Andia-Epistemología de La CCSS

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Estudiante: Francisco Andía - Curso: Epistemología de la educación 2023 - Doctorado en educación - UPG UNAP

EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES

La idea de que podemos reflexionar de forma inteligente sobre la naturaleza


de los seres humanos, sus relaciones entre ellos y con las fuerzas espirituales y
las estructuras sociales que han creado, y dentro de las cuales viven, es por lo
menos tan antigua como la historia registrada. (Immanuel Wallerstein
(Coord.), 2006)

Francisco Andía

I. INTRODUCCIÓN: Recensión
Según el libro, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje (Greimas, A. & Courtés,
J., 1982), el concepto de epistemología se refiere al análisis de los axiomas, las hipótesis y los
procedimientos, incluso de los resultados, que vuelven específica a una ciencia determinada, en
otras palabras, todo aquello que le da su condición específica de posibilidad; de lo cual se
desprende su objetivo: examinar la organización y el funcionamiento de las consideraciones
científicas que aprecian su valor. Es este el sentido que tienen las investigaciones ulteriores al
respecto, que se han dado desde diferentes disciplinas. Es importante la advertencia del
diccionario: no confundir éste concepto con el de metodología, ni con el de teoría del
conocimiento (gnoseología) –muchas veces también denominada epistemología-, que estudia
la relación sujeto-objeto desde el punto de vista filosófico (1982: 150).

Sobre el segundo sentido, el Diccionario de epistemología (Otero, Edison & Gibert, Jorge, 2016)
nos amplia un poco más el panorama, al agregar sobre el objeto de la epistemología el hecho de
que, si consiste en la determinación de la naturaleza, alcance y validez del conocimiento
humano, entonces sería imprescindible “poner a la vista las implicaciones subyacentes” (2016:
89). Esto es que, si se afirma que todo el conocimiento humano posible estaría siempre en los
hechos, potencialmente contenido en la ciencia, entonces el objeto de esa forma de concebir la
epistemología estaría restringido a la ciencia en su modalidad occidental. Esta diferenciación es
importante, porque sabemos que la ciencia occidental no agota la experiencia del conocimiento
humano, por lo que no es la única forma de conocimiento posible, de donde se derivaría la
premisa de que el objeto de la epistemología sería, entre otras formas de conocimiento humano,
la de la experiencia científica del mundo occidental.
Otros casos de conocimiento serían la experiencia mística, o la experiencia
estética, y supondrían concepciones alternativas de las fuentes de las que el
conocimiento proviene: la fe, la intuición, etcétera. Es un hecho que la
epistemología del siglo xx ha sido, en lo sustantivo, teoría del conocimiento

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científico. De allí que, para una diversidad de autores, epistemología es, en rigor,
otra designación para filosofía de la ciencia o teoría de la ciencia. (Otero y Gibert,
2016: 89)

Una forma en que la práctica científica ha superado el escollo que significa lo anterior, esto es,
que la reflexión sobre el objeto de la epistemología solo pueda ser formulada desde el discurso
académico de la filosofía, ha sido generalizando esta forma de reflexión, que se va a producir en
adelante, más allá de los límites “gremiales”, por lo que ahora se denominará epistemología: “a
toda reflexión sobre la ciencia, sin suponer que deba hacerla un tipo de especialista u otro”
(Otero y Gibert, 2016: 89)
Todo lo anterior permite establecer que la epistemología es una reflexión de
segundo orden, puesto que se aplica sobre productos a su vez intelectuales como
teorías, hipótesis, procedimientos de justificación que no son de su propia
factura. (Otero y Gibert, 2016: 91)

Esto nos abre a una diversidad de pensamiento que ha sido resumida por el físico rumano
Basarab Nicolescu, en su libro La transdisplinariedad. Manifiesto (1996), escrito para avanzar
eventualmente en estas posturas, teniendo en cuenta que durante el siglo XX se produjeron dos
revoluciones: la aparición de la física cuántica y el proceso de informatización de la sociedad, a
partir de lo cual escribe:

La unidad abierta entre el Objeto transdisciplinario y el Sujeto transdisciplinario


se traduce por la orientación coherente del flujo de información que atraviesa
los niveles de Realidad y del flujo de conciencia que atraviesa los niveles de
percepción. Esta orientación coherente otorga un nuevo sentido a la verticalidad
del ser humano en el mundo. En el lugar de la verticalidad de la estación
sostenida sobre esta tierra gracias a la ley de gravitación universal, la visión
transdisciplinaria propone la verticalidad consciente y cósmica de la travesía de
diferentes niveles de Realidad. Es esta verticalidad la que constituye, en la visión
transdisciplinaria, el fundamento de todo proyecto social viable. (Nicolescu,
Basarab, 1996)

