1 Manual de Educación Constitucional Unidad I

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Tribunal Constitucional

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Contenido
EL ESTADO MODERNO ................................................................................ 3
Definición ......................................................................................................... 3
La soberanía ..................................................................................................... 5
Fines y justificación del Estado ........................................................................... 6
EL ESTADO DOMINICANO .......................................................................... 8
Un Estado unitario ........................................................................................... 11
Un Estado Social y Democrático de Derecho...................................................... 11
La soberanía en el Estado y el mandato representativo ...................................... 14
El régimen presidencial como sistema de gobierno ............................................ 16

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3

EL ESTADO DOMINICANO Y SUS CARACTERÍSTICAS


La Constitución estudiada en esta asignatura es la de la República Dominicana,
Estado cuya fundación ha tenido lugar en la época moderna. Por ello, en esta primera
unidad, antes de presentar los elementos constitutivos y las características
principales de este particular Estado moderno que es el nuestro, trataremos
brevemente sobre todos ellos en general.
EL ESTADO MODERNO
Definición
Según la definición más usual, el Estado es aquella organización social que ejerce
poder sobre la población de un territorio delimitado. En ella están presentes, como
puede verse, los elementos constitutivos del Estado, que son la población, el
territorio y el poder.
Ahora bien, si tenemos en cuenta que en todas las sociedades humanas ha existido
algún tipo de ejercicio de poder por parte de una persona o grupo de personas sobre
la población asentada en un determinado territorio, tenemos que concluir que dicha
definición nos impide captar la peculiaridad del Estado, fenómeno típicamente
moderno, por relación a las formas políticas que lo precedieron históricamente.
Dicho de otro modo, necesitamos introducir en la definición una importante precisión:
el poder del que en ella se trata es un poder soberano, es decir, un poder político
supremo. En las formas políticas premodernas, la noción de soberanía tenía muy
poca pertinencia o, la mayor parte de las veces, era nula. En cambio, en la
conformación de los Estados modernos resulta trascendental.
De ahí que resulte impropio utilizar el término ‘Estado’ para hacer referencia a
realidades como el Imperio Egipcio o el Cacicazgo de Higüey, entre otras muchas. El
Estado propiamente dicho, o sea, el que incluye y hace valer la noción de soberanía,
es una entidad política surgida, más o menos, a finales del siglo XV y comienzos del
XVI en Italia, Francia, España e Inglaterra en el contexto histórico de las luchas de
las monarquías para el logro de dos grandes propósitos: por un lado, su
emancipación respecto de la autoridad imperial y de la papal; por el otro, su
constitución como instancia de poder político centralizado frente a la división
medieval de dicho poder entre múltiples señores feudales (marqueses, condes,
duques, etcétera).
Eso permite entender que la soberanía apareciera inicialmente como un atributo
personal de los reyes, para cuya justificación o legitimación, por lo demás, se recurrió
a menudo al supuesto origen celestial de la misma. Eran las monarquías hereditarias
y de derecho divino o ‘por la gracia de Dios’. Solo posteriormente, a partir del siglo
XVIII y en el contexto del movimiento liberal, hicieron aparición los conceptos de
soberanía popular y de soberanía nacional, de modo que el ‘pueblo’ y la ‘nación’
vinieron a representar fuentes de legitimidad del poder político alternativas a la
dinástica y a la divina.
Curiosamente, ese mismo concepto de soberanía, que anteriormente había sido
empleado para apuntalar un poder monárquico sin límites, servía ahora a fines

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democratizadores, es decir, contrarios a los privilegios de los reyes y favorables a


los derechos políticos de sus súbditos.
Elementos constitutivos: población, territorio y poder
soberano
Una vez incorporada la anterior precisión, tenemos, pues, que los elementos
constitutivos del Estado moderno son la población, el territorio y el poder soberano.
Vamos a recorrerlos es ese mismo orden.
A) La población. El Estado es, antes que nada, una colectividad humana,
lo que implica que no puede existir sin una población.
La población constitutiva de un Estado es el conjunto de sus nacionales, es decir, de
las personas relacionadas con él mediante el vínculo de la nacionalidad,
independientemente de que vivan en el territorio de ese Estado o en el extranjero.
Se dice que el Estado posee sobre ellas una competencia personal.
Ahora bien, el Estado también posee competencia, la denominada territorial, sobre
todas las personas que habitan en su territorio, entre los cuales, obviamente,
además de muchos nacionales, se encuentran extranjeros.
B) El territorio. Es el espacio sobre el cual el Estado ejerce el poder propio
de las entidades soberanas, o sea, su soberanía territorial. Al igual que sucede con
la población, tampoco puede existir un Estado sin un territorio, sea este más grande
o más pequeño.
Este vínculo esencial entre el territorio y el poder soberano ha sido recordado por el
Tribunal Constitucional dominicano en los siguientes términos: «Es precisamente en
el territorio del Estado donde se concretiza una de las manifestaciones características
de su soberanía... Soberanía y territorio unidos indisolublemente son elementos
indispensables para la existencia del Estado»1.
Los componentes que integran el territorio de un Estado son 1) el territorio terrestre,
que incluye las aguas interiores, 2) el mar territorial con el suelo y el subsuelo marino
correspondientes y 3) el espacio aéreo, que es la porción de la atmósfera situada
sobre los dos primeros componentes y que incorpora el espectro radiomagnético.
Obviamente, los territorios estatales son exclusivos. No pueden existir solapamientos
entre ellos porque es imposible que en un determinado territorio existan
simultáneamente dos o más poderes soberanos o supremos. Por eso, como de nuevo
hizo notar nuestro Tribunal Constitucional, las injerencias extranjeras en el territorio
nacional de un Estado representan una limitación de la efectividad de su soberanía.2
El territorio de un Estado está establecido mediante las fronteras, que son las líneas
que lo delimitan. Es verdad, por lo tanto, que las fronteras son líneas de separación,
pero también lo es que a través de ellas tienen lugar muchas y muy diversas
relaciones entre los habitantes de uno y otro lado. Tales relaciones exigen una

