Cuentos BrevesAmerica RAFAEL BARRET

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CUENTOS BREVES

INDICE

De cuerpo presente .................................... . 7


El bohemio ........... ,. •.. , , , .............. < ..... ii; ••• , .. . 13
La puerta . ,. ...................................... 11 17
Los domingos de noche ............................. . 21
El perro .............. .. • • • • • • "' •• t . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
La· vi-;ita ................................. .. • ......... 1111 • 111 .. 35
Soñando................. .. f . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 41
El maestro ...... • 1!1! ..... ,. . . . . . 11 ..... ,., ti!' ... 1 ...... * .... 11 ....... 45
A bordo.. ~ .............. j ..... " .¡¡ ..... ~ .......... ~ •• 41 ..... 51
Mi zoo ............... .. 57
SmBrt................................... . . . .... . . . . .. ..... "' 61
Baccarat . . .•.... ~ JI¡ •••• :11 otlll ........ ....... "' .. .f; .......... . 67
Sobre e1 césped.. . . . .................... . 75
DeJ natural .................................... . ...... 77
El hijo.,; J ........... , ......... • ' . . . . . . . . . . . . . . . . .,.. . . . . . . . . .. 83
El leproso . . . • . • • . . . .. . .. . .. . . .. • . . • . • .. .. . . . . . .. .. • .. • 89
La enamorada........................................... . 97
La oración del huerto ............... ,, ................ . 103
El pozo................................................ . 107
¿Recuerdas? ............................... • · . ~ .. • · . • 111
La rosa ...•. . . . . ..
.. • 111 .. ... . . .. .. & • ., .... 115
Conversaciones ....... • • • • 4 • • • • • • • • • • • • • .. • .. "lil 119
Regalo de año nuevo ............................ . ..... . l~
182 iNDIC'E

El amante ........ . . . .... . .. . . .. 129


La carlf'Za lt • .. • 111 • • li! • • 1 • • lll .. • .. • • • "' • ' • • .. .. • • • 11! ... . . 131
La madre •.• • .. . .. .. ' ...
11!!! •• ~ . . .. ~ .. t ••• 135
Margarita.. .. . . • • • • . . . . .............. . 4 .. J 137
La última primavera........... . . ... ... •· 139
El novio•..• • .......... . .. 4 • • • 1 ...... 143
La reja •. .. . . . • • • •• . . . . •• 149
Diálogos contemporáneos .. . ·• 11 •• "' •• "' .. 153
Epigraf1a burlesca., ............ . ..,,.,..,, ........ . . ...... 157
La risa. ... ... " ..... 1111 • • • 11. 163
Ajenjo.. . ,.,. ................... . 111 • "!I .. • ;mi ... 167
Reflexiones •• ~
+ .. .. .
• ., • ~ ,. . . ...... 169
BIBLIOTECA ANDRÉS BELLO
"l'omos pnblleados nlt.imamente:

XXVIIl.--.RAFAEL M. MERCHÁN: Est·udios criticcs.


xxix ...xxx.--~ERNARDO G. BARROS: La caricatura contempot'ánta
XXXI-XXXII.-Jost ENRIQUE Ron6: Molivos de Proteo.
X..:UIII.--M. GuTIÉR~Ez N~\JERA: Cue1ilos ookw de humo y Cuentos frágiles.
XXXIV..-·MIGUEL EDUARDO PARDO: ':Podo un pueblo.. (Novela.)
XXXV.-M. D1Az RoDIÚGU.ez: De ·mis romerlas y Sensaciones de viaje.
XXXVI.-ENRIQUE Jos~ VARONA! Violetas y Ortigas. (Notas crltica.s so-
bre .Renan, Saillte-Beuve, Emerson, Tolstoy, Nietzsche, Caste-
lar, He:fedia, etc~)
XXXVlI.-F. GARC!A Gonov~ .Atnericanismo literaria. (Estudios criticoe
do José Maru, José Enrique Rodó, F. Garcla Calderón
H. Blanoo-Fombona.) "
XXXVIII.-·-ALVARO ARMANDO VASSEUR: EfVino de la Scnnlwa.-2,75 ps.
XXXIX.-JUAN Mo!qTALVO: MercurialEcksiá.stica.(Libro de la.s verdade.s)
y Un veJesto'Yf,o ridículo ó Los Acadéinicoa de Tirleafuera.
XLrXLI .. -JOSÉ ENRIQUE Roo6: El tni;·adot" ele Próspero.
XLlI.-R. B:r..A,NCO-FOMBONA: Cancionero del amor infeliz.-2,50 pesetas
XLIII.'--RAFAEL MARfA BARAL'I: Lelros españolas. (Primera mitad del
siglo xix)4~3 pesetas.
XLIV ..-EDUA.RDO PRADO: La ilusión yr:mqut. (Traducción, p1·ólogo y
notas de Carlos Pereyra.)
XLV.-Jos~ RAFAEL PoCATERRA: El docwr Bebé. (Novela.)
XLVI.----MIGlJEC.. ANTONIO CARO! Páginas de crítica.
XL VII.-M. AnTONIO BARRENECBEA: Ensayo sobre Federieo Nietssche.
XL VIII.-CARLos PE.REYRA: El pensamiiento político de A.lberdi.
XLIX4-C:&CILIO AcosTA~ Carlas venuolanas. (Aprecisci6n 'de Cecilio
Acosta,. por José Martt.)
L.-AuREr.10 MlTJANS: Historia de la literatura cubana .. ~5 pesetas.
LI.-JES1JS CASTELLANOS: Los optimistas.
Lil.-R. JAtVES FREYRE: Castalia bárbara. Los sueños son mda.-3 ptas
LITI.-MABUEL SANGUILY: Literafut'a. universal. Páginas de critiea.~4: p
LIV.. ~IA:VIER DE VJANA: Campo. Escenas de la vida de los campos de
América.
L V.-MARIA ENB.IQUETA: Jirón de mundo. (Novela.)
LVI.-MA..1VUEL DfAz Ronn:fGUEz: Idol.os 'l'otos. (Novéle).-4 pesetas.
L VII.-A.LvARO ARMANDO VASSEUR: Glotia..-Av~mras peregrinas.
LVIII.-RAFA:&L BARRETT: Moralidades actuales.-4 pesetas.
LIJL~RAFAEL BARRETT: Cuentos bre'mJ.s.
BIBLIOTECA ANO.RR8 BELLO
--------------------------~~-------:-------~~ .

RAFAEL BARRETT

CUENTOS BREVES

·"
EDITORIAL-AMERICA
MADRID
1919

CONCRSIONA1UA lt:ttCLVSIVA P/t.R.A LA Vl!:~TA:

soc'1EDAD ESPAÑOLA DE.LIBRHR A


DE CUERPO PRESENTE

Sobre la ca1na sucia estaba el cuerpo de doña


Francisc;:a, víctirna de cuarenta años de puc,hero
'

y de escoba. Entraban y salían del cuartucho las


hijas llorosas. Chiquillos de todas edades, casi
harapientos, desgreñados, corrían atropellán-
dose .
Una vieja, acurrucada, pasaba las cuentas de
un rosario entre sos dedos leñosos.
El ruido de la ciudad venía como el rumor
vago ,que sube de un abismo, y la luz desteñida,
cien veces difusa sobre muros ruinosos, resbala-
ba perezosamente por los humildes muebles des·
p artillados.
1

Siguiendo los declives del piso quebrado,


fluían líquidos d.udosos, aguas usadas. Una mesa
sin mantel, donde babia frascos de medicinas
mezclados con ,
platos grasientos, oscilaba al pa-
sar de las personas, y parecía rechinar y gemir.
' }
8 RAFAEL BARRETT

Todo era desorden y mis.eria. Doña Francisca 1


derrotada, yacía inmóvil.
Había sido fuerte y animosa . Había cantado al
sol, lavando medias y camisas. Había fregado
loza, tenedores, cucharas y cuchillos, con gran
algazara doméstica. Había barrido victoriosa-
mente. Había triunfado en la cocina. ante · las
sartenes trepidantes, dando manotones á los chi-
cos golosos. Había engendrado y criado mujeres
como ella, obstinadas y alegres. Había por fin
sucumbido, porque las energías humanas son
poca cosa enfrente de la naturaleza implacable.
En los últimos tiempos de su vida doña Fran·
cisca engordó y echó bigote. Un bigotito negro
y lustroso, que daba á la risa de la buena mujer
algo de falsamente terrible y de cariñosamente
marcial. Sus manos rojas y regordetas, sanas y
curtidas, se hicieron más bruscas. Su honrado
entendimiento se volvió más obtuso y más
terco.
Y una noche cayó congestionada, como cae
un buey bajo .el golpe de mazo.
Durante los interminables días que tardó en
morir¡ la cosfura se abandonó; las hijas, aterradas
no se ocuparon más que de contemplar la faz de
la ª'ooizan~e y de espiar los pasos de la muerte.
CUENTOS BREVES 9
Las obscuras potencias enemigas del pobre,
las malvadas que deshilachan, manchan y pu"'
dren, las infames pegajosas se apoderaron del
hogar, y se gozaron del cadáver de doña Fran·
,.
cisca.

Las horas, las monótonas horas, indiferentes,


· iguales, iban llegando unas tras otras, y pasaban
por el miserable cuartucho, pasaban por el cadá . .
ver de doña Francisca, .y dejaban descender ·so·
~re aquella melancolía la melancolía del ocaso
y la madeja de sombras que ata al sueño y al
olvido.
Los chiquillos, hartos de jugar, se fueron dur·
miendo. Las mujeres, sentadas por los rincones,
rezaban quiiá. La vieja, acurrucada siempre, era,
en la penumbra, como otro cadáver que tuviera
abiertos los ojos.
Una de las mujeres se levantó al cabo, y en-
cendió una vela de sebo. Miró después hacia la
muerta, y se quedó atónita ..
Debajo de la nariz roma de doña Franci!ca la
raya del bigote se acentuaba.. La longitud de
cada pelo se hahfa duplicado, y algunos rozaban
ya los carr~Uos verduzcos de la valerosa matrona.
10 RAFAEL BARRE.TT

-A los hombres les suele crecer la barba-


murmuró la vieja.
EJ silencio cubrió o.ira vez, como un sudario,
la escena desolada.. Se agitab~ extrañamente la
llama de la vela, haciendo bailar grupos de tinie-
,· bias por las paredes del aposento.
Encorvadas, , abrumadas, las mujeres dormita-
ban, hundiendo sus frentes marchitas en las on-
. das de la noche. Las horas pasaban, y e; bigote
de doña Francisca seguía creciendo.
A veces se incorporaba un~ de las hijas, y. ..
consideraba el rostro desfigurado de su madre
como se consideran los espectros de una pesa 7
dilla. Los niños, con aleteos ·de pájaros que sue·
ñan, se estremecían confusamente. La vela ~e
consumía; en la hinchada, horrible doña Francis . .
ca, seguía creciendo aquel bigote espantoso que
después de difunta la trastornaba el sexo.
Cuando el a)ba lívida y helada se deslizó en
el tugurio, y despertaron ateridos los infelices,
vieron sobre la carne descompuesta , de doña
Francisca unos enormes bigotes cerdosQs y la ..
cios que le daban un aspecto de los guiUotina•
dos en las figuras de cera.
Entonces e.l más menudo de los diablillos sol·
tó la carcajada, una carcajada loca que saltaba á.
CUENTOS BREVBS 11

borbotones como de una fuente saivajet y la vie·


ja se destapó también como una alimaña herida,
y las mujeres no pudieron más y se rieron como
.quien aúlla, .y aquellas risas inextinguibl~s, so-
nando en las entrañas de la casa sórdida, hacían
·sonreir á los que pasaban por la calle .
EL BOHEMIO

Era rnuy bueno. Tenía nobles aficiones. Hu-


biera aceptado la gloria. Cada detalle de su exis~
. tencia era precioso á la humanidad. Nadie lo sos·
pechaba sino él. <-Qué importaba? Le bastaba
saberse un profeta desconocido, cuya misión ma·
ravillosa puede fulminar de un momento á otro.
El espectáculo de su propia vida no le basta-
ba nunca. La lucha cuerpo á cuerpo con el ham-
bre y el frío no le parecía menos épica que la
lucha contra la envidia olfateada bajo la amistad.
F'asenba con o.rguHo su sombrero gr.asiento y sus
miradas Íuriosas.
Como ya oo hay bohemios, era el bohemio por
excelencia . Los demás, los burgueses, le despre-
ciaban á causa de haber quebrado en el negocio.
No entendía la explotación del libro y del artícu·
10 1 ni se ocupaba del reclamo,
14 RAFAEL BARRETT

Lanzado á un siglo donde todo es comercio1 se


-0bstinaba en no comerciar. Por eso su talento
olia á miseria, y la tinta con que firmaba sus va-
gas elegías le· servia también para ,pintar ras grie-
tas blancuzcas de sus zapatos.
¿Pero tenia talento? Sus conti.nuos frac,asos le ·
daban á pensar que si. Llevaba la aureola dentro
de la cabeza.

.
Caía una llovizna helada y pegadiza que le
hizo estremecer cuando salía de· su bar.
El piadoso. alcohol, el verde Mefistófeles que
dormitaba en el fondo de las copas de aJenjo, no
había abrillantado del todo aquella tarde las ági·
les visiones del poeta. Sobre ellas, como sobre
la calle mojada, el cielo incoloro y el universo
inútíl, caía una sombra gris.
El héroe se sintió viejo. El barro de sus pan-
talones deshilachados se había secado y endure-
cido bajo la mesa del cafetucho, y pesaba lúgu-
- '

bremente. El orgulloso dudó de si mismo . Divi-


só reflejada en una vitrina la silueta lamentable
de su cuerpo agobiado. Un abandono glacial
entró en la medula de sus huesos. Candoroso y
desconsolado, lloró EenciUamente.
CUENTOS BREVES 15
De repente el corazón se le fué del pecho ...
¿Qué?... Era á él ... Imposible ... Miró detrás de
sí ..... No babia duda, era á él mismo.
Una mano desnuda. demasiado suave para los

cía señas desde 'ª


macizos anillos suntuosos que la cargaban, le ha ..
portezuela de un carruaje
de gran lujo, detenido· á duras penas un ins-
tante.
~I bohemio vaciló. La mano se agitaba, orde-
nando, suplicando que se acercara, que acudie-
ra. Y él se acercó temblando. Respiró. Ninguna
infame limosna ,
manchaba los dedos de nácar.
La portezuela se abrió. Unos brazos impacien-
tes se anudaron á él, y sobre su boca amarga y
poco limpia vino una boca de raso,, tibia y deli·
ciosa como el amor .... Los caballos arrancaron al
trote, y las luces de la ciudad, que empezaban á
encenderse, cruzaban ~como ligeros proyectiles el
vidrio biselado y húmedo. ,
Al reflejo débil vió el poeta pegado á su ros-
tro el rostro bellísimo de una mujer en cuyos
ojos se había refugiado todo el azul del paraíso,
y c:iya piel era de una dulzura 'igual á la dulzura
. .
de las blondas y las sedas de su traje fantástico .
Sentados á la mesa opulenta, después de un
banquete íntimo, la voz de oro sonoro de la
16 RAFAEL BARRET1

princesa-era, naturalmente, una princesa rusa_._


explicaba al bohemio qué raro y pronto capri·
cho la había obligado á volcar el tesoro entero
de las felicidades humanas sobre la testa mele-
nuda aparecida á la puerta de un bar.
El, desabrochado y estúpido, la oía en silen-
cio. Y ella, ante la camisa cansada que asomaba
por la abertura del chaleco y las uñas sombrías
del vate, r~flexiooaba con alguna tristeza en el
final de la aventura ...
Pero el hombre se levantó, recogió titubeando
su sombrero grasiento, y fijando en los labios lu-
minosos y puros de la princesa sus ojos de niño,
exclamó:
-¡Señora, alta señora, he cenado porque te-
nia h~mbrel Y? no soy mi estómago. No quiero
satisfacer el hambre eterna de mis sentidos y de
-mi alma. No tomaré to carne hecha con pétalos
y besada por las estrellas. A tu hazaña la mía .
¡Me donaste una divina ilusión, y no me la arre-
batarás nuncal
Y se marchó, ostentandt? en su frente, por úni-
ca vez quizá, el rayo melancólico del genio.
LA PUERTA

-Sí.... ¡níárchatel JDéjame en paz?


-Alberto... ¿es posible?
Al verla tan débil, tan rubia, tan suave, un
malvado deseo le hizo repetir;
-¿Qué? .... ¡Que te vayas! ¡Que no vuelvas!
l.a arrojó del gabinete, y cerró la puerta .
Una satisfacción ácida alegraba sus venas de
macho fuerte.
Había sentido bajo sus dedos, que mordían,
doblarse la carne infantil y temblorosa de la mu ..
jer, y había mirado aquel cuerpecito estrecho,
otras veces palpitante de caricias largas, desva-
necerse lánguidamente en Ja sombra. Y como un
eco salvaje oía aún el latigazo de su propia voz:
-¡_Que te vayasl ¡Que no vuelvas!. ...
Pero también comenzó á oir lamentos que su -
bian en su ·Conciencia.... ¿A ella, á su Mari, 'tan
2
18 RAFAEL BARRETT

dul~e, ha,bía él tenido valor de ,castigarla? ¿Y


por qué? ¿Por qué, en medio de una disputa ca..
riñosa y abandonada, le había ahogado de''repen·
te el ansia feroz de hacerla sufrir> de estrujar e 1
corazoncito adorado? Y una gran e:xtrañeza, una
gran claridad, surgió de pronto .
No, no la amaba ya. Todo había acabado. Todo
había muerto-
Se quedó contemplando la alta puerta inmóvil,
y le pareció que no se abrirla jamás.

Detrás de la puerta, apretándose el pecho con


las 'tnanos moribundas, Mari escuchaba. Era muy
de noche. Por las piedras de las calles se arras-
lraban los pa.sos de algún mendigo.
Mari le envidió no tener más que frío y ham-
bre. Ella tenia un horrible frío en el alma. Perci.-
bió ruido de papeles, de hojas de libro que se
pasan.,.. <{Está. trabajando ... ~», pensó.. «Ahora se
levanta, se pasea.... viene.lo Mari nopodia respirar.
«Se va,. No abre.• Los pies crueles de Alberto
iban y venían, sin pararse, á la puerta, sin querer
llegar hasta aqueUadesesperación muda, llevando
la limosna de paz~... Y las lágrimas br,otaron sin
fin, brotaron quemadoras de la fuen~e invisible,
CUENTOS BREVES 19
mojando en la obscuridad el rostro tibio, pegado
á la puerta inmóvil ... Y Mari se dejó caer poco
á poco al fondo de su dolor .....

