La Fábrica de Chocolate

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 98

La fábrica de chocolate

LA FÁBRICA DE CHOCOLATE
TRABAJO, GÉNERO Y EDAD EN LA INDUSTRIA
DEL DULCE, BUENOS AIRES 1900-1943

Ludmila Scheinkman
Scheinkman, Ludmila
La fábrica de chocolate : trabajo, género y edad en la industria del dulce,
Buenos Aires 1900-1943 / Ludmila Scheinkman. - 1a ed. - Mar del Plata : EU-
DEM, 2021.
325 p. ; 23 x 15 cm.

ISBN 978-987-8410-45-6

1. Historia Argentina. I. Título.


CDD 338.982

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual.

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio o método, sin auto-
rización previa de los autores.

ISBN: 978-987-8410-45-6

Este libro fue evaluado por las Dras. Donna Guy, Alejandra Ciriza y Sara Pérez

Primera edición: agosto 2021

© 2021, Ludmila Scheinkman

© 2021, EUDEM
Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata
3 de Febrero 2538 / Mar del Plata / Argentina

Arte y Diagramación: Rocío Canetti - Luciano Alem

Diseño de tapa: Agustina Cosulich

Impreso en: Departamento de servicios Gráficos de la UNMdP, Formosa 3485,


Mar del Plata.
ÍNDICE

Presentación ............................................................................ 13

Preludio, por Mirta Zaida Lobato ......................................... 15

Agradecimientos ..................................................................... 19

Introducción ........................................................................... 21
Trabajo masculino, femenino e infantil ..........................................24
Experiencias laborales, género e interseccionalidad: apuntes
metodológicos .................................................................................31
Fuentes, documentos e indicios......................................................34

Producción industrial de dulces ............................................ 43


Producción local y sustitución de importaciones ..........................45
El mercado interno..........................................................................53
Dinámica industrial ........................................................................57
Una industria concentrada .............................................................68
El proceso de trabajo .......................................................................72

5
La fábrica de chocolate

Trabajo y disciplina. Políticas patronales de control y


gestión de la mano de obra ..................................................... 79
Trabajo femenino e infantil:
cuando la excepción se torna la norma ...........................................81
Formas de contratación...................................................................93
La construcción de la disciplina laboral .......................................104
Las escuelas de fábrica para obreras de la
Liga Patriótica Argentina ..............................................................110

Trabajar en las fábricas.


Condiciones y experiencias laborales ..................................125
Condiciones de trabajo: salarios, horarios, higiene y seguridad ..127
Experiencias laborales, sociabilidad y mundos afectivos .............151
Oficio, sindicato y cualificación: la experiencia masculina.....151
El trabajo infantil: descalificación y rotación laboral..............158
Un lugar para la amistad: las afectividades en la
experiencia femenina ...............................................................161

Huelgas y conflictos.
Mujeres y niños en la acción colectiva .................................181
Huelgas, protestas y acción colectiva
en la primera década del siglo........................................................182
Pequeños huelguistas ...............................................................186
A la conquista de derechos: la profundización de los
conflictos en la posguerra y los gobiernos radicales .....................196
La contraofensiva patronal ......................................................204
Las mujeres en la lucha ............................................................209

6
Índice

Los conflictos en la Década Infame:


acción de base y negociación colectiva..........................................213

Sindicalización, izquierdas y tensiones de género.


La lucha por construir una identidad común .....................235
Unión Confiteros: un gremio socialista .......................................237
El gremio como espacio de sociabilidad ..................................244
Experiencias de sindicalización masculinas y femeninas
en la sociedad anarquista Obreros en Dulce Unidos ...................252
Nosotros y los otros: machos viriles y eunucos castrados ......259
Las “otras” de los “otros” .........................................................268
¡Por igual trabajo, igual salario! Socialistas, comunistas y el
reconocimiento femenino en el sindicato ....................................272
Sindicalización femenina .........................................................275

Conclusiones .........................................................................289

Fuentes y bibliografía...........................................................299
Fuentes...........................................................................................299
Documentos oficiales producidos por dependencias estatales ....299
Documentos y periódicos obreros y de izquierdas .................300
Publicaciones de empresas, patronales y de derechas .............302
Otros diarios, periódicos, revistas, folletos,
libros y publicaciones.................................................................. 307
Entrevistas a ex obreros y obreras ............................................308
Bibliografía ....................................................................................309

7
La fábrica de chocolate

Índice de gráficos
Gráfico 1.1 Materias primas, valor agregado y producción de dulces
en la Capital Federal, $ oro (1904-1946) ........................................51
Gráfico 1.2 Capital invertido y fuerza motriz en las fábricas de
chocolates, dulces, galletitas y afines en la Capital Federal (1887-
1946) ................................................................................................65
Gráfico 1.3 Fuerza motriz empleada por cada obrero y obrera en las
fábricas de chocolates, galletitas y afines en la Capital Federal (HP
totales/cantidad de obreros totales, 1895-1946) ............................66
Gráfico 2.1 Cantidad de obreros empleados en las fábricas de
chocolates, galletitas y afines en la Capital Federal, según edad y
género, y su evolución porcentual (1904-1935) .............................86

