Penny Jordan - Renacer Del Deseo
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Penny Jordan
Argumento:
Jane se lamentaba en secreto por haberlo abandonado, pero el silencio de
aquellos cuatro años había confirmado que Blake no quería saber nada de ella
ni de su hija. Cuando él apareció de nuevo, ella sospechó de sus motivos.
Penny Jordan - Renacer del deseo
Capítulo 1
CUANDO abrió la puerta de su Mini, Jane echó un rápido vistazo a su reloj y
emitió un leve suspiro de alivio.
Las tres de la tarde, aún disponía de tiempo suficiente para ir a recoger a la
guardería a su hija de tres años de edad.
Al principio, cuando su madre le sugirió que se mudara de nuevo a Dorset,
titubeó; Blake y ella habían vivido en Londres durante su efímero matrimonio
de dieciocho meses y se había empecinado en permanecer allí. Ahora
comprendía que su obstinación había obedecido a sus esperanzas de que Blake
fuera a buscarla para rogarle que volviera con él. Para tener ya veintitrés años,
había sido muy ingenua, pensó con aire burlón. La no muy grata prontitud con
que Blake había aceptado el reto que ella le había lanzado al calor de un
tempestuoso arranque, debía haberla advertido; pero no, había hecho falta que
Suzy Monteith se lo dijera. Suzy había trabajado con Blake durante muchos
años en la corresponsalía de Asuntos Exteriores del Globe y él no había hecho
nada por ocultar que durante algún tiempo habían sido amantes. A Suzy nunca
le había sentado bien que Jane se enterara y sin duda se alegró cuando le
comunicó que su esposo había pedido al director del periódico que le enviara a
cubrir el reportaje de la guerra de El Salvador, apenas veinticuatro horas
después de haberle echado en cara que anteponía su trabajo a su matrimonio,
presentándole casi un ultimátum para que eligiera entre ella y trabajar para el
Globe.
Suzy había ido a visitarla con el pretexto de invitarlos a los dos a una fiesta que
daba. Jane no le esperó esa noche, recogió sus cosas y se fue a vivir al
apartamento de una amiga, donde permaneció dos semanas con el deseo de que
Blake fuera a buscarla y a rogarle que volviera con él.
Blake, desde luego, no apareció. Muy pronto Jane se dio cuenta de que estaba
embarazada. Le envió una carta llena de ira y resentimiento, pero él no le
contestó, con lo que dejó muy claro que no quería a ninguno de los dos, ni a ella
ni a su hijo... Jane le instó a tomar una decisión, y él la tomó... la excluyó de su
vida. El embarazo sumió a Jane en un estado soporífero que adormeció todos
sus dolores, devolvió todas las cartas de Blake y aceptó volver al hogar
materno, simplemente porque no tenía ningún medio para mantenerse y había
resuelto no aceptar ningún centavo de Blake. Él no había deseado un hijo... se lo
había dicho con toda claridad. Se negaba a aceptar la responsabilidad de los
hijos y ése había sido otro punto de disensión entre ellos.
La verdad era que nunca habían debido casarse, pensó Jane conduciendo su
automóvil por el tortuoso camino de que llevaba desde la academia de
gimnasia hasta el pueblo. Sin la presión de Jane, el matrimonio nunca se
hubiera realizado. Lo único que Blake quería era una aventura... pero ella era
una ingenua y estaba muy enamorada. Al descubrir que era virgen, él
finalmente cedió y a los seis meses de conocerse se casaron.
Muy pronto Jane comprendió que ella carecía del carácter y las cualidades
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modernos de mal gusto y cruzó una pierna, segura de ser una mujer a la cual
Jane sentía que jamás podría emular.
—Es un edificio protegido —le recordó Jane con voz tranquila.
Caroline se encogió de hombros.
—¿Y eso qué importa? Si te pesa tanto, ¿por qué no me haces una oferta más
atractiva? La actual es de doscientas cincuenta mil libras esterlinas —Caroline
rió con antipatía por la reacción de sorpresa de Jane.
La vocecita emocionada de Fern interrumpió el flujo de pensamientos de Jane y
al volverse, vio a su hija en el jardín, andando hacia las ventanas francesas y
charlando animada con un hombre que iba a su lado.
El corazón de Jane pareció dar un vuelco para luego dejar de latir cuando fijó
sus ojos, incrédula, sobre la cabeza de pelo negro que se inclinaba hacia su hija.
De pronto, empezó a temblar y se le nubló la vista; las dos cabezas castaño
oscuro eran tan similares que se confundían en una sola. Caroline se puso de
pie y abrió las puertas francesas.
—Blake, querido, ¿estás aquí? Creí que estabas escribiendo... —un brillo de
malevolencia apareció en los ojos de Caroline cuando dirigió a Jane, que había
palidecido, una mirada de desprecio—. Vaya una sorpresa que le has causado a
la pobre Jane, ¿acaso no le has avisado de tu llegada?
Al ver que el perfil moreno de su esposo se volvía hacia ella, Jane tuvo que
hacer un gran esfuerzo por mantener un poco la calma.
—Las relaciones entre Jane y yo no son precisamente íntimas estos días —la
indiferencia manifestada en el tono de su voz, unida a la frialdad de sus verdes
ojos, aumentaron en Jane la sensación de náusea, casi no podía creer que aquel
hombre distante y apuesto hubiera poseído su cuerpo en otro tiempo y
engendrado en ella una hija.
—Estoy de acuerdo.
—Es difícil de creer que alguna vez lo fuisteis —ironizó Caroline lenta y
pausadamente—, pero claro, aquí está Fern.
—Él es mi papá —exclamó con un tono rimbombante—. Me lo he encontrado
en el jardín, estaba mirando unas flores. Le he dicho mi nombre y él me ha
contestado que es mi papá.
—Fern, ya es hora de irnos a casa —su voz se oyó débil y apagada—. Vamos a
darle las gracias a la señora Marsh por el bizcocho.
—Siento la interrupción, Blake —Jane pudo oír la voz de Caroline
disculpándose—. La culpa la tiene la señora Marsh, nunca debió dejar sola a la
niña en el jardín.
La respuesta de Blake fue tan confusa y oscura que Jane no la pudo oír. ¿Por
qué debía hacerlo? Ya conocía la actitud de Blake respecto a su hija y su esposa:
eran un estorbo del cual había preferido librarse.
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Capítulo 2
Sí, se aloja en la abadía... está escribiendo un libro o algo así... La voz se apagó
cuando Jane entró en la pequeña oficina de correos y, al darse cuenta de quién
hablaba, la cara le ardió de vergüenza. Era imposible que la presencia de Blake
en los alrededores pasara desapercibida, lo cual dejaban entrever las miradas
compasivas que parecían seguirla a todas partes. Hasta en la academia sentía
que la envolvía una atmósfera tenue de conmiseración.
—Es terrible —se quejó Jane con su madre esa noche—. Siento que me tratan
como si fuera víctima de una enfermedad incurable.
—Es porque la gente no quiere herirte. Si hablas con ellos abiertamente de la
situación, acabarán por aceptarla.
—¿Por qué ha tenido que venir Blake aquí?
—Supongo que por la misma razón que Caroline te dio; necesitaba un lugar
tranquilo para escribir.
—O porque quiere jactarse delante de mí de sus amoríos con Caroline.
—¿Por qué querría hacer eso? —la mirada de su madre era suspicaz, pero
serena—. Hace cuatro años que no le ves y si quisiera tener una aventura con
Caroline nada se lo impediría. Además, dudo que ella sea su tipo.
—¿Por qué habría de necesitar él un lugar para escribir? —la frustración se
percibió en la voz de Jane, imprimiéndole un tono ronco y un dejo de
impaciencia.
—Jane, desconozco sus motivos al igual que tú, pero si realmente quieres saber
toda la verdad, debes preguntarle.
—¡Cómo decirle a Fern que es su padre!
¿Por qué tenía que ser su madre siempre tan tolerante e imparcial? Su
imparcialidad era frustrante y de alguna extraña manera, amenazadora.
—Él es su padre —subrayó Sarah con suavidad—. Una de tus acusaciones
contra él fue siempre su falta de interés hacia la niña. Jane cariño, trata de ser
consecuente. ¿Qué quieres de él, convertirle en un reo atado a un poste donde
descargar tu frustración?
—No creo ni por un momento que haya venido aquí sólo por su amor hacia
Fern.
—Jane, en realidad no entiendo por que tenemos que discutir acerca de él si
sigues aferrada a esa manera de pensar. Comprendo que el verle te haya
causado una fuerte impresión y hasta incomodado, pero, por el bien de Fern,
debes tratar de dejar a un lado tu antipatía hacia él y tener siempre presente que
es su padre. ¿Acaso debe ser un condenado durante toda su vida sólo porque
discutiste con él? —preguntó la madre con un tono de burla—. Tal vez haya
cambiado, la gente cambia —continuó con dulzura—. No te adelantes a los
acontecimientos. En mi opinión, no creo que Blake se haya ido a vivir con
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Caroline con el propósito de tener relaciones con ella y hacer gala de ello
delante de ti. Él no es de esa clase de hombres. Esta tarde iré de compras,
necesito renovar mi vestuario para mi viaje a Roma, pero estaré de vuelta a la
hora del té.
Los miércoles, Jane cerraba la academia al mediodía y por lo general pasaba las
tardes en compañía de Fern. Esa tarde acababa de recoger a su hija de la
guardería y se estaba preparando algo de beber cuando oyó que un automóvil
se detenía fuera. La casa de su madre era la central de una hilera de tres y tenía
un gran jardín al frente y otro en la parte de atrás. Jane estaba en la cocina-
comedor, la cual tenía ventanas que daban a los dos lados y su corazón dio un
gran salto al ver que Blake bajaba del Ferrari que había visto entrar a la abadía a
principios de esa semana.
—Mamá, otra vez estás soñando despierta —la criticó Fern con severidad.
Jane quería correr, pero, ¿dónde ir? Y además, había dejado de tener esas
reacciones infantiles desde que se había marchado de Londres.
Cuando abrió la puerta, la morena y formidable corpulencia de Blake pareció
balancearse amenazadora hacia ella; vestido con pantalones vaqueros le era
muy familiar y, a la vez, totalmente extraño.
Siempre le había causado la misma impresión, su virilidad parecía calar en lo
más hondo de su femineidad, haciendo que el pulso se le acelerara y un dolor
punzante se le clavara en el estómago.
.__Vaya, qué juiciosa estás ahora —comentó él cuando Jane le indicó que
entrara. Había ironía en sus ojos al añadir—: Conociéndote como te conozco,
casi esperaba tener que derribar la puerta para entrar, siempre te han gustado
las escenas melodramáticas.
__Pero no absurdas —asintió Jane, observando que desaparecía la ironía para
dar lugar a una sorpresa apenas perceptible—. Hay una puerta en la parte de
atrás —explicó, señalando con el dedo— y está abierta.
—Tenemos que hablar.
—¿Hablar? No tengo ni idea de qué.
—Bueno, de Fern, para empezar.
—¡Ah, sí desde luego! —ahora la ironía fue por parte de ella—. Perdóname por
no haberme dado cuenta enseguida de tu preocupación por tu hija.
—Ya conoces los motivos por los cuales no mostré ningún interés por ella —
contestó él haciendo énfasis en cada palabra y si ella no le hubiera conocido tan
bien habría jurado que la rabia y el dolor se habían entremezclado en su voz.
—Y además de Fern, ¿qué motivos te han traído aquí?
—Ya oíste lo que dijo Caroline: necesito paz y tranquilidad para escribir.
—Siempre te has sentido muy bien en tu apartamento.
—¿Contigo para inspirarme? —Blake torció la boca—. Aquellos eran artículos,
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tiempo para darse valor y hacerse a la idea de que el resto de la tarde lo pasaría
con él.
Fern aceptó la presencia de su padre con su acostumbrado sentido común.
—Me gusta mi papá, es mucho más agradable que Charles —le comentó la niña
a su madre cuando Blake no podía oírla.
Todos los preparativos se hicieron en breve. Blake las esperó sentado en la sala
de estar y cuando las dos aparecieron expresó su admiración por el bonito
vestido color rosa pálido que llevaba Fern, sin apartar los ojos de la esbelta
figura de Jane, enfundada en unos pantalones vaqueros descoloridos y una
camiseta ligera.
—Me he enterado de que has abierto una academia de danza__comentó él
abriendo la puerta de la casa—, y que te está yendo muy bien.
—¿Te sorprende? —contestó ella con voz fría y áspera.
—En absoluto. Siempre me he dicho que tenías bastantes agallas como para
abrirte camino en la vida por ti misma y me decepcionaba tu actitud de
impotencia y desesperación. Me has dado a entender que no me necesitas ni a
mí, ni mi apoyo moral ni económico.
En el preciso instante en que los tres terminaban de recorrer la vereda del
jardín, Charles Ford aparcó su automóvil frente a la casa, luego se bajó del
vehículo y pareció asombrarse por la presencia de Blake. Charles había
conocido a Blake en la boda y al acercarse a ellos, la joven notó que una serie de
interrogantes pugnaban por salir de sus labios
—Templeton —saludó con frialdad—. ¡Qué sorpresa! —se dirigió a Jane con
gesto de desaprobación—. Supongo que ha venido a tratar el divorcio —
manifestó, volviendo de nuevo los ojos hacia Blake y Jane sintió que su corazón
se aceleraba.
¡Por supuesto! ¡Qué tonta había sido al no acordarse! ¿Querría acaso Blake
iniciar los trámites de divorcio? De ser así, no tardaría en abordar el tema. Los
dos habían vivido separados mucho más tiempo del establecido para un
divorcio no contencioso.
—Soy el abogado de Jane y todo debe ser consultado conmigo —continuó con
acento grave—. En realidad, la tramitación de su divorcio será muy sencilla y...
—Si es que queremos el divorcio —repuso Blake con voz lenta y pesada, pero
serena.
La manera de hablar de su esposo reveló a Jane que estaba enfadado.
¿Por qué? ¿Porque Charles se había otorgado el privilegio de exponerlo
primero?
—¿Qué le hace pensar que estamos pensando en el divorcio? Podríamos estar
analizando las posibilidades de una reconciliación.
Jane se habría reído de la expresión de Charles de no haber estado tan
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anonadada. Charles la miró a los ojos y ella no pudo responder a lo que leyó en
ellos, ya que Blake la cogió del brazo para conducirla hacia el automóvil.
Después, sin soltarla, abrió la puerta del vehículo y ayudó a Fern a instalarse en
el asiento de atrás.
Charles, boquiabierto, se quedó inmóvil, observándolos, hasta que Blake puso
en marcha el Ferrari y se alejó.
—El tío Charles parecía un pez de colores como los que hay en la guardería —
comentó Fern, mirando en dirección a él.
La risa alegre de Blake sacó a Jane de su estupor.
—¿Por qué le has dicho eso? —le reprochó ella, molesta—. ¿Por qué le has dado
a entender que podíamos estar pensando en una reconciliación?
Él se encogió de hombros y volvió la cabeza hacia ella una fracción de segundo.
—¿Por qué no? —preguntó con suavidad—. Es tan probable como su
comentario acerca del divorcio, creo yo. ¿Acaso tú has pensado en iniciar los
trámites del divorcio?
-¿Y tú?
Él hizo un gesto de desagrado.
—Sabes muy bien que de ser así tú serías la primera en enterarte... por mí
mismo, no a través de ningún abogado. El único motivo que se me ocurre para
divorciarme sería que quisiera casarme con otra. Y eso no va conmigo, estoy
muy contento con mi estado civil actual. Además, sirve muy bien como medida
de disuasión.
—Quieres decir que te da libertad para tener aventuras sin comprometerte —
exclamó ella con un gesto de rencor.
—A ti también te ofrece las mismas libertades —recalcó Blake—. ¿Para qué
venía a verte Thomson?
El giro repentino de la conversación dejó a Jane perpleja unos iinstantes. Era
obvio que por alguna razón Blake no quería hablar cerca del divorcio. Como
acababa de confesar, no tenía motivos para divorciarse de ella; gozaba de la
protección que su estado matrimonial le confería y de la libertad de un soltero.
__¿Charles? Ah, creo que quería saber cómo me fue en la abadía.
__Sí, cuando te marchaste, Caroline inició una buena perorata, indignada por
vuestros planes de evitar que venda la finca.
__No queremos evitar que la venda, lo que no queremos es que caiga en manos
de un contratista que quizás la eche abajo.
—El edificio está incluido en el proyecto de ley.
