Es Posible Otra Racionalidad Economica

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Para citar este artículo: Calvo, Patrici: 2012, “¿Es Posible otra Racionalidad Económica?

”, en XIX
Congreso EBEN: Transformar el mundo, humanizar la ciencia, (Barcelona, EPSEB), pp. 1‐23, ISBN 978‐84‐
695‐0696‐7 [http://www.eben‐spain.org/docs/Papeles/XIX/4‐1.swf]

¿ES POSIBLE OTRA RACIONALIDAD ECONÓMICA? ∗


Patrici Calvo1
Universitat Jaume I
Departamento de Filosofía y Sociología
[email protected]

Resumen: La racionalidad económica se ha desarrollado tradicionalmente sobre los presupuestos antropológicos


de un ser humano egoísta y maximizador de utilidades cuya única pretensión para establecer relaciones con los
demás agentes es optimizar su nivel de bienestar personal. El presente artículo proyecta defender la tesis de que no
sólo es posible discernir otro enfoque de racionalidad económica, sino también necesario si en mente está generar y
desarrollar una economía más rica y fructífera en todos los aspectos.Para alcanzar tal propósito se analizará la
propuesta de transformación ética de al racionalidad económica desarrollada por Amartya Sen y el importante papel
que puede jugar la ética empresarial en el todo este proceso.

Palabras clave: Amartya Sen, ética empresarial, homo oeconomicus, neuroeconomía, racionalidad económica,
recursos morales, teoría de juegos evolutivos.

Durante la última década ha surgido entre economistas principalmente una


incipiente preocupación por los fundamentos sobre los cuales se asienta la «teoría
económica contemporánea». Diferentes estudios han empezado a evidenciar que las
relaciones económicas no responden tácitamente a un modelo único de ser humano, un
individuo que actúa por y para sí, movido exclusivamente por la maximización de sus
preferencias internas. Este reduccionismo metodológico ha forjado durante más de un
siglo la «teoría económica contemporánea», condicionando sustancialmente sus
posibilidades de desarrollo al promover el desarraigo de la racionalidad práctica en
favor de una racionalidad técnica necesaria pero insuficiente para abordar la
complejidad que muestra el comportamiento del agente económico.
Con el objetivo de introducirse en una propuesta plausible que permita abordar la
transformación de la racionalidad económica que reclaman diferentes corrientes de
pensamiento, en un primer momento el estudio se centrará en analizar las consecuencias
derivadas de un proceso modernizador de la economía fundamentado en el positivismo
y la tecnocracia, de tal forma que puedan ser percibidos tanto los porqués de su rápida


Este estudio se inserta en el Proyecto de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico FFI2010-
21639-C02-02, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (actualmente Ministerio de Economía
y Competitividad) y con Fondos FEDER de la Unión Europea, y en las actividades del grupo de
investigación de excelencia PROMETEO/2009/085 de la Generalitat Valenciana.
1
Investigador Predoctoral del Ministerio de Ciencia e Innovación (FPU/2008).

1
aceptación como las características básicas que lo definen y que le confieren un estatus
particular. En un segundo momento, la idea será interesarse por el proceso que ha
forjado el actual debilitamiento de la «teoría racional económica» contemporánea al
destapar la simplicidad de un discurso construido sobre un criterio de racionalidad
extremadamente estrecho: la «teoría de juegos», la «teoría de juegos evolutivos» y la
«neuroeconomía». En un tercer momento el estudio se interesará por la propuesta de
transformación ética de la racionalidad económica desarrollada por Amartya Sen, una
propuesta que se apoyada en la fuerza motivadora procedente de aquellos sentimientos y
los compromisos que, además del interés personal, son capaces de expresar los agentes
cuando establecen relaciones en contextos competitivos. Finalmente, en un cuarto
momento se intentará exponer en qué medida se ve fortalecida la ética empresarial con
este enfoqué ético de racionalidad económica y qué papel puede desempeñar en todo el
proceso.

1. La apuesta por una economía sin valores


A pesar de que la ética ha tenido a lo largo de la historia un peso muy importante en
toda la teoría económica —desde Aristóteles a Adam Smith— el proceso de
racionalización promovido por la modernidad apostó desde sus inicios por una
perspectiva económica desvinculada del ámbito moral y fundamentada en el positivismo
y la tecnocracia (Conill, 2006: 114). Desde ese momento ser moderno en economía
significaría tácitamente fijar la mirada sobre el funcionamiento eficiente y la
objetividad. Un comportamiento intrínsecamente relacionado con mantenerse al margen
de valores, normas y sentimientos morales, puesto que —como argumenta Sen— se
trata de un enfoque egoísta de racionalidad que supone un rotundo “rechazo de la visión
de la motivación relacionada con la ética” (1989: 33).
Esta tendencia a la separación radical entre ética y economía característica de la
modernidad se ha venido fraguando desde que en 1776 Adam Smith, autor considerado
el padre de la economía moderna, publicase Investigación de la naturaleza y causas de
la riqueza de las naciones (Sen, 2000: 325), ejerciendo su influencia sobre, al menos,
tres importantes líneas: ‘axiológica’, ‘epistemológica’ e ‘institucional’ (Conill, 2006:
114-120).
Respecto a la cuestión ‘axiológica’, durante el proceso de modernización se produce
una atomización de la esfera económica buscando independizarse de la religión, de las
tradiciones y de la moral. Si bien desde sus comienzos la economía había estado ligada
al orden de las instituciones tradicionales, con el tiempo la economía se va convirtiendo
en una esfera autónoma capaz de coordinar la acción sin la necesidad de apelar a Dios
por una parte o a lo moral por otra. Este hecho se advertía como una expresión de la
libertad y del progreso humano, puesto que a través de ello se conseguía recrear un
espacio en el cual las relaciones entre individuos eran ciertamente posibles a pesar de no
contar con las hasta entonces necesarias imposiciones y restricciones tradicionales de la
religión o de la moral (Conill, 2006: 115).
A partir de ese momento se comienza a gestar un cambio ‘axiológico’ que tendría
consecuencias importantes en la forma de ver y entender el mundo. Algunas cosas que
hasta ese momento habían sido consideradas como un ‘vicio’, como el ‘ánimo de lucro’,
ahora empezaban a ser consideradas como una cuestión ‘natural’, ‘moralmente
justificada’ y, sobre todo, ‘valiosa’ gracias a las aportaciones y ventajas que
supuestamente ofrecían tanto para el logro del establecimiento de relaciones humanas
como para el propio progreso económico y social en general. El interés individual de los
agentes se establecía así como condición suficiente para garantizar el orden relacional

2
en contextos económicos, una búsqueda del interés particular que indirectamente
repercutiría muy favorablemente sobre el bien común al constituirse éste en una “fuente
inagotable de beneficios sociales para la sociedad entera, ya que impulsa a crear,
innovar y asumir riesgos (Cortina et al.: 2000: 57). De este modo, apoyándose en las
supuestas indicaciones de Smith se construye una «teoría de la elección racional»
basada en el enfoque único de la búsqueda de la ventaja personal (Sen, 2000: 323), con
lo cual se admite como racional en economía aquello que persiga la búsqueda del
autointerés y se concibe como irracional todo lo demás (Sen, 1989: 33).
A través de este cambio ‘axiológico’ se asientan las bases del ‘individualismo
metodológico’ y se gesta la figura paradigmática del homo oeconomicus, un ser
calculador, egoísta y maximizador de utilidades cuya influencia fue rebasando las
fronteras de lo económico y ocupando un espacio significativo en todo ámbito de
interacción humana (Conill, 2006: 115). Su fuerza de atracción fue tal que el
pensamiento económico y su racionalidad basada en el cálculo estratégico de los
mejores medios para alcanzar las preferencias individuales empiezo a dejar su impronta
en todo espacio de relacionalidad humana, influyendo y transformando incluso “nuestro
modo de pensar, de analizar las cosas y de actuar en lo privado y en lo público” (Conill,
2006: 120). De este modo, como argumenta Conill, la economía pasa de buscar su
autonomía a ofrecer una teoría general de la racionalidad y del comportamiento humano
que subsume el resto de esferas de la vida:

La analítica económica constituye el marco de inteligibilidad para explicar no sólo los factores
económicos, sino asimismo los no-económicos del comportamiento humano. Se trata de
«imperialismo económico», por cuanto de la autonomía se ha ido pasando al establecimiento de
su primacía en todos los órdenes de la vida humana. (2006: 123)

Respecto a la cuestión ‘epistemológica’, el cambio ‘axiológico’ de la sociedad y la


influencia del homo oeconomicus también hizo mella sobre el enfoque de pensamiento
científico que debía interpretar la realidad económica. Desde ese momento el culto al
cálculo se vuelve fuente de saber para el economista y la economía deja de ser una
ciencia histórica y social, separándose drásticamente de la filosofía práctica ―aquel
saber que se preocupa por cómo deberían ser las cosas que pueden ser de otra forma― e
instalándose dentro de los límites de la ciencia mecanicista ―aquel saber que se
preocupa por cómo son las cosas que no pueden ser de otra manera―. El agente
económico, en tanto que homo oeconomicus, empieza a entenderse como parte de “un
acontecer sometido a las ‘leyes’ de un movimiento económico (por ejemplo la ley de la
oferta y la demanda)” (Conill, 2006: 116). Un acontecer en sentido moderno en el cual
carecerá de significado hablar de convicciones y valores morales, puesto que los propios
“mecanismos económicos del mercado constituyen un orden natural, dentro del que ya
no es posible aplicar categorías éticas como la justicia social” (Conill, 2006: 117). Así,
las categorías económicas fueron quedando matematizadas al mismo tiempo que vacías
de contenido ético.
Y finalmente, además del cambio ‘axiológico’ y ‘epistemológica’ el proceso
modernizador ha traído consigo una nueva ‘institucionalización’, fruto de la cual los
principios morales se han visto objetivados y procedimentalizados. Presa de la
complejidad de la vida social moderna, la tendencia de instituciones como el mercado,
el Estado, la empresa o la opinión pública ha sido adaptarse mediante el incremento
exponencial de su propia complejidad, a través de extenderse y diferenciarse de las
demás. Este proceso de ‘racionalización’ acometido por las instituciones dentro de su
‘normal’ y ‘necesaria’ modernización ha hecho que el ámbito moral se considere como
prescindible y no constitutivo de su propia identidad, convirtiéndose de esta forma en

3
aparentes instituciones tecnificadas, burocratizadas y eficientes “carentes de sentido
moral operativo” (Conill, 2006: 120).
A través de tres líneas ―‘axiológica’, ‘epistemológica’ e ‘institucional’― se ha
obrado la radical separación existente entre lo económico y lo ético, un hecho que como
argumenta Sen ha empobrecido sustancialmente la economía moderna (1989: 25). Sin
embargo, esta visión estrecha de racionalidad económica forjada por la modernidad ha
encontrado en la actualidad fuertes fundamentos para su reflexión y posible revisión. La
«teoría de la elección racional» entiende que los agentes económicos se mueven
motivados exclusivamente por el egoísmo, sin embargo desde la «teoría de juegos
evolutivos» y la ‘neuroeconomía’ se ha empezado a cuestionar tales presupuestos,
destapando la simplicidad de un discurso económico fundamentado sobre un criterio de
racionalidad extremadamente estrecho y focalizado en las conductas individualistas y
autointeresadas de los agentes.

