Veraneando en Zapallar

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EDUARDO VALENZUELA OLIVOS: (1882-1948)

OBRAS: Una aventura de Manuel Rodríguez; La Epopeya


de Iquique; Doña Paula Jara Quemada.

VERANEANDO EN ZAPALLAR.

ACTO UNICO

La escena representa el patio de la casa de don Proco-


pio Rabadilla. En primer término, a ambos lados, puertas
que dan acceso a habitaciones interiores. Alegran el patio
numerosas matas de zapallo, con sus frutos, destacándose
visiblemente.
Al levantar el telón, don Procopio está sentado leyendo
atentamente el diario; doña Robustina examina unos figuri-
nes de modas, junto a una mesita de bambú.
Hay varias sillas en amable desorden.

ESCENA PRIMERA

Procopio y Robustina.

Procopio.- (leyendo un diario).- “Se encuentran veranean-


do en Zapallar el talentoso abogado don Proco-
pio Rabadilla, su distinguida esposa doña Ro-
bustina Jaramillo y sus encantadoras hijas Am-
paro, Consuelo y Esperanza. ¡Qué tal el parrafi-
to!

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Robustina.- Procopio...no me saques de mis casillas. En
lugar de agradecerme lo que hago por prestigiar
nuestro nombre... por asegurar el porvenir de
nuestras hijas...por darte brillo...

Procopio.- Si...ya lo tengo en la tela de mis trajes.

Robustina.- Intentas burlarte de mí... Procopio vulgar, hom-


bre inútil.

Procopio.- Mujer, no me insultes, si no quieres que...

Robustina.- Infame. Abogado sin trabajo.

Procopio.- (sin hacerle caso).-...Veraneando en Zapa-


llar...Afortunadamente no mentimos porque, es-
te último patio de la casa ostenta unas hermo-
sas matas de esa sabrosa legumbre.

Robustina-. Claro. Muy justo. Muy natural. ¿Qué habrían


dicho las amistades si hubieran sabido que nos
quedábamos en Santiago?...

Procopio.- Eres insoportable, mujer, con tus pretensiones


ridículas. Tan bien que estaría yo a estas horas,
dándome un paseo por las piscinas...

Robustina.- Atisbando a las lolas... a las bañistas... Si te


conozco, Procopio. Si sé que eres un eterno
enamorado.

Procopio.- Exageras, mujer. Lo que hay es que soy aficio-


nado a la geometría, y estudio en el terreno las
rectas, las curvas, los catetos y las hipotenu-
sas...

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Robustina.- Pues, si quieres estudiar matemática, no tienes
más que encerrarte en tu cuarto.

Procopio.- ¡Ay, la suspirada libertad! Y se dice que las mu-


jeres no mandan. Yo no sé qué más pretenden
las señoras con sus teorías feministas.

Robustina.- Nosotras somos las mártires del deber...

Procopio.- Y nosotros los mártires para pagar las cuentas


de la modista, del lechero y de todo...¡Ah!, esta
vida es horrible, desesperante. (En alta voz y
paseándose a grandes pasos) ¡Cómo encontrar
consuelo, cómo hallar una esperanza, en dónde
buscar amparo a esta crítica situación...!

ESCENA SEGUNDA

Dichos, Amparo, Consuelo y Esperanza.

Amparo (entrando).- ¿Nos llamabas papá?

Consuelo (entrando).- Aquí estamos...

Esperanza (entrando).- ¿Qué deseas?

Procopio (primero extrañado, y recordando después).-


Ah, de veras. Me olvidaba, hijas mías, que os
llamáis Amparo, Consuelo y Esperanza, aunque
precisamente sois lo contrario de esos dulces
nombres.

Amparo.- ¿De qué conversabais?...

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Robustina.- ¿De qué ha de ser, hijas mías? De nuestra si-
tuación: de que tu padre no cesa de protestar
por el encierro voluntario a que nos hemos so-
metido para guardar las apariencias.

Consuelo.- Es una situación atroz...

Esperanza.- Horrible.

Consuelo (a don Procopio).- ¿Cómo no lograste, papá,


juntar dinero para salir a las playas?...

Procopio.- Porque los juicios son pocos. Ya la gente no li-


tiga como antes. Ya se está convenciendo de
la verdad de que “más vale un mal arreglo que
un buen pleito”. Y porque finalmente todo os lo
habéis gastado vosotras en trajes, zapatos, bai-
les, etc...

Amparo (escandalizada).- ¿Has oído, mamá?

