Revolución de La Banca (LECTURA)
Revolución de La Banca (LECTURA)
Revolución de La Banca (LECTURA)
Ya hace tiempo que la banca electrónica se hizo presente entre nosotros en forma de cajeros automáticos
y transacciones telefónicas. Más recientemente, el sector se ha visto transformado por Internet, un nuevo
cauce para los servicios bancarios que beneficia a los clientes y a los bancos: el acceso es rápido y cómodo
y está disponible veinticuatro horas al día, independientemente de dónde se encuentre el cliente. Además,
los bancos pueden prestar servicios más eficientes a un costo sustancialmente más bajo. La banca
electrónica también facilita a los clientes la comparación de los servicios y productos que ofrecen los
distintos bancos, puede incrementar la competencia entre las entidades y permite su acceso a nuevos
mercados y, por lo tanto, que amplíen su ámbito geográfico. Hay quienes consideran, incluso, que la banca
electrónica ofrece una oportunidad para que los países con sistemas financieros poco desarrollados
cubran, en buena medida, la brecha tecnológica. En esos países, los clientes pueden tener más fácil acceso
a los servicios de los bancos extranjeros a través de los sistemas de comunicaciones inalámbricas, que se
están desarrollando más rápidamente que las redes de comunicaciones tradicionales.
La otra cara de este auge tecnológico es que la banca electrónica no solo puede ser en parte susceptible a
los riesgos intrínsecos propios de la banca tradicional —en particular, el buen gobierno, los riesgos
jurídicos, legales, operacionales y de credibilidad—, sino que los puede exacerbar, aparte de plantear
nuevos desafíos. Para responder a este problema, numerosas autoridades reguladoras nacionales ya han
modificado su normativa, a fin de alcanzar sus objetivos principales: garantizar la seguridad y solidez del
sistema bancario, fomentar la disciplina de mercado, y proteger los derechos de los clientes y mantener la
confianza del público en el sistema bancario. A su vez, los responsables de las políticas económicas son
también cada vez más conscientes de la posibilidad de que la política macroeconómica tenga un mayor
impacto en los movimientos de capital.
Las transacciones bancarias por Internet están ganando terreno. Cada vez más, los bancos operan sitios en
Internet a través de los cuales los clientes, no solo pueden conocer los saldos de sus cuentas y las tasas de
interés y los tipos de cambio, sino también realizar una serie de transacciones. Lamentablemente, los datos
sobre la banca por Internet son escasos, y las diferencias en las definiciones dificultan las comparaciones
entre países. Aun así, puede comprobarse que esta modalidad de banca está ampliamente difundida en
Austria, Corea y los países escandinavos, Singapur, España y Suiza, donde más del 75% de los bancos
ofrecen ese servicio. Los países escandinavos cuentan con el mayor número de usuarios de Internet, con
un tercio de los clientes de banca en Finlandia y Suecia, que utilizan provechosamente este sistema. En
Estados Unidos, la banca por Internet sigue concentrada en los bancos más importantes. Los bancos más
grandes tienden a ofrecer una gama más amplia de servicios bancarios electrónicos, incluidos las
solicitudes de préstamos y los servicios de corretaje. Hasta la fecha, la mayoría de los bancos han
combinado los nuevos canales de atención electrónicos con las sucursales convencionales, pero ha surgido
un pequeño número de instituciones que ofrecen sus productos y servicios predominantemente, o
únicamente, mediante distribución electrónica.
Este nuevo entorno financiero entraña nuevos desafíos para las administraciones de los bancos y las
autoridades responsables de la regulación y la supervisión bancarias. Los principales desafíos tienen su
origen en el aumento de las crecientes transacciones transfronterizas, como consecuencia de una
espectacular disminución de los costos de las transacciones y de la mayor comodidad de las actividades
bancarias, así como del recurso a la tecnología para brindar servicios bancarios con la necesaria seguridad.
Dado que Internet permite brindar servicios desde cualquier lugar del mundo, existe el peligro de que los
bancos traten de eludir la regulación y la supervisión. ¿Qué pueden hacer los organismos reguladores?
Pueden requerir, inclusive a los bancos que ofrecen servicios desde lugares remotos a través de Internet,
que estén en posesión de una licencia. Este extremo resultaría especialmente pertinente cuando la
supervisión bancaria es deficiente y la cooperación entre el banco virtual y el organismo regulador nacional
no es la adecuada. Las licencias son la norma, por ejemplo, en los Estados Unidos y en la mayoría de los
países de la Unión Europea. Un banco virtual con licencia fuera de esas jurisdicciones que desee ofrecer
servicios bancarios electrónicos y captar depósitos en esos países debe, en primer lugar, establecer una
sucursal al amparo de una licencia. Puede resultar difícil determinar cuando los servicios electrónicos de
un banco exigen una licencia, pero quizá sea útil contar con indicadores que permitan averiguar dónde se
originan los servicios bancarios y dónde se prestan.