Índice de cuadros
Cuadro 1.1 Bagley. Rentabilidad patrimonial promedio (1908-
1943) ................................................................................................63
Cuadro 2.1 Cantidad de obreros y obreras ocupados en las tareas de
empaquetamiento en las fábricas de dulces, chocolates y galletitas en
la Capital Federal (1922) .................................................................90
Cuadro 3.1 Salarios máximos nominales percibidos por obreros y
obreras adultos con cualificación o jerarquía en la industria del dulce
porteña en $m/n y brecha salarial de género (1903-1944) ...........138
Cuadro 3.2 Salarios mínimos nominales percibidos por obreros y
obreras sin cualificación ni jerarquía en la industria del dulce porteña
en $m/n y brecha salarial de género y edad entre salarios de peones y
obreros rasos (1903-1944) ............................................................140
Cuadro 3.3 Índice de salario real promedio en la industria del dulce
porteña (1903-1944) .....................................................................144

8
Índice

Índice de imágenes
Imagen 0.1 Bagley, CyC, 18/3/1922, 99. “Los chicos ya esperan. ¿Los
ve usted por el espejo? Están contentos y alegren porque saben que
hoy, con el te, les será servido un manjar exquisito: las ricas Galletitas
FAMILIA de BAGLEY”.................................................................25
Imagen 1.0 Bizcochos Canale, Caras y Caretas, 4/3/1916, 16. .....43
Imagen 5.0 El obrero en dulce, facsímil, n°1, 1/5/1920, 1. ..........235

Índice de fotos
Foto 0.0 Lata de cacao en polvo Toddy, ca. años 1970. .................21
Foto 2.0 Cuadro vivo formado por las alumnas de la Escuela Bagley.
“Escuela Bagley”, Liga Patriótica Argentina, Comisión Central de
Señoritas, Memoria de las escuelas gratuitas obreras, 1927-1928, 35 .....79
Foto 2.1 Con el epígrafe “Personal del establecimiento”, la fábrica Águila
mostraba la legión de niños empleados. “Fábrica de cafés y chocolates
“El Águila” de Saint Hermanos”, CyC, 1/1/1906, 103...................... 95
Foto 2.2 “Cuadro ‘Girls Biscuit Industria Nacional’ por las alumnas
obreras da la Escuela Bagley”. LPA, CCS, Memoria de las escuelas
gratuitas obreras, 1926-1927, 23...................................................119
Foto 3.0 A la salida de la fábrica, las obreras de Águila posan para
Mujeres Argentinas. “Más baños y más agua reclaman en Águila”,
Mujeres Argentinas, 15/3/1947, 5. ..............................................125
Foto 3.1 Vista interior del taller de fabricación de galletitas de la
fábrica de Luis Botto y Cía. Durante la elaboración, puede verse a
las obreras especializadas en coberturas. “Serie expositiva y gráfica de
nuestra potencia industrial”, Revista de la Asociación Fabricantes de
Dulces, Conservas y Afines, 3/1942, 15. ........................................173
Foto 4.0 “Obreros huelguistas de Bagley, Foto ¡ALERTA! Para “La
Vanguardia””, 28/11/1940. Documentos Fotográficos, AGN. .......181

9
La fábrica de chocolate

Foto 4.1 Taller para el empaquetamiento del chocolate, “Saint


Hermanos”, La Nación. Edición conmemorativa de la revolución del
25 de mayo de 1810, 147.. .............................................................192
Foto 4.2 “Se solucionó el Conflicto de la Casa miranda, de
Berazategui”, LV, 15/9/1939, 7. ..................................................228
Foto 6.0 María Sinesia y Roberto Baccino, obreros de Águila,
bailando en el salón del Club Social y Deportivo Barracas. Ca. 1944-
45. Foto cortesía de Paola Baccino. ...............................................289

Índice de mapas
Mapa 1.1 Localización y fecha de instalación de las principales
fábricas alimenticias de Barracas y alrededores. Elaboración propia
sobre: Municipalidad de la Capital, Plano de la ciudad de Buenos
Aires capital de la República Argentina con el trazado general de
calles, 1916. Las principales fábricas de dulces se ubicaron en un
radio de pocas cuadras con epicentro en Barracas, extendiéndose a los
barrios aledaños ...............................................................................59

10
Siglas

UC ........................................................................ Unión Confiteros


EOD ....................................................................El Obrero en Dulce
UGT ............................................... Unión General de Trabajadores
FORA ..................................Federación Obrera Regional Argentina
FOA .....................................Federación Obrera de la Alimentación
CGT .........................................Confederación General del Trabajo
PS ............................................................................Partido Socialista
PC ....................................................................... Partido Comunista
DNT ....................................... Departamento Nacional del Trabajo
UIA ....................................................... Unión Industrial Argentina
AT ................................................................. Asociación del Trabajo
LPA ........................................................... Liga Patriótica Argentina
CCS Comisión Central de Señoritas de la Liga Patriótica Argentina
CyC ............................................................................ Caras y Caretas
LV ............................................................................. La Vanguardia
LP ..................................................................................... La Protesta
LH .........................................................................................La Hora

11
PRESENTACIÓN
Valeria Pita e Inés Pérez

La publicación de este libro es el resultado de un proyecto colectivo


que comenzó con la formación de la Asociación Argentina para la In-
vestigación en Historia de las Mujeres y Estudios de Género en el año
2017. En la primera reunión de nuestra comisión directiva, hacia el
fin del verano de 2018, tomamos la decisión de impulsar un concurso
de tesis de licenciatura y de doctorado, dos momentos que entendi-
mos que resultan centrales en la formación como investigadores en
nuestras universidades públicas. Lanzar este concurso fue una mane-
ra directa y motivadora de reconocer las investigaciones en los campos
de la historia de las mujeres y de los estudios de género en tiempos
que estuvieron marcados por el desfinanciamiento y los recortes en
el sistema público científico y la desvalorización política de las uni-
versidades nacionales como centros de producción de conocimiento
crítico. A la par, el proyecto del concurso buscó valorar el trabajo que
desde hace años se está gestando en distintas carreras de grado, cen-
tros y grupos de investigación, así como en instancias de postgrado a
lo largo del país. A esta convicción compartida de que los estudios de
género y la historia de las mujeres en sus distintas variantes tienen ya
una sólida trayectoria en nuestra academia, un concurso de tesis, cuyo
premio consiste en su publicación (ya sea digital o en papel) permitía
ubicar a los libros en un sitio de distinción y valoración académica e
intelectual.
Han pasado algunos años desde que la idea se gestó y se puso en
marcha. En el comienzo del año 2018, se formó la Comisión de Pre-
mios que impulsó el llamado a la Primera Edición del Premio que
reunió, leyó, clasificó cada una de las muchas que llegaron, convocó
a especialistas y finalmente acompañó al Jurado de expertas que par-