Robustina.- No le hagas caso. Por él ojalá salierais voso-


tras con trajes de percal, o sin trajes. Vuestro
padre no sabe de lujo, ni de distinción (despre-
ciativamente), Desciende de la familia de los
Rabadilla... mientras que yo soy noble y de an-
tigua estirpe...(con mucha dignidad y orgullo).
Soy de los Ja-ra-mi-llos... Entre mis antepasa-
dos se encuentran un general y un obispo. Se-
ría pedir peras al olmo, pedirle a tu padre distin-
ción, chic..., savoir faire..., confort. No pertene-
cerá jamás a la élite...

Procopio.- ¿Quieres traerme el diccionario, Amparo, para ir


traduciendo lo que me dice tu madre?...Es una
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suerte que me insulte en francés, porque así no
me entero inmediatamente...

ESCENA TERCERA.

Dichos y Luchito.

Luchito (entrando).- ¿Hay dificultades?

Procopio.- Sí, hijo mío tu madre...

Robustina.- Tu padre era el que...

Luchito.- En fin, la paz se ha restablecido. Me alegro.

Procopio.- ¿Estabas estudiando?

Luchito.- Sí, papá. Inglés. Es difícil, pero ya me va gus-


tando.

Procopio.- Muy bien. Es un ramo útil. Sobre todo para en-


tenderse con los gringos. Tú sabes que siem-
pre andan como nubes por todas partes...

Robustina.- ¿Y cómo andan los repasos de geografía?


Luchito.- Te diré. De la geografía no me preocupo mu-
cho, porque se está modificando constantemen-
te.

Consuelo (siguiendo la conversación que ha mantenido


con sus hermanas en un grupo aparte; en pri-
mer término).- ¿Qué será de Carlos?...

Amparo.- ¿Y de Ernesto?...

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Esperanza.- Es terrible no tener noticias de nuestros no-
vios.

Consuelo.- De seguro que irán a Zapallar por vernos.

Amparo.- ¿Y al no encontrarnos, se pondrán a cortejar a


otras?

Esperanza.- Por Dios. No quiero figurármelo. (Siguen


conversando entre sí, animadamente).

Procopio (a Luchito).- Es una vergüenza. Reprobado en


tres exámenes. Y en cada uno con tres negras.

Robustina.- Si hubiera sido con una solamente, habrías


pasado bien.

Luchito.- Lo mismo digo yo. Mi ideal habría sido salir con


una sola negra... (Aparte). Con una negra píca-
ra: la Teresita que me quiere mucho... En fin,
echaremos un vistazo a la ciudad. Treparemos
al observatorio. (Trepa en la escala que está
apoyada en el muro.) Caracoles. ¿Qué es eso?
¿Una humareda en la casa vecina?...

Procopio (temeroso).- Deja ver. (Sube a la escala.) ¡Dios


mío lo que faltaba: un incendio...Habrá que ir
poniendo en salvo los muebles...

Consuelo.- ¡Ay, Dios mío!

Esperanza.- Ampáranos, Virgen de los afligidos.

Luchito.- ¡Qué situación más ridícula!

Procopio (a Luchito).- Corre. Grita. Llama a las bombas.


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Robustina.- No...No...

Todos.- ¿Eh?...

Procopio.- Pero, mujer, ¿qué pretendes?

Robustina.- Nada, que no podemos salir. (Imperiosamente)


...Que no sale nadie.

Procopio.- Pero, ¿Estás loca, mujer?

Robustina.- Nosotros no estamos aquí. Estamos en Zapa-


llar, ¿entiendes? Si la casa se quema, nos
quemaremos en ella.

Procopio.- No me agrada la perspectiva...

Amparo.- Pero, ¿qué hacemos?

Consuelo.- Hay que pensar algo.

Esperanza.- Yo me siento mal.

Luchito.- Yo protesto.

Robustina.- Chit...Ni una palabra. El ridículo sería espan-


toso. A ver, Luchito. Sube al observatorio. Ve
si cunde el incendio.

Luchito.- No. El humo disminuye. Parece que el fuego


ha sido sofocado por los propios moradores.

Consuelo.- ¡Gracias, Dios mío!

Procopio.- Respiro.
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Amparo.- San Antonio Bendito ha hecho un milagro.

Esperanza.- No. Ha sido San Expedito, santo que hace las


cosas ligerito.

Amparo.- Yo le hice una manda.

Esperanza.- Y yo también.

Amparo.- Yo un paquete de velas para su altar.

Esperanza.- Y yo otro.

Amparo.- Bueno, papito. Danos la plata para comprar las


velas.

Procopio.- Pero, entonces, ¿qué gracia tiene que ustedes


hagan la manda?

Amparo.- Es que nosotros ponemos la intención, pero tú


pones la plata...