Las horas aprovechaban el negro silencio para


..
huir, empujándose las unas á las otras, y Alberto,
borracho1 de sueño y de tristeza, se d~cidió á
abrir.
Mari, desplomada en el suelo, se había queda·
do dormida, El levantó la hermosa cabeza de oro,
empapada en sudor y en llanto, y besó los cáli-
dos ojos entreabiertos. 1

A la luz de la lámpara aparecían algunas arru ..


gas junto á la boca atormentada, de donde salía
un vago perfume de muerte.
Entonces el hombre tomó á la niña en brazos,
y pasaron la puerta para entrar en e) amor ver-
dadero, hecho de tinieblas, de angustia y de
llamas.
LOS DOMINGOS DE NOCHE

-Y usted, ¿no nos cuenta ninguna proeza amo·


rosa, señor Martinez?
El famoso financista sacudió con el meñique,
ensortijado de brillantes, la ceniza del magnifico
veguero; sonrió con ese des~éo que da á su gra·
siento rostro una expresión de desencanto fatuo,
y nos dijo:
-Les contaré mi primera aventura. Era yo en·
tooces estudiante, y mi familia me pasab;.i á Ma-
drid una renta de veintl! duros al flles, gastos pa-
gados . Las facturas de alojamiento, ropa, libros,
matrículas, se abonaban allá. Los veinte duros
eran para el bolsillo. No había modo de aumen-
tarlos, porque mi· padre entendía de negocios
tanto como yo~ Mi presupuesto estaba distribuí~
do así: cuatro reales diarios para café, propina
incluida; dos de billar, entretenimiento im pres·
22 RAFAEL BARRETT

cindible; uno de tranvía, término medio; tres de


teatro, diversión que pagábamos á escote los de
ia pandilla. El resto era consagrado al amor. En
aquellos tiempos compraba el amor hecho, carpo
las camisas y los zapatos. Ahora me lo encargo
todo á la medida.
»Devoraba con delicia, por extraño que les pa·
rezca, folletines de Escrich y nove:lones de Du-
mas y Su,é, y soñaba con raptos y escalamientos,
desafíos á la luz de la luna y frases gene-
rosas.
»Una madrugada, en lugar de acostarme des-
pués de la sesión del Levante, donde nos reunía-
mos, me dió por vagar solo, á semejanza de Don
'
Quijote, buscando doncellas que desencantar á
lo largo de las caUes solitarias.
»Hacia frío. Mis pasos eran sonoros
, sobre ~as
aceras, lisas y relucientes. Las estrellas, encara-
madas hasta io alto del espacio, ceriteUeaban más
que de costumbre. á través del aire inmóvil y
seco.
,. Había poesía en mí y fuera de mi, ó, por
lo menos, tal me parecía. Con todos mis li-
bros en la cabeza, rne hallaba dispuesto á re-
dimir definitivamente la primer pecadora que pa . .
sase.
CUENTOS BREVES 23
>..Y de pronto, saliendo de una bocacalle, cruzó
'
delante de mi una muje~~
»Caminaba de prisa, sin mirar á ningún lado;
iba como una máquina, Llevaba el mantón clásico -
de la madrileña del pueblo, el pe]o libre, la ena·
gua crujiente.
_ »La seguí. Nuestros pasos repetían sus ecos
iguales, cada vez más próximos. Noté que tenia.
la cara muy blanca.
»Los faro les, á intervalos, iluminaban esa pali-
dez, como los relámpagos iluminan u.n paisaje
triste.
»Ya muy cerca, casi tocándola, balbuc~ á mi
perseguida las majader~as que ustedes saben.
>No hizo caso. Insistí. Nada. Volví á insistir.
Yo no me resignaba á renunciar á mi aven·
tura.
>Entonces da media vuelta y clava los ojos en
mí. Unos ojos negros, de un negro absoluto, sin
fondo. Y con una vo.z sorda, una voz sin timbre,
como desteñida, me pregunta:
»-Quieres venir conmigo, ¿verdad?
»-Si.
•~Vamos.
»Y nos fuimos por callejuelas que yo no había
visto nunca. La mujer había cambiado de rumbo.
24 RAFAEL BARRETt

Nos metismos en los barrios bajos. No decíamos


una palabra. Yo tenia miedo y orgullo, al estilo
de los héroes. Acompañaba á la dama misterio-
sa, y me prometía terribles voluptuosidades .
»Se detuvo delante de una puerta larga y an ·
gosta. Sacó una pesada llave . Abrió.
»-¡Entra!
>Entré..
•-¡Subel-dijo la voz desteñida, más fúnebre
aún en aquel momento.
»Y subimos las escaleras empinadas~ Un "piso.
Dos. Tres . Cuatro. Me ahogaba en la obscuridad,
y una angustia rara se apoderaba de mí.
>-Aquí es-dijo la mujer.
»Sentí un brazo rozarme, otra llave rechinar
en una cerradura, y el gemir de unos goznes~
»-¿Tienes fósforos?
»-Sí.
»-Entra y enciende.
»Entré . Pero apenas lo hago cierra la puerta,"
da dos vueltas á la llave y me deja solo allí
dentro .
»Estupefacto, oigo que baja rápidamente las
escaleras, que cierra también la puerta de la
calle, y que huye, si, ¡huye como una conde-
nada!
tUENTOS BREVES 25
»Aturdido, enciendo un f.ósforo .
>Entre un catre viejo y uua mesa desastillada,
con tos ojos abiertos de par en par y la mandíbú·
la caída, enseñando el agujero negro de la boca,
estaba tendido el cadáver de un hombre, enchar-
cado en sangre.
:.Fué tal mi horror, que no grité.
~ »Me quedé como una estatua y el fósforo se
me apagó entre los dedos.
>No atinaba á encender otro . Mis pies resba-
laban en aquello pegajoso, enorme, que me pa-
recía llenar el mundo.
))-Y o no sé cuánto tiempo estuve allí, ni cómo
descubrí una claraboya por donde me escapé al
tejado, ni cómo no me maté entr.e las tejas, ni
cómo fuí á parar á una buhardilla, donde vivía
un zapatero, que se llevó un susto mayúsculo,
aunque menor del que yo traía, ni cómo le con -
vencí de que me dejara salir á la calle, al reino
de los vivos, ¡al paraísof
»Cuando lo conseg,ui amanecía . >
Martinez calló satisfecho, y nadie de nosotros
dijo nada.
-¿Pero la mujer?-preguntó uno al fin.
-Aquel crimen no se puso nunca en limpio.
-¿Usted no declaró?
26 RAFAEL BARRl-~TT

-¡Dios me libre! Jamás me h.e metido en esas


cosas; y desde aquella noche no he vuelto á leer
una novela.
Y Martíoez se rió pesadamente, haciendo pal-
pitar su vientre de banquero inquebrable.
EL PERRO

Por los anchos •;entanale~- abiertos del come ..


dor del hotel, contemp_laba desde mi mesa el
horizo~te marino, esf•Jmado en e! lento crepúsca·
104 Cerca del mueHe descansaban las velas pes-
cadoras á lo largo de los mástiles.
Una siiueta elegante cruzaba á intervalos,. su~
biend.o l!:l rampa: cocotte que viene á cambiar de
toilette para cenar, sportman aguijoneado por el
apetito~

El salón se iba Uenando; el tinti.neo de platos


y tenedores preludiaba; los mozos, de afeitado y
diplomático rostro1 se deslizaban en silencio.
La luz eléctrica, sobre la hilera de manteles
blancos como la nieve, saltaba del borde de una
copa á la convexidad de una pulsera de ~ro para
briliar después en el ángulo de una boca son ..
riente.
28 kAFAEL BARRETT

La brisá de la noche movía las plumas de los


abanicos, agitaba las pantallas de las pequeñas
fámparas portátiles, descubría un lindo brazo d·es-
nudo bajo la flotante muselina; y mezclaba los
aromas del campo y del mar á los perfumes de
las mpjeres . Se estaba bien y no se pensaba ee
nada.
De pronto entró un hermoso perro en el co-
medor, y detrás de él una arrogante joven rubia,
que fué á sentarse bastante lejos de mí. ·
Su compañero se dió á pasear, pasándonos
revista . Era una especie de galgo, de raza cruza-
da. El pelo, fino y dorado, relucía como el de un
+

tísico. La int~ligente cabeza, digna de ser acari ~.


ciada por una de esas manos que sólo ha com-
prendido Van Dick, no se alargaba en actitud
pedigüeña .
Al aristocrático animal no le importaba lo que
sucedía sobre las mesas. Sus ojos altaneros, ama-
rillos y transparentes como dos topacios, pare·--
cian juzgarnos desdeñosamente.
Llegado hasta mi, se detuvo. Halagado por
esta preferencia, le ofrecí un bocado de fiambre.
Aceptó y me saludó con un discreto meneo de
cola.
No creí correcto seguir, y le dejé alejarse.,
CUENTOS BREVES 29

Miré instintivamente hacia la joven rubia. El pro·


fundo azul de sus pupilas sonreía con benevo-
lencia.
Después de comer subí á Ja terraza, donde
había soledad. El faro lanzaba un haz giratorio
de luz, ya blanca, ya _roja, sobre las negras aguas
del oc:éano. El viento se extinguí a .
Un hálito tibio ascendía de la tierra calien-
te aún.
Embebido ante el espectáculo, sentí, cuando lo
esperaba menos, las nerviosas patas de mi nuevo
amigo apoyado sobre mí.
La joven rubia estaba á ·mi lado.
-¡Qué ·admirable perro tiene usted, señori-
ta( ... ¿ó señora?-pregunté.
-Señora--dijo la voz más dulce que he oído
en mi vida .

Nos veíamos de noche, sobre la terraza soHta-


ria, ó bien hacíamos algunas tardes largas excur·
· siones campestres con_ Tom por ánico testigo.
La señora de V ... era rusa. Mal casada, rica y
melancólica, obtenía á veces de su marído una
temporada de libertad.
Entonces se abandonaba al encanto de ia na-
30 RAFAEL ·BARRETf

turaleza y al sabor de los recuerdos, y arrastraba


su~ desengaños por todas las playas á 'la moda.
-No le debía odiar-mnrmuraba-y le odio;
~í. le odio y Tom io mismo; es grosero, celoso, in . .
sufrible: yo le hubiera perdonado mis amarguras
si me hubiera dado un hijo~ Ni siquiera eso.
Su som briUa trazaba un ligero surco por el
césped.
-No me puedo permitir una amistad, una
simpatia. Su intransigencia salvaje me tiene pri- .
sionera . Dentro de quince días estará aquí.
Bajaba la preciosa cabez(t de oro, y seguía en
. . ba1a:
voz mas . ,
-Amigo mío, desgraciad& de mi si sospecha
esta intimidad inocente. ¡No nos veremos más
desde el momento que llegue! Seria demasiado
grave; V~ .. es uno de los primeros tiradores de
San Petersburgo .
Su brazo temblaba bajo el mío, pero sus ojos
'
húmedos lucí~n tiernamente.
Tom brinc~.ba sobre las mariposas, y acudía á
lamernos las manos. Se le despedía con grandes.
risas y le consolábamos desp11és, Henos de remor-
dimiento.
En otras ocasiones la señora V ... me recibía e11
su cuarto. Tom se arrojaba sobre mí bulliciosa-
CUENTOS !!REVES 31

mente. Ella, con alegrías de niña, me enseñaba


los retratos de sus amigas, ó me contaba historias
de su infancia.
De cuando en cuando se apoderaba de nos-
otros un acceso de sentimentalidad, y con los
dedos unidos callábamos, dejando hablar nuestro
silencio emocionado. Pero &ntes de marcharme
era preciso j~gar con e] perro como dos chi-
quillos .
Delante de ·la gente no aparentábamos cono-
cernos. Cuando bajaba la señora de V.n al co-
medor, apenas inclinaba la frente.. Tom daba su
paseo de costumbre, y se detenía un instante á
recibir alguna fineza mía. ¡Nada de saltos, nada
de fiestas! ¡El tacto de aquel animal era prodi-
gioso!
Un día que almorzaba yo _con un conocido,
pasó de largo, como si no me hubiera visto ja-
más. Pero su mirada pareció explicarrne.... <No
es que tenga celos; es que ese señor es muy an-
tipático.»

Sonó Ja hora funesta. V ... llegó al balneario, y


con él.; mi desesperación.
E! homLre no dejaba á su mujer un instante
32 RAFAEi.. BARRETT

como no fuese enGerrada. La joven retenin á Tom


con ellos, y ·yo no conseguía ni la satisfacción de
1

acariciar la cabeza de nuestro fiel confidente ..


Las semanas huían, y comenzaba realmente á
desanimarme, cuando fui presentado á V .... en la
J

tertulia de los señores de H ....


Por una coincidencia salimos junto~, y juntos
volvimos al hotel.
V ... era tal como me lo habían pintado: su as-
pecto áspero y desapacible, y su conversación
.
autoritaria y seca. Cambiamos pocas palabras. Al
apretarme l'a mano me preguntó con indiferencia:
-¿Quiere usted conocer á mi esposa? Estará
todavía de pie. Es muy insociable, pero l~ gusta
hablar francés.
¿QÚé hubierais hecho? Subimos !as es~aleras,
y nos detuvimos ante el cuartito donde tan deli-
ciosos ratos había yo gozado.
De repente me estremecí de terror.
¡El perro! ¡Había olvidado el perro! ¡El perro,
que iba á festejarme y á lamerme con toda su
alma! ¿Qué partido tomar? ¡Pobre amiga míaf
iPobre de míl No me hizo ninguna gracia recor-
dar que· v ... era el primer tirador de San Peters·
burgo ....
~

Como quien va al suicidio, entré en la habita-


CUENTOS BREVES 33
ción. La señora de V ... , asaltada por el mismo
pensamiento que yo, estaba más pálida que la
muerte.
Tom, tendido con elegante indolencia, alzó l.Js.
orejas al ruido de nuestros pasos, y abrió sus lú-
cidos ojos amarillos; .•
Pero no se levantó siqu~era. Se contentó con
mover irónicamente la larga cola empenachada.
LA VISITA

Una noche de brurna y de luna lívida, salió el


poeta de la casa y recorrió el jardín. Los árbo ..
les, en la niebla iluminada blandamente, parecían
fantasmas de árboles.
Todo estaba húmedo, misterioso y triste. Se
diría que el suelo y las plantas habían llorado de
frío, ó quizá d.e soledad.
Eafrente1 del otro lado del camino, en la es-
pesura, había un hombre inmóvil. Se distinguían
su pantalón negro y su ca1nisa blanca. La cabeza
faltaba. Era un decapitado que miraba fijamente
al poeta.
Este, después de un rato, volvió á la casa. Una
raya de luz salia del · adorado nido.. Era su
casae, y sin embargQJ quetiendo entrar no pudo
j

entrar.
Durante largos minutos angustiosos creyó que
:36 RAFAEL BA.RRETT

había sido despedido para siempre de ella,. y que


su espíritu impotente, pegado á . los cristales,
contemplaba la felicidad perdida.
Otra noche sintió ruido. Se levantó y se aso-
mó. Un gran perro negro, de pie contra.el por-
tón, empujaba con las patas delanteras,
El poeta lo espantó, pero el animal volvió dos
veces.

Aquella tarde, el poeta, con la frente apoyada


.en el vidrio de la ventana, se divertía en pensar.
Una mujer, vestida de lulo. eµtró silenciosa y
súbitamente, y se sentó. El velo que la cubría el
rostro caía hasta el suelo .
El poeta babia visto en el vidrio el vago. refle-
jo de la intrusa, y se volvió sonriendo hacia 1e1la .
-Hijo mío-dijo la mujer enlutada-, tienes
demasiada fiebre . Mis brazos son frescos y puros
como la sombra.
-Lo sé--dijo él-, y los deseo. Te deseosa~
namente. ºNo me lleva á ti, ¡oh consoladora) el
sufrimiento, sino la vida. Si yo fuera más fuerte,
más joven, te desearía más. Tienes las llaves de
la noche, del mar y del sueño.
-Ven conmigo.
CUENTOS BREVES 37
Lat; ropas de la mujer, en la penumbra del
ocasct bajaban sus volutas tenebrosas, flúidas, á
la obscuridad de la tierra, donde" se hundfan se-
mejantes á las raíces de un tronco secular, y las
ondas de la cabellera eran las de un río q11e
temblaba. \

Algo de· cóncavo y de alado palpitaba en- el


espacio. A través del velo y del crepúsculo, los
ojos insondables de laenlutadalucían con dulzura.
-Ven conmig·o. En mi noche hay estrellas .
Mi mar se desmaya en ptayas de oro. En mi sue-
ño se sueña. Ven conmigo.
El poeta se estremeció levemente.
· -¿Es preciso seguirte?--pregontó.
-Bien sabes que no ordeno por mí misma .
Soy una enviada. Transporto á los hombres de
una orilla á otra. Soy la barquera, y atiendo á la
voz qt:e llama desde el borde que no se ve. Hoy
no vine po.r ti. Aun no eres reclamado. Vengo á
solicitarte, á ofrecerme. Es. cierto que obedezco
al destino, y que á veces 1 contra mi voluntad
piadosa, lleno de espanto las débiles almas .
Pero tambiéo obedezco á los hombres. Pídeme,
tómame, soy tuya .
En In habitación inmediata sonaron besos, ri-
sas balbucientes de niño ó de ángel.
38 kAFAEL B.ARRETT

-Iría contigo-mumuró el poeta~. Me asomo


'
á ti, y un vértigo sagrado me embriaga; un viento
glacial y delicioso adormece mi sangre.. Iría á ti .
Y no obstante, quisiera hoy,como todos los días,
encender mi lámpara. La página está sin con-
cluir•
.~Nada concluye; nada empieza.
-Mi hijo ríe; todavía no habla. Quisiera oirle
hablar.
-·Hablar es mentir.
-Estoy encariñado de cosas humildes, vulga-
:-es, casi feas. Quisiera despedirme 1 acariciarlas,
disponer de unas horas . T c. amo;· eres la única, la
suprema; fuera de ti no hay siap espectros. Es-
- .
pectros ~acilantes, espectros del dolor, de la
alegria~ de la esperanza. Espectros; yo mismo,
mientras no me toques tú, no soy más que un es-
pectro. Eres la so1a realidad. Darme á ti es na-
cer. Dispuesto á partir á la región maravillosa y
eterna" considero las piedras polvorientas del
yermo~ la hierba pobre, la zarza sedienta, y sien·
to que son aún compañeras de mi corazón. Per-
dóname, ¡oh madre] No sé lo que es justo; no sé
lo que conviene. En tus manos me pongo. Arrás ..
'
trame contigo .....
El poeta cayó en un sopor, pasajero y profua ..
CUENTOS 8REV~S 39
do. Cuando despertó, un silencio mortal reinaba
en la casa.
EspantadoJ el hombre corrió á la habitaci6n
Ít

vecina ...
Respiró. El niño estaba aUi, entre los brazos
invencibles de su madre.
SOÑANDO

Era como un inmenso baile de personas y de


cosas. Figuras de todos los siglos pasaban em
calma ó se precipitaban giraado. Animales fan-
tásticos y objetos sin nombre se mezcla.bao á los

mil espectros de un Carnaval delirante ...
El espacio infinito parecía ilu~inado por la

fiebre . No había piso ni techo. Se adivinaba la
noche más allá de la luz.
Y o me trasladaba de un punto á otro sin es-
fuerzo._ Nada resistía ni entorpecía á nada. Flotá-
bamos en un ambjente suave com.o ,el polvo de
las mariposas. El mundo estaba vacío de materia
y lleno de vida_.
' .
De un racimo de seres agitados se desprendió
hacia mí un caballero vestido de frac. Venía tan ·
de prisa, que atravesó en su carrera el cuerpo de
una desposada melancólica.
42 RAFAEL BARRETT

Cuando llegó á mi lado observé .la angustia de


su rostro contraído.
-¿Qué le sucede, señor profesor?-pregunté.
-El chiu1pancé se ha vuelto loco. Y a sabe us-
ted que era mi mejor sirviente. Hasta fumaba mis
,
cigarrillos. Un mono admirable, superior al hom-
bre, puesto que no habJa. Imitaba perfectamente
mis movimientos y aprendía cuant~ se le enseña-
ba. Usted recordará mi última conferencia sobre
los simios antropoideos . El la inspiró. Pues bue~
no:
..
ayer me entretuve tirando al blanco en el
Jardín delante del mono. ¡Nunca lo hubiera he-
cho! He querido meterme ahora en casa porque
se hace tarde. ¿Creerá usted que el _maldíto chirn-
pancé me ha recibido á tiros, confundiendo mi
pechera con el blanco? Por poco no me aciert1.
¿Cómo entrar en mi casa, Dios mío?
De lo alto dei firmamento lJovian pétalos to-
sadQs. Cerca de nosotros una niña rubia decia
que no á un banquero.
-¡Una idea!-exclanló de pronto un poeta lí-
rico que no~ había quizá escuchado.
Su cabellera larguísima y sucia ,olía ma1. Los
mechones semejaban serpientes, y de cada uno
colgaba un volum~n, de modo que el hombre ne.
vaba siempre consigo su biblioteca. A la tintura ·
CUENTOS .BREVES 43

oste!ltaba un cuchillo envainado. Lo desnudó con


gesto teatral.
-¡No tembléis! Esto no es un puñal, sino una
pluma, y mis venas son mi tintero. Por ellas no
corre sangre, sino tinta.
· Se hundió el arma varias veces en el corazón,
y embadurnó la pechera d~I profesor con el ne-
gro líquido, gritando:
-¡Lo salvél JLo salvél
Sin comprender cómo, me hall6 de rt:pente
acostado sobre la are ua fría de una playa4 .El mar,
de un azul lum.inoso, extendía su oleaje· brillante
bajo el cielo
.
borracho de sol. Una adolescente,
más bella que Venus. vagaba por la o·rilla, mo-
jando sus pies de nácar en la lisa lámina de cris-
tal que se deslizaba cantando . Su túnica era casta
como la espuma. Sus ojos dr. ángel estaban pe-
netrados de bondad y ele amor. Una nube de
pájaros alegres y puros revoloteaban en torno .
Noté que la encantadora virgen los cogía y les
arrancaba
. las alas .
-¿Por qué, por qué?-gemí dolorido.
-Les arranco las alas-suspiró su voz meto . .
diosa-para que no se cansen volando.
Caían lentamente las tinieblas espesas como
cae el légamo al fondo de un charco, y distinguí
44 RAFAEL BARRETT

á enorme ·distancia el resplandor confuso de la


fiesta aérea.
Me propuse alcanzarla, mas un abismo de una
pro'fundidad espantosa me detuvo. Subía de él
•n silencio más horrible que el trueno. En el
opuesto borde se alzaba un peñasco siniestro,
que dibujaba su ~dlueta de azabache, cortando el
horizonte sombrío, y sobre el peñasco una mujer
harapienta se retorcía los brazos mirando al pre-
* • ..
c1p1c10.