13
La fábrica de chocolate

ticipó en el certamen. Gracias al trabajo silencioso y comprometido


de Andrea Andújar, Marina Becerra, Maricel Bertolo, Edda Cres-
po, Débora D’Antonio, Lucía De Leone, Lucía Lionetti, Alejandra
Oberti, Flora Partenio, Inés Perez, Cecilia Rustoyburu, Adriana Va-
lobra, Jaqueline Vassallo, que formaron parte de la comisión o de las
evaluaciones de la primera ronda y a Alejandra Ciriza, Donna Guy,
Sara Pérez, Paula Caldo, Anabel Beliera y Lucía Ariza, integrantes
de las ternas de Jurados para las tesis doctorales y de licenciatura, el
concurso se hizo realidad.
Las tesis seleccionadas para el primer lugar del concurso fueron
las de Gabriela Mitidieri (IIEGE-UBA) para el premio de licencia-
tura y la de Ludmila Scheinkman (IIEGE-UBA) para doctorado,
destacadas por la originalidad de las investigaciones, la densidad del
trabajo empírico y los cruces historiográficos y disciplinares. Asimis-
mo, el jurado decidió otorgar menciones especiales para las tesis doc-
torales de Paula Daniela Bianchi (UBA) y Anabella Gorza (UNLP);
y para las de licenciatura de Victoria Marquínez (UNMdP), Sacha
Lione (UNL), y Sabrina Rumiz (UNAJ).
Quienes integraron el tribunal destacaron las virtudes de los tra-
bajos que obtuvieron el primer lugar en ambas categorías, pero tam-
bién lo difícil que resultó su selección ya que todas las tesis que nos
hicieron llegar muestran la creatividad y el compromiso de la inves-
tigación y la escritura que se están desarrollando en nuestro campo
de estudios.
Desde la AAIHMEG nos hemos propuesto continuar con la edi-
ción bianual del premio. Creemos que esta es una manera de hon-
rar una práctica feminista muy arraigada: editar, publicar, difundir
y dar a conocer la producción de un campo (político y académico)
que se forma al calor de los intercambios incluso los más polémicos.
Una práctica que en Argentina dio lugar a la creación de editoriales,
librerías y revistas autogestionadas. Las trayectorias de quienes con-
formamos este espacio son diversas, en términos disciplinares, geo-
gráficos, políticos, pero nos reúne la convicción de que lo colectivo
nos potencia, nos abriga, nos fortalece.

14
PRELUDIO

Mirta Zaida Lobato

En 1910 la empresa Bagley organizó un concurso para “niños her-


mosos de ambos sexos”. Los niños y niñas tenían que haber sido
alimentados con galletitas Bu Bu. El nene o nena que había sido se-
leccionado podía retratarse gratis y las fotografías se publicaban en
el diario La Argentina con el consentimiento de los padres. Mi abue-
la las recordaba porque tenían una etiqueta con un nene en pañal.
También recordaba los bizcochitos, los chocolates y los caramelos
que compraba en un almacén de un pueblito de provincia. En rea-
lidad, todos esos productos de la industria del dulce se adquirían en
los almacenes y tiendas en las grandes ciudades como Buenos Aires,
Rosario, Bahía Blanca, Córdoba y en los comercios de los innume-
rables pueblos de todo el país. Galletitas, bizcochos y chocolates, así
como los dulces y caramelos fueron fabricados en numerosos talleres
y pequeñas fábricas que, con el correr del tiempo, se convirtieron en
grandes emporios fabriles.
El libro La fábrica de chocolate nos cuenta las historias conectadas
de la industria, del trabajo, de las protestas, de las relaciones de género
y del consumo. Es un análisis denso del mundo del trabajo atravesado
por la perspectiva de género. Es un texto informado por múltiples
debates historiográficos, inconformista en más de un sentido y con
un sólido basamento documental. Es una historia construida con las
marcas del desenvolvimiento de la disciplina histórica.
El libro de Ludmila Scheinkman, formada en la Universidad de
Buenos Aires ya en plena democracia, pone al descubierto la impor-
tancia que la institucionalidad universitaria tiene para la formación
de las generaciones más jóvenes. Como fruto de esa institucionali-
dad se abrieron las fronteras historiográficas y los guardianes de la

