguida.
—Mamá... —el pequeño bulto se movió en los brazos de Blake. La pálida carita
de Fern surgió de entre las mantas—. Quería dar un paseo yo sólita y me he
perdido, luego un perro enorme se acercó y me lamió la cara. Mamá, ¿podemos
tener un perrito?
Debatiéndose entre las lágrimas y la risa, Jane pensó que en ese instante no
podía negar ni un solo capricho a su hija, pero Blake intervino.
—Ya veremos, señorita. Me parece que la gente que se va por ahí sola cuando
no debe, no merece tener un perrito.

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La firmeza de Blake era lo que más necesitaba Fern en ese momento, reconoció
Jane. Estaba en peligro de ser arrastrada por poderosas emociones y no podía
manejar la situación como era debido. Era obvio que Fern no había sufrido
como ella, pero en cierta forma era una niña muy sensible y no quería
transmitirle su ansiedad.
—Ahora mismo te vas a ir a la cama —continuó Blake con firmeza—. Te subiré
a tu habitación y luego te llevaré algo de comer.
—Mamá quiero que me leas algo —suplicó Fern con voz cansada—. Un cuento
de un perrito.
Jane quiso seguirlos por la escalera, pero sus rígidos miembros no le
obedecieron.
—Espera aquí —ordenó Blake con brusquedad—. Volveré por ti.
Cinco minutos después volvió Blake. Fueron cinco minutos en los que Jane trató
de convencerse de que no estaba soñando, de que Fern estaba sana y salva.
—Debía haberte llamado desde la vicaría, pero estaba ansioso por volver con
Fern, sabía cómo te sentirías. La señora Simmonds no hizo lo correcto al...
—¿Al qué? ¿Al decirme que mi hija había desaparecido? —parecía lanzar
destellos de cólera por los ojos—. ¿A quién debía decírselo entonces? ¿A su
padre? ¿A un padre que...? —los sollozos ahogaron sus palabras.
Un segundo después Jane estaba en los brazos de Blake con la cabeza apoyada
en su hombro.
—Ya... ya... —él la mecía, como si fuera una niña de la edad de Fern—. Llora,
desahógate... Pobrecita mía, cómo te habrás sentido. Sufrí mucho cuando fui a
recogerla y me enteré de lo sucedido.
Blake ni se imaginaba lo que había sentido, pensó, aturdida. Él ignoraba que
ella creía que habían raptado a Fern, que no se había perdido... él ignoraba que
ella le consideraba responsable.
—Te llevaré arriba. Luego prepararé a Fern algo de comer. Los niños son
extraordinarios. ¿Sabes qué fue lo primero que me ha dicho? «tengo hambre,
papá».
A continuación, Blake cogió a Jane en brazos y subió por la escalera
prodigándole palabras suaves y consoladoras; su voz era un bálsamo para su
dolorido cuerpo y la fue sacando poco a poco del abismo de la histeria en el que
estaba a punto de despeñarse. Al llegar a la habitación de Fern, Jane ya había
recobrado un poco el control y pudo dirigirle una pálida sonrisa a su hija.
Fern, arropada y a salvo en su cama, dormía profundamente, pero Jane se
resistía a separarse de su lado.
—Vamos, te dejaré en tu habitación y luego te llevaré algo de comer.
—No tengo hambre, Blake, no podría probar bocado.
—Debes hacerlo, estás adelgazando mucho. Ya me he dado cuenta de que has

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desobedecido mis instrucciones esta mañana. He visto mi libro —repuso con


sequedad—, lo he encontrado en el despacho, tirado en el suelo. Espero que no
sea porque te haya desagradado.
—No... me ha gustado mucho, en especial todo lo referente a tu heroína —
contestó con timidez—. ¿Quién fue tu modelo? ¿O resultó producto de tu
imaginación?
—Sólo conozco a una persona que podría compararse a Helen en valor e
inteligencia —no mencionó su nombre y Jane se preguntó ; con el corazón
apretado, si durante la separación habría habido en k vida de Blake una mujer a
la cual hubiera amado.
—El libro debió caer al suelo cuando entró Caroline.
—¿Ha venido Caroline? —Blake agudizó la mirada—. ¿Ha dicho qué quería?
—Sí, que quería verte... con mucha urgencia. Lo olvidé por completo cuando
supe que Fern se había perdido.
—Más vale que vaya a verla entonces —su voz fue como un latigazo para Jane,
que se preguntó con rencor qué tenía Caroline para que Blake corriera ansioso a
su lado.
Cuando Blake se marchó, Jane se sentía tan agotada mentalmente que no pudo
conciliar el sueño. Fern... sintió un hondo estremecimiento y obligó a sus
doloridos miembros a que la llevaran hasta la habitación de Fern. Blake había
acercado un sillón al lado de la cama de la niña y Jane se dejó caer en él para
observar con avidez la carita dormida de su hija.
—Dios mío... si algo le hubiera sucedido a Fern —la tensión de su cuerpo
empezó a disminuir gradualmente. Sabía que debía volver a su cama, pero la
necesidad de permanecer allí era fuerte. Poco después, los ojos se le cerraron y
su respiración se fue regularizando hasta que por fin se quedó dormida.

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Capítulo 8
JANE despertó sobresaltada al sentir que una mano se posaba en su hombro.
Era su peor pesadilla hecha realidad. ¡Habían venido a por Fern! Trató de
levantarse, pero se lo impidió una vertiginosa lluvia de agujas y alfileres que se
le clavaban en sus adormecidas piernas.
—No te muevas, te llevaré a la cama.
¡Blake! Las negras imágenes se desvanecieron. Ahora comprendía todo: Fern y
ella estaban con Blake y se había quedado dormida al lado de la cama de su
hija.
El fino camisón no la protegía del aire frío de la noche y tembló en respuesta al
apretado abrazo de Blake.
—Estás temblando —en su voz percibió un extraño tono ronco, pero suave.
—Tengo frío —sus nervios estaban a flor de piel y su magullado cuerpo la hizo
gritar de dolor cuando Blake la tumbó en la cama.
—¿Qué te pasa? ¿Te he hecho daño?
Blake no necesitó encender la luz, conocía bastante bien la habitación, y Jane
pudo verle a la luz de los tenues rayos de la luna que se filtraban a través de la
ventana. Tenía el pelo desordenado y profundas ojeras.
—Estoy bien... sólo un poco tensa —respondió y, no queriendo que él se
marchara, añadió insegura—: ¿Has visto a Caroline?
La expresión de su cara se hizo tan impenetrable, que Jane se arrepintió de
haber hecho la pregunta, era obvio que se había metido donde no debía.
—Sí—repuso lacónico—. Traeré algo para tus entumecidos músculos o
despertarás más tarde con calambres, quédate aquí.
Como si hubiera la menor posibilidad de ir a algún lado, pensó
molesta, cerrando los ojos. Momentos después los abrió sobresaltada al oír los
pasos firmes de Blake sobre el suelo pulido de madera.
—¿Qué es? —preguntó ella con recelo al acercarse él con un frasco pequeño—.
¿Linimento para caballos?
Blake rió y el tono cálido y natural de su voz hizo comprender a Jane lo mucho
que había echado de menos su risa.
—No, es algo que me mandó el médico el año pasado cuando tuve un desgarre
en una pantorrilla. Se debe untar y dar un masaje después, yo lo haré.
«Sólo siento lástima de ti», se recordó al sentir los primeros movimientos de los
dedos de Blake en su piel. Sus músculos empezaron a relajarse, obedientes al
suave masaje, pero se tensaron de nuevo cuando él apartó a un lado el
dobladillo del camisón para frotar ligera y pausadamente los doloridos
músculos del muslo. Jane sabía que debía decirle que se detuviera, ya que al
dejarle continuar se ponía en gran peligro. Ya anhelaba extender las manos para

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pasarle los dedos por la espalda y ansiaba sentir su cuerpo en estrecho abrazo.
—¿Te sientes mejor?
Cuando el retiró las manos, la decepción la embargó. ¿Qué esperaba? ¿Que las
hábiles manos que le habían mitigado el dolor fueran las de un amante?
—Sí... sí... mejor —respondió con voz apagada y se metió en la fría cama
matrimonial.
A continuación oyó los pasos de Blake dirigiéndose a la puerta y como una niña
cerró los ojos y hundió la cara en la almohada para no verle salir.
Intentó en vano conciliar el sueño. No podía evitar estar pendiente de los
movimientos de Blake; le sintió entrar en el cuarto de baño y el chorro uniforme
de la ducha la atormentó con miles de vividas imágenes de su cuerpo desnudo.
Tan enfrascada estaba en su lucha por alejarlas de la mente que no se dio cuenta
de que Blake volvía a la habitación, hasta que levantó la vista y le vio de pie, al
otro lado de la cama, con una toalla envuelta alrededor de la cintura. La luz de
la luna delineaba el poderoso perfil de su cuerpo.
—Córrete hacia allá —le pidió con aparente indiferencia.
¿Es que pensaba dormir con ella? Iba a protestar, pero él la obligó a guardar
silencio.
—Es inútil discutir, Jane; esta noche necesitas que alguien te haga compañía,
aunque sólo sea para confortarte si tienes pesadillas.
¡Blake recordaba los terrores nocturnos que en ocasiones la habían asaltado en
sus sueños! Se habían producido tres o cuatro veces durante su matrimonio.
Eran pesadillas aterradoras e irracionales donde aparecía el padre que nunca
había conocido... un padre que siempre e inútilmente extendía las manos hacia
ella.
Tan ensimismada estaba en sus pensamientos, que no advirtió hasta segundos
después, que Blake se quitaba tranquilamente la toalla.
—¡No puedes dormir así conmigo!—protestó, haciéndose la absurda pregunta
de por qué sentiría tal turbación; luego desvió la vista con disimulo.
—No seas tonta, debías recordar que yo siempre duermo así.
Jane sintió el hundimiento de la cama al acomodarse él en su sitio y se deslizó
hacia la orilla opuesta. Contuvo la respiración con tanta fuerza que el pecho le
llegó a doler.
Blake se durmió en fracción de minutos y su pausada respiración empezó a
aminorar los golpes sordos de su corazón. Hasta Jane llegaba el calor de su
cuerpo. Deseaba volverse y acurrucarse junto a él como antaño solía hacer.
Cuanto más intentaba resistir la tentación más incontrolable se volvía su deseo.
Por fin, se volvió, atraída por la cálida espalda de Blake.
Algún tiempo después, Jane, casi dormida, sintió que él extendía un brazo y la
rodeaba por la cintura. Pensó que debía apartarse de él, pero la tentación de

