Annette J. Creendwood - Amor Pirata

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 145

Annette J.

Creendwood

AMOR PIRATA
I

Sara se hallaba recostada sobre la ancha cama apoyada en los codos y


leyendo una novela romántica que Laura, su doncella, le había conseguido. La
lectura trataba de un apuesto bucanero y una hermosa esclava que él había
rescatado de seres horribles y siniestros. Mientras leía pasó por su mente la imagen
del hombre que el día anterior había conocido y trató de imaginarlo con el cabello
negro suelto y no con la cola de caballo que parecía estar últimamente de moda. Si
le ponía un arete en la oreja sería el pirata de sus sueños. Sonrió para sí misma,
desde Luego Alex Yaron podría haber sido el protagonista de esa novela
perfectamente. Suspiró, el hombre era endemoniadamente guapo y terriblemente
atractivo además de ingenioso, no sabía cómo se las había apañado pero aquella
mañana habían recibido una invitación para asistir a una reunión que ofrecía
Andrew Yaron con la excusa de conocer a la familia Hamilton al completo,
imaginó que el tal Andrew sería algún familiar cercano de Alex, de modo que esa
noche volvería a verlo. La apetecía hablar con él y más después de haberlo dejado
sin palabras el día anterior, posiblemente había sido tan franca que debió
sorprenderlo. Eric Hamilton, su padre, no la había regañado por encontrarla la
noche anterior en el salón, claro que ella había jurado y perjurado que no acudiría
al baile de presentación de Erika, su hermana, y en el último momento se dejó ver
un poco, ahora él estaba feliz ya que de esa manera pensaba que su hija pequeña
comenzaría atender a razones y confiaba en poder casarla con algún notable
aristócrata. Sara leía demasiados libros de amor como para sucumbir ante algún
petimetre y orgulloso ingles que hiciera de su vida un infierno o a lo sumo un
hastió total. Eric no solo se había trasladado a la ciudad de Londres para encontrar
un marido para Erika, su hija mayor que estaba en edad casadera, lo había hecho
porque tenía la sensación que Sara se había encariñado por el hijo del Herrero que
vivía junto a su propiedad en Escocia. Si la joven no quería casarse que no lo
hiciera pero jamás iba a permitir que se uniera a un hombre bruto y falto de
modales por demás de pobre. Al principio Sara se había negado abandonar su
hogar, todos sus amigos ahora estaban lejos de ella, y en cierto modo era verdad
que se creía enamorada de Paul McTorton. Ella y Paul habían sido amigos desde
siempre, ambos conocedores de los secretos del otro. Quizá a la historia le faltara
romanticismo pero Sara adoraba el musculoso cuerpo del muchacho rubio, su risa
seductora y la forma en que la trataba, a veces demasiado rudo pero sin faltar.
Cuando Paul la besó unos días antes de viajar a Inglaterra no sintió aquello que
decían en sus novelas, fue más bien como besar a un familiar, aún así un recuerdo
más que atesorar. Le prometió regresar y él juró esperarla. Sara se levantó de la
cama cerrando el libro con fuerza, la primavera se acercaba a pasos agigantados y
quizá podría convencer a su padre de regresar a Escocia durante unas semanas
para ver a sus amigos y decirle a Paul que no se había olvidado de él. Para ello
debía fingir que estaba encantada con Londres y a lo mejor, con ayuda de su nuevo
amigo Alex Yaron lograr su objetivo. Había trazado un plan que no podía fallar, no
haría ningún mal en simular una atracción repentina por este hombre, aunque en
realidad no debía fingir demasiado ya que Alex la causaba cierta curiosidad.
Cuando Eric Hamilton pensara que se había enamorado de Yaron dejaría de
vigilarla y hasta la permitiría ir a despedirse de sus amigos, claro que ya no
volvería más a Londres y Yaron tampoco se sentiría engañado ya que pensaba
viajar pronto hacía América, además el hombre estuvo de acuerdo con todo
después de escuchar su plan. La muchacha abrió el ropero, tenía hermosos y
nuevos vestidos que Erika había elegido por ella. Paseó la mirada sobre las sedas y
los rasos indecisa, fue Laura quien la ayudó a escoger un modelo en verde oscuro
con un escote pronunciado. No la gustaban los escotes pero la moda era… la moda
y no puso ningún impedimento al respecto. La doncella trabajó con su cabello
plateado recogiéndolo en la coronilla y dejando que gruesos bucles cayeran sobre
su cuello adornados con cintas entrelazadas de satén verdes y negras. Ya en el
carruaje de los Hamilton, Eric advirtió a ambas hermanas sobre el comportamiento
que debían tener, ella eran damas y no simples campesinas, prohibido hablar de
política y de las necesidades que muchos escoceses padecían en aquellos tiempos.
No podrían tocar el tema entre las diferencias sociales para lo que Sara nunca tenia
pelos en la lengua, se habían criado muy cerca de gente humilde y compartido con
ellos muchos sentimientos. Eric habló con los ojos fijos en su hija pequeña, ella era
la única que podía pasar todas sus advertencias por alto, también la miraba porque
aquella noche estaba muy hermosa, no se había dado cuenta de lo que había
crecido en los últimos meses. ¡Sara! ¡Cuántos problemas tendría el hombre que la
desposara! Llegaron ante una lujosa mansión rodeada de bellos y cuidados
jardines, ya era de noche y varias farolas iluminaban la casa y las calles adyacentes.
Tuvieron que esperar a que los carruajes que se hallaban ante la puerta abrieran la
marcha para dejarlos entrar. Por los vehículos se apreciaba que no serían muchos
invitados y Sara se sintió feliz al saber que de ese modo no tendría que soportar a
muchas personas, ni siquiera conocerlas. Era muy sociable pero aborrecía las
conversaciones con los ingleses de la clase alta que no sabía hablar de otra cosa que
no fuera sus increíbles fortunas y sus vidas aburridas. Descendieron del coche y en
la entrada fueron recibidos por Andrew Yaron y su esposa Rouse, un matrimonio
de aspecto amable y que formaban una deliciosa pareja. Un mayordomo recogió
sus ropas de abrigo y los dirigió hacía el concurrido salón de baile donde la
reunión se veía animada. Sara tuvo que soportar, en contra de sus deseos, varias
presentaciones además de saludar a personas que habían acudido la noche anterior
a la presentación de Erika. Se vio envuelta por tres galantes jóvenes que luchaban
por llamar su atención con… tonterías. Debió concentrarse en su autocontrol para
ser educada con los caballeros, que bien los había mandado a freír espárragos al
poco de conocerlos. Nunca había escuchado tantos elogios en tan pocos minutos y
llegó un momento que no supo si dar las gracias o patearlos el trasero a todos.
Recordando las advertencias de su padre fingió sonreír, la dolía la mandíbula de
mostrar los dientes continuamente. Imaginó a Paul riendo a mandíbula batiente
viendo la serenidad que la joven estaba mostrando. - Me alegro de volver a verla
señorita Hamilton – Alex se había acercado al grupo con dos copas de champan en
la mano. Con mucho arte logró separar a la joven de los ansiosos caballeros para
dirigirla hasta la chimenea. La muchacha lo observó con admiración. Alexander
Yaron era el hombre más guapo que había conocido. Sara le arrebató el vidrio de
las manos y lo bebió de un sorbo, nerviosa. El hombre la miró sorprendido. - Tenia
sed – explicó la muchacha – pensé que vendría antes a rescatarme. - Pues pensé
que se veía muy a gusto rodeada de tantos hombres. -¡Dios! ¡No puedo
soportarlos! – Exclamó bajando la voz, no quería que nadie que no fuera Alex la
escuchara – Si no llega a venir a tiempo los habría retado a todos a un duelo. – Se
encogió de hombros con un sonrisa burlona – la culpa de hoy es suya por haber
convencido a sus parientes para que nos invitara ¿o lo va a negar? Alex soltó una
carcajada divertida. Hacía tan solo unos minutos había sentido cierta rivalidad con
los hombres que la rodeaban y ahora entendía porque. Esa joven era espontanea,
vivaz. - Tiene razón, es culpa mía. Prometo no dejarla sola ni un solo minuto. - ¿Y
si nos apartan? ¿Vendrá a rescatarme? - Lo prometo – Alex levantó la mano en
forma de juramento haciéndola reír – Esta usted muy bella, pero supongo que ya
habrá oído bastantes alabanzas hoy y no querrá escuchar más. Sara lo observó
fijamente tratando de averiguar si hablaba en serio o por el contrario bromeaba. El
hombre tenía los ojos de un color azul turquesa perfilado el iris en un tono mucho
más oscuro. Impresionaba esa mirada, entre otras cosas porque era indescifrable. -
¿Es capaz de leer mis pensamientos? – susurró acercándose a él. – Siento como si
nos conociéramos desde siempre ¿No habrá estado en Escocia? Alex percibió como
aquella voz recorría su cuerpo ¿Cómo podía excitarlo de esa manera? Sería el
hermoso acento de las tierras altas - se dijo. - De haber sabido que vivía allí sin
duda habría ido hace años. Sara soltó una carcajada.

Sara soltó una carcajada. - Si hubiera ido hace años habría encontrado a una
chiquilla de largas trenzas y el rostro cubierto de pecas. Lo mejor es que no haya
ido. - Hubiera sido horrible enamorarme de una niña ¿Verdad? Los ojos de Sara se
abrieron sorprendidos. Lo miró y por vez primera descubrió que bromeaba. Con
una sonrisa observó el salón. - Cuando hablamos ayer pensé que me invitaría a
salir a un lugar menos público, a pasear por el parque o a conocer la ciudad. -
¿Quiere salir mañana? Podríamos pasar el día fuera y hacer todo lo que dice. -
¡Genial! – Apoyó la mano en el duro brazo del hombre sorprendiéndose de la
fuerza que desprendía – Alex no soy rara, solo algo excéntrica. – Le soltó con un
suspiro – Solo necesito un amigo a pesar de su reputación. - ¿Qué quiere decir? -
He oído cosas de usted, bueno, más que oír he preguntado y que tampoco soy tan
tonta, sé que tiene fama de mujeriego. Alex se sorprendió. No porque los chismes
no fueran ciertos pero nunca había tratado este tema con una mujer y por muy
bonita que esta fuera tampoco le iba a confesar sus secretos más íntimos. - Si sabe
todo esto de mí ¿Por qué desea salir conmigo? -¡Podría haberme dicho que los
rumores eran exagerados! – respondió con una mueca infantil. El hombre cruzó los
brazos tras la espalda y fijó sus ojos azules en ella. - No me molestan lo que hablen
de mí pero dígame, si vengo tan poco a Londres ¿Cómo es posible que la gente
sepa eso de mí? - Buena respuesta – respondió Sara sin creerle lo más mínimo -
¿Qué vinculo tiene con los anfitriones? – Cambió de tema. Así era ella, cuando no
sabía seguir una conversación, tomaba un sendero más fácil. - Andrew es mi
hermano mayor. - Tiene una bonita casa y su cuñada parece encantadora. -
¿Quién Rouse? – Alex soltó una sonora risotada –No la conoce bien ¡tiene un genio
de mil demonios! Sara encontró a la mujer conversando tranquilamente con otros
invitados, Erika incluida. - ¿y usted no ha pensado en casarse señor Yaron? El
hombre tomó la mano de la joven y la dirigió a la pista de baile, con una sonrisa
traviesa la miró de reojo. - Hasta la fecha no había conocido a nadie que me
interesara. La joven le observó con seriedad, con el mentón ligeramente alzado. -
Habla como si ahora la hubiese conocido y, déjeme decirle que si lo dice por mi
está confundido. Lo que le dije ayer era cierto, no he venido aquí para casarme. -
¿Qué haría si el hombre de su vida se cruzase en su camino? - Difícilmente pueda
ocurrir eso – la joven suspiró exageradamente - Creo que el hombre que yo quiero
no se encuentra en Londres. Comenzaron a bailar al ritmo de una suave melodía
perdiéndose entre las demás parejas. - Cuénteme de su vida señorita Hamilton ¿o
Puedo llamarla Sara? La joven pestañeó ligeramente, en aquel momento Alex la
hacía girar ante el grupo de hombres que antes la habían retenido y ella les regaló
una hermosa sonrisa antes de instar a su compañero a que se alejaran de allí,
temiendo que los interrumpieran. - No tengo mucho que contar, mi padre se
ocupó mi hermana Erika y de mí al morir mama de una pulmonía, como me negué
a ir a una escuela me educaron unas cuantas institutrices y cuando mi hermana
volvió de Europa donde estudiaba, se convirtió en mi profesora. He tenido una
vida fácil y una infancia feliz – se encogió de hombros – no sé qué esperaba oír,
pero mi historia es una de las más simples del mundo. - Ha debido ser toda una
aventura el haber venido a Londres. – Comentó él entre risas. - ¡Habla como si mi
vida fuera aburrida y no lo es! Si conociera mi país se daría cuenta… aquello no es
como esto, allí las personas me tratan como a uno más sin importar mi condición
social, sin mirarme sobre el hombro pensando que no soy más que una rica
engreída. La verdad es que hay un poco de todo – sonrió sin despegar los labios y
una brillante mirada llena de pasión – Llegan nuevos ricos continuamente y se
creen seres superiores, llenándolo todo de lujos y de fiestas aburridas donde la
comida sobrante se regala a los perros en vez de colaborar con las personas pobres
que luchan por sobrevivir, que se preocupan por las cosechas y con los puestos de
trabajo que comienzan a escasear – Menos mal que su padre no estaba escuchando
si no, podría caerla la bronca del siglo mucho antes del amanecer – Gente que ve
esta clase de reuniones con miradas condescendientes mientras piensa, esta noche
nosotros tocaremos la gaitas, bailaremos y daremos palmas a la luz de las hogueras
y… – tomó aire - dejaremos que esta gente vea como disfrutan los escoceses. ¿Ha
bailado alguna vez bajo la luna? ¿Ha sentido como las risas se pierden en la noche
mezclándose con el rumor de los grillos? ¿Se ha descalzado en medio de tanto
alboroto dejando que la húmeda hierba acaricie sus pies? – Sara negó con una
sonrisa ladeada ¡Como echaba de menos su gente! No esperaba que Alex le
contestara ninguna de sus preguntas. - Todo lo que dice es como un cuento – el
hombre estaba serio, habían dejado de bailar y la observó absorto. Todo lo que
había dicho, aquellas palabras apasionadas son las que él hubiera elegido para
hablar de su país adoptivo, América. Alexander Yaron tenía veintiocho años y huía
del matrimonio como de la peste misma. Desde siempre había sido algo así como
la oveja negra de la familia y acudía a unos pocos actos sociales para conformar a
sus hermanos, pocas veces, pues casi nunca estaba en Inglaterra. Poseía una flota
de barcos mercantes que comerciaban con distintos países y tripulaba el Diábolo
que hacía menos de un mes había arribado el puerto de Londres después de haber
estado un año en Virginia, donde era dueño de una plantación de tabaco y
algodón. Cuando zarpaba en el Diábolo era un hombre totalmente diferente, libre
y vivo. Amaba su barco y adoraba su país de adopción. Estaba seguro que el día
que se retirara instalaría su residencia permanente en Virginia. Tanto Andrew,
como su hermano pequeño Philip, estaban felizmente casados y solo restaba su
hermana Andrea, ese era el motivo por el que estaba en Londres, se había
prometido al Conde Lareston y en breve celebrarían la boda. Contaba con que la
joven e ingenua Sara Hamilton le entretuviera y le hiciera olvidarse un poco de su
bella y apasionada Kristin que le esperaba en Virginia. - ¿Por qué esta en Londres
y no en su hogar? – preguntó curioso, volviendo a retomar el baile. - Ya se lo dije,
mi hermana sí que quiere casarse y mi padre está seguro que yo me enamoraré
también. Lo elegí a usted como compañero porque de ese modo podré rechazar a
los… admiradores que pueda tener. – Contestó con las mejillas subidas de tono –
Muy pronto la gente comenzara hablar de nosotros y cuando se quieran dar cuenta
usted se habrá marchado y yo habré regresado a mi casa. - ¿Y por qué yo? –
insistió el hombre sin saber qué es lo que realmente esperaba oír. Ya la joven le
había dado algunas explicaciones el dia anterior y aunque no le importaba en
absoluto escoltarla durante esos días, había pensado cobrarse alguna propina. Sara
se encogió de hombros y al girar, las faldas revolotearon en la pista. - Usted
apareció primero. – la sinceridad de la joven era abrumadora. – eso y que no
parece tan… ¿Cómo se dice…? ¿Presuntuoso? El hombre arqueó las cejas
estupefacto sin estar seguro de haber sido insultado. - ¿de modo que seremos
amigos? – preguntó en un susurró contra su oreja durante un un giro. Ella asintió
con rotundidad: - Solo amigos. - Será como usted quiera – respondió con una
extraña sonrisa que Sara no supo interpretar. A lo mejor su plan no había contado
realmente con el hombre, a veces creía ver a un soso ingles muy guapo y otras le
parecía un hombre extraño y hasta cierto punto peligroso. Las habladurías
comenzarían a correr por la ciudad y puede que ella no quedara muy bien parada
después de todo, con un poco de suerte y si su padre era un poco avispado la
mandaría de vuelta a casa para evitar cualquier posible escándalo. Una vez que
regresara junto a Paul se casarían y todos olvidarían si hubo algo o no entre la
señorita Hamilton y el señor Yaron. 2 Durante los días siguientes, Yaron cumplió
con su palabra y de un modo muy caballeresco la mostró la ciudad paseando junto
al Támesis, visitando la torre del reloj, la Abadía de Westminster, la catedral de
Southwark, los palacios de Saint James y Hampton Court. Asistieron al Covent
Garden y a varios de sus famosos museos. En tan solo unos días los rumores sobre
una posible relación, inundó las calles londinenses a marchas forzadas. Los
comentarios también llegaron a los oídos de Eric Hamilton pero no le preocuparon.
Algo más intranquila se hallaba Erika pues la fama del hombre dejaba mucho que
desear y mientras solo estuvieran fingiendo las cosas irían bien, pero ¿Y si Sara se
enamoraba del hombre? En esos días ni la propia Sara estaba segura de lo que
sentía. Comparaba a Paul continuamente con Yaron, ambos eran muy guapos y
diferentes, uno rubio de ojos verdes y otro moreno de bella mirada turquesa. Alex
era un hombre muy divertido pero falto de pasión, como si pensara todo lo que
tuviera que hacer, muy metódico y quizá estricto en algunas cosas. Paul por el
contrario, era más bien expontaneo y decía las cosas como las sentía, pero también
muy muy dulce. Yaron hasta la fecha se había portado como un verdadero
caballero aun viendo en sus ojos que la deseaba. ¡Era un inglés como todos los
demás! Sin una pizca de sangre en sus venas y viviendo una vida monótona, ¿o
acaso en América el hombre era distinto? Lo dudaba.

La joven empezaba aburrirse con él o eso quería pensar, con mucha


frecuencia una loca idea rondaba su cabeza. Algo que poco a poco se estaba
convirtiendo en una obsesión. En las noches soñaba que Yaron se metía en su cama
y la hacía el amor. Más de un día se había despertado jadeando de deseo y
frustrada de regresar a la realidad Si había algún hombre para escoger, con quien
deseaba perder su virginidad, ese era Alex. Pero… ¡Sería un completo desastre
enamorarse de Yaron y lo sabía! - Te está esperando abajo – informó Erika
entrando en su dormitorio y sentándose en la cama junto a ella. Sara dejó el libro
abierto sobre los cobertores y suspiró cansada. - ¿podrías decirle que no me
encuentro muy bien? - ¿ha sucedido algo? – preguntó curiosa y asustada. - ¡No! –
Sonrió a su hermana con tristeza – Es una pena que un hombre tan guapo como él
sea tan… parado. - ¿no ha intentado besarte? – rio incrédula. - no – negó – Y lo he
estado deseando desde el principio. No me mires así Erika - estiró los músculos de
su espalda, había estado en la misma posición un buen rato – Ya te he dicho que a
mí no me importaría… ya sabes… antes de casarme con Paul. Pero no te preocupes
que quiere enamorarme pero al estilo… Inglés. -¡Hay, no sé qué ves de malo a eso!
¡Ese hombre es guapísimo y cualquier mujer estaría dispuesta a enamorarse de él!
- Clarooo, pero sería yo la que se enamorara y él se marcharía… sin mí. -Eso no lo
puedes saber, además puede que él te ame. Y si no, siempre puedes enamorarlo –
Erika agitó la cabeza – Mi amiga Jane me ha contado que si tú le dices a un hombre
que no le quieres aunque estés con él, que se acaba rindiendo a tus pies. -¿Tú crees
eso? –arqueó las cejas desconcertada. -Que yo prefiero a Paul y quiero regresar a
casa – dijo con firmeza. La miró fijamente - ¿Sabías que Yaron es un hombre muy
rico? Ayer mismo me estuvo hablando de sus barcos. -¿presumiendo? - No, él no
presume de esas cosas, eso ya te lo he contado otras veces. Además creo que se
marchará en seguida – se inclinó hacía Erika para susurrar – se marcha de aquí, ha
discutido con Andrew y no creo que se quede a la boda de su hermana. - ¿Y no te
ha contado por qué? – preguntó curiosa. - Pues no – contestó pensativa, no la
había picado el bichillo hasta ese momento. - Entonces ¿Por qué quieres evitarle si
te queda muy poco para dejar de verle? Y además te encanta. - Me encanta su
físico –respondió pensativa - Supongo que para no echarle de menos – contestó en
un murmullo abatido del que pronto se recuperó – He visto cosas extrañas en él,
no sé, es como si conmigo se comportara… muy bien, siendo el mejor hombre del
mundo, que nada tiene que ver con los comentarios de libertino que caen sobre él y
otras veces… - Sara estas mezclando la ilusión de tus novelas con la realidad. El
señor Yaron es un hombre corriente como muchos otros – Erika acarició los
cabellos de su hermana – No busques un héroe en cada hombre guapo que veas. -
Lo sé – agitó las manos sobre la cabeza y sonrió tímida – no sé por qué pienso
tantas estupideces. ¿Sabes? Si me pidiera que me acostara con él, creo que lo haría.
-¡Sara! ¡Si padre te escuchara te enviaría ahora mismo a casa! -¡Ojala! Erika sonrió
y poniéndose en pie señaló la puerta. -Anda ve, disfruta. Alex estaba esperando en
el centro de la sala elegantemente vestido. Se encontraba de perfil y Sara lo observó
fijamente durante unos minutos. El hombre era alto, de hombros anchos que
resaltaban firmes bajo la chaqueta. Llevaba el cabello atado en una cola baja que
descansaba entre los omoplatos. Su rostro se veía hermoso de nariz recta y
pómulos firmes. Sara debió hacer algún ruido y él se giró de repente. - ¡Qué pena
Yaron! Iba a enviarle a alguien para que le entregara un mensaje – se sonrojó ante
su propia mentira y le tendió la mano con una sonrisa. - Ya no hace falta –
respondió depositando un suave beso sobre el guante. -¿Qué era? - Pensaba salir
de compras con mi doncella y estaba completamente segura que usted se aburriría
de muerte si tiene que acompañarme. El hombre se enderezó frunciendo el ceño
por unas breves milésimas de segundo. - ¿de veras no quiere que vaya? Sara
sonrió fingiendo una alegría que no sentía. -Hoy le dejo libre por todo el día, sé
que debí avisarle con tiempo y seguro que está molesto… - Exageras querida –
Alex mostró una perfecta dentadura en una sonrisa fría. El hombre caminó hacia la
puerta con paso firme y Sara lo siguió con la vista ¿había visto un destello de ira en
sus ojos azules? -¡Espere Yaron! – anduvo hacía él sin mirarle a los ojos, él no era
ningún tonto y no quería que pensara que lo estaba tratando como tal. - ¿Qué le
parece si aplazo lo de las compras y salimos a pasear? - ¿Por qué ha cambiado de
opinión? – se volvió a ella sin ninguna clase de emoción en su voz. Sara se encogió
de hombros sin saber que contestar. ¿Por qué lo había hecho? No tenía ni idea. O
porque realmente deseaba su compañía. - ¿Rechazas mi oferta? – bromeó. - ¡Por
supuesto que no! Siempre que esté lista para salir. - Lo estoy, solo aviso que nos
vamos… y ya. Los últimos rayos de sol morían perezosos tras los árboles del
parque filtrándose entre las ramas que lentamente comenzaba a florecer. - Hoy me
he dado cuenta que somos totalmente diferentes – comentó Alex agitando una
pequeña rama entre sus dedos y se detuvo a mirarla – Sin embargo hay algo. - No
comprendo… No… - Creo que si lo entiendes – Se rió entre dientes y muy
despacio alzó la mano para trazar el contorno de la delgada mandíbula de la joven
- ¿Cuándo piensas acabar con este juego? – retiró su mano como si nunca la
hubiera tocado. Todo había comenzado de forma inocente, cierto, pero la joven
despertaba algo en él… Sara dejó escapar el aire que inconscientemente había
retenido al sentir aquel leve contacto, arqueó su bien delineada ceja, Alex acababa
de tutearla. - No le entiendo. -Enamoras a los hombres hasta hacerlos sentir
ridículos ¿no? – La dio la espalda y continuo caminando - ¿Qué es lo que buscas en
un hombre? Sara suspiró ruidosamente y anduvo hasta colocarse a su altura. - ¿De
verdad quiere saberlo? – clavó su vista al frente y agitó sus cabellos platinos al
tiempo que recogía sus faldas para poder seguir su paso– Busco un hombre que me
quiera y me comprenda, y que tenga sangre caliente en las venas, que me respete y
que me abrace con fuerza entre sus brazos cada poco tiempo – su mente la obligó a
pensar en Paul y hasta sonrió soñadora – El hombre que yo quiero será solo para
mí –asintió con efusividad.- Te conozco Yaron – se encogió de hombros – ¡no estás
enamorado de mí! -¿eso crees? – no la miró. - ¿Me pedirás que te espere mientras
te vas a tu país? – Sara soltó una carcajada algo cínica. No podía dejar ver que él…
la importaba. No sabía hasta qué punto, pero sentía bastante simpatía por él y un
fuerte deseo sexual. - ¿me impedirías que me marchara? - ¿Quieres convencerme
de que mi opinión te importa? – respondió con otra pregunta. El corazón de Sara
empezó a golpear con fuerza en su pecho. ¿Qué había pasado? ¡Yaron no podía
estar enamorado de ella! Alex suspiró profundamente. - Será mejor que olvidemos
esta conversación. Sara estuvo de acuerdo. ¡No se tragaba que se hubiera
enamorado! Puede que le gustara y se sintiera atraído pero de eso al amor había un
abismo. Yaron no era de los que se casan y si así fuera… ¿hasta cuándo? ¿Hasta
que pasara otra muchacha a su lado? Ambos siguieron caminando en silencio, se
habían adentrado mucho en el parque y no se veía a nadie por allí. - Nunca me has
dicho que es lo que haces en América, aparte de tener tantos barcos, claro – Sara
sintió la necesidad de romper tanta tensión. - Me dedico a los negocios. – La miró
de forma superficial – No quiero aburrirte con eso. ¿Te interesa de verdad? Como
Sara no respondió, el hombre soltó un juramento entre dientes dando un puntapié
a un canto del camino. - Lo siento – musitó ella – Desde siempre te dije que solo
quería amistad y creo…que podría enamorarme de ti. -¿eso es malo? – Yaron se
detuvo observándola con interés. Sara asintió y tomó aliento evitando su mirada
turquesa. - Estoy enamorada de otro. – le confesó. – Es por eso que debo volver a
mi casa – se pasó la mano enguantada por uno de sus ojos. No iba a llorar delante
de él. Ni siquiera sabía porque tenía esas repentinas ganas de llorar o más bien
quería ocultar el hecho de que no sabía que es lo que quería, pero algo tenía muy
claro, le iba a echar de menos mucho más de lo que podía pensar. ¡No volver a
verlo nunca más! Alex se tensó sin dejar de mirarla y con los puños apretados
contra las caderas asintió comprendiendo. Ese detalle le había sido omitido y sintió
una creciente rabia apoderándose de él. Sin embargo le quedó la extraña sensación
de que echaría mucho de menos la compañía de Sara. Había llegado apreciarla, si
bien ahora descubría que no era tan honesta como había pensado o le había hecho
creer. ¿Qué más le habría ocultado? ¡Engañado! Era así como se sentía. Kristin se
iba alegrar cuando supiera que por primera vez en su vida la había sido fiel y
precisamente con la única mujer que lo había interesado de un modo diferente. -
Amigos entonces – Dijo Alex, simulando restar importancia al asunto. Sara se
sintió culpable por lo sucedido y asintió. Yaron no parecía haberse tomado la
noticia de su prometido mal, de modo que no era cierto que se hubiera enamorado
de ella ¡Que mentiroso! ¡Casi le había creído! - Te llevaré a casa – la tomó del brazo
para regresar por donde habían venido. Aquello era la despedida y ambos lo
supieron.

3 Sara despertó sobresaltada al sentir un fuerte golpe contra la pared. Al


abrir los ojos sintió un escozor que la hizo lagrimear. El ambiente húmedo la
confundió. Desde luego no se encontraba en su dormitorio ni en otro sitio que ella
pudiera reconocer. La luz era tenue, suficiente para iluminar el diminuto cuarto
donde se hallaba. Se incorporó un poco y una vieja manta de lana con olor a rancio
de no haberla lavado en algún tiempo, se deslizó hasta su cintura. Observó las
paredes de madera, sucias y descoloridas. Se puso en pie asustada apoyándose en
una silla rota y destartalada. El suelo cobró vida bajo sus pies y se sintió lanzada de
un sitio a otro golpeando su hombro contra uno de los tabiques. Recorrió el lugar
con histeria. ¿Qué había pasado? Buscó en su mente algo que la hiciera recordar
cómo había ido a parar allí pero tan solo logró que un ramalazo de dolor en su
cabeza la obligara a dejarse caer nuevamente sobre la manta. Sintió algo pegajoso
entre su cabello e intentó retirarlo con fuerza, haciéndose daño. En cuanto sus
dedos tocaron el golpe se quejó encogiéndose. Recordó, de repente, haber salido de
la fiesta de Lady Witney junto a su hermana. En el camino a la residencia habían
sido asaltadas por unos hombres de muy mal aspecto, con ropas rotas y tan sucios
como si acabaran de salir de una mina de carbón. Ella se había negado a entregar
las pocas joyas que llevaba encima, posiblemente fuera allí donde la golpearan, el
resto era un negro pozo sin fondo. - ¿Erika? – llamó con voz temblorosa .No
obtuvo repuesta de ningún tipo. Durante unos minutos el suelo se estabilizó y
horrorizada descubrió que se hallaba a bordo de un navío, las olas golpeaban el
casco con fuerza. Sus fosas nasales se llenaron con el aroma del mar. Volvió a
levantarse, ayudándose de una pared para apoyar la mano y miró la puerta que
había pasado antes por alto, era del mismo color que la pared y entre las sombras
era difícil distinguirla. El miedo debería haberla obligado a quedarse quieta y
esperar, pero sus deseos de pisar tierra firme antes que fuera demasiado tarde,
podían con ella. Era consciente de que el tiempo apremiaba y cuanto más lejos
estuvieran de la costa peor para una posible salvación. ¡Esto no puede estar
ocurriendo! – gritó su mente. Apoyó un oído contra el panel de la entrada
esperando escuchar algo que no fueran golpes y ruidos sordos que venían desde
algún lugar del barco. La puerta estaba cerrada desde fuera y tiró del mango con
fuerza, sin resultados. Tomó aire dispuesta a gritar lo más alto que pudiera. El
bullicio del exterior se intensificó de tal manera que llegó a creer escuchar gritos de
hombres. ¡Piratas! ¡Rendición! Sara se llevó las manos a la cabeza y rezó por
haberse confundido al entender. Lloró presa del pánico de saberse encerrada. Esto
no era una novela pero sabía muy bien de lo que serían capaces de hacer con ella,
si realemtente eran piratas, sin duda lo mejor de todo, la muerte. Pero una muerte
dulce, sin dolor, algo que no duela gritaba su mente sin poder dejar de llorar y
cubrirse los oídos evitando escuchar el follón del otro lado. Quizá supieran que los
Hamilton poseían una fortuna muy productiva y los malhechores habían pedido
un rescate. De ser así no tenían por qué ser piratas, puede que escuchara otra cosa.
¿Y si en verdad lo eran? La violarían y la venderían o la matarían o la lanzarían a
los tiburones… El alboroto aumentó mucho más e imaginó que todo el escandalo
se hallaba sobre su cabeza. Virutas de madera cayeron del techo junto a gran
cantidad de polvo. Se encogió en un rincón cubriéndose la cabeza con las manos,
temblando su cuerpo de forma incontrolada. El ruido fue cesando
progresivamente y aunque escuchaba pasos y voces lejanas, nadie acudió a su
cubículo. ¿Y si se marchaban todos y hundían la nave? Volvió a gemir, en aquel
momento no apostaba ni un solo penique por su vida, pero tampoco quería hacer
ruido para que olvidaran que ella estaba allí. La puerta se abrió con violencia
golpeando la pared con un gran estruendo. Sara gritó y un hombre fornido cubrió
la abertura y alargó la mano para cogerla de la muñeca. - Será mejor que salgamos
de aquí antes que todo se vaya a pique. – Dijo el hombre tirando de ella. Sara
opuso resistencia y le empujó, estaba desprevenido y su cuerpo se venció hacía un
lado dejándola el paso libre. Ella vio el largo pasillo y las escaleras de metal que
ascendían a cubierta y se lanzó a la carrera. No se fijó que el marinero se había
encogido de hombros, indiferente y caminaba detras con largas zancadas...
Cuando Sara llegó a cubierta miró con horror los cuerpos tendidos y
ensangrentados esparcidos por el suelo. El piso estaba cubierto por barro y el
oscuro liquido rojo tiñéndolo todo. Estuvo a punto de caer antes de sostenerse a
una baranda y observar con ojos ávidos donde se hallaba la costa. Sollozó al no
descubrir rastro de tierra alguno y se giró, percatándose que el hombre estaba tras
ella. - Debemos marcharnos, señorita – Esté señaló la nave apostada a estribor. –
Es la única salida antes que se hunda. De los altos mástiles caían bolas de fuego
que prendían en cubierta provocando un humo espeso que ascendía al cielo. -
¡Piratas! – exclamó aterrada al divisar la oscura bandera y se aferró tan fuerte al
pasamanos que los nudillos se volvieron blancos. – ¡Ustedes se confunden! – Gritó
- ¡No puedo subir! ¡¡Yo no tenía que estar aquí!! El hombre la tomó del brazo con
firmeza y ella luchó con todas su fuerzas. Su objetivo era arañarle el rostro. - ¡No
quiero hacerte daño! – advirtió él, furibundo. -Me secuestraron anoche y me
subieron aquí – Sara habló velozmente - ¡Han pedido un rescate a mi padre! –
mintió. - ¡Hable con el capitán! – Apremió tirando de ella – No tenemos tiempo…
– el barco crujió con violencia y empezó a inclinarse de popa. Sara soltó la barra y
ante la seriedad del asunto se dejó arrastrar, saltando sobre los hombres caídos y
evitando tropezar con las cuerdas que cruzaban el suelo. Por el rabillo del ojo
distinguió a los piratas arrojando sus botines por la borda. - ¿Cómo se llama? – Se
atrevió a preguntarle entre jadeos. Su falda, se enganchó en algo y el hombre tiro
de la prenda desgarrándola. - Simón – gritó deteniéndose. Habían llegado al otro
extremo y Sara miró al otro barco con los ojos empequeñecidos de terror. - ¿Cómo
haremos para llegar allí? – aulló reculando varios pasos hacia atrás. ¡Ese hombre
estaba loco! No había pasarela ni nada con lo que alcanzar el otro lado. Le golpeó
las manos cuando quiso volver a cogerla. - Ven aquí señorita. ¡Allí estaremos a
salvo y no pienso quedarme contigo para morir! Y a hora vienes o te quedas –
gritó furioso. - Oh no, no, no. ¡Está loco! – Miró la distancia y creyó marearse – si
caigo moriré y de un salto no llegamos – estaba al borde de la locura. Casi estaba
deseando lanzarse al agua y nadar. Estaba secuestrada e intentando llegar hasta
un barco pirata… ¡No podía creerlo! Simón sonrió levemente, el casco estaba a
punto de quebrarse. Si algo le pasaba a la dama más le valía morirse antes de que
el jefe le arrancara la cabeza. Había pensado que la joven se resistiría a salir del
cuarto donde estaba encerrada. Fue una sorpresa que ella no lo hubiera reconocido
como a uno de los bandidos que la había secuestrado. El hombretón se preguntaba
porque a su jefe le gustaba esta arpía con lengua de víbora, bueno si la cubría la
boca debía admitir que su belleza era exquisita, sobre todo los ojos dorados
rodeados de espesas y rizadas pestañas Desde el Diábolo, el Gitano observó la
escena con los dientes apretados. Otra vez la mocosa estaba poniendo trabas, no
sabía porque su hombre tenía tanta paciencia y no la noqueaba de una vez, él ya lo
hubiera hecho. Miró con preocupación el alto mástil del navío enemigo, su caída
era inminente, el barco ya hacía aguas y las bodegas estarían inundadas. De
repente, atónito, clavó la vista en la damita que daba instrucciones a su hombre
para saltar desde la soga. - Pensé que habías tomado a la mujer a la fuerza – le dijo
Castor sobre su hombro.

Alex, sin apartar la vista de la escena asintió: - Habrá comprendido que la


nave no quedara mucho tiempo a flote. – murmuró con los ojos entrecerrados. -
¿Quieres que te la llevemos ahora? Alex hizo una mueca divertida al imaginar el
rostro de la joven cuando supiera que había sido secuestrada por… él. ¡Se lo
merecía! ¿Creía que lo podía mentir y luego fingir que no había pasado nada?
¡Estaba muy equivocada! La manera en que se habían despedido hacía días no
había sido la más normal. Alex, ya podría llevar un buen trecho con rumbo a
Virginia si no hubiera echo dar la vuelta al Diábolo para ver por última vez a la
mujer. Era obvio que no se había conformado solo con verla o saber de ella.
Tampoco es que hubiera tenido mucha elección cuando uno de sus amigos, entre
comillas, se la hubiera jugado en Londres poniendo a Sara en peligro. - No,
primero quiero hablar con Simón, llevarla abajo. Alex abandonó la cubierta en
cuanto vio a la joven poner un pie a bordo del Diábolo. En el camarote tenía una
tina con la mitad de agua y se bañó a conciencia frotándose la sangre seca de algún
pobre desalmado. No habían sufrido bajas y la damisela rubia se hallaba para su
antojo. Suspiró satisfecho. No deseaba hacerla daño, o quizá tan solo un poco,
desde luego ninguna mujer se había burlado de él como ella lo hiciera. ¡Tanta
honestidad se la pasaba por el forro de los cojones! Se colocó unos amplios
pantalones negros y se estaba colocando un chaleco cuando entro Simón con una
sonrisa de oreja a oreja. - No te vas a creer nada de lo que te diga – le dijo. Alex se
frotó el cabello con una toalla y arrojó la prenda sobre la cama. - ¿Qué dice? –
estaba deseando saber de ella. -¿está bien? - Si, eso parece porque no deja de
hablar. En primer lugar quiere verte. - Lo imaginaba – tendió un cigarro a su
primer oficial y se encendió él uno. - Necesita explicarte porque está aquí – se
mofó divertido – No tiene ni idea que fuimos nosotros quien la apresamos. Alex
frunció el ceño extrañado. - No te entiendo – agitó la cabeza peinando sus largos
cabellos negros hacía atrás. - Ha llegado a la conclusión de que hemos saqueado el
barco, en el que por un casual ella estaba retenida en contra de su voluntad.
¡Vamos que cree que la hemos salvado! Alex paseó por la recamara con una sonrisa
maliciosa en su boca mientras su mente hilaba un excitante plan. ¡Era perfecto!
Había pasado de maleante a héroe sin proponérselo. ¿Querría decir eso que no
tendría que soportar los reclamos de la dama? - ¿Dónde está ella ahora? – estaba
más animado. - Con Castor – Simón se rascó la cabeza – intenta convencerla de
que se asee antes de traerla. - Acata sus órdenes. Dentro de lo razonable por
supuesto. Esa mujer es muy lista. Y Simón… - detuvo al hombre antes de que
abandonara el cuarto para cumplir sus órdenes – Quiero que siga creyendo eso.
Avisa a Castor. Si alguien se va de la lengua lo rajo. Esto va a resultar la mar de
divertido. Si Sara no se enteraba de la verdad, se sentiría muy agradecida de haber
sido él quien la salvara. Viajarían un poco juntos y luego la dejaría en manos de
alguien que la regresara a Londres, de ese modo tampoco tendría que llevarla
hasta Virginia, o a lo mejor sí. No había podido apartarse una vez de ella. ¿Quién
diría que esta vez sí podría? Rió ante su propia astucia, la suerte le acompañaba.
Sara caería desmayada si supiera… o quizá no. Recordó como se había negado a
entregar las joyas golpeando a Timmy, uno de sus hombres. Esa mujer era un
torbellino y la travesía prometía ser… divertida y bastante entretenida. Ya se veía
domando a la fierecilla.

4 Sara se pasó un paño húmedo por el rostro y el escote. El vestido estaba


imposible de reparar, la falda se hallaba con jirones bastantes importantes que
arrastraban el suelo a su paso. Una manga se había desgarrado y la llevaba en el
codo mostrando el brazo desnudo. Simón había conseguido un cepillo para ella, a
pesar de lo bruto que parecía ser, la joven intuyó cierta delicadeza. El objeto era
pesado, de plata maciza, sin duda robado. Su cabello se rizaba con la humedad y
por mucho que cepillara no lograba peinarse en condiciones. Tampoco es que
tuviera que estar perfecta. ¡Estaba en un barco pirata! Miró la espalda de Castor
que tapaba el hueco de la puerta. No la estaban tratando mal, de momento… El
capitán comprendería que después de un secuestro no iba a estar lo
suficientemente arreglada como para presentarse ante nadie y tampoco es que la
importara mucho lo que pensara un capitán pirata de ella. Cuanto más fea la
encontrara mejor. Un dolor constante martilleaba su cabeza y el estómago revuelto
amenazó un par de veces con echar hasta la última papilla. El primer oficial la
escoltó hasta el camarote del capitán. En el camino, Sara sintió la mirada de los
marineros sobre ella y se tomó del brazo del hombre que la custodiaba observando
con preocupación al resto. ¡No podía salir bien! Ni siquiera sabía cuántas
posibilidades tenia de que el capitán, ese que llamaban Gitano, la creyera. Y de ser
así. ¿La devolvería a Londres? Tenía que tener fe, ese hombre era la única
esperanza que tenía. Se detuvieron ante una estrecha puerta de madera oscura,
recién pulida y brillante. Castor golpeó dos veces y abrió sin esperar respuesta. Se
apartó ligeramente y Sara se acercó deteniéndose en la entrada. Tomó aire como si
se tratara de coraje. Lo primero que vio fue una bonita cámara decorada con todo
lujo de detalles y a la derecha, la ancha espalda de un hombre que parecía estar
observando el exterior por una portilla pequeña. Contuvo su respiración. El largo
cabello del hombre caía sobre su espalda como una suave manta, llevaba un
chaleco negro con adornos dorados y dejaba ver unos hombros musculosos de piel
bronceada. Súbitamente recordó a Alex, desde el día del parque no le había vuelto
a ver y los rumores decían que había regresado a su país. Agitó la cabeza, no
entendía porque no podía apartar aquel hombre de su mente, sobre todo en un
momento como ese…. Quizá fuera porque el cabello negro de aquel hombre… Se
concentró en el capitán, su figura era temible, su altura, su corpulencia, la forma de
vestir y aquel sable colgado del cinturón que rozaba sus caderas. -Gitano – llamó
Castor – la señorita… está aquí. Alex se volvió a mirarla. -¡Yaron! – exclamó
pasmada, mirándolo boquiabierta. Al cabo de unos segundos la sorpresa dio paso
al alivio. ¡Estaba salvada! Dejó escapar un sollozo y se lanzó a sus brazos. - ¡Dios
mío! ¡Gracias al cielo! Pensé que me iban a matar.

Sintió las manos del hombre acariciando su cabello. Consolándola de su


desdicha. El Gitano la observó con sus ojos azules, estudiando sus ropas rasgadas.
La luz del sol entraba por la portilla haciendo que los cabellos plateados brillaran
como una aureola semejándola a un Ángel. Le fascinaron aquellos hermosos ojos
dorados, siempre lo hacían, sobre todo cuando expresaban todas las emociones de
la joven, Miedo, sorpresa, confusión. - Espero que mis hombres te hayan tratado
correctamente. ¿Te encuentras bien? – La invitó a terminar de pasar – Castor que
suban algo de comer, seguro que Sara tendrá hambre. - Necesito tu ayuda – asintió
la joven retirándose las lágrimas del rostro. – He pasado tanto miedo. ¡Ha sido
horrible! ¡Toda esa gente muerta! -Pero tienes hambre ¿No? - Si claro – Sara pasó
la mirada de Alex a Castor y volvió de nuevo al hombre. No estaba sorprendido de
verla, ¿A qué se debía eso? Se apartó un poco de él - ¿Por qué navegas bajo
bandera pirata? – le preguntó, recordando de pronto donde se hallaban. Yaron se
encogió de hombros. - Primero hablemos de ti. ¿Es cierto lo que me ha contado
Simón? ¿Te secuestraron? - Si, pero ¿Qué haces tú aquí? – preguntó nerviosa.
Había algo que no encajaba y no la dejaba pensar en otra cosa. Alex ignoró su
pregunta. -¿y quienes te trajeron aquí? ¿Con que propósito? Sara frunció el ceño
pensativa. ¿Por qué él no contestaba sus preguntas? - Anoche nos asaltaron unos
bandidos de camino a casa. Me debieron de golpear porque no recuerdo más.
Cuando desperté estaba en un sitio asqueroso que olía mal. – No como ese lugar
que desprendía aroma a limpio. Pensó. – Creo que pedirían rescate a mi padre -
observó una de las elegantes sillas deseosa de sentarse en algún lugar decente -
¿puedo? - Sí, claro. ¡Vaya, que descortés! ¿Quieres un poco de vino? – ofreció
Yaron. - Ya sabes que no bebo vino, excepto en la comida –Ella fingió una sonrisa
que no llegó hasta sus ojos. Este no era el Alexander Yaron que ella conociera -
¿Estamos muy lejos de Londres? El hombre ladeó la cabeza pensativo. Escogió una
silla cercana a ella y tomó asiento: - Muy lejos no – contestó mirándola fijamente. –
De hecho sería la primera costa que viéramos, si nos dirigiéramos allí. Sara abrió
los ojos como platos. -¿Y no vamos allí? -No. Este barco se dirige a Virginia, tengo
mi casa allí, ya lo sabes – repitió en el mismo tono que ella. Y se apresuró a
explicar – Lamento no poder llevarte de vuelta a casa, pero yo mismo me
encargaré de que regreses en cuanto sea posible. -¿y cuándo será eso? – preguntó
dudosa, no confiaba en Yaron. Sus ropas, el cabello suelto, las armas… la
bandera… - Cuando arribemos en alguna costa. Sara se pasó la mano por la
cabeza, tratando de aliviar el terrible dolor que sentía y que se acentuaba a cada
momento. - ¿estás bien? – preguntó Alex poniéndose en pie. Cogió su mentón con
delicadeza y estudió el golpe de la sien – Te atizaron bien. -Me lo busqué yo. No
logro mantener la boca cerrada cuando debo. – admitió. No vio la mueca divertida
del hombre y dio un repentino saltó al acordarse de Erika – ¡Mi hermana! ¡No sé
qué paso con ella! ¿Y si estaba en el barco…? - Allí no quedaba nadie y no había
más mujeres a bordo. –respondió Yaron sirviéndose un vaso del rosado vino. No
sabía hasta qué punto debía creer en Yaron, o en el Gitano. Era incapaz de
entender la casualidad del destino que la había llevado hasta él, pues no era muy
dada a la existencia de milagros. Tenía los pies en la tierra y la cabeza
perfectamente amueblada. Solo tenía que preguntarse hasta qué punto confiaba en
el hombre. Viajaba bajo la marca de un pirata, la había rescatado de un traficante
de esclavos y hasta él mismo vestía como tal. Y sin embargo, a pesar de todo eso, se
encontraba agradecida de haber encontrado a Alex y no a otro. Las dudas de que
Yaron ocultaba algo, aquellos comentarios que la hiciera a Erika – No busques
héroes donde no los hay- y la despedida… Después de todo eran amigos ¿no? Solo
rezaba porque Erika se encontrara a salvo. Con toda seguridad su padre ya debía
estar buscándolas. Un muchacho llevó una bandeja al camarote y después de
dejarla se marchó a buscar escarcha. Poco más tarde, la joven ya había comido y se
hallaba recostada en la ancha cama, mientras Alex trataba de bajarle la hinchazón
del golpe con un trozo de hielo envuelto en un fino pañuelo de hilo. - ¿Por qué no
has contestado alguna de mis preguntas? – Preguntó Sara con un cansado suspiro.
- ¿Por qué viajas con bandera negra? ¿Por qué te llaman Gitano? ¿Por qué has
atacado ese barco? Alex sentado junto a ella, apartó lo que tenía en la mano para
dejarlo sobre un pequeño balde de metal y la miró fijamente. - Muchos utilizamos
esta bandera para evitar otros navíos. – respondió con cuidado, eligiendo las
palabras. Conocía a Sara y ella encontraba significados hasta donde no había –
Nosotros no abordamos al “águila Blanca”, nos defendimos de su ataque. – Otra
mentira - El Diábolo es mi mejor barco y el que mejor preparado esta para
enfrentarlos. - ¿El águila Blanca? - Traficantes de esclavos. – Se puso en pie
frotándose las manos – Esa gente pretendía venderte. Sara se medio incorporó y
volvió a dejarse caer. Yaron no mintió. Después de haberse hecho pasar por
bandolero, había ordenado llevar a la joven a su barco, pero el capitán del Águila
Blanca se la había reclamado en pago de una deuda inventada. Gerard Bells, un
hombre traicionero que lo tenía ojeriza desde que se conocieran hacia un par de
años, se la había llevado ante sus narices. Jamás habría dejado que la trasportaran
ellos, pero les habían tendido una emboscada en Londres. ¡Se había vuelto loco al
saber que él mismo había puesto en peligro la vida de Sara! Tan solo por un tonto
capricho, por no querer alejarse aun de ella. En todo momento el Diábolo los había
seguido. El combate en mar abierto fue más sencillo que si hubiera iniciado la
disputa en Londres, donde posiblemente hubieran acabado en la horca. Ahora
Bells yacía en el fondo del océano junto a su barco y los pocos hombres fieles de su
tripulación, el resto se había unido a sus propios hombres hasta llegar a puerto. -
Será mejor que descanses. - ¿Por qué te llaman Gitano? Alex agitó la cabeza con
una sonrisa traviesa. - Cuando aún vivía en Inglaterra teníamos unas tierras en
Norfolk y los gitanos acampaban todos los veranos con su carretas en las lindes. Yo
acudía a menudo y mis amistades mayormente fueron de esa raza. – Así como
Lidia, la mujer que lo instruyó en el arte del amor con tan solo dieciséis años. Lidia
fue muy importante para él que se había creído enamorado desde el principio.
Pero la mujer, unos años mayor, no tenía intenciones de tener una relación seria
por nadie y ofrecía sus favores por unas cuantas monedas. Murió en un accidente –
Sé lo que es bailar al calor de las hogueras. – La dijo mirándola fijamente. Sara
cerró los ojos cansada y se quedó dormida. Alex la observó pensativo. Ya
encontraría el modo de informarla que Erika se encontraba bien en su casa, sana y
salva sin haber sufrido daño alguno. Su intención inicial había sido partir hacia
América. La idea de no volver a ver a la joven le había corroído las entrañas. Esos
sentimientos que crecían en su interior eran nuevos y desconocidos. Habían
iniciado una amistad que había creído sincera. Claro que de haber podido se la
hubiera llevado a la cama en un principio en vez de hacerse el paciente, tal vez
esperando que ella actuara como las demás mujeres y cayera rendida a sus
encantos.
Sara no era como las demás. No solo había demostrado su indiferencia
hacia él como hombre sino que además, le había ocultado que existía otro. Se había
sentido herido en su ego y su sed de venganza obnubiló su mente. El por qué se la
había llevado no tenía una respuesta en concreto. Casi se estaba arrepintiendo de
haberlo hecho. Pero la miraba y una sensación agradable llenaba su pecho. Era
como si teniéndola cerca no pudiera pasarla nada. ¿Por qué se habría vuelto de
repente tan protector? La miró dormir durante unos minutos y dibujó con su dedo
el contorno de una tersa mejilla. Sonrió con malicia. ¿Cómo sería hacer el amor con
aquel hada escocesa de cabellos plateados? La joven suspiró, entonces Yaron
deslizó su mano hacia el esbelto cuello, su piel era aterciopelada y suave, caliente.
Desabotonó el frente del vestido y sus dedos temblaron sobre el escote. Una
camisola se apretaba contra los pechos turgentes, perfectos. Cubrió un seno con su
mano sin llegar a presionar. Sara estaba sumergida en un sueño profundo, ajena a
sus caricias. Alex tomó aire con fuerza y se alejó de ella, excitado. - Pronto –
susurró, muy pronto la tendría no solo calentándole la cama, si no que acabaría
locamente enamorada de él. ¿Acaso no era eso lo que su ego deseaba?

5 Sara pasó los dos días siguientes descansado y durmiendo, levantándose


en las comidas y cuando sus necesidades físicas la avisaban. Cada vez que abría
los ojos veía a Yaron frente al escritorio absorto en sus cosas, pero apenas
conversaban. Alex salía todas las noches del camarote y regresaba a la mañana
siguiente después de compartir la estrecha cámara de Castor. Sin embargo la
tercera noche, cansado de dormir en la hamaca decidió ocupar su cama. La joven
ya estaba recuperada y los días de caballero educado y galante quedaban atrás, por
no decir que Sara le encendía la sangre cada vez que la tenía delante. La encontró
dormida, cubierta con una camisa que la había prestado. Se echó a su lado sin
despertarla y cerró los ojos esperando que el sueño invadiera su cuerpo. No supo
el tiempo que estuvo recostado sin atreverse a mover y al final desistió en su
empeño. No podía concentrarse con ella tan cerca a pesar de que estuviera
dormida. Se aburrió. Se giró a observarla. Como el primer día de haberla subido a
bordo, desabotonó la camisa de la joven y miró absorto los pálidos senos. Subían y
bajaban lentamente al ritmo de la suave respiración. Sabía que estaba actuando
mal, ¡al menos despiértala! – le decía su conciencia. Pellizcó con suavidad uno de
los rosados pezones y esté vibró despertando al deseo. Yaron descendió un poco
sobre el colchón hasta que su cabeza se halló frente a los pechos .Eran como un
imán que lo arrastraba sin opción. La deseaba. Con miradas furtivas al rostro de la
joven, lamió el pezón saboreando la dulzura del trozo de carne. Era deliciosa con
sabor a miel. La escuchó suspirar y ella se giró ligeramente. Alex se detuvo por
unos segundos y como ella no despertara continuó golpeando el pezón con su
lengua en toques cortos y lentos. Con una mano bajó los cobertores y con lentitud
levantó la camisa de la joven, se hallaba desnuda y él creyó enloquecer por
momentos. Estaba duro, completamente excitado. No debería estar haciendo
aquello y menos mientras ella durmiera – se repitió, él no era así. Tanto tiempo
teniéndola cerca, oliendo su perfume natural, viendo su sonrisa, escuchando sus
charlas sobre Escocia. Si decía que no había estado con ninguna mujer desde que
dejara a Kristin en Virginia mentiría, había calmado sus ansias en un burdel del
puerto de Londres antes de iniciar su viaje hacía Virginia, antes de saber que
regresaría más tarde a por ella. Tampoco había sido muy satisfactorio al no
poderse quitar a la escocesa de su mente. No entendía que podía tener aquella
mujer en especial. ¡Era imposible que le atrajera su forma de ser! ¡Odiaba a los
mentirosos! ¿Entonces qué? Observó el vientre pálido, la delgada cintura, sus
caderas redondeadas. Sara era más hermosa de lo que había imaginado. Quizá el
ideal de mujer si no tuviera la lengua afilada y supiera lo fácil que le resultaba
mentir. Era valiente, espontanea, apasionada. Después de todo él tampoco iba
hacer mal a nadie. Probablemente Sara ya habría probado los placeres del acto con
su prometido. Nadie tenía porque enterarse de aquello, si ella no quería. Con ese
pensamiento dejó su mente libre de culpa, acarició su pierna de arriba abajo para
ascender por la cara interior de su muslo hasta enredar los dedos en el triángulo de
vello dorado. Con un ligero movimiento la insto abrir las piernas y ella de modo
inconsciente lo obedeció, embargada por las sensaciones que recorrían su cuerpo e
imaginando que eran fruto de algún sueño placentero. El hombre la encontró
húmeda e irresistible. Sin avasallar introdujo un dedo con lentitud y ella se arqueó
girando su rostro hacia un lado de la almohada. Sara abrió entonces los ojos
topándose con su mirada y él vio la sorpresa reflejada en su bonito rostro. Él movió
sus dedos dentro de su cuerpo, presionando con suavidad, recorriendo cada
centímetro de cada pliegue, sin apartar la vista de sus hermosos ojos dorados aun
somnolientos. La joven exclamó. Le aferró la muñeca intentando apartar su mano
de allí. ¡Había pensado que estaba soñando! Yaron no quiso ceder ni un milímetro
y continuó con su tortura. Sara lo miraba confusa, con los ojos entrecerrados.
Hasta que la sintió rendirse dejando de luchar contra él y comenzó a gemir de
placer, agitando la cabeza sobre la almohada. Dejó caer la mano sobre el colchón y
se arqueó entre jadeos. Las mejillas femeninas adquirieron un tono rosado y sus
ojos avergonzados, se negaron a mirarle. Alex imaginó lo que cruzaba por la
mente de Sara… ¡Era indecente! Pero a un tiempo tan delicioso… Disfrutó con
solo mirarla. Sus pantalones estaban a punto de estallar y aun así no aceleró las
caricias hasta que sintió que la joven alcanzaba un orgasmo. La sintió temblar y
deseó hundirse en ella. No tentó al destino. No quiso pensar en el supuesto
prometido de Sara, estaba molesto con él por el solo hecho de haberla conocido
antes. Nunca se había fijado en si una joven era virgen o no, eso no había tenido
importancia hasta ese momento ¡No debió mentirle con lo del prometido! – se dijo.
¿Era esa excusa suficiente para tener a Sara junto a él?