Tal vez por ello, lo vertical es una figura que aún se acerca a lo antropomorfo, cuando se
encuentra en relación de subordinación respecto a lo que tiene lugar arriba… En obras como Las
palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas (Foucault, Michel, 1984),
podemos ver que hay otras formas en que aparece esta verticalidad, como la hora en que se
conocieron los nuevos campos empíricos (empiricidades) que trajo consigo la modernidad
occidental, como fueron la vida, el lenguaje y el trabajo, en el discurso histórico:

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El espacio del saber occidental (…) va a ordenarse en una verticalidad oscura:
ésta definirá la ley de las semejanzas, prescribirá las vecindades y las
discontinuidades, (…) a partir de su núcleo primitivo e inaccesible, sino del
origen, de la causalidad y de la historia. De ahora en adelante, las cosas no
llegarán ya a la representación a no ser desde el fondo de este espesor replegado
en sí mismo, (…) agrupadas sin recurso por el vigor que se oculta allá abajo, en
este fondo. (Foucault, 1984:246)

Esta forma de ordenamiento del saber es lo que Foucault va a llamar episteme, a partir de lo
cual distinguirá una episteme para la época clásica y otra para la modernidad, así como la
frontera entre ambas:
Lo que llamé episteme (…) me refiero, en suma, a esas categorías que se crearon
en determinado momento histórico. Cuando hablo de episteme, entiendo todas
las relaciones que existieron en cierta época entre los diferentes dominios de la
ciencia. Pienso, por ejemplo, en el hecho de que en determinado momento la
matemática se utilizó para las investigaciones en el dominio de la física; que la
lingüística o, si lo prefiere, la semiología, la ciencia de los signos, es utilizada por
la biología para los mensajes genéticos, y que la teoría de la evolución pudo ser
utilizada por los historiadores y psicólogos del siglo XIX, o les sirvió de modelo.
Todos estos fenómenos de relaciones entre las ciencias o entre los diferentes
discursos en los diversos sectores científicos constituyen lo que llamo episteme
de una época. (Foucault, 1983: 291)

En esta perspectiva desarrollaremos lo que sigue, en un sentido inverso al propuesto por el


cientificismo –discurso que nos ha legado una idea que ha sido persistente y tenaz desde el siglo
XX, incluso posteriormente a la revolución cuántica-, la creencia de que sólo existe: “un único
nivel de Realidad, donde la única verticalidad concebible es la de la estación sostenida sobre una
tierra regida por la ley de la gravitación universal” (Nicolescu, 1996: 19).

II. SOBRE LA CONSTRUCCIÓN HISTÓRICA DE LA CCSS

En uno de sus libros más conocidos en español, como es: Abrir las ciencias sociales. Informe de
la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales (1996) , el sociólogo
estadunidense Immanuel Wallerstein (1930-2019) coordinador de dicha comisión, nos presenta
un panorama bastante detallado sobre cómo se construyeron las ciencias sociales –en adelante
CCSS- desde el siglo XVIII hasta 1945, en su primer capítulo; al que le sigue una segunda parte,

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donde se ocupa de los debates en las CCSS desde 1945 hasta el año 20001, fecha del informe.
Desde los inicios de la historia –como escritura alfabética, para referirme a la tradición
occidental-, la preocupación por la naturaleza humana, se ha expresado en una serie de temas
que se relacionan con formas de conocimiento diverso, que ya en sus inicios, relacionaban a las
CCSS con:

los textos religiosos recibidos y también en los textos que llamamos filosóficos,
aparte de la sabiduría oral transmitida a través de las edades, que a menudo en
algún momento llega a ser escrita. Sin duda, buena parte de esa sabiduría es
resultado de una selección inductiva de la plenitud de la experiencia humana en
una u otra parte del mundo en periodos larguísimos, aun cuando los resultados
a menudo se presentan en forma de revelación o deducción racional de algunas
verdades inherentes y eternas. (Wallerstein, 1996: 4)

Sin embargo y no obstante ser heredera de esta tradición, las CCSS se comportan a decir de
Wallerstein, como herederas distantes. La razón estribaría, en que fueron un tipo de empresa
inventada por la modernidad, en medio de un proceso que nos viene desde el siglo XVI y pasa
por la aparición del capitalismo, como algo inseparable de dicha construcción, proceso guiado
por una finalidad que sería, desarrollar un conocimiento que fuera: “secular sistemático sobre
la realidad que tenga algún tipo de validación empírica” (Wallerstein, 1996: 4), según el autor
se adoptó el nombre de scientia, como equivalente simple de conocimiento, asimismo el de
filosofía –lo que se justificaba desde un punto de vista etimológico-; lugar donde tenemos la
sospecha de que podría estar radicando su resistencia en persistir como objeto gnoseológico
hasta la actualidad. De acuerdo con estas lecturas, la mirada clásica con que se ha concebido
predominantemente a las ciencias desde hace varios siglos hasta la actualidad, se funda en dos
premisas. Por un lado, el modelo newtoniano con su simetría entre pasado y futuro, donde al
no necesitar distinguir entre uno y otro, se viviría como en un presente eterno. La segunda
premisa actualiza el dualismo cartesiano, consistente en suponer la existencia de: “una
distinción fundamental entre la naturaleza y los humanos, entre la materia y la mente, entre el
mundo físico y el mundo social/espiritual” (Wallerstein, 1996:4)