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permanecer en la posición en que se encontraba era demasiado fuerte y


desoyendo las advertencias de su sentido común, se apretó aún más contra
Blake. La mano de él se deslizó y fue a apoyarse en uno de sus senos. Ella se
puso en guardia y no pudo encontrar una excusa en su confusa mente para
explicar por qué estaba en sus brazos si él despertaba. El pánico congeló el gozo
que había sentido y cuando trató de separarse, estaba atrapada. Blake emitió un
gruñido de protesta en medio de su sueño y estrechó su abrazo.
—¿Jane?
Ella se encogió al oír la soñolienta voz.
-—¿Por qué te has puesto esta maldita cosa? Sabes que me gusta sentir tu piel
contra la mía.
«Cree que aún vivimos juntos», fue el primer pensamiento angustioso de Jane.
Perdido en su sueño, Blake creía que los dos eran amantes todavía.
—Blake... —dubitativa, exclamó—. ¡Blake...!
—Mmm. Aquí estoy —le acarició la sensible piel del cuello.
La joven se estremeció en una muda respuesta al sentir que sus dedos
abrasaban su piel dondequiera que tocaban. Sabía que debía despertarle para
que se detuviera, pero, al mismo tiempo, reconocía que era demasiado débil
para hacerlo. Estaba en sus brazos, como había anhelado con tanta frecuencia
durante los interminables años de su separación; ahora su cuerpo no se
contentaba con sus tiernas caricias ni le satisfacían los lentos besos de su cálida
boca a lo largo de su mandíbula.
Los dedos que tiraban del camisón, finalmente pudieron desprenderlo de los
hombros de Jane para acto seguido apoderarse de la tersa piel de los senos, que
habían quedado al descubierto.
La caricia de Blake fue tan suave como un suspiro, pensó Jane perdida en un
remolino de placer, demoledor y peligroso. Al instante, alargó un brazo con la
intención de apartarle pero cuando sus dedos rozaron el velludo torso, lo que
había pensado hacer como señal de repudio se convirtió en una trémula caricia.
Jane podía sentir la tersura del suave vello pectoral y, como hechizada, su mano
fue bajando poco a poco.
—Hum... delicioso.
Se puso tensa. Sus sentidos respondieron en contra de su voluntad a la
masculina manifestación de agrado que escapó de la garganta de Blake.
Atrapada por la calidez de sus caricias, se sentía demasiado vulnerable,
anhelante y temblorosa.
—Tócame otra vez, Jane —la voz de Blake se oyó tan gutural que pareció
provenir de muy dentro de su garganta, fue un ronroneo tan sensual que la
hizo estremecer—. Quítate esta cosa.
Hábiles manos la despojaron del camisón. Era probable que Blake ya no

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estuviera medio dormido y ya debía saber que los dos ya


no vivían como marido y mujer. Ahora era cuando tenía que hacerle reaccionar,
pero se limitó a mirarle, aturdida, cuando él la inmovilizó con ternura
sujetándole las manos en los costados mientras ella se movía, tratando de
ocultar su desnudez.
—No, déjame observarte.
Su mirada fue casi una caricia que la dejó dócil y temblorosa con la sensación de
que su cuerpo era una ofrenda que debía brindarle.
—Jane —el nombre brotó de los labios de Blake como un susurro mientras se
arrodillaba a su lado y enmarcaba tiernamente la cara de ella con las dos manos
para besarla.
El roce de sus labios fue delicado, casi exploratorio, como si ella fuera una frágil
criatura del bosque, indefensa y tímida a la cual él temiera ahuyentar. Muchas
veces, su indecisa caricia era más seductora que la exigencia más feroz, violenta
y apasionada, y daba a Jane confianza suficiente para relajarse, para que sus
labios se abrieran y su cuerpo floreciera, como una flor que abre sus pétalos al
recibir la luz del sol.
La presión del beso aumentó un poco, Jane fue consciente de ello. Todo su
cuerpo se concentró en responder a la vigorosa pero dulce música que Blake
estaba ejecutando. Los dos parecían moverse en completa armonía. Los labios
de Jane se separaron y le ofreció su boca. Su cuerpo se rindió antes de que él la
hubiera tocado.
Él le ordenó con voz ronca:
—Abre los ojos.
Ella obedeció y se encontró con su penetrante mirada. Se quedó como
hipnotizada y no pudo apartar sus ojos cuando él le empezó a acariciar el
cuello. Jane levantó las manos para tocarle, pero él movió la cabeza y dijo en
voz baja y tierna:
—Todavía no.
Las manos masculinas reanudaron las caricias. Tensa y temblorosa, siguió con
la mirada los ojos de Blake, que recorrieron todo su cuerpo y parecieron arder
cuando se posaron en las rosadas cumbres de sus senos. Él inclinó la cabeza y
empezó a acariciar, primero una y después la otra. Jane se estremeció indefensa,
con su autocontrol hecho pedazos.
—¡Blake!
Él no hizo nada por detenerla cuando ella le echó los brazos al cuello; su
trémula boca dejó feroces y violentos besos en la piel. Ahora estaba en llamas el
lugar donde antes se había sentido a gusto y refugiada. Su boca la abrasaba
mientras la ternura daba lugar a la pasión, obligándola a pronunciar su nombre
y a implorar la inmediata culminación de sus caricias. De súbito, una caricia en
un muslo la hizo arquear su cuerpo y gemir de deseo.

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Frenética, imitó las caricias de él y besó con ardor los dos pezones masculinos,
su mano acarició la suave piel del vientre y sus besos le obligaron a emitir
roncos gemidos.
•—¡Dios mío, Jane! —murmuró él con voz áspera—Si éste es el resultado,
tendré que buscar la manera de que Fern se pierda más a menudo.
Si la tierra hubiera girado bruscamente sobre su eje, el resultado habría sido
menos catastrófico para ella. Al instante se puso tensa y preguntó con voz
ronca:
—¿Más a menudo? Lo sé todo... sé que eres cómplice de Caroline, que entre los
tres habéis ideado un diabólico plan. Queríais que Charles abandonara el
comité y pensasteis persuadirle a través de mí. Por eso me habéis destrozado la
escuela y estropeado los frenos de mi coche... Pero lo más increíble es que me
hayáis amenazado con hacerle daño a Fern... a tu propia hija —terminó
llorando, preguntándose cómo había sido posible que creyera que había hallado
en Blake calor y protección.
Ahora, un frío glacial empezó a congelarle el cuerpo.
—Repíteme lo que acabas de decir —replicó, su voz tenía un tono extraño.
—Sé que nunca has querido a Fern —añadió con un estremecimiento.
—No, eso no... todas esas bobadas de que Caroline y yo...
—No son bobadas. Al principio no podía creerlo... pero esta tarde Caroline me
ha confesado toda la verdad cuando le he dicho que había puesto a la policía al
corriente de todo.
—Ahora comprendo. Y cuando Fern desapareció pensaste que... —Blake dejó la
frase sin terminar.
—Que habían consumado sus amenazas. Me lo advirtió el hombre que fue a
verme a la escuela... y no podía creerlo.
—Pero lo has creído —no podía controlar la furia—. Has creído que yo soy
cómplice de las personas que te están amenazando de acuerdo con algo que
puede perjudicar a mi propia hija. Con razón me abandonaste —declaró con
amargura—. Ahora comprendo en cuan baja opinión me has tenido. Para tu
información, hasta este momento no tenía ni la menor idea de que te habían
amenazado.
—¿Quieres decir que ignorabas por qué habían atacado mi escuela y por qué
habían roto mis frenos? —la esperanza se abrió paso en el corazón de Jane, pero
desapareció al ver el momentáneo titubeo de Blake.
—Naturalmente que no he sido cómplice de ello —afirmó al fin, pero esa no era
la respuesta que Jane esperaba.
Sí, Blake lo sabía y sabiéndolo, no había hecho nada por evitarlo.
—Blake, creo que es más conveniente que Fern y yo nos vayamos mañana a
casa —había desconsuelo en su voz.

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—¡No! —la áspera negativa de Blake pareció perforar sus oídos—. No, las dos
os quedaréis conmigo, ¿o temes que yo os haga más daño? ¿Que os envenene
quizá?
—No... no... desde luego que no.
—No hay nada más que hablar entonces, os quedaréis aquí, por lo menos hasta
que vuelva tu madre. No pensarás que yo voy a permitir que os hagan daño
bajo mi techo —añadió con sarcasmo—. Piensa. Si estoy al tanto de las
maquinaciones de Caroline, como pareces pensar, reconocerás que estás más
segura aquí que en cualquier otro lugar.
—¿Y estás al tanto de verdad? —Jane contuvo la respiración, en espera de la
contestación.
Si supiera cuánto ansiaba oír una negativa; sin embargo, para aumentar más su
angustia, él se levantó de la cama y se inclinó hacia ella.
—¿Tan poca fe tienes en mí que necesitas preguntarlo? Vaya una esposa que
eres... jamás has confiado en mí, ¿verdad?
—Porque nunca me has dado razones para hacerlo —gritó con la voz quebrada.
—La confianza no necesita razones —replicó Blake resentido—. Es como el
amor, debe ofrecerse libremente. Me voy a mi habitación, no te preocupes, no
volveré a molestarte.
Había tal decisión en el tono de voz de Blake, que Jane se sintió confusa, él
parecía el herido, ¿cómo era posible?
Al día siguiente, Jane casi no vio a Blake; oyó sus risas mezcladas con las de
Fern cuando jugaba fuera y, aparte de preguntarle él si se sentía bien como para
bajar de su habitación, no le dijo nada más. Al responderle ella
afirmativamente, Blake dejó a Fern a su cuidado y se encerró en su despacho.
La puerta cerrada era algo simbólico y Jane comprendió que él la estaba
evitando. Tenía la sensación de que ella le había abandonado, ¿no era él el
culpable? ¿No le había dado todas las oportunidades posibles para negar su
participación en el complot de Caroline y los Barrons? La confianza debía
ofrecerse libremente, había dicho él, pero Jane sabía que no se había referido
sólo al presente, sino también al pasado. Ella no había tenido suficiente
confianza en sí misma para conservar su amor. Tampoco confiaba en que él la
seguía amando. ¿Acaso él se había equivocado? No... Suzie había dicho muy
claro que él se había cansado de ella. El amor de Blake no había sido lo bastante
grande como para hacerle dejar su trabajo y sentar cabeza. Sin embargo, nada
más volver de El Salvador había renunciado a su trabajo de periodista.
Sintiéndose incapaz de pensar más, Jane salió al jardín para jugar con Fern.
—Me gusta vivir con papá. ¿A ti no, mamá?
¿Qué podía responder ella?
—Quiero vivir con él siempre. ¿No podemos vivir con él, mamá?
¿Qué debía responder a su hija? ¿Cómo explicarle que quizás él no la quisiera?

