Los Enterramientos Paleocristianos

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 14

LOS ENTERRAMIENTOS PALEOCRISTIANOS

ARQUEOLOGÍA CRISTIANA

CONTENIDO

1. Objetivos
2. Ritos y creencias en torno a la muerte
Ritos judíos en torno a la muerte Ritos paganos en torno a la muerte Ritos cristianos
3. El sepulcro de los mártires
Definición de mártir. Diferencia entre mártir y confesor Identificación de la tumba de un mártir
Origen del culto a los mártires
El cuidado del sepulcro
Las manifestaciones litúrgicas
4. Propiedad legal
Historia
El título de propiedad de las catacumbas
5. Cementerios a cielo abierto
Los términos cementerio, catacumba y necrópolis
Los enterramientos en general
Elementos de un cementerio de superficie

OBJETIVOS

• Obtener una idea general sobre los enterramientos paleocristianos, su origen, características
principales y desarrollo.
• Conocer los ritos cristianos antiguos en torno a la muerte.
• Reconocer la importancia de los mártires y su culto en la conservación de los restos
arqueológicos de los cementerios cristianos.
• Saber distinguir los distintos tipos de cementerios y enterramientos.

De la exposición del tema introductorio, rápidamente se puede deducir que los cementerios y
catacumbas tienen una importancia vital dentro de la arqueología cristiana. Los restos
arqueológicos de los cementerios han tenido siempre un papel fundamental en la reconstrucción
de la vida de los pueblos. Igualmente, en el campo, los cementerios ocupan un lugar capital de cara
a conocer mejor la vida y la fe de los cristianos primitivos. En el ámbito de la arqueología se los
considera verdaderos archivos de la antigüedad.

RITOS Y CREENCIAS EN TORNO A LA MUERTE

Una característica común a todos los pueblos desde los albores de la humanidad ha sido el cuidado
y el respeto que los vivos han dedicado a los muertos. Desde muy temprano ha aparecido la
preocupación por asegurar un lugar de reposo a los restos mortales de los fallecidos y el deseo de
honrar la tumba de los ancestros. El modo de hacerlo revela no sólo las costumbres, sino las
creencias de cada cultura. En este apartado se estudiará de dónde nacen los ritos funerarios
cristianos y las creencias que están detrás de los mismos.
En primer lugar, es necesario tener en cuenta que, en lo que respecta a las costumbres cristianas en
este ámbito, al surgir el cristianismo en el seno del judaísmo y difundirse después en el marco del
Imperio Romano, absorbió casi íntegramente los usos y costumbres de los pueblos en que penetró,
limitándose a corregir o a dejar a un lado todo aquello que pudiera estar en contradicción con su
propia doctrina y a modificar solamente algunas cosas secundarias. Por esta razón, se va a repasar
brevemente los usos y creencias del mundo judío y el mundo pagano en que se extiende el
cristianismo.

RITOS JUDÍOS EN TORNO A LA MUERTE

Como se ha dicho, el cadáver de un difunto siempre ha sido objeto de cuidado y respeto. En la


cultura judía de la antigüedad, se tenía la costumbre de lavar el cadáver, ungirlo con perfumes,
embalsamarlo y envolverlo en lienzos, esto aparece claramente en los evangelios a propósito de la
muerte y resurrección de Cristo. Posteriormente, se procedía a la inhumación, para enterrar el
cuerpo del difunto, existían diferentes tipos de sepultura: cuevas excavadas en la roca (como en la
tumba de Jesús), sarcófagos de cerámica o sepulturas excavadas en la tierra.

RITOS PAGANOS EN TORNO A LA MUERTE

En la cultura grecorromana eran comunes tanto la inhumación como la cremación. Las formas de
las sepulturas eran muy variadas; para las cenizas de la cremación se empleaban urnas, que
después se depositan en mausoleos y en columbrados.
Era común la tutela y sacralidad de las tumbas, sin distinción de credo religioso ni de raza. Violar
una tumba se consideraba sacrilegio. Los sepulcros debían establecerse fuera de los muros de la
ciudad, ya que dentro del perímetro de la misma estaba severamente prohibido incinerar o sepultar
los cadáveres. Las leyes romanas permitían, incluso, la entrega de los cadáveres de los ajusticiados
a quien los pidieran para enterrarlos, lo cual fue claramente aplicado en el caso de Jesús, cuyo
cuerpo fue pedido a Pilato por José de Arimatea. Es un hecho que muestra la importancia que se
daba al enterramiento del cuerpo de un muerto.
En cuanto a las creencias, había varias que influían en su modo de tratar al difunto y su tumba; por
un lado, era común la creencia de que la muerte no significa el total aniquilamiento físico de la
persona y de que el difunto pervive de alguna manera en la tumba o en sus cercanías. En
consecuencia, se pensaba que, también sentía las mismas necesidades que los vivos e, incluso,
percibiera la amenaza de los espíritus malignos que podrían causarle un mal peor que la
profanación de su tumba y hubiera que protegerlo.