Dualismo que sido la condición de posibilidad, para que se gestara otra división que
posteriormente se dará en llamar “dos culturas”, en referencia a la división establecida a partir
de la segunda mitad del siglo XVII, entre los modos de conocer desde el punto de vista de

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En la segunda mitad de los años ochenta, la Fundación Calouste Gulbenkian patrocinó la primera fase del proyecto
"Portugal 2000", el cual generó un conjunto apreciable de reflexiones sobre la nación portuguesa en el amanecer
del siglo XXI. Estas reflexiones fueron publicadas en portugués, en la serie: "Portugal. Los próximos veinte años".

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occidental, de acuerdo a los estatutos de la Royal Society, donde la ciencia será definida como:
la búsqueda de leyes naturales universales que se mantengan en el tiempo y el espacio. Cuando
se hace mención del espacio, debe deducirse que el mundo al que se refiere el filósofo Alexandre
Koyré –citado por el autor- no es el globo terráqueo sino el cosmos, desde el cual estudia la
transformación de los conceptos europeos del espacio del siglo XV al XVIII. Se trata de un periodo
donde la percepción occidental del espacio terrestre, estaba anclada a un mundo:
“que está pasando por una transformación contraria hacia la finitud. Para la
mayoría de la gente sólo con los viajes de descubrimiento, que atravesaron el
globo, la tierra llegó a cerrarse en su forma esférica.” (Wallerstein, 1996: 6)

Idea de finitud que terminará generando un conocimiento empírico del mundo: rutas
comerciales, así como de una producción cada vez más desterritorializada, división ampliada del
trabajo, a la que va a corresponder una disminución constante de las distancias sociales y
temporales que alcanzarán un hito con la Revolución francesa. Pero concepción del mundo que
empieza a convivir con la infinitud del cosmos, lo que se expresará en una idea del progreso
como algo ilimitado, cuya realización práctica dependerá del conocimiento y exploración
empírica de un mundo finito, así como de la confianza en la finitud de ciertas dimensiones clave,
como su epistemología y geografía. Durante el siglo XX, las distancias llegan a encogerse tanto
que resultan “constrictivas”, limitaciones que se vuelven pretexto:

para las exploraciones, siempre más hacia arriba y hacia afuera, necesarias para
expandir aún más esa esfera de dominio. En suma, nuestra vivienda pasada y
presente empezó a parecerse cada vez menos al hogar y cada vez más a una
plataforma de lanzamiento, el lugar desde el cual nosotros, como hombres (y
también unas pocas mujeres) de ciencia, podíamos lanzarnos al espacio,
estableciendo una posición de dominio sobre una unidad cada vez más cósmica.
(Wallerstein, 1996: 6)

Como paréntesis, se puede decir que no siempre la consciencia de la finitud causó desánimo o
“constricción” espacial –como afirma Wallerstein-. Por algunas ideas del pensador griego
Cornelius Castoriadis (Attali, J. et al., 1979) –para referirme básicamente a sus ideas sobre el
desarrollo social expresadas en un conversatorio-, así como por algunas extraídas de La
pregunta por la técnica (Heidegger, 1997), podemos decir que esa finitud en el mundo griego
consistió en que todo tenía un lugar en el mundo, el Olimpo era una elevación geográfica, un
lugar físico. Nada estaba más allá de su phisis, que podría interpretarse como la naturaleza de
las cosas, pero quiero traer a la reflexión la noción de infinito que, si bien existió como concepto,
como algo posible, no tuvo más que un lugar virtual en el mundo.
El limite (peras) definía a la vez el ser y la norma. Lo ilimitado, lo infinito, lo sin
fin (apeiron) es, con toda evidencia, no terminado, imperfecto, ser incompleto.

