INFORME FINAL Los Neutrales en La Segunda Guerra Mundial
INFORME FINAL Los Neutrales en La Segunda Guerra Mundial
INFORME FINAL Los Neutrales en La Segunda Guerra Mundial
Introducción
Es preciso aclarar que esta investigación no se propone abrir juicios sobre la neutralidad de
los países mencionados ni evaluar las consecuencias de tal conducta. Ambos aspectos han dado
lugar a un extenso debate en la bibliografía especializada que sigue abierto. Así, por ejemplo, para
una parte de la literatura argentina referida al tema, la neutralidad de Argentina durante la Segunda
Guerra Mundial fue un factor determinante de la "declinación" del país3. En cambio, otros autores
relativizan esta conclusión y señalan que es "dudoso que de haberse involucrado la Argentina en la
guerra como lo hizo Brasil, podría haber gozado de los beneficios del Plan Marshall como proveedor
de los mercados europeos"4. El caso de España sugiere que la neutralidad no le produjo, salvo en
los años de la inmediata posguerra, consecuencias particularmente negativas. Podría decirse que
ella fue parcial y coyunturalmente costosa. Por otra parte, el hecho fortuito de que el Presidente Harry
Truman considerara a Turquía el campo límite de la tolerancia de Occidente ante el avance soviético
eximió a este país de eventuales castigos por parte de Estados Unidos y Europa.
1
Peter Gourevitch, “La segunda imagen invertida: Los orígenes internacionales de las políticas domésticas”, en Zona
Abierta, No. 74, 1996, p. 67.
2
En breve, este modelo postula la participación simultánea de un actor en dos tableros de negociación, uno dentro del país y
otro con actores externos. Véanse, en particular, Robert D. Putnam, “Diplomacy and Domestic Politics: The Logic of Two-
Level Games”, en International Organization, No. 3, Vol. 42, 1988 y Peter B. Evans, Harold K. Jacobson y Robert D.
Putnam (eds.), Double-Edged Diplomacy: An Interactive Approach to International Politics, Berkeley: University of
California Press, 1993.
3
Carlos Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, Buenos Aires: Editorial Universidad de
Belgrano, 1983.
4
Mario Rapoport, “Imágenes de la política exterior argentina. Tres enfoques tradicionales, 1930-1945”, en Silvia Ruth
Jalabe (comp.), La política exterior argentina y sus protagonistas, 1880-1995, Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano,
1996, p. 52.
En breve, el balance de costos y beneficios de la neutralidad tiene distintas lecturas. Además,
los premios y castigos recibidos por los neutrales de parte de los países vencedores, tanto en lo
inmediato como en el más largo plazo, dependieron fundamentalmente de factores ajenos a la
Segunda Guerra Mundial, en especial de las necesidades y circunstancias propias de la Guerra Fría
y, dentro de este marco general, de la importancia relativa de cada neutral para los líderes de ambos
bloques.
Como dice Frank, la actitud neutral, aunque no la palabra, existe desde la antigüedad9. En
efecto, la adopción de posiciones neutrales puede rastrearse hasta el siglo VI AC en Grecia10. El
concepto se empleó desde 1378 y su primera utilización oficial puede encontrarse en un documento
de 1408, en el que el rey de Francia declara su "neutralidad" en la lucha entre los papas de Roma y
de Avignon11. Sin embargo, la neutralidad toma verdaderamente impulso luego de la constitución de
los Estados modernos. Las experiencias acumuladas a partir de esa etapa, en especial desde el siglo
XVIII en adelante, permiten establecer un perfil variado y complejo del término.
Desde tiempos antiguos, la idea de "no ser de uno ni de otro" ha sido calificada de diversas
maneras. En un extremo, se aprecia una valoración positiva de la misma: "retraimiento hacia el
medio", "permanecer en paz", "quedarse quieto", "retirarse de las hostilidades", etc. En el otro, se
expresan opiniones negativas mediante el empleo de calificativos despectivos: elusiva,
aprovechadora, indigna, pérfida e incorrecta, entre otros.12
5
Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Madrid: Editorial Espasa Calpe, 1992 (vigésima primera
edición), tomo II, p. 1438.
6
Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, Diccionario de política, México D. F.: Siglo XXI Editores, 1983, p.
1046.
7
Ibid., p. 1048.
8
Graham Evans y Jeffrey Newnham, The Penguin Dictionary of International Relations, Londres: Penguin Books, 1998, p.
366.
9
Véase, Robert Frank, “La neutralité: évolution historique d’un concept”, Jukka Nevakivi (ed.), Neutrality in History,
Helsinki: Tiedekirja, 1993.
10
Véase, Robert A. Bauslaugh, The Concept of Neutrality in Classical Greece, Berkeley: University of California Press,
1991.
11
Robert Frank, op.cit., p.25.
12
Véase, Gregory A. Raymond, “Neutrality Norms and the Balance of Power”, en Cooperation and Conflict, Vol. 32, No. 2,
1997.
Por lo general, el sujeto de la neutralidad ha sido un país débil13, medio14 o periférico15 y no los
países más poderosos e influyentes16. En realidad, la existencia de estos últimos países es la que
explica la conducta neutral que es propia de un sistema internacional liderado por dos o más grandes
potencias. Así, en la medida que se eleva el lugar de un país en la jerarquía internacional menor es
su propensión o interés en mantener la neutralidad y mayor es el aliciente para participar en un
conflicto dado.
En cuanto a su alcance, la neutralidad puede ser integral o restringida, esto es, puede
ejercerse en forma amplia y comprensiva, tanto en lo legal y político, como en lo militar y económico,
o de manera calificada, por ejemplo, no consintiendo un libre flujo económico total.
Por otra parte, la conducta neutral adopta diversas modalidades. Puede ser: a) armada o no
armada (esto es, que el neutral esté suficientemente pertrechado como para disuadir a los
beligerantes a que no lo involucren en una guerra mediante una acción de fuerza o, por el contrario,
que el neutral carezca de, o no procure, una capacidad disuasiva propia); b) activa o pasiva (en el
primer caso, un país despliega una neutralidad de alto perfil y muy dinámica mientras que en el
segundo se escoge una neutralidad de bajo perfil y poco vigorosa); c) ocasional (es decir episódica,
temporal, circunstancial) o permanente (cuando se ejerce durante períodos prolongados y forma parte
de las tradiciones de política exterior de un país); y d) voluntaria (cuando nace de una decisión
propia) o involuntaria (cuando es el resultado de un proceso impuesto por otra u otras naciones).
Además, puede ser impasible (lo que significa un desinterés frente a un conflicto determinado),
indeterminada (frente a que una u otra parte resulte victoriosa en un enfrentamiento bélico), distante
13
La concepción de debilidad que se utiliza aquí es la de Buzan. Según él, “weak states...will refer to the degree of socio-
political cohesion...weak states either don not have, or have failed to create, a domestic political and societal consensus of
sufficient strength to eliminate the large-scale use of force as a major and continuing element in the domestic political life of
the nation”. Barry Buzan, People, States and Fear: An Agenda for International Security Studies in the Post-Cold War Era,
Boulder: Lynne Rienner Pub., 1991 (segunda edición), pp. 97 y 99.
14
La concepción de país medio que se utiliza aquí es la de González. Según ella, esta categoría se “deriva de la compleja y
cambiante interrelación entre los siguientes factores: la posesión de ciertos atributos, capacidades y atractivos internos, la
ocupación de una posición intermedia en la estructura de poder mundial (condicionada por el modo de inserción en la
economía capitalista) que se manifiesta de manera inmediata en el ámbito regional, y la voluntad explícita o implícita de
utilizar dichos recursos y aprovechar esa posición de poder relativo para influir en ciertas instancias de la vida internacional
y regional, a fin de promover y defender los intereses nacionales en los términos definidos por la elite política (seguridad
nacional, desarrollo económico, estabilidad política)”. Guadalupe González, “México”, en Gerhard Drekonja K. y Juan G.
Tokatlian (eds.), Teoría y práctica de la política exterior latinoamericana, Bogotá: CEREC/CEI, Universidad de los Andes,
1983, p. 316.
15
La condición periférica corresponde a una condición geográfica—distante del centro gravitante del sistema internacional
con mayor poder--, a una situación política—carente de una amplia capacidad de autonomía en el plano externo—y a un
estatus militar—irrelevante desde la perspectiva estratégica de los actores más preponderantes y recursivos.
16
Véase, Efrain Karsh, Neutrality and Small States, Londres: Routledge, 1988.
(cuando existe un alejamiento geográfico-territorial o ideológico-político frente a una disputa armada);
imparcial (cuando se desarrolla una conducta simétrica y semejante frente a los bandos beligerantes);
y benevolente (cuando se preserva la condición de neutral pero se favorece la causa de uno de los
beligerantes). En cierto modo, este tipo de neutralidad se asemeja a la no beligerancia.17
Cabe agregar que la literatura especializada ha subrayado las diferencias existentes entre
neutralidad, neutralismo, neutralización y aislamiento. La neutralidad es fundamentalmente un
17
Véanse, Ibid.; Daniel Frei, Dimensionen neutraler Politik: Ein Beitrag zur Theorie der internationalen Beziehungen,
Ginebra: Institut universitaire del hautes études internationales, 1969; Jürg Martin Gabriel, The American Conception of
Neutrality After 1941, Londres: Macmillan Press, 1988 y John N. Petrie, “American Neutrality in the 20th Century: The
Impossible Dream”, en National Defense University McNair Paper, No. 33, Enero 1995. Sobre la neutralidad benevolente
de Argentina durante la Primera Guerra Mundial, véase Ricardo Weinmann, Argentina en la Primera Guerra Mundial.