—Sí. ¿Cuándo ha detenido eso a alguien?
—Te estás dejando llevar por la imaginación. Siempre te ha gustado pintar las
cosas lo más negro posible.
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instinto, con el deseo de borrar la mirada de dolor que había en sus ojos.
—Físicamente, sí, pero tiene rasgos que me recuerdan a tu madre, ella tiene
mucha confianza en sí misma. No me mires de esa forma —añadió con aire
burlón—. Mi intención no es negar mi paternidad. Aun cuando no se pareciera
a mí, estaría convencido de que es mi hija. Respondiste tan bien físicamente
hacia mí que no podría ser de nadie más.
Jane se ruborizó por la trascendencia de su comentario y le preguntó con
aspereza con el fin de cambiar de tema.
—¿A qué has venido a Framton? No creo que haya sido sólo por que querías
conocer a Fern, en especial por el hecho de que estás viviendo con Caroline.
—En honor a la verdad, no estoy viviendo con ella, le he alquilado una casa. Ni
siquiera sabía que ella era la dueña hasta que respondí a un anuncio que
apareció en el Times.
—¿Me estás diciendo que has venido a Framton exclusivamente por Fern?
Un poco de la ansiedad que sentía Jane debió reflejarse en su cara, pues él
contestó con lentitud:
—No voy a intentar quitártela, si eso es lo que te preocupa, pero ella también es
mi hija.
—Una hija que jamás quisiste que concibiera —le recordó con voz acalorada,
alegrándose de que Fern aún estuviera entretenida con los ponies—. Tiene tres
años, Blake...
—Lo cual significa que ella y yo tenemos que recuperar tres años. Me dices que
por las mañanas va a la guardería. ¿Qué te parece si voy a recogerla y pasa
conmigo toda la tarde hasta la hora del té?
Era evidente que Jane no iba a recibir ninguna explicación respecto a su cambio
de actitud hacia Fern y emitió un suspiro de resignación al comprender la
imposibilidad de hacer hablar a Blake de algo cuando no quería. Parte de ella
quería exigirle que se alejara y las dejara en paz, pero ¿tenía derecho a privarlos,
tanto a Fern como a Blake de su mutua compañía?
—Ella es mi hija, Jane.
—Tengo que meditarlo.
Él apretó los labios con sorna.
—Cuando lo hayas decidido, ve a darme tu resolución. Esperaré hasta el
viernes.
—¡Dos días!
—Es tiempo suficiente. Me parece recordar que tú tomaste una mucho más
importante en dos horas... ese fue el tiempo que tardaste en decidirte a romper
nuestro matrimonio, ¿no es así?
Jane no entendía de qué estaba hablando. ¡Dos horas! Había esperado su vuelta
durante dos largas semanas para que la llevara a casa, pero él había
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—¡Qué cortés... no has cambiado nada! ¿No es cierto? Sigues tan cortés y
educada como siempre. El único lugar donde pude encontrar a la verdadera
Jane fue la cama; sólo allí dejabas a un lado tus inhibiciones —él rió al ver su
expresión, de pronto le rodeó la cintura con una mano—. ¿No vas a
agradecérmelo de la manera tradicional?... ¿De esta manera? —añadió con voz
ronca al ver su gesto ceñudo.
Y antes de que pudiera desviar la cabeza, la boca de él buscó la de ella. El cálido
y profundo beso la transportó a otro mundo y antes de que pudiera pensar en
rechazarle, respondió ofreciéndole sus labios. Luego abrió los ojos
desmesuradamente, la vista se le nubló y para no caer desfallecida, se aferró con
desesperación a la delgada tela de su camisa.
—¡Jane! Por lo menos esto ha merecido la pena.
La voz ronca de Blake retumbó en sus oídos como un hechizo y su mente y su
cuerpo se abandonaron casi al instante a sus tácitos requerimientos. Cuando sus
bocas se separaron, Jane, por instinto, echó hacia atrás la cabeza para que los
apremiantes labios buscaran su vulnerable cuello. Su piel vibró estremecida y
un débil gemido reprimido se apagó en su garganta cuando la íntima y suave
exploración despertó en ella emociones que había creído muertas para siempre.
Luego, la boca se centró en el lóbulo de su oreja. Jane introdujo los dedos en la
abundante y sedosa cabellera masculina, mientras, inconscientemente,
amoldaba su cuerpo al de Blake.
—Jane.
Le abarcó con las manos las redondeces de los senos y poco a poco fue
aumentando la presión de su boca y con ferocidad besó los temblorosos labios
de su esposa, hasta minar su resistencia.
, Ella creía ahogarse en el fondo de un mar cálido y devorador; todo cuanto
había anhelado o habría de anhelar lo tenía delante, al alcance de sus manos;
con no poca dificultad, logró introducir los dedos entre la camisa de Blake para
poder frotar enérgicamente el oscuro vello que le poblaba el pecho. De pronto,
Blake la apartó, liberándola de su presión y Jane le miró aturdida.
—Acaba de llamarnos tu madre —la miró sonriente—. ¡Pobre Jane! A pesar de
todos tus esfuerzos por disimularlo, aún reaccionas conmigo.
—¿Cómo puedo evitarlo? —como por un milagro, su voz se oyó más calmada
de lo que había esperado—. Tú fuiste el primero que enseñó a mi cuerpo el
significado del placer físico.
—¿El primero? ¿Me quieres decir que ha habido otros desde entonces?
Jane no pudo descifrar por qué sus ojos despedían destellos de furia salvaje.
—Thomson no será uno de ellos, ¿verdad? Te mira como un perro que codicia
un jugoso e inasequible hueso.
—Mis relaciones con Charles no son de tu incumbencia.
—¿No? ¿Olvidas una cosa? —él le cogió la mano izquierda y la hizo levantarla
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hasta poner delante de sus ojos el anillo de boda de oro que ella aún llevaba en
el dedo—. Todavía eres mi esposa, Jane.
—Eso puede cambiar pronto —respondió dispuesta a hacerle todo el daño que
pudiera.
¿No comprendía que su manera desconsiderada y cruel de tocar los puntos
sensibles de su cuerpo la hería profundamente? ¿No comprendía que la
humillaba su actitud egoísta y vanidosa al creer que podía poseerla a su antojo
como si supiera que su corazón aún albergaba aquel tonto amor que había
sentido por él?
—Puedo conseguir con facilidad un divorcio amistoso, hemos estado separados
mucho tiempo.
—Un divorcio amistoso requiere de una separación de dos años sin ninguna
clase de relaciones maritales entre la pareja.
—¿Quieres decir que...? —Jane sintió un estremecimiento en todo su cuerpo al
sospechar que pudiera ser cierta la velada amenaza que conllevaba su débil
comentario.
—Quiero decir que por el momento estoy satisfecho con mi estado matrimonial,
no pienso cambiarlo y que tomaré las medidas necesarias para asegurarme de
que siga así.
Blake sonrió irónico al ver la expresión de Jane.
—Mientras tú te has dedicado a vivir tu propia vida, yo me he dedicado a la
mía. Mis primeros dos libros han tenido mucho éxito en Estados Unidos y
ahora soy un hombre rico. Un hombre con una cuenta bancaria considerable es
un candidato apetecible al matrimonio y mi propósito es impedir que me
atrapen y me obliguen a una unión de la que me resultaría caro librarme.
Mientras siga casado contigo, eso no sucederá.
—A menos, desde luego, que yo decida demandarte por falta de pensión
alimenticia.
—Si lo dice una mujer que durante cuatro años se ha negado a aceptar un
centavo mío, es improbable. Creo que más vale que bajemos antes de que tu
madre empiece a hacer conjeturas equivocadas acerca de nuestra ausencia.
Media hora después, cuando estaba a punto de marcharse, Blake se volvió hacia
Jane en la intimidad que ofrecía la puerta de la casa y le recordó:
—Tienes dos días para llegar a una determinación respecta a Fern. Ya sabes
dónde encontrarme y si no vas, vendré a buscarte.
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Capítulo 3
LOS dos días siguientes fueron de frenética actividad para Jane y, a pesar de
que en teoría apenas tenía tiempo para pensar en Blake, él ocupó sus
pensamientos en todo momento. Sarah también estaba muy atareada
preparando sus vacaciones. Jane contrató a una nueva ayudante, una joven de
la villa recién salida de la escuela y que, en su opinión, era bastante buena
bailando. Una entrevista con su contable de Dorchester le confirmó su creencia
de que la academia iba viento en popa y se estaba alcanzando un éxito modesto.
El contable frisaba en los treinta años, era soltero y no intentaba disimular la
atracción que sentía por ella.
—Para mí es un placer sólo verte andar —comentó él al abandonar el
restaurante al cual la había llevado a comer—. Me fascina tu forma de danzar.
Jane se despidió de él. Durante todo el trayecto a Frampton sus pensamientos
giraron alrededor de su esposo. El tiempo había transcurrido velozmente y al
día siguiente tenía que dar una respuesta a Blake respecto a lo de Fern. Jane
había tratado el asunto con su madre y no le sorprendió que Sarah estuviera a
favor de la sugerencia de él.
—Es el padre de Fern y nada puede cambiar ese hecho —declaró
tranquilamente—. A veces pienso que tu odio hacia él obedece al rencor que
tienes por haberle amado tanto.
¿Por haberle amado tanto? ¿Qué diría su madre si supiera que, lejos de odiar a
Blake, todavía estaba terriblemente enamorada de. él? Tal vez si le dijera la
verdad, Sarah comprendiera su actitud. A pesar de ser en beneficio de Fern, la
idea de verle la inquietaba mucho. Tenía que luchar más allá de sus fuerzas
para no arrojarse en sus brazos, para no rogarle que la llevara de nuevo con él.
Al detener su automóvil frente a la casa de su madre comprendió que no podía
postergar indefinidamente su inevitable encuentro. Esta misma tarde iría a ver a
Blake después de recoger a Fern en la guardería.
Su madre no se encontraba en casa. Jane se preparó una taza de café y
deambuló intranquila por la pequeña cocina. No obstante, sabía que no podría
calmar su inquietud hasta no efectuar su entrevista con Blake. Antes de que
pudiera cambiar de parecer, cogió las llaves de su automóvil y se dispuso a
salir, pero al abrir la puerta se miró y vio que llevaba el mismo vestido que se
había puesto para ir a Dorchester: un vestido de seda rosa pálido que su madre
le había regalado. Las líneas lisas resaltaban la gracia y esbeltez de su cuerpo y
contrastaban con los rizos negros que le caían sobre los hombros. Jane se
encogió de hombros al introducirse en su Mini. Lejos de infundirle la confianza
que necesitaba para enfrentarse con Blake, ese vestido la hacía sentirse más
vulnerable, a diferencia de cuando iba vestida con sus pantalones vaqueros de
costumbre; pero ya era muy tarde para cambiarse.
El Ferrari de Blake estaba aparcado delante de la casa. Jane dejó su coche a su
lado y trató de dominar los latidos de su corazón. La puerta de la pequeña casa
estaba abierta y ella se acercó vacilante, luego dio unos breves toques. Al no
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recibir respuesta, respiró aliviada. Era evidente que Blake no estaba. Pero
cuando se dirigía de nuevo hacia su automóvil la detuvo el ruido de un papel al
rasgarse y una sorda imprecación. Inmediatamente, la puerta se abrió de par en
par y apareció Blake alisándose la cabellera despeinada.
—¡Jane!
—Si he venido en mal momento, puedo volver después.
¿Por qué estaba tan nerviosa? Jane desvió la vista al ver su expresión de
disgusto y posó sus desorbitados ojos en el desnudo cuello y en la morena piel
del pecho que dejaba ver su camisa desabrochada.
El rubor tiñó sus mejillas y volvió la cabeza rápidamente con la esperanza de
que él no adivinara con cuánta avidez y desesperación deseaba verle y sentirle.
La forma de hacer el amor de Blake había sido un regalo para todos sus
sentidos y ahora cada uno de ellos reaccionaba por su cercanía.
—Si interrumpo... —titubeó ella.
Blake hizo una mueca y respondió:
—No interrumpes nada, aparte de romper un tremendo bloqueo de escritor... es
algo que no me había pasado con mis dos primeros libros. Entra. Hablaremos
mejor dentro.
Jane le siguió con pasos torpes hacia un pequeño despacho. El sofá y las sillas
estaban arrinconadas a un lado para dejar sitio a un gran escritorio y una silla.
Sobre el escritorio había una máquina de escribir eléctrica y montones de papel.
—No sabía que escribieras otra cosa, aparte de artículos periodísticos.
—Es cierto —asintió Blake con ironía—. A mi vuelta de El Salvador escribí mi
primer libro.
Casi como un autómata, Jane se acercó a la máquina de escribir. En ella había
una hoja medio terminada.
—Espera aquí, voy a preparar café, no tardaré.
—Por mí no te molestes —respondió tensa, estaba ansiosa por terminar con la
entrevista.
—No es ninguna molestia. Además, hoy no me he tomado un descanso todavía,
espera aquí.
Blake desapareció y Jane recorrió todo el lugar con la vista. Sus ojos se
detuvieron en unas estanterías llenas de libros que estaban a su espalda.
Reconoció muchos de los que Blake tenía cuando vivían juntos en el
apartamento. ¿Cuánto tiempo pensaría quedarse en Frampton? ¿Cuánto tiempo
se tardaría en escribir un libro? Jane no tenía la menor idea. Cogió una novela
que había leído el pasado verano y con manos temblorosas dejó caer el libro al
suelo al ver en la cubierta la cara de Blake, que parecía mirarla con ojos fijos.
¡Blake había escrito aquello! Recordó lo mucho que la novela la había
conmovido, lo que había sentido por el héroe irónico; la fuerza de la intensidad
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de las apasionadas escenas de amor. Al agacharse para recoger el libro, tiró del
escritorio varias hojas de papel escritas a máquina. Se agachó y empezó a
recogerlas. Al leer automáticamente unas líneas se quedó inmóvil. Las palabras
parecían saltar del papel; eran tan eróticas y atormentadoras que pudo sentir la
respuesta de su cuerpo hacia ellas. Estaba leyendo una escena de amor que le
recordaba vividamente aquellos momentos en que Blake y ella habían hecho el
amor.
Jane estaba aún arrodillada al lado del escritorio sujetando con mano tensa las
hojas de papel cuando Blake entró con dos tazas de café.
—¡Has escrito sobre nosotros! —el tono de su voz denotó acusación e
incredulidad. ¿También los libros anteriores de Blake habían sido
autobiográficos?
—Un escritor utiliza sus propias experiencias —se justificó imperturbable—, ya
no eres una mujer ingenua de veinte años y debes saber que ese tipo de
experiencias sexuales son comunes a la mayoría de los adultos, aunque debo
admitir que nuestros encuentros inspiraron mis primeras cien hojas. Tal vez sea
por ello por lo que ahora sufro este bloqueo mental... Quizá necesite
estimulación sexual para librarme de él.
—Te aseguro que no tienes que ir muy lejos a buscarla —repuso con frialdad
pensando en Caroline.
—No, no muy lejos —asintió Blake casi imperceptiblemente, entornando los
ojos y mirándola fijamente, como una fiera salvaje que acecha a su presa—.
¡Qué agradable es saber que por una vez estamos de acuerdo! —Blake puso las
tazas de café sobre el escritorio y luego se inclinó y la cogió por los brazos para
ayudarle a levantarse—. ¿O es que de pronto te has dado cuenta de lo que te
has perdido? Thomson no parece un buen amante... Te necesito, Jane —a
continuación, él tiró de ella bruscamente hacia sus brazos y ahogó una tímida
protesta con la firme calidez de su boca.
La furia de Jane fue ahogada por el efecto que Blake producía en sus sentidos.
El olor a almizcle que despedía, tan familiar en él, inflamaba el ardor que sentía
recorrer su cuerpo y maquinalmente sus manos buscaron su piel para explorar
y acariciar la dureza de sus músculos.
—Jane —pronunció en un suspiro, cerca de su boca, y ella abrió los labios en
espontánea invitación.
Cuando él mordisqueó con ternura la tersa y rosada carne de su labio inferior,
ella exhaló un gemido de placer y arqueó el cuerpo para adherirlo al suyo.
—La fría y reservada Jane —murmuró Blake con voz ronca apartando los labios
de su boca para probar la candente piel del cuello—. Cuando hago el amor
contigo, te derrites en mis brazos.