1
TC/0037/12 de 7 de septiembre de 2012, 2.4.15.
2
TC/0315/15 de 25 de septiembre de 2015, 11.14.

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regulación jurídica especial, que suele llamarse ‘régimen fronterizo’.


C) El poder soberano. Recordemos que es precisamente esa cualidad
soberana del poder del Estado la que permite distinguirlo de las formas políticas
conocidas en las sociedades premodernas o, en otras palabras, que el poder que
forma parte de los elementos constitutivos del Estado es, específicamente, aquel que
es soberano.
Ahora bien, dada la importancia que tiene el concepto de soberanía estatal tanto en
el derecho constitucional como en el internacional, vamos a abordarlo
separadamente en el siguiente apartado.
La soberanía
Ya hemos sugerido que soberanía significa supremacía o, lo que es igual, máxima
superioridad jerárquica. Ahora tenemos que distinguir con Georg Jellinek entre la
‘soberanía del Estado’ y la ‘soberanía en el Estado’: «Aparecen... dos distintas
soberanías: una que corresponde al Estado, y otra a la persona que representa el
órgano supremo del mismo (...) La cuestión acerca del poder supremo en el Estado
no tiene nada que ver con la del poder supremo del mismo. Órgano soberano en el
Estado y Estado soberano son, pues, dos cosas enteramente distintas»3.
De la soberanía en el Estado nos ocuparemos un poco más adelante, cuando
estudiemos el principio democrático. La que ahora nos interesa es la soberanía del
Estado.
Suele atribuirse a Jean Bodin, jurista y filósofo francés del siglo XVI, la
conceptualización clásica de la soberanía estatal. Según él, son entes políticos
soberanos aquellos que «pueden dar ley a los súbditos y anular o enmendar las
leyes inútiles», y esto sin que «estén de ningún modo sometidos al imperio de otro»4,
tanto si este agente es interior como si es exterior a dichos entes. Esto nos da pie
para distinguir en la soberanía del Estado dos vertientes: la interna y la externa.
– En su vertiente interna, la soberanía significa que el Estado es la
instancia única de toma de decisiones en lo que respecta a sus propios asuntos.
Estos son gestionados exclusivamente por él mediante las normas, los órganos
públicos y las estructuras administrativas de que se ha dotado y, por lo tanto, sin
ningún tipo de injerencias por parte de otros poderes o actores sociales.
– En su vertiente externa, la soberanía equivale al principio de
independencia porque implica que cada Estado goza de igualdad jurídica con todos
los demás y, por lo mismo, que no está sometido a ninguno de ellos. De hecho, el
artículo 2.1 de la Carta de las Naciones Unidas declara que dicha organización “está
basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros.
Hay que precisar que la soberanía no exonera al Estado de las normas del derecho

3
JELLINEK (Georg), Teoría general del Estado, Fondo de Cultura Económica, México D. F., México,
2000, pp. 418-419.
4
BODIN (Jean), Los seis libros de la República, 3ª edición, Editorial Tecnos, Madrid, España, 1997, p, 52.

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internacional, pero su independencia no queda aminorada por tales normas. Al