15
La fábrica de chocolate

disciplina tuvieron que ceder parte del sendero historiográfico, para


que pudieran entrar en las narrativas históricas las mujeres, los niños
y, sobre todo, las complejas relaciones de género. Así la historia se
pobló de otras voces y se produjo la rebelión del coro que implicaba
no solo que las mujeres entraran en la historia, sino que ellas mismas
escribieran sobre el pasado.
Suelo decir que las historias de mujeres, feministas y de género pu-
sieron “patas para arriba” los modos de pensar, investigar y escribir en
las ciencias sociales y humanas. Se produjo una gran transformación
que afectó de manera desigual las experiencias de innumerables estu-
diosas y estudiosos de diferentes partes del mundo. La Argentina no
fue una excepción y como los saberes son situados en el cruce de lo
personal, político e institucional vale la pena destacar que el contexto
de la democracia recuperada, luego de la larga noche de la última dic-
tadura, favoreció también la creación de centros de estudios de histo-
rias de las mujeres que luego se convirtieron en institutos de género.
Fue un proceso con ribetes diferentes en las distintas universidades
nacionales que culminó con la conformación de la Asociación Ar-
gentina para la Investigación en Historia de las Mujeres y Estudios
de Género en 2017, con representantes de universidades, centros e
institutos de todo el país. Esa asociación ha premiado la tesis para ob-
tener el grado de Doctora en Historia de Ludmila, y este libro recoge
una parte de un trabajo mucho más amplio y profundo, pues incluía
una historia del barrio de Barracas de la ciudad de Buenos Aires y el
análisis de las publicidades comerciales de algunas empresas.
En el libro se pueden apreciar dos procesos importantes provoca-
dos por estudios sensibles a la perspectiva de género: descentrar y dis-
locar. En primer lugar, se advierte en él un proceso de descentramiento
que abarca la ruptura con el núcleo duro de la historia obrera y de la
izquierda de la que ella misma se alimentaba. Frente a la mirada homo-
génea sobre el sujeto masculino se analizan las múltiples experiencias
de sujetos diferentes –mujeres, niños y varones– íntimamente relacio-
nados, lo que le permite tejer una densa malla de conflictos y tensio-
nes. Como ha señalado Natalie Zemon Davis la cuestión femenina es
fundamental para la descentralización. Ella lo escribió en un artículo
más o menos reciente en el que enfatizaba que “cuando las mujeres
comenzaron a participar plenamente en la narrativa histórica, las rígi-

16
Preludio

das nociones sobre las estructuras centralizadas de poder se vieron aún


más socavadas por el estudio de los hogares, las familias y la sexualidad,
todos terrenos en los que la relación entre relaciones íntimas y domi-
nación resulta especialmente inquietante” (Zemon Davis, 2013: 165-
179). Lo que se debatió intensamente fue la dominación y el poder
patriarcal en todas sus formas, aun en aquellas más sutiles.
No puedo dejar de conectar La fábrica de chocolate con La vida en
las fábricas (Lobato, 2001). No me anima la vanidad sino un profun-
do pensamiento crítico, porque veo en el libro de Ludmila un ejemplo
de las formas en las que el conocimiento histórico se transforma. Al
descentrar el mundo del trabajo de las figuras ciclópeas encarnadas en
los héroes revolucionarios, la idea de la transformación de la sociedad
en una más equitativa tenía que considerar a las voces femeninas, que
demandaban por derechos iguales y diferentes a los de sus compañe-
ros. Era necesario, y sigue siéndolo en el presente, aunque de otra for-
ma, desanudar todas las instancias que configuraban la subordinación
de las mujeres. Ludmila navega con pericia entre el trabajo, la familia,
la organización sindical y las protestas para ir analizando en detalle los
modos en los que género y edad se constituyen en dimensiones que
estructuran una sociedad de clases y son componentes importantes
de las desigualdades económicas, sociales, culturales y políticas. Su
análisis está informado por los estudios de historia social y cultural en
clave de género, pero no hay duda de que resuenan permanentemente
las voces thompsonianas sobre los contextos y situaciones en los que
las personas, los trabajadores varones y mujeres, adultos y menores,
elaboran sus propios valores y expresiones culturales.
A partir de esta forma de hacer la historia de los trabajadores del
dulce, Ludmila produce un segundo gran movimiento: el de dislocar.
La palabra dislocar significa sacar de su sitio, desencajar. En efecto,
en La fábrica de chocolate se disloca la escuela de la comodidad en la
que se realizan muchos estudios sobre el movimiento obrero. Ya no
basta con estudiar las características de una industria, la inversión de
capital, la cantidad de trabajadores, el proceso de trabajo, la organiza-
ción y las huelgas, es importante también conectar otras dimensiones.
Por eso, al iluminar intensamente con su análisis las diferencias de
género y edad brillan aspectos de la experiencia obrera y del trabajo
de mujeres y menores (de niños y muchachones como decían algunos

17
La fábrica de chocolate

documentos) que no encajan en los estudios que siguen siendo tradi-


cionales sobre el mundo laboral, y que continúan impregnados de las
visiones y relatos masculinos dominantes. Disloca de ese modo una
historiografía que mantiene aún su vigor.
El libro analiza las experiencias laborales en la industria del dulce.
El trabajo fabril es trabajo asalariado, y era considerado trabajo desde
que las autoridades del Segundo Censo Nacional de 1895 decidieron
dejar fuera de esta consideración todos aquellos trabajos que contri-
buían al bienestar del varón, de la familia, de los hijos, a los trabajos
realizados en el hogar a cambio de dinero, a la venta ambulante. La
presencia de las mujeres en las fábricas se convirtió en un problema
para sus compañeros, para el Estado, para las fuerzas políticas y hasta
para ellas mismas. Había que compaginar diferentes tiempos, necesi-
dades y deseos. Se configuraron ideas sobre las habilidades femeninas,
sobre sus comportamientos, sobre lo que debían ser. Se las convirtió
en víctimas, reinas, ángeles y demonios.
En La fábrica de chocolate se explora con espíritu renovador la his-
toria del trabajo en una industria de Buenos Aires y el texto se integra
a un cuerpo heterogéneo de narrativas sociales sobre el mundo del
trabajo, la política y la cultura obrera. Tensiona al máximo las inter-
pretaciones y construye un sólido argumento para casi medio siglo
de historia. No es poco en tiempos en que el pasado, como decía el
historiador francés Jacques Le Goff, se corta en rebanadas.