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La señora Simmonds llegó de visita ya muy entrada la tarde, sin aliento y


pidiendo disculpas.
—Debiste volverte loca cuando te llamé por teléfono por lo de Fern. Yo casi
perdí la razón. ¿No dicen que las calamidades se suceden tres veces seguidas?
Primero tu accidente, luego se extravía Fern.
Jane se estremeció.
—Confiemos en que esta vez se equivoquen —repuso con voz serena, pero en
su interior estaba inquieta.
No obstante, sentía un vago consuelo al haber cedido ante Blake y permanecer
en su vivienda.
Cuando dieron las seis, Jane dio a Fern de merendar. Luego encontró un pollo
en el congelador y lo preparó. Un delicioso aroma llenó la pequeña cocina.
Había bastantes fresas en el bosquecillo semisilvestre como para hacer una tarta
y el apetito de Fern no parecía haber menguado a pesar de su aventura; lo cual
no podía decir de sí misma, reflexionó la madre al observarla.
Jane colocó la comida de Blake en una bandeja y la dejó delante de la puerta del
despacho; llamó y se alejó.
—¡Blake, tu comida está fuera!
Estaba acostando a Fern cuando escuchó un ruido sordo, retumbante, de mal
agüero. El ruido hizo que la casa se sacudiera desde sus cimientos. ¡Parecía un
trueno proveniente del centro de la tierra!, pensó Jane, corriendo rápidamente
hacia la ventanas. ¿Qué podría ser? ¿Un terremoto? Se reprendió por su infantil
deducción y escudriñó el cielo en busca de alguna señal de tormenta, pero la
bóveda celeste estaba despejada de nubes, el cielo era de un azul pálido y el sol
empezaba a ocultarse. Una zona arbolada ocultaba de la vista la gran mole de la
abadía, y, a pesar de que el ruido parecía venir en aquella dirección, ella no
podía ver nada.
Bajaba por la escalera cuando sonó el teléfono. La bandeja había desaparecido
de fuera del despacho pero era evidente que Blake estaba aún dentro. Contestó
el teléfono casi en seguida.
Segundos después, casi tropieza con él, que salía poniéndose la chaqueta de
ante.
—Tengo que ir a la abadía ahora mismo —explicó con brusquedad—. No salgas
ni abras la puerta a nadie hasta que yo vuelva.
Y desapareció antes de que Jane pudiera preguntarle nada. Ella se sorprendió al
verle atravesar el jardín a toda prisa por el viejo camino que iba de la casa a la
abadía. Si tenía tanta prisa, ¿por qué no utilizaba el Ferrari? Jane, obediente a las
instrucciones, cerró y atrancó la puerta de estilo antiguo. Luego, fue a
comprobar si las ventanas francesas del despacho estaban bien cerradas. Una
sensación de temor recorrió todo su cuerpo. ¿Qué sucedía? ¿A qué había ido a
la abadía?

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Jane estaba ya a punto de perder toda esperanza de que él volviera, cuando


llamaron a la puerta. Estaba sentada en la cocina y los golpes secos la
sobresaltaron.
—¡Jane, ábreme, soy yo, Blake! —dijo con voz áspera.
Al abrir la puerta, ella se inquietó al verle la cara llena de barro. Venía con la
chaqueta desgarrada y la camisa manchada.
—Prepárame una taza de café, por favor —pidió con voz cansada, dejándose
caer sobre una silla.
La joven ardía en deseos de preguntarle a qué había ido a la abadía, pero el
orgullo no se lo permitió. Cuando le extendió la taza de café, pudo ver que los
nudillos de su mano derecha tenían algunas pequeñas heridas y sangraban. La
expresión de alarma de su cara llamó la atención de Blake.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada —respondió con brusquedad—. Escucha, estoy cansado y si no tienes
inconveniente, me gustaría irme a acostar. Necesito levantarme muy temprano
mañana, tengo que ir a Londres.
Nunca la había rechazado con tanta frialdad, y cuando salió de la cocina,-Jane
tardó en recobrarse de la impresión. ¿Qué había esperado?, se preguntó con
amargura mientras fregaba las tazas del café. ¿Que al ver que ella le había
esperado se sintiera tan conmovido que la tomara en sus brazos y...? «¡Basta
ya!», se ordenó. «¡Basta de hacerte daño, sabes que él no te ama!»
A la mañana siguiente, el ruido del Ferrari despertó a Jane y, aunque corrió a
asomarse a la ventana, sólo alcanzó a ver que el deportivo se dirigía a la
abadía... no en dirección contraria como se suponía. Diez minutos después el
poderoso vehículo negro volvió a aparecer, esta vez Blake no iba solo: Caroline
estaba sentada a su lado.
Jane se sintió desesperada, no podía permanecer allí ni un segundo más, se iría
a su casa.
En el mismo instante en que estaba llamando por teléfono para pedir un taxi, el
ruido de un vehículo le llegó a través de la ventana. Al asomarse, vio un
automóvil Sedán desconocido aparcar delante de la puerta. Alguien se bajó de
él.
—¡Mamá! —exclamó Jane incrédula.
Henry la acompañaba. Lo más extraño era que los dos venían cogidos de la
mano y dirigiéndose el uno al otro tiernas miradas. Jane abrió la puerta.
—¡Cariño! —la saludó su madre alegremente—. ¡Adivina! —extendió su mano
izquierda para que ella pudiera ver sus dos flamantes y nuevecitos anillos, el de
compromiso y el de boda.
—Pero...

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—Entremos y tomemos una taza de té —sugirió Henry—, mientras te


explicamos todo. Debo decir que si hubiera sabido el efecto que causaría en ella,
hace años que hubiera llevado a tu madre a Roma.
—¡Os habéis casado! —exclamó Jane con expresión tonta mientras llenaba de
agua la tetera—, pero...
—Nos han dado un permiso especial, cariño, ni más ni menos —anunció Sarah
sonriendo alegremente.
—Sí. Una vez que aceptó casarse conmigo, no podía correr el riesgo de que
cambiara de parecer —intervino Henry—. Hice los preparativos lo más
rápidamente que pude y ayer cogimos el avión a Londres, donde se celebró la
boda.
—Nos habría encantado que estuvieras presente, cariño —interrumpió Sarah—,
pero cuando llamé a Blake por teléfono me contó lo herida y magullada que
estabas.
—¿Llamaste a Blake? —Jane tragó saliva—. Pero...
—Primero llamé a nuestra cabaña y al no recibir respuesta llamé a la señora
Widdows. Ella me dijo que Blake y tú os habíais reconciliado y, naturalmente, le
llamé. Le pedí que mantuviera lo nuestro en secreto para que fuéramos
nosotros quienes te diéramos la sorpresa. Aunque no soy la única que he tenido
secretos, no sabes lo feliz que me siento por ti, cariño. Sé que te sentías vacía sin
él.
—Madre... —Jane trató de interrumpir la animada charla de su madre para
confesarle la verdad, pero Henry se anticipó.
—En realidad, a los dos nos alegra la reconciliación por razones de egoísmo. Tu
madre y yo hemos resuelto mudarnos a Bath. Tengo allí un amigo que vende su
tienda de antigüedades. Está muy bien, pero el precio es bastante elevado y
tendremos que vender nuestra tienda y la casa.
Jane no supo qué decir. Había perdido todo de un solo golpe y el pesimista
presagio de la señora Simmonds volvió a su memoria. Mientras trataba de
recobrarse del golpe, Jane observó en las caras de Henry y de su madre la
sonrisa radiante de dos adolescentes que esperan que se los felicite
efusivamente.
Después de serenarse, abrazó y besó a la enamorada pareja, reprendiéndose por
su egoísmo. Desde luego que se alegraba de verlos juntos, lo que sucedía es que
no había contado con perder madre y hogar al mismo tiempo. Al instante, la
asaltó otro pensamiento. ¿Cómo iba a decirles la verdad respecto a Blake y ella?
Su madre comprendería inmediatamente que no tenía ningún sitio dónde ir.
No, pensó resuelta, no destruiría su felicidad, aunque ello significara pedirle a
Blake que se convirtiera en su cómplice durante algún tiempo. Cuando él se
fuera, buscaría una casa en el pueblo para Fern y ella, lo cual no sería fácil y
trabajaría más duro en la academia. No era la primera vez que Jane comprendía
lo mucho que dependía de su madre, tanto moral como económicamente. ¿Y si

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Blake no estaba de acuerdo? Casi no podía soportar la idea. Tenía que aceptar...
tenía que aceptar. Sintió una súbita y febril impaciencia porque él volviera.
—A propósito, ¿en dónde está Blake? —preguntó su madre. —En Londres... en
viaje de negocios.
—No estaremos mucho tiempo, sólo queríamos darte la noticia. Henry quiere
llevarnos a todos a cenar el domingo... para celebrar nuestro cambio de vida.
Esta noche dormiremos en la casa.
—Entonces, mamá iré a visitaros para charlar un poco —respondió Jane—. Casi
todas nuestras cosas están aún allí.
—Sí, Blake me dijo que su estancia aquí sería temporal —añadió la madre,
inclinándose para besar a Jane y a Fern, que había estado escuchando con gran
interés la conversación de los adultos.
—¿Ahora eres tú mi abuelito? —sorprendió a todos al dirigirse a Henry cuando
ya estaban en la puerta.
—¿Quieres que lo sea?
—Sí —respondió la pequeña con tal entusiasmo infantil que hizo reír a todos.
Henry se agachó y la cogió en brazos.
—Entonces lo seré.
—¡Ahora tengo un papá y un abuelito! —exclamó entusiasmada cuando Henry
la dejó en el suelo.
Cuando se marcharon, la casa se quedó sumida en una quietud poco
tranquilizadora. ¿Cuál sería la reacción de Blake?, se preguntó Jane, angustiada
por la espera. Y si él se negaba a ayudarla, ¿qué haría? ¿Cuáles serían sus
verdaderos sentimientos hacia Caroline? No había mencionado el divorcio y,
sin embargo, estaba ansioso por correr al lado de Caroline a su más leve
mandato. Quería que Jane permaneciera en la casa pero no había negado su
complicidad en las amenazas que había recibido ella. Emitió un suspiro y se
dedicó a vagar por toda la casa.
Había acostado a Fern y mientras esperaba a Blake las horas parecían
transcurrir con exasperante lentitud. Se dirigió a su despacho y se hizo un ovillo
en su hondo sillón hallando un gran consuelo al aspirar el suave olor del cuerpo
masculino impregnado en el cuero.