2. El debilitamiento de la «teoría racional económica»


Comprender el proceso crítico abierto actualmente sobre los presupuestos que
subyacen a las relaciones racionales económicas, una corriente de pensamiento
impulsado sobre todo por economistas insatisfechos con la explicación que ofrece la
teoría económica sobre el comportamiento racional del agente económico, precisa de
introducirse en las aportaciones tanto de la «teoría de juegos evolutivos» como de la
‘neuroeconomía’. Analizar ambos ámbitos de estudio permite discernir qué ha suscitado
la actual exigencia de acometer necesariamente una revisión profunda de la «teoría
económica tradicional» y de la «teoría de la elección racional». Sin embargo, para
alcanzar tal propósito es preciso retroceder hasta la aparición de la «teoría de juegos»
tradicional, dado que es a partir de su propio desarrollo —con la introducción de un
componente dinámico que diera respuestas plausibles a los numerosos problemas que
mostraba la teoría— y de su modernización tecnológica —con la introducción de las
más sofisticadas tecnologías capaces de mostrar qué partes del cerebro se activan
cuando sentimos, amamos, odiamos, lloramos, deliberamos, reciprocamos, etc. en el
estudio y análisis de juegos estratégicos— desde donde arranca esta fuerte tendencia
actual.

2.1 La «teoría de juegos»


Con la publicación en 1944 de Theory of games and economic behabiour (1944),
John Von Neumann y Oskar Morgenstern asentaron las bases de la llamada «teoría de
juegos». Su propuesta giraba en torno a la introducción de juegos de estrategia como
fuente y método de estudio de las conductas humanas en contextos económicos con el
objetivo principal de predecir el comportamiento del agente racional económico.
Tras experimentar con la aplicación de juegos de ‘suma cero’2 con ‘información
completa’3 —como el ‘dilema del prisionero’, el‘ juego del ultimátum’, el‘ juego del
dictador’ o el ‘juego del gallina’ entre otros―, a través del ‘teorema minimax’ los
autores mostraron que todo juego posee “una estrategia para cada jugador que les
permite a ambos optimizar sus resultados: maximizar sus ganancias para uno, y
minimizar sus pérdidas para el otro” (Del Río, 2007: 15).

2
Juegos de ‘suma cero’ son aquellos en los cuales para que un jugador gane, el otro necesariamente tiene
que perder (Dawkins, 1989: 285).
3
‘Información completa’ describe un tipo de juego en el cual los participantes disponen de toda la
información relevante sobre la estructura del juego, sobre las recompensas y estrategias disponibles tanto
para sí mismo como para los demás.

4
Se trataba de juegos de estrategia en los que se representaban situaciones imaginarias
donde a) dos agentes al menos tomarían ciertas decisiones sabiendo que las
consecuencias derivadas no iban a ser fruto de su propia acción, sino del conjunto de
acciones tomadas por todos los implicados en el juego, y donde b) se esperaba que el
objetivo de cada jugador sería siempre maximizar su propio interés: encontrar una
estrategia válida que le permita un resultado final lo más favorablemente posible para
sus intereses teniendo en cuenta lo que hace o posiblemente vaya a hacer su adversario.
En los posteriores años a la publicación del libro la teoría experimentó un notable
desarrollo de la mano de sus creadores. Éstos fueron introduciendo nuevos conceptos
que enriquecieron su propuesta inicial, como el de ‘estrategias mixtas’4 para dar
respuesta a aquellas situaciones dentro de juegos donde no existía una única ‘respuesta
óptima’5. Sin embargo serían finalmente las aportaciones de los premio Nobel de
economía de 1994 John Forbes Nash y John Harsanyi las que lograrían consolidarla
definitivamente.
Sin alejarse de la idea inicial, fundamentada en una racionalidad individual y auto-
interesada del homo oeconomicus, Nash advirtió a través de dos artículos publicados
durante 19506 que la «teoría de juegos» podía generalizarse, que era válida tanto para
tipos de juegos con n-personas y n-estrategias como para juegos no únicamente de
‘suma cero’, como por ejemplo el ‘dilema del prisionero’. De esta idea nació el famoso
concepto de ‘equilibrio de Nash’, concepto que puede definirse como “un conjunto de
estrategias, las cuales son la mejor opción posible para cada jugador teniendo en cuenta
la elección de su contrincante” (Mora, 2007: 121).
Ello significaba que todo juego con un número finito de jugadores y estrategias
contiene al menos un ‘equilibrio’ en ‘estrategias mixtas’. En el ‘dilema del prisionero’7,
por ejemplo, un ‘equilibrio de Nash’ ―en ‘estrategias puras’8— estaría representado
por la elección ‘ambos confiesan’ a pesar de que con esta decisión los jugadores
individualmente obtienen un peor resultado que con ‘ambos cooperan’ 9. La razón se
encuentra en que si la elección final es ‘ambos cooperan’, existiría la posibilidad por
alguna de las partes de mejorar el resultado confesando el delito. Como argumenta
Dawkins, tal juego no permite otra opción, pues “(…) no hay manera de garantizar la

4
Una ‘estrategia mixta’ hace referencia a un estado en el cual se dan lugar un número finito de
‘estrategias puras’, lo que viene a ser el punto de partida del famoso ‘equilibrio de Nash’.
5
Una ‘respuesta óptima’ es lo que más tarde vino a conocerse con Nash como ‘estrategia dominante’,
aunque en una forma más desarrollada.
6
Los dos artículos publicados por Nash en 1950 fueron ‘Equilibrium Points in n-Person Games’ y ‘The
Bargaining Problem’.
7
Una ‘estrategia pura’ es una acción con probabilidad 1. Un ‘equilibrio de Nash’ en ‘estrategia pura’
significa que “cada jugador usa una pura, pero no necesariamente dominante, estratégia” (Gintis, 2000:
27)
8
El clásico juego del ‘dilema del prisionero’ se presenta en clave de sentencias de cárcel, no en dinero.
Representa el hipotético caso de dos personas que se encuentran arrestadas por un delíto que han
cometido conjuntamente. Separados en dos celdas independientes y aisladas, a cada uno de ellos se le
ofrece la oportunidad de traicionar al compañero de fechorías (desertar) para mejorar su situación
(maximizar el beneficio). Lo importante del juego es que el resultado final de éste no dependerá de la
respuesta individual de cada jugador, sino de la respuesta conjunta que éstos den. Si confiesa (desertar) y
el otro no (cooperar), el traidor sale de la cárcel y el cooperante pasa diez años en prisión. Si los dos
confiesan (desertar), ambos quedan recluidos en prisión, aunque el atenuante de arrepentimiento y
colaboración pesa en la sentencia y genera una reducción de condena importante, por lo que ambos pasan
‘sólo’ cinco años en prisión. Finalmente, si ninguno dice nada (cooperar), como la policia no tienen
pruebas suficientes para imputarlos por el delito que supuestamente han comentido, se les condena por un
delito menor y pasan dos años en la cárcel (Dawkins, 1989: 266-268).
9
Para conocer las diversas versiones del ‘dilema del prisionero’, ver “Los chicos buenos terminan
primero” (Dawkins, 1989: 263-299)

5
confianza”. Por ese motivo, “a menos que uno sea un bendito incauto, demasiado bueno
para el mundo, el juego está predestinado a finalizar en mutua deserción” (1989:267).
Sin embargo, la idea de ‘equilibrio de Nash’ encontró al menos dos problemas de
difícil solución. El primero de ellos fue el hallazgo de juegos que albergaban dos o más
‘equilibrio de Nash’, hecho que obligaba a buscar un criterio válido para discernir en
cada caso concreto cuál de ellos debería ser elegido (Zamagni, 2006: 31). Mientras que
el segundo fue la introducción de ‘juegos extensivos’ donde los participantes no toman
la decisión de forma simultánea —como sí ocurre en los ‘juegos en forma normal’—
sino que lo hacen en momentos diferentes y conociendo la respuesta de los otros
adversarios10.
Ante la imposibilidad de hallar respuestas plausibles a tales cuestiones, la «teoría de
juegos» se apoyó en la ‘biología evolutiva’. De ésta surgieron interesantes propuestas
que fueron acogidas con cierto alivio y una gran dosis de esperanza por los teóricos. La
introducción de un componente ‘dinámico’ abría la puerta a nuevas posibilidades para
desarrollar la teoría propuesta por Neumann y Morgenstern y consolidada por Nash y
Harsanyi. Sin embargo, lejos de lo esperado en un principio el elemento ‘evolutivo’
hizo visible una cuestión hasta entonces prácticamente incuestionable: una antropología
del agente económico fundamentada en la racionalidad del homo oeconomicus no
explica en su totalidad el conjunto de relaciones perceptibles dentro de los contextos
económicos ni el propio progreso económico.