A modo de protesta, Jane le arañó la espalda de arriba abajo. Tan absorta estaba
en el placer que él le producía que casi no se dio cuenta de que él bajaba la
cremallera de su vestido hasta que sintió que sus dedos le recorrían la espalda y
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vio cómo él abría los labios y una blanca dentadura lo apresaba. Luego la cogió
por la muñeca y la obligó a poner la palma de la mano en su boca.
—Dos pueden jugar el mismo juego —murmuró él con ternura. La caricia de su
lengua en la vulnerable piel la hizo estremecerse de un irrefrenable placer que,
como una ola gigantesca, amenazó con devorarla, cuando él acercó a su boca la
mano de ella para besarle cada dedo.
La estimulación erótica de sus sentidos exigía una respuesta que ella era
incapaz de negar. Se dispuso a explorar con sus labios la piel de Blake y empezó
a trazar círculos en un pezón masculino hasta que sintió que un
estremecimiento recorría el cuerpo amado. Él enredó sus dedos en el pelo de
Jane, exhaló una ronca imprecación y la apartó de sí sentenciando roncamente:
—Veamos si soportas este castigo.
Jane aún llevaba puesto el sujetador y la húmeda insistencia de su boca sobre la
frágil barrera suponía una incitación que su cuerpo no podía resistir.
No era castigo. ¡Era una tortura! La lengua rozaba con ardor la cumbre
inflamada de cada seno y luego se retiraba, era un tormento que Jane no habría
podido soportar de no haber sentido que unos dedos se abrían paso por debajo
de la tela de encaje para llegar al extremo más sensible y acariciarlo.
-—Blake... —sus labios pronunciaron con dolor una débil protesta.
En sus ojos brillaba un deseo febril que no podía ocultar.
—¡Ah! Así que no te gusta cuando los papeles se cambian.
Ella estaba de costado, casi debajo de él. Blake levantó la cabeza para observarla
un instante y la volvió a bajar. Un lento estremecimiento recorrió a Jane cuando
él, con una mano desabrochó el sujetador hábilmente y dejó al descubierto sus
senos. Dos botones turgentes aparecieron ante los ávidos ojos de Blake. Era
bastante extraño que ella ahora no sintiera la vergüenza y turbación que había
experimentado durante su matrimonio, cuando él había tratado de excitarla
hasta un punto en que nada importaba salvo la culminación del acto sexual.
Por instinto arqueó el cuerpo hacia arriba, los senos, henchidos de deseo, se
elevaban y descendían al ritmo de su respiración.
Como atraído por un imán, Blake no pudo resistir a la tentación de bajar la
cabeza. Con una mano abarcó el contorno de un seno y con la lengua empezó a
trazar círculos alrededor del otro. Automáticamente, ella separó los muslos para
acoger la fuerza viril que había en Blake.
El preludio amoroso de él. que hasta entonces se había refrenado, pareció
cobrar intensidad, lanzó un gruñido y la cara se le tiñó de púrpura mientras
acariciaba los extremos sonrosados. Jane se sintió como si millones de aguijones
microscópicos le estuvieran punzando produciéndole placer.
De pronto sintió la mano de Blake entre sus muslos y su cuerpo vibró de
expectación. Sin embargo, unas palabras pronunciadas en su oído, como una
ducha helada, la hicieron volver bruscamente a la realidad.
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forma.
Todavía temblaba cuando llegó a la guardería y bajó de su automóvil. Por
fortuna, Fern no notó nada extraño en su comportamiento y sintió un gran
alivio cuando llegó a su casa y no halló a su madre en ella. Luego preparó algo
de beber y de comer para Fern y se metió apresuradamente en el cuarto de
baño, donde se quitó la ropa y se metió bajo la ducha hasta que el chorro de
agua limpió su cuerpo y lo libró del olor de Blake. Después se secó y volvió a
vestirse, pero la escenas de aquella tarde no dejaban de desfilar por su mente: el
cuerpo de Blake, brillante y flexible, su dura y musculosa piel; la forma en que
la acariciaba y su total entrega. Lo más angustioso era que él le había hecho el
amor porque circunstancialmente ella estaba allí y cualquier otra mujer le
habría servido para sus propósitos. ¿Todas sus respuestas hacia él serían
descritas en el libro? Se estremeció y ahuyentó aquellos pensamientos que en
nada la beneficiaban.
Esa noche había una reunión en la escuela de la villa, para tratar el asunto de la
venta de la abadía. Jane iba con retraso y al dar una curva cerca de la entrada de
la abadía, alcanzó a ver que de su interior salía el Ferrari de Blake. Él conducía y
Caroline se encontraba a su lado. Gracias a la fugaz ráfaga de luz de los faros de
su automóvil pudo divisar los hombros de Caroline y el costoso traje de noche
que llevaba puesto.
Los celos hicieron que su sangre fluyera candente, como lava; sintió el impulso
de detener su automóvil y arrastrar a Caroline lejos, muy lejos de Blake.
¿Qué le pasaba? Estaba perdiendo toda noción de orgullo y realidad. No tenía
por qué interesarle con quién tuviera relaciones Blake. Era consciente de que
durante la separación él no había vivido como un monje, pero eso no le había
importado hasta que la había tenido de nuevo en sus brazos y la había hecho
sentir que su cuerpo clamaba por la satisfacción de su deseo.
Jane recorrió el resto del camino con los sentidos embotados. La reunión estaba
muy animada. Una semana antes ella había participado con todas sus energías
en el debate contra la demolición de la abadía, pero ahora sólo podía adoptar
una actitud pasiva y concentrar toda su atención en los oradores.
Charles fue el primero que habló y al terminar su discurso, bastante pedante
por cierto, fue aclamado tibiamente con aplausos apagados Después, otros
oradores tomaron la palabra y, al terminar, Jane se encargó de recoger firmas
para la petición, motivo fundamental de la reunión que se estaba celebrando.
Alguien sugirió que debía darse parte a las autoridades pertinentes y cuando la
asamblea llegó a su punto más informal hubo una discusión acalorada respecto
a los pasos a seguir más convenientes.
—Esta mañana ha venido a verme Caroline —informó Charles a Jane cuando
ésta se colocó a su lado—. Parece que tu ex-marido la está incitando a seguir
adelante con la venta.
—¿Blake? ¿Por qué habría de hacerlo?
—Tal vez desea ayudarle a gastar el dinero que recibirá por ella —sugirió
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Capítulo 4
EXTIENDAN las manos...! ¡Aspiren...! ¡Expiren...! ¡Descansen! —Jane realizó los
ejercicios obedeciendo a sus propias instrucciones y relajó los músculos de su
cuerpo.
Si algo le faltaba a la vieja escuela para ser un gimnasio en toda regla, eran
vestuarios y duchas, reflexionó Jane diez minutos después de marcharse las
últimas alumnas. Aquel día, por primera vez, algunas del grupo intermedio
habían pasado al siguiente nivel y ella se sentía realmente satisfecha.
Sally, su ayudante, se había ido temprano porque tenía una cita con el dentista
y Jane estaba sola. Como de costumbre, antes de abandonar la escuela revisaba
puertas y ventanas. Aunque Frampton no era una villa donde jovenzuelos
alborotadores corrían en desbandada causando daños y destrozos por
aburrimiento o rencor contra la sociedad, los años en Londres la habían
enseñado a ser precavida.
Apenas había terminado de hacer su revisión general cuando una señal de
alarma le recorrió la espalda. Incluso sin volverse, sentía que no estaba sola, y el
hombre que estaba en el umbral de la puerta abierta, de cuerpo grueso y rasgos
vulgares, era un desconocido.
Por alguna razón lógica, Jane se atemorizó. El sujeto podía ser el hermano o el
esposo de alguna de sus alumnas, pero un instinto atávico, profundamente
arraigado, le decía que no era así. Su primer impulso fue pegarse a la pared y
andar despacio sin hacer ruido, sabía que en cuanto intentara cruzar la puerta
sería descubierta.
—¿Quién... quién es usted y qué quiere?
¡Qué pregunta más trivial!, pensó al escuchar su propia voz, ahora ronca por el
temor, como si fuera una persona ajena a ella que no pierde de vista ninguna de
sus reacciones.
—Digamos que vengo de parte de una amistad suya —insinuó e1 desconocido
con ironía pero con cordialidad—. ¿Quiere que le dé un consejo de amigo?
Un frío glacial la envolvió y paralizó todos sus miembros.
__Este lugar es muy bonito —rumió la áspera voz—. Debe haberle costado no
poco dinero arreglarlo así y sería una lástima que algo lo estropeara, ¿no cree
usted?
__¿Que algo lo estropeara? —la pregunta era innecesaria, Jane
había captado ya el significado de sus amenazas, pero lo que ignoraba era de
parte de quién venía.
Numerosas películas norteamericanas y relatos de chantajes pasaron
fugazmente por su cerebro. ¿Sería acaso un miembro de la famosa mafia que ya
había extendido sus tentáculos hasta Frampton? No era muy probable.
—Sí... algo así como un accidente. La gente suele inmiscuirse en los asuntos de
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que le señalara el camino para escapar de las dudas que tenía con respecto a
Blake. No, se negaba a creer que él estuviera mezclado en algo tan ruin, conocía
a Blake, era recto y honrado casi hasta la exageración.
Una vez en su casa, comprendió que estaba muy lejos de tener una solución
para su problema. No podía abandonar el pueblo. ¿Dónde iría? Tampoco podía
ceder ante ninguna amenaza. Tendría que quedarse, pensó, no tenía alternativa,
o cerraba la academia o se llevaba a Fern consigo a dar las clases. La lógica le
decía que mientras se encontraran rodeadas de gente estarían a salvo y nada le
pasaría a su hija en público.
Ojalá no se hubiera ido su madre y hubiera alguien a quién recurrir. No tenía a
nadie.
La semana siguiente transcurrió lentamente y Jane se preguntaba si sería la
única persona que sentía que una calma anormal se cernía sobre el pueblo.
Quizá el temor le hubiera desarrollado una percepción más aguda, lo ignoraba.
Solamente sabía que vivía con un temor constante y que el calor sofocante de la
temporada parecía aumentarlo. En el transcurso del tiempo se convocó al
comité a dos reuniones. Blake asistió a una, pero se marchó antes de terminar y
Jane se preguntó si sería una tonta por creer que él no estaba enterado de las
amenazas que le habían hecho. Si creía en él de verdad, ¿por qué no iba en
busca de ayuda? ¿Por qué no confiaba en su propio juicio y le decía lo que
estaba pasando? ¿Era acaso porque quería creer tanto en él que si descubría su
equivocación quedaría completamente destruida?
Fern empezaba a rezongar y a impacientarse porque su madre no la perdía de
vista. Era una niña independiente por naturaleza y le molestaban los cuidados
excesivos. Para colmo, Jane recibió una mañana una postal de su madre donde
le informaba que habían resuelto alargar sus vacaciones tres semanas más. Por
nada del mundo podía escribirle para implorarle: «Vuelve a casa... estoy
atemorizada», aunque eso era precisamente lo que deseaba hacer.
Todas las noches se encargaba de que puertas y ventanas quedaran bien
cerradas y se tranquilizaba al pensar que a los dos lados de la casa había
vecinos y no estaba sola. Horribles pesadillas apenas la dejaban dormir y la
fuerte tensión la estaba haciendo adelgazar. A pesar de su bronceado, su
aspecto era enfermizo, tanto que hasta Sally se lo comentó.
Después de muchos titubeos, decidió continuar con sus clases y alegró de que
por las fiestas de la academia no pareciera extraño se llevara a Fern consigo. La
niña se aburrió de la rutina diaria muy pronto y una mañana que desapareció,
Jane casi se pone histérica al verla aparecer en compañía de Sally, que la había
llevado a nadar a un lago de la localidad. Tanto la joven como la niña se
extrañaron por su comportamiento y Jane lo comprendió; había tristeza y dolor
en los ojos de Sally. Ésta era la mayor de cuatro hermanas y estaba
acostumbrada a vigilar a otros hermanos menores, pero Jane no podía confiar
en ella y la había herido por su falta de confianza.
Después de la segunda reunión del comité, Paul Davis les arregló una
entrevista en uno de sus programas de sucesos de la vida diaria. También iba a
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haber otra entrevista con un miembro del gobierno local, quien deploró la
pérdida que sufría el país y las generaciones futuras, si edificios como la abadía
eran destruidos.
Entrevistaron a Caroline y a los contratistas. Ella declaró que derechos de
herencia y otros gastos considerables la impulsaban a venderla al mejor postor
y los contratistas, por su parte, argumentaron que las casas que construyeran en
el lugar donde se encontraba la abadía dotarían de un hogar a muchas familias.
Además, todo sería de la más alta calidad.
—En otras palabras —añadió Charles con amargura—, piensan obtener de la
finca el mayor beneficio económico posible.
Tres días después de la segunda entrevista la bomba explotó. A Jane no la
sorprendió, en realidad lo esperaba. Aunque cumplieron sus amenazas de una
manera imprevista para ella, el suceso aconteció de una manera peculiar y
resultó afortunado y tranquilizador.
Jane imaginaba que el ataque a la academia sería furtivo y secreto, pero sucedió
a plena luz del día; una pandilla de adolescentes casi destruyeron por completo
la sala principal antes de que la policía pudiera controlarlos.
Cuando los entrevistaron, arguyeron que lo habían hecho en señal de protesta
porque la venta de la abadía a los contratistas significaría nuevos empleos en
una región que carecía de ellos y no sólo eran empleos eventuales, habría casas,
establecimientos comerciales y una nueva escuela.
Los habían aleccionado bien y Jane sabía que nadie, al oírlos, adivinaría que
había alguien detrás de ellos. El hecho demostraría que la habían elegido sólo
porque ella tenía un próspero negocio y no sufría, como ellos, por la falta de
empleo.
Aquella tarde no tuvo ni un solo momento de reposo. Varias personas la
visitaron para animarla y hasta muchas de sus alumnas se ofrecieron a ayudar a
poner en orden la academia; pero también recibió algunas llamadas telefónicas
para cancelar sus clases y Jane empezó a preguntarse, desesperada, si estaba
presenciando el inicio de la destrucción de todo lo ganado a base de un gran
esfuerzo.
Para colmar el vaso, Fern estaba de un humor de perros. Jane sentía lástima por
la pequeña. Estaba acostumbrada a cierto grado de independencia y le
molestaba el encierro a que la obligaba su nuevo estilo de vida.
—Te odio —le recriminaba a su madre cuando ésta la llevaba a acostar—. Te
odio y quiero irme a vivir con papá.
Jane no había hablado con Blake después de su regreso de Londres, salvo una
vez en una reunión del comité. ¿Por qué no la había buscado? Parecía muy
resuelto a conocer mejor a su hija, pero desde entonces no había hecho el menor
intento por acercarse a ella.
Se preparó una taza de café y se disponía a saborearlo, arrellanada en su sillón
favorito, cuando oyó que un automóvil se detenía delante de la puerta principal
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de la casa. Luego oyó un golpe seco en la puerta. A pesar de que sabía que
ningún atacante anunciaría su llegada, tenía los nervios tan a flor de piel por la
tensión y el temor, que el golpe la hizo saltar y se encogió en el sillón rogando
que se marchara el visitante.
Las primeras sombras de la noche impedían ver la identidad del desconocido.
La señora Widdows estaría sentada cómodamente frente a su televisor, la joven
pareja de al lado había salido a cenar fuera y no había nadie que pudiera oír sus
gritos de auxilio. Un segundo golpe, seco y fuerte, tensó todos sus músculos e
instintivamente volvió la mirada hacia el teléfono, luego oyó la voz de Blake
pronunciando su nombre.
Fue tal el júbilo que casi se sintió mareada. Corrió a la puerta y la abrió, sin
darse cuenta de que la luz iluminaba su cara demacrada. —¡Jane! ¿Estás
enferma?
¿Enferma? Si el pavor es una enfermedad, sí estaba enferma, reflexionó
torpemente, permitiendo entrar a Blake.
._¿Por qué no abrías la puerta? ¿No me has oído llamar?
¿Qué diría él si le dijera la verdad? ¿Que no había acudido a la primera llamada
porque temía que fuera un hombre que había ido a cumplir con la parte final de
las amenazas de otro hombre?
—Disculpa... —Jane empezó a temblar incontrolablemente, aliviada, al sentir
que unas manos la agarraban de los brazos infundiendo calor a su helado
cuerpo.
Blake tenía el ceño fruncido y sus ojos eran sombríos, como aquellos días en que
le había echado en cara que quería a otra mujer. Ella hizo un esfuerzo por
recobrar la serenidad, su orgullo le exigía no dar rienda suelta a sus
sentimientos y demostrarle que ahora era una mujer adulta y capaz.