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Capítulo 9
¿JANE? Atontada, abrió los ojos. Hasta sus oídos llegó el ruido de pasos que
bajaban por la escalera.
¡Aquí estoy, Blake! —dijo en voz alta, estirando sus entumecidas piernas y
mirando el reloj.
¡Las once de la noche! ¿Había dormido tanto tiempo? Abrió la puerta del
despacho y vio a Blake. Él la miró con el ceño fruncido.
—Creía que te habías marchado.
—¿Sin Fern? Estaba esperándote.
—¡Qué halagador! —parecía estar de un humor extraño.
Empezó a pasearse inquieto por todo el cuarto, levantando de vez en cuando
objetos tirados en el suelo.
—Jane...
—Blake...
Los dos hablaron al mismo tiempo.
—Las damas primero —Blake hizo una breve reverencia.
Ahora que el momento había llegado, no sabía qué decir. «Blake, déjame vivir
aquí, por favor, para que mi madre crea que nos hemos reconciliado» «Blake,
mi madre cree...»
—Blake... —empezó—. Blake, esta tarde ha venido mi madre a verme.
Él se quedó inmóvil. Después alargó una mano para coger una jarra que estaba
sobre una estantería.
—¿Sí? —el monosílabo no denotó ningún tipo de emoción, parecía que a
propósito intentaba manifestar una calma que estaba muy lejos de sentir.
Jane aspiró profundamente.
—Sé que ya estás enterado del matrimonio de mi madre. Me alegro por ellos,
pero hay problemas —miró a Blake a la cara, pero inmediatamente se arrepintió
al ver una triste melancolía reflejada en ella—. Mi madre... pues... Henry y ella
creen que nos hemos reconciliado y han pensado vender la casa —continuó casi
atropellando las palabras, y retorciéndose nerviosa los dedos de las manos—.
Y..¿Y qué?
Dios mío, ¿cómo iba a poder pedírselo? Al final, había sólo una manera-
—Yo te pido que nos permitas a Fern y a mí vivir aquí contigo... como si nos
hubiéramos reconciliado —explicó escuetamente, para que no hubiera ninguna
mala interpretación—. Por lo menos hasta que vendan la casa, necesitan el
dinero —añadió desesperada—. Quieren comprar un negocio y mudarse a Bath,
pero si mi madre se siente responsable de Fern y de mí...
—Me pones en un dilema... ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo?

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—Sí —su voz se apagó ante el amenazador y mordaz latigazo de la voz de


Blake.
—Ayer estabas ansiosa por alejarte de mí y ahora me dices que quieres
quedarte.
—Me doy cuenta de que es una imposición —de súbito, el valor volvió a ella—,
pero si no me hubieras traído aquí contra mi voluntad, nadie hubiera pensado
que nos habíamos reconciliado.
—Y tal y como han sucedido las cosas, en mí está que el engaño continúe. Muy
bien...
—¿Quieres decir... quieres decir que podemos quedarnos?
—Sí.
Blake estaba de espaldas y Jane no podía verle la cara pero su voz era tan fría
como un témpano de hielo.
—Y ahora, si me lo permites, quiero el despacho para mí solo un rato, debo
arreglarlo un poco.
Consciente de que la había echado, Jane abandonó el lugar con pasos inseguros.
Blake no había puesto ninguna objeción y en vez de estar satisfecha sentía un
profundo y desolador vacío en su pecho.
—Mira, mamá, una foto de papá —Fern saltó de la cama y extendió el periódico
local a Jane. Ella lo cogió y asombrada, leyó los titulares.

.UN CONOCIDO ESCRITOR Y LA POLICÍA LOCAL HAN IMPEDIDO LA


DESTRUCCIÓN DE UN EDIFICIO DE IMPORTANCIA HISTÓRICA.

Conforme Jane leía las líneas impresas iba hallando respuesta a muchas de las
preguntas que se había formulado durante los últimos días. Al parecer,
Caroline había sido intimidada por los Barrons para que les vendiera la abadía
al surgir otro comprador... alguien, cuyo nombre se desconocía que deseaba
adquirir y conservar la abadía como su hogar. Blake había seguido el juego a los
Barrons aparentando apoyar sus planes con el fin de obtener de ellos
información confidencial.
La noticia de que una excavadora se dirigía a los terrenos de la abadía había
hecho sospechar a la policía que los Barrons habían resuelto hacer las cosas a su
manera y obligar a Caroline a vendérsela por medio de la demolición de una
parte del edificio. Blake, llamado con urgencia por una Caroline aterrada, había
llegado a tiempo de derribar de un golpe al conductor, evitando que hiciera
ningún daño antes de que llegara la policía y se hiciera cargo de la situación.
Jane dejó caer el periódico y trozos de conversaciones le vinieron a la mente,
atormentándola sin piedad. «¿Estás involucrado?», le había preguntado, y él se
había negado a responder. «La confianza debe ofrecerse libremente», había

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aducido él y ella no le había comprendido o no había querido comprenderle,


Blake había tratado por todos los medios de protegerlas a Fern y a ella misma
llevándoselas con él a su propia casa. Por eso había insistido tanto en que se
mudaran.
Al oír los pasos de Blake en la escalera, Jane se sintió avergonzada, pero su
orgullo le dio ánimos.
—Ya veo que eres un gran héroe —exclamó alegremente cuando le vio entrar
con una taza de café en la mano.
—El periódico ha hecho muchas suposiciones. Yo conocía la fama de los
Barrons por un documental que un amigo mío estaba haciendo para la
televisión. Tan pronto como puse al tanto a Caroline de su forma de actuar, ella
empezó a vacilar en vendérsela, con más razón cuando había otra... parte
interesada. Tú no eras la única amenazada por la política intimista de los
Barrons.
—¿Y la excavadora?
—Es un método muy trillado para deshacerse de viejos edificios inútiles. Los
Barrons creían que derribando una o dos paredes cundiría el pánico en Caroline
y se la vendería. Después podrían destruirla toda... alegando su estado ruinoso.
—Así que eso fue el estruendo que oí la otra noche —Jane respiró aliviada—. Y
los nudillos de tu mano...
Blake captó la consternación en su voz y explicó fríamente
—El conductor de la excavadora se llevó la peor parte... era lo bastante fuerte
como para atemorizar a una mujer indefensa, pero no a un hombre haciéndole
frente.
—Aun así...
Quería decirle que le había juzgado muy mal y deseaba implorar su perdón.
—Jane, por toda la publicidad que se ha dado a este suceso y porque es muy
probable que los Barrons estén encolerizados, creo que lo más prudente será
que los tres nos vayamos de este lugar durante algún tiempo... A la gente no le
extrañará; después de todo, acabamos de reconciliarnos.
Jane hizo una mueca de dolor, preguntándose si él sería consciente del tono
irónico de su voz.
—¿Que nos vayamos?
—Sí —él no la miraba—. Un amigo mío tiene una casa en Pembroke, ya he
hablado por teléfono con él para que nos la alquile durante un par de semanas.
Eso dará tiempo a que se apacigüen las cosas.
—¡Pembroke! —exclamó Jane, sin dar crédito a lo que había oído y con los ojos
brillantes por las lágrimas—. ¿Te refieres a la casa donde pasamos nuestra luna
de miel?
—¿Lo recuerdas? —La mirada era dura—. Me sorprende. Me abandonaste con

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una presteza poco halagadora. También me sorprende lo mucho que te afecta


sentimentalmente.
Jane quería llorar y gritar, pero sus cuerdas vocales parecían haberse quedado
congeladas. ¿Cómo era capaz de hacerle tal cosa?
Blake abandonó la habitación sin dar tiempo a que Jane pusiera ninguna
objeción, pero volvió a entrar minutos después para añadir:
—Saldremos mañana. Ya he alquilado un automóvil Sedán, para los tres, será
más cómodo que el Ferrari.
—Tendré que volver a mi casa para hacer las maletas.
—Te llevaré cuando vaya a recoger el coche alquilado. Fern puede venir
conmigo... a menos que aún temas que intente raptarla —Blake habló con tal
crueldad que Jane palideció.
—Siento haber pensado eso, ¿cómo podía saber la verdad?
—Por supuesto, y como lo más natural es suponer que un padre puede ser
cómplice de las amenazas dirigidas contra su propia hija... —la ironía que
encerraban sus palabras hirió profundamente a Jane—. ¡Hasta supongo que
pensaste que yo personalmente había roto los frenos de tu coche! ¡Por Dios,
Jane! —estalló furioso—.Sabes que yo nunca...
—No, eso no —tragó saliva con dificultad, tratando de controlar el
estremecimiento que agitó su cuerpo.
—Y a pesar de todo permitiste que te hiciera el amor —añadió dulcemente.
—Es que...
¿Qué podía decirle? ¿Que no había podido evitarlo? ¿Qué le amaba todavía?
Jane negó con la cabeza, rechazando ambas explicaciones.
—No digas nada —intervino Blake—. No quiero saberlo.
—¿Y tú por qué hiciste el amor conmigo? —no podía creer que ella había
formulado tal pregunta.
La cara de Blake adoptó una extraña expresión.
—No creo que pueda darte una respuesta —y añadió al cabo de unos
segundos—. No es muy halagadora para ninguno de los dos.
Un candente rubor invadió las mejillas de Jane cuando él salió de la habitación.
Blake había querido decir que había hecho el amor con ella simplemente porque
estaba allí, a mano, y no le había rechazado. Al menos, él no había adivinado su
secreto, no había descubierto que ella aún le amaba.
La madre de Jane no se sorprendió al enterarse de que se iban del lugar.
—Creo que es lo mejor para los tres —dijo con calma—. Necesitas tener vida
familiar privada, y eso sería imposible con todos los del pueblo queriendo
conocer los detalles del acto heroico de tu¡ esposo.
Cuando a Blake le hablaron de la cena que Henry había prometido, decidió

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aplazar la salida hasta el domingo.