-¿Qué? ¿Qué hay? ¡Oyel-clamé-. ¡Oyel


Ella.no oía y seguía mirando. La sombra se hizo
más densa aún, y fué borrando aquel gesto de
agonía. Ya no quedaba más que la noche inson . .
<Lable, y el resplandor lejano y confuso de 111;
fiesta aérea .
El resplandor se fué transformando en una ne-
.
bulosa, y la nebulosa en-
l.a luna, luna serena y
plácida ..
Deseé ir á ella, y desperté. La luna era el glo-

bo d~ mi lámpara encendida.
Sobre mi mesa de trabajo dormían mis libros.
EL MAESTRO

Por treinta pesos mqnsuales el señor Cuadrado,


á las cinco de. la mañana, incorporaba sobre el
sucio lecho sus sesenta años de miseria, y empe-
zaba á sufrir.
Levantar los niños de primer. grado, vigilar su
desayuno, meterles en .clase, darles. tres -horas de
aritmética y de gramática, llevarlos á almorzar,
presenciar su almuerzo1 cuidar el recreo, propi~
narles otras tres horas de gramática y de aritmé.-
tica, conservar orden en el estudio, servirles la
cena, conducirles al dormitori~, estar alerta has-
ta las diez de la noche, dormirse entre ellns para
volver á comenzar al día siguiente.... todo eso ha ..
cía el señor Cuadrado por treinta ,pesos al mes.
Y lo bacía bajo humillaciones perpetuas, obs-
tinadas; los niños de primer grado eran un en-
46 RAFAEL BARRETT

jambre de mosquitos eo cuyo centro el señor


Cuadrado pasaba la vida.
Cada instante estaba marcado por un pincha20
ó por una puñalada; porque si el señor Cuadrado
era blanco ,constante de las risas bulliciosas de
los pequeños, también. lo era de las risas mal-
vadas de los grandes, de los que ya saben ¡ay¡
herir certeramente.
El profesor interno era el lugar sin nombre
donde quien quería tenia derecho á descargar, á
,,

soltar su mal humor 1 su impaciencia, su deseo de


hacer daño, de martirizar, de aEesinar. Y el se-
ñor Cuadrado vivía entre el dolor del último sa-
livazo y el terror al salivazo próximo. En su co-
razón no había más que odio y miedo. Se sentía
vil. Era el maestro de escuela.
Menudo de cuerpq y de alma, flaquísimo,
blando, vacilante. tiritaba, siempre bajo su anti"
guo chaqué sin color y sin forma, famoso en las
conversaciones burlonas de los muchachos .
La c~ra del maestro, roja y descompuesta, pa·
recia de lejos una llaga. Las innumerables arru- ·
gas, profundas y move~izas 1 que se entreabrían
para mostrar dos ojillos de culebra; atraían de
cerca y provocaban á un estudio interminable.
Tosía y su voz cascada se rompía con sonido
CUENTOS BRÉVES 47
·-

' lúgubre. Sacudía á cada momento los hombros


e omo si su raído chaqué fuera una piedra abru-
.madora, y temblaban sin causa sus endebles
miembros.
·Al señor Cuadrado se le babia escapado su
mujer, dejándole cinco hijos de poca edad. El no
l.

los veía porque no tenia tiempo. Disponía de dos


horas por semana.
Una vez en la calle, el señor Cuadrado se er·
guía, respiraba. ¿Adónde ir? ¿A visitar á los
chiquitos? Repartidos por los obscuros rincones
. de Buenes Aires, las distancias sin fin de la im·
placable ciudad agobiaban al señor Cuadrado.
•Podía ver a uno. ¿A cuál? ¿Iremos á'pie? Los
·bolines se me están cortando .... ¿Tomaremo5: el
tranway? Con los treinta centavos me echaría en"'.
tre pecho y espalda un té bien caliente ..~ Hace
frio ... >
Y el señor Cuadrado se deslizaba en
el esta-
blecjmiento de la esquina, 'Se acurrucaba en un
ángulo, delante de la taza humeante, gozaba con
delicia del ambiente tibio de la soledad.
Los hombres cruzaban sin ocuparse de él. No
sufría. No pensaba en nada . Eran dos horas de
ensueños, toda la poesía del señor Cuadrado.
Aquella noche, después de roer su miserable
48 RAFJ\EL BARRETT

alimento, el señor Cuadrado se metió es la cama,


Contra su costumbre, se durmió pesadamente.
'
Los doce ó quince diablillos de primer grado
se acostaron también, guardando una compostu-
ra de mal agüero. Dieron las diez 1 las once.
Las horas soA~ban en Jos relojes lejanos, y
detrás de ellas caía el silencio más profundamen-
te. El dormitotio, · mal iluminado por una vieja
lámpara, hundía su hueco en la sombra <lande
blanqueaba, como en los hospitales, la doble fila
de camas estrechas.
En la última, junto al embral, se distinguía
apenas el bulto del señor Cuadrado, y uo débil
reflejo brillaba tristemente sobre su calva ama-
rilla.
Rumores de pájaros, cuchicheos, carcajadas
mudas, alguien camina ...
Las cabezas rizadas se agitan, los cuellos se
alargan. Desde la penumbra todas las miradas se
tienden á la puerta y a) cuerpo inmóvil del señor
Cuadrado .
Y á la entrada del aposento surge cautelosa-
mente una aparición celestial.
De.snudas las rosadas piernas, revueltos los ru-
bios. bucles sobre una frente de ángel, muy abier-
~

tqs los dulces ojos azules, sonriente la bot;a fres ...


CUENTOS BREVES 49

ca y pura como una flor, et má{l, Jiodo de los


alumnos de primer grado espía á su maestro .
Convencido de la impunidad, alza la mano 1 de
donde cuelga por el rabo el cadáver sangriento
de una rata, y deposita del!cada1nente el inmun·
do animal sobre la ahnohada, á dos dedos del
raro bigote ·del señor Cuadrado ....

Desde el amanecer está~ sobresaltado el dor-


mitorio. Al respla;idor livid.o del alba se ve la
rata manchada de s1ngre al lttdo de la faz 1nar..
chita del maestro de escu1,3la. Pero el señor Cua·
drado sigue durmiendo. Son las cinca, las cinco
y cuarto, y el señor Cuadrado na se despierta.
Los demonios hacen 'ruido1 derriban sHJas, se
lanzan.libros de un Jecho á otro. Ei señor Cuu·~
drado duerme. Los demonio~ le disparan bo!i--
tas de .. papel, pero es inútil.· El señor Cuadrado
descansa .
El señor Cuadrado está muerto ...
i

A BORDO

Remontando el Alto Paraná. Una noche cáli·


da, perfecta, como si durante la inmovilidad del
crepúsculo se hubiesen decantado, evaporado,
sublimado todas las impurezas cósmicas; un cielo
bruñido, de un azul á la vez metálico y transpa-
rente, poblado de pálidas gemas, surcado de lar-
. gas estelas de fósforo .
Al ras del horizonte, el arco lunar esparcía su
claridad de ultratumba ..
La tierra, que ocupaba medio infinito, era bajo
aquel firmamento de orfebre un tapiz tejido de
sombras raras; las orillas del río, dos cenefas de
terciopelo negro.
Las aguas pasaban, seda temblorosa, rasgada
lentamente por el barco, y se retorcían en dos
cóncavos bucles, dos olas únicas que parecían
·S2 RAFAEl.. BARRETT

prenderse á la proa con un infatigable sus-


iO
piro.
. Los pasajeros, después de cenar, habían sali-
do á cubiert!1. De codo sobre la borda, uria pa-
reja elegante, ella virgen y soltero él, discre-
teaba.
-¿La Eglantina está trist,e?
(Porque él la había bautizado Eglantina.)
-Esta noche ·es demasiado bella-murmuró
la joven. ·
-La belleza es usted.~.
Brilló la sonrisa de Eglantina en la penumbra .
"Mis mayores me aprueban", pensó. En un ban-
co próximo, tía Herminia, que conversaba con
una señora de luto, dejaba irá los enamorados
su mirada santamente benévola, bendición nµp-
cials Roberto las acompañaría al lguazú, luego -á
Buenos Aires, y después ...
Sonaban guitarras y una voz española:

Los ojasos de un moreno


•r
el avaos en una mu1e ....

Y palmaditas andaluzas. Debajo, siempre el


sordo estremeci~iento de la hélice, y la respira-
ción de las calderas".
CUENTOS BREVES 53
Dos fuertes negociantes de Posadas paseaban,
anunciados por la chispa roja de sus ciga-
rrillos.
-Si continúa la baja del lapacho, cierro la
mitad de la obrajería-dijo el más grueso.
La brisa de la marcha movía las lonas del ·tol ..
do .. Eglantina contemplaba el lindo abismo.
-;-¿Ve usted algo?-preguntó Roberto.
Pero ella no contestó que veía, artísticamente
borrcso, como reflejado en un ébano pulido, el
cuadro de la felicidad futura: Roberto y ella, in·
. '

clinados sobre una c~na de encajes, donde dor-


mía la cabecita de un niño.· "Extraño es, pensó
Eglantina, que en esas aguas en que nada hay
flote ya nuestro hijo . "
-Veo Ja imagen de los astros-respondió con
prudencia. ·~
La señora de luto contaba á tía Herminia sus
pena.s de viuda, su viáje á Corrientes 1 donde su
hija mayor estudiaba para maestra normal.
Eran pobres. Tenían que trabajar. Dos de sus
niñas corrían por el buque, jugando al escon-
dite.
Cruz~ron de pronto, jadeantes. La señora las
detuvo .. "
-¿Y el qene?
RAFAEL BARRETT

-Está escondido. - Y huyeron. "¡Corecol


¡Coree~!" .
-¿Coreco?--interrogó tía Herminia.
-Es el grito del juego. Lo aprendieron de
unos chiquillos paraguayos.
La VOZ española cantaba:

• Dos besos tenga en el alma


que no se apartan de mí..•

~Ahora hay que traer obreros de Misiones.


Se han concluido de este lado~decía el nego-
. '

ciante gordo.
-No aguantan ni diez años ~n el monte. ·
Las niñas volvieron fatigadas.
-¿Pero dónde está vuestro hermanito?~insis~
tió la señ ::>ra de luto.

.__,.No sabemos... no se le encuentra.
La señora se levantó y se .fué .
Roberto ~uería convencer á Eglantina de q•1e
el vapor estaba quieto, y la mostraba e! extremo
de los mástiles, fijo entre las estrellas. Tía Her-
minia se acercó. Sentía inquietud.
Los mnzos iban de una parte á otra, bus ...
cando.
·El comisario vino á Roberto~
CUENTCS B~EVFS 55
-No se ~ncuentra ese niño-exclamó con an·
gustia.
Partieron juntos.
Los pasajeros se agitaban, como las ideas en
un cerebro, dentro del barco silenciosa1nente
fulminado por la desgr-acia. Transcurriéron diez
minutos atroces.
La madre reapareció. Estaba vieja.
-¡Se ha caído al agua! ¡~Ai hijol ¡T\1i hijo!
Un síncope, en los brazos de tia Herminia.
Eglantina observó con horror que la iafeHz re-
cobraba el conocimiento. Apenas abrió los ojos,
fa muerte se asomó á eilos.
-¡Mi hijol
Se desprendió de los que intentaban detener-
la, fué á la borda, y se do\:ló, Hamando, sobre
el rio:
-¡~1¡ hijo! ¡l\1i hijol
La lisa corriente pasaba.
A popa se extendía una vaga inmensidad. Se
oyeron órdenes . El vapor viró trabajosame'nte.
Las onda!i únicas se quebraron; tu1nultaosos
remolinos rompieron el espejo~ agujerearon ~a
seda temblorosa de las aguas, donde sin duda
había el cadáver de un n.iño.· Pero' Rglantín~, so ..
llozandP', nada pudo v,er en ellas.,
rviI ZOO

En el verdadero campo. Un retacito de natu -



raleza, lo suficiente para' revelar la sabiduría y la
bondad de Dios. Anin1alitos vulgares,. pero en li-
bertad. Yo también ando suelto~
Es la hora de la siesta; arrastro mi butaca de
,enfermo al ancho corredor, al amparo d~ las ma·
d~eselvas; me tiendo con delicia, y procuro no
pensar en nada, lo que es muy saludable.
Un centenar de gallinas picotean y escarban
sin· cesar la tierra; los gallos padecen la misma
voracidad · incot:rcible; olvidan su profesional
arrogancia, y hunden el pico. Esa gente no alza
la cabeza sino cuando bebe; entonces miran hacia
arriba con. expresión' religiosa.
Un tábano hambriento se me adapta á la piel;
· lo aplasto de una palmada, cae al suelo, ..y agoni-
58 RAfJ':.EL BARRETT

zante aún, se lo llevan las hormigas al tenebroso


antro donde almacenan los' víveres.
Los elásticos lagarto~ se fían de mi inmovili-
\

dad; densos, redondos, viscosos, avanzan en rá ..


pidas carreras, interrumpidas por largos momen-
tos de espionaje petrificado.
Parece á primera vísta que toman el sol; lo que
hacen es cazar moscas. Las detienen al vuelo
con su lengua veloz como el rayo, ,y sobre ellas

se cierra instantáneamente la caja de las chaias
mandíbulas. Es triste, en pleno siglo xx, dominar
los aires y perecer entre las fauces de un reptil
fangoso, anacrónico, pariente extraviado de los
difuntos saurios de la época jurásica.
De pronto, un zumbtir agudo me llama la aten-
ción. En e1 muro, cuyo revoque se ha despren- ·
dido á trechos, dejando á la intemperie el barro
lleno de grietas profundas, un moscón azul, cau-
tivo de telarañas, se agita pon desesperadas con-
YU lsiones.
'
Los finísimos hilos grjses, untados de una pér-
fida goma, le envuelven poco á poco, espesando
su madej3. infernal; y las pobres alas prisioneras
vibran en un espacio cada vez más chico, lanzan
do un gemido cada vez más delgado y más débil .
Y ~salen y se acercan y retroceden al cubil 1
CUENTOS BREVES 59
acechando su presa, las patas negras y velludas
del monstruo, los brazos de la muerte . Un minu·
to más, y la catástrofe se habrá consumado . Y o
puedo salvar al insecto ...
¿Mas quién soy yo pára interve.nir en este dra ..
ma, para perturbar tal vez los planes ~e la Pro ..
videncia? ¿Quién sabe los crímenes que el mos·
eón tiene sobre su espíritu?
Además, si nos dedicásemos á salvar mosco-
nes entelarañados, ¿p4ra qué servirían las telara-
. ñas, las arañas,. y quizás los moscones mismos?
No alteremos el ordea maravilloso del Universo
'
Pero ya cesó de oírse el gemido de las alas; la
víctima sucumbió . Tarde hermosa y feliz ....
Los toros mugen á lo lejos; mugen lúgubre-
mente; rocleaa el sitio en que cornearon á un
compañero, y se lamentan, sin comprender por
qué, olfateando la sangre.
En basca de la mía me acosan los mosquitos
de la vanguardia; los que clavan la trompa y se
hacen matar heroicamente mientras hartan su sed.
Y el sol baja enroje-ciendo el mundo .. La trans-
parencia de la atmósfera encanta mis ojos.
¡Qué bellas curvas describen en !o a!to los hal-
cone~,_ persigu.iendo á los murciélagos! Mi alma
s~ impregna de un vago sentimentalismo: la ma_g-
60 RAFAEL BARRETT

ui6cencin del crepúsculo excita mi literatura; el


astro se acuesta Qfaligado y ardiente'', como dice
Chateaubriand, y me enternezco con elegancia.
Y he aquí que suenan unos pasos en el corre ..
dor. Es Panta,. la cocinera, con el cadáver de un
pollo en la mano. ¡Miserable cuello estrangulado,
.siniestras plumas todavía erizadas del espanto
suprem,o!
l.

La buena mujer me contempla con ternura, y


me pide órdenes.
-Sí..~ con arroz; no sé le vaya á quemar.
1

Me siento· con un apetito excelente~


S~fART

Mrs. Kirby, en su palacio de la Quinta Aveni-


da, ·invitaba aquella noche á un príncipe latino,
de paso por Nueva York, y á un grupo de ami.-
gos · cuidadosamente seleccionad es entre·
' .
«los
cuatrocientos.».
Rodeada de su camarera Mary, de su peluque-
ro, del primer probador de su modisto y de un
ayudante,· ensayaba ante los altos · espejos de su
gabinete los trajes que había en~argado.
Prefería uno rosa, de cinco mil dollars, y uno
negro,
.
de seis mil. ¿Pero cuál de los dos? Con
'
"
el rosa, cuyas volutas de nácar ·lucían su frescura
matinal, un reflejo de_ adol~scencfa 'coloreaba la
tez de Mrs. Kirby, aclaraba sus ojos, suavizaba
sus líneas, ponía en el ángulo de sus labios son-
rientes ·una gota de luz del rocío que ofrecieton
62 RAFAEL BARRETT

las flores á Venus recién nacida del tibio seno


de los mares ...
-Mary, mis perlas, mis rubíes.
Con el traje negro, en cambio, la belleza de
Mrs. Kirby recobraba toda su dura majestad. La
densa cabellera se ensombrecía, las órbitas pro-
fundas se cargaban de misterio; en la boca sinuo-
sa aparecía el arco severo de Diana, y el busto
pálido surgía de la toilette como el de· una es·
tatua, al claro d,e luna, entre el follaje de un bos-
que sagrado .•.
-Mary, mis diamantes.
¿Qué elegir? ¿Ser ninfa ó ser diosa? ¿Ser de
carne ó de mármol?
-Me quedo con los dos-dijo Mrs. Kirby.
Los hombres se inclinaron y se fueron, con los
dedos temblorosos aún de haber ataviado al
. ídolo.
- Tenga preparados los diamantes y el traje
negro, lvf ary.
Y Mrs. K~rby, vestida de rosa, acariciada por
la claridad de sus rubíes y de sus perlas, bajó á
recibir á sus invitados. Al cruzar el hall hizo
seña á John, el viejo sirviente, y le dió algunas
órdenes en voz baja.
Cül::NTOS BREVES 63
Los 'millardarios comían. El príncipe, sentado
á la derecha de M?'s. Kirby, encontraba que ha-
cia demasiado calor, y que había demasiados
focos eléctrícos y demasiadas orquídeas. Las jo-
yas, de una suntuosid&d demente, convertíaa el
.oro en una cosa pobre, buena para los botones
de la servidumbre.
Quienes tenían verdadero apetito eran las mu-
j(!tes . De una pulpa brilJante y sólida, grandes•
sanas, enérgicas, conversaban sin dejar de en ..
gullir.
Los maridos probaban aguas minerales~ saca-
ban casi todos un frasquito ó una cajita que
abrían de cuando en cuando.y meditaban antes
de empeza·r los platos. Sus cabezas calvas, exan ...
gües, se destacaban sobre los fracs. Hablaban
poco; no podían competir ea erudición literaria
con las señoras.
Además, est.aban fatigados, y debían levantar-
se al amanecer. Sus rostros parecían haber ardi-
do. Eran .cimas volcánicas, pero cimas. Eran los
que ganaban el dinero ..
El príncipe fué modesto. Había allí varios re-
yes de productos textiles, metalúrgicos y alimen . .
ticios, los únicos reyes auténticos de la tie·rra,
capaces de comprar naciones y con derecho de
64 R ..~.FAEL BARRE.TT

vida y muerte sobre cientos de miles de proleta-


tarios.
¿De qué les habiar'ía él? ¿De su castillo his-
tórico y de sus faisanes?
Pero ellos hacían la historio, y le obsequiaban
en silencio con pescados que desde los ríos de
Rusia habían llegado vivos á Norte Ar.aé.rica .
Comprendió que su titulo sonaba corno un vioH-
nillo italiano en medio de los cobres de Wagner,
y optó por admirar á Mrs. Kirby, tan charming
con su traje rosa.
«Flirtaron;J), distr~ídos por los giros de la
charla general.
- Y a ve que hasta ahora los trusts, condenados
en primera instancia,· apelan

y triunfan., .
-Aguarden. unos 1neses ..• 'faft será mis duro
de pelar que Roosevelt. ..
-¿Mi mujer?.... No sé ,
... ¡Ahl Sí... Tomó el va-
por y se fué al es tren o- de Chantecler... Acaso
espere el. Grand Prix .... No sé á punto fijo ...
--Cuestió~
de otros quinientos millones.f.
-He reunido tantas piedras grabadas cor.ao e!
Museo de Nápoles ...
~-.¿Millón y medio ese Rembrandt? ... No es
caro...
-Pobre perrita.u me la mataron •.• tenía su va. .
CUENTOS BREVES 65

jilta de plata, y en mi aus·encia .. ,.. quince días ... ~


sirvientes nuevos, idiotas$ la daban 'de comer en
cacharros de cocina .... El animal, indignado, re-
chazó todo alimento... murió de hambre y de
sed•.•
-¡Qué inteligencia!. ..
-No me confunda con el pequeño Vander-
bilt, que pagó una suma enorme por la armsdu1:'a
que llevó Napoleón en Waterloo ....
-Es dificil conseguir criados que acierten á
cuidar los perros ...,.
-¿Cómo?... ~ ¿Tiene· usted hiJo3, señora? ..
¿Cuántos?,. ... ¡Tresl clamacz~ones tfe curiosidad
y de lástima~) No los bes·e nunca ... no es higié ..
.
nico,,. ..
-Quinientos miDones no bastan.... créame á

'f""ll
pr1nc1pe murniura b a:
1!.• $' "' ...,

-Con ese traje! :es usted fa aurora .


