Annette J. Creendwood - Amor Pirata
Annette J. Creendwood - Amor Pirata
Annette J. Creendwood - Amor Pirata
Creendwood
AMOR PIRATA
I
Sara soltó una carcajada. - Si hubiera ido hace años habría encontrado a una
chiquilla de largas trenzas y el rostro cubierto de pecas. Lo mejor es que no haya
ido. - Hubiera sido horrible enamorarme de una niña ¿Verdad? Los ojos de Sara se
abrieron sorprendidos. Lo miró y por vez primera descubrió que bromeaba. Con
una sonrisa observó el salón. - Cuando hablamos ayer pensé que me invitaría a
salir a un lugar menos público, a pasear por el parque o a conocer la ciudad. -
¿Quiere salir mañana? Podríamos pasar el día fuera y hacer todo lo que dice. -
¡Genial! – Apoyó la mano en el duro brazo del hombre sorprendiéndose de la
fuerza que desprendía – Alex no soy rara, solo algo excéntrica. – Le soltó con un
suspiro – Solo necesito un amigo a pesar de su reputación. - ¿Qué quiere decir? -
He oído cosas de usted, bueno, más que oír he preguntado y que tampoco soy tan
tonta, sé que tiene fama de mujeriego. Alex se sorprendió. No porque los chismes
no fueran ciertos pero nunca había tratado este tema con una mujer y por muy
bonita que esta fuera tampoco le iba a confesar sus secretos más íntimos. - Si sabe
todo esto de mí ¿Por qué desea salir conmigo? -¡Podría haberme dicho que los
rumores eran exagerados! – respondió con una mueca infantil. El hombre cruzó los
brazos tras la espalda y fijó sus ojos azules en ella. - No me molestan lo que hablen
de mí pero dígame, si vengo tan poco a Londres ¿Cómo es posible que la gente
sepa eso de mí? - Buena respuesta – respondió Sara sin creerle lo más mínimo -
¿Qué vinculo tiene con los anfitriones? – Cambió de tema. Así era ella, cuando no
sabía seguir una conversación, tomaba un sendero más fácil. - Andrew es mi
hermano mayor. - Tiene una bonita casa y su cuñada parece encantadora. -
¿Quién Rouse? – Alex soltó una sonora risotada –No la conoce bien ¡tiene un genio
de mil demonios! Sara encontró a la mujer conversando tranquilamente con otros
invitados, Erika incluida. - ¿y usted no ha pensado en casarse señor Yaron? El
hombre tomó la mano de la joven y la dirigió a la pista de baile, con una sonrisa
traviesa la miró de reojo. - Hasta la fecha no había conocido a nadie que me
interesara. La joven le observó con seriedad, con el mentón ligeramente alzado. -
Habla como si ahora la hubiese conocido y, déjeme decirle que si lo dice por mi
está confundido. Lo que le dije ayer era cierto, no he venido aquí para casarme. -
¿Qué haría si el hombre de su vida se cruzase en su camino? - Difícilmente pueda
ocurrir eso – la joven suspiró exageradamente - Creo que el hombre que yo quiero
no se encuentra en Londres. Comenzaron a bailar al ritmo de una suave melodía
perdiéndose entre las demás parejas. - Cuénteme de su vida señorita Hamilton ¿o
Puedo llamarla Sara? La joven pestañeó ligeramente, en aquel momento Alex la
hacía girar ante el grupo de hombres que antes la habían retenido y ella les regaló
una hermosa sonrisa antes de instar a su compañero a que se alejaran de allí,
temiendo que los interrumpieran. - No tengo mucho que contar, mi padre se
ocupó mi hermana Erika y de mí al morir mama de una pulmonía, como me negué
a ir a una escuela me educaron unas cuantas institutrices y cuando mi hermana
volvió de Europa donde estudiaba, se convirtió en mi profesora. He tenido una
vida fácil y una infancia feliz – se encogió de hombros – no sé qué esperaba oír,
pero mi historia es una de las más simples del mundo. - Ha debido ser toda una
aventura el haber venido a Londres. – Comentó él entre risas. - ¡Habla como si mi
vida fuera aburrida y no lo es! Si conociera mi país se daría cuenta… aquello no es
como esto, allí las personas me tratan como a uno más sin importar mi condición
social, sin mirarme sobre el hombro pensando que no soy más que una rica
engreída. La verdad es que hay un poco de todo – sonrió sin despegar los labios y
una brillante mirada llena de pasión – Llegan nuevos ricos continuamente y se
creen seres superiores, llenándolo todo de lujos y de fiestas aburridas donde la
comida sobrante se regala a los perros en vez de colaborar con las personas pobres
que luchan por sobrevivir, que se preocupan por las cosechas y con los puestos de
trabajo que comienzan a escasear – Menos mal que su padre no estaba escuchando
si no, podría caerla la bronca del siglo mucho antes del amanecer – Gente que ve
esta clase de reuniones con miradas condescendientes mientras piensa, esta noche
nosotros tocaremos la gaitas, bailaremos y daremos palmas a la luz de las hogueras
y… – tomó aire - dejaremos que esta gente vea como disfrutan los escoceses. ¿Ha
bailado alguna vez bajo la luna? ¿Ha sentido como las risas se pierden en la noche
mezclándose con el rumor de los grillos? ¿Se ha descalzado en medio de tanto
alboroto dejando que la húmeda hierba acaricie sus pies? – Sara negó con una
sonrisa ladeada ¡Como echaba de menos su gente! No esperaba que Alex le
contestara ninguna de sus preguntas. - Todo lo que dice es como un cuento – el
hombre estaba serio, habían dejado de bailar y la observó absorto. Todo lo que
había dicho, aquellas palabras apasionadas son las que él hubiera elegido para
hablar de su país adoptivo, América. Alexander Yaron tenía veintiocho años y huía
del matrimonio como de la peste misma. Desde siempre había sido algo así como
la oveja negra de la familia y acudía a unos pocos actos sociales para conformar a
sus hermanos, pocas veces, pues casi nunca estaba en Inglaterra. Poseía una flota
de barcos mercantes que comerciaban con distintos países y tripulaba el Diábolo
que hacía menos de un mes había arribado el puerto de Londres después de haber
estado un año en Virginia, donde era dueño de una plantación de tabaco y
algodón. Cuando zarpaba en el Diábolo era un hombre totalmente diferente, libre
y vivo. Amaba su barco y adoraba su país de adopción. Estaba seguro que el día
que se retirara instalaría su residencia permanente en Virginia. Tanto Andrew,
como su hermano pequeño Philip, estaban felizmente casados y solo restaba su
hermana Andrea, ese era el motivo por el que estaba en Londres, se había
prometido al Conde Lareston y en breve celebrarían la boda. Contaba con que la
joven e ingenua Sara Hamilton le entretuviera y le hiciera olvidarse un poco de su
bella y apasionada Kristin que le esperaba en Virginia. - ¿Por qué esta en Londres
y no en su hogar? – preguntó curioso, volviendo a retomar el baile. - Ya se lo dije,
mi hermana sí que quiere casarse y mi padre está seguro que yo me enamoraré
también. Lo elegí a usted como compañero porque de ese modo podré rechazar a
los… admiradores que pueda tener. – Contestó con las mejillas subidas de tono –
Muy pronto la gente comenzara hablar de nosotros y cuando se quieran dar cuenta
usted se habrá marchado y yo habré regresado a mi casa. - ¿Y por qué yo? –
insistió el hombre sin saber qué es lo que realmente esperaba oír. Ya la joven le
había dado algunas explicaciones el dia anterior y aunque no le importaba en
absoluto escoltarla durante esos días, había pensado cobrarse alguna propina. Sara
se encogió de hombros y al girar, las faldas revolotearon en la pista. - Usted
apareció primero. – la sinceridad de la joven era abrumadora. – eso y que no
parece tan… ¿Cómo se dice…? ¿Presuntuoso? El hombre arqueó las cejas
estupefacto sin estar seguro de haber sido insultado. - ¿de modo que seremos
amigos? – preguntó en un susurró contra su oreja durante un un giro. Ella asintió
con rotundidad: - Solo amigos. - Será como usted quiera – respondió con una
extraña sonrisa que Sara no supo interpretar. A lo mejor su plan no había contado
realmente con el hombre, a veces creía ver a un soso ingles muy guapo y otras le
parecía un hombre extraño y hasta cierto punto peligroso. Las habladurías
comenzarían a correr por la ciudad y puede que ella no quedara muy bien parada
después de todo, con un poco de suerte y si su padre era un poco avispado la
mandaría de vuelta a casa para evitar cualquier posible escándalo. Una vez que
regresara junto a Paul se casarían y todos olvidarían si hubo algo o no entre la
señorita Hamilton y el señor Yaron. 2 Durante los días siguientes, Yaron cumplió
con su palabra y de un modo muy caballeresco la mostró la ciudad paseando junto
al Támesis, visitando la torre del reloj, la Abadía de Westminster, la catedral de
Southwark, los palacios de Saint James y Hampton Court. Asistieron al Covent
Garden y a varios de sus famosos museos. En tan solo unos días los rumores sobre
una posible relación, inundó las calles londinenses a marchas forzadas. Los
comentarios también llegaron a los oídos de Eric Hamilton pero no le preocuparon.
Algo más intranquila se hallaba Erika pues la fama del hombre dejaba mucho que
desear y mientras solo estuvieran fingiendo las cosas irían bien, pero ¿Y si Sara se
enamoraba del hombre? En esos días ni la propia Sara estaba segura de lo que
sentía. Comparaba a Paul continuamente con Yaron, ambos eran muy guapos y
diferentes, uno rubio de ojos verdes y otro moreno de bella mirada turquesa. Alex
era un hombre muy divertido pero falto de pasión, como si pensara todo lo que
tuviera que hacer, muy metódico y quizá estricto en algunas cosas. Paul por el
contrario, era más bien expontaneo y decía las cosas como las sentía, pero también
muy muy dulce. Yaron hasta la fecha se había portado como un verdadero
caballero aun viendo en sus ojos que la deseaba. ¡Era un inglés como todos los
demás! Sin una pizca de sangre en sus venas y viviendo una vida monótona, ¿o
acaso en América el hombre era distinto? Lo dudaba.
Yaron nunca en su vida había deseado tanto que el viaje llegara a su fin,
aunque debía reconocer que en compañía de la joven era uno de los trayectos que
más estaba disfrutando. Alex aspiró el aire cargado a salitre y observó las
cuadradas velas que colgaban de los altos mástiles. -¿Qué piensas? – le preguntó
Sara mirándole de frente. Alex bajo la cabeza en seguida y después de mirarla
fijamente durante unos segundos, clavó sus ojos turquesas en las placidas aguas
del mar. -El diábolo nos sigue de cerca comandado por Castor – se acercó hasta la
balaustrada y ella lo imitó tratando de descubrir el navío por el horizonte. -
¿puedes verlo? – ella entrecerró los ojos buscándolo. -Viaja a una distancia
prudente. -¿te preocupa? – le miró observando su recto perfil. Yaron la ofreció el
brazo con una sonrisa. -Mis hombres saben manejarse bien. Me preocupa más que
Simón no logre averiguar la identidad de los que nos persiguen. Vayamos al
comedor antes de que alguno de tus admiradores salga a buscarte. – dijo en el
momento que vio a uno de los caballeros ir a su encuentro. Sara hizo una
desagradable mueca. Puede que al principio la gustara sentir como los celos de
Yaron aparecían en sus ojos, pero después de varias semanas a bordo estaba
cansada de aquellos hombres que lo único que intentaban era apartarla de él.
Además en cuanto lograban sepáralos, Helen y Nicole se disputaban la atención de
Yaron y ella se ponía enferma. Caminaron hasta el salón donde la mayoría de los
pasajeros ya habían tomado asiento. Normalmente siempre se sentaban en el
mismo lugar y para frustración de Sara, Helen se hallaba continuamente pegada a
Yaron como si se tratara de un molesto tatuaje. Doña perfección la sacaba de quicio
y más de una vez la había dado respuestas cortantes que debían haber
desmoralizado a la mujer, pero no era así. Helen estaba empecinada en cazar a
Alex y Sara se controlaba por no lanzarla por la borda cuando menos lo esperase.
La señorita Lucrecia era la que más se divertía con todo ello. Sabia más que de
sobra que tanto Sara como Alex no eran hermanos, tampoco pensaba descubrirlos,
sin embargo la encantaba pinchar a la joven hasta ponerla celosa. Su mente anciana
ideaba un plan para que ambos declararan su amor, cosa que Sara sabia no iba a
funcionar. En ese poco tiempo había llegado a conocer muy bien a la mujer y lo
que pretendía. Lo lamentaba mucho por ella, pero si en algún momento tuviera
que admitir que amaba a Yaron, no sería a bordo del Dover. Después de tomar
asiento esperaron a que el resto terminara de unirse. Sara se encontraba entre la
señorita Lucrecia y Yaron y junto a él, para no variar, estaba Helen. En su frente,
un joven caballero charlaba con Nicole sobre lo agradable que estaba siendo el
viaje y de vez en cuando aprovechaba para soltar alguna sonrisa a Sara. -Y dígame
Sara – Helen se inclinó ligeramente para observar bien a la muchacha por debajo
de la cabeza de Alex– imagino que estará deseando que su hermano busque esposa
¿no? De ese modo usted no se encontraría tan sola en casa. -No lo crea –
respondió ella con una fría sonrisa – No me gusta compartir mis cosas… la
plantación, el mando de la casa… - mi hombre dijo su voz interior. -¿De modo que
usted seria de las que pondría pegas a su cuñada? – intercaló Nicole atenta a la
conversación. No esperó respuesta, miró a Yaron con una sonrisa deslumbrante -
¿esperaría la aprobación de su hermana en caso de enamorarse? Alex deseó que el
barco se abriera en dos para colarse mar adentro sin tener que responder, pero el
navío era bastante seguro y los milagros no existían. -¡por supuesto que no! – Miró
a Sara – aunque me parecería muy importante su opinión. -¿Por qué lo dice
señorita Ronnie? ¿Acaso piensa pedir matrimonio a mi hermano? – preguntó ella
con sarcasmo. Nicole se atragantó con su propia saliva y sus mejillas adquirieron
un fuerte tono carmesí. -¡Soy una dama! ¡Las damas no hacemos eso! -¿Por qué? –
Preguntó Sara con voz dulce y sedosa – Yo lo haría y también me considero una
dama. – Se encogió de hombros con indiferencia – de todos modos Yaron no piensa
casarse. El matrimonio para él es como un molesto salpullido en el mismísimo
trasero. Tanto Nicole como Helen ahogaron una exclamación, sin embargo la
señorita Lucrecia rió divertida. El caballero del frente y Alex disimulaban una
sonrisa. -Sara a veces se supera con sus arranques de sinceridad – se disculpó
Yaron regalando a la joven una mirada significativa que ella ignoró
deliberadamente. – Propongo un brindis – se puso en pie y esperó a que todos se
incorporaran – brindo por lo poco que nos queda del viaje. -Y yo por la fabulosa
amistad que hemos comenzado en el barco – Sara no podía ver como Helen
devoraba con los ojos el rostro de Alex mientras hablaba – y por qué perdure
mucho después de llegar a nuestros hogares. Más tarde, Yaron acompañó a Sara
hasta su camarote pero al llegar ella se giró hacía él. -¡No se te ocurra invitarla
mientras este en tu casa! ¡No puedo con ella! – se quejó. - Ya veo, por poco casi la
saltas a la yugular. -Te lo digo enserio Yaron. Nunca he visto una mujer tan…
descarada. -¿no? – el hombre arqueó las cejas. Su ojos brillaban burlones – te
prometo que no la invitare. Sara satisfecha asintió agradecida. -¿alguna cosa más
antes de marcharme a dormir un poco? – preguntó él. - una cosa – contestó - ¿Me
prestas la baraja de naipes? La señorita Lucrecia dijo que la guardabas tú. Me
apetece hacer un solitario. -Lo tengo en el dormitorio ¿Me acompañas? Sara se
aferró a su brazo y caminó junto a él. Sentía la dureza de sus músculos bajo su
mano y un excitante calor se extendió por su cuerpo. Cuando llegaron ante la
puerta, Yaron la abrió empujando la madera hacia adentro y en cuanto Sara
ingresó en el cubículo escucharon una exclamación. Sobre la cama había un
revoltijo de ropas y bajo las sabanas alguien escondido. Tanto Yaron como Sara
observaron las inconfundibles forma de una mujer, y si los ojos de Alex parecían
querer salir de las orbitas, el rostro de Sara era todo un poema. La mujer asomó la
cabeza entre la ropa y los ojos azorados de Nicole se toparon con la furiosa mirada
de Sara. -¿Y tú te haces llamar dama cuando te metes en la cama de los hombres? –
gritó Sara escupiendo las palabras. Con las manos en las caderas giró la cara hacia
Alex, el hombre por una vez tenía la boca cerrada y no parecía querer inmiscuirse
en el asunto. Enojada, recorrió el pequeño cuchitril recogiendo las ropas de la
dama y lanzándolas con fuerza hacia el pasillo. -¡Lárgate! – siseó entre dientes
extendiendo una mano hacia fuera. -Deja que me vista – suplicó la mujer tratando
de enrollarse las sabanas al cuerpo. Sara se acercó hasta ella y la cogió con fuerza
del cabello ayudándola a salir de la habitación entre empujones. Nicole, una vez en
el pasillo recogió sus prendas con una mano mientras que con la otra luchaba por
no soltar la sabana. ¡Seria bochornoso para ella si alguien la viera en ese estado!
Corrió presurosa a su camarote sin mirar atrás. -¿no tienes nada que decir, Yaron?
– le increpó Sara algo más calmada. Se había conformado con arrastrar a la joven
por los pelos pero bien sabia Dios que hubiera deseado sacarla los ojos. -¡No sabía
que estaba aquí! – Contestó estallando en risas – tendrías que haberte visto la cara–
Sara le empujó al interior del camarote para que no le escucharan reírse desde
fuera, Yaron estaba haciendo un escándalo de mucho cuidado con sus risotadas. La
joven no pudo por menos que unirse a sus carcajadas hasta que ambos estuvieron
a punto de llorar. -Me duele la tripa – gimoteó Alex revolcándose en la cama. –
Hazme un favor… Actúa como si te hubiera reprendido por tus malos modales. -
¿Yo? ¿Malos modales? – preguntó Sara con los ojos brillantes por la situación tan
divertida - ¿Acaso crees que después de esto, ella es capaz de contar lo ocurrido?