Procopio.- Lo de siempre: yo soy el eterno paga-


dor...Bueno, niñas. Ya se está oscureciendo y
es conveniente que os dediquéis a hacer vues-
tras labores. (Se van Amparo, Consuelo y Es-
peranza.) (A Luchito):Tú, estudiante reprobado,
a pesar tus libros. A ver cómo sales en marzo.
(Se va Luchito.) (A su mujer): Tú querida Ro-
bustina, a zurcirme los calcetines. En estos
tiempos no se pueden comprar nuevos... Y yo...
me largo a la calle.

Robustina.- ¿Eh?

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Procopio.- Claro, mujer. A comprar provisiones para el día
de mañana.

Robustina.- De veras. Me olvidaba. Bueno. Puedes salir,


pero vuelves luego.

Procopio.- ¡Ah, claro! Anda, tráeme el sombrero y el sobre-


todo.
(Se va Robustina.)

ESCENA CUARTA

Procopio solo. Luego, Robustina.

Procopio (solo).- Al fin. Voy a respirar aire, a estar un ra-


to en libertad, lejos de la férula de esta Reina
del hogar. Compraré las provisiones de cos-
tumbre, las dejaré encargadas donde un amigo
de confianza -en casa de Jerez-, en seguida iré
a echar una modesta cana al aire y a beber
unas copitas con unos buenos amigos que es-
tán veraneando como yo. Este Jerez es muy
diablo. Anoche me facilitó para los efectos de
esta aventura una barba postiza, con la cual
podré andar tranquilo, sin que nadie me reco-
nozca. (La saca del bolsillo y la examina.) Por
cierto que no le he dicho ni una palabra a mi
mujer de este disfraz. (Hace aspavientos y
habla mientras oculta la barba en su bolsillo.)

Robustina (entrando y sorprendiéndolo).- ¿Qué es


eso?...¿Qué estás hablando solo? ¿Qué signifi-
can esos movimientos?

Procopio.- Problemas, hija mía. Problemas...


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Robustina.- ¡Ah!

Procopio (después de ponerse el sobretodo y el sombre-


ro).- Bueno, mujer. Hasta luego.

Robustina.- No tardes, ¿eh?...Y mucha discreción.

Procopio.- Pierde cuidado. Hasta luego, esposa mía. Ro-


bustina...

Robustina.- Válgame, Dios. Lo que cuesta mantener el


prestigio de nuestra posición social.

ESCENA QUINTA.

Robustina y Amparo.

Amparo (entrando).- ¿Y papá?...


Robustina.- Salió ya, hija mía.

Amparo.- ¡Qué contrariedad! Yo tenía que hacerle unos


encargos y...

Robustina.- Los dejas para mañana, entonces. No hay


más remedio.

Amparo.- ¡Qué rabia me da no poder salir a la calle; pasar


al correo, ver si hay cartas!...

Robustina.- ¿Carta de quién?

Amparo.- De las amigas, naturalmente. (Aparte.) Y si hay


alguna del novio, tanto mejor ¿Qué será de Er-
nesto?...
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Robustina.- ¿Cómo Ernesto?... ¿No es tu novio Aga-
meón?...

Amparo.- No es: era.

Robustina.- ¿Cómo así?...Explícate, porque yo francamen-


te no me doy cuenta de estos cambios tan re-
pentinos. Por lo demás eres poco expansiva
con tu madre. ¿Quién es ese Ernes-
to?...¿Dónde lo conociste?...

Amparo.- En casa de los Gómez. Tú sabes que todos los


martes tienen sus reuniones. Pues...en una de
ellas fui presentada a él. Simpatizamos en el
acto... Es un mozo muy guapo, viste muy bien,
está empleado en un ministerio. En fin, es un
excelente partido. Yo no he querido decirte na-
da, porque no tenía seguridad de sus intencio-
nes, ni si todo iba a reducirse a simples conver-
saciones, pero parece que Ernesto piensa se-
riamente.

Robustina.- Me alegro mucho, hija mía. Pero Aga-


meón...¿Qué irá a decir Agameón?...

Amparo.- Nada. ¿Qué puede decir?... No me gusta ese


hombre. No tiene dónde caerse muerto. Es
muy antipático. Y luego el nombre que lleva, tan
largo y tan feo: A-ga-me-nón. Hágame el favor,
mamá, de no hablarme más de él.

Robustina.- Pero de todos modos, habría que darle alguna


explicación.

Amparo.- Ninguna, mamá. Porque has de saber también


que a tu candidato Agamenón se le ha visto
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cortejando a la Rosa del Campo, a la Violeta del
Valle, a la Hensia de los Ríos, a la Margarita
Montes, a la...

Robustina (Interrumpiéndola).- Basta, hija mía. Se ve que


ese individuo no es un hombre: es un picaflor.
Es un pájaro de cuentas. Has hecho bien en
darle calabazas.

ESCENA SEXTA

Dichos, Consuelo y Esperanza.

Consuelo (entrando).- No, si quien las ha dado ha sido él.