Neutralidad, transición política y continuismo económico. Buenos Aires: Biblos, 1994.
18
Sobre la “guerra económica”, véase Arnold J. Toynbee, La guerra y los neutrales, Barcelona: Editorial Vergara, 1965.
concepto legal internacional mientras que el neutralismo es un concepto político19 que "se refiere a
una declaración de no participación en conflictos específicos y al tratamiento imparcial de todas las
partes"20. Durante la Guerra Fría21, el término neutralismo fue reemplazado por el de no alineamiento,
posición que fue invocada por estados recientemente independizados y débiles para preservar su
seguridad, autonomía y equidistancia en medio de un escenario mundial bipolar y competitivo.
Bobbio, Matteucci y Pasquino también distinguen neutralidad de neutralismo. Para ellos, el último
término denota "la actitud política de quien frente a un conflicto en curso mantiene una postura de no
compromiso y de equidistancia de las partes en lucha"22. En este sentido, neutralismo sería más un
sinónimo de no intervención.
En este apartado, se estudian las distintas versiones y juicios acerca de la neutralidad que
ofrecen las teorías de las relaciones internacionales23. Existen importantes diferencias tanto entre
teorías en pugna como dentro de cada tradición teórica debido a que el concepto, siguiendo a Gallie,
es "básicamente controvertible"24. Esta situación revela la importancia de analizar cuidadosamente el
tema que, además de su interés intrínseco, resulta imprescindible para el estudio empírico que nos
hemos propuesto.
El tema de neutralidad de los estados fue introducido por los enfoques legales. En efecto, el
derecho—en especial, el derecho internacional—ofrece una primera aproximación a la neutralidad
que se elabora y desarrolla en forma sistemática a partir del siglo XVIII. Desde ese momento, se
realizan valiosos aportes que explican y justifican el hecho de que un Estado tenga el "derecho" a
adoptar una posición neutral. Esta opción, fundamentalmente, aparece como una respuesta a las
transformaciones generadas por la revolución industrial: la "expansión del comercio mundial y la
creciente interdependencia entre estados…que hizo muy difícil aislar y contener las guerras entre
pocos estados. Aun las pequeñas guerras comenzaron a amenazar las relaciones comerciales de las
que dependía el resto de la comunidad internacional"25. La neutralidad también se definió en términos
de deberes de los neutrales. Este aspecto fue abordado por Grocio en 1625 en su obra De jure belli
et pacis, donde introduce la noción capital de deber de "imparcialidad" vis à vis los beligerantes26. En
breve, derecho, economía, política y guerra contribuyeron en forma complementaria al desarrollo
19
Sobre neutralidad jurídica y el neutralismo político véase, entre otros, Samir N. Anabtawi, “Neutralists and Neutralism”,
en Journal of Politics, Vol. 27, No. 2, 1965.
20
Graham Evans y Jeffrey Newnham, op.cit., p. 365.
21
El neutralismo ha recibido, por lo general, una lectura y un análisis político. Una de los muy escasos intentos de evaluar el
neutralismo diplomático mediante un análisis económico aparece en Albert Hirschman, “The Stability of Neutralism: A
Geometrical Note”, en American Economic Review, Vol. LIV, No. 2, 1964.
22
23
Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, op.cit., p. 1049.
Véanse, entre otros, Nils Andrén, “On the Meaning and Uses of Neutrality”, en Cooperation and Conflict, Vol. 12, No. 2,
1991; Alan T. Leonhard (ed.), Neutrality: Changing Concepts and Practices, Lanham: University Press of América, 1988 y
Roderick Ogley (ed.), The Thoery and Practice of Neutrality in the Twentieth Century, New York: Barnes & Noble, 1970.
24
Véase, W. B. Gallie, “Essentially Contested Concepts”, en Max Black (ed.), The Importance of Language, Englewood
Cliffs: Prentice-Hall, 1962.
25
W. Michael Reisman y Chris T. Antoniou, The Laws of War, New York: Vintage Books, 1994, p. 133.
26
Véase, Robert Frank, op.cit.
normativo de un marco legal internacional favorable a la neutralidad que también recibió importantes
aportes desde el campo de la ética.
La Declaración de París del 16 de abril de 1856 sobre Derecho Marítimo, firmada por Austria,
Francia, Gran Bretaña, Prusia, Rusia, Cerdeña y Turquía, se concretó luego de la Guerra de Crimea
de 1854 y se justificó en los siguientes términos: regular la libertad de navegación en los mares,
diferenciar el tratamiento de navíos y propiedades enemigas de los de los neutrales, y evitar las
actividades de corsario y de contrabando en medio de los conflictos armados. En este caso, comercio
y derecho se entrecruzan para fundamentar y proteger la neutralidad.
Desde finales del siglo XIX, los derechos y deberes de los neutrales, tanto en términos de la
guerra en el mar como terrestre, fueron codificándose. La Convención de La Haya del 18 de octubre
de 1907 resume el acervo legal sobre las reglas, condiciones y responsabilidades de los neutrales28.
Guerra y derecho se enlazan para formalizar y asegurar la neutralidad.
El Pacto Kellogg-Briand del 27 de agosto de 1928 que condena el recurso a la guerra para
resolver controversias internacionales y su renuncia como un instrumento de política de una nación
hacia otras, se inscribe en la tradición idealista de desterrar el conflicto armado entre los estados y se
acerca, por ende, a las posiciones que procuran eludir la guerra y sus costos por medio de normas,
reglas y procedimientos. Ética y derecho se entretejen para favorecer y apuntalar la neutralidad.
Si bien esta suma de iniciativas, reglas y compromisos pretendió constituir un genuino régimen
internacional sobre la neutralidad, su alcance, respaldo y aplicación fue bastante deficiente. Es
posible afirmar, siguiendo a Young, que este régimen fue relativamente espontáneo (no existió una
gran coordinación consciente entre los participantes) y, por lo tanto, no fue un régimen negociado
(con un consentimiento explícito de las partes) ni impuesto (determinado de manera deliberada por
los poderes dominantes)29. Esos aspectos, ciertamente, impidieron el establecimiento de un régimen
amplio y aplicable.
27
Véase, Thomas P. Brockway, Basic Documents in United States Foreign Policy, Princeton: D. Van Nostrand Company,
1957.
28
En el ámbito hemisférico, el Convenio Interamericano de Neutralidad Marítima, firmado en La Habana el 20 de febrero
de 1928 representa el mayor esfuerzo continental para defender la libertad comercial en tiempos de guerra, para precisar las
obligaciones
29
de los beligerantes y para estipular los derechos y deberes de los neutrales.
Véase, Oran R. Young, “Regime Dynamics: The Rise and Fall of International Regimes”, en Stephen D. Krasner (ed.),
International Regimes, Ithaca: Cornell University Press, 1986.
30
Michael Donelan, Elements of International Political Theory, Oxford: Clarendon Press, 1990, p. 125.
internacional31. En este último sentido, y de acuerdo a Raymond, la neutralidad limita el alcance de la
guerra (al disminuir el número de beligerantes), modera la destructividad de un conflicto armado (al
reducirse los territorios y poblaciones afectados por el enfrentamiento) y eleva la posibilidad de
terminar un conflicto entre estados (al proveer una potencial mediación entre las partes)32.
El paradigma realista—en sus vertientes clásica y estructural--se ha ocupado con cierto detalle
del tema a partir de una noción fundamental para esta escuela: la persistencia del equilibrio de poder,
sea éste diádico o no, en la política internacional. Es posible identificar diferencias entre los realistas
clásicos y los estructurales. Los primeros analizan la neutralidad en términos de resultados. Como en
otros aspectos de las relaciones internacionales, prima aquí una "ética consecuencialista": la
neutralidad se mide de acuerdo a su impacto sobre el poder relativo de un actor. De acuerdo con esta
óptica, los realistas concluyen que la neutralidad, tal como lo mostraría la experiencia histórica, tiende
a producir consecuencias negativas para los intereses nacionales de los neutrales.
En una línea semejante, se puede ubicar a un influyente realista como Niebuhr, para quien la
confusión entre idealismo, ética, paz y neutralidad se hizo evidente durante la Segunda Guerra
31
Véase, entre otros, Daniel Frei, “Neutrality”, en Ervin Lazlo y Jong Youl Yoo (eds.), World Encyclopedia of Peace,
Oxford: Pergamon Press, 1986.
32
Véase, Gregory A. Raymond, op.cit.
33
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Madrid: Ediciones Cátedra, 1988, p. 481.
34
Maquiavelo, El príncipe, Bogotá: El Ancora Editores, 1988, pp. 140-141.
Mundial. Según este autor, "la política de neutralidad...no sólo es una teoría moral reprobable, sino
también una política denigrante". Cualquier paz, en su opinión, no es mejor que la guerra y, por ello,
naciones como Holanda y Bélgica debieron haber combatido y resistido el avance alemán durante la
Segunda Guerra Mundial en vez de proclamar una neutralidad ambigua35.