¡Que poco conoces a las mujeres, Yaron! Sara se dejó caer junto a él con la espalda
apoyada en el colchón y los ojos clavados en el techo. Todavía tardó un tiempo
hasta que las risas desaparecieron completamente y cuando lo hicieron, Yaron se
echó sobre ella con suavidad y sin pensar, capturó sus labios en un apasionado
beso, algo que había estado deseando hacer desde que se vieran de nuevo en
Escocia. Sara levantó las manos hasta el negro cabello del hombre y le apretó
contra ella. Unos golpes en la puerta los interrumpió haciendo que se separaran
con velocidad incorporándose de la cama. Sara, azorada, pasó junto al segundo al
mando con un breve saludo de cabeza y también corrió a su camarote.
17 La costa brillaba con la dorada luz del sol. La tierra se veía hermosa con
praderas verdes salpicadas de flores silvestres y rojas amapolas que lucia
esplendidas acariciadas por una suave brisa. Magníficos acantilados de piedra
caliza vigilaban el mar. El Dover había entrado en una cala bordeada de chopos y
sauces llorones que dejaban caer sus ramas acariciando con suavidad las aguas
cristalinas. Sara se aferró con fuerza a la barandilla y respiró con ahínco. Un
extraño calor tras de sí la hizo volverse. Alex la observaba con expectación
tratando de averiguar cuáles eran sus primeras impresiones. Ella inclinó la cabeza
a modo de saludo y él rió complacido. Una vez en tierra se despidieron de los
demás pasajeros. Sara se fundió en una largo abrazo con Lucrecia prometiendo ir a
visitarla algún día, realmente no sabía si volverían a verse. Alex la guió hasta la
ciudad donde consiguieron un carruaje de alquiler. -¿queda muy lejos? – preguntó
ella acomodándose bajo una pamela de tonos amarillos. -No, relájate, no hay
peligro. El coche se puso en marcha y ella dormitó durante todo el recorrido, se
sentía cansada de tanto ajetreo. Toda su vida se había convertido en una aventura.
Cuando llegaron la noche ya se había apoderado de todo. Era una casa enorme de
blancas paredes con gigantescas columnas en el porche. A pesar de la oscuridad
Sara descubrió un impecable jardín de setos geométricos y coloridas rosas. Casi
todos los sirvientes de la casa acudieron a recibirlos, ella como intrusa que era se
sintió desplazada en el mismo momento que ingreso en la galería. Una mujer
rechoncha y de rostro afable se abrazó a Yaron con tanta fuerza que Sara pensó que
lo aplastaría. Seguidamente la observó con el ceño fruncido. -Estará deseando
darse un baño. Sara no se ofendió por ello aunque no se encontraba sucia, quizá la
mujer estaba pensando en su bienestar y deseaba ser educada. Las paredes del
vestíbulo se hallaban forradas de madera de ébano confiriendo una apariencia de
elegante sobriedad. Sobre dos diminutas mesas había jarrones con flores frescas y
el suelo estaba cubierto por una fina y delicada alfombra checa. -Te llevaran a tu
dormitorio – la informó Alex tomándola de la mano – Mañana con la luz del día te
mostraré la plantación. -Me encantara verla – sonrió ella bajo la atenta mirada de
la rolliza mujer a quien Yaron la presentó como Amparo, su ama de llaves. -
Miranda será tu doncella – la señaló a una joven muchacha de aspecto delicado –
tendrás que tener paciencia, ella no es como tu Laura. Sara sonrió a la muchacha
con un gesto amable, un gesto que Yaron no pasó por alto y que deseó que se lo
hubiera dirigido a él. Jamás tendría suficiente de Sara ¡Nunca! -Alex, gracias por
todo. Incomodo el hombre se giró. Miranda abrió la marcha seguida por la
muchacha y dos sirvientas más. Subieron una ancha escalinata con moqueta roja
como la sangre y se adentraron en un estrecho corredor donde había expuesta una
colección de espejos. El dormitorio que la mostró se hallaba en el ala más alejado
de la casa. La cama ocupa el centro del dormitorio y colgaba sobre ella un dosel de
muselina en tonos oro, azul y blanco. Los muebles eran nórdicos y sillas inglesas,
una extraña combinación que debió admitir quedaba bastante bien. Lo que más
llamo su atención es que las paredes eran de un blanco inmaculado, casi brillante.
-Descanse si quiere mientras la preparo el baño – dijo Miranda, tenía una voz dulce
e infantil y sus ojos del color del caramelo no se apartaron de ella en espera de
alguna señal que la indicara que había comenzado bien su trabajo. -¿Cuántos años
tienes Miranda? -Quince años señorita. Esta es la primera vez que me nombran
doncella. Sara la sonrió amigablemente. -Espero que seamos buenas amigas. ¿Te
importa quedarte un poco conmigo? El viaje ha sido muy largo y no he tenido
mucha compañía femenina. La señorita Lucrecia era mi única amiga y era
demasiado mayor – dijo Sara caminando hacia una ancha ventana - ¿el mar queda
por allí? La doncella se acercó a pasos lentos colocándose junto a ella con una
tímida sonrisa y señalando el exterior con el dedo índice. - Hay una bahía cerca.
Por detrás de la vivienda hay una zona montañosa y justo debajo esta la casa de mi
madre. Hay algunos de nosotros que dormimos aquí, sobre todo cuando está el
señor pero otros no. -¿duermen todos en casa de tu madre? – preguntó extrañada.
-¡No! – Rió Miranda comenzando a relajarse – Muy cerca hay una pequeña aldea. -
¡Claro! ¡Que tonta soy! – Sara se sentó sobre una de las sillas y lanzó la pamela que
llevaba en la mano desde que habían entrado en casa, sobre la cama -¿tu duermes
aquí? -Algunas veces sí, mientras usted esté aquí lo haré todos los días por si
necesita algo. -¿Y no te gusta la idea? – inquirió Sara viendo su rostro inexpresivo.
-¡Claro que sí! ¡Es mi primer trabajo serio! Solo espero hacerlo bien. -No te
preocupes por eso Miranda, yo también estoy un poco asustada.
20 Sara cerró el libro que tenía en sus manos y miró hacia la puerta. Amparo
ocupaba todo el hueco con su rolliza figura y la estudiaba con superioridad. -Es
para ti – la dijo ingresando en la alcoba para darla un pequeño sobre. Desdobló un
blanco papel y leyó la elegante letra de Yaron informándola que en cuanto
estuviera lista sería trasladada a la aldea. Antes de que Sara pudiese preguntar u
objetar algo, el ama de llaves se escabulló dejándola sola. El cielo y el mar estaban
unidos entre sí con apenas una disuelta línea azul oscuro que lo convertían en
infinito. Delgadas estelas blancas cubrían las dos partes por igual. Desde el
acantilado todo se veía grandioso, olas que golpeaban las rocas con furia y que
hacían descender lentamente las gotas saladas por las rugosidades de las piedras,
el olor a salitre que arrastraba la brisa. Las caricias de las aves que sobrevolaban el
inmenso cielo azul perdiéndose en la lejanía. El ruido chapoteante del agua
introduciéndose entre los huecos de las rocas. Sara observó el lugar, ensimismada,
dejando que el aire fresco despejara su mente y sus embotados sentidos. Durante
unos minutos más observó el bello paisaje y por fin se giró hacía la ladera para
descender por un estrecho camino de gravilla. Miranda y un hombre de aspecto
robusto y lustrosa piel negra llevaban el arcón de la joven y otras pocas
pertenencias hasta el porche de una de las casas que bordeaban la playa. La
doncella la esperó ante la puerta. -No se preocupe señorita, Soltur y yo vamos a
estar aquí para cuidarla. Sara miró al hombre negro de rostro sonriente. Era
impresionantemente alto y fuerte. Nunca había visto a nadie tan grande. Comenzó
una fría y molesta llovizna, el cielo se trasformó de repente adquiriendo tonos
oscuros al tiempo que feos nubarrones se acercaban con velocidad. El aroma de la
humedad y la madreselva flotó en el ambiente. -Es solo una tormenta – explicó
Miranda. La casa tenía un amplio ventanal en la parte de atrás que permitía ver un
trozo de bosque. Era la última cabaña de la playa que lindaba con el camino del
acantilado. El porche tenía dos finas columnas rectas que sujetaban el balcón del
piso superior y había un descuidado jardín y algo que parecía un huerto donde
solo crecían malas hierbas. A Sara la encantó un columpió infantil que descubrió a
un lado de la casa, una gruesa soga que colgaba de la rama de un árbol. En su
residencia, su padre había construido uno para ella pero Paul le había añadido una
bonita base de hierro para que el trasero no doliera. Podía pasarse horas enteras
allí sentada dejando que el aire la diera con fuerza en el rostro. Adoraba esa
sensación de libertad. Se levantó una gran nube de polvo cuando ingresaron en la
casa. -No está muy limpia. Simón hace mucho que no viene por aquí, la mayoría
de las veces se aloja en la casa grande – dijo Miranda. Sara estudió el interior
después de abrir las persianas de madera y dejar que la luz, a pesar de la oscuridad
del cielo, penetrara en la estancia. -Me gusta. – Asintió con pena. Les llevó un día y
medio dejar la vivienda decentemente. Soltur resultó ser un cocinero excelente e
innovador y Miranda brillaba con luz propia, divertida, cariñosa. La segunda
noche de estar allí Sara aprendió a jugar al póquer apostando judías secas que
habían encontrado en un tarro y descubrió que era muy buena en las cartas, claro
que Soltur fingía no mirarla cuando hacía trampas. Sara no podía evitarlo, había
nacido para ganar. Soltur en un principio parecía un hombre callado pero les
demostró ser un charlatán fantasioso inventor de historias, todas llenas de cierta
dosis de humor con las que Sara y Miranda rieron a mandíbula batiente. Unos
golpes en la puerta a altas horas de la noche los dejó en silencio a los tres. Era muy
tarde y comenzaban a recoger los naipes de la mesa. Soltur fue quien abrió y una
muchacha muy parecida a Miranda entró llorando en la casa. -¿Ha sucedido algo?
– preguntó Miranda asustada, era Jennifer su hermana mayor. -La señorita
Bécquer – dijo entre hipos – Nunca la gusta como hago las cosas y me regaña
siempre. Amparo se ríe de mí y hoy quería que limpiara la leñera de arriba abajo
pero ese no es mi trabajo. Sara rodeó los hombros de Jennifer y la hizo sentar. -
Soltur retírate a descansar que es tarde – le dijo Sara con suavidad pero inflexible –
Vamos chicas, calmaos las dos. ¿Por qué no habláis con Yaron y se lo decís? -
Nunca nos creería. Kristin finge cuando está con él, como sabe que se van a casar…
Sara no pudo controlar el temblor de sus labios y Miranda llevó a su hermana al
dormitorio para dejar que Sara digiriera la noticia. Sara no supo si por la rabia o
por el dolor esa noche escribió a Paul. En el patio interior de la plantación Yaron
fumaba con aire pensativo. -Hola Gitano – levantó la vista al escuchar a Norman -
¿aún no me has dicho que piensas hacer con la hermosa Kristin? -Ya he hablado
con ella – señaló con la cabeza las altas fachadas de la casa – No la ha debido de
sentar nada bien pero ella sabía desde un principio como eran las cosas. -Pues en
la ciudad se habla de boda. -Puro invento – Yaron escupió una brizna de tabaco.
La señorita Bécquer entró en el patio fingiendo no haber visto ni oído nada, pero
Alex la conocía más que de sobra y sabia al cien por cien que iba a presenciar una
fuerte escena de la mujer. Estaba preparado para todo pero no para verla sentarse
en un banco de mármol enterrando la cara entre sus manos. Yaron caminó hacia
ella. -¿te sientes mal? – la preguntó preocupado. Kristin se incorporó y cayó
desmayada. Un poco más tarde la mujer se hallaba sobre la amplia cama con el
rostro pálido y enfermo. -Es algo que he comido – dijo ella con voz débil. -Yo más
bien diría que es el embarazo – atajó el doctor a quien la mujer no había visto hasta
que habló. -¿No es fantástico Alex? ¡Vamos a tener un bebe! – simuló muy mal
sorprenderse. Yaron la observó largamente con el ceño fruncido, apoyó la espalda
en un poste de la cama con los brazos cruzados sobre el pecho. Al poco se echó a
reír divertido. -Pues espero que el padre se alegré Kristin, porque nosotros…
¿hace cuánto que no te pongo una mano encima? – su tono se había vuelto jovial
de repente. -¡no tienes por qué hablar así, corazón! – Kristin se incorporó ayudada
por Alex – sabes que te quiero… -Pero te acostaste con otro – inquirió arqueando
las cejas -¿crees que podrías endosarme el hijo de otro? -¿y qué dirá mi padre? –
Respondió ella con otra pregunta – Además todos pensaran que eres tú. -Tu padre
es un hombre bueno y paciente Kristin, no es ningún estúpido y bien sabes que
sería el primero en ponerse de mi parte. ¡No juegues sucio, ese no es tu estilo! -No
tengo manera de competir con la señoritinga escocesa ¿verdad? El doctor que
había estado recogiendo artilugios por la alcoba abandonó el lugar en silencio. -No
Kristin, no puedes. 21 -¡Espera un hijo de Yaron! – exclamó Sara horrorizada. -
¡Gusano asqueroso! ¡Hijo de mala madre! ¡Bastardo! ¡Imbécil! Jennifer corrió al
escuchar los gritos de la joven, las paredes de la casa temblaban ante el escándalo
que Sara estaba formando en el pequeño salón. Soltur se abalanzó hacia la belleza
de ojos de fuego tratando de que no lanzara más vajilla por la ventana. La puerta
de la entrada se abrió súbitamente y un Yaron muy desconcertado se detuvo tras
de Jennifer. -¡Señor Yaron! – gritó Miranda al reconocerle. Sara se giró hecha una
furia y de no estar sujeta por las grandes manos de Soltur hubiera arrancado los
ojos de Alex. Lo insultó y le gritó durante un rato largo sin que el hombre se
inmutara en absoluto. -¡Suéltala! – le ordenó al negro. -Pero señor… -Suéltala –
repitió. La joven se liberó de aquellos enormes brazos y aunque deseó abofetear a
Yaron se contuvo a tiempo. Ya no volvería a rebajarse más ante él. ¡Nunca! Con
lentitud estiró sus ropas, varios mechones plateados habían caído de su peinado y
los echó hacía atrás con los dedos. -¿a qué has venido? No eres bienvenido aquí –
le dijo con frialdad. -Debemos hablar. -¡No! – Miró amenazante a los sirvientes -
¡cómo se os ocurra dejarme sola con este hombre no os lo perdonaré nunca! -¡Esto
es el colmo! – Alex se abrió paso hasta ella -¡Que mierda de espectáculo es este!
Ambos se enzarzaron en una fuerte discusión. Alex, encolerizado trató de sujetar a
Sara para hacerla callar. Soltur cogió el rifle y soltó el seguro. Yaron le miró
confundido. -Lo siento señor – el negro se disculpó apuntándolo con el arma – Me
ordenó protegerla y es lo que pienso hacer. No se acerque más a ella. -¡Esta bien!
Puedes soltar esa maldita arma – dio unos pasos atrás. –De modo que te has
enterado que Kristin está embarazada – dijo observándola fijamente. Sara haciendo
acopio de todo su valor elevó el mentón con los ojos dorados lanzando chispeantes
rayos que de ser letales habrían acabado con la vida del hombre en menos que
canta un gallo. -Se te da bien hacer niños, Yaron. Ya que reconocerás al de tu
amante, supongo que no te importará reconocer al mío. Alex se sobresaltó y sus
ojos quisieron salir de sus orbitas. Fue el único sorprendido ya que los demás
conocían la noticia de antemano. -¿Cómo dice, señora? -Ah, veo que he llamado
tú atención – Sara frunció los labios y se limpió las lágrimas con el dorso de la
mano - ¿Ahora me llamas señora? ¿Por qué? – le desafió. -¡Dios Santo! ¡Esto es una
locura! -No debes preocuparte – gritó ella – No quiero que reconozcas a mi hijo
porque eso es lo que es, ¡Miiiio! -Y del espíritu Santo – Bramó encolerizado – Sabes
bien que de ser verdad yo soy el padre. -¡No me hagas reír, Yaron! -¿sabes que es
lo que te pasa a ti? ¿Conoces que es lo que nos diferencia, Sara? – Alex paseó por el
salón sin dejar de observarla – Estas acostumbrada a que tu padre y tu hermana te
consientan todo, tanto que ni siquiera te han inculcado una buena educación y de
ahí que cuando tú crees que hablas con sinceridad lo único que haces es hacer que
la gente que te rodee se sienta inferior. – La señaló con el dedo índice – pero
ocultas tus verdaderos sentimientos tras una fachada de damisela ofendida. Tienes
una casa enorme a tú disposición, miii casa, y sin embargo prefieres estar aquí,
apartada de todos… -Te equivocas – le interrumpió sin querer seguir
escuchándole, sin querer analizar las palabras de Yaron. Sin desear importarla si
era verdad lo que decía o por el contrario… - Me he puesto en contacto con mi
familia y en cuanto me busquen me marcho. -No te vas a marchar de aquí – rugió
con el rostro rojo de la ira. -¿Cómo has dicho? – Ella arqueó las cejas - ¿estoy
secuestrada de nuevo? Alex se giró hacia Soltur y las otras dos jóvenes: -Regresan
a casa hoy. -¡No lo pienso! – replicó Sara. -No, tú no iras. Te quedarás aquí
pensando en lo que tienes y en lo que te falta. -¡Bastardo! – gritó lanzándose hacía
él como un felino -¡te odio Yaron! Alex se deshizo de ella con delicadeza y todos
abandonaron la casa. Enloquecida ella corrió hasta el porche. -Alexander Yaron te
juro que no volverás a verme. Gritaba a todo pulmón segura de que el hombre aun
podía escucharla. Cayó sobre las escaleras con un amargo sollozo. A punto estuvo
Alex de dar marcha atrás y recogerla entre sus brazos, su orgullo pudo más y
continuó su marcha. -Señorita, señorita –Jennifer entró en la cabaña como una
tromba. El cubo de madera que sostenía salpicaba agua sobre el piso. Jennifer
había regresado el mismo día sin embargo a Miranda no se lo habían permitido. -
¿Qué ocurre Jenny? -Se acerca alguien en el coche de alquiler de la ciudad. -Te has
empapado Jenny, no debiste correr tanto. ¿Es Yaron? -No, de eso se trata, no lo
conozco. Sara asintió con la cabeza y regresó a su tarea. Estaba confeccionando un
diminuto traje de bebé y estudiaba complacida sus perfectas puntadas. La doncella
sorprendida no pudo dejar de observarla. -Cámbiate de camisa Jenny, y luego
preparas el té. Cuando la joven desapareció en lo alto de las escaleras, Sara apartó
la costura y esperó que llamaran a la puerta. Paul la sonrió mostrando una hilera
de dientes perfectos. -¿Tan pronto te has olvidado de mí? La joven soltó un alegre
chillido y se lanzó en sus brazos. Paul la hizo girar como cuando era niña. -Paul,
Paul – sonrió meciéndose con el joven – No sabes cuánto me alegro de verte. Sara
tenía el cabello recogido en un moño, rodeado por una llamativa cinta roja. Tomó
el brazo de su amigo con cariño y lo empujó dentro de la casa. -Estás más hermosa
que nunca. -¡oh Dios! ¡Hace tanto tiempo que alguien no me dice nada tan bonito!