2.2 La «teoría de juegos evolutivos»


La llamada «teoría de juegos evolutivos» fue propuesta por John Maynard Smith en
1982 a través de la publicación del libro Evolución and the theory of game. Ésta nace en
un primer momento con la idea de dotar la «teoría de juegos» de un componente
‘dinámico’ o ‘evolutivo’ que permitiese el estudio de la conducta animal (Gintis, 2000:
148). Sin embargo, sus avances respecto al problema del ‘refinamiento’11 apuntado
generó una ampliación de su expectativa inicial, empezando a ser utilizada de forma
multidisciplinar por biólogos, economistas, sociológos, psicólogos y filósofos en sus
respectivos campos de estudio sobre el comportamiento humano en contextos
económicos12 (Del Río, 2007: 29).
Tras unos comienzos difíciles, donde tampoco se logró ese deseado estado final de
‘equilibrio único’ (Zamagni, 2006: 32), se reinterpretó la «teoría de luegos evolutivos»
desde el fundamento de una racionalidad limitada, lo cual mostró dos cuestiones
sumamente importantes y esperanzadoras. La primera de ellas fue que podía llegar a
mostrar cómo y bajo qué condiciones particulares determinados comportamientos
racionales a priori acababan siendo difundidos mediante procesos de aprendizaje social.
Y la segunda que su desarrollo permitía evidenciar que los comportamientos más
racionales no siempre son los más beneficios para los participantes del juego dentro de
un contexto competitivo (Zamagni, 2006: 32-33).
Ambas cuestiones constituían una importante fisura sobre el hasta entonces
insoslayable enfoque económico tradicional, puesto que dejaba en evidencia su

10
Para conocer más sobre los ‘juegos extensivos’ o los ‘juegos en forma normal’, ver ‘Game Theory: A
Lexicon for Strategic Interaction’ (Gintis, 2000: 3-14).
11
Un ‘refinamiento’ es el proceso de búsqueda de un ‘equilibrio’ entre diferentes ‘estratégias puras’, que
no necesariamente ‘dominantes’ (Gintis, 2000: 27).
12
La principal diferencia entre la «teoría evolutiva de juegos» y la «teoría de juegos» clásica radica en el
avandono de los ‘equilibrios’ como punto central de estudio en favor de las ‘dinámicas estratégicas’, una
cuestión que permitió adoptar posturas más abiertas y no sólo enfocadas a los juegos de ‘suma cero’
originales o a los tipos de juego con un ‘enfoque normal’.

6
hipótesis central basada en la racionalidad del homo oeconomicus. Sus numerosos
retractares, sobre todo economistas insatisfechos con la realidad relacional que refleja
una economía focalizada exclusivamente sobre un ser autointeresado e individualista,
comenzaron a aplicar en sus estudios dos de las más interesantes aportaciones a la
«teoría de juegos»: una noción estática de equilibrio —estrategia evolutivamente
estable (EEE)— y una especificación del proceso dinámico de selección —dinámica de
replicación (DR)— (Zamagni, 2006: 34). A saber:
El concepto de EEE representa el equivalente ‘dinámico’ o ‘evolutivo’ del ‘equilibrio
de Nash’ dentro de la «teoría de juegos» convencional (Gintis, 2000: 148). Esta idea se
centra en aquella estrategia o patrón de comportamiento que siendo empleada por la
mayoría de los miembros de una sociedad proporciona a ésta el máximo beneficio
adaptativo posible, permaneciendo robusta tanto al asedio de otras estrategias
individuales —como pasaba en el del ‘equilibrio de Nash’— como también a las
variaciones “elegidas simultáneamente por una fracción pequeña pero positiva de
jugadores” (Zamagni, 2006: 34). De este modo, como argumenta Dawkins, la única
opción posible para un individuo de esa sociedad es replicar, imitar tal conducta si no
quiere ser penalizado:

Una estrategia evolutivamente estable o EEE es definida como una estratégia que, si la mayoría
de la población la adopta, no puede ser mejorada por una estrategia alternativa. (…) Ya que el
resto de población consiste en individuos, cada uno de los cuales trata de potenciar al máximo su
propio éxito, la única estratégia será la que, una vez evolucionada, no puede ser mejorada por
ningún individuo que difiera de ella. (…) una vez se logra una EEE, ésta permanecerá; la
selección penalizará cualquier desviación respecto a ella (1989:91)

En cuanto al concepto de DR, éste indica que, en un juego, el valor de una estrategia
para un conjunto de agentes se incrementa según su mayor rentabilidad en relación a la
media remunerativa del conjunto de estrategias (Del Río, 2007: 104; Gintis, 2000: 191).
O dicho de otro modo, la DR muestra que aquellas estrategias que están por encima de
la media, y que por tanto han demostrado ofrecer un mayor ventaja evolutiva para una
sociedad concreta, aumentan su presencia a costa de aquellas estrategias que están por
debajo, a través de un paulatino proceso de dominación que acaba por hacerlas
desaparecer13 (Zamagni, 2006: 34).
El uso de ambas aportaciones en la construcción de diversos modelos aplicables a
diferentes contextos, como formación de convenciones sociales, impacto y evolución de
normas sociales, evolución cultural, cambio institucional, evolución de las preferencias
individuales, etc., ha logrado que hoy la «teoría de juegos evolutivos» se haya asentado
dentro de la literatura económica como alternativa válida al enfoque neoclásico y su
homo oeconomicus (Zamagni, 2006: 35). Su capacidad para explicar aspectos centrales
de la racionalidad económica en virtud de causas endógenas, como puede ser la
consistencia y perdurabilidad de un nivel concreto de racionalidad entre sus agentes
económicos o las condiciones de supervivencia de motivaciones individuales no
autointeresadas (Zamagni, 2006: 35), han hecho de ella una herramienta esperanzadora
para poder comprender mejor las conductas y decisiones de los agentes económicos sin
tener que recurrir necesariamente a la figura del homo oeconomicus.
Como argumenta Gintis, dejar de favorecer la perspectiva del homo oeconomicus
permite apreciar la coexistencia de diversos tipos de homo dentro de la economía y de
las instituciones, organizaciones y empresas que la componen: oeconomicus, parachius,
egualis y, sobre todo, reciprocans (2000: 252). De su atención depende precisamente

13
Para conocer más sobre DR ver The Evolution Theory Games: A Problem-Centered Introduction To
Modeling Strategic Interaction (Gintis, 2000: 188-219)

7
explicar el conjunto de conductas observables en contextos económicos, pero también, y
gracias a ello, poder modificar las estructuras heredadas para optar a un modelo de
economía y de empresa que represente una mayor libertad para el ser humano, negativa
y positiva; que recoja, en definitiva, toda posibilidad de acción e interacción humana. A
través de tales cuestiones se están consolidando además las bases sobre las cuales se
asientan y construyen los diferentes proyectos de vida buena de los stakeholders.
A esta corriente de pensamiento también se le ha unido en los últimos tiempos el
interés de las ‘neurociencias’ que, sobre todo a través de una de sus disciplinas, la
‘neuroeconomía’, pretende descubrir las bases cerebrales implícitas en las conductas y
actitudes del agente racional económico (Glimcher, 2004). Con la introducción de los
neurocientíficos y las más modernas tecnologías de captación de imágenes cerebrales en
el estudio y análisis de juegos de estrategia como el ‘dilema del prisionero’ o el
‘ultimátum’, se han proporcionado nuevas evidencias de que la racionalidad económica
tradicional está construida sobre una serie de supuestos y simplificaciones de la realidad
(Mora, 2007: 106) y que el homo oeconomicus es sólo una posibilidad más dentro de
los contextos económicos (Hauser, 2008: 340).

2.3 «Teoría de juegos» y «neuroeconomía»


Las ‘neurociencias’ se han convertido actualmente en todo un fenómeno científico a
la sombra de los espectaculares avances tecnológicos que han permitido detectar, entre
otras cosas, qué zonas se activan en el cerebro cuando odiamos, amamos, reímos,
valoramos, deliberamos, nos indignamos, etc. Este hecho es apreciable a través de la
gran cantidad de libros, revistas científicas, jornadas, congresos y seminarios que sobre
esta disciplina de la ‘neurofisiología’ han visto la luz en la última década y que tienden
a aumentar su número cada nuevo año.
Esta rama de la ‘fisiología’ estudia empíricamente, a través de imágenes de la
actividad cerebral extraídas sobre todo mediante Magnetoencefalografía (MEG),
Topografía de Emisión de Positrores (PET) y Resonancia Magnética Funcional (fMRI)
—que permite registrar la variación de flujo sanguíneo por la diferente oxigenación en
la sangre— cómo funciona el cerebro, ya sea éste humano o animal (Carmerer,
Loewenstein y Prelec, 2005). El uso y aplicación de estas modernas técnicas ha
permitido mostrar dos cuestiones importantes. En primer lugar que diferentes partes del
cerebro se han ido especializando en una función concreta. Y, en segundo lugar, que
además existe un nexo de unión entre ellas (Mora, 2007: 125). La localización en el
cerebro de estas zonas específicas ha dado lugar a un buen número de nuevas
especialidades dentro de la ‘neurociencia’, tales como la ‘neuroética’, el
‘neuromarketing’, la ‘neurosociología’, ‘neuropolítica’ o la ‘neuroeconomía’ por citar
algunas de las más significativas (Mora, 2007: 26-28); especificidades que buscan
discernir cómo funciona el cerebro humano para, entre otras cosas, intentar predecir las
conductas de los agentes.
En el caso concreto de la ‘neuroeconomía’, ésta se centra en intentar discernir —
aunando la más moderna tecnología en la extracción de imágenes cerebrales con los
métodos de la economía experimental clásica (Hauser, 2008: 338)— cómo funciona el
cerebro en contextos económicos, sobre todo en qué aspectos determinan la toma de
decisiones de los agentes económicos (De Chant et al., 2009: 693). Sin entrar a describir
pormenorizadamente los resultados de la aplicación del análisis neuronal de los agentes
implicados en juegos como el ‘ultimátum’14o el ‘dictador’, lo que parece relevante
destacar en este estudio es que también la ‘neuroeconomía’ se presenta como una firme
14
Para conocer más sobre los resultados del estudio indicado, véase ‘Neuroeconomía’ (Mora, 2007: 122-
125)