—Perfecto —dijo la madre de Jane cuando ésta le comunicó por teléfono las
noticias—. Eso nos dará tiempo para ir de compras el sábado.
—¿Para qué? —replicó Jane—. ¿No compraste bastante ropa nueva antes de tu
viaje?
—Sí, pero tú no tienes. Creo que una segunda luna de miel, a pesar de llevar
consigo una hija pequeña, pide algo un poco más atractivo que los vaqueros y
camisetas que constituyen todo tu guardarropa.
—Pembroke es un lugar muy apacible, madre, y no saldremos a ningún lugar.
—No pensaba en eso —sentenció su madre misteriosamente—. Pasaré a
recogerte el sábado por la mañana, Blake puede cuidar a Fern.
—¿No es sorprendente cómo cambian los hombres de actitud hacia los niños
una vez que éstos llegan? —preguntó Sarah, sonriendo, el sábado por la
mañana, cuando Jane y ella abandonaron la casa de Blake en automóvil—. Fern
ya ha conquistado a su padre.
Jane no quería hablar del amor patente de Blake por su hija; no se atrevía ni
siquiera a pensar en ello pues implicaba hacer frente a los problemas que
surgirían cuando Blake y ella se separaran. En su ansiedad por no destruir la
felicidad de su madre, Jane había pasado por alto los potenciales efectos
devastadores de su farsa sobre Fern. La niña ya veía en Blake a un ser
permanente en su vida. ¿Cómo reaccionaría cuando se diera cuenta de que no
lo era?
—Estás muy melancólica.
—No, no es nada —la joven se esforzó por sonreír y empezó a charlar con
entusiasmo del viaje.
—Hemos llegado —Sarah aparcó el vehículo frente a una pequeña tienda en la
que Jane nunca se había fijado.
En el escaparate se exhibía una falda sencilla de color rosa que hacía juego con
un precioso jersey y su madre comentó:
—Todo es de Italia —declaró la mujer con orgullo—. Esta es la segunda vez que
salgo contigo a comprar regalos de boda, así que yo elegiré.
Media hora más tarde, Jane estaba aturdida al lado de su madre, que insistía en
añadir al montón de ropa sobre una silla otra camisa preciosa. En el montón ya
se habían acumulado una falda idéntica a la del escaparate, un jersey, varias
blusas, unos pantalones blancos de corte francés y un vestido de seda
estampado.
—¡Oh, no! —protestó Jane—. Es demasiado caro... y muy fino. No podría...
—No discutas —le ordenó su madre con firmeza—. Estoy segura de que a Blake
le agradará —Sarah y la propietaria del lugar intercambiaron una sonrisa.
Siguieron un sostén, unos ligueros, una combinación y por último, un delicado

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conjunto de ropa interior, el cual, opinó la propietaria sin sonrojarse, debía


ponérselo cuando se fuera a acostar.
—Eso suelen hacer las norteamericanas.
—¿De verdad? Cuando yo era joven —declaró Sarah sin poder reprimirse—,
solía forjarme fantasías en las que un apuesto galán me regalaba prendas como
éstas... con el implícito deseo de usarlas en la cama.
Era casi la hora de la comida cuando salieron de la tienda y Jane cedió a la
petición de su madre de que comieran en un lugar del centro donde vendían
vinos. En el camino se encontraron con varios establecimientos y se detuvieron
en uno para admirar zapatos y bolsos.
—Jane, mira esto —insistió su madre—. Tienes que comprarlo... lo podrás lucir
esta noche.
Era lo primero de la nueva moda de otoño, un vestido azul que hacía juego con
sus ojos; tenía un pequeño cinturón y una falda de vuelo. El vestido era de
manga corta y tenía cuello alto por delante y en la espalda un escote muy
pronunciado en forma de V.
Aunque Jane no tenía muchos deseos de hacerlo, de pronto se encontró en un
probador poniéndose el vestido. La suave y fina prenda de lana se ajustó a su
cuerpo, delineando sus senos y acentuando su delgada cintura. La falda hacía
resaltar sus largas piernas y Jane decidió que debía adquirirlo.
—Ahora, a comer, luego buscaremos unos zapatos que hagan juego, jane cedió
al comprender que su madre no iba a desistir.
Llegaron a la casa de Blake ya muy avanzada la tarde. El automóvil Sedán que
Blake había alquilado estaba aparcado en el lugar del Ferrari y mientras
entraban, Jane vio a Blake y a Fern por el camino que conducía a la abadía.
—Todo está en orden —afirmó Blake al ver la ansiedad reflejada en la cara de
Jane—. Sólo quería intercambiar unas palabras con los guardias de seguridad.
Ella sabía que dos agentes de seguridad montaban guardia las veinticuatro
horas del día para vigilar la abadía y se preguntó si Blake los había llamado a
instancias de Caroline o si los había enviado el posible futuro dueño. Jane vaciló
en hacerle preguntas a Blake. Su comportamiento hacia ella había sido de
reserva y alejamiento y sólo actuaba con naturalidad cuando estaba en
presencia de otras personas.
Sarah no aceptó la invitación de Jane a tomar una taza de té, arguyendo que
debía regresar si tenía que estar lista para la cena.
—¡Es a las siete y media, no lo olvides! —gritó su madre mientras que se
alejaba—. ¡Y no olvides ponerte tu vestido nuevo!
Blake enarcó las cejas, pero no hizo ningún comentario. Podrían vivir juntos,
pero no había verdadera comunicación entre ellos, pensó la joven, desesperada.
La señora Widdows iba a cuidar a Fern durante la noche. La niña dormiría en
su antigua habitación de la casa y pasarían a buscarla a la mañana siguiente, de

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camino a Pembroke.
Blake no pronunció palabra cuando Jane apareció luciendo su nuevo vestido.
En su dedo anular brillaba la piedra de zafiro de su anillo de compromiso. No
se lo había puesto desde la separación
—¿Aún guardas eso? —Blake arqueó las cejas—. Creía que te habías deshecho
de él.
—No —la negación escapó de los labios de Jane antes de que pudiera
reprimirla.
—Dudo que tenga algún valor sentimental todavía —comentó Blake con
mordacidad.
¿Qué podía decir ella? ¿Qué lo había conservado porque le amaba? De pronto
desapareció el placer de ir engalanada con su nuevo atuendo. ¿Qué esperaba?
Se preguntó con tristeza. ¿Abrigaba la esperanza de que un vestido nuevo la
hiciera en cierta forma deseable e irresistible a los ojos de Blake?
—Papá me has prometido contarme un cuento —le recordó Fern a su padre
cuando iban camino de la casa.
—Y te lo contaré, no temas —le aseguró Blake mientras los tres bajaban del
automóvil.
—Vas a tener que estar muy alerta, Jane —bromeó Henry con jovialidad cuando
se disponían a salir, después de que Blake bajara la escalera con la noticia de
que Fern ya estaba profundamente dormida—. De otro modo, tu propia hija
acaparará a tu esposo.
Blake rió.
—Sí, confieso que estoy loco por Fern. ¿Qué ocurre? —le preguntó Blake a Jane
cuando iban en su automóvil—. ¿Estás celosa de Fern?
—No, me sorprende que reconozcas que te preocupas por ella —contestó Jane
con voz temblorosa—. Después de todo, no querías que la tuviera.
Blake apretó las manos sobre el volante y Jane se arrepintió de haberle acusado
con tanta crueldad.
—No quería que tuviéramos un hijo porque pensaba que nuestro matrimonio
no era lo bastante estable todavía como para ofrecerle un hogar seguro —
comentó él después de unos instantes—. Y estaba en lo cierto.
—Es mentira —contraatacó Jane con el cuerpo tembloroso y la voz trémula—.
No deseabas un hijo porque no querías renunciar a tu libertad, a tu trabajo...
aun cuando sabías...
—Mi trabajo no fue el verdadero problema que se interpuso entre nosotros —
argüyó Blake con frialdad—. Lo utilizaste para enmascarar tu posesividad
compulsiva y tu falta de amor propio. Si no quería un hijo era porque no creía
que tus razones para tenerlo estuvieran justificadas.
—No... es mentira que...:—se defendió, aunque en lo más profundo de su

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corazón sabía que él tenía un poco de razón.