Paralelamente, para un realista clásico como Morgenthau la neutralidad debe ser entendida en
función del balance de poder. Bajo ese marco de referencia, los neutrales son actores que, al no
comprometerse, renuncian de hecho "a desarrollar una política exterior" activa en los asuntos
mundiales36. Según Morgenthau, la neutralidad es corrosiva y debe desalentarse. A pesar de este
rechazo, identificó una serie de situaciones que justifican la neutralidad: cuando la independencia de
un país está asociada al balance de poder (como Bélgica), cuando se está bajo la égida de un poder
protector preponderante (como Portugal) o cuando se es poco atractivo para las ambiciones
imperiales de una gran potencia (como España)37. Para este autor, Suiza y Suecia lograron mantener
su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial por combinar todas o algunas de esas condiciones.
Un destacado estudioso del paradigma en evaluación, John Vasquez, opina que, según los
realistas, para las naciones débiles, "la alianza con una potencia fuerte es (más) útil a sus propios
intereses"38. A su vez, Wolfers introduce un matiz a la opinión de Morgenthau sobre la renuncia de los
neutrales a ejercer una política exterior activa al distinguir "neutrales" de "neutralistas": los primeros
despliegan una política exterior basada en la pasividad y la abstención mientras que los segundos
aplican una política internacional dinámica y propositiva39. Una opinión semejante en torno a los
"neutralistas positivos" puede encontrarse en Liska, quien, sin embargo, subraya que los neutrales en
general "ignoran los requisitos objetivos del equilibrio internacional y la seguridad"40. Por su parte,
Kennan, al evaluar en particular la Primera y la Segunda Guerra Mundial, juzgó a la neutralidad y su
práctica como disparatada y deplorable41.
Otro realista, Kissinger, también acentúa que los estados deben reconocer el equilibrio de
poder en sus prácticas externas. Así, justifica la neutralidad cuando es un "instrumento de
negociación" (bargaining tool) de una nación emergente, tal el caso de la política seguida por Estados
Unidos hasta las dos guerras mundiales42. Sin embargo, un Estado no puede ni debe ejercitar la
neutralidad cuando alcanza la madurez.
Para Carr, un destacado exponente destacado del realismo inglés, los cambios tecnológicos,
tanto militares como mercantiles, hicieron fútiles y obsoletas la apelación a la neutralidad. Ella ya no
sería más "una política practicable por un Estado pequeño para lograr su seguridad, el que está cada
vez más obligado a buscar alianzas con estados cercanos poderosos"43.
35
Reinhold Niebhur, Christianity and Power Politics, New York: Charles Scribner´ Sons, 1940, pp. 42-47.
36
Hans J. Morgenthau, Politics Among Nations. The Struggle for Power and Peace, New York: Alfred A. Knoff, 1985
(sexta edición), p. 122.
37
Ibid., p. 196.
38
John A. Vasquez, El poder de la política de poder, México D.F.: Ediciones Gernika, 1991, p. 57.
39
Véase, el capítulo 14 (“Allies, Neutrals, and Neutralists in the Context of United States Defense Policy”) de Arnold
Wolfers, Discord and Collaboration. Essays in International Politics, Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1962.
40
George Liska, “The Third Party: The Rationale of Nonalignment”, en Laurence W. Martin (ed.), Neutralism and
Nonalignment. The New States in World Affairs, New York: Praeger Pub., 1962, p. 86.
41
Véase, George F. Kennan, Realities of American Foreign Policy, Princeton: Princeton University Press, 1954.
42
Henry Kissinger, Diplomacy, New York: Simon & Schuster, 1994, p. 30.
43
Charles Jones, E.H. Carr and International Relations. A Duty to Lie, Cambridge: Cambridge University Press, 1998, p.
89.
Por su lado, realistas practicantes como Winston Churchill y John Foster Dulles fustigaron la
adopción de la neutralidad, en particular durante la Segunda Guerra Mundial, juzgando la práctica
neutral con calificativos despreciativos: impúdica, cobarde y miope44.
Según se aprecia, un hilo conductor recorre a los denominados realistas históricos como
Tucídides y Maquiavelo, a realistas teóricos como Niebuhr, Morgenthau, Wolfers, Liska y Carr, a
realistas practicantes como Churchill y Dulles y a realistas teóricos y practicantes como Kennan y
Kissinger: la percepción negativa de la neutralidad, en especial en momentos decisivos de una
guerra.
El rechazo realista a la neutralidad se hizo más nítido después de la Segunda Guerra Mundial
y en el ámbito de los formuladores de políticas en Washington. Explícitamente, el famoso NSC 68
indicaba que era imperativo para Estados Unidos que "our allies do not as a result of a sense of
frustration or of Soviet intimidation drift into a course of neutrality eventually leading to Soviet
domination"45. Se trataba de contener el neutralismo donde fuese necesario46.
Sin duda, detrás de este juicio negativo sobre la neutralidad se manifiesta la posición del
poderoso—tanto del que detenta poder como del que aspira a incrementarlo--para quien, en un
conflicto armado o en una disyuntiva vital, toda actitud neutral es condenable. El que posee poder, así
como el que ambiciona tenerlo, prefieren un involucramiento masivo de todos los participantes, tanto
por razones políticas e ideológicas como por motivos económicos y militares. La maximización del
propio poder—tan cara al realismo—exige asegurarse que el contrincante no pueda alcanzar esa
misma meta. De allí que la neutralidad, sea percibida como una deserción en la lucha por el poder
entre los grandes oponentes.
De modo concomitante, cabe mencionar que la imagen del neutral para el actor poderoso no
es la del enemigo o adversario47. Es más bien, la imagen del dependiente o inmaduro; la de alguien
que no entiende los intereses en juego en una coyuntura dada (particularmente en momentos de
guerra) ni puede actuar en consecuencia. Ante esa realidad, el poderoso—siguiendo el recetario
realista--puede optar por persuadir o presionar al neutral para lograr un cambio de posición favorable
a su propia necesidad como gran potencia. Paradójicamente, el realismo propone una especie de
postura principista—de exigencia casi normativa--en vez de una pragmática, más cercana a la
racionalidad medios-fines y a la lógica costo-beneficio propias de la visión realista clásica de las
relaciones internacionales.
Al mismo tiempo, los realistas aceptan y respaldan la neutralización. Esta posibilidad, como
quedó dicho, no resulta de la opción autónoma de un actor menor o periférico, sino del hecho de que
uno o varios grandes poderes la instauren, garantizando la integridad de tal Estado, siempre y cuando
no quiebre su neutralidad ni adopte decisiones—diplomáticas o militares—contra el o los agentes que
establecieron y aseguraron su status neutral. Ejemplos de neutralización han sido los de Luxemburgo
entre 1867-1940, Bélgica entre 1839-1919 y Austria a partir de 1955 y durante la Guerra Fría, entre
otros48. Cabe señalar que la neutralización no es ajena al balance de poder. Ella es una parte
44
Véase, Gregory A. Raymond, op. cit., p. 124.
45
U.S. National Security Council, “NSC-68: A Report to the National Security Council, April 14, 1950", en Naval War
College Review, Mayo-Junio 1975, p. 95.
46
Véase, Jerry W. Sanders, Peddlers of Crisis: The Committe on the Present Danger and the Politics of Containment,
Boston: South End Press, 1983.
47
Sobre la diferencia entre la imagen del enemigo y la del dependiente véase, Martha L. Cottam, Images and Intervention:
U.S.
48
Policies in Latin America, Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1994.
Véase, Cyril E. Black, Richard A. Falk, Klaus Knorr y Oran R. Young, Neutralization and World Politics, Princeton:
Princeton University Press, 1968.
fundamental del juego de los grandes poderes en la construcción del equilibrio de poder general o
local.
En la orilla del realismo estructural, no existe a priori una valoración negativa de la neutralidad,
ni se juzga inconveniente su invocación. Desde este ángulo analítico no interesa tanto la voluntad del
Estado (factor de segunda imagen), sino las consecuencias de la anarquía, principio ordenador de la
estructura internacional, sobre la conducta de los estados y, más específicamente, en la repetición del
balance de poder49. Frente a este último, las conductas posibles para los estados serían sólo dos,
tanto para los países centrales como para los periféricos: equilibrar (balance) en favor de una
coalición desafiante o anti-hegemónica, o plegarse (bandwagon) a la coalición ganadora o
hegemónica. En un sistema dominado por el balance de poder, ante el desequilibrio producido por la
preponderancia de un solo polo, se hace necesario, según Waltz, el balancing.
En su texto sobre la formación de las alianzas, Walt introduce un importante matiz al enfoque
de Waltz. La teoría del equilibrio del poder desarrollada por este último autor sostiene que los
estados, tanto las grandes potencias como los secundarios, procuran balancear a los estados
dominantes porque se sientan amenazados por la acumulación, lisa y llana, de atributos de poder
(militares, económicos, tecnológicos, demográficos, políticos, etc.). En cambio, la teoría de equilibrio
de amenazas expuesta por Walt señala que esta suma de atributos no constituye por si misma una
fuente de peligros y, en consecuencia, tampoco sería la variable principal para comprender el origen y
la evolución de las alianzas. El poder acumulado y la amenaza se superponen pero no son
idénticos50. Según Walt, el comportamiento estatal es una respuesta a las amenazas que provienen
de otros estados y que resultan de una combinación de cuatro factores: acumulación de recursos de
poder, proximidad geográfica, capacidades ofensivas e intenciones agresivas. En sus palabras, "los
estados percibidos como agresivos llevarán probablemente a los otros a equilibrarlos"51. De acuerdo
con esta óptica, los países secundarios no podrían mantenerse impasibles, y en caso de una guerra
deberían optar por el bandwagoning a la potencia percibida como no (o menos) agresiva52.
