Reporte de Lectura JEG BUAP
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DERECHO Y
CIENCIAS SOCIALES
UNA IDEA DE
Licenciatura en
LAS
CIENCIENCIA
Criminología
Primer semestre
SOCIALES
Reporte de lectura
Alumno: Jared Estrada Autor: Fernando Escalante Gonzalbo
García
MATERIA:
Introducción a las ciencias sociales
Citas: “E l orden de la sociedad a veces podría resultar un poco contradictoria y ambigua, con frecuencia las
leyes y reglas que la misma sociedad impone resultan contradictorias y un tanto repetitivas, en la lectura se trata
de solucionar o ver de otra manera completamente distinta el orden clásico de la sociedad”
La reacción conservadora contra la Revolución fue también, en la mayoría de los casos, antiilustrada. Edmund
Burke, Joseph de Maistre, Louis de Bonald, como en la de Antoine de Rivarol, F. Robert de
Lammenais, Donoso Cortés, tiene su primera expresión algo de lo más origina y característico del pensamiento
social posterior.
De momento me interesa centrarme en el debate sobre la Revolución. Con todos los matices y contradicciones
que se quiera, los pensadores del conservadurismo posrevolucionario compartían un diagnóstico general de la
situación europea bastante simple. Todo lo cual se debía, según su idea, a la ruptura de los vínculos y las
formas del orden tradicional. La explicación tiene acentos ingenuos y hasta fantasiosos, pero era en lo
sustancial bastante razonable.
Todo era creación humana imperfecta, contingente, caduca. Colocados en primerísimo lugar los
derechos, intereses y apetitos de los individuos, no había manera de defender las instituciones más
indispensables. A continuación, el diagnóstico establecía que ambas tendencias habían sido acentuadas por la
Ilustración, lo cual es verdad. La Revolución, pues, si no un accidente, era sólo un paso más y muy lógico tras
los disparates de semejantes teorías.
El diagnóstico es inteligente y persuasivo, aunque parcial. Y, desde luego, hay mucho que aprender de la
discusión sobre la Revolución Francesa, en particular acerca de las formas de acción política, de la inercia
ideológica de Occidente, la idea misma de revolución. Lo que me parece conveniente aquí es hacer hincapié en
la estructura, en la organización de los argumentos antiilustrados del conservadurismo que, siendo tradicionales
y premodernos, prefiguran aspectos decisivos de nuestra manera de entender el fenómeno social. Una de las
constantes más obvias es el desplazamiento del individuo, que deja de estar en el puesto privilegiado que le
asignaba la Ilustración.
No puede ser, para los conservadores, ni factor decisivo en las explicaciones, ni mucho menos fundamento
moral y jurídico del orden. Corresponden al plan del cosmos. Los individuos no pueden existir ni cumplir con
su vocación fuera de esas configuraciones colectivas. Que la organización y los movimientos de la sociedad
trascienden toda intención personal.
Norbert Elias, la sociedad está hecha a base de planes, pero carece de un plan. Las regularidades que buscamos
para explicar la vida social aparecen -por hipótesis- en los grupos. Un segundo rasgo en que conviene reparar es
el desplazamiento de la razón, cuya importancia es reducida por el conservadurismo de manera
considerable. Esa vieja idea, tal como se explica a fines del siglo XVIII, en la obra de Edmund Burke por
ejemplo, tiene un interés extraordinario.
Dicho intento tiene además, según Burke, consecuencias catastróficas porque sugiere ideas y propósitos
políticos descabellados. Aparte de esa conclusión, que no es intrascendente pero no me interesa de momento, la
tesis de la, «insuficiencia de la razón», llamémosla así, tiene dos corolarios de gran significación para el
pensamiento social posterior. Resulta que la mayoría de las conductas humanas, como formadas
socialmente, tienen un fondo irracional o al menos no racional. En ambas cosas estaría de acuerdo, casi sin
dudar, cualquier científico social de nuestros días.
Sabemos qu~as formas sociales son productos históricos significativos, sabemos que la conducta sólo es en
parte racional, consciente, deliberada. Contra el deseo de cambiarlo todo, contra el afán ilustrado de
transformar la sociedad de arriba abajo, según esquemas racionales y sistemáticos, los conservadores se vuelcan
en una encendida e inspirada defensa de la tradición. No se trata de un apego emotivo a las formas de vida de
tiempos pasados, aunque haya algo de eso. Muchos conservadores son aristócratas exiliados, amenazados por la
revolución.