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Así, para Aristóteles, no hay más que un infinito virtual, no hay un infinito
efectivo; y recíprocamente, dado que una cosa cualquiera contiene virtualidades
no actualizadas, es indefinida, ya que es, por eso mismo y en igual medida,
inacabada, indefinida, indeterminada. Así, no puede haber desarrollo sin un
punto de referencia, un estado definido que se debe alcanzar; y la naturaleza
provee, para todo ser, tal estado «final». (Castoriadis: 1979: 192)

Es con el advenimiento de la religión y la teología judeo-cristiana, que la idea de infinito y


nociones afines adquieren una significación positiva, sin olvidar que durante más de diez siglos
–según Castoriadis (1979)-, continuó su derrotero sin pertinencia histórico-social: “El Dios
infinito está en otra parte, este mundo es finito, hay para cada ser una norma intrínseca que
corresponde a su naturaleza” (1979: 192), naturaleza determinada supuestamente por Dios. Es
interesante apuntar que la ciencia natural, tal como se la entendía entre los siglos VII y XVIII, no
sólo derivaba principalmente del estudio de la mecánica celeste; la búsqueda científica de leyes
en la naturaleza, no diferenciaba ciencia de filosofía, como ya se vio en la introducción:
recensión, al inicio de este texto. Sin embargo, a medida que el trabajo experimental y empírico
comienza a ser dominante en la visión de la ciencia, la distancia con la filosofía crece, al punto
de llegar a parecer un discurso al que se le puede imputar el hacer afirmaciones a priori o
imposibles de demostrar mediante prueba. De esta manera, volvemos al dualismo cartesiano
del mundo, a la idea de que existen “dos culturas”. A inicios del siglo XIX –más o menos en el
lapso en que para Foucault, acaba la episteme moderna e inicia la contemporánea-, la división
del conocimiento en dos campos, ya había perdido el sentido de su igualdad, para convertirse
en una relación jerárquica a los ojos de los científicos naturales, bajo el binomio conocimiento
científico vs conocimiento no-científico. Por esta misma época, el triunfo logrado por la
lingüística, fue extensivo a todo el campo científico; lo cual terminó por catapultar la asociación
entre el término ciencia sin adjetivo calificativo, para identificar a las ciencias naturales –en
adelante CCNN-, en oposición a la filosofía, esto marca al mismo tiempo la culminación de un
proceso histórico social, donde se cierra el espacio semántico que legitima a las CCNN, al mismo
tiempo que se abre un campo (Wallerstein, 1996: 7), este campo separado que representa su
alternativa de manera confusa, pero será la expresión contemporánea de la aparición de formas
de gubernamentalidad, que se han dado en llamar bío-poder –como se lee en la obra de M.
Foucault- las cuales forman dispositivos que se ocuparán de administrar lo humano, bajo las
categorías delo social, el cual es descrito de la siguiente manera:

A veces llamada las artes, a veces las humanidades, a veces las letras o las bellas
letras, a veces la filosofía y a veces incluso Ja cultura, o en alemán
Geisteswissenschaften, la alternativa de la "ciencia" ha tenido un rostro y un
énfasis variables, una falta de coherencia interna (…) debido a su aparente

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incapacidad de presentar resultados "prácticos". Porque había empezado a estar


claro que la lucha epistemológica sobre qué era conocimiento legítimo ya no era
solamente una lucha sobre quién controlaría el conocimiento sobre la naturaleza
(para el siglo XVIII estaba claro que los científicos naturales habían ganado los
derechos exclusivos sobre ese campo) sino sobre quién controlaría el
conocimiento sobre el mundo humano. (Wallerstein, 1996: 8)

Las necesidades de un estado moderno en tránsito a la episteme contemporánea, exigía


conocimientos más exactos para poder tomar decisiones, lo cual había condujo al surgimiento
de nuevas categorías de conocimiento desde el siglo XVIII, pero esas categorías todavía tenían
definiciones y fronteras inciertas. Para comprender cómo se inclina el derrotero anterior hacia
una ciencia numérica, tenemos el trabajo de Mattelart (2002), de quien recogemos algunos
datos, como la existencia de un Staatkunde o conocimiento del Estado, que:
Desde 1660, privilegia la nomenclatura e intenta da respuesta a las necesidades
de organización del Estado. La primera definición de «estadística» que da
Gottfed Achenwall (1719-1772) se fragua en esta tradición pragmática: es la
«ciencia del Estado», la Stadtswissenschaf. Se propone «ilustrar las excelencias
y las deficiencias de un país y revela los poderes y las debilidades de un Estado.
(Mattelard, Armand, 2002)

