009 - Hessen - Criterio de Verdad en El Conocimiento
009 - Hessen - Criterio de Verdad en El Conocimiento
009 - Hessen - Criterio de Verdad en El Conocimiento
1. El concepto de la verdad
Fáltanos por investigar una última cuestión: la del criterio de la verdad. No es bastante que
nuestros juicios sean verdaderos; necesitamos la certeza de que lo son. ¿Qué nos presta esta certeza? ¿En
qué conocemos que un juicio es verdadero o falso? Ésta es la cuestión del criterio de la verdad. Antes de
poder responderla necesitamos tener un concepto claro de la verdad.
Hemos hablado ya con frecuencia de este concepto. En la descripción del fenómeno del
conocimiento encontramos que, para la conciencia natural, la verdad del conocimiento consiste en la
concordancia del contenido del pensamiento con el objeto. Designamos esta concepción como el concepto
trascendente de la verdad. Pero frente a éste hay otro que podemos designar como concepto inmanente
de la verdad. Según éste, la esencia de la verdad no radica en la relación del contenido del pensamiento
con algo que se halla frente a nuestro pensamiento, algo trascendente al pensamiento, sino con algo que
reside dentro del pensamiento mismo. La verdad es la concordancia del pensamiento consigo mismo. Un
juicio es verdadero cuando está formado con arreglo a las leyes y a las normas del pensamiento. La verdad
significa, según esto, algo puramente formal; coincide con la corrección lógica.
La decisión sobre cuál de ambos conceptos de la verdad sea el justo, se halla implícita en la posición
que hemos tomado en la discusión entre el idealismo y el realismo. Creímos deber decidir esta discusión a
favor del realismo. Esto significa rechazar el concepto inmanente de la verdad; pues este concepto puede
caracterizarse igualmente como concepto idealista de la verdad. Este concepto sólo tiene sentido en el
terreno del idealismo. Pues sólo si no hay objetos extra‐conscientes reales tiene sentido concebir la verdad
de puro modo inmanente. Esta concepción es entonces necesaria. Pues si no hay objetos independientes
del pensamiento sino que todo ser se halla dentro de la esfera de éste, la verdad sólo puede residir en la
concordancia mutua de los contenidos de aquél, en la corrección lógica.
Como hemos visto, esta posición, defendida por Kant, no puede sostenerse. El dilema es: o se
borran las cosas en sí y se estatuye un riguroso idealismo, como ha hecho el neo‐kantismo, desarrollando
las ideas kantianas, o se reconocen objetos reales, independientes de la conciencia, como ha hecho el
mismo Kant. Pero en este caso es imposible prescindir de la relación con los objetos en los conceptos del
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conocimiento y de la verdad. También en Kant representan los objetos un papel importante en la
explicación genética del conocimiento. Ellos son la causa de las sensaciones, que se producen porque las
cosas en sí afectan nuestra conciencia. Cierto que las sensaciones carecen, según Kant, de todo orden y
determinación. Pero como ya vimos anteriormente, el hecho de que apliquemos a las sensaciones ya esta,
ya aquella forma de la intuición o del pensamiento, hace menester que supongamos un fundamento
objetivo del mismo en el material de las sensaciones. Aunque el espacio y el tiempo sólo existan
formalmente en nuestra conciencia, debemos admitir que los objetos tienen en sí ciertas propiedades que
nos inducen a emplear esas formas de la intuición. Y lo mismo cabe decir de las formas del pensamiento,
de las categorías. Aunque la causalidad sea primariamente una forma del pensamiento, necesitamos
suponer que tiene un fundamentum in re, si queremos explicar el hecho de que determinadas
percepciones nos induzcan a emplear justamente esta categoría. Exactamente observa Heinrich Maier: "Ya
la forma en que los elementos de nuestras representaciones de la realidad aluden a lo transubjetivo nos
fuerza a suponer en esta x cierta estructura, ciertas propiedades positivas", (Psicología del pensamiento
emocional, p. 328).
Pero esta manera de ver, se objetará, ¿no nos hace tornar a aquel concepto del conocimiento que
considera éste como una reproducción, una copia del mundo objetivo y que hemos declarado exclusivista
e inadmisible? Esta objeción, empero, es precipitada. Descansa en este dilema: el conocimiento es o una
producción o una reproducción del objeto. Pero esta disyuntiva es incompleta. Con razón advierte Külpe:
"Hay que guardarse de la disyuntiva incompleta según la cual el conocimiento es necesariamente o una
creación o una copia. Hay un tercer término: una aprehensión de las realidades no dadas, pero que se
revela por medio de lo dado" (Realización, I, p. 238). Nuestro conocimiento está y estará en relación con
los objetos. No hay idealismo que pueda soslayar este punto. Pero esta relación no necesita consistir en
una reproducción; basta admitir que entre el contenido del pensamiento y el objeto existe una
coordinación, una relación regular. Los contenidos de nuestro pensamiento no son reproducciones, sino
más bien "símbolos de las propiedades transubjetivas", para hablar con Maier (p. 335). Pero, añade, "este
conocimiento simbólico‐abstracto es capaz de penetrar profundamente en el reino de lo transubjetivo" (p.