~¿La aurora á las 9 p. m.? ¡Qué anacronis-
mo!. ...
Y Mrs. Kirby roiró hacia el fondo de la es.-
taocia.
John se acercó, ·tropezi) y volcó una saJsera so-
bre el traje rosa. La salsera era de Sevres, pero
.la salsa era mayone:sa. Las
,
pupif.us de s presen.
'

s
66 RAFAEL BARn~TT

tes apuntaron á John como cañones de revolvers.


Tal vez, en otras circunstancias, habría sido lin-
chado. Mrs.. Kirby, impasible, se retiró. A los
dit?z minutos volvía con su magnífico traje negro,
coronada de di&mante5 .•.
El príncipe, deslumbrado, citó un texto de
Ovidio. Los hombres, haciendo un esfuerzo, se
extasiaron lacónicamente.
Las damon sonreían, mostrando la blanca fero-
cidad <le la dentadura, y Mrs.. Kirby 11 sintiendo
en torno suyo la ún~ca admiración sincer~1-que
es ia, envidia-, fué feliz un 1uomento.
Sin embargo,. frente á ella había una cara fa-
miliar, H~na de. indi·ferencia y de carisancio, una
cara de amanuense mal nutricio ... ¿De quién era
aquella cara olvidada de puro conocida? Y
~Ars. Kirby se acordó de pronto .•.
" ¡Ah? No era más que el señor Kirby.
BACCARAT

Había 'lnucha gente en la grao sala de juego


del casino. Conocidos en vacaciones, tipos á la
moda, profesionales del bac, reinas de Ja season,
agentes de bolsa, bookmakers, sablistas, rastas,
ingleses de gorra y smoking, norteam·ericanos de
frac y panamá, agricultores del departamento que
venían á jugarse la cosecha, hetairas de cuenta
corriente en el banco ó de equipaje embargado
en el hotel, pero vestidas con el mismo lujo; da-
mas que, á la salida del teatro, pasaban un ins-
tante por el baccarat, á tomar un sorbete mien-
tras sus amigos las tallaban, siempre con éxito fe·
liz, un puñado. de luises.
Una bruma sutilisima, una especie de perfume
luminoso flotaba en el salón. Espacjadas como
islas, las mesas verdes, donde acontecían cosas ·
graves, estaban cercadas de un público inclinado
68 RAFAEL BARRETT

y atento,, bajo los focos que resplandecían en ia


atlnósfera eléctrica.
A lo largo de los blancos muros, sentadas á
ligeros veladores, algunas personas cenaban rá-
pid~mente. No se oía un grito: sólo un vasto
murmullo. Aquella multitud, compuesta de tan
distintas razas, hablaba en francés, lengua discre,.
ta en que es más suave el vocabulario del vicio .
Entre el rumor de ias conversacionesi acentua-
do por toques de plata y cristal, ó cortado por
silencios en que se adivinaba el roce leve de las
cartas, persistía, disimulado y continuo, semejan·
te al susurro de una serpiente de cascabel, el
chasquido de las fichas de nácar bajo los dedos
nerviosos de los puntos,. Hacía calor.
Los anchos ventanales estaban, abiertos sobre
el mar, y dos ó tres pájaros viajeros) atraídos por
'

las ,luces, revoloteaban locamente, golpeando sus


alas contra el altísimo techo.
En las primeras horas de la madrugada se fue-
,ron retirando los corteses con la moral y cori la hi ..
giene, los que tenían contratada una ración amo·
rosa, y los aburridos, y los pobres, y los eucos
que defienden su ganancia, y también los que se
levantan temprano por exigencias de sport..
No funcionaba sino la mesa central, la de las
CUENTOS B~l!.VES 69
ban~as monstruosas.. Una fila de puntos· con
números y dos filas de puntos de pie I~ ro-
deaban.
Detrás, en sillas errátiles, lus que se resignan
á no ver, hacían penosamente llegar las puestas á
su misterioso destino. Tallaba un ruso.
Ante él, apoyado á un bloque de porcelana,
yacía el flexible prisma de los naipes, hnpene-
trable como !a muerte. Los crouplers inriiferentes
movi a.a sus palas deJgadas. colocando las fichas,
'ei o~o, los billetes azules, los albos bank-notes:
«HagLln juego, señores.".ª hE".gan juego... no va
r ~

mas ... no va roas .... :.


'Las mujeres, apretando sus senos contra las
espaldas de los_ hombres, deslizaban un brazo
desnudo hacia fa mesa: nadie se estremecía al
contacto de la carne bella; no eran mujeres ni
hombres, eran puntos. «No va rr1ás .... »
E! banquero paseaba sus tristes ojos grises por
· el tapet~t para claree cuenta de la importancia der
golpe; miraba un mon1ento las pilas de fichas re ..
dondas de cien francos, eHpticas de veinticinco
luises, cuadradas de cincuenta, los terribies car~
tones donde está escrito un 5 . 000, un 10.000.... y
luego, con su .voz monótona, decía:.« Todo va>.
-
Ponía un largo dedo pálido sobre el paquete
70 RAFAEL BA~RETT

de carlas, y las distribuía lentamente. •Ocho ... ,


carta... no •.. seis... buenas ... >
Y los croupiers pagaban, ó biea, con sus pale-
tas afiladas como hoces, segaban los paños, lle·
vándoselo todo. El ruso, si le iba bien, apuraba
las barajas hasta el último naipe; si le iba mal,
clava~a de pronto una carta en mitad del paque"'
te, y pujaba banca nuevat con el mismo gesto
elegante y desolado . La insaciable ranura de la
mesa tragaba su tantoJ y se volvía áempezar: «Ha-
gan juego, señores .... hagan juego ... no va 1nás.~.,
no va más ... doyº. nueve ... ~O-u cinco .... siete.... »
Una cortesana gal lega, gloria cosmopolita, co-
paba 'de tarde en tarde. Su mano, oculta por los
rubíes y las esmeraldas, hacia un signo; mientras
se voleaban las cartas, el negro de su iris adqui-
ría una fijeza feroz; en sus párpado_s obscuros se
leían treinta años de orgía, pero sus dientes cen-
telleaban entre sus pintados labios de diosa y su
torso, de un acero que templaron las danzas, se
erguía en plena juventud, sosteniendo la imperial
cabeza, coronada de bucles tenebrosos.'..
Y el banquero, que no la cobraba nunca, se
contentaba con sonreír imperceptiblemente bajo
su bigote claro ....
Dieron las tres. El ruso, la bailarina y la mayor
CUENTOS BREVES 71
parte de los puntos se habían marchado. Hacia
fresco.
Los mozos cerraron las ventanas. Con un sus -
piro de sastisfacción, los verdaderos devotos del
baccarat se instalaron cómodamente.
Ahora podían saborear los pases, seguirá gus·
to todos los arabescos de la casualidad, perderse
con delicia en todos !os meandros de lo desco-
nocido .
Los caballeros pedían café ó whisky, ellas sor-
bían por una paja menta mezclada con hielo.
Talló un provinciano con fisonomía de procura-
dor, después un cronista de boulevard, y otros
después ..... Con fraternidad de enfer·mos en un sa ..
natorio, los puntos se cuchicheaban las eternas
frases: «Dos semanas de guigne ... co he consegui-
do ·doblar aún .... ha pasado seis veces .... yo en la
~

mala tiro á cinco .... yo al revés ..• yo no; depende


del temperamento del banquero .... por fin un
pase •.. yo no juego más que á mi mano>~·· Los
croupiers, automatas, movían las palas .•. «Hagan
juego,· señores ... hagan juego ... no va más ... Doy ....
carta ..... carta .... baccarat.... ocho ... tres ... »
2· Una señora, de cuarenta años ó de cien, qui-
zás marquesa, quizás partera, jugaba invariáble-
mente cinco luises por golpe.
72
Usaba una ainplia bolsa de mallas qe oro, ton
cierre incrustado de perlas, dollde guardaba el
estuchito de las inyecciones1 el dínero, una borla
con polvos de arroz y dos lápices de ma-
quillaje.
Con celeridad impasible se empolvaba, se sub-
rayaba la boca de rojo y ios ojos de negro, y
resucitaba así por quince minutos.
A su lado un jovencito lampiño, que apuntaba
el mínimum-cinco francos-t contemplaba las
perlas; y la señora, con una indulgencia en que
había algo de maternal y algo de infarae, le pres ..
tó diez luises. El incesante chasquido de las
fi.chas sonaba en el salón casi desierto .
. Los que ganaban cambiaban las chicas por las
grandes; los que perdían cambiaban las grandes
por las chicas, y siempre, entre los dedos infati ..
gables, había fichas arregladas y vueltas. á arre-
glar en inontoacitos de á diezt de á cinco, de á
dos, ó confundidas, separadas y barajadas inter-
minablemente. Poco .á poco fueron enrnudecien-
do lo.s jugadores.
Oiero_n las cuatro.· No se pronunciaban ya sino
las pn.tabras ritlia1es.... «Í\Jo va más •.• doy .... carta ...
'
no quiero .... buenas ... siete ... baccarat•.. ~
Todo estaba inmóvil menos los dedos, pálidas
CUENTOS BREVES 73
arañas, los naipes y las fichas . Una claridad re-
pugnante se infiltró en el ambiente, untRndo de
pus aqueilas caras de muertos. Atrancaron las ma-
deras, y la noche quedó cautiva bajo_ las iá~paras
incandescentes. "No va más... carta... carta ...
nueve •.. buenas .... buenas ..• >
Y s'obre la mesa se divertía el azar, arremoli-
uando las fichas, despidiendo el oro de un bolsi-
.
llo á otro~ El azar era el único que jugaba allí,
alegre y cruel como un niño en un cementerio.
Dieron las cinco, las seis, las seis y r~1edia.º
Al cabo, los cadáveres se fueron á acostar. Los
cocheros roncaban en sus pescantes. La morfinó"'
mana ·y el jovencito prefirie.ron regresar al hotel
por la playa.
El sol llenaba el universo de un 'resplandor in-
soport!tble. El mar azul hriHaba, precipiV.lndo sus
otidas paralelas. La brisa batía las lonas contra
los mástiles, y un viejo pescador, abatido, de co-
lor de -tierra, caminaba trabajosamente, con los
i

harapos de su red al hombro ....


SOBRE EL CESPED

Sobre el césped estábamos sentados. á la som-


bra de los alto..; laureles. De ·tiempo en tiempo
una leve bocanada de aire cálido se obstinaba en
sJ.esprender eí suave n1echón rubio que tus dedos
impacientes habían contenido.
Nuestro. primogénito jugaba á nuestros pies, in·
capaz de enderezarse sobre los suyos, carnecita
redonda, sonrosada y tierna, pedazo de tu carne .
¡Oh tus gritos de espunto cuar1do veías entre sus
dientecitos el pétalo de algur1a flor misteriosa!
¡Oh tus caricias de madre joven, tus paf mas don -
de duerme el calor de Ja vida. tus labios húmedos
que apagan la sedt
Y mis besos. enardecidos por la v.oluptuosa pe ..
reza de aquella tarde de verano, apretaron á la
dulce prisioner11 de mi:s deseos, y mis manos, ex ..
traviadas 1 temblaron entre las ligeras batistas de
tu traje ...
76 R FAt.L BAH.)o.'.F.tT

¡Y me rechazaste de prontol Y un rubor virgi -


nal subió á tu frente.
Me señalaste nuestro hijo, cuyos gra'ndes ojos
nos seguí:m con su doble inocen c:ia, y murmuraste:
-¡Nos está mirando!
~ "fiene un año apenas ....
;_¿y si se acuerda después?
Nos q._.edamos contemplando á nuestro peque . .
ño i'ilez, indecisos y confusos.
Pero yo te hablé en los siguientes términ,os:
-Atnor mio, tesoro de locas delicias y de ab-
surdos pudores,· alma única:) mujer de siempre,
hutnanidad mía, no temas avergonzarte ante ese
tirano querido, porque no te haré nada que no te
haga él en cuanto te lo pide....
Y desabrochando tu corpiño. liberté la palpi-
tante belleza de tu seno, y prendí mis labios en
su ir~itada punta.
Y tú te estremeciste, y una divina malicia bri-
líó en el fondo de .tus ojos.
DEL NATURAL

En ia casa de los tísicos.


Lo que mató al 4, más que la enferznedad, fué
. la idea* Apenas entró en el lazareto, le dió la
manía de salir, convencido que de lo contrario
moriría pronto .
I-la blaba todavía menos que nosotros, y en el
hospital no se habla mucho; pero le adivinába ..
mos el pensamien_to, como sucede donde se pien,
sa demasiado. Las ideas fijas fluyen silenciosa -
mente de los cráneos, y se ciernen sobre· las
cosas.
it\ pes ar de que ~o~ que sufren son por ·lo co-
mún bastante crueles. el 4 nos inspiraba alguna
lástima.
·Su cama. estab·a enfrente de la mía. Era un mu ..
cha:::h!to de diez y seis años, rubio y blanco; pa--
recia. el hijo de un príncipe, y su andrajoso uni-
78 RAFAEL BAMRETT

· forme del establecimiento un disfraz inexplicable.


~W;Tenía bucles de oro y admirables ojos azules.
Estaba demacrado en extremo; andaba con el
paso lento, autómata, propio de los clientes de
la casa.
Sin embargo, una circunstancia extraña le dis-
tioguía de ellos: caminaba erguido.
Por excepción, su pecho no presentaba esa fú-
nebre concavidad de los tísicos, hecha por. Ja
muerte, que viene á sentarse allí todas las noches;)
El 4 enflaquecía y se mantenía derecho; era
un tallo cada vez más fino, y siempre gracioso.
Sin duda su esqueleto era bonito y brillante como
un juguete.
Supimos que era hijo no de un príncipe, sino
de un herrero, que la madre estaba enferma y
que tenía varios hermanos pequeñitos.
Le habían metido de ganga en un seminario, y
se había escapado ansioso de libertad. Había re ..
grcsado á Montevideo y trabajaba de tipógrafo .
El polvo ael plomo envenenó aquellos puhnones
delicados, y ahora, preso en el "aislamiento'', ¿qué
le restaba?
Aguardar el turno, según la eterna frase del 18.
El 4 no luchaba ya. No tocaba los dos huevos
medio podridos con que le obsequiaba· Ja "cari-
CUENTOS BltEVBS 79
dad'' diariamente, ni la leche infecta, ni las pil·
trafas de carne recocida. Se dejaba ir. Recto,
estoico 1 mudo, bello, e'ra un lirio agonizando
de pie.
Un día, no obstante, brilló para él, por vez
postrera, la esperanza.
Hay "visita" al hospital de tuberculoso~ cada
dos semanas; cada dos semanas se permite á las
madres contemplará sus hijos ocupa.dos en mo ..
rirse. La del 4 debía estar muy mal para no acu-
dir al lado de los bucles de oro y de .los ojos
azules.
En cambio, aparecía de tarde en tarde el pa-
dre, grueso, cabizbajo, sin expresión, lacónico.
Traía al enfermo un poco de fruta ó dulce, y se
marchaba sin un beso, sin volver la cabeza, lo
cual á nadie· sorprendía. Es la costumbre de
gente pobre.
Aquel domingo, el herrero dijo, con indiferen·
cia, que unos tíos deseaban tener al muchacho y
cuidarlo en la campaña.
-¿Quieres ir?
-¡Oh, sí!
Y los ojos azules centellearon .
-Bueno. En la otra visita te llev:!ré conmigo.
Durante quince dias pasó algo increíble: uno
80 RAFAEL BARRETT

de nosotros era feliz. Al 4 se le había desatado


la lengua, y nos describí a la casa de sus tío~, los
corrales con las gallinas y las vacas, las legum-
bres del huerto, la sombra de los árboles, la fres ..
cura 'del arroyo, la luz y el aire. libre.
.
Se sentía salvado, capaz aún de jugar y de. eo ..
rrer, y nosotros nos entristecíamos con !a envidia
de la salud ajena . Hasta se nos figuró que el 4
engordaba .... cuando en realidad la impaciencia
le acababa de consumir.
Llegó· e? famoso domingo. Con mucho retraso
asomó el herrero. Avanzaba pesadamente, con
los ojos inyectados.
Su hijo le esperaba sentado en su lecho; se ha-
bía vestido la ropita nueva, "la suya". Estaba listo,
-¿Vamos?
-¿Adónde?-preguntó el padre.
-A casa del tío ... ¿No recuerdas? ¿No íbamos
á pedir hoy el alta?
El hombre se esforzó por hacer memoria. Su
aliento olía á vino.
-Mejor es qu'e te quedes.
-Es que no estoy bien.
-¿Eh? .
-Que no estoy bien. En la última quincena
bajé dos kilo~.
81

-¿Dos kilos?
-No estoy bi'en .... -ins,istió el desgraciado .
-Mejor es que te quedes-repitió el he-
rrero.
Y balanceaba el hirsuto tc!stuz . Después se fué.
El 4 se desnudó y se acostó. Los compañeros
se reían del chasco .
-¿Qué t'enía tu viejo?
-Estaba tomado y no se acordaba.
-Tampoco nos sorprendió esto. El alcohol
co·nsuela, ¿verdad?
A la media noche me despertó an ruido faroi ..
Har, y en aquel momento, 'no sé p~r quéf lúgu·
br'4! . El 4 tosia y escupía. La claridad era escasa,.
No se alumbraba el cuarto por espíritu de abo - .
rro y pot no tener que limpiar tubos.
Me levanté y f aí á la carna de enfrente .. Una
mano flaca y pálida me alargó la sali\r•cra.. l\1iré
al fondo: estaba negro.
-¡Sangre!-dijo el niño~
Murió el otro domingo. No era dia de visita.
EL HIJO

·Hace muchos años vivía un matrimonio. Eran


muy pobres: él, leñador; ella, lavandera. Eran
muy feos, casi horribles; ella, con su enorme na-
riz y sus ojos de carbón, parecía una bruja; él,
con su áspera pelambre, parecía un oso. Pero se
amaban tanto, tanto, que tuvieron un niño má~
bello que J.a aurora.
No se atrevían á acariciar con sus manos rudas
aqueHa carnecita e& flor. Adoraban al hijo como
á un Jesús.
Le pusieron una riquísima cuna; le alimentaron
con la leche de la mejor cabra del valle. Creció
y le vistieron y ataviaron lujosamente. Besaban la
huella de sus pies, y se embriagaban con el eco
de su voz. Necesitaron oro para el ídolo .
. El padre cortaba leña de día, y de noche se
84 RAFAEL. BARkETT

dedicaba á faenas misteriosas, hasta que le sor-


prendieren en ellas y le ahorcaron.
La madre, cu~udo no lavaba en el río, pedía '
limosna. A veces, á lo largo del camino, encon-
traba señores, que se detenían al verla, y se reían
de· la enorme nariz y de las cejas de carbón.
''¡Bruja, móntate en este palo y vuela al aquelar~et"
Entonces la mujer hacia bufonadas, y irecogía
monedas de cobre .
Entretanto, el hijo se había transformado en un
arrogante doncel.
Ocioso y jeliz, paseaba su esbelta figura, ador-
nada de seda y de encajes. En sus talones ágiles
cantaban dos espuelas de plataJ y sobre su gorro
de terciopelo se estremecía una graciosa pluma
de avestruz. Si le hablaban de la lavandera. res-
pondía:
-No la conozco; no soy de aquí. ¿Mi madre
esa vieja demente? Y todavía sospecho que es
'

ladrona . 1

Sin embargo, iba en secreto al hogar; d.onde


encontraba siempre . un puñado de dinero, una
mesa con sabrosos manjares, un lecho pulcro y
dos .ojos esclavos.
Una vez pasó la hija del rey por la comarca y
se enamoró del mozo.
CUENTOS BRE.VES

-¿Cuál es tu fami.lia?-preguntóle.
-Soy el Príncipe Rubio-contestó-- . Mi pa-~
tria está muy lejos, á la derecha del fin del
mundo.
La niña le creyó, y se casó con él. Hubo gran-
des fiestas, y (ueron enviados á la derecha del fin
del mundo embajadores, q'ue no volvieron.
La madre hubiera muerto de orgulloso placer
si no hubiera pensado que aun podía, por algún
azar, ser útil á su hijo.
Un año después se supo que el príncipe había
caído enfermo de una enfermedad contagiosa y
h.orrible. La princesa había huido de su lado, y
nadie se atreviJt á socorrerle. El príncipe agoni ..
zaba á solas.
Entonces la madre se arrastró hasta las puertas
del palacio, y tanto hizo, que la dejaron entrar
como enfermera ..
Su hijo estaba en un soberbio Jecho de damas ..
co, bajo un dosel de púrpura. Su rostro desapa-
recía, devorado por una lepra m~nstruosa.
-Hermoso mío~dijo la madre--.: Yo te sal-
vare.JO"

Y le besó y cuidóamcrosamente hasta la noche.