– sus ojos dorados brillaban felices. -Vine lo antes posible. Me envió tu padre. Sara
se ruborizó, de modo que al final Eric daba su brazo a torcer y les daba la
bendición. “un poco tarde para eso”- pensó con pena. Jennifer entró con la bandeja
del té y Sara los presentó. -Aquí no tengo nada que me pertenezca – le dijo Sara –
Cuando tú quieras estoy dispuesta a partir. -En la bahía sale un barco esta noche –
la informó Paul – Es el mismo en el que vine. No sé qué ocurre por aquí pero todos
hablan de un nuevo conflicto y hay muchos navíos armados hasta los dientes. Lo
mejor es partir cuanto antes. -¿Cuándo llegaste? -Hace dos días. Sara observó
cómo Jennifer doblaba un par de vestidos. Salió al jardín y tomó asiento en el
columpio. ¡Regresaba a su casa! Era una noche triste, llena de millares de estrellas
que parpadeaban con intensidad. La luna bañaba el camino con sus rayos
plateados. Sintió un gran vacío dentro de ella. Vacío y una profunda tristeza
embargando su alma. No volvería a ver a Alex ¿Cuántas veces había dicho eso? ¡Le
odiaba y le amaba con la misma proporción! ¡Con la misma intensidad! Paul
apareció entre las sombras. -¿quieres pensarlo mejor? Sara pensó en Kristin y en el
hijo que esperaba. Negó con la cabeza. Ya no tenía nada que pensar. Si una mínima
parte de Alex admitía que la quería iría a buscarla donde fuera. Jennifer los
acompañó hasta el vehículo. Sara se giró a observar la casa donde había pasado
esos últimos meses grabando los gratos recuerdos que allí había vivido, también
los malos. Con un suspiro de pesar penetró en el coche después de abrazar a
Jennifer que los despidió con lágrimas en los ojos.
23 Aquella noche Erika había celebrado una pequeña reunión con los más
allegados. Su prometido, unos amigos de este, los Yaron y un par de personas más.
Todos se hallaban en una espaciosa sala hablando sobre la boda. Eric y Sara
ocupaban el mismo sofá y aunque no charlaban mucho no podían dejar de sentirse
animados, contagiados por la expectación que llevaría la ceremonia. Andrew se
excusó durante unos minutos después de haber observado el reloj que pendía de
una de las paredes. Poco después volvió a ingresar y todos guardaron un
repentino silencio. Por las horas que eran no habían esperado ninguna visita más,
de hecho ya habían cenado y restaba un poco de velada que acompañaban con
vinos dulces para las damas y algo más fuerte para los caballeros. Los ojos de Sara
viajaron desde unas altas botas de piel hasta el apuesto rostro masculino de Alex.
Se quedó sin aliento. Él no la miraba directamente, se hallaba totalmente estirado
bajo el elegante traje oscuro. Se había recortado el cabello y varios mechones
rebeldes se curvaban en la nuca. Estaba muchísimo más apuesto así, aunque su
rostro en aquel momento se imponía con fuerza. Sus ojos turquesas resaltaban
contra su tez bronceada confiriéndole una extraña apariencia casi sobre natural. Un
gesto de tensión, casi de ira se reflejó en la fuerte barbilla del hombre que observó
la sala con una lenta sonrisa que curvó sus labios. Su voz fue tan agradable como
su aspecto cuando habló. -Lamento mucho haberme retrasado. – Saludó a todos y
cada uno de los presentes incluida a Sara – le debo las condolencias por la
inesperada muerte de su… esposo. No supe de lo ocurrido hasta que llegué a
Londres. Sara asintió con frialdad sin atreverse a mirar aquellos ojos turquesas, por
el contrario desvió la vista hacía Erika que la observaba expectante. -Gracias, es
usted muy amable – estuvo a punto de atragantarse con sus propias palabras. Ni
Erika ni Rouse le habían comentado que iría. ¡Había sido un golpe bajo! -Si me
disculpan, acabo de recordar que debo hacer algo – Sara besó la mejilla de su
desconcertado padre y escapó de la sala como si el mismísimo diablo la
persiguiera. Él estaba más guapo que antes si eso era posible y ella no había sido
tan ciega como para no ver la ira que habían reflejado sus ojos claros. Por unos
minutos había sentido miedo de hallarse ante él, después de todo se marchó de
Virginia en contra de los deseos de Yaron. -Señora Lindsay – Sara se giró al oír su
nombre. Un caballero alto se acercó por la empedrada calle con una sonrisa en sus
delgados labios – Soy el coronel Fielding. Disculpe que la moleste presentándome
así pero estaba deseando conocer a la dama que conoció personalmente al temible
pirata, el Gitano. Estaba esperando a que me la presentaran pero no podía esperar.
-Mucho gusto – respondió ella sorprendida y recatada. Ya habían acabado de
comprar y Laura estaba en busca del carruaje. El coronel sonrió pícaramente
mientras se enderezaba las solapas de su chaqueta de brocado azul. De no haber
pasado Sara varios meses en Virginia posiblemente no hubiera reconocido el fuerte
acento del país. El hombre era bastante apuesto sin llegar a ser guapo. Estaban en
una calle muy concurrida y los vehículos no dejaban de pasar. -El gusto es mío –
esperó que la mujer le tendiera la mano y se sorprendió cuando ella ni siquiera
hizo el intento. -Debo marcharme – le informó con una sonrisa educada. –Se me ha
hecho muy tarde. Lamento tener tanta prisa – mintió. La verdad es que no tenía
ganas de estar charlando con ningún desconocido en plena calle. Era muy
consciente de todos los hombres que fingían acercarse a ella con una excusa u otra
tan solo para aprovecharse de la sustanciosa fortuna que la acompañaba. -¡Claro!
¿Podría pasar a visitarla? Ella entrecerró los ojos pensativa y asintió. -No estoy
acostumbrada a que los hombres me aborden en plena calle, coronel. Pero estoy
segura que si lo desea a mi padre le encantará conocerle. Haga el favor de avisar
antes de ir. Un muchacho joven, prácticamente un niño, corrió junto a ellos de
improviso y de un solo tirón robó el pequeño bolso que la joven llevaba
enganchado en la muñeca. Sara sintió un fuerte impacto sobre el pecho perdiendo
momentáneamente la respiración. Cuando comenzaba a caer contra el suelo, el
muchachito se detuvo arrojando el bolso contra el coronel y se lanzó en pos de ella,
arrebatándola una hermosa gargantilla de zafiros. ¡Desde luego ese botín era mejor
que lo que ella pudiera llevar en el interior de la diminuta bolsa de encaje! Con un
último empujón la lanzó contra el piso. Sara no llegó a caer pues como por arte de
magia el coronel se había preparado y la sostuvo en vilo. -¡Me ha robado la
gargantilla! – Exclamó asustada al darse cuenta -¡Ese mocoso me ha robado! – gritó
haciendo detener a una gran mayoría de trahusentes. La manga de su vestido azul
se había desgarrado ligeramente y su tocado, antes elegante sobre la coronilla,
yacía revuelto sobre su espalda con los alfileres desparramados por la cabellera. -
¡Oh señorita! – Gimió Laura sacándola de entre el gentío y empujándola al carruaje
– de no ser por ese caballero se podría haber roto el cuello al caer. -Ya estoy bien –
tranquilizó a la doncella y sus ojos dorados buscaron calle abajo al ladrón sin verlo,
el coronel había salido corriendo tras él y tampoco entraba en su campo de visión –
Haré que envíen un mensaje al coronel, debo agradecerle que estuviera aquí. Alex
paseó por las calles de Londres a lomos de un hermoso Alazán. Se había
despertado muy temprano y necesitaba despejar su mente. Cabalgó hasta el club
que aunque fuera pronto se hallaba repleto. Últimamente su carácter no era de los
mejores y si había pensado que al volver a ver a Sara no sentiría aquella necesidad
de tenerla junto a él para siempre se había mentido. Verla solo había provocado
que ese deseo que sentía de ella y que guardaba en el fondo de su corazón se
hubiera despertado y con mucha más fuerza que antes. Hubiera dado lo que fuera
por mantenerla atado junto a él, por casarse con ella y escuchar sus risas y sus
debates, sus insultos si fuera necesario. Desde que Sara había salido de su vida se
había dedicado a exponer su vida continuamente ante el peligro, no temía la
muerte tanto como la sensación de no volver a tenerla. También se había dado
cuenta que su vida no tenía ningún sentido, puede que las batallas en mar lo
hubieran distraído una temporada, pero después ¿Qué le quedaba? ¿El
resentimiento de no conocer a su hijo? ¿De dejar que Sara se hubiera salido con la
suya abandonándolo a sus suerte? No era en plan tan exagerado pero a Yaron le
gustaba pensar eso. Kendal, menudo nombre cursi que le habían puesto al crío. Si
él hubiera estado allí, si tan solo… hubiera podido decidir… Se tuvo que recordar
que Sara no le amaba, no sentía por él absolutamente nada. En la puerta del club se
cruzó con un viejo conocido y ambos tomaron asiento en los modernos sillones de
tapicería roja. El bullicio en el interior del local, voces y risas, se mezclaba con una
suave melodía que provenía desde el gramófono situado en un pequeño mueble de
mármol. En la mesa de al lado Yaron reconoció al presuntuoso Richard Burke
acompañado de un oficial. Richard llevaba las oficinas comerciales de su padre y
gracias a un golpe de suerte había ingresado recientemente una generosa suma de
dinero que no evitaba ocultar. -… Y la joven estaba tan blanca que parecía una
estatua – Lord Richard reía contagiado por la historia que su compañero le relataba
– Mañana por la noche la tendré en el bolsillo – se jactó el oficial, vestía un
uniforme oscuro algo pasado de moda, la tela comenzaba a desgastarse en los
codos– está deseosa de agradecérmelo. Veremos qué es lo que pudo catar el gitano
en la zorra Hamilton. Yaron, con una velocidad inesperada tomó al oficial de la
pechera y lo elevó varios centímetros sobre el suelo. Golpeó con un puño de hierro
el abochornado rostro del hombre. Todos se quedaron en silencio por unos
minutos, sorprendidos, y tanto el Lord que acompañaba al oficial como el conocido
de Alex los separaron antes de que la pelea llegará a más. -Yo salvé a la muchacha
de un ladrón – quiso defenderse el coronel. -El señor Yaron es amigo de la familia
Hamilton – se apresuró a explicar alguien. Alex se dispuso a salir por la puerta del
club cuando el hombre que estaba con él le preguntó: -¿Dónde vas Yaron? - tengo
unas cuantas cosas que comentar a la viuda Lindsay. – Respondió furioso y sus
ojos turquesas se clavaron en el coronel de manera peligrosa – Mis padrinos se
pondrán en contacto con los suyos – escupió. El coronel Fielding empalideció
notablemente. Batirse en un duelo con Alexander Yaron no era lo que tenía
previsto.
25 Esa noche el frio era insoportable, el viento aullaba con todas sus fuerzas
como si fuera un lobo hambriento y solitario en busca de su presa, a veces rugía
con ferocidad golpeando las contraventanas con insistencia. Todas las chimeneas
de la mansión se hallaban encendidas y a pesar de ello llegaban corrientes de aire
por todos los rincones de la propiedad. En una noche tan terrible, difícilmente
alguien se atrevería a salir y Sara rezó para que su visita no acudiera, después de
todo le había denegado su presencia alegando que no se encontraba nada bien.
Ambas hermanas estaban en la sala conversando cuando llamaron a la puerta. -
Debe ser ese loco – musitó Erika. -Estas no son horas de venir – gruñó Sara -¿y si
no abrimos la puerta? – después de lo que Yaron la había dicho no sentía ningunas
ganas de ver al coronel y hasta sintió ganas de ser ella quien lo hubiera retado a
duelo. Todavía no era tarde para eso… -¿no le habías enviado un mensaje para
que no viniera? – preguntó Erika. Sara asintió. El coronel Fielding pareció traer
consigo todo el frio del exterior. Su rostro tenía un tono blancuzco y se frotaba las
manos tratando de entrar en calor. Eric Hamilton bajó a tiempo para recibirlo y lo
miró expectante. -No debió venir señor, mi hija envió un lacayo esta tarde
informándole que se sentía indispuesta. -Si, lo sé, por eso mismo estoy aquí, me
preocupa la salud de la señorita Hamilton… -La viuda Lindsay – corrigió Eric con
rostro serio. -Veo que ha mejorado – comentó cuando la vio. Le hicieron pasar a la
sala después de que se hubiera despojado sus ropas de abrigo. -Siéntese Coronel,
no tardaremos en pasar al comedor –Eric sirvió una buena cantidad de brandy
para el aterido hombre que eligió sentarse en uno de los sillones más cercano a la
chimenea. -¿Por qué no cenamos aquí? – inquirió Sara. Sabía que si pasaban al
comedor las horas se alargarían irremediablemente y no estaba con ningún ánimo
para soportar al hombre. Es más, tenía plena conciencia de que ni siquiera tenía
por qué estar mirándole a la cara después de lo que había ocurrido. Entre una
charla en la que solo intervenían el coronel y el anfitrión, saborearon una deliciosa
ternera asada con ciruelas acompañada de una crema de salmón y revuelto de
quesos y ajos tiernos. Sara no probó el famoso almendrado ingles típico de las
fechas. La vista del Coronel y sus sonrisas lascivas hacían que su estómago se
cerrara a pesar de que todo tenía una pinta estupenda. -He oído que esta mañana
tuvo un pequeño altercado en el club – comentó Erika. Sara la dio con el pie por
debajo de la mesa. El hombre parpadeó durante unos segundos: -Algo sin
importancia. Un malentendido pero lo solucionaré enseguida. -Hay que estar muy
loco para batirse a duelo con Yaron. ¿No sabe que nunca ha fallado? – dijo Sara
tratando de reprimir la ira que sentía. Asustaría al coronel hasta que desistiera de
su empeño, lo que era seguro es que nadie iba a batirse en duelo… todavía. Eric
apartó la servilleta hacía a un lado: -La familia Yaron son muy amigos nuestros y
el hecho de que usted esté hoy en nuestra casa es por puro formalismo, después de
todo tuvo una consideración con Sara cuando la robaron en plena calle pero mucho
me temo que si continua con la enemistad con Alexander Yaron, no podrá ser
bienvenido nuevamente. Espero que comprenda mi posición. El hombre asintió
azorado, no sabía hasta qué punto ambas familias estaban unidas. -¿de dónde es
usted Coronel? – Erika cambio de tema para tranquilidad de todos. -De
Birmingham. ¿Lo conoce? -Sí, he viajado mucho. Es un sitio muy pintoresco pero
prefiero Manchester. El hombre sonrió a Sara que apenas había hablado en toda la
noche. ¿De Birmingham? Su acento no era ingles de eso estaba segura. -¿usted
también lo conoce Señora Lindsay? -No. -Apuesto a que la encantaría. -Coronel,
mi hermana echa tanto de menos nuestra casa en Escocia que estoy segura que no
la apetece conocer lugares nuevos. -Claro lo comprendo, después de todo lo que
ha pasado… ¿Qué sabría él de su vida para comprenderlo? Eric se incorporó y
todos hicieron lo mismo. Sara ni siquiera esperó a que la retiraran la silla de modo
que el coronel se dedicó a ofrecer sus dotes de caballero a Erika. Que pensaba que
era mal educada ¿Y qué? No sería el primero que pensara eso de ella. -Estoy
agotada, creo que me retiraré temprano – le dijo Sara a su padre con un tono de
voz bastante alto para que el oficial se diera por aludido y se marchara. -Si y yo no
deseo que me caiga un torrente de agua encima – Fielding sonrió con un gesto tan
extraño que Sara quiso vomitarle encima. Estaba claro que por muy amable que se
mostrara el hombre se sentía reacia a sus atenciones. -Creo que no se podrá
marchar – avisó Eric de mala gana- la tormenta se ha desencadenado. Sara se
mordió los labios con disgusto. Era cierto, la lluvia caía a raudales formando
verdaderos barrizales. El viento empujaba el agua de un lado a otro barriendo cada
centímetro de la calle. El coronel fingió enfadarse con su mala suerte pero a Sara
no la engañó ya que vio el brillo divertido de su mirada. Daba una fortuna por
saber que tramaba ese. -No se preocupe – Erika llamó a una doncella para que
prepararan la habitación de huéspedes. -Acompáñeme Fielding – El anfitrión le
dirigió al estudio de modo paciente – fumaremos antes de acostarnos. Sara se
despidió. Necesitaba relajarse y ver cómo estaba Kendal. Solo la compañía de su
hijo hacía que sus nervios y su mente se serenaran. El coronel Fielding no era un
hombre de fiar y si estaba relacionado con el pasado del Gitano o tenía algo que
ver con el capitán Bells del Águila blanca ella lo descubriría. Aún no estaba
atrapada en aquella extraña tela de araña que había ido creciendo en torno al
Diábolo y sus posibles enemigos. Muy avanzada la noche y después de que Sara
no hiciera más que dar vueltas en su cama, se levantó colocándose la pesada bata
oscura y cruzando el largo corredor apenas iluminado por un par de apliques
entró en la habitación de su hermana. Una vez ingresó en la recamara cerró la
puerta con cerrojo, nunca lo había hecho en su propia casa pero tenía una mala
vibración con el hombre que ocupaba el dormitorio de invitados. -¿Quién es? –
preguntó Erika asustada al tiempo que intentaba incorporarse. -Soy yo. ¿Puedo
dormir contigo? -¿y Kendal? -Laura está con él – se acostó junto a ella y se
abrazaron como cuando eran niñas. -¿no te parece que es de mala educación que el
Coronel viniera a pesar de decirle que no?- preguntó Sara en un suave murmullo.