Robustina.- ¿Cómo es eso?...¿Estabas escuchando? Eso


es muy feo.

Esperanza (a Consuelo).- Faltas a la verdad. He sido yo la


que lo ha despedido. No soy como tú, que des-
esperas porque no encuentras un novio a tu
gusto. A mí me sobran.

Consuelo (irónicamente).- Las ganas.

Robustina.- Pero, qué barbaridad. Parece que los senti-


mientos fraternales desaparecen al tratarse de
estos asuntos.

Esperanza.- Es que son muy delicados.

Amparo.- Bueno. Basta. Será como ustedes quieran. Pe-


ro es el hecho que yo seré la primera en con-
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traer nupcias. Porque lo que eres tú (refirién-
dose a Consuelo) no te fíes de tu cadetito.

Consuelo.- ¿Te da envidia?...

Amparo.- Lástima. Porque suponiendo que te fuera bien


hasta la terminación de sus estudio -lo que se-
ría un milagro-, cuando ingresara al ejército
habría que pedir permiso para que se pudiera
casar contigo. Son muchos trámites. Hay que
gustarle a los padres, a los hermanos, a los tí-
os, a todos los parientes, y todavía hay que
gustarle al gobierno. Es terrible.

Robustina.- Podías aprender de vuestra hermana menor.


Tiene más sentido práctico.
Esperanza.- Sí, mamá. Yo no deseo jóvenes arrogantes,
guapos, o con vistosos uniformes. Prefiero un
señor de edad.

Amparo.- ¡Qué horror!

Consuelo.- ¡Qué atrocidad!

Esperanza.- Un señor de edad, pero con dinero, que me dé


lujo, que me dé gusto en todos mis deseos, que
me compre joyas, trajes y auto. No desespero
encontrarlo.

Amparo.- ¿Pero no te atrae el amor, la juventud, la simpa-


tía que emanan de las miradas cariñosas, la
emoción que experimentamos al ver de impro-
viso al ser amado?...

Esperanza.- Sí. Todo eso es muy lindo, muy encantador,


muy poético. Pero no se encuentra fácilmente,
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y, sobre todo, a nuestro alcance, un novio que
sea al mismo tiempo joven rico, e inteligente, y
en la imposibilidad de encontrar las cosas al
gusto de una, opto por lo práctico, por un señor
de edad que tenga dinero.

Consuelo.- Lo que desea ésta (señalando a Esperanza) es


quedar viuda, joven y con plata. Un partido
ventajoso, como dicen los hombres.

Robustina.- Bueno. Basta de charlas, y a descansar. Está


un poco fría la noche, y no conviene estar al se-
reno. Fácilmente se puede coger un resfrío.

Consuelo.- Está bien mamá. Nos vamos. (se van todas a


sus habitaciones.)

ESCENA SÉPTIMA.

Luchito, solo.

(Saliendo en puntillas de su habitación, y con el sombrero


en la mano, en actitud de salir.)

-Nadie. No hay nadie afortunadamente. Lo que es yo me


escurro con todo sigilo. Estoy harto de inglés,
de matemáticas y de geografía...
(Se va sin hacer ruido.)

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ESCENA OCTAVA

Amparo, sola.

(Entrando pensativa.)
Amparo.- -¿Qué será de Ernesto? La última vez que lo
vi, fue a la salida de misa...(Se oye ruido en el
patio de una de las casas vecinas.) (Alarmada):
¿Quién podrá ser si no hay nadie allí ahora?
¿Habrá entrado algún ladrón?...

ESCENA NOVENA.

Amparo y Ernesto.

Ernesto (asomando arriba del tejado, por la casa veci-


na).- Soy yo, Ernesto.

Amparo.- Cielos, ¡qué placer! ¿Tú aquí?...Pero, ¿a qué se


debe esta sorpresa? ¡Qué vergüenza me da al
mismo tiempo!

Ernesto.- Amor mío, “a Zapallar me dijiste que te ibas”, y


a Zapallar fui. No estabas. Entonces dije: “Esta-
rá en otro Zapallar”... Y, efectivamente, aquí te
veo.

Amparo.- Pero, ¿cómo...cómo has sabido?

Ernesto.- Por una casualidad. Verás. Rondaba frente a


tu casa, imaginándome verte en los balcones,
fresca como una rosa y encantadora como
siempre, cuando con gran asombro mío veo sa-
lir sigilosamente a tu hermano Luis; ¡tate! me di-
je. Aquí hay gato encerrado. Y como tocó la
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coincidencia que la casa vecina estaba desocu-
pada, aquí me tienes.

Amparo.- Bueno, Ernesto; pero no vaya a verte alguien


en esa postura, con lo cual nos comprometerí-
as. Voy a abrirte la puerta de calle y conversa-
remos unos pocos minutos con más tranquili-
dad.