8
candidata para enterrar definitivamente de la teoría económica tradicional su defensa de
una racionalidad económica fundamentada únicamente en el homo oeconomicus. Entre
otras cuestiones por un elemento tradicionalmente olvidado y que hoy vuelve a
reivindicarse en la economía: los sentimientos y las emociones (Hauser, 2008: 340;
Mora, 2007: 121-122).
Como explican Fehr y Rockenbach en ‘Detrimental effects of sanctions on human
altruism’, diferentes experimentos neurocientíficos muestran que “el enfoque
prevaleciente el interés propio tiene graves deficiencias, ya que pasa por alto los efectos
negativos de las sanciones sobre lo justo y lo injusto en el altruismo humano” (2003:
137). La «teoría de juegos» supone que un jugador se encuentra dentro de un
‘equilibrio’ porque considera que es la opción más ventajosa posible teniendo en cuenta
las respuestas de los adversarios. Sin embargo, esta idea no se cumple siempre. No en
pocas ocasiones los jugadores optan por respuestas ‘irracionales’ contrarias a la
maximización de su propio interés (Mora, 2007: 121).
De hecho, las imágenes cerebrales extraídas en base a las respuestas dadas por
diferentes jugadores del ‘juego del ultimátum’ revelan que cuando una respuesta es
considera como injusta por el receptor se activan en él y en diferente grado distintas
partes del cerebro: la ‘ínsula anterior’ —área relacionada con los sentimientos—, la
‘corteza prefrontal dorsolateral’ —área involucrada en aspectos cognitivos— y la
‘corteza cingalada anterior’ —área relacionada con el placer o la recompensa—.
Dependiendo del grado de actividad de cada una de las partes el jugador acabará por
aceptar o rechazar la oferta, activación que dependerá —y mucho— de los sentimientos,
las emociones, las normas, la cultura o los principios morales de cada jugador.
Mientras las ‘corteza prefrontal dorsolateral’ se activa de manera uniforme ante
ofertas injustas que luego serán rechazadas, la ‘ínsula anterior’ lo hace
proporcionalmente dependiendo del grado de injusticia percibido, y la ‘corteza
cingalada anterior’ con el grado de atención que el receptor prestaba de la oferta injusta.
De este modo, los neuroeconomistas han determinado que la ‘ínsula interior’ se
encuentra detrás de las ofertas injustas rechazadas, dado que tiene una mayor activación
cuando esto va a pasar, mientras que la ‘corteza prefrontal dorsolateral’ lo está de las
ofertas injustas que finalmente serán aceptadas, pues su activación es mayor que la
‘ínsula anterior’, y la ‘corteza cingalada anterior’ en el interés que despierta la oferta. Es
en realidad toda una estructura puesta al servicio del jugador para determinar la
respuesta conductual final. Por eso motivo la conclusión a la que llegan los
neuroeconomistas es que ni todo es autointerés como dice la «teoría económica
clásica», ni todo es altruismo como algunos de sus críticos opinan. Detrás de las
conductas de los agentes económicos se halla un conjunto de factores que determinan la
respuesta final, entre los cuales destaca la maximización del propio beneficio y el
cálculo costes-beneficios, pero también los sentimientos, valores, normas, y principios
morales.
Como defienden Fehr y Gächter en ‘Altruistic punishment in humans’ los individuos
no sólo son capaces de castigar comportamientos ‘parasitarios’ que no respetan las
normas sociales o morales, sino que lo hacen aun sabiendo que su conducta no les
reportará ganancia material alguna e incluso a pesar de que, en algunos casos, pueda
tener en un alto coste para ellos (2003: 137). Detrás de este ‘castigo altruista’ se
encuentran para los autores dos factores determinantes. Por una parte una estrecha
relación entre las emociones negativas que despierta la acción del ‘desertor’ o
‘parasito’, y por otra parte la consideración de que el castigo impuesto es moralmente
legitimo. En palabras de los propios autores, los “resultados sugieren que la legitimidad

9
moral de la sanción es un factor crucial. Dentro del contexto de ‘bien público’ el castigo
a los free-riders es un acto altruista que se considera moralmente legítimo” (2003: 139).
Por todos estos motivos desarrollados, desde la constatación de la inconsistencia de
la «teoría de juegos», pasando por la coexistencia de una pluralidad de homos mostrada
por la «teoría de juegos evolutivos» y llegando con la más novedosas tecnologías de
extracción de imágenes cerebrales a la certificación de un mapa motivacional del agente
económico relacionada con el interés personal pero también con emociones,
sentimientos, normas y compromisos, muchos economistas insatisfechos con la
explicación que ofrece la «teoría económica» tradicional entienden que es necesario y
posible dilucidar un nuevo tipo de racionalidad económica que no ancle sus raíces en la
figura del homo oeconomicus (Calvo, 2011: 103). Una racionalidad amplia no
exclusivamente individualista y autointeresada que permite comprender mucho mejor el
proceso económico moderno y la insostenibilidad actual del sistema, proporcionando
con ello nuevos caminos para su estudio y desarrollo (Calvo, 2011: 106-108).
Uno de los enfoques de racionalidad económica propuestos como alternativa
plausible al modelo tradicional fundamentado en el homo oeconomicus es el
desarrollado por Amartya Sen. Una propuesta que, sin romper con la economía
moderna, recupera la propuesta smithiana y la complementa, aunando dentro de la
preferencias del agente económico tanto los ‘sentimientos’ como los ‘compromisos’
además del ‘interés personal’.

3. La Transformación de la Racionalidad Economía en Amartya Sen:


Intereses, Sentimientos y Compromisos.
Uno de las propuestas que mayor influencia ha ejercido en todo el proceso crítico
abierto alrededor del modelo económico neoclásico, es la desarrollada por premio Nobel
de economía de 1998 Amartya Sen. Durante más de tres décadas a reivindicando desde
sus libros y a través de sus conferencias por todo el mundo la necesidad de revisar
precisamente la teoría económica convencional. Sobre todo porque la naturaleza misma
de ésta “se ha visto sustancialmente empobrecida por el distanciamiento que existe entre
la economía y la ética” (Sen, 1989: 259), un hecho que ha generado no pocos problemas
para el correcto desarrollo humano y social a pesar de que la cantidad de recursos
disponibles actualmente sobrepasa con creces el de otras épocas precedentes.
Mediante su propuesta de una teoría de la justicia social y económica, estructurada
alrededor del enfoque de las capacidades y constituida sobre fines valiosos y no
únicamente sobre los mejores medios para satisfacerlos, Sen ofrece los fundamentos
para el diseño de una nueva racionalidad económica no reducible únicamente a las
preferencias egoístas del agente económico, sino articulada alrededor de un ser que se
mueve tanto influido por ‘sentimientos’ y ‘compromisos’ como por la búsqueda
legítima del ‘interés particular’. Una idea de racionalidad económica que no intenta
romper con la economía moderna sino dotarla de un mayor sentido y contenido
atendiendo a una revisión comprometida del pensamiento de Adam Smith, a quien
injustamente se le ha atribuido la defensa y promoción del homo oeconomicus (Sen,
2003: 41). De esta forma recupera la propuesta ética inicial del profesor de filosofía
moral de la universidad de Glasgow que, aunque largamente olvidada por las posturas
neoclásicas, se encuentra implícita en sus escritos fundamentales.
En varios de sus libros Sen aborda la racionalidad económica tradicional como uno
de los grandes problemas de nuestro tiempo dada su implicación en el empobrecimiento
del desarrollo humano y social. La fuerte influencia del enfoque técnico sobre la teoría
economía moderna en detrimento del enfoque ético ha generado la limitación de la

10
libertad humana, su capacidad para poder llevar a cabo aquello que tiene buenas razones
para valorar (2000: 78).
Sen entiende que el enfoque técnico ha sido enormemente fructífero para la
economía al haber mejorada, entre otras cosas, la comprensión de sí misma.
Especialmente en cuanto a mostrar el sentido de muchas relaciones sociales que son
fundamentales para su actividad (1989: 27). Pero por encima de todo, como se puede
comprobar en la siguiente cita, su intención es resaltar que la economía puede dar
mucho más de sí prestando mayor atención a las cuestiones morales que conforman la
conducta humana en contextos de interacción económica. No se trata de encumbrar una
en detrimento de la otra, como hizo la teoría neoclásica al apostar únicamente por el
‘enfoque técnico’ en su análisis económico, sino de complementarlas para generar una
economía más rica en todos los aspectos.

(…) no estoy manteniendo que el enfoque no ético debe ser improductivo. Con todo, me gustaría
señalar que la economía, tal y como ha evolucionado, puede hacerse más productiva prestando
una atención mayor y más explícita a las consideraciones éticas que conforman el
comportamiento y el juicio humano. No intento desechar lo que se ha logrado, sino, claramente,
pedir más (1989: 27).

Desde este punto de vista, la idea principal de Sen gira en torno a conseguir una
transformación ética de la racionalidad económica. Una racionalidad que recupere ese
potencial moral subyacente que, a pesar de haber estado presente en el pensamiento de
grandes clásicos como Aristóteles o Adam Smith (Conill, 2006: 80-107), fue
postergado y poco a poco olvidado por la «teoría económica» durante su proceso
modernizador a través de las erróneas interpretaciones de muchos de sus teóricos (Sen,
1989: 44-45).
Esta transformación ética de la racionalidad se articula para Sen alrededor de,
principalmente, dos ideas básicas: mostrar la ingenuidad de una racionalidad
fundamentada en las preferencias del homo oeconomicus y acometer una profunda
revisión de la teoría smithiana para recuperar su carácter propio, mucho más real y
enriquecedor tanto para la economía como para sus agentes y pacientes (Pedrajas,
2006a: 106). Puesto que ambas cuestiones han sido claves en la construcción de la
«teoría económica moderna», de su revisión dependerá poder recuperar la razón práctica
y abordar.

3.1 Homo oeconomicus y racionalidad económica


La «teoría de la racionalidad económica» encuentra su fundamento principal en la
«teoría de la elección racional», la cual está intrínsecamente relacionada con la «teoría
de la preferencia revelada» y ésta, a su vez, muy influenciada por el homo oeconomicus.
A continuación se irá reconstruyendo este proceso analizando cada una de estas partes
indicadas.
En uno de sus más completos trabajos al respecto, ‘Los tontos racionales: una crítica
de los fundamentos conductistas de la teoría económica’ (1986), Sen analiza cómo el
proceso modernizador de la economía se ha desarrollado tradicionalmente sobre la base
de una concepción antropológicamente negativa del ser humano (1986: 172). La
premisa básica de que los agentes son egoístas y se mueven sólo por su propio interés ha
caracterizado los diferentes modelos económicos y ha influido enérgicamente sobre la
«teoría económica contemporánea» a pesar de que muchos de sus defensores —como
Francis Edgeworth— mostraron en sus escritos claras dudas al respecto (Sen, 1986:
104).