-Si, tan mala como la tuya… pero sé porque lo haces de modo que no te voy a
culpar, lo extraño es que no lo echaras a patadas – susurró Erika – Ese hombre
tiene algo extraño – hizo una pequeña pausa. - Sara ¿me contaras algún día lo que
realmente paso entre tú y Alex? -Te lo prometo aunque no es fácil. Por cierto tu
prometido, el conde, conoce a mucha gente importante ¿verdad? ¿Crees que me
conseguiría información sobre Fielding? Dice que es Ingles pero yo sé que no, o
puede que pasara mucho tiempo en el nuevo continente… -Conseguiré lo que
quieres, ya va siendo hora que entre en tu aventura. -No creo que te convenga –
contestó Sara. El calorcito de las mantas y del cuerpo de su hermana, la oscuridad
que embargaba la cámara y que tan solo era visible por las rojas ascuas que
brillaban en el hogar y el silencio de la noche, la llenó de una agradable sensación
de calidez y seguridad y sus ojos se fueron cerrando poco a poco. El Coronel no se
marchó hasta que no vio a la joven aquella mañana. Ella le agradeció de nuevo su
heroica intervención frente al ladronzuelo y por fin lo perdió de vista. Sara
abandonó la casa poco después. El coche se detuvo en Yaron Rever House pero
apenas la informaron que Alex no se alojaba allí y que tenía su propia residencia se
marchó como una exhalación. Llegó ante una casa que si bien no era muy grande
su aspecto era agradable. -¿es esta la dirección que nos dio la señora Yaron? –
preguntó Sara y el cochero afirmo después de abrir la puerta del vehículo. El cielo
se hallaba completamente gris y oscuras nubes amenazaban de nuevo la ciudad.
Sara golpeó la puerta hasta que un sirviente la recibió con rostro serio. -Quisiera
Hablar con Alexander Yaron. -El señor no recibe visitas hoy, está ocupado. Sara
asintió con el ceño fruncido. ¿Ocupado? ¿Tan temprano? -Me urge hablar con él,
dígale que la viuda Lindsay necesita verle. El mayordomo miró a ambos lados de
la calle y luego clavó los ojos en ella con un atisbo de desprecio. -Déjele algún
mensaje, el señor no recibe visitas hoy – volvió a insistir. Sara comenzó a golpear el
tacón contra el suelo con impaciencia. “Ese hombre era tonto o se lo hacía” - Le he
dicho que quiero ver a Yaron ¿entiende usted lo que estoy diciendo o quiere que
eche la puerta…? -¿Quién es? – preguntó alguien al mayordomo desde el interior.
Sara reconoció la voz en seguida y sonrió feliz. -¡Simón! – gritó poniéndose de
puntillas intentando verle. El mayordomo no se movía ni un ápice del hueco de la
puerta. –Soy yo, Sara. -Le estaba diciendo a esta… mujer que… -¿Qué demonios
está pasando ahí fuera? ¿Qué son esos gritos? – Alex se asomó y la miró con
sorpresa – disculpa Sara – se apartó para que la joven ingresara y enfrentó al
mayordomo con una helada mirada - ¿Por qué no avisaste que tenía visita? El
sirviente se encogió dentro de su levita y abandonó el vestíbulo con un gesto de
arrepentimiento. Sara saludó con efusividad a Simón ¡Hacía tanto tiempo que no le
veía! Poco después Alex la llevó hasta una pequeña y acogedora salita. -¿A qué se
debe el honor? – la preguntó, totalmente perplejo de tenerla en su casa. -Quería
hablar contigo – Sara se encogió de hombros y se despojó su capa para dejarla con
descuido sobre una silla. Sus ojos dorados observaron el lugar aliviada que la
decoración no fuera tan… oriental como la plantación -¿tienes tiempo? -Si por
supuesto, toma asiento. La joven obedeció y con disimulo se aferró a sus propias
piernas para que Yaron no viera el reciente temblor de sus nervios acumulados. -
Hace meses mi padre recibió una notificación de que tú… de que el Gitano había
fallecido. Alex agitó la cabeza ligeramente. - Hundieron el Diábolo después de
apresar a todos los piratas que actuaban en la zona de Virginia. Cuando ocurrió
aquello decidí que todos pensaran eso exactamente y de ese modo… tú también
estarías a salvo. Con el gitano muerto el peligro desaparecería. -Yo… te di por
muerto – se cruzó las manos sobre la falda y repentinamente sus ojos se abnegaron
de lágrimas al recordar lo mal que lo había pasado con aquella noticia. Alex la
sirvió una copa de brandy que ella cogió con manos nerviosas. -Sara, pregunta lo
que quieras. Te contestaré a todo – la dijo con sinceridad. -¿Por qué me
secuestraste? -Me iba a marchar de Londres y me di cuenta que no quería alejarme
de ti. Al ocultarme lo de Paul lo utilice de excusa para llevarte conmigo. -Pero en
tu barco me dijiste cosas horribles sobre mi inmadurez… y me hiciste regresar… -
Estaba celoso – hizo girar su propia copa entre las manos – pensaba que amabas al
escoces. ¿Celoso? ¿Había dicho celoso? No se dejó engañar. Todavía no. -En
Virginia tu ama de llaves me trató como si fuese una cualquiera y para colmo me
presentas a tu amante ¿Por qué? -Nunca quise que conocieras Kristin… -¿Por qué
la llevaste entonces? ¿Para humillarme? -¡No! Estuve en una reunión y me
avisaron que ella iba hacía la plantación. Deseaba evitar el encuentro, ni siquiera
sabía que estabas esperándome en el salón, te imaginé encerrada en algún lugar de
la casa. -¿Por qué me dejaste sola en la cabaña y te llevaste a los criados?- Sara
había cogido carrerilla en sus preguntas. Necesitaba saberlo todo… Alex se pasó la
mano por el negro cabello. -Quería que te sintieras incomoda. Fui tan estúpido que
pensé que solo dependías de mí en Virginia y que no tuvieras más remedio que
regresar a la casa conmigo. Pero eres una mujer de recursos ¿no? -Te ibas… a casar
con… ella. -No. -¿y tu hijo? Kristin esperaba… -Nunca te dije que fuera mío,
llegué a la cabaña y estabas histérica lanzando todo lo que encontrabas a mano.
Amenazaste con marcharte con los sirvientes si ellos nos abandonaban y no
querías quedarte a solas conmigo. – Se inclinó hacia ella y acarició un mechón
plateado con ternura- Había ido a contarte la verdad. No me acosté con ninguna
mujer desde que te conocí. -¿no era tuyo? – la emoción se debió reflejar en sus ojos
pues Yaron sonrió con tristeza. - ¿Por qué nunca me dijiste nada? -¿Para qué me
rechazaras? Yo te amaba pero para ti no era más que un… amigo. - ¿pero…?- ¿Por
qué lloraba cuando tenía que estar feliz y dichosa? Seguramente por eso lo hacía,
porque se sentía feliz y dichosa y en cuanto Yaron abrió los brazos para recibirla
ella no lo dudo más y se arrojó en ellos como si fuera lo último que debía hacer en
su vida.- Cuando pensé que estabas muerto… - lloró con más fuerza empapando la
camisa del hombre con sus lágrimas. Yaron la tranquilizó besando sus cabellos con
amor. -Cásate conmigo, no puedo seguir sin ti – la dijo alzando la delicada barbilla
entre sus dedos. -Es lo que siempre he estado esperando señor. Tenerte siempre
conmigo y no volver apartarnos. Te amo Alex, siempre… - la voz tembló
emocionada - te he amado. Alex la besó con tal fuerza y pasión que ninguno
escuchó la puerta de la sala al abrirse.
27 Sara se miró en el espejo con una sonrisa. Debía estar agotada de haber
bailado durante toda la noche pero no era así, su cuerpo aun podía aguantar algo
más. Se inclinó más sobre el espejo observándose los dientes con interés
cerciorándose que se hallaban limpios. Agitó la cabeza de un lado a otro
estudiando su perfil y se pellizcó las mejillas dándolas un poco de color. Tenía los
cabellos sueltos por la espalda y llevaba el camisón que Erika la había regalado a
ultimísima hora. Una pieza tan diáfana que parecía no llevar nada. El escote era
tan bajo que los rosados pezones parecían querer asomarse con ahínco por el borde
de la delicada puntilla. Se tiró de la prenda hacía los hombros intentando acortar
de ese modo el profundo escote pero la tela volvía a su lugar en menos de dos
segundos. Respiró nerviosa e ingresó en el dormitorio. Alex estaba atizando el
fuego del hogar envuelto en un corto batín de terciopelo verde, en cuanto se giró
Sara se fijó en su torso. La prenda se hallaba abierta y dejaba ver su cuerpo duro y
bronceado. -Kendal duerme como un lirón. Laura dice que se ha portado mejor
que nunca. – caminó hacía una pequeña mesa redondeada con base de mármol y
sirvió dos copas de champán que seguramente Simón había colocado allí. -Ha sido
una suerte que mi cuñada ofreciera la casa para la reunión, de haberlo hecho aquí
no sé dónde hubiéramos metido a tanta gente. Sara soltó una carcajada: -¡Que
exagerado! Tampoco había tantos, además déjame decirte – le entregó la copa con
una sonrisa traviesa – creo que ha sido la mejor fiesta a la que he acudido nunca.
¿Sabes lo que me he reído con Laura y Simón? – soltó otra carcajada pero esta vez
más fuerte. -Si he vislumbrado sus miradas, personalmente he temido que Laura
saltara sobre el cuello del pobre hombre… -¿pobre hombre? Perdona, lo que un
pobre hombre no debe hacer nunca, es acercarse a una mujer y la diga: contigo
tendría un regimiento de infantería. -¿de verdad la dijo eso? – Preguntó el hombre
entre risas – Seguro que Simón disfrutó la fiesta. Date cuenta que no está muy
acostumbrado a tratar con damas o mujeres decentes… -¡Pues estuve a punto de
darle un pescozón para que cerrara la boca! – se sentó sobre la cama y Alex hizo lo
mismo. -¡Me hubiera gustado verlo! – la acercó la copa y ambos brindaron en
silenció, con las miradas clavadas entre sí. Bebieron y Sara recogió ambas piezas y
las colocó sobre la alfombra sin siquiera levantarse de la cama. Al inclinarse el
busto quedó expuesto a los ojos de Alex que se sintió arder. Había tratado de
arrinconar a Sara en varias ocasiones después de la ceremonia pero siempre había
alguien por allí, sobre todo preguntando por lo típico ¿Cuándo se conocieron? Bla,
bla, bla. En cuanto abandonaban el salón para intentar perderse por el invernadero
o alrededores les salían a buscar. En una ocasión había logrado meterla en una de
las habitaciones superiores robándola unos besos llenos de promesa y en el salón
habían llegado a parar la música pensando que los recién casados habían escapado
sin despedirse. A última hora de la tarde ya ni habían insistido en perderse por
cualquier lugar, pero ahora, después de todo el largo día viéndola moverse de un
lado a otro, de haber sentido su aroma en cada rincón de su cabeza… La atrajo por
la cintura aplastándola sobre su pecho y después de inclinar la cabeza se apropió
de su boca. Sara se sentía completamente dichosa. La calidez con que los brazos la
envolvieron, la agradable sensación de estar protegida. La boca del hombre que
sabía almíbar y su piel tersa, sus caricias llenas de magia que encendía su ser allí
donde la rozaba con los dedos, con las palmas de sus manos, con sus labios… se
sintió enloquecer transportada a un mundo mágico donde solo existía su pirata
soñado y ella. Hicieron el amor con prisa, ansiosos por unirse en uno solo,
disfrutando de los placeres de su nueva vida conyugal. Cuando Alex la masajeó los
senos con dulzura, cuando sus palabras se cruzaron en suaves murmullos, cuando
el mundo dejo de existir Sara cerró los ojos respirando el aliento del hombre, se
dejó llevar más allá de la realidad para dejarse caer sobre él con el cuerpo laxo,
satisfecho. Casi rayando el alba ambos se quedaron dormidos apretados bajo las
sabanas con sus cuerpos rozándose. Ya bien entrado el día Sara trató de levantarse
de la cama al no localizar a Alex en el dormitorio. Su sorpresa fue mayúscula
cuando descubrió que una de sus manos se hallaba atada a una de las barras del
dosel de la cama con una cinta de raso que había pertenecido al intrincado peinado
que llevara ella en la boda. La prenda en si estaba floja y se podía quitar con
facilidad. Sara al principio la miró anonadada y más tarde se echó a reír divertida.
Estaba secuestrada de verdad. ¡No podía creerlo! Estaba a punto de quitarse la
cinta cuando apareció él como un rayo y se volvió a meter entre las sabanas
atrayéndola a su cuerpo, sin siquiera despojarse el batín. -¿Dónde ibas? – La
preguntó divertido – Ayer te dije que no te dejaría levantar. -Pero debo hacerlo –
rió con las mejillas sonrosadas y un brillo burlón en sus ojos dorados – debo
aliviarme. -Debes prometerme que regresaras conmigo ahora, fuera hace mucho
frio y está lloviendo. Te permito que vayas a ver a Kendal si quieres pero está bien,
Laura estaba terminando de darle de comer. Por cierto odia las papillas. -¿Cuánto
tiempo llevas paseando por la casa? – se deshizo de la cinta y con premura se
incorporó. Se puso una camisa de Yaron que era lo que tenía más a mano y pasó al
cuarto que tenían destinado para el aseo. Regresó rápido para escuchar su
respuesta. - Un poco solo. He ido a decir que suban algo de comer ¿no tienes
hambre? Yo estoy hambriento. -Tanto deporte abre el apetito – contestó Sara con
una mueca infantil – Voy a ver al niño y ahora vuelvo. Cuando reapareció por el
cuarto miró a su esposo apenada y se sentó en el borde de la cama. -¿Qué ocurre?
– preguntó él frunciendo el ceño. -Que la vida sigue y que no recordé que esta
tarde Erika tiene la prueba del vestido y la prometí que estaría con ella. Sé que
también esta Rouse… y que es nuestro primer día de casados… Alex se incorporó
hasta quedarse sentado junto a ella y asintió. -Tienes toda la razón. ¿Quieres que
os acompañe? -No te imagino esperándonos cada dos por tres y escuchando todos
los chismes que nuestra boda ha provocado. Yaron arrugó la nariz con desagrado.
Desde luego el plan no era para nada atractivo. -Prefiero quedarme aquí con
Kendal, tengo que enseñarle muchas cosas. Sara se inclinó a besarle con amor. -No
le dejes cerca de tu colección de espadas – le avisó – las hojas brillan y eso llama la
atención del niño. -Señora mi hijo no es tonto, cuanto más pronto aprenda el
manejo… -¡No hablas en serio! - No – negó con la cabeza, divertido - ¿lo habías
creído? Sara bizqueó por un momento y se alejó entre risas cuando él quiso
lanzarla una palmada en el trasero. Alex observó como la joven se vistió sin ayuda
de Laura y la recordó en el Diábolo con las ropas de hombre. ¿Quién hubiera
imaginado entonces que acabarían así? Que aquella diablilla malcriada se
convirtiera en un pilar importante de su vida, en el más importante. -Tendrás
cuidado ¿verdad? -te lo prometo – respondió sonriente girando ante él con un
sencillo vestido de tonos burdeos. - ¿Cómo me veo? -Yo te veo preciosa – abrió los
brazos y ella le respondió con un abrazo y un apasionado beso antes de salir de
casa. -¿y piensas comprar muebles? – preguntó Erika. -No – negó Sara – no
viviremos en Londres y cuando vengamos de visita espero que alguna de ustedes –
lo dijo por su hermana y por Rouse – nos de cobijo. Ahora quiero convencer a
Yaron de que compremos una propiedad cerca de Edimburgo, allí hay muy buenas
escuelas para Kendal. – Se encogió de hombros – la verdad es que no sé qué
querrá hacer Yaron con esta casa. Ah, y debo buscar un nuevo mayordomo, el
hombre que está ahora me causa inquietud y no sé por qué. Después de que Erika
acabara con sus diligencias las tres mujeres ingresaron en un comercio nuevo que
recién había abierto y era la novedad de Londres. El local vendía muebles y
accesorios de decoración pero también se caracterizaba por todas las antigüedades
que poseía, algunas piezas databan de la edad media. Erika se interesó en unos
bonitos candelabros. En aquel momento había un matrimonio regateando con el
dueño del local el precio de un hermoso caballito de madera. Sara se hallaba tras
ellos y por un momento los miró llena de dudas. Estaba segura de no conocerlos de
nada sin embargo sus voces eran demasiado familiares. Quizá el fuerte acento o tal
vez la manera de hablar entre ellos. El hombre se giró cruzándose con la atenta
mirada de Sara y la regaló una sonrisa que por supuesto no fue correspondida. La
compañera de este le dio un codazo en las costillas llamando su atención.
Parecieron llegar a un acuerdo con el propietario y se llevaron la pieza de madera.