Sara rodó sobre el colchón arrastrando las sabanas y alejándose todo lo


posible de él. Su espalda chocó contra la pared. -Necesito arreglar mis ropas – le
dijo sin mirar. Estaba enfadada. No debía estarlo cuando desde un principio Yaron
le había atraído hasta el punto de querer ofrecerle su virginidad. Aún seguía
pensando que sería el hombre elegido, pero ni loca lo admitiría ante él. Ese
degenerado la había tocado mientras ella dormía, ¡sin su permiso! Dejando a un
lado el hecho de que estaba encantada con las sensaciones que recién había
descubierto, sentía que debía regañar al hombre por tomarse semejantes libertades.
La furia que trataba de ocultar tras los dientes apretados, martilleaba su cabeza sin
compasión. ¿Qué pasaba con ese hombre? En Inglaterra no había sido capaz de
robarla ni un solo beso, y aquí de buenas a primeras… Las protagonistas de sus
novelas ¿Qué hacían? ¿Arrojar objetos contra el hombre? Miró algo que pudiera
lanzarle a la cabeza pero no encontró nada cerca. También podría gritarle ¿de que
serviría? Dijo una voz en su cabeza – había disfrutado mucho con sus caricias,
tanto… que ya tenía ganas de él… otra vez. Alex seguía allí, a los pies de la cama
con los brazos cruzados sobre el pecho, estudiándola fijamente con una expresión
indescifrable en su esculpido rostro. Sara se deslizó sobre un lado de la cama y
arrancó las sabanas cubriéndose, caminó hacía un biombo de estilo oriental que se
hallaba en un rincón del camarote. Pensó en Paul pero repentinamente lo echó de
su cabeza sin tener ganas de analizar los verdaderos sentimientos que la unían a él.
En cuanto a Yaron o el “Gitano” ¡que engañada la había tenido! De haber conocido
su verdadera personalidad – algo que siempre intuyó de que algo la ocultaba – se
habría lanzado a sus brazos hacía tiempo y sin miramientos. Todavía quedaba
viaje… y él era tan guapo… Quizá debía poner en funcionamiento el plan de Erika,
fingir que solo la atraía sexualmente. ¿Sería capaz de enamorar al hombre y hacer
que se casara con ella? ¡Erika! Rogaba a Dios porque se hallara bien. Se escabulló
tras el biombo y de repente cayó sobre ella una prenda blanca. -Sera mejor que te
pongas esa camisa y estos calzones – la volvió arrojar otra prenda – La camisa que
tienes es mía y te queda enorme. -¿y si no quiero? -Iras desnuda. A la gente del
Diábolo le encantará la idea. -¿pero tú que te has creído? – Dijo por fin iracunda –
que esté en tu barco no te da ningún derecho sobre mí. Lo que acabas de hacer
conmigo es… -¿placentero? Sara no podía verle la cara y a pesar de todo se estaba
vistiendo con las ropas que él la había entregado. -¡Bochornoso! ¡No tienes ningún
derecho…! -Vale, me ha quedado claro. Una vez vestida, salió de su escondite,
regañándole y acusándole de abusar de su cuerpo al tiempo que se recogía las
mangas. La prenda era muy larga y ancha, pero por lo menos estaba limpia y olía
de forma muy agradable. Evitó en todo momento observar la cama y clavó la vista
en él. -Lamento haberte excitado tanto Yaron. – Dijo ahora más calmada - Sé que
debí haberte detenido pero mi curiosidad pudo más... Aun así no estuvo bien
eso… que me hiciste – seguro que estaba roja como un tomate y posiblemente
dejándolo con la boca abierta, pero llegados hasta ese punto quería dejarle intuir
que si la pedía que se acostará con él, no lo iba a dudar ni un segundo, lo estaba
deseando. Quería saber cómo era él y como sería el acto, claro que tampoco podría
decírselo de una forma tan abierta… Ella no era ninguna furcia ni nada por el
estilo, solo lo había elegido a él para tener su primera experiencia y con un poco de
suerte… quedarse siempre entre sus brazos - ¡Vaya, Paul jamás…! -No me hables
de él, por favor. No tengo ganas de comparaciones. -¡Si no lo iba hacer! –
incomoda recogió las sabanas que había dejado sobre el suelo. Debía simular que
todo aquello no tenía importancia para ella. En ese momento decidió que quería
casarse con él. No sabía cómo, pero lo enamoraría. Llenó dos copas con el vino que
se hallaba sobre la mesa y le entregó una al hombre. -Entonces te ha gustado ¿No?
– dijo él. No se reía y tampoco parecía sorprendido. ¡Cómo se atrevía a ser tan
grosero y preguntarla eso! Estaba claro que no iba a responderle. -¡eres un
prepotente! – siseó con los dientes apretados. ¿de verdad quería casarse con un
hombre tan egocéntrico? Escuchó las carcajadas de Yaron y sin pensarlo le arrojó la
copa de vino a la cara con todo su contenido. El líquido oscuro golpeó el rostro
moreno y cayó sobre su chaleco oscuro goteando contra el suelo. Varias gotas
burdeos se quedaron colgando de la fuerte barbilla. Yaron se abalanzó hacía ella
sujetando sus manos con fuerza y empujándola contra la mesa. Sus ojos azules la
miraron acerados y Sara supo que se había pasado, pero él también lo había echo.
¡Qué pensaba que no sabía defenderse! No le tenía miedo, no sabía porque, pero
no le temía. Alex no decía nada, su aliento daba de lleno en el rostro de Sara. Por
un momento le vio luchar contra algo, como si quisiera pegarla o estrangularla, sin
embargo no hizo nada de aquello. La soltó, rebuscó algo en un cajón, una camisa
limpia y salió del camarote maldiciendo entre dientes.

6 Era de noche cuando Alex regresó al camarote seguido de su grumete.


La encontró acurrucada en el único sillón que adornaba la sala, con un libro entre
las manos. Sobre la mesa había dejado algunos tomos que no se había molestado
en devolver a la estantería. Ella alzó los ojos al verlos. El grumete la observó
furtivamente al colocar una bandeja plateada sobre la mesa. -Me quedé aquí
esperándote porque no sabía dónde ir – dijo Sara mirando a Yaron. El hombre, con
una tranquilidad increíble, despidió al joven y se sentó ante la mesa fingiendo no
haberla escuchado. -Acércate – su voz sonó suave – vamos a cenar algo. Sara
obedeció apartando el libro y dejándolo sobre los demás. Tomó asiento frente a él y
observó la comida. Consomé de gallina y asado de cordero con guarnición de
patatas y habas, finalizaba con un pastel de manzana. -¡No pensé que se comiera
tan bien en un barco! – comentó sorprendida. Alex sirvió la comida en los platos y
sonrió divertido. La señorita listilla, sabelotodo se impresionaba con facilidad. -Yo
siempre tengo lo mejor – se encogió de hombros – No todos pueden comer lo
mismo. Creo que eres demasiado afortunada al estar aquí conmigo – como ella le
miró intrigada el prosiguió – Veras, la tripulación piensa que da mala suerte tener
a una mujer en el Diábolo… -¡Eso es una tonta superstición! -Llámalo como
quieras, pero a veces pasan tanto tiempo sin ver una mujer que pueden sentirse…
desesperados. - ¿y tú, Yaron? ¿También lo estás? - No querida, de ser así no me
habría limitado solo a proporcionarte placer a ti – las mejillas de ella enrojecieron
al recordarlo – Hay algo que debes saber – hizo una pausa para mirarla fijamente –
Suelo hacer las cosas a cambio de algo. -¿Qué quieres decir? – preguntó intentando
parecer confusa. ¡La iba a pedir que se casaran! No, ella no podía decir que sí tan
rápido. -Vamos a ser sinceros ¿no? Después de todo somos… amigos. – Echó la
silla un poco hacia atrás – No tengo ninguna necesidad de tenerte aquí. Es más…
nada me impediría arrojarte por la borda. -¿estas bromeando? - No. Yo no te he
invitado a que estés aquí, sin embargo te he salvado de un destino peor que la
muerte, los hombres que te capturaron pensaban venderte. ¿Has oído hablar de la
trata de blancos? -¡Claro! – Exclamó con los ojos abiertos como platos – Eso ya me
lo dijiste. Me salvaste de esos… criminales. -Así es – asintió con total tranquilidad.
-Pero somos amigos ¿verdad? – Sara sintió algo extraño en la boca del estómago.
Yaron la había salvado… de lo más horrible que le puede pasar a una mujer.
¡Como en las novelas! Sin embargo no podia evitar la extraña sensación que
recorrió su espalda e hizo que el vello de su cuerpo se erizara. - Bueno, nunca he
creído mucho en que un hombre y una mujer puedan ser… ¿amigos? Me caes bien
y eres preciosa – se encogió de hombros – Te perdono por haberme ocultado lo de
tu prometido, pero creo… - carraspeó – Me gustaría que nos conociéramos un poco
más… a fondo. -Vamos que te quieres casar conmigo ¿No? – preguntó ella
pinchando una haba con el tenedor. -¡¿Qué?! ¡¡No!! – Yaron soltó una tremenda
carcajada – Quizá cuando lleguemos… Pero aquí – extendió las manos – en un
barco… -¿quieres que sea tu amante? – fingió no estar decepcionada. Ese era un
juego donde podían hacer y deshacer los dos. - ¡No te extrañes! Estas prometida
¿no? Sara deseó gruñir pero se contuvo. ¿Qué pensaba, que era una cobarde? ¡Ja!
Entrelazó los dedos ante sí. -¿si te cansas de mi antes de acabar el viaje… que
harías? Ahora fue él el sorprendido. ¿Ella lo estaba considerando? En verdad que
solo pretendía asustarla ya que sus dotes de seductor con ella no habían
funcionado. ¡Qué demonios! Si ella se le entregaba no iba a desperdiciar más días
en tratar de hacerla sucumbir. Posiblemente en cuanto la poseyera se rompería el
hechizo que había vertido sobre él y cada uno podría continuar con su vida. ¿De
verdad Sara pensaba que podría arrojarla a los tiburones? - Un trato es un trato –
respondió intentando mostrarse sereno, de solo pensarlo su cuerpo reaccionó con
una fuerte erección. Sara lo acicateó más. -Supongo que sería imposible que mi
padre se enterara de nuestro acuerdo. Mi familia no lo soportaría. -Difícilmente
cualquier miembro del Diábolo irá con el chisme. -¡Me imagino! – se mofó
nerviosa. Una vez que se acostara con él le echaría el lazo de por vida. Alex dejó de
comer y la miró con los brazos cruzados sobre el pecho, ella se mordía las uñas
intranquila. - Si necesitas algo de tiempo… para pensar… -¿y si quedara
embarazada? He oído que eso puede pasar. El hombre se tensó. Se le cruzó por la
imaginación que Sara pretendía engañarlo de alguna manera, quizá le quería llevar
a un campo peligroso donde tuviera que tragarse sus propias palabras. -¿Qué
querrías hacer? – la preguntó con otra pregunta tanteando el terreno. La joven era
muy lista y avispada, con su palabrería intentaba confundirlo y él tenía plena
conciencia de ello. -¡Yo no deseo un hijo! – Contestó .Y era verdad. No estaba
preparada para eso y decidió dar más énfasis a sus palabras – Paul aceptaría el
hecho de que no fuera virgen, pero llevarle un crio… -¿Y entonces? – insistió él,
comenzado a enfurecerse. ¡Estaba hasta el gorro de oír hablar de su… Paul! Si se
quedaba embarazada… ella… ¡se casarían! ¡por supuesto! -Me tendría que quedar
contigo hasta que naciera y luego me devolverías a mi casa – respondió ella
fingiendo un desinterés total, cosa que no sentía en absoluto. -¿rechazarías a tu
hijo? – preguntó atónito. Insensible y cruel eran adjetivos que en ese momento la
definían con precisión. Sara se encogió de hombros al percibir su tono frio. ¡Yaron
se lo estaba tragando todo! -¿Qué sugieres que podría hacer? – Se inclinó hacia
adelante cuando habló. “Podrías pedirme de una vez por todas que me casara
contigo. Pensó.” Su plan no parecía estar funcionando. Alex se incorporó tratando
de controlar su enojo. ¿Realmente ella sentía lo que decía? -De acuerdo. En el
supuesto caso de que hubiera un… hijo – las palabras se atragantaban en su
garganta – Me haría cargo de él, pero me temo que habría que alimentarle los
primeros meses y me niego a que lo haga una nodriza. Sara también se puso en
pie. Había perdido el apetito. -Supongo que podría vivir en tu plantación de
Virginia – el hombre asintió – Me quedaré en tu casa hasta que el bebé no me
necesite – “para siempre “dijo su voz interna. ¿Estaría actuando correctamente?
Eso era lo que decía Erika, fingir que no sentía nada por él -¡Seria mi hijo! ¿Qué
clase de mujer crees que soy?-terminó de decir con gazmoñería. - Será mejor que
terminemos la cena – Yaron se cansó del juego y de tanta cháchara. Para que iban a
seguir discutiendo si él haría lo que le viniera en gana. ¿No estaba ella a bordo del
Diábolo? Estuvo a punto de reír, ¡menuda conversación! Indudablemente esa
mujer lo dejaba sin palabras. ¿Por qué debería tener alguna consideración con ella?
Y si amaba a otro hombre ¿Por qué se le iba a entregar con tanta facilidad? -No
pareces muy enamorada de tu prometido. ¿No sientes lastima por él? - Paul es la
única persona que me entiende y sabe perfectamente como soy y lo que siento.
Jamás podrías entender eso Yaron. – ¿acaso el hombre ahora la quería hacer sentir
culpable? -Le conoces muy bien. -Lo suficiente – Podía haberle dicho que era un
hombre fuerte y noble de un corazón compresivo. Atractivo, no tanto como él pero
si, muy agradable de ver - ¿Puedo pensarlo? Me refiero a lo que hablamos antes. -
Espero que te baste hasta mañana. Hoy estoy muy cansado. – No era cierto, pero
tras la conversación sus instintos sexuales habían decaído notablemente. ¡Un hijo!
¡Por Dios en lo que pensaba esta mujer! -¿y cuando llegaremos a alguna costa? -
Tres o cuatro semanas a lo sumo – contestó apartando la silla de nuevo. Sacó la
cabeza por la puerta y llamo a su grumete para que retirara el servicio. – Es hora de
dormir, descansa lo que puedas. Ella asintió. El dolor de cabeza había cesado casi
en su totalidad, el golpe que había recibido había sido bastante superficial, aun así
de vez en cuando sentía pequeños pinchazos. -¿tu…no te acuestas? -Debo hacer
unas cuantas cosas. Habitualmente mi primer oficial se reúne aquí conmigo pero te
dejaremos dormir. -Ah, bueno, te lo agradezco de veras.

La luz del sol llenaba la estancia reflejándose sobre un espejo ovalado de


marco dorado, que se hallaba cerca de la estantería. Sara despertó incomoda bajo la
luz y trató de ocultar su cabeza bajo los cobertores, de pronto se acordó de Yaron y
se incorporó buscándolo con la mirada. Estaba sola. Aprovechó el tiempo en
lavarse un poco con el agua de la jofaina de porcelana, dispuesta tras el biombo.
Quería asearse antes que llegara el hombre. Ese día estaba especialmente nerviosa,
sobre todo esperando que llegara la noche. Su tonta mente se había convencido
que aquella era la única manera de… atar al hombre, por otro lado, en un pequeño
rinconcito de su cerebro algo le decía que no podía obligar a alguien a quererla. ¿O
sí? Intentaba estirar las sabanas cuando Alex entro en la alcoba con paso decidido.
Se giró para observarle. -¿Nunca llamas a la puerta? -No cuando es mi cuarto –
argumentó fríamente. Parecía cansado y su rostro no era de los más amables esa
mañana. -Tienes razón – asintió – pero a mí me gustaría. – Le dio la espalda para
continuar tendiendo la cama y le habló sobre el hombro -¿ya has tomado café? -
Hace varias horas. Jamás había conocido a nadie tan perezosa. Sara se irguió
herida en su orgullo ¿perezosa ella? ¡Vale, pues si él lo decía! -Laura mi doncella
siempre dice lo mismo – mintió como una cosaca. Por normal general siempre era
la primera de la casa en levantarse, e incluso antes que el servicio. Salía a cabalgar
y de esa manera se llenaba de energía. – Ya te hablé de Laura ¿verdad? - No me
interesa. - Bueno, ¡si pareces enojado! ¿Tienes algún problema, Gitano? – uso su
apodo adrede. Alex se dejó caer sobre la cama todo lo grande que era, con las
manos y las piernas extendidas, con el rostro girado hacia ella la observó con
seriedad. -Mi problema ha sido una noche totalmente desvelado – protestó entre
gemidos. - ¿Por qué? ¿No conseguiste dormir? -Lo intenté, pero parece ser que
necesitas toda la cama para ti sola. -¿quisiste meterte en mi cama? – preguntó
incrédula. -Miii cama – rectifico. – Sara, escúchame. ¿Has sido secuestrada con
anterioridad? -No, es mi primera vez – le sonrió con dulzura. ¿Por qué la
preguntaba tamaña tontería? ¡Este hombre era…! Que guapo se le veía con el
cabello revuelto sobre la camisa blanca. Tenía que rasurarse la barba que le
comenzaba a salir oscureciendo su mentón. Su cuerpo grande y escultural sobre la
cama le llamaba la atención de una manera anormal. Era perfecto, y no solo por su
físico como había podido pensar en un primer momento. Desde luego si aún no
estaba enamorada de él, no podía descifrar los sentimientos que la unían a ese
hombre. ¡Amigos! ¡Menuda farsa! Ella no sentía lo mismo por Paul y ese, sí que
era amigo de verdad. -¿crees en el amor, Gitano? Él se giró en la cama y
entrelazando los dedos bajo la nuca clavó los ojos en el techo con el ceño fruncido.
-Sí, ¿Por qué no? – Suspiró – No estoy enamorado de ti Sara – sonrió sin mirarla –
Solo me atraes. Sara se mordió los labios, dolorida con sus palabras, pero consiguió
ocultar sus sentimientos bajo una fría sonrisa. -Yo no creo en el amor – soltó. – Por
lo menos en el amor verdadero que dura para toda la vida - ¿Por qué decía eso?
Sus abuelos se habían querido mucho y sus padres hasta donde ella sabía,
también. Sara continuó hablando hasta que un fuerte ronquido la avisó de su
inútil conversación. Le observó en silencio durante un largo rato, pensando en
cómo sería su futuro junto a ese hombre, preguntándose si algún día él llegaría
amarla de verdad. De momento la había dejado claro que no la quería, solo era
deseo. La joven se pasó casi toda la mañana, como las ultimas mañanas de esos
días, sentada junto al mirador con un libro en las manos. No era las novelas a las
que estaba acostumbrada pero a falta de pan, buenas eran tortas. Desde su
posición podía observar el timón y parte del navío. Disfrutaba mucho cuando
Yaron manejaba el Diábolo. Veía los músculos de sus brazos tensarse hasta ponerse
duros y su piel bronceada brillando en sudor. También, porque sentía las furtivas
miradas de él, vigilando a ver si lo estaba observando. Sara siempre se las apañaba
para bajar sus ojos a la lectura justo en el momento preciso. Mientras le admiraba a
él, no avanzaba en ningún renglón y sus ojos siempre volvían al mismo párrafo, sin
enterarse de lo que había leído. Por órdenes estrictas de Alex, no podía abandonar
el camarote si no era con él o acompañada de Simón, con el que había hecho muy
buenas migas. Sara comprendía que si los hombres estaban tan desesperados como
Yaron decía, el encierro en si la beneficiaba, aunque ello consiguiera aburrirla de
muerte. -¿Has viajado alguna vez en barco? Sara se volvió a mirarlo, por un
momento se había olvidado que el hombre estaba recostado sobre la cama. Cuando
él se incorporó para quedarse sentado sobre el colchón, Sara advirtió el arete de
oro que lucía en la oreja. ¿No se lo había imaginado hacia poco así? ¡Pues estaba
muchísimo mejor que en sus sueños! -No, nunca. -Si te apetece saber algo, o…
que te cuente algo, no tienes más que preguntar. -No necesito aprender nada –
contestó indiferente – Lo importante es que sé nadar en caso de que este barco tuyo
se hunda. -Imposible, conmigo no se hundirá. -Si, hay algo que tengo que
preguntarte – dijo cambiando de opinión - ¿Por qué has fingido conmigo? Cuando
estaba en Londres… te comportabas diferente. Todo cambio el día del parque
¿verdad? -No quiero hablar de eso. Recuerdo que no fuiste demasiado sincera
conmigo. -¡Eso no es del todo cierto! -Ah, sí. Solo querías mi amistad y para
dejármelo claro, me mirabas como si desearas que te tumbara sobre algún sitio y te
hiciera mía. ¿Haces eso con tus amigos? -¡Claro que no! – gritó furiosa. Podía
tolerar muchas cosas y otras tantas hacerse la ingenua y hasta simular darle la
razón. Se detuvo en cuanto vio sus ojos burlones. ¡Estaba intentando provocarla!
Contó hasta diez respirando con rapidez. Había estado a punto de soltar toda la
rabia contenida, en su mayor parte debido al aburrimiento de hallarse encerrada
entre cuatro paredes con unos aburridos libros… ¡Si, muy aburridos! Unos tomos
que hablaban de longitudes y latitudes y él más interesante trataba de cómo hacer
nudos marineros. -Por qué atacaste al… ¿era el águila blanca? – preguntó
cambiando nuevamente la conversación. -Nos defendimos – mintió. -¿y os suelen
atacar con frecuencia? -No te preocupes por eso, junto a mi estarás segura. - ¡Ja!
Ni que fuera una niña para creerme todo lo que digas – contestó. En el fondo, su
respuesta la había llegado al corazón. ¡Cuánta razón tenía! Solo estaría segura junto
a él. -Una niña precisamente no. – El hombre soltó una carcajada cuando ella
bizqueó y le imitó con voz forzada y ronca. -¿Por qué no puedes devolverme a
Londres? – preguntó Sara unos minutos después, cuando ya habían dejado de reír.
– Es porque no quieres ¿verdad? Yaron se pasó las manos por la cabeza y
desapareció tras el biombo para utilizar la misma agua que usara ella en la
mañana. -¿Qué te hace pensar que una vez que regrese a casa, no iré hablar con tu
familia para denunciarte por… pirata? La jofaina salió volando contra una pared y
el biombo cayó golpeando el piso con fuerza. Sara no supo cómo el hombre había
llegado hasta ella tan rápidamente, pero si sabía que la estaba haciendo daño en los
hombros al apretarla con fuerza. Su rostro era una terrible y fría mascara, mientras
que sus ojos de puro hielo la taladraban. -Muérdete la lengua mujer o te juro que
te la corto. – siseó peligrosamente. Sara se asustó. ¡Esta vez se había pasado de
verdad! ¿No era una especie de chantaje lo que le quería hacer? Alex aflojó la
presión al percatarse de las lágrimas que abnegaban los bellos ojos dorados. La
lanzó sobre la cama. Ella esperó lo peor y cerró los ojos. Suspiró aliviada al sentir
que la puerta se abría y se cerraba con fuerza.

Alex apoyó la espalda sobre la puerta que acababa de cerrar y agitó la


cabeza furioso. Escuchó los sollozos de Sara a través de la madera y rogó por que
se calmara en seguida. No había pretendido asustarla de esa manera, pero la mujer
lo volvía loco. En un momento se mostraba dulce y sumisa y cuando menos lo
esperaba, sacaba los ojos de cualquiera. Espero unos minutos, los llantos, lejos de
cesar, adquirieron mucha más fuerza y maldiciéndose por ser tan débil y estúpido
volvió a regresar al camarote. Ella estaba tendida sobre la cama, con la cabeza
hundida en el colchón. Alex se acostó junto a ella estrechándola contra su pecho.
Sara se apretó contra él buscando consuelo, aunque proviniera de ese hombre, no
importaba. Estaba lejos de su hogar, apartada de su familia, con rumbo a un país
del que ignoraba todo y con un hombre que desconocía totalmente. Este, no era el
Alexander Yaron que ella había conocido. Pero en ese momento lo único que tenía
era él. Yaron la dio una multitud de suaves besos en la sien y en el húmedo rostro
hasta que la joven levantó la cabeza hacia él entregándole su boca. Sus labios se
retorcieron en una comunión ardiente y silenciosa. Aquel beso no tenía nada que
ver con nada que ella hubiera conocido antes. Muy atrás fue quedando el recuerdo
de su herrero escoces mientras se perdía en los fuertes brazos morenos que la
estrechaban con ardor. Sintió la lengua de Alex abriéndose paso en su boca,
acariciando la suya propia como si la absorbiera, como si pudiera beber de ella y
extraerla hasta la última gota de su alma. Sara se aferró a él y a sus anchos
hombros, le mordisqueó el labio inferior igual que hacía con ella. La desnudó con
lentitud, desabotonando la camisa despacio, sin despegar los labios de ella. Sara
tiró de las ropas de él deseando sentir su cuerpo duro. Entregándose al hombre,
sin ni siquiera pensar que eso era lo que ella había querido desde el principio.
Nunca, ni en sus más remotos sueños, se sintió como en aquel momento. La
acarició los pechos presionando, rodeando los senos con sus manos al tiempo que
rozaba los pezones con sus pulgares. Sara le miraba con los labios entreabiertos,
deseando volver a recuperar su boca mientras su espalda se arqueaba reclamando
más y más. El hombre la besó y deslizó una de sus manos hasta el triángulo
dorado, estaba húmeda, excitada, preparada para él. La lengua de Alex comenzó a
recorrer su cuello, lamiendo todo lo que encontraba a su paso hasta llegar a uno de
sus pechos, allí se demoró introduciéndose la pálida carne en la boca para jugar
con el botón rosado e infringirla su particular castigo, quemándola con el fuego de
su saliva. Sara acarició su espalda y llevó las manos hacia el trasero del hombre
que aceleró sus caricias al sentirse irremediablemente excitado, deseándola como
jamás había deseado a ninguna otra mujer. Penetró en ella con facilidad,
deteniéndose tan solo un poco al topar con la barrera virginal. La sintió tensarse
queriéndolo apartar de sí. Esta vez no podría obedecerla aunque quisiera, llevaba
mucho tiempo soñando con ella, con su cuerpo. La besó con suavidad, mirándola
fijamente a los ojos cuando por fin se introdujo completamente en su interior. El
húmedo túnel lo acogió con un calor abrasador y se hundió en ella una y otra vez
hasta que la joven siguió los movimientos acompasados de sus caderas. Ambos
jadearon juntos, boca contra boca, no hablaban, tan solo se limitaban a besarse
como si les fuera la vida en ello. Yaron la sintió estremecer bajo su cuerpo, la
levantó las piernas para dar el último empellón llenándolos de un placer infinito.
Ella gritó clavándole las uñas en el trasero y seguidamente alzó las manos para
sostener el rostro del hombre entre sus palmas y besarlo apasionadamente. Se
abrazaron con fuerza durante varios minutos. El hombre se retiró ligeramente para
no aplastarla con su peso y hundió sus labios en la suave curva de su cuello.
Podían escuchar los alocados latidos de los corazones que parecían competir por
quien se relajaba antes. Alex cerró los ojos, satisfecho y confundido. Lo que sintió
con Sara había sido increíble. Ni siquiera Kristin que era una fiera en la cama y
fuera de la cama, le había hecho sentir de aquella manera y eso le asustó. -
Supongo que ahora soy tu amate – susurró ella. Por una vez lo había dicho sin
ánimo de ofender, sin ganas de causar ningún malentendido. Le amaba. Lo
comprendía ahora, siempre supo que acabaría enamorada de ese hombre. ¡Un soso
ingles! ¡No era cierto! Nunca lo había visto como tal. ¿Qué no buscara un héroe en
cada hombre que viera? No lo había hecho, pero lo había encontrado. Haría que se
retirara de pirata. Más de una vez le había preguntado cómo había acabado
escogiendo esa profesión, pero él no se lo aclaró nunca. Ya tendría tiempo de eso,
primero un paso y luego otro, era así como se empezaba andar. Alex la miró,
estaba tan hermosa con el cabello plateado revuelto sobre la sabana, las mejillas
sonrosadas y los labios ligeramente hinchados de sus besos. -No ha sido tan malo
¿verdad? -No – musitó ella saliendo de sus pensamientos. El hombre confundió
su mirada y sus gestos. -¿estabas pensando en él? – la preguntó alzándose un
poco. Su voz sonó acusadora, rayando de nuevo en frialdad. Sara lo miró aturdida.
¡Paul! Ni siquiera se había acordado de él después que Alex la besara. Tan solo por
tener el valor de que él pensara así de ella volvió a enfurecerse. -¡No metas a Paul
en esto! – Quiso girarse para darle la espalda, Alex la sostuvo de la cintura
impidiéndola cualquier movimiento. Después de observarla largamente asintió: -
Eres como las demás. Salió de la cama sin mirarla ni una vez y Sara recordó el
último día que había pasado en el parque. Yaron se vistió enojado. ¡Sara deseaba
regresar a su país! ¡Que así fuera! La dejaría volver antes que fuera demasiado
tarde y acabara haciendo el ridículo ante esta mujer. ¡Nunca, jamás se rebajaría a
ella! ¿Para qué iba a casarse cuando tenía tantas experiencias con mujeres infieles?
-Te llevo de vuelta a tu preciosa casa – la miró sobre el hombro – como amante… -
se encogió de hombros – como mujer… esperemos que madures en algún
momento de tu vida. Salió del camarote antes de pedirla matrimonio y que
acabara pisoteando su orgullo. Descubrir que amaba a la joven lo enfureció más.
Esta vez no regresó al escuchar su llanto.

8 -Es una corbeta y se acerca rápido – dijo Castor pasando el catalejo a


Yaron - ¿el Diablo? -El Diablo – confirmó. – Nuestro buen amigo Thomas viene a
salvar a la damisela en apuros. Debí haberlo imaginado. -¿se la entregaras? Alex
no contestó y se pasó las manos por la cara en un gesto cansado. Thomas
Alexander Cochrane X Conde de Dundonald, marqués de Maranhao era uno de
los capitanes británicos más audaces. Cuando nació, la fortuna de la familia había
sido gastada en su mayoría. Ese fue el motivo de abrirse camino a través de una
carrera militar. Al igual que Yaron, había sido alistado como tripulante en varios
barcos de guerra británicos. En Londres era conocido por Lord Cochrane y por su
política radical. También le llamaban el lobo de los mares cuando participó en las
guerras de la revolución francesa. En la marina Británica se dio de baja y sirvió en
las de Chile, Brasil y Grecia. En contra de la voluntad de su familia se había casado
recientemente con Catherine Celia Barnes, Kitty, como solía llamarla
cariñosamente, una dama de madre española. Ahora había perdido la herencia,
pero no su lealtad al reino unido a pesar de residir en Jamaica. Y, seguramente por
haber estado en Londres en ese momento, era por lo que el Diablo, como le
llamaban ahora que comandaba la corbeta Speedy, le estaba persiguiendo. Ambos
eran muy buenos amigos y habían coincidido en múltiples ocasiones, aunque
llevaban un tiempo sin verse. Si Thomas iba en su busca por la mujer, no tendría
otro remedio que devolverla, lo que para sus propósitos le venía de perlas. ¡No
podía confiar en otro para eso! Simón también la acompañaría, no quería que
viajara entre gente desconocida y aunque Thomas era buena persona, su carácter a
veces dejaba mucho que desear. Viendo como la embarcación se acercaba, sentía
como si algo le tirara desde el estómago hacia la boca, hacia la misma garganta.
¡Iba a dejar de verla! Quizá eso era lo mejor para los dos. Sara no merecía haber
pasado por todo eso tan solo por un capricho suyo. Trataría de olvidarla y regresar
junto a Kristin. No es que se fuera a casar ni nada por el estilo, ahora menos que
nunca ya que su corazón no le pertenecía. Durante su vida había renunciado a
muchas cosas y Sara era una más, esta vez tan doloroso que daba miedo. -¿Y si te
niegas? – insistió Castor. -No – negó – su padre pertenece a la cámara de los Lores
y puede que esto ayude un poco a Thomas – se encogió de hombros. No era capaz
de decir que realmente se quería apartar de ella y del influjo que le causaba. No
podía obligarla a quererlo si ya amaba a otro, y él… prefería alejarse. Hacer como
si todo esto no hubiera ocurrido nunca, como si jamás hubiera conocido al hada de
bellos ojos dorados y cabellos platinos. Olvidarse de sus sonrisas y de sus quejas,
de sus accesos de sinceridad que a veces le divertían sobre manera, de su
maravilloso cuerpo recién descubierto. Tan solo un gesto de ella podría haberle
hecho cambiar de parecer, pero ese gesto no llegó y Sara, fue trasladada junto con
Simón al Speedy y Thomas inició su regreso a Londres. Alex ni siquiera estuvo
presente cuando la joven abandonó el Diábolo y eso produjo un terrible dolor en el
pecho de Sara. Esta vez todo había acabado. No podía arrepentirse de haber
conocido a Yaron, de haber disfrutado de sus caricias. ¡Qué ilusa haber pensado
que ella podría haberlo retenido cuando ninguna mujer lo había hecho! Con cierta
angustia tuvo que reconocer que su plan de conquistarlo había fallado. No podía
decir que él la había engañado para llevarla a la cama cuando ella lo había deseado
tanto, sin embargo decirla que no era lo suficientemente madura la había dejado
muerta en vida. ¿Tan ridículo fue su acto de amor? ¿Su entrega? ¡Alex podía
pensar lo que le viniera en gana! Para ella había sido magnifico, le había sentido
suyo aunque fuera por poco tiempo, le había pertenecido como solo un hombre
podía pertenecer a una mujer. El viaje a Londres fue desolador a pesar de que
Simón y el Diablo, un hombre muy atractivo, de ojos grandes y profundos y
ondulado cabello castaño claro de largas patillas que llegaban hasta el inicio de sus
mejillas, la tuvieron entretenida con anécdotas divertidas e historias de sus
vivencias. Ya había sido informada que Erika y la otra dama se hallaban bien y eso
aflojó un poco el peso de su corazón, aún así no podía evitar recordar al hombre de
ojos turquesas que… la había abandonado, apartándola de su vida sin siquiera una
despedida. - Yaron me dijo que no era un pirata y que viajaba con esa bandera
para evitar ser atacado – le dijo a Simón. La costa inglesa se dibujaba como una
delgada línea divisora entre el cielo y el mar. Ya no debería importarla si era cierto
o no sus sospechas, pero su curiosidad respecto al hombre de doble vida podía
más que ella – No es cierto ¿verdad? -¿Lo denunciaría si supiera la verdad? -No –
respondió con sinceridad. -El Gitano siempre deseó alzarse en la marina Británica
como un gran capitán. No es tan fácil si no tienes buenos contactos, y aun
teniéndolos como es el caso de Thomas. Yaron no fue ascendido y te puedo decir,
señorita, que él lo merecía, por su esfuerzo, por su valor, por su constancia. En la
armada no encontró futuro, no le abrieron puertas y nadie le dio nunca una
oportunidad. Pero el Gitano no es un pirata, no señor. Me gustaría explicarla
realmente que es lo que hace porque a mi entender es muy buena persona… -Pero
lucha y asalta barcos ¿no? Simón se encogió de hombros: -Por una buena causa. -
¿Cuál? – insistió -No seré yo quien lo diga – contestó rotundamente – Y espero que
tampoco trate de averiguarlo si no quiere ponernos en peligro a todos, incluyendo
a usted misma y a su familia. Intente olvidar todo lo sucedido. Piense que el Gitano
la salvo y punto. -Él sabía que yo estaba en el águila blanca ¿verdad? Simón no la
contestó y no volvieron hablar de Alex.

9 Escocia. El reloj del vestíbulo marcó las doce de la noche. El silencio se


vio súbitamente interrumpido cuando tocaron las campanadas resonando por
todos los rincones de la casa. Sara se hundió más contra el colchón de pluma. Se
hallaba doblada en dos bajo la fría sabana de hilo. El fuego del hogar moría
perezoso y la diminuta llama que quedaba danzaba de un lado a otro, amenazando
con extinguirse en cualquier momento. Con un juramento se puso en pie sobre la
espesa alfombra castaña y con decisión atizó el fuego echando más troncos que
devorar. Su dormitorio estaba situado en la segunda planta y desde la ventana se
divisaba la puerta principal iluminada por dos farolillos. Apoyó la cara contra el
frio cristal y cerró los ojos pensativa. Hacia tan solo dos días que había regresado a
casa desde Londres, su padre mismo había insistido en que volviera al hogar con
temor a que algo pudiera sucederla de nuevo. Ella sabía que no era así, aunque
rezaba cada noche por que Alex… la secuestrara, la llevara a su mundo y la
colmara de felicidad. Debía sentirse feliz, estaba en Escocia, cerca de sus amigos…
¿Por qué no era así? Se encontraba realmente dolorida, atormentada. Enamorada
de un hombre sin escrúpulos, alguien que la había tachado de inmadura y de ser
igual que el resto de las mujeres. Abrió los ojos cuando sintió el frio que traspasaba
el cristal y corrió a cobijarse bajo las sabanas. A la mañana siguiente, Sara bajó
temprano, como de costumbre y después de ensillar a Nerón, su caballo árabe de
fuerte carácter, resistencia e inteligente por demás, atravesó los verdes campos
hasta llegar al lago en una cabalgada descontrolada. Se apeó del animal y hundió
las manos en el agua helada y cristalina. Nerón bufó tras de sí agitando su cabeza
cincelada y moviendo la cola que siempre llevaba en alto. Era hermoso con su
pelaje gris y una ligera mancha oscura sobre uno de sus ojos. Nerón era tan noble y
leal como podía haber sido un perro. Regresó justo cuando la doncella servía un
plato de huevos y bacón, el trote siempre conseguía abrirla el apetito. -Espero que
haya dormido bien señorita – saludó Laura con una sonrisa jovial, ella no podía
disimular que estaba encantada de haber regresado a casa. -¿Qué tal su paseo? -
Muy satisfactorio, gracias. -Hoy habrá una fiesta en la aldea, celebran el día de
Santa Margarita. Será divertido. -No insistas Laura. No me apetece. -¡pero estas
fiestas la gustan tanto! -Ya habrá otra al año siguiente – miró a la doncella – Erika
me dijo que había encontrado un admirador especial… ¿sabes quién es? - Es un
Lord o un Conde, no lo sé a ciencia cierta. ¿No la contó nada su hermana? Sara
negó: -estaban más preocupados por todo lo ocurrido. – Y ella se sentía
horriblemente mal después de haber mentido como una bellaca sobre lo ocurrido o
más bien al contar la verdad a medias... No había nombrado más que al águila
blanca ocultando la intervención del Gitano. -Quizás tengas razón – dijo
sorprendiendo a la doncella – Voy a salir un rato. ¿Podrías decir que me preparen
el coche? Laura corrió a obedecer encantada con sus logros. El clima allí era muy
húmedo y frio, ese día sin embargo era apacible y el cielo se encontraba totalmente
despejado, no había nubes que amenazaran tormenta. El vehículo se deslizó por las
empedradas calles de la aldea. No tenía en mente ningún lugar en especial, solo
quería despejarse y pensar… Dejaron atrás la herrería sin que ella echara ni una
sola mirada. Todavía no estaba preparada para ver a Paul. No sabría cómo mirarle
a los ojos después de aquello. Si Erika estuviera con ella… La necesitaba tanto. ¡No
podía llorar! ¡Ya no la quedaban lágrimas! Los días siguientes pasaron con
lentitud y Sara volvió a sonreír de nuevo fingiendo haberse sacado la espinita que
con fuerza se había adherido a su corazón. Había decidido continuar con su vida y
mirar lo que venía con otra perspectiva. Varias de sus amigas ya habían ido a
visitarla y Paul, que no había podido abandonar su trabajo, la había enviado una
carta muy divertida y cariñosa. Acudió a su primera fiesta convencida por su gran
amiga Francis Cupé. Ambas tenían la misma edad y sus padres era unos
acaudalados terratenientes de la zona, sin embargo igual que los Hamilton, no
presumían ni ostentaban sus riquezas. La reunión se celebraba en la mansión de
los Cupé, una hermosa casa blanca de líneas rectas y fachada de piedra gris que se
alzaba con orgullo sobre una hermosa ladera de verdes praderas. Toda la planta
inferior estaba colmada de gigantescos ventanales que daban acceso tanto al
exterior como al invernadero que se hallaba en el centro misma de la casa y por el
que deambulaban los invitados, encantados de observar los frutos cultivados y las
hermosas enredaderas que ascendían hacia el piso superior. Cuando Sara acudió,
ya habían llegado muchos invitados que tocaban las palmas al compás de varias
gaitas, -¡Vaya, Francis te convenció! – la saludó la señora Cupé con una sonrisa
amable. La joven asintió y después de besar a la mujer corrió a buscar a su amiga
entre el bullicio. En ese momento vio a Paul a tan solo unos pasos de ella. Él la
observó con ojos brillantes y Sara le sonrió con dulzura al tiempo que pasaba la
mano sobre la falda del vestido, una prenda de satén en tono melocotón. -Tenía
muchas ganas de verte, pequeña, que suerte que nos encontremos al fin. – Paul
tomó sus manos con afecto. - Yo también te he extrañado mucho. Ven, vayamos a
sentarnos en algún lugar, quiero que me cuentes todo lo que has hecho. Buscaron
un lugar apartado lejos del ajetreo. -¡Cuenta tú! ¿Ha sido interesante tu estancia en
Londres? Dímelo todo. Aquí sin ti todo ha sido un aburrimiento. -Bueno, la
ciudad tiene cosas muy bonitas – le contó todos los lugares que Yaron la había
mostrado luchando encarecidamente contra la nostalgia. - Erika ya tiene un
pretendiente serio y me ha obligado a comprarme mucha ropa, tanta que tardé
varios días en meterla en el ropero. Ambos rieron divertidos. -Sara ¿Has conocido
a alguien? Entre ellos no había secretos, aun así la tensión hizo que Sara apretara
los puños tras las faldas. -Me hice amiga de un hombre, el mismo que me enseñó
la ciudad. Era divertido cuando no se enfadaba – casi no podía recordar su risa ni
sus gestos amables, aquellos que la mostrara durante sus días en Londres. -¿Cómo
se llama? -Alexander Yaron – respondió – pero él no vive en Londres, había
acudido para la boda de su hermana. Paul asintió observándola con fijeza. -¿Te
gusta? -Lo amo – afirmó. – Siento tan diferente con él… Paul la envolvió en un
tierno abrazo. -¿Os habéis comprometido ya? Porque como digas que por mi…
has esperado… Sara sonrió aliviada y le acarició la espalda con su mano. ¡Paul! ¡Su
amigo del alma! -El no siente nada por mí – se rió con cinismo – me dijo que era
inmadura, holgazana… bueno estas cosas nunca llegan a buen fin – se tocó el ojo
con la punta de un dedo para evitar que la lagrima fuese liberada – Lo siento Paul,
no debería contarte esto… -¿Por qué? Sara mírame. Yo siempre supe que nuestro
destino no era estar juntos, primero tu posición social y la mía, segundo, te quiero
muchísimo pero eres como mi hermana. Luego está el hecho de que tu padre no
nos dejaría ser feliz… - La hizo reír – y que nuestro amor no sería el verdadero. -
¡Esa clase de amor no existe más que en las novelas y en las invenciones del
escritor! Por ejemplo Jane Barker o Aphra Behn ¿lo que habían plasmado en sus
novelas eran cosas reales? - Aphra fue espía, puede que sus relatos tuvieran más
de cierto que lo que nos pensamos ¿no? De todas formas hay que estar muy ciego
para no darse cuenta que lo que tú sientes es amor verdadero… - levantó la mano
para hacerla callar antes que le interrumpiera – no correspondido. -Quiero odiarle.
Paul elevó las cejas pero no dijo nada, Sara se lo agradeció, después de todo Yaron
no era ningún problema, ya no estaba en su vida. -¿Por qué no buscamos a
Francis? ¿Te ha dicho que se va a Europa?

10 Londres El silencio se veía súbitamente interrumpido cuando llegaban


suaves murmullos de la galería. Algunos invitados habían escogido aquel sitio
para descansar y charlar sin tener que alzar la voz e intentar hacerse oír por encima
de la animada música. La luna flotaba sobre el satén de la noche bañando el jardín
con un haz de plata. Por un pequeño sendero de gravilla caminaba Erika envuelta
en una mantilla y sumida en sus propios pensamientos. Accedió al camino
principal llegando hasta un pequeño cenador adoquinado desde donde se veía el
estanque. La luz de la luna se filtraba por entre las ramas de los árboles formando
lustrosos charcos de sombra y reflejándose en las aguas, como si fuera metal
líquido. Tras ella se produjo un leve ruido, como el suave siseo de una prenda.
Erika aguzó los ojos con todos los sentidos en alerta. La brisa nocturna la envolvió
y ella buscó curiosa, estaba segura de que había alguien más allí. Sintió un
escalofrío al recordar a los bandoleros y el secuestro de su hermana. Un brazo
robusto rodeó su cintura e instintivamente dejó de respirar. -No se asuste –
susurró una voz ronca y masculina. El temor se apoderó de Erika al no poder
reconocer aquella entonación. Se maldijo por haber abandonado la casa ella sola, y
más por haberse alejado tanto en la oscuridad y quietud del jardín. El hombre la
soltó y caminó hacia la luz de modo que ella pudiera identificarle. -¡Señor Yaron! –
Exclamó aliviada -¡Me asustó! ¿Qué hace aquí? Tenía entendido que había
regresado a su país. -Así fue –Alex rió complacido. Erika tomó asiento en el borde
del estanque e invitó al hombre a que él hiciera lo mismo. -¿se enteró usted de lo
ocurrido? La noticia ha tenido que dar la vuelta a medio mundo – le informó la
muchacha. -Si algo escuché – musitó Alex odiándose por mentir – Su… su
hermana no delató a sus captores ¿Por qué? -No sabe quiénes eran, si no ya los
habrían detenido. Cuando ella desapareció fui a buscarlo pero me dijeron que
usted ya había abandonado el país. Su familia se portó muy bien con nosotros.
Alex soltó por fin la pregunta que tanto le quemaba en la garganta: -Sara, ¿se
encuentra bien? Erika afirmó con la cabeza, pero en las sombras imaginó que él no
la veía bien. - Regresó a casa, es lo que siempre deseó. -Entonces debo suponer
que está feliz en su tierra. -¿y usted? ¿Por qué está de nuevo en Londres? Yo
pensaba que venía muy poco. -He terminado unos negocios y Andrew me
comentó lo ocurrido, pensé que podría encontrar a Sara aquí – se encogió de
hombros - quería saber de su salud, eso esto todo. Usted ya ha disipado todas mis
dudas. También he oído que usted se ha comprometido, enhorabuena. Ella asintió
con una deslumbrante sonrisa. -El Conde de Wakefield se declaró por fin. ¿Le
conoce? -No, lo lamento. Erika se puso en pie y Alex la imitó. -Ahora debo
marcharme señor Yaron, salí un poco a pasear pero si mi padre se entera me mata.
Cuando escriba a mi hermana le contaré sobre su preocupación. El hombre asintió.
Observó como ella desaparecía hacia la casa. Respiró hondo y se encendió un
cigarro. De modo que Sara había regresado junto a su prometido. Sara y Francis
habían estado toda la mañana haciendo compras, más Francis que se estaba
preparando para su próximo viaje por Europa. Estaba completamente emocionada
y deseosa. Roma, Paris, Madrid… lo conocería todo y recorrería lugares famosos
en la historia. Sara estaba contagiada por su amiga y la acompañó de un lado a otro
sin dar una sola tregua a sus piernas cansadas de tanto ajetreo, pero llegó un
momento, a última hora de la tarde, que sus pies se negaron a dar un solo paso
más. Convenció a Francis para que entrara sola en la tienda mientras ella esperaba
el carruaje que no tardaría en aparecer. Estaban en la ciudad de Dundee, una la
más aproximas a sus hogares y también la más concurrida ya que el negocio había
aflorado eso últimos años de manera esplendida. Sara observó durante un rato a
los niños que jugaban en una pequeña rotonda. Distraídamente apoyó su espalda
en un ancho tronco de un sauce llorón que lucía orgulloso como un soberano al
mando. Muy cerca de ella, sobre un banco de madera al pie de un estrecho jardín,
una pareja tomo asiento sin percatarse de lo cerca que estaba. Un extraño acento,
ligeramente meloso, llamó su atención. La conversación no hubiera tenido nada de
inusual si no hubieran nombrado al Gitano. Con disimulo bajó la cabeza fingiendo
interesarse en un hilo de su falda y con curiosidad prestó atención. -¿… y dices
que fue a buscar marido a Londres? – decía el caballero que vestía un traje rayado
y un ridículo bombín gris oscuro. - La hermana es la que buscaba esposo – dijo la
dama en tono conspirador. Ella iba elegantemente vestida en tonos verdes con
esmeraldas luciendo de sus orejas y cuello. -¿Pero ella está aquí o no? Esa mujer es
la única que puede identificar al Gitano. -¿crees que te lo dirá así como así? Piensa
un poco hombre. Si no ha querido delatarlo por algo será. -Querida… - dijo en
tono tranquilizador – tenemos una ligera idea de que ese bastardo de Yaron y el
Gitano son la misma persona. ¡Claro que no vamos a ir a preguntarla! Ella nos lo
confirmara aunque tengamos que hacerla daño. Ella por mi estaría mejor muerta.
¡Es la culpable! ¡Morirá de todas formas! Sara se apretó contra el árbol
escabulléndose en silencio. -¿Y si no habla? – aún conseguía escucharlos aunque
ahora no lograba verlos. -Avisaremos a Yaron que tenemos a la señorita Hamilton.
Eso será lo primero que hagamos. -¿Y si no viene a buscarla? -Ya pensaremos en
algo, deja de ser tan negativa. De momento vamos averiguar que saben de esa
damita. Sara suspiró aliviada cuando vio salir a Francis de la tienda, el coche
también acababa de llegar. Corrió hasta su amiga y la obligó a meterse en el
interior. - ¿pero qué pasa? ¿A quién has visto? ¿Ha venido ese hombre a buscarte?
– Francis se inclinó tratando de mirar por la ventanilla pero Sara tiró de las cortinas
en el momento que pasaban junto a la pareja. - Nada – suspiró - ¡Que cansada
estoy! ¿Qué has comprado? Francis frunció el ceño con una pequeña mueca de
disgusto y la mostró una bonita pamela de encaje. -¿no piensas contarme lo que
ocurre? Sara la miró con los ojos muy abiertos. -Creo que tengo un problema – se
humedeció los labios. Su corazón vibraba en su pecho como si fuera un caballito
diminuto dando pequeños saltitos. – Francis… hay muchas cosas que no te he
contado, pero créeme si te digo que es mejor así. – tomó las manos de su amiga sin
importar que estuviera arrugando el bonito sombrero y las estrechó con fuerza. -
Es grave ¿verdad? -Si no me he confundido al escuchar una conversación mientras
te esperaba, diría que sí. Tiene que ver con los bandidos de Londres. -Dijiste que
no sabías nada de ellos y que… no me acuerdo del nombre del capitán que te
salvo… -Gitano. Si bueno, dije muchas cosas y otras tantas que omití – Yaron
nunca sería delatado por ella. Con solo imaginar que él correría peligro, un frio
sudor cubría su cuello y el vello de la piel se erizaba. -Confía en mí, Francis. Ahora
ella también estaba en peligro, tanto o más que él. ¿Pero quién podrían ser esas
personas y porque la culpaban a ella?

11 Paul y Sara cabalgaban plácidamente en aquella húmeda tarde. El sol


apenas se dejaba entrever sobre los nubarrones negros que amenazaban tormenta.
Trotaban más despacio de lo normal ajenos a cuanto les rodeaba y el motivo era
que Sara le estaba contando a Paul todo lo ocurrido desde su viaje a Londres. Le
habló de su secuestro por los hombres del Águila Blanca y de su rescate por un
hombre llamado el Gitano, una cosa llevaba a la otra y confesarle que amaba a
Yaron era lo mismo que decirle que adoraba al Gitano. Con la seguridad que tenia
de contar con Paul como amigo, también le relató de la extraña conversación
escuchada en la ciudad de Dundee. Lejos de sentirse aliviada, había trasmitido su
preocupación al joven y ahora Paul trataba de convencerla de que regresara junto a
su padre hasta que Erika se casara, ya que habían alargado su estancia en Londres
hasta final de año. Sara se había negado y al final de mala gana había hecho una
concesión, se pondría en contacto con Yaron, bueno al menos sabia donde localizar
a Simón. -¡Vayamos hasta la colina! ¡El último cae vestido en el lago! – dijo Sara
incitando a Nerón en una loca carrera por las praderas. Sara se despertó
intranquila al no reconocer al hombre que se hallaba inclinado sobre ella,
mirándola con atención. Alguien apretó su mano y enseguida giró la cabeza para
encontrarse con Laura. La preocupación era visible en su sonrosado rostro. Sara,
desconcertada, observó el lugar sin mover la cabeza. Estaba en su dormitorio
¿Cómo había llegado hasta allí? Recordó brevemente el paseo a caballo, regresaban
a casa después de ser buena y permitir que Paul no se bañara en las heladas aguas
del lago. Un ruido ensordecedor había dejado a Nerón fuera de sí y a pesar de
haber luchado con las riendas, voló hacia atrás y ya no consiguió acordarse de más.
-¡Qué susto nos dio, señorita Sara! ¿Se encuentra bien? -Me caí… - respondió en un
murmullo. -De no ser por el señor Paul, no sé qué habría pasado. -¿Me trajo él?
¿Dónde está? -Ahora debe descansar – dijo el hombre – Se golpeó la cabeza al caer
y ha tenido mucha suerte de no tener fracturas. La recomendaré que se quede unos
días en reposo y por favor, cúmplalo. -Necesito hablar con Paul… -insistió. El
doctor la obligó a beber de un diminuto vaso. Se quedó dormida antes que los
demás abandonaran la habitación. Paul tenía la suficiente información para saber
qué es lo que tenía que hacer. Se pondría contacto con el tal Simón y que llamara a
su jefe. Desde luego deseaba poner las manos alrededor del cuello de ese hombre.
Quería a Sara como si fuera su propia hermana. Siempre habían estado juntos y
aunque sabía que ella a veces podía ser un incordio, era un miembro más de su
clan. Alexander Yaron era el único culpable de que ella estuviera en peligro. No
importaba que la hubiera rescatado del otro navío. ¡Era a él a quien buscaban! Y
para lograrlo, utilizarían a Sara. Cuando entró en Londres se halló completamente
fascinado. Dundee era grande pero ni la mitad de comparable con aquello. Nunca
había visto tanta gente caminando por las calles, ni tantos vehículos que quedaban
atascados en mitad de la vía. Tenía una pequeña noción de donde hallar al
hombre, ese Simón que tanto apreciaba la muchacha, las tabernas del puerto era el
mejor lugar para empezar. Asombrado descubrió que no se trataba de uno o dos
locales, había al menos tres largas calles con infinidad de tascas. No fue fácil
encontrar a Simón, se hallaba en una de las tabernas de la zona portuaria de
Londres más alejada, casi perdida, junto a un oscuro almacén. Le reconoció
fácilmente por las explicaciones de Sara. Llevaba un desgastado pantalón
bombacho introducido en altas botas de piel. La camisa, siempre abierta en toda su
longitud, era completamente negra y sobre el cuello tenía varias cadenas de oro de
diferentes tamaños y grosor. Un pañuelo atado a la cabeza de color burdeos
completaba su atuendo. Estaba bebiendo una jarra de cerveza y escuchando atentó
las bromas de un par de hombres. Su entrevista fue breve pero Paul salió satisfecho
cuando el hombre aceptó avisar a Yaron lo más pronto posible. En cuanto
regresara iría a ver a Sara. Necesitaba advertirla a ella misma de lo ocurrido. El
accidente sucedió de manera intencionada, alguien había disparado a Nerón,
hiriéndolo en el lomo. Entre los árboles alcanzó a ver la forma de un hombre y por
un momento había sentido el miedo penetrar en sus huesos al verse indefenso
junto a Sara. Tenía muy claro que hubiera dado la vida por ella, pero ambos
hubieran sido puntos fáciles ya que iban sin armas. Alex cerró la puerta del
despacho con un golpe seco y se sacó el impecable pañuelo del cuello de un solo
tirón. En un arrebato de ira, barrió el escritorio con su brazo, libros y documentos
quedaron desperdigados sobre la alfombra. Él los miró sin ver. No lograba apartar
a Sara de su mente. Una y otra vez había luchado por no ir a buscarla, sin embargo
el temor al ridículo de ser rechazado no lo dejaban pensar con racionalidad. Se
frotó la cabeza con fuerza y caminó sobre el piso aplastando varios papeles. El
prometido de Sara en persona exigía su ayuda. ¿Es que ahora tendría que
soportarlo a él? No tenía ningunas ganas de conocerlo en absoluto. Durante todos
esos días lo había maldecido miles de veces, lo había envidiado otras tantas. Hacía
varias horas que había anochecido y todo se hallaba en silencio, a excepción de un
perro que ladraba a la luna desde algún lugar del callejón trasero. Una infinidad de
estrellas lucían como diamantes en el velo aterciopelado de la noche que cubría
Londres. Alex se sentó tras el escritorio y colocando las manos en las sienes se
permitió descansar durante unos minutos. De lo que Simón le contó, logró sacar a
conclusión que alguien que lo buscaba, pensaba usar a Sara para conseguir su
objetivo. ¿Pero quién y porque? Jamás en su vida se había sentido tan confuso con
respecto a algo. ¿Cuántas veces había hecho dar la vuelta al diábolo? ¡Hasta sus
hombres estaban pensando que había enloquecido! pero siempre era Sara, Sara y
Sara. ¡Dios esa mujer lo tenía loco! Golpeó la mesa con el puño cerrado. ¡Si esto no
era más que una triquiñuela para condenarle…! -¡Soberbia! –siseó entre dientes.
¿Porque se ponía en contacto con Simón si seguramente sabía que él no estaba
lejos? Su hermana ya la habría ido con el chisme seguramente… ¿o no?