contrario, el Estado es soberano porque se ve obligado por ellas de forma inmediata,
cosa que no sucede con las entidades territoriales que lo integran (regiones,
provincias, municipios, etcétera).
Asimismo, la soberanía de un Estado no se ve menguada por su libre adquisición de
obligaciones internacionales en orden a la convivencia pacífica y/o a la cooperación.
Tampoco es un argumento válido para desdecirse o zafarse de ellas. Más aún, como
asume el Tribunal Constitucional, en ocasiones esa convivencia y esa cooperación
pueden requerir «la aceptación de la competencia de organismos internacionales
sobre algunos asuntos de competencia nacional, o la cesión de algunas
competencias nacionales a instancias supranacionales»5.
Vale la pena precisar que la afirmación de la soberanía externa del Estado no hace
necesaria una concepción absolutista de la misma, que consistiría en pretender que
‘el Estado lo puede todo’. Además, dicha pretensión carecería de la más elemental
falta de realismo, al menos por los siguientes factores: 1) La existencia de un derecho
internacional, incluyendo el humanitario y de los derechos humanos, con figuras
como la injerencia humanitaria o la competencia de la Corte Penal Internacional. 2)
Los frecuentes choques de la soberanía de un Estado con las de otros, tan soberanos
como él, y todos ellos necesitados de un marco de coexistencia pacífica y
cooperativa. 3) La intensificación de la globalización en fenómenos como las crisis
financieras, los intercambios comerciales, el cambio climático, el terrorismo, la
migración y otros, que ponen a la vista la insuficiencia de los marcos estatales y, por
consiguiente, la necesidad de una cooperación reforzada entre ellos.
Por último, debería resultar claro que la igualdad entre los Estados de la que aquí
tratamos es únicamente la de carácter jurídico. Junto a ella existen enormes
desigualdades reales entre los Estados en lo que respecta a extensión geográfica,
volumen demográfico, riqueza económica, capacidad diplomática, potencial militar,
etcétera. Ahora bien, tales desigualdades reales no anulan el valor de la igualdad
soberana de todos los Estados. Más aún, podemos decir que el reconocimiento de
esta en medio de la magnitud de aquellas representa un cierto avance civilizatorio
en términos de respeto de la libertad de las poblaciones más débiles.5
Fines y justificación del Estado
Adoptando un punto de vista sociológico, no jurídico, Max Weber entendió el Estado
como una relación de dominación entre seres humanos apoyada sobre la violencia
legítima, o, mejor, como él mismo precisó, la que es socialmente percibida como
legítima. Y lo definió precisamente como aquella organización social que monopoliza
esa violencia: «El Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un
determinado territorio –el concepto del ‘territorio’ es esencial a la definición– reclama
para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima. Porque lo específico

5
CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA, citada en TC/0315/15 de 25 de septiembre de 2015, 11.3-4.

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de la actualidad es que a las demás asociaciones o personas individuales sólo se les


concede el derecho de la coacción física en la medida en que el Estado lo permite.
Este se considera, pues, como fuente única del ‘derecho’ de coacción»6.
Pues bien, a largo plazo resulta imposible que la persistencia y la estabilidad de un
Estado estriben únicamente en su capacidad de ejercer sobre sus nacionales una
violencia que ellos consideren como carente de justificación o legitimidad. Es
necesario, dicho de otro modo, que tales personas bajo jurisdicción del Estado
acepten que este resulta eficaz en el logro de los fines que le corresponden. Solo así
podrán consentir su soberanía o, lo que es igual, aceptarlo como poder político
supremo y, de ese modo, generar una especie de pacto social acerca de él.
Los Estados democráticos, como veremos, fundan su legitimidad de origen sobre la
soberanía popular y nacional (soberanía en el Estado). La legitimidad a la que ahora
atendemos es la de ejercicio, que, como decimos, pasa, entre otras cosas, por la
esmerada dedicación del Estado a aquellos fines que le son propios.
Los fines del Estado varían de unas a otras teorías e ideologías políticas y en función
del momento histórico atravesado por cada país. Sin embargo, podemos identificar
a grandes rasgos los principales fines que suelen atribuirse a un Estado y de los
cuales depende su justificación:
– Proteger a sus miembros, en términos tanto de seguridad interna
(mantenimiento del orden público) como externa (defensa del territorio nacional
contra amenazas extranjeras).
– Respetar y hacer valer el ordenamiento jurídico (Estado de Derecho),
asegurando a todos el acceso a un sistema judicial imparcial (igualdad ante la ley).
– Defender y promover los derechos y libertades de sus nacionales,
saliendo al paso de toda forma de abuso o discriminación.
– Fomentar el desarrollo social mediante la creación de condiciones
favorables para el crecimiento económico y la distribución de la riqueza.
– Garantizar la oferta de servicios públicos de calidad en materias
esenciales (salud, educación, vivienda, infraestructuras, etcétera).
– Preservar la propia identidad y cultura (apoyo a las expresiones
artísticas y otros servicios culturales, promoción de valores idiosincrásicos, protección
del patrimonio histórico y cultural, etcétera).
– Representar debidamente a su población en el ámbito internacional,
protegiendo sus intereses en el marco de unas relaciones en clave de paz y de
cooperación con otros Estados y con las organizaciones internacionales.
En nuestra tradición occidental, «filósofos y juristas han expresado el fin del Estado