328).
De este modo venimos a confirmar la concepción que la conciencia natural tiene del conocimiento
humano y que describimos al principio. Pero esta confirmación significa a la vez una depuración crítica de
aquella concepción. La idea básica, según la cual el conocimiento representa una relación entre un sujeto
y un objeto, ha resultado sostenible. Pero con este concepto del conocimiento queda justificado también,
en principio, el concepto de la verdad que tiene la conciencia natural. Para ésta es esencial la relación del
contenido del pensamiento con el objeto. Esta relación no significa, empero, una reproducción, sino una
coordinación regular, y aquí es donde la concepción natural sufre una corrección.
El idealismo representa el intento de suprimir el dualismo del sujeto y el objeto en el problema del
conocimiento y de estatuir un monismo epistemológico. El idealismo hace este intento, porque cree poder
suprimir de este modo todas las dificultades inherentes al problema del conocimiento. Pues éstas le
parecen tener su causa más profunda en dicho dualismo. Pero esta interpretación monista del fenómeno
del conocimiento violenta la realidad. Se funda, en efecto, en hacer valer una sola de las tres esferas a que
toca el fenómeno del conocimiento. Esta esfera es la lógica. El aspecto psicológico y el aspecto ontológico
del fenómeno del conocimiento son escamoteados, por decirlo así, en favor del lógico. Por eso pudimos
designar esta posición con el nombre de logicismo.
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2. El criterio de la verdad
La cuestión del criterio de la verdad está en conexión estrechísima con la cuestión del concepto de
la verdad. Esto puede demostrarse fácilmente en el idealismo lógico. La verdad significa para él, como
hemos visto, la concordancia del pensamiento consigo mismo. ¿En qué podemos conocer esta
concordancia? La respuesta dice: en la ausencia de contradicción. Nuestro pensamiento concuerda consigo
mismo cuando está libre de contradicciones y sólo entonces. El concepto inmanente o idealista trae
consigo necesariamente el considerar la ausencia de contradicción como criterio de la verdad.
Pero este criterio fracasa tan pronto como no se trata de objetos ideales sino de objetos reales o
de objetos de conciencia. Para este caso necesitamos buscar otros criterios de a verdad. Detengámonos
ante todo en los datos de la conciencia. Poseemos una certeza inmediata del rojo que vemos o del dolor
que sentimos. Aquí tenemos otro criterio de la verdad. Consiste en la presencia o realidad inmediata de
un objeto. Según esto, son verdaderos todos los juicios que descansan en una presencia o realidad
inmediata del objeto pensado. Se habla también de una "evidencia de la percepción interna" (Meinong).
Lo mismo quiere decir Volkelt cuando habla de una "autocerteza de la conciencia". Ésta es para él "un
principio de certeza absolutamente último" (Certeza y verdad, p. 69). Caracteriza esta certeza más
concretamente como una certeza prelógica. Esto significa que en esta certeza todavía no tiene parte el
trabajo del pensamiento. Volkelt incluye en esta clase de certeza, no sólo la percepción inmediata de
determinados contenidos de conciencia, sino también la de las relaciones existentes entre ellos. En el
círculo de la autocerteza de la conciencia no sólo entra el juicio "veo un negro y un blanco", sino también
el juicio "el negro es distinto del blanco". Esto se funda en que "simultáneamente con estos dos contenidos
de la sensación, que llamamos negro y blanco, con arreglo al lenguaje usual, nos es dada su diversidad" (p.
99).
Ahora bien, cabe preguntar si el criterio de la evidencia inmediata es válido, no sólo para los
contenidos de la percepción, sino también para los contenidos del pensamiento. Esta cuestión equivale a
la de si además de la evidencia de la percepción hay una evidencia del pensamiento conceptual y si
podemos ver en ella un criterio de la verdad.