12 Sara estaba ayudando a los sirvientes a recoger la ropa que colgaba de


las cuerdas, antes de que rompiera a llover con fuerza. A las primeras gotas, Cindy
y Laura se habían apresurado hacia el patío exterior y ella, al verlas, corrió a por el
saco donde guardaban las pinzas. Se avecinaba una fuerte tormenta que
posiblemente durara toda la noche. Sara miró al portón de hierro. ¡Nadie! Solo el
viento acariciaba los rosales de la entrada. Albergaba la esperanza de que Simón
acudiera. Habían pasado dos días desde el accidente y desde entonces no se atrevía
a salir a los alrededores. Por descontado no había obedecido al doctor, estaba algo
dolorida pero se recuperaba con facilidad. ¡No soportaba estar ociosa en la cama!
Todas las novelas que tenía ya las habían leído y releído mil veces y tenía pensado
enviar a su doncella a la librería en busca de más. -¡Vamos señorita Sara! – La voz
impaciente de Laura la sacó de sus pensamientos – Esa es la última sabana ¡si se
queda aquí se mojará! La joven entró en la casa y enseguida Cindy la liberó de
todas las prendas que tenía en sus brazos. Creyó escuchar las ruedas de un carruaje
en el momento que un sonoro trueno resonó en el firmamento. Se giró de nuevo a
la entrada. No se había confundido, por el sendero se acercaba un vehículo
evitando la cortina de agua que ahora caía con fuerza. Yaron descendió del
vehículo e ingresó en el porche sacudiéndose la humedad de sus hombros. Llevaba
el largo cabello negro recogido en la usual cola de caballo. Otra vez tenía ante ella
al señor Alexander Yaron que conociera en Londres por primera vez. ¡Que guapo
estaba! Sara se sobrepuso de la sorpresa. ¿Qué hacia Yaron allí y no en Virginia? -
Hola Sara – la saludó con la voz varonil que recordaba tan bien. – Lamento no
haber podido llegar antes. -Hay caldo caliente. ¿Te apetece? – Podía haberle dicho
cualquier otra cosa o incluso sonreírle pero con rabia recordó sus últimas palabras.
Alex no contestó y pasó junto a ella cuando se apartó para invitarlo a entrar. Se
volvió a mirarla arqueando las cejas. -No sé qué decirte – Sara se encogió de
hombros – no te esperaba a ti, pensé que Simón… -Pues aquí estoy – la apuntó con
el dedo índice hasta casi rozar su nariz – espero que esto no sea ninguna jugarreta.
Sara respiró con fuerza, si no se controlaba volverían a discutir nuevamente. ¿Qué
la pasaba con este hombre que lograba enfadarla tanto? - ¡Ojala fuera eso! – Negó
con la cabeza – me temo que esto es mucho más serio. – Ráfagas de lluvia
golpearon la fachada con insistencia acompañada por fuertes golpes de viento – Le
diré a Job que te muestre uno de los dormitorios. Como está el día es imposible que
vayas a ningún otro lado. -¿Hay alguien más en la casa a parte de la servidumbre?
– preguntó contrariado. -Solo usted señor – respondió el mayordomo que estaba
situado tras él. Sara se había girado para ir a la sala y Alex la retuvo del codo. -¿Te
has vuelto loca? ¿Cómo puedes invitar a un hombre soltero a tu casa, sin la
compañía de un familiar? Ella le miró sorprendida: -Lo que tenemos que hablar
no podría hacerlo delante de mi padre – contestó – en cuanto al decoro me parece
un poco tarde por tu parte para eso ¿no? Pero si tu prefieres invito a toda la aldea y
les grito que eres un pirata ¿Qué prefieres? Alex torció los labios divertido. -Te he
echado de menos preciosa – agitó la cabeza -¡qué demonios! Es tu casa ¡haz lo que
quieras! -Es lo que pienso hacer. – ella también sonrió pero giró la cara para que
Yaron no la viera. -Sara, no me gusta perder el tiempo… -¿Te espera alguna dama
ansiosa? El hombre se pasó una mano por la cara a punto de desesperar. -¿Mas
ansiosa que tú, querida? -No te confundas. Yo más bien diría que estoy ansiosa
por que me saques del lio donde me has metido. Resulta que me preocupo por mi
vida. -De acuerdo, hablemos primero. Sara despidió a Job y dirigió a Yaron al
estudio de su padre. Pocas veces entraba allí ella sola. No la gustaba el oscuro
decorado y la sobriedad de esa estancia. -¡No veo a tu prometido por aquí! No le
molestará que este yo. ¿Verdad? -Es posible que con este temporal no venga – Sara
sabía a ciencia cierta que era así, pues había quedado con Paul que ella se
encargaría de avisar si acudía Simón, en este caso Alex. -¿quieres un Brandy, un
whisky? -Todavía no. -¿Por qué te convertiste en pirata? -No esperaras que
responda a eso ¿verdad? Sara apretó los puños nerviosa. - Hay personas que saben
de tu doble vida y no me refiero a mí… -¿tu escoces? -No. – Como Alex la miró
intrigado ella le relato todo, incluido su atentado. -¿Los habías visto alguna vez? –
Sara vislumbró un brillo de preocupación en sus ojos turquesas y eso la gustó. -
No los conozco pero estoy segura que hablaban de nosotros. Se han vuelto locos,
piensan que reteniéndome te provocaran. – Se sentó en una silla alta – como yo sé
que no es así, prefiero salir indemne de todo y por eso he preferido avisarte. La
expresión de Alex se endureció y su enojo se reflejó en el acerado brillo de sus ojos.
-¡Claro que me provocarían! ¡Sería capaz de matarlos! – se apoyó en el escritorio y
la miró fijamente. – Tengo que hacer algo. ¿Dices que era una pareja? Sara asintió
anonadada. ¿Había afirmado Yaron lo que creía que había afirmado? - No
entiendo por qué piensan que yo tengo algo que ver… ¡Algo! ¡Tenía todo que ver!
Con seguridad pertenecerían al Águila blanca, después de todo él había atacado al
capitán Bells por llevar a Sara a bordo, no, él había acabado con el capitán dándole
muerte por llevar a Sara a bordo – rectificó su mente. - Hasta que no averigüemos
que buscan no lo sabremos. Laura golpeó la puerta antes de abrirla,
interrumpiendo así la conversación. Cargaba con una bandeja que dejó con
cuidado sobre el escritorio. Sara bebía pequeños sorbos de un vaso de vino y su
postura, rígida como una tabla, delataba su nerviosismo. Alex la encontró
bellísima. Agarró la otra silla que se hallaba tras el escritorio y la colocó junto a la
de ella. Con cuidado retiró el vaso de la mano de la joven. -Sé que debes sentirte
nerviosa, pero te va a sentar mal. –Alex sonrió burlón, como si no existiera ningún
peligro - ¿Qué piensas hacer? -¿Qué? ¡Dímelo tú! ¡Por algo te llamé! -No fuiste tú
– agitó una mano para restarle importancia al asunto – Podrías plantearte hacer un
viaje o regresar con tu padre hasta que todo se calme. -¿Poner a mi familia en
peligro? No, no y no – agitó la cabeza tan enérgicamente que varios mechones
plateados cayeron de su cabello recogido y quedaron sobre uno de sus hombros. -
Es cierto. Yo te sacaré de este lio, después de todo la culpa es mía. Sara le miró
atónita. La estaba dando la razón y se sintió un poco conmovida. -Hombre Yaron
toda la culpa no es tuya. Bastante que me salvaste de esos tipos. El hombre torció el
gesto. Si ella supiera… -Al fin estas en Escocia – le dijo Sara intentando que la
conversación no decayera. -Hace más frio de lo que pensaba. -La falta de
costumbre, por cierto, Paul no es mi prometido – soltó – Nos hemos dado cuenta
de que no existe amor verdadero entre nosotros. Los ojos turquesas adquirieron un
extraño y cálido tono. Las piernas de Sara temblaron y volvió a tomar la copa de
vino al sentir la boca seca de repente. Allí mismo, en el despacho, comieron unos
tiernos guisantes que acompañaban a un delicioso pastel de carne con crema de
champiñones. -Esta riquísimo – dijo Alex con sinceridad. -Espera a probar las
tartaletas de limón y fresa. Los ojos de hombre brillaron divertidos. -Siempre me
gustó el postre. Azorada, Sara esquivó su mirada.
13 En medio de la noche algo despertó a Sara. Al abrir los ojos vio la
silueta masculina recortada en la oscuridad contra el fuego de la chimenea. Ya
había abierto la boca para gritar cuando una mano enorme la apretó los labios.
Reconoció el aroma de Alex en el momento en que la ayudó a incorporarse. -Soy
yo – susurró la voz junto a su oído – vienen varios hombre hacia aquí. La soltó la
boca y la llevó hasta la ventana. Desde allí observaron varias sombras que se
movían entre los árboles y portaban parpadeantes linternas. -Corre apresúrate a
recoger algo de ropa. Será mejor que salgamos de aquí. A los sirvientes no les
harán nada. Ella obedeció atravesando el dormitorio de un lado a otro sacando
ropa del armario. -Vístete, no tenemos tiempo para eso. Yaron llevaba un pequeño
hatillo con prendas que ella había metido y la siguió por las escaleras. Sara volaba
con los zapatos en la mano y la parte de atrás del vestido sin abotonar. -Por aquí –
avisó abalanzándose por la puerta trasera al tiempo que se colocaba una capa
oscura. La noche estaba cerrada y la lluvia, aunque no caía con fuerza, empapaba.
-¿de quién es ese carro? – señaló el hombre al vehículo que estaba apostado junto a
un muro exterior. -De la casa, podemos coger a Molly, la mula. -Iré yo, indícame.
Yaron se perdió tras las paredes del establo. Sara se acomodó en el carro como
pudo y colocó el bulto en la parte trasera, muy cerca de ella. Agudizó los ojos
prestando atención a cualquier cosa que rompiera aquella quietud. Suspiró
aliviada cuando el hombre regresó con Molly. Al cabo de un rato salieron por un
camino embarrado, en el maltrecho carro, que crujía peligrosamente con cada
movimiento, pareciendo que fuera a romperse. -¿Dónde vamos Yaron? – Sara se
arrebujó bajo la capa. Sentía el fuerte cuerpo del hombre a su lado, guiando a
Molly en la oscuridad. -¿Por dónde quedó la ciudad de Dundee? Con un poco de
suerte encontramos un barco en el puerto. -¿Un barco? – Repitió – Otra vez vamos
a ir en barco. Yaron asintió. Tenía los ojos clavados en cada sombra del camino. -
Iremos a mi casa. Allí estarás a salvo hasta que aclaremos todo. Enviaras una nota
a tu padre explicándole lo que quieras. -A lo mejor sí que quiero poner en peligro
a mi familia – musitó atemorizada. Yaron la miró con pena. Ella se había colocado
la capucha y miraba al frente de modo que no pudo ver más que su coronilla
cabizbaja. Sara le indicó la dirección que debía tomar y viajaron en silencio hasta
entrar en la ciudad. Dejaron el carro y la mula en unos establos y buscaron una
posada. Sara cerró la puerta con llave cuando Alex salió a recorrer el puerto. La
habitación no era más que un cuarto de paredes amarillentas, que poseía una cama
con una mesilla y un viejo y endeble armario que tenía una de sus puertas
colgando y arrastrando por el piso. Se arrodilló ante la mesilla y sacó el papel con
los accesorios para escribir, que el dueño de la posada les había proporcionado.
Las horas se arrastraron con lentitud y la luz del nuevo día penetró a través de las
pesadas cortinas que cubrían una ventana alargada. Sara por fin escuchó como
golpeaban a la puerta y después de descubrir que era Alex le dejo pasar. -¿Y bien?
– preguntó ella observándole fijamente. Estaba empapado por la lluvia. -El Dover
esta zarpado y sale en menos de una hora. Conozco al capitán y he hablado un
poquito con él. La verdad es que le he contado que mi hermana y yo fuimos
asaltados y tenemos que volver a casa. -¿Y que ha dicho? -No hay problema
siempre que no nos retrasemos en llegar. El segundo de abordo compartirá su
camarote conmigo. El navío lleva mucha mercancía por lo que no seremos muchos
pasajeros. El capitán Fergus me dijo que llevaba a su tía hacia Jacksonville y que
seguramente estaría encantada de compartir el camarote contigo. -¿Jacksonville?
¿Eso queda cerca de tu casa? - sí, posiblemente uno de los puntos más cercanos.
Sara el capitán Fergus es un señor muy amable, por favor te pido que no hables del
Gitano delante de él. -Puedes estar tranquilo. No pensaba hacerlo. ¿Le has dicho
que somos hermanos? – se cruzó los brazos sobre el pecho - ¡Si no nos parecemos
en nada! Yaron la miró medio divertido. Ella estaba ideando algo, la conocía bien.
-Diremos que tuvimos diferentes padres. Tu padre se murió y mi madre se casó
con el mío. – dijo convencida. -¿Por qué se murió el mío? – preguntó él arqueando
las cejas. - Mejor decir eso, a que piensen que te abandono… -¿Cómo? Bueno,
bueno, vale. ¿Has escrito la carta? – no estaba interesado en los detalles que Sara
inventara. Ella asintió entregándosela. La dejarían en la posada para que se la
hicieran llegar al señor Hamilton en Londres. -¿Por qué estamos en Escocia? ¿Por
qué tu acento es mucho más marcado que el mío? – insistió Sara buscándole los
ojos. Tenían que ponerse de acuerdo a la hora de interpretar. -Tú has estudiado
aquí y he venido a recogerte. Hace muchos años que no nos vemos y de hecho
apenas conoces Virginia. -¿Apenas? ¡No conozco nada! -Inténtalo Sara. ¡Tiene que
salir bien! – la tranquilizó con un guiñó. -No saldrá bien – negó con cabezonería -
¿si me preguntan por el robo? -Habla de la otra vez de los bandidos. Ella suspiró y
con un encogimiento de hombros siguió a Yaron que se abría paso hacia las
escaleras que llevaban al salón. Sara se había cambiado el vestido por uno limpio
pero ya no tenía más ropa que ponerse, sin contar la bata, que por un descuido
habría dejado caer junto a la ropa. -Hay un baúl con prendas de mujer a bordo – la
avisó – no te sorprendas con lo que encuentres. -¿Has robado… ropa? – le cogió
del brazo para poder seguir el ritmo del hombre. - Si te molesta usar prendas
usadas no lo hagas. – La miró con una mueca divertida y apretó su brazo
capturando la mano de la joven – todo va a salir bien, te lo prometo preciosa. Sara
tragó con dificultad y caminó con la espalda erguida junto al hombre hasta el
mostrador de piedra con la base de baldosas de cerámica, un estilo bastante común
por la zona. Un hombre fuerte, con la cabeza completamente rasurada, entregó a
Alex un pequeño bulto y esté le dio la carta de Sara. Se despidieron con un rapido
apretón de manos. -¿Qué te ha dado? – preguntó la joven intrigada. -Algo de
comer y fruta – metió la mano y sacó una manzana -¿quieres? Sara negó con la
cabeza. Era raro en ella pero no tenía nada de hambre, tan solo un nudo en la boca
de su estómago. ¿Estaría haciendo lo correcto fiándose de Yaron, otra vez?

14 El señor Fergus, como bien había dicho Alex, era un hombre de


mediana edad muy amable y tranquilo. Sus ojos celestes y su cabello blanco
destilaban confianza al igual que su tía Lucrecia. La señorita Lucrecia, como la
llamaban a pesar de ser una mujer muy mayor, era una persona encantadora y
supo ganarse el corazón de Sara con tan solo una sonrisa. De pasajeros eran trece o
catorce personas en total y aunque en un principio la mayoría no se conocían, la
cordialidad fue buena y a veces hasta divertida. Yaron se metió tan de lleno en su
papel de hermano protector, que los pocos jóvenes que trataban de acercarse a Sara
le temían. -¿Les provocas? –llegó a preguntarla una vez, cansado de que pidieran
su permiso para continuar viéndola después de su travesía. -¡Claro que no! ¡Puede
que a ti, yo no te guste pero a otros sí! – estaban ante una estrecha puerta que
accedía a la planta inferior. Acababan de comer y algunas de las mujeres se
retiraban a descansar, entre ellas Sara, por la noche Lucrecia roncaba tanto que la
escuchaban hasta los camarotes vecinos. El barco no es que tuviera mucha
diversión, pero la tarea de fingir que Yaron no era más que un hermano para ella,
era complicado y más cuando él la miraba con ojos profundos. El deseo convertía
sus pupilas en puntas de alfileres. Se hallaba tensa todo el día. Había dos señoritas
a bordo, que se deshacían por Alex y que buscaban su amistad para conseguir estar
lo más cerca posible del hombre. -No te confundas preciosa, siempre me has
gustado. – respondió con voz ronca. - Lo has disimulado bien. Por cierto ¿Tú
también vas a descansar, Yaron? – le preguntó. -Tengo un cita – sonrió divertido
cuando Sara arqueó las cejas – La señorita Lucrecia quiere jugar a los naipes un
rato. ¿Te apuntas? -No creo que deba –se encogió de hombros y pasó la mano
sobre la falda de tafetán amarillo. Uno de los muchos vestidos que había en el
arcón y que había descubierto que pertenecía a una dama conocida del capitán
Fergus, quien amablemente se las cedió antes de venderlas en el mercado. Yaron se
había reído de lo lindo al ver su cara cuando se enteró que no habian sido robadas.
-¿No sabes jugar? ¡Tú! ¡No lo creo! – Los ojos turquesas brillaron con asombro. Sara
rió divertida: -¡Claro que se jugar! es solo que se me va la mano sin querer… y
acabo haciendo trampas. Yaron soltó una carcajada que movió sus hombros. ¡Sara
haciendo trampas! ¡Lo creía! La unión entre ellos se había estrechado desde que
subieron al Dover, no la relación que ambos deseaban pero si una buena base
donde fomentar la amistad. A veces paseaban silenciosos por cubierta, uno al lado
del otro, pendiente de la cercanía de sus cuerpos y a un tiempo, perdidos en sus
pensamientos. Era como si los envolviera un aire tranquilo y las disputas se
hubieran quedado perdidas en algún lado, en ese momento bastante lejos de ellos.
- Querida, me sorprende el color de ojos de Yaron. Es realmente bonito. ¿De qué
parte de la familia proviene? – preguntó una noche Lucrecia a punto de meterse en
la pequeña cama. - Supongo que de su padre – respondió pensativa – no lo conocí.
Sara no quería mentir a la mujer de modo que evitaba las preguntas más
personales. Con Lucrecia eso era difícil, su carácter alegre y jovial, la brillante
chispa de sus ojos, su curiosidad por saber… Sara no podía culparla. La señorita
Lucrecia era viuda desde hacía muchos años y durante ese matrimonio no había
tenido hijos. Vivió adorando a todos y cada uno de los sobrinos que sus dos
hermanos tuvieron, todos varones. Ahora veía a Sara como a su hija, y sus ojos de
águila no habían sido ciegos a las miradas entre los hermanos. Sara se giró a mirar
si Lucrecia ya se había acostado, ella tenía que subir a la litera de arriba después de
apagar la luz. El lugar era tan estrecho que apenas si cabían las dos estando de
pies, por eso siempre optaban por vestirse y desvestirse primero una y luego otra.
Cuando Sara era la última en hacerlo, siempre acababa sentada sobre la cama de la
anciana, cansada de esperar. La señorita Lucrecia tenía la mente muy joven, tanto
que no se correspondía a sus cansados huesos. -¿Esta lista, señorita Lucrecia? -
Cuando quieras Sara. – Esperó a que la joven se acostara para preguntarla - ¿No
crees que la dama Ronnie es muy linda para tu hermano? -¿Nicole? ¡No! – menos
mal que en la oscuridad no podían ver sus ojos de miel dorada lanzando
peligrosos destellos contra el techo del cuarto. – Alex… es decir mi hermano… No
la aguantaría mucho tiempo, se ve a la legua que sus risas son fingidas y suenan
como lo haría una bruja. – Lucrecia rió y la cama pareció vibrar bajo el movimiento
de su peso – Además se preocupa más porque no se le despeine el cabello que por
otra cosa, sin contar que aborrece el mar y eso con Yaron no va, él adora navegar. -
No hace falta que te enfades – siguió riendo la mujer – De la señorita Helen ¿Algo
que decir? Sara guardó silencio durante un buen rato. Helen era una muchacha
muy hermosa y la verdad es que no la encontraba ni un solo defecto. Bueno, el más
importante era que no le cedería a Yaron por mucha mirada cándida que tuviera. -
Es demasiado perfecta, amable, divertida y cariñosa. – Dijo al fin, decididamente
no la veía junto a Alex - Yaron se aburriría con tanto empalago, a él le gusta que
alguien le lleve la contraria en algunas ocasiones, prefiere que le digan las cosas de
frente y necesita que alguien le ayude a analizar sus puntos de vista. Es muy terco
pero el mejor hombre que he conocido. Se enfada con facilidad pero yo sé que dice
cosas que no siente. Odia la mentira, la falsedad – tembló su voz emocionada, justo
por ese motivo jamás confiaría en ella – es valiente y abierto a las aventuras,
peligroso y temible cuando la situación lo requiere. - Sé nota que es tu hermano –
musitó la señorita Lucrecia – has descrito un héroe. 15 Yaron descubrió que quizá
no había sido tan buena idea hacer pasar a Sara por su hermana, ella no parecía
incomoda por la situación, sin embargo él sentía su sangre ardiente recorrer cada
rincón de su cuerpo cada vez que la tenía en frente. Cuando paseaban juntos por la
cubierta, el dulce aroma femenino penetraba en sus fosas nasales y debía hacer un
gran esfuerzo por no abalanzarse sobre ella y capturar su rosada boca. Y sobre
todo, disimular ante los pesados jóvenes que aparecían junto a la dama como si
fueran moscas. Sara había cogido la costumbre a aferrarse a su brazo cada vez que
salía del camarote que compartía con la señorita Lucrecia, le dedicaba bromas y le
halagaba ante los demás pasajeros. Últimamente le confesaba secretos de su niñez,
le comentaba historias sobre libros que había leído y sobre todo, tenían largas
charlas que la mayoría de las veces acababan en debate. El espíritu luchador de
Sara, su valentía de enfrentar con nuevas perspectivas los problemas le seguían
sorprendiendo. Cualquier otra en su lugar se habría rendido hacía tiempo. Se
sentía completamente acorralado; la hermosura del hada de ojos dorados, sus
curvas excitantes, su voz, su perfume, la constante proximidad despertaba sus
deseos más bajos. No sabía cuánto tiempo más podría resistirse. Luego estaba
Helen que no hacía más que provocarle, tratando de convencerlo para perderse en
algún discreto rincón del navío. Ya no sabía que más escusas darla para que se
diera por vencida. En cualquier momento se veía arrinconado si no por ella, por
Nicole, otra bella muchacha demasiado insulsa para su gusto. ¿Cómo no iba a
encontrar al resto de las damas sosas y remilgadas si las comparaba con Sara?

Yaron nunca en su vida había deseado tanto que el viaje llegara a su fin,
aunque debía reconocer que en compañía de la joven era uno de los trayectos que
más estaba disfrutando. Alex aspiró el aire cargado a salitre y observó las
cuadradas velas que colgaban de los altos mástiles. -¿Qué piensas? – le preguntó
Sara mirándole de frente. Alex bajo la cabeza en seguida y después de mirarla
fijamente durante unos segundos, clavó sus ojos turquesas en las placidas aguas
del mar. -El diábolo nos sigue de cerca comandado por Castor – se acercó hasta la
balaustrada y ella lo imitó tratando de descubrir el navío por el horizonte. -
¿puedes verlo? – ella entrecerró los ojos buscándolo. -Viaja a una distancia
prudente. -¿te preocupa? – le miró observando su recto perfil. Yaron la ofreció el
brazo con una sonrisa. -Mis hombres saben manejarse bien. Me preocupa más que
Simón no logre averiguar la identidad de los que nos persiguen. Vayamos al
comedor antes de que alguno de tus admiradores salga a buscarte. – dijo en el
momento que vio a uno de los caballeros ir a su encuentro. Sara hizo una
desagradable mueca. Puede que al principio la gustara sentir como los celos de
Yaron aparecían en sus ojos, pero después de varias semanas a bordo estaba
cansada de aquellos hombres que lo único que intentaban era apartarla de él.
Además en cuanto lograban sepáralos, Helen y Nicole se disputaban la atención de
Yaron y ella se ponía enferma. Caminaron hasta el salón donde la mayoría de los
pasajeros ya habían tomado asiento. Normalmente siempre se sentaban en el
mismo lugar y para frustración de Sara, Helen se hallaba continuamente pegada a
Yaron como si se tratara de un molesto tatuaje. Doña perfección la sacaba de quicio
y más de una vez la había dado respuestas cortantes que debían haber
desmoralizado a la mujer, pero no era así. Helen estaba empecinada en cazar a
Alex y Sara se controlaba por no lanzarla por la borda cuando menos lo esperase.
La señorita Lucrecia era la que más se divertía con todo ello. Sabia más que de
sobra que tanto Sara como Alex no eran hermanos, tampoco pensaba descubrirlos,
sin embargo la encantaba pinchar a la joven hasta ponerla celosa. Su mente anciana
ideaba un plan para que ambos declararan su amor, cosa que Sara sabia no iba a
funcionar. En ese poco tiempo había llegado a conocer muy bien a la mujer y lo
que pretendía. Lo lamentaba mucho por ella, pero si en algún momento tuviera
que admitir que amaba a Yaron, no sería a bordo del Dover. Después de tomar
asiento esperaron a que el resto terminara de unirse. Sara se encontraba entre la
señorita Lucrecia y Yaron y junto a él, para no variar, estaba Helen. En su frente,
un joven caballero charlaba con Nicole sobre lo agradable que estaba siendo el
viaje y de vez en cuando aprovechaba para soltar alguna sonrisa a Sara. -Y dígame
Sara – Helen se inclinó ligeramente para observar bien a la muchacha por debajo
de la cabeza de Alex– imagino que estará deseando que su hermano busque esposa
¿no? De ese modo usted no se encontraría tan sola en casa. -No lo crea –
respondió ella con una fría sonrisa – No me gusta compartir mis cosas… la
plantación, el mando de la casa… - mi hombre dijo su voz interior. -¿De modo que
usted seria de las que pondría pegas a su cuñada? – intercaló Nicole atenta a la
conversación. No esperó respuesta, miró a Yaron con una sonrisa deslumbrante -
¿esperaría la aprobación de su hermana en caso de enamorarse? Alex deseó que el
barco se abriera en dos para colarse mar adentro sin tener que responder, pero el
navío era bastante seguro y los milagros no existían. -¡por supuesto que no! – Miró
a Sara – aunque me parecería muy importante su opinión. -¿Por qué lo dice
señorita Ronnie? ¿Acaso piensa pedir matrimonio a mi hermano? – preguntó ella
con sarcasmo. Nicole se atragantó con su propia saliva y sus mejillas adquirieron
un fuerte tono carmesí. -¡Soy una dama! ¡Las damas no hacemos eso! -¿Por qué? –
Preguntó Sara con voz dulce y sedosa – Yo lo haría y también me considero una
dama. – Se encogió de hombros con indiferencia – de todos modos Yaron no piensa
casarse. El matrimonio para él es como un molesto salpullido en el mismísimo
trasero. Tanto Nicole como Helen ahogaron una exclamación, sin embargo la
señorita Lucrecia rió divertida. El caballero del frente y Alex disimulaban una
sonrisa. -Sara a veces se supera con sus arranques de sinceridad – se disculpó
Yaron regalando a la joven una mirada significativa que ella ignoró
deliberadamente. – Propongo un brindis – se puso en pie y esperó a que todos se
incorporaran – brindo por lo poco que nos queda del viaje. -Y yo por la fabulosa
amistad que hemos comenzado en el barco – Sara no podía ver como Helen
devoraba con los ojos el rostro de Alex mientras hablaba – y por qué perdure
mucho después de llegar a nuestros hogares. Más tarde, Yaron acompañó a Sara
hasta su camarote pero al llegar ella se giró hacía él. -¡No se te ocurra invitarla
mientras este en tu casa! ¡No puedo con ella! – se quejó. - Ya veo, por poco casi la
saltas a la yugular. -Te lo digo enserio Yaron. Nunca he visto una mujer tan…
descarada. -¿no? – el hombre arqueó las cejas. Su ojos brillaban burlones – te
prometo que no la invitare. Sara satisfecha asintió agradecida. -¿alguna cosa más
antes de marcharme a dormir un poco? – preguntó él. - una cosa – contestó - ¿Me
prestas la baraja de naipes? La señorita Lucrecia dijo que la guardabas tú. Me
apetece hacer un solitario. -Lo tengo en el dormitorio ¿Me acompañas? Sara se
aferró a su brazo y caminó junto a él. Sentía la dureza de sus músculos bajo su
mano y un excitante calor se extendió por su cuerpo. Cuando llegaron ante la
puerta, Yaron la abrió empujando la madera hacia adentro y en cuanto Sara
ingresó en el cubículo escucharon una exclamación. Sobre la cama había un
revoltijo de ropas y bajo las sabanas alguien escondido. Tanto Yaron como Sara
observaron las inconfundibles forma de una mujer, y si los ojos de Alex parecían
querer salir de las orbitas, el rostro de Sara era todo un poema. La mujer asomó la
cabeza entre la ropa y los ojos azorados de Nicole se toparon con la furiosa mirada
de Sara. -¿Y tú te haces llamar dama cuando te metes en la cama de los hombres? –
gritó Sara escupiendo las palabras. Con las manos en las caderas giró la cara hacia
Alex, el hombre por una vez tenía la boca cerrada y no parecía querer inmiscuirse
en el asunto. Enojada, recorrió el pequeño cuchitril recogiendo las ropas de la
dama y lanzándolas con fuerza hacia el pasillo. -¡Lárgate! – siseó entre dientes
extendiendo una mano hacia fuera. -Deja que me vista – suplicó la mujer tratando
de enrollarse las sabanas al cuerpo. Sara se acercó hasta ella y la cogió con fuerza
del cabello ayudándola a salir de la habitación entre empujones. Nicole, una vez en
el pasillo recogió sus prendas con una mano mientras que con la otra luchaba por
no soltar la sabana. ¡Seria bochornoso para ella si alguien la viera en ese estado!
Corrió presurosa a su camarote sin mirar atrás. -¿no tienes nada que decir, Yaron?
– le increpó Sara algo más calmada. Se había conformado con arrastrar a la joven
por los pelos pero bien sabia Dios que hubiera deseado sacarla los ojos. -¡No sabía
que estaba aquí! – Contestó estallando en risas – tendrías que haberte visto la cara–
Sara le empujó al interior del camarote para que no le escucharan reírse desde
fuera, Yaron estaba haciendo un escándalo de mucho cuidado con sus risotadas. La
joven no pudo por menos que unirse a sus carcajadas hasta que ambos estuvieron
a punto de llorar. -Me duele la tripa – gimoteó Alex revolcándose en la cama. –
Hazme un favor… Actúa como si te hubiera reprendido por tus malos modales. -
¿Yo? ¿Malos modales? – preguntó Sara con los ojos brillantes por la situación tan
divertida - ¿Acaso crees que después de esto, ella es capaz de contar lo ocurrido?
¡Que poco conoces a las mujeres, Yaron! Sara se dejó caer junto a él con la espalda
apoyada en el colchón y los ojos clavados en el techo. Todavía tardó un tiempo
hasta que las risas desaparecieron completamente y cuando lo hicieron, Yaron se
echó sobre ella con suavidad y sin pensar, capturó sus labios en un apasionado
beso, algo que había estado deseando hacer desde que se vieran de nuevo en
Escocia. Sara levantó las manos hasta el negro cabello del hombre y le apretó
contra ella. Unos golpes en la puerta los interrumpió haciendo que se separaran
con velocidad incorporándose de la cama. Sara, azorada, pasó junto al segundo al
mando con un breve saludo de cabeza y también corrió a su camarote.

16 Tal y como Sara había pensado, la señorita Ronnie no se volvió acercar ni


a ella ni a Yaron, tampoco contó lo ocurrido a nadie. Faltaba menos de una semana
para llegar a su destino y la señorita Lucrecia pareció enfermar de repente. Al
principio temieron que fuera algo grave pero la misma anciana lo achacó a sus
continuas jaquecas y la incomodidad del lugar. - Señor Yaron me gustaría tener
unas palabras con usted – dijo el capitán Fergus con preocupación deteniendo a
Alex en su camino. Comenzaba anochecer y estaban a punto de ir al comedor.
Yaron asintió y miró a Sara que estaba junto a él. -Voy adelantarme. Les dejare… -
¡No, espere! – La llamó el capitán – El tema del que les quiero hablar les incumbe a
los dos. -¿a los dos? – Sara se crispó. ¿Sabría la verdad sobre su falso parentesco?
¿Nicole habría contado lo ocurrido? No pudo evitar clavar las uñas en el antebrazo
de Alex. -Necesitaría trasladar a la tía Lucrecia a mi camarote para que su
sirvienta este pendiente de ella. He pensado, si les parece bien, que dado que
ustedes son familiares… No les importaría que yo me trasladase junto al segundo
al mando y… ustedes… - dejó la frase sin acabar. Incluso para un hombre como él
resultaba bochornoso pedirles algo así. -¡No faltaría más! – respondió Alex
entendiéndole. Sara, con las mejillas enrojecidas vislumbró en su mente una señal
de peligro. No habían hablado sobre el beso de aquel día, pero cada vez que se
miraban, notaba como se encendían las pasiones. Tan solo había que acercar la
llama a la mecha y aquello prendería en el acto. -¿de verdad? – les preguntó el
capitán Fergus con el rostro más relajado. -Claro, no… pasa nada. ¡Somos
parientes! Nosotros somos los que estamos en deuda con ustedes. – dijo Sara
esperando que sus palabras sonaran convincentes porque ella no estaba nada
segura de obrar correctamente. -Sé lo que esto significa para ustedes – carraspeó el
capitán – Son medio hermanos, adultos y no se ven en mucho tiempo… Espero
que todo esto no repercuta de forma negativa… -No se preocupe – Yaron le
palmeó el hombro. Sara estaba atragantada y aun así logró fingir una graciosa
sonrisa. ¿De forma negativa? ¡Lucrecia! ¡Todo había sido idea de Lucrecia! Estaba
segura. Esa mujer tenía una salud de hierro y en lo que llevaban juntas no había
tenido ni un solo dolor de cabeza. ¡Ja! ¡Jaquecas! ¿Pero que se proponía? ¿Y su
reputación? ¡Dios bendito! La asaltan… la raptan… el barco en el que navega se
hunde… la salvan los piratas. Escapa con un hombre en mitad de la noche de su
casa… se embarca fingiendo tener un hermano y ahora… compartirían camarote.
¿Quién podía tragarse que ella había salido intacta del todo? ¡Nadie! ¿Acaso estaba
olvidando que en el transcurso de su aventura había perdido la virginidad? -¿estás
bien? – la preguntó Yaron. La había escuchado refunfuñar. –No es la primera vez
que dormimos juntos. -Ya lo sé – contestó Sara con los dientes apretados. Buscaba
con la vista al capitán alegrándose de que estuviera algo lejos para oírles. -¡Te dije
que no saldría bien! -Preciosa, no va a pasar nada que tú no quieras – dijo con una
pícara sonrisa. -Eso es lo malo, Yaron. – se soltó de su brazo adelantándose. No se
dio cuenta que uno de los pasajeros se unía a ella y que Alex quedaba atrás
esperando al capitán. Sara se acercó a su silla y el individuo se la apartó para que
pudiera tomar asiento, fue entonces cuando la muchacha levantó la vista
encontrándose con el simpático rostro. -¡Oh lo lamento! ¡No le vi! – exclamó con
sinceridad. -Venía muy pensativa ¿puedo preguntarla si ha sucedido algo? Sara
negó con la cabeza. Yaron se encontraba tras el hombre, esperando que se quitara
del medio para poder sentarse, mientras tanto, los ojos turquesas se clavaban en el
cogote del joven con furia. -Pensaba en la señorita Lucrecia – respondió ella, al
recordarla la buscó con la vista, al no descubrirla por allí imaginó que se habría
quedado en la habitación. Más tarde pensaba hablar con ella. A lo mejor tenía que
darla las gracias por poner a Yaron más cerca de ella. Puede que en su primer viaje
no hubiera estado lo suficientemente preparado para casarse, quizá este segundo
viaje era una última oportunidad de retenerle para siempre. Pero ¿y si no lo
lograba? ¿Sería capaz de dejarle marchar? Pasar una vez por aquello estaba mal,
pero dos… -Perdone ¿le importa? – preguntó Alex al caballero con voz dura. El
joven seguía observando a Sara. –Me gustaría sentarme. Comieron más bien en
silencio o por lo menos eso creyó Sara sin prestar suficiente atención a la
conversación que Yaron sostenía con Helen. Más tarde se retiró al camarote
recostándose en la cama de abajo. ¡A Lucrecia la había faltado tiempo para
trasladarse! ni siquiera se había despedido de ella. Por otro lado no es que la mujer
se fuera muy lejos. La puerta se abrió con suavidad y Sara abrió los ojos
incorporándose al ver a Yaron que cargaba con una maleta. -¿Qué tal la señorita
Lucrecia? – le preguntó. -Como siempre – respondió Alex encogiéndose de
hombros y mirando el camarote con el ceño fruncido -¡que pequeño es este lugar!
Sara le observó con ojos divertidos, le estaba resultando muy difícil manejarse allí
dentro. Sus hombros anchos parecían rozar continuamente una de las paredes y la
cama superior. -Yaron, tú no cabes en la cama – Sara le evaluó fijamente – te
sobran los pies por lo menos. -¡Que exagerada! – El hombre desistió de colocar la
maleta y se sentó junto a ella. - La ropa que compraste te sienta muy bien –
comentó Sara deslizando la mano por una manga de Yaron. La apartó la mano con
suavidad. El mínimo contacto con ella podría ser su perdición. -Sara, dormiré
abajo… -¡No! ¡Lo haré yo! Estoy cansada de tener que escalar todas las noches – se
quejó. -De acuerdo – Yaron se encogió de hombros – Como has dicho antes, mi
cuerpo no cabe en la cama, pero si quieres dormir con mis pies en tu cara es tu
problema. Sara le miró pensativa y soltó un bufido para nada femenino. ¡Otra vez
arriba! ¡Lucrecia se había pasado! Ambos se pusieron en pie repentinamente y sus
cuerpos se encontraron con un golpe. Sara estuvo a punto de perder el equilibrio
cuando Alex la sujetó de la cintura. Se encontraban muy cerca el uno del otro. La
tensión sexual en el camarote era tan palpable que se podía masticar. Sara le
observó con los labios ligeramente entre abiertos. Su cintura ardía con la presión
ejercida por la mano de Yaron. La muchacha no supo cómo sucedió pero ella
misma fue la que rodeó el fuerte cuello de Yaron a la vez que lo besaba con la
misma ansia que demostró él. El control de Yaron terminó por consumirse.
Necesitaba a Sara como si fuera el mismo oxigeno que respiraba. Se desnudaron
con prisa impacientes por fundirse en un solo cuerpo. No importó la estrechez de
la cama, ni el exterior, ni los demás pasajeros. Eso era el momento y estaban
disfrutando de ello. Eran un hombre y una mujer extinguiendo el fuego anhelante
de sus pasiones. Olvidándose de todo lo demás se entregaron en cuerpo y alma a
calmar sus deseos. Un buen rato después, Sara se encontraba como hipnotizada.
Tenía los ojos cerrados y su bello rostro descansaba relajado. Alex la observó
extasiado. La abrazó contra su cuerpo desnudo y cerró los ojos. Nunca se había
sentido tan a gusto… ni tan feliz. -¿Qué dirán en tu casa cuando me vean llegar? –
musitó la joven si abrir los ojos. Repentinamente Yaron pareció tensarse durante
unos segundos y ella volvió la cara hacía él para observarlo. -¿Qué te preocupa
Sara? -No lo sé – contestó con voz temblorosa. La preocupaba todo. Una casa
desconocida lejos de su familia y sobre todo esa extraña relación con Alex. ¿Por
qué no podrían casarse y vivir de una vez en paz? Porque él era el Gitano y varias
personas les perseguían – contestó su mente. -¿me contaras algún día porque te
dedicas a esto? – le preguntó apoyando la cabeza en el bronceado hombro de él.
Yaron soltó una carcajada carente de toda gracia y la estrechó junto a su pecho. A
partir de aquel día ambos compartieron dormitorio y cama. Aun debían aclarar no
muchas cosas si no todas pero el Dover no era el lugar.

17 La costa brillaba con la dorada luz del sol. La tierra se veía hermosa con
praderas verdes salpicadas de flores silvestres y rojas amapolas que lucia
esplendidas acariciadas por una suave brisa. Magníficos acantilados de piedra
caliza vigilaban el mar. El Dover había entrado en una cala bordeada de chopos y
sauces llorones que dejaban caer sus ramas acariciando con suavidad las aguas
cristalinas. Sara se aferró con fuerza a la barandilla y respiró con ahínco. Un
extraño calor tras de sí la hizo volverse. Alex la observaba con expectación
tratando de averiguar cuáles eran sus primeras impresiones. Ella inclinó la cabeza
a modo de saludo y él rió complacido. Una vez en tierra se despidieron de los
demás pasajeros. Sara se fundió en una largo abrazo con Lucrecia prometiendo ir a
visitarla algún día, realmente no sabía si volverían a verse. Alex la guió hasta la
ciudad donde consiguieron un carruaje de alquiler. -¿queda muy lejos? – preguntó
ella acomodándose bajo una pamela de tonos amarillos. -No, relájate, no hay
peligro. El coche se puso en marcha y ella dormitó durante todo el recorrido, se
sentía cansada de tanto ajetreo. Toda su vida se había convertido en una aventura.
Cuando llegaron la noche ya se había apoderado de todo. Era una casa enorme de
blancas paredes con gigantescas columnas en el porche. A pesar de la oscuridad
Sara descubrió un impecable jardín de setos geométricos y coloridas rosas. Casi
todos los sirvientes de la casa acudieron a recibirlos, ella como intrusa que era se
sintió desplazada en el mismo momento que ingreso en la galería. Una mujer
rechoncha y de rostro afable se abrazó a Yaron con tanta fuerza que Sara pensó que
lo aplastaría. Seguidamente la observó con el ceño fruncido. -Estará deseando
darse un baño. Sara no se ofendió por ello aunque no se encontraba sucia, quizá la
mujer estaba pensando en su bienestar y deseaba ser educada. Las paredes del
vestíbulo se hallaban forradas de madera de ébano confiriendo una apariencia de
elegante sobriedad. Sobre dos diminutas mesas había jarrones con flores frescas y
el suelo estaba cubierto por una fina y delicada alfombra checa. -Te llevaran a tu
dormitorio – la informó Alex tomándola de la mano – Mañana con la luz del día te
mostraré la plantación. -Me encantara verla – sonrió ella bajo la atenta mirada de
la rolliza mujer a quien Yaron la presentó como Amparo, su ama de llaves. -
Miranda será tu doncella – la señaló a una joven muchacha de aspecto delicado –
tendrás que tener paciencia, ella no es como tu Laura. Sara sonrió a la muchacha
con un gesto amable, un gesto que Yaron no pasó por alto y que deseó que se lo
hubiera dirigido a él. Jamás tendría suficiente de Sara ¡Nunca! -Alex, gracias por
todo. Incomodo el hombre se giró. Miranda abrió la marcha seguida por la
muchacha y dos sirvientas más. Subieron una ancha escalinata con moqueta roja
como la sangre y se adentraron en un estrecho corredor donde había expuesta una
colección de espejos. El dormitorio que la mostró se hallaba en el ala más alejado
de la casa. La cama ocupa el centro del dormitorio y colgaba sobre ella un dosel de
muselina en tonos oro, azul y blanco. Los muebles eran nórdicos y sillas inglesas,
una extraña combinación que debió admitir quedaba bastante bien. Lo que más
llamo su atención es que las paredes eran de un blanco inmaculado, casi brillante.
-Descanse si quiere mientras la preparo el baño – dijo Miranda, tenía una voz dulce
e infantil y sus ojos del color del caramelo no se apartaron de ella en espera de
alguna señal que la indicara que había comenzado bien su trabajo. -¿Cuántos años
tienes Miranda? -Quince años señorita. Esta es la primera vez que me nombran
doncella. Sara la sonrió amigablemente. -Espero que seamos buenas amigas. ¿Te
importa quedarte un poco conmigo? El viaje ha sido muy largo y no he tenido
mucha compañía femenina. La señorita Lucrecia era mi única amiga y era
demasiado mayor – dijo Sara caminando hacia una ancha ventana - ¿el mar queda
por allí? La doncella se acercó a pasos lentos colocándose junto a ella con una
tímida sonrisa y señalando el exterior con el dedo índice. - Hay una bahía cerca.
Por detrás de la vivienda hay una zona montañosa y justo debajo esta la casa de mi
madre. Hay algunos de nosotros que dormimos aquí, sobre todo cuando está el
señor pero otros no. -¿duermen todos en casa de tu madre? – preguntó extrañada.
-¡No! – Rió Miranda comenzando a relajarse – Muy cerca hay una pequeña aldea. -
¡Claro! ¡Que tonta soy! – Sara se sentó sobre una de las sillas y lanzó la pamela que
llevaba en la mano desde que habían entrado en casa, sobre la cama -¿tu duermes
aquí? -Algunas veces sí, mientras usted esté aquí lo haré todos los días por si
necesita algo. -¿Y no te gusta la idea? – inquirió Sara viendo su rostro inexpresivo.
-¡Claro que sí! ¡Es mi primer trabajo serio! Solo espero hacerlo bien. -No te
preocupes por eso Miranda, yo también estoy un poco asustada.

18 Sara caminaba sobre la mullida alfombra blanca con sus pensamientos


lejos de aquel continente. No podía evitar recordar a Erika y su padre, a Paul…
esperaba que hubiera llegado la carta donde les informaba que se hallaba bien.
Ante todo no deseaba apartarse de Yaron, aún no habían hablado de amor pero
Sara confiaba en que sucedería en breve, tan solo le estaba dando tiempo para que
él se aclimatara y por fin se decidiera a proponerla matrimonio. Con la seguridad
de que el hombre sentía por ella más de lo que pensaba admitir le demostraría que
ella no era ninguna inmadura. Sabría ser paciente aunque ello le conllevara a
morderse todas las uñas de las manos. Esperaba a Yaron en una estancia donde
varios sirvientes comenzaron a servir la cena. La habitación estaba decorada de
una forma muy peculiar que Sara no habría imaginado en su vida. El color blanco
volvía a imponerse y sobre el suelo se presenciaban una multitud de cojines
plateados desparramados sobre la alfombra. La habitación no poseía más muebles
que un par de lámpara de pie situados en dos rincones y una pequeña y alargada
mesa con base también de azulejos de cerámica azul. -Estas preciosas. Sara dio un
respingo sobresaltada y se giró para encontrar los brillantes ojos turquesas de Alex.
Se alisó la falda con una sonrisa tímida. Alex pasó junto a ella y tomo asiento sobre
uno de los cojines frente a la mesa, la tendió una mano invitándola a imitarle. -¿En
el suelo? – Preguntó incrédula y Yaron asintió sonriendo - ¿Por qué esta habitación
es así? Nunca había visto nada igual – se sentó junto a él, no se encontró muy
cómoda, de hecho no sabía dónde meter las piernas. -Cuando estuve en la India
me gusto la comodidad y sencillez de su decoración. ¿No te agrada? Sara se
encogió de hombros sin saber que pensar. La verdad es que no la entusiasmaba
mucho y tampoco podía imaginar tener invitados rodando por el suelo. Por otro
lado hallarse despatarrada sobre el piso no la resultaba en nada confortable. -Está
bien – se atrevió a contestar sin querer herir los sentimientos del hombre – Solo me
parecía muy extraño. Has debido de viajar por muchos sitios ¿no? -Cuando
comencé un pequeño negocio mercantil tuve que dirigir mis propias naves y tratar
los negocios en el destino. Ahora ya no hago esas rutas, tengo hombres
contratados… -¿Por qué eres un pirata si tienes tanto… dinero? Alex estaba sereno
observándola fijamente. -No vas a desistir nunca ¿verdad? – Sara negó con la
cabeza - Ingresé en la armada Inglesa lleno de esperanzas e ilusión porque
pretendía ser alguien. Mi padre murió dejando muchas deudas y me sentí en la
obligación de mantener a mi familia – hizo una pequeña pausa, los sirvientes
habían abandonado la habitación hacía rato y el hombre sirvió dos copas de vino
rosado – Andrew era muy listo y se encargó de las finanzas. Mi sueño era
capitanear mi propio barco de modo que me busqué la vida. -¿atacando a tus
compatriotas? -No tengo preferencia preciosa. - ¡Pero ya no tienes necesidad de
continuar con ello! ¿Por qué robas? – Yaron la ocultaba algo que ella no lograba
entender. -Antes de conocerte había pensado retirarme – bebió un largo trago con
los ojos clavados en ella con intensidad – posiblemente de no ser por tu amigo al
traer esa nota ya lo hubiera hecho. No había ventanas solo una puerta que accedía
a un patio interior lleno de azulejos de color verde agua por el que penetraba un
suave aroma de tomillo y romero. -Paul se preocupa mucho – respondió Sara con
sinceridad – nos conocemos de siempre. -Sí. Y eso me recuerda algo que aún no te
he podido comentar. Yo también tengo aquí… una amiga – se llevó el vaso a los
labios ligeramente nervioso, aun así no apartó la mirada de ella. Se le veía
realmente incómodo. -Una amiga, ¿Cómo yo y Paul? – Le preguntó Sara no muy
convencida de querer escuchar su respuesta, Yaron bajo la mirada y negó - ¿y
porque no lo dijiste antes? ¡Vaya! ¡Un amante! – silbó con sorpresa tratando de
evitar que Alex descubriera lo mucho que sus palabras la estaban afectado. Ella era
una mujer fuerte y valiente ¿Por qué notaba como se estaba enfadando y sus
defensas caían de una en una? – De modo que te haces el ofendido lloroso en
Londres diciendo que yo te he engañado y tú… ¡tú que has hecho Yaron! – se puso
erguida sobre las rodillas - ¡No lo puedo creer! Te has… me has… ¿te has acostado
conmigo a sabiendas que tu… amante te esperaba aquí? -Se llama Kristin y nunca
me he comportado como un ofendido lloroso– Alex dejó la bebida sobre la mesa –
No hubiera querido que te enteraras de esta manera pero sé que en un par de días
alguien te hubiera ido con el chisme. “No llores delante de él – se dijo Sara con
decisión” Una decisión carente de toda la fortaleza que estaba necesitando. Tragó
con dificultad y evitó mirarle a los ojos. No iba a permitir que Alex viera como
sufría. -¿y qué piensas hacer? ¿Vas a escoger entre las dos? – preguntó con un tono
de voz cantarina, demasiado alegre y fingido para la ocasión. Yaron agitó la cabeza
con nerviosismo. -Me gustas – la dijo en un suave y ronco susurro. Sara le miró
con los ojos entrecerrados ¿Por qué no podía creerle? Le vio inclinarse sobre ella y
justo cuando la iba a besar en los labios Sara se apartó mirándole con tristeza. ¿Qué
había esperado? ¿El matrimonio? ¡Qué fácil para Yaron dejar una amante y coger a
otra! ¿Acaso todas las mujeres eran tan tontas para caer en sus trucos? -No quiero
que vuelvas a tocarme Yaron. -Sara ¿Qué es lo que quieres de mí? – Se puso en pie
y la miró desconcertado -¿Por qué no podemos continuar conociéndonos? Ella
también se incorporó enfrentándolo con una mirada glacial. -¡Has esperado hasta
estar aquí para decirme que tienes una amante! ¡Mi reputación debe estar en boca
de todo el mundo en Londres! ¡En mi casa! Y ahora me vengo aquí contigo
pensando que me estas ayudando y sin embargo me traes en calidad de… ¿en
calidad de que, Yaron? – por mucho que luchase por no llorar no pudo evitar que
gruesos lagrimones se deslizaran por la mejilla. -Antes no parecía que te
preocuparas mucho por eso. ¿Crees acaso que voy a estar con las dos a la vez? –
Alex soltó un ruidoso suspiro – ¿Qué clase de monstruo piensas que soy? Sara,
desde que te he conocido he hecho muchas idioteces. Siento un cariño especial por
ti y es cierto que no quiero que sufras. Debes creerme ¿crees que traería a mi casa a
cualquiera? -¿Y que sientes por ella? El ama de llaves ingresó en la sala con una
bandeja en la mano y se detuvo cerca de Yaron. -Es una carta – avisó la mujer
interrumpiéndolos con la mirada baja en un rostro indescifrable – Es de la señorita
Bécquer. Se ha debido enterar que esta por la zona… Sara se giró de espaldas a
Yaron fingiendo estar más interesada en el hermoso patio que en la información
que aquella desagradable mujer acababa de traer. Era de muy mala educación
haberlos interrumpido solo para recordarle que su amate le esperaba en algún
lugar cercano. La dolían las piernas de la postura que antes había tenido y la ira se
apoderó de ella cuando el ama de llaves no la dirigió ni una sola mirada. Alex leyó
la carta de Kristin con rapidez y miró a la mujer asintiendo: -¿Quién lo ha traído?
-Uno de sus jornaleros, espera respuesta ¿Qué le digo? - No hace falta que le digas
nada. Me reuniré con él en dos minutos. El ama de llaves salió. ¿La había visto Sara
sonreír presuntuosamente? -¿vas a verla? – le preguntó enfrentándole. Yaron la
miró largamente durante unos segundos y asintió: -Estás en tu casa Sara. Si
necesitas algo no dudes en decirlo. -Necesito marcharme de aquí Yaron. No quiero
seguir bajo tú mismo techo – le dijo con los dientes apretados y el rostro furioso. -
Arreglaré las cosas para que sea así – contestó saliendo de la sala. Sara se quedó
sola en aquella habitación exótica. Furiosa, dolorida y cansada. ¡En aquel momento
hubiera dado lo que fuera porque Yaron hubiera sido un soso y petimetre ingles al
que pudiera manejar a su antojo! ¿Cómo era capaz de salir corriendo en cuanto su
amante le mandaba llamar? ¡Claro que Alex no iba a estar con las dos! Él ya había
elegido al salir corriendo al encuentro de la señorita Bécquer.

19 Alex ingresó en la sala y una gran nube de humo le recibió acompañado


por varias voces. En el interior de la biblioteca hubo cierto revuelo al verle. -
¡Hombre Gitano! ¡Ya estás aquí! – se acercó un caballero que al parecer con el paso
de las horas se había ido despojando de la chaqueta y el pañuelo del cuello y ahora
estaba en mangas de camisas y con un par de botones abiertos mostrando el vello
oscuro y rizado de su pecho. -Norman – le saludó Yaron tomándose con fuerza de
una mano -¡No me diga que me han echado de menos! -¡Como lo sabes! – se
acercó otro hombre, este era algo mayor y su cabello peinaba canas. -¿Dónde te has
metido muchacho? Tú por ahí y nosotros invadidos por los piratas de rio. -
¿Cómo? – se sorprendió Yaron observando el rostro de los nueve hombres que
habían asistido a la reunión. -Hemos estado enviando misivas a Londres para
contactar contigo pero me temo que están siendo interceptadas, ven tomemos
asiento. – el hombre de cabello cano le guió hasta una silla. - Servirle un poco de
brandy al gitano. Se sentaron todos ante una gigante mesa de madera brillante con
los ojos clavados en el rostro de Yaron. Era el único que podía ayudarles y por
supuesto ayudarse él mismo pues los piratas se dedicaban a asaltar desde las
costas, daba lo mismo plantaciones que simples granjas. En el exterior comenzaba
amanecer y las primeras luces del alba luchaban por traspasar las gruesas cortinas.
-… el Diábolo los asustará y hará que salgan de su escondite – dijo el señor de pelo
Cano, Derek Logan, un político bastante influyente y dueño de una de las
plantaciones más grande y productiva de toda Virginia. Cuando no estaba en su
propiedad se encontraba en Washington apoyando al presidente. -Claro que
también esta lo que tu decidas Gitano – Norman se encogió de hombros y se
encendió un grueso puro – yo por mi no me importaría acabar con ellos antes de
que terminen de sembrar discordia. Norman capitaneaba un pequeño navío al que
llamaban “cebo”. No era una nave preparada para la lucha pero si intimidaba y
allanaba los mares empujando a los malhechores directamente a los brazos del
Diábolo y su tripulación. -Desde luego tu corona inglesa te compensará – dijo otro
con rostro preocupado y mirándolo fijamente – Desde luego Inglaterra no puede
permitirse que volvamos a enemistarnos por unos piratas de pacotilla y nuestro
presidente te llenará los bolsillos. -Algo de eso me informaron estando allí, pero la
cámara de lores no se pone de acuerdo. Me pidieron que estuviera atento… por si
acaso, pero en vista de tantos asaltos deberé ponerme en marcha en cuanto llegue
Castor. ¿Dónde fue la última vez que los vieron? – Alex también se quitó la
chaqueta y pronto extendieron un mapa de la zona sobre la mesa. Sara dormía
profundamente con el rostro surcado de lágrimas. El largo cabello estaba
desparramado sobre las sábanas blancas como finos hilos de plata. Miranda se
sentó sobre la cama y la observó dormir sin querer despertarla. Esperó durante
horas y ella misma cerró los ojos en alguna ocasión. Sara despertó al fin y al verla
brincó sobresaltada, en seguida al darse cuenta de quién era la sonrió con tristeza.
La doncella la devolvió el gesto con rostro apenado. Habían pasado la noche juntas
hasta que Sara, rendida, había cerrado los ojos abandonándose al sueño. -No quise
despertarla antes. Amparo dijo que si no bajaba a almorzar retiraría el servicio. No
me permite que se lo suba. -¿Quién es? – preguntó Sara confusa. Estaba mareada
de haber pasado la mitad de la noche llorando como una ilusa. -El ama de llaves,
la conoció ayer ¿recuerda? – La joven asintió y pasó las piernas a un lado del
colchón para levantarse - ¿puedo hacerla una pregunta, señorita Sara? -Claro
Miranda. -¿está usted enamorada del señor? – su voz se volvió más tímida de lo
normal. -Enamorada – repitió con un suspiro – si a pesar de odiarlo y tener ganas
de estrangularlo pienso que no puedo vivir sin él, ¿si a eso se llama amor? – Agitó
la cabeza, no derrocharía más lagrimas – No puedo seguir con él – dijo con voz
pesarosa – pero si, lo amo. Su corazón ya se había roto en pedazos la noche
anterior y de solo imaginar que Yaron estaba en casa de su amante sentía que se la
revolvían las entrañas como si la estuvieran clavando mil espadas a la vez. ¿Cómo
era capaz de estar con otra cuando habían compartido tantas cosas? Pensó en sus
paseos por cubierta a bordo del Dover, las noches pasadas en la estrecha litera.
Cuando Miranda abandonó el dormitorio rompió a llorar de nuevo. “¿Qué puedo
hacer para olvidarte?” susurró con la voz desgarrada ahogando los sollozos contra
una de las almohadas. El cielo nocturno semejaba un terciopelo negro tachonado
de brillantes lentejuelas. En la distancia se escuchaba un búho y el rumor de la
brisa sobre las ramas de los árboles. Sara estaba sentada en un amplio diván con
los ojos clavados en el ventanal que miraba a una hermosa explanada cuando
estaba iluminada por la luz del día. Llevaba tres días en la plantación y no había
vuelto a ver a Yaron desde la primera noche. Nadie la daba razón de su paradero y
excepto Miranda nadie parecía apreciarla. De nuevo esa noche esperó por si lo veía
llegar y ya estaba a punto de marcharse cuando unas voces que se acercaban la
hicieron incorporarse. Tembló nerviosa al reconocer la voz de Alex. Una hermosa
mujer de cabellos rojizos y rostro sensual se detuvo al verla. Yaron se acercó a ver
que había llamado su atención y al descubrir a Sara suspiró molesto. -Kristin deja
que te presente a la señorita Hamilton, una amiga que conocí en Londres. Sara ella
es Kristin Bécquer. Sara inclinó la cabeza ligeramente hacia Kristin sorprendida de
lo bella que era. Su piel marfileña, sus ojos claros, su porte orgulloso. No parecía la
típica joven modosita que Sara tanto había visto en Londres si no al contrario, daba
la impresión de ser una mujer desbordada por la experiencia. Recordando
súbitamente quien era su vista se clavó en el hombre con una mirada tan fría como
un tempano. -Le estaba esperando señor Yaron – arrastró las palabras casi con
desdén. – Quería reiterarle cuanto agradezco su hospitalidad pero no puedo
demorarme más. Alex ignoró a Sara y guió a Kristin hasta el diván, luego se volvió
por fin hacia ella. -No sé a qué se refiere señorita Hamilton. -He decidido alojarme
en la aldea. Me he informado y tan solo queda a unas millas de aquí. Como sabe,
no pienso quedarme mucho tiempo pero lo poco que esté aquí lo aprovecharé para
conocer sus costumbres – que pomposas y que formales sonaban sus palabras
cuando lo único que quería era plantarle un jarrón sobre la cabeza, lo merecía por
mujeriego. –Espero que no le moleste mi decisión – terminó de decir con voz ronca.
Sara y Alex se enfrentaron durante unos segundos en silencio, él con una mirada
despiadada y ella taladrándole hasta el fondo del alma con sus ojos dorados.
Kristin palmeó la mano de Yaron incapaz de comprender que estaba sucediendo
allí. -¿Por qué no contestas a la señorita Hamilton, querido? Además me gustaría
saber qué hace esta jovencita en tu casa. ¡No es más que una niña Yaron! -¿no la
has contado nada? – Sara entrecerró los ojos con furia. Se giró hacia la belleza
pelirroja dándose cuenta, ahora que la observaba bien, de que varias arrugas
surcaban sus ojos. Kristin aparentaba ser más joven por su estrecha cintura y su
altura más bien baja, pero en realidad se acercaba más a los cuarenta que a los
treinta. – Pues verá, creo que nos salvamos la vida mutuamente. Será mejor que se
lo explique él, nunca me ha hecho gracia dialogar con ancianas. -¡Siéntate
maldición! – bramó Alex. Había esperado cualquier cosa de Sara y aquello no era
menos. ¿Por qué era tan cabezona y sacaba las conclusiones que la daba la gana sin
esperar a que nadie explicara lo ocurrido? Esa actitud suya es la que le sacaba de
quicio. -¡No pienso hacerlo! – contestó Sara con desdén. Kristin bufó ofendida y
escapó de la sala a la carrera. -Muy bien Sara, tú ganas. Quédate esta noche,
mañana te trasladaran a la cabaña de Simón. Habrá que limpiarla. -De acuerdo. -
Sara – Yaron dulcificó la voz – Podemos hablar… -No quiero hablar nada Alex,
solo quiero olvidar todo. -Todos estos días junto a ti… no sabes cómo me he
sentido. Cuando compartimos… - deseaba poder explicarse pero intuia que Sara
apenas le prestaba atención. - Al principio ni siquiera quería despertarme contigo
Sara, tenía miedo a acostumbrarme…a… ti. -Ella te espera en la otra habitación –
le dijo cortante con los brazos cruzados sobre el pecho y el corazón en la garganta.
-¿Es que no lo entiendes Sara? Me cautivaste desde el principio. Estas aquí porque
yo he querido. – susurró con los dientes apretados por no gritar. -No – negó ella –
estoy aquí por esos hombres… -Yo te secuestre en Londres – la interrumpió
alzando la voz – todo fue idea mía. Nunca hubo bandidos pero en un descuido te
llevaron al Águila Blanca porque el capitán Bells solo quería vengarse de mí. Te
rescaté, pero fui yo quien te metió allí ¿entiendes? Y ahora… volverás a casa y te
tendrás que mantener escondida porque todos hablaran de ti. ¿Sabes en lo que te
convierte? – Se acercó a ella que parecía paralizada escuchándole y la tomó de los
brazos – Eres la amante de un pirata. Sara lo miró con la boca entreabierta y los
ojos redondos como platos. No podía creer lo que Yaron había confesado. Todo
había sido planeado por él. Sara corrió a encerrarse en la habitación, gracias al cielo
que no se encontró con Kristin. Alex se maldijo una y otra vez. Había evitado la
casa desde el principio para no tener esta escena, para no tener que soportar ver
como Sara le abandonaba. Esa noche tampoco hubiera acudido si no le hubieran
informado que Kristin se acercaba para saber porque él no había ido todavía a
verla desde que regresó de Londres. No quería que ambas mujeres se conocieran si
quiera. Hablaría con Kristin, él no la amaba y si no quería perder a Sara para
siempre debía comenzar arreglar las cosas. El gran problema y más importante si
cabe era parar los pies a los navíos que asaltaban las costas de Virginia antes que
América emprendiera una nueva guerra contra Inglaterra, ya que los piratas no
eran más que unos cuantos Ingleses en busca de la discordia entre ambas naciones.