18
AGRADECIMIENTOS

Este libro, y la investigación de largo aliento que lo sustenta, fueron


posibles gracias a la colaboración, el afecto, la crítica, la compañía y
el sostén financiero, institucional y emocional de un sinnúmero de
organizaciones y personas.
La directora de mi tesis doctoral, Mirta Zaida Lobato, supo ocu-
par el lugar maternal de la contención, la crítica y el cariño. Su expe-
riencia, empeño y oficio me guiaron en este trayecto sinuoso. Las y los
jurados de la tesis, Silvana Palermo, Valeria Pita y Hernán Camarero,
me aportaron sus lecturas, sugerencias y comentarios.
La modificación y adaptación de dicha tesis, defendida en 2017, y
su transformación en este libro, fue posible gracias al premio 2019 a la
mejor tesis doctoral de la Asociación Argentina para la Investigación
en Historia de las Mujeres y Estudios de Género, y a las integrantes del
jurado que seleccionaron este trabajo, Donna Guy, Alejandra Ciriza y
Sara Pérez. Agradezco por ello a las queridas colegas de la Asociación
y en especial a Inés Pérez y Valeria Pita. Me enorgullece inaugurar lo
que espero sea una larga colección que difunda los avances en este
pujante y necesario campo de investigación.
Diversas instituciones me cobijaron y ampararon material y aca-
démicamente. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET) financió esta pesquisa, que de otro modo no
hubiera sido posible. En tiempos difíciles para la institución, ratifico
mi convicción de que quienes producimos conocimiento en ciencias
humanas y sociales tenemos mucho para aportar a la solución de las
inequidades que atraviesan a la sociedad que proporcionó los fondos
públicos invertidos. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Univer-
sidad de Buenos Aires me formé, investigo y soy docente. Esta ins-

19
La fábrica de chocolate

titución, además, financió con su programa PROMAI una estancia


de investigación en la Universidad de Oviedo (Asturias, España), que
amplió mis conocimientos y mis miras. El Instituto Interdisciplinario
de Estudios de Género de dicha casa de estudios constituye un raro
nicho académico en el que aún se conjugan la investigación, el com-
promiso, la militancia y el afecto. Extiendo mi agradecimiento a sus
directoras anterior y actual, Nora Domínguez y Mónica Tarducci, y
en particular a colegas feministas, becarias y tesistas de distintas disci-
plinas de quienes aprendo y me llevo su amistad: Laura Milano, Ma-
tías de Stéfano, Lucas Martinelli y Dolores Lussich. A Josefina Itoiz,
por tanto.
Asimismo, intercambié ideas y lecturas con las compañeras y com-
pañeros del Núcleo de Historia Social y Cultural del IDAES-UN-
SAM, del AESIAL y de la Revista Archivos y el CEHTI. Quiero
mencionar especialmente a Laura Caruso, Martín Albornoz, Cristia-
na Schettini, Marcelo Rougier, Juan Odisio, Mario Raccanello, Gra-
ciela Pampin, Hernán Camarero, Diego Ceruso, Alejandro Belkin y
Natalia Casola. En todos ellos encontré personas comprometidas, de
amplitud y generosidad académica y humana.
Muchas de las personas mencionadas han leído secciones, ponen-
cias, artículos y borradores más o menos dignos y extensos. Agrego
también a Débora D’Antonio, Isabella Cosse, Karina Ramacciotti,
Martín Cuesta, María Ester Rapalo y Fernando Rocchi. Quiero re-
marcar mi deuda muy especial con algunas personas amigas: Claudia
Freidenraij, Florencia D’Uva, Patricio Simonetto, Lucas Poy, Macare-
na Marey y Michelle Arturi.
Mi familia –Viviana, Claudio, Mariano y Fernando–, amistades y
afectos me sostuvieron todos estos años. Gastón Stark me brindó su
amistad, amor y compañerismo y se ocupó demasiadas veces de la re-
producción social de nuestras vidas mientras yo trabajaba. Su apoyo,
afecto y desafíos alimentan el diálogo interminable que sostenemos
hace más de una década, animado por la misma insidiosa pregunta, a
la que damos vueltas de mil maneras: ¿cómo cambiar el mundo? En
cada una de mis ideas anida nuestro intercambio.

20
INTRODUCCIÓN

Foto 0.0 Lata de cacao en polvo Toddy, ca. años 1970.

Corría el año 2012 cuando esta investigación recién comenzaba. En


una pausa durante un encuentro de un grupo de estudios me ofre-
cí a preparar el mate. “La yerba está en una lata”, indicó el dueño
de casa. La encontré rápidamente: es común guardar los alimentos