En relación con estas creencias, los antiguos realizaban determinados actos en favor del difunto,
entre los cuales destacan las ofrendas de comida y bebida, los banquetes fúnebres en su honor,
dejar amuletos en torno a la tumba para protegerlos o, incluso, una moneda como sustento para el
viaje al más allá, para pagar a Caronte (el barquero que transportaba las almas al mundo de los
muertos). Los romanos vertían leche y vino en la tierra del sepulcro, introducían alimentos sólidos
dentro a través de un agujero y recitaban varias fórmulas. Los sepulcros tenían a menudo una parte
inferior para la tumba y una superior para los actos en memoria del difunto. Entre esos actos era
común celebrar un banquete varias veces al año, unas veces por un difunto en concreto, otras por
aniversarios comunes, como las parentalia (13-22 de febrero), las violaria (marzo), las rosalia o
rosaria (mayo, junio, julio, etc.). La característica fundamental de este banquete era la alegría.
Debía ser un banquete donde se apartase la tristeza el odio y los rencores y todo fuera gozo y dicha.

RITOS CRISTIANOS

De estas costumbres judías y paganas derivan las análogas cristianas. En cuanto al modo de
enterrar, ya se ha indicado que los cristianos siguieron las prácticas de los pueblos a los que
pertenecían, excepto la cremación, que se consideraba incompatible con la esperanza en la
resurrección del cuerpo. La costumbre de limpiar, ungir, embalsamar y envolver en lienzos el
cadáver va a persistir en el ámbito cristiano. En la catacumba de Commodilla puede observarse una
representación iconográfica grabada en una losa de mármol en la que aparece un cuerpo envuelto
en lino junto a un fossore (personas encargadas de excavar las tumbas, galerías, enterrar a los
muertos y cuidar el cementerio). Las fuentes escritas también atestiguan las mismas costumbres,
como puede verse en Lactancio o san Agustín.
En cuanto a los ritos a seguir ante la muerte de alguien, la mayor parte de las costumbres paganas
van a pervivir entre los cristianos, encontrando la oposición de la autoridad eclesiástica y los
escritores cristianos en su intento por purificar de los ritos todo aquello que no era conforme a la fe
y los abusos que se pudieran dar en determinadas prácticas, como los banquetes, así se ve
claramente en san Ambrosio o san Agustín.
Durante el entierro de un difunto solían rezarse o cantarse salmos y oraciones. En los escritos de
los Santos Padres se ve cómo se impulsaba esta costumbre indicando la razón “solo las oraciones y
ofrendas pueden ayudar al difunto en su camino a la salvación”.
A menudo, en los restos arqueológicos se encuentran objetos colocados dentro o fuera del
sepulcro, por ejemplo, dentro se podían encontrar objetos personales como ropajes, anillos,
cinturones, objetos de aseo, juguetes u otras cosas que tuvieran que ver con la vida del fallecido,
mientras que fuera del sepulcro a menudo se encuentran piezas de vajilla de cerámica o vidrio.
Ambas costumbres conectan con la creencia en la que, de alguna manera, el difunto pervive y
necesita esas cosas en esa vida tras la muerte. También es claro que los cristianos realizaban
banquetes fúnebres en honor del difunto.
Otra costumbre atestiguada es la colocación de luz en el interior de las tumbas, especialmente los
cementerios de apogeo, pero no exclusivamente. Se trata de una costumbre simbólica que se
refiere al deseo de enfatizar el aspecto simbólico de la luz que se espera que acompañe a los
difuntos en su viaje a la realidad de otro mundo. Tal práctica se inserta en los procesos de
cristianización de los rituales funerarios como una referencia implícita a la luz eterna y
supervivencia del espíritu, también sugerida por la parábola evangélica de las diez vírgenes de
Mateo 25, en la que el alma se presenta ante el Señor con una lámpara encendida.
En dichos procesos de cristianización puede comentarse la asimilación cristiana de los banquetes
fúnebres llamados en ámbito cristiano con el término refrigerium, refrigerio.
En su acepción clásica, el término refrigerio significa el sustento material de comida y bebida. En las
obras literarias, sin embargo, es sinónimo de reposo, tranquilidad, paz, significados que terminan
por imponerse a su significado original dando un sentido de gozo en la eternidad. En ese sentido,
las inscripciones en los cementerios cristianos aluden al refrigerio simbólico, es decir, el que el alma
goza en la felicidad celeste.
No obstante, también aparecen algunos textos que hablan del refrigerio como sustento físico del
difunto y confirman la existencia de un ceremonia funeraria por parte de los vivos en la que, junto a
oraciones se realizaba una comida, llamada ágape. Este nombre revela que, aunque el refrigerio
cristiano conservaba las características del refrigerio pagano, va a ser cristianizado haciendo de él
no una ocasión para mera alegría, sino un signo de devoción hacia los mártires y de afecto hacia los
difuntos, así como una obra de caridad hacia los pobres.