11
La formalización de esta visión estilizada y relativamente abstracta del concepto de
ser humano es relativamente reciente y se encuentra estrechamente vinculada al
contexto de la «teoría de la preferencia revelada». A saber:
La «teoría de la preferencia revelada», introducida por G. B. Antonelli en 1886 con
su obra Sulla teoría matemática della economía pura y fijada por Paul Samuelson a
través de sus diferentes estudios, entiende que es posible discernir las ‘preferencias’ o
‘mejores opciones’ de elección de un agente económico a través de sus costumbres
adquisitivas (Celaya, 1962: 7-61). Esto quiere decir que, si se observa que estando
disponibles un conjunto de bienes determinada, un agente elige A antes que B, y B antes
que C, se constata que A se ‘revela’ para éste como preferido a B y C, y B se ‘revela’
como preferido a C. De esta forma la ‘utilidad’ del agente queda determinada y
ordenada ordinalmente bajo la representación numérica de sus ‘preferencias internas’
observadas15, un ordenamiento de ‘preferencias’ que el agente no podrá saltarse ni
dudar de ella si no quiere incurrir en comportamiento irracional.
Para la «teoría de la preferencia revelada» de este requerimiento de consistencia
interna de la elección observada depende la maximización del propio interés, y de éste
la posible conducta racional del agente económico (Sen, 1986: 180-182; 1989: 30-31;
2000: 91). En palabras de Sen:

En este enfoque se consideran “racionales” las elecciones de una persona si, y sólo si, todas estas
elecciones pueden explicarse en términos de alguna relación de preferencia consistente en la
definición de preferencia revelada, es decir, si todas sus elecciones pueden explicarse como la
elección de opciones “preferidas por encima de todas” con respecto a una relación de preferencia
postulada (1986: 182)

Como se puede apreciar en esta cita, la atracción por este ser dominado por sus
deseos preferenciales y constatables a través de sus hábitos adquisitivos cuyo objetivo
único a la hora de establecer relaciones comerciales es la continua maximización de su
propio beneficio, a hecho que la «teoría de la elección racional» vea en el cálculo de los
’intereses’ o ‘utilidades’ del agente la única posibilidad válida para poder hablar de
relaciones económicas racionales, y por tanto reales16 (Sen, 2000: 323).
Partiendo de este supuesto básico, para la «teoría de la elección racional» toda
desviación de la maximización del propio interés, en tanto no seguir el correcto orden
natural de las ‘preferencias’ o ‘utilidades’ observables, evidencia inconsistencia17 en el
agente y, por consiguiente, irracionalidad; una premisa que —dicho sea de paso—
implica un firme rechazo al papel fundamental de la ética en todo proceso decisorio
dentro de la economía (Sen, 1989: 33). Todo aquello que no responda a tal motivación
interna queda etiquetado como irracional y se entiende que repercutirá negativamente
tanto en el bienestar del individuo —entendido éste como utilidad— como también en
el buen funcionamiento de la realidad económica. Por este motivo, la «teoría económica
contemporánea» asume que los seres humanos tienden a elegir entre diferentes

15
Como aclara Sen, en “la versión clásica del utilitarismo, tal como la formula Jeremy Bentham, la
utilidad es el placer, la felicidad o la satisfacción y, por tanto, todo gira en torno a los logros mentales”
(2000: 79), pero tal “como se emplea la «utilidad» en la teoría moderna de la elección, se ha dejado en
gran medida de identificar con el placer o con la satisfacción de los deseos y se concibe como la
representación numérica de la elección de una persona. (…) hoy consiste en ver en la utilidad sólo la
representación de las preferencias de una persona” (2000: 91).
16
Uno de los supuestos fundamentales de la economía moderna es la afirmación de que el
comportamiento racional no es diferente del comportamiento real (Sen, 1989: 28).
17
Ser ‘inconsistente’ significa que lo que se piensa o siente internamente no se corresponde con lo que
hace externamente. Si un agente elige A estando disponible B, siempre tiene que elegir A por encima de B
o se determina que es inconsistente.

12
posibilidades aquella que le permite no sólo satisfacer sus ‘preferencias internas
reveladas’, sino maximizarlas.
Esta teoría del comportamiento racional basada en la relación y maximización de las
‘preferencias internas observables’ ofrece, sin embargo, ciertos problemas para Sen. Por
una parte, —y siguiendo la propia reflexión ya establecida por Samuelson— que este
enfoque de comportamiento racional “nos conduce a una teoría muda”, puesto que el
comportamiento se explica en términos de ‘preferencia’ o ‘utilidades’ definidas
mediante el propio comportamiento y se validada por la observación efectiva (1986:
184-185). Por otra parte, que se trata de una teoría económica con una escasa estructura
de base, dado que ‘asigna’ al agente un ordenamiento ordinal de preferencias y ‘supone’
que tras este ordenamiento puede verse representados sus intereses, su bienestar
personal, su criterio de lo que debería hacerse y su comportamiento (Sen, 1986: 202). Y
finalmente, que la cuestión del egoísmo se torna baladí por su escasa consistente, puesto
que deja relativamente claro que la teoría relaciona ‘preferencia’ con el propio conjunto
de bienes del agente económico sólo porque éste es el único sobre el cual puede tener
verdadero control directo el agente y no porque únicamente le importen sus propios
intereses (1986: 186).
Estas cuestiones apuntadas merecen para Sen una reflexión en profundidad de los
supuestos sobre los cuales se apoya la «teoría racional económica». En primer lugar
alrededor de si ciertamente esta visión tan sumamente simple de ser humano es la mejor
aproximación posible al comportamiento ‘real’ del agente económico (1989: 34; 2000:
323). En segundo lugar acerca de por qué perseguir el interés particular es racional y
real y todo lo demás irracional e irreal (1989: 32). Principalmente en lo concerniente a
qué fundamentos y evidencias empíricas hay detrás de una afirmación tan radical como
el ‘egoísmo universal’ (1989: 33-36). En tercer lugar en cuanto al éxito que puede
lograr un agente económico comportándose de forma exclusivamente egoísta (1989:
38), lo cual parece quedar en evidencia no en pocas ocasiones. Y finalmente, en cuarto
lugar sobre si realmente todas estas cuestiones apuntadas pueden ser atribuidas a Smith
o, por el contrario, se basan en una interpretación extremadamente simplificada de su
pensamiento (1989: 38-39).
La clave para deshacer todo este reduccionismo y abrir de nuevo la reflexión
económica al ámbito moral se encuentra —según Sen― en la revisión del pensamiento
smithiano, puesto que si los fundamentos de la racionalidad económica se basan en
realidad en la supuesta defensa que éste hizo de un mercado económico autónomo
donde interactúan seres racionales y de cuyo comportamiento egoísta deriva el óptimo
bienestar personal y social, mostrar la ingenuidad o equívoco de tales interpretaciones
deja sin razones de peso a los defensores de la «teoría racional económica» ortodoxa y
alienta la entrada de otras posibles (Sen, 1989: 38-39).

3.2 La atribuida pequeñez de Adam Smith


Los teóricos partidarios y defensores del egoísmo han encontrado en Bernand
Mandeville y Joseph Butler, pero sobre todo Adam Smith, su fuente de inspiración,
llegando incluso a catalogar a este último como el ‘promotor’ del proceso de reducción
del ser humano a la categoría de animal egoísta (Sen, 2003: 41; 2000: 325; 1989: 45).
Sin embargo, Sen considera que el apoyo buscado en Smith “es difícil de encontrar en
una lectura más profunda y menos sesgada de su obra” (1989: 459). A saber:
En su revisión de la teoría smithiana, Sen identifica que es precisamente el
reduccionismo que se ha hecho de su amplia visión sobre los seres humanos18 lo que ha
18
Sen afirma que ”a Adam Smith se le ha atribuido mucha pequeñez” al distinguirlo como “profeta
inquebrantable del interés personal” (2000: 325-326)

13
generado mayores deficiencias en la «teoría económica contemporánea» (1989: 45),
constriñendo en parte su potencial al instaurar un claro distanciamiento entre la
economía y la ética (1989: 45). Este hecho se debe a que, a través de la natural conducta
egoísta del agente económico19 y de la lógica de la ‘mano invisible’, la «teoría
económica contemporánea» entiende que ha logrado establecer una esfera autónoma,
armónica y autosuficiente que permite, de manera directa, maximizar de forma eficiente
las ‘preferencias’ o ‘utilidades’ de los agentes y, de manera indirecta, influir
positivamente en el logro del bien común de toda la sociedad.
Esta idea se ha desarrollado a partir del pensamiento supuestamente smithiano
implícito en su obra Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones. Primero mediante del uso del célebre pasaje sobre el cervecero, el panadero y
el carnicero, a través del cual los defensores del homo oeconomicus justifican un
enfoque de racionalidad económica basada en las ‘preferencias’ únicamente egoístas de
los agentes y en la maximización del interés20. Y segundo mediante la utilización de uno
de sus más célebres fragmentos sobre la metáfora de la ‘mano invisible’, con el que se
da razón de la autosuficiencia de la esfera económica y de su más que necesaria
autonomía del Estado, la ética o la religión.
a) Smith y el egoísmo económico: En cuanto a la primera de las aportaciones
smithianas apuntadas, Sen argumenta que su importancia radica principalmente en la
creencia de que a través de ella es posible justificar el comportamiento meramente
egoísta del agente económico, lo cual no es del todo cierto (1989: 40-41).
Smith se da cuenta de que existe una tendencia natural del ser humano a
intercambiar con sus semejantes. Una propensión “común a todos los hombres, y que no
se encuentra en los demás animales”, que le incita a “negociar, cambiar o permutar una
cosa por otra”21 (Smith, 1976a: 17). Por ese motivo intenta desenmascarar en esta parte
de su obra “por qué y cómo se llevan a cabo las transacciones normales en el mercado, y
por qué y cómo funciona la división del mercado” 22 (Sen, 1989: 40-41).
En su análisis Smith intuye que, entre otras cosas, “el comercio mutuamente
beneficioso” era un hecho ciertamente muy común (Sen, 1989: 41) y que tras la
motivación que permite estos intercambios no se encuentra la humanidad, la
benevolencia o la solidaridad de los participantes, sino simplemente su ‘egoísmo’, la
búsqueda de su propio interés (Sen, 2000: 325). Pero afirmar tal cosa no implica
necesariamente considerar que el autointerés es suficiente para guiar racionalmente la
totalidad de las experiencias y relaciones económicas (Sen, 2000: 325).
De hecho no fue esta la idea que protegió Smith. Como trata de establecer Sen, al
pensamiento smithiano se le puede atribuir un claro rechazo a la posible supremacía de
los motivos ‘narcisistas’ del agente como núcleo central de una actividad económica y
su comportamiento racional, pero no una defensa tajante y acrítica del homo
oeconomicus. A lo largo de su obra deja entrever claramente y sin tapujos que existen
otras muchas actividades dentro de la economía que no deberían estar regidas por el
autointerés de los participantes (Sen, 1989: 42), como pueden ser las cuestiones

19
Como argumenta Stigler, “we live in a world of reasonably well-informed people acting intelligently in
pursuit of their self-interests (1981: 190)
20
La cita smithiana a la cual se refiere Sen es: “It is not from the benevolence of the butcher, the brewer,
or the baker, that we expect our dinner, but from they regard to their own interest. We address ourselves,
not to they humanity bat to their self-love, and never talk to them our own necessities but of their
advantages” (Smith, 1976a: 18).
21
Es ciertamente aclaratorio y enriquecedor el análisis del pensamiento smithiano que realiza Conill en
Horizontes de economía ética (2006: 94-109).
22
Este pasaje se encuentra dentro del capítulo llamado precisamente ‘Of the Principle which give
Occasion to the división of Labour’ (Smith, 1976a: 17-20).