Maistre explica la revolución como un castigo que permite la expiación de culpas enormes. Lo que eso quiere
decir es que para entender la historia no basta con establecer conexiones causales o con ofrecer un relato
coherente de los acontecimientos. La Ilustración tenía también una imagen unitaria del decurso histórico, pero
con algunas diferencias.
Las ciencias sociales enfrentan el nuevo siglo debatiéndose en medio de las mismas polémicas que nutrieron el
pensamiento social del primer tercio del siglo XX. Ello, desde un punto de vista optimista no resultaría un
problema si no fuera porque la mayoría de los que nos desarrollamos como investigadores, científicos,
profesores y profesionistas en ese campo desconocemos cuáles son los ejes de esas polémicas. Al parecer,
nuestras dificultades por comprender y decir algo sobre este mundo social derivan no sólo de su naturaleza, sino
también de nuestra ignorancia de cómo se ha discutido sobre esa naturaleza. El libro de Fernando
Escalante, Una idea de las ciencias sociales, nos introduce a las rutas de esas controversias que han dominado
el desarrollo de las ciencias sociales en los últimos doscientos años. A la novedad de iniciarnos en dichas
ciencias a través de sus polémicas se agrega la intención de hacerlo desde la lengua española. Bajo la idea de
que el idioma con el que se reflexiona sobre un campo de conocimiento no es sólo instrumental, sino también
parte sustancial de la interpretación y apropiación de las polémicas, emerge el tema de la originalidad del
pensamiento asociado con el idioma en el que se construye.
Escalante agrupa bajo el título de ciencias sociales a disciplinas como la sociología, la antropología, la
psicología y la ciencia política, dando por sentado el consenso que impera en el medio académico, y las separa
de la economía y la historia. La delimitación de las fronteras disciplinarias nos acerca a algunos de los temas
polémicos en el campo de las ciencias sociales: las formas de conocimiento y la pertinencia del método.
Respecto al primer tema, la necesidad de una ciencia de la sociedad surge de la antigua necesidad humana de
una forma de conocimiento superior que ayudara a enfrentar la incertidumbre y la inseguridad. La dilucidación
de antiguas formas de conocimiento mítico, religioso y jurídico nos hace dudar de la juventud de las ciencias
sociales. La distinción de esas formas de conocimiento del conocimiento científico se dio bajo el sello de la
modernidad occidental, y fue a su vez producto del proceso de diferenciación de las esferas públicas y privadas
de la vida social. Este proceso de diferenciación estuvo marcado por condiciones tales como: 1. la
institucionalización de un tipo de conocimiento que por ser de interés común se convertía en polémica en la
plaza pública. No parece extraño que los primeros problemas que se trataran de resolver en esta esfera hayan
sido el orden y la justicia; 2. la exigencia de pruebas susceptibles de ser contrastadas para dirimir los asuntos de
interés público; 3. el acuñamiento del requisito de objetividad basado en la contemplación y distanciamiento del
mundo social, como condición formal del conocimiento científico; y 4. la formalización de los procedimientos
de control para lograr tal objetividad como fundamento de un conocimiento verdadero, o sea científico.
La distinción entre formas de conocimiento científico y no científico, en el marco de un volumen de las ciencias
sociales, es novedoso y contribuye a aclarar la confusión que impera en ciertos círculos académicos acerca de
que reconocer su estatus de "logos" es equipararlos. Como lo sugiere Escalante, la idea es cobrar conciencia de
que existen diferentes formas de conocimiento, entre ellas el científico, y que no tiene ningún sentido tratar de
equipararlas, sino más bien situarlas a cada una en su lugar y comprender su propia lógica y desarrollo
histórico.
La construcción de una verdad común a un grupo humano, como conocimiento científico, requirió distinguir
dos órdenes: el físico y el social. Precisamente, la idea de una ciencia social deriva de que aceptemos que existe
algo invariable y común a todos los miembros de la especie humana que la distingue de la naturaleza. Sin
embargo, esa invariabilidad ha estado sujeta a múltiples interpretaciones que hacen de las ciencias sociales un
campo lleno de ambigüedades, equívocos y malentendidos. En la búsqueda de esta invariabilidad, el método ha
jugado un papel central. La frontera entre el conocimiento científico y el no científico en la tradición naturalista
no depende de su objeto, sino de sus procedimientos para llegar a la Verdad. Por ello la ciencia requiere un sólo
procedimiento que perciba, ordene, explique y demuestre, bajo la hipótesis de la unidad de la razón. La unidad
del método sigue siendo polémica para los científicos sociales. Entre las múltiples críticas a esa unidad destaca
el hecho de que la actividad científica crea prácticas, recursos e intereses que afectan la idea de la ciencia. Por
ello la demarcación científica puede ser un resultado de la convención de grupos, en cuyo seno no sólo está en
juego la verdad, sino también el prestigio, el destino profesional y los estilos de vida.