Tras la paz de Constantino, el número de convertidos al cristianismo creció y, con ello, se


desnaturalizó la costumbre dando lugar a excesos y la pérdida del sentido simbólico que el
cristianismo le había dado. Los obispos y otros autores, como Tertuliano, trataron de luchar contra
los abusos calificando de idolatría o superstición algunas de las prácticas, llegando incluso a
prohibirse en algunos sitios.
De cara a la conmemoración de los difuntos tiempo después de su muerte, no existía una práctica
institucionalizada. Si bien, pueden considerarse comunes las indicaciones dadas en las
Constituciones Apostólicas, transmitidas por Clemente Romano, en que se habla de las oraciones y
cantos para hacer en la conmemoración del dies natalis y del comportamiento del clero que
participa en la conmemoración. En Tertuliano y Cipriano se habla de la celebración eucarística en
favor del eterno descanso del difunto, pero en la iglesia, no en la tumba.
EL SEPULCRO DE LOS MÁRTIRES

Un hecho que va a dar lugar a la búsqueda, conservación y cuidado especial de los cementerios
cristianos es la devoción a los mártires. En el tema introductorio se ha mencionado que se pueden
ver los primeros pasos de la arqueología cristiana, en las búsquedas del papa san Dámaso en el siglo
IV para encontrar las sepulturas de los mártires y venerarlos. Conviene, en ese sentido, al hacer un
estudio de los enterramientos paleocristianos, dedicar un apartado específico a las tumbas de los
mártires. Para ello, se comenzará por apuntalar la definición de mártir, se señalará de qué modo la
arqueología puede verificar que una tumba pertenece a un mártir, se hablará sobre el origen del
culto a los mártires, para especificar cómo se cuidaban sus sepulcros y el culto que se les tributaba.

DEFINICIÓN DE MÁRTIR. DIFERENCIA ENTRE MÁRTIR Y CONFESOR

La veneración de los santos comenzó por culto a los mártires, propiamente, el mártir es aquél que
ha dado testimonio de Cristo hasta el punto de sacrificar su propia vida, sin embargo, la piedad
cristiana pronto empezó a admirar, junto a los mártires, a personas que también habían sufrido
grandes pruebas por ser cristianos, aunque por motivos ajenos a su voluntad, hubieran conservado
la vida: los confesores. A estos, que habían sufrido prisión, exilio, torturas, etc., por el nombre de
Cristo, se les llega incluso a llamar mártires, aunque no hubieran dado su vida. En ese sentido, por
ejemplo, el título de mártir viene atribuido en sus epitafios a los papas Ponciano y Cornelio, que
murieron en el exilio.

Una vez terminadas las persecuciones y alcanzada la paz, el culto empezó a reconocer a los santos
que en la vida cotidiana habían abrazado la pobreza, la castidad, la mortificación, el sacrificio. Su
ejemplo de entrega a Cristo era tan alto, que se consideraba que su vida era una vida cercana al
martirio. De esa manera, junto a los mártires y confesores, se comenzó a venerar también a los
ascetas, aplicando el término también a ellos.

IDENTIFICACIÓN DE LA TUMBA DE UN MÁRTIR

Para cualquiera que se acerque a rezar a la tumba de un mártir de la antigüedad, es fácil que asalte
la pregunta: esta tumba y el cuerpo que hay en ella, ¿realmente pertenece a un mártir? la
investigación arqueológica ofrece varios elementos que pueden verificar o, al menos, indicar una
alta probabilidad.

a. La presencia de una capilla o basílica construida en el lugar del sepulcro. Tras la paz de
Constantino, para facilitar el acceso y el culto a los mártires, se construyeron capillas en las
catacumbas sobre las tumbas de los mártires o basílicas como la de san Pedro en el Vaticano.
Aportan una gran certeza a la verificación, ya que indica el culto inmemorial que allí se ha tributado
al mártir enlazando las épocas posteriores con sus contemporáneos.