Al descubrir que estaba embarazada de Fern, ¿no había creído que al fin,
gracias a aquel nuevo ser, ella sería la fuerte y la dominante en las relaciones
entre los dos?
—Querías que yo renunciara a mi trabajo porque no habías madurado lo
suficiente como para aceptar que estando lejos de ti no podría cuidarte. Yo sabía
que eras inmadura pero esperaba que crecieras y te convirtieras en...
—¿En alguien como Suzy? —le echó en cara—. Qué decepción te debiste llevar
al ver que no era así. Si querías el tipo de relación marital que Suzy aprobaba,
debiste elegirla a ella y no a mí. Puedo adivinar por qué no...
—No seas infantil.
Faltaba un kilómetro y medio para llegar al restaurante donde iban a cenar y
Jane estaba a punto de echarse a llorar por la rabia y la humillación; al fin
consiguió controlarse un poco antes de que su madre la viera.
—Lo que pasó ya forma parte del pasado, Blake —contestó lo más serena que
pudo—. No niego que fui una ingenua y me apoyé demasiado en ti.
Comprendo lo mucho que te irritaría pero quiero que sepas que actué así
porque estaba convencida de que te habías casado conmigo por lástima, por mi
falta de experiencia, y porque me aterraba la idea de perderte —se le formó un
nudo en la garganta pero debía continuar—. Cada vez que salías de viaje temía
que no volvieras, que comprendieras que habías cometido un error al casarte
conmigo —no pudo seguir—. Ya hemos llegado.
Henry, que iba delante de ellos, fue el primero en dirigirse al aparcamiento.
Jane se sintió aliviada por la semioscuridad protectora que impedía ver su cara
cuando Blake abrió la puerta del automóvil para que bajara. No quería
estropear la noche a su madre, por lo que charló alegremente, evitando la
mirada de Blake con la esperanza de que quizá pudiera engañar a los demás
mucho mejor que a ella misma.
Blake, taciturno, habló poco, pero Sarah y Henry estaban tan embelesados el
uno con el otro, tan enamorados, que no se dieron cuenta de la tensión que
reinaba en el ambiente.
—¿Por qué no bailáis? —sugirió Sarah cuando Henry y ella volvieron de la
pequeña pista de baile.
—No... —Jane murmuró una negativa, pero Blake ya estaba de pie, rodeándole
la cintura con un brazo.
El ritmo de la música disminuyó ligeramente cuando los dos llegaron a la pista.
Blake la abrazó con los dos brazos. Jane intentó rechazarle, sin embargo, él no se
lo permitió. Así, abrazados, habían bailado a menudo en el pasado, entonces
Jane apoyaba la cabeza en el hombro masculino. Ahora, estaba tensa y trataba
de alejarse de él para no sentir el tormento de la fricción de sus cuerpos. Él
confundió su tirantez y dijo con voz ronca:
—¡Por el amor de Dios, no voy a violarte aquí, en medio de la pista de baile.

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Trata de relajarte. Se supone que la estamos pasando bien —mientras hablaba,


apretó las manos contra la espalda de Jane para obligarla a pegar su cuerpo al
de él.
Ella sentía el pesado latido de su corazón y percibía el fresco olor de su colonia.
No tenía dónde poner las manos, más que en su pecho. La interminable pieza
musical era insoportable y cuando al fin terminó y se separaron para abandonar
el lugar, latidos punzantes laceraban la cabeza de Jane.
De nuevo en la casa de Sarah, Henry insistió en tomar la última copa. Fern no se
había movido, aseguró a Jane la señora Widdows.
—No te preocupes por ella, no despertará hasta mañana —dijo su madre—. Y
podrás prepararte más pronto sin ella. Fern adora las playas. Recuerdo la
primera vez que te llevé a la playa, corriste a la orilla del mar y empezaste a
hacer un castillo de arena.
—Entonces no ha cambiado mucho —opinó Blake con sequedad—. Hizo
exactamente lo mismo en nuestra luna de miel.
Y luego habían hecho el amor entre las dunas, sobre la suave alfombra que
Blake había formado, observando cómo el mar iba deshaciendo poco a poco su
creación.
De súbito, Jane sintió deseos de llorar, pero las lágrimas no cambiarían nada,
absolutamente nada.

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Capítulo 10
ALA MAÑANA siguiente, Jane aún tenía dolor de cabeza por la tensión y el
vino ingerido la noche anterior. Durante el camino a la casa de Sarah tanto la
joven como Blake mantuvieron un desagradable silencio.
Por lo que recordaba de su luna de miel, el viaje duraría cuatro horas y Jane se
sintió aliviada cuando Fern se quedó dormida a una hora de trayecto.
—Otra hora más y nos pararemos a comer en algún lugar —anunció Blake, y
Jane hizo un movimiento negativo con la cabeza.
—A menos que tú tengas hambre, no te detengas por mí. A mí no me apetece
nada y es probable que Fern duerma hasta que lleguemos allí.
Blake frunció el ceño, pero no dijo nada.
El automóvil recorría los campos a gran velocidad y Jane trataba de alejar de su
mente los recuerdos de la primera vez que hicieron el mismo recorrido.
Acababan de casarse y ella aún estaba deslumbrada porque él la había elegido.
Ahogó un lastimero bostezo y trató de seguir el ejemplo de Fern, por lo que se
reclinó en su asiento.
—Despierta, Jane, ya hemos llegado.
La voz de Blake se oyó muy cerca de su oído. De mala gana, abrió los ojos y se
quedó aterrada al descubrir que estaba apoyada en su hombro.
—Has dormido siglos, mamá —la recriminó Fern desde el asiento trasero—.
Papá no me ha dejado despertarte.
La pastilla que había tomado para el dolor de cabeza había hecho efecto, pensó
Jane en medio de su atontamiento, luchando contra su renuncia a levantar la
cabeza de su cómodo y sólido lugar. ¡Pobre Blake! Su hombre debía estar
entumecido después de haber soportado su peso, durante tanto tiempo. Él no
dio muestras de cansancio y alargó una mano para desabrocharle el cinturón de
seguridad. A continuación, desabrochó el suyo propio, no sin antes ayudar a
Fern.
Para ser un hombre que había declarado no querer jamás tener niños, Blake se
portaba como un padre cariñoso y atento, se dijo Jane al abrir la puerta del
automóvil y bajarse.
La casa estaba asentada sobre un risco, al lado del camino que nacía en St.
David y corría a todo lo largo de la costa del condado de Pembrokeshire. Era
pequeña, de construcción sólida y había sido el lugar ideal para una íntima luna
de miel. Jane estaba convencida de que Fern se enamoraría, al igual que ella, de
la pequeña y apartada playa situada a escasos metros de la vivienda.
El pueblo más cercano estaba a cuatro kilómetros y medio y durante la luna de
miel, Jane y Blake habían recorrido a pie esa distancia cuando necesitaban
reabastecerse de provisiones. Dudaba que esta vez hicieran largas y privadas
caminatas o entregas de amor en los apartados y despoblados promontorios.

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No es que hubieran pasado todo el tiempo solos: un día fueron a Milford Haven
a observar los barcos. En otra ocasión a Haverford West. También visitaron el
castillo de Pembroke. Pero Fern era muy pequeña aún como para querer hacer
otra cosa que no fuera jugar en la playa.
—¿Quieres que te ayude a bajar las maletas?
Blake estaba fuera, sacando el equipaje del automóvil y negó con un
movimiento breve de cabeza. Con cuánta cortesía y formalidad se estaban
comportando el uno con el otro. Y, sin embargo, Jane sentía que esa cortesía era
extraña, se asemejaba a la calma normal que presagia una tormenta. Sólo Fern
estaba tranquila y hablaba sin parar mientras recorría las habitaciones
siguiendo a su madre. No había televisión y Jane se preguntó en qué iban a
ocupar Blake y ella las largas noches de verano una vez que Fern se hubiera ido
a la cama.
Tal y como Blake le había dicho, el frigorífico de la cocina estaba bien provisto,
aunque Jane había traído una amplia variedad de los alimentos favoritos de
Fern.
La niña insistió, después de comer, en bajar a la playa.
—Yo la llevaré —se ofreció Blake y Jane se preguntó, arreglándose un poco y
viéndolos alejarse, si el resentimiento que experimentaba era común a todas las
mujeres cuando son excluidas de las actividades de sus esposos y sus hijos.
Volvieron media hora después. Fern había cogido algunas conchas pequeñas y
su carita estaba radiante de felicidad. Mientras Jane la preparaba para acostarla,
la pequeña le contó que habían paseado por la orilla de la playa y que luego su
papá se había subido a unas rocas...
Jane bajó por la escalera diciéndose que era una cobarde, pues no quería
quedarse a solas con Blake.
—Me duele la cabeza —era cierto—, así que esta noche me iré a la cama
temprano.
—Yo necesito estirar las piernas —informó Blake a su vez—. Cuando vuelva
cerraré la puerta con llave.
Jane se quedó dormida antes de que Blake volviera, a pesar de que estuvo
atenta a cualquier ruido que anunciara su regreso. Esa primera noche marcó la
pauta de las noches que se sucedieron.
Los días seguían siendo calurosos y con mucho sol, el calor era sofocante como
el que antecede a una tormenta. Todas las mañanas, mientras Blake escribía,
Jane llevaba a Fern a la playa. Madre e hija volvían a la hora de la comida, y la
joven preparaba algo ligero. Fern se echaba una breve siesta mientras Jane se
ocupaba del jardín.
En ocasiones, ya muy avanzada la tarde, los tres salían en el coche, pero esas
expediciones rara vez resultaron muy afortunadas. Jane tenía la sensación de
que Blake las acompañaba como si fuera un deber y su presencia era un
constante recordatorio de lo mucho que habían cambiado las cosas entre ellos.