14
relacionadas con la distribución y la equidad o la necesidad de encontrar reglas para
conseguir una eficiencia productiva (2000: 325).
Una reflexión menos sesgada de su legado permite ver que la defensa del egoísmo
aparece sólo en ciertos pasajes concretos de su obra. Concretamente aquellos en los que
intenta superar las restricciones y las barreras burocráticas sobre las transacciones que
dificultaban el comercio y la producción de su época a través del análisis de “la
naturalezas de los intercambios mutuamente beneficiosos y el valor de la división del
trabajo” (Sen, 1986: 44). Lejos de entenderlo como un ser desarraigado y obcecado con
la maximización efectiva de sus deseos, la conceptualización smithiana del agente
racional económico lo sitúa “en compañía de otros, justo en medio de la sociedad a la
que pertenece” (Sen, 2000: 325). Por ello Smith no encomienda a la actividad centrada
en la búsqueda del interés personal un papel preponderante y hegemónico dentro de la
economía (Sen, 1986: 42), lo cual resulta bastante irónico teniendo en cuenta el gran
mérito que tradicionalmente se le atribuye en este sentido (Sen, 2003: 41; 1989: 41). A
pesar de todo ello, la influencia que ha ejercido este pasaje del carnicero, el cervecero y
el panadero sobre conceptualización del agente económico ha sido especialmente
significativa tanto para el desarrollo de la «teoría de la elección racional» como para el
diseño de toda la «teoría económica contemporánea» y la elección de los más óptimos
modelos económicos (1986: 178-179), un reduccionismo que ha constreñido en parte el
potencial de la teoría al instaurar un claro distanciamiento entre la economía y la ética
(1989: 45).
b) Smith y las consecuencias inintencionadas: Y en relación a la segunda de las
aportaciones smithianas apuntadas, su importancia radica en tres cuestiones
básicamente: a) la creencia de que la coordinación de la acción puede y debe ser
endógena a la propia economía, b) el supuesto de que ésta se alcanza a través del
‘equilibrio’ que surge como respuesta a la búsqueda libre y efectiva de la maximización
del interés egoísta de los agentes que intervienen en el proceso, y c) la apariencia de que
mediante la satisfacción de ambas cuestiones es posible lograr un óptimo bienestar
social.
Estas ideas se basan en el argumento de que el deseo del agente económico de
mejorar la situación propia es una fuente inagotable de beneficios para la sociedad,
puesto que los individuos son llevados por una “mano invisible a promover un fin que
no estaba en sus intenciones”, logrando “sin pretenderlo ni saberlo” un óptimo bienestar
social (Smith, 1976a: 477-478). E implica que ser inconsistentes y poco egoístas no sólo
sería contraproducente para el bienestar del agente económico y para el correcto
funcionamiento de la economía, sino para la sociedad en general, puesto que
minimizaría las posibilidades reales de satisfacción del bien común.
La aportación smithiana en este pasaje de su obra se ha desarrollado como «teoría
de las consecuencias inintencionadas» por Carl Menger primero y Friedrich Hayek
después (Sen, 2000: 308-309). Su aportación principal estriba en destacar la importancia
y fundamental relevancia que adquieren muchas de las consecuencias que, derivadas de
las acciones autointeresadas de los agentes económicos, no han sido pretendidas o
buscadas por éstos. Esta idea ha sido interpretada en muchas ocasiones como una
prueba clara de la necesaria oposición que debe existir hacia la presencia de un enfoque
racionalista de la reforma organizativa y del cambio social, en tanto que comprender la
importancia que tienen los efectos inintencionados veta la necesidad de evaluar
racionalmente todos los efectos, ya sean intencionados o no intencionados (Sen, 2000:
313). La metáfora de la ‘mano invisible’ se constituye en sí misma “como principio
armonizador de las acciones de los individuos”, lo que viene a significar “un modo
moderno de resolver el problema social y económico partir de la pluralidad de centros

15
individuales de decisión en la nueva vida social y económica” mediante la búsqueda del
interés personal (Conill, 2006: 101)
Sin embargo, para Sen estas interpretaciones deberían matizarse. Sobre todo porque
hay otra forma más interesante y enriquecedora de ver la cuestión: la importancia del
análisis no está en “que algunas consecuencias sean inintencionadas como que el
análisis causal pueda hacer que los efectos inintencionados sean razonablemente
predecibles” (2000: 309). De esta forma no se está frente a una postura inmovilista y
contraria a la posibilidad de introducir reformas racionales para evitar consecuencias
negativas o para modificar o potenciar consecuencias positivas.
Precisamente, de una correcta predicción de los efectos inintencionados de las
acciones está detrás de, por ejemplo, la confianza necesaria para el establecimiento de
relaciones entre agentes dentro del mercado y para que éstas puedan continuar
desarrollándose en el tiempo (Sen, 2000: 309). Tanto Smith como Menger y Hayek no
parecen expresar en sus teorías que lo ideal es actuar de manera egoísta dentro del
mercado y dejar que florezcan por sí solas las consecuencias que atañen y mejoran el
bien común. Más bien su pensamiento gira en torno a resaltar la importancia que merece
una buena prevención de las consecuencias probables derivadas de una acción concreta
y de una correcta reflexión racional sobre los mejores escenarios posibles, puesto que a
través de ello es posible potenciar o cambiar actos para mejorar o eliminar
consecuencias ( Sen, 2000: 313).
De hecho, una de las mayores preocupaciones de Smith fue, precisamente, el
despilfarro social y la pérdida de capital que podían generar ciertos comportamientos
económicos estrechos de miras y anquilosados en la búsqueda del placer actual. Una
búsqueda de ganancias privadas orientadas por motivaciones tan estrechas suponía para
Smith una gran amenaza para la estabilidad del mercado y un enorme perjuicio para la
sociedad. De ahí que abogara por algún tipo de intervencionismo estatal que permitiera
controlar tales actitudes negativas. Tras esta preocupación smithiana se encuentra una
inquietud general y no meramente egoísta. Una preocupación por el bien común que
efectivamente va más allá de las posibles consecuencias inintencionadas de la búsqueda
del interés personal (Conill, 2006: 106-107; 2000: 157-159).
El reduccionismo aplicado sobre ambas interpretaciones del pensamiento smithiano,
tanto sobre las motivaciones que orientan el comportamiento del agente racional
económico como sobre las posibilidades derivadas de la aplicación la lógica de la ‘mano
invisible’ sobre el mercado, ha ejercido una influencia sumamente relevante sobre la
«teoría de la elección racional», la cual a su vez ha tenido una gran responsabilidad en
el diseño de la «teoría económica moderna» y su elección de los más óptimos modelos
económicos (Sen, 1986: 178-179). Pero como se ha intentado mostrar en el desarrollo
de este punto, Sen parte de una crítica sobre la consistencia de los presupuestos que se
encuentran detrás de la «racionalidad económica contemporánea». Apoyándose en una
interpretación no sesgada del pensamiento smithiano, yendo más allá de un pasaje o de
una obra concreta del autor, su análisis muestra la parcialidad e ingenuidad de tales
interpretaciones (Sen, 1989: 38-39) y la posibilidad de acometer una transformación
ética de la racionalidad económica desde —y no a parte— el pensamiento smithiano.

3.3 Hacia una transformación ética de la racionalidad económica


Recuperando el verdadero sentido de la propuesta smithiana, Sen entiende que “si la
conducta racional incluye la astuta consecución de nuestros objetivos, no hay razón
alguna para que la búsqueda de la simpatía o la astuta promoción de la justicia no
puedan considerarse ejercicios de la elección racional (2000: 323).