b. Las inscripciones en las propias tumbas, aportan un grado alto de certeza. No obstante,
cuando una inscripción se encuentra no en el sepulcro, sino en la tierra o está destruida o se ve que
ha sido reutilizada, la mención del nombre del mártir en ella confirma la existencia del sepulcro en
el cementerio, pero para determinar el lugar preciso se necesitan otros elementos.

c. Las palabras trazadas en el yeso de las paredes de las criptas o de las basílicas subterráneas
y en los muros próximos a la tumba de un mártir. Su valor no es determinante, pero indica la
presencia de una tumba venerada por los cristianos en la antigüedad.

d. Restos de objetos dedicados al culto o de altares, que informan igualmente de que allí ha
sido venerada la memoria de algún mártir.

e. Otros indicios como pinturas, lucernarios, escaleras que se han abierto posteriormente para
facilitar el paso de los peregrinos, etc.

En definitiva, se pueden encontrar distintos elementos que aportan un cierto grado de certeza,
pero para poder probar que una tumba pertenece a un mártir, han de valorarse en conjunto, por
ejemplo, en el cementerio de Domitila, en un cubículo tras la basílica, se encuentra pintada la
mártir Petronila, una mártir cuya existencia ha sido probada y que las fuentes sitúan en aquel
cementerio, sin embargo, la pintura por sí sola no demuestra dónde está la tumba. De hecho, se
trata de una cuestión que la arqueología cristiana todavía no ha podido resolver, a pesar de tener
esa pintura.
En ese sentido, se puede concluir que, de entre todas las pruebas que se pueden ofrecer para
determinar el lugar de la tumba de un mártir, el principio a seguir es el siguiente: un sepulcro se
puede reconocer como perteneciente a un mártir cuando se constata como evidente que ha sido
venerado allí desde antiguo.

ORIGEN DEL CULTO A LOS MÁRTIRES

El origen del culto a los mártires aparece al menos en la segunda mitad del siglo II. Los dos
testimonios más antiguos que se tienen de ello son los llamados trofeos de Gayo, las tumbas de los
apóstoles Pedro y Pablo, llamadas así en un escrito de finales del siglo II y principios del III atribuido
al presbítero Gayo, que reza de esta manera: “Yo puedo mostrarte los trofeos de los apóstoles. Si te
acercas al Vaticano o a la Vía de Ostia, encontrarás los trofeos de quienes fundaron esta Iglesia”. A
la par, tanto el martirio de uno como de otro han sido atestiguados tanto por Tertuliano como por
Clemente Romano a principios del siglo III y II respectivamente.
El culto de los mártires se manifestó de dos maneras: el cuidado del sepulcro y las celebraciones
litúrgicas en honor de sus reliquias.

EL CUIDADO DEL SEPULCRO

A menudo se puede encontrar en las catacumbas romanas cómo se trató de aislar la tumba del
mártir del complejo adyacente, bien ampliando el cubículo bien construyendo una basílica o un
altar. También pueden encontrarse pinturas, decoración, revestimientos de mármol, ornamentos,
etc.
Un fenómeno que pondría en peligro la integridad de las tumbas fue el deseo de los creyentes de
tener reliquias de los santos en sus iglesias para su veneración, pues como fue costumbre en
Oriente, suponía dividir el cuerpo del difunto. En Occidente, para conservar la integridad de la
tumba, las peticiones de reliquias se atendían enviando no partes del cuerpo, sino reliquias ex
contactu Roma fue muy firme con este criterio. Estas reliquias consistían bien en objetos que
habían pertenecido al santo, bien en objetos que habían estado en contacto con su tumba o su
cuerpo y se consideraban santificados por ello. Solían emplearse telas como velos, sábanas o capas.
En Oriente, sin embargo, como se ha dicho, sí se repartían partes del cuerpo de los mártires.

LAS MANIFESTACIONES LITÚRGICAS

Como hijos predilectos de la iglesia, los mártires fueron enseguida conmemorados en su dies
natalis, es decir, el día de su muerte. El nombre del mártir se añade a un martirologio para recordar
la celebración oficial de los aniversarios y, junto al nombre, se añade el lugar en el que se encuentra
el sepulcro. El binomio nombre-lugar evita la confusión con cualquier otro.
Inicialmente las celebraciones eran muy austeras, aunque solemnes. Se hacían en los mismos
sepulcros venerados. Se cantaban los salmos y otras oraciones, siendo el sacrificio eucarístico el rito
culminante. Después se hacía un ágape ofrecido en honor del mártir.
Con el fin de las persecuciones y la instauración de la paz, las celebraciones fueron creciendo en
solemnidad y en afluencia de gente.