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Blake desaparecía algunas noches... Jane sospechaba que iba a la cervecería del
pueblo. Sin duda, allí encontraría una compañía más agradable que la que tenía
en su casa.
El quinto día fue muy parecido a los demás, pero el calor aumentó y el cielo se
tiñó de un amarillo metálico.
Fern empezó a impacientarse y a estar de mal humor, hasta terminar con un
arranque de furia y de llanto. Por primera vez buscó la compañía de Jane, hasta
el grado de preferir que ésta le contara un cuento antes de irse a la cama, cosa
que había hecho Blake desde que habían llegado a la casa.
Después de acostar a Fern, bajó por la escalera y vio que Blake había salido. Un
desesperante deseo invadió su cuerpo, pero no podía salir y dejar sola a Fern. A
lo lejos, retumbaban amenazantes los zigzagueantes relámpagos. Finalmente, al
ver que Blake no volvía, Jane se acostó. Era probable que volviera del pueblo
empapado pues no se había llevado el coche. «Se lo tiene bien merecido, por
dejarme aquí-sola», pensó malhumorada.
Jane soñó que estaba atrapada dentro de una fría y oscura caverna y que le
caían encima unas gotas de agua que se desprendían de un techo mojado e
invisible. Tenía frío y se sentía incómoda con el cuerpo húmedo. A pesar de los
muchos esfuerzos que hacía por hacerse a un lado, el goteo continuaba. Se
despertó y descubrió que las gotas de agua no habían sido un sueño. La cama
estaba mojada debido a la lluvia que se filtraba por una rendija que había en el
techo.
Fuera se oía el fuerte ruido de la tormenta y las cortinas de la ventana abierta se
agitaban violentamente. La temperatura había bajado varios grados. Muerta de
frío y mojada, Jane se levantó de la cama en medio de la oscuridad y buscó a
tientas su bata de baño, pero tropezó con una pata de la cómoda y tiró una silla
al saltar sobre un pie.
De repente la puerta se abrió y Blake entró frunciendo el ceño.
—¿Qué pasa aquí?
Al igual que ella, Blake llevaba una bata de baño, Jane le señaló el techo mojado.
—Debe estar suelta una teja. Mañana buscaré a alguien del pueblo que venga a
revisar el techo. ¿Ya has ido a la habitación de Fern?
—Acabo de despertar —respondió Jane—. Iré a ver.
Fern estaba perfectamente. Ella volvió a su habitación y vio que Blake quitaba
las mantas y apartaba el colchón del lado donde se encontraba la gotera.
—¿Qué haces? —preguntó Jane.
—Quito esto para que no se moje más. Esta noche tendrás que dormir conmigo
en mi cama. No puedes acostarte aquí —Blake señaló el lugar al ver que Jane
seguía en silencio—. No voy a cederte mi cama con el pretexto de que abajo hay
un sofá. No mide más de metro y veinte centímetros.
En efecto, así era, Jane lo sabía. Hasta ella tendría que dormir allí encogida.

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—Dormiré en la habitación de Fern... en el suelo —respondió fríamente.


—No seas ridicula —le respondió Blake con el gesto ceñudo—. ¿Por qué hacerte
la mártir si hay disponible una acogedora cama matrimonial? Vamos, deja esto,
lo arreglaremos mañana por la mañana. Estás helada —frunció el ceño al ver
que se estremecía.
—Y mojada —asintió Jane, temblando de nuevo. La imagen de un lecho
agradable y acogedor, era reconfortante. Ahogó un bostezo; estaba demasiado
cansada como para discutir con Blake, después de todo, ¿qué había que temer?
¿Que intentara hacerle el amor? ¡Sería capaz de hacerlo! Un débil y lastimero
suspiro escapó de su pecho.
Jane buscó un camisón de noche para cambiarse, luego recordó que el otro
disponible lo había lavado aquella mañana y estaba abajo, en el cesto de la ropa
para planchar. Hizo una mueca de contrariedad ante la idea de dejarse el
camisón húmedo que llevaba puesto. Luego recordó la ropa interior de seda
que le había comprado su madre. Fue a buscarla, la miró con ironía y se
introdujo en el cuarto de baño con ella. No era más reveladora que el sujetador
y la braguita que había usado toda la semana pero esas prendas resultaban más
provocativas, reflexionó Jane cuando se frotó el cuerpo frío con una toalla y
luego se puso la ropa interior.
La fina tela dejaba traslucir el suave brillo de su piel bronceada y se adhería a su
cuerpo de forma provocativa, pero no tenía nada más que ponerse. Se ajustó la
bata de baño e intentó tranquilizarse pensando que probablemente Blake se
había dormido.
Él estaba despierto, leyendo algunas hojas escritas a máquina a la luz de una
lámpara, cuando Jane entró.
Aparte de una rápida ojeada a la puerta, cuando ella la abrió, Blake no le prestó
más atención; Jane le dio la espalda y rápidamente se quitó la bata. De esa
manera, si acaso la miraba, no le vería más que la espalda. A continuación, Jane
se sentó en el borde de la cama y corrió las mantas, fue entonces cuando al
levantar la vista, vio un gran espejo frente a ella que reflejaba la imagen de
Blake y de ella.
Él estaba de lado, observándola, con la cabeza apoyada en una mano; había
apartado a un lado las hojas que estaba leyendo y Jane se ruborizó al ver la
forma en que la miraba.
—Si ya has terminado, quisiera dormir —dijo ella con voz fría.
—¿Para qué te pones eso si no quieres que te vea? —preguntó lenta y
pesadamente—. ¿Por qué no sigues poniéndote esas monstruosidades de
algodón que tanto pareces apreciar?
—Porque he traído sólo dos mudas —replicó indignada—. Una está empapada
y la otra en el cesto de la ropa para planchar. Tenía que elegir entre esto o nada.
—Creo que preferiría lo segundo —murmuró él en voz baja y antes de que Jane
pudiera evitarlo, Blake empezó a desabrocharle los primeros pequeñitos

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botones de la parte de arriba.


—¡Basta, Blake! —le rechazó con los puños cerrados.
—Shhh. No hagas tanto ruido o despertarás a Fern —le advirtió, sin hacer caso
de sus intentos por detenerle y echándose sobre ella la cogió por las muñecas
con sus dedos de hierro y la inmovilizó con una mano—. Así está mejor —con
la mano libre, continuó con los primeros botones y apartó un poco la tela,
dejando al descubierto la curva sensual de los senos.
Temblando de rabia, Jane respondió dándole golpes con las rodillas y los pies.
¡Cómo se atrevía a tratarla de ese modo! Ella había olvidado que apenas diez
minutos antes una parte de su ser le deseaba desesperadamente. Luego, las
fuertes tenazas la inmovilizaron por
completo.
—Ahora, ¿qué piensas hacer? —se burló ella en voz baja.
—Esto.
Terminó de desabrocharle el resto de los botones que llegaban hasta el ombligo.
Parecía una esclava tendida por la delectación de su amo, pensó Jane con
repugnancia al verse reflejada en el espejo. Su piel brillaba y la delicada seda
ceñía sus abultados senos, dejando entrever los erectos pezones. Hasta la
manera violenta en que había caído en la cama, dominada por Blake, sugería
una sensualidad que la irritaba, su lánguido cuerpo, de lustrosas y bronceadas
piernas y medio vestido con la pálida seda, era una provocación.
—Esto es absurdo, Blake suéltame ahora mismo.
—Sólo si me dices que no quieres que haga esto —él inclinó la cabeza y, con la
lengua, corrió delicadamente la suave seda que le cubría un seno—. O esto... —
los circulares movimientos de su húmeda lengua incitaron la pulsante carne.
Jane tensó el cuerpo, acosada por la urgencia de dejar escapar un grito de
placer.
—Bien... dime que no lo deseas y no lo haré.
Jane lo deseaba, ¡cuánto lo deseaba! Pero estaba su orgullo. Blake siguió
besándola y le resultó imposible pronunciar palabra.
—Sé que te gusta —escrutaba con mirada maliciosa la encendida cara de Jane—
. Quieres negarlo pero no puedes, ¿verdad, querida? Esto te delata —posó la
boca en la palpitante base del cuello—. Es inútil —declaró suavemente—. Me
propongo obtener una respuesta de ti, la respuesta que sé que tu cuerpo quiere
dar, aunque tarde toda la noche.
—Blake... por favor, no puedes hacerlo —protestó, agotando sus fuerzas en su
último intento por escapar de él—. No puedes utilizarme para saciar solamente
tus instintos sexuales.
—¿Por qué no? —contestó sin alterarse, con un dejo de ira casi imperceptible en
el suave tono de sus palabras—. Tú me estás utilizando a mí para proteger a tu

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madre.
Al oírlo, comprendió que no podía replicar y sin otra protesta, obligó a su
cuerpo a relajarse.
—Está bien —respondió en tono carente de emoción—. Viólame sí quieres, pero
sólo te pido... que termines pronto.
—No será una violación —respondió Blake con voz tranquila—. Y te prometo
que no querrás que termine pronto, prolongaré hasta el máximo el placer.
Siempre querías que fuera así.
Era inútil negarlo. Los dos sabían que era cierto. El inclinó la cabeza y trazó una
línea de besos por entre el suave valle de sus senos, hasta llegar al último botón
que estaba cerca del ombligo. Jane aspiró brusca y profundamente y trató de
exhalar el aire mientras la boca de Blake exploraba la pequeña cavidad. Ella
trataba de no moverse, pero su cuerpo la traicionaba, vibrando en candente
respuesta a las hábiles caricias de Blake. Luego, él trazó una línea a lo largo de
la barrera de seda y ella gimió. Blake la soltó, como si supiera que ya no
intentaría apartarse de él.
Cuando él la levantó por las caderas para quitarle la prenda de seda, Jane dejó
escapar un suspiro de placer y recibió con agrado la sensación que le produjo la
piel de él contra la suya y el cálido roce de su musculoso muslo. Ahora ya era
imposible que ella deseara que él no siguiera adelante. Su cuerpo entero parecía
lanzar un lastimero grito implorante.
Blake le besaba las partes más sensibles mientras ella gemía de placer y clavaba
con fiereza sus dientes en la piel masculina.
—¡Jane!
La mano de Blake le acariciaba los muslos y el tono autoritario de su voz le
ordenó que igualara la pasión ardiente de su beso. Ella cedió con agrado,
igualándolo en intensidad.
Los dedos de Blake, con su íntima caricia transportaron a Jane a un mundo casi
olvidado.
Blake gimió de placer cuando ella frotó la piel palpitante. Ya no podía
prolongarse más el momento de la posesión física. Jane besaba el pecho caliente
y sudoroso, el encuentro era tan violento como la tormenta que se había
desencadenado fuera. Los vigorosos y rítmicos movimientos del cuerpo de
Blake provocaron en Jane una respuesta vibrante, que la hizo gemir, como en
un delirio. Pero en lugar de llegar a la cima del placer, siguieron ascendiendo
hasta situarse en un espacio enardecido y vertiginoso. Finalmente, Blake lanzó
un grito de culminación mientras bebía las lágrimas de placer que cubrían la
cara de Jane.
Ambos se quedaron profundamente dormidos con los cuerpos entrelazados.
A la mañana siguiente, Blake ya se había levantado cuando Jane despertó. No
oyó ningún ruido en la planta baja y, al tratar de abandonar la cama, descubrió
que no tenía deseos de levantarse. No había terminado de recoger su ropa