En un trabajo más reciente, Schroeder introduce una tercera opción que da lugar a la
neutralidad en la teoría neorealista: la posibilidad de esconderse (hiding) frente a la competencia por
la hegemonía53. Esta postura, que es asumida como aislacionista y defensiva, supone evitar
contactos con diversas contrapartes comprometidas en la lucha por el poder o preferir la pasividad.
Así, se reconoce que la neutralidad puede ser funcional para un país periférico en determinadas
situaciones históricas. Para Schroeder, la Segunda Guerra Mundial es un importante estudio de caso
sobre la neutralidad y su funcionalidad. Neutrales como España, Suecia, Suiza y Turquía se fueron
inclinando de acuerdo a la evolución de la guerra: hasta 1941 estuvieron atentos al avance de Hitler,
después de 1941-1942, se plegaron cada vez a sus enemigos. Hasta Argentina, según Schroeder,
fue definiéndose cada vez más a favor de los aliados.
Desde otro enfoque realista, denominado "realismo periférico", se sostiene que la neutralidad
es incorrecta e inconducente: puede reflejar dos actitudes igualmente equivocadas, un idealismo
gravoso o un desafío desatinado54. Para Escudé, la no consideración de las asimetrías de poder en el
sistema internacional y de los costos que produce una política neutral para los países periféricos lleva
a la adopción de una estrategia errada, sea ésta inocente o premeditada. En consecuencia, el actor
49
Véase, Kenneth N. Waltz, Theory of International Politics, Reading: Addison-Wesley, 1979.
50
Michael Mastranduno, “Preserving the Unipolar Moment: Realist Theories and U.S. Grand Strategy after the Cold War”,
en International Security, Spring 1997, Vol. 21, Nº 4, p. 59.
51
Stephen M. Walt, The Origins of Alliances, Ithaca: Cornell University Press, 1987, p 25.
52
Ibid, p. 29._
53
Véase, Paul Schroeder, “Historical Realist vs. Neo-realist Theory”, en International Security, Vol. 19, No. 1, 1994.
54
. Véase, Carlos Escudé, El realismo de los estados débiles, Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1995.
menor (relativamente irrelevante para los intereses vitales de una potencia mayor) debería entender
que lo más conveniente es plegarse55, y no confrontar al actor dominante.
Aportes recientes de autores realistas como los de Michael Brown, Thomas Christensen,
Randall Schweller y Fareed Zakaria, entre otros, han sido ubicados por Gideon Rose en una
categoría distinta dentro de la tradición realista: el "realismo neoclásico". Estos trabajos suman a las
variables utilizadas por los realismos clásico y estructural otras que intervienen en el nivel de la
unidad de análisis (el Estado). En especial, el impacto de las percepciones de las elites políticas y del
tipo de estructura interna en el modo en que los estados responden a las incertidumbres del
escenario externo56. Ambos factores serían fundamentales para explicar porque los líderes, por
ejemplo, deciden seguir una política de neutralidad. Rose destaca que más que la búsqueda de
seguridad, las elites—en los trabajos de los autores mencionados—pretenden manejar la
incertidumbre y controlar, en algo, el ambiente internacional que confrontan.
Como puede apreciarse, esta perspectiva teórica matiza las visiones generalmente críticas de
los realismos clásico, estructural y periférico de la neutralidad. No estaríamos ante un enfoque que la
avala o defiende; simplemente, se postula la necesidad de incorporar la dimensión interna de la
política exterior y, consecuentemente, el papel de las elites dirigentes y el nivel de autonomía que
disponen frente a las presiones y demandas de la sociedad.
Por su parte, la perspectiva liberal sobre la neutralidad resulta más problemática y menos
homogénea que la realista57. En la tradición grociana, la posición neutral se califica según la guerra
sea "justa" o "injusta". En el primer caso, los países que deciden mantenerse neutrales no deben
hacer nada que aumente el poder del Estado que sirve las causas malas o que debilite a quien tiene
la justicia de su parte. Cuando la guerra es "injusta" el deber de "imparcialidad" se impone.
Ciertamente, esta última situación era la que predominaba en Europa cuando Grocio desarrolló sus
trabajos. Como recuerda Frank, el Papa ya no tenía la autoridad para establecer el campo en el que
se situaba la justicia o la injusticia58. Este aspecto deja de ser "objetivable" y el problema se traslada
del terreno de la moral al de las relaciones de fuerzas entre las grandes potencias.
Dentro del campo liberal, cabe destacar los aportes recientes de Moravcsik que procuran
dilucidar la contribución del liberalismo a la teoría de las relaciones internacionales. A diferencia de
los realistas para quienes la configuración de atributos de poder es el factor más relevante para dar
cuenta del comportamiento externo de un Estado, el liberalismo pone el acento en la "configuración
de las preferencias estatales" y en las restricciones que enfrentan los gobernantes. Ambas resultan
de la conjunción de tres factores principales: valores e identidades (liberalismo "ideacional"), el
alcance y modalidades de las transacciones económicas (liberalismo "comercial") y el tipo de
representación interna (liberalismo "republicano")62.
Según este autor, los actores principales para el liberalismo son los individuos y los grupos
privados que actúan en un contexto marcado por la escasez de recursos materiales, la
interdependencia económica, la existencia de valores conflictivos y la desigual distribución de
atributos de poder para ejercer influencia social. Los estados constituyen una institución
representativa que refleja las condiciones sociales internas. Una vez definidas las preferencias
estatales, el Estado actúa consecuentemente en el ámbito de la política mundial. Por lo tanto, no hay
un esquema predeterminado que condicione la opción por la neutralidad. Lo central es analizar cómo
y porqué se produce dicho comportamiento.
59
Frank, op. cit, p. 28.
60
Veáse David C. Hendrickson, "The Ethics of Collective Security", Ethics and International Affairs, Vol. 7, 1993, pp. 4 y
5.
61
Esta tensión en torno a la neutralidad se observa muy particularmente en el capítulo sobre ese tema (pp. 233-250) en el
texto de Michael Walzer, Just and Unjust Wars, New York: Basic Books, 1977. Dicha tensión la explica en detalle David C.
Hendrickson, “In Defense of Realism: A Commentary on Just and Unjust Wars”, en Ethics and International Affairs, Vol.
11, 1997.
62
Andrew Moravcsik, “Taking Preferences Seriously: A Liberal Theory of International Politics”, en International
Organization, Vol. 51, No. 4, 1997, p. 513.
63
Véanse, entre otros, Alexander Wendt, “Constructing International Politics”, en International Security, Vol. 20, No. 3,
1995; Martha Finnemore, National Interests in International Society, Ithaca: Cornell University Press, 1996; Richard Price y
Christian Reus-Smit, “Dangerous Liaisons? Critical International Theory and Constructivism”, en European Journal of
International Relations, Vol. 4, No. 3, 1998 y Jeffrey T. Checkel, “The Constuctivist Turn in International Relations
Theory”, en World Politics, Vol. 50, No. 1, 1998.
64
La idea de que “the environment of states can be conceived solely in terms of physical capabilities “ es tanto neorealista
como neoliberal. Véase, Jeffrey T. Checkel, op. cit., p. 333.
Así, el constructivismo expresa "the manner in which the material world shapes and is shaped
by human action and interaction depends on dynamic normative and epistemic interpretations of the
material world"65. De allí que el agente y la estructura se encuentran en un proceso de mutua
constitución. Aunque la relación entre la identidad y los intereses es dialéctica, los constructivistas
asumen que la primera tiene "prioridad analítica"; dado que ella " moldea los intereses, lo que, a su
vez, moldea la política (externa) en el tiempo"66.
Desde este ángulo, y tomando como ejemplo a Estados Unidos desde su independencia hasta
la guerra de 1812, Bukovansky afirma que la neutralidad y su práctica están ligadas a la configuración
y el desarrollo de la identidad nacional67. Según esta autora, los líderes norteamericanos,
identificados con una concepción republicana tanto en lo político como en lo económico, impulsaron
una suerte de "neutralidad liberal"; lo que significaba más derechos (liberales) para los neutrales y
menos para los beligerantes. Y concluye: "legitimada (internamente) en términos de un discurso
político y económico republicano, los principios legales internacionales de una neutralidad liberal
contribuyeron a constituir la identidad nacional de Estados Unidos vis-à-vis Europa"68.
65
Emanuel Adler, “Seizing the Middle Ground: Constructivism in World Politics”, en European Journal of International
Relations, Vol. 3, No. 3, 1997, p. 322.
66
Mlada Bukovansky, “American Identity and Neutral Rights from Independence to the War of 1812", en International
Organization, Vol. 51, No. 2, 1997, pp. 210-211.
67
Ibid.
68
Ibid., p. 238.
69
Véase, Vendulka Kubálková y Albert Cruickshank, Marxism and International Relations, Oxford: Oxford University
Press, 1985.
70
Vladimir I. Lenin, “The Military Programme of the Proletarian Revolution”, en Vladimir I. Lenin, Collected Works,
Londres: Lawrence and Wishart, 1964, p. 86.
71
Véase, Margot Light, “Neutralism and Nonalignment: The Dialectics of Soviet Theory”, en Journal of International
Studies, Vol. 14, No. 1, 1985.
72
Véase, George Ginsburgs, “Neutrality and Neutralism and the Tactics of Soviet Diplomacy”, en American Slavic &
Eastern European Review, Vol. 19, No. 4, 1960.