PROPIEDAD LEGAL

El uso de los cementerios y todo lo relativo a los mismos, su ornamentación, ampliación y,


posteriormente, su exploración para encontrar determinadas tumbas depende de una cuestión no
menor: su titularidad.
HISTORIA

Íñiguez (2002) indica que “hasta aproximadamente el año 150 no aparece ningún signo cristiano en
las catacumbas conocidas” (p. 75). Significa que hasta esa fecha los cristianos no debieron tener
cementerios propios y sus cadáveres serían enterrados en tumbas de superficie, hoy perdidas casi
en su totalidad. Continúa el autor de Alcalá de Henares:
El hecho de no aparecer ninguna inscripción cristiana de esta fecha en los hipogeos muestra que
enterraban sus difuntos entre los paganos, sin ningún distintivo, y con las leyendas y los símbolos
usuales que no desdijeran de su fe (p. 75).
A partir de la mitad del siglo II, y hasta el comienzo del III, aparecen enterramientos cristianos con
distintivos simbólicos o epigráficos de la nueva fe en hipogeos privados familiares. Sobre ello
Íñiguez (2002) apunta:
Al final de este periodo, algunos de estos hipogeos fueron cedidos a la Iglesia o, al menos, puestos a
disposición de un gran número de fieles, lo que produjo un crecimiento notable en el número y
longitud de las galerías excavadas (p. 75).
Las ampliaciones que se observan no pueden explicarse si no están destinados a una comunidad.
Algunos cementerios de Roma reciben hoy su nombre en recuerdo de los primeros donantes, como
las catacumbas de Domitila o Priscila.

En el siglo III creció en muy alta proporción el número de cristianos en todo el Imperio, y algunos de
los cementerios, ya plenamente cristianos en su uso, pasaron a ser propiedad de la iglesia o fueron
administrados por ella. Acerca de este hecho Íñiguez ofrece una fuente literaria:
Parece que da noticia de este hecho Hipólito de Roma en su Philosophumena, cuando dice que el
papa Ceferino (199-217) designó como custodio y administrador de un cementerio al diácono
Calixto. No es un despropósito suponer que también se dio esta administración en otras ciudades,
dado el influjo que la Urbe ejerció en toda la cristiandad (p. 76).

EL TÍTULO DE PROPIEDAD DE LAS CATACUMBAS

Hasta el siglo III, los cementerios cristianos debieron de ostentar un título particular de propiedad,
esto es, pertenecían a una persona o a una familia. El problema surge desde el año 250 en adelante,
fecha aproximada a partir de la cual Eusebio de Cesarea da noticia de cementerios y edificios de
culto cristiano que son expropiados a la Iglesia y devueltos a ella (Íñiguez, 2002, p. 79).

Eusebio de Cesarea (263-339) vivió las persecuciones de Aureliano, Diocleciano y Galerio, fue, por
tanto, testigo presencial de las confiscaciones de los bienes eclesiásticos y de los decretos que las
establecían, así como de la devolución de estos bienes. Al referirse a sucesos anteriores a su época,
copia generalmente documentos que tuvo ocasión de leer. Su testimonio no puede ponerse en
duda si no existe una razón positiva para ello.
Durante el tiempo que Valeriano permaneció cautivo de los persas en el año 260, quedó como
único emperador su hijo Galieno, asociado al imperio desde 253. Al principio fue tolerante con la
iglesia. Sobre él escribe Eusebio: “Se conserva también, del mismo emperador, otra ordenanza que
dirigió a los obispos y en que permite la recuperación de los lugares llamados cementerios”
(Historia Eclesiástica, VII, 13, citado por Íñiguez, 2002, p. 80).
Muy interesante a este respecto es el edicto de Milán, quien decreta la restitución de los bienes de
la iglesia hablando de ella como corporación. La cuestión es cómo puede presentarse la iglesia ante
la autoridad imperial si en el Derecho romano de entonces no existía más capacidad posesoria que
la individual.