6
WEBER (Max), Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México D. F., México, 1964, p.
1056.

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en la idea del bien común»7, porque, de algún modo, sintetiza todos los anteriores.
Con ello, la legitimidad del Estado viene a depender de la búsqueda de dicho bien,
es decir, de la procura de aquellas condiciones que son igualmente buenas para
todos los miembros de una sociedad porque hacen posible que cada uno de ellos
pueda lograr la felicidad o excelencia humana de acuerdo con su propio modo de
entenderla. Tales condiciones son, a fin de cuentas, los derechos fundamentales,
que serán estudiados con detalle en las unidades V a VIII.
EL ESTADO DOMINICANO
Elementos constitutivos: población, territorio y poder
soberano
Los elementos que constituyen el Estado dominicano son, al igual que los de cualquier
otro Estado, su población, su territorio y su poder soberano, que ahora nos
proponemos abordar de forma sucesiva.
A) La población o el pueblo constitutivo del Estado dominicano coincide
con el conjunto de sus nacionales o, lo que es igual, con las personas de nacionalidad
dominicana. Por ello, la Constitución declara en su artículo 1 que «el pueblo
dominicano constituye una Nación», cuya unidad, como se añade en el artículo 5, es
indisoluble.
Además de reconocer la nacionalidad dominicana a quienes gozaban de ella antes
de la reforma que tuvo lugar en el año 2010, la Constitución establece en su artículo
18 cinco criterios para la obtención de la misma:
– Por ascendencia familiar (ius sanguinis o derecho de la sangre). Son
dominicanos «los hijos e hijas de madre o padre dominicanos», así como «los
descendientes directos de dominicanos residentes en el exterior».
– Por el lugar de nacimiento (ius soli o derecho del suelo). También son
dominicanos «las personas nacidas en territorio nacional, con excepción de los hijos
e hijas de extranjeros miembros de legaciones diplomáticas y consulares, de
extranjeros que se hallen en tránsito o residan ilegalmente en territorio dominicano».
– Por opción. Se refiere a «los nacidos en el extranjero, de padre o
madre dominicanos, no obstante haber adquirido, por el lugar de nacimiento, una
nacionalidad distinta a la de sus padres. Una vez alcanzada la edad de dieciocho
años, podrán manifestar su voluntad, ante la autoridad competente, de asumir la
doble nacionalidad o renunciar a una de ellas».
– Por matrimonio. Son dominicanos «quienes contraigan matrimonio
con un dominicano o dominicana», opten por la nacionalidad de su cónyuge y
cumplan con los requisitos legales.
– Por naturalización. Asimismo, son dominicanos aquellos extranjeros a
los que se conceda dicha nacionalidad, de conformidad con las condiciones y las

7
JORGE GARCÍA (Juan), Derecho constitucional dominicano, 3ª edición, Tribunal Constitucional,
Santo Domingo, República Dominicana, 2016, p. 78.

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formalidades legalmente requeridas.


Tenemos, por otro lado, que la Constitución distingue claramente entre nacionalidad
y ciudadanía. Según su artículo 21, son ciudadanos aquellos nacionales que han
cumplido los 18 años de edad, así como aquellos otros que no los han cumplido pero
que están o han estado casados. Únicamente a ellos les corresponden los derechos
políticos, por eso también llamados de ciudadanía, que presentaremos en la unidad
VI de este manual. Existen, por lo tanto, nacionales que son ciudadanos y otros que
no lo son, pero todos ellos integran la población dominicana o el pueblo dominicano.
B) El artículo 9 de la Constitución especifica la conformación de nuestro
territorio, siguiendo la composición tripartita que conocemos: territorio terrestre,
mar territorial y espacio aéreo. Así, tenemos que el territorio de República
Dominicana está integrado por:
1) La parte oriental de la isla de Santo Domingo, sus islas
adyacentes y el conjunto de elementos naturales de su geomorfología marina. Sus
límites terrestres irreductibles están fijados por el Tratado Fronterizo de 1929 y su
Protocolo de Revisión de 1936. Las autoridades nacionales velan por el cuidado,
protección y mantenimiento de los bornes que identifican el trazado de la línea de
demarcación fronteriza, de conformidad con lo dispuesto en el tratado fronterizo y en
las normas de Derecho Internacional;
2) El mar territorial, el suelo y subsuelo marinos correspondientes.
La extensión del mar territorial, sus líneas de base, zona contigua, zona económica
exclusiva y la plataforma continental serán establecidas y reguladas por la ley
orgánica o por acuerdos de delimitación de fronteras marinas, en los términos más
favorables permitidos por el Derecho del Mar;
3) El espacio aéreo sobre el territorio nacional, el espectro
electromagnético y el espacio donde éste actúa. La ley regulará el uso de estos
espacios de conformidad con las normas del Derecho Internacional.
Ese mismo artículo constitucional declara que el territorio nacional dominicano es
inalienable, lo cual significa que en modo alguno puede ser vendido o cedido. Los
números 10 y 11, por su parte, están dedicados al régimen y a los tratados
transfronterizos.
C) Poder soberano. El poder que es condición necesaria para la existencia
del Estado dominicano, como de todo Estado, se caracteriza por su soberanía. Ahora
bien, para mantener el paralelismo con la presentación anteriormente realizada de
los elementos constitutivos de los Estados en general, vamos a tratar sobre dicha
soberanía en el apartado que sigue.
La soberanía del Estado dominicano
La Constitución, como no podía ser de otra manera, proclama la inviolabilidad de la
soberanía de la Nación dominicana, organizada en Estado con el nombre de
República Dominicana (artículo 1) en honor a Juan Pablo Duarte. En efecto, en su
artículo 3 puede leerse:

9
10

«La soberanía de la Nación dominicana, Estado libre e independiente de todo poder


extranjero, es inviolable. Ninguno de los poderes públicos organizados por la
presente Constitución puede realizar o permitir la realización de actos que
constituyan una intervención directa o indirecta en los asuntos internos o externos
de la República Dominicana o una injerencia que atente contra la personalidad e
integridad del Estado y de los atributos que se le reconocen y consagran en esta
Constitución. El principio de la no intervención constituye una norma invariable de
la política internacional dominicana».
A) La libertad e independencia respecto de todo poder extranjero y el
principio de la no intervención ahí consignados apuntan claramente hacia la vertiente
de la soberanía que antes hemos llamado externa.
Ahora bien, esa soberanía externa no tiene nada en común con la negación de las
responsabilidades de la República Dominicana en tanto que Estado miembro de la
comunidad internacional, como se evidencia en el artículo 26. En él se dispone, entre
otras cosas, que esta República:
– En igualdad de condiciones con otros Estados, reconoce y aplica las
normas del derecho internacional, siempre y cuando hayan sido adoptadas por sus
poderes públicos.
– Se compromete a actuar internacionalmente en favor de los derechos
humanos, la solidaridad entre las naciones y el desarrollo de los pueblos, así como a
fomentar la convivencia pacífica entre los Estados, con particular interés por los
procesos de integración americanos.
– Puede suscribir tratados internacionales en tal sentido «para atribuir a
organizaciones supranacionales las competencias requeridas para participar en
procesos de integración».
B) En lo que respecta, ahora ya, a la vertiente interna de la soberanía del
Estado dominicano, podemos decir que esta se materializa en la supremacía de la
Constitución que él se ha dado a sí mismo con toda libertad. Dicha supremacía se
encuentra determinada en los artículos 6 y 73 del propio texto constitucional. Por
citar el primero de ellos: «Todas las personas y los órganos que ejercen potestades
públicas están sujetos a la Constitución, norma suprema y fundamento del
ordenamiento jurídico del Estado. Son nulos de pleno derecho toda ley, decreto,
resolución, reglamento o acto contrarios a esta Constitución». Se entiende que la
Constitución se conozca también como la ‘ley fundamental’ y, a veces, como la ‘Carta
magna’.
El respeto de la dignidad humana como fundamento del
Estado
No solo la dignidad humana es el primero de los valores supremos y principios
fundamentales proclamados en el preámbulo constitucional, sino que, además, el
respeto de la misma aparece como fundamento tanto del Estado dominicano como,
lógicamente, de su Constitución: «El Estado se fundamenta en el respeto a la dignidad
de la persona» (artículo 38) y, asimismo, «la Constitución se fundamenta en el

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respeto a la dignidad humana» (artículo 5).


Profundizaremos en el concepto de dignidad humana en la unidad V, cuando lo
estudiemos en tanto que base de los derechos fundamentales. Por ahora es suficiente
con decir que la dignidad es el valor absoluto que es inherente a cada persona
humana por el solo hecho de ser tal y, por lo tanto, independientemente de cualquier
particularidad o característica singular y de todo otro tipo de consideración
individual.
Un Estado unitario
El artículo 7 de la Constitución establece que la República Dominicana está
organizada de forma unitaria y el 193 insiste en que «es un Estado unitario».
Necesitamos distinguir ese concepto de Estado unitario del de Estado federal. Para
ello, vamos a hablar de ‘gobierno central’, pero, en el presente contexto, esa
expresión no se refiere solo al órgano ejecutivo, sino al conjunto de órganos del
Estado que ejercen las competencias o funciones estatales en todo el territorio.
Un Estado federal es aquel que está integrado por diversos entes territoriales, cuyo
nombre varía según el país. Por ejemplo, se llaman provincias en Argentina,
cantones en Suiza y estados (en rigor no lo son) en Estados Unidos. Es la propia
constitución la que distribuye las competencias estatales entre tales entes y el
gobierno central, de modo que ni aquellos ni este pueden alterarlas.
Eso significa que las competencias que poseen los entes territoriales no han sido
delegadas por el gobierno central, sino que son propias de ellos.
En cambio, en el Estado unitario es el gobierno central el que concentra la totalidad
de las competencias estatales o, dicho de otro modo, ese Estado cuenta con «un
soporte único para la estatalidad»8 y no dos (gobierno central y entes territoriales),
como sucede en el Estado federal.
Ahora bien, del hecho de que la República Dominicana sea un Estado unitario no se
sigue que esté totalmente centralizada, es decir, que todas las competencias sean
ejercidas por el gobierno central. Al contrario, la Constitución prevé «la transferencia
de competencias y recursos hacia los gobiernos locales» (artículo 204), es decir, los
ayuntamientos y las juntas de los distritos municipales, que gozan «de autonomía
presupuestaria, con potestad normativa, administrativa y de uso de suelo» (artículo
199)9. Cuando en la unidad III estudiemos los poderes del Estado en la República
Dominicana, atenderemos con mayor detalle a este gobierno local.
Un Estado Social y Democrático de Derecho
«La República Dominicana es un Estado Social y Democrático de Derecho», tal como
recoge el artículo 7 de su Constitución. Se trata de una cláusula compleja porque en
ella se dan cita tres principios básicos: el Estado de Derecho, el Estado Democrático
y el Estado Social. Enseguida vamos a recorrerlos en ese mismo orden, pero

8
JORGE PRATS (Eduardo), Derecho constitucional, volumen I, 3ª edición, Editorial Ius Novum, Santo
Domingo, República Dominicana, 2010, p. 607.
9
TC/0152/13 de 12 de septiembre del 2013.