El proceso de diferenciación de las formas de conocimiento no hubiera sido posible sin el proceso de
secularización. A los dos grandes temas de interés común que definieron la esfera pública, como son el orden y
la justica, se agregó el tema de la libertad. O sea la capacidad del ser humano para crear ese orden y esa justicia,
así como para crear una conciencia de la libertad.
Según el autor, el orden social es el gran tema de las ciencias sociales. Alrededor de él se organizan las
polémicas y disputas en torno a su interpretación y conceptualización. La idea de la existencia de regularidades
significativas, formas y pautas previsibles domina el pensamiento social. Desde este eje epistemológico,
Escalante organiza las corrientes de pensamiento social rastreando la herencia de la gran polémica que
fragmenta a las ciencias sociales desde el siglo XIX: las tesis de la Ilustración y las tesis de la reacción
conservadora que derivó en las posturas románticas de los últimos dos siglos.
Planteemos los términos de la disputa. La herencia de la Ilustración se expresa en la persistencia por alcanzar
explicaciones racionales de índole universal. El orden social que imaginó la Ilustración fue un orden
perfectamente racional. La ruptura con el orden tradicional se acompañó de dos tendencias. Primero, la
secularización con el consecuente debilitamiento de la iglesia, la desacralización de las instituciones sociales y
la pérdida de la fe como orientación de la acción humana. Segundo, la moderna exaltación del individuo. Estas
tendencias del nuevo orden causaron resistencias que se organizaron bajo lo que Escalante llama el
pensamiento conservador de la época y que siguió algunas rutas que vale la pena señalar. El pensamiento
antiilustrado veía en la exaltación del individuo un peligro a las instituciones sociales como la familia, la iglesia
y la monarquía, que eran las formas naturales del orden social. La idea del ser humano totalmente racional
minaba la posibilidad de la religión de actuar sobre las áreas más oscuras del ser humano. Por ello, esta postura
reclamaba la insuficiencia de la razón para conocer la verdad y la dificultad de concebir la historia como el
resultado de la acción humana deliberada, sino de una fuerza trascendente a los individuos. Sólo así se podía
explicar que cada pueblo tuviera su propio destino sin una estructura de validez universal.
El enfrentamiento entre estas dos formas de ver el orden social delineó las bases de la disputa que dominó el
pensamiento social en los siglos XIX y XX.
Las principales propuestas paradigmáticas de las ciencias sociales son herederas de esa polémica entre el
pensamiento ilustrado y la reacción romántica. Este es el caso del proyecto sociológico de Comte, en el cual se
reúne por primera vez en forma coherente la idea ilustrada de ánimo racionalista y la idea conservadora, con su
énfasis en los factores irracionales, la continuidad histórica y la atención a las entidades colectivas. La herencia
de Comte todavía marca nuestra idea sobre el progreso del conocimiento y sobre su utilidad en la sociedad.
En la otra sociología, Escalante ubica a pensadores como José Ortega y Gasset, Georg Simmel y Norbert Elias
en forma opuesta a Comte. En una aproximación que podríamos llamar microsociológica, este conjunto de
pensadores supone la existencia de pautas uniformes que son relativamente independientes de la conciencia y la
voluntad individuales, y que aunque son formas de conducta regulares, no son universales e inalterables como
aquellas pautas que estudian la botánica o la astronomía, sino más bien procesos y relaciones más o menos
uniformes que no son del todo mecánicos como tampoco del todo libres e indeterminados. Para la
microsociología, las configuraciones sociales que derivan de la interacción pueden ser estudiadas en forma
independiente del todo social que es la civilización. En una configuración social, las acciones de cada sujeto
están conectadas con las de otros, de acuerdo con un sistema de reglas que ciñen los términos de su libertad.
Precisamente, esa constricción normativa al actuar individual es lo que ha permitido que se desarrolle la
civilización.