Hay que recordar que, según Íñiguez (2002):


En la época clásica y postclásica, la que nos interesa, aparecen ciertos entes corporativos
(corporal, collegia, decuriae, sodalitates) de carácter religioso, de funcionarios o gremial,
que sí tuvieron capacidad para poseer bienes comunes. Quizá la Iglesia se acogió en diversas
regiones y circunstancias a uno de estos títulos para poseer bienes propios, hasta que la paz
de Licinio y Constantino le dieron estatus de religión reconocida por la Administración
imperial (p. 80).
No obstante, también hay que tener en cuenta que, aunque tuvieran cementerios propios, el uso
del cementerio comunitario por parte de los fieles no fue estrictamente obligatorio, aunque sí
vivamente recomendado, como puede deducirse de las quejas de Cipriano contra los que habían
enterrado a sus propios hijos en lugares paganos. Aunque separadas de estos, algunas familias
prefirieron tener tumbas gentilicias propias, no administradas por la autoridad eclesiástica, después
de la paz constantiniana. El ejemplo más célebre de este tipo de necrópolis de derecho privado se
descubrió en 1956 en Roma en la vía Latina. Iniciada en los primeros decenios del siglo IV,
pertenecía a un pequeño grupo de familias pudientes, que quisieron tener sepulcros subterráneos
muy elegantes en su arquitectura, casi completamente cubiertos de decoración pictórica. Los
numerosísimos temas bíblicos escogidos, especialmente del antiguo testamento, son desconocidos
en las catacumbas comunitarias. Incluso se encuentran temas de la mitología pagana. Hoy se sabe
que estos hipogeos de derecho privado son más numerosos de lo que se creía antiguamente.

CEMENTERIOS A CIELO ABIERTO

Como ya se ha dicho, el cristianismo no cambió las costumbres de los pueblos por donde se
difundió si aquéllas no contradecían su fe o su moral. Por esta razón, adoptó para enterrar a sus
muertos la forma común a toda el área mediterránea: tumbas excavadas en la superficie del
terreno destinado a este uso, o en galerías y grandes huecos bajo tierra abiertos por la mano del
hombre, los hipogeos.

LOS TÉRMINOS CEMENTERIO, CATACUMBA Y NECRÓPOLIS


El vocablo corriente en la lengua latina para designar el lugar destinado a enterrar los cuerpos de
los difuntos fue siempre necrópolis, la ciudad de los muertos, heredera de fuentes griegas. Pronto,
cuando el número de los cristianos creció hasta formar un auténtico grupo entre sus
conciudadanos, usaron una nueva palabra para diferenciar las necrópolis paganas de las solamente
cristianas. El neologismo procede de un término, también griego como el anterior: koimao, que
significa dormir. De ahí obtuvieron la palabra coimeterium, de donde procede cementerio, término
que significa lugar de reposo o dormitorio y encierra en su significado la idea judía y cristiana de la
resurrección.

En el cristianismo, la denominación de cementerio aparece ya en Tertuliano y en Hipólito Romano.


La palabra usada en este sentido es característica de hebreos y cristianos. En la literatura pagana,
aunque aparece la idea de la muerte como un sueño, nunca se alude al carácter temporal de este
reposo, que parece lógico en la palabra dormitorio.
Los cristianos también usaron otros términos para referirse a los lugares de sepultura cristianos, de
igual manera se usaba el término depositio, es decir, depósito temporal del cadáver en espera de
una restitución. En África se usa el término área, de uso común en el mundo romano, o
accubitorium, sinónimo de cementerio. En Roma, y generalmente en occidente, coemeterium
indicaba casi siempre todo el lugar de la sepultura, mientras que en Grecia y en Asia Menor puede
significar una tumba particular.
Por su parte, la palabra catacumba tuvo un origen completamente distinto, la denominación
aparece por primera vez en Nápoles en siglo IX.
Desde tiempos antiguos, se denominó con la palabra catacumbas un lugar cercano a la vía Appia
Antica, próximo a la tumba de Cecilia Metella, en el tramo comprendido entre esta y la ciudad de
Roma. Los itinerarios medievales más viejos se refieren a este lugar de enterramiento cristiano
junto a la basílica de San Sebastián como el Cementerio Catacumbas junto a San Sebastián en la
Appia. “Poco a poco, el toponímico catacumbas dejó de serlo para significar “bajo tierra”,
apareciendo la expresión cementerio de catacumbas. Una vez alcanzado este grado de
significación, quedó solamente catacumbas como nombre común que designa concretamente el
cementerio cristiano bajo tierra, siendo común a partir de los siglos XVI y XVII (Íñiguez, 2002, p. 73-
74).
Por esta época comenzó también a difundirse la idea de que las catacumbas habían sido sede del
culto, organización y vida misma de las comunidades cristianas de los primeros siglos, obligadas por
las persecuciones a esconderse. Algún documento literario, como la prohibición de los
emperadores de entrar en los cementerios o las alusiones a la residencia de los papas en ellos, que
hay que entender lógicamente de los anejos a los santuarios allí edificados, confundieron a los
célebres eruditos del pasado, mientras que la leyenda sigue aún arraigada en grupos de esta época.
Aunque han perdido el hechizo de lugares de refugio de los fieles perseguidos, las catacumbas, y en
general los monumentos funerarios paleocristianos, son de las más importantes y, a menudo, las
únicas fuentes para el conocimiento de la jerarquía, de la organización, de las creencias, de la vida
privada y pública en la primitiva comunidad cristiana.
LOS ENTERRAMIENTOS EN GENERAL