Ernesto (asustado).- ¡Ay!

Amparo.- ¿Qué es eso?

Ernesto.- Que me parece que tiembla...

Amparo.- De veras. Por Dios, bájate.

Ernesto.- Hasta luego.

(Ernesto desaparece tras el tejado).

ESCENA DÉCIMA

Amparo, Consuelo, Esperanza y Robustina.

Consuelo (entrando).- Mamá...mamá. Está temblando...

Esperanza.- ¡Dios mío, qué susto!

Consuelo.- Amparo...

Esperanza.- Lucho...

Consuelo.- Salgamos a la calle.

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Robustina.- No. A la calle, no. Por nada del mundo.

Consuelo.- Yo me siento mal.

Esperanza.- Las piernas no me sostienen.

Amparo.- Y parece que sigue todavía.

Consuelo.- Con seguridad que va a venir otro remezón.


Nunca viene uno solo.

Esperanza.- Siempre me acuerdo del terremoto de...

Consuelo (asustadísima).- ¿No lo decía?...Otra vez...y


con un ruido infernal.

Amparo.- Corramos a la calle.

Cosuelo.- Salgamos, sí. (Llamando.)Lucho...Lucho...

Esperanza.- Parece que no está. ¿Habrá salido?

Robustina (imperativa).- Bajad la voz, y estaos quietas.


Aprended de vuestra madre... (Aparte), que
tampoco las tiene todas consigo.¿No veis?...Ya
pasó. (Pequeña pausa.) ¡Ea! A recogeros, ni-
ñas, que ya es hora de entregarse al reposo. En
cuanto a ese insubordinado de Lucho...mañana
arreglaremos cuentas.

Consuelo.- Cualquiera duerme tranquila.

Esperanza.- Esta vida es insufrible.

Robustina.- Basta de rezongos.

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Consuelo.- Cualquiera encuentra marido con esta situa-
ción.

Esperanza.- Nadie quiere casarse...

Robustina.- Paciencia, hijas mías.

Consuelo.- Buenas noches, mamacita.

Esperanza.- Que reposes bien.

Robustina.- Lo mismo digo, hijitas. Hasta mañana.

(Se van primero Consuelo, Amparo y Esperanza por distin-


tas puertas; luego, Robustina.)

ESCENA UNDÉCIMA

Amparo, sola.

(Saliendo de su cuarto y entrando a escena de puntillas.)

Amparo.- -El pobre Ernesto debe estar esperándome.


Voy a abrirle la puerta y charlaremos un mo-
mento. En seguida vuelvo.

ESCENA DUODÉCIMA.

Amparo y Ernesto.

Amparo.- Chit...Calladito. Que nadie se entere.

Ernesto.- Nadie, alma de mi alma... (le declara cómica-


mente su amor)
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............................................................................
Amparo.- ¿Y cuentas ya con algo para nuestra boda?...

Ernesto.- Cuento con la muerte de mi tío y padrino Se-


bastián, que, como no tiene familia y me profe-
sa un cariño entrañable, me instituirá su único
heredero.

Amparo.- ¿Y tendremos que esperar que fallezca para


ver realizados nuestros ideales?...¡Qué triste y
fúnebre es eso!

Ernesto.- La vida es así (filosóficamente). “De la muerte


nace la vida, en una constante renovación...”
que sería largo explicarte...porque los minutos
son preciosos. ¿Me quieres mucho, verdad?

Amparo.- ¿Y me lo preguntas, ingrato? Te amo locamen-


te. Pienso en ti a todas horas. Sueño contigo
casi todas las noches.

Ernesto.- ¿Qué sueñas? Dime.

Amparo.- Sueño que yo estoy toda vestida de blanco, tú


de frac, correctísimo, y frente a nosotros...el sa-
cerdote bendiciéndonos. Cincuenta automóvi-
les lo menos, esperando afuera en la calle la
salida de la concurrencia...

Ernesto.- Yo sueño lo mismo, pero en una parroquia


humilde. (Aparte) Así se gasta menos.

Amparo.- ¡Qué ocurrencia! Y, ¿el qué dirán?

Robustina (adentro).- Auxilio... Amparo... Consuelo... Es-


peranza.
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Amparo.- Virgen santa. ¿Qué ocurrirá?... Escóndete aquí.
En seguida saldrás. Yo te avisaré. ¿Qué pasa-
rá?...(Ernesto se oculta entre las plantas). ¡Ay,
qué susto!

ESCENA DECIMOTERCERA.

Amparo, Consuelo, Esperanza y Robustina.

Consuelo (entrando).- ¿Qué ocurre?

Esperanza (entrando).- ¿Qué pasa?