-¿te ocurre algo Sara? – la preguntó Erika. -Pensé que los conocía pero me he
debido de confundir. ¿Te dije que ayer Frances me escribió? -Sintió un fuerte
cosquilleo en la columna vertebral. ¡Claro! El día que había estado de compras con
su amiga había escuchado esas mismas voces. ¡Eran los mismos que habían
atentado contra ella en Dundee! La primera vez no pudo verlos pero estaba segura
de que eran los mismos. Se acercó al dependiente con una sonrisa nerviosa y
después de preguntarle esperó ansiosa. -Es la primera vez que los veo señora, la
tienda es nueva. Pero clientes como ellos… – frunció los labios - ¡Querían llevarse
esa pieza artesanal a precio de ganga! Era un regalo. -Tenían un acento muy
marcado – asintió Sara – quizá no estén acostumbrados a venir a tiendas de tanto
nivel – no pasaba nada por dar un poco de “coba” al hombre. -Eran extraños – el
hombre se encogió de hombros y se acercó ligeramente a Sara observándola a
través de una gruesas gafas de montura oscura – ni ellos mismos se ponían de
acuerdo con la edad del infante a quien le iban a regalar el caballo – agitó la mano
y se enderezó un pequeño lazo negro que adornaba el cuello de su pulcra camisa
blanca. Sara se mordió el labio inferior intranquila. Siempre había sido muy mal
pensada y sabía que aquel par tramaba algo. Tal vez la casualidad o el destino
trataba de advertirla sobre aquellos indeseables. -No sabrá donde se hospedan
¿verdad? -No pero acabo de recordar que comentaron algo sobre el hijo de una
señora viuda y sobre un tipo, no recuerdo su nombre… No quiero parecer un
deslenguado pero es que no me han gustado mucho – Hablaba a Sara en susurros
sin querer que el resto de clientes escuchara lo que decía. -¿Yaron? – se atrevió a
preguntar ella cruzando los dedos tras el mostrador. Deseó que el hombre lo
negara de un modo inmediato. -El mismo – asintió el propietario golpeándose la
cabeza con la mano - ¿Por qué la interesa tanto? -Creo que los conozco y le
agradezco enormemente su ayuda. Mi hermana la señorita Hamilton se va a casar
y me gustaría comprarla algo muy especial – le entregó varias monedas – Sé que
usted sabrá asesorarme estupendamente. Regresaré uno de estos días. Las tres
mujeres se detuvieron en la salida del local y Sara asustada les narró como Yaron y
ella habían salido de Escocia en el Dover por culpa de esas personas siempre
evitando hablar de la relación entre Alex y el Gitano. Estaba anocheciendo cuando
Sara entró en el vestíbulo. Todo estaba en silencio y el mayordomo la indicó que
Yaron se encontraba en el estudio. Se pasó a ver a Kendal que dormía
plácidamente y después de despojarse de los guantes y el sombrero ingresó en el
despacho donde el hombre trabajaba sobre varios libros que tenía esparcidos sobre
la mesa. Sara se acercó a él con ojos dilatados y se sentó sobre sus piernas al tiempo
que le rodeaba el cuello con fuerza. -¿Qué ocurre? – preguntó preocupado. Sara se
lo contó todo con tono preocupante. -No hay duda de que eran ellos – musitó el
hombre contagiado por su inquietud – Debo averiguar que se proponen. -Yo sé lo
que quieren, a ti, al Gitano. Tengo tanto miedo que quieran meter a Kendal en
medio para conseguir sus propósitos… -Esta vez no huiremos – la respondió – El
Gitano está muerto – tomó la cara de la joven entre sus manos para observando la
profundidad de sus dorados ojos – Sara necesito que me los describas, intenta
recordar hasta el más mínimo detalle.
28 -Estoy convencida que el Coronel Fielding tiene algo que ver con esos
dos – dijo Sara paseándose por el estudio – Pero no entiendo mucho lo que sucede.
¿Por qué me devolvería una joya falsa? ¿Y porque dice que es Ingles y sin embargo
tiene un acento tan marcado? – se giró hacía Alex que se estaba colocando el abrigo
- ¿vas a salir a estas horas? -Simón está en la zona de puerto. En cuanto le
encuentre vengo aquí. -¿no puedo ir contigo? -Preciosa, ahora eres una mujer
casada y prefiero que te quedes cerca de Kendal mientras estoy fuera. Si vinieras
conmigo estaría todo el tiempo preocupado además que una tasca no es lugar para
una dama. Todo va a ir bien, no tardaré más de dos horas. Sara le vio guardarse
una pequeña pistola en el bolsillo de la chaqueta y su corazón comenzó a latir con
fuerza, asustada. -¿prometes que no tardaras más? -Lo intentaré. Porque no subes
arriba y te das un buen baño caliente, cenas algo y me esperas levantada. -Alex –
gruño ligeramente enfadada – No me trates como a una niña. -Sé perfectamente
que no lo eres – la besó largamente. Aquella era la única forma de hacerla callar y
lo consiguió aunque Sara no podía dejar de pensar en el peligro que corrían. La
acompañó hasta la escalera. Sara sintió la puerta principal al ser cerrada y se giró
desde lo alto de la escalera. De buena gana hubiera salido corriendo tras de él pero
Alex tenía razón, era mejor que se quedara con el niño. Se sentó en lo alto de la
escalera pensativa, las luces del vestíbulo se habían apagado casi todas y donde
ella estaba las sombras la envolvían en una oscuridad total. No habían pasado ni
cinco minutos cuando Rexford, el mayordomo, apareció en su campo de visión
envuelto en un negro y largo abrigo dispuesto a salir de la casa en una actitud
bastante sospechosa. Sara miró por unos segundos el largo corredor oscuro
pensando velozmente si debía seguir al tipo. Si aún hubiera estado en su casa
podría haber confiado al pequeño a su hermana y aunque Laura era como su
familia no podía arriesgarse a dejarla expuesta con esa carga. Esperó que Rexford
saliera y ella no perdió ni un solo minuto en subir a despertar a Laura. Después de
recorrer varias tabernas, Yaron encontró a Simón sumido en una partida de cartas.
Reconoció a la mayoría de los hombres que antes habían sido la tripulación del
diábolo y que ahora esperaban que la nueva goleta estuviera lista para partir.
Escuchó las felicitaciones de sus hombres entre alguna palmada en la espalda que
otra. -¿Cómo se te ocurre venir el día después de tu boda? – preguntó el tabernero
entregándole una jarra de espumosa cerveza. – No es posible que te hayas cansado
tan pronto de tu esposa. Algunos hombres, incluido Alex rio por la broma. -He
decidido dejarla descansar – contestó guiñándole un ojo. El local estaba lleno de
voces y de humo. En el fondo alguien cantaba tomando tragos de una botella de
ron y varios compañeros le vitoreaban entre risas. -¿no será que la señorita Sara te
ha echado de casa tan pronto? – preguntó otro. -Ese sería el menor de mis
problemas. Ahora necesito tener una conversación con Simón, de modo que os lo
voy a robar. -¡No haga eso, jefe! ¡No puede llevarse nuestras ganancias sin más!
Yaron se fijó en la mesa. Las apuestas parecían ser bastantes elevadas y junto a
Simón había una montaña de billetes y un reloj de brillantes que algún incauto se
habría jugado. Simón recogió todo con ambas manos y se lo metió en los bolsillos
como pudo. -Prometo daros la revancha – dijo el hombretón bebiéndose su
cerveza de un solo golpe. -Si necesitas ayuda, Gita… Yaron, no dudes en
informarnos – comentó uno de los hombres escupiendo en el suelo – Nos invade el
aburrimiento. -No será por mucho tiempo, pero ya que lo dices necesito que
averigüéis sobre un tal Fielding, El tabernero que pasaba un trapo sucio sobre el
encharcado mostrador levantó la cabeza y lo miró pensativo. -Hace tiempo ese
señor vino aquí buscando un empleo en cualquier nave. Lo recomendé para los
hombres de Ford, no tenía mucha pinta de ser marinero. Tu flota fue la primera en
la que pensé pero no había ninguno de tus barcos en Londres. Creo que al final
consiguió trabajo junto al capitán Bells del Águila Blanca, eso antes de que el
Diábolo lo mandara al fondo del océano. Alex escuchaba sorprendido con los ojos
abiertos como platos. Aquí había una trama mucho más importante de lo que se
imaginaba. ¿Fielding de marinero en el Águila Blanca? Debía ser imposible, no
podía imaginarse a ese hombre a bordo de ningún barco y menos en uno donde se
había practicado la trata de blancos, aunque si de veras se dedicaba a la
falsificación de joyas ya nada debía extrañarlo. -Necesito que tú y tú – señaló al
hombre que había escupido y a su compañero de borrachera – viajéis a
Birmingham y me traigáis todo lo que averigüéis sobre él. -Yo estaré al pendiente
por si regresa por aquí – el tabernero lanzó el trapo sobre un barril de madera –
Intentaré sacar algo a los hombres de la Ford, creo que arribaron puerto hace unos
días. Alex asintió y depositó unas monedas sobre el mostrador: -Invita a esta gente
de mi parte y consígueme una mesa limpia. Al poco tiempo Simón y él ingresaron
en un apartado privado donde pudieron charlar sin ser molestados. -Por supuesto
que me convertiré en la sombra de tu esposa – accedió el hombretón
tamborileando los dedos sobre la mesa – Quien más reparos va a poner será la
criadita esa, Laura. No soporta verme cerca de ella. -Ten paciencia entonces – Alex
miró la hora. El tiempo pasaba volando y deseaba regresar a casa y comprobar que
todo se hallara en orden. –No la hagas enfadar mucho si no quieres que Sara te
salte a la yugular. Simón soltó una carcajada divertida, de Sara Yaron se podía
esperar cualquier cosa. -No creo que deba hacer esto – gimió Laura sujetando el
candelabro en alto mientras Sara penetraba en la oscura habitación de Rexford, de
vez en cuando miraba al vestíbulo con preocupación - ¿Y si no se ha ido más que a
tomar un poco de aire? –insistió la doncella con voz nerviosa. -Tu vigila bien – la
voz de Sara llegó en un susurró apagado. La muchacha recorrió la cámara con la
vista. Si se daba prisa nadie debía enterarse de que por fin había decidido hacer
algo respecto al mayordomo. Lo que sentía hacía ese hombre era una corazonada
tan fuerte que no podía desestimar. Abrió los cajones de la mesilla sin hallar nada
que pudiera llamar su atención, varios pañuelos y una pequeña caja que contenía
unos anillos. Después de estudiar varias piezas pasó a registrar la cómoda. Las
prendas se hallaban bien dobladas y todas en perfecto orden, solo ocupaban un
cajón del mueble y el resto se hallaban completamente vacío. Desde luego ese
hombre o era pobre o apenas poseía nada. Bueno, quizá si iba vendiendo anillo por
anillo llegaría a subsistir. Sara intentó no tocar nada y dejarlo como estaba,
realmente no sabía si quiera lo que estaba buscando. Alguna pertenencia personal,
cartas que indicaran quienes eran sus familiares o si tuviera alguna novia secreta.
Yaron le había contratado a si es que él debía conocer los antecedentes de Rexford.
Pero ¿y si fueran falsos? “Basta Sara – se dijo – solo me cae mal, pero no es un
asesino o algo así, eso espero” El dormitorio era frio y bastante impersonal como si
el hombre solo lo utilizara para dormir. Ni un libro, ni un vaso de agua. -Me ha
parecido oír pasos – dijo Laura de repente. Sara se quedó quieta observando la luz
de la vela que temblaba en sus manos. Sin respirar y con el corazón latiendo a mil
por hora trató de percibir algún sonido. -Yo no escucho ruidos – dijo después de
un rato. Revisó el armario ropero y al no encontrar nada anduvo hacia la salida, a
mitad de camino se giró hacía la cama y tras agacharse acercó la luz. Tanteó con la
mano en la oscuridad. -He encontrado algo – susurró jubilosa. Dejó su propia vela
en el suelo y con cuidado sacó una caja alargada. -Dese prisa por favor. Sara
levantó la tapa con cuidado y se encontró con un fajo de documentos. Facturas de
ropa y accesorios, papeles ilegibles y llenos de borrones. Desdobló un rollo
parecido a un pergamino, era el plano de alguna casa. Con miedo lo volvió a
colocar en su sitio y su mano rozó un pequeño papel en el que pudo leer: 22 de
diciembre. Recoger pasaje a Nueva Orleans. “¿se marcha? – dudó metiendo la caja
otra vez bajo la cama”. -¡Oigo algo! ¡Oigo algo! – Laura apagó su candelabro con
rapidez y corrió hacía la habitación de Kendal, Sara escuchó sus pasos
ascendiendo hacía el piso de arriba. Un extraño crujido la alertó y sopló la llama de
su propia vela cuando creyó ver la sombra de dos largas figuras. Se pegó contra la
pared rezando para Rexford no se dirigiera allí primero. La oscuridad se volvió
absoluta y Sara caminó muy despacio hacía donde recordaba haber visto el
armario ropero. Su corazón estaba a punto de estallar y tuvo que ahogar un grito
cuando escuchó muy cerca de ella un golpe seco y unas pisadas. Tomó aliento,
quien quiera que estuviera en la casa caminaba en silencio y sin iluminarse.
Rexford hubiera encendido alguna vela ¿no? Algo la indicó que el intruso estaba
ante ella, podía escucharle respirar. Armándose de un valor adquirido con el terror
que la acongojaba y que recorría cada poro de su piel. Se lanzó hacía su agresor
con las manos por delante empujando con fuerza. Su único pensamiento era llegar
a la puerta. El intruso debió de caer porque Sara se vio libre para correr, cayó sobre
la alfombra cuando su tobillo fue apresado por una mano firme. No se estuvo
quieta, trató de huir así tuviera que llevarse a quien fuera a rastras. Gritó todo lo
que daban sus pulmones mientras pateaba la cabeza del apresor, este debió
cambiar de táctica porque enseguida se echó sobre ella inmovilizando sus piernas.
La joven se aferró con fuerza a los cabellos tratando de apartarle de su cuerpo que
la estaba aplastando. Alguien encendió un candelabro. No podía ser la persona que
aún tenía Sara encima, por lo que dedujo que Rexford estaría acompañado. La
joven rodó sobre la alfombra cuando la soltaron y corrió hacía la chimenea
tomando el atizador y preparándose para golpear al primero que se acercara.
Anonadada observó a Yaron despatarrado sobre el piso y mirándola como un loco
energúmeno a punto de acabar con ella, claro, eso hasta que descubrió quien era la
persona que había encontrado fisgoneando en una habitación que no era la suya. -
¡Alex! – Exclamó dejando caer el atizador - ¿te has vuelto loco? ¿Sabes el susto que
me has dado? – se llevó la mano al corazón como para verificar sus palabras. –
Pensé que era alguien… -¿Por ejemplo Rexford? – preguntó él frunciendo el ceño y
sacudiéndose el pantalón después de incorporarse. -¿Qué estás haciendo aquí? – en
un abrir y cerrar de ojos la atrapó la muñeca y la sacó de la habitación. Simón ya
había abierto el camino hacía el despacho. -¿y vosotros que hacías? ¿Por qué
habéis entrado a oscuras en la casa? – le apuntó ella alterada. Alex sirvió unas
copas de brandy y le acercó una a ella. -Te va a relajar. Sara la vacío de inmediato
y no vio la divertida sonrisa de su esposo al darse cuenta. -Acabábamos de llegar
pero nos pareció ver a alguien a través de la ventana. La actitud era bastante
sospechosa por lo que pensamos que estábamos siendo asaltados. – explicó Simón
sentándose en un elegante sillón con las piernas abiertas. Su postura era
ligeramente inclinada por lo que todos sus colgantes parecían quedar suspendidos
en el aire. -Pero más sospechoso fue el momento en que apagaste la vela que nos
confirmaste que eras un… una ladrona preciosa – miró a Simón – Ya sabes donde
puedes dormir. – Miró a Sara – se va alojar aquí una temporada. -¡Claro que sí,
Simón, puedes quedarte el tiempo que tú quieras! -¿Y ahora mi querida Sara, te
importaría contarme lo que hacías en la habitación del mayordomo? Sara se paseó
nerviosa ante los hombres. ¿Qué podría explicar? ¿Qué el hombre no le caía bien y
había ido a cotillear entre sus cosas? ¡Menuda tontería! ¿Quién se iba a creer eso?
Lo peor de todo es que era verdad.
Laura pestañeó con fuerza. -¿me acabas de llamar ciervo? -¿Rudolf no era
un reno? – preguntó él con toda la inocencia del mundo. Laura frunció el ceño sin
saber si el hombre la estaba tomando el pelo o por el contrario hablaba en serio. -
¿y qué más da? ¿Por qué me parezco a un animal con cuernos? -Por la nariz,
pareces un faro encendido de lo roja que la tienes. Laura se ocultó esa anatomía del
cuerpo con la mano y le miró divertida: -Simón como eso sea lo más bonito que
me digas esta tarde no creo que salgamos a pasear mucho más. -¿Por qué? A mí el
reno me encanta. -¡Y a mí los gansos y no te digo que seas uno! – le cogió el
paquete de castañas y continuo su camino por el parque sin esperarle. Simón corrió
tras ella hasta ponerse a su paso - ¿quieres? – le ofreció. -Lo que yo quiero no
piensas dármelo. La joven le miró pero él parecía pensativo observando el tumulto
de personas que se reunían más adelante, la cogió una mano sin previo aviso y la
hizo girar para cambiar el sentido de la marcha. -¿Por qué no podemos acercarnos
a mirar? – preguntó ella tratando de observar que es lo que ocurría más adelante.