—Estoy bien, Blake —consiguió decir mientras se apartaba bruscamente de él.
Blake se negó a soltarla, la agarró con más fuerza y la atrajo contra su cuerpo.
—¡No! ¡No estás bien, maldita sea! —exclamó con brusquedad—. Y no es de
extrañar, habría venido más pronto si lo hubiera sabido. Estaba fuera, acabo de
regresar esta mañana, tenía que resolver unos asuntos en Londres.
—¿Con tu editor? —preguntó, adormilada, casi ebria por el calor y el confort de
sus brazos.
Al advertir su leve vacilación, se arrepintió de haber hablado.
—Pues... sí... —asintió—. Nada más llegar, Caroline me ha contado lo que te ha
pasado.
—Y te lo habrá contado mostrando, sin duda, una satisfacción maligna —espetó
con rencor, tratando de olvidar lo que había oído el día que fue a pedirle ayuda.
—¿Dónde está tu madre? —buscaba con los ojos, con la esperanza de que Sarah
hiciera acto de presencia.
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—No dará resultado, lo sabes —añadió Blake con voz suave, mientras Charles
ponía el automóvil en marcha—. Siempre tendrás que luchar por él y tú no eres
esa clase de mujeres.
—¿De cuál entonces? —replicó ella con mordacidad—. ¿Soy de las indefensas
que necesitan aferrarse a un hombre alto y fuerte para que las proteja?
—No... —Blake se acercó a ella y bajó la vista hacia la cara levantada. Jane
comprendió que debía retirarse, pero no pudo hacerlo—. No, eres una mujer
que ha aprendido a valerse por sí misma; eres una mujer inteligente y
responsable que ha sabido combinar lo esencialmente femenino de su sexo con
un poco de independencia e individualidad, dándole a su personalidad una
sazón y exquisitez final. En ocasiones pareces una mujer que tiene miedo de
aceptar su femineidad y se oculta tras una máscara protectora.
Blake se quitó su chaqueta de cuero y la arrojó sobre una de las sillas. Jane
siguió sus movimientos con la mirada y frunció el ceño sin comprender. Él le
explicó enseguida.
—Me preocupa que pases aquí sola esta noche y puesto que tu noble caballero
está poco dispuesto a cuidar de ti, he resuelto hacerlo yo.
_-¿Quieres decir que te quieres quedar aquí esta noche?...
Pero no puedes.
__¿Por qué no? Después de todo, todavía estamos casados, si es el aspecto
moral lo que te preocupa. Además, no olvides que tenemos que hablar acerca
de Fern.
¿Por qué no? repitió Jane, intentando buscar una sola razón por la que él no
pudiera quedarse en la casa con ella. Su corazón le rogaba una y otra vez que
cediera y aceptara su protección.
.—Para tu tranquilidad, dormiré en la habitación de tu madre _Blake la miraba
fijamente.
—Pero... pero no tienes nada que ponerte y... —objetó Jane débilmente.
—Siempre duermo desnudo, ¿ya lo has olvidado? En cuanto a lo demás, no es
la primera vez que los dos hemos usado el mismo cepillo de dientes.
Los ojos de Jane brillaron, sabía a qué se estaba refiriendo. Recordó la noche en
que le pidió que se casara con él, la noche que insistió en acompañarla a casa, la
noche que hicieron el amor por primera vez y despertó en sus brazos con la
firme convicción de que querría estar en ellos el resto de su vida.
—¿No más objeciones?
—Tendré que hacer la cama.
—Ve a hacerla mientras yo preparo algo de beber caliente para los dos.
Jane subió a la planta alta, reprendiéndose por su debilidad y por su deseo de
recibir su protección. Ya no era una niña y podía cuidar de sí misma
perfectamente. Sin embargo, ¡qué alivio era saber que aquella noche no estaría
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sola en casa, que Fern no correría peligro! Su corazón dio un vuelco, ¿cómo
podía estar segura de que Blake no les haría daño ni a ella ni a Fern? No, pensó
convencida: ¡no, no podía ser capaz de eso! ¡Jamás!
Media hora después, los dos bebían una taza de café que Blake había
preparado. Estaban uno frente al otro y todo parecía de lo más natural.
Por primera vez desde que le había abandonado, Jane se sentía a salvo y
protegida, pero debía estar alerta a aquella ilusión. ¿No le habían enseñado los
años que era tonto y egoísta depender por completo de otro ser humano?
¿Acaso no sabía que en la relación entre dos personas se iban creando unos
lazos que poco a poco se estrechaban hasta que al final eran tan asfixiantes que
los dos podían llegar a luchar por romperlos para liberarse? El amor entre Jane
y Blake era muy intenso y demasiado avasallador.
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Capítulo 5
EL sueño de Jane fue intranquilo. Por fin, despertó en la oscuridad de la noche y
al mirar el reloj se dio cuenta de que aún eran las tres de la mañana. Ya fuera
por las fuertes emociones del día o por la inquietante presencia de Blake, que
dormía bajo el mismo techo, le fue imposible volver a conciliar el sueño. Tenía
la boca seca y lo único que anhelaba era una reconfortante taza de té.
No quería despertar a Blake ni a Fern. Bajó por la escalera en la oscuridad y, sin
muchos tropiezos, llegó hasta la cocina, que se encontraba debajo de la
habitación de Blake, por lo que tuvo que desplazarse de un lado a otro haciendo
el menor ruido posible. Al coger una taza de porcelana china de la alacena
volvió la cabeza y creyó ver en la oscuridad que una silueta humana se
deslizaba con sigilo a través del jardín. La taza resbaló de sus dedos, cayó al
suelo y se hizo añicos produciendo gran estrépito. Jane olvidó al intruso ante el
temor de que el ruido, que había retumbado en toda la cocina, hubiera
despertado a Blake.
Estaba recogiendo los fragmentos de loza cuando Blake apareció en la cocina
abrochándose aún los pantalones vaqueros. Tenía el pelo enmarañado y su
ancho pecho desnudo brillaba como el oro a la luz de la bombilla eléctrica. A
pesar de que había despertado bruscamente, todos sus sentidos parecían estar
alerta.
—Deseaba una taza de té —se disculpó, resentida. Estaba en su propia casa, se
recordó Jane y Blake era un huésped no invitado.
—Has hecho tanto ruido como un drogadicto desesperado que busca una dosis
esperada durante mucho tiempo —gruñó Blake en respuesta.
—Siento haberte despertado —el agua de la tetera empezó a hervir y Jane se
dirigió a ella.
—He saltado de la cama y me he dado cuenta de lo que estaba ocurriendo al ir
bajando por la escalera.
Jane, de espaldas a él, le oyó continuar con firmeza:
—Mi primer pensamiento ha sido que alguien había entrado en la casa. Desde
que me he enterado de lo que ha pasado esta tarde, no he tenido ni un solo
momento de tranquilidad.
—¿Tú crees que si abandonara el comité estaría a salvo? —no podía mirarle,
tenía miedo de lo que pudiera leer en los ojos de él.
—Tengo la certeza de que ayudaría, aunque dudo que renunciases a tus
campañas en contra de la venta de la abadía. Sin embargo, los Barrons son unos
enemigos muy poderosos.
—¿Y supones que ellos son los responsables de lo ocurrido en la escuela?
Si Caroline y él eran culpables intentaría convencerla de ello por todos los
medios a su alcance. Ojalá tuviera valor para preguntarle la verdad. ¡Qué
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mente fue que su madre la había subido luego recordó y un rubor candente le
cubrió las mejillas. Por qué se sentía tan vulnerable al pensar que Blake la había
observado dormida en su cama, si apenas seis horas antes los dos habían hecho
el amor?
Hasta ella, a través de la ventana abierta, llegaban las risas de Fern, que
provenían del jardín. Hacía mucho tiempo que su hija no reía. Ahogando un
suspiro, tensó los músculos y saltó de la cama para correr hacia la ventana. Se
sintió aliviada al ver que Fern estaba jugando con Blake. Cualesquiera que
fueran sus sentimientos hacia ella, era seguro que él no toleraría que a su hija le
hicieran daño y si él conocía las amenazas hechas contra ella debía saber el
peligro que corría Fern.
Observó durante largo rato jugar a padre e hija olvidando que estaba desnuda.
Era lo que siempre había soñado: un padre que jugara y riera con su hija, y
ahora se daba cuenta de que había tratado de imponer en la gente sus propios
deseos. De pronto se dio cuenta de que Blake alzaba la vista hacia ella
recreándose en las curvas de sus senos. Jane se apartó con las mejillas rojas por
la indignación. Sintió que la había mirado como recordando la escena de amor
de la noche anterior y queriendo que ella también la recordara.
Nada más bajar Jane, se presentó Charles inesperadamente. Se quedó
desconcertado al encontrarse a Blake en la casa actuando como si fuese suya.
Ella estaba segura de que su esposo se había parado a propósito en la puerta de
la cocina, para hacerlo más manifiesto. Y lo que es más, hasta insistió en
preparar a Jane algo de desayunar, así que Charles tuvo que sentarse a la mesa
con ella mientras Blake iba a un lado para otro en la cocina.
—Quería hablar contigo a solas —susurró Charles, molesto y con un tono
agudo, pero en ese momento se acercó Blake con un plato en el que había dos
deliciosos huevos fritos y lo dejó delante de Jane.
—Tu esposa... —Charles miró furioso a Blake y luego a Jane—. ¿Qué os pasa?
Lleváis tanto tiempo separados que...
—Que he decidido que es el momento de terminar esa separación —para
asombro de Jane, Blake alargó una mano sobre la mesa, cogió su mano
izquierda y se la llevó a los labios.
El breve roce en su piel hizo que su corazón diera un vuelco —Para satisfacción
de los dos —añadió con un tono íntimo y Ronco Jane tuvo que esperar a que
Charles se marchara para pedirle una explicación, pero él se limitó a encogerse
de hombros.
—He hecho simplemente lo que cualquier hombre para defender algo de su
propiedad —dijo sin el menor dejo de remordimiento
—¡Yo no soy de tu propiedad!
—No, pero eres mi esposa y, como acabo de decir, lo seguirás siendo.
Reconócelo, jamás serías feliz con él, no es lo bastante hombre para ti.
—Y supongo que tú sí, ¿verdad? —replicó con sarcasmo.
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Capítulo 6
JANE, querida, ya me he enterado de lo que te han hecho esos desalmados.
¡Qué horrible ha debido ser para ti! Jane se detuvo para recibir las condolencias
de la esposa del vicario sin perder de vista a Fern.
—Janice y los niños están en casa con nosotros por el momento
_continuó refiriéndose a su hija casada—. Quizás una tarde Fern quiera venir a
tomar el té.
Los nietos gemelos del vicario tenían aproximadamente la misma edad de Fern
y, aunque Jane estaba poco dispuesta a permitirlo, Fern se entusiasmó en el acto
con la visita y la madre se sintió obligada a aceptar.
—Estás muy pálida, querida —continuó diciendo la señora Simmonds—.
¿Cuándo vuelve tu madre? Quería pedirle un consejo acerca de un par de
candelabros que he encontrado en el desván.
Jane charló con doce o más personas que se detuvieron a manifestarle su pesar
por la destrucción de su academia y cuando se disponía a volver a su casa ya se
había hecho muy tarde. Al dirigirse hacia su automóvil fue detenida por Bill
Smithers, que había salido corriendo de su oficina. Bill era el agente de seguros
del lugar y manejaba los seguros de ella y de su madre.
—¡Jane, me alegro de verte! He recibido una llamada de tu aseguradora,
mañana enviarán a un tasador. Éste quiere que te reúnas con él en la escuela.
¡Mañana! Pensó Jane rápidamente. Menos mal que había aceptado la invitación
para Fern, era casi imposible que pudiera llevarla consigo.
—¡Qué pronto!
—Les he dicho que estabas ansiosa por volver a empezar a trabajar. No debes
preocuparte, estás muy bien protegida... lo cual no podría decir de algunos de
mis clientes, y Rick Brewer es un buen chico.
Tras acordar la hora, Jane metió a Fern en la parte trasera del vehículo. El
deportivo de Blake estaba aparcado en la puerta de su casa y él esperaba en el
asiento del conductor. Al ver llegar Jane, se bajó para ir a su encuentro. El
corazón de ella empezó a latir aceleradamente, como cada vez que le veía. Tenía
el gesto ceñudo cuando abrió la puerta del automóvil, pero cuando Fern corrió
hacia él, se esforzó por sonreír.
—¡Papá!... ¡Cógeme, papá! ¡Cógeme!
Jane no esperaba verle tan pronto y bajó la cabeza para ocultar el rubor
repentino que le había invadido las mejillas al recordar lo sucedido la noche
anterior. Desde su ventana, la vecina los vio avanzar por el sendero y Jane se
preguntó qué pensaría la anciana de las entradas y salidas de Blake.
—¿Para qué querías verme? —Jane se maravilló de la tranquilidad con que
había hablado.
—Me desagrada la idea de que Fern y tú estéis aquí solas... después de lo
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ocurrido en la escuela.
—¿Sí? ¿Y qué me sugieres que haga? —preguntó jocosa. ¿Qué contrate a un
guardaespaldas? ¡No creo que mis ingresos alcancen para tanto!
—He pensado que Fern y tú podríais mudaros a mi casa... por lo menos hasta
que vuelva tu madre.
Jane le miró estupefacta, le parecía increíble.
—¡Mudarnos a tu casa! ¿Quieres decir... vivir contigo? ¿No pondrá Caroline
ninguna objeción?
Jane se arrepintió enseguida de haberse dejado llevar por el resentimiento pues
sus palabras habían sido fruto de los celos; pero Blake pareció tomarlas en serio
y, frunciendo el ceño de nuevo, la observó detenidamente.
—¿Qué objeción podría poner? He alquilado la casa para todo el verano, eres
mi esposa y Fern mi hija.
—Blake, no podemos irnos a vivir contigo —protestó, desesperada—. Este
pueblo es muy pequeño y si lo hago, la gente murmurará —argüyó, sin saber lo
que decía.
Podemos decir que hemos decidido intentar salvar nuestro matrimonio.-. ¿Qué
importa lo que piensen?
Su descarada arrogancia irritó a Jane.
._Tal vez a ti no te importe, pero Fern y yo seguiremos viviendo aquí cuando tú
te vayas.
—¿Y temes que eche a perder tus relaciones con Thomson? Ya te he dicho que
ese hombre no te conviene... no es lo bastante hombre para ti —terminó con voz
áspera.
__No puedo aceptar, no podemos mudarnos a tu casa.
•—¿Ni siquiera para proteger a Fern?
El impacto de sus palabras fue pavoroso, el corazón de Jane se paró de golpe y
segundos después volvió a latir. Había tenido razón en no confiar en sus
instintos. Blake estaba enterado de las amenazas que había recibido, por eso
quería que se mudaran con él. Tal vez al principio estaba de acuerdo con los
planes de Caroline y ahora empezaba a disentir. Quizá lo ocurrido en la escuela
le había hecho comprender el alcance del peligro y ahora trataba de
protegerlas... o, más bien, de proteger a Fern.
—Es imposible —respondió con voz trémula, tratando de disimular su
turbación—. Además, está tu trabajo y no podrás concentrarte con nosotras allí
—añadió sin reflexionar.
—Entonces, ¿quién velará por vuestra seguridad? ¿Thomson?
—Por lo menos, Charles es sincero —contestó molesta por el desprecio que
había reflejado su voz al mencionar el apellido de Charles.
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Jane sacó de la bolsa las cosas que había comprado y se irguió a tiempo para ver
en la boca de Blake un gesto de crueldad. Sus ojos lanzaban destellos verde jade
mezclados con rayos dorados, lo cual era un signo inequívoco de que estaba a
punto de perder la paciencia. Ella dio un paso instintivo hacia atrás, a pesar de
que jamás la había herido físicamente, y su ademán hizo que Blake diera unos
pasos hacia ella para agarrarla de los hombros y sacudirla con violencia.
—¡Estoy harto de que me rehuyas como si fuera un leproso! —gritó airado—. Y
no vuelvas a retirarte de mí de esa manera. ¡Dios mío, ahora casi comprendo a
los hombres que son inducidos a la violencia por las mujeres! —bajó la mirada
hacia la pálida cara de Jane y emitió una súbita imprecación; luego le cubrió la
boca con la suya antes de que pudiera reaccionar.