Robustina (entrando rápidamente, con bata y gorro de


dormir, presa de un verdadero pánico).- Hijas
mías... algo terrible... No puedo hablar...

Amparo.- Pero, ¿qué sucede? Explícate, por favor.

Robustina (con palabras entrecortadas).- Sucede que hay


ladrones...hay ladrones en la casa.

Consuelo.- ¡Dios mío!

Esperanza (asustadísima).- Huyamos.

Robustina (prosiguiendo su relato).- Un bandido... barbudo


y siniestro... quiso introducirse en mi dormitorio.

Amparo.- ¡Qué horror!

Consuelo.- Y, ¿dónde está?

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Robustina (desfallecida).- No lo sé, hijas mías. No he teni-
do fuerzas sino para salir afuera para llamaros.

Esperanza.- Llamemos a la policía.

Robustina (sobreponiéndose a su propia turbación).- No.


Eso no. Sería para que el ridículo cayera sobre
nosotras. Ustedes saben que no estamos aquí.
¿Entienden? Estamos en Zapallar, de manera
que si nos roban, debemos dejarnos robar.

Amparo.- Pero, mamá...

Consuelo.- Debemos hacer algo.

Robustina.- Si hubiera un hombre a quien acudir...

ESCENA DECIMOCUARTA.

Dichos y Ernesto.

Ernesto (presentándose bruscamente, al oír las últimas


palabras).- A sus órdenes, señora.

Consuelo.- ¡Uy!, el ladrón... (corre desesperada).

Esperanza.- Huyamos.
(Consuelo y Esperanza se van, dando gritos.
Doña Robustina cae desmayada en un sillón.
Ernesto no halla qué hacer. Amparo está toda
confundida).

Ernesto.- Pero, Amparo mía ¿qué ocurre?

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Amparo.- (sobresaltada).- Ocurre que...hay ladrones en
casa, y no hallamos cómo expulsarlos. Esta-
mos solas. Toca la casualidad que Lucho y pa-
pá salieron. ¿Qué hacer?

Ernesto.- Ante todo, serenidad...calma, yo lo prenderé.


Amparo.- Gracias, Ernesto mío. Gracias.

Robustina (volviendo en sí).- ¿Se fue el ladrón ya?...

Ernesto (respetuosamente).- Señora...

Robustina (cayendo nuevamente en el sillón).- Por favor,


no me mate usted.

Ernesto.- No, señora. Si no pienso en matarla. Usted está


equivocada. Yo soy Ernesto, que amo a su hija
Amparo, y he venido aquí a salvar a usted y a
los suyos de la audacia de los bandoleros.

Robustina.- ¿Es verdad, hija mía?...

Amparo.- Sí, mamacita. Es mi novio.

Robustina.- ¡Oh, caballero! ¿Cómo le podremos pagar este


favor? Busque usted al ladrón y échelo fue-
ra...sin que se entere la policía, sin que se ente-
re nadie.
Ernesto.- Bien, señora. Acato sus órdenes. Voy a pro-
ceder a registro de las habitaciones. Mientras
tanto, ocúltese usted con Amparo y no salga
hasta que yo la llame.

Robustina.- Bueno. (Aparte.) Estoy más muerta que viva.


(Se van Amparo y Robustina.)

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ESCENA DECIMOQUINTA.

Ernesto, solo.

Ernesto- Lo malo es que no traigo arma alguna. (Se re-


gistra los bolsillos.) ¿Y si el bandido lleva pu-
ñal?... (Pausa) ¡Ea!...ánimo...resolución. (Diri-
giéndose a una puerta y retrocediendo.) Pero
no. No me atrevo... ¡Qué falta me hace mi re-
vólver! Hay que tener presente que está empe-
ñado...mi amor propio, mi honor de caballero.
Debo, pues, afrontar la situación. ¿Qué hacer?
La verdad es que yo, al salir de casa, no me fi-
guré el lío en que iba a meterme. Pero, por ella,
estoy dispuesto a todo. Moriré por ella como un
paladín de los tiempos heroicos. (Transición). El
escándalo que voy a formar si el ladrón preten-
de atacarme, no va a ser para contarlo. La ver-
dad es que tengo miedo de penetrar en las
habitaciones. Yo preferiría esperarlo aquí, en el
patio. Aquí hay más cancha, más campo para la
lucha...y para huir en caso necesario. Pero no.
Huir no. ¿Qué diría mi Amparo?... Debo mos-
trarme ante sus ojos como un valiente. Venga,
pues, como revólver improvisado: la llave de mi
casa. Con ella apuntaré al bandido, si se atreve
a presentarse.

ESCENA DECIMOSEXTA.

Ernesto y Amparo.

Amparo.- ¿Lo encontraste, Ernesto?