20 Sara cerró el libro que tenía en sus manos y miró hacia la puerta. Amparo
ocupaba todo el hueco con su rolliza figura y la estudiaba con superioridad. -Es
para ti – la dijo ingresando en la alcoba para darla un pequeño sobre. Desdobló un
blanco papel y leyó la elegante letra de Yaron informándola que en cuanto
estuviera lista sería trasladada a la aldea. Antes de que Sara pudiese preguntar u
objetar algo, el ama de llaves se escabulló dejándola sola. El cielo y el mar estaban
unidos entre sí con apenas una disuelta línea azul oscuro que lo convertían en
infinito. Delgadas estelas blancas cubrían las dos partes por igual. Desde el
acantilado todo se veía grandioso, olas que golpeaban las rocas con furia y que
hacían descender lentamente las gotas saladas por las rugosidades de las piedras,
el olor a salitre que arrastraba la brisa. Las caricias de las aves que sobrevolaban el
inmenso cielo azul perdiéndose en la lejanía. El ruido chapoteante del agua
introduciéndose entre los huecos de las rocas. Sara observó el lugar, ensimismada,
dejando que el aire fresco despejara su mente y sus embotados sentidos. Durante
unos minutos más observó el bello paisaje y por fin se giró hacía la ladera para
descender por un estrecho camino de gravilla. Miranda y un hombre de aspecto
robusto y lustrosa piel negra llevaban el arcón de la joven y otras pocas
pertenencias hasta el porche de una de las casas que bordeaban la playa. La
doncella la esperó ante la puerta. -No se preocupe señorita, Soltur y yo vamos a
estar aquí para cuidarla. Sara miró al hombre negro de rostro sonriente. Era
impresionantemente alto y fuerte. Nunca había visto a nadie tan grande. Comenzó
una fría y molesta llovizna, el cielo se trasformó de repente adquiriendo tonos
oscuros al tiempo que feos nubarrones se acercaban con velocidad. El aroma de la
humedad y la madreselva flotó en el ambiente. -Es solo una tormenta – explicó
Miranda. La casa tenía un amplio ventanal en la parte de atrás que permitía ver un
trozo de bosque. Era la última cabaña de la playa que lindaba con el camino del
acantilado. El porche tenía dos finas columnas rectas que sujetaban el balcón del
piso superior y había un descuidado jardín y algo que parecía un huerto donde
solo crecían malas hierbas. A Sara la encantó un columpió infantil que descubrió a
un lado de la casa, una gruesa soga que colgaba de la rama de un árbol. En su
residencia, su padre había construido uno para ella pero Paul le había añadido una
bonita base de hierro para que el trasero no doliera. Podía pasarse horas enteras
allí sentada dejando que el aire la diera con fuerza en el rostro. Adoraba esa
sensación de libertad. Se levantó una gran nube de polvo cuando ingresaron en la
casa. -No está muy limpia. Simón hace mucho que no viene por aquí, la mayoría
de las veces se aloja en la casa grande – dijo Miranda. Sara estudió el interior
después de abrir las persianas de madera y dejar que la luz, a pesar de la oscuridad
del cielo, penetrara en la estancia. -Me gusta. – Asintió con pena. Les llevó un día y
medio dejar la vivienda decentemente. Soltur resultó ser un cocinero excelente e
innovador y Miranda brillaba con luz propia, divertida, cariñosa. La segunda
noche de estar allí Sara aprendió a jugar al póquer apostando judías secas que
habían encontrado en un tarro y descubrió que era muy buena en las cartas, claro
que Soltur fingía no mirarla cuando hacía trampas. Sara no podía evitarlo, había
nacido para ganar. Soltur en un principio parecía un hombre callado pero les
demostró ser un charlatán fantasioso inventor de historias, todas llenas de cierta
dosis de humor con las que Sara y Miranda rieron a mandíbula batiente. Unos
golpes en la puerta a altas horas de la noche los dejó en silencio a los tres. Era muy
tarde y comenzaban a recoger los naipes de la mesa. Soltur fue quien abrió y una
muchacha muy parecida a Miranda entró llorando en la casa. -¿Ha sucedido algo?
– preguntó Miranda asustada, era Jennifer su hermana mayor. -La señorita
Bécquer – dijo entre hipos – Nunca la gusta como hago las cosas y me regaña
siempre. Amparo se ríe de mí y hoy quería que limpiara la leñera de arriba abajo
pero ese no es mi trabajo. Sara rodeó los hombros de Jennifer y la hizo sentar. -
Soltur retírate a descansar que es tarde – le dijo Sara con suavidad pero inflexible –
Vamos chicas, calmaos las dos. ¿Por qué no habláis con Yaron y se lo decís? -
Nunca nos creería. Kristin finge cuando está con él, como sabe que se van a casar…
Sara no pudo controlar el temblor de sus labios y Miranda llevó a su hermana al
dormitorio para dejar que Sara digiriera la noticia. Sara no supo si por la rabia o
por el dolor esa noche escribió a Paul. En el patio interior de la plantación Yaron
fumaba con aire pensativo. -Hola Gitano – levantó la vista al escuchar a Norman -
¿aún no me has dicho que piensas hacer con la hermosa Kristin? -Ya he hablado
con ella – señaló con la cabeza las altas fachadas de la casa – No la ha debido de
sentar nada bien pero ella sabía desde un principio como eran las cosas. -Pues en
la ciudad se habla de boda. -Puro invento – Yaron escupió una brizna de tabaco.
La señorita Bécquer entró en el patio fingiendo no haber visto ni oído nada, pero
Alex la conocía más que de sobra y sabia al cien por cien que iba a presenciar una
fuerte escena de la mujer. Estaba preparado para todo pero no para verla sentarse
en un banco de mármol enterrando la cara entre sus manos. Yaron caminó hacia
ella. -¿te sientes mal? – la preguntó preocupado. Kristin se incorporó y cayó
desmayada. Un poco más tarde la mujer se hallaba sobre la amplia cama con el
rostro pálido y enfermo. -Es algo que he comido – dijo ella con voz débil. -Yo más
bien diría que es el embarazo – atajó el doctor a quien la mujer no había visto hasta
que habló. -¿No es fantástico Alex? ¡Vamos a tener un bebe! – simuló muy mal
sorprenderse. Yaron la observó largamente con el ceño fruncido, apoyó la espalda
en un poste de la cama con los brazos cruzados sobre el pecho. Al poco se echó a
reír divertido. -Pues espero que el padre se alegré Kristin, porque nosotros…
¿hace cuánto que no te pongo una mano encima? – su tono se había vuelto jovial
de repente. -¡no tienes por qué hablar así, corazón! – Kristin se incorporó ayudada
por Alex – sabes que te quiero… -Pero te acostaste con otro – inquirió arqueando
las cejas -¿crees que podrías endosarme el hijo de otro? -¿y qué dirá mi padre? –
Respondió ella con otra pregunta – Además todos pensaran que eres tú. -Tu padre
es un hombre bueno y paciente Kristin, no es ningún estúpido y bien sabes que
sería el primero en ponerse de mi parte. ¡No juegues sucio, ese no es tu estilo! -No
tengo manera de competir con la señoritinga escocesa ¿verdad? El doctor que
había estado recogiendo artilugios por la alcoba abandonó el lugar en silencio. -No
Kristin, no puedes. 21 -¡Espera un hijo de Yaron! – exclamó Sara horrorizada. -
¡Gusano asqueroso! ¡Hijo de mala madre! ¡Bastardo! ¡Imbécil! Jennifer corrió al
escuchar los gritos de la joven, las paredes de la casa temblaban ante el escándalo
que Sara estaba formando en el pequeño salón. Soltur se abalanzó hacia la belleza
de ojos de fuego tratando de que no lanzara más vajilla por la ventana. La puerta
de la entrada se abrió súbitamente y un Yaron muy desconcertado se detuvo tras
de Jennifer. -¡Señor Yaron! – gritó Miranda al reconocerle. Sara se giró hecha una
furia y de no estar sujeta por las grandes manos de Soltur hubiera arrancado los
ojos de Alex. Lo insultó y le gritó durante un rato largo sin que el hombre se
inmutara en absoluto. -¡Suéltala! – le ordenó al negro. -Pero señor… -Suéltala –
repitió. La joven se liberó de aquellos enormes brazos y aunque deseó abofetear a
Yaron se contuvo a tiempo. Ya no volvería a rebajarse más ante él. ¡Nunca! Con
lentitud estiró sus ropas, varios mechones plateados habían caído de su peinado y
los echó hacía atrás con los dedos. -¿a qué has venido? No eres bienvenido aquí –
le dijo con frialdad. -Debemos hablar. -¡No! – Miró amenazante a los sirvientes -
¡cómo se os ocurra dejarme sola con este hombre no os lo perdonaré nunca! -¡Esto
es el colmo! – Alex se abrió paso hasta ella -¡Que mierda de espectáculo es este!
Ambos se enzarzaron en una fuerte discusión. Alex, encolerizado trató de sujetar a
Sara para hacerla callar. Soltur cogió el rifle y soltó el seguro. Yaron le miró
confundido. -Lo siento señor – el negro se disculpó apuntándolo con el arma – Me
ordenó protegerla y es lo que pienso hacer. No se acerque más a ella. -¡Esta bien!
Puedes soltar esa maldita arma – dio unos pasos atrás. –De modo que te has
enterado que Kristin está embarazada – dijo observándola fijamente. Sara haciendo
acopio de todo su valor elevó el mentón con los ojos dorados lanzando chispeantes
rayos que de ser letales habrían acabado con la vida del hombre en menos que
canta un gallo. -Se te da bien hacer niños, Yaron. Ya que reconocerás al de tu
amante, supongo que no te importará reconocer al mío. Alex se sobresaltó y sus
ojos quisieron salir de sus orbitas. Fue el único sorprendido ya que los demás
conocían la noticia de antemano. -¿Cómo dice, señora? -Ah, veo que he llamado
tú atención – Sara frunció los labios y se limpió las lágrimas con el dorso de la
mano - ¿Ahora me llamas señora? ¿Por qué? – le desafió. -¡Dios Santo! ¡Esto es una
locura! -No debes preocuparte – gritó ella – No quiero que reconozcas a mi hijo
porque eso es lo que es, ¡Miiiio! -Y del espíritu Santo – Bramó encolerizado – Sabes
bien que de ser verdad yo soy el padre. -¡No me hagas reír, Yaron! -¿sabes que es
lo que te pasa a ti? ¿Conoces que es lo que nos diferencia, Sara? – Alex paseó por el
salón sin dejar de observarla – Estas acostumbrada a que tu padre y tu hermana te
consientan todo, tanto que ni siquiera te han inculcado una buena educación y de
ahí que cuando tú crees que hablas con sinceridad lo único que haces es hacer que
la gente que te rodee se sienta inferior. – La señaló con el dedo índice – pero
ocultas tus verdaderos sentimientos tras una fachada de damisela ofendida. Tienes
una casa enorme a tú disposición, miii casa, y sin embargo prefieres estar aquí,
apartada de todos… -Te equivocas – le interrumpió sin querer seguir
escuchándole, sin querer analizar las palabras de Yaron. Sin desear importarla si
era verdad lo que decía o por el contrario… - Me he puesto en contacto con mi
familia y en cuanto me busquen me marcho. -No te vas a marchar de aquí – rugió
con el rostro rojo de la ira. -¿Cómo has dicho? – Ella arqueó las cejas - ¿estoy
secuestrada de nuevo? Alex se giró hacia Soltur y las otras dos jóvenes: -Regresan
a casa hoy. -¡No lo pienso! – replicó Sara. -No, tú no iras. Te quedarás aquí
pensando en lo que tienes y en lo que te falta. -¡Bastardo! – gritó lanzándose hacía
él como un felino -¡te odio Yaron! Alex se deshizo de ella con delicadeza y todos
abandonaron la casa. Enloquecida ella corrió hasta el porche. -Alexander Yaron te
juro que no volverás a verme. Gritaba a todo pulmón segura de que el hombre aun
podía escucharla. Cayó sobre las escaleras con un amargo sollozo. A punto estuvo
Alex de dar marcha atrás y recogerla entre sus brazos, su orgullo pudo más y
continuó su marcha. -Señorita, señorita –Jennifer entró en la cabaña como una
tromba. El cubo de madera que sostenía salpicaba agua sobre el piso. Jennifer
había regresado el mismo día sin embargo a Miranda no se lo habían permitido. -
¿Qué ocurre Jenny? -Se acerca alguien en el coche de alquiler de la ciudad. -Te has
empapado Jenny, no debiste correr tanto. ¿Es Yaron? -No, de eso se trata, no lo
conozco. Sara asintió con la cabeza y regresó a su tarea. Estaba confeccionando un
diminuto traje de bebé y estudiaba complacida sus perfectas puntadas. La doncella
sorprendida no pudo dejar de observarla. -Cámbiate de camisa Jenny, y luego
preparas el té. Cuando la joven desapareció en lo alto de las escaleras, Sara apartó
la costura y esperó que llamaran a la puerta. Paul la sonrió mostrando una hilera
de dientes perfectos. -¿Tan pronto te has olvidado de mí? La joven soltó un alegre
chillido y se lanzó en sus brazos. Paul la hizo girar como cuando era niña. -Paul,
Paul – sonrió meciéndose con el joven – No sabes cuánto me alegro de verte. Sara
tenía el cabello recogido en un moño, rodeado por una llamativa cinta roja. Tomó
el brazo de su amigo con cariño y lo empujó dentro de la casa. -Estás más hermosa
que nunca. -¡oh Dios! ¡Hace tanto tiempo que alguien no me dice nada tan bonito!
– sus ojos dorados brillaban felices. -Vine lo antes posible. Me envió tu padre. Sara
se ruborizó, de modo que al final Eric daba su brazo a torcer y les daba la
bendición. “un poco tarde para eso”- pensó con pena. Jennifer entró con la bandeja
del té y Sara los presentó. -Aquí no tengo nada que me pertenezca – le dijo Sara –
Cuando tú quieras estoy dispuesta a partir. -En la bahía sale un barco esta noche –
la informó Paul – Es el mismo en el que vine. No sé qué ocurre por aquí pero todos
hablan de un nuevo conflicto y hay muchos navíos armados hasta los dientes. Lo
mejor es partir cuanto antes. -¿Cuándo llegaste? -Hace dos días. Sara observó
cómo Jennifer doblaba un par de vestidos. Salió al jardín y tomó asiento en el
columpio. ¡Regresaba a su casa! Era una noche triste, llena de millares de estrellas
que parpadeaban con intensidad. La luna bañaba el camino con sus rayos
plateados. Sintió un gran vacío dentro de ella. Vacío y una profunda tristeza
embargando su alma. No volvería a ver a Alex ¿Cuántas veces había dicho eso? ¡Le
odiaba y le amaba con la misma proporción! ¡Con la misma intensidad! Paul
apareció entre las sombras. -¿quieres pensarlo mejor? Sara pensó en Kristin y en el
hijo que esperaba. Negó con la cabeza. Ya no tenía nada que pensar. Si una mínima
parte de Alex admitía que la quería iría a buscarla donde fuera. Jennifer los
acompañó hasta el vehículo. Sara se giró a observar la casa donde había pasado
esos últimos meses grabando los gratos recuerdos que allí había vivido, también
los malos. Con un suspiro de pesar penetró en el coche después de abrazar a
Jennifer que los despidió con lágrimas en los ojos.

22 Yaron volvió a observar el anillo que descansaba en el fondo de la caja


aterciopelada al tiempo que se llevaba la botella de whisky a la boca. Hacía un
buen rato que había desechado el vaso y bebía a morro. -Déjalo ya, amigo – le dijo
Norman – Solo ganaras una buena resaca y ella seguirá lejos de ti. Alex asintió sin
hacerle caso. Sus sentidos se hallaban embotados y el alcohol viajaba por sus venas
llenándolo de un extraño estupor. Deseaba emborracharse, olvidar, sin embargo el
licor parecía ejercer el efecto contrario, cuanto más bebía más recuerdos de Sara le
llegaban. - Debiste decirla lo que sientes por ella, amigo. Yo no la conozco pero
apostaría a que siente lo mismo que tú. -¡Ja! Ella… es fría, soberbia, no tiene
corazón – su voz era apenas ininteligible. Intentó ponerse en pie pero las piernas
no parecían sostenerlo en condiciones. Señaló con la botella a su amigo -¿Qué
podría haber hecho yo si estaba deseando marcharse? – Soltó una áspera carcajada
llena de amargura – Sara lo único que sabe del amor es lo que aprendió de las
novelas y ella espera un príncipe no alguien como yo. – Volvió a llevarse la botella
a los labios y el líquido rebosó cayendo por la comisura hacía la barbilla – Me
gustaría decirla que la amo pero me da miedo, no sé lo que ella pensaría – agitó la
cabeza dolorido –Ella es el sol que sale cada mañana y… me muero por ella. -…y
te va a dar un hijo. Yaron observó la botella entre sus dedos y con fuerza la lanzó
contra la pared. -¡Me ha dejado! – gritó con voz ronca cayendo de rodillas en el
patio. -¿y qué piensas hacer? – le desafió Norman ayudando a levantarlo antes que
los sirvientes vieran el estado tan lamentable que presentaba el hombre. - Nada,
no pienso hacer nada – deseó romper a llorar igual que lo haría un niño pero no
estaba tan borracho como para eso. -¿y los sujetos que os persiguen? ¿Los has
tenido en cuenta? Alex alzó sus ojos turquesas hacia su amigo y se encogió de
hombros torciendo los labios. -Sí. Simón se encargara de su seguridad y como ella
rechazará su ayuda tendrá que hacerlo desde las sombras. -¿Crees que sería tan
tonta como para no prever el peligro que conlleva al regresar a casa? -Más tonta si
cabe – sonrió por unos segundos al recordarla – muy tonta y muy valiente. Una
brisa fresca acarició el rostro de Sara y jugó con sus anchas faldas. Miró su vientre
prominente y sonrió al sentir la patada del niño dentro de sí. Estaba muy
entusiasmada y deseosa de poder acariciar a su bebé, de sentir la suave piel infantil
contra su pecho. Más de una vez trataba de imaginar cómo sería y rezaba porque
no tuviera ningún parecido con su padre, no quería recordar nada de los tiempos
pasados. Había vuelto a mentir a su familia con una historia increíble y todos,
excepto Paul que conocía la verdad, pensaban que el padre de la criatura había
fallecido. Sara había contado que un apuesto capitán la había salvado de las garras
del Gitano y se habían enamorado, más tarde el hombre había muerto de una
enfermedad incurable. Se llamaba a sí mismo la viuda de Lindsay. La historia evitó
que todos la preguntaran, argumentando que estaba dolorida por la muerte del
que fue su esposo por unas pocas semanas y su plan hizo callar muchas malas
lenguas. Durante los meses siguientes, ella y Erika habían preparado una hermosa
canastilla. Su cuerpo había adquirido una forma redondeada y la impedía moverse
con agilidad. Paul solía acompañarla cuando tenía tiempo pero no era muy a
menudo. -¡Sara! – La llamó un día Erika entrando sonriente en su alcoba -¡tengo
una noticia que darte! ¡Te va a encantar! Con lentitud y las manos apoyadas en las
caderas Sara sonrió a su hermana. Erika parecía estar radiante y reía entusiasmada.
Apenas la quedaban unos meses para su boda, la cual habían retrasado ya en un
par de ocasiones. -¿Qué te divierte tanto? -Esto – La muchacha agitó la portada de
un periódico y una carta ante sus narices –Seguro que no puedes adivinar que es. -
Por tu cara diría que algo bueno. -Escucha – desdobló la carta – Señor Hamilton,
atentamente… bla, bla, bla. Le hago saber que el famoso pirata con el sobre nombre
del Gitano que tantas dificultades causaron a la querida viuda Lindsay, ha
fallecido cuando su barco fue derrotado por… Sara perdió el conocimiento antes
de que su hermana acabara de leer. Una vez terminada la amenaza de la fuerte
tormenta primaveral Sara abrió las ventanas para disfrutar de la fresca fragancia
que la brisa transportaba. Kendal Lindsay Hamilton estornudó en su cuna lacada
y la muchacha se giró a observarle. El bebé estaba acostado de espaldas y agitaba
los bracitos y las piernas en espera de que su madre lo acunara entre los brazos.
Sus ojos turquesas parecieron saludarla cuando ella lo agarró y le acercó a la
ventana. Ambos observaron la verde pradera regalándose la vista con la florecillas
silvestres que bailoteaban al son de una música imaginaria. -¿Qué es esto? – Dijo
Laura desde la puerta – Despidiéndose de las tierras frías de Escocia ¿no? -Si –
sonrió Sara entregando al bebé a su doncella. –vamos a estar una larga temporada
fuera. Sara tardó algo más en subir al carruaje cerrado. Desde la muerte de Yaron
no había hecho otra cosa si no llorar y entregarse a su hijo en cuerpo y alma. Su
corazón gritaba todas las noches un arrepentimiento que nunca llegó. ¿Qué
hubiera pasado si le hubiera dicho que le amaba? ¿Cómo habrían marchado las
cosas? Sin embargo ya era tarde y estaba cansada de lamentaciones. Kendal era lo
más precioso que tenia, un Alex en pequeño. La sangre del ser amado que recorría
el pequeño cuerpecito de su hijo al que adoraba con una fuerza capaz de
sobrecoger el corazón más duro del mundo. El camino corría paralelo a las
praderas antes de avistar las altas pendientes montañosas. Almorzaron en el
vehículo y cambiaron una sola vez de caballos antes de ingresar con paso lento y
perezoso en Londres. Una vez instalados, Andrew Yaron y su bella esposa Rouse,
de la que Erika se había hecho gran amiga fueron a visitarlos. -Hola querida –
saludó la hermosa Rouse a Sara – todos lamentamos mucho lo de tu esposo. Mi
cuñado Alexander me comentó que conoció al señor Lindsay. -¿Alex? –Sara
palideció. -Si – intervino Andrew – Hace apenas unos días se enteró de lo
ocurrido. Sara no supo que contestar, solo podía pensar en lo que estaban diciendo.
¡Yaron estaba vivo! ¡Su Yaron! -En cuanto pueda estoy segura que pasará a
visitarla – afirmó Rouse aceptando una limonada de manos de Erika. -Lo último
que supe de él era que se había casado – se atrevió a decir Sara a pesar de ser
mentira, tan solo deseaba saber… ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué inventaron la
historia de que el Gitano había muerto? Su corazón latía desbordado golpeando a
mil por hora. -¡Ja! – Rio Andrew -¡Mi hermano casado! ¡Imposible! El cuarto se
hallaba apenas iluminado. Las gruesas cortinas se hallaban enganchadas a Cada
lado de la pared mostrando la puerta del balcón acristalado. Sara se arrodilló ante
la cuna de Kendal con la vista clavada en la mullida alfombra celeste. Su interior
rebosaba de un gran alivio, su amado seguía vivo y estaba en algún lugar de
Londres, muy cerca de ella. Él no había ido a buscarla pese a saber que tenía un
hijo. ¿Cómo había podido decir que conoció al capitán Lindsay cuando nunca
existió tal hombre? -Nunca le importé – susurró -¡tonta! ¡Tonta! Kendal escuchó la
triste voz de su madre y decidió animarla con pequeños gorjeos de alegría, como si
compartiera la felicidad de saber que su padre vivía. La joven se incorporó para
mirarlo con ojos amorosos. Le acarició los negros cabellos y la diminuta panza, el
bebé se echó a reír divertido. Con su regordeta mano cogió un mechón plateado de
Sara y antes de que se lo llevara a la boca ella lo retiró con cuidado de no hacerle
daño. -Sara me ayudaras con todas estas invitaciones ¿verdad? – preguntó Erika
cuando Sara entró en la sala donde su hermana y Rouse charlaban animadamente
sobre los preparativos de la inminente boda. -Estaba pensando…-comentó Rouse -
¿Por qué mi cuñado no te acompaña en la ceremonia? -¿te ha dicho algo él? –
preguntó Sara esperanzada, aunque disimulando lo que aquellas palabras la
hicieron sentir. -No, pero a Erika también la parece muy buena idea. -Agradezco
vuestra preocupación pero por el momento no quiero salir con nadie ni necesito
que ningún hombre me saque de casa. Además y sin ofender, Yaron sería el último
hombre de la tierra con quien deseara salir. Las mujeres la observaron mudas de
asombro. -¿la última vez te sucedió algo con Alex? – preguntó Rouse curiosa. -
Nada – respondió sin darle importancia. -¡Sara! – Gritó Erika alterada tras darse
cuenta de la verdad – todo esto no ha sido más que una historia inventada por ti.
Alexander es el padre de Kendal ¿no es cierto? -¿Cómo no nos dimos cuenta
antes? – Rouse se levantó para detenerse ante la joven que había comenzado a
gimotear en silencio – El bebé es idéntico a Alex, por eso cuando lo vi tuve la
sensación de que me recordaba a alguien. ¿Fue capaz de embarazarte y no cumplir
como un caballero? -¡No! –Exclamó Sara aturdida – Él no me dejó. Yo, deje de
amarle – mintió. -No te creo – susurró Erika confusa. -Pues pensar lo que queráis
pero Kendal es mi hijo, solo mío.

23 Aquella noche Erika había celebrado una pequeña reunión con los más
allegados. Su prometido, unos amigos de este, los Yaron y un par de personas más.
Todos se hallaban en una espaciosa sala hablando sobre la boda. Eric y Sara
ocupaban el mismo sofá y aunque no charlaban mucho no podían dejar de sentirse
animados, contagiados por la expectación que llevaría la ceremonia. Andrew se
excusó durante unos minutos después de haber observado el reloj que pendía de
una de las paredes. Poco después volvió a ingresar y todos guardaron un
repentino silencio. Por las horas que eran no habían esperado ninguna visita más,
de hecho ya habían cenado y restaba un poco de velada que acompañaban con
vinos dulces para las damas y algo más fuerte para los caballeros. Los ojos de Sara
viajaron desde unas altas botas de piel hasta el apuesto rostro masculino de Alex.
Se quedó sin aliento. Él no la miraba directamente, se hallaba totalmente estirado
bajo el elegante traje oscuro. Se había recortado el cabello y varios mechones
rebeldes se curvaban en la nuca. Estaba muchísimo más apuesto así, aunque su
rostro en aquel momento se imponía con fuerza. Sus ojos turquesas resaltaban
contra su tez bronceada confiriéndole una extraña apariencia casi sobre natural. Un
gesto de tensión, casi de ira se reflejó en la fuerte barbilla del hombre que observó
la sala con una lenta sonrisa que curvó sus labios. Su voz fue tan agradable como
su aspecto cuando habló. -Lamento mucho haberme retrasado. – Saludó a todos y
cada uno de los presentes incluida a Sara – le debo las condolencias por la
inesperada muerte de su… esposo. No supe de lo ocurrido hasta que llegué a
Londres. Sara asintió con frialdad sin atreverse a mirar aquellos ojos turquesas, por
el contrario desvió la vista hacía Erika que la observaba expectante. -Gracias, es
usted muy amable – estuvo a punto de atragantarse con sus propias palabras. Ni
Erika ni Rouse le habían comentado que iría. ¡Había sido un golpe bajo! -Si me
disculpan, acabo de recordar que debo hacer algo – Sara besó la mejilla de su
desconcertado padre y escapó de la sala como si el mismísimo diablo la
persiguiera. Él estaba más guapo que antes si eso era posible y ella no había sido
tan ciega como para no ver la ira que habían reflejado sus ojos claros. Por unos
minutos había sentido miedo de hallarse ante él, después de todo se marchó de
Virginia en contra de los deseos de Yaron. -Señora Lindsay – Sara se giró al oír su
nombre. Un caballero alto se acercó por la empedrada calle con una sonrisa en sus
delgados labios – Soy el coronel Fielding. Disculpe que la moleste presentándome
así pero estaba deseando conocer a la dama que conoció personalmente al temible
pirata, el Gitano. Estaba esperando a que me la presentaran pero no podía esperar.
-Mucho gusto – respondió ella sorprendida y recatada. Ya habían acabado de
comprar y Laura estaba en busca del carruaje. El coronel sonrió pícaramente
mientras se enderezaba las solapas de su chaqueta de brocado azul. De no haber
pasado Sara varios meses en Virginia posiblemente no hubiera reconocido el fuerte
acento del país. El hombre era bastante apuesto sin llegar a ser guapo. Estaban en
una calle muy concurrida y los vehículos no dejaban de pasar. -El gusto es mío –
esperó que la mujer le tendiera la mano y se sorprendió cuando ella ni siquiera
hizo el intento. -Debo marcharme – le informó con una sonrisa educada. –Se me ha
hecho muy tarde. Lamento tener tanta prisa – mintió. La verdad es que no tenía
ganas de estar charlando con ningún desconocido en plena calle. Era muy
consciente de todos los hombres que fingían acercarse a ella con una excusa u otra
tan solo para aprovecharse de la sustanciosa fortuna que la acompañaba. -¡Claro!
¿Podría pasar a visitarla? Ella entrecerró los ojos pensativa y asintió. -No estoy
acostumbrada a que los hombres me aborden en plena calle, coronel. Pero estoy
segura que si lo desea a mi padre le encantará conocerle. Haga el favor de avisar
antes de ir. Un muchacho joven, prácticamente un niño, corrió junto a ellos de
improviso y de un solo tirón robó el pequeño bolso que la joven llevaba
enganchado en la muñeca. Sara sintió un fuerte impacto sobre el pecho perdiendo
momentáneamente la respiración. Cuando comenzaba a caer contra el suelo, el
muchachito se detuvo arrojando el bolso contra el coronel y se lanzó en pos de ella,
arrebatándola una hermosa gargantilla de zafiros. ¡Desde luego ese botín era mejor
que lo que ella pudiera llevar en el interior de la diminuta bolsa de encaje! Con un
último empujón la lanzó contra el piso. Sara no llegó a caer pues como por arte de
magia el coronel se había preparado y la sostuvo en vilo. -¡Me ha robado la
gargantilla! – Exclamó asustada al darse cuenta -¡Ese mocoso me ha robado! – gritó
haciendo detener a una gran mayoría de trahusentes. La manga de su vestido azul
se había desgarrado ligeramente y su tocado, antes elegante sobre la coronilla,
yacía revuelto sobre su espalda con los alfileres desparramados por la cabellera. -
¡Oh señorita! – Gimió Laura sacándola de entre el gentío y empujándola al carruaje
– de no ser por ese caballero se podría haber roto el cuello al caer. -Ya estoy bien –
tranquilizó a la doncella y sus ojos dorados buscaron calle abajo al ladrón sin verlo,
el coronel había salido corriendo tras él y tampoco entraba en su campo de visión –
Haré que envíen un mensaje al coronel, debo agradecerle que estuviera aquí. Alex
paseó por las calles de Londres a lomos de un hermoso Alazán. Se había
despertado muy temprano y necesitaba despejar su mente. Cabalgó hasta el club
que aunque fuera pronto se hallaba repleto. Últimamente su carácter no era de los
mejores y si había pensado que al volver a ver a Sara no sentiría aquella necesidad
de tenerla junto a él para siempre se había mentido. Verla solo había provocado
que ese deseo que sentía de ella y que guardaba en el fondo de su corazón se
hubiera despertado y con mucha más fuerza que antes. Hubiera dado lo que fuera
por mantenerla atado junto a él, por casarse con ella y escuchar sus risas y sus
debates, sus insultos si fuera necesario. Desde que Sara había salido de su vida se
había dedicado a exponer su vida continuamente ante el peligro, no temía la
muerte tanto como la sensación de no volver a tenerla. También se había dado
cuenta que su vida no tenía ningún sentido, puede que las batallas en mar lo
hubieran distraído una temporada, pero después ¿Qué le quedaba? ¿El
resentimiento de no conocer a su hijo? ¿De dejar que Sara se hubiera salido con la
suya abandonándolo a sus suerte? No era en plan tan exagerado pero a Yaron le
gustaba pensar eso. Kendal, menudo nombre cursi que le habían puesto al crío. Si
él hubiera estado allí, si tan solo… hubiera podido decidir… Se tuvo que recordar
que Sara no le amaba, no sentía por él absolutamente nada. En la puerta del club se
cruzó con un viejo conocido y ambos tomaron asiento en los modernos sillones de
tapicería roja. El bullicio en el interior del local, voces y risas, se mezclaba con una
suave melodía que provenía desde el gramófono situado en un pequeño mueble de
mármol. En la mesa de al lado Yaron reconoció al presuntuoso Richard Burke
acompañado de un oficial. Richard llevaba las oficinas comerciales de su padre y
gracias a un golpe de suerte había ingresado recientemente una generosa suma de
dinero que no evitaba ocultar. -… Y la joven estaba tan blanca que parecía una
estatua – Lord Richard reía contagiado por la historia que su compañero le relataba
– Mañana por la noche la tendré en el bolsillo – se jactó el oficial, vestía un
uniforme oscuro algo pasado de moda, la tela comenzaba a desgastarse en los
codos– está deseosa de agradecérmelo. Veremos qué es lo que pudo catar el gitano
en la zorra Hamilton. Yaron, con una velocidad inesperada tomó al oficial de la
pechera y lo elevó varios centímetros sobre el suelo. Golpeó con un puño de hierro
el abochornado rostro del hombre. Todos se quedaron en silencio por unos
minutos, sorprendidos, y tanto el Lord que acompañaba al oficial como el conocido
de Alex los separaron antes de que la pelea llegará a más. -Yo salvé a la muchacha
de un ladrón – quiso defenderse el coronel. -El señor Yaron es amigo de la familia
Hamilton – se apresuró a explicar alguien. Alex se dispuso a salir por la puerta del
club cuando el hombre que estaba con él le preguntó: -¿Dónde vas Yaron? - tengo
unas cuantas cosas que comentar a la viuda Lindsay. – Respondió furioso y sus
ojos turquesas se clavaron en el coronel de manera peligrosa – Mis padrinos se
pondrán en contacto con los suyos – escupió. El coronel Fielding empalideció
notablemente. Batirse en un duelo con Alexander Yaron no era lo que tenía
previsto.

24 Erika Hamilton, con un vestido rojo chillón de amplias faldas, salió a


recibir al impaciente hombre que había golpeado el portón de la casa con
insistencia y que ahora se dedicaba a recorrer el vestíbulo con furia. -¡Alex Yaron!
¿Ha ocurrido algo? -Necesito hablar con Sara, es muy importante. La joven
terminó de bajar las anchas escalinatas deteniéndose ante él. El hombre era
realmente alto y Erika tuvo que admitir que era sumamente guapo y varonil, quizá
como uno de los protagonistas de las novelas que solía leer Sara. -¡Me asustó! – le
reprochó con un mohín de disgusto –Pensé que habría ocurrido algo. Los ojos
turquesas brillaron confusos. -Lamento haberla alarmado, de verdad. -Sara salió
muy temprano esta mañana y aún no ha regresado. Puede esperarla porque no
creo que tarde en llegar. -Veré si puedo venir más tarde. -¡Esperé! Está
empezando a chispear ¿Por qué no se queda Yaron? Puede esperarla en la sala. -
No quiero causar problemas. -¡claro que no! –Erika le señaló el camino aunque él
ya lo conocía de sobra – Voy a echar un vistazo al niño y me reúno con usted
enseguida. Alex se quedó helado durante unos segundos, como si alguien le
hubiera volcado una jarra de agua fría en el rostro. Tenía ante él la posibilidad de
conocer a su hijo. Una oportunidad que había estado esperando desde que llegara
a la ciudad. Alguien le había informado que Kendal se había quedado en Escocia. -
No tenía ni idea de que su sobrino estuviera aquí – comentó tratando de ocultar su
sorpresa. -En un principio pensamos dejarlo con su Aya. Sara sin embargo decidió
que no era capaz de apartarse de él y lo trajimos con nosotras – le explicó
haciéndose la ingenua. Podía leer en los ojos del hombre el deseo de conocer a su
hijo. -¿Y cree que podría verlo? – se atrevió a decir luchando por no subir en busca
del pequeño a las habitaciones superiores. Erika no pudo negarse aun cuando
sabía que Sara estallaría en una de sus famosas rabietas. -Regreso ahora mismo, no
tardo. Alex ingresó en la agradable estancia donde un fuego danzaba en el hogar.
Sobre la chimenea se hallaban dos candelabros de plata repujada pulcramente
relucientes. La tapicería de los sofás y las cortinas eran de un tono azul
aterciopelado con flores primaverales, mientras que los muebles eran todos lacados
en blanco. Nervioso caminó hasta uno de los sillones para sentarse con la espalda
bien erguida. La espera se hacía interminable. Deseaba ver a Sara y hablar con ella
pero en ese instante rezó para que se demorara más de lo normal y le permitieran
ver a su hijo. Conocerle era un milagro con el que había soñado desde hacía mucho
tiempo, otro era recuperar la amistad de Sara ya que el amor no parecía que se
diera bien entre ellos. Erika entró seguida de una doncella que cargaba con una
bandeja. Los ánimos de Alex se desplomaron al no ver a su hijo de inmediato. La
sirvienta sirvió el humeante té en unas finas tazas de porcelana delicadamente
talladas con flores doradas. La joven se dedicó a conversar con él sobre los detalles
de su boda. Alex se mostró muy correcto y formal, costándole todo un triunfo
ocultar sus ansiedad. Sus ojos claros volaban constantemente hacía el hueco de la
puerta. Al fin apareció Laura cargando el bebé entre sus brazos y lo llevó hacía él
directamente. Yaron se incorporó y al observar el diminuto cuerpo que se agitaba
con suavidad sintió una extraña mezcla de alivio y jubilo. Hasta el pecho pareció
agrandarse bajo su chaqueta verde botella. Nunca había visto niño más hermoso, el
cabello negro, la piel blanquecina y los regordetes mofletes sonrosados. Le
permitieron tomarlo en brazos y todos sus sentidos recogieron el olor del pequeño
y el calor de su cuerpo. -Huele como Sara – dijo con la nariz pegada contra el
rostro del bebé. Su voz se había cargado de ternura. Sin apartar los ojos de Kendal
rió complacido con los ojos brillantes de emoción – frunce los labios como ella –
susurró. Erika se acercó a él. -Pero tiene tus mismos ojos Yaron, y el cabello… Alex
asintió observando a la mujer con una cálida sonrisa. Este era un momento
importante de su vida. Quería grabar la imagen del pequeño en su mente, sus
rasgos, su olor. Tenía una vida entre sus brazos, un cuerpo delicado y necesitado
de mucho amor, algo que sin duda Sara le estaba entregando con toda satisfacción.
De repente Kendal se echó a llorar y Laura tendió los brazos para que el niño le
fuera devuelto. Yaron obedeció con pesar. -¿Qué le pasa a mi querido Kendal? –
Preguntó una alegre Sara que ingresó en la sala como un soplo de aire fresco. Su
sonrisa de bienvenida quedó congelada en su boca al toparse con la mirada de
Alex. El momento se volvió tenso mientras la joven despedía a Laura con el bebé.
Su ojos adquirieron un tono frio cuando se giró hacía Yaron. -¿Qué estás haciendo
aquí? – le preguntó con seriedad. Erika carraspeó para llamar la atención de Sara. -
El señor Yaron vino hablar contigo, os dejaré solos. Sara asintió bajando la mirada
mientras su hermana abandonaba la sala. Una vez solos, la joven lo enfrentó de
nuevo. -¿de qué se trata? El frio tono de desdén comenzó a irritar a Alex. -Vine a
prevenirte sobre el coronel Fielding. Ella se sorprendió: -¿Por qué lo dices? El
hombre la estudió detenidamente. Cada vez que la veía la encontraba mucho más
hermosa. Algunos cabellos plateados habían escapado de su sombrero de piel gris
y rozaban las suaves mejillas. Sara también lo miraba, seguía admirando esa
preciosa y sensual sonrisa que lograba enamorar a cualquier mujer. -No te
preguntaré ni cómo ni cuándo lo conociste – se paseó ante ella eligiendo las
palabras con cuidado –He oído decir que esta noche cenarás con él – ella asintió en
silencio y Alex pasó a relatarle lo ocurrido en el club. Sara tomó asiento y él hizo lo
mismo frente a ella. -¿crees que tiene que ver con lo pasado? -No lo sé – respondió
el preocupado – Es posible. Depende de cómo actúe en el duelo. -¿duelo? ¿Con
quién? ¿Lo has retado? – preguntó asustada. -Puede ser una salvación para ti. -
¿para mí? – ella estaba confusa. – No te entiendo. -Si yo muero, jamás nadie sabrá
de lo nuestro. Si no tienes esa suerte quiero reclamar a mi hijo y darle mis
apellidos. Sara se quedó atónita. Las palabras fluyeron con velocidad de sus labios:
-¡Por el amor de Dios Yaron! ¡No digas tonterías! Kendal es tu hijo y podrás verlo
cuando quieras. ¡Puedes reconocerlo si ese es tu deseo! – Se inclinó hacia delante y
cogió la mano del hombre – Un duelo no va arreglar nada, retráctate. Alex, más
asombrado que nunca trató de entender lo que Sara le había dicho. -¿no te
importará admitir que es hijo mío? -¡Claro que no! Erika sabe la verdad y tus
parientes también. ¿Acaso crees que son ciegos y no han visto vuestro parecido? -
¿Mi hermano lo sabe? – El hombre lanzó una potente carcajada – Ahora sé de
donde ha sacado la idea de que debería casarme contigo – agitó la cabeza
divertido. Vestía un traje verde con ribetes negros en los puños y las solapas. Sara
deseaba lanzarse a sus brazos, besarle y acariciarle, sin embargo no se movió del
sitió y le soltó la mano. Ese pequeño contacto era capaz de arrasar todo por lo que
había luchado. -¿y si siguiera el juego al Coronel? – dijo ella regresando al tema
principal de la conversación. Ya tendrían tiempo para los demás detalles. -¡Ni lo
pienses! –Yaron dejó de sonreír súbitamente. -¿Qué hago entonces? Yo no quiero
que te retes a duelo por favor. No lo voy a permitir. -¿me suena a orden? – frunció
el ceño. -Tómalo como quieras – le regañó. -¿te preocupo? -Si – admitió con la
vista fija en él. -Soy capaz de cuidarme solo. Sara se arrodilló ante él suplicante. -
Si no quieres hacerlo por mi hazlo por Kendal te lo ruego. Yaron trató de leer los
amados ojos dorados y la preocupación real que en ellos se veía. La tomó de los
hombros con fuerza y cuando sus ojos cayeron sobre la boca de ella deseó
saborearla con fuerza, se abstuvo de hacerlo. -Estoy seguro que será él quien se
retracte – dijo por fin – pero escucha bien Sara, no lo hago por el niño. Lo hago por
ti. –La ayudó a incorporarse y antes que ella pudiera hacer o decir algo, el hombre
abandonó la sala con rapidez. Mientras Sara observaba la cuna del pequeño
Kendal sus pensamientos estaban muy lejos de aquel lugar. Sus recuerdos la
llevaron de nuevo a bordo del Dover. Los días tranquilos y agradables que pasara
en compañía de Yaron. Si hubiera podido detener el tiempo allí… si hubiera
podido abrir su corazón al hombre… Esos días estaban tan lejos y a la vez tan
cerca. Había sido feliz paseando de su brazo, escuchando sus cuentos bajo la luz
del sol, rodeados de las extensas aguas verdeazuladas… En el fondo de su alma se
alegraba que Alex fuera el padre de Kendal, no podía imaginar a ningún otro. Una
voz a su espalda la hizo volver al presente. Laura estaba tras ella preguntándola si
se cambiaría para la cena. Vio la alegre sonrisa de la doncella y arqueó las cejas. -
¿Qué te divierte tanto? –Arrojó el sombrero sobre la cama y se sentó frente al
tocador. Laura pestañeó sorprendida y con las manos entrelazadas en la espalda se
disculpó. -No perdóname tú, Laura. Extraño mi casa, me gustaría pasar allí las
navidades y colocar los lazos rojos del abeto… La doncella sonrió con añoranza. -
Bueno – prosiguió cepillándose el cabello- este año debe ser muy especial por
Erika. -Será mejor que no se demore y baje al salón. –Avisó Laura. Sara asintió
pero antes de abandonar el dormitorio la detuvo. -¿ha dicho Yaron algo sobre
Kendal? -¿Cómo qué? – Laura se encogió de hombros. -No importa – se dispuso a
salir. -¿Por qué no se casa con él? -Porque no me quiere. -¿Cómo puede estar
segura? -Me hubiera pedido matrimonio hace mucho tiempo. La doncella abrió el
ropero y sacó un vestido de tafetán castaño. -Póngase este – la dijo. – Ese hombre
está enamorado de usted ¡Se le nota a la legua! Esta mañana casi nos tira la puerta
abajo con sus golpes, y cuando la vio se puso nervioso. -¿Alex nervioso? – Sara
observó el vestido que la doncella estiraba sobre la cama – me estás hablando de
otra persona. Por cierto Laura, que no me voy a cambiar. Ah, y no te hagas
ilusiones con respecto a Yaron. Me he llevado muchos chascos con él.

25 Esa noche el frio era insoportable, el viento aullaba con todas sus fuerzas
como si fuera un lobo hambriento y solitario en busca de su presa, a veces rugía
con ferocidad golpeando las contraventanas con insistencia. Todas las chimeneas
de la mansión se hallaban encendidas y a pesar de ello llegaban corrientes de aire
por todos los rincones de la propiedad. En una noche tan terrible, difícilmente
alguien se atrevería a salir y Sara rezó para que su visita no acudiera, después de
todo le había denegado su presencia alegando que no se encontraba nada bien.
Ambas hermanas estaban en la sala conversando cuando llamaron a la puerta. -
Debe ser ese loco – musitó Erika. -Estas no son horas de venir – gruñó Sara -¿y si
no abrimos la puerta? – después de lo que Yaron la había dicho no sentía ningunas
ganas de ver al coronel y hasta sintió ganas de ser ella quien lo hubiera retado a
duelo. Todavía no era tarde para eso… -¿no le habías enviado un mensaje para
que no viniera? – preguntó Erika. Sara asintió. El coronel Fielding pareció traer
consigo todo el frio del exterior. Su rostro tenía un tono blancuzco y se frotaba las
manos tratando de entrar en calor. Eric Hamilton bajó a tiempo para recibirlo y lo
miró expectante. -No debió venir señor, mi hija envió un lacayo esta tarde
informándole que se sentía indispuesta. -Si, lo sé, por eso mismo estoy aquí, me
preocupa la salud de la señorita Hamilton… -La viuda Lindsay – corrigió Eric con
rostro serio. -Veo que ha mejorado – comentó cuando la vio. Le hicieron pasar a la
sala después de que se hubiera despojado sus ropas de abrigo. -Siéntese Coronel,
no tardaremos en pasar al comedor –Eric sirvió una buena cantidad de brandy
para el aterido hombre que eligió sentarse en uno de los sillones más cercano a la
chimenea. -¿Por qué no cenamos aquí? – inquirió Sara. Sabía que si pasaban al
comedor las horas se alargarían irremediablemente y no estaba con ningún ánimo
para soportar al hombre. Es más, tenía plena conciencia de que ni siquiera tenía
por qué estar mirándole a la cara después de lo que había ocurrido. Entre una
charla en la que solo intervenían el coronel y el anfitrión, saborearon una deliciosa
ternera asada con ciruelas acompañada de una crema de salmón y revuelto de
quesos y ajos tiernos. Sara no probó el famoso almendrado ingles típico de las
fechas. La vista del Coronel y sus sonrisas lascivas hacían que su estómago se
cerrara a pesar de que todo tenía una pinta estupenda. -He oído que esta mañana
tuvo un pequeño altercado en el club – comentó Erika. Sara la dio con el pie por
debajo de la mesa. El hombre parpadeó durante unos segundos: -Algo sin
importancia. Un malentendido pero lo solucionaré enseguida. -Hay que estar muy
loco para batirse a duelo con Yaron. ¿No sabe que nunca ha fallado? – dijo Sara
tratando de reprimir la ira que sentía. Asustaría al coronel hasta que desistiera de
su empeño, lo que era seguro es que nadie iba a batirse en duelo… todavía. Eric
apartó la servilleta hacía a un lado: -La familia Yaron son muy amigos nuestros y
el hecho de que usted esté hoy en nuestra casa es por puro formalismo, después de
todo tuvo una consideración con Sara cuando la robaron en plena calle pero mucho
me temo que si continua con la enemistad con Alexander Yaron, no podrá ser
bienvenido nuevamente. Espero que comprenda mi posición. El hombre asintió
azorado, no sabía hasta qué punto ambas familias estaban unidas. -¿de dónde es
usted Coronel? – Erika cambio de tema para tranquilidad de todos. -De
Birmingham. ¿Lo conoce? -Sí, he viajado mucho. Es un sitio muy pintoresco pero
prefiero Manchester. El hombre sonrió a Sara que apenas había hablado en toda la
noche. ¿De Birmingham? Su acento no era ingles de eso estaba segura. -¿usted
también lo conoce Señora Lindsay? -No. -Apuesto a que la encantaría. -Coronel,
mi hermana echa tanto de menos nuestra casa en Escocia que estoy segura que no
la apetece conocer lugares nuevos. -Claro lo comprendo, después de todo lo que
ha pasado… ¿Qué sabría él de su vida para comprenderlo? Eric se incorporó y
todos hicieron lo mismo. Sara ni siquiera esperó a que la retiraran la silla de modo
que el coronel se dedicó a ofrecer sus dotes de caballero a Erika. Que pensaba que
era mal educada ¿Y qué? No sería el primero que pensara eso de ella. -Estoy
agotada, creo que me retiraré temprano – le dijo Sara a su padre con un tono de
voz bastante alto para que el oficial se diera por aludido y se marchara. -Si y yo no
deseo que me caiga un torrente de agua encima – Fielding sonrió con un gesto tan
extraño que Sara quiso vomitarle encima. Estaba claro que por muy amable que se
mostrara el hombre se sentía reacia a sus atenciones. -Creo que no se podrá
marchar – avisó Eric de mala gana- la tormenta se ha desencadenado. Sara se
mordió los labios con disgusto. Era cierto, la lluvia caía a raudales formando
verdaderos barrizales. El viento empujaba el agua de un lado a otro barriendo cada
centímetro de la calle. El coronel fingió enfadarse con su mala suerte pero a Sara
no la engañó ya que vio el brillo divertido de su mirada. Daba una fortuna por
saber que tramaba ese. -No se preocupe – Erika llamó a una doncella para que
prepararan la habitación de huéspedes. -Acompáñeme Fielding – El anfitrión le
dirigió al estudio de modo paciente – fumaremos antes de acostarnos. Sara se
despidió. Necesitaba relajarse y ver cómo estaba Kendal. Solo la compañía de su
hijo hacía que sus nervios y su mente se serenaran. El coronel Fielding no era un
hombre de fiar y si estaba relacionado con el pasado del Gitano o tenía algo que
ver con el capitán Bells del Águila blanca ella lo descubriría. Aún no estaba
atrapada en aquella extraña tela de araña que había ido creciendo en torno al
Diábolo y sus posibles enemigos. Muy avanzada la noche y después de que Sara
no hiciera más que dar vueltas en su cama, se levantó colocándose la pesada bata
oscura y cruzando el largo corredor apenas iluminado por un par de apliques
entró en la habitación de su hermana. Una vez ingresó en la recamara cerró la
puerta con cerrojo, nunca lo había hecho en su propia casa pero tenía una mala
vibración con el hombre que ocupaba el dormitorio de invitados. -¿Quién es? –
preguntó Erika asustada al tiempo que intentaba incorporarse. -Soy yo. ¿Puedo
dormir contigo? -¿y Kendal? -Laura está con él – se acostó junto a ella y se
abrazaron como cuando eran niñas. -¿no te parece que es de mala educación que el
Coronel viniera a pesar de decirle que no?- preguntó Sara en un suave murmullo.
-Si, tan mala como la tuya… pero sé porque lo haces de modo que no te voy a
culpar, lo extraño es que no lo echaras a patadas – susurró Erika – Ese hombre
tiene algo extraño – hizo una pequeña pausa. - Sara ¿me contaras algún día lo que
realmente paso entre tú y Alex? -Te lo prometo aunque no es fácil. Por cierto tu
prometido, el conde, conoce a mucha gente importante ¿verdad? ¿Crees que me
conseguiría información sobre Fielding? Dice que es Ingles pero yo sé que no, o
puede que pasara mucho tiempo en el nuevo continente… -Conseguiré lo que
quieres, ya va siendo hora que entre en tu aventura. -No creo que te convenga –
contestó Sara. El calorcito de las mantas y del cuerpo de su hermana, la oscuridad
que embargaba la cámara y que tan solo era visible por las rojas ascuas que
brillaban en el hogar y el silencio de la noche, la llenó de una agradable sensación
de calidez y seguridad y sus ojos se fueron cerrando poco a poco. El Coronel no se
marchó hasta que no vio a la joven aquella mañana. Ella le agradeció de nuevo su
heroica intervención frente al ladronzuelo y por fin lo perdió de vista. Sara
abandonó la casa poco después. El coche se detuvo en Yaron Rever House pero
apenas la informaron que Alex no se alojaba allí y que tenía su propia residencia se
marchó como una exhalación. Llegó ante una casa que si bien no era muy grande
su aspecto era agradable. -¿es esta la dirección que nos dio la señora Yaron? –
preguntó Sara y el cochero afirmo después de abrir la puerta del vehículo. El cielo
se hallaba completamente gris y oscuras nubes amenazaban de nuevo la ciudad.
Sara golpeó la puerta hasta que un sirviente la recibió con rostro serio. -Quisiera
Hablar con Alexander Yaron. -El señor no recibe visitas hoy, está ocupado. Sara
asintió con el ceño fruncido. ¿Ocupado? ¿Tan temprano? -Me urge hablar con él,
dígale que la viuda Lindsay necesita verle. El mayordomo miró a ambos lados de
la calle y luego clavó los ojos en ella con un atisbo de desprecio. -Déjele algún
mensaje, el señor no recibe visitas hoy – volvió a insistir. Sara comenzó a golpear el
tacón contra el suelo con impaciencia. “Ese hombre era tonto o se lo hacía” - Le he
dicho que quiero ver a Yaron ¿entiende usted lo que estoy diciendo o quiere que
eche la puerta…? -¿Quién es? – preguntó alguien al mayordomo desde el interior.
Sara reconoció la voz en seguida y sonrió feliz. -¡Simón! – gritó poniéndose de
puntillas intentando verle. El mayordomo no se movía ni un ápice del hueco de la
puerta. –Soy yo, Sara. -Le estaba diciendo a esta… mujer que… -¿Qué demonios
está pasando ahí fuera? ¿Qué son esos gritos? – Alex se asomó y la miró con
sorpresa – disculpa Sara – se apartó para que la joven ingresara y enfrentó al
mayordomo con una helada mirada - ¿Por qué no avisaste que tenía visita? El
sirviente se encogió dentro de su levita y abandonó el vestíbulo con un gesto de
arrepentimiento. Sara saludó con efusividad a Simón ¡Hacía tanto tiempo que no le
veía! Poco después Alex la llevó hasta una pequeña y acogedora salita. -¿A qué se
debe el honor? – la preguntó, totalmente perplejo de tenerla en su casa. -Quería
hablar contigo – Sara se encogió de hombros y se despojó su capa para dejarla con
descuido sobre una silla. Sus ojos dorados observaron el lugar aliviada que la
decoración no fuera tan… oriental como la plantación -¿tienes tiempo? -Si por
supuesto, toma asiento. La joven obedeció y con disimulo se aferró a sus propias
piernas para que Yaron no viera el reciente temblor de sus nervios acumulados. -
Hace meses mi padre recibió una notificación de que tú… de que el Gitano había
fallecido. Alex agitó la cabeza ligeramente. - Hundieron el Diábolo después de
apresar a todos los piratas que actuaban en la zona de Virginia. Cuando ocurrió
aquello decidí que todos pensaran eso exactamente y de ese modo… tú también
estarías a salvo. Con el gitano muerto el peligro desaparecería. -Yo… te di por
muerto – se cruzó las manos sobre la falda y repentinamente sus ojos se abnegaron
de lágrimas al recordar lo mal que lo había pasado con aquella noticia. Alex la
sirvió una copa de brandy que ella cogió con manos nerviosas. -Sara, pregunta lo
que quieras. Te contestaré a todo – la dijo con sinceridad. -¿Por qué me
secuestraste? -Me iba a marchar de Londres y me di cuenta que no quería alejarme
de ti. Al ocultarme lo de Paul lo utilice de excusa para llevarte conmigo. -Pero en
tu barco me dijiste cosas horribles sobre mi inmadurez… y me hiciste regresar… -
Estaba celoso – hizo girar su propia copa entre las manos – pensaba que amabas al
escoces. ¿Celoso? ¿Había dicho celoso? No se dejó engañar. Todavía no. -En
Virginia tu ama de llaves me trató como si fuese una cualquiera y para colmo me
presentas a tu amante ¿Por qué? -Nunca quise que conocieras Kristin… -¿Por qué
la llevaste entonces? ¿Para humillarme? -¡No! Estuve en una reunión y me
avisaron que ella iba hacía la plantación. Deseaba evitar el encuentro, ni siquiera
sabía que estabas esperándome en el salón, te imaginé encerrada en algún lugar de
la casa. -¿Por qué me dejaste sola en la cabaña y te llevaste a los criados?- Sara
había cogido carrerilla en sus preguntas. Necesitaba saberlo todo… Alex se pasó la
mano por el negro cabello. -Quería que te sintieras incomoda. Fui tan estúpido que
pensé que solo dependías de mí en Virginia y que no tuvieras más remedio que
regresar a la casa conmigo. Pero eres una mujer de recursos ¿no? -Te ibas… a casar
con… ella. -No. -¿y tu hijo? Kristin esperaba… -Nunca te dije que fuera mío,
llegué a la cabaña y estabas histérica lanzando todo lo que encontrabas a mano.
Amenazaste con marcharte con los sirvientes si ellos nos abandonaban y no
querías quedarte a solas conmigo. – Se inclinó hacia ella y acarició un mechón
plateado con ternura- Había ido a contarte la verdad. No me acosté con ninguna
mujer desde que te conocí. -¿no era tuyo? – la emoción se debió reflejar en sus ojos
pues Yaron sonrió con tristeza. - ¿Por qué nunca me dijiste nada? -¿Para qué me
rechazaras? Yo te amaba pero para ti no era más que un… amigo. - ¿pero…?- ¿Por
qué lloraba cuando tenía que estar feliz y dichosa? Seguramente por eso lo hacía,
porque se sentía feliz y dichosa y en cuanto Yaron abrió los brazos para recibirla
ella no lo dudo más y se arrojó en ellos como si fuera lo último que debía hacer en
su vida.- Cuando pensé que estabas muerto… - lloró con más fuerza empapando la
camisa del hombre con sus lágrimas. Yaron la tranquilizó besando sus cabellos con
amor. -Cásate conmigo, no puedo seguir sin ti – la dijo alzando la delicada barbilla
entre sus dedos. -Es lo que siempre he estado esperando señor. Tenerte siempre
conmigo y no volver apartarnos. Te amo Alex, siempre… - la voz tembló
emocionada - te he amado. Alex la besó con tal fuerza y pasión que ninguno
escuchó la puerta de la sala al abrirse.