El beso fue una amarga parodia de los besos de la noche anterior, una forma
fría y cruel de hacerla ver que le pertenecía; fue más efectivo que un golpe, pues
hirió su orgullo y magulló la delicada carne de su boca. Jane inhibió toda
respuesta y no se dejó someter al dominio de su boca; pero, para su desgracia,
sus labios aceptaron el beso, anhelándolo, a sabiendas de lo despreciable que
éste era.
—¡Maldita seas! Me haces olvidar que... —calló bruscamente y la soltó—. Me
marcho. Si no vienes a vivir conmigo, prométeme por lo menos que te cuidarás.
Herido su orgullo por el brutal beso que acababa de recibir, Jane respondió
irritada:
—¿No es demasiado tarde para que te preocupes por nosotras?
Un cambio momentáneo y sutil transformó las facciones de Blake en
fantasmagórica imagen, y Jane creyó ver a un desconocido; la ira hizo enrojecer
sus mejillas y su mirada fue tan dura como su voz al despedirse.
Jane se dejó caer pesadamente en una mecedora y se cubrió la cara con las
manos con el fin de conjugar el dolor que desgarraba sus entrañas. Su cuerpo le
reclamaba a gritos como si fuera una droga, su corazón suspiraba por él, su
mente forcejeaba desesperadamente por refrenar a los dos y se esforzaba por
pensar en Fern y en el peligro en que Blake había puesto a su hija.
Esa tarde el comité de protesta volvería a reunirse y Jane asistió a
regañadientes.
La joven pareja de al lado había vuelto y aceptó de buena gana cuidar de Fern.
Jane se sentía más tranquila dejándola con ellos que con la señora Widdows,
quien no podía hacer nada para protegerla si algo ocurría. Mientras se
preparaba, una pérfida vocecilla le recordó que Fern estaría completamente a
salvo con Blake. ¿Cómo iba a aceptar vivir en su casa, si su amor por él era tan
grande como sus sospechas de que estaba al tanto de los planes de Barrons y
Caroline?
Charles pasó a buscarla. Jane creyó que le debía una explicación respecto a la
presencia de Blake en su casa, pero no encontró palabras.
—Esta tarde tendremos a alguien del departamento que nos hablará de los
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problemas a los que se tienen que enfrentar. ¿Sabes cuántos edificios históricos
han sido destruidos este año?
Jane lo ignoraba y como las estadísticas eran el tema favorito de Charles tuvo
que escuchar sus detalladas explicaciones. Se sintió aliviada cuando por fin
llegaron a la sacristía de la iglesia, donde tenían lugar las reuniones.
Lo primero que llamó la atención de Jane fue la significativa reducción de la
concurrencia. Fue patente la ausencia de Paul Davis y Charles comentó que los
Barrons eran socios importantes en la emisora independiente que Paul tenía a
su cargo.
—Es probable que pensara que era más sensato retirarse de la campaña —
aventuró Charles.
Así, poco a poco, los Barrons iban socavando los pilares en los que se apoyaba
la oposición. Sólo faltaba que Jane convenciera a Charles y los otros tendrían el
campo libre. Ella sintió escalofríos a pesar del calor de la tarde veraniega. ¿Y si
volvían a actuar aquella misma noche? Era evidente que los Barrons y Caroline
estarían ansiosos por concertar la venta.
Una mujer atractiva, de complexión fuerte y de alrededor de cuarenta años, fue
la oradora; expuso con claridad y convicción los problemas a que se enfrentaba
su departamento y manifestó que el único recurso para castigar a quienes
violaban los decretos de preservación era amenazarlos con un juicio e
imponerles una multa considerable.
—Desde luego que una compañía constructora sin escrúpulos se defiende
culpando a los subcontratistas de la demolición o destrucción y alega que éstos
han actuado contrariamente a las instrucciones recibidas. Una vez derribado el
edificio, no se puede hacer nada, y la rentabilidad de cualquier cosa que se
construye sobre el terreno es tal, que les alcanza para pagar la multa y obtener
pingües ganancias.
Hizo una pausa y continuó:
—Podría enumerar una docena de casos o más en que edificios antiguos y de
valor histórico inestimable han sido destruidos un día festivo por un hombre
montado en una excavadora, que, al parecer, había confundido las
instrucciones. Sabemos que los Barrons utilizan esos métodos turbios, pero
nunca hemos podido probar nada contra ellos. La BBC tiene en proyecto
realizar una investigación a fondo sobre este tipo de anomalías y, si es un
hecho, cualesquiera que sean los resultados que obtengan, ayudarán mucho a
resolver nuestros problemas.
—¿Cree que los Barrons intentarán demoler la abadía? —gritó alguien de entre
los asistentes.
—No lo sé. La propietaria tiene mucho interés en vendérsela, aunque creo que
hay otro comprador... no ofrece mucho, y piensa restaurarla para hacerla su
hogar. Es evidente que para nosotros eso es más aceptable, pero no podemos
olvidar que los Barrons insisten en que tienen prioridad en la compra.
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a la hora de la comida?
Sin vacilar, Jane aceptó la invitación y explicó que tenía los libros en su casa.
—Iremos en mi coche y recogeremos los libros a la vuelta. Creo que estaría bien
ir a un lugar que conozco, cerca de Dorchester. El Belfry.
Jane recordó el nombre inmediatamente, el Belfry era un restaurante muy
famoso y de primera clase, había estado allí una vez... con Henry y su madre.
—¿Tiene inconveniente en que vaya en mi propio coche? —preguntó ella y le
explicó que sus frenos no funcionaban bien y que el garaje donde solía llevar el
coche a arreglar los pillaba de camino—. A la vuelta puedo dejarlo en el garaje,
si usted me hace el favor de llevarme a mi casa.
—Será un placer.
Después de ponerse de acuerdo, Rick pasó casi una hora inspeccionando los
daños y haciendo anotaciones.
—Por fortuna, no parece haber daños en la construcción, aunque nos
cercioraremos bien. Ojalá todos fueran tan diligentes, con sus seguros como
usted —él frunció el ceño y Jane preguntó, compasiva:
—¿Le preocupa algún lugar en particular?
—Sí. En realidad, no debía confiarle esto, pero el seguro contra incendio de la
abadía expiró el mes pasado y no ha sido renovado. Desde luego resulta muy
caro asegurar un viejo edificio como ése, pero al no estar asegurado corre un
gran riesgo.
Ya casi al mediodía los dos dejaron atrás el pueblo para dirigirse a Dorchester.
Jane seguía el automóvil de Rick.
El aparcamiento del Belfry estaba lleno de vehículos. Rick explicó que ya había
reservado una mesa, confiando en que ella aceptara la invitación.
—Este lugar es muy concurrido, así que es una tontería tratar de encontrar mesa
en el último momento.
Al entrar en el restaurante, Jane se alegró de haberse tomado la molestia de
vestirse con cierta elegancia para la cita. Los demás comensales iban
elegantemente ataviados. En su mayoría eran parejas pero también había unos
cuantos hombres de negocios.
Mientras seguía al camarero, que los conducía a su mesa, tres personas sentadas
en una mesa del extremo opuesto del local llamaron la atención de Jane.
Inmediatamente reconoció a Blake y a Caroline, el tercero era un desconocido.
—Hum —masculló Rick, siguiendo la mirada de Jane—. Parece que el que está
allá es Guy Barrons, pero no sé con quiénes está.
—Habla como si no tuviera una buena opinión de él —no le comentó la
identidad de sus acompañantes.
Pronunció aquellas palabras sin pensar, sin importarle la respuesta, siempre y
cuando ésta la hiciera olvidar el dolor que sentía al ver a Blake en compañía de
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No había tiempo de pensar sino de actuar por instinto. Jane hundió el freno
hasta el fondo y se horrorizó al sentir que no respondía e iba de frente contra la
puerta y el pequeño.
El otro carril de la carretera estaba despejado y más allá de la orilla se extendía
el campo, así que lo único que podía hacer era girar rápidamente el volante. Se
estremeció al oír rechinar los neumáticos del vehículo, que había dado un giro
muy brusco y cerrado y seguía su loca carrera hacia la orilla. Jane maniobró lo
mejor que pudo para tratar de disminuir la velocidad antes de llegar a la orilla;
había olvidado la honda cuneta cubierta de hierba. De pronto, las ruedas
delanteras se clavaron en ésta y Jane se estrelló contra el volante. El impacto
brutal contra su pecho la dejó sin aliento y el cinturón de seguridad se hundió
en su carne, causándole un agudo dolor. El vehículo se quedó inmóvil y ella
perdió el sentido.
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Aquella voz le resultaba familiar, no podía identificarla. Cerca lloraba un niño,
sus gritos eran agudos. «Fern», fue lo primero que pensó, pero no, no era Fern:
—Jane, mueve las piernas —ahora sí reconoció la voz. -—Blake.
No se dio cuenta que había pronunciado el nombre, hasta qu e oyó otra voz
masculina que exclamaba aliviada:
—¡Ya vuelve en sí!
—Parece que no tiene nada fracturado. Me la llevaré, necesita que la vea un
médico... podría tener una conmoción cerebral.
—No puedo entender qué es lo que pretendía hacer.
Se oyó la voz enfadada de Caroline y Jane imaginó su gesto de mal humor.
—No debía salir a carretera si no sabe conducir.
—Ella me dijo que estaba preocupada por sus frenos, que a la vuelta iba a llevar
su automóvil a revisión.
Ahora ya sabía Jane quién era el otro hombre que había hablado. Era Rick
Brewer, el tasador de seguros. Ella hizo un gran esfuerzo por sentarse para
explicar que algo andaba mal en su automóvil, sin embargo, él la detuvo.
—No te muevas.
Segundos después abrió los ojos y descubrió que estaba tendida sobre la hierba
de la orilla y su Mini hecho un desastre hundido en la cuneta. Se estremeció al
revivir el terrible impacto y luego dejó escapar un quejido ocasionado por un
agudo dolor que sintió en el pecho.
—Puesto que no has infringido ninguna ley y te habías colocado el cinturón de
seguridad... —añadió Blake con sequedad—, te llevaré a casa y llamaré a un
médico para que te vea.
De soslayo, Jane vio la mala cara que puso Caroline. Rick Brewer parecía
desconcertado. Blake le explicó lacónicamente:
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—Jane es mi esposa.
—Si me permite llevarla... —ofreció Rick a Caroline—. Podríamos llamar al
garaje para que vengan a llevarse el Mini con una grúa —frunció el ceño—. Hay
que revisar esos frenos.
—Que se quede el coche aquí —sugirió Blake—, tomaré todas las medidas
necesarias.
Jane quiso protestar, pero la cabeza estaba a punto de estallarle y las náuseas le
impedían hablar. No quería que Blake se encargara del automóvil. ¿Sospecharía
él, como ella, que alguien había roto los frenos? ¿Intentaría hacer desaparecer
todas las pruebas para proteger a Caroline y a los Barrons? O, peor aún, ¿habría
sido él cómplice? Ni por un instante había creído que querían que tuviera un
accidente fatal. Sin duda, sólo pretendían asustarla. Y si no hubiera frenado tan
de repente para no arrollar a aquel niño, únicamente habría recibido un gran
susto al tratar de frenar para entrar en el garaje. Tal vez el encargado del garaje
hubiera sido sobornado para romper los frenos. El incidente pondría a Jane a un
paso fuera del comité. ¿Qué maquinaciones habrían ideado para convencer a
Charles? ¿Le habrían ofrecido una jugosa tajada en los negocios de los Barrons?,
se preguntó Jane con desprecio.
—No te muevas, trataré de hacerte el menor daño posible.
Blake se esforzaba por ser amable. Jane quería negarse a-irse con él, deseaba
decirle que no se quedaría a solas con él. Por extraño que pareciera, no temía
que pudiera hacerle daño, sino que, por su debilitado estado emocional, temía
traicionarse y confesarle su amor. Antes de protestar, un fuerte dolor se le clavó
en el pecho y la hundió en la inconsciencia, envolviéndola en una densa nube
negra de olvido.
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Capítulo 7
PARECE que todo marcha satisfactoriamente, pero deberá vigilar por si hay
conmoción cerebral. Usted sabe lo que hay que hacer.
Como en un sueño, Jane oyó la voz del doctor Phillips, que se dirigía a alguien
que estaba en las sombras de aquel desconocido lugar.
—Ha tenido suerte de resultar ilesa.
—Sí.
Jane reconoció la lacónica aprobación e hizo un esfuerzo por incorporarse.
—Fern... —exclamó con voz ronca, al recordar de pronto a su hija—. Está con la
señora Simmonds, debo ir a buscarla.
—Tú no irás a ninguna parte... te quedarás quieta, por lo menos hasta mañana
—le ordenó el doctor Phillips, con jovial indiferencia ante su inquietud
maternal.
—No te preocupes por Fern, iré a recogerla —intervino Blake.
—¿Dónde estoy? —levantó la cabeza y con la mirada recorrió la extraña
habitación.
Se encontraba acostada en una gran cama matrimonial. En un rincón había un
armario viejo y de estilo antiguo, la puerta estaba abierta. Jane pudo ver ropa de
hombre colgada.
—¡Esta es tu habitación! —recriminó a Blake en un susurro—• ¿Por qué me has
traído aquí? Quiero irme a casa.
—Vamos, Jane, tranquilízate, deja de armar tanto alboroto —contestó el doctor
Phillips con un tono conciliador—. Por supuesto que Blake te ha traído a su
casa. ¿Quién os cuidará a ti y a Fern si te hubiera llevado a tu casa? Ahora,
recuéstate y no te muevas. Te voy a poner una inyección que te ayudará a
dormir.
—Mi coche... —dijo con voz débil, sabía que por el momento tendría que ceder
ante la oposición del doctor Phillips y de Blake.
—Deja de preocuparte tanto —intervino Blake de nuevo con voz áspera—. Ya
está todo arreglado. He mandado remolcarlo hasta mi garaje para que lo
revisen todo.
—¡No! —Jane quiso protestar, pero la inyección del doctor Phillips ya
empezaba a hacer su efecto y el grito se ahogó en un lastimero susurro.
Ella deseaba que un garaje independiente revisara su automóvil... alguien en
quien confiar. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla al reconocer lo mucho
que anhelaba poder confiar en el hombre que, de pie, la observaba con tanta
preocupación.
—¡Despierta mamá! ¡Te traigo el desayuno!
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—Esta es la cama de papá —le dijo Fern, saltando para sentarse a su lado—. Los
papas de Simón y Mark duermen en la misma cama.
Jane no se atrevió a levantar la vista, sabía que él la observaba.
—¡Qué afortunados son los papas de Simón y Mark! —añadió Blake con voz
lenta y pesada.
—Si tú eres mi papá, ¿por qué no duermes en esta cama con mamá?—averiguó
Fern.
El mordaz comentario de Blake pareció pasar desapercibido, pero no del todo,
pensó Jane al darse cuenta de que el rubor la había delatado. Cuando Blake se
inclinó hacia ella para dejar la bandeja a su lado, ella pudo captar el destello de
deseo que había en sus ojos y el pulso se le aceleró. Sus encuentros amorosos
habían sido siempre violentos y apasionados y Jane sabía que Blake aún la
deseaba... igual que desearía a muchas mujeres atractivas. El deseo en sí mismo
no tenía ningún significado.
. —Si mamá quiere que yo comparta su cama, sólo tiene que pedírmelo —le
respondió Blake a su hija e hizo una mueca, divertido, al ver que Jane apretaba
los labios. Él no tenía derecho a mortificarla, aprovechándose de la inocencia de
Fern—. ¿Sí mamá? —murmuró él con voz ronca, casi rozándole las sienes con
sus labios.
—Tal vez si mamá te dejara compartir su cama no lloraría por las noches —
continuó la niña alegremente, sin darse cuenta de la reacción que había causado
en los dos adultos su infantil comentario.
Jane ignoraba que Fern la hubiera oído llorar por las noches. En ocasiones ni
ella misma se daba cuenta hasta que despertaba con la cara bañada en lágrimas.
—No seas tonta, Fern —irrumpió de pronto—. Seguramente lo has soñado —
tuvo que apartar la mirada de la carita triste de Fern.
—Fern, ¿por qué no bajas a ver si ha traído algo el cartero? —sugirió Blake con
suavidad, sin apartar los ojos de la pálida cara de Jane.
—¿Lloras por las noches? —preguntó en voz baja cuando Fern salió.
—No, claro que no —lo negó con la esperanza de que el tono apagado y agudo
de su voz no la delatara—. Como acabo de decir, Fern ha debido soñarlo.