Según Fernando Escalante, el mejor exponente de la herencia contradictoria entre la racionalidad de la
ilustración y la autenticidad y sentimentalismo del romanticismo es Max Weber. De acuerdo con este pensador
clásico, el objetivo de las ciencias sociales es buscar regularidades empíricas y secuencias probables, teniendo
en cuenta que la causa sólo es inteligible si se comprende el sentido que dan a su acción los sujetos que
intervienen en la secuencia causal. Escalante subraya dos de las preocupaciones de Max Weber: la explicación
científica y el papel de los valores en la construcción de esa explicación científica. Para Weber una buena
explicación requiere de una adecuación causal y una adecuación de sentido. El papel de los valores en el curso
de esa explicación es distinto dependiendo del momento de la investigación científica. Weber reconoce su
importancia en el momento de la construcción del problema y en lo que él llama la conversión de datos
empíricos a hechos históricos. Pero, una vez que está transformación ha sido realizada, la explicación científica
se atiene a los principios lógicos de no contradicción e identidad, así como a formas de razonamientos y
criterios de verificación que ya no tienen ningún contenido de valor. Weber modificó radicalmente la idea sobre
el tipo de objetividad científica a la que pueden aspirar las ciencias sociales.
En los últimos capítulos, Escalante recupera la actualidad de la polémica entre la razón ilustrada y las ideas
románticas sobre la naturaleza humana y el conocimiento científico, a través de la actualidad del giro
lingüístico y el renovado interés en el psicoanálisis. Lo distintivo de la especie humana no está en su capacidad
para utilizar signos, sino para pensar sobre ellos. La conciencia sobre la autonomía del lenguaje es una de las
grandes novedades del siglo XX y proviene del giro lingüístico en la filosofía, básicamente de la teoría de
Wittgenstein, para quien los límites del lenguaje son los límites del mundo. De esta propuesta se siguieron dos
caminos divergentes: la filosofía del lenguaje ideal y la filosofía del lenguaje ordinario. En la primera postura el
lenguaje es un instrumento, cuya función es representar el mundo de manera verificable. Es el lenguaje ideal de
las ciencias: preciso, con referentes explícitos y con conexiones formalmente probables. La segunda postura
parte de una idea sencilla: el lenguaje es ante todo una actividad humana, por lo que su estudio es inseparable
del análisis de las circunstancias en que se usa, remitiendo siempre a una forma de vida. Esta es la propuesta de
la pragmática que hemos visto difundirse en la última década entre los antropólogos, sociólogos y
comunicólogos. Esta última aproximación es la mejor heredera del romanticismo y resulta tremendamente
atractiva para las ciencias sociales porque permite ordenar los problemas que surgen de la conciencia que los
actores tienen acerca del sentido de su propia acción.
La importancia del psicoanálisis no sólo está en su fuerza como teoría y como terapia, sino también en su
eficacia para lograr uno de los propósitos de la reflexión social: formar parte del sentido común del siglo XX.
Más allá de la validez de sus supuestos y de sus procedimientos, el núcleo teórico del psicoanálisis forma parte
del lenguaje cotidiano y de las interpretaciones con las que la gente vive a diario. La vitalidad de la tesis de que
el inconsciente se manifiesta permanente y sistemáticamente de manera deformada en la acción humana atañe a
la cultura misma. El origen del malestar de la cultura está en el desarrollo de la conciencia moral, que reprime
impulsos hostiles y destructivos y que se vuelven contra el individuo mismo bajo la forma de culpa. Sigmund
Freud fue heredero de la polémica que está presente en el pensamiento social de los dos últimos siglos. Como
médico, se propuso seguir un programa científico bajo los cánones de la ilustración, pero los temas que
abordaba lo colocaban en el ala romántica de la misma polémica.
Como lo manifiesta el autor, el panorama de las ciencias sociales a fines del siglo XX no inspira entusiasmo.
No sólo seguimos bajo la gran polémica del siglo XIX, sino que también hemos perdido memoria del origen y
desarrollo de dicha polémica. Esto último parece lo más grave; nuestra práctica científica y académica está
marcada por la inmediatez y la vivencia excesiva del presente desechable. No obstante, somos herederos de
esas polémicas y nuestras prácticas académicas no siempre reflejan lo mejor de ellas. Una muestra de ello es el
dominio de dos focos de preocupación en las ciencias sociales en México: el énfasis en la profesionalización y
el culto a la idea del método. La primera intenta reducir las distintas disciplinas a los términos formales de una
profesión (como la ingeniería o la odontología) a un conjunto de habilidades prácticas para resolver problemas.
La segunda corresponde a la idea de que el conocimiento científico está garantizado por el método, entendido
éste como un conjunto de reglas y procedimientos. En ambas preocupaciones, la imaginación científica y la
originalidad de la investigación quedan en un segundo plano.
A lo largo del libro, Fernando Escalante nos alienta a recuperar la herencia crítica del pensamiento social. Qué
mejor manera de hacerlo a través de reconocer las polémicas filosóficas, teóricas y metodológicas que nos han
perseguido a lo largo de estos últimos dos siglos, aun cuando las hayamos pasado por alto.