Descubrió a Sara charlando con una ancianita y con una sonrisa siguió caminando
al lado de Simón. -Deberíamos saludarlos ¿no crees? Los ojos de Simón brillaron
con intensidad cuando la miraron. - No – susurró como si alguien pudiera
escucharlo – mejor que no. Laura se encogió de hombros. En la orilla derecha del
camino un hombre se hallaba sentado en una silla de tijera y pintaba algo en un
lienzo, se acercaron para observar lo que había plasmado con acuarelas. Sobre un
fondo blanco había una pareja joven sentada en un banco, ella iba de rojo y él
parecía regalarla algo. -¡Es precioso! – musitó Laura. El pintor levantó la cabeza y
se ajustó las gafas sobre la nariz. -Muchas gracias. Por unas pocas monedas les
hago un retrato. Laura miró a Simón con las cejas arqueadas y el hombre asintió: -
Bien – el pintor se incorporó y paseó ante ellos observándoles de arriba abajo
pensando cual sería la pose correcta para la pareja. – por favor caballero colóquese
aquí debajo de este árbol, muy bien ¡no se mueva! Señora acérquese a su esposo,
bien que le rodee la cintura con ese brazo… Laura lanzó una fría mirada a Simón
cuando la estrechó contra su pecho pero enseguida el artista la llamó la atención
para que fijara la vista enfrente. -No tardará mucho ¿verdad? Hace frio para estar
en esta posición. – No era cierto pues el torso de Simón y su mano en la cintura
hacía que la sangre que corría por sus venas se convirtiera en una candente lava
apunto de explosionar. -¿te molesta la posición? – susurró Simón con una risa
junto a su oído. Laura se tensó de repente y llamó al pintor: -¿No podría poner a
este caballero tan simpático unas enormes orejas de burro? – le apartó las manos de
su cuerpo y dio un paso adelante evitando que Simón continuara aprovechándose
de la situación. -Deben juntarse un poco más – les avisó el hombre alzando el
pincel como si estuviera midiendo la altura del lienzo. A regañadientes Laura
volvió a echarse atrás pero con tanta efusión que golpeó a Simón en dicha parte de
la entrepierna con la mano. El hombre boqueó inclinándose hacia delante
ahogando el grito de dolor que le dejó medio paralizado. -¡Oh Simón! ¡Lo siento,
de verdad! No ha sido mi intención darte… ahí – se excusó con las mejillas aún
más rojas si cabía - ¿te he hecho mucho daño? Déjame… - Sin darse cuenta de lo
que hacía Laura estiró las manos hacía la del hombre que se cubría sus partes. -Ya
está pasando – contestó Simón apartándose de ella con los dientes apretados, al
hacerlo Sara creyó escuchar un delicado tintineo de metal. -¿quieren que les pinte
o no? – el artista impaciente les miró con enojo. -Lo dejaremos para otro día –
contestó Laura abochornada. Se volvió hacía Simón que ya comenzaba a recuperar
el color de su rostro – Perdóname, no me di cuenta. Simón la sujetó la cintura con
una fuerte mano y la atrajo hacía él: -Quizá con un beso se me pasaría antes. – se
inclinó hacia ella al tiempo que la muchacha echaba toda su espalda hacía atrás
evitando el contacto de su boca. Laura levantó su mano hasta el pañuelo y notó
unos extraños bultos en su cuello, las cadenas de oro volvieron a tintinear y
asombrada metió un par de dedos bajo la prenda descubriendo los cordones de oro
y plata. Abrió los ojos con asombro incapaz de decir nada. Simón apretó los labios
en una mueca divertida al haber sido descubierto. ¡Vaya! Yaron le había dicho que
así no lo notaria, pero claro, Laura era tan perspicaz… La muchacha se alzó las
faldas y retomó el camino, Simón la siguió con paso rápido. -Entonces de lo del
beso ni hablamos ¿verdad? Laura no pudo evitar la carcajada que nació de su
garganta y que llenó el camino de notas celestiales, le tendió una mano y él,
satisfecho se agarró a ella. -¿te apetece que te lleve a conocer La escocesa? – la
preguntó alentado por ese repentino cambio. -No. -¿a cenar a un restaurante? -
No. -Venga vale, te llevo a ver a esa gente que patina. – dijo con desgana. Laura se
detuvo y girando hacia él le rodeó la cintura con ambos brazos, elevó la cabeza
hacía los labios del hombre. -Bésame tonto cavernícola. Simón no se hizo esperar,
lo hizo con tanta pasión que Laura sintió como sus piernas temblaron a tal punto
que no parecían sostenerla, de no ser por el robusto cuerpo del hombre que la
sostenía con fuerza hubiera caído sobre el camino. En medio del sendero, rodeados
de nieve y de los viandantes que caminaban de un lado al otro del parque, bajo un
cielo gris que iba perdiendo el color a medida que la noche se apoderaba del
firmamento, embriagados por el aire helado del invierno, transportados por los
canticos que flotaban en el ambiente, seducidos por la ciudad, una pareja
declaraba su amor ajenos al resto mundo. El pintor trazó las formas con prisa, el
pincel guió sus perfectas manos con precisión volando sobre el lienzo con
velocidad, observando por encima de la montura de sus gafas y con una sonrisa de
disfrute en su delgado y huesudo rostro. 38 -Dobles parejas – Sara lanzó los
naipes sobre la mesa con una amplia sonrisa. -¡supera eso Yaron! El hombre soltó
una carcajada que desinfló la reciente alegría de la joven. ¡No era posible que
hubiera vuelto a perder! - Ya que haces trampas preciosa, hazlas bien – la mostró
las cartas cruzando los brazos sobre el pecho. -¿otro póker?- Preguntó Sara con el
ceño fruncido -¡no es posible!- se echó hacía atrás en la silla y le lanzó la segunda
liga. Estaba semidesnuda y aunque pensaba en su siguiente movimiento su mente
daba vueltas sobre que prenda seguiría a las ligas. Aún quedaban las medias, el
corseé y el culote. -¿me puedo cubrir? Yaron se levantó para atizar el fuego de la
chimenea y regresó con un brillo burlón en sus ojos turquesas. - La apuesta es la
apuesta señora. De momento me has podido quitar la chaqueta – se desabotonó un
par de corchetes de la holgada camisa mostrando el vello rizado de su pecho y con
manos diestras volvió a barajar los naipes. -Voy a coger una pulmonía por tu
culpa- le dijo subiendo una larga pierna sobre la misma silla en la que estaba
sentada. -Ya me ocuparé yo de que no te enfríes – repartió de nuevo. Sara observó
los dos ases con ojos ávidos y se descartó del resto. Yaron la miraba tan
atentamente que era sumamente difícil sacar el otro as que guardaba bajo el
trasero. Recibió más cartas y no pudo evitar soltar un gritito cuando apareció el as
que faltaba. -Parece que son buenas – rió Alex colocando sus cartas boca abajo e
inclinándose hacía ella. Sus ojos siguieron la curva de la rodilla femenina de una
manera tan excitante que Sara tembló prediciendo lo que ocurriría después. -
¿quieres más cartas? -No – negó ella. ¿Cómo demonios iba a sacar la que tenía
escondida? Yaron no la quitaba los ojos de encima y durante toda la partida ya le
había echo levantarse en varias ocasiones para que la sirviera agua y así utilizar
sus cartas de modo conveniente. No la había servido de nada porque mientras ella
se hallaba en paños menores lo único que había podido arrebatarle era la chaqueta
oscura. El pañuelo lo había desatado dejándolo sobre sus hombros. -¿Qué hora
crees que será? Aprovechó el descuido de Alex y sacó el as. Con un suspiro de
alivio mostró sus cartas dando palmadas. El hombre se giró a ella levantándose
lentamente. -¡Que! ¡He ganado! ¡Fuera la camisa! – contestó haciéndose la tonta. -
Eres una tramposa – En un abrir y cerrar de ojos el hombre buscó bajo el trasero de
la joven sacando la carta sobrante. -¡Esa no es mía! – Negó ella – Me lo has puesto
aposta porque no sabes perder. -¿Qué no sé perder? Preciosa, tu eres la que esta
desnuda… y ahora por supuesto debes entregarme otra prenda – la tendió una
mano esperando que ella le pagara. Sara se puso en pie con los ojos entrecerrados y
con movimientos lentos y sinuosos se deslizó el culote hasta los tobillos retirándolo
de una patada. El corsee caía tan solo un poco más abajo de las caderas por lo que
el resto quedaba a la imaginación del contrincante. Yaron silbó entusiasmado.
Jamás había pensado que sería tan divertido jugar al póker con Sara. Ya no
quedaba muchas manos en el juego y él sentía que sus calzones estaban a punto de
reventar. Unos golpes en la puerta los sacó de su diversión haciendo que el hombre
se acercara a ver quién podía ser aquellas horas. La muchacha agradeció poder
colocarse la chaqueta mientras escuchaba susurrar a Yaron con alguien en la
oscuridad del pasillo. -¿Qué ocurre? – preguntó cuándo regresó con mirada
preocupada. -Simón aún no ha aparecido, Laura dice que alguien se citó con él en
una posada de las afueras ¡maldita sea! Pensé que había arreglado su problema
cuando llegamos a Londres. -¿Qué problema? - Una deuda de juego – señaló las
cartas de encima de la mesa y con un gruñido se agarró al tablero. – En su día
Simón aseguro que le habían engañado y aun así prometió pagar para quitarse de
problemas. -¿y no lo hizo? -No lo sé. Supongo que sí. -¿vas a buscarle? – Le
preguntó al ver que buscaba su arma en uno de los cajones – voy contigo. -¡ni loco!
– La tomó de los hombros observándola – no seas tramposa y devuélveme la
chaqueta. -Escucha Alex no sabes cómo puede estar y quizás necesites ayuda. ¡No
me voy a quedar aquí! – Sara le lanzó la chaqueta y corrió por todo el estudio en
busca de sus prendas. -¿y que puedes hacer Sara? Estaría más preocupado
pensando en… -Te seguiré – ella se encogió de hombros vistiéndose con prisa.
Yaron se tocó la frente pensativo. -¿y qué voy hacer con las dos? – Captó el interés
de su mujer que lo miró extrañada – Laura también está preparada para
acompañarme. Kendal… -Kendal duerme y tenemos bastante personal que se
puede hacer cargo de la situación. Laura estará muy nerviosa. Te prometo que
esperaremos en el coche hasta que tú salgas con Simón, no puede pasarnos nada
malo. Yaron pareció dudarlo durante unos segundos y asintió. -Abrígate bien que
esta noche hace mucho frio. Yaron revisó su arma una vez más antes de guardarla
en el bolsillo. -No os mováis de aquí – avisó a las dos mujeres que lo miraban
atentas. – el cochero tiene orden de regresar a casa si ve el más ligero problema. -
¿has pensado como vas actuar? – Preguntó Sara.- ¿tienes forjado algún plan? - lo
inventaré sobre la marcha – salió perdiéndose en la oscuridad de la noche. -¿crees
que encontraran a los hombres de la Escocesa? – musitó Sara observando a Laura.
La joven tenía el rostro humedecido y su cuerpo temblaba. – va a salir todo bien,
no te preocupes. Yaron lo sacará de allí – descorrió las cortinas tratando de
observar el exterior. El vehículo estaba oculto entre unos gruesos árboles y tan solo
una pequeña luz en la puerta de la posada indicaba que allí había un edificio
habitable. -Le dije a Simón que no fuera pero estaba muy enfadado. -¿Por qué no
avisó a Alex? – Sara agitó la cabeza intranquila, se recogió los cabellos y los ocultó
bajo la capucha de su capa negra. – voy a ver si puedo ver algo por la ventana de la
posada. -¡No! – La detuvo por el brazo – vamos a esperar un poco. Ni siquiera
tenemos nada con lo que defendernos. -El cochero tiene un rifle o algo así. ¿Laura
sabes disparar? -claro que no. ¿Usted sabe niña? -No puede ser tan difícil. Se
apunta y se dispara. ¿No? Laura asintió encogiéndose de hombros. -¿Cómo va
hacer para quitarle el arma? - Sal y entretenle. Ya me las apañaré. Laura obedeció
y una vez en el exterior el cochero bajo del pescante al verla. -Haga el favor de
volver a subir. Posiblemente el capitán regrese con Simón antes de darnos cuenta.
-Solo… quería estirar las piernas. -Con este frio lo mejor es que vaya acompañar a
la señora – mientras el hombre hablaba solo Laura fue consciente de los pasos de
su ama al otro lado del vehículo. Sara se escondió el arma entre sus ropas y corrió
furtivamente hacía la posada. Sus pasos se hundían en la nieve blanda sintiendo
como los dedos de los pies comenzaban a congelarse. ¿Porque había cogido unas
zapatillas tan delicadas? ¡Al final iba a ser cierto que cogería una pulmonía! Estaba
tan nerviosa que el corazón galopaba en su pecho como un caballo desbocado. A
medida que se acercaba observaba el lugar con la boca seca. ¿Cómo demonios se
dispararía un rifle? Miró a un lado y a otro antes de aplastarse contra una de las
paredes del edificio. Del interior escapaban voces y risas acompañadas de varias
notas musicales. -¿Qué haces aquí? – Sara se giró asustada, una mujer bastante
liviana de ropa la miraba con un cubo en la mano – será mejor que entres si no te
vas a quedar helada – arrojó el contenido del cubo al camino y la indicó a Sara que
la siguiese. – vienes por el hombre de los collares ¿verdad? -¿está bien? La mujer
frunció los labios no muy convencida. Atravesaron un oscuro pasillo y
seguidamente tomaron unas estrechas escaleras que accedían a la planta superior.
-No sé en qué lio se habrá metido su amigo pero lo tienen encerrado en uno de los
cuartos – la mujer miró a Sara atentamente – no haga ningún ruido y entre en ese
dormitorio. Voy a bajar a ver cómo están los hombres y enseguida vuelvo. ¡No se
vaya a escandalizar! – dijo con una risa bastante forzada. Sara se apoyó contra la
puerta una vez estuvo cerrada y soltó la respiración que había retenido durante
todo el camino. ¡Yaron la iba a matar! ¡La iba a matar! Recorrió con la vista la
habitación y sus ojos dorados brillaron sorprendidos. Las paredes estaban forradas
de un rojo intenso y sobre ella había grandes posters de mujeres semidesnudas y
de parejas haciendo el acto de amor en diferentes posiciones, tantas que Sara nunca
había imaginado que los cuerpos se pudieran adaptar de esa forma. De haber
estado acompañada ni siquiera se hubiese atrevido a ver aquellas escenas por eso
se fue deteniendo en todas y cada una de ellas. Había un hombre tan desnudo
como el día que había nacido y su miembro eran algo exagerado ¿existiría eso de
verdad? Escuchó pasos en el corredor junto a varias risas femeninas. ¡Eso no era
una posada! ¡Era un prostíbulo! La puerta se volvió abrir y enseguida entró la
mujer. -Me llamo Lili. No puedes dejar que te vea nadie, no creo que tarden
mucho en retirarse. – Sacó una llave de su escote y se la entregó a Sara – te avisaré
cuando puedes sacarle de ahí y te agradecería que no volviera más. Los soldados
nos cerraran este sitio si se enteran de lo ocurrido. -¿pero porque lo tienen
encerrado? - He oído decir que debe un dinero. -pero no es cierto. - Ah, yo no sé
nada – se encogió de hombros. Descaradamente se metió las manos en el escote y
elevó el pecho hasta que esté casi rebosó sobre la tela. Sara la observó en silencio -
¿viene junto a ese caballero tan guapo que está abajo? ¿El moreno de ojos claros? –
Sara asintió y la mujer hizo un gesto de disgusto – me lo imaginaba. ¡Vaya por
Dios! Para un hombre atractivo que viene… -Es mi esposo – la avisó frunciendo el
ceño. 39 La recamara estaba mal iluminada pero suficiente para que Simón
examinará el lugar desde donde se hallaba. El sitio, sucio de no haberse limpiado
en mucho tiempo era un pequeño despacho en la planta alta del edificio. Poseía un
par de sillas y un escritorio en muy mal estado que parecía fuera a caerse de un
momento a otro. Simón estaba contra una pared, literalmente colgado por los
brazos a dos enormes argollas que pendían del techo. Sus muñecas atadas con una
gruesa cuerda aguantaban el peso de su cuerpo que comenzaba agotarse. ¡Maldita
sea! ¡Que iluso haber caído en las garras de esa gente! ¡Estaban locos! ¿Pues no le
informaron que él, Simón, era el hijo de un marqués? ¿Qué pretendían ganar con
esa patraña? Tiró de una de las cuerdas furiosamente ¡encerrado! Solo un milagro
podía sacarlo de allí y después de todo no era muy creyente de modo que no tenía
confianza ninguna en que nadie fuera ayudarle. ¡Mil veces maldita sea! – dijo
golpeándose la cabeza contra la pared trasera. ¡Imbécil! ¡Estúpido! En la batallas
siempre había sido fuerte, había luchado junto a los mejores. Y ahora ¿iba a morir
en un lugar como aquel? ¿En ese antro de mierda? Él valía mucho más y nunca
aceptaría aquel destino y menos ahora, ahora no. ¡Laura! Cerró los ojos con fuerza
y la imagen de la mujer llenó su mente. El rostro de la orgullosa dama le sonreía
con timidez en la intimidad del amor, le enfrentaba la mirada con descaro y le
hacía desear tocar el cielo con las manos a su lado. Agitó de nuevo las cuerdas de
sus muñecas desgarrando la piel con desesperación sin embargo se detuvo cuando
la única puerta del dormitorio se abrió con velocidad. Una oscura figura envuelta
en una larga capa apoyó su cuerpo sobre la madera durante unos segundos como
si estuviera escuchando tras la puerta. Al girarse Simón abrió los ojos con sorpresa.
¡Jamás había deseado tanto dar un beso a alguien como en ese momento sentía por
Sara! La muchacha le miró aún con la llave en la mano y suspiró con fuerza. -
Gracias a Dios Simón - se acercó hasta el escritorio y dejó un largo y moderno rifle
nuevo. ¿De dónde habría sacado esa mujer algo así? – estábamos muy
preocupados, todos, y como Yaron se enteré de que estoy aquí me va a matar.
¿Pero tú sabes que sitio es este? ¡Claro que lo sabes! ¡Si ni siquiera hace falta que
contestes! Bueno – Sara se colocó las manos en las caderas - ¿y que pensabas?