Pero á media noche vino la Muerte por el
,.. "
pr1oc1pe.
, ,
86 RAFAEL BARRETT

-Muertet ten compasión de mí~la suplicó la


madre-. Lleva á esta anciana decrépita, y no á
este . joven lleno de vigor. Permítele vivir y en . .
gendrar para ti nuevos mortales ..
-¿Cuál de los dos?~· preguntó sonriendo la
Mcerte al leproso .
El príncipe alargó su diestra descarnada y se-
ñaló á su. madr~, que l&nzó un grito de alegría:
-. jGracias, hijo míol
Y la Muerte la tomó en brazos y la arrebató sin
,¡\'

esfuerzo, porque pesaba illenos que un fantasma.


Al día siguiente, el príncipe apareció sano y
robusto ante su. corte.
. Más tarde fué rer, 1 y r~inó mucho tietnpo, y
tuvo muchos hijos, y gozó de todos .los deleites
de la tierra.
Pero su barba blanca alc,:¡nzó ses rodillas, y
sus huesos se secaron. Le llegó su hora, y llamó
á su madre.
-¿Qué quieres, niño mio? - suspiró el si-
lencio.
---jSalvarme;
-·Hijo mio, yo fui; yn no soy nada
.. sino un
dolor sin cuerpo. Quizá me oiste gemir en el
viento y llorar con la lluvia er.. tus cristales. En
mí no quedó substancia ni energía.. Soy menos
CUENTOJ BREVES 87
.
que el recuerdo de una sombra . Ni siquiera pue ..
do reunir mis lágrimas para ti .. Soy tu madre
muerta ..
-¡Madre cruel, madre amarga, maldita. seas
roil veces!-exckunó el rnoribundo.
-¿Cuál es mi crimen?-sollozó el silencio.
-¿Para qué me diste la vida, si no 1ne diste la
inmortalidad?
EL LC.PROSO

1,.,rehit~ años hacía que Onofre habitaba el


país. Remontando los ríos quedó en seco, el fin,
como escoria que espuman las niareas,. ¿Sicilia-
no, turco, griego ....?
' Nunca se averiguó; ma.s al oírle soltar su ~.cas­
tilla» dulzona, rayada por delgados zumbidos de
insectos al sol, se le adivinaba escupido por el
Mcditerrán eo.
Treinta añosa •. Era entonces un ganapán sufri·
do y avieso. Pelaje de asno le caía sobre el
testuz.
Aguantaba los puntapiés sin que en su mirada
l

-sucia saltara un relámpago. Astroso, frugal, recio,


,. aglutinaba en sHencio su pelotita de 'oro .
Pronto se irguió. Puso boliche en el último
rancho. Enfrente, una banderola blancuzca á lo
90 RAFAEL BA.RRETT

alto de una tacuara torcida por el viento y la llu~


via, sonreSa á los borrachines.
Entraban al caer la noche, leu tos, taciturnos;
se acercaban con desden pueril al mostrador en -
chapado; pedían quedos
. una copa de caña, luego
otra; el patrón Camhoche, afable y evasiv~, ·apa·
cjguaba los altercados,. favorecía ias reconcilia -
ciones regadas de alcohot
..
Saltó á relucir una baraja aceitosa, aspada,
punteada; aparecieron dos ó tres pefafustanes
·que ganaban siempre y bebían fiado. Después,
d'!: lance, trajo Onofre trapiche y alambique;
des"liló el veneno por cuenta propia.
Tiró el bohío' y levantó una casita d~ ladrillos .
.
Apeteció instruirse, cosa que ennoblece; leyó de
corrido, perfiló la letra; el estudio del derecho,
sobre todo, le absorbía; al ba1nhoieante alum -
brar de una vela de sebo devoraba en el catre.
hasta la madrugada, procedimientos y códigos.
Empezó á prestar.
Fué el paño de lágrimas de la comarca. Com-
pasivot se avenía en los vencimientos á rebañar
la ternerilla, el par de gallinas, el fardo de hoja,
el cesto de naranjas, á trueque de renovar la
deuda por un mes.
Do-p Onofre se hizo peco á poco de ranchc;~
CUENTOS BREVES 91

rio, campichuelos, monte, hacienda. FomeDtó el


comercio. Cortés y entendido, metía pleito á los
acomodados. Leguleyos, agrimensores, comisio- .
nistas, asomaron por vez primera en aquellos lo ..
gares, que así nacían á la vida publica. A los
mismos insolventes, de puro bueno y de puro
calentón, ayudaba don Onofre cuando había en
la familia alguna chicuela á punto.
Fué un personaje: viajes á Ja capital, miga con
ricachos y con ministros. ¡Oh. nada de política!
Estaba con todos Jos partidos, á medida que
ocupaban el poder.
El jefe y el juez eran suyos .. Figurar en centros
mejores, ¿para qué? Prefería seguir siendo la
providencia de su patria adoptiva, sinmoverse de
ella. La cual se despoblaba. Las cuatro mil cabezas
de don Onofre vagaban más allá de los abando . .
nmdos cultivos. Tenía su idea (el agua a urta cuar·
ta, el ferrocarril en proyecto): con cruzarse de
brazos se hacía millonario.
Consintió, no obstante, en talar los bosques .
,.
Arboles gigantescos se desplomaban con fragor
de muerte. Las vigas férreas eran arrastradas por
1os que daban en otro tiempo de pÚntapiés á
Onofre, y echad.as al río. La pelotilla de oro se
volvía bocha magnifica.,
92 RAF. 1\EL BARRETT'

Y en torno de don Onofre se pelaba la tierra,


como atacada de una tiña pertinaz . A propósito:
se me olvidaba decir que don Onofre padecía de
lepra.

-
La lepra. Lepra. Don Onofre masticaba este
. nombre pavoroso. Lo veríais en el lento temblor
de sus mandíbulas salientes. Veríais en su iris
.
felino, turbio, empañado de pronto por un humo
fugaz, el horror de las úlceras descubiertas á so·
las, atrancadas las puertas . ¡Ayl No había niña
más púdica que don Onofre.
Amaba vestido. Su ropa, cc,sida hasta la nuez,
era un saco de inmundicia cerrado y s~llado
como ei cofre de un avariento. Pero ¿y la cabeza?
¿La cabeza grasie1lta 1 vii, imposible de escamo-·
tear? Y la bestia subía, se e~roscaba á la nµca.
Don Onofre anhelaba algo parecido á decapi-
tarse.
Al cabo la lepra sacó la garra por el cu~llo de
la camisa 11 apresó el rostro .
¡Ser leproso, es.candalosamente leproso un
hombre tan rico, que podía ser tan feliz! Esta in·
-
justicia acongojaba á don Onofre. Sus vecinos
opinaban como él. Prez del departamento, le ve-
CUt:NTOS BREVES 93

neraron; mejor todavía: le compadecieron mara -


vi Hados.
Aquella frente manchada inspiró á los esquil-
mados campesinos . el respeto de las cumbres
donde se muestra ii les viajeros la peña partida
por el rayo. Admiraron á don Onofre doblemen-
te; se le aproximaban con reparo religioso, que
él tomó por asco, ¡As.co, el asco ardiente que se
tenía á sí propio!
'
No se resignó. Forcejeój ee largas pesadillas,
con los fantasmas purulentos; al despertar, había
en la almohada lágrimas de espanto. Lucharía; no
moriría así, no, maldito por el destino~ Se arrui-
naría con tal de curarset con tal siquiera de es·
conder su mal.
Y en persecución del miJagro bajó los ríos,
cruzó ·los mares. ¡Qué tortura ante la repugnan -
cia, el odio, el pánico, gesticulantes en torno de
su lepra! Sus compañeros de camarote huían des-
pavoridos; sus comensai'es 'le r:elegaban á un ex-
tremo desierto de la mesa, ó se iban furiosos. Se
le rechazó, se le aisló~ se le encepó: era un apes·
tado, era la peste.
Oía á su i>aso protestas, órdenes, un rabioso
fregar de cacharros y cubiertos~ Olía de continuo.
el ejército de sustancias desinfectantes con que .
94 RAFAEL BARRETT

se abroquelaban los dichosos . Don Onofre im-


ploró lástima . Se dirigió á los sirvientes, á cuan-
tos se arriesgaban á escucharle. Dijo que era
. ..
rico, muy rico.
Despilfarró ostensiblemente el champaña;
_ arrojó habanos casi enteros; se cuajó las manos
de brillantes~ 41llS_oportadme-suplicaba-: soy
rico, muy rico .. » Y á las postres algunos ojos le
-acariciaron, algunas frases le: fingieron la inmor-
tal n1úsica de la piedad, y algunas señoritas ca-

saderas le sonrieron. ¡La higiene está tan adelan·
tadar
Los médicos se lo enviaron entre ellos como
una pelota podrida.
Lo~ más célebres eran los más caros: don Ono ..
fre no apreció otra diferencia. Le ordenaron
cambiar, cambiar siempre de clima, de costum-
bres,, de régimen. A fuerza de cambiar, repetía.
Emigraba al Sur, y le hacían retroceder al Norte.
'
Le prohibían comer carne ó fécula, y se la im-
ponían de nuevo.. Le iatrodujeron pociones, píl . .
doras, tinturas, cocimientos. Le remojaron, le
bañaron, le fumigaron, le untaron de pomadas,
glicerados, aguas corrosivas, mantecas, aceites.
Le lavaban y le volvían á untar ..
Uno le aplicó estiércol.. Otro le recetó una
CUENTOS BREVES 95

preparación de oro. ¡Oro! ¡Eso era lo principal!


Don Onofre regresó á su feudo con menos di ..
' . r

n~;ro y con más lepra. Regresó enloquecido. El


..
era la lepra, y el mundo un espasmo de aversión,
. "'
una inmensa nausea ..
Y entonces, en las hon1~uras de sus entrañas
enfermas, la vieja tentación se alzó. Don Onofre
«subía». ¿Quién no sabe que la lepra, el ca3Ugo
del ciclo, sólo se sana con la sangre inocente de
un niño?

Y don Oaofre, tranquilizado, consolado, se


puso á meditar.
LA ENAMORADA

Parecía vieja, á pesar de no cumplir aún


treinta y cinco años. Las labores bestiales de la
chacra, el sol que calcina el surco y resquebraja
la arcilla la habían curtido y arrugado la piel.
Tenía la cara hinchada y roja. el andar robus-
to, los ojos chicos, atornillados y n~gros. Era mi-
serable. Se llamaba Victoria.
Vivía de escardar campos ajenos, de fregar
pisos, de ir á vender, á enormes distancias, un
cesto de legumbres.
Su densa cabeilera desgreñada estaba siempre
sudorosa; en sus harapos siempre había barro ó
polvo, y cansancio en los huesos de sus pies,
Victoria era célebre en el pueblo, no por in-
feliz y abandonada, que esto no llama la aten-
ción, sino porque decían que no estaba en su
juicio. La locura inofensiva es un espectáculo ba-
7
98 RAF.:o.EL BARRE:TT

rato, divertido y moral. Hace reir seriamente •



Los chiquillos seguían en tropel á Victoria; no l~
apedr~aban demasiado; comprendían que era
buena.
Los hombres la dirigían ·preguntas estrambó-
ticas, y experimentaban ante ella la necesidad de

vol'lerse locos un rato; las mujeres se burlaban
can algún ensañamiento. Victoria pasaba, andra·
josa, tenaz, lamentable, llevando en los ojillos
negros la chispa que irrita i\, la multitud y levan-
ta las furias y hasta los· perros se alborotaban
~

con aquel escándalo de un rninuto, con aquella


aventura que rompía el tedio del largo camino
fatigoso.
Acusaban á Victoria de dor111ir en tierra, de
frente á lo alto, y de creer las estrellas bastante
próximas para hablarlas. La !una era la señora del
. cielo; un rucero vagamente rosado era el Prínci-
pe radiante,· otro blanco y retiradp era el pálido
cirio_; allá lejos palpitaban, casi imperceptibles,
los puntos de fuego tenue que la visionaria nom-
bró coro de muertas; y de extremo á extremo del
horizonte flotaba por el inmenso espacio la gasa
fosforescente de la vía láctea, ó niebla de luz·
Cuando la claridad enferma y fria de los astros
bajaba hasta Victoria, y la noche hacia rodar sus
CUENTOS BREVES

magnificas gemas en silencio, la loca se sentía


hermana de la belleza infinita, y las voces celes·
tiales la acompañaban al día siguiente, en plena
solana abrasadora. Entonces andaba moviendo
los labios. atenta i las presencias invisibles, ., la
g~nte no podía separarla de ellas.
Se le acusaba también de no com~r, de ali-
mentar á mendigos y criminales, de conocer lu
virtudes ~ecretas de las plantas y de preparar fil~
tros de bruja.
Lo cierto es que anhelaba curar á los niños
dolientes, y que muchas madres, desp:ués de me·
farse de ella en público, la buscaban á escondi-
das y temblando, con las manos calientes aud cle
la "fiebre de sus hijos .
Pero lo fenomenal, lo grotesco, lo que prow-
caba carcajadas inextinguibles, era la virginidad"
de Victoria . Fea, casi decrépita, traetotnada,. ese
harapo viviente había pretendido· coo.aerv• 11u
pureza, y lo había consegiJido. Habis resistidu
veinte años · á la temeridad de los mozos pu-
jantes·.
Q\lerla etegir el amor, ser prometida y· espo-,
y tal· monstt\losidad, tal delito costra. namraf.-.
za, ranrnti'.alb# á, 1... sencitl09 ca~ la et..
mencill itremedSable de so prim~ actriz.
100 RAFAEL BARRETT

Don Juan Bautista, joven. doctor de la capital,


vino al pueblo, compró un terreno y se puso á
edificar una casa. Don Juan Bautista era rico, be . .
llo y tonto. Tenia partido con las muchachas.
Victoria le vió y le adoró. El Prlncipe radiante ·
había descendido para ella del firmamento. To-
das las manías dispe1"sas .de Victoria se junt.aron
en una, absorbente, feroz: la de amará don Juan
Bau~ista y casarse con él. No ocultó sus proyec-
tos: desatada y locuaz detenía á los transeuntes
y les consultaba sobre los medios de satisfacer
.
, .,
su uo1ca pas1on.
Espiaba horas enteras á don Juan Bautista de-
trás de las tapias; se atrevió al fin, repugoarite y
trémulat á rogar que la dejara lavarle la ropa. No
sabia planchar con lu&tre, pero aprendió. El mo·
mento en que se acercaba á don Juan Bautista, y
le entregaba, á él solo,. las camisas y los calzon-
cillos impecables, era el momento radiante y fe-
liz de su existencia humilde.
.Jamás acepto un centavo por su faena delicio·
sa. Otras veces traía á don Juan Bautista la san-
dia helada ó el dulce melón que halagan la sies-
'
ta, ó los sabrosos duraznos, ó simplemente toma·
tes frescos, porotos, manteca. todo gratis, ¡y á
costa de qué luchas, de qué lejanas peregrina--
CUENTOS BREVES 101

ciooesl Don Juan Bautista, jovial y satisfecho. se


dejaba idoli~.trar.
. .
La virginal timidez de Victoria la impedía ex-
presar claramente sus deseos á quien se los ins-
piraba y los colmaría sin duda.
Victoria anhelaba seducii á don Juan Bautista,
obligarle á declararse y á proponer el matri·

monto.
Ella no tendría entonces más que murmurar si
y caer eo los vibrantes brazos del prometido.
¿Cómo hacer?
El secretario de la municipalidad, un. peque-
ño de cabeza de mono, la aconsejó que usara pol-
vos y sombrero, como las señoritas de la ciudad.
La loca se aplicó ladrillo molido r.n el rostro,
y sobre el cráneo, en equilibrio, un sombrero co-
losal que los chuscos le regalaron> con plumas
estrafalarias.
Así marchaba Victoria, disfrazada y grave, en
po:; de su sueñot entre las risas de los vecinos.
De ·primera actriz babia bajado á ser la payasa,
la bufona de la aldea.
Durante varios meses, sobre los pastos, pare-
cido á un buque empavesado, osciló el sombrero
ridículo, símbolo de una ilusión desesperada.
Victoria enfla~uecía, se desanimaba¡ sus Pº""
RAFAEL BARR:ETT

bres pies descalzos se cansaban de correr tras la


quimera; el sombrero, ,agotado par Ja lluvia,
abrasado por el sol, ensuciado y roto, inclinaba
tristemente sus plumas marchitas.
El Prlncipe radiante continuaba mudo y risue-
ño. ¡Ay! Cuando lucia allá arriba, inaccesible en
las limpias noches dé estío, era menos crueL
La casa de don Juan Bautista se terminó; la
'

verja relucía, las flores del jardín doblaban con


elegancia sus finos tallos. Ef dueño fué á la capi-
tal, se casó pomposamente, y regresó con músi-
ca~ La señora era rubia, bella y tonta quizá. El
pueblo quedó deslumbrado. "'
Victoria desapareció.
Hay en el lugar~ una escarpada peña, á cuyo
pie se amontonan, como en un torrente de yege-
tación, impenetrables brezos y zarzas. Tres dias
después de la boda, descubrieron unos c~ado­
res, allá abaJo, un objeto singular, .una especie de
gran pájaro inmóvil, de plumas incr-eibles.
Por distraerse lo acribillaron á balazos . Resul·
tó ser el sombrero de Victoria. Debajo estaba
Victoria, con el cuerpo tibio todavía, y que por
fin reposaba.
LA ORACIÓN DEL HUERTO

EL POETA .. -¡Amanecé!
EL ALMA.-No .. Aun es de noche.
EL POETA.-¡Amanecer Un suspi~o de luz tiem ..
bla en el horizonte. Palidecen las estrellas resig-
nadas. Las alas de los pajaros dormidos se estre ..
mecen, y las castas flores entreabren ,'iu corazón
perfumado, preparándose para su existencia de
un día . La. tierra sale poco á poco de las sombras
del sueño. La frente de las montañas se ilumina
vagamente, y he creído oir el canto de un labra -
dor entre los árboles, cé~mino del surco . ¡Leván -
tate y trabaja, alma mía! ¡Amanece!
EL ALMA .. -En mí todavía es.de .noche . Noche
sin estrellas, ciega y muda como la misma muerte.
EL PoETA .. -Despierta para mirar al sol cara á
cara, para gritar tu dolor ó tu alegr.ía. Despierta
para mover la inmensa red humana, y para fatigar ..
104 RAFAEL BARRETT

te noblemente aumentando la vida universal.


Dame tus recuerdos difuntos, tus esperanzas des-
hojadas . Dame tus lágrima:; y tu sangre para em·
briagar al mundo.
EL ALn.1A.-La fuente se ha secado. Con barro
amordazaron mi boca. Me rindo á las bestias in-
numerables que me pisotean. No queda en mí
amargura, sino náuseas. No deseo más que des-
cansar en la eterna frescura de la nada.
EL POETA .. -Ütros sucumben bajo el látigo del
negrero. Otros se envenenan con estaño y con
plomo, enterrados vivos. Hay inocentes que se
arrancan los dientes y las uñas contra los hierros
de su cárcel. Las calles están llenas de condena-
.dos al h~mbre y al crimen. Tu desgracia na es la
,. .
UOJC3.

EL ALMA.-He saboreado toda la infamia de la



especie.
EL PoETA.-Algunos no son infames.
EL ALMA.-Conozco la honradez, según se
llama á la cobardía de los que no se atreven á
ejecutar lo que piensan. Conozco el amor, mueca
obscena con que perpetuamos nuestra carne en-
vilecida.
El. PoETA.-¡Amanece, alma miaJ La ola divi-
na $e esparce por la n~turale~a. ~a aurora es tao
CUENTOS BREVES 105

radiante y tan pura como si no hubiera hombres.


Empapa tu pena en la sagrada paz de la mañana.
Deja acercarse las graciosas visiones que la bru-
. ma cuaja en el seno de los valles para desvane-
cer después en el azul infinito del cielo. Entréga-
te á !a inmort~l belleza de las cosas.
EL ALMA .. - . El hombre ha asesinado la belleza.
Mis fuerzas se acaharon. Quiero caer al hueco sin
fon do del olvido .
EL PoETA.~Sobre la mentira de los falsos her-
manos, sobre la estupidez colosal de los pueblos
y sobre la frívola perfidia de las mujeres esta el
misterio. Alma mía, hija del misterio: desgárrate
a ti misma para encontrar la verdad', y deja tus
jirones fecundos en las zarzas de la senda. El alba
resplandece, todo se agita y cruje; llora y carita.
Es la hora de la lucha.
EL ALMA .. -¡Qué importa!
···••il••••••lili••··························
EL PoETA.-¡CallaL .. Vieqen ....
EL ALMA.-Pasos .... Son los pasos de Judas.
EL POETA.-¡Oh almal ¿Morirás de rodillas?
EL ALMA.-Poeta; tienes razón. Vamos.
EL POZO

Juan, fatigado, hambriento, miserable, llegó á


la ciudad, á pedir trabajo. Su mujer y sus hijos
le esperaban extramuros, á la sombra de los
árboles.
-¿Trabajo?-le dijeron-. El paclre Simón se
lo' dará.
Juan fué al padre Simón.
Era un señor gordo, satisfecho, de rostro be-
nigno. ,Estaba en mitad de su jardín. Más allá: ha ..
bía huertos, más allá parques. Toda era suyo .
-¿Eres fu·erte?-le preguntó á Juan.
-Si, señor.
-LevánlaIJle esa piedra .
Juan levantó la piedra.
-Ven conmigo.
Cáminaron largo rato4 El padre Simón se de-
·iuvo ante un pozo.
'
108 RAFAEL BARRETT

-En el fondo de este pozo-dijo-hay oro.