Las transacciones electrónicas conllevan un mayor riesgo jurídico para los bancos, pues, aunque tienen la
posibilidad de ampliar el ámbito geográfico de sus servicios con más rapidez que la banca tradicional, en
algunos casos, pueden no conocer debidamente la legislación ni la reglamentación de la jurisdicción local
antes de ofrecer allí sus servicios, ya sea con licencia o sin ella, si la posesión de la misma no fuese un
requisito. En este último caso, al banco virtual puede resultarle aún más difícil, por no tener contacto con
las autoridades de supervisión del país anfitrión, mantenerse al tanto de los cambios en la reglamentación
y puede infringir involuntariamente las leyes que protegen al cliente, incluso las relativas a obtención y
privacidad de la información y las que afectan a la oferta de servicios y la captación de clientes. En ese
contexto, los bancos virtuales están expuestos a pérdidas por acciones legales o delitos que no son
procesados por controversias jurisdiccionales.
El lavado de dinero es una actividad delictiva muy antigua que la banca electrónica ha facilitado en gran
medida, debido a que permite el anonimato. Una vez que un cliente abre una cuenta, es imposible que los
bancos determinen si el titular nominal realiza una transacción y, ni siquiera, dónde se realiza ésta. Para
combatir el lavado de dinero, muchos países han formulado directrices específicas sobre la identificación
de los clientes, normalmente recomendando verificar la identidad y el domicilio del interesado antes de
abrir una cuenta, y sobre el control de las transacciones por Internet, que exige una gran vigilancia.
En un informe realizado por el Grupo de Acción Financiera sobre el Blanqueo de Capitales, de la
Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos planteó otra inquietud: dado que las transacciones
bancarias electrónicas traspasan las fronteras nacionales, ¿qué autoridades reguladoras investigan y
procesan las violaciones de las leyes sobre el lavado de dinero? Según ese Grupo, la respuesta pasa por la
coordinación internacional de la legislación y la reglamentación, a fin de evitar la creación de paraísos para
las actividades delictivas.
La dependencia de la nueva tecnología para prestar servicios hace de la seguridad y la disponibilidad del
sistema el principal riesgo operacional de la banca electrónica. Las amenazas desde el punto de vista de la
seguridad pueden provenir de dentro o de fuera del sistema, de modo que los organismos reguladores y
de supervisión bancaria tienen que lograr que los bancos operan conforme a prácticas adecuadas para
garantizar la confidencialidad de los datos y la integridad del sistema y de la información. Las prácticas de
seguridad de los bancos deben someterse a verificaciones y revisiones periódicas por parte de expertos
independientes para analizar las vulnerabilidades de la red y la capacidad de recuperación. Al planificar la
capacidad para hacer frente a un creciente volumen de transacciones y a los nuevos avances tecnológicos,
es preciso tener en cuenta las repercusiones presupuestarias de las nuevas inversiones, la capacidad para
atraer personal con la capacitación necesaria y la posibilidad de depender de proveedores de servicios
externos. La gestión de un mayor riesgo operacional debe convertirse en una parte fundamental de la
gestión de riesgo general de los bancos y los supervisores tienen que incluir los riesgos operacionales en
la evaluación es de la seguridad y la solvencia.
Las infracciones de la seguridad y las distorsiones en la disponibilidad del sistema pueden dañar la
reputación de los bancos. Cuanto más dependa el banco de los medios electrónicos para la prestación de
sus servicios, mayores serán los riesgos para su reputación. Si un banco electrónico tiene problemas que
hacen perder la confianza de los clientes en las transacciones electrónicas en general, o hacen que las fallas
del banco sean consideradas deficiencias de supervisión de todo el sistema, ello puede afectar a otros
proveedores de servicios bancarios electrónicos. En muchos países donde se están generalizando este tipo
de servicios, las autoridades responsables de la supervisión bancaria han establecido directrices internas
para los inspectores y muchos han publicado orientaciones en materia de gestión de riesgos para los
bancos. El uso indebido de las medidas de seguridad por parte de los clientes o el desconocimiento de la
necesidad de tomar esas precauciones también pueden derivar riesgos para la reputación. Los riesgos para
la seguridad se pueden exacerbar y dar lugar a la pérdida de confianza en las transacciones electrónicas.
La solución pasa por educar al consumidor, proceso en el cual se puede contar con la asistencia de los
organismos reguladores y de supervisión.
Son cuatro los instrumentos fundamentales en que los organismos reguladores han de centrar la atención
para hacer frente a los desafíos que plantea la llegada de la banca electrónica. Adaptación. Habida cuenta
de la rapidez con que se producen los cambios tecnológicos y de su incidencia en las actividades bancarias,
la actualización de la reglamentación se torna una tarea vasta y compleja, que consume mucho tiempo. En
mayo del 2001, el Banco de Pagos Internacionales elaboró sus “Principios para la gestión del riesgo en la
banca electrónica”, en los que se estudia la manera de ampliar, adaptar y ajustar el marco vigente para la
gestión del riesgo al contexto de la banca electrónica, y se recomienda, por ejemplo, que el directorio
ejecutivo y la gerencia de los bancos examinen y aprueben los aspectos principales del proceso de control
de la seguridad, para lo cual se deben incluir medidas de autenticación de la identidad y autorización de
clientes, fomentar el no repudio de las transacciones, proteger la integridad de los datos y garantizar la
separación de tareas dentro de los sistemas, las bases de datos y las aplicaciones de la banca electrónica.