26 Alex maldijo contra la boca de Sara cuando escuchó el fuerte carraspeo,


se apartó con pereza de aquellos labios cálidos con sabor a miel y fijó la vista sobre
Andrew que los miraba desde la puerta. -Ah, veo que he captado vuestra atención,
estaba empezando a preocuparme… -¿Qué quieres Andrew? ¿Por qué no lo
sueltas y te largas? -¡Vaya! ¿He llegado en mal momento? – Alex le vio
acomodarse en uno de los orejeros con las piernas cruzadas – Vine porque no
estaba muy seguro de que Sara hubiera acertado con la dirección que la dio Rouse.
Solo quería asegurarme que había llegado bien. Alex frunció el ceño extrañado y
miró a Sara que parecía tan perpleja como él mismo. -No tuve ningún problema,
gracias – sonrió simulando que no les habían pillado en un momento incómodo. -
¿has venido solo por eso? – inquirió Alex con sorpresa, era imposible creer un
cuento semejante. -No – contestó Rouse entrando en la sala como un torbellino
para abrazar a Sara con afecto – en realidad vinimos para haceros ver lo
enamorados que estáis el uno del otro. Por una vez me alegro de haber llegado
tarde. Alex se giró de nuevo viendo sonreír a Sara divertida: - ¡No sabía que
contaba con refuerzos! – Le dijo la muchacha mirándole con sus preciosos ojos
dorados - ¡Es cierto Yaron! – soltó una carcajada tan sincera que Alex no pudo por
menos que acercarse para alzarla en vilo y después de deslizarla por su cuerpo,
abrazarla con cariño y depositar un beso entre sus cabellos platinos. -Ahora
querida Sara tienes un pequeño problema – la advirtió Rouse uniendo el dedo
pulgar con el índice – me refiero a tu padre. - La he pedido que sea mi mujer -
Alex les dio la noticia puesto que… - ¿Cuánto tiempo lleváis aquí? – preguntó. -
Erika me prometió hablar con él – admitió Sara – Ella sabía que venía a…intentar
solucionar las cosas. -Deberemos desmentir la descabellada historia de la señora
Lindsay – añadió Rouse pensativa – Estoy segura que se nos ocurrirá algo. Alex se
acercó a su hermano y se inclinó sobre él que aún seguía sentado en el sillón. -
¿desde cuándo estáis aquí? – repitió. Estaban apartados de las mujeres que
charlaban sin descanso. -Lo hemos oído todo, hermano, bueno no es cierto,
llegamos justo para poder escuchar tus pomposas palabras de ¿Qué no puedes
seguir sin ella? Alex le golpeó en el hombro antes de volver a incorporarse, no
estaba enfadado. ¿Cómo podría estarlo si escuchaba de fondo las voces de la joven
que lo tenía embobado? -Habrán muchos comentarios – intercaló acercándose a
ellas con una sonrisa que dudaba que desapareciera de su boca en los próximos
treinta años. Se acercó a Sara y la rodeó la cintura con un brazo – Hay varios
testigos que pueden afirmar que Sara y yo estuvimos juntos en el Dover, fingimos
ser hermanos para disimular pero realmente nos estábamos fugando para
casarnos. -¡Muy bueno! – exclamó Sara. -¿Ves? A veces puedo hacer las cosas bien
– bromeó con ella, se sentía feliz. Su hermano, su cuñada y su futura esposa, todos
en una misma habitación charlando animados. ¿Qué más se podía pedir para
empezar el día? -¿Y porque nos fugábamos? Tú eres soltero y yo… -¿Por qué
siempre haces lo mismo? – Preguntó Alex observando primero a Sara y luego a
Rouse – Siempre le sacas punta a mis ideas. -Si solo es eso, entonces la cosa va
bien, hermano – Andrew se echó a reír. -¿tú crees? – le preguntó con extrañeza. -
Bueno tuvisteis que marchar a Virginia por asuntos importantes y como Sara no
llevaba carabina fingisteis ser hermanos. – expresó Rouse. -Eso está mejor – asintió
Sara. Alex se retiró junto a su hermano y decidió imitarle. Sería mejor que ellas
planearan esas cosas. -Cuando nos atacó el pirata el Gitano yo di por muerto a
Alex y no me atreví a decir nada para que el apellido Yaron no se relacionara con
ese terrible pirata – apuntó Sara sonriente animada con la historia. -¡No era
terrible! – se quejó Alex. Fingieron no escucharle. -En la temporada que viene los
chismes de la actualidad serán más frescos y se habrán olvidado de vosotros.
Después de todo el precioso Kendal es clavadito a Alex.- Rouse estaba encantada
con el próximo matrimonio y no podía disimularlo. Sara se acercó hasta Alex con
una sonrisa deslumbrante. -¿a que es hermoso? - Es el niño más bonito que he
visto en mi vida – la dio la mano para sentarla sobre sus rodillas – Andrew ¿crees
que me darán una licencia para poder casarnos mañana mismo? -Si, conozco a
juez Thomson que… -¿Tan pronto? ¡No! – Exclamó Rouse – No habrá tiempo para
nada. No me refiero a algo grandioso pero… -¿tú que quieres, preciosa? – la
preguntó Yaron enterrando la nariz tras la oreja de Sara oliendo el delicioso
perfume que tanto le gustaba. -Yo también prefiero algo rápido – Ahogó una
carcajada cuando la mordisqueó el lóbulo – Mañana estaría bien. -¿podrás? – le
dijo el hombre a su hermano y este asintió. -¡Vale! Pues entonces tenemos el
tiempo justo para preparar una pequeña reunión en casa, familiares y algunos
amigos – Rouse pareció apuntarse mentalmente las cosas que debía hacer – Seguro
que Erika estará en casa esperando con impaciencia, tengo que ir a verla. Sara se
incorporó de las piernas de Alex y avanzó hacía Simón que acaba de entrar en la
sala. -¡Nos vamos a casar, Simón! ¿No te parece maravilloso? Alex se levantó tras
de ella y esperó a que esta acabara de abrazar a su amigo para hacerlo él. El
hombretón le dio varias palmadas en la espalda con afecto. -Será mejor que vaya
hablar con Hamilton lo antes posible – Alex recogió la capa de donde la había
dejado Sara y la ayudó a colocársela. -¿pero os vais? – preguntó Andrew
mirándolos con incertidumbre. -Si pero no te preocupes hermano, estás en tu casa.
-¿Vais a casa de Sara? – Preguntó Rouse colocándose un guante ya que el otro aún
no se le había quitado – me voy con vosotros, ¿vienes Andrew? -Yo me voy un
rato al club. Alex suspiró, estaba claro que no podría tener a Sara solo para él hasta
que no la secuestrara en una de las habitaciones de su casa. Un tiempo más tarde
Yaron hablaba con Eric Hamilton en el despacho. Procuró contarle la verdad
dentro de los límites de la legalidad. No llegó a decirle que él era el gitano pero
Hamilton supo leer entre líneas. Ver feliz a su hija era lo más importante para él,
después de todo es lo que siempre había deseado aunque se opusiera a su relación
con Paul en un principio para luego ansiar que se casará con el hijo del herrero si
eso era lo que su hija más quería. Después cuando ella desapareció y volvió
contando la historia del capitán ese… y ahora por fin se casaba y a él ya casi no le
importaba con quien lo hacía siempre que ella fuese feliz. -Comprendo que según
están las cosas no queráis una ceremonia con más pompa. Sara jamás le robaría el
protagonismo a su hermana y como ya sabe, Erika lleva esperando mucho tiempo
que llegue su gran día. ¿Qué puedo decirle de Sara que usted no sepa? Quizá la
malcrié un poco pero estoy seguro que usted sabrá llevarla. -Yo la consentiré más
todavía. La amo y haré cualquier cosa para que ella siempre sea feliz. Conmigo no
la faltará de nada, se lo aseguro señor Hamilton. -Creo en tu palabra muchacho –
Eric le tendió la mano y Alex la estrechó – tenéis mi permiso para casaros, aunque
estoy seguro que lo habrían hecho sin él. -¡No! Yo… -Usted no, ella sí. Alex no
pudo esconder una carcajada. -¿Lo escuchas Kendal? – Susurró Sara en el oído del
pequeño – Ese que se ríe es tu padre y sé de sobra que está deseando verte – lo
acunó entre sus brazos. Estaban esperando tras la puerta del estudio a que
terminaran la conversación. -Señorita – la llamó Laura acercándose por la amplia
galería – Hay un lacayo en la entrada y dice que tiene que entregarla algo. -¿no lo
puedes recoger tú? Laura negó con la cabeza al tiempo que la cogía el crío de los
brazos. Sara camino aprisa, no quería perderse el momento en que Alex cogiera al
niño ni el rostro de su padre después de saber más o menos todo. Menos mal que
Erika la había allanado el camino notablemente. El hombre que esperaba vestía de
oscuro, ni siquiera parecía un lacayo. Tenía una caja pequeña en sus manos. -¿la
señora Lindsay?- como ella asintió la entregó el paquete – El coronel Fielding desea
que tenga esto. -¿no se espera a que le dé una respuesta o algo? – preguntó ella al
ver que el hombre se giraba para salir por la puerta. -Solo tengo órdenes de
entregarlo. Sara frunció los labios con desagrado al verlo marchar. -Igual de raro
que su amo – comentó Laura tras ella. La puerta del estudió se abrió y Sara corrió a
saludar a los hombres, se detuvo ante ellos con una sonrisa de placer. -Kendal
quiere ver a su padre y al abuelo – a una señal de ella Laura le entregó el pequeño
a Alex. Tanto Eric como Yaron le dijeron monerías al bebé y Sara los miró con
emoción. -¿Qué es eso? – preguntó Eric señalando la caja que sostenía en una
mano. -Iba abrirlo ahora mismo. Lo han traído de parte del estúpido del coronel –
sus ojos dorados se fijaron en Yaron que la miraba con el ceño fruncido –Se me
olvido decirte que aun después de haber retirado la invitación ese hombre tuvo el
descaro de presentarse anoche. -Un hombre un poco desagradable – aceptó Eric
dándola la razón – claro que si yo hubiera sabido lo que hoy sé… por cierto ¿Qué
pasa con el duelo? -El hombre se echó hacía atrás. Esta misma mañana recibí una
notificación de disculpa – Alex miró a Sara y se encogió de hombros – Se me olvido
decírtelo. – la devolvió su misma frase. Sara terminó de abrir el paquete y Alex
pasó el muchacho a la doncella de nuevo. En el interior de un estuche se hallaba
una gargantilla de zafiros. -¿Es la que te robaron? – preguntó Eric extrañado.
Yaron con el ceño fruncido alargó una mano para examinar la joya. -Se parece
bastante – respondió Sara – Pero no es la misma, lo sé porque la mía tenía varios
arañazos, hace poco tiempo se me cayó y sin darme cuenta la pisé. ¡Esta parece
nueva! – Los zafiros brillaban relucientes. -Nueva y falsa. – Dijo Alex. -¿falsa? – Se
sorprendió Sara - ¿Cómo puedes saberlo? -En el mismo peso – la explicó
evaluando la gargantilla. -Pero no tiene sentido ¿Por qué iba a devolverme algo
falso y que no es mío? -Haré que Simón lo devuelva y le pida una explicación a ese
hombre – Yaron se guardó la imitación en el bolsillo de su chaqueta y sonrió
cambiando de tema- es hora de que me ponga hacer cosas. Lo primero es encontrar
al juez para que me dé esa licencia. -Yo terminaré de arreglar unos papeles, si me
disculpáis… - Eric se encerró en el estudio. Laura se retiró para llevar al niño a su
recamara. Una vez solos Sara rodeó el cuello de Alex y le miró con una sonrisa. -
¿te he dicho que estas… muy… ingles con el cabello corto? -¿sí? – la miró los
labios como si fuera a devorarlos y ella tembló ligeramente. La acarició su boca con
varios besos suaves para terminar profundizando en ella, saboreando con hambre
y con pasión, consciente de que se hallaban tras la puerta del despacho de
Hamilton. – Estoy deseando que llegue nuestra noches de boda – ronroneó sobre
su mejilla. Sara rio. -Entonces marcharte ya y arregla todo, estoy tan impaciente
que podría pasarme el resto del día dando saltos. -¿eso es lo que harás? -No lo sé
– se encogió de hombros – quizás empiece a morderme las uñas de esta mano –
levantó una para mostrársela – o a lo mejor desgasto la alfombra de mi habitación
con pasos rápidos o… -Vale, vale – rio el hombre besándola en la punta de la nariz
- ¿Por qué no pruebas a recoger tus cosas y las de Kendal? Una vez que te traslades
puedes desgastar las alfombras que te dé la gana. -Tienes razón – Sara dio un
respingo - ¿Dónde viviremos Yaron? Londres no me gusta mucho. -Podríamos
repartir los meses entre la plantación y tu adorada Escocia, siempre que no vea
mucho a Paul. Sara soltó una carcajada divertida. ¡No podía creer que aun sintiera
celos de su amigo! -¡Tengo tantas ganas de ver a Miranda! – súbitamente recordó
algo – Pero no me gusta tu ama de llaves, ¿Cómo era? ¿Amparo? Si me convierto
en tu esposa las cosas van a cambiar, te lo advierto. Yaron se encogió de hombros
despreocupado. Era lo justo ¿no? A partir del día siguiente ella sería la que llevara
las riendas de su casa incluido el servicio doméstico. -Pero procura ser amable
preciosa. Amparo lleva mucho tiempo en la casa. De todos modos no te preocupes
de momento por ello ¿de acuerdo? - Tampoco me gusta tu mayordomo… -Te doy
la razón, lo contraté hace menos de un mes. Simón opina como tú respecto a él – la
estrechó con fuerza a modo de despedida – Hablaremos más tarde. Cuanta más
prisa me dé mejor, además si no me equivoco oigo las voces de Rouse y de Erika.
Yaron estaba a punto de salir cuando se giró repentinamente para besar de nuevo a
Sara. Luchando contra el impulso de no apartarse de ella salió de la casa con prisa.

27 Sara se miró en el espejo con una sonrisa. Debía estar agotada de haber
bailado durante toda la noche pero no era así, su cuerpo aun podía aguantar algo
más. Se inclinó más sobre el espejo observándose los dientes con interés
cerciorándose que se hallaban limpios. Agitó la cabeza de un lado a otro
estudiando su perfil y se pellizcó las mejillas dándolas un poco de color. Tenía los
cabellos sueltos por la espalda y llevaba el camisón que Erika la había regalado a
ultimísima hora. Una pieza tan diáfana que parecía no llevar nada. El escote era
tan bajo que los rosados pezones parecían querer asomarse con ahínco por el borde
de la delicada puntilla. Se tiró de la prenda hacía los hombros intentando acortar
de ese modo el profundo escote pero la tela volvía a su lugar en menos de dos
segundos. Respiró nerviosa e ingresó en el dormitorio. Alex estaba atizando el
fuego del hogar envuelto en un corto batín de terciopelo verde, en cuanto se giró
Sara se fijó en su torso. La prenda se hallaba abierta y dejaba ver su cuerpo duro y
bronceado. -Kendal duerme como un lirón. Laura dice que se ha portado mejor
que nunca. – caminó hacía una pequeña mesa redondeada con base de mármol y
sirvió dos copas de champán que seguramente Simón había colocado allí. -Ha sido
una suerte que mi cuñada ofreciera la casa para la reunión, de haberlo hecho aquí
no sé dónde hubiéramos metido a tanta gente. Sara soltó una carcajada: -¡Que
exagerado! Tampoco había tantos, además déjame decirte – le entregó la copa con
una sonrisa traviesa – creo que ha sido la mejor fiesta a la que he acudido nunca.
¿Sabes lo que me he reído con Laura y Simón? – soltó otra carcajada pero esta vez
más fuerte. -Si he vislumbrado sus miradas, personalmente he temido que Laura
saltara sobre el cuello del pobre hombre… -¿pobre hombre? Perdona, lo que un
pobre hombre no debe hacer nunca, es acercarse a una mujer y la diga: contigo
tendría un regimiento de infantería. -¿de verdad la dijo eso? – Preguntó el hombre
entre risas – Seguro que Simón disfrutó la fiesta. Date cuenta que no está muy
acostumbrado a tratar con damas o mujeres decentes… -¡Pues estuve a punto de
darle un pescozón para que cerrara la boca! – se sentó sobre la cama y Alex hizo lo
mismo. -¡Me hubiera gustado verlo! – la acercó la copa y ambos brindaron en
silenció, con las miradas clavadas entre sí. Bebieron y Sara recogió ambas piezas y
las colocó sobre la alfombra sin siquiera levantarse de la cama. Al inclinarse el
busto quedó expuesto a los ojos de Alex que se sintió arder. Había tratado de
arrinconar a Sara en varias ocasiones después de la ceremonia pero siempre había
alguien por allí, sobre todo preguntando por lo típico ¿Cuándo se conocieron? Bla,
bla, bla. En cuanto abandonaban el salón para intentar perderse por el invernadero
o alrededores les salían a buscar. En una ocasión había logrado meterla en una de
las habitaciones superiores robándola unos besos llenos de promesa y en el salón
habían llegado a parar la música pensando que los recién casados habían escapado
sin despedirse. A última hora de la tarde ya ni habían insistido en perderse por
cualquier lugar, pero ahora, después de todo el largo día viéndola moverse de un
lado a otro, de haber sentido su aroma en cada rincón de su cabeza… La atrajo por
la cintura aplastándola sobre su pecho y después de inclinar la cabeza se apropió
de su boca. Sara se sentía completamente dichosa. La calidez con que los brazos la
envolvieron, la agradable sensación de estar protegida. La boca del hombre que
sabía almíbar y su piel tersa, sus caricias llenas de magia que encendía su ser allí
donde la rozaba con los dedos, con las palmas de sus manos, con sus labios… se
sintió enloquecer transportada a un mundo mágico donde solo existía su pirata
soñado y ella. Hicieron el amor con prisa, ansiosos por unirse en uno solo,
disfrutando de los placeres de su nueva vida conyugal. Cuando Alex la masajeó los
senos con dulzura, cuando sus palabras se cruzaron en suaves murmullos, cuando
el mundo dejo de existir Sara cerró los ojos respirando el aliento del hombre, se
dejó llevar más allá de la realidad para dejarse caer sobre él con el cuerpo laxo,
satisfecho. Casi rayando el alba ambos se quedaron dormidos apretados bajo las
sabanas con sus cuerpos rozándose. Ya bien entrado el día Sara trató de levantarse
de la cama al no localizar a Alex en el dormitorio. Su sorpresa fue mayúscula
cuando descubrió que una de sus manos se hallaba atada a una de las barras del
dosel de la cama con una cinta de raso que había pertenecido al intrincado peinado
que llevara ella en la boda. La prenda en si estaba floja y se podía quitar con
facilidad. Sara al principio la miró anonadada y más tarde se echó a reír divertida.
Estaba secuestrada de verdad. ¡No podía creerlo! Estaba a punto de quitarse la
cinta cuando apareció él como un rayo y se volvió a meter entre las sabanas
atrayéndola a su cuerpo, sin siquiera despojarse el batín. -¿Dónde ibas? – La
preguntó divertido – Ayer te dije que no te dejaría levantar. -Pero debo hacerlo –
rió con las mejillas sonrosadas y un brillo burlón en sus ojos dorados – debo
aliviarme. -Debes prometerme que regresaras conmigo ahora, fuera hace mucho
frio y está lloviendo. Te permito que vayas a ver a Kendal si quieres pero está bien,
Laura estaba terminando de darle de comer. Por cierto odia las papillas. -¿Cuánto
tiempo llevas paseando por la casa? – se deshizo de la cinta y con premura se
incorporó. Se puso una camisa de Yaron que era lo que tenía más a mano y pasó al
cuarto que tenían destinado para el aseo. Regresó rápido para escuchar su
respuesta. - Un poco solo. He ido a decir que suban algo de comer ¿no tienes
hambre? Yo estoy hambriento. -Tanto deporte abre el apetito – contestó Sara con
una mueca infantil – Voy a ver al niño y ahora vuelvo. Cuando reapareció por el
cuarto miró a su esposo apenada y se sentó en el borde de la cama. -¿Qué ocurre?
– preguntó él frunciendo el ceño. -Que la vida sigue y que no recordé que esta
tarde Erika tiene la prueba del vestido y la prometí que estaría con ella. Sé que
también esta Rouse… y que es nuestro primer día de casados… Alex se incorporó
hasta quedarse sentado junto a ella y asintió. -Tienes toda la razón. ¿Quieres que
os acompañe? -No te imagino esperándonos cada dos por tres y escuchando todos
los chismes que nuestra boda ha provocado. Yaron arrugó la nariz con desagrado.
Desde luego el plan no era para nada atractivo. -Prefiero quedarme aquí con
Kendal, tengo que enseñarle muchas cosas. Sara se inclinó a besarle con amor. -No
le dejes cerca de tu colección de espadas – le avisó – las hojas brillan y eso llama la
atención del niño. -Señora mi hijo no es tonto, cuanto más pronto aprenda el
manejo… -¡No hablas en serio! - No – negó con la cabeza, divertido - ¿lo habías
creído? Sara bizqueó por un momento y se alejó entre risas cuando él quiso
lanzarla una palmada en el trasero. Alex observó como la joven se vistió sin ayuda
de Laura y la recordó en el Diábolo con las ropas de hombre. ¿Quién hubiera
imaginado entonces que acabarían así? Que aquella diablilla malcriada se
convirtiera en un pilar importante de su vida, en el más importante. -Tendrás
cuidado ¿verdad? -te lo prometo – respondió sonriente girando ante él con un
sencillo vestido de tonos burdeos. - ¿Cómo me veo? -Yo te veo preciosa – abrió los
brazos y ella le respondió con un abrazo y un apasionado beso antes de salir de
casa. -¿y piensas comprar muebles? – preguntó Erika. -No – negó Sara – no
viviremos en Londres y cuando vengamos de visita espero que alguna de ustedes –
lo dijo por su hermana y por Rouse – nos de cobijo. Ahora quiero convencer a
Yaron de que compremos una propiedad cerca de Edimburgo, allí hay muy buenas
escuelas para Kendal. – Se encogió de hombros – la verdad es que no sé qué
querrá hacer Yaron con esta casa. Ah, y debo buscar un nuevo mayordomo, el
hombre que está ahora me causa inquietud y no sé por qué. Después de que Erika
acabara con sus diligencias las tres mujeres ingresaron en un comercio nuevo que
recién había abierto y era la novedad de Londres. El local vendía muebles y
accesorios de decoración pero también se caracterizaba por todas las antigüedades
que poseía, algunas piezas databan de la edad media. Erika se interesó en unos
bonitos candelabros. En aquel momento había un matrimonio regateando con el
dueño del local el precio de un hermoso caballito de madera. Sara se hallaba tras
ellos y por un momento los miró llena de dudas. Estaba segura de no conocerlos de
nada sin embargo sus voces eran demasiado familiares. Quizá el fuerte acento o tal
vez la manera de hablar entre ellos. El hombre se giró cruzándose con la atenta
mirada de Sara y la regaló una sonrisa que por supuesto no fue correspondida. La
compañera de este le dio un codazo en las costillas llamando su atención.
Parecieron llegar a un acuerdo con el propietario y se llevaron la pieza de madera.
-¿te ocurre algo Sara? – la preguntó Erika. -Pensé que los conocía pero me he
debido de confundir. ¿Te dije que ayer Frances me escribió? -Sintió un fuerte
cosquilleo en la columna vertebral. ¡Claro! El día que había estado de compras con
su amiga había escuchado esas mismas voces. ¡Eran los mismos que habían
atentado contra ella en Dundee! La primera vez no pudo verlos pero estaba segura
de que eran los mismos. Se acercó al dependiente con una sonrisa nerviosa y
después de preguntarle esperó ansiosa. -Es la primera vez que los veo señora, la
tienda es nueva. Pero clientes como ellos… – frunció los labios - ¡Querían llevarse
esa pieza artesanal a precio de ganga! Era un regalo. -Tenían un acento muy
marcado – asintió Sara – quizá no estén acostumbrados a venir a tiendas de tanto
nivel – no pasaba nada por dar un poco de “coba” al hombre. -Eran extraños – el
hombre se encogió de hombros y se acercó ligeramente a Sara observándola a
través de una gruesas gafas de montura oscura – ni ellos mismos se ponían de
acuerdo con la edad del infante a quien le iban a regalar el caballo – agitó la mano
y se enderezó un pequeño lazo negro que adornaba el cuello de su pulcra camisa
blanca. Sara se mordió el labio inferior intranquila. Siempre había sido muy mal
pensada y sabía que aquel par tramaba algo. Tal vez la casualidad o el destino
trataba de advertirla sobre aquellos indeseables. -No sabrá donde se hospedan
¿verdad? -No pero acabo de recordar que comentaron algo sobre el hijo de una
señora viuda y sobre un tipo, no recuerdo su nombre… No quiero parecer un
deslenguado pero es que no me han gustado mucho – Hablaba a Sara en susurros
sin querer que el resto de clientes escuchara lo que decía. -¿Yaron? – se atrevió a
preguntar ella cruzando los dedos tras el mostrador. Deseó que el hombre lo
negara de un modo inmediato. -El mismo – asintió el propietario golpeándose la
cabeza con la mano - ¿Por qué la interesa tanto? -Creo que los conozco y le
agradezco enormemente su ayuda. Mi hermana la señorita Hamilton se va a casar
y me gustaría comprarla algo muy especial – le entregó varias monedas – Sé que
usted sabrá asesorarme estupendamente. Regresaré uno de estos días. Las tres
mujeres se detuvieron en la salida del local y Sara asustada les narró como Yaron y
ella habían salido de Escocia en el Dover por culpa de esas personas siempre
evitando hablar de la relación entre Alex y el Gitano. Estaba anocheciendo cuando
Sara entró en el vestíbulo. Todo estaba en silencio y el mayordomo la indicó que
Yaron se encontraba en el estudio. Se pasó a ver a Kendal que dormía
plácidamente y después de despojarse de los guantes y el sombrero ingresó en el
despacho donde el hombre trabajaba sobre varios libros que tenía esparcidos sobre
la mesa. Sara se acercó a él con ojos dilatados y se sentó sobre sus piernas al tiempo
que le rodeaba el cuello con fuerza. -¿Qué ocurre? – preguntó preocupado. Sara se
lo contó todo con tono preocupante. -No hay duda de que eran ellos – musitó el
hombre contagiado por su inquietud – Debo averiguar que se proponen. -Yo sé lo
que quieren, a ti, al Gitano. Tengo tanto miedo que quieran meter a Kendal en
medio para conseguir sus propósitos… -Esta vez no huiremos – la respondió – El
Gitano está muerto – tomó la cara de la joven entre sus manos para observando la
profundidad de sus dorados ojos – Sara necesito que me los describas, intenta
recordar hasta el más mínimo detalle.

28 -Estoy convencida que el Coronel Fielding tiene algo que ver con esos
dos – dijo Sara paseándose por el estudio – Pero no entiendo mucho lo que sucede.
¿Por qué me devolvería una joya falsa? ¿Y porque dice que es Ingles y sin embargo
tiene un acento tan marcado? – se giró hacía Alex que se estaba colocando el abrigo
- ¿vas a salir a estas horas? -Simón está en la zona de puerto. En cuanto le
encuentre vengo aquí. -¿no puedo ir contigo? -Preciosa, ahora eres una mujer
casada y prefiero que te quedes cerca de Kendal mientras estoy fuera. Si vinieras
conmigo estaría todo el tiempo preocupado además que una tasca no es lugar para
una dama. Todo va a ir bien, no tardaré más de dos horas. Sara le vio guardarse
una pequeña pistola en el bolsillo de la chaqueta y su corazón comenzó a latir con
fuerza, asustada. -¿prometes que no tardaras más? -Lo intentaré. Porque no subes
arriba y te das un buen baño caliente, cenas algo y me esperas levantada. -Alex –
gruño ligeramente enfadada – No me trates como a una niña. -Sé perfectamente
que no lo eres – la besó largamente. Aquella era la única forma de hacerla callar y
lo consiguió aunque Sara no podía dejar de pensar en el peligro que corrían. La
acompañó hasta la escalera. Sara sintió la puerta principal al ser cerrada y se giró
desde lo alto de la escalera. De buena gana hubiera salido corriendo tras de él pero
Alex tenía razón, era mejor que se quedara con el niño. Se sentó en lo alto de la
escalera pensativa, las luces del vestíbulo se habían apagado casi todas y donde
ella estaba las sombras la envolvían en una oscuridad total. No habían pasado ni
cinco minutos cuando Rexford, el mayordomo, apareció en su campo de visión
envuelto en un negro y largo abrigo dispuesto a salir de la casa en una actitud
bastante sospechosa. Sara miró por unos segundos el largo corredor oscuro
pensando velozmente si debía seguir al tipo. Si aún hubiera estado en su casa
podría haber confiado al pequeño a su hermana y aunque Laura era como su
familia no podía arriesgarse a dejarla expuesta con esa carga. Esperó que Rexford
saliera y ella no perdió ni un solo minuto en subir a despertar a Laura. Después de
recorrer varias tabernas, Yaron encontró a Simón sumido en una partida de cartas.
Reconoció a la mayoría de los hombres que antes habían sido la tripulación del
diábolo y que ahora esperaban que la nueva goleta estuviera lista para partir.
Escuchó las felicitaciones de sus hombres entre alguna palmada en la espalda que
otra. -¿Cómo se te ocurre venir el día después de tu boda? – preguntó el tabernero
entregándole una jarra de espumosa cerveza. – No es posible que te hayas cansado
tan pronto de tu esposa. Algunos hombres, incluido Alex rio por la broma. -He
decidido dejarla descansar – contestó guiñándole un ojo. El local estaba lleno de
voces y de humo. En el fondo alguien cantaba tomando tragos de una botella de
ron y varios compañeros le vitoreaban entre risas. -¿no será que la señorita Sara te
ha echado de casa tan pronto? – preguntó otro. -Ese sería el menor de mis
problemas. Ahora necesito tener una conversación con Simón, de modo que os lo
voy a robar. -¡No haga eso, jefe! ¡No puede llevarse nuestras ganancias sin más!
Yaron se fijó en la mesa. Las apuestas parecían ser bastantes elevadas y junto a
Simón había una montaña de billetes y un reloj de brillantes que algún incauto se
habría jugado. Simón recogió todo con ambas manos y se lo metió en los bolsillos
como pudo. -Prometo daros la revancha – dijo el hombretón bebiéndose su
cerveza de un solo golpe. -Si necesitas ayuda, Gita… Yaron, no dudes en
informarnos – comentó uno de los hombres escupiendo en el suelo – Nos invade el
aburrimiento. -No será por mucho tiempo, pero ya que lo dices necesito que
averigüéis sobre un tal Fielding, El tabernero que pasaba un trapo sucio sobre el
encharcado mostrador levantó la cabeza y lo miró pensativo. -Hace tiempo ese
señor vino aquí buscando un empleo en cualquier nave. Lo recomendé para los
hombres de Ford, no tenía mucha pinta de ser marinero. Tu flota fue la primera en
la que pensé pero no había ninguno de tus barcos en Londres. Creo que al final
consiguió trabajo junto al capitán Bells del Águila Blanca, eso antes de que el
Diábolo lo mandara al fondo del océano. Alex escuchaba sorprendido con los ojos
abiertos como platos. Aquí había una trama mucho más importante de lo que se
imaginaba. ¿Fielding de marinero en el Águila Blanca? Debía ser imposible, no
podía imaginarse a ese hombre a bordo de ningún barco y menos en uno donde se
había practicado la trata de blancos, aunque si de veras se dedicaba a la
falsificación de joyas ya nada debía extrañarlo. -Necesito que tú y tú – señaló al
hombre que había escupido y a su compañero de borrachera – viajéis a
Birmingham y me traigáis todo lo que averigüéis sobre él. -Yo estaré al pendiente
por si regresa por aquí – el tabernero lanzó el trapo sobre un barril de madera –
Intentaré sacar algo a los hombres de la Ford, creo que arribaron puerto hace unos
días. Alex asintió y depositó unas monedas sobre el mostrador: -Invita a esta gente
de mi parte y consígueme una mesa limpia. Al poco tiempo Simón y él ingresaron
en un apartado privado donde pudieron charlar sin ser molestados. -Por supuesto
que me convertiré en la sombra de tu esposa – accedió el hombretón
tamborileando los dedos sobre la mesa – Quien más reparos va a poner será la
criadita esa, Laura. No soporta verme cerca de ella. -Ten paciencia entonces – Alex
miró la hora. El tiempo pasaba volando y deseaba regresar a casa y comprobar que
todo se hallara en orden. –No la hagas enfadar mucho si no quieres que Sara te
salte a la yugular. Simón soltó una carcajada divertida, de Sara Yaron se podía
esperar cualquier cosa. -No creo que deba hacer esto – gimió Laura sujetando el
candelabro en alto mientras Sara penetraba en la oscura habitación de Rexford, de
vez en cuando miraba al vestíbulo con preocupación - ¿Y si no se ha ido más que a
tomar un poco de aire? –insistió la doncella con voz nerviosa. -Tu vigila bien – la
voz de Sara llegó en un susurró apagado. La muchacha recorrió la cámara con la
vista. Si se daba prisa nadie debía enterarse de que por fin había decidido hacer
algo respecto al mayordomo. Lo que sentía hacía ese hombre era una corazonada
tan fuerte que no podía desestimar. Abrió los cajones de la mesilla sin hallar nada
que pudiera llamar su atención, varios pañuelos y una pequeña caja que contenía
unos anillos. Después de estudiar varias piezas pasó a registrar la cómoda. Las
prendas se hallaban bien dobladas y todas en perfecto orden, solo ocupaban un
cajón del mueble y el resto se hallaban completamente vacío. Desde luego ese
hombre o era pobre o apenas poseía nada. Bueno, quizá si iba vendiendo anillo por
anillo llegaría a subsistir. Sara intentó no tocar nada y dejarlo como estaba,
realmente no sabía si quiera lo que estaba buscando. Alguna pertenencia personal,
cartas que indicaran quienes eran sus familiares o si tuviera alguna novia secreta.
Yaron le había contratado a si es que él debía conocer los antecedentes de Rexford.
Pero ¿y si fueran falsos? “Basta Sara – se dijo – solo me cae mal, pero no es un
asesino o algo así, eso espero” El dormitorio era frio y bastante impersonal como si
el hombre solo lo utilizara para dormir. Ni un libro, ni un vaso de agua. -Me ha
parecido oír pasos – dijo Laura de repente. Sara se quedó quieta observando la luz
de la vela que temblaba en sus manos. Sin respirar y con el corazón latiendo a mil
por hora trató de percibir algún sonido. -Yo no escucho ruidos – dijo después de
un rato. Revisó el armario ropero y al no encontrar nada anduvo hacia la salida, a
mitad de camino se giró hacía la cama y tras agacharse acercó la luz. Tanteó con la
mano en la oscuridad. -He encontrado algo – susurró jubilosa. Dejó su propia vela
en el suelo y con cuidado sacó una caja alargada. -Dese prisa por favor. Sara
levantó la tapa con cuidado y se encontró con un fajo de documentos. Facturas de
ropa y accesorios, papeles ilegibles y llenos de borrones. Desdobló un rollo
parecido a un pergamino, era el plano de alguna casa. Con miedo lo volvió a
colocar en su sitio y su mano rozó un pequeño papel en el que pudo leer: 22 de
diciembre. Recoger pasaje a Nueva Orleans. “¿se marcha? – dudó metiendo la caja
otra vez bajo la cama”. -¡Oigo algo! ¡Oigo algo! – Laura apagó su candelabro con
rapidez y corrió hacía la habitación de Kendal, Sara escuchó sus pasos
ascendiendo hacía el piso de arriba. Un extraño crujido la alertó y sopló la llama de
su propia vela cuando creyó ver la sombra de dos largas figuras. Se pegó contra la
pared rezando para Rexford no se dirigiera allí primero. La oscuridad se volvió
absoluta y Sara caminó muy despacio hacía donde recordaba haber visto el
armario ropero. Su corazón estaba a punto de estallar y tuvo que ahogar un grito
cuando escuchó muy cerca de ella un golpe seco y unas pisadas. Tomó aliento,
quien quiera que estuviera en la casa caminaba en silencio y sin iluminarse.
Rexford hubiera encendido alguna vela ¿no? Algo la indicó que el intruso estaba
ante ella, podía escucharle respirar. Armándose de un valor adquirido con el terror
que la acongojaba y que recorría cada poro de su piel. Se lanzó hacía su agresor
con las manos por delante empujando con fuerza. Su único pensamiento era llegar
a la puerta. El intruso debió de caer porque Sara se vio libre para correr, cayó sobre
la alfombra cuando su tobillo fue apresado por una mano firme. No se estuvo
quieta, trató de huir así tuviera que llevarse a quien fuera a rastras. Gritó todo lo
que daban sus pulmones mientras pateaba la cabeza del apresor, este debió
cambiar de táctica porque enseguida se echó sobre ella inmovilizando sus piernas.
La joven se aferró con fuerza a los cabellos tratando de apartarle de su cuerpo que
la estaba aplastando. Alguien encendió un candelabro. No podía ser la persona que
aún tenía Sara encima, por lo que dedujo que Rexford estaría acompañado. La
joven rodó sobre la alfombra cuando la soltaron y corrió hacía la chimenea
tomando el atizador y preparándose para golpear al primero que se acercara.
Anonadada observó a Yaron despatarrado sobre el piso y mirándola como un loco
energúmeno a punto de acabar con ella, claro, eso hasta que descubrió quien era la
persona que había encontrado fisgoneando en una habitación que no era la suya. -
¡Alex! – Exclamó dejando caer el atizador - ¿te has vuelto loco? ¿Sabes el susto que
me has dado? – se llevó la mano al corazón como para verificar sus palabras. –
Pensé que era alguien… -¿Por ejemplo Rexford? – preguntó él frunciendo el ceño y
sacudiéndose el pantalón después de incorporarse. -¿Qué estás haciendo aquí? – en
un abrir y cerrar de ojos la atrapó la muñeca y la sacó de la habitación. Simón ya
había abierto el camino hacía el despacho. -¿y vosotros que hacías? ¿Por qué
habéis entrado a oscuras en la casa? – le apuntó ella alterada. Alex sirvió unas
copas de brandy y le acercó una a ella. -Te va a relajar. Sara la vacío de inmediato
y no vio la divertida sonrisa de su esposo al darse cuenta. -Acabábamos de llegar
pero nos pareció ver a alguien a través de la ventana. La actitud era bastante
sospechosa por lo que pensamos que estábamos siendo asaltados. – explicó Simón
sentándose en un elegante sillón con las piernas abiertas. Su postura era
ligeramente inclinada por lo que todos sus colgantes parecían quedar suspendidos
en el aire. -Pero más sospechoso fue el momento en que apagaste la vela que nos
confirmaste que eras un… una ladrona preciosa – miró a Simón – Ya sabes donde
puedes dormir. – Miró a Sara – se va alojar aquí una temporada. -¡Claro que sí,
Simón, puedes quedarte el tiempo que tú quieras! -¿Y ahora mi querida Sara, te
importaría contarme lo que hacías en la habitación del mayordomo? Sara se paseó
nerviosa ante los hombres. ¿Qué podría explicar? ¿Qué el hombre no le caía bien y
había ido a cotillear entre sus cosas? ¡Menuda tontería! ¿Quién se iba a creer eso?
Lo peor de todo es que era verdad.

29 El vehículo se detuvo ante una casa de líneas rectas, la fachada se


encontraba descuidada y si bien antes era blanca ahora lucia gris. El hombre elevó
la mirada hacía las ventanas superiores observando que una de las habitaciones se
hallaba iluminada. Tan solo se había retrasado un poco y los demás ya debían estar
reunidos. Golpeó dos veces en la puerta y enseguida alguien corrió a recibirle.
Rexford entregó su abrigo junto los guantes y el sombrero y sin esperar subió hacía
la biblioteca. -¡Rex, por fin! – el coronel Fielding no se levantó de su silla. –Ya
pensamos que no vendrías. -Yaron salió y pude escaparme antes, no me echaran
de menos en toda la noche – contestó acercándose a la dama que estaba junto a una
estantería con un pequeño libro en las manos – es un placer volver a verla señora
Bells – besó la mano que ella le entregaba y seguidamente saludó al esposo de esta.
– Señor Bells. -Venga, vamos a tomar asiento – sugirió Fielding – no tenemos toda
la noche. Rexford ¿pudiste evaluar las joyas de esa perra de Ham… Yaron? - Posee
alguna, todas son más bien sencillas. Desde luego la mujer no parece tener
predilección por estas piezas. Por lo visto el tema del vestuario y los adornos no
deben ser su fuerte. La doncella es quien se encarga de asesorarla en estas cosas. -
La maldita escocesa ni siquiera tiene gusto para estas cosas – replicó el señor Bells
sirviéndose el tercer vaso de Whisky. -Pues no dicen lo mismo de la hermana que
se va a casar con un conde – intercaló la dama frunciendo los labios. Rexford
asintió. Miró al Coronel Fielding que parecía repasar algún documento, le conocía
desde hacía varios años, de hecho había sido su mayordomo hasta que ingresó en
la propiedad de Yaron, sin embargo trabajar como informador desde el mismo
centro de la casa le reportaba muchísimas más ganancias. -¿has oído algo nuevo,
Rex? – preguntó Fielding sin levantar la vista. -Nada en absoluto, los planes
marchan según lo indicado. -¿Has podido acceder al estudio de Yaron? – insistió
levantando por fin la mirada. -Si pero la criada me interrumpió y debí
abandonar… -¿abandonar? – Repitió Bells casi en un grito – Allí tiene que haber
algo que demuestre que Yaron y el Gitano son la misma persona. ¿Has buscado
algún documento sellado por la corona inglesa? – Bells agitó su copa y la mitad de
licor cayó sobre el piso – Ese hombre es un corsario que actúa con total libertad por
orden de la corona. Debe haber algo que involucre a Yaron con el Rey de
Inglaterra. Debemos conseguir colgar a uno y hacer que abdique el otro. -Ese
hombre no es tonto y no va a tener esas cosas a la vista, querido. Si atraparan al
Gitano deberíamos demostrar nuestras palabras si no queremos ser nosotros
mismos lo que acabemos en New Gate. ¿Cómo haremos para que su majestad
admita que ha estado pagando a un pirata para que defienda las costas americanas
de nuestra propia gente? En vez de provocar una guerra entre dos países, solo
conseguiremos que tanto América como Inglaterra quieran acabar con nosotros.
Bells observó a su esposa conforme con sus palabras. -Coronel, si mi esposa y yo
nos unimos a su causa solo es para ver a la persona que acabó con la vida de mi
hermano muerto. -¿creen que no lo sé? Ese es el motivo de que estéis a favor de mi
causa. Ambos queremos al Gitano muerto por diferentes razones, ustedes por
venganza, yo porque si él desaparece conseguiré por fin crear la discordia entre los
dos países e iniciaremos una nueva guerra. Con toda la confusión me embolsaré
una fortuna y mientras ambos países están en enemistad yo me marcharé a Europa
y me instalaré allí. -Tienen una caja fuerte – dijo Rexford – pero debemos esperar
a la fecha acordada.- sacó un pequeño envoltorio del bolsillo de su chaleco y lo
puso sobre la mesa. Al abrirlo descubrió unos gemelos de oro con un diamante del
tamaño de un piñón. Fielding los cogió entre sus dedos y sonrió feliz. Los guardó
en una pequeña caja dentro del cajón superior del escritorio y sacó la falsificación
idéntica. -Con esto tendré para fraguar los gastos de la nueva tripulación. Espero
que esta vez no sean tan ineptos y se dejen apresar de nuevo. Cuento contigo
Rexford ¿has pensado como entrarás en la plantación? Si los documentos no están
aquí los debe tener a buen recaudo en Virginia. -No sé preocupe señor, lo
conseguiré y luego prenderé fuego a la propiedad. Le traeré esos papeles en
persona. Fielding asintió aunque no muy convencido. Si bien Rexford era un
hombre muy leal no le veía con la capacidad suficiente para cumplir con su
objetivo. No le quedaba más remedio que cruzar los dedos y confiar en el hombre.
-¿y sobre el niño? – Quiso saber la dama devolviendo el libro a su sitio - ¿Cuándo
nos lo entregaras? - En la fecha acordada, desde luego. Piensan dejarle en casa
junto a la doncella en la celebración. – respondió. -¿y si no es así? – Bells dejó el
vaso sobre el escritorio. -Tengo los planos de la residencia Hamilton, si deciden
llevarse al niño con ellos será fácil sacarlo de la casa. Habrá mucha gente en esa
cena. Laura, la doncella, no es ningún problema. Y Sara tendrá que separarse en
algún momento de ellos para felicitar a su hermana. -¡Pero yo quiero que esa zorra
sufra! ¡Mi hermano murió por su culpa! – rugió Bells con desconfianza. -¿no te
parece demasiado sufrimiento no volver a ver al pequeño nunca más y que su
marido acabe ahorcado? – preguntó la mujer con una sonrisa maliciosa. Estaba
deseando apoderarse de la criatura, ella se encargaría de hacerlo pasar por su
propio hijo allí donde se iban alojar. -Nos queda menos de una semana para llevar
los planes acabo. – Aseveró Fielding levantándose de su silla - ¿Rex, has contado
con ese hombre… Simón? Ese hombre es totalmente leal a Yaron. -De momento se
mantiene alejado – Rexford se encogió de hombros. – Cuando se quieran dar
cuenta de lo que está pasando será demasiado tarde. Lo tenían todo más que
pensado. Con la desaparición del crio tendrían a todo el mundo buscándolo. Ni
siquiera Yaron podría imaginar que su plantación estaría siendo saqueada
mientras él desesperara buscando a su heredero. -Va a ser una lástima no estar
aquí para cuando apresen al Gitano. En la corte se armará un revuelo enorme
cuando descubran que el mismo Rey está involucrado en todo esto. -Su majestad
lo negará todo – les avisó la mujer – y Yaron jamás se atrevería a revelar la verdad.
Los defenderá a muerte. -¿tú crees? – Preguntó su esposo con una sonrisa fría –
Estoy seguro que si le dieran a elegir entre seguir con su familia o revelar la
verdad… -¡No le conoces! Ese hombre jamás delataría a la corona. Le tendremos
entre la espada y la pared en menos que canta un gallo. Pero no debemos
olvidarnos de su esposa – Fielding se acercó al mueble de los licores y después de
rebuscar durante unos segundos sacó un pequeño frasquito que entregó a Rexford.
- Es Arsénico diluido con botulinum, el sistema nervioso falla y se muere entre
dolores extremos. Si se tiene la más mínima duda de que el plan pueda fallar o esa
perra cambia de idea sobre algún aspecto se lo administras. Bells sonrió encantado
y cruzo una alegre mirada con su esposa. -Eso me gusta más – afirmó el hombre. -
Sí, pero asegúrese de sacar primero al niño – La mujer caminó hasta la ventana y
clavó sus ojos en la oscuridad - No saben lo importante que es para mí tener al
pequeño. Lo criaré como si fuera su propia madre y jamás le contaremos quien
fueron sus padres. – Se volvió hacia su marido con una amplia sonrisa - ¿no te
parece fabuloso? ¡Por fin tendremos el hijo que siempre deseamos! -Ya falta poco,
querida. Pero te aconsejo que no sigas comprando más cosas a la criatura hasta que
no le tengamos con nosotros. No debemos hacer que nadie sospeche. -Ahora están
muy ocupados con la nueva ceremonia – dijo Rexford poniéndose en pie y
guardándose la redoma juntó a la imitación de los gemelos. -Sera mejor que se
marchen ya – El coronel los guió hasta la puerta principal donde entregaron a los
visitantes sus ropas de abrigo – Nos reuniremos aquí la noche anterior. Rexford
espera que tenga el pasaje listo. -Mañana mismo iré a recogerlo. Pediré un par de
horas para acercarme al puerto. -Bien, entonces que pasen buena noche – se
despidió Fielding. -Se me van hacer los días interminables – suspiró la señora Bells
tomándose del brazo de su esposo. -Tranquila querida. Todo saldrá bien. – la
palmeó en la mano con afecto.

30 El día había amanecido frio y el cielo, aunque despejado, lucía un tono


gris perla. Desde el exterior llegaban los cotidianos ruidos de la calle, las ruedas de
los vehículos cruzando los suelos empedrados, los gritos del vendedor de
periódicos, los cristales de las botellas de leche que el repartidor dejaba junto a las
rejas. Yaron se detuvo ante la puerta del dormitorio de Kendal y observó con una
sonrisa las payasadas que hacía Sara sobre la alfombra, intentando que el niño
diera sus primeros pasos a gatas. En algunos momentos las faldas se subían más de
lo debido y las largas piernas torneadas asomaban entre los metros de tela. Laura
se hallaba sentada sobre un diminuto sofá y leía con interés una revista de moda.
Cuando Sara levantó la cabeza Alex se acercó hasta ella y después de tenderla una
mano la ayudó a levantarse. Kendal al ver que su madre no estaba a su misma
altura, la miró con sus ojos claros y alzó las manos para que él también fuera
incorporado. -¡Es un poco vago! ¿Sabías que se arrastra con el trasero? – Le dijo
Sara apartando la vista de Kendal - ¿Qué llevas ahí? Yaron agitó una hoja de papel
que tenía entre las manos y ladeó la cabeza observándola enamorado. -Te doy las
referencias de Rexford a cambio de un beso – se colocó el papel tras la espalda.
Aun, cuando recordaba el asalto de la noche anterior sonreía para sus adentros.
Sara no lo sabía pero había estado a punto de romperle la cabeza con tanta patada.
Su esposa era toda una fiera. Sara intentó cogerlo y él lo elevó sobre su cabeza,
soltó una carcajada cuando la muchacha saltó junto a él tratando de arrebatárselo.
Con la mano libre la enlazó la cintura y la sintió rendirse contra su pecho antes de
besarla en los labios. Kendal gritó enfadado entre las piernas de sus padres y por
fin Alex la entregó el documento para recoger al niño entre sus brazos. Sara echó
un rápido vistazo al historial y miró a su esposo desconcertada. -No dice nada,
solo donde nació y en las casas que ha estado trabajando. ¿Lo has verificado,
Yaron? El hombre negó con la cabeza y después de besar al niño en su redondeada
cabeza lo entregó a Laura que ya había apartado la revista a un lado. - Creo que te
preocupas por el hombre absurdamente – se encogió de hombros – Si quieres le
despido hoy mismo y nos quitamos un problema de encima. Sara se mordió el
labio inferior pensativa y sus ojos dorados brillaron dudosos. -Tienes razón. Estoy
tan nerviosa con lo de ese matrimonio de la tienda y con la próxima celebración de
Erika que veo fantasmas donde no los hay. -Por cierto, tu hermana envió la
invitación de la cena. -¡Ah, sí! El jueves ¿no? -Me parece que sí. El día veintidós.
Sara frunció el ceño sorprendida ¡Qué casualidad, el mismo día que Rexford tenía
apuntado en el trozo de papel! -Lamento molestar – carraspeó el mayordomo que
había aparecido ante la puerta como una repentina aparición– necesitaría un par
de horas para arreglar unos asuntos ¿habría algún problema? -Por mí no –
contestó Yaron mirando a Sara, esta se encogió de hombros. -Creo que el cocinero
necesitaba cosas ¿podrías pedirle la lista y te llevas el coche? De momento no
vamos a utilizarlo – le ofreció Sara con una dulce sonrisa escondiendo sus
referencias tras las abultadas faldas violetas. -Por supuesto – el mayordomo hizo
una pequeña reverencia y salió de allí. -¿no te fías de él y aun así le dejas que se
lleve el único vehículo que tenemos? – Preguntó Alex observándola fijamente -
¿Qué te traes entre manos? -Nada – ella agitó sus cabellos platinos que caían
revueltos sobre su espalda, desde que despertara aquella mañana se había
dedicado a bañar a Kendal y jugar con él sin haberse preocupado de que Laura la
peinara en condiciones, unas pasadas rápidas con el cepillo era el único peinado
que llevaba. Alex la rodeó el talle con ambas manos y la aplastó contra su pecho
nuevamente, le gustaba sentirla cerca, escuchar su respiración, oler su perfume. No
deseaba apartarse de ella desde que la había vuelto a encontrar. Ahora valoraba
muchas cosas que ni siquiera sabía que existía, despertar junto a ella cada mañana,
observar su hermoso rostro mientras dormía, acariciar su cuerpo. -Tengo que
reunirme con Andrew – Alex la soltó de la cintura pero la agarró de una mano y
tiró de ella hacía al corredor. Ambos bajaron las escaleras contándose los planes
que tenían para aquel día. Tomaron un ligero tentempié en el comedor y se
despidieron hasta la hora del almuerzo. Sara revoloteó sus faldas cuando partió
presurosa al dormitorio de Rexford. Simón aún no se había levantado y el cocinero
se hallaba trabajando en sus dependencias. Laura era la única que podía molestarla
o asustarla en caso de que la pillara in fragante. Le había prometido a Yaron no
volver a registrar las habitaciones de ningún criado, pero debía cerciorarse si
realmente en aquel papel ponía veintidós de diciembre, porque si era así y el
hombre pensaba embarcarse a Nueva Orleans debía de haberlos avisado puesto
que tendrían que buscar otro mayordomo. Eso sí que era sospechoso. El cuarto se
hallaba iluminado con la luz del día que penetraba a través del cristal y las cortinas
descorridas. Sin pensarlo dos veces fue directamente hacía la caja que escondía
bajo la cama y después de cogerla se encerró en el despacho de Alex. Descubrió
sobre el escritorio los gemelos de su esposo que los había debido de dejar en un
descuido. La muchacha observó las piezas con una sonrisa en los labios,
recordando que eran los mismos gemelos que llevara en su boda. Los guardó en
uno de los bolsillos de su falda para cuando subiera al dormitorio meterlos en su
joyero y que no se perdieran. Abrió la caja con manos temblorosas y buscó el
pequeño papel entre los documentos sin hallarlo, en su lugar había un pequeño
frasquito que la noche anterior había debido pasar por alto. Quizá perfume… Con
la uña abrió la redoma y metió la nariz, aquel olor era extraño y fuerte, su aroma
era más bien acido, como el cloroformo que utilizaban en las enfermerías. Lo
apartó en una esquina de la mesa y tomó el rollo que contenía los planos. A lo
mejor Rexford soñaba con hacerse su propia casa. Extendió el papel sobre la base
del escritorio pero fue incapaz de sacar ninguna conclusión. Al cabo de un rato
escuchó el reloj del vestíbulo y comenzó a guardar todo en el interior de la caja.
Cogió uno de los vasos de licor que Yaron tenía en un aparador y vació el
contenido del frasco. ¿Y si era una medicina que Rexford se estaba tomando y al no
hacerlo se moría? Dudó en si volver a rellenarlo o no. ¡No estaba bien lo que estaba
haciendo! Yaron podría enfadarse con ella y con razón. Volvió a echar ese líquido
en el mismo frasco y lo guardó de nuevo en la caja. Corrió al dormitorio del
mayordomo, dejo el embalaje en su sitio y tarareando caminó en dirección al salón.
A medio camino se dio cuenta que había dejado el vaso sobre el escritorio de Alex
y volvió a recogerlo para llevarlo ella misma a la cocina. -¿necesita algo señora? –
la preguntó el hombre que trabajaba allí y que lucía un alto sombrero blanco de
uniforme. - No gracias, solo venía a dejar esto – estaba a punto de poner el vaso
sobre la encimera cuando escuchó un fuerte golpe proveniente del piso de arriba,
se asustó y la pieza de cristal rodó hasta hacerse añicos contra el suelo. -¿Qué ha
sido eso? – Sara apresuró el paso hasta el vestíbulo y el cocinero la siguió armado
con una escoba. Laura desde lo alto de la escalera los miró nerviosa. -Lo siento,
quise sacudir la alfombra de Kendal y sin querer tiré la trona. -Pero todo está bien
¿no? – Preguntó la joven - ¿Kendal? - juega con una pelota. Está bien. El cocinero
regresó a la cocina. -¡Señora! ¡Señora! – Sara escuchó los gritos del hombre y corrió
hacía allí. Desde luego esa mañana no iba a ganar para tanto sobresalto. En el suelo
de la cocina, un pequeño minino se retorcía de dolor entre extraños espasmos. -
¿de quién es ese gato? – se la ocurrió preguntar con los ojos abiertos como platos.
No la gustaba nada que los animales camparan a sus anchas por su casa. Era bien
sabido que si los animales no se cuidaban como merecían podían trasmitir muchas
enfermedades, y ahora que Kendal se llevaba todo a la boca era una fuente
constante de preocupación. Tanto Sara como el cocinero fueron incapaces de
apartar la vista del animal que maullaba con rabia pero que era incapaz de
moverse. En cuestión de segundos el minino dejo de respirar. -Era mío –
respondió el cocinero con pesar agachándose a coger el animal -¿Qué tenía en el
vaso que me lo ha matado? -¿Qué yo lo he…? – Ella negó con la cabeza y se cruzó
de brazos con enojo – en primer lugar no tiene por qué haber un gato en mi cocina.
– contestó ofendida. – De hecho si quiere seguir trabajando aquí le prohíbo
terminantemente que tenga animales en casa. ¿No se da cuenta que este sitio es
muy pequeño para tenerlos aquí? Además estaba enfermo – le señaló con el dedo y
al hacerlo reparó en el vidrio roto. Su corazón latió violentamente y se apoyó
contra una de las mesas. -No estaba enfermo – respondió el cocinero terminando
de coger al animal para llevarlo al patio de la cocina. Sara salió tras él para
asegurarse que no lo enterraba en el jardín – Era lo que había en el vaso. –insistió el
hombre. Sara comenzó a morderse las uñas, hacía mucho tiempo que no hacía algo
así, pero descubrir que el frasco que Rexford guardaba era alguna clase de veneno
la dejó paralizada. ¿Por qué ese hombre tenía algo tan peligroso escondido? ¡Por
supuesto que hablaría con él en cuanto llegara y no la importaba admitir que había
registrado sus cosas! Rexford tendría muchas cosas que explicar. Decididamente
no la gustaba el hombre y no le daría ni una oportunidad. Ninguna.