Baja al pozo todo9 los días, y tráeme el oro que
puedas. Te pagaré un buen salario.
Jua11: se asomó a1 agujero. Un aliento helado
le batió la cara. Alla abajo. mny abajo, había un
trémulo resplandor azul, cortado por una man-
cha negra.
Juan comprendió que , aquello era agua, el azul
un reflejo del cielo, y la mancha su propia
sombra.
El padre Simón se fué.
Juaa pensó que sus hijos tenían hambre, y
empezó á bajar. Se agarraba á las asperezas de
la roca, se ensangrentaba las manos. La sombra
bailaba sobre el respla~dor azul.
A medida que descendía, la humedad le pe ..
netraba las carnes, el vértigo le hacía cerrar
los ojo~, una en_ormidad terrestre pesaba so-
bre él.
Se sentía solo, condenado por los demás hom·
'
bres, odiado y maldito; el abismo le atraía para
devorarle de un golpe.
' I' ..,,.,..

Juan pensó que sus hijos tenían bar4bre.- y


tocó el agua. La tuvo á la cintura.. Arriba, un pe·
dacito de cielo azul brillaba con una belleza
infinita; ninguna sombra lwmana lo manchab~
CUENTOS BREVES 109

Juan hundió .sus pobres ·dedos eo el fango, y


durante muchas horas buscó el oro.
Encontró una pepita; la adivinó: era fria, lisa y
pesada . Se sintió con fuerzas para subir: Cuando
salió del pozo, apenas consegliía tenerse de pie:
estaba empapado hasta" los ~uesos, y sus ropas
desgarradas.
Llevó el oro al padre Simón, del cual recibió
una moneda de cobre.
Todas las mañanas bajaba Juan al pozo. To-
das las tardes subía con una pepita ó dos. Sus
hijos comían pan~ su mujer sonreía á veces, y
esto le parecía una felicidad extraordinaria.
Entretanto, su cabeza comenzaba á temblar y
tenía fiebre por las noches ..
Un día encontró en el pozo otra cosa. Uoa
piedrecitá obscura, densa . Se la llevó también al
padre Simón.
El padre Simón se fué á ce~ar. con la piedra
en el bolsillo. Se sentó á la mesa, y enseñó el
hallazgo á su mujer, llena de honorabilidad y de
diamantes.
_-¿Será ~lgún rico mineral?-se preguntaron4
La piedra, al secarse, se desmoronaba.
-¿O alguna especie de pólvora?·-murmuró
el viejo-. Lo haré ana.Jizar.
110 RAFAEL BARK~TT

Recogió con prudencia los granos en una ta.r·


jeta, _y los colocó en $itio seguro. Sobre el man . .
tcl había quedado un polvillo impalpable. Mien-
tras servían la sopa, el padre Simón, distraída-
mente, se puso á golpearlo con el canto del
cuchillo ...
Un estampido formidable rasgó el aire de la
provincia. La ciudad entera babia volado.;. Un
silencio enorme .... Después las clamores de los
que agonizan, de los que se vuelven locos ...
La choza en qÚe vivía Juan, baja y ligera, no
sufrió mocho. Algunos trozos de barro se des-
prendieron de las paredes.
Al oir la detonación, la familia se echó afuera·
En el flanco de la colina, á Jo lejos:. se distinguía
lo que· restaba de. la ciudad, un campo de ·es-
combros humeantes. Al sol poniente, las ruinas
se envolvían en vapores de oro.
El hombre y la mujer estaban atónitos, inmó ...
viles . Los niños reían y saltaban.
¿RECUERDAS?

Era en el cariñóso silencio denuesta casa. Por


la ventana abierta entraba e' aliento tibio de la,
noche, haciendo ondular snavemente el borde ri·
zado de la pantalla color de rosa. La luz familiar
de la vieja lámpara acariciaba nuestras frentes,
llenas de paz, inclinadas á la mesa de trabajo.
Tú. leías, y escribía yo. De ·cuando en cuando

nuestros ojos se levantaban y se sonreían á un


tiempo. Tu mano, posada como una pequeña pa-
loma inquieta sobre mi, aseguraba que me querías
siempre, minuto por minuto.
Y las ideas venían alegremente á mi cerebro
rejuvenecido. Venían semejantes á un ancho rio
claro, nacido para, aliviar la sed dolorosa de los
hombres.
Las horas pasaron, y un vago cansancio bajó á
la tierra. Cerraste el libro; mi pluma indecisa se
112 . RAFAEL BARRETT

detuvo. Concluía la jornada, y el sueño des-


cendía sobre las cosas" Y el sueño era el re ....
poso.
No, teniendo nada que soñar 1 deseábamos
dormir1 dormir y despertar con la aurora para
seguir vivienr.io el sueño real de nuestra vida.
Y nos miramos largamente, y vimos la vida en
el hueco sombrío de,. nuestras órbitas.
La veía1nos y no la comprendíamos. Por estre-
charla nos .abrazamos. Nu~stras boéas ai interro . .
garla chocaron una con otra, y no· se separaron.
· La dulzura de tu piel languideció mi sangre~ Tu
corazón empezó á latir más fuertemente .
La vida se apoderaba de nosotros, estrujándo-
nos con la voluptuosidad de sus mil garras . In-
móviles á la orilla del abismot saboreábamos de
antemano la delicia mortal...
4l1De pronto un objeto minúsculo cayó sobre el
disco del delga~o bronce que tus .cabellos ro-
zaban.
Era una mariposilla de oro.. Quedó yerta un
momento. Y con repentina furia comenzó á agi-
tarse contra el metal . Sus alas pálidas vibraban
tao rápidas, que parecían un tenue copo de bruma
· suspendida. S4 cabecita embestía el bronce y
resbalaba por él, y la loca mariposa
' .
giró en giro
CUINTOS BREVES 113
nterminable á lo largo del cóncavo y brillante
surco.
Una convulsión uniforme galvaoizaba aquella
molécula de polvo y de pasión. 5,J volar titánico
daba una continua y tristísima nota de violín en . .
fermo . 'Hipnotizados por el leve y tenaz gemido,
contemplamos la lucha del insecto contra su ene·
migo invisible.
¡Enemigo poderoso! La espiral frenética se
contraía. Llegaba el paroxismo delirante. El vien ..
trecillo arqueado se retorcía y en un espasmo
, '
cruel se desgarró por fin, brotando un racimo de
fecundada simiente.....
Y 'la tristísi_ma nota seguía aá.n quejándose,
chisporroteo eléctrico que acababa de abrasar las

pobres alas pálidas . Y sentimos el enorme peso
de la Naturaleza gravitar sobre el cuerpecillo
moribundo, la formidable presión del destino
escapar silbando á través de las ,débiles alas,
como un huracán á través de una rendija imper-
ceptible. Y el lamento cesó, y las alas se acosta·
ron para siempre, asesinadas por la vida ....
Y volvimos á ver la vida en el hueco sombrío
de nuestras órbitas. La vimos enlazada con el
amor y con Ja muerte" Temblando de felicidad,
nos desplomamos juntos en el lecbo blanco....
8
LA ROSA

La ancha rosa abierta empieza á deshojarse.


'

Inclinada lánguidamente al borde del vaso, des·


hace con lento frenesi sus entrañas purisimas, y
uno á uno, en el largo silencio de la estancia, van
cayendo sus pétalos temblando.
Aquella en quien se mezclaron los jugos tene-
brosos de la tierra y el llanto cristalino del firma·
mento, yace aquí arrancada á su patria misterio-
sa; yace prisionera y moribunda, resplandeciente
como un trofeo y bañada en los perfumes de su
,,
.agon1a.
Se muere, es decir,· se desnuda.. Van cayendo
sus pétalos· temblando; van -cayendo las túnicu
en torno de su alma invisible. Ni el so.I · mismo~·
con tanto esplendor sucumbe,
En las cien alas de rosa que despacio se·vue&·.
can y se abaten, palpita la nieve ·in·accaiblt! de•'
116 RAFAEL BARRETT

la luna. y el rubor del alba. y el incendio magni"


fico de la aurora boreal . Por las heridas de la flor
sangra belleza.

Esla rosa, más bella, más aún al morir que al


nacer, nos ofrece con so aparición discreta una
suave enseñanza. Sólo ha vivido un día; un día le
ha bastado para ocupar la más noble cumbre de
las cosas. Nosotros, los privados de belleza, vivi-
most ¡ay!, largo tiempo. Nos conceden años y
años para que nos busquemos á tientas y avan-
cemos un paso.
Y confiemos siquiera en que la muerte nos
dará un poco más de lo que nos dió la vida. ¿A
qué prolongaría la belleza su visita á este mundo
extraño? No podemos soportar el espectáculo de
la belleza sino breves momentos.

Los seres bellos son los que nos hablan de


nuestr'? destino. La flor se despide; me habla de
lo que me importa porque es bella. Se va y no
la ·he comprendido.. Desnuda al fin, su alma se
desvanece y huye.
CUENTOS BRÉVJt:S 111
El crepúsculo se entretiene en borrar las figu -
ras y en añadir la soledad al silencio. Entre mis
dedos ~ansados
,,
se desgarran los pétalos difuntos. ,
Ya no son un trofeo resplandeciente, sino los
despojos de un sueño inútil.
CONVERSACIONES

JD.ILIO

A.1ARlA.-Los niños duermen.


DON ANGEL.-Y nosotr9s soñamos, y nos vol-
vemos niños. Empapemos nuestro amor en la
sombra tibia del espacio. ¡Con qué naturalidad
ceJeste respira nuestro nido en el seno del mun-
do( ¿No sientes en esta paz obscura y palpitante
la inmortal fraternidad de las cosas?
MARfA.-Háblame.
1

DON ANGBL.-Ven á mi lado. Reposa tu ca ..


beza en mi pechó. Trae junto á mi boca tu oreji ..
ta b1ancat concha de nácar misteriosa, abierta
bajo la onda suavísima !le tus cabellos.. Quisiera
hablarte con suspiros y ~on silencio. Te diré lo-
curas incomprensibles; imitaré los juegos de las
nubes y de las aguas; nada entenderás en mi voz
120 RAFAEL BARRETT

sino mi voz misma y el acento ardiente de mi co·


razón.
MARIA .. -No sé si entiendo tu corazón; lo es-
cucho latir. Pero no confundo sus latidos con los
de ningún otro, y sin ellos me moriría.
DoN ANGEL.-No nos entendemos. Nos ama·
mos. Nos quitarían la razón, mujer mía, y segui-
ríamos amándonos.
MARfA.-En la ausencia y en la muerte, segui ..
riamos amándonos .
DON ANGEL.-EI cielo vuelca en tus ojos su
tesoro de estrellas. Miro las estrellas amigas de
tus ojos.
MARIA"-1Cuántas estrellas! ¿Nos miran las es·
· trellas, ángel mío?
DoN ANGEL.~Nos miran. Desde donde ellas
están, la tierra es un triste abismo, un firmamen-
to caído, en cuyo, fondo hay también puntos de
lu:z. Puntos de luz ·en las tinieblas; lo única· visi,,.
ble de nosotros á través de la distancia infinita.
M.\RfA .. -Y esos puntos brillantes, ¿qué son?
DoN ANGEL .. -Los ojos de los amantes . Y las
_estrellas son miradas de amor, clavadas para siem-
pre. El sol es-un pedazo de amor. Tus ojos aman-
tes iluminan,. como los astros, las almas apagadas.
Devuelve la vida á los que la perdieron y se la
CUENTOS BREiVES 121
das á los que la esperan. Está en ti la. fuente de
toda salud y de toda alegria. Contr.:a ti y contra
quien te adora nada puede el destino, aunque
haga perpetua alianza con el tiempo.
MARIA.-Nuestro amor no tiene fin.
DON ANGEL.-EI poder soberano de,nuestro
amor res,plandece en los ojos de nueítros niños.
Asómate á esas claras pupilas, y en su inocencia
sagrada descubrirás la presencia de un Dios in-
vencible.
MARIA .. -Los ojos de nuestro Benjamín son
los más grandes. Hoy se empeñó en coger rosas,
y una espina le hirió.
DoN ANGEL .. -Enséñale el cariño á las_ plan-
tas, ah.ora que su inteligenci~ está Oexible de ro-
cío y es capaz de aprenderlo todo. Mas toda su
alma, pervertida por la ciencia, dudará de ti . En ..
séñale á perdonar á las rosas sus espinas. Explí-
cale que las flores, atadas por largas raíces, no
saben huir. Dile que algunas protegen su frágil
existencia mediante espiaas; pero que la mayor
parte entregan sus corolas con la misma· ingeoui . .
dad con que abandonan al viento su precioso
perfume. Dile que en su cautiverio encantado,
así como elaboran los más exquisitos bálsamos y
las más dulces ambrosías, también pintan y cio ..
122 RAFAEL BARRE1T

celao las más delicadas figuras de la naturaleza.


Dile que el hombre no es capaz de fabricar un
pétalo, y revélale que la purísima forma y los
transpar~ntes matices de los cálices son el retrato
de las almas de las flores. Las plantas solas, tes-
tigos in1nóviles y solitarios del enigma ,universal,
poseen los melancólicos secretos qu~ nosotros,
en nuestra agitación incesante, roz.~mos sin adi-
vinarlos apenas.
MARfA.-Deseo ser flor.
DoN ANGEL.-Tu alma serena es una flor~ Me
aguardaste al recodo del camino como una flor
maravillosa y oculta, denunciada por la primave·
ra . Me detuve y aspiré tu aliento sin atreverme á
tocarte. No te arranqué de tu patria; no te llevé
conmigo, porque ya no tenía dónde ir. Tú eras
el obj'eto profundo de mi viaje. En ti descansé.
MARiA.--:-En ti descanso y creo. Eres mi espe-
ranza y mi fuerza.
(Se· besan bajo el irtmenso palio de la noche . )
REGALO DE AÑO NUEVO

En aquella época éramos muy pobres tod.avia.


A mi me habían dado un modesto empleo en el
ministerio de las finanzast á fuerza de intrigas y
de súplicas4 En las horas libres traducía del in - .
glés ó del alemán obras interminables, pagadas
por término medio á cinco céntimos la oágina.
' .
París es
terrible.. . .
Mi mujer, cuando nuestros tres niños la deja-
ban tranquila, bordaba para fu.era. 'De noche,
mientras los niños dormían y mi pluma rascaba y
rascaba el papel,. la madre daba una lección de
solfeo ó de piano en la vecindad.
Y, con todo, estábamos siempre contentos. Era[IO
...
mos Jovenes.
Teníamos-y s;reo que los tenemos aún~dos
tíos riquísimos, beatos, viejos, bien pensantes,
con hotel frente al parque Monceau, fundadores
124 RAFAEL IARRE"tf

de capillas. incubadores de seminarios, y que no


hacían caridad D1ás que á Dios.
Nos daban muchos consejos, procurando de-
bilitar mis ideas liberalest y nos invitaban á ce-
nar dos ó tres veces al año. En su casa reinaba
un lujo severo que nos cohibía, y nos aburriamos
mucho con ellos.
El tío Grandch~mp era Baco, amarillo, amoja·
mado. En él brillaba la moderación. Se dignaba
revelar al publico sus millones mediante un sig·
no discreto: llevaba en el dedo meñique un dia ·
m.ante enorme, que maravillaba á nuestros pe·
queños hijos. La tía Grandcbamp era gorda, co-
lorada, imponente.
.Sucharla insulsa é incesante nos fastidiaba
más que la solemne circunspección de su esposo• ·
eNo hablaba sino de sn inmensa posición 1 de sus
empresas piadosas, de sus amistades episcopales,
de su próximo viaje á Roma; cuando se refería al
supremo instante en que habría Su Santidad de
recibirla en audiencia, sus gruesos labios, un
poco velludos y babosos, avanzaban ávidamente
como si saboreasen ya las zapatillas del Pon -
tifice.
Y o no sé por qué aguantábamos á nuestros
tíos, por qué les respetábamos y hasta los escu •
CUENTOS BREVES 125
chábamos con recogimiento; tal vez nos hipnoti·
za.se, sin darnos cuenta, un oro que para nos-
otros era ina·ccesible .
Se mostraban tan avaros, que desde que nos
habíamos instalado en París no nos habían rega·
lado nada. Por otra parte1 ni siquiera nos era
dado alegr~oos con su mu.erte probable, á n.o
1er que fuera esta alegría completamente desin-
teresada.
Los tíos, ~n efecto, tenían un vástago; contra
todas las apariencias, habían resultado fecundos.
El joven Grandchamp se llamaba Alfredito; se
habían fundido en él los rasgos de sus padres: no
era flaco ni gordo, charlatán ni callado. Comía y
bebía con apetito, y con6abá en la Providencia.
Si nos hubiéraínOs querido hacer á toda costa
ilusiones con !a fortuna de los Grandchamp, hu-
biéramos tenido que desear el fin cercano de Al·
fredito, y después el de sus progenitores, y esto
era muy complicado.

Año nuevo. Almorzábamos en nuestra humil-


de casa. Naestra mesa no ostentaba vajilla de
plata ni cristales tallados, pero las risas volaban
libremente en la claridad del sol de Enero.
126 RAFAEL BARRETT

Paulina y yo mirábamos en éxtasis las cabezas


rubias de los tres diablillos, cuyas manitas unta·
das de dulce pedían mas, siempre más golosinas,
para festejar el- año nuevo, la vida eternamente
nueva que corria embriagadora por las venas del
mundo...
De pronto, un ruido qe carruaje, de caballos
refrenados que se detienen á nuestra puerta . Co -
rremos á la ventana. Son los Grandc~amp, los
líos, que vienen á visitarnos. ¡Extraño fenómeno!
Los niños anhelan ver también aquello. Hay que
alzarlos.
El tío baja primero, tiende la mano .á la tía
obesa, que hace crujir. el estribo ~ ladearse el
coche .... Pero ¿qué es esto? El lacayo arrastra en
pos de la tía un fardo colosal~ atado con múlti-
ples cuer~as, y se lo echa al hombro penosa-
mente. ¡Un,regalol ¡Los tiost por fin, nos regalan
algo! ¿Qué será? '¡Una cosa .tan grande! Casi ,
bailamos los cinco.
Al cabo, después de rechinamientos de esca-
lera, entran los tíos y el lacayo y el famoso pa-
quete ....
Abrazos. Felicitaciones. Besos á los nenes. La
señora Grandchamp, en medio de un silencio an-
sioso, nos dice:
CUENTOS BREVES 127
--Hijitos míos., os traigo como reg,Jo de año
nuevo algo muy útil en una casa como !a vues-
tra ... os servirá para mil menesteres .... os será có ..
modo á cada momento ...
-Pero ¿qué es?... ¿qué es?....
--¡Periódicos viejos! ¡Todos los diarios del año!
E'L AMANTE

Secreto rincón del jardín florido, breve, edén,


relicario de nostalgias y deseos, nido de felici-
dad ...
Noche tibia, cargada de los perfumes suspira·
dos por corolas que se abren amorosamente en la
sombrau. Noche del verano dulce y maduro
como la fruta que se inclina á tierra.... noche de
placer y de olvido ...
Eulalia languidece en los brazos de su amante ..
¿Es el,leve soplo nocturno quien le acaricia, Jos
suaves cabellos de oro, ó ei a liento del hombre?
Las hojas gimen quedamente .. ~; pero no ... , es la
mano soñadora que se desliza temblando. No es
una flor moribunda Ja que ha caído sobre los la-
bios húmedos.de Eulalia, sino la boca apetecida,
deliciosa como la fuente en el dcsierton.
130 RAFAEL BARRETT

En el fondo del estanque, bajo los juncos mis·


teriosos, pasan las víboras ...

-¡EH-grita sin voz Eulalia-. ¡Huyel


Los pasos vienen por e\ s~ndero . Rechinan so-
bre .la arena. Los pasos vienen ...
-No puedo huir... Me verá .• ~ me oirá ...
-¡Es,cóndete!
-¿Dónde?
La luna enseña las altas tapias infranqueables,
la superficie inmóvil del estanq'ue, enspmbrecida
por los juncos ....
Los pasos llegan.·.•
Entonces el amante se hunde sigilosamente en
el agua helada. Su cabeza y sus homb:ros desapa .
recen entre los juncos. Eulalia respira ...