Muchos filósofos responden, desde luego, afirmativamente a esta cuestión. Esta afirmación puede tener
un doble sentido. Se puede entender por evidencia algo irracional y algo racional. En el primer caso, la
evidencia es sinónimo del sentimiento de evidencia, esto es, de una certeza emocional inmediata. Este
sentimiento se da en todo conocimiento intuitivo. Representa algo subjetivo y no puede pretender, por
tanto, validez universal. La peculiaridad de la certeza intuitiva consiste justamente en que no puede ser
probada de un modo lógicamente convincente, universalmente válido, sino que sólo puede ser vivida
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personalmente. Pero esto no significa en modo alguno renunciar a la objetividad. El juicio "una
personalidad moralmente pura encarna un valor moral más alto que un hombre entregado a bajos goces",
expresa un hecho ético objetivo y puede, por ende, pretender la objetividad, aunque no quepa obtener
por la fuerza de la lógica su reconocimiento y carezca, por lo tanto, de validez universal. Hay que distinguir
entre la objetividad y la validez universal. Muchas objeciones contra la intuición y el conocimiento intuitivo
descansan justamente en no saber distinguir entre la objetividad y la validez universal del conocimiento.
Todo conocimiento científico posee validez universal. Cabe identificar el conocimiento científico
con el conocimiento universalmente válido. Por consiguiente, no puede tomarse en consideración la
evidencia en el sentido descrito, como criterio de la verdad, en la esfera teórica y científica. Si alguien
quisiera, por ejemplo, justificar las leyes supremas del pensamiento acudiendo al sentimiento de evidencia
que acompaña la comprensión de estas leyes, y dijese, verbigracia: "estos juicios son verdaderos, porque
me siento íntimamente compelido a tenerlos por verdaderos", ello significaría renunciar a la validez
universal y, por ende, poner fin a toda filosofía científica.
Sin duda hay también una evidencia en la esfera del pensamiento. Juicios como "todos los cuerpos
son extensos" o "el todo es mayor que la parte" son juicios cuya verdad brilla inmediatamente para
nosotros. Pero no puede considerarse la evidencia como la verdadera base de la validez de estos juicios.
La evidencia sólo es la forma en que lo lógico se hace sentir en nuestra conciencia. "Lo único que cabe
decir es que la pura necesidad objetiva de lo lógico se presenta subjetivamente a nuestra conciencia en la
forma de una certeza inmediata [...] Por eso, cuando se trata de fundamentar lógicamente un juicio, no
puede responderse a la pregunta de en qué consiste el criterio de la rectitud de la fundamentación,
diciendo que consiste en la certeza inmediata con que el juicio se impone; sino que hay que decir que
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consiste sólo en que el fundamento aducido funde el juicio en cuestión de un modo lógicamente
convincente" (Volkelt).
El fundamento lógico de los dos juicios citados no reside en la evidencia, sino en las leyes lógicas
del pensamiento. Si analizamos el concepto de cuerpo, encontramos en él la nota de la extensión; asimismo
encontramos, al analizar el concepto de "todo", que éste es necesariamente mayor que su parte. En estos
análisis de conceptos dirígennos las leyes lógicas del pensamiento, el principio de identidad y el principio
de contradicción En ellas radica últimamente la verdad de aquellos juicios. Quien no reconoce aquellos
juicios niega indirectamente las leyes lógicas del pensamiento. Estas constituyen, por ende, el último
fundamento de la validez de aquellos juicios.
Si preguntamos cuál es el fundamento de las mismas leyes supremas del pensamiento, es evidente
que estas leyes tienen que fundarse en sí mismas. Pero esta autofundamentación no reposa a su vez en la
evidencia, sino en el carácter de supuestos necesarios de todo pensamiento y conocimiento que tienen
esas leyes. En estas leyes se revela la estructura, la esencia del pensamiento. No son otra cosa que
formulaciones de las leyes esenciales del pensamiento. Su negación significa, por ende, la anulación del
pensamiento mismo. Todo pensamiento y conocimiento es imposible sin ellas. En esto reside su
justificación. Es ésta aquella fundamentación que Kant expuso por vez primera, designándola como
"deducción trascendental".
Pero hay principios del conocimiento que no pueden reducirse a las leyes lógicas del pensamiento.
Tal es, por ejemplo, el principio de causalidad. Como veremos más tarde, no es posible fundamentar este
principio por el camino del análisis de los conceptos. Sólo es posible también darle una fundamentación
trascendental. Reside ésta en el carácter que el principio de causalidad tiene de supuesto necesario, no de
todo conocimiento y pensamiento, pero sí de todo conocimiento científico real, dirigido al ser y al devenir
reales. En la esfera del ser y el devenir reales no podemos dar un solo paso de conocimiento, si no partimos
del supuesto de que todo cuanto sucede tiene lugar regularmente, está dominado por el principio de
causalidad. El fundamento tampoco en este caso reside, pues, en la evidencia, sino en la significación de
este principio destinado a servir de fundamento al conocimiento. En general podemos decir con Switalski:
"Lo que garantiza la validez de los principios no es la vivencia matizada de la evidencia, sino la íntima
intuición de la fecundidad sistemática de los mismos" (Problemas del conocimiento, II, p. 13).
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