31 La puerta principal se abrió de golpe dejando pasar una fuerte ráfaga de


aire, arrastrando pequeños copos de nieve que sobrevolaron durante un rato el
vestíbulo. Sara regresaba del patio de la cocina con rostro serio y los dorados ojos
brillando furiosos. Creía que Rexford había llegado y pensaba ponerlo de patitas
en la calle en ese mismo momento, sin embargo se topó con la entrada de Yaron
que sacudía la nieve de sus anchos hombros. -¡Que pronto has llegado! – dijo Sara
acercándose – pero mejor, porque tengo que hablar contigo aunque te enfades.
Alex asintió y recorrió con la mirada la amplia galería, luego poso la vista sobre
ella. -¿ya te has dado cuenta? – preguntó él despojándose el largo abrigo para
dejarlo en una alto perchero de pie. -¿de qué? -Vamos al estudio preciosa, lo que
tengo que decirte no te va a gustar ni un poquito – alzó la cabeza - ¿Dónde está
Rexford? -No ha llegado aún, pensé que eras tú. Es bastante importante lo que
tengo que decirte. -Lo mío también – contestó él abriéndose paso hasta el estudio.
La dejo pasar a ella primero y una vez a solas cerró la puerta. – No me di cuenta
hasta que llegué a casa de Andrew – Apoyó las caderas en el escritorio y la observó
cruzando los brazos. Sara dedujo que algo grave habría pasado, no había visto
nunca tanta preocupación en los amados ojos turquesas. -Me tienes en ascuas
Yaron. ¿Qué ha pasado? -Sobre las credenciales de Rexford… No sé si habrá
mentido como tú dices, pero lo que no me di cuenta fue su lugar de nacimiento. El
hombre es de Birmingham. Sara abrió los ojos aunque no estaba del todo
sorprendida. Con un puño se golpeó la palma de la otra mano con satisfacción. -
¿trabaja para el coronel? – le preguntó animada por aquel descubrimiento – Ya
decía yo que había algo extraño en él. ¿Le contrataste tú? -No – negó con la cabeza
– Castor se encargó de todo. Por lo visto el hombre vino sabiendo que
necesitábamos mayordomo y lo contrató por ser el primero que apareció, Andrew
estaba con él y le dio el visto bueno. Sara se sentó en una silla con los ojos clavados
en su esposo. -He vuelto a entrar en su dormitorio – comentó,vio como Yaron
tensaba la mandíbula y se apresuró a explicarle sus razones. – Rexford tiene que
recoger un pasaje para Nueva Orleans, si no lo está consiguiendo en este
momento. – agitó la mano como si eso fuera lo que menos importara – En un
papel tenía apuntado una fecha y esta mañana quería confirmar si realmente había
escrito el día veintidós pero no halle lo que buscaba, ha debido de quitarlo pero en
su lugar encontré un frasco – le relató la extraña muerte del gato del cocinero –
creo que es veneno. Alex se enderezó y caminó hasta la ventana. En el exterior
había comenzado a nevar con fuerza y las calles de Londres empezaban a cubrirse
de un manto blanco y espeso, excepto por donde los peatones y los carruajes
pasaban que se estaban formando verdaderos lodazales. -¿Dónde lo guarda? -
Debajo de la cama en una caja. Despídelo Yaron. No me gusta que ese hombre esté
cerca de nosotros. No sé si realmente tendrá algo que ver con el coronel o es pura
coincidencia pero estoy empezando a tener miedo de verdad. - Sara – empezó el
hombre frotándose las manos. Arrastró otra silla hasta ponerla frente a ella y se
sentó con las piernas abiertas y las manos apoyadas en sus muslos. Clavó su vista
en ella con seriedad – Nunca he sido un pirata como tú crees, por lo menos no un
pirata que va asaltando barcos a diestro y siniestro. Estuve en la armada Británica
bastante tiempo. Cansado de esperar a que me dieran mí ascenso presente mi
renuncia. Solo quería capitanear mi propio barco y formar una compañía con
naves destinadas al comercio. Su Majestad la reina no aceptó la renuncia y me
propuso trabajar de incognito para la corona. – hizo una pausa estudiando el
rostro de su esposa que lo escuchaba con atención, después de tanto tiempo por fin
iba a descubrir la verdad sobre él – Hasta la corte había llegado el rumor de que
algún notable Ingles con algunas influencias quería sembrar la discordia entre
América y este país. Fui el encargado de detener esos ataques durante estos
últimos años mientras los hombres de Scotlan Yard averiguaban desde aquí quien
era el líder, cosa que aún no han hecho. La muerte del Gitano fue pactada para
mantener la imagen de la corona limpia, solo unas pocas personas de la cámara de
los lores conocen la verdad. -¿quieres decir que Inglaterra te pagaba por hacer lo…
que hacías? – se sorprendió y Alex asintió aguardando su reacción. Sara no había
esperado algo así pero sintió un gran alivio al descubrir que su esposo no había
actuado fuera de la ilegalidad -¿podría ser el coronel ese hombre que busca la
Yard? - En este momento apostaría que sí, por eso no puedo despedir a Rexford
aun. Necesito tenerlo cerca para saber todos sus movimientos. Necesitamos tener
pruebas y ese hombre sin saberlo nos va a servir de ayuda. -Pero sería peligroso
¿no? ¿Y si pensaba envenenarte? -Si hiciera eso nunca podrían descubrir el vínculo
que me une a este país. – Negó con la cabeza y sus ojos se dilataron por unas
décimas de segundo – Necesito que Kendal y tú salgáis de la casa, he hablado con
mi hermano… -¡no quiero marcharme sin ti! ¡Por favor Yaron! Debe haber otra
solución – rogó inclinándose hacía él para tomarle las manos. -Lo más importante
para mi eres tú Sara y el coronel lo sabe. No voy a permitir que te haga daño solo
para verme colgado. Serán solo unos días. Después de la boda de tu hermana nos
iremos a Virginia una temporada, pero ahora quiero alejarte de todo esto. De los
ojos dorados descendieron dos gruesos lagrimones y Yaron, con los dedos
pulgares los retiró con ternura. -Podría ir con mi padre… - Empezó a decir ella,
Alex negó con una triste sonrisa – Es que creo que si me separo de ti algo malo te
va a ocurrir – rompió a llorar y él la cogió en brazos para sentarla sobre sus piernas
y consolarla acariciando sus largos cabellos. –Prométeme… que todo… va a salir
bien. ¡Si te ocurriera algo…! – sollozó con más fuerza. Yaron la abrazó sintiéndola
temblar bajo sus brazos. -Voy a estar bien preciosa, te lo prometo. No pienso
perderos a ninguno de los dos ¿de acuerdo? Debes confiar en mí, Sara. Si tienen
planeado algo para la fecha que dices… - frunció el ceño - ¿es el día de la cena de
Erika? – ella asintió – Estaremos listos. Ella, suspirando con fuerza se buscó en el
bolsillo de la falda el pañuelo que siempre llevaba encima. Al hacerlo los gemelos
de su esposo cayeron rodando por el suelo. Se levantó a recogerlos y se los mostró
con la palma abierta y el rostro surcado por las lágrimas, - Los olvidaste. Yaron los
tomó para dejarlos sobre la mesa pero se sorprendió ante el peso de las joyas. Se
incorporó él también para echarlas un vistazo. -Son falsos. Rexford nos ha dado el
cambiazo – gruñó furioso deseando matar al hombre, matar al coronel y matar a
todo aquel que se atreviera hacer daño a su familia. Sara volvió a llorar con más
fuerza al tiempo que se sonaba la nariz ruidosamente. Yaron salió del despacho
pero regresó enseguida con Simón a quien puso al corriente de todo. -Sara
preparar vuestras cosas. Laura se marchara contigo – ordenó Yaron con los ojos
inyectados en furia y su rostro tenso de manera peligrosa, abrió la caja fuerte y
sacó un montón de documentos, todos enrollados y con el sello de la corona. –
quiero que guardes esto contigo. No va a ocurrir nada, pero si pasara… - La joven
parpadeó para enfocar mejor su visión y negó, sin embargo Yaron continuó – Mi
hermano sabria que hacer con esto. Todo esto te pertenece. -¿y si solo sacáramos a
Kendal? Yo puedo quedarme contigo y podemos fingir que el bebé se encuentra…
- Sara no – atajó él. – Haremos correr el rumor de que Rouse está algo indispuesta y
os alojareis allí para ayudarla en lo que sea. Difícilmente nadie pueda entrar en la
casa. – la colocó las manos sobre los hombros – te prometo mi amor que te tendré
informada en todo momento. -El jefe tiene razón – dijo Simón mirándola –
posiblemente al sacaros de la casa el Coronel sienta dudas y quiera hacer algo
antes de darle tiempo a planear nada. Sara con nerviosismo se pasó las manos por
la cara. No estaba nada convencida con lo que Alex proponía, es más estaba
aterrorizada de saber que se quedaría solo ¿y si lo envenenaban? ¿Y si lo
asesinaban? Era consciente que si algo de esto sucedía ella no podría seguir
adelante, no querría seguir sin él porque el dolor sería más fuerte que todo eso. -
Sara no te preocupes – la intentó animar su esposo rodeándola los hombros con un
brazo – Me he enfrentado a gente mucho peor que Rexford y El Coronel Fielding.
Estaré preparado para lo que surja. Por supuesto informare a los hombres de Yard
e infiltraremos en la fiesta de tu hermana algunos hombres del Diábolo. Ella miró a
Simón ansiosa: -Prométeme que le vas a cuidar. -Siempre lo he hecho – dijo él con
una sonrisa – Un poco de acción no nos vendrá mal ¿verdad Gitano? Alex asintió
imperceptiblemente. - De momento no debemos decir a nadie donde vas, Sara. Yo
prometo reunirme contigo siempre que pueda. La joven le abrazó con fuerza
clavando las uñas en sus anchos hombros. ¿No había querido tener una vida que
rompiera con la monotonía? Decididamente era mejor leer esas historias en las
novelas que sentirlas en sus propias carnes. Simón abandonó el despacho cuando
Yaron se apoderó de los labios de su mujer con una pasión que no concordaba para
nada con el peligro que les acechaba. Sin hablar, solo con besos y caricias Sara se
entregó a su esposo en el estudio. Le amó como si fuera el último día de su vida y
cuando Alex entró en ella, olvidó por un momento que existía un mundo fuera de
aquella habitación y a pesar de llorar durante todo el acto de amor, y de
demostrarle que él era lo más importante en su vida, disfrutó con ansia del placer
que la regalaba.

32 Quedaba muy poco tiempo para Navidad y varios comerciantes habían


colocado enormes abetos adornados con multitud de bolas de colores y lazos en
plena acera. Las farolas también lucían hermosas vestidas con las rojas flores de
pascuas, e incluso los carruajes portaban rosetas multicolores en sus partes
traseras. Tras los empañados cristales de los comercios las velas danzaban al son
de los canticos populares. El espíritu de la Navidad invadía las frías y heladas
calles de Londres que ese día habían despertado cubiertas por una espesa capa de
nieve. La tarde se había tornado agradable con la presencia de Erika y su
prometido el conde Wakefield, aunque se habían retirado temprano. Sara hubiera
deseado que se quedaran a cenar, el conde era un bromista encantador y ella tuvo
que admitir que ahora que conocía a los ingleses no parecían tan sosos como había
imaginado, por lo menos algunos. Sin embargo unas horas después, Sara salió de
Yaron House envuelta en su nueva capa color berenjena, bajo ella llevaba un
vestido rojo con un enorme volante blanco en el cuello y otros más pequeños en los
puños. Laura había recogido sus cabellos plateados en un peinado que nunca
pasaba de moda y varios mechones escaparon en su carrera. La habían informado
que Alex la esperaba fuera con el propósito de llevarla a cenar a algún sitio
elegante y no quería que el hombre permaneciera en el exterior aguardándola más
tiempo de lo normal. Y sobre todo porque deseaba verlo, porque aun sentía como
su corazón palpitaba a mil por hora cuando los ojos turquesas la miraban con
adoración. Se sentía como si estuviera viviendo un amor secreto y aunque veía a
Alex a menudo echaba mucho de menos despertarse junto a él cada mañana, eso
cuando dormía porque últimamente había comenzado a sufrir de insomnio. Se
abrazó a Yaron sin importar estar en plena calle. Su esposo estaba muy elegante
con un traje gris y una capa del mismo tono. -¿estas lista? – la preguntó tomándola
de la mano para acercársela a los labios. Su porte gallardo y al mismo tiempo
peligroso la fascinaba cada día más. Su altura, la anchura de sus hombros, la forma
en que inclinaba hacía ella su cuello bajando la cabeza con lentitud para probar sus
labios. La manera tan cautivadora de mirarla, con esos ojos claros, brillantes,
cálidos y aun tiempo tan inhumanos, esa mirada que contrastaba sobre la tez
morena como dos gemas turquesas. Sara le acarició la mejilla y pasó sus dedos por
la oreja donde tiempo atrás había lucido un arete. Algún día le pediría que se lo
pusiera, que la hiciera el amor…con él, con aquel chaleco negro… Yaron elevó las
cejas esperando una respuesta. Ella asintió con ojos brillantes alejando sus lascivos
pensamientos en un rincón de su cabeza y dejó que la guiara por la calle, la mano
del hombre rodeaba su talle para que no resbalara sobre el piso. -¿Dónde me
llevas? – le preguntó con las mejillas enrojecidas por el frio. -Ahora lo veras, es una
sorpresa – caminaron hasta la esquina de la calle donde el vehículo les estaba
esperando. Las ruedas estaban totalmente hundidas en la nieve y fue un milagro
que los caballos de tiro lo sacaran del estacionamiento. Sara y Alex compartieron el
mismo asiento, ocultos tras las cortinas se besaron y acariciaron como dos jóvenes
que acabaran de descubrir el amor. El tiempo era crucial y ellos intentaban
aprovechar cada segundo que podían compartir. El carruaje se detuvo y el cochero
abrió un pequeño compartimento para avisarlos que no podían continuar. Yaron se
asomó a la ventana algo desilusionado. A lo lejos podía ver los altos mástiles de su
nueva goleta que se recortaban bajo la luz de la luna “la escocesa”. -Andaremos un
poco – la informó saliendo al exterior. Sara le siguió y se vio cogida en vilo por la
cintura hasta posar los pies sobre el suelo, por un momento las anchas faldas
volaron por su cabeza. -¿en el puerto? – le preguntó extrañada mirando en
derredor–No sabía que aquí hubiera restaurantes elegantes. – dudó frunciendo el
ceño con las palmas de las manos abiertas sobre el pecho del hombre. -Y no los
hay – contestó con una sonrisa que implicaba que estaba cometiendo alguna
travesura. -¿de qué se trata Yaron? – preguntó dejándose llevar por la sucia calle
que accedía al puerto. Alguien había retirado bastante nieve con las palas y la
habían amontonado junto al borde de los edificios. De las tabernas salían retazos
de música así como griteríos y risas. Las prostitutas se dejaban ver saliendo al
exterior de vez en cuando, apenas abrigadas y con ropas bastante provocativas. El
suelo era bastante peligroso, el barro, el agua y el hielo lo hacían casi intransitable.
Por no contar que la gente de esos barrios lanzaba las aguas residuales por las
ventanas y el olor era insoportable. Se detuvieron ante una hermosa embarcación
de tamaño considerable y Yaron la señaló una hermosa mujer tallada en madera
con cuerpo de sirena. La figura tenía un enorme lazo rojo sobre su pecho desnudo
y parecía comandar el barco con una sonrisa. -Tu regalo de Navidad – susurró
abrazándola por la espalda para admirar con orgullo la nave – “la escocesa” Sara
abrió la boca con sorpresa, extasiada ante tal maravilla. -¡Un barco! – exclamó
emocionada, sin aliento-¡No lo puedo creer! – se giró entre sus brazos leyendo en
sus ojos turquesas que aquello era cierto -¡Me has regalado un barco! – repitió con
un grito de alegría y con el deseo repentino de ponerse a bailar sobre el suelo. - ¡Es
mío! – rio de pura dicha. Yaron lanzó un potente silbido y Castor apareció por un
costado saludándolos desde lo alto, haciendo señas para que subieran. Sara se
aferró con fuerza a la pasarela para no resbalar mientras Alex la seguía de cerca,
siempre pendiente de que no cayera. Castor la tendió la mano una vez que llegaron
arriba y la muchacha le saludó con un abrazo lleno de afecto. -Bienvenida a “la
escocesa” – Castor sonrió con el mismo orgullo con el que lo hacía Yaron. Varias
luces iluminaban la cubierta haciendo que la goleta pareciera mágica. Había lazos
dorados, azules y rojos por todos lados, algunos ya estaban mojados y embarrados
pero bajo la tenue luz no se veían mal. -¡Es preciosa! ¡Es…!- no tenía palabras para
definir lo que sentía en aquel momento, jamás había soñado con poseer una
embarcación, ni siquiera se la había pasado por la imaginación. Y ahora tenía una
muy hermosa, parpadeó con fuerza queriendo evitar que las lágrimas empañaran
sus ojos sin mucho éxito. ¡Yaron, su Yaron la había regalado una goleta! Volvió a
reír encantada y abrazó a su esposo con tanta fuerza que apunto estuvieron los dos
de caer. Castor caminó hasta un banco de madera que se hallaba contra una pared,
debajo guardaban cuerdas y aparejos. Sacó una botella de champán y se la entregó
a Sara con una sonrisa. -Señora Yaron, sería tan amable de hacer el honor. Sara la
tomó entre sus manos y con una sonrisa nerviosa los miró expectante. -Preciosa
tienes que lanzarla. – avisó Yaron después de esperar un rato. -¿El qué? ¿La
botella? – Alex asintió con una carcajada y se colocó tras ella, la elevó la mano,
apretó su pecho contra la delgada espalda y apoyó su cara en el hueco de su
cuello, mejilla contra mejilla -¿hacia dónde apuntamos? – le preguntó emocionada,
sintiendo la calidez del aliento de su esposo contra su piel - ¿y porque hacemos
esto? – notó como él se encogía de hombros y disimuladamente la apretaba con las
caderas sintiendo la dureza masculina contras sus nalgas a pesar de las ropas. Las
mejillas de Sara adquirieron un repentino tono rosado más bien tirando a colorado.
- Una tradición, bautizar la goleta – contestó Alex dejando escapar una risa suave,
seductora. Lanzaron el champán y la botella se hizo añicos en la baranda de metal
que se recortaba contra la negrura del mar. -Yo, Sara Yaron Hamilton te bautizo
como “la escocesa” – bromeó con voz fuerte y clara para que pudieran escucharla
los hombres que se hallaban apostados junto a la bodega. Los había descubierto
cuando Yaron miró hacia allí con un guiño. En cuestión de segundos los hombres
vitorearon con fuerza formando un gran alboroto sobre cubierta, olvidados en ese
momento que era de noche y que las temperaturas posiblemente se encontraran a
bajo cero. Entre vivas, hurras, risas y aplausos Sara se cogió del brazo de su esposo
y los saludó de uno en uno. Conocía a la mayoría de haberlos visto en el diábolo.
Hombres fieles que seguían al servicio de Yaron, personas a la que la sociedad le
habían mirado tan mal como Alex, si saber que si no fuera por ellos Inglaterra y
América hubieran iniciado una nueva guerra hacía ya tiempo. Castor y Yaron la
mostraron el lugar a conciencia aunque acortaron el paseo debido al frio que hacía.
“La escocesa” tenía un amplio y elegante comedor con las paredes forradas en
papel beige y los suelos cubiertos con moqueta burdeos. Del techo pendía una
araña que atrapaba todas las luces de los apliques formando un pequeño arcoíris.
La mesa estaba perfectamente colocada para dos personas y varias velas lucían en
el centro del delicado mantel de lino. -Ahora os subirán la cena – dijo Castor
saliendo de allí. -¡es maravilloso! – rio Sara tratando de desatar los nudos de su
capa. Tenía las manos tan frías que Yaron tuvo que ayudarla. – No sé qué decirte,
no lo esperaba. ¿No crees que es demasiado para un regalo de Navidad? Alex
inclinó la cabeza y elevó las cejas con gesto de sorpresa. -¿tal vez esperabas alguna
joya? – la preguntó apartando la silla para que tomara asiento. Se despojó su capa y
dejo la prenda sobre la de Sara en una butaca de madera con base de pana roja y
sirvió dos copas de vino. -Si te soy sincera era eso lo que esperaba. Pero prefiero
esto – se apresuró a decir no fuera a ser que Yaron cambiara de opinión. El
hombre rio divertido y la entregó la pieza agachándose junto a ella para entrelazar
los brazos y beber con las copas cruzadas. No se apartó después de beber y sus
labios se rozaron con suavidad. Dejó la copa a tientas sobre la mesa sin apartar los
ojos de ella. -Una joya para mi joya – la susurró nervioso. Al incorporarse sus
manos tenían un pequeño estuche forrado es satén amarillo, lo abrió él ante la
atónita mirada de Sara. En el interior una hermosa gargantilla de brillantes y unas
gemas entre ámbar y doradas que Sara no había visto nunca la dejaron
boquiabierta. -Calomelas – dijo Yaron señalando las gemas – quería que fueran
exactas al color miel de tus ojos. – asintió satisfecho. - ¿me permites? – agitó la joya
y Sara sonrió girándose ligeramente e inclinando el cuello para que lo abrochara
sin dificultad. Sintió un reguero de cálidos besos tras las orejas y soltó un suspiro
de ensueño. Se giró hacía su esposo para mostrarle la gargantilla, él se hallaba con
una pierna arrodillada sobre el suelo mirándola con pasión. Sara apoyó una
delgada mano sobre el ancho hombro y le sonrió con pena. -No nos pasará nada
¿verdad Yaron? – Su voz tembló - Será siempre igual para nosotros ¿verdad? Le
vio tragar con dificultad, disimulaba fatal. Sara le besó para no obligarle a mentir.

33 Sara se hallaba en medio de la cama sumida en sus propios


pensamientos. Había colocado un almohadón en el centro del colchón donde
apoyaba la cabeza, ajena a la ardiente mirada del hombre que en ese momento
ingresaba en el dormitorio con una sonrisa lasciva. Estaba recostada de espaldas y
una larga pierna, marfil y deliciosamente torneada, subía por la delicada columna
del dosel mientras los dedos de sus pies jugaban con el cordón que ataban las
colgaduras. Los brazos estirados hacía arriba, cubiertos a medias por el revuelto
cabello que brillaba como hebras de platas bajo la luz de las velas, se mecían
ligeramente al compás de una melodía que solo ella misma conocía. Tenía los ojos
cerrados sin embargo movía los labios entonando una canción silenciosa. La visión
de su cuerpo cimbreante contra las sabanas, solo cubierto por un finísimo corsé en
tonos cremas que mostraba la mitad de los senos, caía suelto sobre las caderas y en
ese momento dejaban toda la longitud de las piernas al descubierto, lograban
dejarle sin aliento y excitarlo sin compasión. Cuan bella y hermosa era Sara y que
poco parecía darse cuenta de que con una sola mirada lo había esclavizado. Que
distinta había sido su vida antes de conocerla, tan fuerte, tan listo, siempre
controlando las cosas, pendiente de todo cuanto le rodeaba, liderando con
seguridad y ahora, solo una mirada de ella y sería capaz de poner el mundo a su
pies. Algunos de sus amigos no le reconocerían, se preguntarían donde había ido
a parar aquel que trazaba los planes sin omitir detalles, que se enfrentaba a los más
osados con el sable en la mano y una fría sonrisa por compañía. Hay quienes
incluso buscarían reírse, pero por raro que le pareciera, no le importaba. Ya no era
el mismo, aquel loco que no temía a la muerte, el que era capaz de atravesar el mar
sin decaer antes los suaves cantos de las sirenas, el que había logrado penetrar
hasta las mismísimos calabozos de Palacio Real y Fortaleza de su Majestad para
rescatar a uno de los suyos. ¡Ya no le importaba! Se apoyó contra la puerta y con
los brazos cruzados sobre el pecho la observó fijamente. Ella había elevado la otra
pierna y las movía en forma de tijera, se estaba impacientando sin embargo él se
encontraba muy a gusto en aquel preciso momento, sentía como la excitación
viajaba por todas las venas de su cuerpo. Ella ladeó la cabeza y lo miró con ojos
burlones. Yaron sonrió pero no se movió, entonces Sara giró de forma lenta sobre
el colchón, sin apartar la vista de él. Por un momento el escote del corsé apretó las
carnes y se quedó flojo, mostrando los senos que asomaban fuera de la prenda.
Alex se pasó la lengua por los labios y un sudor perlado cubrió ligeramente su
frente, ella lo hacía a propósito, sabia el estrago que estaba causando en su interior,
sobre todo en dicha parte del cuerpo que parecía tener vida propia y que le pedía a
gritos que se acercara, que le dejara hundirse y liberarse de la tensión que
aplastaba sus riñones. Los ojos de Sara brillaron sensuales cuando se incorporó de
rodillas sobre la cama y con una lentitud abrumadora desató los finos cordones de
la prenda que la cubría. Yaron guardó el aliento hasta que la ropa cayó sobre la
cama y los pechos turgentes salieron libres de presión, liberados ante su atenta
mirada. Vio como la rosada lengua asomaba entre los labios, lamiendo y
mordiéndose la piel con total erotismo, como paseaba las manos por el vientre y la
cintura. No pudo más. No quiso ser un simple espectador, se acercó en dos
rápidas zancadas y sus manos se unieron a las de ella, acariciando donde ella lo
hacía. Cuando quiso alcanzarla un pecho la joven le detuvo tomándole de la mano
y una mirada apasionada llena de promesas. Yaron la cazó los labios en un solo
movimiento y profundizó su beso hasta que la joven dejo caer las manos rendida a
la caricia de su boca, impotente y sin fuerza bajo el cálido aliento que ahondaba en
su ser, en su alma. Lentamente su lengua se deslizó por el esbelto cuello y los
hombros, deteniéndose justo en la excitante curva, dejando una agradable
quemazón en la piel, un cosquilleo apabullante que cambió el ritmo de su
respiración. La escuchó jadear cuando sus dientes rozaron la delicada piel de un
pecho, la piel sedosa y fresca reacción y el pequeño botón que culminaba el
perfecto montículo se hinchó adquiriendo un tono oscuro, casi tostado. Yaron lo
tomó con suavidad entre los dientes y lo golpeó rítmicamente con la lengua. Sara
apoyó las manos en sus hombros para guardar el equilibrio y él aprovecho para
tomar el otro seno y prodigarle las mismas caricias que a su gemelo. Sara dejó caer
la cabeza hacía atrás y cerró los ojos con un suspiro, el hombre seguía deslizando
los labios sobre su vientre y jugó muy cerca de su ombligo, bajando hacia el pubis
pero subiendo antes de llegar, lamiendo la piel, saboreando cada centímetro. La
joven le tomó del cabello y lo atrajo contra ella rogando en un murmullo. Alex
elevó la cabeza y se desnudó con prisa para volver acercarse y tras tomar las
caderas con sus manos apretar los labios contra su estómago, un vientre plano y
liso que no siempre fue así. Casi con furia y con el oscuro sentimiento de saber que
no estuvo allí cuando hubiera debido la besó con ansia, haciéndose la solemne
promesa de no faltar nunca más. Sabía que no debería estar haciendo futuros
planes cuando su vida pendía de un fino hilo que en cualquier momento podrían
cortar. Sobre todo en dos días, solo en dos días se decidiría todo su futuro. A parto
esos pensamientos de sí, los echó de su mente cuando Sara le mordisqueó la
mandíbula. La hizo recostar sobre la cama y hundió su boca en el cuello donde
presionó con la lengua y la notó temblar entre sus brazos. ¡Era suya! No podía
creer que su más ansiado sueño se hubiera cumplido, que aquella beldad de
cabellos plateados y rostro de ángel le perteneciera, le hubiera dado un hijo, se
hubiera convertido en su esposa. La adoraba y era tanto el grado que su corazón
dolía de imaginar que algo malo pudiera pasarla. No lo permitiría. -Te amo –
susurró ella y Yaron se deshizo, se olvidó de todo excepto del cuerpo que se
retorcía contra él excitándolo, llevándolo a los más altos límites de la pasión. Tan
solo esperaba que después de esos dos días ella siguiera opinando lo mismo. Que
se diera cuenta que no tenía otra forma de actuar si quería mantenerlos a salvo.
¡Claro que se iba a enfadar! ¿A quién pretendía engañar? Ella no podía enterarse, el
señor Hamilton no debía saberlo y Andrew lo haría encerrar de saber lo que se
proponía. Fielding quería al gitano, el veintidós de diciembre se encontraría con él.
Lucharía a muerte y ni siquiera le importaba que la reyerta tuviera lugar en “la
escocesa” ni que los hombres del coronel doblaran a la tripulación. La nave que
Fielding había contratado para comenzar de nuevo sus ataques con la costa de
Virginia. Que sorpresa cuando se enterara que había contratado ni más ni menos
que a su peor enemigo. Lástima que se fuera a dar cuenta en alta mar. Cuando
Sara le besó ante la puerta de Yaron House, Alex la detuvo adrede para observar
su dulce rostro aun arrobado por la noche de pasión vivida, para llevarse el
recuerdo de los bellos ojos ambarinos. -¿Qué ocurre? – le preguntó ella con mirada
preocupada paseando los largos dedos sobre su mejilla. -Nada mi amor – La tomó
la mano para besarla el dorso con fuerza, reteniéndola contra él los últimos
segundos antes de marcharse. – Prométeme que te vas a cuidar mucho – no quería
susurrar pero tenía miedo de que su voz temblara, de que ella dudara. – Hemos
pasado una buena noche – consiguió sonreír. Sara asintió y con ambos brazos le
enlazó la cintura para aplastar la mejilla contra su pecho. - Si pasara algo me lo
dirías ¿verdad Alex? – le preguntó sin mirarle. Alex la observó fijamente la
coronilla y asintió, ella no podía verle pero si sintió su movimiento. -Entra
preciosa, aquí hace mucho frio. Sara asintió elevando la cara para besarle una vez
más. -Estoy cansadísima – frunció los labios divertida – no me has dejado
descansar nada. El brillo de su mirada turquesa no lució como siempre. La acarició
los hombros y con suavidad la empujó al interior de la casa. La muchacha levantó
una mano a modo de despedida antes de cerrar la puerta. Alex cruzó la calle y
desde allí observó como alguien iluminaba un dormitorio de la casa , sin duda Sara
que corría a desnudarse para aprovechar la hora que faltaba para que amaneciera,
cinco minutos después la luz se disipaba. No supo cuánto tiempo se quedó allí,
pensando, planeando sus próximos movimientos. Miró una vez más hacía la
ventana antes de marcharse y la vio, Sara estaba apoyada en el cristal con los ojos
fijos en él y un gesto triste en su mentón. 34 34 -¡Maldito seas, Yaron! – susurró
Sara con los dientes apretados y los ojos clavados en aquella escueta nota. -¡Sara
por favor estese quieta o seré incapaz de prender el broche! – la doncella luchaba
por colocar el alfiler sobre el tercer lazo azul que adornaba la parte delantera del
vestido, justo encima del encaje blanco que cubría el tórax. La muchacha no
contestó y lanzó el papel que sostenía hacía el tocador, cayó al suelo antes de llegar
a su destino. Cuando Laura acabó Sara se giró al espejo observándose atentamente.
El vestido era una maravilla de satén azul brillante, los puños estaban adornados
con un volante de gasa que provocaba cosquillas en las muñecas y tres lazos
colocados diestramente, en el pecho, en el vientre y en la unión de su cintura, le
daban un aire majestuoso, casi de realeza. Las faldas caían anchas y largas rozando
con un suave siseo el suelo. Cogió el abanico de mismos tonos y con fuerza lo abrió
y cerró un par de veces antes de arrojarlo sobre la cama. Desde un principio sabía
que Yaron se proponía algo aunque no tuviera idea de que. ¿Por qué no pensaba
acudir a la cena de Erika? ¿Qué era eso tan importante que le impedía reunirse con
ella? Si al menos le pudiera preguntar a Simón, podría aclarar algunas dudas, sin
embargo el hombre tampoco había dado señales de vida. ¡Que le disculpara ante el
Conde Wakefield y su hermana…! ¿y ella? ¿Acaso estaba destinada a encontrarse
sola en los días más importantes? Su enfado iba creciendo a medida que la mañana
avanzaba y los preparativos llegaban a su fin. Laura con Kendal en brazos informó
que estaba lista para partir. En el último momento Sara había decidido llevarse al
niño a la fiesta. La casa era bastante grande y Laura y él se encontrarían seguros en
los pisos superiores. Fueron los primeros en llegar y Rouse corrió hacía Erika para
tratar de tranquilizarla antes que todo el ajetreo ingresara entre las paredes de la
mansión. -Entonces ¿no va a venir? – preguntó Andrew observando la ancha calle
a través del ventanal. -No – negó Sara mordiéndose el labio inferior - ¿a ti no te ha
dicho nada? – le miró queriendo sonsacarle cualquier información por mínima que
fuera pero Andrew tenía cara de no saber absolutamente nada. -Solo espero que
sepa lo que está haciendo. -Ja – bufó ella volviéndose de nuevo hacía la ventana.
Llegaron hasta ellos las voces de los primeros invitados y Sara se agarró la falda
azul volviéndose hacía la escalera – Regreso en seguida, voy a echar el ultimo
vistazo a Kendal. Laura leía apaciblemente un cuento al infante y casi obligó a
Sara abandonar el dormitorio ahora que el niño estaba relajado. Cogió aire antes de
descender por las escaleras y aunque trató de evitar los múltiples saludos no pudo
zafarse de todos. Hubo una pequeña recepción antes que los invitados pasaran al
comedor, el salón más grande de la casa había sido habilitado como sala de baile
colocando largas mesas bajos los ventanales adornados con muérdago. Las damas
venían enjoyadas luciendo sus mejores galas, una profusión de telas, encajes, gasas
y una fuerte saturación de perfumes hizo que Sara aprovechara en más de una
ocasión para escapar a las cocinas donde allí el ajetreo era incesante pero se
respiraba mejor. Camareros que entraban y salían con bandejas, doncellas que
vigilaban si algún vaso se derramaba o algún jarrón caía, siempre había alguien
que sin querer causaba algún destrozo. El cocinero francés y su ayudante corrían
por las dependencias haciendo volar los platos, condimentando salsas y
preparando los postres. Eran muchas las personas que habían acudido a la fiesta
de Erika, entre ellas descubrió a dos de los hombres que trabajaban al servicio de
su marido y que para incomodidad de ella no la quitaban los ojos de encima, para
colmo la gente comenzaba a murmurar. Ambos hombres, aunque elegantes,
vestían casacas largas adornadas con grandes botones y llevaban los holgados
pantalones introducidos en las botas de piel. Tan solo les hubiera faltado el
pañuelo en la cabeza y el sable en las caderas para identificarlos como corsarios.
Cuando estos se detenían en algún lado siempre lo hacían con las piernas
ligeramente entreabiertas como si aún siguieran en la cubierta del navío. Había
también varios soldados con su rojos uniformes que trataban de seducir a las
jovencitas más incautas, tan solo trataban de pasar una agradable noche con un par
de buenas piernas femeninas rodeando sus caderas. La música resonó por todas las
habitaciones de la planta inferior y arriba tan solo llegaba un débil rumor.
Comieron del amplio y generoso bufet que habían dispuesto en las mesas y los
invitados pronto corrieron a buscarse sillas donde descansar antes de que la fiesta
llegara a su apogeo. Sara caminó entre ellos, fingiendo reírse ante alguna broma y
cuando el baile comenzó, por mucho que tratara de esconderse siempre había
alguien que parecía buscarla continuamente. Se pasó la mitad de la noche huyendo
de los cotilleos, bullendo en su interior con un mal presentimiento. Sus
pensamientos volaban continuamente hacía Alex ¿Qué estaba haciendo? ¿Dónde
estaba? Era tarde y Kendal ya estaría durmiendo, subió por última vez a echarle un
vistazo. El dormitorio apenas se hallaba iluminado con la luz del hogar y todo se
encontraba en silencio, por lo menos eso es lo que había pensado hasta que vio la
figura que se movía tras la cortina. -¿Quién anda ahí? – preguntó con voz
temblorosa apretando el estúpido abanico con una mano. -¿Laura eres tú? Nadie
respondió sin embargo Sara podía ver su forma recortada a la luz de la luna.
Caminó despacio hasta la cuna donde el bebé dormía plácidamente. Frunció el
ceño. -Quien esté tras las cortinas que salga ahora mismo – dijo buscando la
lamparita que había sobre una de las mesas. Estaba consiguiendo encender un
fosforo cuando la silueta tras las colgaduras salió de su escondite. - ¿Quién es? –
abrió la boca para gritar. Con seguridad los hombres del diábolo se hallaban tras la
puerta esperando a que ella saliera. Se quedó quieta, paralizada cuando sintió la
fría cuchilla de acero presionando contra su cuello desnudo, justo allí donde latía el
pulso con más fuerza. -Le aconsejo que no haga ninguna tontería – susurró una
voz ronca junto a su oído. Sara asintió con miedo al tiempo que tragaba con
dificultad. En la penumbra descubrió una figura más que yacía sobre la alfombra.
Laura había sido golpeada y abandonada sin ningún miramiento sobre la alfombra
del piso. -No debió de subir tan pronto, señora Yaron. Parece que está empeñada
en estropear mis planes una vez más- volvió a decir otra vez el hombre que la
rodeaba los hombros con fuerza y que seguía apretando el arma contra su cuello. -
No sé qué piensa hacer – logro decir con voz serena, aunque su interior deseaba
gritar como una loca deseosa de deshacerse del hombre. – La casa está vigilada y
no podrá salir de aquí. -Por supuesto que sí – rió el otro hombre al que no conocía
de nada. Hablaba con voz gangosa y se movía como un auténtico marinero. – No
podemos llevarnos a los dos – le dijo al otro. Sara abrió sus ojos dorados con terror.
¿Llevarse? ¿Pretendían llevarse a su hijo? Eso sí que no. No sabía dónde andaría
Yaron pero estaba segura que él la sacaría de donde fuera. -No voy a permitir que
se lleven a mi hijo. Mi esposo les buscara y les mandará al infierno en un abrir y
cerrar de ojos. -¿Quién? ¿El Gitano? – el hombre del cuchillo se pegó a su espalda
y la muchacha sintió con asco la masculinidad contra sus caderas. Trató de
apartarse echando la cintura hacia delante pero solo consiguió que el hombre riera
divertido. -Alexander Yaron – contestó ella con un susurro –Mi esposo se llama
Alexander Yaron. -Nos lo llevamos a los dos. -¿a los dos? – preguntó el otro
levantando ligeramente la voz. – Podremos recoger al niño en otra ocasión, cuando
la perra muera delante de su… Gitano. Aquellas palabras fueron las ultimas que
Sara escuchó antes de caer desplomada sobre el piso a causa del golpe que le asestó
el hombre que tenía tras su espalda. El hombre que no era otro que un Rexford
muy enojado por haber tenido que seguir los movimientos exactos al descubrir
donde se hallaba el infante, pasó sobre el cuerpo de la joven para descorrer las
cortinas. La casa había estado vigilada, pero solo quedaban los dos hombres del
salón, el tercer hombre que se había apostado en la entrada de la casa, se hallaba
escondido en un oscuro callejón desangrándose con la abertura que le había
propinado en el pecho una hora antes. Rexford hizo una señal a alguien por la
ventana y se giró hacia la cuna. Su compañero tenía razón, no podían llevarse a los
dos. Su objetivo era el crio, Bells se enfadaría si no cumpliera con su cometido,
pero ¡qué diablos! Él estaba al servicio de Fielding, estaba arriesgando su propia
vida por su amo, no por el condenado hermano de un traficante de esclavos. -
Tienes razón. Si Bells quiere al niño que pague por ello o lo haga él personalmente.
Estoy cansado de tener que soportar sus continuas órdenes. ¿Quién se habrá creído
que es? – Se inclinó sobre el cuerpo de Sara y la tomó del mentón observándola
entre las sombras – Nos pueden dar mucho dinero por ella si no se la carga el
coronel antes. El capitán de “la escocesa” no pondrá ninguna objeción de que la
llevemos con nosotros hasta Virginia. -Tuvo mucha suerte de encontrar ese navío
dispuesto a zarpar con este temporal. El coronel ya se hallará a bordo sin duda.
Rexford asintió. No es que fuera una suerte, había quedado en pagarle al capitán
una fuerte suma de dinero por hacer la vista gorda. No conocía personalmente al
hombre aunque si había escuchado de los pocos escrúpulos que tenía. La
tripulación eran peligrosos guerreros entrenados para enfrentarse con las más
oscura de las fuerzas que impregnaban los mares. Pero si, debía ser rápido antes
que el hielo que comenzaba a formarse les impidiera salir hacia las costas
americanas. Arrancó las cortinas y cubrieron a Sara con ellas. Desde el balcón
superior había una buena distancia y sería inevitable que la joven se golpeara, el
tercer hombre que esperaba abajo amortiguó el golpe con su propio cuerpo. Entre
las sombras de la noche y ajenos a los invitados subieron al destartalado vehículo
que les esperaba al final de la calle. Ya tendrían tiempo de coger al crio cuando
Sara fuera vendida, si el coronel lo permitía. ¿Dónde diablos estaría Yaron?
Rexford no había podido averiguarlo, era como si al hombre se lo hubieran
tragado las fauces de la tierra durante esos últimos dos días. Si Sara hubiera estado
despierta se habría reído a más no poder al descubrir que la estaban llevando a su
propio barco, donde sin duda, el capitán, el Gitano, esperaba impaciente.

35 Fielding se apretó la gruesa bufanda al cuello en un intento por combatir


el frio que se deslizaba como un asesino buscando una pobre víctima. El humo que
escapaba de los respiraderos de los locales se arremolinaba sobre el suelo girando
y danzando de un lado a otro según la brisa lo fuera empujando. Su mirada
estaba atenta a la calle y desde su posición en la cubierta de “la escocesa” era capaz
de cubrir una zona más amplia de su perspectiva. Era tarde y la noche envolvía el
puerto formando extensas lagunas de sombra, sin embargo desde allí, la silueta de
cualquier cosa era completamente visible, sobre todo la inconfundible forma del
vehículo que había entrado en la calle hacía unos minutos y que se acercaba
lentamente. Los cascos de los caballos resonaron en la noche con un suave eco.
Estaba impaciente por zarpar, cuanto más pronto se alejaran de allí más tarde el
Gitano les encontraría. También tenía unas ganas locas de perder un poco de vista
al almirante de “la escocesa”, ese hombre le estaba respirando en el cuello y de su
aliento emanaba fluidos alcohólicos que lograban marearle. -Parece que ya están
aquí – dijo el hombre rozándole ligeramente con el codo con lo que se ganó una
fría mirada. -Puede avisar a su capitán si lo desea. Podremos marcharnos en
cuanto suban – le contestó apartándose un poco de él. -No puedo hacer eso, señor,
tengo ordenes de verificar que es un crio lo que suben a bordo. A lo mejor no
suben nada. Fielding sintió ganas de abofetearle ¿acaso pensaba que sus hombres
fallarían? - Traerán al mocoso y nos podremos marchar, luego lo dejaremos con su
madre en Bristol. – continuó con la mentira que comenzó al contratarlos. -Ah, sí,
en Bristol le espera su familia – repitió el almirante asintiendo como bobo sin
quitar la vista del coche que acababa de frenar los caballos. Fielding se encogió de
hombros y haciendo una muesca de asco observó también la escena. -Usted
también descendía en Bristol – continuó diciendo el almirante como si acabará de
recordarlo. -Si yo también – dijo Fielding girándose hacia él nuevamente - ¿Cómo
dijo que se llamaba, almirante? -Castor – respondió el hombre – pero llámeme
Almirante – volvió asentir y cuando abrió los ojos sorprendido, el Coronel siguió
su mirada para ver que ocurría. El vehículo se había detenido y del interior
sacaban a una persona inconsciente. -¡Qué diablos! – Exclamó el hombre tras su
espalda – ¡dijeron que era un niño! Fielding se volvió una vez más a mirarle, pero
de nada sirvió su amedrentadora mirada, el almirante ni siquiera lo veía a él, solo
se limitaba a seguir los movimientos de los recién llegados con los ojos
entrecerrados, su rictus se había transformado y esa pose de tonto que tenía había
desaparecido. -¿habría algún problema? – preguntó Fielding. -Dijeron un niño. –
Negó con la cabeza – el capitán no va a permitirlo. -Voy acercarme a ellos a ver
que ha sucedido, usted espere aquí – sin aguardar respuesta Fielding atravesó la
pasarela agarrándose con fuerza a las sogas. Varias capas de hielo brillaban
peligrosamente sobre las tablillas. No llegó a bajar, se detuvo a mitad de camino y
regresó de nuevo junto al hombre. Total ¿para qué? Tenían que embarcarse de
todas maneras. Fijó su mirada en Rexford y luego descendió sobre la señora Yaron,
la inconsciente damisela hija del demonio. -¿y el mocoso? – preguntó sin apartar la
vista de ella, tenía que reconocer que la mujerzuela era hermosa. Un haz de luz
caía sobre el pálido y perfecto rostro acariciando sus parpados y aquellos labios
rosados que tanto deseaba probar. En el fondo se alegró de que ella estuviera allí,
la dama le iba a pagar una a una todas las veces que el Gitano desbarató sus
planes, las muertes de sus hombres, cierto que no los conocía, los contrataba y san
se acabó, pero no por eso dejaban de ser sus hombres. - Preferí traerla a ella. Va a
ganar más dinero vendiéndola, con el niño usted no se embolsaba nada coronel. –
Explicó Rexford. Fielding alzó las cejas y esbozó una sonrisa peligrosa. -Rex a ver
como se lo cuentas a los Bells – señaló con la cabeza el navío – esperan ansiosos al
niño. – se encogió de hombros y recorrió la pálida mejilla de la muchacha con un
dedo. La sostenían los dos hombres y uno comenzaba a quejarse de estar parado
con el peso encima. -No estará muerta ¿verdad? – el almirante se inclinó hacia
delante de forma exagerada dándole con el hombro y metiendo la cabeza casi
encima de la muchacha. -¡Apártese hombre! – lo empujó Fielding. Castor se
enderezó y miró a la calle una vez más. - Nos podemos marchar entonces
¿verdad? Debo avisar al capitán que en vez de un niño han subido una… parece
una dama con ese vestido ¿verdad? -No se fie de las apariencias – rió Fielding
abriendo la marcha. No vio la oscura mirada del almirante ni el riesgo que
entrañaba. -Será mejor dejar a la mujer en uno de los camarotes pequeños, tiene
cerradura. Aun no sé qué responderá el capitán – siguió diciéndole el almirante
caminando tras ellos– si la puerta tiene cerradura evitara que la tripulación de “la
escocesa” se la eche encima. ¿No lo cree, coronel? Claro, sus hombres tampoco
podrán entrar. -No. La llevaré a mi compartimento – le sonrió con frialdad –
Recuerde Almirante Castor, la mujer es mía. Ustedes cobraran cuando cumplan
con su cometido en Virginia. Rexford será quien les indique los objetivos una vez
allí, pero ahora, la mujer es mía ¿me ha oído? Y se lo puede decir también a su
capitán si quiere. Y usted, y usted – les señaló a todos – no quiero que nadie se
acerque a ella. -No es de extrañar – contestó el Almirante sin mirarlos – por lo
poco que he visto es una verdadera beldad. – Fielding le ignoró deliberadamente y
por un instante elevó la vista hacía los tres palos. No se acostumbraba a las goletas,
sus velas estaban dispuestas en el mástil siguiendo la línea de crujía, de proa a
popa, en forma de cuchillo. Esa clase de embarcación solía ser rápida y ligera, está
en especial era de gran tonelaje por lo que estaba totalmente preparado para cruzar
de un continente a otro. Castor silbó con fuerza y enseguida se oyó el repiqueteo
de una campana avisando a la tripulación. El coronel sintió un gran alivio cuando
sintió que el navío se puso en marcha y él por fin, podría sentarse frente alguna
estufa para entrar en calor. La esposa de Yaron fue dispuesta sobre la cama y
estaba a punto de cerrar la puerta cuando Castor le detuvo, otra vez con la cara de
bobo en su rostro. -Será mejor que deje a la mujer sola hasta que hable con el
capitán – insistió de nuevo. Fielding ya estaba comenzando a hartarse del empeño
de ese hombre por apartarle de la zorra. Lo miró dispuesto a decirle un par de
cosas pero el almirante terminó de abrir la puerta de golpe con una lacerante
mirada en sus rasgados ojos oscuros– Nos ha contratado para llevarle a usted y a
un niño al puerto de Bristol – enumeró con uno de sus gruesos dedos – nos ha
contratado para robar, atacar e incluso asesinar en las costas de Virginia – levantó
un segundo dedo y le apuntó con el dedo índice – No dijo nada de la trata de
blancos y eso – se encogió despreocupado de hombros – cambia las cosas. -¿Qué
quiere? ¿Más dinero? ¿Es eso? – preguntó enojado, pero el hombre negó con la
cabeza –entonces ¿el qué? - Quiero que la mujer este sola hasta que el capitán diga
lo contrario. Lo toma o se puede bajar ahora mismo con sus hombres. Fielding
apretó los puños con fuerza deseando poder romperle a ese engreído, todos los
dientes buenos que tuviera. Con un fuerte suspiro asintió y salió del camarote
cerrando la puerta con llave – me reuniré ahora con el capitán. -Será mañana, hoy
se ha ido a dormir y no quieren que lo moleste. Le sugiero que duerma en el
compartimento de su amigo o en la bodega con el resto de los hombres y sobre
todo, hable con ese matrimonio que está esperando el crio antes que sea demasiado
tarde. Yaron esperaba en su camarote paseando de un lado a otro, había
escuchado la campana de aviso y de un momento a otro Castor subiría a
informarle. Se pasó las manos por la cara para despejarse y aunque deseaba salir
en busca de Fielding y cortarle el cuello se reprimió, aún era demasiado pronto
para actuar. Se giró cuando llamaron a la puerta, el sable que colgaba de su cadera
quemó su pierna durante un instante, Castor ingresó acompañado de otro
hombre. -¿Cómo está mi hijo? – preguntó con ansia cerrando la puerta tras de ellos
y mirando fijamente al otro hombre. Un marinero que llevaba mucho tiempo a su
servicio y que se había infiltrado como secuaz de Fielding. -Su hijo está bien
capitán – asintió – Lo dejamos en la casa. Su esposa llegó justo cuando nos lo
íbamos a llevar. El tal Rexford cambió de opinión y es su mujer la que está a bordo.
–Alex le miró con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados – quería que nos
trajéramos a los dos pero le convencí que con uno bastaba. La doncella solo tendrá
un fuerte dolor de cabeza, como usted dijo procuré que nadie saliera herido
aunque uno de nuestros hombres fue apuñalado. -¿Sara está aquí? – preguntó
peligrosamente acercándose al hombre con pasos lentos. - ¿Dónde? Castor se
interpuso entre Yaron y Hug. -El coronel… ejem… la está reclamando. Está en su
dormitorio – detuvo al capitán asiéndolo del brazo antes que hiciera alguna locura
– se halla sola. Cuando subió había perdido el sentido. – le relató lo ocurrido
tranquilizándolo. -pero ¿la golpeasteis? – se enfrentó de nuevo a Hug. El marinero
dio dos pasos atrás atemorizado ante la fría mirada del hombre. Sus ojos turquesas
parecían dos cuchillas a punto de degollar a alguien. -¡No pude impedirlo,
capitán! La he protegido en todo momento. Yaron asintió sin llegar a sentirse
satisfecho, se giró y golpeó la mesa con el puño cerrado, una de las patas de
madera cedió y la pieza cayó al suelo con un golpe sordo. -Entonces no hizo falta
dejar ninguna nota a mi esposa explicándola la verdad. ¿No? – resopló furioso. La
puerta se abrió de nuevo y Simón entró con paso firme. -¿Ya tenemos a Kendal?
¿Qué ocurrió con Laura… la doncella? ¿Está todo bien Gitano? – las cadenas de su
cuello tintinearon con cada movimiento. Miró la mesa con el ceño fruncido y sacó
una pequeña daga que guardaba en su cintura - ¿nos los cargamos ya? -Ya veis
caballeros – dijo Alex más tranquilo, como si toda su ira se hubiera esfumado al
entrar Simón – Hay alguien más preocupado que yo. Ponerle al corriente de todo
pero no quiero que aun te dejes ver Simón, Rexford te reconocería y aunque sería
demasiado tarde para ellos quiero acabar las cosas bien. Castor encárgate de mi
esposa. -La historia se repite ¿no capitán? –Simón agitó la cabeza recordando el
día que sacó a Sara del Águila Blanca. Yaron asintió. Otra vez estaba
secuestrada… ¡mataría a Rexford por eso! -¿y los demás hombres? –preguntó. -
tenían la orden de cuidar de Sara pero al llevárnosla se quedaron para no perder
de vista a su hijo y para atender las heridas del vigía – explicó Hug - ¿se han dado
cuenta que no podremos avanzar mucho? Las aguas están prácticamente heladas.
-No iremos muy lejos. – respondió Yaron en un susurro. No sabía si estaba más
preocupado por la reyerta que se aproximaba o por el terrible genio de su esposa
cuando descubriera que él había colaborado para secuestrar a su propio hijo. Todo
había sido estudiado de tal manera que el infante no había corrido peligro en
ningún momento, pero ¿podría Sara entender eso o por el contrario pensaría que
había expuesto a Kendal a propósito? – Nos va a matar. -¿Quién? – preguntaron
Castor y Hug a un mismo tiempo. - La señora Yaron, por supuesto – respondió
Simón con ojos brillantes palmeando el hombro de Castor, después de todo era el
que corría más peligro cuando se enfrentara a la belleza de ojos dorados y lengua
viperina. 36 Sara despertó acompañada de un terrible dolor de cabeza, un
fogonazo ante sus ojos llevó hasta ella los recuerdos de lo ocurrido la noche
anterior. Miró ansiosamente en derredor, una vez, dos, se puso en pie entre gritos,
desesperada. Kendal no se hallaba allí. ¡Kendal! Gritó su nombre entre alaridos
recorriendo el dormitorio con prisas, impaciente por encontrarlo. -¡Kendaaal! No
quería pararse a pensar donde estaba ni que es lo que podía suceder, solo deseaba
tener a su bebe entre brazos, a su hijo. ¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué se lo
habían llevado a él? Sabía que debía calmarse, encontrar la serenidad suficiente
como para poder pensar pero lo único que tenía en la cabeza era el rostro de su
niño y era consciente que cuanto más tardara en salir a buscarlo él se iría alejando.
-Por favooor – gritó entre sollozos – ayúdenme a buscar a mi hijo, por favor – se
dejó caer contra la puerta clavando las uñas desesperada – háganme lo que quieran
pero devuélvanme a Kendal, por favor, por favor. Lloró contra la puerta, se
encontraba perdida, vagando por un mundo de penas, recordando a cada instante
la mirada del pequeño, su sonrisa, como alzaba los bracitos al verla llegar. ¡No
podía suceder! ¡No podía perderle! No estaba preparada para vivir sin él. -Por
favor – volvió a rogar esta vez en un murmullo. ¿Y si no volvía a ver a Kendal?
Lloró con fuerza, no podría marcharse sin darle un último adiós, simplemente no
podía resignarse a perderlo. -¡Kendal! – su voz era un desgarró hiriente y
profundo. No supo el tiempo que estuvo allí sentada, había dejado de respirar, su
corazón había dejado de latir y sin embargo era capaz de ver imagines, recuerdos.
Se puso en pie y con prisas buscó por la habitación algo con lo que poder abrir
aquella puerta. Iba a salir de allí, iba a encontrar a su hijo. -¡Maldita sea! –
blasfemó tratando de encajar algo en la cerradura con manos nerviosas,
desechando las que no parecía servir de nada. Con un gritó se levantó el vestido
por encima de las piernas y empujó con fuerza varias veces y la puerta cedió
ligeramente saliendo de los bornes. Sara se detuvo jadeante, se pasó la mano por la
cara arrastrando las lágrimas. El dormitorio debía de haber sido bonito antes que
Sara lo destrozara por completo, miró a la puerta y cargó con el hombro. Su cuerpo
se vio impulsado al exterior chocando contra una baranda fina, de metal. Era un
corredor estrecho y Sara debió optar por una de las dos direcciones que tenía ante
sí. Algo en su mente la dijo que conocía aquel sitio de algo ¿Dónde demonios
estaba? Tampoco la interesaba mucho, ella solo tenía un objetivo, Kendall no
podría estar muy lejos ¿Cuánto tiempo había pasado? Llegó a unas estrechas
escaleras y al mirar hacia arriba sus ojos se toparon con la luna que brillaba en una
negra espesura semejante al terciopelo. Solo el lucero del alba lucia con más
esplendor que nunca. Le habían robado a su hijo, ahora que tenía una familia
completa, ahora que había recuperado a su padre. ¡Yaron! Dios mío cuando
supiera que había perdido a su hijo, que había dejado que dos criminales se los
llevaran. ¡Dios mío! ¡Qué diría Yaron! ¡La culparía! ¡Sí! Ella era la culpable, ella
jamás debió haber conocido a… ¿pero que estaba diciendo? Si Alex no se hubiera
cruzado en su camino ella no hubiera conocido el amor, no habría disfrutado tanto
como cuando estaba en los brazos de su esposo y bajo la atenta mirada de Kendal.
¡Lo había perdido! ¡Tonta! ¡Tonta! – su mente era incapaz de callarse, solo eran
gritos y sufrimiento, hasta la mandíbula lanzaba punzadas de dolor de apretar los
dientes con tal intensidad que sentía que podría partirlos sin esfuerzo. Alcanzó el
exterior y una ola de frio la golpeó de pleno terminando de soltar las agujas de su
pelo que se abrió tras ella como una larga manta de satén plateado. Sus ojos
ambarinos cubiertos de lágrimas brillaron peligrosos con ansia de venganza y su
rostro, una máscara fría e inexpresiva, tan peligrosa que prometía justicia para bien
o para mal, la muerte. Su vestido azul se enroscaba en sus piernas en una lucha
interna por tratar de tirarla, solo había un ganador y era ella. Escuchó voces tras de
sí y regresó guiada por los sonidos escuchando tras las puertas. ¿Por qué no
lograba reconocer el lugar? ¿El Dover? Era un barco de eso estaba segura. Se
detuvo abruptamente al escuchar la voz clara de Rexford ¡Rexford! Había sido él,
no le había visto la cara pero ahora se daba cuenta. Era él quien le había
amenazado con el cuchillo. Dejó escapar un enojado sonido gutural nacido de su
mismo pecho. ¡Pues no le temía! Arrancó una extraña hacha que halló colgada en
la pared junto a otra cantidad de utensilios que Sara no reconoció y regresó a la
puerta, echó el arma hacía atrás abriendo ligeramente las piernas y sorbió tratando
de enterrar su miedo. Kendal no la dejaba ver nada más. ¡No se iban a quedar con
él, iba a recuperarlo asi se muriera en el inteto! -¡No te temó! – gritó en el corredor
- ¡No te temo! ¡Cobarde! ¡Sal ahora mismo y dame a mi bebé o te juro por Dios que
te arrancaré la piel a tiras! – Su voz resonó con eco y de repente quedo todo en un
absoluto silencio... Se calló para tomar aliento. Varias puertas se abrieron a la vez,
la de Rexford fue la última. Lanzándose a la carrera golpeó a un hombre con
fuerza, no sabía quién era y no se detuvo a mirar, cruzo sobre su cuerpo e ingresó
en la recamara. -¡Sara! – ¿creyó haber escuchado su nombres tras de sí o lo había
imaginado? Cargó el arma y de nuevo buscó a Rexford, gradualmente fue
perdiendo el color de su rostro ¡estaba atrapada! Fielding y Rexford la miraban con
sorpresa, ambos se habían levantado de las sillas y ahora apoyaban las espaldas en
la pared. -No puede hacer nada con eso, Sara, suéltelo. – dijo Fielding con
amabilidad. -¡No! – se giró un poco y observó de reojo que la abertura de la puerta
estaba ocupadas por hombres, no importaba, arrancarías lo ojos a Fielding y A
Rexford, era tal el terror que sentía que llegó a creerse inmortal. Un atisbo de duda
cruzó su mente y ella bajo la vista dando la casualidad que los hombres al alejarse
había dejado un arma de fuego sobre la mesa. Con una sonrisa maliciosa agarró la
pistola y sujetándola con ambas manos los apuntó. Les hizo una señal con el brazo
al matrimonio extranjero que se hallaban en el otro rincón y en seguida se unieron
a sus compañeros. -¡Deténganla! ¿No ve que está loca? – le ordenó Fielding a
alguien que debía estar tras su espalda, en el hueco de la puerta. Ella ya había
sentido que el grupo no pensaba intervenir y eso la dio ventaja. -¡Mi hijo! ¡Quiero
a mi hijo! – ladró furiosa. -No hemos traído al niño, Sara – Fielding tragó con
dificultad. Sabia, porque no era tonto, porque la luna salía en la noche y el sol de
día, que un solo movimiento contra la furibunda belleza de cabellos plateados y el
sable del Gitano cargado junto al cuerpo de su esposa lo atravesaría de una sola
estocada.