Ahora·Eula1ia languidece en los brazos de su


marido .... languidece de espanto. Piensa en las
viboras.
-¡Vá1ncnos!...-implora.
Pero él_ quiere gozar de la nocLe tibia, carga-
da de perfumes, de placer y de olvido ...
Y en el fondo del estanque, bajo los juncos
1nisteriosos, junto al cadáver, pasan las víboras.,.
LA CARTERA

El hon1bre entró, lamentable. Traía el som-


brero en una mano y una cartera en la otra. El
señor~ sin levantarse de la mesa, exclamó viva-
mente:
-¡Ah! es mi cartera. ¿Dónde la ha encontrado
usted?
-En la esquina'de la caJle Sarandí. Junto é. la
vereda.
Y :::on un ademán, á Ja vez satisfecho y servil
entregó. el objeto.
--¿En las tarjetas leyó mi dirección, verdad?
-SíJ señor. Vec(si falta algoE ...
El señor revisó minuciosamente los papeles.
Las huellas de los sucios dedos le irritaron.
<~¡Cómo ha manoseado usted todo!» Después
~ -

con indiferencia, contó el dinero: mil doscientos


reinta; sí, no faltaba nada.
132 RAFAEL BARRETT

, Mientras tanto, el desgraciado, de pie, miraba


los muebles, los cortinajes.... ¡Qué lujol ¿Qué
eran los mil doscientos pesos de la cartera al
lado de aquellos finos mármoles que erguían su
inmóvil gracia lumicosa, aquellos bronces encres-
pados y densos que relucían en la peaumbra de
los tapices?
El favor prestado disminuía. Y ~I trabajador
fatigado pensaba que él y su honradez eran poca
cosa en aquella sala. Aquellas frágiles e~tatuas
no le producían una impresión de arte, sino de
fuerza. Y confiaba en que fuese entonces una fuer·
za amiga. En la calle llovía, hacía friothacía negro.
Y adentro la llama de la enorme chimenea
es parcia un suave y hospitalario calor . El siervo,
que vivía en una madriguera, y que muchas ve-
ces babia sufrido hambre, acababa de hacer un
servicio al dueño de tantos tesoros ... pero l~os
zapatos destrozados y llenos de lodo manchaban
la alfombra.
_;_¿Qué espera usted?-dijo el señor, impa-
ciente.
El obrero palideció .
-¿La propina, no es cierto?
-Señor, tengo enferma la n;¡ujer. Démelo que
uste.
CUENTOS BREVBS 133
-Es usted honrado por la propi.oa, como los
demás. Unos piden el cielo, y usted ¿qué pide?
¿Cincuenta pesos. ó bien el pico, los .~doscientos
treinta?
-Ya ...
-¿Qué le debo ceder de 1ni dinero? ¿El cin-
co por ciento, el diez? ¿Le debo algo? ¡Contes-
te! ¿Qué parte de su fortuna deben Jos ricos á
los pobres? ¿t'1o se lo ha preguntado usted non·
ca? Si le debo algo, ¿por qué no se lo tomó1

¡Hable!
-No me debe usted nada ...,
-Y sin embargo esperaba usted un mendrugo,
un hueso que roer. No; usted es un héroe; ama
la· miseria, desprecia el dinero. Pero Jos héroes
no me~digan propinas~ tVaya un héroel que no
se atreve á clavarme la vista, ni á sentarse en pre . .
sencia del vicioso! Y o adoro los vicios: comer
calandrias traídas de Europa, trufas, f oie gr as,
beber Sauternes, Pommardi y Murnm-¿com-
prendes?~y entreabrir los más deliciosos mus-
los de mujer con que jamás soñaste, y colgar en
mi cuarto pinturas que valen lo que el resto de
.
Ja casa. Y o no miento como tú; yo digo claro lo
que me gusta, lo que conquisté. Y no lo conquis ..
té devolviendo carteras y pidiendo limosnas.
134 RAFAEL BARRETT

El señor se divertía excesivamente. El obrero


empezó á temblar.
-El honrado espera la propinºa . La espera de
mi bondad, es decir, de mi cobardía. Yo no soy
de. los que sueltan cien pesos para consolarse de
tener un millón. No te daré un centavo. ¿Honra·-
do tú? Eres despre~iable y perverso. ¿Honrado
tú, que has tenido en la mano la salud de tu mu-
jer, la alegría de tus niños, y has venido á entre-'
gármelas?
El obrero vió en los ojos azules del señor algo
glacial y triste: la ve.rdad; y si~ufó temblando . El
señor cogió los billetes de !a cartera y los arrojó
al fuego. Ardieron, y el obi·ero ardió también de
repente. Agarró el cuello del capitaHsta y trató
de echarle á tierra para pisotearlo.
Pero no pudo: su enemigo estaba bien alimen-
b1do, y hacía mucha esgrima en el club; el .infeliz
'
intruso f ué dominado, alzado en vilo, lanzado del
aposenfo 1 precipitldo por las escaleras, despedi ..
,do á la calle, donde Hovía, donde ºhacia frío y
caía la noche .•.
Y el señor sonrió, considei·ando que, por algu ..
nos instantes, había convertido un esclavo abyec-
to en hombre, él que tan acostumbrado ' estaba al.
fenómeno inverso.
LA MADRE.

do bienestar la invadía.
Las lágrimas caían dulcemente de sus ojos en-
tornados. Estaba sola con su hijo. Porque aquel
136 RAFAEL. BARRETT

paqu,etito de can1e blacda y cálida, pegado á su


piel, era su hijo~ ..
Amanecía. Un fulgor lívido vino á manchar la
miserable estancia. Afuera, la tristeza del viento
y de .la lluvia.
La majer miró al niño, que lanzaba su gemido
nuevo y abría y. acercaba la boca, la roja boca
ancha, ventosa, sedienta de vida y de dolor. Y
entonces la madre sintió una inmensa ternura su-
birá su garganta.. En vez de dar el seno á su
hijo, le dió las manos, sus secas manos de obre-
ra; agarró ~l cuello frágil, y apretó.. Apretó ge·
nerosamente, amorosan;~nte, imolaca.blemente
.. .
Apretó hasta el fin.
MARGARITA

Margarita era una niña ingenua.


Juan Íué su primer enamorad'?. Con el corazón
lleno de ar.gustia, el afán en los oj-os Y. la súplica
temblorosa en las man.os, Juan la confesó su amor
profundo >"" tímido. Margarita, riendo, le contes-
tó: <<Eres feo y no me gustas.» Con lo que Juan
murió de sentimiento. Margarita era una niña in-
genua.
_Pedro se presentó de5pués. Tenía bigotes re·
torcidos y mirada de pirata . AJ pasar dijo á Mar-
garita: «¿Quieres venir conmigo?» Margarita, pal-
pitar~te, le contestó: «Eres herrnoso y me gus-
tas~ Llévame.»
Se poseyeron en seguida1 y Margarita quiso
desde entonces amar á Pedro á todas horas, sin
sospechar que su pasión era exagerada. Pedro uo
pudo resistir, y murió extenuado en los brazos de
Margarita, que era una niña ingenua.
l

138 RAFAEL BARRETT

La entusiasrnaba lo que brilla, el sol, el oro, el


rocío en las perfuma~as entrañas de las flores y
los diamantes en las vitrinas de los joyeros.
Como er·a bella, un viejo viciosq la dió.oro y dia·
· mantes.
El roeio y el sol no estaban á la vent,. Marga-
rita, volviendo la cara contra la pared, entregaba
al vicio deÍ viejo su cuerpo primaveral.
El viejo sucumbió pronto, dejando pegada
para siempre á la fresca y pura piel de Margarita
una enfermedad ·vergonzosa. Margarita era una
"'
mu1er .
ingenua ...
Creía en los Santos . La exaltaban las místicas
volutas del incienso, las mil luces celestiales· que
centellean en el altar mayor; tragaba á su Dios
todos los domingos, y una mañan:.i de otoño le
dió su alma, adornada con la bendición papal.
Margarita era una viejecita ingenua ....
LA ULTIMA PRIMAVERA

Yo tambiént á los veinte años, creía tener re-


cuerdos.
Esos recuerdos eraa apacibles, llenos de una
melancolía pulcra.
L~scuidaba y hacía- revivir todos los días, del
mismo modo que me rizaba el bi.gote y me per-
fumaba el c.abeUo .
Todo me parecía suave, elegante. No conce-
bía pasión que no fuera digna de un poema bien
rimado. El amor era lo único que había en el
universo; el porvenir, un horizonte bañado de
aurora~ y, para mirar mi exiguo pasado, no me to·
maba la molestia de cambiar de prisma.
Yo.también tenia-¡yal-recuerdos.
'
Mis recuerdos de hoy ......
¿Por qué no me escondí at sentirme fuerte y
bueno? El mundo no me ·ha perdonado, no. Ja-
140 RAFAEL BARRETT

más sospeché que se pudiera hacer tanto daño,


' tan inútilmente~ tan estúpidamente.
Cuando mi alma era una herida sola, y los
hombres moscas c.~bardes que me chupaban la
sangre, empecé á comprender la vida y á admi-
rar el mal.
Y o sé que huiré al confín de la tierra- buscan·
do corazones sencillos y nobles, y que allí, como
!j

siempre, habrá una mano sin cuerpo que me


apuñale por la espalda.
¿,Quién me dará una noche de paz, en que con-
temple sosegado las estreH as, como cu!indo era
niño, y una almohada en que reposar después mi
frente tranquila, segura del eueño?
¿Para qué viajar, para qué trabajar, creer,
amar? ¿Para qué mi juventud, lo. poco que me
queda de juventud, envenenada por n1is herma -
nos?
¡Deseo á veces la vejez, la abdicación final,
amputarme los nervios, y no sentir más que la
eterna, la horrible náusea!

Desde que soy desgraciado, amo á fos desgra~


ciados, á los caídos, á los pisados.
Hay flores marchitas, aplastadas por el lodo,
CUENTOS BREVES 141

que no por eso dejan de exhalar su perfume


cándido.
Hay almas que no son más que bondad. Yo
encontraré quien me quiera.
Si esas almas no existen, quiero morir sin sa-
berlo.
En un rincón miserable, en una buhardilla, de·
bajo de un puente 1 en el hueco de una peña, no
sé donde, ni en qué continente, me espera mi
hermana.
Y o la encontraré. Y no la dejaré escapar, no.
Y viviré mi última primavera.
EL NOVIO

EL DOCT~R MiNGUEZ .. - . (Tiene veinticinco


años. Es inofensivo. Le gusta Adela.) Va ha-
ciendo menas calor.
Do&A N1cOLASA .. -Y más fresco .
AoELA. -Verdad. Anoéhe tuvimos que cerrar
1as ven tan as.
EL DOCTOR MiNGUEz.-La mortalidad ha dis-
minuido . Una temperatura excesiva favorece las
infecciones. Lo noto en mi clínica . ¿Y usted, d :n
Tomás?·
DoN ToMAs.-Sí, joven. Aumentan los casos
.de salud, tan perjudiciales para nosotros .
EL DOCTOR MíNGUEZ.-¡Qué gracioso! ¡Siem-
pre tan graeioso1 (Se ríe· bastante.) Usted, seño-
rita ·Adelp.1 si que es un bel lo caso de salud, de
bella salud.
Dof'JA NICOLASA.-+Siempre la ha gozado. Se
144

parece á sa µiadre. Adela es muy sana.. No lo


sabe usted bien.
ADELA.-No, nada de eso ..• como todo el
mundo ...
DoA'A N1COLASA.-¡Y una regularidad? Adela
tendrá hijos hermosos. Es como yo. "{ como su
abuela.
ADELA.·- ¡Por Dios1. .. No sé ... Yo no creo ....
Et. DOCTOR MíNGUEZ. - (Profesionalmente.)
Esos· labios, esas encías, esa dentadura, señorita,
demuestran lo que su señora madre dice .... ¡Ese
blanco del ojo!
Do:f\iA NtCOLASA.-¡Y qué mucosas! ¡Esplén ..
didasl
DON TOMÁS.~Deja en paz á las mucosas, Ni-
,
colasa.
EL DOCTOR l\1iNGUEZ.-EI traje que llevaba
usted anteanoche,· señorita Adela, ¿lo hizo· venir
de Buenos Aires?
ADELA.-No, señor. Yo ...
DofilA N1coLASA.-¿Cómo? ¿El traje del baile
del martillero?· Sí, señor. De Buenos Aires~ Acle·
la se merece cualquier sacrificio. A Buenos Aires
se en carga lo que se puede.
DoN ToMÁs.-Hasta maridos.
EL DOCTOR MíNGUEz.-¡Qué
,. vaporosa estaba.
í45
;: :1 e toilette". scñ.,;r;ta P~ ~~.,:.;H._.,
._,...?
,4..4 .. ._. """""

i"'d· ea1.;
~r
· 'f 1 l d· et¡I;
.¡, .. . eso es, co1n¡J!elatn nte i d·. caL
ill

l.\D&L.;\ .. -No, nada de ese . ~ . yo no.,. ..


Et. DOCT'Ok rvtiNG .-jQué ! ntcs iU;JVi ..
mientost
DON TOMÁS.·-Tarnbié!l se enc~rga;on á Bue-
nos Aires .
E.L DOCTOR fvliNGU·~z.--¡Qué gr·acioso! ¡Si~rn-
pre tan graciosof .fe bastante.)
Do~A r'1rcol.ASA . --·'r" a ecnpiez¡;¡ mi esposo á
soltar tontería$,
DoN To:J?.A.s.-No m ha::a:J ca.so .
DOÑA f\J1coLAS.A.-·N1:> e::; preciso q me .lo
recomi~ndes-: t:n..1:1c~~ te bago " Mi edre e.ra
C01UO yo .. A mi padre na se l h a j ás,.
y ya ve. usted, da • •l tnnto } o con10 n1i hija
1

estamos bien edu as.


AoELA.-Y o quiero, mpcho á. papá.
Et. DOCTO r\t1íNGUt: .--¡Qué bucnn e.:; usted,
seÜ"Jrita Adel~I
DoNA NICOJ..ASA,-La pobrecHJ.a se figura que
los ho!nb~es
sirven para algo.
DoN TO)'fÁS• ..--¡Cá.iese. a igo Mingu~z.l
Do~A NICOLASA.-No le quedará . lr0 reme-
dio. La muj~r es el ángel de la vida.
DoN ToMAs.-To dixisti.
10
146 RAFAEL BARRETT

EL I\1íNGUEZ.·---¡Ah señora! El ángel


DOCTOR
d~ la ·vida: muy exacto. Y casi, en esta casa, mo·
d~lo de hogaresJ yo 1 en esta casa, veo aquí, en
este modelo de la ... del ...
DoN ToMÁS.--Adelita, cierra la ventnna. En-
tra fresco.
ADELA.-Va haciendo menas calor. (Cierra
la ventana.)
EL DOCt'OR MtNGUEZ.--Mucho menoscalor.
Cada vez menos. La mortalidad disminuye ... (Al
' .
cabo de un rato, el doctor· Minguez se des-
pide.)
DOÑi\ N1COLASA~ - Tom. ás, no seas sucio .
.
Adeln, estira el tapete~ Tu padre lo ha arrugado
todo.
DoN ToDJtÁs.---¡T'odo est~ arrugado, ay!
DOÑA N1COLA.SA.-¿Y •.. ?
DoN, Tor.t:Ás.-¿Cóm:0 y.•.? ¿Y qué?
DOÑA N1cOLASA.. -¿Y Mínguez? ¿Se le acepta?
ADELA.-Pero mamá ...
DoKJA NtcoLASA.-Míoguez está enamorado.
E5tá que revienta.
ADELA.-No. Nada de eso ...
DOÑA N1COLASA.~Fíjate.
,. Está lelo. Alelado.
ADELA.-Ne será por el amorj mamá. Será
f 1 ,,
~ .. 3Sl.
CUENTOS BREVES 147

DOÑA NICOLASA.-Yo sé lo que digo. Tu pa-


dre estaba lo mismo hace treinta· años.
DoN TOMÁs.-Peor aún. Estab~ idiota.
DORA NrCOLASA.-Mínguez te pide cualquier
día, ó te sopla una declat·ación detrás del piano.
¿Te pones colorada? ¿Se declaró?
ADELA.~Sí .
.
Do~A N1coLASA.-¿Y contestaste?
AoELA.-Que no.
Do~A N1coLASA.-·¿Que no? ¿Y por qué no?
AnELA.-Porque no.le quiero.
1

DONA N1cOLASA •.-¡Valiente razóa! ¡Y para


esto hemos tenido el cuidado de prohibirte las
novelas! Le debes querer.· ¡Es doctor! Ya cobró
su parte. Cien mil' pesos . Es de excelente familia .
Es un poco delicado; no es como tú, un roble.
Pero· no es un médico enfermo. Y o le encuentro
interesante.
ADELA .. -No le quiero.
DOÑA N1cOLASA.-¡Le has de querer! ¿Te
figuras qué yo me casé queriendo? Le has de
querer.
'
ÁDELA.-Ya le dije que no ...
DORA NtCOLASA.-Eso se dice siempre. Has
hecho bien. Le ·dirás que sí.
ADELA.-Que no, que no quiero.
148 RAFAEL BARRhTT

ÜOÑA N1COLASA.-¡Estúpida1
DON TOCrL&.1.'!'i.-Bueno, bueno. Basta, basta.
Ven acá, Adela; ¿poi· qué no le quieres?
Aot:t.A.-(llorando casi.) Le huele el aliento ....
DON ToMÁS .. ·-Sí_, hija mía, les huele el alien-
to, hija sana, hermosura mía.· ¿Qué le van1os á
hacer? ¡No les podemos impedir que respiten!
LA REJA

(Reja de u.na ventana baja. Dentro, la niña;


fuera, el galán; dos de la madrugada)
EL.-¡Por fin! .... Te espero desde hace mil
-
anos .
ADELA.-Cállate por Dios.. Estoy muerta de
miedo .
EL . --¿Duermen?
ADELA.-Cállate. Creo que duermen. Ma.má,
de ~eguro . ¿No la oyes roncar?
EL . -Parece un tigre.
AoRLA.-¡Chit! Papá, el pobre, suele estudiar
hasta muy tarde. Si suspechara algo, ...
EL.-¡Don Tomás es tan bueno!
AoELA.-Te digo que hables bajo. No es su
severidad lo que me aterraría, sino su pena.
EL.-Es médico, y se explicará estas co~as.
AoELA.-No·~.tc rías, malvado. ¡Ay! Nunca me
t50 R fAEL B.ARi~ETI.

creí tan valiente, tan mala. Es la primera vez que


hago esto.
Ei.~ - Nos iremos acostumbrando', ·deliciosa

m1a.
AoELA.-Te vuelves á r¿iir, y m~ enseñ~s esos
dientes blancos que tanto me~gustan. ¡Qué ton-
terías se me escapan! Habla bajo. Estuvo esta
noche Minguez.
EL.-El doctor averiado.
ADELA.-~Ae lo rneten por los ojos, pero estás
tú en ellos. Y a ne hay sitio.
EL ....-.Felizmente. ¿~~abes que se te ocurren
monadas encantadoras?
Ao&L;..:-¿De veras? Me siento otra 9 con la
imaginación llena de chispas alegres, cuando tú
estás á mi lado.
EL.-Dame tu manita, i-1de1a.
ADELA.-No, eso no. Déjala. Habl}. bajo.
EL.-¿Tiemblas?
ADELA.-Tengo frío.
EL . -Yo ardo. Te calentaré las lTAanos.
ADELA.--No, t'e rep·ito que no. Tengo miedo .
Má~ bajo. iré adentro por ün abrigo.
EL.-No me abnndones; perrníteme mirar tu
precioso cueHo. Acércate. No rne huyas. No me
hagas desgr.ac;ado.
CUENTOS BREVES 151
ADELA.-¿Me quieres?
EL.- Te contestaré al oído.
ADELA.-¡Ay! Me lastimaron los hierros .
EL.-¡Querida cabecita mial Te cootestare en
la boquita, en secreto .... ,
AoELA.-¿Estás loco? Habla bajo. ¿Qué es
eso? Un hombre ...
EL.-Un vigilante sonárnbulo. Maldito sea.
ADELA. - Y se viene derecho.. Me voy.
Adiós.
EL.--- No,.. espera;
,.
le despediré.
(El galán se acerca al vigilante.)
Er...-¿Qué quiere usted?
Et. VIGiLANTE.--¿Qaé hüce usted ahí?
EL.-Estoy hablando con mi novia . Si no i:;c
marcha usted inmediatamente le rompo el bau ..
ti~mo ..
(El vigilante se retira.)
EL.-'la se fué.
ADELA. -¿Qué le dijiste?