16
Tal reflexión le lleva a afirmar que la ‘racionalidad económica’ puede admitir un
enfoque ético de conducta como modelo de comportamiento alternativo. En primer
lugar porque los valores, los compromisos, las normas y los sentimientos morales
juegan un papel determinante para la economía contemporánea a pesar del evidente
ostracismo al que les ha sometido la teoría tradicional (2000: 323-329). Y en segundo
lugar porque admitir modelos de comportamiento no exclusivamente interpretables
desde el ‘individualismo axiológico’ y el ‘autointerés’ de los agentes —como defiende
la «teoría de la elección racional»— está más ligado a la realidad relacional del agente
económico y supone, además, un enfoque de economía mucho más rico y fructífero en
todos los sentidos (1989: 68-74). Como argumenta el propio Sen en la siguiente cita, no
puede atribuirse todo logro de la economía moderna a un sistema dependiente de seres
codiciosos movidos únicamente por el ánimo de lucro. Hay mucho más detrás de su
elección y la ética es parte importante de sus preferencias:

Aunque suele considerarse que el capitalismo es un sistema que sólo funciona gracias a la
codicia de todo el mundo, el funcionamiento eficiente de la economía capitalista depende, en
realidad, de poderosos sistemas de valores y normas. De hecho, ver en el capitalismo nada más
que un sistema basado en una acumulación de conductas avariciosas es subestimar la ética
capitalista, que tanto ha contribuido a los imponentes logros conseguidos (Sen, 2000: 315)

El éxito de los mercados no depende únicamente de su capacidad para permitir


realizar intercambios, sino de tener buenas instituciones que sustenten los derechos
fundamentales de los contratantes y de conductas éticas que permitan generar la
confianza necesaria para establecer las relaciones sin recurrir necesariamente a la
coerción o el castigo. El uso de estos recursos que García-Marzá llama ‘morales’ y que
se identifican con “todas aquellas disposiciones y capacidades que nos conducen al
entendimiento mutuo, al diálogo y el acuerdo como mecanismos básicos para la
satisfacción de intereses y para la resolución consensuada de los conflictos de acción”
(2004: 47), son básicos para el buen funcionamiento de la economía, ya que como —
reconoce Sen— “el capitalismo funciona eficazmente por medio de un sistema ético que
da la visión y la confianza necesarias para utilizar de modo satisfactorio el mecanismo
del mercado y las instituciones relacionadas con él” (2000: 316). Por ello, no es absurdo
decir que maximizar el propio interés es un comportamiento nada irracional, pero sí lo
es —y mucho— afirmar que todo aquello que no sea velar por la satisfacción del propio
interés es irrefutablemente irracional (Sen, 1989: 33).
Esta misma idea se encuentra implícita en ‘In search of “homo economicus”
behavioral experiments in 15 small-sacle societies’ (Henrich et al., 2001), donde sus
autores defienden que es extremadamente simplista pensar que cuando los seres
humanos interactúan dentro de contextos económicos sólo entran en juego actitudes
guiadas por el autointerés. Los estudios realizados desde la «teoría de juegos» que no
han partido de una antropología negativa del ser humano, que han dejado verdadera
libertad de acción y elección a los agentes tanto para ser egoístas como para dejarse
influir por otras preferencias, han mostrado que también se hacen visibles cuestiones
importantes como la equidad, la justicia, el compromiso o la reciprocidad, las cuales
tienen una gran efecto sobre el “vasto ámbito del fenómeno económico” (2001: 73). En
este sentido sorprende que, por ejemplo, sólo con mínimas comunicaciones entre los
agentes la cooperación en juegos como el ‘ultimátum’ aumente alrededor de un 45%.
Pero todavía sorprende más que, en aquellos casos donde por la naturaleza misma del
juego la respuesta final esperada no es la cooperación —como ocurre en el ‘juego del
prisionero’— los jugadores optan por ello tan pronto se les da la opción de salir del
anonimato (Zamagni, 2006: 41).

17
Alrededor de este punto de vista construye Sen su enfoque de racionalidad
económica, partiendo también —pero no únicamente— del interés personal. Éste
reconoce su importante papel como motor del intercambio, pero en su propuesta de
reconstrucción del esquema motivacional del agente racional económico amplía, en
primer lugar, la noción de interés e incluye, en segundo lugar, dos dimensiones más de
‘preferencia’ que ya fueron consideradas en su día por Smith y que van más allá del
pensamiento utilitarista: ‘simpatía’ y ‘compromiso’ (2000: 323).
i) Una noción amplia de interés personal: Por un lado, Sen califica el ‘interés
personal’ como extraordinariamente importante por la fuerza motivacional que
representa para el comportamiento del agente racional económico (2000: 313), sin
embargo ni este hecho es suficiente para determinar toda motivación posible en el
proceso de ‘elección racional’ en contextos económicos de interacción (2000: 323-324),
ni está relacionado estrictamente con la noción de ‘utilidad’ (1993: 65), ni el enfoque de
‘interés’ tiene por qué quedar constreñido al egoísmo o preocupación por el bienestar
personal (2000: 323). De ser así, como argumenta en la siguiente cita, estaríamos frente
a la figura de un perfecto tonto racional:

En efecto, el hombre puramente económico es casi un retrato mental desde el punto de vista
social. La teoría económica se ha ocupado mucho de este tonto racional arrellanado en la
comodidad de su ordenamiento único de preferencias para todos los propósitos. Necesitamos una
estructura más compleja para acomodar los diversos conceptos relacionados con su
comportamiento. (1986: 202)

Siguiendo esta idea Sen se pregunta por qué el ‘interés personal’ no puede admitir
también el ‘interés por los demás’ (2000: 323). Esta primera cuestión es importante,
puesto que se estaría admitiendo que el ‘bienestar de los demás’ puede ser un factor
significativo para alcanzar el logro de nuestro propio ‘bienestar personal’ (1986: 187),
posibilitando la integración de una ‘dimensión simpatética’ del agente económico en
donde los ‘sentimientos morales’ y no sólo el cálculo costes-beneficios jugaría un papel
importante en todo proceso decisorio.
ii) La ‘dimensión simpatética’: Como reconoce Sen, esta ‘dimensión simpatética’
del agente económico en realidad no va mucho más allá de la noción de ‘interés
personal’, puesto que “no sacrificamos significativamente ni intereses personales ni
bienestar cuando somos sensibles a nuestras simpatías” (Sen, 2000: 324). Por ese
motivo, puede atribuírsele cierto egoísmo al quedar vinculada estrechamente con el
aumento o descenso del nivel de bienestar del agente, ya que elegir o rechazar una
determinada opción por la influencia ejercida por los sentimientos en juego responde al
aumento o no del nivel de ‘bienestar personal’ (Sen, 1986: 187).
A pesar de ello, esta dimensión recuperada por Sen para la economía tiene un valor
específico para una transformación de la racionalidad económica en tanto se reconoce la
dependencia psicológica existente entre el nivel óptimo de bienestar personal y el nivel
óptimo de utilidad de aquellas personas con quienes nos relacionamos, incluso
comercialmente. Este hecho rompe con la idea preestablecida de un individualismo
necesario, deseado y suficiente, y devuelve al agente económico a una realidad social de
la cual obtiene su sentido y legitimidad y en la cual desarrolla sus propios planes de vida
buena en interacción con los demás. Por ese motivo puede decirse que detrás de todo
proceso de elección se halla un conjunto de factores, entre los cuales puede identificarse
el cálculo costes-beneficios, el grado de bienestar personal, así como también el
sentimiento de agrado o rechazo hacia el otro o hacia su comportamiento.
Esta apertura a la ‘dimensión simpatética’ de los agentes implica un recurso
tradicionalmente olvidado para la teoría tradicional que hoy vuelve a reivindicar su

18
lugar dentro de la economía: el establecimiento de relaciones que buscan algo más que
el mero intercambio de bienes. Este tipo de relacionalidad se encuentra detrás de lo que
ha venido a llamarse ‘capital social’. Un tipo de especial de recurso que, no pudiendo
ser generado a través de instrumentos físicos de producción ni de manera anónima,
estratégica o individual, adquiere su relevancia y valor dentro de la economía en tanto
que capacidad que poseen los agentes económicos para agruparse, asociarse o
emprender tareas conjuntas sin la necesidad de recurrir necesariamente a la amenaza, la
coerción o el castigo, tales como la confianza, la reputación, la honradez, la fiabilidad,
la cooperación, la responsabilidad, la afinidad o la reciprocidad (Conill, 2006: 53-54;
García-Marzá, 2004: 52-60). De este capital ‘social’ y no sólo del ‘físico’ y ‘humano’
depende el buen funcionamiento y desarrollo de la economía, de las organizaciones
económicas y de los planes de vida buena de los agentes económicos.
iii) La ‘dimensión comprometida’: Por otro lado, Sen va más allá del ‘interés
personal’ —ya sea en términos de egoísmo o simpatía— y analiza los sacrificios que los
individuos pueden llegar a realizar en muchas ocasiones buscando satisfacer otros tipos
valores no directamente relacionados con la maximización del interés o del bienestar
personal, como pueden ser la justicia social o el bienestar de la comunidad (2000: 324).
Desarrollando este punto de vista Sen entiende que los agentes económicos —y los
individuos en general— son capaces de comprometerse con aquello que consideran
justo o correcto (2000: 314; 1993: 65), dejándose influir por sus razones a la hora de
tomar una determinada elección aun cuando tales comportamientos puedan acarrear un
coste elevado para su propio beneficio personal (2000: 324; 1986: 188). Los seres
humanos valoran muy positivamente aquellos comportamientos que implican la
satisfacción del interés personal y la mejora de su nivel de bienestar, pero se observa
también una fuerte preferencia y atracción sobre actos no necesariamente egoístas de los
cuales subyacen componentes mucho más sociales y generales (2000: 213).
Bajo la dimensión comprometida, los comportamientos no están vinculados a una
inclinación psicológica o sentimental del agente económico. Más bien se encuentran
relacionados con la exigencia moral de seguir aquellos valores o normas que una
comunidad universal constituida por todos los implicados y o afectados por ellos puede
considerar justificados mediante argumentos válidos (Reyes, 2008: 157). Este hecho
muestra que la dimensión comprometida rompe con la reflexión solipsista del agente
como único punto de vista necesario para atender a la validación de los
comportamientos y se introduce en una noción del acuerdo intersubjetivo donde todos
los agentes y pacientes de una norma, acción o decisión deben estar necesariamente
incluidos dentro de un diálogo con ciertas condiciones.
Como el propio Smith identifica y defiende en The theory of moral sentiments, la
ética y los valores deberían estar debidamente atendidos por su capacidad de influencia
sobre la conducta y el comportamiento del agente económico, lo cual ya es de por sí
valioso, pero también por las consecuencias positivas que reportan a la economía, la
política y la sociedad en general (Sen, 2003: 41-42). En esta dirección Sen determina
que las cuestiones éticas no son secundarias en todo proceso de elección económica,
puesto que pueden suponer por sí mismas buenas razones para que el agente se deje
influir en los procesos deliberativos que ha iniciado dentro de contextos de interacción
económica (Sen, 2000: 327). Pero aun en el hipotético caso de que ningún individuo
tuviera en “última instancia ninguna razón directa para interesarse por la justicia y la
ética” igualmente deberían ser valoradas, puesto que ofrecen una ventaja evolutiva muy
importante y necesaria para su propio desarrollo y supervivencia (2000: 326). Por
consiguiente, no sólo existen razones directas para considerar las cuestiones
relacionadas con ética en todo proceso de deliberación racional del agente económico,

19
también pueden atribuírsele causas indirectas relacionadas con procesos de racionalidad
estratégica que buscan su propio beneficio (Sen, 2000: 327).
Esta ampliación de la noción de interés personal y la introducción de la ‘dimensión
simpatética’ y la ‘dimensión comprometida’ muestra una transformación ética de la
teoría de la racionalidad económica que no es ajena al potencial inherente a la
satisfacción del interés personal, pero que tampoco discrimina los ‘sentimientos
morales’ y los ‘compromisos’ que pueden llegar a influir muy positivamente en los
procesos decisorios de los agentes racionales en contextos económicos. A través de ello
es posible comprender mucho mejor el proceso económico moderno y desarrollar una
economía no alejada de la ética que sea mucho más productiva en todos los sentidos y
niveles.