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Ernesto.- No. Todavía no; pero estoy buscándolo... Debe
estar escondido, ¿sabes? Posiblemente me ha
visto y ha dicho para sí: voy a tener que habér-
melas con un hombre... “ésta no es conmigo”...
Y se ha ocultado.

ESCENA DÉCIMOSÉPTIMA

Dichos y Robustina.

Robustina (entrando).- ¿Encontró usted al bandido ya?

Ernesto.- Todavía no, señora, pero estoy buscándolo.


Debe haberse escondido, posiblemente debajo
de las camas, porque no se apuesto al alcance
de mi vista.

Robustina.- Búsquelo pronto, señor, para salir de esta si-


tuación angustiosa.

Amparo.- Sí Ernesto mío, búscalo, pero no arriesgues tu


vida. Tú sabes que ella me pertenece.

Ernesto.- Voy, amada mía voy. (Con un gesto heroico.)


Empiezo a registrar las habitaciones... (aparte)
y empiezo a sentir un temblor de piernas que no
puede sostenerme. (Entra por una puerta late-
ral.)

Amparo.- Tranquilízate, mamá, por Dios. Ya ves. Ahora


no estamos solas. Tenemos quién nos defien-
da. Y Ernesto es un valiente, no cabe duda.

Robustina (asustada).- Escóndete, hija mía. Escóndete.


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Amparo.- ¿Qué hay?...

Robustina.- El bandido... ¿ves?... El bandido... el hombre


barbudo (se refiere a Procopio, que entra pen-
sativo a escena, sin verlas).

Amparo (corriendo a ocultarse con su madre en el cos-


turero).- ¡Virgen santa!

ESCENA DÉCIMOCTAVA

Procopio, solo. Luego, Ernesto.

Procopio (entrando; trae puesta la barba postiza, el cuello


del sobretodo levantado, lleno de tierra; en una
palabra, está inconocible. Viene bastante bebi-
do.) -Yo no sé qué le ha dado a mi mujer... por
huir de mí. El hecho de que yo haya tomado
unas copitas... no es motivo suficiente para que
huya así. La verdad es que bebí mucho. Cosas
de Jerez... que me retuvo en su casa más de lo
que yo pensaba.

Ernesto (entrando).- ¡Caracoles!...aquí está el la-


drón...(Dirigiéndose a Procopio.) ¡Miserable...
(Apuntándole con la llave.) Salga usted afuera...
o, de lo contrario, hago fuego...

Procopio.- Pero, hombre, ¿quién es usted? ¿Por qué está


aquí?...

Ernesto.- Eso es lo que yo le pregunto a usted... so ban-


dolero... Y no se acerque más...porque dispa-
ro...
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Procopio.- Habrase visto.

Ernesto.- Salga de esta casa inmediatamente.

Procopio (aparte).- Pero... ¿estoy soñando?... ¿O me


habré equivocado de casa?... Como veo medio
turbio. Pero no. Por el zapallar la reconozco.

Ernesto (aparte).- Vacila, tal vez, entre fugarse o ata-


carme. ¿Irá a sacar sus armas?

Procopio (bruscamente).- Caballero..., tendrá usted que


explicarme cómo se encuentra aquí.

Ernesto (retrocediendo).- No tengo que explicarle nada.


Salga usted a la calle...

ESCENA DÉCIMONOVENA

Dichos, Consuelo, Esperanza y un carabinero.


Luego, Amparo y Robustina.

Consuelo (entrando).- Por aquí...

Esperanza (entrando).- Pase usted.

Carabinero (entrando).- ¿Dónde está el ladrón?...

Procopio (señalando a Ernesto).- Ahí...

Ernesto (señalando a Procopio).- Este es...

Carabinero.-¿En qué quedamos? ¿A cuál me llevo pre-


so?...

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Consuelo (en la duda).- Llévese a los dos.

Amparo (entrando).- No. Eso no. Carabinero, el ladrón


es ese hombre barbudo. ¿Verdad, mamá?

Robustina (que ha entrado con Amparo).- Sí, carabinero.


Ese hombre es el que quiso introducirse en mi
cuarto.

Procopio.- Naturalmente.

Carabinero.- Entonces hay circunstancias agravantes:


robo nocturno, con premeditación y alevosía.

Procopio (aparte).- ¿Pero es que estoy soñando?...No, la


culpa la tiene Jerez que me hizo tomar tanto.

Ernesto.- Concluyamos.

Robustina.- Sí, sáquelo usted fuera (aparte al carabine-


ro) y déjelo en libertad. No queremos que se
pase parte.

Carabinero (aparte).- Este es un lío.

Procopio (a Robustina).- Bueno. Dejémonos de bromas


y vamos a acostarnos, hijita.

Robustina.-¿Otra vez?

Ernesto.- Yo lo mato. (Apunta con la llave.)