EL.-Le dí diez pesos. Es un infeliz~ Hará la


~ t
vis a gorc,a .
"11

AoBLA.-¡Qué bueno eres! ,


El
,
.. -Te quier·o . Te quiero. Te quiero.
AoELA.-¡Bajito? J...a verdad que. con esa facha
pareces un ladrón,
152
':;L.- y no ·lo soy. Vcngo por ile m10
1-. ,,
. p
· orque
erc::J rnía:

. . . . . . . . . . . . 1 1 • • • • · • 1 1 i • • • 1 • • • • • • • • • • t • • . . . . . . . ..

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f)!ÁLOGOS COi\lTEMPORA~JEOS

Et. EnP~::Rí'INENTc.---Muchas veces he buscado


una buena definición de !a política, y ni siquiera
he conseguido encontrar una mala .
EL PERSONAJE.~La política soy yo.
EL lMPERTINENTE.-Lo dificil es definirte á ti.
A prin1era vista la política constituye legitima . .
mente un oficio. En ella la actividad humana pa-
rece emplearse á ejecutar una obra, á perseguir

un fin. ¿Qué fin y qué obrá? ¿Qué conocimientos
requiere ese oficio? Aquí está lo incontestable .. A
juzgar por los hecho<;, la cultura intelectual es
· extraña á esta cuesiión .. Personas que ni para fir ..
mar toleran la ortografía ejercen ~altas influencias;
y se dan casos de ministros instruidos. ¿Qué será
mejor para la carrera políJica? ¿Saber química ó
historia, medicina ó teneduría de libros? Hasta
ahora los políticos no se arriesgan á estudiar
154 RAFA
.
r: L. L~ ~ k H. i·. T T

nada. La política es un oficio amorfo, ó el oficio


de fos que no tienen ninguno.
EL PERSONAJE.-Nos confundes con los vagos
de profesión.
EL IMPERTINENTE.~· Y hago n1al, porque cles-
graciadarnente sois á veces n1uy activos. Quizá la
política sea una estricta función sncialr como la
de las mujeres hermosas. Quizá se acerque ii una
Admini&tración general de Favores, á una espe-
cie de beneficencia secreta. Reducida á ese pa . .
pel ~ería tolerable y hasta divertida. Lo n1aio es
que complica á los que 110 son políticos y su labor
trasciende al público.
-
EL PERSONAJE.-··~Desempeñarnos nuestra mi-
sión. ¿Q.uién orienta á los pueblos? Nosotros. No
necesitamos especializarnos. Nos bastan la inspi-
ración del patriotismo y algunas .idea~ generales
para dirigir espiritualmente á ouestro pais.
EL IMPERTINENTE.-Si os contentarélÍS con di-
rigirno$ espiritualmente, no· nos hubiéramos en -
terado nunca de vuestra existencia. Nos resultáis
algo car'os, pero nos resignaríamos á ese regular
dispendio con tal ~e que no nos molestarais fo ..
dos los días .. La Prensa, que os asesora y registra
vuestras travesuras con afición de comadre, nos
mete á la fuerza la nariz en voestra cocina .
.t
CUí:':NTOS BREVES 155

EL PERSONAJE.-No ex.trañes esto. Lo que ha-


cemos y decimos es de gran importancia.
EL IMPERTiNENTE.."-¡Bahl Es la raza y no los
políticos quien hace las. cosas importantes. El
porvenir de las naciones sale del trabajoJ no de
los discursos ni de las disputas .. Yuestras nobles
compresas son insignificantes como vuestras in-
famias. Lo único que os pedimos los que nos oc!.!
pamos en algo útil, es que no cacareéis télJ.'1 alto,
ó que cacareéis más lejos.
EPIGRAFIA BURLESCA

jACK,-Después de haber degollado á su víc·


tima, la arrancó los pezones, y la abrió el vien . .
tre. Le sorprendí en esta última ocupación .
-¿Por qué hace usted eso?-le pregunté.
Levantó sus ojos, estragados de lit~ratura, y me
contestó:
~¡Por la gloria!

LA AMIS~Ao.-¿Sabes lo que dicen de tu ami-


go íntimo? Que d pobre no puede...
(Habla al oído.)
-La verdad es que nunca se ha ñjado en mi
158 RAFAEL BARR.2TT

LA COMPASIÓN.-EI ave infeliz cantaba en el


árbol.
El cazador apuntó cuidadosamente, ·pero an-
tes de apretar eI gatillo murmuró:
-¡Pobre animal!
No, la humanidad no es tan mala.

.
EL AGRADECIMIENTO.-Tenía el bandolero un
trabuco, dos pistolas, un cuchillo de ,monte, y en
el camino á nadie se
veía.
Le dí el reloj, los gemelos, el alfiler de corba-
ta y cuanto dinero llevaba. No se ·contentó. y le
di mi traje, mi sombrero y mis zapatos. Pero tam . .
bién Je gustó mi ropa blanca.
" A·l alejarme 1 desnudo, le dije con los ojos llenos
de lágrimas de gratitl!d:
-¡Le debo la vidaf

LA CIEíiCIA .. -En uno "de mis viajes lejanos


e

descubrí una i.sla .


159

De vuelta, visité á un célebre geógrafo. Me


oyó, consultó larga1nente libros y planos, y me
dijo:
-L~ isla que ha descubierto usted no existe.
No está en el· tnapa.

LA MADRE.-Un grito de angustia suena en


medio .de la noche.
La madre amorosa despierta sobresaltada.
El grito se oye nuevamente, más déhil y mas
desesperado.
-No es en casa-balbucea $Onriendo la ma-
dre, y se vuelve á dormir .

Los HEREDRROS.-El padre murió.


Los hijos le cerraron los ojos.
Pero le abrieron la boca, y le arrancaron las
muelas, porque en ellas había oro.
i60

LA VI&Tu.o.----Las rnor1jas dei con ve: nto criabo.n


gal1inas.
Pero el gallo resaltó tan casto: qLe hubo qu~
matarlo y traer otro.

EL AMOR.-EI:~ Mi amor es eterno.


· Ella: ¿Estás seguro 7 amor mio?
El: Lo sé por experiencia.

Los iNTEGROs.-El poiitico: Yo soy inde:-


pendiente. No tengo con1promiso ·con ningún
e:
partido. Estoy con todos ellos, á medí da que
ocupan el poder.
. '

El Juez~ Yo soy cotno usted . Mis sentencias,


cuando se trata de asuntos en que no estoy ini~­
resado, son inatacables.
El general: Y o soy también asL Para poner-
me del lado del más fuerte, no necesito saber
.,.
qu¡eo es.
CUENTOS BREVES 161
LA DJSCJPLINA ..-EI pueblo se babia levaatado
en armas.
Cayeron muchos prisioneros. Un soldadito re--
cibió orden de fusilar á su padré y á sus dos her-
manos.
Como el viejo, después de la descarga, se mo·
vía aún, el soldadito le tuvo que rematar de un
balazo en ~I oído.
Cosa tanto más meritoria cuanto que el so~·
dado quería mucho á su familia.

11
LA RISA

Se nos fué la risa de loa niños. la risa de los


dioses; ya no se desborda nuestra alma y nos tor·
~ura la sed.
La música de la risa se cambió en hipo; se
cambió en mueca la onda pura que resplande·
cia sobre los rostros nuevos.
La risa ahonda nuestras arru¡ras, y revela me-
jor nuestra decrepitud. •
La risa noble se volvió alevosa. El signo de la
alegria plena se convirtió en signo de dolor. Si
ob reir1 es que alguien sufre.
Hemos hecho de la risa una daga, un tósigo,
un cadalso. Se mata y se muere por el ridículo.
Nuestro patrimonio común parece tan ruin,
,que el poder consiste en ,fa miseria ajena, y la
dicha en la ajena desventura. N,os repartimos
aviesamente la vida1. y nos reconforla la agonía
del prójimo.
164 RAFAEL BARRETT"'

Náufragos hambrientos, apiñados sobre una


tabla en medio del mar, nos alivia el cadáver
amigo que viene á refrescar las provisiones. En·
tonces reímos enseñando los dientes.
¿Dón.de están .Jas carcajadas que no rechinan
y rugen y gimen, Ías que no hacen. daño?
, Es cómico perder el equilibrio, caer y chocar
contra la realidad exterior, que, cómplice de los
fuertes, siempre se burla.
Por .eso el justo es risible: ignora la realidads
ya que ignora el mal. Por eso no es digna de risa
a doblez, sino la confianza; no la crueldad, sino,
la blandura de corazón.
Un loco malvado no será nunca tan grotesco
COmO UD loco generoso . ,¿Quién (avará el celeste
semblante de Don Quijote, escupido por las rili.
sotadas de las hombres?
1am'oien \osnombres se rieron de Jesús, y le ..

e.scup1eron.
Aunque oo sea más que en efigie, el público
necesita risa, nece.ttita sangrep La risa es casi todo
el teatro.
Y siendo el dolor de cada uno el dolor de lo
demás, manifestado fuera de ellos, la risa univer ..
saJ es un quejido. Escuchadla bien, y d~cubri­
réis eo ella los espasmos del sollozo.
CUENTOS BREVES 165
No hay mayor amargara que reirse de sí mis-
mo, y esto es á lo que cualquiera risa se reduce.
La risa llora y maldice. Es la convulsión del ani-
mal enfermo, el aullido de pavor ante el desastre.
Es la rebelión contra la fatalidad de haber na·
cido; asi la risa, ensuciando la fuente del amor.,
ha inventado la obscenidad y ha degradado
nuestras cuerpos; ba deshonrado el deseo y ha

hecho de la reproducción un espectáculo bufo.
Y es preciso reir, basta la muerte y hasta de
la muerte. Mal necesario, al realizarse desspa•
rece.
Riamos para limpiar de nuestro espíritu el
júbilo salvaje, y para marchar serenos hacia nues-
tras victimas.
AJENJO

Tres dedos de ajenjo puro-tres mil millones


de espacios de ensueño.
El espirito se desgarra sin dolor, se alarga sua. .
'
vemente en puntas rápidas hacia lo imposible. El
espirito es una invasora estrella de llama de al-
cohol fatuo. Libertad, facilidad sublime. El mun·
do es un espectro armonioso, que ríe con gestos
de connivencia.
Ya sé •.• ¿Qué sé? No sé; lo sé todo. La verdad
es alegre. Un horno que sacude en la noche su
cabellera de chispas. Ráfagas de chispas veloces,
onda de fuego que se encabrita. Por todas partes
la luz que· abrasa. Arder, pasar, aullidos- de
triunfo ..•
La vida está desnuda. Me roza en su huida,
me araña, la comprendo, la siento por fin. El to"
rrente golpea mis músculos. ¡Dios inio! ¿Dios?.
Si, ya sé . No, no es eso.
- '
168 RAFAEL BARRETT

¿Y debajo? Algo que duerme.' La vuelta, la


vuelta á la mentira laboriosa. El telón caerá. No
quiero esa idea. terrible. Desvanecerse en las
tinieblas, mirar co~ los ojos inmóviles de la muer-
te el resplandor que camina, bien. Tornar almos-
trador grasiento, al centavo, al sudor innoble...
Ajenjo, mi ajenjo. ¿Es de día? Horas de ocio-
sidad, de amor, de enormes ~astiUos en el aire:
. venid á mi. Mujeres, sonrisas húmedas, el estre-
mecimiento de las palabras que se .desposan,
virgenes, en las· entrañas del cerebro. y cantan

siempre •••
Ajenjo, tu caricia poderosa ab~ndona mi car-
ne. Me muero, recobro la aborrecible cordu~a,
reconozco las caras viles y familiares, las paredes
sucias de ·ta casa •.•
Las estrellas · frias. Las pi edras sonoras bajo
mis talones solitatios. La tristeza, el alba. Todo .
ha concluido.
REFLEXIONES

El amor es inmoral por esencia, porque las


costumbres cambian, y el gesto del amor es siem-
pre el mismo .
El amor es una obscenidad deliciosa . ~Lo ocul-
tamos como los tesoros y los crí~enes.

Amor, hecho iodividui!l . Hijos, hecho social.


De aquí los coaflictos eternos y desesperados.

El amor estéril debe ser ilegislable. El fecun-


'

170 RAFAEL &A!tRETT

do debe estar sujeto á reglamentos, como las


demás industrias .

La vida es corta, la muerte es larga. El amor


es una estrategia contra la muerte. Y a que hay
que acabarnos, queremos siquierá repetirnos, re•
petir un capitulo, una linea, una letra de nues-
tro ser~

La mujer es un espejo.
¿Tienen las mujeres alma?-Sí; la nuestrL

-
Los amores interminables no son aecesarios.
Dios hizo el mando en seis días.
CUENTOS BREVES 171

¿Queréis,sin embargo,, que vuestro amor dure?


-Alimentaos bien.

Si sospecháis que vuestra amante os engaña,


no os empeñéis en descubrir la verdad. Conteo-

taos con la sospecha.

Matrimonio: amor enjaulado.

Pudor: el terror sagrado ante el más cruel de


los dioses.

Conviene ocultar cuidadosamente la opinión


172 RAFAEL BARRETT

que tenemos de nosotros mismos. Nunca estar[a-


mos de acuerdo con los demás.
4

Disimulemos nuestros méritos.

La felicidad que no se esconde vive poco ..

Inspirar miedo sin herir la vanidad de nadie:


be aquí el ideal. Que el amor propio de un se-
mejante nos sea más sagrado que su dinero y
que su mujer. Así evitaremos los peores ene·

m1gos.

Siempre inventamos grandes cualidades en los


CUENTOS BREVES 173
que nos adulan. Este es el secreto de muchas ca-
rreras políticas .

Alabamos á los muertos insignes para herir .á


los vivos. Les alabamos también porque es una
manera de a.rradecerles que se hayac muerto..

Nada oos sorprende y nos in~igna tanto como


descubrir que los demás son exactamente lo mis-
mo que nosotros.

No halaguemos el COTazón, sino los vicios de


nuestros semejantes: único medio de ser amados.
174 RAFAEL BA.JtRETT

Un hombre aislado puede ser valiente. La mul·


titad es cobarde, quixá por economía.

-
.
Todo cambia con el curso de los siglos, me·
nos las muieres y la política.

Si el cie,lo no tiene fin, la imbecilidad humana


no tiene fondo.

€1 rostro es el espejo del alma, sobre todo en


los viejos.
CUENTOS BR&VBS 175

Buscad el origen ó el resultado "de vuestra .fe-


licidad, y encontraréis la desgracia ajena.

-
Triste es que no se realice ninguno de nues-
tr,os sueños, y más triste que se realicen todos.

Desgraciados los que tenéis llaps, porque no


os faltarán moscas.

. La peor ·manera de hacerse amigos es tratar


'
bien á todo el mondo. Insultando sin excepción
·"á la gente se ganan más simpatías. Me explicaré.
Ningún elogio conquista completamente á un
hombre. ¿Es, por ejemplo, literato? Compararle
con Balzac le parecerá siempre poco.. Hay que
.ponerle por encima del Dante, de 5bakespeare
176 RAFAEL BARRETT

y de Homero, y sólo así empezará á estar confor-


me., Pero la más ligera al3banza en favor de un
rival ó un enemigo suyo le producirá un acceso
de furor. ¿Y qué persona decente no tiene ocho
ó diez enemigos encarnizados? Aun suponiendo
que vuestro halago seduzca como uno, malquis-
tará como ocho ó como diez. Y el procedimien ...
to bondadoso- arrojará un pasivo terrible . Si os
empeñáis en opinar sobre el prójimo, opinad
mal, invariab!ementc. Seréis más respetados y
más queridos.

Hay quien se extraña de que por lo común


. los
ricos sean avaros. Y sin embargo, si no hubieran
sido avaros cuando eran pobres, no. hubieran lle-
gado á ricos. El procedimiento que conserva es
el mismo que cría. Para encontrar geaerosidac:l
es preciso dirigirse á los pobres consuetudina·
rios ó á los salteadores de camino .

No os caséis con una mujer demasiado be;Ha ..,


l'io porqut! las ~ermosas sean más pervcr~ru; qu~
CUENTOS BREVES 177
las feas, sino porqae puede realizar mucho mejor
su perversidad. La belleza es un arma. Moralizar
es imposible, pero desarmemos á los pelig1·osos"'
Los do,madores de víboras empiezan p·or arran-
carlas los dientes.

-
Se c;reia antes que el honor se heredaba con la
sangre, y :que era una ventaja tener padres no-
bles. "Soy hijo de un caballe.ro y de una señora,.
+

y me he educado ,como un~rey", era la frase vic·


torio!'a que os lanzaban al rost.ro. La democracla
ha invettido el argumento. "Me engendraront en
la miseria, os dicen con arrogancia; he hecho de
todo para no morir de hambre, he lustrado b 0U-
1

nes y he fregado platos.'' Algunos se glorfan de


. no saber de dónde salieron. Las ideas sociales y
políticas cambian, pero la vanidad no .

Sólo á fuerza de mentir se pasa por sincero y


consecuente. La ainceridad nos condena al des•
érédito..

12
178 R,\f AEL BARRETT
.
El amor es fecundo, si, ya lo sabemos. Admi·
remos, no obstante, la fecundidad del odio. El
amor auténtico tiende al platonismo, y con fre·
cuencia la lujuria encadena á un hombre y á
una mujer que se odian. ¡Cuántos pueden decir
"mis padres se odiaban, pero he nacido"! Todós
los que trabajan para no perecer, ó sea los cua-
tro quintos de la humanidad, odian á muerte,
odian al patrón, al capataz, al propietario, al jefe,
al neg,rero. El trabajo terrestre está empapado en
odio. Sobre. el odio está cimentada
. la civilización
moderna.

Hay un triste momento, y es cuando la farsa


humana deja de divertirnos. Canszdos del saine·
te, esas mueca-s de monos afortunados no nos hca . .
.
ceo ya reir, y murmuramos con repugnancia: "'

"Realmente esto ~s lamentable, y el autor muy


torpe. Echenno$ á la calle. Salgamos de este tea-
trucho infecto á respirar el aire casto de la noche
y á contemplar las altas estrellas."
CUENTOS bR!VES 179
No hagáis servicios, si no queréis que os abo-
rrezcan.

En la vida de Cristo hay un pasaje que siem ..


re me ·ha reconfortado: "¿Por qué me abando-
naste?'' Dios abandonó á su hijo, pero la madre
dolorosa, la madre de carne y hueso, no le aban•
donó jamás. No vale gran cosa la tierra, pero el
cielo es el gran traidor.

-
Quiz~ no sea morir oe~ocio tan malo.

FIN
INDICE

De cuerpo presente .................................... . 7


El bohemio ........... ,. •.. , , , .............. < ..... ii; ••• , .. . 13
La puerta . ,. ...................................... 11 17
Los domingos de noche ............................. . 21
El perro .............. .. • • • • • • "' •• t . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
La· vi-;ita ................................. .. • ......... 1111 • 111 .. 35
Soñando................. .. f . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... 41
El maestro ...... • 1!1! ..... ,. . . . . . 11 ..... ,., ti!' ... 1 ...... * .... 11 ....... 45
A bordo.. ~ .............. j ..... " .¡¡ ..... ~ .......... ~ •• 41 ..... 51
Mi zoo ............... .. 57
SmBrt................................... . . . .... . . . . .. ..... "' 61
Baccarat . . .•.... ~ JI¡ •••• :11 otlll ........ ....... "' .. .f; .......... . 67
Sobre e1 césped.. . . . .................... . 75
DeJ natural .................................... . ...... 77
El hijo.,; J ........... , ......... • ' . . . . . . . . . . . . . . . . .,.. . . . . . . . . .. 83
El leproso . . . • . • • . . . .. . .. . .. . . .. • . . • . • .. .. . . . . . .. .. • .. • 89
La enamorada........................................... . 97
La oración del huerto ............... ,, ................ . 103
El pozo................................................ . 107
¿Recuerdas? ............................... • · . ~ .. • · . • 111
La rosa ...•. . . . . ..
.. • 111 .. ... . . .. .. & • ., .... 115
Conversaciones ....... • • • • 4 • • • • • • • • • • • • • .. • .. "lil 119
Regalo de año nuevo ............................ . ..... . l~
182 iNDIC'E

El amante ........ . . . .... . .. . . .. 129


La carlf'Za lt • .. • 111 • • li! • • 1 • • lll .. • .. • • • "' • ' • • .. .. • • • 11! ... . . 131
La madre •.• • .. . .. .. ' ...
11!!! •• ~ . . .. ~ .. t ••• 135
Margarita.. .. . . • • • • . . . . .............. . 4 .. J 137
La última primavera........... . . ... ... •· 139
El novio•..• • .......... . .. 4 • • • 1 ...... 143
La reja •. .. . . . • • • •• . . . . •• 149
Diálogos contemporáneos .. . ·• 11 •• "' •• "' .. 153
Epigraf1a burlesca., ............ . ..,,.,..,, ........ . . ...... 157
La risa. ... ... " ..... 1111 • • • 11. 163
Ajenjo.. . ,.,. ................... . 111 • "!I .. • ;mi ... 167
Reflexiones •• ~
+ .. .. .
• ., • ~ ,. . . ...... 169
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