73
Igor Yanchuk, “La política de EE. UU. en América Latina durante la segunda guerra mundial”, en Varios Autores, El
panamericanismo: Su evolución histórica y esencia, Moscú: Academia de Ciencias de la URSS, 1982, p. 97.
Sin embargo, al calor de la Guerra Fría, en medio del proceso de descolonización y del
nacimiento del Movimiento de Países No Alineados, y luego de que algunos países europeos (tales
como Finlandia, Austria y Suecia) asumieran posturas neutrales, los analistas (así como los políticos)
en Moscú comenzaron a usar opiniones elogiosas sobre la neutralidad: aporte a la seguridad y la paz,
expresión del freno al imperialismo, reafirmación de una independencia diplomática y militar. Claro
está que la "creciente tolerancia soviética hacia la neutralidad"74 en el Tercer Mundo y parte de
Europa no significó la aceptación de una conducta neutral de parte de las naciones del Pacto de
Varsovia.
Neutralidad comparada
El propósito de esta sección es, entonces, precisar el conjunto de factores externos e internos
más relevantes que influyeron sobre la escogencia y práctica de la neutralidad de Argentina, Chile,
España, Irlanda, Portugal, Suecia, Suiza y Turquía durante la Segunda Guerra Mundial82.
Factores externos
Las reacciones de las potencias frente a la neutralidad no fueron homogéneas. Tanto la Rusia
del siglo XIX como la Unión Soviética de la primera mitad del siglo XX asumieron una posición crítica
frente a la neutralidad. Así, y más allá de los cambios ideológicos, la conducta de Moscú hacia la
neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial era predecible por su trayectoria histórica ante el
tema. Gran Bretaña, por su lado, no practicó ni promovió históricamente la neutralidad, pero convivió
de manera relativa con el hecho de que algunos países durante la Primera y Segunda Guerra Mundial
la invocaran en sus praxis de política exterior. Estados Unidos, por otra parte, que tuvo antecedentes
de comportamiento neutral, adoptó leyes internas a favor de la neutralidad y permaneció varios años
neutral durante las dos guerras mundiales, fue vehemente crítico de la neutralidad luego de asumir
una posición de beligerante en la Segunda Guerra Mundial. Consecuentemente, la diplomacia
británica fue bastante moderada frente a la neutralidad a pesar de no aceptarla, mientras que la
Unión Soviética y Estados Unidos, con tradiciones disímiles en cuanto al tema, convergieron en su
rechazo categórico a la misma.
Desde la perspectiva de los neutrales, estas diferencias eran fundamentales para entender,
según el caso, el margen de maniobra disponible para equilibrar las presiones externas e internas en
relación a la neutralidad. La ponderación y la tolerancia de Gran Bretaña—que también defendía así
81
En torno a la perspectiva dicotómica, rígida y excluyente de las nociones básicas en las relaciones internacionales,
derivadas del predominio de la escuela realista véase, R. B. J. Walker, Inside/Outside: International Relations as Political
Theory, Cambridge: Cambridge University Press, 1993.
82
En particular sobre la neutralidad argentina véanse, entre otros, Mario Rapoport, ¿Aliados o neutrales? La Argentina
frente a la segunda guerra mundial, Buenos Aires: Eudeba, 1988; José R. Sanchís Muñoz, La Argentina y la segunda guerra
mundial, Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1992; Peter Waldemann, “La Argentina en la II guerra mundial y el
surgimiento del peronismo. Una interpretación desde la perspectiva de la dependencia”, en Peter Waldemann y Ernesto
Garzón Valdéz (comps.), El poder militar en la Argentina, 1976-1981, Buenos aires: Editorial Galerna 1983; Michael J.
Francis, The Limits of Hegemony. United States Relations with Argentina and Chile during World War II, South Bend:
University of Notre Dame Press, 1977; Joseph. S. Tulchin, “The Argentine Proposal for Non-Belligerency, April 1940”, en
Journal of Interamerican Studies and World Affairs, Vol. XI, No. 4, 1969 y Guido DiTella y D.C. Watt, Between the
Powers: Argentina, the United States, and Great Britain, Londres: Macmillan Press, 1989.
su interés nacional, en especial desde 1941 hasta el final de la guerra--permitió resguardar un
espacio para la práctica de la neutralidad. Si los tres aliados hubiesen coincidido, por razones
históricas, por motivos de coyuntura o por una mezcla de ambas circunstancias, una posición opuesta
a la neutralidad habría sido muy improbable para los ocho neutrales.
En el caso de Alemania, no parece haber existido una política definida frente a los neutrales83.
Por necesidad de guerra, Hitler decidió invadir y ocupar países que hubieran deseado mantenerse
neutrales, como fueron los casos de Dinamarca y Noruega. La Alemania nazi logró convivir con los
ocho neutrales, ampliando así el delicado espacio de maniobrabilidad de estos últimos.
Una probable explicación de la conducta británica frente a los neutrales puede extraerse de
los modelos teóricos sobre formación de alianzas. Según Bueno de Mesquita, "las alianzas son
menos importantes cuando las terceras partes son débiles en comparación a los beligerantes iniciales
y más importantes cuando las terceras partes son relativamente fuertes"84. En términos de la guerra
propiamente dicha, los neutrales estaban en una situación delicada y no aportaban mucho al esfuerzo
bélico. Una perspectiva semejante puede explicar porque Alemania, por ejemplo, prefirió la
neutralidad española a asumir los costos de involucrarla en el conflicto y luego defenderla.
Ahora bien, iniciadas las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, los ocho neutrales
recibieron distintos niveles de presiones por parte de cada una de las potencias -en especial de
Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania más que de la Unión Soviética, Francia e Italia- y en los
asuntos vinculados a la neutralidad. Además, los neutrales no fueron objeto de demandas imperativas
de participación directa en la guerra mientras Alemania avanzaba en su expansión militar y territorial
(aproximadamente hasta 1942-1943). En la medida en que este país retrocedía territorialmente y
sufría derrotas militares, se incentivaron las exigencias de los aliados, en particular de Estados
Unidos, para que los neutrales abandonaran de modo definitivo su postura original.
2. Geopolítica regional
Turquía había estado tradicionalmente involucrada en la conflictiva zona balcánica, así como
en los disputados asuntos del Cáucaso y de Medio Oriente. Los eventos, cambios, tensiones, pugnas
y controversias en esas vecindades geográficas incidieron en la autopercepción turca y en su impulso
externo. La disolución definitiva del imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial, la
pérdida de ascendiente turco en su ancestral área de influencia, y la creciente proyección soviética en
la zona, fueron fenómenos que se conjugaron en el diseño y ejecución de una política neutral durante
la Segunda Guerra Mundial.
83
Véase, por ejemplo, Klaus Hildebrand, The Foreign Policy of the Third Reich, Berkeley: University of California Press,
1973.
84
Bruce Bueno de Mesquita, “The Contribution of Expected Utility Theory to the Study of International Conflict”, en
Robert I. Rotberg y Theodore K. Rabb (eds.), The Origin and Prevention of Major Wars, Cambridge: Cambridge University
Press, 1989, p. 69.
85
Véanse, Nicholas John Cull, Selling War: The British Propaganda Campaign against American Neutrality in World War
II, Oxford: Oxford University Press, 1994 y Susan A. Brewer, To Win the Peace: British Propaganda in the United States
during World War II, Ithaca: Cornell University Press, 1997.
En el caso irlandés, su distanciamiento frente a Londres durante la Segunda Guerra Mundial
fue una demostración de un esfuerzo de autonomía. Para Irlanda, Gran Bretaña era tanto una
potencia mundial y un imperio en decadencia, como cabeza del Commonwealth y principal referente
regional. Ciertamente, esta conjunción de poderío global británico y de geopolítica local jugó un papel
crucial en la decisión de neutralidad irlandesa.
Si bien la tradición de balance de poder, al menos hasta la Segunda Guerra Mundial, fue
relevante en las relaciones de Argentina-Chile y España-Portugal, ello no pareció influir
decisivamente en las posturas de neutralidad de cada uno de esos dos pares de vecinos. Las
rivalidades atentas en el Cono Sur y la península ibérica fueron ingredientes tradicionales de sus
respectivas políticas exteriores. En el caso argentino, se debe agregar la competencia clásica con
Brasil. Sin embargo, el factor geopolítico zonal no pareció influir al momento en que Buenos Aires,
Santiago, Madrid y Lisboa desplegaron sus diplomacias hacia la confrontación armada de 1939-1945.
Finalmente, para Suiza no parece haber sido significativo el papel de la variable geopolítica
regional en su determinación por la neutralidad.
3. Recurso al derecho
La defensa y promoción de normas sobre la conducción y práctica de la guerra, así como las
referidas a los derechos y responsabilidades de la neutralidad por parte de los ocho neutrales de la
Segunda Guerra Mundial es otro indicador del comportamiento variado de estos países.
La Declaración de París sobre Derecho Marítimo de 1856 tuvo como signatario a Turquía
(junto a Austria, Francia, Gran Bretaña, Prusia, Rusia y Cerdeña) y fue ratificada por Argentina, Chile,
España, Portugal, Suecia y Suiza.
El Protocolo de Londres de 1936, orientado a precisar las reglas sobre guerra submarina
contempladas en la parte IV del Tratado de Londres de 1930 sobre limitación y reducción de
armamentos navales, fue firmado pero no ratificado por Irlanda, al tiempo que fue ratificado por
Suecia (1937), Suiza (1937) y Turquía (1937).