21
La fábrica de chocolate

–galletitas, yerba, arroz– en latas antiguas. Aunque observándola


bien, esta no era tan vieja. Sus imágenes atrajeron mi atención. Una
lata de cacao en polvo Toddy de los años 1970 narraba con imágenes
y palabras el proceso de producción del chocolate. “Originaria de
América Central [mapa ilustrativo] la planta del Theobroma Cacao
se cultiva solo en los 20° de latitud”. Junto al mapa, una ilustración
mostraba a dos trabajadores negros, ligeros de ropa y en sandalias,
que cultivaban el cacao de forma manual en un clima tropical. Al
rotar la lata, descubrí en la imagen siguiente a un mulato que abani-
caba los granos tostados de cacao con una hoja de palma, en un es-
cenario agreste, cuya función parecía ser la de servir de transición a
la escena bucólica y campestre de las últimas imágenes. En medio de
un prado, una campesina blanca de apariencia europea vigilaba una
olla de cobre, en la que el licor de cacao, mezclado con manteca de
cacao y azúcar, se fundía para formar el chocolate. “Las bayas con-
tienen granos –originariamente blancos– que se dejan fermentar al
sol. Luego, se tuestan a 121°C –donde adquieren su color marrón–,
se los muele y se obtiene un líquido llamado licor de cacao”. En la
última gráfica, una sirvienta blanca, portando una bandeja, sirve a
una familia rubia vestida a la usanza occidental –padre, madre, tres
hijos–, el chocolate ya preparado para beber en taza, durante una
tarde de campo al aire libre. “Directo del trópico a su mesa”, pare-
cían decir las imágenes, que recorren un camino de pigmentación
inverso al de los blancos granos de cacao, oscurecidos hasta transfor-
marse en chocolate. De los trabajadores negros del comienzo pare-
cía persistir solo el exotismo de un consumo blanco de clase media,
incorporado a la alimentación cotidiana infantil, asistido por sir-
vientas y trabajadoras también blancas y occidentales.
En ese momento, la lata me generó incomodidad y algo de eno-
jo. ¿Dónde estaban las fábricas? ¿Y las “jóvenes mujeres” (que eran el
objeto inicial de mi investigación)? Ellas no trabajaban en un prado,
sino en grandes usinas de la ciudad de Buenos Aires. ¿Por qué omitir-
las, y reemplazarlas en cambio por una bucólica campesina europea?
¿Por qué esa invisibilidad? Aunque aún no sabía hacia dónde se iba a
dirigir esta indagación, preocupada entonces de manera central por la
acción sindical y política de las mujeres, una intuición me llevó a foto-
grafiar la lata. Posiblemente fuera la llamativa y no inocente omisión

22
Introducción

de una etapa intermedia entre el trópico y la mesa familiar lo que me


impulsó a capturarla. Las fábricas urbanas y sus trabajadores, obreros
y obreras, no parecían ser en los años 1970 una forma conveniente
de vender el producto. Pero yo no tenía las herramientas aún para
interpretar esta lata, cuyo sentido emerge en el concierto de la docu-
mentación patronal, que frecuentemente ha minimizado o soslayado
la contribución obrera –potencialmente conflictiva– en los procesos
productivos. Un relato que se inserta, además, en una serie más am-
plia de ideas racializadas y cargadas de exotismo que rodean al cacao,
el chocolate y su consumo (Clarence-Smith, 2000: 57; Robertson,
2009: 178-221; Cadbury, 2010: 96).
Sin embargo, una y otra vez a lo largo de estos años, volví a mirar
las imágenes de esta lata, y a preguntarme qué lugar ocupaban en mi
propio relato y mi investigación. La pregunta que me formulaba era
a su vez, por oposición u omisión, qué papel jugaban las trabajadoras
y trabajadores en el proceso histórico que estaba investigando. ¿Eran
“obreros conscientes”, de izquierda y sindicalizados, o “rémoras” que
preferían pasar el tiempo en cines y cafés? ¿Las referencias a los abusos
y explotación que padecían mujeres y niños, agotaban su experiencia
laboral? ¿Servían acaso este tipo de imágenes, tan frecuentes en los re-
latos de la época, pero también en interpretaciones contemporáneas,
para dar cuenta de las sutilezas, complejidades y ambigüedades de las
vivencias de las y los trabajadores? ¿Qué aporte significaba esto a la
hora de volver a pensar en los macro-relatos del movimiento obrero?
Este libro explora las experiencias laborales, las formas de protesta
y la vida cotidiana de aquellas y aquellos que trabajaron en la indus-
tria productora de dulces en Buenos Aires, entre fines del siglo XIX
y mediados del XX. No hablo de trabajadores en abstracto, ya que
entiendo que la historia de los varones y mujeres, adultos y menores
de edad, no es igual. Tanto la edad como el género condicionaron
sus experiencias laborales y su vida cotidiana, así como sus formas
de participación en la protesta, la sindicalización y las izquierdas. La
pregunta que guió la indagación fue cómo la industria –tanto en la
esfera de la producción como en la del consumo– se asentó en des-
igualdades genéricas y etarias, y cómo las múltiples dimensiones de la
experiencia obrera se estructuraron y fueron también diversas según
estos clivajes de edad y género.

23
La fábrica de chocolate

Trabajo masculino, femenino e infantil

Durante las primeras décadas del siglo XX, las fábricas de dulces lo-
cales apelaron a la publicidad para construir, segmentar y expandir su
mercado de consumo1. Los destinatarios principales de los productos
fueron mujeres, niños y niñas. Esta estrategia fue sumamente exitosa:
si a fines del siglo XIX el consumo anual de chocolate por persona en
Argentina era de 98 gramos, al promediar el siglo XX la ingesta se ha-
bía cuadruplicado2. En sus gráficas, los avisos difundieron imágenes
de la infancia, las mujeres, la domesticidad, la maternidad y la familia
(Imagen 0.1). Apelaron a las mujeres, a las madres y a los niños como
consumidores, y desde los años 1930 difundieron una cultura infan-
to-juvenil con eje en el juego, la diversión, consumos como el cine, de-
portes como el fútbol y coleccionables como los álbumes de figuritas.