Los organismos reguladores y de supervisión deben también velar por que su personal tenga los
conocimientos tecnológicos necesarios para evaluar posibles cambios en los riesgos, lo que puede exigir
una inversión sustancial en capacitación, equipo y programas informáticos. Legalización. Los nuevos
métodos para realizar las transacciones, los nuevos instrumentos y los nuevos proveedores de servicios
exigirán definición, reconocimiento y autorización jurídicos. Por ejemplo, será esencial definir una firma
electrónica y darle la misma condición jurídica que a la firma manuscrita. Asimismo, habrá que
reconsiderar definiciones y autorizaciones legales vigentes, como la definición jurídica de banco y el
concepto de frontera nacional. Armonización. La armonización internacional de la regulación de la banca
electrónica tiene que ser una prioridad fundamental. Ello significa intensificar la cooperación
transfronteriza entre las entidades de supervisión y coordinar la legislación y las prácticas en materia de
reglamentación regulatorias a nivel internacional y nacional entre los distintos organismos reguladores. El
problema de la jurisdicción derivado de las transacciones “sin fronteras” se encuentra, hasta el momento
actual, en un limbo. Por ahora, cada país debe decidir quién tiene jurisdicción sobre las transacciones
bancarias electrónicas que afectan a sus ciudadanos. Podría decirse que la armonización y la cooperación
internacionales son las tareas más intimidantes a la hora de hacer frente a los desafíos que plantea la banca
electrónica. Integración. Es el proceso consistente en incluir los aspectos de la tecnología de la información
y los consiguientes riesgos operacionales en las evaluaciones de la seguridad y solvencia en el contexto de
la supervisión bancaria. Aparte de los aspectos de privacidad y seguridad, por ejemplo, los inspectores
querrán saber en qué medida la gerencia de cada banco ha elaborado un plan de actividades adecuado para
la banca electrónica y les resultará difícil supervisar las funciones contratadas con terceros.
Pero no solo se les plantean retos a los organismos reguladores. A medida que la banca electrónica
transforma rápidamente el panorama financiero y multiplica las posibilidades de movimientos
transfronterizos de capital casi instantáneos, los responsables de la política macroeconómica enfrentan
varios problemas de difícil solución. Si la banca electrónica, al facilitar los movimientos de capital, hace que
las fronteras nacionales se tornen irrelevantes ¿cómo influye esto en la gestión macroeconómica? ¿Cómo
se ve afectada la política monetaria cuando, por ejemplo, el uso de medios electrónicos facilita a los bancos
el incumplimiento de los requisitos de encaje legal, o cuando pueden operar en moneda extranjera tan
fácilmente como en moneda nacional? Cuando las operaciones bancarias extraterritoriales y la fuga de
capitales pueden estar al alcance de algunos “clicks” en una computadora, ¿tienen los gobiernos algún
margen de maniobra para aplicar una política monetaria o fiscal independiente? ¿Cómo se verá afectado el
régimen cambiario y cómo incidirá la banca electrónica en el nivel de reservas internacionales de los
bancos centrales fijado como objetivo? ¿Pueden los gobiernos permitirse el lujo de cometer errores?
¿Impondrá la mayor difusión de la banca electrónica una disciplina de mercado más rigurosa a los
gobiernos y a las empresas? Las respuestas a estos interrogantes corresponden a dos nuevas corrientes de
pensamiento. En primer lugar, la revolución tecnológica, particularmente la expansión del dinero
electrónico, pero, también, en términos más generales, los avances electrónicos en las prácticas
bancarias— podría dar lugar a la desconexión de las decisiones de las familias y las empresas de las
operaciones estrictamente financieras del banco central, con lo que se pondría en peligro la capacidad de
la política monetaria para influir en la inflación y la actividad económica. En segundo lugar, con la
expansión de la banca electrónica, los costos de las transacciones pueden disminuir significativamente.
Si bien la banca electrónica puede ofrecer una serie de beneficios a los clientes y nuevas oportunidades
comerciales a los bancos, no es menos cierto que intensifica los riesgos tradicionales del sector. Aunque en
algunos países se ha avanzado mucho en la adaptación de la reglamentación bancaria y de supervisión,
será esencial mantenerse alerta y revisar constantemente las normas, a medida que se amplía el ámbito de
esta nueva modalidad de banca. En particular, siguen siendo necesarias establecer una mayor
armonización y coordinación a escala internacional. Además, la facilidad con que el capital podría
transferirse de un banco a otro y traspasar las fronteras en un entorno electrónico, hace que la gestión de
la política económica sea más delicada. Para comprender el impacto de la banca electrónica en la ejecución
de la política económica, los responsables de su formulación tienen que contar con una sólida base
analítica, de lo contrario, serán los mercados los que den la respuesta, tal vez con un alto costo económico.
Por lo tanto, es crucial que en el futuro se estudien más a fondo los aspectos relacionados con las políticas
económicas.