4. El papel de la ética empresarial en un enfoque ético de racionalidad


económica
La transformación ética de la racionalidad económica propuesta por Sen y basada en
el ‘interés’, los ‘sentimientos’ y los ‘compromisos’ muestra una realidad relacional
económica bien distinta de la clásicamente aceptada y, sobre todo, con muchas
posibilidades de desarrollo positivo tanto técnica como humanamente, un hecho
necesario para su adaptabilidad y subsistencia. Dentro de este proceso dinámico
necesario puede jugar un papel determinante la ética empresarial por varias razones,
pero también la ética empresarial puede verse enriquecida y fortalecida con la
consolidación de este enfoqué ético de racionalidad económica. A saber.
En cuanto a lo que puede aportar la fijación de este enfoque ético de racionalidad
económica para la ética empresarial, destaca sobre todo: a) desde el punto de vista
‘epistemológico’ la posibilidades de recuperar la reflexión económica para la ciencia
social e histórica, abriendo de este modo la puerta a la critica racional tanto de los
modelos económicos existentes como de las acciones y los comportamientos llevados a
cabo por sus instituciones, organizaciones, empresas y agentes implicados más allá de la
consistencia y maximización de sus preferencias egoístas o del cálculo de costes
beneficios; b) desde el punto de vista ‘axiológico’ apreciar de nuevo el papel crucial que
juegan valores comunicativos como la prudencia, la justicia, la reciprocidad, la
responsabilidad, la solidaridad, la participación o la confianza para la economía; y c)
desde el punto de vista ‘institucional’, volver a hacer visibles de los sentimientos, los
valores, las normas, los compromisos y los principios morales que influyen y guían su
actividad. En definitiva, lo que aporta la transformación ética de la racionalidad
económica para al ética empresarial es la recuperación del verdadero sentido de una
economía moderna, cuyo objetivo nunca anduvo adverso al desarrollo de las
capacidades de sus agentes, que le permita poder trabajar en igualdad de condiciones.
En cuanto al papel que puede desempeñar la ética empresarial dentro de este
enfoque de racionalidad, destaca sobre todo su tarea en la búsqueda de legitimidad
social de los niveles macro, meso y micro. Esta es una cuestión clave para gestionar
debidamente la “dimensión comprometida” del enfoque ético de racionalidad
económica desarrollado por Sen, sobre todo porque de su trabajo depende precisamente
el poder generar, desarrollar y potenciar esos ‘recursos morales’ tan necesarios para el
buen funcionamiento de la economía y de las instituciones, organizaciones, empresas y
agentes que en ella llevan a cabo su actividad.

4.1 Ética empresarial y ‘dimensión comprometida’

20
Este enfoque de racionalidad no exclusivamente individualista y autointeresada abre
las puertas a la gestión y desarrollo de recursos tan importantes para el buen
funcionamiento de las instituciones, organizaciones y empresas económicas como la
confianza, la reputación, la reciprocidad o la solidaridad, en tanto que permite centrar
las miradas en aspectos tan relevantes para su correcto funcionamiento como la
necesidad de legitimación moral de las acciones y decisiones económicas o la correcta
valoración de aspectos centrales para su competitividad y sostenibilidad como son el
diálogo con los stakeholders, el reconocimiento recíproco, la reciprocidad o el acuerdo
intersubjetivo.
La propuesta de Sen permite acercarnos desde su ‘dimensión simpatética’ y, sobre
todo, su ‘dimensión comprometida’ a las consideraciones relativas a la justicia, al
interés por las generaciones futuras, la preocupación por el medioambiente, a la
inquietud por el bienestar del otro, etc. (Sen, 2000: 323), una perspectiva de
‘reconocimiento responsable’ que mejora una credibilidad y una legitimidad
institucional, organizacional y empresarial clave para gestionar los ‘recursos morales’
necesarios para su buen funcionamiento, como la confianza o la reputación (García-
Marzá, 2004: 32-33). Como argumenta García-Marzá en Ética empresarial: Del diálogo
a la confianza, estas cuestiones forman parte del sentido mismo de la ética empresarial,
puesto que su “tarea básica de la ética empresarial consiste en ocuparse de las
condiciones de posibilidad de la credibilidad social de la empresa y, por tanto, de la
confianza depositada en la empresa por parte de todos aquellos grupos que forman parte
o están afectados por su actividad” (2004: 23).
En la misma idea se mueve el pensamiento de Sen, quien reconoce en la siguiente
cita el papel que crucial que juega para la economía del intercambio la ética
empresarial. Máxime como generadora del “soporte principal de una economía
próspera”: la confianza (2003: 45).

La ética empresarial puede ayudar a evitar que se incumplan los contratos por el deseo unilateral
de una de las partes de abandonarlos. Nada puede quizás ayudar más a la confianza económica y
empresarial que la presencia de un clima activo y apropiado de una ética empresarial, apoyada
por todos.

La confianza es para muchos teóricos como García-Marzá y Sen el ‘recurso


intangible’ más importante para la economía. Se trata de un mecanismo vinculado
estrechamente con nuestras experiencias sobre la continuidad del orden natural y social
y con las competencias técnicas de los agentes y las instituciones, organizaciones y
empresas vinculadas (García-Marzá, 2004: 70). Pero su mayor importancia radica sobre
todo en la asunción de que se trata de una capacidad ligada a esa ‘dimensión
comprometida’ del enfoque de racionalidad económica desarrollado por Sen, a la
capacidad de las personas para comprometerse con aquello que tiene buenas razones
para entender y valorar como justo o correcto (Reyes, 2008: 157). Por consiguiente, tras
de la confianza subyace una base racional vinculada con lo técnico y lo estratégico, pero
también con lo moral:

(…) que la confianza tenga una base racional significa que tenemos buenas razones para
depositar nuestra confianza en un producto, una persona o una corporación. La perspectiva ética,
y con ella las bases éticas de la confianza aparece de forma clara al percatarnos del conjunto de
razones que apoyan nuestro convencimiento y que no se dejan reducir al ámbito técnico y
estratégico (expectativas y competencias), sino que se refieren también a una dimensión moral
(derechos y responsabilidades) (2004: 76)

21
De ahí que García-Marzá entienda que tras la reconstrucción de las condiciones de
posibilidad que subyacen a toda relación de confianza, ésta emerge en forma de ‘recurso
moral’ (2004: 67-68), lo cual da buena nota de la función social que cumple la ética en
los diferentes contextos de interacción humana (2004: 49): recurso en tanto que “nos
permite realizar acciones, en este caso interacciones, y coordinar nuestros planes de
acción con los planes de otros actores, sean individuales o corporativos”; y moral en
tanto que también remite “a nuestra razón práctica, a nuestra capacidad de guiarnos por
juicios morales”, constituyéndose de este modo como “una fuerza de motivación para la
acción derivada del reconocimiento de los demás como seres igualmente merecedores
de dignidad y respeto” (2004: 47).
De esta forma los ‘recursos morales’ se muestran como activos para la empresa no
sólo derivados de los valores y los comportamientos sociales, sino también de los
valores y comportamiento éticos que las personas esperan con razones las unas de las
otras (2005:93-94). Desde este punto de vista se percibe que las expectativas recíprocas
no acaban con la satisfacción de aquellas cuestiones generales o técnicas que están
detrás del establecimiento de toda relación. También alcanzan las morales o legítimas23,
en tanto que “responsabilidad ante los intereses en juego de los demás” (2004:70).
Desde la propuesta de una ética empresarial dialógica, la ‘comunicación’ se postula
como uno de los elementos más importantes para poder gestionar estos ‘recursos
morales’: en tanto genero‘ trasparencia’ sobre mi comportamiento, mostrando mi
respeto a los demás y a sus expectativas generales, técnicas y morales, aumento
proporcionalmente la confianza del otro y, por consiguiente, las opciones de generar
relaciones económicas de calidad no basadas en el miedo al castigo o a la coerción
(García-Marzá, 2004: 75-76). Ser ‘transparentes’, por consiguiente, es la base para
poder generar y desarrollar confianza, reputación, responsabilidad y demás ‘recursos
morales’ en la empresa. Ello permite establecer un posible diálogo con todos los grupos
de interés que genere la credibilidad y legitimidad necesaria para alcanzar tal objetivo.

5. Conclusiones
Como conclusión puede decirse que esta propuesta de transformación ética de la
racionalidad económica desarrollada por Sen se postula como una respuesta plausible a
algunos de los problemas que suscita actualmente la «teoría racional económica»
tradicional. Partiendo del interés personal pero reconociendo el valor de los
sentimientos, los valores, las normas y los principios morales como potenciales
motivadores de la conducta racional económica, se establece un enfoque de racionalidad
más allegada a las conductas reales de los agentes económicos observables a través de
sus comportamientos en los diferentes juegos de estrategia y en los diferentes contexto
competitivos de interacción humana.
Efectivamente otra racionalidad económica es posible, pero sobre todo necesaria si
la pretensión es generar una dinámica economía más fructífera y enriquecedora tanto
desde el punto de vista técnico y estratégico como moral. Y en todo este proceso juega
un papel determinante la ética empresarial, en tanto que su tarea principal se
corresponde con la necesidad de identificar, justificar y potenciar los recursos morales
que la economía y las instituciones, organizaciones y empresas implicadas requieren
para llevar a cabo correctamente su actividad en el medio y largo plazo, tales como la
confianza o la reputación.

23
Expectativas acerca de la responsabilidad frente a los intereses en juego de los demás (García-Marzá,
2004:70).

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