1 Los estudios históricos sobre consumo se encuentran actualmente en expansión


(Arcondo, 2002; Torre y Pastoriza, 2002; Rocchi, 2003; Salvatore, 2005; Remedi,
2006; Elena, 2011; Pite, 2013; Milanesio, 2014; Bontempo, 2012, 2015; Pérez,
2015).
2 En 1943 era de 390 gramos. Anuario del Comercio Exterior de la República
Argentina (1897, 1943) y Segundo censo de la República Argentina, mayo 10 de
1895; IV Censo general de la nación: censo industrial de 1946 (Scheinkman, 2017a,
2018a; también Rocchi, 2006: 54).

24
Introducción

Imagen 0.1 Bagley, CyC, 18/3/1922, 99.


“Los chicos ya esperan. ¿Los ve usted por el espejo? Están contentos y alegren
porque saben que hoy, con el te, les será servido un manjar exquisito: las ricas
Galletitas FAMILIA de BAGLEY”.

25
La fábrica de chocolate

En simultáneo –lo que aparentemente podría ser visto como una pa-
radoja–, estas mismas fábricas recurrieron a la contratación de muje-
res y menores como operarios. Al comenzar el siglo, mujeres, niños y
niñas constituían el 27% de los trabajadores de estas industrias, por-
centaje que se había elevado al 55% en 1935. Con el objeto de redu-
cir sus costos laborales, puesto que en estos años mujeres y menores
ganaron, en promedio, entre un 40 y un 70% menos que los varones
adultos por trabajos de igual jerarquía y cualificación, aprovecharon
para su beneficio y reprodujeron concepciones sociales sobre los tra-
bajos “aptos” para la “naturaleza” femenina e infantil. A su vez, pro-
piciaron condiciones de trabajo y vitales para sus obreros y obreras
que les imposibilitaban participar de los ideales de vida y de consumo
que difundían en sus publicidades. Apelar al concepto de género para
escrutar el pasado implica con frecuencia ingresar al terreno de la con-
tradicción, para explorar de qué modo lograron compatibilizarse y
naturalizarse prácticas y discursos a primera vista antagónicos.
Como muchas investigaciones, esta tiene su origen en inquietu-
des de mi vida personal, “privada”. Utilizo el término en un sentido
provocador, ya que estas surgieron de la intersección entre dos ámbi-
tos de mi propio interés político. Cuando decidí investigar el trabajo
femenino y dedicarme a los estudios de género, hacía poco que, en
el marco de mi militancia de izquierda, me había encontrado con el
feminismo. Me interesaba la historia de la clase trabajadora a comien-
zos del siglo XX, pero en los grupos de estudio en que participaba,
focalizados en las izquierdas y el movimiento obrero, la mayoría de los
trabajos abordados decían poco o nada de nuestra historia, la historia
de las mujeres trabajadoras.
De ese modo me puse en contacto con una creciente cantidad
de trabajos en la intersección entre la historia social y los estudios de
género, que en las últimas décadas abrieron promisorias vías de in-
dagación sobre las experiencias de los y las trabajadoras, estudiando
las relaciones de género, las representaciones generizadas del mundo
laboral, la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo y su parti-
cipación en las protestas y organizaciones sindicales y políticas.3 Estos

3 Sobre los sesgos androcéntricos de la historiografía del trabajo: Lobato,


2008; Scheinkman, 2019; sobre historiografía y género: Pita, 1998; Barrancos,

26
Introducción

trabajos exploraron la cualificación y des-cualificación de las ocupa-


ciones feminizadas, así como la brecha salarial, e ingresaron en el te-
rreno más espinoso de las relaciones de género y el ejercicio del poder
en fábricas y sindicatos. Quienes nos iniciamos en este camino conta-
mos con antecesoras en las que apoyarnos, y este libro es tributario de
dicha renovación historiográfica.
Decidí buscar a las mujeres en un lugar relativamente tradicional
de la historia obrera como son las fábricas. Estudié la industria ali-
menticia ya que era un nicho de trabajo femenino, pero era a su vez
un ambiente de trabajo mixto, propicio para explorar las relaciones de
género, siempre en el marco de una preocupación por las izquierdas,
la sindicalización, la protesta y la política. Opté por estudiar la in-
dustria alimenticia de orientación mercadointernista, pero ¿qué era la
industria alimenticia en Buenos Aires a principios del siglo XX? En-
contré unas pocas fábricas grandes entre las que destacaban un puña-
do de productores de galletitas, chocolates y dulces, sobre una miría-
da de talleres cuasi artesanales. Fernando Rocchi, en su investigación
sobre los orígenes de la industrialización en la Argentina, ha situado
a usinas como Bagley, Noel y Saint entre las veinticuatro empresas
con mayores ganancias del país a fines de los años 1920, siendo las
primeras en el ramo alimenticio (Rocchi, 1994, 2006).4 Decidí con-

2005. La multiplicación de trabajos en esta línea expresa la lenta pero sistemática


institucionalización de los estudios de género. A los estudios pioneros de Mirta
Lobato sobre textiles y frigoríficos de Berisso se agregan otros sobre industria
textil, enfermería, trabajo administrativo, servicio doméstico, nodrizas y amas
de leche (Lobato, 1990, 1993, 2001, 2007; Ceva, 2010; Martín, 2014; Queirolo,
2014; Allemandi, 2015; D’Antonio, 2000; D’Antonio y Acha, 2000; Barrancos,
2008; Palermo, 2006; Norando y Scheinkman, 2011; Norando, 2016).
4 Aún en 1980, Nestlé, Terrabusi, Noel, Bagley, Bonafide o Canale estaban
entre las principales industrias del país, y lideraban la rama alimenticia (Huici
y Schvarzer, 1993; sobre ARCOR en la segunda mitad del siglo XX: Baudino,
2008; Kosacoff, Forteza, Barbero, Stengel y Porta, 2014). Sobre industrializa-
ción en Argentina la bibliografía es extensa (Cortés Conde, 1963; Villanueva,
1972; Díaz Alejandro, 1975; Irigoin, 1984; Schvarzer, 1996; Korol y Sábato,
1997; Barbero, 1998; Lewis, 1999; Regalsky, 2011; Rougier, 2016). Las indus-
trias alimenticias aportaban en 1913 el 53,2% de la producción manufacturera
del país y el 15,3% del PBI. El 30,8% de esta producción era para consumo in-