De los ocho neutrales, Suecia y Suiza se destacan claramente por sobre el resto en cuanto a
su consecuente e invariable inclinación a apoyar y ratificar los instrumentos jurídicos ligados a la
regulación de los conflictos bélicos y a los derechos y obligaciones de la neutralidad. De algún modo,
estos ejemplos, corroboran lo que Pedersen denominó la conducta típica de un neutral de asegurar
una "política de demostración" (policy of demonstration), cuyo propósito es "mantener los intereses
legales y normativos de los estados pequeños en el sistema internacional"86.
Los otros seis neutrales muestran un respaldo y apego importante a los distintos instrumentos
legales sobre la neutralidad, aunque un tanto menos categórico. Más aun, si se contrasta desde el
terreno del derecho su actitud frente a la guerra y a la neutralidad con la de países beligerantes
durante la Segunda Guerra Mundial situados en Latinoamérica, Europa y los Balcanes puede
observase que algunos de ellos mostraron tanto o más respaldo y apego a las normas sobre guerra y
neutralidad que los propios neutrales.
Brasil, por ejemplo, ratificó la Declaración de París de 1856; accedió a la Declaración de San
Petersburgo de 1868; ratificó la Convención de la Haya de 1907 y el Protocolo de Londres de 1936 y
firmó en 1925 (y ratificó en 1970) el Protocolo de Ginebra de 1925. México, por su lado, ratificó la
Declaración de París de 1856 (en 1909), la Declaración de la Haya de 1899 (en 1901), la Convención
de la Haya de 1907 (en 1909), el Protocolo de Ginebra de 1925 (en 1933) y el Protocolo de Londres
de 1936 (en 1938). Por su parte, Gran Bretaña firmó la Declaración de París de 1856 y la Declaración
de San Petersburgo de 1868; ratificó la Declaración de la Haya de 1899 (en 1907), la Convención de
La Haya de 1907 (en 1909), excepto la Sección V sobre los derechos y deberes de los poderes
neutrales en caso de guerra terrestre y la Sección XII sobre los derechos y deberes de los poderes
neutrales en caso de guerra naval y el Protocolo de Ginebra de 1925 (en 1930). A su vez, Bélgica
ratificó la Declaración de París de 1856; firmó la Declaración de San Petersburgo de 1868; y ratificó la
Declaración de la Haya de 1899 (en 1900), la Convención de la Haya de 1907 (en 1910), el Protocolo
de Ginebra de 1925 (en 1928) y el Protocolo de Londres de 1936 (en 1936). Por último, Grecia
ratificó la Declaración de París de 1856; firmó la Declaración de San Petersburgo de 1868; ratificó la
Declaración de la Haya de 1899 (en 1901); firmó (pero no ratificó) la Convención de la Haya de 1907;
y ratificó el Protocolo de Ginebra de 1925 (en 1931) y el Protocolo de Londres de 1936 (en 1937).
En cuanto a los acuerdos externos con el propósito de obtener garantías de seguridad, sólo
Suiza, históricamente, y Turquía, entre la Primera y Segunda Guerra Mundial, apelaron a ellos.
Después de la Primera Guerra Mundial, cuatro neutrales en esa contienda—Argentina, Chile, España
y Suecia--no desarrollaron ninguna política de pactos o alianzas para salvaguardar y avalar su
86
Citado por Wilhelm Christmas-Moller, “Some Thoughts on the Scientific Applicability of the Small State Concept: A
Research History and a Discussion”, en Otmar Höll (ed.), op.cit., p. 46.
eventual neutralidad en otro conflicto. Tampoco recurrieron a ese tipo de estrategia los dos países—
Irlanda y Portugal--que no fueron neutrales en la Guerra de 1914-1918.
La neutralidad de Suiza fue aceptada por largo tiempo por los poderes centrales europeos y
legitimada desde el siglo XIX por el Congreso de Viena, ocasión en la que se declaró a ese país
"permanentemente neutral". En especial desde mediados del siglo pasado y durante la primera parte
del XX, la diplomacia suiza se orientó a facilitar (mediante conferencias) y establecer (mediante
acuerdos) las condiciones jurídicas que pudieran brindar una mayor humanización a los conflictos
armados, así como una mejor protección para los neutrales. Al colocar el acento en los compromisos
de naturaleza multinacional y alcance mundial, la política de neutralidad suiza fue notoriamente
distinta a la de los otros siete neutrales. Como señala Vagts, ella "tuvo una base especial en el
derecho internacional. No fue meramente que el país escogió permanecer neutral, sino que existía un
acuerdo internacional que hacía imperativo que así lo hiciese"87. En ese sentido, los gobernantes
suizos no debieron explicar ni justificar su postura neutral durante la Segunda Guerra Mundial; se
limitaron a cumplir y mantener una obligación sustentada en un compromiso.
Es evidente la distancia geográfica de Argentina y Chile del teatro de conflicto europeo, así
como su lugar periférico en las relaciones internacionales anteriores al estallido de la Segunda Guerra
Mundial. Es notorio también el lugar geopolíticamente poco gravitante de Suiza e Irlanda en el mapa
europeo y mundial.
Asimismo, España, Portugal y Suecia constituían la periferia europea. Si bien estos tres
países fueron incorporados en los Tratados de París de 1814 y 1815 que dieron origen al Congreso
de Viena (1814-1815), tres años después, en el Congreso de Aix-la-Chapelle de 1818, no fueron
admitidos. Ello, de cierta manera, mostraba el carácter relativamente marginal de estos tres países en
la política europea y en el balance de poder continental.
87
Detlev F. Vagts, “Switzerland, International Law and World War II”, en American Journal of International Law, Vol. 91,
No. 3, 1997.
Turquía, a su vez, fue admitida por los países centrales europeos como potencia importante
después de la Guerra de Crimea de 1853-1856. Sin embargo, "el hombre enfermo de Europa" como
se le conocía hasta la Primera Guerra Mundial, no era, al decir de Holbrad, "parte de la sociedad
internacional de Europa. Marginal en lo geográfico, ajeno en lo cultural y hostil en lo histórico, todavía
se trataba de un país fronterizo"88.
Cabe subrayar que la gravitación de los neutrales, si bien poco significativa en términos
mundiales, fue considerable en función de la guerra. Argentina y Chile tenían recursos alimenticios;
su relevancia efectiva residía en el ámbito económico como así también en su potencial valor
estratégico en caso de haberse producido un desplazamiento de la guerra al continente americano.
Irlanda, Portugal, Suecia, Turquía y España detentaban una posición prominente en términos de
comunicación, navegación y facilidades. España y Portugal poseían tungsteno y wolframio, mientras
Chile tenía cobre, Turquía tenía cromo y Suecia tenía hierro; materiales esenciales para la guerra.
Esta valoración para los beligerantes de algunos activos de los neutrales sugiere que éstos
poseían ciertas "cartas de negociación" valiosas que les permitían, más que a otros países, un
margen de maniobra elemental. A la posesión de esos recursos se agregó la voluntad de usarlos. En
breve, los ocho neutrales tenían un relativo poder negociador vis-à-vis las principales potencias en
guerra.
Ningún neutral se encontraba aislado en cuanto a sus vínculos con los grandes poderes de la
época. Sin embargo, una actitud de desconfianza, de incertidumbre o al menos de prudencia frente a
las potencias beligerantes subyacía a las políticas de neutralidad.
Irlanda estaba recién independizada de Gran Bretaña y tenía lazos estrechos, por vía de la
inmigración de nacionales, con Estados Unidos. El gobierno irlandés no esperaba mucho de Londres
ni de Washington en la eventualidad de verse involucrado en una confrontación bélica masiva en
Europa. Portugal, tradicionalmente cercano a Gran Bretaña y con un gobierno autoritario con
semejanzas al modelo alemán e italiano, había vivido una experiencia poco feliz al involucrarse en la
88
Carsten Holbraad, Las potencias medias en la política internacional, México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1989, p.
47.
89
Véanse, en particular, Immanuel Wallerstein, The Modern World System. Capitalist Agriculture and the Origins of the
European World-Economy in the Sixteenth Century, New York: Academic Press, 1974; Immanuel Wallerstein, “Semi-
peripheral Countries and the Contemporary World Crisis”, en Theory and Society, Vol. 3, No. 4, 1976 e Immanuel
Wallerstein, The Politics of the World-Economy, Cambridge: Cambridge University Press, 1985.
Primera Guerra Mundial siguiendo a su aliado histórico. Además, tampoco aspiraba a tener una
relación privilegiada con Alemania.
Argentina y Chile tenían una historia de lazos intensos con Gran Bretaña en lo económico, al
tiempo que Estados Unidos91 había comenzado a ser el referente más importante para ambos luego
de la Primera Guerra Mundial92. El delicado triángulo de relaciones que Buenos Aires y Santiago
tenían con Washington y Londres, les permitió optar y manejar, tempranamente, la decisión de ser
neutrales.
A diferencia de la relación entre las dos alianzas de beligerantes, los esfuerzos formales en
favor de un comportamiento común y mancomunado entre neutrales fueron escasos. En cierto modo,
la neutralidad en una guerra, como la participación en un conflicto, es una política de supervivencia y,
como tal, una política individual más que colectiva.