—Sin embargo, nunca me ha parecido una soñadora. ¿Qué te pasa, no tienes
hambre?
La tenía, pero su apetito había desaparecido de pronto.
—Blake, respecto a mi coche...
Si tenía la intención de distraer su atención, lo consiguió pensó Jane segundos
después, al verle alejarse de la cama para ir a apoyarse contra la ventana. La luz
del sol delineaba los contornos de su fuerte complexión.
—No sé cómo se te ocurrió conducir —le reprochó con severidad—. Los frenos
estaban en un pésimo estado. ¿Cuánto hace que los mandaste revisar?
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Si sabía la verdad, era un excelente actor, pensó rencorosa y lo más terrible era
que ella se negaba a aclarar la situación, así que no mencionó nada acerca de la
reciente revisión de su automóvil.
—Ahora quiero que me prometas que no te irás de aquí hasta que vuelva tu
madre.
¿Qué tenía que perder que no hubiera perdido ya? ¿Su corazón? Éste estaba en
sus manos. ¿Su orgullo? Hecho jirones. Su seguridad... ¿no estaban Fern y ella
más protegidas con Blake?
—Después de dejar a Fern con el vicario, iré a Dorchester. Blake no dijo el
motivo, ni Jane se lo preguntó. —Volveré ya muy entrada la tarde. El doctor
Phillips ha dicho que si te encuentras mejor, puedes bajar.
Todo era preferible a permanecer en la cama de Blake. Tal vez se había
desbocado su imaginación, pero creía percibir aún rastros en ella de su peculiar
olor masculino y no podía estar acostada allí durante todo el día con los
recuerdos de cuando se casaron. —Quisiera levantarme.
—Aquella puerta es la del baño. ¿Quieres que te lleve hasta él en brazos?
Jane se quedó helada y se irguió cuando él avanzó hacia ella. —No... no... puedo
ir sola.
Para su tranquilidad, él no insistió y aunque tuvo que apretar los dientes para
dominar el dolor que castigaba su maltrecho cuerpo, al fin consiguió llegar
hasta el cuarto de baño. La cálida caricia de los chorros de agua de la ducha
aliviaron un poco el dolor. El jabón que encontró le recordó a Blake y se
enfureció por no poder desechar las imágenes eróticas mientras se enjabonaba.
—¿Te encuentras bien, Jane?
La puerta se abrió de golpe antes de que ella hubiera podido responder y se
quedó paralizada al observar que los ojos de Blake recorrían embelesados su
cuerpo desnudo.
Él se repuso de la impresión con más rapidez que ella y la sorpresa se
transformó en una sensualidad latente que no dejaba la menor duda respecto a
la reacción ante su desnudez. Jane tenía aún la piel empapada y no ocultó su
rubor, aun sabiendo que sus mejillas eran el espejo que reflejaba la excitación
motivada por sus pensamientos más íntimos.
Blake reprimió un gruñido, el cual rompió el hechizo que la tenía encantada.
Jane extendió un brazo torpemente, en busca de una toalla y se cubrió el cuerpo
con ella; su respiración era profunda y rápida.
•—No tengas miedo —Blake volvió a posar los ojos en el cuerpo de ella por un
instante... esta vez no había deseo... ninguna emoción perceptible en ellos—. No
voy a abalanzarme sobre ti, creía que te habías desmayado. El doctor Phillips
me ha dicho que te observe por si aparecen señales de conmoción cerebral.
—Me observas demasiado —respondió acalorada—. ¿Dónde esperabas
encontrarlas?
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Blake dio un paso hacia ella. Un poco más y Jane estaría en sus brazos, apretada
contra el musculoso pecho. El corazón femenino empezó a latir violentamente
ante la perspectiva, se le secó la boca y, nerviosa, se lamió los labios.
—Papá, ¿a qué hora nos vamos a...?
La mano que Blake había extendido hacia su esposa cayó pesadamente a lo
largo de su cuerpo.
—¡Voy enseguida, Fern! —gritó él, volviendo la cabeza hacia la puerta abierta—
. Te has salvado de nuevo —dijo con malicia y entornó los ojos para añadir en
voz baja y con un tono de reproche—. Siempre y cuando tú no lo desees.
Desoyendo sus protestas, Blake cogió a Jane en brazos para llevarla a su
despacho e instalarla en un sillón, al alcance del teléfono, que había llevado
desde la sala de estar. También le preparó un desayuno frío y no se separó de
ella hasta que lo consumió. Para terminar, puso a su lado un termo con café y
un montón de libros.
—Ahora no te muevas de ahí —le ordenó disponiéndose a salir—, ni un solo
paso.
Al oír que Fern charlaba con entusiasmo con su padre, una profunda sensación
de soledad abrumó a Jane; una sensación de abandono y desamparo. Era
absurdo que tuviera celos de su propia hija.
Jane desatendió las instrucciones de Blake apenas media hora después de que
éste se hubiera marchado. Ninguno de los libros que le había dejado le atraía y
en las estanterías del despacho destacaban unas pastas llenas de polvo que
debían pertenecer a la segunda novela de Blake. La primera la había leído sin
saber que el autor era su esposo. La segunda aún no estaba publicada en una
edición de bolsillo. Con mucho esfuerzo consiguió levantarse y dirigirse hacia
las estanterías. Media hora después estaba enfrascada en la lectura de la novela
de Blake.
El argumento, interesante y absorbente, se desarrollaba en Centroamérica, y era
obvio que él había utilizado sus propias experiencias en El Salvador. Jane
envidió la sensibilidad con que Blake había captado la manera de sentir de los
integrantes del ejército de campesinos. La profundidad de su narración le daba
una idea más clara de los problemas de la región, mucho más que cualquier
reportaje sobre el tema.
El personaje femenino principal, la heroína de la novela, una periodista
norteamericana enviada por su periódico a hacer un reportaje de «interés
humano con un enfoque a favor de Estados Unidos», estaba tan bien delineado
que Jane sintió celos de la mujer y se preguntó a quién habría tomado Blake
como modelo. Era evidente que no había pensado en ella. No poseía ni una
pizca del valor e inteligencia de la joven. Su aventura amorosa con el cabecilla
de la guerrilla conmovió profundamente a Jane, que sintió compasión y
angustia por la chica, la cual se debatía destrozada entre cumplir con su deber o
entregarse al amor de un hombre tan ajeno a su cultura y antecedentes.
Cuando, al final de la novela, los dos fueron abatidos en una emboscada, Jane
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apremiándola—. Quiero que le digas cuando vuelva que necesito verle... ¡Jane!
La tierra pareció ladearse cuando la joven se inclinó hacia delante para
desembarazarse de los dedos de Caroline y se deslizó hacia un tenebroso mar
cuyas aguas la cubrieron y sofocaron.
El intermitente sonido del teléfono hizo volver a Jane en sí. Estaba desplomada
sobre el escritorio de Blake y como pudo alargó una mano para levantar el
auricular, tratando de despejar su mente.
—¿Jane?
Inmediatamente percibió la ansiedad en la voz de la señora Simmonds. Conocía
la frase «helársele a uno el corazón», pero jamás había entendido el significado.
Algo terrible, un temor instintivo se apoderó de su corazón.
—Jane, es Fern —la señora Simmonds, lloraba—. No la encontramos por
ninguna parte. Hace un momento estaba jugando en el jardín con los gemelos...
y luego... Ya hemos avisado a la policía...
—¿Está Blake?
—No, no está —su voz fue un agónico gruñido.
¿Dónde estaba él cuando más le necesitaba? ¿Cuando Fern le necesitaba? Su
corazón se paralizó casi por completo. ¿Tendría algún significado especial su
ausencia? ¿Habría sabido...? No... no... Blake era el padre de Fern.
Después de colgar la señora Simmonds, Jane marcó el número de Caroline con
dedos rígidos. Como presentía, no hubo respuesta, luego se puso de pie,
maldiciendo la debilidad de sus piernas. ¿Dónde estaba la guía telefónica? Con
una ansiedad febril buscó en la B, pero los Barrons no aparecieron en la lista.
¡Dios mío! ¿Dónde estaba Fern...? ¿Dónde estaba Blake?
Media hora después, Jane oyó el ruido del coche deportivo de Blake.
—¡Blake...! —estaba al borde de la histeria cuando sintió sus pasos.
Al instante corrió a abrir la puerta y temblorosa y pálida se detuvo a! ver el
gesto poco afable de Blake y luego al pequeño bulto que llevaba en sus brazos.
—Tranquilízate... ella está bien, sólo está cansada—añadió con voz ronca,
adivinando sus pensamientos—. Se enfadó con los gemelos y decidió volver a
casa, pero se perdió. La policía sacó los perros rastreadores y la encontraron casi
en seguida.
—Mamá... —el pequeño bulto se movió en los brazos de Blake. La pálida carita
de Fern surgió de entre las mantas—. Quería dar un paseo yo sólita y me he
perdido, luego un perro enorme se acercó y me lamió la cara. Mamá, ¿podemos
tener un perrito?
Debatiéndose entre las lágrimas y la risa, Jane pensó que en ese instante no
podía negar ni un solo capricho a su hija, pero Blake intervino.
—Ya veremos, señorita. Me parece que la gente que se va por ahí sola cuando
no debe, no merece tener un perrito.
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La firmeza de Blake era lo que más necesitaba Fern en ese momento, reconoció
Jane. Estaba en peligro de ser arrastrada por poderosas emociones y no podía
manejar la situación como era debido. Era obvio que Fern no había sufrido
como ella, pero en cierta forma era una niña muy sensible y no quería
transmitirle su ansiedad.
—Ahora mismo te vas a ir a la cama —continuó Blake con firmeza—. Te subiré
a tu habitación y luego te llevaré algo de comer.
—Mamá quiero que me leas algo —suplicó Fern con voz cansada—. Un cuento
de un perrito.
Jane quiso seguirlos por la escalera, pero sus rígidos miembros no le
obedecieron.
—Espera aquí —ordenó Blake con brusquedad—. Volveré por ti.
Cinco minutos después volvió Blake. Fueron cinco minutos en los que Jane trató
de convencerse de que no estaba soñando, de que Fern estaba sana y salva.
—Debía haberte llamado desde la vicaría, pero estaba ansioso por volver con
Fern, sabía cómo te sentirías. La señora Simmonds no hizo lo correcto al...
—¿Al qué? ¿Al decirme que mi hija había desaparecido? —parecía lanzar
destellos de cólera por los ojos—. ¿A quién debía decírselo entonces? ¿A su
padre? ¿A un padre que...? —los sollozos ahogaron sus palabras.
Un segundo después Jane estaba en los brazos de Blake con la cabeza apoyada
en su hombro.
—Ya... ya... —él la mecía, como si fuera una niña de la edad de Fern—. Llora,
desahógate... Pobrecita mía, cómo te habrás sentido. Sufrí mucho cuando fui a
recogerla y me enteré de lo sucedido.
Blake ni se imaginaba lo que había sentido, pensó, aturdida. Él ignoraba que
ella creía que habían raptado a Fern, que no se había perdido... él ignoraba que
ella le consideraba responsable.
—Te llevaré arriba. Luego prepararé a Fern algo de comer. Los niños son
extraordinarios. ¿Sabes qué fue lo primero que me ha dicho? «tengo hambre,
papá».
A continuación, Blake cogió a Jane en brazos y subió por la escalera
prodigándole palabras suaves y consoladoras; su voz era un bálsamo para su
dolorido cuerpo y la fue sacando poco a poco del abismo de la histeria en el que
estaba a punto de despeñarse. Al llegar a la habitación de Fern, Jane ya había
recobrado un poco el control y pudo dirigirle una pálida sonrisa a su hija.
Fern, arropada y a salvo en su cama, dormía profundamente, pero Jane se
resistía a separarse de su lado.
—Vamos, te dejaré en tu habitación y luego te llevaré algo de comer.
—No tengo hambre, Blake, no podría probar bocado.
—Debes hacerlo, estás adelgazando mucho. Ya me he dado cuenta de que has
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Capítulo 8
JANE despertó sobresaltada al sentir que una mano se posaba en su hombro.
Era su peor pesadilla hecha realidad. ¡Habían venido a por Fern! Trató de
levantarse, pero se lo impidió una vertiginosa lluvia de agujas y alfileres que se
le clavaban en sus adormecidas piernas.
—No te muevas, te llevaré a la cama.
¡Blake! Las negras imágenes se desvanecieron. Ahora comprendía todo: Fern y
ella estaban con Blake y se había quedado dormida al lado de la cama de su
hija.
El fino camisón no la protegía del aire frío de la noche y tembló en respuesta al
apretado abrazo de Blake.
—Estás temblando —en su voz percibió un extraño tono ronco, pero suave.
—Tengo frío —sus nervios estaban a flor de piel y su magullado cuerpo la hizo
gritar de dolor cuando Blake la tumbó en la cama.
—¿Qué te pasa? ¿Te he hecho daño?
Blake no necesitó encender la luz, conocía bastante bien la habitación, y Jane
pudo verle a la luz de los tenues rayos de la luna que se filtraban a través de la
ventana. Tenía el pelo desordenado y profundas ojeras.
—Estoy bien... sólo un poco tensa —respondió y, no queriendo que él se
marchara, añadió insegura—: ¿Has visto a Caroline?
La expresión de su cara se hizo tan impenetrable, que Jane se arrepintió de
haber hecho la pregunta, era obvio que se había metido donde no debía.
—Sí—repuso lacónico—. Traeré algo para tus entumecidos músculos o
despertarás más tarde con calambres, quédate aquí.
Como si hubiera la menor posibilidad de ir a algún lado, pensó
molesta, cerrando los ojos. Momentos después los abrió sobresaltada al oír los
pasos firmes de Blake sobre el suelo pulido de madera.
—¿Qué es? —preguntó ella con recelo al acercarse él con un frasco pequeño—.
¿Linimento para caballos?
Blake rió y el tono cálido y natural de su voz hizo comprender a Jane lo mucho
que había echado de menos su risa.
—No, es algo que me mandó el médico el año pasado cuando tuve un desgarre
en una pantorrilla. Se debe untar y dar un masaje después, yo lo haré.
«Sólo siento lástima de ti», se recordó al sentir los primeros movimientos de los
dedos de Blake en su piel. Sus músculos empezaron a relajarse, obedientes al
suave masaje, pero se tensaron de nuevo cuando él apartó a un lado el
dobladillo del camisón para frotar ligera y pausadamente los doloridos
músculos del muslo. Jane sabía que debía decirle que se detuviera, ya que al
dejarle continuar se ponía en gran peligro. Ya anhelaba extender las manos para
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pasarle los dedos por la espalda y ansiaba sentir su cuerpo en estrecho abrazo.
—¿Te sientes mejor?
Cuando el retiró las manos, la decepción la embargó. ¿Qué esperaba? ¿Que las
hábiles manos que le habían mitigado el dolor fueran las de un amante?
—Sí... sí... mejor —respondió con voz apagada y se metió en la fría cama
matrimonial.
A continuación oyó los pasos de Blake dirigiéndose a la puerta y como una niña
cerró los ojos y hundió la cara en la almohada para no verle salir.
Intentó en vano conciliar el sueño. No podía evitar estar pendiente de los
movimientos de Blake; le sintió entrar en el cuarto de baño y el chorro uniforme
de la ducha la atormentó con miles de vividas imágenes de su cuerpo desnudo.
Tan enfrascada estaba en su lucha por alejarlas de la mente que no se dio cuenta
de que Blake volvía a la habitación, hasta que levantó la vista y le vio de pie, al
otro lado de la cama, con una toalla envuelta alrededor de la cintura. La luz de
la luna delineaba el poderoso perfil de su cuerpo.
—Córrete hacia allá —le pidió con aparente indiferencia.
¿Es que pensaba dormir con ella? Iba a protestar, pero él la obligó a guardar
silencio.
—Es inútil discutir, Jane; esta noche necesitas que alguien te haga compañía,
aunque sólo sea para confortarte si tienes pesadillas.
¡Blake recordaba los terrores nocturnos que en ocasiones la habían asaltado en
sus sueños! Se habían producido tres o cuatro veces durante su matrimonio.
Eran pesadillas aterradoras e irracionales donde aparecía el padre que nunca
había conocido... un padre que siempre e inútilmente extendía las manos hacia
ella.
Tan ensimismada estaba en sus pensamientos, que no advirtió hasta segundos
después, que Blake se quitaba tranquilamente la toalla.
—¡No puedes dormir así conmigo!—protestó, haciéndose la absurda pregunta
de por qué sentiría tal turbación; luego desvió la vista con disimulo.