El cementerio de superficie es en todo semejante a los actuales, con tumbas en el suelo,


mausoleos, sarcófagos, etc., estos cementerios fueron, en general, familiares, lo que no obsta para
que, en algún caso y con el correr del tiempo, pasasen a ser propiedad de alguna sociedad o
colectividad, como ocurre con el cementerio de los libertos de la familia imperial en Roma. También
existieron cementerios colectivos cuya propiedad detentaron desde su origen asociaciones
religiosas o funerarias, y no surgieron a partir de un cementerio familiar, como en el caso descrito
anteriormente.
Los cementerios bajo tierra, hipogeos, aparecen por dos motivos. En algún caso, como extensión
del cementerio de superficie, familiar o colectivo, cuando llegó este a su saturación; entonces la
familia o la colectividad se vio obligada a buscar un medio para poder seguir usando el cementerio
y, para ello, resolvió excavar galerías bajo tierra, siempre sin que estas excedieran los límites de la
posesión que corresponde a la superficie. En otros casos, el hipogeo se construye directamente
como lugar de enterramiento.

ELEMENTOS DE UN CEMENTERIO DE SUPERFICIE

a. Tumba: La tumba es el lugar donde reposa el cadáver y llega a tener diferentes formas.
La más sencilla consiste en una excavación en la tierra, de unos dos metros por sesenta centímetros
en su plano horizontal, y de un metro a metro y medio de profundidad. Una vez colocado el
cadáver, suele rellenarse el hueco restante con parte de la tierra resultante de la excavación
(Íñiguez, 2002, p. 87).

En la cabecera de cada una se levanta otra losa con el nombre del difunto u otra leyenda fúnebre,
que recibe el nombre de estela.
El deseo de que la tierra vertida no alcance al cadáver ha producido varios modos de
enterramiento. En ocasiones se cava la tumba de manera que quede un escalón a cada lado para,
una vez introducido el cuerpo, colocar tejas romanas, llamadas tégulas, en el escalón y sobre ellas la
tierra. En otras, se revisten los laterales de la fosa, opcionalmente también el fondo, y, sobre el
revestimiento, una o dos capas de regulas formando una especie de caja o sarcófago primitivo que
se cubre finalmente con tejas.

Un modo más complejo de cubrir el cadáver consiste en confeccionar con las mismas tejas una
especie de tejado a dos aguas, apoyado en los laterales de la fosa o en su fondo. Sobre la arista
horizontal que forman los dos planos inclinados, para que por ella no pueda caer tierra sobre el
cadáver, se colocan unas piezas de barro cocido llamadas imbrex (Íñiguez, 2002, p. 89).
También aparecen las llamadas tumbas de pozo, que consisten en aplicar unas tumbas sobre otras,
separadas solamente por una capa de tierra apoyada en tegúlas dispuestas según los modos
anteriores, estas tumbas no son visibles. Por ello, para que sean visibles se excavan pozos
suficientemente anchos como para que quepan en él una o más personas y en sus paredes se
disponen las tumbas en forma de nichos.

b. Túmulo: Se llama túmulo al elemento que se coloca encima de la tumba para protegerla y
señalar su existencia. La forma más sencilla consiste en cubrir con arena la superficie sellada y
cuidar que la vegetación no invada esta superficie. Una estela o cipo colocada verticalmente en la
cabecera de la tumba contribuye a identificar el lugar del enterramiento. Estela y cipo suelen
tomarse como sinónimos, si bien el cipo es un elemento de piedra de mayor grosor e importancia
que la estela.
La forma que recibe propiamente el nombre de túmulo consiste en amontonar la tierra sobrante de
la excavación, después de haber procedido al relleno de la tumba, sobre esta, dándole una forma
semicilíndrica baja y achatada por los extremos. El túmulo así construido puede bañarse con una o
más lechadas de cal formando un recubrimiento blanco y duro que protege y da más prestancia a la
tumba.
El túmulo simple de piedra puede ser sustituido por una pequeña construcción de piedras,
trabajadas por argamasa de cal o de barro.
Alguna vez se aligera el interior por medio de tégulas dispuestas en forma de tejadillo.