Podías habernos avisado de lo que estaba pasando y sin embargo no, - comenzó a
gesticular nerviosamente – ¡Pues que sepas que Laura esta abajo y está muy
preocupada! ¿Y tú? ¿En qué pensabas, Simón? Te dije que no hicieras sufrir a
Laura pero te da lo mismo ¿verdad? – Sara se acercó a las cuerdas y comenzó a
tirar de ellas con fuerza - ¡Pues muy mal! Ahora cuando Yaron me vaya a regañar
por haber venido hasta aquí, tú me tendrás que ayudar. Porque está claro que
cuando se entere querrá matarme. ¡Yo lo haría! Si fuera él me mataría… -¿pero qué
Diablos estas diciendo? ¿Te estas escuchando? ¡Deja esas cuerdas! ¡Deberás
cortarlas! – No quería chillarla pero el miedo no la dejaba pensar con claridad,
Simón la disculpó, ¡Que porras! Estaba encantado de verla. -¿y cómo la corto, con
los dientes? – ¿Y ahora porque parecía furiosa? Era como el primer día que la
conoció en el Águila Blanca, siempre hablando y hablando y ordenando para no
variar ¿Cómo la aguantaba Yaron? Suponía que de la misma manera que la
soportaba él, Sara se hacía querer. Simón levantó una pierna como pudo y la señaló
abajo. -En la bota hay un cuchillo. La joven lo buscó con cara de no querer
encontrarlo pero en cuanto lo tuvo en su mano lo elevó para liberarle. -¿Y el
Gitano? -Está abajo. - ¿y tú como has subido? Sara se encogió de hombros y
corrió hacia el rifle para entregárselo. -¿Cómo has subido? – Simón sujetó el arma
y caminó hacia la puerta seguido de la muchacha que se había vuelto a cubrir del
todo con la capa. Sara le relató lo ocurrido desde que Laura comenzara a
sospechar. -¿y el gitano no sabe que estas aquí? – Simón frunció el ceño - ¿y el
arma? -Se lo robé al cochero – hablaban en susurros. Simón se detuvo de golpe y
Sara chocó contra su hombro - ¿Y Laura y el cochero están afuera? ¿Desarmados?
Sara perdió el color del rostro y sintió un repentino mareo ¿Qué había hecho?
Jadeó asustada como si no pudiera respirar, el aire no quería entrar en sus
pulmones. Simón la rodeó la cintura al tiempo que soplaba su rostro. -No te
desmayes ahora Sara, ahora no. Debes ayudarme – la apoyó contra la pared y la
joven resbaló hasta quedarse sentada sobre el oscuro y largo pasillo temblando
aterrorizada. Las escaleras que accedían a la planta inferior estaban muy cerca y en
cualquier momento podrían salir cualquiera y descubrirlos. Se armó un fuerte
barulló en la sala principal y pareció despejar la mente de la mujer que volvió a
incorporarse de nuevo. Se acercaron presurosos hasta la balaustrada. Abajo Yaron
había derrotado a dos hombres utilizando los puños, varios más le rodeaban entre
gritos e insultos. Mesas y sillas habían sido retiradas contra la pared como si esos
maleantes esperaran una buena refriega. -Quédate aquí entre las sombras, toma
¿sabes disparar? – Sara asintió temblando como un flan - ¿estas segura? -No –
susurró – se apunta y se dispara. -¡Mierda! – Simón no podía reaccionar. Si bajaba
ayudar al Gitano dejaría desprotegida a Sara y de hacerlo lo contrario… miró la
sala principal, Yaron ya había caído dos veces bajo uno fuertes puñetazos de un
enorme oponente - ¡No te muevas de aquí y…! -Va a salir bien – dijo ella con voz
temblorosa. El hombre se lanzó a cuerpo descubierto cubriendo la espalda de Alex
al aterrizar junto a él. No era muchos hombres aunque si experimentados, se dio
cuenta en el primer derechazo que recibió. El segundo golpe lo lanzó sobre una
mesa y está se desplomó bajo su peso. Le dolían los brazos de haber estado
colgado al menos media hora, sus movimientos fueron algo torpes y lentos. Faltaba
muy poco para ser reducidos cuando un disparo rompió el alboroto de los que
peleaban dejándolos a todos paralizados, observando quien era el que tenía el
arma, buscándolo alrededor y en la escalera. Simón elevó la vista escudriñando el
entornó, Sara debía estar entre las sombras, le costó encontrarla agazapada contra
unas gruesas cortinas que colgaban desde una barra paralela a la balaustrada. -
Muy bien señores, vamos a tranquilizarnos – dijo un sujeto descendiendo la
escalera con una pistola aun humeante en su mano – Aquí nadie quiere hacer daño
a nadie ¿verdad? Un par de hombres cogieron a Yaron tirándole de los brazos
hacia atrás, un segundo después hicieron lo mismo otros dos con Simón. -Dejar
que mi amigo se largue – gritó Simón furioso. -Nadie le invitó a venir aquí – el
hombre se encogió de hombros con una cruel sonrisa en los labios - ¿y tú? Yo
juraría que te deje encerrado y atado ¿eres mago? Simón le miró con tal frialdad
que el sujeto llegó a encogerse bajo su casaca. -Daré por hecho que no me vas a
contestar – dijo terminando de bajar la escalera, se lanzó al suelo cubriéndose la
cabeza con las manos cuando sintió la bala rozar su oreja. Un trozo de metal que
impacto contra la pared. Un fogonazo que destelló con un brillante tono azul
seguido de un tremendo estrepito. -¿pero qué…? La oscura figura controlaba toda
la sala desde el ángulo donde se hallaba. Su porte altivo y orgulloso bajo la capa
imponía de manera fantasmal, la capucha ocultaba un rostro de ojos ambarinos
que brillaban como una bestia de leyenda, la tranquilidad que lo envolvía, el rifle
que seguía apuntando al jefe de aquella gentuza hizo que todos levantaran las
cabezas para estudiar sus próximos movimientos. Simón se zafó de sus agresores
y los desarmó bajo la atenta mirada del encapuchado. -Vaya, parece que hemos
cambiado las tornas – rió Simón aunque sus ojos iban de vez en cuando hacia la
oscura figura que seguía apostada en silencio en lo alto de las escaleras. Puede que
nadie supiera quien era aquel ser que parecía irreal, pero no solo él conocía ese
dato si no que tenía una pequeña noción de que si esa bala había pasado tan cerca
del hombre fue por pura casualidad y el próximo disparo podría ir a parar… Dios
sabía dónde. – mi amigo y yo estamos deseando marcharnos y no volver a pisar
este sitio nunca más. ¡Estáis equivocados conmigo! ¡No soy hijo de un marques! –
Rio con cinismo – olvidar que existo. Yaron no podía estar más perplejo con Simón
si no fuera por la persona que mantenía su posición en lo alto de la escalera, tuvo
incluso la sensación de que el sujeto evitaba mirarlo directamente. Fue tan solo un
pequeño movimiento, el brillo de aquellos ojos gatunos pendientes de los hombres
de la sala y aquel giro de su cabeza, ese ademan... ¡Sara! Subió las escaleras como
un energúmeno hasta situarse junto a la joven, la retiró la capucha de un solo
movimiento y cuando el cabello platino cayó derramado sobre la espalda la
arrebató el arma con una furiosa mirada. -Ya hablaremos. Ya hablaremos.
Alex bajo la escalera con Sara pegada a su espalda. Eran seis hombres sin
contar con el que se estaba levantando del suelo, ese era el que más pinta tenia de
ser el cabecilla del grupo. Simón lo agarró por la pechera golpeándolo contra el
carcomido mostrador y Yaron aprovechó para alcanzar la puerta sin dejar de
apuntarlos. Sara se había agarrado a su cintura y observaba el local con interés.
Lili y otras mujeres espiaban desde un pequeño cuarto oscuro que tenía la puerta
entreabierta, Sara sonrió a la mujer agradeciéndola en silencio su ayuda y esta
levantó una mano despidiéndose. Yaron vio el gesto y se permitió el lujo de
observar a su mujer con el ceño fruncido. -No me vas a creer amor, ha sido suerte
– susurró ella poniéndose de puntillas. -¿Qué parte de que esperaras en el coche
no entendiste? – gruñó. -Pero amor… -¡Calla Sara! – la empujó hacía la puerta
susurrando, las cosas aun no estaban tan calmadas como parecían. –Si te digo que
corras, corres. Hazlo y no pares hasta llegar al coche. Si no salgo en unos diez
minutos busca a Castor y envíalo. Y esta vez hazme caso. La joven asintió
obediente como si su única intención en la vida fuera acatar todas las órdenes de
su amado esposo. Alex gritó a uno de los sujetos que lentamente trataba de
acercarse a Simón. -¡Ahora Sara! – la incitó. En el mismo momento que la joven
abría la puerta alguien comenzó a disparar desde el piso superior, algún hombre
que había estado ocupado durante la reyerta y recién ahora se enteraba de lo
ocurrido, al ver a sus compañeros a expensas de aquellos dos tipos había decidido
actuar sin medir las consecuencias. Sara se lanzó a la carrera antes de ver a Yaron
alzando su arma. Poco después el sujeto se desplomó rodando por la escalera para
caer al piso con un golpe seco. Corrió todo lo que la permitían las ropas y las
livianas zapatillas que se hundían en la espesura de la nieve. Se alzó las faldas por
encima de las rodillas para liberar sus músculos. Apenas unos metros separaban a
Sara del vehículo cuando resbaló en el camino cayendo de rodillas sobre la nieve.
Allí sobre el suelo jadeó repentinamente cansada, notaba que los pulmones no
acogían el oxígeno como lo hacía con normalidad, era como si las paredes del
diafragma se hubieses contraído prohibiendo la entrada del aire. Levantó la
cabeza, podía ver el coche ante ella pero por más que ordenara a sus piernas que se
levantaran y caminaran el corto trayecto no la obedecieron. Se asustó notando la
quemazón de su espalda y la repentina humedad que se pegó en su capa y que se
deslizó en forma de gruesos goterones que tiñeron el suelo de rojo. Desesperada
miró atrás pero Yaron aún no venía y los ocupantes del carruaje eran ajenos a su
presencia. Gritó con una mano extendida cubierta de sangre oscura. ¡Laura
debería verla! ¿Qué estaba pasando? Lloró atemorizada llamando a Alex, solo sus
gritos rompían el silencio de la noche. ¿Por qué nadie la oía? El frio de la nieve
empapaba sus ropas penetrando en todos los rincones de su cuerpo, ni un trozo de
piel se libró de la dureza gélida con que miles de agujas se aferraban a ella con
determinación. Sara quedó tendida sobre el camino como si perteneciera al mismo
paisaje, igual que un árbol o una piedra. Durante unos minutos más, observó la
negra noche sin pensar en nada, con la mente totalmente en blanco antes de que
sus ojos se cerraran adormilados. Antes de perder toda conciencia con lo real y lo
irreal. En el sitio donde fue no existía pasado, presente y futuro, simplemente no
había nada. Todo estaba vacío, ni Kendal, ni Yaron, ni siquiera Erika quien la había
ayudado desde su infancia hasta la edad adulta. Allí estaba sola sin ver, sin hablar
ni oír. Simón cerró la puerta y entre los dos la atrancaron con los maderos y los
barriles que apoyaban en unas de las paredes de la posada. Alex sabía que existía
otra entrada si no ¿de qué modo lo había hecho Sara para atravesar el salón sin ser
vista? Ya tendría unas palabras con ella, no soportaba verla en peligro y cada vez
que ocurría eso sentía como crecía el enojo dentro de él sin poder detenerlo. Sara
era demasiado impetuosa pero tenía que reconocer que de nuevo le había
sorprendido. Había rescatado ella sola a Simón y cuando apareció en lo alto de la
escalera cubierta de los pies a la cabeza de oscuro y con el arma apuntando… un
escalofrío había recorrido su columna vertebral pensando que la muerte en
persona hacía acto de presencia. Sara – se dijo con una sonrisa mirando hacia
donde había dejado el vehículo - ¡ay cuando la pillara! -¿estás bien Simón? –
preguntó al hombre echando andar. -Sí, espero que se den por enterados de una
vez. ¡Hubiera preferido que realmente debiera dinero a que pretendieran que les
pagara solo por decirme que soy el hijo de un marqués! ¡El marqués de Leicester ni
más ni menos! Yaron arqueó las cejas sorprendido. -¿y lo eres? Me refiero ¿eres
hijo…? -Hijo de nadie, hijo del dios y el mar. – Negó con la cabeza y sonrió burlón
- ¡soy un hijo de puta! ¡Ja! ¡Qué más quisiera yo! ¡Hijo de un marques! -¿Dónde te
encontró Sara? - Esos cerdos me tenían colgando de unas cuerdas en un cuarto de
arriba. Cuando entró tú mujer la verdad no sé porque no me sorprendí más. Nunca
había deseado tanto que alguien viniera a rescatarme como esta noche y cuando
Sara apareció… -¡No me explico cómo pudo entrar sin que la vieran! ¿O porque
diablos conoce a la dama que regenta el local? - me contó algo pero la verdad
estaba más pendiente de tratar de salir de allí de lo que me decía, no le vayas a
comentar que a veces no la presto atención que no quiero que se enfade. Ahora que
lo pienso es la primera vez que una mujer se preocupa por mí como ella. – Asintió
con la cabeza - Tal vez deberías escucharla… -No trates de defenderla ante mi
Simón. Por cierto Laura también esta. - Lo sé. -¡Le dije que esperara en el coche y
no lo hizo! – Alex volvió al tema anterior - Sara tiene que entender que no puedo
dejar que se exponga al peligro así como así. Si ella quiere aventuras la llevaré a
navegar, a buscar un tesoro si lo desea, pero no la quiero volver a ver nunca más
con un arma en las manos. ¿Entiendes? -Si – asintió Simón deteniéndose y
agachándose un poco tratando de descubrir que cosa era lo que había en el camino.
- ¿Qué es aquello? Yaron también vio el bulto y armándose de nuevo caminaron
los dos en silencio. 41 Yaron miró el reloj de torre que adornaba la sala, ya había
perdido la cuenta de las veces que lo había hecho durante toda la noche. El tic tac
de las agujas era el único sonido que rompía el lúgubre silencio que los envolvía. El
tiempo no pasaba, las agujas no se movían. La servidumbre entraba en silencio
respetando el dolor de la familia, portando bandejas que luego volvían a la cocina
en el mismo estado. Nadie se atrevía hablar, de vez en cuando se escuchaba el
murmullo de varias personas orando, entre ellas Erika que aferrada a las manos de
Rouse se debatía entre el rezo y el llanto. Eric seguía apostado en la puerta, con los
ojos clavados en la escalera en espera de que el doctor les informara de algo.
Llevaba mucho tiempo en aquella misma posición y aunque en su rostro se
marcaban trazos del cansancio aún tenía en sus ojos una pequeña chispa de
esperanza. Las horas se deslizaron en una lenta agonía, en una larga espera que
nunca llegaba a su fin. Yaron volvió a sujetarse la cabeza con las dos manos sin
querer mirar a nadie. Una gran desazón llenaba su corazón. Allí, con la cabeza
gacha, escondido de las miradas de su familia dejó que las lágrimas fluyeran una
vez más. Ahogó los sollozos luchando por controlarlos. Sentía miedo, pánico al
pensar en perderla, terror a no volver a verla jamás, a no poder estrecharla junto a
él en las noches, ni escuchar sus bromas o sus fingidos gritos de enojo. ¿Qué iba
hacer sin ella? ¿Cómo podría vivir sabiendo que jamás, jamás regresaría? Daria
cualquier cosa por haber sido él el herido, era egoísta sí, pero prefería mil veces
morirse a vivir con aquella angustia que apretaba su corazón sin compasión. “–
Quiero que dejemos estas aventuras tan peligrosas y que seamos una familia
normal” ¿no le había dicho ella aquello? Por un capricho del destino ahora se
hallaban en aquella situación. No pensaba culparla de lo ocurrido, ella solo
obedecía a su corazón, a su instinto de ayuda, pero de valientes los cementerios
estaban llenos. Se restregó los ojos y volvió a mirar el reloj, no habían pasado más
de cinco minutos y todos seguían en la misma posición inicial de hacía horas.
Yaron en ese momento era capaz de abrazar al mismo Diablo, de enfrentarse al
fuego eterno, de cruzar el océano a nado sin con ello recobrara la salud de Sara.
Simón se levantó del sillón con el vaso vacío en la mano y lo volvió a rellenar de la
licorera que había sobre una bandeja de plata. -Ponme uno – le dijo Alex
levantándose. No tenía ni hambre ni sed, simplemente la impaciencia ya
comenzaba hacer mella en él. Sara no había recobrado el conocimiento desde que
la recogieran como un animal herido, un cuerpo lánguido y frio, un rostro de
porcelana sin brillo, al igual que una muñeca de trapo que se la mueve a su antojo.
Notó el whisky ardiendo en su garganta, inflamando su pecho. Le sirvieron dos
más hasta que el doctor descendió acompañado de una de las doncellas, entonces
apartó la bebida y se unió a Eric que interceptó al hombre en la puerta. Rouse y
Erika se acercaron para rodear al hombre que apenas se atrevía a mirarlos a los
ojos. -¿Cómo está? – preguntó Yaron con voz ronca, luchando por no apartar al
hombre y subir a comprobarlo por el mismo. -He conseguido sacar la bala, en un
principio no dañó ningún órgano. – El doctor buscó un lugar para apoyar su
maletín y al final escogió una silla cercana – Si son creyentes lo único que les
puedo aconsejar es que recen mucho por ella. Erika rompió a llorar con angustia y
en algún momento debió perder los nervios porque entre Andrew y su prometido
tuvieron que sacarla al exterior para que sintiera el aire frio en su rostro y tratara
de calmarse. ¿Cómo podían pedirla eso? ¿Es que no comprendía que era su
hermana pequeña? ¿No se daban cuenta que las unía algo mucho más hermoso
que unos simples lazos de sangre? Sara era su confidente, la que la metía en líos
cuando embarraba las sabanas de sus vecinos y venía a esconderse tras ella, tras
sus faldas. Sara era la pequeñaja del grupo que siempre incordiaba y pinchaba al
resto hasta que todos acababan peleando por culpa de ella, y cuando le lanzó al
hijo del duque un excremento de perro con un tirachinas dándole en toda la cara.