O la existencia del plan ideado por Bacon en 1662, para reorganizar en general los
conocimientos, que se materializará en la creación de la Royal Society of London for lmproving
Natural Knowledge by Experiments, fundada por iniciativa de un gremio muy pertinente al
respecto: los mercaderes de la ciudad de Londres. También resulta revelador, enterarse que
corresponde al filósofo Leibniz, no sólo haber concebido el átomo de la informática actual, sino
un desarrollo muy amplio de la teoría del cálculo, llevándolo a concebir ideas aproximativas
sobre cómo “automatizar la razón”, de ahí la invención de su aritmética binaria y el calculus
ratiocinator o «máquina aritmética». Por entonces, parece ser de suma importancia la búsqueda
de métodos de cálculo cada vez más veloces, de acuerdo a las exigencias de la formación y
desarrollo del capitalismo moderno. En un contexto, con un amplio espacio marítimo de
ultramar como medio de comunicación, donde emerge un mercado de actividades ligadas al
transporte como: recojo, almacenamiento, tratamiento burocrático y difusión de datos,
requerido por negociantes, financistas y especuladores.
El cálculo de las longitudes se convierte en un laboratorio de primer nivel para el
perfeccionamiento del mecanismo de relojería, antepasado lejano del artefacto
programado. La nueva actitud respecto del tiempo y del espacio se extiende al
taller y al mostrador, al ejército y a la ciudad. (Mattelard, 2002: 19)

La numeralización del mundo, aquello que lo vuelve mensurable, no es otra cosa que un
pensamiento centrado en todo lo que se deje medir. ¿Cómo así, luego de empezar esta

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tendencia, se convirtió en el prototipo de todo discurso verdadero? Lo que ha dado lugar, por
otra parte, a la producción de una positividad fundada en las posibilidades de control numérico,
que permiten el manejo de la perfectibilidad como un valor en sí mismo, dentro de las
sociedades humanas, bajo la mística del número, anterior a toda idea de información. La idea
de sociedad regida por la información se inscribe, por así decirlo, en el código genético del
proyecto de sociedad inspirado por la mística del número. Es muy anterior, por tanto, a la
entrada de la noción de información en la lengua y en la cultura de la modernidad. Este proyecto,
que va tomando forma en el transcurso de los siglos XVII y XVIII, entroniza a la matemática como
modelo de razonamiento y acción útil. El pensamiento de lo cifrable y de lo mensurable se
convierte en el prototipo exclusivo del discurso verdadero, al mismo tiempo que instaura el
horizonte de búsqueda de la perfectibilidad en las sociedades humanas. (Mattelard, 2002: 13)

Hacia finales del siglo XVIII comienzos del XIX, los llamados filósofos sociales comienzan a
introducir en sus discursos la expresión “física social”, al mismo tiempo que en el ámbito de un
pensamiento europeo –cada vez más desterritorializado-, se empieza a hablar de la existencia
de sistemas sociales múltiples en el mundo, los cuales requieren explicaciones para sus
diferencias legítimas. Por esta época el concepto de cultura está bajo un núcleo semántico que
la hace equivalente a la idea de un “alma colectiva”, lo cual si bien, podría haber sido
reivindicativo dado que todas las sociedades tendrían cultura en sus propios términos, esta idea
aparece asociada al evolucionismo, lo cual las diferencia en el tiempo poniendo como referente
el desarrollo propio histórico occidental, con lo que aparecen las visiones etnocéntricas del
mundo no europeo. Es interesante saber cómo en este contexto, una institución agonizante
como la universidad desde el siglo XVI, en la medida que estaba ligada a las ideas religiosas como
el pensamiento escolástico –en muchas facultades, teología desapareció entre cursos de
estudios religiosos en medio de facultades de filosofía-, renace en este lapso como la principal
institución donde se producen los conocimientos centrales de la sociedad, discurso al que se da
mayor importancia que al derecho, en lo que corresponde a la construcción de las nuevas
estructuras del conocimiento, a todo lo largo del siglo XIX, donde aparecen también estructuras
institucionales permanentes que ponen en marcha una disciplinarización y profesionalización de
los conocimientos, en medio de lo cual se generan los nuevos productores de los mismos, que
se encargarían de la investigación sistemática que se desarrolló, de acuerdo a la división en
distintos tipos de conocimientos, así como de acuerdo a múltiples zonas separadas de la realidad
para su aplicación que la harían productiva.

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Las CCNN construyeron su vida institucional inicialmente fuera de la universidad, al contar con
apoyo social y político, también existieron los recursos para establecer academias reales, lo que
hace pensar que no necesitaron tanto a la universidad; por su parte, Napoleón crea las grandes
escuelas donde se promueven a las CCSS, cuyos miembros que no eran científicos naturales, son
los que más hacen por resucitar a la universidad durante el siglo XIX: historiadores, anticuarios,
estudiosos de las literaturas; ellos se preocuparon por atraer a los CCNN a la universidad, para
servirse de su prestigio positivo, con la finalidad de obtener recursos para estudios eruditos. El
resultado fue que, desde entonces, apareció la tensión universitaria –para algunos
irremediablemente antagónica- entre las ciencias y las humanidades. Por entonces, los efectos
de la Revolución Francesa, son evidentes; la presión popular por el impulso de las
transformaciones políticas y sociales, teniendo “al pueblo” como inspirador pone al interés por
el cambio social al centro del tapete, el cual será organizado y racionalizado por los pensadores
de entonces bajo esta inspiración.
Pero para organizar y racionalizar el cambio social primero era necesario
estudiarlo y comprender las reglas que lo gobernaban. No sólo había espacio
para lo que hemos llegado a llamar ciencia social, sino que había una profunda
necesidad social de ella. Además, parecía coherente que, si se intentaba
organizar un nuevo orden social sobre una base estable, cuanto más exacta (o
"positiva") fuese la ciencia tanto mejor sería lo demás. Esto era lo que tenían
presente muchos de los que empezaron a echar las bases de la ciencia social
moderna en la primera mitad del siglo XIX, especialmente en Gran Bretaña y en
Francia, cuando se volvieron hacia la física newtoniana como modelo a seguir.
(Wallerstein, 1996: 11)