Por su parte, la literatura sobre neutralidad se refiere marginalmente a las relaciones entre
neutrales. Nevskivi señala un intento temprano (en 1939) y fallido (debido al conflicto soviético-
finlandés de ese mismo año) para coordinar posiciones por parte de los países nórdicos97. Tusell
menciona un frustrado intento español para que Argentina, Chile, España y Portugal "se
comprometieran de manera conjunta a no entrar en guerra"98.
Es probable que una suerte de "liga o club de neutrales" hubiese sido fuertemente criticada, y
hasta desmantelada, por los beligerantes de haberse concretado. De algún modo, las potencias más
influyentes terminaron conviviendo con neutrales dispersos, al tiempo que éstos eludieron configurar
un polo neutralista activo y militante. Sin embargo, la neutralidad de los "otros" fue utilizada
unilateralmente por los neutrales para defender y justificar su posición hacia las potencias en guerra.
Factores internos
1. Práctica de neutralidad
Suecia, que desde el siglo XIX se proclamó a favor de la neutralidad, fue neutral en la Primera
y Segunda Guerra Mundial. En el contexto escandinavo, Dinamarca y Noruega también lo fueron
97
Véase, Jukka Nevakivi, “Finnish Neutrality”, en Jukka Nevakivi (ed.), op. cit.
98
Javier Tusell, op.cit., p. 636.
99
Véanse, entre otros, Federico Storani, “La neutralidad activa”, en Sivia Ruth Jalabe (comp.), op.cit. y Ricardo
Couyoumdjian, “En torno a la neutralidad de Chile durante la primera guerra mundial, en Walter Sánchez G. y Teresa
Pereira L. (eds.), 150 años de política exterior chilena, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1977, p. 391.
durante la Primera, pero no lograron preservar su neutralidad durante la Segunda; a pesar de que
pretendieron ser neutrales, fueron invadidas por Alemania en 1940 como ya se señaló. Finlandia, que
alcanzó su independencia recién en 1917, estuvo involucrada en la Segunda Guerra Mundial.
España fue neutral tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial. En este caso,
cabe recordar como precedente de la decisión del Rey Alfonso XIII de preservar la neutralidad
española en la Primera Guerra Mundial, la determinación durante el reinado de Fernando VI, entre
1746 y 1759, de mantener una política exterior de neutralidad frente a Francia y Gran Bretaña.
Portugal, por su parte, fue un protagonista activo de la Primera Guerra Mundial y adoptó la
neutralidad durante la Segunda.
Irlanda, que alcanzó la independencia recién en 1921, fue neutral sólo en la Segunda Guerra
Mundial. Suiza, por su lado, abrazó la neutralidad después de la derrota sufrida ante Francia en
Marignano en 1515; neutralidad que más tarde fue garantizada por los mayores poderes europeos
reunidos en el Congreso de Viena en el siglo XIX y ratificada por el Tratado de Versalles de 1919.
Durante las dos guerras mundiales del siglo XX, Suiza fue neutral.
Por otro lado, si bien el Tratado de Londres de 1839 entre las potencias europeas garantizó la
neutralidad de Bélgica, y el Tratado de Londres de 1867 hizo lo propio con Luxemburgo, ninguno de
los dos países pudo preservar su status neutral durante la Primera Guerra Mundial pues fueron
invadidos por Alemania. Durante la Segunda Guerra Mundial, el intento de Luxemburgo de ser neutral
duró poco tiempo dado que su territorio fue nuevamente invadido y ocupado por Alemania.
Paralelamente, Holanda, que se proclamó neutral en el siglo XIX, pudo mantener su neutralidad
durante la Primera Guerra Mundial, pero no durante la Segunda debido a que también fue ocupada
por Alemania. Cabe recordar, como lo indica Halliday, que "de los nada menos que veinte países
europeos que proclamaron su neutralidad en 1939, únicamente cinco se libraron de la invasión:
España, Irlanda, Portugal, Suecia y Suiza100.
Turquía, neutral en la Segunda Guerra Mundial, fue beligerante en la Primera. Más aún,
Turquía—o mejor dicho, el Imperio Otomano—se caracterizó por una intensa participación en
conflictos bélicos desde el siglo XIX: la Guerra Ruso-Turca de 1828-1829, la Guerra de Crimea de
1853-1856, la Guerra Ruso-Turca de 1877-1878, la Guerra Greco-Turca de 1897, la Guerra Italo-
Turca de 1911-1912, la Primera Guerra Balcánica de 1912-1913, la Segunda Guerra Balcánica de
1913, la Primera Guerra Mundial de 1914-1918 y la Guerra Greco-Turca de 1919-1922. En el
contexto cercano a Turquía, si bien el Rey Constantino impulsó la neutralidad de Grecia durante la
Primera Guerra Mundial, este último país no pudo evitar involucrarse en la contienda a partir de 1917.
Persia, por su parte, declaró también su neutralidad en la Primera Guerra Mundial, pero fue
totalmente ignorada por Rusia y Turquía, dos activos protagonistas de la contienda. El intento de
Rumania de ser neutral en la Primera Guerra Mundial fue impedido por la expansión turca en los
Balcanes; desde 1916 en adelante Rumania tomó parte del conflicto bélico.
En forma concomitante, Irlanda sólo fue neutral en la Segunda Guerra Mundial, mientras
Portugal y Turquía fueron beligerantes en la Primera y neutrales en la Segunda. Corresponde
subrayar que la experiencia beligerante de estos dos países durante la Primera Guerra Mundial les
100
Fred Halliday, “Europa: El futuro de la neutralidad”, en Papeles para la Paz, No. 25, 1988, p. 10.
generó costos elevados y ningún beneficio apreciable. Por ejemplo, según las estimaciones de Dupuy
y Dupuy, Portugal tuvo aproximadamente 100.000 soldados muertos y 13.751 soldados heridos,
mientras que Turquía tuvo unos 325.000 soldados muertos y casi 400.000 soldados heridos durante
la Primera Guerra Mundial101. Portugal se involucró en la contienda debido a su lealtad con Gran
Bretaña, aunque no obtuvo dividendos notorios de la confrontación bélica en el plano externo (como
lo reflejó el Tratado de Versalles y su lugar marginal en la Liga de Naciones) ni pudo superar la
inestabilidad interna que vivió el país entre 1910 y 1926. Turquía, por su parte, soportó el derrumbe
del poder imperial otomano durante el enfrentamiento internacional, perdió influencia regional y
conoció una situación doméstica marcada por la violencia como lo mostró el genocidio perpetrado
contra 1.500.000 de armenios a partir de 1915.
Los casos fallidos de neutralidad durante la Primera Guerra Mundial—esto es, Bélgica,
Luxemburgo, Grecia, Rumania y Persia--, así como los de la Segunda Guerra Mundial—tales como
Dinamarca, Noruega, Holanda—obedecen a un conjunto de factores: ubicación geográfica cercana a
una potencia expansionista como Alemania (Bélgica, Luxemburgo y Holanda, entre otros); valor
estratégico regional (por ejemplo, Yugoslavia, Grecia, Rumania y Persia); ausencia de una capacidad
defensiva autónoma y relevante (para el caso, Dinamarca y Noruega); estrategia de guerra de los
beligerantes (por ejemplo, la conducta alemana hacia Noruega y Dinamarca, entre otros; la conducta
soviética hacia Finlandia y Estonia, entre otros; la conducta italiana hacia Grecia; la conducta
estadounidense y británica hacia Islandia); y falta de funcionamiento de un régimen impuesto (por
ejemplo, la neutralización acordada a Bélgica y Luxemburgo).
Finalmente, cabe recordar que hasta su ingreso a ambos conflictos bélicos, Estados Unidos
sostuvo posiciones de neutralidad semejantes a las de los neutrales de la Primera y Segunda Guerra
Mundial. En efecto, con base en una postura histórica que se remonta a la proclamación de
neutralidad del 22 de abril de 1793 (frente a la Guerra entre Austria, Prusia, Cerdeña, Gran Bretaña y
los Países Bajos contra Francia), a la Ley de Neutralidad del 5 de junio de 1794 y al discurso de
despedida de George Washington del 17 de septiembre de 1796 y que se extiende hasta la
invocación de la neutralidad por Woodrow Wilson del 19 de agosto de 1914 y la legislación neutralista
de 1935-1937, Washington sostuvo una defensa recurrente de la neutralidad. Dada su condición de
potencia en ascenso, en los momentos más difíciles de las dos confrontaciones mundiales y luego de
vencer serias resistencias domésticas, Estados Unidos abandonó su postura neutral y se involucró
decisivamente en ambas guerras.
2.Fortalezas y debilidades
101
R. Ernest Dupuy y Trevor N. Dupuy, The Encyclopedia of Military History, New York: Harper & Row, 1970.
costoso cualquier intento armado de ocupación102. Paralelamente, ambos países fueron activos
diplomáticamente. Aunque, sus estilos de política exterior no tuvieron un alto perfil, desplegaron una
política intensa para respaldar su posición neutral. Actuaron bajo el entendido de que una proclama
de neutralidad era insuficiente y poco persuasiva si no se desarrollaba una labor diplomática y militar
que la hiciera creíble y viable.
En los casos de España, Irlanda y Turquía, sin embargo, la debilidad más que la fortaleza, fue
un ingrediente que fomentó la neutralidad103. España había vivido una tremenda guerra civil, su
economía estaba maltrecha y su capacidad militar era casi inexistente. Irlanda había alcanzado la
independencia recientemente, carecía de recursos para la defensa y no quería correr los riesgos de
una potencial desunión interna. Turquía atravesaba por una situación política, económica y militar
marcada por grandes dificultades y limitaciones. En los tres ejemplos, la fragilidad interna y la
vulnerabilidad externa inclinaron a estos países a optar por la neutralidad.