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conviene, antes de nada, que hagamos un comentario de carácter general sobre


dicha fórmula.
No es casualidad, ni mucho menos, que el Tribunal Constitucional se haya convertido
«en promotor de la cláusula del Estado Social y Democrático de Derecho»1010 porque
esa fue una pieza clave en el salto cualitativo dado por la República Dominicana con
su reforma constitucional del año 2010. Ciertamente, dicha reforma insertó
plenamente la Constitución en el llamado movimiento neoconstitucional, es decir,
las constituciones que, tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, pusieron en
marcha el Estado Social y Democrático de Derecho en muchos países occidentales.
Una de las características principales de esas constituciones es que se encuentran
axiológicamente comprometidas, o sea, que están fundadas en valores y al servicio
de los mismos, muy especialmente ese valor absoluto de cada persona que
denominamos dignidad. Pues bien, ese es exactamente el caso de la Constitución
dominicana, en cuyo preámbulo se asumen «los valores supremos y los principios
fundamentales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad, el imperio de la ley, la
justicia, la solidaridad, la convivencia fraterna, el bienestar social, el equilibrio
ecológico, el progreso y la paz, factores esenciales para la cohesión social».
Existe una discusión, que aquí no podemos abordar, en torno a la identidad o no
identidad entre valores supremos y principios fundamentales de un ordenamiento
jurídico. Lo seguro es, como vemos, que la Constitución los aborda conjuntamente
y que, desde el momento en que determinados valores son proclamados por la
Constitución como supremos, ese su lugar constitucional les proporciona la máxima
fuerza normativa en el ordenamiento dominicano.
A) El principio del Estado de Derecho o del ‘imperio de la ley’ significa que
dicho Estado, con la totalidad de sus órganos y actividades, está sometido al
ordenamiento jurídico. Este principio sustituye el ‘gobierno de los hombres’ por el
‘gobierno de la ley’, con la pretensión de evitar decisiones arbitrarias por parte de
los gobernantes y, en esa medida, garantizar a todas las personas por igual un marco
de seguridad jurídica en el que, en consonancia con su dignidad, puedan actuar
libremente. Se trata, como puede verse, de una aspiración empapada de moralidad.
En efecto, la República Dominicana es un Estado de Derecho, pero no es un Estado
Legal. Muchos de los primeros Estados de Derecho tuvieron constituciones cuyo
carácter no era jurídico o normativo, sino meramente declarativo. Sus sistemas
políticos estuvieron dominados por los parlamentos y, por lo tanto, la supremacía
jurídica correspondió a las leyes por ellos elaboradas.
En cambio, ya sabemos que en la República Dominicana, como en el
neoconstitucionalismo en general, la norma suprema de todo el ordenamiento
jurídico es la Constitución (artículo 6), cuya supremacía debe ser garantizada por el

10
RAY GUEVARA (Milton), «Prólogo», en FRANCO (Francisco), Constitución de la República
Dominicana interpretada por el Tribunal Constitucional dominicano, Tribunal Constitucional, Santo
Domingo, República Dominicana, 2020, p. 8.

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13

Tribunal Constitucional, como explicaremos en la siguiente unidad de este manual.


Esto permite entender que la República Dominicana no es un Estado Legal, sino un
Estado Constitucional. Es, ciertamente, un Estado de Derecho, pero no Legal, sino
Constitucional.
B) El principio democrático está recogido no solo en la cláusula del Estado
Social y Democrático de Derecho, sino también en el artículo 4 de la Constitución, en
el cual se lee que el gobierno de la Nación es esencialmente democrático. El texto
constitucional se protege de eventuales iniciativas de legisladores en sentido
antidemocrático al prohibir que una modificación del mismo pueda versar sobre el
carácter democrático de la forma de gobierno (artículo 268).
El principio democrático consiste en la afirmación de la soberanía popular,
proclamada en el artículo 2 de la Constitución: «La soberanía reside exclusivamente
en el pueblo, de quien emanan todos los poderes». Ahora bien, dado que «el pueblo
dominicano constituye una Nación» (artículo 1), la soberanía popular se identifica
con la nacional, superando así la distinción histórica entre ambas. Debemos notar
que ahora no se trata de la soberanía del Estado dominicano, sino de la soberanía
en el Estado dominicano. La titularidad de dicha soberanía corresponde al pueblo o,
lo que es igual, a la Nación.
En el apartado siguiente tendremos ocasión de hacer algunas precisiones acerca del
principio democrático. De momento, conviene caer en la cuenta de que la
democracia no es meramente una cuestión de técnica o procedimiento de gobierno,
sino que en ella toman cuerpo determinados valores. Veamos este punto.
La regla más importante para la toma de decisiones en una democracia es la
mayoritaria (simple, absoluta o reforzada, según los casos), Se trata, ciertamente,
de un procedimiento, pero presupone un reconocimiento tanto del valor de la igualdad
política de los ciudadanos (un ciudadano, un voto), como del pluralismo de sus
opciones y de la tolerancia hacia estas. Dicha regla, por lo demás, debe
compatibilizarse con el respeto de los derechos de las minorías.
Al mismo tiempo, la democracia tiene importancia moral porque respeta
políticamente el valor de la libertad. No es ninguna casualidad que Rousseau, gran
teórico de la democracia, empezara su obra sobre El contrato social constatando que
«el hombre ha nacido libre y, sin embargo, por todas partes se encuentra
encadenado»11. En efecto, si los miembros de un Estado no tienen derechos
democráticos que les den la posibilidad de ejercer políticamente su libertad, son
tratados como meros súbditos y no como ciudadanos. Al servicio de esa misma
libertad se encuentran la separación y la independencia de los poderes públicos
(artículos 4 y 7), que trataremos en la unidad III.
C) El principio del Estado Social expresa el compromiso de la República
Dominicana con la satisfacción de los derechos sociales, económicos y culturales
proclamados por la propia Constitución y que estudiaremos en las unidades VII y