—No seas tonta, debías recordar que yo siempre duermo así.
Jane sintió el hundimiento de la cama al acomodarse él en su sitio y se deslizó
hacia la orilla opuesta. Contuvo la respiración con tanta fuerza que el pecho le
llegó a doler.
Blake se durmió en fracción de minutos y su pausada respiración empezó a
aminorar los golpes sordos de su corazón. Hasta Jane llegaba el calor de su
cuerpo. Deseaba volverse y acurrucarse junto a él como antaño solía hacer.
Cuanto más intentaba resistir la tentación más incontrolable se volvía su deseo.
Por fin, se volvió, atraída por la cálida espalda de Blake.
Algún tiempo después, Jane, casi dormida, sintió que él extendía un brazo y la
rodeaba por la cintura. Pensó que debía apartarse de él, pero la tentación de
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Frenética, imitó las caricias de él y besó con ardor los dos pezones masculinos,
su mano acarició la suave piel del vientre y sus besos le obligaron a emitir
roncos gemidos.
•—¡Dios mío, Jane! —murmuró él con voz áspera—Si éste es el resultado,
tendré que buscar la manera de que Fern se pierda más a menudo.
Si la tierra hubiera girado bruscamente sobre su eje, el resultado habría sido
menos catastrófico para ella. Al instante se puso tensa y preguntó con voz
ronca:
—¿Más a menudo? Lo sé todo... sé que eres cómplice de Caroline, que entre los
tres habéis ideado un diabólico plan. Queríais que Charles abandonara el
comité y pensasteis persuadirle a través de mí. Por eso me habéis destrozado la
escuela y estropeado los frenos de mi coche... Pero lo más increíble es que me
hayáis amenazado con hacerle daño a Fern... a tu propia hija —terminó
llorando, preguntándose cómo había sido posible que creyera que había hallado
en Blake calor y protección.
Ahora, un frío glacial empezó a congelarle el cuerpo.
—Repíteme lo que acabas de decir —replicó, su voz tenía un tono extraño.
—Sé que nunca has querido a Fern —añadió con un estremecimiento.
—No, eso no... todas esas bobadas de que Caroline y yo...
—No son bobadas. Al principio no podía creerlo... pero esta tarde Caroline me
ha confesado toda la verdad cuando le he dicho que había puesto a la policía al
corriente de todo.
—Ahora comprendo. Y cuando Fern desapareció pensaste que... —Blake dejó la
frase sin terminar.
—Que habían consumado sus amenazas. Me lo advirtió el hombre que fue a
verme a la escuela... y no podía creerlo.
—Pero lo has creído —no podía controlar la furia—. Has creído que yo soy
cómplice de las personas que te están amenazando de acuerdo con algo que
puede perjudicar a mi propia hija. Con razón me abandonaste —declaró con
amargura—. Ahora comprendo en cuan baja opinión me has tenido. Para tu
información, hasta este momento no tenía ni la menor idea de que te habían
amenazado.
—¿Quieres decir que ignorabas por qué habían atacado mi escuela y por qué
habían roto mis frenos? —la esperanza se abrió paso en el corazón de Jane, pero
desapareció al ver el momentáneo titubeo de Blake.
—Naturalmente que no he sido cómplice de ello —afirmó al fin, pero esa no era
la respuesta que Jane esperaba.
Sí, Blake lo sabía y sabiéndolo, no había hecho nada por evitarlo.
—Blake, creo que es más conveniente que Fern y yo nos vayamos mañana a
casa —había desconsuelo en su voz.
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—¡No! —la áspera negativa de Blake pareció perforar sus oídos—. No, las dos
os quedaréis conmigo, ¿o temes que yo os haga más daño? ¿Que os envenene
quizá?
—No... no... desde luego que no.
—No hay nada más que hablar entonces, os quedaréis aquí, por lo menos hasta
que vuelva tu madre. No pensarás que yo voy a permitir que os hagan daño
bajo mi techo —añadió con sarcasmo—. Piensa. Si estoy al tanto de las
maquinaciones de Caroline, como pareces pensar, reconocerás que estás más
segura aquí que en cualquier otro lugar.
—¿Y estás al tanto de verdad? —Jane contuvo la respiración, en espera de la
contestación.
Si supiera cuánto ansiaba oír una negativa; sin embargo, para aumentar más su
angustia, él se levantó de la cama y se inclinó hacia ella.
—¿Tan poca fe tienes en mí que necesitas preguntarlo? Vaya una esposa que
eres... jamás has confiado en mí, ¿verdad?
—Porque nunca me has dado razones para hacerlo —gritó con la voz quebrada.
—La confianza no necesita razones —replicó Blake resentido—. Es como el
amor, debe ofrecerse libremente. Me voy a mi habitación, no te preocupes, no
volveré a molestarte.
Había tal decisión en el tono de voz de Blake, que Jane se sintió confusa, él
parecía el herido, ¿cómo era posible?
Al día siguiente, Jane casi no vio a Blake; oyó sus risas mezcladas con las de
Fern cuando jugaba fuera y, aparte de preguntarle él si se sentía bien como para
bajar de su habitación, no le dijo nada más. Al responderle ella
afirmativamente, Blake dejó a Fern a su cuidado y se encerró en su despacho.
La puerta cerrada era algo simbólico y Jane comprendió que él la estaba
evitando. Tenía la sensación de que ella le había abandonado, ¿no era él el
culpable? ¿No le había dado todas las oportunidades posibles para negar su
participación en el complot de Caroline y los Barrons? La confianza debía
ofrecerse libremente, había dicho él, pero Jane sabía que no se había referido
sólo al presente, sino también al pasado. Ella no había tenido suficiente
confianza en sí misma para conservar su amor. Tampoco confiaba en que él la
seguía amando. ¿Acaso él se había equivocado? No... Suzie había dicho muy
claro que él se había cansado de ella. El amor de Blake no había sido lo bastante
grande como para hacerle dejar su trabajo y sentar cabeza. Sin embargo, nada
más volver de El Salvador había renunciado a su trabajo de periodista.
Sintiéndose incapaz de pensar más, Jane salió al jardín para jugar con Fern.
—Me gusta vivir con papá. ¿A ti no, mamá?
¿Qué podía responder ella?
—Quiero vivir con él siempre. ¿No podemos vivir con él, mamá?
¿Qué debía responder a su hija? ¿Cómo explicarle que quizás él no la quisiera?
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Blake no estaba de acuerdo? Casi no podía soportar la idea. Tenía que aceptar...
tenía que aceptar. Sintió una súbita y febril impaciencia porque él volviera.
—A propósito, ¿en dónde está Blake? —preguntó su madre. —En Londres... en
viaje de negocios.
—No estaremos mucho tiempo, sólo queríamos darte la noticia. Henry quiere
llevarnos a todos a cenar el domingo... para celebrar nuestro cambio de vida.
Esta noche dormiremos en la casa.
—Entonces, mamá iré a visitaros para charlar un poco —respondió Jane—. Casi
todas nuestras cosas están aún allí.
—Sí, Blake me dijo que su estancia aquí sería temporal —añadió la madre,
inclinándose para besar a Jane y a Fern, que había estado escuchando con gran
interés la conversación de los adultos.
—¿Ahora eres tú mi abuelito? —sorprendió a todos al dirigirse a Henry cuando
ya estaban en la puerta.
—¿Quieres que lo sea?
—Sí —respondió la pequeña con tal entusiasmo infantil que hizo reír a todos.
Henry se agachó y la cogió en brazos.
—Entonces lo seré.
—¡Ahora tengo un papá y un abuelito! —exclamó entusiasmada cuando Henry
la dejó en el suelo.
Cuando se marcharon, la casa se quedó sumida en una quietud poco
tranquilizadora. ¿Cuál sería la reacción de Blake?, se preguntó Jane, angustiada
por la espera. Y si él se negaba a ayudarla, ¿qué haría? ¿Cuáles serían sus
verdaderos sentimientos hacia Caroline? No había mencionado el divorcio y,
sin embargo, estaba ansioso por correr al lado de Caroline a su más leve
mandato. Quería que Jane permaneciera en la casa pero no había negado su
complicidad en las amenazas que había recibido ella. Emitió un suspiro y se
dedicó a vagar por toda la casa.
Había acostado a Fern y mientras esperaba a Blake las horas parecían
transcurrir con exasperante lentitud. Se dirigió a su despacho y se hizo un ovillo
en su hondo sillón hallando un gran consuelo al aspirar el suave olor del cuerpo
masculino impregnado en el cuero.
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Capítulo 9
¿JANE? Atontada, abrió los ojos. Hasta sus oídos llegó el ruido de pasos que
bajaban por la escalera.
¡Aquí estoy, Blake! —dijo en voz alta, estirando sus entumecidas piernas y
mirando el reloj.
¡Las once de la noche! ¿Había dormido tanto tiempo? Abrió la puerta del
despacho y vio a Blake. Él la miró con el ceño fruncido.
—Creía que te habías marchado.
—¿Sin Fern? Estaba esperándote.
—¡Qué halagador! —parecía estar de un humor extraño.
Empezó a pasearse inquieto por todo el cuarto, levantando de vez en cuando
objetos tirados en el suelo.
—Jane...
—Blake...
Los dos hablaron al mismo tiempo.
—Las damas primero —Blake hizo una breve reverencia.
Ahora que el momento había llegado, no sabía qué decir. «Blake, déjame vivir
aquí, por favor, para que mi madre crea que nos hemos reconciliado» «Blake,
mi madre cree...»
—Blake... —empezó—. Blake, esta tarde ha venido mi madre a verme.
Él se quedó inmóvil. Después alargó una mano para coger una jarra que estaba
sobre una estantería.
—¿Sí? —el monosílabo no denotó ningún tipo de emoción, parecía que a
propósito intentaba manifestar una calma que estaba muy lejos de sentir.
Jane aspiró profundamente.
—Sé que ya estás enterado del matrimonio de mi madre. Me alegro por ellos,
pero hay problemas —miró a Blake a la cara, pero inmediatamente se arrepintió
al ver una triste melancolía reflejada en ella—. Mi madre... pues... Henry y ella
creen que nos hemos reconciliado y han pensado vender la casa —continuó casi
atropellando las palabras, y retorciéndose nerviosa los dedos de las manos—.
Y..¿Y qué?
Dios mío, ¿cómo iba a poder pedírselo? Al final, había sólo una manera-
—Yo te pido que nos permitas a Fern y a mí vivir aquí contigo... como si nos
hubiéramos reconciliado —explicó escuetamente, para que no hubiera ninguna
mala interpretación—. Por lo menos hasta que vendan la casa, necesitan el
dinero —añadió desesperada—. Quieren comprar un negocio y mudarse a Bath,
pero si mi madre se siente responsable de Fern y de mí...
—Me pones en un dilema... ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo?
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Conforme Jane leía las líneas impresas iba hallando respuesta a muchas de las
preguntas que se había formulado durante los últimos días. Al parecer,
Caroline había sido intimidada por los Barrons para que les vendiera la abadía
al surgir otro comprador... alguien, cuyo nombre se desconocía que deseaba
adquirir y conservar la abadía como su hogar. Blake había seguido el juego a los
Barrons aparentando apoyar sus planes con el fin de obtener de ellos
información confidencial.
La noticia de que una excavadora se dirigía a los terrenos de la abadía había
hecho sospechar a la policía que los Barrons habían resuelto hacer las cosas a su
manera y obligar a Caroline a vendérsela por medio de la demolición de una
parte del edificio. Blake, llamado con urgencia por una Caroline aterrada, había
llegado a tiempo de derribar de un golpe al conductor, evitando que hiciera
ningún daño antes de que llegara la policía y se hiciera cargo de la situación.
Jane dejó caer el periódico y trozos de conversaciones le vinieron a la mente,
atormentándola sin piedad. «¿Estás involucrado?», le había preguntado, y él se
había negado a responder. «La confianza debe ofrecerse libremente», había
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camino a Pembroke.
Blake no pronunció palabra cuando Jane apareció luciendo su nuevo vestido.
En su dedo anular brillaba la piedra de zafiro de su anillo de compromiso. No
se lo había puesto desde la separación
—¿Aún guardas eso? —Blake arqueó las cejas—. Creía que te habías deshecho
de él.
—No —la negación escapó de los labios de Jane antes de que pudiera
reprimirla.
—Dudo que tenga algún valor sentimental todavía —comentó Blake con
mordacidad.
¿Qué podía decir ella? ¿Qué lo había conservado porque le amaba? De pronto
desapareció el placer de ir engalanada con su nuevo atuendo. ¿Qué esperaba?
Se preguntó con tristeza. ¿Abrigaba la esperanza de que un vestido nuevo la
hiciera en cierta forma deseable e irresistible a los ojos de Blake?
—Papá me has prometido contarme un cuento —le recordó Fern a su padre
cuando iban camino de la casa.
—Y te lo contaré, no temas —le aseguró Blake mientras los tres bajaban del
automóvil.
—Vas a tener que estar muy alerta, Jane —bromeó Henry con jovialidad cuando
se disponían a salir, después de que Blake bajara la escalera con la noticia de
que Fern ya estaba profundamente dormida—. De otro modo, tu propia hija
acaparará a tu esposo.
Blake rió.
—Sí, confieso que estoy loco por Fern. ¿Qué ocurre? —le preguntó Blake a Jane
cuando iban en su automóvil—. ¿Estás celosa de Fern?
—No, me sorprende que reconozcas que te preocupas por ella —contestó Jane
con voz temblorosa—. Después de todo, no querías que la tuviera.
Blake apretó las manos sobre el volante y Jane se arrepintió de haberle acusado
con tanta crueldad.
—No quería que tuviéramos un hijo porque pensaba que nuestro matrimonio
no era lo bastante estable todavía como para ofrecerle un hogar seguro —
comentó él después de unos instantes—. Y estaba en lo cierto.
—Es mentira —contraatacó Jane con el cuerpo tembloroso y la voz trémula—.
No deseabas un hijo porque no querías renunciar a tu libertad, a tu trabajo...
aun cuando sabías...
—Mi trabajo no fue el verdadero problema que se interpuso entre nosotros —
argüyó Blake con frialdad—. Lo utilizaste para enmascarar tu posesividad
compulsiva y tu falta de amor propio. Si no quería un hijo era porque no creía
que tus razones para tenerlo estuvieran justificadas.
—No... es mentira que...:—se defendió, aunque en lo más profundo de su
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Capítulo 10
ALA MAÑANA siguiente, Jane aún tenía dolor de cabeza por la tensión y el
vino ingerido la noche anterior. Durante el camino a la casa de Sarah tanto la
joven como Blake mantuvieron un desagradable silencio.
Por lo que recordaba de su luna de miel, el viaje duraría cuatro horas y Jane se
sintió aliviada cuando Fern se quedó dormida a una hora de trayecto.
—Otra hora más y nos pararemos a comer en algún lugar —anunció Blake, y
Jane hizo un movimiento negativo con la cabeza.
—A menos que tú tengas hambre, no te detengas por mí. A mí no me apetece
nada y es probable que Fern duerma hasta que lleguemos allí.
Blake frunció el ceño, pero no dijo nada.
El automóvil recorría los campos a gran velocidad y Jane trataba de alejar de su
mente los recuerdos de la primera vez que hicieron el mismo recorrido.
Acababan de casarse y ella aún estaba deslumbrada porque él la había elegido.
Ahogó un lastimero bostezo y trató de seguir el ejemplo de Fern, por lo que se
reclinó en su asiento.
—Despierta, Jane, ya hemos llegado.
La voz de Blake se oyó muy cerca de su oído. De mala gana, abrió los ojos y se
quedó aterrada al descubrir que estaba apoyada en su hombro.
—Has dormido siglos, mamá —la recriminó Fern desde el asiento trasero—.
Papá no me ha dejado despertarte.
La pastilla que había tomado para el dolor de cabeza había hecho efecto, pensó
Jane en medio de su atontamiento, luchando contra su renuncia a levantar la
cabeza de su cómodo y sólido lugar. ¡Pobre Blake! Su hombre debía estar
entumecido después de haber soportado su peso, durante tanto tiempo. Él no
dio muestras de cansancio y alargó una mano para desabrocharle el cinturón de
seguridad. A continuación, desabrochó el suyo propio, no sin antes ayudar a
Fern.
Para ser un hombre que había declarado no querer jamás tener niños, Blake se
portaba como un padre cariñoso y atento, se dijo Jane al abrir la puerta del
automóvil y bajarse.
La casa estaba asentada sobre un risco, al lado del camino que nacía en St.