Con los movimientos independentistas, aparece la elaboración de los relatos históricos


nacionales, sólo que ahora ya no contaban las biografías de la realeza, ni se ocupaba de
hagiografía, sino de los pueblos, en esta forma se reformula el trabajo del historiador guiado por
un cambio epistemológico, ya que ahora se trata de saber “lo que ocurrió en realidad” … Una
forma positivista de hacer historia que parte de un reconocimiento radical entre pasado y
presente, por lo que lejos del discurso especulativo anterior, se trabaja empíricamente para
hacer visible la división entre pasado y presente recurriendo al uso de archivos, a partir de lo
que se trata de establecer leyes generales, para comprender el devenir social; este movimiento
de reagrupa el saber posible de la época, nos plantea una organización cuadriculada bajo la
visión positivista:
Para Comte la física social permitiría la reconciliación del orden y el progreso al
encomendar la solución de las cuestiones sociales a "un pequeño número de
inteligencias de élite" con educación apropiada. De esa forma, la Revolución
francesa "terminaría" gracias a la instalación de un nuevo poder espiritual. Así

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quedaba clara la base tecnocrática y la función social de la nueva física social.


(Wallerstein, 1996: 14)

Por su lado, la contraparte inglesa de Comte, el pensador J. Stuart Mill, prefirió hablar de ciencia
exacta, en vez de positiva, pero con el mismo fundamento en el modelo de la mecánica celeste.
Según el autor, para la primera mitad del siglo XIX, las divisiones dentro de las ciencias sociales
ya estaban cristalizadas, sin embargo, esta diversificación intelectual que refleja la estructura
disciplinaria de las CCSS, sólo es reconocida en la forma en que la conocemos hoy para el periodo
que va de 1850 a 1914. Es casi una obviedad agregar que, en la fase entre 1500 y 1850 ya existían
textos sobre estos asuntos que hoy llamamos ciencia social, pero bajo otros términos y una
cuadriculación distinta del saber (episteme), varios autores como Foucault (1984), Mattelard
(2002) y el propio Wallerstein (1996) en este caso, coinciden en que existió una frontera
epistémica, entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Época en que se da la creación de
disciplinas múltiples para la ciencia social de entonces, donde se lee el pensamiento económico
de los fisiócratas franceses (Quesnay), a los maestros de la ilustración escocesa (Hume, A. Smith,
Mill), así como a los autores de la primera mitad del siglo XVIII como Malthus y sus teorías sobre
la población, David Ricardo, Tocqueville, Fichte, etc. Sin embargo –agrega Wallerstein-, nada de
todo eso puede ser entendido como entendemos hoy la ciencia social, por otra parte, ninguno
de estos pensadores tuvo conciencia de la separación posterior, que tendrían estos
conocimientos como disciplinas separadas, lo cual fue parte de un ideal genérico del siglo XIX,
cuya finalidad fue generar conocimiento “objetivo” sobre la “realidad”, fundado en los
descubrimientos de la experimentación empírica, en oposición a la especulación: Se intentaba
“aprender” la verdad, no inventarla o intuirla. (Wallerstein, 1996: 16)

Lo que se pone en marcha con esto, es un gran proceso de institucionalización que no estaba
muy claro, por ejemplo, no se sabía si la ciencia social debía ser una sola o dividirse en varias
disciplinas como sucedió después, por otra parte, estaba la cuestión a saber ¿qué tipo de
epistemología podría resultar más legítima, así como productiva para todo este proceso? Aquí
aparece la disyuntiva, como continuación de la oposición primera entre ciencia y no-ciencia,
acerca de si las CCS ¿podían ser consideradas como una “tercera cultura”, entre la ciencia y la
literatura? Preguntas que, en su conjunto, no ha tenido una respuesta definitiva. Sin embargo,
es posible observar los desarrollos que ha tenido esta institucionalización, esto es las decisiones
institucionales prácticas que se tomaron, así como las posiciones dominantes en su
composición. Esto nos lleva a situar los desarrollos disciplinarios predominantes –no únicos,
dado que todo centro tiene su periferia-, en países como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia
y los EEUU de Norteamérica. (Wallerstein, 1996: 16)