O cuando cantó en el coro de la iglesia e hizo caer todos los banquillos donde las
jóvenes entonaban una tierna canción y armó un revuelo que se quedó escondida
en el campanario durante toda una tarde entera. ¿Cómo podría estar tranquila si
Sara se hallaba en una cama debatiéndose entre la vida y la muerte? -Pero ¿Cómo
la encuentra doctor? – insistió Yaron después que se llevaran a Erika. -Ha perdido
mucha sangre. He intentado que la infección no se extendiera. Voy a salir un poco
hacer unas diligencias pero regreso después, quiero ver su evolución. Su hijo de
momento no parece haber sufrido daño pero la pérdida de sangre ha sido enorme,
los órganos deben trabajar más y luchar por mantenerse bien. El corazón es el
motor del cuerpo y la mujer es joven y fuerte. Ahora la cuesta trabajo respirar y
sufre de taquicardia pero eso es normal debido al desangre. -¿eso qué significa? –
Preguntó Rouse -¿Qué su corazón se puede detener de un momento a otro? El
doctor bajo la cabeza, nunca le había gustado dar las malas noticias ni explicarse
demasiado en términos médicos, en muchas ocasiones la mitad de los pacientes no
le escuchaban, solo oían lo que querían oír, lo que más les interesaba. Asintió. -
Voy acompañarla – dijo Yaron – por favor doctor no se entretenga mucho, le
pagaré lo que sea. -Haré todo lo posible – le aseguro el hombre. – pero no es
cuestión de dinero si no de fe. ¡Fe! Decía. Él ya había perdido la fe. No creía en
milagros, sin embargo ¿no le había demostrado Sara que existían? -Alex ¿Por qué
no te das un baño, te pones a gusto y la acompañas luego todo lo que quieras? – le
preguntó alguien, creyó que era Rouse pero no estaba seguro. -Ahora no –
contestó subiendo ya los peldaños de la escalera. La habitación se hallaba en
penumbras, las cortinas habían sido corridas cubriendo la ventana, el fuego
danzaba recién atizado en el hogar. Una pequeña lámpara sobre la mesilla era el
único punto de luz. El hombre se acercó en silencio, tan solo escuchando los latidos
de su corazón a medida que se acercaba a la ancha cama envuelta entre sombras.
Sara yacía con el cabello plateado extendido sobre la almohada, su piel blanca,
pálida, apenas sin vida comenzaba a tonarse cenicienta. Incluso los rosados labios
habían perdido el color acercándose más al tono marfil. Y sin embargo seguía
siendo tan bella, tan hermosa que lograba dejarlo sin resuello. Tan solo deseó que
abriera sus dorados ojos de miel y le mirara una vez más. Se sentó junto a ella en la
cama y la aferró la mano con fuerza en un intento por darla algo de su calor, sus
dedos estaban lánguidos, fríos, se los llevó a los labios y allí los retuvo durante
una eternidad, incapaz de apartar sus ojos del rostro amado. De vez en cuando se
inclinaba a ella temeroso por no sentir su aliento, su respiración. Sara era muy
fuerte y después de todo habían llegado hasta allí, podría llegar a cualquier sitio.
Al cabo de un rato se recostó junto a ella como hacia todas las noches, la abrazó
hundiendo el rostro en su cabello, quería impregnarse de su olor, sentir su cuerpo
al que podía escuchar perfectamente los alocados latidos de su corazón. Sara era
una luchadora y aquel órgano motor peleaba por seguir allí, golpeando con fuerza,
bombeando y regenerando una nueva sangre. Sara no iba a fallarle, él no la
permitiría abandonarle de esa manera. Lloró como hacía de muchacho cuando
sentía miedo y estaba solo. Y esperó. 42 Solía pensar que el amor era algo irreal,
algo efímero que tras los tres primeros encuentros desaparecía. Solía pensar que la
amistad entre un hombre y una mujer no existía, no entraba dentro de la lógica, el
hombre era el depredador por naturaleza, celoso del resto y la fémina la presa, el
tierno bocado que llevarse a la boca después de un duro día, un cuerpo donde
descansar. ¡Qué equivocado estuvo! Yaron tenía los ojos cerrados pero los abrió al
notar la presencia, no había visto nada pero sintió la aparición que se cruzó ante la
ventana oscureciendo la recamara por completo durante unas décimas de segundo.
La intrusa se detuvo bajo los rayos de plata que penetraban por el ventanal y se
volvió a él. Alex se medió incorporó observándola, estaba enternecido de verla
pero su rostro no reflejó ninguna emoción. Tenía la cabeza embotada y los ojos
ensangrentados sin embargo no se movió de la cama mirando fijamente a la mujer.
Sara se hallaba de pie frente a la ventana y le devolvía una dorada mirada cargada
de picardía, su boca sonreía con los labios ligeramente entreabiertos mostrando
apenas los dientes, su cabello brillaba bajo el halo de luz rozando sus caderas con
suavidad. Estaba envuelta en su capa negra pero podía ver que bajo ella se hallaba
en camisón. -¿Sara? – la llamó con voz angustiada. Ella no contestó y muy
despacio se despojó la capota dejándola caer a sus pies con un ligero murmullo. El
camisón blanco, recatado, destelló en la semi oscuridad del dormitorio. Yaron
extendió una mano invitándola acercarse pero ella solo soltó una carcajada, débil,
como el tintineo de cristales. -Ven Sara – la imploró. Ella le miró y sus ojos
adquirieron un fulgor cargado de congoja, la tristeza llenó su rostro tornándose
pálido, tan trasparente que diminutas venas azules se marcaron en las perfectas
mejillas. Con una gracia infinita se giró para abrir la puerta del balcón haciendo
que por un breve instante el camisón revoloteara tras ella acariciando sus tobillos.
-¡No! – Alex corrió hacía ella saltando por el colchón. Si Sara salía al exterior sus
pulmones empeorarían. Salió al mirador deteniéndose de golpe. -¡Sara! – Gritó -
¿Dónde estás? No puedo verte. – se sostuvo a la baranda observando la oscura
celosía ¿habría bajado ella por allí? Con un fuerte jadeo Yaron abrió los ojos al
tiempo que se sentaba en la cama. Echó un vistazo por el dormitorio. El fuego se
había apagado hacía tiempo y la oscuridad era total en la fría habitación. Prendió
la mecha de la lámpara que había sobre la mesilla y caminó hasta el ventanal, las
cortinas cubrían toda la pared e impedía que cualquier rayo de luz, por mínimo
que fuera, penetrara al interior. Se aseguró que el pestillo estuviera cerrado y se
dejó caer sobre la alfombra apoyando la espalda en las colgaduras. El sueño había
sido tan real que incluso podría haberla sujetado antes que escapara, su carcajada
fue tan nítida… su aroma tan envolvente. Llevaba dos días con sus noches, con sus
minutos y sus horas sin poder conciliar el sueño. Su barbilla se había cubierto por
una incipiente barba oscura y las ojeras le llegaban hasta los pómulos. Sentía los
ojos irritados, secos y aspereza al tragar. -¡Alex, Alex! – llamaron a la puerta del
dormitorio y alguien intentó entrar pero estaba cerrado con llave. –Alex, ¡Sara ha
despertado! Reconoció el gritó de Rouse y con velocidad corrió hacia la puerta
tirando una pequeña mesa que había de por medio. -¡corre ve! – Le instó la mujer
con una esperanzadora sonrisa – El doctor dice que es posible que vuelva a dormir.
Sin reparar en su aspecto atravesó el corredor para ingresar en el cuarto. Sara
trataba de mantener los ojos abiertos y se iluminaron levemente cuando le
devolvió la mirada. Quiso sonreír pero tan solo sus labios se curvaron sin fuerza. -
Voy a dejarlos solos – susurró el doctor abandonando la estancia seguido por
Laura que no sabía si volver a llorar o bajar corriendo en busca de Simón para
darle la noticia, quizá así el hombre dejara de sentirse culpable y saliera del
despacho donde llevaba dos días encerrado. No comía pero bien que habían tenido
que reponer el mueble bar un par de veces. A solas en el dormitorio Yaron se
acercó hasta la cama y se sentó en el borde. Tomó la delicada mano que ella le
tendía y la besó con infinita ternura. Estaba débil, cansada, pálida y viva, ¡estaba
viva! Y consciente. -Hola Gitano – saludó ella con voz ronca y seca. Los ojos del
hombre se empañaron súbitamente. Comenzó a tragar con dificultad. -Hola
preciosa. – la acarició la mejilla retirando varias hebras plateadas de su cabello.
Deseaba decirla tantas cosas que en ese momento no tuvo fuerzas ni para ello. Tan
solo con verla allí, con sentir su pequeña mano perdida entre la suya. El tacto de su
piel. Carraspeó al sentir que engullía su propia voz - ¿Cómo te encuentras? Ella
ladeó la cabeza poniendo los ojos en blanco. -Muy cansada y me duele el hombro.
¿Qué pasó? -Te debieron herir cuando escapaste – agitó su negra cabellera – ni
siquiera me di cuenta, cuando te dije que salieras… Sara alzó la mano libre con
mucho esfuerzo y le cubrió los labios. -Ya no importa Yaron, yo fui la culpable y
no te puedes hacer responsable de mis actos. – la costaba hablar y al tomar oxigenó
un ramalazo de dolor hizo que apretara los dientes con fuerza. -No debí llevarte –
murmuró contra sus dedos – Jamás… -Te hubiera seguido – quiso encogerse de
hombros y la dio un fuerte ataque de tos. Alex la obligó a beber un poco de agua.
Se recuperó enseguida aunque los pulmones silbaron de forma alarmante. Durante
unos segundos siguió su respiración observando aterrorizado como su pecho subía
y bajaba con demasiada fatiga. - ¿y nuestro bebé? ¿Cómo está? -te echa mucho de
menos, tanto como yo – le tembló la voz -Descansa preciosa – dijo ronzando los
largos cabellos. Sara cerró los ojos y los abrió de nuevo, asustada. -¿te quedaras
conmigo? No quiero estar sola, me da miedo – murmuró. El hombre encerró el
rostro de su esposa entre sus manos y clavó sus ojos en los de ella. -Nunca has
estado sola, nunca lo permitiría – la besó la frente, la nariz, los ojos cuando los
cerró, la delicada barbilla, los labios. No hubo respuesta. Sara volvió a caer en el
limbo, la envolvieron las sombras y aunque su respiración pareció más relajada el
suave rugido de aquellos órganos eran bastante audibles en el dormitorio. Erika
regresó a su silla, junto al cabecero de la cama, abrió una de las muchas novelas de
Sara y leyó. Yaron volvió a huir de allí, no podía verla tan quieta, no deseaba
escuchar la angustiosa respiración. Bajó al despacho donde encontró a Simón
abrazando a la doncella después de haberle dado la buena noticia. Los miró desde
el quicio sin llegar a entrar, sin molestar. En ese momento Simón alzó la vista y le
vio. -¿sigue despierta? – le preguntó con voz ansiosa. Yaron negó con la cabeza,
tomó una botella de licor sin importar lo que era y regresó a la habitación contigua
de Kendal.
-¡Abuelo! ¡Abuelo! – llamó la niña desde una gruesa roca de la playa. Las olas
rompían a sus pies y multitud de gotas se elevaban hacía ella que las esperaba con
los brazos extendidos y las manos abiertas. - ¡Mira! - le mostró como atrapaba las
gotas saladas entre sus dedos. Eric se colocó la mano en forma de visera y asintió. -
¡no subas más alto Judith! -¡No pasa nada! – se quejó enfurruñada, nunca nadie la
dejaba hacer nada. ¿Por qué a Kendal si? ¿Solo porque era el mayor? Bajó de un
salto de la roca y cruzó los brazos sobre el pecho observando a su hermano que
luchaba en la orilla con alguien imaginario. ¡Pues menuda bobada! Con una
mirada maliciosa buscó una piedra lo suficientemente grande para que entrara en
su pequeña mano y esperó con paciencia a que el abuelo volviera a tomar asiento
en la silla plegable que se bajaba todos los días hasta la playa. En cuanto el hombre
se giró Judith lanzó a Kendal la piedra dándole justo en la cabeza. -¡Ay! – gritó el
niño soltando su espada de madera y corriendo por toda la playa entre gritos. -¿y
a ese que le ha pasado? – preguntó Eric levantándose de nuevo. Judith se encogió
de hombros satisfecha y volvió a su roca donde era la reina de los mares, la
preciosa sirena como la decía papa. Miró al cielo y abrió la boca en el momento
que una ola rompía con fuerza, saboreó el agua haciendo una mueca de asco y se
limpió los labios con el dorso de la mano. Entonces los vio. -¡ya vienen! ¡Ya vienen!
– gritó entusiasmada volviendo a bajar de la roca para correr hacia su hermano que
tenía una pequeña brecha en la cabeza. – Abuelo ya vienen. Eric asintió al ver a la
Escocesa y sonrió feliz. -¡Has sido tú enana! ¡Te he visto! –dijo Kendal intentando
no llorar. -¿yo? – Judith arqueó las cejas extrañada - ¡Yo no he sido! -¿ah no?
¿Entonces quién? – gruñó Kendal con una furiosa mirada. Judith se lo pensó
durante unos segundos y señaló a su abuelo: -¡Ha sido él! ¡Lo ha hecho cuando no
mirabas! -¿Quién? ¿Yo? – gritó Eric con sorpresa. ¿Pero de donde sacaba esa niña
tantas historias? Luego el caso es que la miraba y era la muchacha de seis años más
tierna, dulce y encantadora que hubiera visto nunca, pero en el fondo…
Posiblemente la niña ni siquiera tuviera fondo. -Yo te he visto abuelo – le siguió
regañando bajo la incrédula mirada de Kendal, tratando convencerle que ella no
había tenido nada que ver. -¿Cómo?- Judith escapó corriendo cuando Eric se lanzó
tras ella – ¡diableja del demonio! Cuando te coja te van arder las orejas. Kendal
debió olvidar el golpe porque cogió su espada medio enterrada en la fina arena
blanca y persiguió a Judith intentándola atrapar por otro lado. Las divertidas
carcajadas flotaron en la pequeña cala. Sara apartó el catalejo y se lo entregó a su
esposo con ojos brillantes. -¿nos han visto? – preguntó Alex observando a través
del artefacto. -Creo que si – Sara tras él le rodeó la delgada cintura y apoyó su
mejilla en la ancha espalda - ¡que ganas de llegar a casa! – Le escuchó reír - ¿Qué
pasa? -No, nada – volvió a reír - ¿Por qué será que tu padre y Kendal persiguen a
Judith? Sara sacó la cabeza tras de él y observó la costa con los ojos entrecerrados
por el sol. -¡Ya habrá hecho alguna de las suyas! – rio ella también al tiempo que
Yaron abría un brazo para atraerla hacía así. Sara levantó la cabeza y los amados
ojos turquesas la devoraron con pasión. ¿Pues no habían estado jugando a piratas y
rehenes hacia menos de una hora? ¡Otra vez tenía ganas! -Eres insaciable – trató
de apartarse de él y casi lo logró si no la hubiera sujetado una mano con fuerza
mientras que la otra rodeaba su cintura y trataba de llevarla en volandas. -¡Yaron! –
Gritó - ¡no puedes dejar el timón solo! -¿no? – Él arqueó sus cejas – entonces
llévalo tú. -¿yo? – Sara se mantuvo quieta observándolo fijamente, él no bromeaba
-¿puedo? Alex asintió con una sonrisa burlona que debió advertir a Sara que algo
tramaba sin embargo ella ya había posado las manos en el timón y miraba al frente
decidida. -No lo sueltes – murmuró el hombre junto a su oído. Sara soltó un suave
gemido cuando los labios comenzaron a lamer la suave piel de detrás de las orejas.
-Eso no vale Yaron, ahora estoy manejando mi barco. -¿yo? – el la rodeó la cintura
y su boca se deslizó hasta la garganta femenina donde el pulso latía a mil por hora.
-Si continuas así haré que te encierren en el camarote – le avisó con voz temblorosa
y los ojos entornados. La lengua de su esposo comenzaba hacer estragos en su
persona hasta tal punto que ya no deseaba gobernar el barco. Se giró a él apoyando
la espalda contra la esférica madera y le acarició una mejilla. -He cambiado de
opinión Gitano – le susurró besándole los labios – te encerraré yo misma y tiraré la
llave al mar. -Como si la arrojas al mismo infierno, preciosa. Siempre que estemos
juntos. Epilogo No sabía que mi vida fuera a ser una aventura. Si hubiera
imaginado que podría enamorarme nada más llegar a Londres quizá no hubiera
puesto tantas pegas, pero es que adoraba mi casa, mis amigos, Paul, pobre, aún
sigue soltero y buscando esposa. No sé porque pero presiento que Francis y él…
acabaran juntos. En esta aventura he conocido muchos amigos, gente importante y
otros que prefiero mejor no recordar. A veces es mejor olvidarse de las malas
personas porque va pasando el tiempo y te das cuenta que esos problemas solo
lograron afianzar mi relación con Yaron. Consiguieron que mi corazón le anhelara,
que soñara con él y sobre todo me enseñaron a ser más paciente, un poquito no
mucho pero lo suficiente para no perderle. Lo he pasado mal, sobre todo los
primeros meses que me sentí un poco sola con Kendal. Menos mal que Laura
siempre estuvo conmigo, y Erika a quien por cierto un día le conté todo con pelos y
señales, bueno no se lo conté, se lo escribí en una novela. Ahora Rouse y ella se han
convertido en incondicionales mías y en cuanto me ven me preguntan por mis
historias. Yo no puedo hacer muchas, me aprovecho cuando Yaron sale hacer
algún viaje pero no es lo normal porque siempre me tienta para que vaya con él.
Mi padre sé que siente muy orgulloso y aunque es probable que acabe un poco
loco con tantos niños sé que es feliz. Ah bueno es que no he dicho que Erika tuvo
gemelos, unos verdaderos sosos ingleses, ya aprenderán de mis hijos cuando
vengan a Virginia a pasar una temporada como todos los años o si no que les
enseñe el hijo de Laura ¡vaya es idéntico al padre! Pero desde que empecé mi
aventura siempre supe que todo acabaría bien. De hecho soy la mujer más feliz del
mundo, tengo una gran familia. Seguiría hablando y hablando y nunca me cansaría
pero siento los pasos que suben por la escalera y sé que es Yaron que viene a
buscarme, a veces se pone un poco pesado pero lo amo tanto que no me perdería
ni un solo minuto de su compañía. Debía haber bajado hace un buen rato y todavía
estoy aquí liada, solo quería deciros que fue así como conocí a mi pirata. Un pirata
de ensueño.
Fin