David y corría a todo lo largo de la costa del condado de Pembrokeshire. Era
pequeña, de construcción sólida y había sido el lugar ideal para una íntima luna
de miel. Jane estaba convencida de que Fern se enamoraría, al igual que ella, de
la pequeña y apartada playa situada a escasos metros de la vivienda.
El pueblo más cercano estaba a cuatro kilómetros y medio y durante la luna de
miel, Jane y Blake habían recorrido a pie esa distancia cuando necesitaban
reabastecerse de provisiones. Dudaba que esta vez hicieran largas y privadas
caminatas o entregas de amor en los apartados y despoblados promontorios.
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No es que hubieran pasado todo el tiempo solos: un día fueron a Milford Haven
a observar los barcos. En otra ocasión a Haverford West. También visitaron el
castillo de Pembroke. Pero Fern era muy pequeña aún como para querer hacer
otra cosa que no fuera jugar en la playa.
—¿Quieres que te ayude a bajar las maletas?
Blake estaba fuera, sacando el equipaje del automóvil y negó con un
movimiento breve de cabeza. Con cuánta cortesía y formalidad se estaban
comportando el uno con el otro. Y, sin embargo, Jane sentía que esa cortesía era
extraña, se asemejaba a la calma normal que presagia una tormenta. Sólo Fern
estaba tranquila y hablaba sin parar mientras recorría las habitaciones
siguiendo a su madre. No había televisión y Jane se preguntó en qué iban a
ocupar Blake y ella las largas noches de verano una vez que Fern se hubiera ido
a la cama.
Tal y como Blake le había dicho, el frigorífico de la cocina estaba bien provisto,
aunque Jane había traído una amplia variedad de los alimentos favoritos de
Fern.
La niña insistió, después de comer, en bajar a la playa.
—Yo la llevaré —se ofreció Blake y Jane se preguntó, arreglándose un poco y
viéndolos alejarse, si el resentimiento que experimentaba era común a todas las
mujeres cuando son excluidas de las actividades de sus esposos y sus hijos.
Volvieron media hora después. Fern había cogido algunas conchas pequeñas y
su carita estaba radiante de felicidad. Mientras Jane la preparaba para acostarla,
la pequeña le contó que habían paseado por la orilla de la playa y que luego su
papá se había subido a unas rocas...
Jane bajó por la escalera diciéndose que era una cobarde, pues no quería
quedarse a solas con Blake.
—Me duele la cabeza —era cierto—, así que esta noche me iré a la cama
temprano.
—Yo necesito estirar las piernas —informó Blake a su vez—. Cuando vuelva
cerraré la puerta con llave.
Jane se quedó dormida antes de que Blake volviera, a pesar de que estuvo
atenta a cualquier ruido que anunciara su regreso. Esa primera noche marcó la
pauta de las noches que se sucedieron.
Los días seguían siendo calurosos y con mucho sol, el calor era sofocante como
el que antecede a una tormenta. Todas las mañanas, mientras Blake escribía,
Jane llevaba a Fern a la playa. Madre e hija volvían a la hora de la comida, y la
joven preparaba algo ligero. Fern se echaba una breve siesta mientras Jane se
ocupaba del jardín.
En ocasiones, ya muy avanzada la tarde, los tres salían en el coche, pero esas
expediciones rara vez resultaron muy afortunadas. Jane tenía la sensación de
que Blake las acompañaba como si fuera un deber y su presencia era un
constante recordatorio de lo mucho que habían cambiado las cosas entre ellos.
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Blake desaparecía algunas noches... Jane sospechaba que iba a la cervecería del
pueblo. Sin duda, allí encontraría una compañía más agradable que la que tenía
en su casa.
El quinto día fue muy parecido a los demás, pero el calor aumentó y el cielo se
tiñó de un amarillo metálico.
Fern empezó a impacientarse y a estar de mal humor, hasta terminar con un
arranque de furia y de llanto. Por primera vez buscó la compañía de Jane, hasta
el grado de preferir que ésta le contara un cuento antes de irse a la cama, cosa
que había hecho Blake desde que habían llegado a la casa.
Después de acostar a Fern, bajó por la escalera y vio que Blake había salido. Un
desesperante deseo invadió su cuerpo, pero no podía salir y dejar sola a Fern. A
lo lejos, retumbaban amenazantes los zigzagueantes relámpagos. Finalmente, al
ver que Blake no volvía, Jane se acostó. Era probable que volviera del pueblo
empapado pues no se había llevado el coche. «Se lo tiene bien merecido, por
dejarme aquí-sola», pensó malhumorada.
Jane soñó que estaba atrapada dentro de una fría y oscura caverna y que le
caían encima unas gotas de agua que se desprendían de un techo mojado e
invisible. Tenía frío y se sentía incómoda con el cuerpo húmedo. A pesar de los
muchos esfuerzos que hacía por hacerse a un lado, el goteo continuaba. Se
despertó y descubrió que las gotas de agua no habían sido un sueño. La cama
estaba mojada debido a la lluvia que se filtraba por una rendija que había en el
techo.
Fuera se oía el fuerte ruido de la tormenta y las cortinas de la ventana abierta se
agitaban violentamente. La temperatura había bajado varios grados. Muerta de
frío y mojada, Jane se levantó de la cama en medio de la oscuridad y buscó a
tientas su bata de baño, pero tropezó con una pata de la cómoda y tiró una silla
al saltar sobre un pie.
De repente la puerta se abrió y Blake entró frunciendo el ceño.
—¿Qué pasa aquí?
Al igual que ella, Blake llevaba una bata de baño, Jane le señaló el techo mojado.
—Debe estar suelta una teja. Mañana buscaré a alguien del pueblo que venga a
revisar el techo. ¿Ya has ido a la habitación de Fern?
—Acabo de despertar —respondió Jane—. Iré a ver.
Fern estaba perfectamente. Ella volvió a su habitación y vio que Blake quitaba
las mantas y apartaba el colchón del lado donde se encontraba la gotera.
—¿Qué haces? —preguntó Jane.
—Quito esto para que no se moje más. Esta noche tendrás que dormir conmigo
en mi cama. No puedes acostarte aquí —Blake señaló el lugar al ver que Jane
seguía en silencio—. No voy a cederte mi cama con el pretexto de que abajo hay
un sofá. No mide más de metro y veinte centímetros.
En efecto, así era, Jane lo sabía. Hasta ella tendría que dormir allí encogida.
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madre.
Al oírlo, comprendió que no podía replicar y sin otra protesta, obligó a su
cuerpo a relajarse.
—Está bien —respondió en tono carente de emoción—. Viólame sí quieres, pero
sólo te pido... que termines pronto.
—No será una violación —respondió Blake con voz tranquila—. Y te prometo
que no querrás que termine pronto, prolongaré hasta el máximo el placer.
Siempre querías que fuera así.
Era inútil negarlo. Los dos sabían que era cierto. El inclinó la cabeza y trazó una
línea de besos por entre el suave valle de sus senos, hasta llegar al último botón
que estaba cerca del ombligo. Jane aspiró brusca y profundamente y trató de
exhalar el aire mientras la boca de Blake exploraba la pequeña cavidad. Ella
trataba de no moverse, pero su cuerpo la traicionaba, vibrando en candente
respuesta a las hábiles caricias de Blake. Luego, él trazó una línea a lo largo de
la barrera de seda y ella gimió. Blake la soltó, como si supiera que ya no
intentaría apartarse de él.
Cuando él la levantó por las caderas para quitarle la prenda de seda, Jane dejó
escapar un suspiro de placer y recibió con agrado la sensación que le produjo la
piel de él contra la suya y el cálido roce de su musculoso muslo. Ahora ya era
imposible que ella deseara que él no siguiera adelante. Su cuerpo entero parecía
lanzar un lastimero grito implorante.
Blake le besaba las partes más sensibles mientras ella gemía de placer y clavaba
con fiereza sus dientes en la piel masculina.
—¡Jane!
La mano de Blake le acariciaba los muslos y el tono autoritario de su voz le
ordenó que igualara la pasión ardiente de su beso. Ella cedió con agrado,
igualándolo en intensidad.
Los dedos de Blake, con su íntima caricia transportaron a Jane a un mundo casi
olvidado.
Blake gimió de placer cuando ella frotó la piel palpitante. Ya no podía
prolongarse más el momento de la posesión física. Jane besaba el pecho caliente
y sudoroso, el encuentro era tan violento como la tormenta que se había
desencadenado fuera. Los vigorosos y rítmicos movimientos del cuerpo de
Blake provocaron en Jane una respuesta vibrante, que la hizo gemir, como en
un delirio. Pero en lugar de llegar a la cima del placer, siguieron ascendiendo
hasta situarse en un espacio enardecido y vertiginoso. Finalmente, Blake lanzó
un grito de culminación mientras bebía las lágrimas de placer que cubrían la
cara de Jane.
Ambos se quedaron profundamente dormidos con los cuerpos entrelazados.
A la mañana siguiente, Blake ya se había levantado cuando Jane despertó. No
oyó ningún ruido en la planta baja y, al tratar de abandonar la cama, descubrió
que no tenía deseos de levantarse. No había terminado de recoger su ropa
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—Desde luego que sí. ¿Por qué iba a mentirte? Te amaba, Blake —añadió en
voz baja—. Eso lo sabías muy bien, ¿o no?
—Sabía que estabas enamorada de mí, que debía darte más tiempo para que
descubrieras la verdadera realidad de la vida y que yo debía darme más tiempo
para aceptar que nuestro matrimonio significaría una forma nueva de vida,
pero también sabía con cuánta desesperación anhelabas la seguridad y me
aterraba pensar que si yo no te la ofrecía, lo haría otra persona. Me decía que, en
la seguridad de nuestro matrimonio tú madurarías, que nuestro amor se
fortalecería y dejarías de sentir temor de perderme... Me aterrorizaba el pensar
que lo único que querías de mí era seguridad y que cuando maduraras y te
dieras cuenta de ello... Por eso trataba de evitar que te aferraras a mí... para que
pudieras comprender... —Blake movió la cabeza—. Aquel día, cuando
discutimos, había rechazado el trabajo de El Salvador. Sabía que no podría
concentrarme en nada porque mucho de mí se habría quedado contigo. Sin
embargo, cuando fui a decírtelo me formaste una escena.
—Sospechaba que estaba embarazada de Fern y tenía tanto miedo de que te
pusieras furioso y me abandonaras... Nada de hijos, habías dicho.
—Porque quería que los desearas por las verdaderas razones no porque
necesitaras de alguien a quien amar. ¡Dios mío, Jane! Claro que deseaba que
tuvieras un hijo.
—¿Por qué no respondiste a la carta en la que te anunciaba el nacimiento de
Fern y te preguntaba si podía regresar?
—¿Me enviaste una carta? —hizo un gesto de dolor—. Dejé el apartamento un
día después que tú. Estaba tan resentido y desesperado que le dije al director
del periódico que había cambiado de opinión y que aceptaba la misión de El
Salvador. Sería la última, Suzy fue la fotógrafa que me asignaron... habíamos
sido amantes, y cuando llegamos allí me dijo muy claro que quería que
reanudáramos nuestras antiguas relaciones. Yo no quería... No podía... Sólo te
quería a ti y, para no decepcionarla, renuncié. Lo hubiera hecho de todas
formas, siempre quise escribir. Lo primero que hice a mi regreso fue ponerme
en contacto con tu madre, quien me dijo que creía que no deseabas verme.
Jane recordó que le había dicho a su madre, casi histérica, lo mucho que odiaba
a Blake. Si le hubiera sido sincera, ¡qué diferente habría sido todo!
—Ella me aconsejó esperar el momento oportuno... y esperé... mucho, mucho
tiempo... Luego me envió una carta en la que me informaba de las intenciones
de Charles. Entonces decidí no esperar más y aparecí de nuevo en tu vida. —
¿Por eso alquilaste la casa?
—Sí... pero las cosas no resultaron como había planeado. Casi desde el principio
descubrí que tú y yo nos habías colocado misteriosamente en bandos opuestos.
Cuando me enteré de que Caroline pensaba vender la abadía a los Barrons me
preocupé mucho. Conocía su reputación, pero si Caroline sabía que me oponía
a la venta... —¿Por eso fingiste estar de acuerdo?
—No quería que me echara de la casa, la necesitaba para estar cerca de ti. Jane,
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acerca de lo de anoche...
—Fue una de las experiencias más hermosas de mi vida —respondió en voz
baja, con el corazón en la mano—. Jamás he dejado de amarte, no sabes cuánto
he lamentado haberme portado como una niña. Todas tus críticas hacia mí
siempre estuvieron justificadas. Era inmadura, necesitaba seguridad en mí
misma... me aferraba a ti, no porque me ofrecieras seguridad, sino porque no
podía comprender qué habías visto en mí. No creía que me amaras. —Te dije
que tenías poca fe y confianza en mí. —Pensé que te habías casado conmigo
porque sentías que era tu deber... porque yo era virgen.
Jane le oyó respirar hondo, luego él le colocó las manos en los hombros y la hizo
volverse.
—Me casé contigo porque te amaba, porque no podía tolerar la idea de vivir sin
ti. Luego me acosó un terrible sentimiento de culpa porque sentía que había
abusado de tu inexperiencia al obligarte a un matrimonio del cual podrías
arrepentirte después. Los dos hemos tenido la culpa al confundir lo que
básicamente era una emoción muy simple. Por diferentes motivos, no podíamos
creer en ello ni en nosotros mismos...
—Sí —respondió ella con tristeza.
—Me dan ganas de retorcer el cuello a Suzy por haberme mentido, sin embargo,
yo tengo más culpa todavía. No debí creer en ella pero te habías portado con
tanta frialdad conmigo los últimos día que... .
—Porque sospechaba que podía estar embarazada y trataba de prepararme
para la soledad que estaba convencida tendría que soportar cuando lo
descubriera. Estaba segura de que me abandonarías. —Jamás —afirmó con
vehemencia y con ternura—. Todavía te amo, Jane, y los momentos de anoche
significaron algo muy especial para mí. Fue la oportunidad de confirmarte con
mi cuerpo lo que quizá no hubiera podido decirte con palabras, lo mucho que
aún te amaba.
—Yo también te amo...
—Lo cual es lo justo —rió Blake, bromeando y depositó un cálido beso en los
labios de Jane, quien respondió con júbilo, dejando que se manifestara
espontáneamente el amor que tanto había luchado por reprimir y ocultar.
—Ahora entiendo por qué estabas tan interesado en que Fern y yo nos
fuéramos a vivir contigo —ella sonrió.
—No fue la única razón. Conocía las amenazas de los Barrons, pero me sentía
impotente para hacer algo al respecto. Hay otra complicación que desconoces,
¿sabes que la abadía tiene otro comprador? Jane asintió con la cabeza.
—Soy yo. Me enamoré de ella desde la primera vez que la vi. No podía evitar
imaginarte en cada una de las habitaciones, a ti y a Fern y a los demás hijos que
quería que tuviéramos. Tenía que mantenerlo en secreto para que no se
enteraran los Barrons. El episodio de la excavadora fue lo que desencadenó
todo, al día siguiente firmé el contrato con Caroline.. Si los Barrons se hubieran
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enterado hubiesen tenido más razones aún para amenazarte. Jamás podrás
imaginarte la amargura que sentí cuando supe que creías que podía hacerte
algún daño. Quise decírtelo... pero estaba herido y necesitaba tu amor tanto
como tu confianza.
—Así que dejaste que siguiera pensando lo peor. —Ya ha pasado todo —Blake
colocó la cabeza de Jane en su hombro—. Y si estás de acuerdo, nos mudaremos
a la abadía lo más
pronto posible. Pienso seguir escribiendo y, aunque haré algunos viajes, tú
siempre me acompañarás.
—Ya he madurado, Blake —declaró con voz amable—, me siento con bastante
fuerza como para confiar plenamente en ti. Siempre que me decía que debía
sospechar de ti, no podía, porque, en lo más profundo de mi corazón, aún te
amaba.
—Gracias al cielo por la rendija en el techo —murmuró Blake con devoción,
luego volvió a besarla.
—Sí, gracias al cielo —repitió ella rodeándole con sus brazos.
De ahora en adelante no habría más camas separadas, no más angustias, no más
dolor.
—Blake... —dijo Jane en medio de un sueño, mientras los seductores labios de él
besaban su cara—. ¿Qué te gustaría más un hermano o una hermana para Fern?
—¿Quieres que te lo diga o que te lo demuestre? —preguntó con malicia.
Fin
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