Cuentos BrevesAmerica RAFAEL BARRET
Cuentos BrevesAmerica RAFAEL BARRET
Cuentos BrevesAmerica RAFAEL BARRET
INDICE
RAFAEL BARRETT
CUENTOS BREVES
·"
EDITORIAL-AMERICA
MADRID
1919
.
Caía una llovizna helada y pegadiza que le
hizo estremecer cuando salía de· su bar.
El piadoso. alcohol, el verde Mefistófeles que
dormitaba en el fondo de las copas de aJenjo, no
había abrillantado del todo aquella tarde las ági·
les visiones del poeta. Sobre ellas, como sobre
la calle mojada, el cielo incoloro y el universo
inútíl, caía una sombra gris.
El héroe se sintió viejo. El barro de sus pan-
talones deshilachados se había secado y endure-
cido bajo la mesa del cafetucho, y pesaba lúgu-
- '
entrar.
Durante largos minutos angustiosos creyó que
:36 RAFAEL BA.RRETT
A BORDO
ciante gordo.
-No aguantan ni diez años ~n el monte. ·
Las niñas volvieron fatigadas.
-¿Pero dónde está vuestro hermanito?~insis~
tió la señ ::>ra de luto.
•
.__,.No sabemos... no se le encuentra.
La señora se levantó y se .fué .
Roberto ~uería convencer á Eglantina de q•1e
el vapor estaba quieto, y la mostraba e! extremo
de los mástiles, fijo entre las estrellas. Tía Her-
minia se acercó. Sentía inquietud.
Los mnzos iban de una parte á otra, bus ...
cando.
·El comisario vino á Roberto~
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-No se ~ncuentra ese niño-exclamó con an·
gustia.
Partieron juntos.
Los pasajeros se agitaban, como las ideas en
un cerebro, dentro del barco silenciosa1nente
fulminado por la desgr-acia. Transcurriéron diez
minutos atroces.
La madre reapareció. Estaba vieja.
-¡Se ha caído al agua! ¡~Ai hijol ¡T\1i hijo!
Un síncope, en los brazos de tia Herminia.
Eglantina observó con horror que la iafeHz re-
cobraba el conocimiento. Apenas abrió los ojos,
fa muerte se asomó á eilos.
-¡Mi hijol
Se desprendió de los que intentaban detener-
la, fué á la borda, y se do\:ló, Hamando, sobre
el rio:
-¡~1¡ hijo! ¡l\1i hijol
La lisa corriente pasaba.
A popa se extendía una vaga inmensidad. Se
oyeron órdenes . El vapor viró trabajosame'nte.
Las onda!i únicas se quebraron; tu1nultaosos
remolinos rompieron el espejo~ agujerearon ~a
seda temblorosa de las aguas, donde sin duda
había el cadáver de un n.iño.· Pero' Rglantín~, so ..
llozandP', nada pudo v,er en ellas.,
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-¿Dos kilos?
-No estoy bi'en .... -ins,istió el desgraciado .
-Mejor es que te quedes-repitió el he-
rrero.
Y balanceaba el hirsuto tc!stuz . Después se fué.
El 4 se desnudó y se acostó. Los compañeros
se reían del chasco .
-¿Qué t'enía tu viejo?
-Estaba tomado y no se acordaba.
-Tampoco nos sorprendió esto. El alcohol
co·nsuela, ¿verdad?
A la media noche me despertó an ruido faroi ..
Har, y en aquel momento, 'no sé p~r quéf lúgu·
br'4! . El 4 tosia y escupía. La claridad era escasa,.
No se alumbraba el cuarto por espíritu de abo - .
rro y pot no tener que limpiar tubos.
Me levanté y f aí á la carna de enfrente .. Una
mano flaca y pálida me alargó la sali\r•cra.. l\1iré
al fondo: estaba negro.
-¡Sangre!-dijo el niño~
Murió el otro domingo. No era dia de visita.
EL HIJO
ladrona . 1
-¿Cuál es tu fami.lia?-preguntóle.
-Soy el Príncipe Rubio-contestó-- . Mi pa-~
tria está muy lejos, á la derecha del fin del
mundo.
La niña le creyó, y se casó con él. Hubo gran-
des fiestas, y (ueron enviados á la derecha del fin
del mundo embajadores, q'ue no volvieron.
La madre hubiera muerto de orgulloso placer
si no hubiera pensado que aun podía, por algún
azar, ser útil á su hijo.
Un año después se supo que el príncipe había
caído enfermo de una enfermedad contagiosa y
h.orrible. La princesa había huido de su lado, y
nadie se atreviJt á socorrerle. El príncipe agoni ..
zaba á solas.
Entonces la madre se arrastró hasta las puertas
del palacio, y tanto hizo, que la dejaron entrar
como enfermera ..
Su hijo estaba en un soberbio Jecho de damas ..
co, bajo un dosel de púrpura. Su rostro desapa-
recía, devorado por una lepra m~nstruosa.