37 - Kendal no está aquí, se halla seguro en casa – la voz sedosa de Alex la


cubrió de seguridad, con él a su lado no podría pasarla nada y por increíble que
pareciera, tan solo escuchar esas palabras por su parte la quitaron tal peso de
encima que sus manos temblaron peligrosamente bajo el peso del arma. Fielding
dio un pequeño brinco asustado evitando no estar en el punto de mira - ¿y ahora
que piensas hacer con ellos? – la volvió a preguntar rozándola el cuello con los
labios. Sara abrió los ojos con sorpresa ¿Qué que iba hacer? ¡Aún no lo sabía! Ella
no tenía por qué hacer nada, para eso estaba Yaron allí ¿no? ¡Y estaba allí junto a
ella y endemoniadamente apuesto! Vestía una casaca roja que caía sobre su cintura
con un amplio vuelo y los calzones ajustados se introducían en unas altas botas de
cuero con suelas gruesas. Estaba junto a ella y no hacía nada, tan solo se limitaba a
estar allí parado como una estatua... ¡Pues qué bien! Si nadie pensaba moverse se
podrían pasar allí las horas completamente muertas. Se giró hacía él llevándose el
arma consigo, no era apuesto, era hermoso, el brillo peligroso de sus ojos claros, su
duro y perfecto rostro, el cabello azabache jugando con el arete de su oreja, ni
siquiera se percató que Yaron se apartaba ligeramente evitando el cañón de su
arma. Lo miró con el ceño fruncido ¿Qué hacia Yaron allí? Elevó la vista al techo,
no es que lo reconociera por haber levantado la vista pero cayó enseguida en la
cuenta de donde se hallaban, La escocesa. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
¿Por qué Fielding y sus camaradas estaba allí? Sara no tuvo tiempo de parpadear si
quiera. Supo que era Rexford quien la sujetaba por el cuello con el cuchillo en la
mano, antes de que hablara. ¡Que tonta! Tan solo había sido un rápido
movimiento, de haber estado un poco atenta y no sumida en sus dudas… ¿Por qué
estaba Yaron allí?- Preguntó su mente entre gritos. -¡Aléjese! -¿Qué piensa hacer
con eso? – preguntó Alex con una sonrisa fría rayando en el cinismo y avanzando
un paso hacía él. -Háganos regresar a tierra capitán – se atrevió a decir Rexford. -
¡Sí! – Fielding se colocó tras la espalda de su hombre – Nos han tendido una
trampa – le dijo en un murmullo que todos fueron capaces de escuchar. – mátala si
hace falta. -¡No! – Chilló Sara con la vista clavada en su esposo cuando Rexford la
hizo darse la vuelta – Échalo a los tiburones. – creyó escuchar alguna carcajada
suave proveniente de la puerta pero cuando miró allí todos guardaban silencio,
mirándola expectante, con tal interés que nadie se había fijado que el hombre que
cayera por el golpe de Sara huía despavorido a reunir a los hombres de Fielding. -
¡Apártense de la puerta! – gritó Fielding agitando la mano como si fueran
insignificantes mosquitos que se los podía apartar con la fuerza del aire. Nadie se
movió del sitio durante unos minutos, fue Yaron quien los hizo una señal para que
le permitieran salir. -Va a tener a mi esposa todo el trayecto así – devolvió su arma
a la cadera. Sara le buscaba los ojos pero él no quería mirarla, la evitaba. Le vio
tragar con incomodidad, estaba nervioso, lo sentía. -¿Por qué están aquí, Yaron? –
le preguntó poniéndose de puntillas cuando Rexford tiró de su cabello hacía
arriba. Soltó un grito. -¡Cuidado con hacerla daño! – rugió Alex amagando atacarle
pero sin moverse del lugar. Sara miró a su esposo dubitativa, entendía que
hubiera sido secuestrada de nuevo, ¿pero qué hacían en la escocesa? No estaba
segura de lo que Yaron la había ocultado, estaba claro que todo, pero… Tenía a un
sujeto con un cuchillo en su garganta respirándola en el oído, aferrado de sus
cabellos y empujándola hacia la salida con prisa pero deteniéndose a cada paso
vigilando que nadie se les acercara y ella, trastabillaba con el bajo de las anchas
faldas cayendo sobre el piso, cada vez que esto ocurría era izada por los pelos y si
le sumaba el dolor de cabeza con el que había despertado tenía la sensación que
reventaría de un momento a otro. La señora extranjera lloraba desconsolada en los
brazos de su marido que dio signos de rendición. Sara estaba segura de que ellos
ya no participarían más en las hazañas de Fielding y Alex debió pensar lo mismo
porque los ignoró caminando tras de Sara aunque a cierta prudencia. En el
corredor sintieron el alboroto que se había formado en cubierta y los hombres de
Yaron que seguían allí, desenvainaron sus espadas y corrieron apoyar a sus
compañeros. Desde el luego el peligro intenso estaba discurriendo en el exterior,
bajo el frio de la noche, al amparo de la luna y el lucero del alba. La escena era
dantesca, peor incluso que la vivida en el águila Blanca, quizá porque en aquella
ocasión había subido a cubierta cuando todo había ocurrido, esta vez sentía el
chocar de las armas, los brillos plateados cuando la luna se reflejaban en las hojas,
alaridos, gritos de terror, las miradas de los guerreros prometiendo una justa
venganza. Golpes, disparos… Se detuvo cuando vio el peligroso brillo del metal
penetrando en la carne trémula de un hombre, el siseo que produjo al retirar el
sable del cuerpo, los borbotones de sangre que se deslizaban hacía el suelo
salpicando sus ropas. Cerró los ojos con fuerza, mareada, sintiendo el olor fuerte
de la sangre aun caliente y cuando Rexford la soltó cayó de rodillas en el suelo
cubriéndose los ojos con fuerza, no quería verlo. La cogieron de nuevo, esta vez
por la cintura haciéndola girar como lo harían con un niño y se vio apartada contra
unas de las paredes que accedían a los camarotes y entonces volvió abrir los ojos.
-No te muevas de aquí – Yaron regresó junto a los demás, ya no podía durar
mucho aquel enfrentamiento. Con la boca abierta y sin aliento observó la cruel
batalla que se desarrollaba ante ella. Por cubierta había varios puntos de fuego que
ansiaban lamer las entrañas más escondidas de la nave. Con un rápido vistazo
reconoció a Castor que blandía su arma con cierta destreza quitándose a los
adversarios del medio, Simón se empleaba con los puños sobre el rostro de
Rexford, después de todo el hombre debía vengarse por haber golpeado a la
dichosa doncella a la que solo él podía molestar. Vio caer a Fielding bajo la
estocada de Yaron. 38 Las primeras luces del alba amanecieron acompañadas por
un frio terrible y envueltas entre espesas brumas que flotaban sobre las heladas
aguas del océano. Cuando el navío atracó de nuevo en puerto varios soldados
uniformados y cubiertos por gruesos abrigos de piel subieron a retirar los cuerpos
ensangrentados que habían sido amontonados cerca de la pasarela. Los hombres
de la reina llevaban las relucientes ballestas y los mosquetes colgados de los
hombros y trabajaron en silencio mientras el agente y asesor especial recogía los
últimos informes de Yaron. Una multitud de ojos curiosos y madrugadores
formaron corrillo alrededor de la carreta donde trasladaban a los cadáveres. Sara
se paseó por el salón común en espera de poder regresar cuanto antes a casa y
meterse en la cama a dormir. El día había sido especialmente duro, sobre todo
después de los nervios sufridos al pensar que Kendal había desaparecido, una
molesta tensión se había instalado a lo largo de su columna para centrarse en los
hombros. La puerta se abrió y la muchacha dio un ligero brinco a descubrir al
mismo marinero que encontrara cerca de la cuna de su bebé. Con ojos ansiosos
miró en derredor buscando cualquier cosa que le sirviera como arma. -¡No se
acerque más! – le gritó extendiendo una mano hacía él – mi esposo… -Señora
Yaron – la interrumpió Hug tratando de parecer amable pese a su aspecto de
guerrero– trabajo para Alexander desde hace varios años – ante el asombro de ella
el hombre continuó – siento mucho no haber podido advertirla antes pero cuando
usted apareció por el dormitorio no podía descubrirme ante ese hombre. El capitán
tenía razón al decirla que su hijo nunca había estado en peligro. -¡Claro pero yo no
podía saberlo! ¿Saben la angustia que me han hecho padecer? Yaron debió
avisarme de lo que se proponía. -¿y que hubieras hecho? – preguntó Alex
ingresando en la sala - ¿enfrentarte a esos tipos tu sola? Ah, no, espera, ¡si fue eso
mismo lo que hiciste! Su tono de voz fue más bien duro pero Sara no se amilanó.
Vale que todo hubiera salido bien pero no podía dejar de sentirse herida. -Perdona
pero yo no vine voluntariamente ¿recuerdas? ¡Me trajeron! Y me golpearon aquí –
señaló algún lugar de su cabeza. -Puedes retirarte Hug – ordenó Yaron pasándose
la mano por el negro cabello. Sara se sentó con los ojos fijos en su esposo,
expectante, esperando que por fin la explicara lo sucedido. -¿y qué pasará con ese
matrimonio? – preguntó ella. -Serán juzgados, ya nadie podrá molestarnos más,
preciosa. – Yaron se acercó hasta ella hincando una rodilla en el suelo - ¡Has sido
muy valiente y muy loca! ¿Sabes el miedo que pasé cuando entraste tu sola en la
habitación? – La tomó una mano observándola con ojos orgullosos – Debo
reconocer que no hubiera deseado que se desarrollará así esta última batalla,
pero… ¡Qué diablos! ¡No puedo creer que lo hicieras! – cuando Sara se inclinó
hacia él, la abrazó apoyando su cabeza en el pecho de la joven donde ahora el
corazón latía a una velocidad más normal. – te prometo que después de todo esto
nos iremos a viajar por Europa, visitaremos todas las capitales del mundo… -
¿sabes que quiero hacer? – El tono de voz de Sara se volvió meloso y seductor
cuando habló junto al oído de Yaron, agarró un mechón de cabello del hombre y
aunque deseaba tirar con fuerza y propinarle un castigo no pudo hacerlo al ver sus
cálidos ojos algo humedecidos por la emoción. – Quiero que dejemos estas
aventuras tan peligrosas y que seamos una familia normal – le acarició la mejilla
con amor, por una lado estaba enfadada pero tan agradecida de que todos
estuvieran bien que su mal genio no subió a flote, en cambió tomó una de las
grandes manos del hombre y la posó en su vientre con ternura – vamos a tener otro
bebé. Yaron perdió el color de su rostro y apoyó la otra pierna en el suelo
quedando postrado de rodillas ante ella. ¡Un hijo! ¡Otra joya! Una solitaria lágrima
descendió por su fuerte mejilla de granito. -¿lo deseas o ya está en camino? –
susurró con voz ahogada. -Ya está aquí – presionó la mano con más fuerza
sintiendo el calor del hombre en su abdomen. Le besó en la frente antes de sentirse
atrapada entre los fuertes brazos que apenas la dejaron respirar. -Te amo preciosa,
te amo desde el primer momento que me propusiste el descabellado plan de
convertirte en mi amiga. -¿para siempre Yaron? -Para toda la eternidad, - se
apartó ligeramente de ella sentándose sobre sus talones - Si quieres saber lo que te
quiero cuenta las estrellas que hay en el cielo, cuéntalas de una en una o de dos en
dos, si te parecen muchas, mucho más te quiero yo. Sara le miró con sorpresa y
rompió a reír divertida cuando él también lo hizo. -¿Dónde aprendiste eso? –
preguntó entre risas. -Se lo he robado a mi hermana Andrea – contestó con ojos
brillantes encogiéndose de hombros - ¡por cierto aún no la conoces! ¡Te va a
encantar! Pronto nos visitara, se alojara con nosotros estas navidades. Horas más
tarde entraban en la casa de Eric Hamilton donde la familia desayunaba en espera
de que ellos se unieran. Por los hombres infiltrados en la casa sabían que los
culpables que no estaban muertos habían sido apresados y aunque Eric pareció
descolocado por no haber sabido lo que estaba sucediendo abrazó a su yerno con
fuerza agradeciéndole que Sara se encontrara bien. -Fue una suerte que el coronel
Fielding contratara vuestros servicios – comentó Andrew con alivio. -Bueno, La
escocesa se especializa en viajes de crucero – dijo el conde Wakefield rodeando la
cintura de su prometida. – Yo contraté sus servicios antes ¿verdad Yaron? -Verdad
– asintió el hombre – pero ya te dije que era un regalo de bodas, un maravilloso
crucero para conocer el nuevo continente. Erika gritó de alegría al mismo tiempo
que Sara, ambas se abrazaron. -Al final encontraste a tu pirata – la murmuró Erika
junto a su oído, en secreto. Sara miró con amor a Alex y asintió: -Un pirata de
ensueño, hermana. Mi héroe. ¿Ves como si existen?

Simón se hallaba en el estudio de Yaron tomando un trago, se había


sentado tras el escritorio y tenía ambas piernas estiradas y apoyadas sobre la base
de madera. Los gruesos cordones de oro que lucía sobre el pecho tintinearon
suavemente cuando se inclinó para tomar el vaso entre sus dedos. Allí el ambiente
era cálido y acogedor, totalmente diferente a las gruesas capas de nieve que
cubrían la ciudad. Los canticos navideños se filtraban por la ventana y cuando las
voces infantiles se escucharon más cerca el hombre se levantó para observar a
través del cristal. Un grupo de chiquillos acompañados por varios adultos
cantaban frente a la residencia elevando sus voces para poder ser escuchados.
Voces celestiales que flotaban en el aire llenándolo todo de una magia especial.
Simón vio por el rabillo del ojo como alguien abría la puerta para observar a los
infantes que abrigados con bufandas y gruesos gorros de lana entonaban una dulce
melodía. Aplastó la cara contra el cristal hasta descubrir a Laura que portaba
dulces en una pequeña cesta de enea. Sin pensarlo dos veces dejó su vaso sobre la
mesa y salió en busca de la mujer. No tenía ni idea de que decirla ni de qué
hablarla, estaba claro que Laura le ignoraba a propósito pero el brillo de sus ojos
castaños a veces le decían otra cosa. Animado llegó hasta la puerta en el momento
que la joven repartía las golosinas entre los más pequeños. Observó la escena en
silencio, no sabía porque esa mujer le atraía de esa manera, quizá por su dulzura,
por la suavidad con que hablaba a Sara o por el cariño que demostraba a Kendal.
¿Por qué a él no le trataba por lo menos con un poquito de consideración? Se cruzó
de brazos sintiendo el frio que penetraba por la puerta abierta, sin embargo
continuó observando a la doncella que con una sonrisa conversaba con uno de los
adultos que acompañaban a los niños. Ella se giró encontrándose con su mirada y
Simón se rascó la cabeza fingiendo que solo había salido para ver al grupo. Evitó
sonreír cuando la vio fruncir el ceño extrañada, ¿Qué pensaba, que no podía ser un
hombre normal? Apoyó la ancha espalda en el marco de la puerta, tal vez si dejara
de usar esas ropas y comenzara a vestirse de modo elegante… Para eso también
debía cortarse el cabello que se rizaba sobre la nuca de manera indomable, llegado
el caso podría pintarse las blancas canas que comenzaban a cubrir sus sienes. -¿me
dejas pasar? – Le dijo Laura apretándose la gruesa mantilla sobre los hombros - ¿o
piensas quedarte hay parado toda la tarde? -¿y si no quiero? – preguntó
socarronamente, le encantaba cuando los ojos castaños chispeaban enfadados ¡a
esa mujer la molestaba todo de él! ¿Por qué? Tampoco era tan feo, tenía el cuerpo
grande sin llegar a ser obeso. Las mujeres no se fijaban en él a la primera de cambio
pero siempre había conseguido lo que se propusiera. En un principio la delgada
mujer no le había llamado la atención, el gesto frio y altivo que siempre llevaba
consigo, al menos delante de él, la espalda erguida y los hombros tensos atenta a
todos los detalles que la rodeaban, la forma en que fruncía los labios cuando estaba
irritada, la mayoría de la veces por culpa de él, pero es que le encantaba hacerla de
rabiar, perseguirla. Sobre todo cuando la intentaba acorralar en la cocina o en el
corredor. ¡La ponía nerviosa! Y eso se debía a algo ¿verdad? - Si no te apartas
torpe patán grandullón… – la joven hizo un rápido movimiento e intento colarse
junto a él encogiéndose para no tocarlo. Simón la aplastó contra el marco de la
puerta con su cuerpo, ella se volvió como pudo y levantó la cabeza para mirarlo
con irritación, sin previo aviso le clavó un puño en el estómago -¡Ay! ¡Cabeza de
alcornoque! – gritó mirándose la mano ahora dolorida. Simón sonrió sintiendo
apenas un cosquilleó allí donde le había golpeado. -¿te has hecho daño? – cogió
su pequeña mano con una sonrisa burlona pero ella se deshizo de él y lo empujó
con fuerza para ingresar en el vestíbulo. El hombre la siguió cerrando la puerta tras
de sí. -Estas muy bonita esta mañana – la dijo con sorna - ¿hoy también piensas
ignorarme? -¡por supuesto! -¿Por qué? – se encogió de hombros haciéndose el
sorprendido. Laura no le contestó y caminó hacía las escaleras con su habitual paso
estirado, los ojos de Simón observaron el gracioso movimiento de su pequeño
trasero al andar. -¿saldrías conmigo a pasear el domingo? Laura se detuvo
apoyando la mano en la baranda de mármol que daba inició a la ancha escalinata y
muy despacio se volvió a mirarlo con los ojos entrecerrados. Estaba muy hermosa
con el rostro sonrosado y los labios apenas humedecidos. -¡No iría contigo ni a la
esquina de la calle! -¿Por qué? ¿Es por lo de aquella fiesta? – la vio cruzarse de
brazos y mirarlo con atención. Simón tragó nervioso – era cierto lo que dije, he
comprobado que te encanta los críos y yo… bueno soy un hombre… -¿Qué me
estas queriendo decir? Como eres un hombre te siente con el derecho de ir
procreando a diestro y siniestro ¿es eso? -Podríamos probar a salir un día, puede
que te guste. -¿y donde me llevaras? ¿A una taberna del puerto? ¿A jugar a las
cartas? -Porque tú no quieres… -¡claro que no quiero, cabeza de chorlito! Prueba a
llevarme a… - se interrumpió pensativa – dicen que han decorado la orilla del
Támesis y que esta precioso. Los ojos de Simón brillaron con sorpresa. -¿quieres
ir? – se ofreció en seguida. Laura asintió observándole intensamente. -¿serias
capaz de guardar todos esos colgajos que llevas al cuello? El hombre acarició con
su mano las cadenas de oro. -¿Qué pasa con ellos? – preguntó incómodo. Una cosa
era tratar de vestir de una forma correcta pero desentenderse también de algo que
se había ganado a pulso. -¡Te quedan horribles! – Laura comenzó a subir las
escaleras – si puedes renunciar a todo eso para el domingo iré a pasear contigo –
habló sobre el hombro. Simón no pudo ver la hermosa sonrisa pintada en la boca
femenina cuando desapareció en lo alto. El hombre soltó una carcajada. ¿De modo
que Laura no era inmune a sus encantos? ¡Quitarse las cadenas…! - pensó
caminando de nuevo hacía el estudio -¡Ni loco! -¿Qué ha pasado? – Yaron estaba
sentado en la misma silla donde estuviera él unos minutos antes en el estudio. -
¿todavía no te has dado por vencido con la doncella? Simón agarró otra silla y se
sentó frente a él. -La llevo a pasear el domingo – respondió solemne. -¿Cómo? –
Yaron rio divertido -¿con la criada? ¡No lo puedo creer! -¿Qué tiene de malo? Le
gusto. -Sí, ya pude escuchar sus insultos desde aquí – agitó la cabeza levantando
la vista al techo como si esperara una señal divina - ¿sabes que Sara adora a la
mujer, verdad? No me gustaría que me obligara a retarte a duelo. -¿lo harías? – se
vio obligado a preguntar con rostro serio. -No me gustaría Simón – repitió Alex
cruzándose de brazos sobre el pecho – Prométeme que cuidaras de la dama y yo
trataré de convencer a Sara para que os deje en paz. -Tu mujer me quiere Gitano. -
pero si tuviera que elegir ya puedes darte por enterrado y olvidado, conoces el
genio que se gasta, por cierto esta mañana iré a los calabozos. Marlon Bells quiere
tener una pequeña conversación conmigo. – Continuó cambiando de tema. -¡Ja! Te
pedirá que lo liberes o por lo menos que intercedas por su mujer. -¡Pues lo lleva
claro! – Se puso en pie -¿me acompañas? Además tengo que pasar por el sastre, la
boda de Erika es la semana que viene y Sara me ha pedido que no falte esta vez.
Simón asintió: -¿crees que ese hombre me pueda preparar algo elegante para el
domingo? –Simón deseó estampar su puño de hierro sobre el rostro del Gitano que
reía a mandíbula batiente. 39 -¿estas segura Laura? Simón es un poco bruto – dijo
Sara sacando un precioso sombrero de piel – ven a ver cómo te queda este. Laura
se acercó a ella levantando la cabeza mientras la joven la ataba las cintas bajo la
barbilla. - Sé que Simón puede sacar buenos modales. -¡No te dejes mangonear! –
la advirtió no muy convencida. Sara había estado tan ocupada con sus propios
problemas que Laura la había sorprendido al decirla que saldría a pasear con
Simón. ¡Simón! ¿Qué habría visto la doncella en él? Era rudo, demasiado impulsivo
para una persona tan tranquila como ella. - ¿pero a ti te gusta? – preguntó ansiosa
por conocer los sentimientos de la mujer. - No estoy muy segura, pero sé que
cuando lo veo me pongo a temblar como la gelatina… también me enfada con las
cosas que dice ¡no tiene ninguna vergüenza! - Se directa con él y háblale de
matrimonio en cuanto puedas. Que se atenga a las consecuencias. – Sara buscó una
de sus capas y se la entregó. -Yo tengo mi propio abrigo, esto va a ser demasiado
elegante. -No así está bien y no te preocupes por nada. Yaron también nos llevará
a dar un paseo a si es que pasaremos la tarde fuera. ¿Ya estas lista? – La doncella
asintió y Sara corrió hacia la puerta – espera aquí que no tardo mucho. Sara se
encontraba más nerviosa que Laura, aunque adoraba a Simón no se fiaba ni un
pelo de las intenciones del hombre. Le encontró en el salón esperando con
impaciencia. Realmente parecía otra persona con un elegante y perfecto traje gris
ajustado a sus hombros anchos. Sobre el cuello llevaba un ancho pañuelo de satén
dorado que le sentaba de maravilla. Los ojos del hombre brillaron al escuchar los
pasos que se acercaban. Al descubrir que era Sara soltó un suspiro de alivio. -No
hace falte que te diga nada Simón, como se te ocurra hacer derramar una sola
lagrima a… -Por favor Sara – dijo con voz tensa – Ya he tenido que aguantar al
capitán, no volveremos a tener la misma conversación ¿no? -¡No tengo ni idea de
lo que has hablado con Yaron! – le miró con severidad. -Laura está en buenas
manos te lo puedo asegurar. -¡Me lo puedes jurar! Simón iba hablar pero la
doncella entró en la sala. -Estoy preparada – le dijo con una tímida sonrisa. Sara
soltó un ruidoso suspiro al ver que por una vez Laura no la había obedecido. -
Espero que disfrutéis de vuestro paseo – se despidió caminando hacia la puerta
pero al llegar se detuvo para mirarlos – a lo mejor nos vemos más tarde. Simón
tragó con dificultad asintiendo. Sara caminó hacía el cuarto de Kendal que
escuchaba a su padre con atención mientras observaba los fuertes colores del
nuevo cuento que le habían regalado. Alex la miró con una sonrisa burlona. - ¿Ya
has acabado de dar consejos? Sara se golpeó la frente con la mano. -¡No! ¡Olvide
decirles…! Yaron se incorporó hacía ella y enlazó su cintura para acallarla con un
beso. -¿pero…? – otra vez se apoderó de sus labios sin dejarla hablar. Sara ahogó
una risa contra la boca del hombre. Le conocía y sabía que ese era el truco para
hacerla callar y es que sus besos lograban hacerla olvidar hasta del día en que
Vivian. -¿estas lista para irnos? Ella asintió perdiéndose por una puerta de la
recamará para salir con el cochecito de Kendal. - ¿iremos a ver cómo han decorado
la orilla del rio? – le preguntó colocando el abrigo al bebé. - ¡no pensaras que
vayamos a espiar a tu doncella! – Alex abrió sus turquesas ojos sorprendido - ¿no,
verdad? Sara hizo un gracioso mohín con los labios y negó agitando la cabellera
plateada que descansaba suelta sobre su espalda. -¡claro que no, Yaron! Aunque si
los vemos… -¡no lo puedo creer! – Rio burlón - ¿no hemos convertido ahora en
carabinas? Sara asintió clavándole un dedo en pecho. -Nosotros somos la única
familia de Laura y… Simón no me convence. -¿Y? Yo tampoco te convencía –
preguntó alzando las cejas – me niego a seguirlos solo para que tú te quedes
tranquila. ¿Por qué no das un voto de confianza a Simón? -¿tú crees? – respondió
pensativa. A lo mejor Yaron tenía razón pero tampoco pasaba nada si se veían por
casualidad observando los adornos. ¡Era navidad y ella podía ir donde quisiera!
Alex agitó la cabeza y sacó una pistola del bolsillo interior de la chaqueta. Sara le
miró confundida. -Por si acaso se la quieres dar a tu doncella para que peque un
tiro al bueno de Simón. Sara se mordió el labio inferior como si realmente estuviera
pensando en el ofrecimiento de su esposo, pero él la volvió a guardar con un gesto
divertido antes que ella se decidiera. -¿y porque la llevas encima? – Preguntó –
ahora todo está bien ¿no? Hablaste con ese hombre Bells. - Ese tema ya está
zanjado – se encogió de hombros y la rodeó con un brazo hundiendo su boca en el
cuello de la muchacha – prefiero estar unos días prevenido, es solo eso. Sara apoyó
sus manos en los anchos hombros masculinos y se apartó ligeramente para
perderse en las profundidades azules de su mirada. -no me ocultas nada ¿verdad?
-Prometí no hacerlo preciosa, venga – la empujó con suavidad palmeándola el
trasero – vámonos que anochece muy pronto. La ciudad estaba hermosa cubierta
de nieve y adornada con las flores de pascua y abetos que habían ido decorando
con cintas de colores y lazos gigantes. Sara empujaba el cochecito de Kendal con
bastante dificultad ya que las calzadas resbalaban con el hielo, sin embargo Alex
con una mano apoyada en su cadera evitaba que la joven perdiera el equilibrio. La
orilla del Támesis lucia hermosa y la gente se arremolinaba viendo como en una
improvisada pista de patinaje se deslizaban niños y parejas. Yaron escogió un buen
sitio donde observar y tuvo que luchar con Sara para que ella no saliera a patinar.
La joven desistió porque con su embarazo sería muy peligrosa una caída, pero se
quedó con ganas. -No os mováis de aquí – dijo Yaron alejándose hacía un
pequeño puesto. Sara cogió a Kendal en brazos para mostrarles a los patinadores,
riéndose con algunas de las graciosas caídas. De vez en cuando observaba entre la
gente buscando el enorme cuerpo de Simón sin hallarlo. -Sara, ¡Sara! ¿Eres tu
querida? La joven se volvió hacia la mujer que se acercaba caminando lentamente
apoyada en un bastón. -¡Señorita Lucrecia! – Exclamó emocionada al reconocer a
la mujer -¡capitán Fergus! ¡Qué alegría! 40 Laura observó a Simón de reojo cuando
este se acercó al puesto de castañas asadas. Seguía asombrada ante el espectacular
cambio que había demostrado, las elegantes ropas parecían haberlo cambiado
incluso en los modales, pretendía ser más fino, más caballeroso pese a sus
inconfundibles andares de marino. Le sonrió cuando él se giró hacía ella con un
paquetito en la mano. -No me gustan las castañas – dijo Laura con las mejillas
sonrosadas y la nariz completamente roja del frio que estaba haciendo. Simón se
detuvo con rostro preocupado durante unos segundos, seguramente pensando que
hacía con las castañas, por fin se lo entregó igualmente. -No las he comprado para
comer, si te las pones en las manos se te calentaran y dejaras de parecerte a Rudolf.

Laura pestañeó con fuerza. -¿me acabas de llamar ciervo? -¿Rudolf no era
un reno? – preguntó él con toda la inocencia del mundo. Laura frunció el ceño sin
saber si el hombre la estaba tomando el pelo o por el contrario hablaba en serio. -
¿y qué más da? ¿Por qué me parezco a un animal con cuernos? -Por la nariz,
pareces un faro encendido de lo roja que la tienes. Laura se ocultó esa anatomía del
cuerpo con la mano y le miró divertida: -Simón como eso sea lo más bonito que
me digas esta tarde no creo que salgamos a pasear mucho más. -¿Por qué? A mí el
reno me encanta. -¡Y a mí los gansos y no te digo que seas uno! – le cogió el
paquete de castañas y continuo su camino por el parque sin esperarle. Simón corrió
tras ella hasta ponerse a su paso - ¿quieres? – le ofreció. -Lo que yo quiero no
piensas dármelo. La joven le miró pero él parecía pensativo observando el tumulto
de personas que se reunían más adelante, la cogió una mano sin previo aviso y la
hizo girar para cambiar el sentido de la marcha. -¿Por qué no podemos acercarnos
a mirar? – preguntó ella tratando de observar que es lo que ocurría más adelante.
Descubrió a Sara charlando con una ancianita y con una sonrisa siguió caminando
al lado de Simón. -Deberíamos saludarlos ¿no crees? Los ojos de Simón brillaron
con intensidad cuando la miraron. - No – susurró como si alguien pudiera
escucharlo – mejor que no. Laura se encogió de hombros. En la orilla derecha del
camino un hombre se hallaba sentado en una silla de tijera y pintaba algo en un
lienzo, se acercaron para observar lo que había plasmado con acuarelas. Sobre un
fondo blanco había una pareja joven sentada en un banco, ella iba de rojo y él
parecía regalarla algo. -¡Es precioso! – musitó Laura. El pintor levantó la cabeza y
se ajustó las gafas sobre la nariz. -Muchas gracias. Por unas pocas monedas les
hago un retrato. Laura miró a Simón con las cejas arqueadas y el hombre asintió: -
Bien – el pintor se incorporó y paseó ante ellos observándoles de arriba abajo
pensando cual sería la pose correcta para la pareja. – por favor caballero colóquese
aquí debajo de este árbol, muy bien ¡no se mueva! Señora acérquese a su esposo,
bien que le rodee la cintura con ese brazo… Laura lanzó una fría mirada a Simón
cuando la estrechó contra su pecho pero enseguida el artista la llamó la atención
para que fijara la vista enfrente. -No tardará mucho ¿verdad? Hace frio para estar
en esta posición. – No era cierto pues el torso de Simón y su mano en la cintura
hacía que la sangre que corría por sus venas se convirtiera en una candente lava
apunto de explosionar. -¿te molesta la posición? – susurró Simón con una risa
junto a su oído. Laura se tensó de repente y llamó al pintor: -¿No podría poner a
este caballero tan simpático unas enormes orejas de burro? – le apartó las manos de
su cuerpo y dio un paso adelante evitando que Simón continuara aprovechándose
de la situación. -Deben juntarse un poco más – les avisó el hombre alzando el
pincel como si estuviera midiendo la altura del lienzo. A regañadientes Laura
volvió a echarse atrás pero con tanta efusión que golpeó a Simón en dicha parte de
la entrepierna con la mano. El hombre boqueó inclinándose hacia delante
ahogando el grito de dolor que le dejó medio paralizado. -¡Oh Simón! ¡Lo siento,
de verdad! No ha sido mi intención darte… ahí – se excusó con las mejillas aún
más rojas si cabía - ¿te he hecho mucho daño? Déjame… - Sin darse cuenta de lo
que hacía Laura estiró las manos hacía la del hombre que se cubría sus partes. -Ya
está pasando – contestó Simón apartándose de ella con los dientes apretados, al
hacerlo Sara creyó escuchar un delicado tintineo de metal. -¿quieren que les pinte
o no? – el artista impaciente les miró con enojo. -Lo dejaremos para otro día –
contestó Laura abochornada. Se volvió hacía Simón que ya comenzaba a recuperar
el color de su rostro – Perdóname, no me di cuenta. Simón la sujetó la cintura con
una fuerte mano y la atrajo hacía él: -Quizá con un beso se me pasaría antes. – se
inclinó hacia ella al tiempo que la muchacha echaba toda su espalda hacía atrás
evitando el contacto de su boca. Laura levantó su mano hasta el pañuelo y notó
unos extraños bultos en su cuello, las cadenas de oro volvieron a tintinear y
asombrada metió un par de dedos bajo la prenda descubriendo los cordones de oro
y plata. Abrió los ojos con asombro incapaz de decir nada. Simón apretó los labios
en una mueca divertida al haber sido descubierto. ¡Vaya! Yaron le había dicho que
así no lo notaria, pero claro, Laura era tan perspicaz… La muchacha se alzó las
faldas y retomó el camino, Simón la siguió con paso rápido. -Entonces de lo del
beso ni hablamos ¿verdad? Laura no pudo evitar la carcajada que nació de su
garganta y que llenó el camino de notas celestiales, le tendió una mano y él,
satisfecho se agarró a ella. -¿te apetece que te lleve a conocer La escocesa? – la
preguntó alentado por ese repentino cambio. -No. -¿a cenar a un restaurante? -
No. -Venga vale, te llevo a ver a esa gente que patina. – dijo con desgana. Laura se
detuvo y girando hacia él le rodeó la cintura con ambos brazos, elevó la cabeza
hacía los labios del hombre. -Bésame tonto cavernícola. Simón no se hizo esperar,
lo hizo con tanta pasión que Laura sintió como sus piernas temblaron a tal punto
que no parecían sostenerla, de no ser por el robusto cuerpo del hombre que la
sostenía con fuerza hubiera caído sobre el camino. En medio del sendero, rodeados
de nieve y de los viandantes que caminaban de un lado al otro del parque, bajo un
cielo gris que iba perdiendo el color a medida que la noche se apoderaba del
firmamento, embriagados por el aire helado del invierno, transportados por los
canticos que flotaban en el ambiente, seducidos por la ciudad, una pareja
declaraba su amor ajenos al resto mundo. El pintor trazó las formas con prisa, el
pincel guió sus perfectas manos con precisión volando sobre el lienzo con
velocidad, observando por encima de la montura de sus gafas y con una sonrisa de
disfrute en su delgado y huesudo rostro. 38 -Dobles parejas – Sara lanzó los
naipes sobre la mesa con una amplia sonrisa. -¡supera eso Yaron! El hombre soltó
una carcajada que desinfló la reciente alegría de la joven. ¡No era posible que
hubiera vuelto a perder! - Ya que haces trampas preciosa, hazlas bien – la mostró
las cartas cruzando los brazos sobre el pecho. -¿otro póker?- Preguntó Sara con el
ceño fruncido -¡no es posible!- se echó hacía atrás en la silla y le lanzó la segunda
liga. Estaba semidesnuda y aunque pensaba en su siguiente movimiento su mente
daba vueltas sobre que prenda seguiría a las ligas. Aún quedaban las medias, el
corseé y el culote. -¿me puedo cubrir? Yaron se levantó para atizar el fuego de la
chimenea y regresó con un brillo burlón en sus ojos turquesas. - La apuesta es la
apuesta señora. De momento me has podido quitar la chaqueta – se desabotonó un
par de corchetes de la holgada camisa mostrando el vello rizado de su pecho y con
manos diestras volvió a barajar los naipes. -Voy a coger una pulmonía por tu
culpa- le dijo subiendo una larga pierna sobre la misma silla en la que estaba
sentada. -Ya me ocuparé yo de que no te enfríes – repartió de nuevo. Sara observó
los dos ases con ojos ávidos y se descartó del resto. Yaron la miraba tan
atentamente que era sumamente difícil sacar el otro as que guardaba bajo el
trasero. Recibió más cartas y no pudo evitar soltar un gritito cuando apareció el as
que faltaba. -Parece que son buenas – rió Alex colocando sus cartas boca abajo e
inclinándose hacía ella. Sus ojos siguieron la curva de la rodilla femenina de una
manera tan excitante que Sara tembló prediciendo lo que ocurriría después. -
¿quieres más cartas? -No – negó ella. ¿Cómo demonios iba a sacar la que tenía
escondida? Yaron no la quitaba los ojos de encima y durante toda la partida ya le
había echo levantarse en varias ocasiones para que la sirviera agua y así utilizar
sus cartas de modo conveniente. No la había servido de nada porque mientras ella
se hallaba en paños menores lo único que había podido arrebatarle era la chaqueta
oscura. El pañuelo lo había desatado dejándolo sobre sus hombros. -¿Qué hora
crees que será? Aprovechó el descuido de Alex y sacó el as. Con un suspiro de
alivio mostró sus cartas dando palmadas. El hombre se giró a ella levantándose
lentamente. -¡Que! ¡He ganado! ¡Fuera la camisa! – contestó haciéndose la tonta. -
Eres una tramposa – En un abrir y cerrar de ojos el hombre buscó bajo el trasero de
la joven sacando la carta sobrante. -¡Esa no es mía! – Negó ella – Me lo has puesto
aposta porque no sabes perder. -¿Qué no sé perder? Preciosa, tu eres la que esta
desnuda… y ahora por supuesto debes entregarme otra prenda – la tendió una
mano esperando que ella le pagara. Sara se puso en pie con los ojos entrecerrados y
con movimientos lentos y sinuosos se deslizó el culote hasta los tobillos retirándolo
de una patada. El corsee caía tan solo un poco más abajo de las caderas por lo que
el resto quedaba a la imaginación del contrincante. Yaron silbó entusiasmado.
Jamás había pensado que sería tan divertido jugar al póker con Sara. Ya no
quedaba muchas manos en el juego y él sentía que sus calzones estaban a punto de
reventar. Unos golpes en la puerta los sacó de su diversión haciendo que el hombre
se acercara a ver quién podía ser aquellas horas. La muchacha agradeció poder
colocarse la chaqueta mientras escuchaba susurrar a Yaron con alguien en la
oscuridad del pasillo. -¿Qué ocurre? – preguntó cuándo regresó con mirada
preocupada. -Simón aún no ha aparecido, Laura dice que alguien se citó con él en
una posada de las afueras ¡maldita sea! Pensé que había arreglado su problema
cuando llegamos a Londres. -¿Qué problema? - Una deuda de juego – señaló las
cartas de encima de la mesa y con un gruñido se agarró al tablero. – En su día
Simón aseguro que le habían engañado y aun así prometió pagar para quitarse de
problemas. -¿y no lo hizo? -No lo sé. Supongo que sí. -¿vas a buscarle? – Le
preguntó al ver que buscaba su arma en uno de los cajones – voy contigo. -¡ni loco!
– La tomó de los hombros observándola – no seas tramposa y devuélveme la
chaqueta. -Escucha Alex no sabes cómo puede estar y quizás necesites ayuda. ¡No
me voy a quedar aquí! – Sara le lanzó la chaqueta y corrió por todo el estudio en
busca de sus prendas. -¿y que puedes hacer Sara? Estaría más preocupado
pensando en… -Te seguiré – ella se encogió de hombros vistiéndose con prisa.
Yaron se tocó la frente pensativo. -¿y qué voy hacer con las dos? – Captó el interés
de su mujer que lo miró extrañada – Laura también está preparada para
acompañarme. Kendal… -Kendal duerme y tenemos bastante personal que se
puede hacer cargo de la situación. Laura estará muy nerviosa. Te prometo que
esperaremos en el coche hasta que tú salgas con Simón, no puede pasarnos nada
malo. Yaron pareció dudarlo durante unos segundos y asintió. -Abrígate bien que
esta noche hace mucho frio. Yaron revisó su arma una vez más antes de guardarla
en el bolsillo. -No os mováis de aquí – avisó a las dos mujeres que lo miraban
atentas. – el cochero tiene orden de regresar a casa si ve el más ligero problema. -
¿has pensado como vas actuar? – Preguntó Sara.- ¿tienes forjado algún plan? - lo
inventaré sobre la marcha – salió perdiéndose en la oscuridad de la noche. -¿crees
que encontraran a los hombres de la Escocesa? – musitó Sara observando a Laura.
La joven tenía el rostro humedecido y su cuerpo temblaba. – va a salir todo bien,
no te preocupes. Yaron lo sacará de allí – descorrió las cortinas tratando de
observar el exterior. El vehículo estaba oculto entre unos gruesos árboles y tan solo
una pequeña luz en la puerta de la posada indicaba que allí había un edificio
habitable. -Le dije a Simón que no fuera pero estaba muy enfadado. -¿Por qué no
avisó a Alex? – Sara agitó la cabeza intranquila, se recogió los cabellos y los ocultó
bajo la capucha de su capa negra. – voy a ver si puedo ver algo por la ventana de la
posada. -¡No! – La detuvo por el brazo – vamos a esperar un poco. Ni siquiera
tenemos nada con lo que defendernos. -El cochero tiene un rifle o algo así. ¿Laura
sabes disparar? -claro que no. ¿Usted sabe niña? -No puede ser tan difícil. Se
apunta y se dispara. ¿No? Laura asintió encogiéndose de hombros. -¿Cómo va
hacer para quitarle el arma? - Sal y entretenle. Ya me las apañaré. Laura obedeció
y una vez en el exterior el cochero bajo del pescante al verla. -Haga el favor de
volver a subir. Posiblemente el capitán regrese con Simón antes de darnos cuenta.
-Solo… quería estirar las piernas. -Con este frio lo mejor es que vaya acompañar a
la señora – mientras el hombre hablaba solo Laura fue consciente de los pasos de
su ama al otro lado del vehículo. Sara se escondió el arma entre sus ropas y corrió
furtivamente hacía la posada. Sus pasos se hundían en la nieve blanda sintiendo
como los dedos de los pies comenzaban a congelarse. ¿Porque había cogido unas
zapatillas tan delicadas? ¡Al final iba a ser cierto que cogería una pulmonía! Estaba
tan nerviosa que el corazón galopaba en su pecho como un caballo desbocado. A
medida que se acercaba observaba el lugar con la boca seca. ¿Cómo demonios se
dispararía un rifle? Miró a un lado y a otro antes de aplastarse contra una de las
paredes del edificio. Del interior escapaban voces y risas acompañadas de varias
notas musicales. -¿Qué haces aquí? – Sara se giró asustada, una mujer bastante
liviana de ropa la miraba con un cubo en la mano – será mejor que entres si no te
vas a quedar helada – arrojó el contenido del cubo al camino y la indicó a Sara que
la siguiese. – vienes por el hombre de los collares ¿verdad? -¿está bien? La mujer
frunció los labios no muy convencida. Atravesaron un oscuro pasillo y
seguidamente tomaron unas estrechas escaleras que accedían a la planta superior.
-No sé en qué lio se habrá metido su amigo pero lo tienen encerrado en uno de los
cuartos – la mujer miró a Sara atentamente – no haga ningún ruido y entre en ese
dormitorio. Voy a bajar a ver cómo están los hombres y enseguida vuelvo. ¡No se
vaya a escandalizar! – dijo con una risa bastante forzada. Sara se apoyó contra la
puerta una vez estuvo cerrada y soltó la respiración que había retenido durante
todo el camino. ¡Yaron la iba a matar! ¡La iba a matar! Recorrió con la vista la
habitación y sus ojos dorados brillaron sorprendidos. Las paredes estaban forradas
de un rojo intenso y sobre ella había grandes posters de mujeres semidesnudas y
de parejas haciendo el acto de amor en diferentes posiciones, tantas que Sara nunca
había imaginado que los cuerpos se pudieran adaptar de esa forma. De haber
estado acompañada ni siquiera se hubiese atrevido a ver aquellas escenas por eso
se fue deteniendo en todas y cada una de ellas. Había un hombre tan desnudo
como el día que había nacido y su miembro eran algo exagerado ¿existiría eso de
verdad? Escuchó pasos en el corredor junto a varias risas femeninas. ¡Eso no era
una posada! ¡Era un prostíbulo! La puerta se volvió abrir y enseguida entró la
mujer. -Me llamo Lili. No puedes dejar que te vea nadie, no creo que tarden
mucho en retirarse. – Sacó una llave de su escote y se la entregó a Sara – te avisaré
cuando puedes sacarle de ahí y te agradecería que no volviera más. Los soldados
nos cerraran este sitio si se enteran de lo ocurrido. -¿pero porque lo tienen
encerrado? - He oído decir que debe un dinero. -pero no es cierto. - Ah, yo no sé
nada – se encogió de hombros. Descaradamente se metió las manos en el escote y
elevó el pecho hasta que esté casi rebosó sobre la tela. Sara la observó en silencio -
¿viene junto a ese caballero tan guapo que está abajo? ¿El moreno de ojos claros? –
Sara asintió y la mujer hizo un gesto de disgusto – me lo imaginaba. ¡Vaya por
Dios! Para un hombre atractivo que viene… -Es mi esposo – la avisó frunciendo el
ceño. 39 La recamara estaba mal iluminada pero suficiente para que Simón
examinará el lugar desde donde se hallaba. El sitio, sucio de no haberse limpiado
en mucho tiempo era un pequeño despacho en la planta alta del edificio. Poseía un
par de sillas y un escritorio en muy mal estado que parecía fuera a caerse de un
momento a otro. Simón estaba contra una pared, literalmente colgado por los
brazos a dos enormes argollas que pendían del techo. Sus muñecas atadas con una
gruesa cuerda aguantaban el peso de su cuerpo que comenzaba agotarse. ¡Maldita
sea! ¡Que iluso haber caído en las garras de esa gente! ¡Estaban locos! ¿Pues no le
informaron que él, Simón, era el hijo de un marqués? ¿Qué pretendían ganar con
esa patraña? Tiró de una de las cuerdas furiosamente ¡encerrado! Solo un milagro
podía sacarlo de allí y después de todo no era muy creyente de modo que no tenía
confianza ninguna en que nadie fuera ayudarle. ¡Mil veces maldita sea! – dijo
golpeándose la cabeza contra la pared trasera. ¡Imbécil! ¡Estúpido! En la batallas
siempre había sido fuerte, había luchado junto a los mejores. Y ahora ¿iba a morir
en un lugar como aquel? ¿En ese antro de mierda? Él valía mucho más y nunca
aceptaría aquel destino y menos ahora, ahora no. ¡Laura! Cerró los ojos con fuerza
y la imagen de la mujer llenó su mente. El rostro de la orgullosa dama le sonreía
con timidez en la intimidad del amor, le enfrentaba la mirada con descaro y le
hacía desear tocar el cielo con las manos a su lado. Agitó de nuevo las cuerdas de
sus muñecas desgarrando la piel con desesperación sin embargo se detuvo cuando
la única puerta del dormitorio se abrió con velocidad. Una oscura figura envuelta
en una larga capa apoyó su cuerpo sobre la madera durante unos segundos como
si estuviera escuchando tras la puerta. Al girarse Simón abrió los ojos con sorpresa.
¡Jamás había deseado tanto dar un beso a alguien como en ese momento sentía por
Sara! La muchacha le miró aún con la llave en la mano y suspiró con fuerza. -
Gracias a Dios Simón - se acercó hasta el escritorio y dejó un largo y moderno rifle
nuevo. ¿De dónde habría sacado esa mujer algo así? – estábamos muy
preocupados, todos, y como Yaron se enteré de que estoy aquí me va a matar.
¿Pero tú sabes que sitio es este? ¡Claro que lo sabes! ¡Si ni siquiera hace falta que
contestes! Bueno – Sara se colocó las manos en las caderas - ¿y que pensabas?
Podías habernos avisado de lo que estaba pasando y sin embargo no, - comenzó a
gesticular nerviosamente – ¡Pues que sepas que Laura esta abajo y está muy
preocupada! ¿Y tú? ¿En qué pensabas, Simón? Te dije que no hicieras sufrir a
Laura pero te da lo mismo ¿verdad? – Sara se acercó a las cuerdas y comenzó a
tirar de ellas con fuerza - ¡Pues muy mal! Ahora cuando Yaron me vaya a regañar
por haber venido hasta aquí, tú me tendrás que ayudar. Porque está claro que
cuando se entere querrá matarme. ¡Yo lo haría! Si fuera él me mataría… -¿pero qué
Diablos estas diciendo? ¿Te estas escuchando? ¡Deja esas cuerdas! ¡Deberás
cortarlas! – No quería chillarla pero el miedo no la dejaba pensar con claridad,
Simón la disculpó, ¡Que porras! Estaba encantado de verla. -¿y cómo la corto, con
los dientes? – ¿Y ahora porque parecía furiosa? Era como el primer día que la
conoció en el Águila Blanca, siempre hablando y hablando y ordenando para no
variar ¿Cómo la aguantaba Yaron? Suponía que de la misma manera que la
soportaba él, Sara se hacía querer. Simón levantó una pierna como pudo y la señaló
abajo. -En la bota hay un cuchillo. La joven lo buscó con cara de no querer
encontrarlo pero en cuanto lo tuvo en su mano lo elevó para liberarle. -¿Y el
Gitano? -Está abajo. - ¿y tú como has subido? Sara se encogió de hombros y
corrió hacia el rifle para entregárselo. -¿Cómo has subido? – Simón sujetó el arma
y caminó hacia la puerta seguido de la muchacha que se había vuelto a cubrir del
todo con la capa. Sara le relató lo ocurrido desde que Laura comenzara a
sospechar. -¿y el gitano no sabe que estas aquí? – Simón frunció el ceño - ¿y el
arma? -Se lo robé al cochero – hablaban en susurros. Simón se detuvo de golpe y
Sara chocó contra su hombro - ¿Y Laura y el cochero están afuera? ¿Desarmados?
Sara perdió el color del rostro y sintió un repentino mareo ¿Qué había hecho?
Jadeó asustada como si no pudiera respirar, el aire no quería entrar en sus
pulmones. Simón la rodeó la cintura al tiempo que soplaba su rostro. -No te
desmayes ahora Sara, ahora no. Debes ayudarme – la apoyó contra la pared y la
joven resbaló hasta quedarse sentada sobre el oscuro y largo pasillo temblando
aterrorizada. Las escaleras que accedían a la planta inferior estaban muy cerca y en
cualquier momento podrían salir cualquiera y descubrirlos. Se armó un fuerte
barulló en la sala principal y pareció despejar la mente de la mujer que volvió a
incorporarse de nuevo. Se acercaron presurosos hasta la balaustrada. Abajo Yaron
había derrotado a dos hombres utilizando los puños, varios más le rodeaban entre
gritos e insultos. Mesas y sillas habían sido retiradas contra la pared como si esos
maleantes esperaran una buena refriega. -Quédate aquí entre las sombras, toma
¿sabes disparar? – Sara asintió temblando como un flan - ¿estas segura? -No –
susurró – se apunta y se dispara. -¡Mierda! – Simón no podía reaccionar. Si bajaba
ayudar al Gitano dejaría desprotegida a Sara y de hacerlo lo contrario… miró la
sala principal, Yaron ya había caído dos veces bajo uno fuertes puñetazos de un
enorme oponente - ¡No te muevas de aquí y…! -Va a salir bien – dijo ella con voz
temblorosa. El hombre se lanzó a cuerpo descubierto cubriendo la espalda de Alex
al aterrizar junto a él. No era muchos hombres aunque si experimentados, se dio
cuenta en el primer derechazo que recibió. El segundo golpe lo lanzó sobre una
mesa y está se desplomó bajo su peso. Le dolían los brazos de haber estado
colgado al menos media hora, sus movimientos fueron algo torpes y lentos. Faltaba
muy poco para ser reducidos cuando un disparo rompió el alboroto de los que
peleaban dejándolos a todos paralizados, observando quien era el que tenía el
arma, buscándolo alrededor y en la escalera. Simón elevó la vista escudriñando el
entornó, Sara debía estar entre las sombras, le costó encontrarla agazapada contra
unas gruesas cortinas que colgaban desde una barra paralela a la balaustrada. -
Muy bien señores, vamos a tranquilizarnos – dijo un sujeto descendiendo la
escalera con una pistola aun humeante en su mano – Aquí nadie quiere hacer daño
a nadie ¿verdad? Un par de hombres cogieron a Yaron tirándole de los brazos
hacia atrás, un segundo después hicieron lo mismo otros dos con Simón. -Dejar
que mi amigo se largue – gritó Simón furioso. -Nadie le invitó a venir aquí – el
hombre se encogió de hombros con una cruel sonrisa en los labios - ¿y tú? Yo
juraría que te deje encerrado y atado ¿eres mago? Simón le miró con tal frialdad
que el sujeto llegó a encogerse bajo su casaca. -Daré por hecho que no me vas a
contestar – dijo terminando de bajar la escalera, se lanzó al suelo cubriéndose la
cabeza con las manos cuando sintió la bala rozar su oreja. Un trozo de metal que
impacto contra la pared. Un fogonazo que destelló con un brillante tono azul
seguido de un tremendo estrepito. -¿pero qué…? La oscura figura controlaba toda
la sala desde el ángulo donde se hallaba. Su porte altivo y orgulloso bajo la capa
imponía de manera fantasmal, la capucha ocultaba un rostro de ojos ambarinos
que brillaban como una bestia de leyenda, la tranquilidad que lo envolvía, el rifle
que seguía apuntando al jefe de aquella gentuza hizo que todos levantaran las
cabezas para estudiar sus próximos movimientos. Simón se zafó de sus agresores
y los desarmó bajo la atenta mirada del encapuchado. -Vaya, parece que hemos
cambiado las tornas – rió Simón aunque sus ojos iban de vez en cuando hacia la
oscura figura que seguía apostada en silencio en lo alto de las escaleras. Puede que
nadie supiera quien era aquel ser que parecía irreal, pero no solo él conocía ese
dato si no que tenía una pequeña noción de que si esa bala había pasado tan cerca
del hombre fue por pura casualidad y el próximo disparo podría ir a parar… Dios
sabía dónde. – mi amigo y yo estamos deseando marcharnos y no volver a pisar
este sitio nunca más. ¡Estáis equivocados conmigo! ¡No soy hijo de un marques! –
Rio con cinismo – olvidar que existo. Yaron no podía estar más perplejo con Simón
si no fuera por la persona que mantenía su posición en lo alto de la escalera, tuvo
incluso la sensación de que el sujeto evitaba mirarlo directamente. Fue tan solo un
pequeño movimiento, el brillo de aquellos ojos gatunos pendientes de los hombres
de la sala y aquel giro de su cabeza, ese ademan... ¡Sara! Subió las escaleras como
un energúmeno hasta situarse junto a la joven, la retiró la capucha de un solo
movimiento y cuando el cabello platino cayó derramado sobre la espalda la
arrebató el arma con una furiosa mirada. -Ya hablaremos. Ya hablaremos.