Amparo (interponiéndose).- No. No lo mates. Por favor,


Ernesto mío.

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Procopio.- ¡Ah! Con que “Ernesto mío” ¿eh? Muy bien,
muy bien.

Robustina (aparte).- Esa voz...

Carabinero.-Basta de escándalos. Vámonos para la comi-


saría. (Toma a Procopio de un brazo)

Ernesto.- Sí. Eso es.

Procopio.- Pero, Robustina, ¿permites que me lleven pre-


so?...

Consuelo (extrañada).- Sabe su nombre...

Procopio.- ¿No me conoces? Soy tu marido.

Robustina (dudosa).- ¿Procopio?... ¿Pero esa barba?

Procopio.- De veras. No me la había quitado. (Se la quita.)


Ha sido un olvido. Como tengo la cabeza tras-
tornada...

Robustina.- ¿Era postiza?

Procopio (aparte a Robustina).- Sí. Me la puse para que


no me reconocieran; para guardar el incógnito,
por obedecerte.

Ernesto (aparte).- ¿Cómo explicar?... (Queda pensati-


vo.)

Procopio (a Robustina).- Y luego, hija mía, que la verdad


se ha de decir: pesé a tomar unas copitas.

Robustina.- ¿Y el susto que me has dado?


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Procopio.- Se pasará. Pasará. Como a mí también se me
pasará...la borrachera.

Ernesto (aparte a Amparo).- ¿Y qué hago yo en esta si-


tuación?

Amparo (aparte a Ernesto).- Pedirle perdón, naturalmen-


te, y en seguida pedirle mi mano. La ocasión la
pintan calva.

Ernesto (aparte para sí).- No me queda otro recurso.


(Arrodillándose.) Perdón, papá.

Procopio.- ¿Cómo es eso de “perdón, papá?

Ernesto.- Sí, señor. Yo amo a su hija locamente. Yo de-


seo hacerla mi esposa, ante Dios y ante los
hombres, con todos los requisitos legales.

Procopio (indignadísimo).- Sinvergüenza. ¿Y me quería


asesinar y echarme a la calle? Carabinero, llé-
veselo preso. (El carabinero intenta llevarse a
Ernesto.)

Amparo (interponiéndose).- No, eso no. Papacito lindo.


Perdónalo. Si no nos perdonas..si no consien-
tes en nuestra unión...moriremos...

Robustina.- Perdónalos, Procopio... En lo que solicitan, lle-


van la penitencia.

Procopio.- ¿Pero, usted cuenta con algo?...

Ernesto.- Sí, señor, cuento con... Bueno le diré. Yo soy


de familia rica y, aparte de esto, estoy ocupado
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en el ministerio. Luego me van a ascender,
tengo personas influyentes que podrán conse-
guirme un puesto de importancia, con una renta
apreciable, y nada nos faltará...

Procopio.- Vaya vaya... Los perdonaré. ¡Qué hemos de


hacerle! (Los abraza)

Carabinero.-¿De manera que no hay ladrones ni hay na-


da?...

Ernesto.- Sí, los hay: (por Amparo) esta niña, que me ha


robado el corazón.

Procopio (refiriéndose a Robustina). Y esta mujer que me


roba la libertad.

Carabinero.-Bueno, dejarse de bromas, que no estoy para


pláticas. Yo voy a pasar el parte...

Robustina.- No. No. (A Procopio). Pásale algo para que


no dé un escándalo. Es preciso que todos igno-
ren lo que ha ocurrido aquí.

Procopio (al carabinero).- Tome, joven... (le pasa dinero)


para cigarros, y para un trago si a mano viene.

Carabinero.-Se agradece. Buen dar con las cosas que pa-


san.

Robustina.- Bueno. Adiós. Y mucho silencio.

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ESCENA VIGÉSIMA.

Dichos, menos el carabinero.

Procopio (dirigiéndose a Robustina).- Y ahora, hija mía,


convendrás conmigo en que así no se puede
vivir...

Consuelo.- Pasamos en constante zozobra.

Esperanza.- En perpetua alarma.

Amparo.- Incendio, temblores, ladrones... Es un martirio


estar encerrada. Volvamos a Santiago mamá.
Es decir, ya que estamos en él, volvamos “so-
cialmente” por medio de los periódicos.

Robustina.- Bueno. Ya está. ¡Qué ha de hacérsele!


Acepto. (A Consuelo.) Escribe, hija mía.
(Consuelo se sienta a la mesa, toma un block y se dispone
a escribir.)
(Dictándole): “Han regresado de Zapallar el eminente abo-
gado don Procopio Rabadilla, su distinguida es-
posa doña Robustina Jaramillo y sus encanta-
doras hijas Amparo, Consuelo y Esperanza.”

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