Carta de Epicuro A Meneceo
Carta de Epicuro A Meneceo
Carta de Epicuro A Meneceo
Siglo IV a. C.
Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de
filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es demasiado viejo ni
demasiado joven.
Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera
que para la felicidad no le ha llegado aún el momento, o que ya lo dejó atrás. Así pues,
practiquen la filosofía tanto el joven como el viejo; uno, para que aún envejeciendo, pueda
mantenerse joven en su felicidad gracias a los recuerdos del pasado; el otro, para que pueda
ser joven y viejo a la vez mostrando su serenidad frente al porvenir. Debemos meditar, por
tanto, sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque, si disfrutamos de ella, lo poseemos
todo y, si nos falta, hacemos todo lo posible para obtenerla.
Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y
todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de
sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es nada para nosotros nos hace
agradable la mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque nos
priva de un afán desmesurado de inmortalidad.
Recordemos también que el futuro no es nuestro, pero tampoco puede decirse que no
nos pertenezca del todo. Por lo tanto no hemos de esperarlo como si tuviera que cumplirse
con certeza, ni tenemos que desesperarnos como si nunca fuera a realizarse.
Del mismo modo hay que saber que, de los deseos, unos son necesarios, los otros vanos,
y entre los naturales hay algunos que son necesarios y otros tan sólo naturales. De los
necesarios, unos son indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del
cuerpo; otros, para la propia vida. De modo que, si los conocemos bien, sabremos relacionar
cada elección o cada negativa con la salud del cuerpo o la tranquilidad del alma, ya que éste
es el objetivo de una vida feliz, y con vistas a él realizamos todos nuestros actos, para no
sufrir ni sentir turbación.
El principio de todo esto y el bien máximo es el juicio, y por ello el juicio -de donde se
originan las restantes virtudes- es más valioso que la propia filosofía, y nos enseña que no
existe una vida feliz sin que sea al mismo tiempo juiciosa, bella y justa, ni es posible vivir
con prudencia, belleza y justicia sin ser feliz. Pues las virtudes son connaturales a una vida
feliz, y el vivir felizmente se acompaña siempre de virtud.
El sabio cree que es mejor guardar la sensatez y ser desafortunado que tener fortuna
con insensatez. Lo preferible, ciertamente, en nuestras acciones, es que el buen juicio
prevalezca con la ayuda de la suerte.
EXORDIO/INTRODUCCIÓN
NARRACIÓN/ESTADO DE LA
CUESTIÓN
DESARROLLO
(ARGUMENTACIÓN/REFUTACIÓN)
CIERRE/CONCLUSIONES
DIAGRAMA