11
ROUSSEAU (Jean-Jacques), El contrato social, 12ª edición, Ediciones Austral, Madrid, España,
2007, p. 35.

13
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VIII. Dicho compromiso equivale a la voluntad de redistribuir con un criterio de


equidad la riqueza socialmente producida, dado que los mecanismos de mercado
suelen distribuirla de una forma muy desigual.
Efectivamente, el gran valor que el Estado Social encarna es el de la igualdad. Por
eso, según el artículo 39.3 de la Constitución, «el Estado debe promover las
condiciones jurídicas y administrativas para que la igualdad sea real y efectiva y
adoptará medidas para prevenir y combatir la discriminación, la marginalidad, la
vulnerabilidad y la exclusión». Se trata de un Estado que asume como una de sus
tareas esenciales que todas las personas dispongan de los medios necesarios para
«perfeccionarse de forma igualitaria, equitativa y progresiva» (artículo 8).
El Tribunal Constitucional, por su parte, ha hecho valer en materia de derechos
económicos, sociales y culturales ese «principio de progresividad y la cláusula de no
retroceso... que impide a las instituciones del Estado desmejorar las condiciones
originalmente preestablecidas salvo razones rigurosamente justificadas»12.
Según un prejuicio relativamente extendido, estos derechos tienen menor
importancia que los civiles y los políticos, pero eso no es razonable. «¿Por qué van
a ser menos importantes las necesidades económicas vitales, que pueden ser
cuestiones de vida o muerte, que las libertades personales?»13.
Al mismo tiempo, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales
hace que las personas estén en situación de ejercer cabalmente sus otros derechos
fundamentales, los cuales, de otra forma, serían poco más que letra muerta. Por
ejemplo, el ejercicio de la libertad de expresión se dificulta enormemente en
ausencia de una base educativa; el derecho al libre desarrollo de la personalidad sin
las debidas condiciones de alimentación y de salud; y el derecho a la intimidad si la
vivienda resulta deficiente.
La soberanía en el Estado y el mandato representativo
La teoría política distingue tres tipos de democracia: directa, semidirecta y
representativa. Se trata de lo que Max Weber llamó tipos ideales, o sea, modelos
conceptuales que no suceden nunca en la realidad en estado puro, pero que ayudan
a comprenderla.14
Tales modelos no se diferencian por la titularidad del poder político soberano o
soberanía. Puesto que se trata de democracias, dicho poder pertenece al pueblo o a
la nación en los tres casos. Se diferencian por el ejercicio de dicho poder. Veamos.
La democracia directa es aquella en la cual no existe ninguna delegación del ejercicio
del poder político, sino que los ciudadanos conservan todas las competencias o, en
otras palabras, son ellos quienes toman las decisiones de todo tipo en la gestión de

12
TC/0093/12 de 21 de diciembre de 2012, 9.3.2. Pueden verse también las Sentencias
TC/0203/13 de 20 de noviembre de 2013, 10.g. y TC/0111/19 de 27 de mayo de 2019, 11.21.
13
SEN (Amartya), Desarrollo y libertad, Editorial Planeta, Barcelona, España, 2000, p. 87.
14
WEBER (Max), Ensayos sobre metodología sociológica. Amorrortu Editores, Buenos Aires,
Argentina, pp. 79- 93.

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15

los asuntos públicos.