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íntima, cuando Fern entró en la habitación intempestivamente, seguida de cerca


por su padre.
—El desayuno —dijo él con calma—. Pensaba que esta mañana querrías
permanecer en cama hasta tarde.
Jane no pudo evitar ruborizarse. El comentario de Blake fue tan íntimo que la
cara de ella parecía delatar la intensidad de las caricias que le había prodigado
la noche anterior. Después de aquello, ¿cómo serían sus relaciones? Blake jamás
le había dicho que la amaba, nunca había mencionado que le gustaría que su
unión fuera permanente. Tendría que hablar, no podía seguir haciendo el amor,
viviendo con él, amándole de esa forma, mientras que él...
Cuando ella bajó por la escalera, encontró un recado de Blake en la cocina que
decía que había llevado a Fern a la playa.
La tormenta había despejado el aire y el sol brillaba en medio de un cielo azul.
Jane bajó la ropa de cama húmeda y la metió en la lavadora pero descubrió que
no tenía detergente. El automóvil estaba fuera y decidió acercarse al pueblo,
pero en la tienda había muchos esperando y tardó más de media hora en
volver.
Cuando Jane llegó a la casa Blake salió corriendo, con la cara pálida e
inexpresiva.
—¡Jane!
—¿Fern? —preguntó con ansiedad—. ¿Le ha sucedido algo?
—Fern está arriba, durmiendo la siesta. ¿Dónde estabas tú?
—En el pueblo, he ido a comprar un poco de detergente para la lavadora.
¿Fue su imaginación o las facciones de Blake se dulcificaron ligeramente?
—¿A dónde creías que había ido? —preguntó con curiosidad.
—Creía que te habías ido —la voz de Blake se oyó serena—. Jane, es hora de
que nos sentemos a conversar. He tratado de tener paciencia, de decirme que
debía tomármelo con calma, para darte tiempo, pero ya no puedo soportar más.
Cuando me abandonaste pensé que si te daba tiempo, si dejaba de causarte
temor, tal vez dejarías de odiarme y empezarías a amarme otra vez.
—¿Dejar de odiarte? —le miró con fijeza y se sentó en el banco de madera que
estaba fuera de la casa—... jamás te he odiado.
—Eso no fue lo que le comentaste a Suzy cuando le comunicaste que me ibas a
abandonar. Le dijiste: «Dile que le odio y que si trata de verme de nuevo me
suicidaré.»
—No, no le dije tal cosa. Ella me informó que tú habías solicitado la misión a El
Salvador, que te habías cansado de mí, que...
Él se sentó pesadamente a su lado con la cabeza entre las manos.
—¡Oh, Dios! —exclamó, confuso—. ¿Es cierto eso?

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—Desde luego que sí. ¿Por qué iba a mentirte? Te amaba, Blake —añadió en
voz baja—. Eso lo sabías muy bien, ¿o no?
—Sabía que estabas enamorada de mí, que debía darte más tiempo para que
descubrieras la verdadera realidad de la vida y que yo debía darme más tiempo
para aceptar que nuestro matrimonio significaría una forma nueva de vida,
pero también sabía con cuánta desesperación anhelabas la seguridad y me
aterraba pensar que si yo no te la ofrecía, lo haría otra persona. Me decía que, en
la seguridad de nuestro matrimonio tú madurarías, que nuestro amor se
fortalecería y dejarías de sentir temor de perderme... Me aterrorizaba el pensar
que lo único que querías de mí era seguridad y que cuando maduraras y te
dieras cuenta de ello... Por eso trataba de evitar que te aferraras a mí... para que
pudieras comprender... —Blake movió la cabeza—. Aquel día, cuando
discutimos, había rechazado el trabajo de El Salvador. Sabía que no podría
concentrarme en nada porque mucho de mí se habría quedado contigo. Sin
embargo, cuando fui a decírtelo me formaste una escena.
—Sospechaba que estaba embarazada de Fern y tenía tanto miedo de que te
pusieras furioso y me abandonaras... Nada de hijos, habías dicho.
—Porque quería que los desearas por las verdaderas razones no porque
necesitaras de alguien a quien amar. ¡Dios mío, Jane! Claro que deseaba que
tuvieras un hijo.
—¿Por qué no respondiste a la carta en la que te anunciaba el nacimiento de
Fern y te preguntaba si podía regresar?
—¿Me enviaste una carta? —hizo un gesto de dolor—. Dejé el apartamento un
día después que tú. Estaba tan resentido y desesperado que le dije al director
del periódico que había cambiado de opinión y que aceptaba la misión de El
Salvador. Sería la última, Suzy fue la fotógrafa que me asignaron... habíamos
sido amantes, y cuando llegamos allí me dijo muy claro que quería que
reanudáramos nuestras antiguas relaciones. Yo no quería... No podía... Sólo te
quería a ti y, para no decepcionarla, renuncié. Lo hubiera hecho de todas
formas, siempre quise escribir. Lo primero que hice a mi regreso fue ponerme
en contacto con tu madre, quien me dijo que creía que no deseabas verme.
Jane recordó que le había dicho a su madre, casi histérica, lo mucho que odiaba
a Blake. Si le hubiera sido sincera, ¡qué diferente habría sido todo!
—Ella me aconsejó esperar el momento oportuno... y esperé... mucho, mucho
tiempo... Luego me envió una carta en la que me informaba de las intenciones
de Charles. Entonces decidí no esperar más y aparecí de nuevo en tu vida. —
¿Por eso alquilaste la casa?
—Sí... pero las cosas no resultaron como había planeado. Casi desde el principio
descubrí que tú y yo nos habías colocado misteriosamente en bandos opuestos.
Cuando me enteré de que Caroline pensaba vender la abadía a los Barrons me
preocupé mucho. Conocía su reputación, pero si Caroline sabía que me oponía
a la venta... —¿Por eso fingiste estar de acuerdo?
—No quería que me echara de la casa, la necesitaba para estar cerca de ti. Jane,

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acerca de lo de anoche...
—Fue una de las experiencias más hermosas de mi vida —respondió en voz
baja, con el corazón en la mano—. Jamás he dejado de amarte, no sabes cuánto
he lamentado haberme portado como una niña. Todas tus críticas hacia mí
siempre estuvieron justificadas. Era inmadura, necesitaba seguridad en mí
misma... me aferraba a ti, no porque me ofrecieras seguridad, sino porque no
podía comprender qué habías visto en mí. No creía que me amaras. —Te dije
que tenías poca fe y confianza en mí. —Pensé que te habías casado conmigo
porque sentías que era tu deber... porque yo era virgen.
Jane le oyó respirar hondo, luego él le colocó las manos en los hombros y la hizo
volverse.
—Me casé contigo porque te amaba, porque no podía tolerar la idea de vivir sin
ti. Luego me acosó un terrible sentimiento de culpa porque sentía que había
abusado de tu inexperiencia al obligarte a un matrimonio del cual podrías
arrepentirte después. Los dos hemos tenido la culpa al confundir lo que
básicamente era una emoción muy simple. Por diferentes motivos, no podíamos
creer en ello ni en nosotros mismos...
—Sí —respondió ella con tristeza.
—Me dan ganas de retorcer el cuello a Suzy por haberme mentido, sin embargo,
yo tengo más culpa todavía. No debí creer en ella pero te habías portado con
tanta frialdad conmigo los últimos día que... .
—Porque sospechaba que podía estar embarazada y trataba de prepararme
para la soledad que estaba convencida tendría que soportar cuando lo
descubriera. Estaba segura de que me abandonarías. —Jamás —afirmó con
vehemencia y con ternura—. Todavía te amo, Jane, y los momentos de anoche
significaron algo muy especial para mí. Fue la oportunidad de confirmarte con
mi cuerpo lo que quizá no hubiera podido decirte con palabras, lo mucho que
aún te amaba.
—Yo también te amo...
—Lo cual es lo justo —rió Blake, bromeando y depositó un cálido beso en los
labios de Jane, quien respondió con júbilo, dejando que se manifestara
espontáneamente el amor que tanto había luchado por reprimir y ocultar.
—Ahora entiendo por qué estabas tan interesado en que Fern y yo nos
fuéramos a vivir contigo —ella sonrió.
—No fue la única razón. Conocía las amenazas de los Barrons, pero me sentía
impotente para hacer algo al respecto. Hay otra complicación que desconoces,
¿sabes que la abadía tiene otro comprador? Jane asintió con la cabeza.
—Soy yo. Me enamoré de ella desde la primera vez que la vi. No podía evitar
imaginarte en cada una de las habitaciones, a ti y a Fern y a los demás hijos que
quería que tuviéramos. Tenía que mantenerlo en secreto para que no se
enteraran los Barrons. El episodio de la excavadora fue lo que desencadenó
todo, al día siguiente firmé el contrato con Caroline.. Si los Barrons se hubieran

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Penny Jordan - Renacer del deseo

enterado hubiesen tenido más razones aún para amenazarte. Jamás podrás
imaginarte la amargura que sentí cuando supe que creías que podía hacerte
algún daño. Quise decírtelo... pero estaba herido y necesitaba tu amor tanto
como tu confianza.
—Así que dejaste que siguiera pensando lo peor. —Ya ha pasado todo —Blake
colocó la cabeza de Jane en su hombro—. Y si estás de acuerdo, nos mudaremos
a la abadía lo más
pronto posible. Pienso seguir escribiendo y, aunque haré algunos viajes, tú
siempre me acompañarás.
—Ya he madurado, Blake —declaró con voz amable—, me siento con bastante
fuerza como para confiar plenamente en ti. Siempre que me decía que debía
sospechar de ti, no podía, porque, en lo más profundo de mi corazón, aún te
amaba.
—Gracias al cielo por la rendija en el techo —murmuró Blake con devoción,
luego volvió a besarla.
—Sí, gracias al cielo —repitió ella rodeándole con sus brazos.
De ahora en adelante no habría más camas separadas, no más angustias, no más
dolor.
—Blake... —dijo Jane en medio de un sueño, mientras los seductores labios de él
besaban su cara—. ¿Qué te gustaría más un hermano o una hermana para Fern?
—¿Quieres que te lo diga o que te lo demuestre? —preguntó con malicia.

Fin

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