c. Sarcófago: "El sarcófago está constituido por una caja de piedra, tallada en una sola pieza o
fabricada con piedras o ladrillos unidos con mortero de cal, cubierta por una tapa de piedra". Dicha
tapa puede ser una simple losa o tallada en forma de tejado a dos aguas o semejante a la cubierta
de acróteras. Las superficies de los lados del sarcófago pueden ser lisas o talladas con elementos
decorativos o figurativos, decoración que se extiende también a la tapa.

d. Ciborio: "Tanto los ciborios como las teglatas no son otra cosa que un templete formado por
un tejadillo sostenido por cuatro columnas en el caso del ciborio, o por dos columnas y una pared
en el caso de la teglata. Su finalidad es proteger de la lluvia o de los rayos del sol una tumba o un
sarcófago.
Los tejados están formados por armaduras de madera que soportan una tablazón, sobre la cual se
colocan las tejas. Las columnas pueden ser de piedra de una sola pieza o partidas en rodajas.
También son posibles las columnas hechas de ladrillos especiales apandillados, cubiertos con una
capa de cal parra militar el mármol. Debieron existir también pies derechos de madera, sobre todo
en las teglatas (Íñiguez, 2002, 95).

La teglata recibe el nombre de protector, y el ciborio puede llamarse también baldaquino o


tegurium.
e. Mausoleo: Enseña Íñiguez (2002):
Los mausoleos de la época correspondiente al primitivo cristianismo pueden catalogarse según dos
grupos: los grandes mausoleos de los emperadores o de otros magnates del Imperio, casi siempre
en forma de una colina artificial y suntuosas arquitecturas, y los pequeños que poblaron la
superficie de los cementerios (p. 96).
Los que interesan a este estudio son los pequeños que consistieron en pequeñas construcciones de
planta rectangular y de una sola altura, destinadas a alojar enterramientos en el suelo, casi siempre
adosados a las paredes y bajo un arcosolio, y vasijas funerarias en hornacinas en las paredes.
Estos mausoleos estuvieron cubiertos por un tejado a dos aguas que protegía una bóveda de cañón
o arista, yeso o ladrillo. Estas bóvedas estuvieron frecuentemente adornadas con pinturas o
mosaicos, y las paredes, con profusión de molduras que enlazaban y bordeaban las hornacinas,
todo ello acompañado de filetes y fondos de diversos colores.

f. Columbario: Los columbarios son edificaciones compuestas por muros gruesos a fin de
proporcionar grandes superficies donde se puedan abrir gran cantidad de nichos para contener las
urnas con las cenizas mortuorias. Naturalmente, nunca fueron cristianos, pues la Iglesia primitiva no
permitió la cremación de los cadáveres. Reciben este nombre por su semejanza con los palomares.

Impropiamente se denomina también columbrado a una forma de edificio funerario semejante a un


mausoleo, pero con los muros más gruesos, en los cuales se alojan series de arcosolios
superpuestos totalmente embebidos en las paredes, muchas veces separados por soleras que
determinan otros tantos pisos, estos sí pueden ser cristianos.

RESUMEN
La concepción de los antiguos sobre la muerte influyó en el modo de enterrar a los muertos. Los
diversos ritos y costumbres que se encuentran entre los cristianos tienen su origen no sólo en la
propia doctrina cristiana, sino también en la cultura judía y pagana en que el Evangelio nació y se
extendió. En el desarrollo y conservación de los cementerios cristianos tuvo mucha importancia el
culto a los mártires y confesores de la fe, ya que la búsqueda de sus sepulcros y las peregrinaciones
a los cementerios condujeron a ello. A partir del siglo III los cristianos tuvieron lugares de reposo
para los difuntos propios distintos de las necrópolis paganas, si bien no era obligatorio, aunque sí
recomendado, enterrar en ellos.
<<>>>>>>>>>>>
BIBLIOGRAFÍA
1. Álvarez Gómez, J. (2005). Arqueología cristiana (reimpresión). Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos.
2. De Santis, P. (2008). Riti funerari, en Nuovo Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane,
Genova-Milano: Instituto Patristico Agustinianum, v. III, pp. 77-101.
3. Fasola, U. M. Cementerio, en Diccionario Patrístico y de la Antigüedad Cristiana, Salamanca:
Ediciones Sígueme, v. I, pp. 398-406.
4. Íñiguez Herrero, J. A. (2002). Tratado de Arqueología cristiana. Pamplona: EUNSA.
5. Testini, P (1980). Archeologia cristiana. Bari: Edipuglia.

También podría gustarte