Resulta notorio que en algunos casos, la práctica de neutralidad estuvo ligada a la identidad
nacional. Por ejemplo, tanto Suecia como Suiza se identificaron con la neutralidad desde el siglo XIX.
En ambos casos, su identidad interna y su proyección externa se forjaron bajo el referente de la
neutralidad104. Ella era percibida como esencial para la pacificación doméstica y el desarrollo
nacional, así como para el logro de reconocimiento internacional. En la neutralidad se expresaban
valores nacionales importantes como la democracia política, el bienestar social, la libertad comercial y
la justicia internacional. La neutralidad era la impronta de la identidad nacional.
Argentina y Chile fueron neutrales en las dos guerras mundiales de este siglo. No existe en
estos casos una larga trayectoria de neutralidad, pero de algún modo la postura neutral estaba
vinculada a una búsqueda de continuidad en materia de política exterior, a una defensa del derecho y
de los principios, a un intento de alcanzar prestigio externo y a un interés por preservar condiciones
comerciales que no afectaran el desarrollo interno. La reiteración de una práctica de neutralidad
permitía dar una cierta identidad a los dos países.
Irlanda y Turquía, aunque con historias distintas, logran configurarse como estados-naciones
luego de la Primera Guerra Mundial; Irlanda separándose del Imperio Británica, Turquía como
sucesora del Imperio Otomano. La declaración de neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial fue
esencial para los dos países: la autonomía, la independencia, la unidad y la dignidad nacionales se
materializaban con la preservación de una posición neutral. La neutralidad ayudó a generar la
identidad nacional.
4.Disensión y neutralidad
La Segunda Guerra Mundial produjo un gran impacto en todas las naciones beligerantes y en
las neutrales debido a la naturaleza y alcance del enfrentamiento, el peso de los factores ideológicos,
las luchas políticas internas en cada país y la virulencia del conflicto (cabe recordar que en la Primera
Guerra Mundial murieron aproximadamente 9 millones de personas—8 millones de soldados y 1
102
Véanse, Pertti Luntinen, “Neutrality in Northern Europe before the First World War”, en Jukka Nevakivi (ed.), op.cit. y
Stephen P. Halbrook, Target Switzerland: Swiss Armed Neutrality in World War II, New York: Sarpedon Pub., 1998.
103
Véanse, Javier Tusell, op.cit.; T. Ryle Dwyer, Strained Relations: Ireland at Peace and the USA at War 1941-45, Dublin:
Gill and Macmillan, 1988 y Selim Deringil, Turkish Foreign Policy during the Second World War: An Active Neutrality,
Cambridge: Cambridge University Press, 1989.
104
Véanse, Sverker Aström, Sweden´s Policy of Neutrality, Stockholm: Swedish Institute, 1983 y Edgar Bonjour, La
neutralidad suiza, Madrid: Ograma, 1954.
millón de civiles—mientras que en la Segunda el número de muertes fue de casi 52 millones de
personas—17 millones de soldados y 35 millones de civiles). Ni la decisión de involucrarse en la
guerra ni la de sustraerse a ella fueron determinaciones unánimes a nivel nacional. Prevaleció la
disensión y la polémica en todos los países directa o indirectamente comprometidos. El peso o la
influencia de los partidos o grupos nazis y fascistas en los ocho neutrales fue insignificante105. Las
principales disputas se produjeron entre liberales, conservadores, comunistas e independientes. Lo
fundamental en el caso de los neutrales fue que la amplia controversia en la sociedad no impidió al
Estado optar por un curso de acción neutral. Con grados diversos de aceptación social, los gobiernos
lograron preservar la neutralidad. Las presiones externas e internas no fueron suficientes para alterar
el curso de la decisión tomada. Entre otros aspectos de importancia, esta situación revela la
autonomía relativa del Estado, aun en el caso de países débiles, que las fuerzas armadas, tácita o
explícitamente, respaldaron la estrategia neutral, y que en el cálculo coyuntural de costos-beneficios
se consideró más conveniente continuar con la neutralidad que optar por la beligerancia.
Por otro lado, el tema de la disensión es importante en cuanto a la toma de decisiones de las
grandes potencias. Es posible observar que, bajo esquemas institucionales distintos e ideologías
diferentes, en Gran Bretaña, la Unión Soviética y Alemania predominó un relativo grado de consenso
en cuanto a la política exterior en general y en referencia a los neutrales en particular. En el caso de
Estados Unidos, la situación fue notoriamente otra. En todos los ejemplos de políticas hacia los
neutrales existió un corte marcado entre quienes expresaban una línea dura, categórica y crítica
hacia la neutralidad y los defensores de una línea más moderada y comprensiva106. Por ejemplo,
Nitze indica en sus "Memorias" que al llegar la Departamento de Estado en medio de la Segunda
Guerra Mundial, éste "carecía de una organización para trazar políticas estratégicas...(lo cual lo llevó
a concluir) que el Departamento de Estado tenía personal inadecuado y no estaba equipado desde el
punto de vista intelectual para manejar la situación radicalmente nueva acarreada por la guerra"107.
En breve, tanto los neutrales como las grandes potencias operaban en un contexto
desconocido y las fricciones eran propias de una situación tensa y compleja. De algún modo, el hecho
de que ocho neutrales no alteraran su comportamiento a pesar de las presiones y demandas de
Washington muestra que no era posible discernir categóricamente entre políticas sensatas o
insensatas, políticas acertadas o equivocadas, políticas elaboradas o improvisadas.
5.Economía y neutralidad
La neutralidad les posibilitó mantener sus vínculos comerciales con todos los participantes de
la confrontación, pero ello no fue una panacea. La creciente influencia internacional y continental
estadounidense y las presiones políticas y económicas sobre los neutrales ejercidas por Washington
tornaron cada vez más difícil mantener la neutralidad. Además, los requerimientos económicos de los
propios neutrales motivaron algunas concesiones a los aliados en la etapa final del conflicto bélico.
Por ejemplo, para países como Chile "el neutralismo activo de la I Guerra se hizo insostenible en la
II"108. Hacia 1945, Suecia y Suiza debieron conceder a la presión norteamericana a favor de un
abandono total (total withdrawal) de sus respectivos intercambios comerciales con Alemania. La firme
neutralidad de Argentina no evitó que el país fuera crecientemente vulnerable en términos
comerciales y financieros.
6.Individuos y neutralidad
El rol de los individuos, en particular de los líderes, fue fundamental en algunos casos en el
diseño y la ejecución de la política de neutralidad. En Irlanda, se destaca la estrategia y convicción
del Primer Ministro Éamon de Valera en torno a la neutralidad. En el caso de Turquía, sobresalen el
Primer Ministro y luego Presidente Ismet Inönü y el Ministro de Relaciones Exteriores Numan
Menemencioglu. Ambos ocuparon un papel central en el diseño, la práctica y defensa de la política
de neutralidad. En España, el Vicepresidente y Canciller Francisco Gómez Jordana y el Ministro de
Relaciones Exteriores Ramón Serrano Súñer jugaron un papel comparable. En el caso de Portugal,
se ha subrayado la voluntad, la habilidad y la consistencia de la política de neutralidad del Jefe de
Gobierno Antonio de Oliveira Salazar.
Conclusiones
La posición de neutralidad asumida por los países estudiados obedeció a una combinación
diversa de factores de naturaleza interna y externa. Sin embargo, en todos los casos la
vulnerabilidad económica jugó un papel fundamental. La tradición de neutralidad fue también
108
Walter Sánchez G., “Las tendencias sobresalientes de la política exterior chilena”, en Walter Sánchez G. y Teresa Pereira
L. (eds.), op. cit.
109
Véase, entre otros, Paul Drake, Socialism and Populism in Chile: 1932-1952, Chicago: University of Illinois Press, 1978.
110
Véase, José R. Sanchís Muñoz, op.cit.
importante para explicar las posiciones de Argentina, Chile, España, Suecia y Suiza. Los factores
geopolíticos influyeron significativamente tan sólo en los casos de Irlanda, Suecia y Turquía, y el
papel de individualidades destacadas fue particularmente importante para España, Irlanda, Portugal y
Turquía. Por último, factores específicos de cada país neutral son indispensables para completar la
explicación de su conducta. La reciente independencia de Gran Bretaña y la débil cohesión interna
en el caso de Irlanda. En España, las secuelas de la guerra civil y la falta de capacidad militar, y en
Turquía, las consecuencias de la disolución del imperio otomano y la necesidad de forjar un nuevo
Estado. La tradicional rivalidad hacia uno de los beligerantes en los casos de Argentina (hacia
Estados Unidos) y de Turquía (hacia la Unión Soviética). Y, finalmente, la neutralización que fue una
condición única de Suiza.
En lo que hace al apoyo interno a la neutralidad, es posible afirmar que ella contó con una
aceptación social mayoritaria y con un fuerte respaldo de las fuerzas armadas en todos los casos
estudiados. Además, la influencia de los partidos y fuerzas opositoras a los gobiernos fue
persistente, aunque incapaz de obligar a un cambio de curso respecto de la neutralidad. La destreza
y las preferencias de los líderes, que fueron notables y consistentes en todos los países neutrales,
hicieron factible el mantenimiento de la posición de neutralidad hasta prácticamente el fin de la
guerra.
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