En la democracia semidirecta, en cambio, determinadas competencias políticas son
delegadas en algunos, elegidos para tal fin mediante el voto popular, pero los
ciudadanos conservan las demás competencias, o sea, la capacidad de tomar
decisiones directas en el resto de los asuntos. Además, en este modelo la ciudadanía
tiene a su disposición una serie de instituciones que le permiten controlar a los
electos en el ejercicio de las funciones que les han sido delegadas.
La democracia representativa, por último, consiste en la total delegación del ejercicio
del poder político en algunos ciudadanos. La única decisión de la ciudadanía versa
sobre quiénes van a tomar las decisiones políticas en representación de ella. Se dice
que estos reciben un mandato representativo, cuyo mecanismo son las elecciones.
Pues bien, como se lee en el artículo 4 de la Constitución, la democracia dominicana
es esencialmente representativa. Es verdad que los legisladores (diputados y
senadores) «no están ligados por mandato imperativo», es decir, no están sometidos
a órdenes de acción precisas por parte de sus electores, pero la delegación del
ejercicio del poder legislativo que reciben del pueblo (artículo 76) no es un cheque
en blanco. Al contrario, deben actuar siempre «con apego al sagrado deber de
representación del pueblo que los eligió» y, precisamente por eso, a él «deben rendir
cuentas» (artículo 77.4). Más exactamente, «deberán rendir cada año un informe de
su gestión ante los electores que representan» (artículo 92).
Tampoco el presidente de la República recibe un mandato imperativo para ejercer,
en su caso, el Poder Ejecutivo «en nombre del pueblo» (artículo 122), pero también
él, como sabemos, está obligado a una rendición anual de cuentas (artículos 114 y
128.2.f).
Ahora bien, la democracia dominicana no es meramente representativa, sino que,
en determinados asuntos, el pueblo ejerce el poder político «en forma directa»
(artículo 2), lo cual comporta, en términos del Tribunal Constitucional, «la existencia
del modelo de democracia participativa»15. Los derechos políticos o de ciudadanía
serán presentados con mayor detalle en la unidad VI, pero, para poder justificar que
la democracia dominicana no se limita a reproducir el modelo representativo,
tenemos que avanzar que la Constitución prevé algunos mecanismos de
participación política directa por parte de la ciudadanía.
En tal sentido podemos mencionar 1) el referendo consultivo sobre aquellas
cuestiones que le sean sometidas, pero, sobre todo, el obligatorio y aprobatorio sobre
determinadas reformas de la Constitución, 2) la iniciativa legislativa, 3) el referendo,
el plebiscito y la iniciativa normativa municipales y 4) la denuncia de las faltas
cometidas por los funcionarios públicos en el desempeño de sus funciones (artículos
22, 97, 203, 210 y 272).
Además, con mucha razón se ha interpretado que, al facultar a cualquier persona
con interés legítimo y jurídicamente protegido para presentar una acción directa de

15
TC/0093/19 de 18 de septiembre de 2019, 11.9.

15
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inconstitucionalidad contra leyes, decretos, reglamentos, resoluciones y ordenanzas,


el artículo 185.1 de la Constitución está poniendo a disposición de los ciudadanos
un importante medio de control de los electos en su ejercicio del poder político.
Puesto que la soberanía radica en el pueblo, «en modo alguno se debe privar a ese
pueblo el poder ejercer el derecho de reclamar que sea expulsada del ordenamiento
jurídico una norma que, aunque emitida por los poderes públicos, sea contraria al
orden constitucional».16
El régimen presidencial como sistema de gobierno
No podemos terminar esta presentación general de las características del Estado
dominicano sin hacer referencia al régimen presidencial, fijado por la Constitución
como sistema de gobierno.
Esto nos remite a la distinción entre el régimen presidencial y el régimen
parlamentario, dos esquemas de delegación del ejercicio del poder político. Ambos
se diferencian, más exactamente, por su forma de organizar la relación entre el Poder
Legislativo y el Poder Ejecutivo.

Régimen presidencial Régimen parlamentario

Legislativo Ejecutivo Legislativo Ejecutivo

Ciudadanía Ciudadanía

En un régimen parlamentario, como el que existe, por ejemplo, en Alemania, España


o Italia, los ciudadanos eligen directamente solo a quienes van a ejercer el Poder
Legislativo, los cuales, a su vez, son los responsables de conformar el Poder
Ejecutivo. Se trata de un esquema de interdependencia de los poderes porque el
Legislativo puede derrocar al Ejecutivo (sea por moción de censura promovida por el
primero o por cuestión de confianza presentada por el segundo) y el Ejecutivo, por
su parte, puede disolver el Legislativo, en cuyo caso debe convocar elecciones. Se
añade que el régimen parlamentario no hace coincidir en la misma persona la
jefatura del Poder Ejecutivo y la del Estado.
En cambio, en un régimen presidencial, como el que existe en Estados Unidos, México
y Argentina, entre otros países, los ciudadanos eligen directamente a los
responsables del ejercicio tanto del Poder Legislativo como del Poder Ejecutivo. Aquí
estamos ante un esquema de independencia de ambos poderes. Eso significa que,

16
BEARD MARCOS (Alba Luisa), Voto salvado, en TC/0362/19 de 18 de septiembre de 2019, 29.

16
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como consecuencia de esa legitimidad democrática directa de la que ambos gozan,


ni el Legislativo puede derrocar al Ejecutivo ni el Ejecutivo puede disolver el
Legislativo. Además, en este tipo de régimen el jefe del Poder Ejecutivo es también
el jefe del Estado.
Pues bien, el régimen fijado por la Constitución dominicana es, como decimos, de tipo
presidencial. Tanto el presidente de la República como los legisladores son elegidos
directamente por voto popular (artículos 77 y 124), lo cual refleja un esquema de
independencia de ambos poderes. Y, además, el presidente de la República es, al
mismo tiempo, jefe del Estado y jefe del gobierno o Poder Ejecutivo (artículo 122).

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