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De acuerdo a versión de Wallerstein, si bien la lingüística fue la primera en triunfar en el sentido


de abrir el campo científico, es la historia, la primera disciplina de la ciencia social en adquirir
una existencia institucional autónoma, en su forma positivista, en la medida que lograba
separarse de los relatos y descripciones propias de príncipes, reyes, hagiografía de santos,
relatos de pueblos e incluso estados, serán cambiados por la sencilla pregunta, hecha desde la
neutralidad del historiador: ¿qué ocurrió en realidad? Ya no se trata de un discurso para halagar
al poder, sino para cohesionar a la sociedad.
Además el historiador, al igual que el científico natural, no debía hallar sus datos
en escritos anteriores (la biblioteca, lugar de la lectura) o en sus propios procesos
de pensamiento (el estudio, lugar de la reflexión), sino más bien en un lugar
donde se podían reunir, almacenar, controlar y manipular datos exteriores (el
laboratorio/ el archivo, lugares de la investigación). (Wallerstein, 1996: 16)

Prácticas que expresan el rechazo existente desde entonces a la especulación filosófica, pero
que al acercar a la historia a las ciencias aparecen discursos como el de la historia de las ciencias.
A partir de aquí lo que sigue es la institucionalización de las demás disciplinas como la economía
expresada en los discursos producidos por Marx, Ricardo, Smith, o la sociología impulsada por
Comte, más tarde surge la ciencia política. Cuarteto de disciplinas (historia, economía, sociología
y ciencia política) que llegan a tener el estatuto universitario en el siglo XIX, pero en realidad
esto se consolida hacia 1945 –según afirma el autor-. Disciplinas que no se ocupaban
mayormente de temas que fueran más allá de las realidades de los centros de producción
intelectual, pero que dejaban a otras disciplinas el ocuparse por el resto del mundo, en este
espacio aparecen conceptos nuevos como la ley de naciones, economía política, estadística,
historia económica, ciencias de Estado –una mezcla de varias al servicio de la administración
estatal-. En este contexto aparecerá la antropología, un momento en que Occidente asegura su
dominio sobre el resto del mundo convertido en colonias, lo que da lugar a un tipo de
conocimiento que luego se llamará etnografía, en este contexto donde el concepto de cultura
es sinónimo de “alma colectiva”, aparece el evolucionismo cultural que organiza el cuadro del
mundo moderno/civilizado –por moderno quiero decir posterior a la edad media-. Podemos
terminar este periodo con la siguiente cita:
Puede decirse que todo esto fue en gran parte una historia exitosa. El
establecimiento de las estructuras disciplinarias creó estructuras viables y
productivas de investigación, análisis y enseñanza que dieron origen a la
considerable literatura que hoy consideramos como el patrimonio de la ciencia
social contemporánea. (Wallerstein, 1996: 35)

Podríamos concluir con el autor, que el proceso anterior derivó en otro proceso de debates que
empezó en1945, luego de la II Guerra Mundial y llega hasta el 2000 –fecha del informe que

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citamos ampliamente aquí-. Proceso posterior a 1945, donde todas las líneas anteriores fueron
puestas en cuestión. (Wallerstein, 1996: 40). Por su parte, las líneas del debate se van a ver
influenciadas por tres procesos que impactan las estructuras de las CCS erigidas hasta entonces.

Está el posicionamiento económico de los EEU posterior a la II Guerra, cambia la estructura


política del mundo, inicia la Guerra fría y aparece la división del mundo en tres –esto es, primero
los países capitalistas, en el segundo mundo los países de la URSS, y en el tercero, todos los
pueblos indígenas de África, América Latina y El Caribe, Oceanía, Asia, etc.-. El segundo proceso
que impacta en las CCSS, es nada menos que el crecimiento mundial sin precedentes de la
población a partir de 1945 y en los sub siguientes 25 años; lo que fue aparejado del crecimiento
de la capacidad productiva no conocido antes, lo cual significó al mismo tiempo, una ampliación
de la escala de todas las actividades humanas. Nada de lo anterior hubiera sucedido, sin la
existencia de las estructuras pertinentes de conocimiento, que van a ser parte de lo que Foucault
va a llamar dispositivos de poder-saber, los mismos que van a dar lugar a un tercer proceso que
se puso en marcha, contribuyendo por su parte con la desterritorialización de la producción
capitalista como forma de política productiva; esto significó, para el sistema universitario, pero
también para el naciente aparato escolar –instituciones de captura que nace en esa época, junto
con la cárcel y el psiquiátrico-, una expansión cuantitativa extraordinaria: geográficamente
significaba la ampliación del número de científicos en todo el mundo, lo cual creó la presión
social suficiente para aumentar la especialización, expresada en la forma casi obsesiva de buscar
nichos de conocimiento que definan tanto la originalidad como utilidad social de cualquier
disciplina, pero también estimuló las incursiones disciplinarias recíprocas entre campos vecinos,
de donde posteriormente van a nacer formas distintas de producir conocimiento, que luego
serán llamadas con términos como: pluridisciplinariedad, interdisciplinariedad y más tarde
transdisciplinariedad como propone Nicolescu (1996). Una segunda implicación decisiva en esta
expansión, es el crecimiento que tuvo la inversión económica en investigaciones científicas tanto
desde el estado como desde la empresa privada, lo cual significó un chorreo económico hacia
las CCSS.