-Hermoso mío~dijo la madre--.: Yo te sal-
vare.JO"
-
La lepra. Lepra. Don Onofre masticaba este
. nombre pavoroso. Lo veríais en el lento temblor
de sus mandíbulas salientes. Veríais en su iris
.
felino, turbio, empañado de pronto por un humo
fugaz, el horror de las úlceras descubiertas á so·
las, atrancadas las puertas . ¡Ayl No había niña
más púdica que don Onofre.
Amaba vestido. Su ropa, cc,sida hasta la nuez,
era un saco de inmundicia cerrado y s~llado
como ei cofre de un avariento. Pero ¿y la cabeza?
¿La cabeza grasie1lta 1 vii, imposible de escamo-·
tear? Y la bestia subía, se e~roscaba á la nµca.
Don Onofre anhelaba algo parecido á decapi-
tarse.
Al cabo la lepra sacó la garra por el cu~llo de
la camisa 11 apresó el rostro .
¡Ser leproso, es.candalosamente leproso un
hombre tan rico, que podía ser tan feliz! Esta in·
-
justicia acongojaba á don Onofre. Sus vecinos
opinaban como él. Prez del departamento, le ve-
CUt:NTOS BREVES 93
EL POETA .. -¡Amanecé!
EL ALMA.-No .. Aun es de noche.
EL POETA.-¡Amanecer Un suspi~o de luz tiem ..
bla en el horizonte. Palidecen las estrellas resig-
nadas. Las alas de los pajaros dormidos se estre ..
mecen, y las castas flores entreabren ,'iu corazón
perfumado, preparándose para su existencia de
un día . La. tierra sale poco á poco de las sombras
del sueño. La frente de las montañas se ilumina
vagamente, y he creído oir el canto de un labra -
dor entre los árboles, cé~mino del surco . ¡Leván -
tate y trabaja, alma mía! ¡Amanece!
EL ALMA .. -En mí todavía es.de .noche . Noche
sin estrellas, ciega y muda como la misma muerte.
EL PoETA .. -Despierta para mirar al sol cara á
cara, para gritar tu dolor ó tu alegr.ía. Despierta
para mover la inmensa red humana, y para fatigar ..
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JD.ILIO
do bienestar la invadía.
Las lágrimas caían dulcemente de sus ojos en-
tornados. Estaba sola con su hijo. Porque aquel
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ÜOÑA N1COLASA.-¡Estúpida1
DON TOCrL&.1.'!'i.-Bueno, bueno. Basta, basta.
Ven acá, Adela; ¿poi· qué no le quieres?
Aot:t.A.-(llorando casi.) Le huele el aliento ....
DON ToMÁS .. ·-Sí_, hija mía, les huele el alien-
to, hija sana, hermosura mía.· ¿Qué le van1os á
hacer? ¡No les podemos impedir que respiten!
LA REJA
. . . . . . . . . . . . 1 1 • • • • · • 1 1 i • • • 1 • • • • • • • • • • t • • . . . . . . . ..
.
EL AGRADECIMIENTO.-Tenía el bandolero un
trabuco, dos pistolas, un cuchillo de ,monte, y en
el camino á nadie se
veía.
Le dí el reloj, los gemelos, el alfiler de corba-
ta y cuanto dinero llevaba. No se ·contentó. y le
di mi traje, mi sombrero y mis zapatos. Pero tam . .
bién Je gustó mi ropa blanca.
" A·l alejarme 1 desnudo, le dije con los ojos llenos
de lágrimas de gratitl!d:
-¡Le debo la vidaf
11
LA RISA
La mujer es un espejo.
¿Tienen las mujeres alma?-Sí; la nuestrL
-
Los amores interminables no son aecesarios.
Dios hizo el mando en seis días.
CUENTOS BREVES 171
-
.
Todo cambia con el curso de los siglos, me·
nos las muieres y la política.
-
Triste es que no se realice ninguno de nues-
tr,os sueños, y más triste que se realicen todos.
-
Se c;reia antes que el honor se heredaba con la
sangre, y :que era una ventaja tener padres no-
bles. "Soy hijo de un caballe.ro y de una señora,.
+
12
178 R,\f AEL BARRETT
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El amor es fecundo, si, ya lo sabemos. Admi·
remos, no obstante, la fecundidad del odio. El
amor auténtico tiende al platonismo, y con fre·
cuencia la lujuria encadena á un hombre y á
una mujer que se odian. ¡Cuántos pueden decir
"mis padres se odiaban, pero he nacido"! Todós
los que trabajan para no perecer, ó sea los cua-
tro quintos de la humanidad, odian á muerte,
odian al patrón, al capataz, al propietario, al jefe,
al neg,rero. El trabajo terrestre está empapado en
odio. Sobre. el odio está cimentada
. la civilización
moderna.
-
Quiz~ no sea morir oe~ocio tan malo.
FIN
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SE HAN PUBLICADO:
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Obra• publicada• ~d. BtL'iO pta~. tomo).
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