Alex bajo la escalera con Sara pegada a su espalda. Eran seis hombres sin
contar con el que se estaba levantando del suelo, ese era el que más pinta tenia de
ser el cabecilla del grupo. Simón lo agarró por la pechera golpeándolo contra el
carcomido mostrador y Yaron aprovechó para alcanzar la puerta sin dejar de
apuntarlos. Sara se había agarrado a su cintura y observaba el local con interés.
Lili y otras mujeres espiaban desde un pequeño cuarto oscuro que tenía la puerta
entreabierta, Sara sonrió a la mujer agradeciéndola en silencio su ayuda y esta
levantó una mano despidiéndose. Yaron vio el gesto y se permitió el lujo de
observar a su mujer con el ceño fruncido. -No me vas a creer amor, ha sido suerte
– susurró ella poniéndose de puntillas. -¿Qué parte de que esperaras en el coche
no entendiste? – gruñó. -Pero amor… -¡Calla Sara! – la empujó hacía la puerta
susurrando, las cosas aun no estaban tan calmadas como parecían. –Si te digo que
corras, corres. Hazlo y no pares hasta llegar al coche. Si no salgo en unos diez
minutos busca a Castor y envíalo. Y esta vez hazme caso. La joven asintió
obediente como si su única intención en la vida fuera acatar todas las órdenes de
su amado esposo. Alex gritó a uno de los sujetos que lentamente trataba de
acercarse a Simón. -¡Ahora Sara! – la incitó. En el mismo momento que la joven
abría la puerta alguien comenzó a disparar desde el piso superior, algún hombre
que había estado ocupado durante la reyerta y recién ahora se enteraba de lo
ocurrido, al ver a sus compañeros a expensas de aquellos dos tipos había decidido
actuar sin medir las consecuencias. Sara se lanzó a la carrera antes de ver a Yaron
alzando su arma. Poco después el sujeto se desplomó rodando por la escalera para
caer al piso con un golpe seco. Corrió todo lo que la permitían las ropas y las
livianas zapatillas que se hundían en la espesura de la nieve. Se alzó las faldas por
encima de las rodillas para liberar sus músculos. Apenas unos metros separaban a
Sara del vehículo cuando resbaló en el camino cayendo de rodillas sobre la nieve.
Allí sobre el suelo jadeó repentinamente cansada, notaba que los pulmones no
acogían el oxígeno como lo hacía con normalidad, era como si las paredes del
diafragma se hubieses contraído prohibiendo la entrada del aire. Levantó la
cabeza, podía ver el coche ante ella pero por más que ordenara a sus piernas que se
levantaran y caminaran el corto trayecto no la obedecieron. Se asustó notando la
quemazón de su espalda y la repentina humedad que se pegó en su capa y que se
deslizó en forma de gruesos goterones que tiñeron el suelo de rojo. Desesperada
miró atrás pero Yaron aún no venía y los ocupantes del carruaje eran ajenos a su
presencia. Gritó con una mano extendida cubierta de sangre oscura. ¡Laura
debería verla! ¿Qué estaba pasando? Lloró atemorizada llamando a Alex, solo sus
gritos rompían el silencio de la noche. ¿Por qué nadie la oía? El frio de la nieve
empapaba sus ropas penetrando en todos los rincones de su cuerpo, ni un trozo de
piel se libró de la dureza gélida con que miles de agujas se aferraban a ella con
determinación. Sara quedó tendida sobre el camino como si perteneciera al mismo
paisaje, igual que un árbol o una piedra. Durante unos minutos más, observó la
negra noche sin pensar en nada, con la mente totalmente en blanco antes de que
sus ojos se cerraran adormilados. Antes de perder toda conciencia con lo real y lo
irreal. En el sitio donde fue no existía pasado, presente y futuro, simplemente no
había nada. Todo estaba vacío, ni Kendal, ni Yaron, ni siquiera Erika quien la había
ayudado desde su infancia hasta la edad adulta. Allí estaba sola sin ver, sin hablar
ni oír. Simón cerró la puerta y entre los dos la atrancaron con los maderos y los
barriles que apoyaban en unas de las paredes de la posada. Alex sabía que existía
otra entrada si no ¿de qué modo lo había hecho Sara para atravesar el salón sin ser
vista? Ya tendría unas palabras con ella, no soportaba verla en peligro y cada vez
que ocurría eso sentía como crecía el enojo dentro de él sin poder detenerlo. Sara
era demasiado impetuosa pero tenía que reconocer que de nuevo le había
sorprendido. Había rescatado ella sola a Simón y cuando apareció en lo alto de la
escalera cubierta de los pies a la cabeza de oscuro y con el arma apuntando… un
escalofrío había recorrido su columna vertebral pensando que la muerte en
persona hacía acto de presencia. Sara – se dijo con una sonrisa mirando hacia
donde había dejado el vehículo - ¡ay cuando la pillara! -¿estás bien Simón? –
preguntó al hombre echando andar. -Sí, espero que se den por enterados de una
vez. ¡Hubiera preferido que realmente debiera dinero a que pretendieran que les
pagara solo por decirme que soy el hijo de un marqués! ¡El marqués de Leicester ni
más ni menos! Yaron arqueó las cejas sorprendido. -¿y lo eres? Me refiero ¿eres
hijo…? -Hijo de nadie, hijo del dios y el mar. – Negó con la cabeza y sonrió burlón
- ¡soy un hijo de puta! ¡Ja! ¡Qué más quisiera yo! ¡Hijo de un marques! -¿Dónde te
encontró Sara? - Esos cerdos me tenían colgando de unas cuerdas en un cuarto de
arriba. Cuando entró tú mujer la verdad no sé porque no me sorprendí más. Nunca
había deseado tanto que alguien viniera a rescatarme como esta noche y cuando
Sara apareció… -¡No me explico cómo pudo entrar sin que la vieran! ¿O porque
diablos conoce a la dama que regenta el local? - me contó algo pero la verdad
estaba más pendiente de tratar de salir de allí de lo que me decía, no le vayas a
comentar que a veces no la presto atención que no quiero que se enfade. Ahora que
lo pienso es la primera vez que una mujer se preocupa por mí como ella. – Asintió
con la cabeza - Tal vez deberías escucharla… -No trates de defenderla ante mi
Simón. Por cierto Laura también esta. - Lo sé. -¡Le dije que esperara en el coche y
no lo hizo! – Alex volvió al tema anterior - Sara tiene que entender que no puedo
dejar que se exponga al peligro así como así. Si ella quiere aventuras la llevaré a
navegar, a buscar un tesoro si lo desea, pero no la quiero volver a ver nunca más
con un arma en las manos. ¿Entiendes? -Si – asintió Simón deteniéndose y
agachándose un poco tratando de descubrir que cosa era lo que había en el camino.
- ¿Qué es aquello? Yaron también vio el bulto y armándose de nuevo caminaron
los dos en silencio. 41 Yaron miró el reloj de torre que adornaba la sala, ya había
perdido la cuenta de las veces que lo había hecho durante toda la noche. El tic tac
de las agujas era el único sonido que rompía el lúgubre silencio que los envolvía. El
tiempo no pasaba, las agujas no se movían. La servidumbre entraba en silencio
respetando el dolor de la familia, portando bandejas que luego volvían a la cocina
en el mismo estado. Nadie se atrevía hablar, de vez en cuando se escuchaba el
murmullo de varias personas orando, entre ellas Erika que aferrada a las manos de
Rouse se debatía entre el rezo y el llanto. Eric seguía apostado en la puerta, con los
ojos clavados en la escalera en espera de que el doctor les informara de algo.
Llevaba mucho tiempo en aquella misma posición y aunque en su rostro se
marcaban trazos del cansancio aún tenía en sus ojos una pequeña chispa de
esperanza. Las horas se deslizaron en una lenta agonía, en una larga espera que
nunca llegaba a su fin. Yaron volvió a sujetarse la cabeza con las dos manos sin
querer mirar a nadie. Una gran desazón llenaba su corazón. Allí, con la cabeza
gacha, escondido de las miradas de su familia dejó que las lágrimas fluyeran una
vez más. Ahogó los sollozos luchando por controlarlos. Sentía miedo, pánico al
pensar en perderla, terror a no volver a verla jamás, a no poder estrecharla junto a
él en las noches, ni escuchar sus bromas o sus fingidos gritos de enojo. ¿Qué iba
hacer sin ella? ¿Cómo podría vivir sabiendo que jamás, jamás regresaría? Daria
cualquier cosa por haber sido él el herido, era egoísta sí, pero prefería mil veces
morirse a vivir con aquella angustia que apretaba su corazón sin compasión. “–
Quiero que dejemos estas aventuras tan peligrosas y que seamos una familia
normal” ¿no le había dicho ella aquello? Por un capricho del destino ahora se
hallaban en aquella situación. No pensaba culparla de lo ocurrido, ella solo
obedecía a su corazón, a su instinto de ayuda, pero de valientes los cementerios
estaban llenos. Se restregó los ojos y volvió a mirar el reloj, no habían pasado más
de cinco minutos y todos seguían en la misma posición inicial de hacía horas.
Yaron en ese momento era capaz de abrazar al mismo Diablo, de enfrentarse al
fuego eterno, de cruzar el océano a nado sin con ello recobrara la salud de Sara.
Simón se levantó del sillón con el vaso vacío en la mano y lo volvió a rellenar de la
licorera que había sobre una bandeja de plata. -Ponme uno – le dijo Alex
levantándose. No tenía ni hambre ni sed, simplemente la impaciencia ya
comenzaba hacer mella en él. Sara no había recobrado el conocimiento desde que
la recogieran como un animal herido, un cuerpo lánguido y frio, un rostro de
porcelana sin brillo, al igual que una muñeca de trapo que se la mueve a su antojo.
Notó el whisky ardiendo en su garganta, inflamando su pecho. Le sirvieron dos
más hasta que el doctor descendió acompañado de una de las doncellas, entonces
apartó la bebida y se unió a Eric que interceptó al hombre en la puerta. Rouse y
Erika se acercaron para rodear al hombre que apenas se atrevía a mirarlos a los
ojos. -¿Cómo está? – preguntó Yaron con voz ronca, luchando por no apartar al
hombre y subir a comprobarlo por el mismo. -He conseguido sacar la bala, en un
principio no dañó ningún órgano. – El doctor buscó un lugar para apoyar su
maletín y al final escogió una silla cercana – Si son creyentes lo único que les
puedo aconsejar es que recen mucho por ella. Erika rompió a llorar con angustia y
en algún momento debió perder los nervios porque entre Andrew y su prometido
tuvieron que sacarla al exterior para que sintiera el aire frio en su rostro y tratara
de calmarse. ¿Cómo podían pedirla eso? ¿Es que no comprendía que era su
hermana pequeña? ¿No se daban cuenta que las unía algo mucho más hermoso
que unos simples lazos de sangre? Sara era su confidente, la que la metía en líos
cuando embarraba las sabanas de sus vecinos y venía a esconderse tras ella, tras
sus faldas. Sara era la pequeñaja del grupo que siempre incordiaba y pinchaba al
resto hasta que todos acababan peleando por culpa de ella, y cuando le lanzó al
hijo del duque un excremento de perro con un tirachinas dándole en toda la cara.
O cuando cantó en el coro de la iglesia e hizo caer todos los banquillos donde las
jóvenes entonaban una tierna canción y armó un revuelo que se quedó escondida
en el campanario durante toda una tarde entera. ¿Cómo podría estar tranquila si
Sara se hallaba en una cama debatiéndose entre la vida y la muerte? -Pero ¿Cómo
la encuentra doctor? – insistió Yaron después que se llevaran a Erika. -Ha perdido
mucha sangre. He intentado que la infección no se extendiera. Voy a salir un poco
hacer unas diligencias pero regreso después, quiero ver su evolución. Su hijo de
momento no parece haber sufrido daño pero la pérdida de sangre ha sido enorme,
los órganos deben trabajar más y luchar por mantenerse bien. El corazón es el
motor del cuerpo y la mujer es joven y fuerte. Ahora la cuesta trabajo respirar y
sufre de taquicardia pero eso es normal debido al desangre. -¿eso qué significa? –
Preguntó Rouse -¿Qué su corazón se puede detener de un momento a otro? El
doctor bajo la cabeza, nunca le había gustado dar las malas noticias ni explicarse
demasiado en términos médicos, en muchas ocasiones la mitad de los pacientes no
le escuchaban, solo oían lo que querían oír, lo que más les interesaba. Asintió. -
Voy acompañarla – dijo Yaron – por favor doctor no se entretenga mucho, le
pagaré lo que sea. -Haré todo lo posible – le aseguro el hombre. – pero no es
cuestión de dinero si no de fe. ¡Fe! Decía. Él ya había perdido la fe. No creía en
milagros, sin embargo ¿no le había demostrado Sara que existían? -Alex ¿Por qué
no te das un baño, te pones a gusto y la acompañas luego todo lo que quieras? – le
preguntó alguien, creyó que era Rouse pero no estaba seguro. -Ahora no –
contestó subiendo ya los peldaños de la escalera. La habitación se hallaba en
penumbras, las cortinas habían sido corridas cubriendo la ventana, el fuego
danzaba recién atizado en el hogar. Una pequeña lámpara sobre la mesilla era el
único punto de luz. El hombre se acercó en silencio, tan solo escuchando los latidos
de su corazón a medida que se acercaba a la ancha cama envuelta entre sombras.
Sara yacía con el cabello plateado extendido sobre la almohada, su piel blanca,
pálida, apenas sin vida comenzaba a tonarse cenicienta. Incluso los rosados labios
habían perdido el color acercándose más al tono marfil. Y sin embargo seguía
siendo tan bella, tan hermosa que lograba dejarlo sin resuello. Tan solo deseó que
abriera sus dorados ojos de miel y le mirara una vez más. Se sentó junto a ella en la
cama y la aferró la mano con fuerza en un intento por darla algo de su calor, sus
dedos estaban lánguidos, fríos, se los llevó a los labios y allí los retuvo durante
una eternidad, incapaz de apartar sus ojos del rostro amado. De vez en cuando se
inclinaba a ella temeroso por no sentir su aliento, su respiración. Sara era muy
fuerte y después de todo habían llegado hasta allí, podría llegar a cualquier sitio.
Al cabo de un rato se recostó junto a ella como hacia todas las noches, la abrazó
hundiendo el rostro en su cabello, quería impregnarse de su olor, sentir su cuerpo
al que podía escuchar perfectamente los alocados latidos de su corazón. Sara era
una luchadora y aquel órgano motor peleaba por seguir allí, golpeando con fuerza,
bombeando y regenerando una nueva sangre. Sara no iba a fallarle, él no la
permitiría abandonarle de esa manera. Lloró como hacía de muchacho cuando
sentía miedo y estaba solo. Y esperó. 42 Solía pensar que el amor era algo irreal,
algo efímero que tras los tres primeros encuentros desaparecía. Solía pensar que la
amistad entre un hombre y una mujer no existía, no entraba dentro de la lógica, el
hombre era el depredador por naturaleza, celoso del resto y la fémina la presa, el
tierno bocado que llevarse a la boca después de un duro día, un cuerpo donde
descansar. ¡Qué equivocado estuvo! Yaron tenía los ojos cerrados pero los abrió al
notar la presencia, no había visto nada pero sintió la aparición que se cruzó ante la
ventana oscureciendo la recamara por completo durante unas décimas de segundo.
La intrusa se detuvo bajo los rayos de plata que penetraban por el ventanal y se
volvió a él. Alex se medió incorporó observándola, estaba enternecido de verla
pero su rostro no reflejó ninguna emoción. Tenía la cabeza embotada y los ojos
ensangrentados sin embargo no se movió de la cama mirando fijamente a la mujer.
Sara se hallaba de pie frente a la ventana y le devolvía una dorada mirada cargada
de picardía, su boca sonreía con los labios ligeramente entreabiertos mostrando
apenas los dientes, su cabello brillaba bajo el halo de luz rozando sus caderas con
suavidad. Estaba envuelta en su capa negra pero podía ver que bajo ella se hallaba
en camisón. -¿Sara? – la llamó con voz angustiada. Ella no contestó y muy
despacio se despojó la capota dejándola caer a sus pies con un ligero murmullo. El
camisón blanco, recatado, destelló en la semi oscuridad del dormitorio. Yaron
extendió una mano invitándola acercarse pero ella solo soltó una carcajada, débil,
como el tintineo de cristales. -Ven Sara – la imploró. Ella le miró y sus ojos
adquirieron un fulgor cargado de congoja, la tristeza llenó su rostro tornándose
pálido, tan trasparente que diminutas venas azules se marcaron en las perfectas
mejillas. Con una gracia infinita se giró para abrir la puerta del balcón haciendo
que por un breve instante el camisón revoloteara tras ella acariciando sus tobillos.
-¡No! – Alex corrió hacía ella saltando por el colchón. Si Sara salía al exterior sus
pulmones empeorarían. Salió al mirador deteniéndose de golpe. -¡Sara! – Gritó -
¿Dónde estás? No puedo verte. – se sostuvo a la baranda observando la oscura
celosía ¿habría bajado ella por allí? Con un fuerte jadeo Yaron abrió los ojos al
tiempo que se sentaba en la cama. Echó un vistazo por el dormitorio. El fuego se
había apagado hacía tiempo y la oscuridad era total en la fría habitación. Prendió
la mecha de la lámpara que había sobre la mesilla y caminó hasta el ventanal, las
cortinas cubrían toda la pared e impedía que cualquier rayo de luz, por mínimo
que fuera, penetrara al interior. Se aseguró que el pestillo estuviera cerrado y se
dejó caer sobre la alfombra apoyando la espalda en las colgaduras. El sueño había
sido tan real que incluso podría haberla sujetado antes que escapara, su carcajada
fue tan nítida… su aroma tan envolvente. Llevaba dos días con sus noches, con sus
minutos y sus horas sin poder conciliar el sueño. Su barbilla se había cubierto por
una incipiente barba oscura y las ojeras le llegaban hasta los pómulos. Sentía los
ojos irritados, secos y aspereza al tragar. -¡Alex, Alex! – llamaron a la puerta del
dormitorio y alguien intentó entrar pero estaba cerrado con llave. –Alex, ¡Sara ha
despertado! Reconoció el gritó de Rouse y con velocidad corrió hacia la puerta
tirando una pequeña mesa que había de por medio. -¡corre ve! – Le instó la mujer
con una esperanzadora sonrisa – El doctor dice que es posible que vuelva a dormir.
Sin reparar en su aspecto atravesó el corredor para ingresar en el cuarto. Sara
trataba de mantener los ojos abiertos y se iluminaron levemente cuando le
devolvió la mirada. Quiso sonreír pero tan solo sus labios se curvaron sin fuerza. -
Voy a dejarlos solos – susurró el doctor abandonando la estancia seguido por
Laura que no sabía si volver a llorar o bajar corriendo en busca de Simón para
darle la noticia, quizá así el hombre dejara de sentirse culpable y saliera del
despacho donde llevaba dos días encerrado. No comía pero bien que habían tenido
que reponer el mueble bar un par de veces. A solas en el dormitorio Yaron se
acercó hasta la cama y se sentó en el borde. Tomó la delicada mano que ella le
tendía y la besó con infinita ternura. Estaba débil, cansada, pálida y viva, ¡estaba
viva! Y consciente. -Hola Gitano – saludó ella con voz ronca y seca. Los ojos del
hombre se empañaron súbitamente. Comenzó a tragar con dificultad. -Hola
preciosa. – la acarició la mejilla retirando varias hebras plateadas de su cabello.
Deseaba decirla tantas cosas que en ese momento no tuvo fuerzas ni para ello. Tan
solo con verla allí, con sentir su pequeña mano perdida entre la suya. El tacto de su
piel. Carraspeó al sentir que engullía su propia voz - ¿Cómo te encuentras? Ella
ladeó la cabeza poniendo los ojos en blanco. -Muy cansada y me duele el hombro.
¿Qué pasó? -Te debieron herir cuando escapaste – agitó su negra cabellera – ni
siquiera me di cuenta, cuando te dije que salieras… Sara alzó la mano libre con
mucho esfuerzo y le cubrió los labios. -Ya no importa Yaron, yo fui la culpable y
no te puedes hacer responsable de mis actos. – la costaba hablar y al tomar oxigenó
un ramalazo de dolor hizo que apretara los dientes con fuerza. -No debí llevarte –
murmuró contra sus dedos – Jamás… -Te hubiera seguido – quiso encogerse de
hombros y la dio un fuerte ataque de tos. Alex la obligó a beber un poco de agua.
Se recuperó enseguida aunque los pulmones silbaron de forma alarmante. Durante
unos segundos siguió su respiración observando aterrorizado como su pecho subía
y bajaba con demasiada fatiga. - ¿y nuestro bebé? ¿Cómo está? -te echa mucho de
menos, tanto como yo – le tembló la voz -Descansa preciosa – dijo ronzando los
largos cabellos. Sara cerró los ojos y los abrió de nuevo, asustada. -¿te quedaras
conmigo? No quiero estar sola, me da miedo – murmuró. El hombre encerró el
rostro de su esposa entre sus manos y clavó sus ojos en los de ella. -Nunca has
estado sola, nunca lo permitiría – la besó la frente, la nariz, los ojos cuando los
cerró, la delicada barbilla, los labios. No hubo respuesta. Sara volvió a caer en el
limbo, la envolvieron las sombras y aunque su respiración pareció más relajada el
suave rugido de aquellos órganos eran bastante audibles en el dormitorio. Erika
regresó a su silla, junto al cabecero de la cama, abrió una de las muchas novelas de
Sara y leyó. Yaron volvió a huir de allí, no podía verla tan quieta, no deseaba
escuchar la angustiosa respiración. Bajó al despacho donde encontró a Simón
abrazando a la doncella después de haberle dado la buena noticia. Los miró desde
el quicio sin llegar a entrar, sin molestar. En ese momento Simón alzó la vista y le
vio. -¿sigue despierta? – le preguntó con voz ansiosa. Yaron negó con la cabeza,
tomó una botella de licor sin importar lo que era y regresó a la habitación contigua
de Kendal.

43 La recamara se hallaba en penumbras y de no ser por los leves


murmullos que llegaban desde algún lugar de la casa, Sara hubiera pensado que
seguía siendo de noche. Descubrió a Rouse sentada de manera incomoda en la
silla cercana a su cabecero. La mujer tenía la cabeza inclinada sobre el pecho y los
ojos cerrados. Posiblemente cuando despertara sentiría un horrible dolor de cuello.
Sara se restregó los ojos tratando que la visión borrosa desapareciese. Tenía la
garganta seca y con un esfuerzo alcanzó el vaso de agua que había sobre la mesilla.
No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba en cama aunque si recordaba haberse
despertado alguna vez que otra. Sentía todos los músculos del cuerpo agarrotados
y la espalda dolía de llevar en la misma posición bastante tiempo. Con un empujón
apartó las cobijas echándola hacía los pies y con movimientos lentos debido al
reciente mareo que la atacó logró sentarse sobre el colchón con las piernas
colgando. Aspiró con fuerza reteniendo las náuseas, haciendo que la sensación de
asco que la inundaba se fuera deshaciendo en la boca del estómago. Si no pensaba
en las arcadas que sus garganta deseaba expulsar casi se sentía hasta bien. Rouse
cambió de posición abriendo ligeramente los ojos, se sorprendió al descubrir a su
cuñada tratando de incorporarse. -¿Dónde crees que vas? – La preguntó
poniéndose en pie y rodeando la cama para detener a Sara en su empeño por
levantarse – aun estas muy débil. Dime que necesitas y yo te ayudaré. La
muchacha no luchó contra Rouse aun así se negó a volver a recostarse. Notaba un
fuerte pinchazo en la columna vertebral que se extendía hacía los riñones
provocando una especie de dolor metálico. -No soporto más esta postura – Se
quejó. Rouse colocó varios almohadones para que Sara pudiera sentarse en la cama
sin salir de ella – aquí hace mucho calor ¿no? -El doctor dice que no es bueno que
el aire frio penetré en tus pulmones. -Todo el dormitorio huele a enfermedad –
Sara se apoyó en los mullidos cojines y estiró bien las piernas sobre el colchón
buscando algún pedazo de sabana fresca que la aliviara. Rouse se acercó de nuevo
a ella posando la mano en su frente. -La fiebre ha desaparecido – confirmó con
una sonrisa - ¿Cómo te encuentras? -Cansada de estar aquí – dijo con honestidad.
Un ligero tirón en su hombro vino a recordarla porque seguía allí postrada y gruñó
con fastidio - ¿se ha casado ya Erika o ha vuelto a retrasar la boda? Pobre, me da
tanta pena con ella y su prometido. -No te preocupes por ellos, aunque se
quisieran casar están tan preocupados por tu salud que lo harían a disgusto. Pero
aún faltan tres días para ello y para entonces seguro que estas más recuperada.
¿Quieres que avise a Yaron? -¿Dónde está? -Encerrado en su dormitorio – Rouse
pensó en el hombre desaliñado que solo salía de la recamara para visitar a Sara y
velar sus sueños – Está muy preocupado. De seguir así será él el que enferme. -
Déjame que vaya a verle – volvió a incorporarse, esta vez lo hizo tan deprisa que la
cabeza dio vueltas durante una fracción de segundo. –Creo que voy a vomitar –
dijo con voz entrecortada. Rouse salió al vestidor y regresó con un balde de
porcelana donde Sara se desahogó expulsando el poco líquido que se hallaba
retenido en su estómago. Al cabo de unos minutos las náuseas remitieron y Rouse
apartó el objeto para que la primera doncella que acudiera lo retirara. -Será mejor
que no te muevas… -por favor Rouse, quiero darle una sorpresa. -¿y si te enfrías
en el camino? En el corredor hace bastante corriente, Erika ha mandado que aireen
la casa. -Acércame un abrigo del ropero – suplicó. Su voz era ronca y áspera de
haber mantenido la boca cerrada durante mucho tiempo. Sus dorados ojos
recorrieron el cuarto y cayeron sobre una pila de novelas desparramadas sobre la
alfombra. Rouse siguió su mirada y se excusó con las mejillas sonrosadas. -Erika y
yo nos hemos perdido entre tus libros durante estos días. ¡Nunca había leído tanto!
Ahora nos hemos vuelto una adictas – sacó una oscura capota del armario y la
ayudó a colocársela cuando Sara se puso en pie. -¿estas segura que quieres hacer
esto? -También iría a ver a Kendal… -Tu padre se ha llevado al niño, han
colocado un abeto gigante frente a la catedral y quería mostrárselo y así despejarse.
Laura esta con ellos. -¿Cuánto tiempo llevo en cama? – preguntó incapaz de
recordar. -Hoy hace seis días. Perdiste mucha sangre y cogiste una pequeña
infección en los pulmones, menos mal que a pesar de la fiebre no te opusiste a
comer. Tu esposo dijo que te metería la comida con embudo si fuera necesario. -
¡Yaron siempre tan agradable! No lo habrá hecho ¿verdad? Me raspa la garganta al
tragar. Rouse soltó una alegre carcajada y negó con la cabeza: -Me alegro que
hayas regresado al mundo de los vivos. – La mujer cogió un suave cepillo y lo pasó
por el cabello platino que se enredaba en la espalda. La dio unos toques de
perfume elaborado a base de lavanda y camomila. -¿puedes andar? -Creo que si –
Sara lo intentó. Sus piernas pesaban y la costaba mantenerse erguida. Probó con
pasos cortos y lentos hasta llegar a la puerta apoyándose en los muebles. Podía
más la ilusión de ver a su esposo y sorprenderlo con su recuperación. Tal vez, solo
tal vez, Alex hubiera olvidado su descabellado plan de haber entrado en la posada
sin medir las probabilidades. Todo había salido bien ¿no? Era cierto que en el
pasillo la corriente de aire era muy fuerte, agradeció el ambiente frio que la ayudó
a respirar con normalidad. Para cuando llegó a la puerta del dormitorio que Yaron
había utilizado de soltero y que sin duda le habría acogido durante esos días, sus
músculos se habían relajado y la extraña sensación de asco producida por su
embarazo desapareció. Tiró del picaporte con suavidad al principio, la manilla se
movió de un lado a otro pero la puerta no cedió. Estaba cerrada desde dentro. -
Déjame una de tus agujas del pelo – la susurró a Rouse con una mano extendida
hacia ella. La mujer obedeció fascinada. -¿sabes abrir así las puertas? -alguna vez
lo he hecho – se encogió de hombros y se inclinó para introducir el objeto en la
cerradura mientras hablaba sobre su hombro – Mi padre me encerró en más de una
ocasión para que no saliera a cabalgar y… - la cerradura hizo un suave clic y Sara
sonrió agradecida de que aún recordara como hacerlo. – Siempre logré burlarlo – la
entregó de nuevo la aguja. -Voy a ordenar que te suban algo de comer. -Por favor
asegúrate que haya algo de fruta, me apetece algo fresco y Rouse… gracias por
estar aquí. Ante la puerta se puso nerviosa, respiró con fuerza y empujó la madera
hacia el interior. El dormitorio se hallaba a oscura, descubrió a Yaron sobre la cama
acostado bocabajo con los brazos metidos entre las almohadas. Había varias
botellas de licor a los pies del colchón. Sara arrugó la nariz. Desde luego Yaron
necesitaba el baño más que ella. Abrió las cortinas dejando que la luz del exterior
penetrara con fuerza acariciando cada rincón de la recamara. Yaron se quejó y
hundió la cabeza bajo uno de los cojines. Le dolía la cabeza y la claridad del día le
molestaba los ojos. Esperaba que quien hubiera entrado para invadir su intimidad
se fuera del mismo modo que había aparecido. De súbito recordó que había echado
el pestillo a la puerta. ¿Estaría soñando de nuevo? Se giró en la cama semi
incorporándose y de nuevo volvió a ver a Sara junto al ventanal. Aparecía como lo
había echo últimamente, envuelta en la capa y con su pálido rostro mirándole, sin
embargo esta vez era diferente, el rictus de la tierna boca parecía serio. Alex
terminó de sentarse, su rostro estaba oscurecido por la barba y su negro cabello
caía revuelto sobre sus ojos claros. -¿estoy soñando? – se atrevió a preguntar
pasándose las manos sobre la cabeza. -No lo creo – respondió ella observándole
fijamente – de modo que yo muriéndome y tú emborrachándote – le dijo en tono
gazmoño. -¿eres tú? – centró su atención con el ceño fruncido. -¿Quién si no iba a
ser? – Se acercó a la cama con pasos cortos -¡no me digas que esperaba a otra
porque te juro Yaron que te cojo de los pelos y te arrastro por todo el piso! -¡eres
tú! – Exclamó corriendo a levantarse en el momento que ella llegaba.- ¡eres tú! –
repitió abrazándola con fuerza para elevarla unos centímetros sobre el suelo. -
¿crees que te dejaría solo para que cualquier mujerzuela tuviera el camino libre? –
su voz sonaba ahogada contra el pecho de su esposo. – no terminas de conocerme
marido mio. -Y tú no dejas de sorprenderme – rio tan alegremente que giró con
ella en brazos sobre la alfombra. -Será mejor que me bajes si no quieres que mi
estómago quede vacío sobre tu camisa – Alex la dejó en el suelo y la observó con
atención. Sara hizo lo mismo con los ojos entrecerrados. La camisa del hombre se
hallaba desabotonada hasta el inicio del pecho, la tela estaba cubierta por un sinfín
de arrugas. – ¿hace cuánto que no te cambias querido? Yaron la dedicó una mueca
y la hizo sentar sobre la cama. -¿de dónde vienes? – la señaló la capota al tiempo
que él se despojaba de la camisa. Se lavó en la jofaina que a saber desde cuando
tenía el agua allí, estaba helada pero él era incapaz de sentir frio teniendo la
ardiente mirada de Sara sobre su cuerpo y la alegría de saber que se encontraba
bien, por lo menos él la encontraba más hermosa que nunca con el cabello
enredado enmarcando su rostro. -Del dormitorio – ella se quitó el abrigo y le
siguió con la vista cuando se colocó una camisa nueva. Se había mojado el cabello
que ahora le cubría de nuevo la nuca. -¿Cómo te encuentras? ¿Te ha dicho el
doctor que puedes levantarte ya? ¡Me parece increíble! – exclamó eufórico. -La
verdad es que solo Rouse sabe que estoy aquí, pero me encuentro mucho mejor –
movió el brazo para demostrárselo, la carne tiró como si se desgarrara pero Sara no
reflejó ni un solo gesto en su hermoso rostro. – De esta no me muero. -¡No digas
eso! ¿Sabes el miedo que he pasado? Ella observó las botellas vacías arqueando sus
elegantes cejas y asintiendo con la cabeza. -puedo imaginarlo. Tanto que te has
sumido en el alcohol. Buenas borracheras has debido coger para relajarte. Yaron la
recostó con suavidad contra las almohadas. Su rostro preocupado se clavó con
fuerza en los ojos ambarinos. -Si al menos hubiera tenido efecto sobre mí, pero
creo que fue peor, cuanto más bebía más me acordaba de ti. -¿querías olvidarme?
– ella bromeó y el hombre la pellizcó un brazo como castigo. -No podía sacarte de
mi mente – susurró besando la blanda boca con suavidad – y si ahora no estuvieras
tan débil… - volvió a besarla. -Podemos hacerlo muy despacito – sugirió ella
contra sus cálidos labios. Yaron levantó la cabeza sorprendido y soltó una
estruendosa carcajada. -Aún convaleciente eres insaciable. No voy a perderme en
tu locura y con la poca cordura que me queda procuraré que estés cómoda y te
recuperes cuanto antes. - ¿de verdad no te apetece? – preguntó ella con voz melosa.
-Estoy loco por ti preciosa pero sintiéndolo mucho tus instintos sexuales deberán
esperar y no pongas cara enfurruñada. Ni siquiera sé porque te has levantado.
¿Acaso quieres perderte la boda de Erika por tener que estar más tiempo en la
cama? – la volvió a besar antes de levantarla entre sus brazos. -¿Dónde me llevas?
-a meterte en tu cama de nuevo. -¿no quieres que me quede en esta habitación? -
enredó un grueso mechón del oscuro cabello entre sus dedos. Los ojos turquesa
brillaron divertidos. Después del miedo y la angustia que había pasado aun la
quedaban ganas de bromear y él la amaba más por ello. Miró la cama una vez más
antes de pensar que devolver a Sara a su sitio era lo correcto. Hasta que el doctor
no diera su permiso para que se levantara ella le iba a obedecer. -No me tientes
amor. -Entonces almuerza conmigo – le dijo ella con tranquilidad – no parece que
hayas comido mucho últimamente. – le pasó la mano por la rasposa mejilla, él giró
la cabeza y atrapó los dedos con su boca lo que hizo que Sara se estremeciera. -
Haremos otra cosa, preciosa – dijo él con un brillo de excitación en su mirada – yo
te daré de comer. Te va a encantar. 44 Después de pasar un día entero sobre la
cama, con la mente abierta y despejada, aburrida hasta el mismo borde de la
muerte y sin saber qué hacer, Sara decidió que no podía más, la habitación se
estrechaba volviéndose más pequeña a medida que pasaban los minutos. Alex
había aprovechado para salir a terminar un negocio con unos abogados. ¡Como si
Sara se lo hubiese tragado! Yaron habría recordado que no la había comprado nada
para Navidad e iba a ver a un joyero, como el típico caballero inglés, claro que no
dudaría es sacar la daga de hoja ancha y amenazar al sujeto como un verdadero
pirata. Laura debía estar por la planta inferior haciendo entrevistas para los
empleos de trabajo que los Yaron ofrecían. Tenía toda su confianza puesta en ella
para elegir a los mejores profesionales, sabiendo de antemano que no la
defraudaría. Erika había regresado a su casa junto con Eric Hamilton, los
preparativos de la boda habían concluido y el tiempo les apremiaba, pero no sin
antes hacerse cargo del hermoso vestido para Sara que había mandado que la
diseñaran para la ocasión, ¡una hermana no se casaba todos los días! Sara admiró la
prenda que había sido estirada sobre una silla, una profusión de sedas y rasos en
tonos dorados y marfiles que acariciaban la alfombra. El tejido era asombroso,
cambiante dependiendo de la luz, como si pequeñas olas oscuras rompieran con
sus crestas más claras bañándolas en oro. Se detuvo un rato pensando en el día
siguiente, en los nervios de su padre y Erika ¡no podía fallarla! Se había prometido
que vigilaría la recepción de cerca y que atendería a todo el mundo sin intentar
escabullirse antes de tiempo. Además había cambiado mucho respecto a las fiestas,
por lo menos en las que había acudido con Yaron, entonces no parecían aburridas,
al contrario, no hubo ninguna en que no parara de reír con las ocurrencias del
hombre. Adoraba tanto su faceta chistosa como la seria, cuando la miraba
fijamente tratando de leer en su mente o la tomaba sin aceptar excusas volviéndose
un amante tierno y experimentado. De una carrera bajo dirección al estudio
parándose en la puerta del salón principal donde escuchó la educada voz de Laura:
“¿Qué experiencia tiene con niños?” “la familia Yaron viajará bastante ¿tendría
algún problema?” Iba a echar muchísimo de menos a Laura pero se casaría con
Simón y ella ya no podría retenerla más. Además les auguraba un futuro muy feliz
pero antes debía de hacer algo por ellos dos. Con esta idea cubrió el trecho que la
faltaba e ingresó en la cámara tomando asiento frente a la mesa. Comenzó a
escribir con celeridad, si no lo hacía ahora luego vendrían las dudas. Quizá de este
modo también habría reproches pero ¿Por qué no verificar la información que le
dieron a Simón? ¿Y si realmente el marqués de Leicester era su padre? Esperaba no
confundirse en el apellido, después de todo era algo que Laura la había confesado
aunque ella recordara algo de la noche de la posada, a veces parecía todo tan lejano
que su mente rechazaba los malos recuerdos abandonándolos en algún rincón
oscuro. No daría muchas señas, tan solo le informaría al marqués de lo ocurrido
con la supuesta deuda del hombre y tal vez se atreviera a preguntarle si le faltaba
algún hijo. El hombre, si lo tomaba a broma y no contestaba la misiva dejaría claro
que no existía ninguna clase de parentesco, pero ¿y si contestaba? “¿no deberías
preguntárselo mejor a Simón? – se preguntó levantando la mirada del papel -¿y si
no le gusta que me meta en sus cosas?” Se golpeó el labio inferior con la cabeza de
la pluma y se encogió de hombros. -¡Pues mala suerte! Voy hacerlo lo quieras o no
– garabateó su firma. Sara Yaron. Releyó la carta con una sonrisa. Sara Yaron.
¿Cómo era posible que se emocionara hasta con esas cosas? El embarazo
transformaba a la mujer, desde la más dulce a la más osada, todas y sin excepción
sentían las hormonas alocadas y la que no soltaba alguna lagrimilla, la que no tenía
pesadillas, la que nunca tenia cambios de ánimo, o la que no sentía hambre, no
estaba embarazada. Dobló la carta golpeando el tintero que desparramo su liquido
oscuro y espeso sobre el tablero, lamiendo la base con ansia. -¡Mierda! Sara buscó
algo con lo que limpiarlo sin encontrar nada útil que la sirviera. Colocó varias
cuartillas para que absorbieran el estropicio. ¡Pues menuda! ¡Como para que nadie
se enterase que se había atrevido a levantarse de la cama! Dejó el sobre sobre una
pila de libros y corrió a la cocina sin ser vista, allí se armó de un trapo y un
pequeño balde y acto seguido se escondió en el despacho. - Puede esperar aquí
pero en este momento el señor Yaron tampoco está. – escuchó que decía Laura, sus
pasos indicaron que subía con velocidad a la planta superior. Sara, con curiosidad,
sacó la cabeza por la puerta del estudio y fue pillada por el hombre grande y
elegante que esperaba en la sala donde Yaron recibía las visitas. La joven, con las
mejillas encarnadas se enderezó dedicándole una tímida sonrisa. Ese hombre… no
era conocido sin embargo sus rasgos, su postura, la recordaban a alguien pero en
ese momento no caía en quien. -¿trabaja aquí? – la preguntó acercándose a ella. -Si
– contestó aun con el cuerpo dentro del despacho y cerrando la puerta a medida
que él se acercaba. ¡No podía verla en ese estado! -¿sabe si el señor Simón llegará
tarde? De ser así tengo unos asuntos que atender… Sara lo recorrió con sus
dorados ojos y de nuevo la nostalgia se apoderó de ella. La mirada del hombre era
una mezcla de pena y expectación que hicieron mella en el corazón de Sara. -
¿Cuánto tiempo lleva esperando a su hijo? – le preguntó con voz de sabelotodo -
¿Treinta y cinco, cuarenta años? Por un poco más tampoco va a pasar nada. El
marques sonrió conmovido y asintió. -Tienes razón, por un poco más no va a
pasarme nada. – el hombre regresó a la sala. La voz de Sara le siguió haciendo que
se parara. -Se parecen mucho ¿sabe? No sé porque Laura no se ha dado cuenta,
pero Simón y usted… el parecido es… sorprendente. -¿Quién eres? ¿Por qué no
sales de ahí? – la preguntó él intrigado. Sara se encogió de hombros: -Porque soy
la señora de la casa y porque no estoy preparada para recibir visitas. Si me permite
unos minutos subiré a cambiarme, ah, esperé – Sara recogió la carta, estiró su bata
y salió con velocidad. Le lanzó al hombre la misiva que atrapó en el vuelo, y corrió
a su dormitorio. - ¡Es imposible no darse cuenta! – Exclamó Laura - ¿Por qué cree
que le hice pasar? En cuanto le vi supe que era su padre. -Yo al principio no me di
cuenta – Sara se despojó la pesada prenda y se metió entre las sabanas ante la
escéptica mirada de Laura - ¿Qué? ¿Por qué me miras así? – Agitó sus largos
cabellos atusándolos sobre sus hombros – Yo no puedo recibir visitas ni
levantarme de este odioso sitio. – fingió un gruñido. -¿Dejarás a ese pobre hombre
ahí? Sara arqueó las cejas. -Siendo un marques yo no lo definiría como pobre
hombre – se encogió de hombros – te puedo jurar que estoy deseando saber su
historia, me corroe por dentro. ¡Ja! Simón, vaya Laura… -¿Qué? ¿Por qué me dice
eso? -No he dicho nada. -Ha dicho vaya Laura, como si yo estuviera feliz por eso.
-¿y no lo estás? ¡Por Dios! ¡Simón el hijo de un noble! dentro de poco te deberé
llamar lady. -No, no será así – contestó Laura con pena – Yo seguiré siendo… -¡No
seas tonta! Simón renunciaría a cualquier título por ti ¡parece mentira que no lo
conozcas! – Reposó la cabeza sobre una almohada y extendió un brazo para que
Laura la alcanzara una novela – Por cierto, serias tan amable de atender al
marqués, no debemos dejarle solo ¿verdad? -¿yo? – inquirió repentinamente
nerviosa. -Coméntale que mañana tengo una ceremonia muy importante y debo
descansar – Sara abrió la novela – después ven a contarme por favor - y simuló leer
hasta que Laura se decidió abandonar el dormitorio. Luego sonrió traviesa. 45 Una
multitud de ojos curiosos se arremolinaron junto a los gruesos muros de la catedral
sin prestar mucha atención al aguacero que caía. Todos ellos expectantes y
deseosos de admirar a la elite de la sociedad, sus ropas con las que más de una
mujer soñaría aquella noche, sus joyas exquisitas, pero sobre todo, intrigados por
los Highlanders que portaban las gaitas. La entrada podría haber sido un desfile si
el agua no se deslizara escaleras abajo como un rio formando un lustroso charco.
Los invitados entraron a tropel en el edificio resguardándose de la molesta lluvia
que no quería dar tregua ni en un día tan especial. La poca nieve que quedaba se
deshacía formando verdaderos lodazales en mitad de la calle. Los agudos tonos de
las gaitas envolvieron el lugar en el momento que Eric, vestido con un elegante
jubón verde, recorrió el pasillo con la mano de su hija mayor apoyada sobre su
brazo. Eric Hamilton sonrió tratando de disimular el temblor de sus labios, sus ojos
claros y cansados recorrieron la estancia observando a los invitados, deseando que
todo aquello acabara y se pudiera acercar a los familiares escoceses que habían
acudido para el evento. ¡Hacia tanto tiempo que no se reunía con su clan que no
veía la hora de abrazarlos, de escuchar sus historias, sus vivencias! ¡Ahora por fin
podría regresar a casa! Saludó con la cabeza a los que le miraban, Sara charlaba en
susurros con su amiga Francis, le dieron ganas de llamarla la atención en cambio
sonrió. Nadie podría cambiar a su hija y él menos que nadie deseaba que ella lo
hiciera. La amaba aunque esperaba que ella y su marido se apartaran de sus
oscuras y peligrosas aventuras de una vez por todas. ¿Su marido? Le encontró muy
cerca de las dobles puertas que daban al exterior con Kendal entre sus fuertes
brazos. Un buen hombre, un poco peligroso pero de corazón noble. A Simón le
miró con el ceño fruncido, todavía no muy convencido de su recién descubierto
linaje, ese hombre llamaba siempre la atención con tantas cadenas al cuello. Laura
estaba junto a él observándole arrobada ¿Qué demonios habría visto la doncella en
ese bruto? Continuó adelante concentrándose en no perder el paso y cuando
apenas quedaban dos losas miró a Erika con ojos emocionados. Lucia hermosa,
elegante, ¡tan parecida a su madre! Siempre educada, obediente, recatada,
responsable, la hija modélica que todo noble querría haber tenido, sin embargo era
de él, aunque ya solo fuera por unos pocos minutos. -¿estás bien, padre? – le
preguntó Erika con mirada nerviosa. Se formó un nudo en su garganta y logró
asentir parpadeando varias veces. ¡Se quedaba solo! Su casa estaría vacía, sus
criados ociosos, sus animales sin ejercitar. Solo, en una casa que desbordó risas y
felicidad, en un hogar donde el silencio era difícil de hallar. Nuca más volverían a
bajar sus nenas las anchas escaleras, una persiguiendo a la otra entre risas y
haciendo más ruido que una caballería. ¿A quién regañaría ahora? ¿Con quién
comentaría los cotilleos de los vecinos? Suspiró y clavó los ojos en el ministro que
iba a oficiar la ceremonia. Ese día era especial y él no debía pensar en el futuro
como algo desagradable, tan solo sería una etapa más de su vida, ¿Quién sabe?
Quizá se apuntara a alguno de esos viajes que Yaron planeaba. Una niña pequeña
se acercó hasta Erika para tocarla el vestido con sus manitas. Eric la sonrió y ella le
regaló una divertida mueca bajo el capirote que lucía en su pequeña cabeza, un
tocado en forma de cucurucho y de cuya punta pendía un velo. La vio correr hasta
los Highlanders y descubrió que Paul acompañado de varios hombres más,
mantenían alzados sus claymors hacía el techo en señal de respeto a la unión.
Orgulloso se enderezó y entregó la mano de Erika al nervioso conde que no podía
apartar la mirada de su prometida. Estrecharon las manos durante unos segundos
y se apartó discretamente. El oficio resultó ser bastante largo, como si con ello el
ministro esperara que la lluvia cesara, al contrario, el agua descargó en un
verdadero torrente, una cortina de agua que obligó a los curiosos ojos a
resguardarse en los pórticos. La salida de la iglesia fue veloz cuando pudieron
llevar los carruajes hasta la misma puerta donde los paraguas cubrieron a las
damas en un intento porque sus sofisticados peinados llegaran intactos. -Ven – le
tomaron de brazo arrastrándolo hasta la salida. -¡Sara! – Exclamó intentando
detenerla – No podemos irnos así – buscó a Erika con la mirada, ella también se
preparaba para salir. -Nos vemos en el condado de Wakefield, ya todo el mundo
está avisado – le dijo Sara insistiendo en que saliera. La hizo caso aunque hubiera
preferido marcharse con alguno de sus familiares que llevaba tiempo sin ver. En el
coche, Francis conversaba con Yaron mientras el pequeño Kendal saltaba sobre el
suave plaid de lana que había colocado sobre sus piernas. El trayecto fue un poco
largo debido al mal estado de los embarrados caminos, sin embargo las animadas
conversaciones de las dos jóvenes hicieron que el tiempo pasara con velocidad. La
residencia del Conde era hermosa y grande, ya la había visitado en varias
ocasiones pero esta vez todo el interior se hallaba cambiado, habían adaptado salas
y habilitado otras para dar cabida al gran número de invitados. -¿estas
disfrutando, seanmhair? – preguntó Eric. Solo a Lady Brigitte podía llamarla
abuela en gaélico, en realidad era tía suya pero de edad tan avanzada que ni
siquiera podía moverse por sí sola, en ese momento descansaba en un cómodo
sillón de brazos con respaldo alto. -Muy bien – le contestó con un suspiro. Su voz
era débil y temblorosa - ¡por fin has casado a las dos! Él se inclinó hacia ella para
escucharla mejor. -¿acaso lo dudabas, seanmhair? La anciana hizo un pequeño
gesto con la cabeza y curvó los labios en lo que pretendía ser una sonrisa. -De la
diableja, si – contestó con sinceridad. Eric asintió y soltó una carcajada. - Eso fue
suerte – la dijo posando los labios en los arrugados nudillos. – estas hermosa. -Está
más joven – comentó Sara besando el pálido rostro de la mujer. -¿has tenido un
viaje muy largo? Eric se retiró de allí dejándolas solas, en seguida fue abordado
por un grupo de invitados, luego por otro. No había probado bocado y ya había
tomado más de tres ales de cerveza. ¿Acaso Simón y Yaron no se emborrachaban?
A Paul tampoco parecía que la bebida le hiciera efecto. Escapó de allí como pudo y
encontró una silla vacía, al poco tiempo Sara se le acercó con un plato en la mano
repleto de deliciosos canapés y se lo entregó. -Sara ¿Qué te pasa? He podido notar
que me llevas siguiendo durante todo el día. -Es cierto – mostró una sonrisa
radiante – no quiero que estés solo. -Lo sé – extendió la mano hacia ella y entrelazó
sus dedos en los de su hija – y no estoy solo – miró en derredor donde su familia se
estaba divirtiendo – ¡nunca había estado con tanta gente! Sara asintió. -¿no abras
visto a mi esposo? Llevo un rato buscándolo… -Ah si – se rio divertido – Él y Paul
se han declarado la guerra y están bebiendo como cosacos, imagino que ganará el
que quede en pie. -¡Que! – La vio fruncir el ceño al tiempo que caminaba hacia
Yaron con las manos en las caderas. El baile comenzó con un animado Reel, un tipo
de danza escocesa muy viva y señorial. Eric rio satisfecho. De momento su estancia
en Londres había concluido.

-¡Abuelo! ¡Abuelo! – llamó la niña desde una gruesa roca de la playa. Las olas
rompían a sus pies y multitud de gotas se elevaban hacía ella que las esperaba con
los brazos extendidos y las manos abiertas. - ¡Mira! - le mostró como atrapaba las
gotas saladas entre sus dedos. Eric se colocó la mano en forma de visera y asintió. -
¡no subas más alto Judith! -¡No pasa nada! – se quejó enfurruñada, nunca nadie la
dejaba hacer nada. ¿Por qué a Kendal si? ¿Solo porque era el mayor? Bajó de un
salto de la roca y cruzó los brazos sobre el pecho observando a su hermano que
luchaba en la orilla con alguien imaginario. ¡Pues menuda bobada! Con una
mirada maliciosa buscó una piedra lo suficientemente grande para que entrara en
su pequeña mano y esperó con paciencia a que el abuelo volviera a tomar asiento
en la silla plegable que se bajaba todos los días hasta la playa. En cuanto el hombre
se giró Judith lanzó a Kendal la piedra dándole justo en la cabeza. -¡Ay! – gritó el
niño soltando su espada de madera y corriendo por toda la playa entre gritos. -¿y
a ese que le ha pasado? – preguntó Eric levantándose de nuevo. Judith se encogió
de hombros satisfecha y volvió a su roca donde era la reina de los mares, la
preciosa sirena como la decía papa. Miró al cielo y abrió la boca en el momento
que una ola rompía con fuerza, saboreó el agua haciendo una mueca de asco y se
limpió los labios con el dorso de la mano. Entonces los vio. -¡ya vienen! ¡Ya vienen!
– gritó entusiasmada volviendo a bajar de la roca para correr hacia su hermano que
tenía una pequeña brecha en la cabeza. – Abuelo ya vienen. Eric asintió al ver a la
Escocesa y sonrió feliz. -¡Has sido tú enana! ¡Te he visto! –dijo Kendal intentando
no llorar. -¿yo? – Judith arqueó las cejas extrañada - ¡Yo no he sido! -¿ah no?
¿Entonces quién? – gruñó Kendal con una furiosa mirada. Judith se lo pensó
durante unos segundos y señaló a su abuelo: -¡Ha sido él! ¡Lo ha hecho cuando no
mirabas! -¿Quién? ¿Yo? – gritó Eric con sorpresa. ¿Pero de donde sacaba esa niña
tantas historias? Luego el caso es que la miraba y era la muchacha de seis años más
tierna, dulce y encantadora que hubiera visto nunca, pero en el fondo…
Posiblemente la niña ni siquiera tuviera fondo. -Yo te he visto abuelo – le siguió
regañando bajo la incrédula mirada de Kendal, tratando convencerle que ella no
había tenido nada que ver. -¿Cómo?- Judith escapó corriendo cuando Eric se lanzó
tras ella – ¡diableja del demonio! Cuando te coja te van arder las orejas. Kendal
debió olvidar el golpe porque cogió su espada medio enterrada en la fina arena
blanca y persiguió a Judith intentándola atrapar por otro lado. Las divertidas
carcajadas flotaron en la pequeña cala. Sara apartó el catalejo y se lo entregó a su
esposo con ojos brillantes. -¿nos han visto? – preguntó Alex observando a través
del artefacto. -Creo que si – Sara tras él le rodeó la delgada cintura y apoyó su
mejilla en la ancha espalda - ¡que ganas de llegar a casa! – Le escuchó reír - ¿Qué
pasa? -No, nada – volvió a reír - ¿Por qué será que tu padre y Kendal persiguen a
Judith? Sara sacó la cabeza tras de él y observó la costa con los ojos entrecerrados
por el sol. -¡Ya habrá hecho alguna de las suyas! – rio ella también al tiempo que
Yaron abría un brazo para atraerla hacía así. Sara levantó la cabeza y los amados
ojos turquesas la devoraron con pasión. ¿Pues no habían estado jugando a piratas y
rehenes hacia menos de una hora? ¡Otra vez tenía ganas! -Eres insaciable – trató
de apartarse de él y casi lo logró si no la hubiera sujetado una mano con fuerza
mientras que la otra rodeaba su cintura y trataba de llevarla en volandas. -¡Yaron! –
Gritó - ¡no puedes dejar el timón solo! -¿no? – Él arqueó sus cejas – entonces
llévalo tú. -¿yo? – Sara se mantuvo quieta observándolo fijamente, él no bromeaba
-¿puedo? Alex asintió con una sonrisa burlona que debió advertir a Sara que algo
tramaba sin embargo ella ya había posado las manos en el timón y miraba al frente
decidida. -No lo sueltes – murmuró el hombre junto a su oído. Sara soltó un suave
gemido cuando los labios comenzaron a lamer la suave piel de detrás de las orejas.
-Eso no vale Yaron, ahora estoy manejando mi barco. -¿yo? – el la rodeó la cintura
y su boca se deslizó hasta la garganta femenina donde el pulso latía a mil por hora.
-Si continuas así haré que te encierren en el camarote – le avisó con voz temblorosa
y los ojos entornados. La lengua de su esposo comenzaba hacer estragos en su
persona hasta tal punto que ya no deseaba gobernar el barco. Se giró a él apoyando
la espalda contra la esférica madera y le acarició una mejilla. -He cambiado de
opinión Gitano – le susurró besándole los labios – te encerraré yo misma y tiraré la
llave al mar. -Como si la arrojas al mismo infierno, preciosa. Siempre que estemos
juntos. Epilogo No sabía que mi vida fuera a ser una aventura. Si hubiera
imaginado que podría enamorarme nada más llegar a Londres quizá no hubiera
puesto tantas pegas, pero es que adoraba mi casa, mis amigos, Paul, pobre, aún
sigue soltero y buscando esposa. No sé porque pero presiento que Francis y él…
acabaran juntos. En esta aventura he conocido muchos amigos, gente importante y
otros que prefiero mejor no recordar. A veces es mejor olvidarse de las malas
personas porque va pasando el tiempo y te das cuenta que esos problemas solo
lograron afianzar mi relación con Yaron. Consiguieron que mi corazón le anhelara,
que soñara con él y sobre todo me enseñaron a ser más paciente, un poquito no
mucho pero lo suficiente para no perderle. Lo he pasado mal, sobre todo los
primeros meses que me sentí un poco sola con Kendal. Menos mal que Laura
siempre estuvo conmigo, y Erika a quien por cierto un día le conté todo con pelos y
señales, bueno no se lo conté, se lo escribí en una novela. Ahora Rouse y ella se han
convertido en incondicionales mías y en cuanto me ven me preguntan por mis
historias. Yo no puedo hacer muchas, me aprovecho cuando Yaron sale hacer
algún viaje pero no es lo normal porque siempre me tienta para que vaya con él.
Mi padre sé que siente muy orgulloso y aunque es probable que acabe un poco
loco con tantos niños sé que es feliz. Ah bueno es que no he dicho que Erika tuvo
gemelos, unos verdaderos sosos ingleses, ya aprenderán de mis hijos cuando
vengan a Virginia a pasar una temporada como todos los años o si no que les
enseñe el hijo de Laura ¡vaya es idéntico al padre! Pero desde que empecé mi
aventura siempre supe que todo acabaría bien. De hecho soy la mujer más feliz del
mundo, tengo una gran familia. Seguiría hablando y hablando y nunca me cansaría
pero siento los pasos que suben por la escalera y sé que es Yaron que viene a
buscarme, a veces se pone un poco pesado pero lo amo tanto que no me perdería
ni un solo minuto de su compañía. Debía haber bajado hace un buen rato y todavía
estoy aquí liada, solo quería deciros que fue así como conocí a mi pirata. Un pirata
de ensueño.

Fin

También podría gustarte