Acerca del panorama sobre los debates en CCS desde 1945, el autor señala tres líneas divisorias.
La primera se refiere aquello que constata, la validez de las divisiones al interior de las ciencias
sociales, donde se distingue tres líneas divisorias que vienen de fines del siglo XIX: una se
encuentra en la división existente entre los estudios de los mundos moderno/civilizado y los no-
modernos (pueblos indígenas); otra puede verse dentro del estudio del mundo moderno, la que
expresa la división entre pasado y presente, asimismo, entre el estudio del mercado o del

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Estado, diferenciado del estudio de la sociedad civil. Todo lo cual, por su parte, terminó de poner
en marcha el sistema-mundo, concepto desarrollado por el autor en otra obra del mismo
nombre, para dar cuenta de la estructura mundial que se ha constituido, con la creación de las
naciones y sus colonias para la explotación de los países del tercer mundo, en oposición a los
esfuerzos de estos últimos, al punto de impedir su independencia y desarrollo propio.

La segunda línea de los debates, tiene que ver con la división entre propio/ajeno en la fuente
del pensamiento occidental acerca de la universalidad, lo cual fue requisito de su
institucionalización. Se trata del grado de conciencia que se tomó, acerca de la condición
“parroquial” del patrimonio heredado –con referencia a que la producción intelectual de base
pertenecía únicamente a las realidades de los centros dominantes del saber-, lo cual quito
validez a la justificación de cualquier universalidad, sea ésta hecha de bases morales, prácticas,
estéticas, políticas o alguna combinación de todas ellas; donde el resto del mundo quedaba
afuera y para el cual existían disciplinas propias como la literatura y los estudios orientales o la
antropología. Esto es lo que se conoce como universalismo, esto significa que una vez
institucionalizada una disciplina, sus afirmaciones se vuelven difíciles de desafiar,
independientemente de su plausibilidad intelectual presente, peor aún en el terreno de la CCSS
nomotéticas, de las cuales en algún momento se pensó equivocadamente que podían formular
leyes universales. (Wallerstein 1996:54) La tercera división del debate según Wallerstein, que
acaeció en el corazón de las estructuras del conocimiento, emerge de ambos lados de las
divisiones universitarias del conocimiento, desde las cuales se cuestiona realidad y validez de
distinguir en esta problemática dos culturas, cuyas críticas desde las CCNN ya venían desde el
siglo XIX, por la imposibilidad de encontrar solución a fenómenos complejos.

La tendencia que se ve posteriormente y que puede servir a manera de conclusión, es que más
allá de universalismo o particularismos, las CCNN buscan hacer compatibles, leyes de la
naturaleza con ideas como acontecimiento, novedad y creatividad –como los sistemas
emergentes que auto aprenden. Hoy día afirma el autor, se podría afirmar que la idea de
inestabilidad desempeña para los fenómenos físicos, la misma función que cumplió la idea de
selección natural para Darwin en biología, ya que es “una condición necesaria pero no suficiente
para la evolución” (Wallerstein 1996:69), de ahí el inicio del interés por la complejidad, como
por los sistemas emergentes. Si bien no se puede hablar de un acercamiento verdadero entre
las dos o tres culturas; los debates impulsados sobre todo por los llamados “estudios culturales”
han producido los desplazamientos suficientes para llevar el debate a otro plano,

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desplazamientos que a pesar de diversidad parecen acercarse, así como las divisiones bipartita
o tripartita entre ciencias naturales, sociales y humanidades, ya no es tan evidente.

BIBLIOGRAFÍA
Attali, J., Castoriadis, C., Domenach, J-M, Massé, P., & Morin, E. (1979). El mito del desarrollo
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Foucault, Michel. (1984). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas.
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Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales (novena). México: Siglo XXI
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Nicolescu, Basarab. (1996). La Transdisciplinariedad. México: Multiverso Mundo Real Edgar
Morin A. C.
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