27
La fábrica de chocolate

centrarme entonces en las fábricas de dulces que eran las más grandes,
conocidas e importantes, y donde esperaba encontrar a las mujeres.
Pero mis inquietudes iniciales, cercanas a una historia más clásica
del movimiento obrero, concentrada en el estudio de huelgas, mo-
vilizaciones, reuniones y congresos sindicales y debates ideológicos,
fueron cambiando.5 Mi mirada y mis preocupaciones se complejiza-
ron y diversificaron, pues parte importante de la historia de los tra-
bajadores queda afuera de una historia más política del mundo del
trabajo. Como ha señalado Steedman (1994) a propósito del trabajo
de las y los sirvientes, focalizar en las experiencias laborales masculinas
extra-domésticas omite de los relatos históricos una vasta porción de
experiencias que modifican sensiblemente nuestro entendimiento de
la formación de la clase y la conciencia de clase. Trabajos recientes so-
bre vida urbana, salud, sociabilidades, ocio y esparcimiento, deporte,
consumo, la infancia pobre, la familia obrera, las experiencias femeni-
nas, la prostitución, masculinidades, entre otros, amplían el conoci-
miento sobre las y los trabajadores y sus formas de vida; dimensiones
sustantivas de la experiencia obrera que no deberían ser ignoradas
por los estudios del movimiento obrero y las izquierdas. ¿Qué pasa
con aquellos –mujeres, niños– que no se organizaron o no protes-
taban de manera tan visible o heroica? ¿Qué hay de la historia de los
trabajadores de aquellas industrias y ocupaciones donde las organi-
zaciones gremiales y políticas fueron débiles, como la industria del
dulce? ¿Qué pasa con aquellos trabajos e industrias realizados por los
sectores más “frágiles” y “desprotegidos” de la clase? Más aun, ¿por
qué debería la reivindicación de la clase, la lucha o la política, implicar
necesariamente dar la espalda a otros aspectos de la vida social de los
trabajadores –las comunidades, las sociabilidades, las concepciones
del género, la infancia, la vivienda, la salud–? ¿De qué manera pue-
den incorporarse aquellas dimensiones de la vida social que fueron

terno, heterogéneo y diversificado; existían fábricas a gran escala fuertemente


concentradas y capitalizadas (Geller, 1970; Gallo, 1970).
5 Algunos balances historiográficos sirven de entrada a la abundante biblio-
grafía sobre el movimiento obrero argentino en el periodo (Torre, 1990; Lo-
bato y Suriano, 1993; Iñigo Carrera, 2006; Suriano, 2009; Caruso y Poy, 2019;
Scheinkman, 2019).

28
Introducción

también parte de la experiencia colectiva de la clase, a estudios del


movimiento obrero más clásicamente vinculados al mundo laboral?
Pero, a la inversa, ¿puede la historia de las y los trabajadores excluir
el papel de las organizaciones gremiales y políticas en la constitución
de la clase?6 Uno de los motores para este cambio vino de mi propio
acercamiento a una historia social y cultural del mundo del trabajo,
que bajo el impulso de las investigadoras feministas y los estudios de
género, me obligó a repensar categorías y certezas. La determinación
social a la hora de explicar los procesos políticos y la politización de es-
pacios anteriormente considerados como “no políticos” –el lugar de
trabajo, el barrio, la familia, el hogar– han permitido volver sobre las
preguntas más importantes de la vida política desde planteos novedo-
sos. La interpelación lanzada por el feminismo –sintetizada en la con-
signa “lo personal es político”– y los largos debates sobre el concepto
de “identidad” –entendida como el articulador, siempre inestable, de
la praxis política y la acción colectiva– son algunos de los ricos apor-
tes que permiten revitalizar la historia del trabajo y los trabajadores.7
Estos me brindaron a su vez las herramientas teóricas y conceptuales
para hacer frente a ese otro gran desafío que fue el propio archivo.
Mi sorpresa fue grande cuando, más que mujeres, lo que encontré
a principios del siglo XX junto a los varones adultos fue una vasta
cantidad de niños y algunas niñas, que constituían el 20% de los obre-
ros de estas fábricas. En mi desconcierto decidí abordarlos y pensarlos
con las herramientas teóricas que me brindaba la historia social de

6 No es una particularidad local que el diálogo entre estos distintos enfoques


de indagación –que tienen en última instancia objetos de estudio que se superpo-
nen, solapan y entremezclan– sea escaso (Eley y Nield, 1980, 2010; Eley, 2008).
7 Algunos trabajos muestran la riqueza de estos cruces. El de Mirta Lobato
sobre frigoríficos, que no descuida la lucha gremial y política pero explora los
vínculos comunitarios, el género o la etnicidad; los de Dora Barrancos sobre
anarquismo, socialismo, cultura, infancia y educación; o el de Hernán Cama-
rero, que estudia la acción del PC sobre el movimiento obrero pero atiende a
las organizaciones culturales, deportivas, étnicas, incluso infantiles –aunque
no a las femeninas–; las reflexiones de Silvana Palermo sobre las sociabilidades
gremiales, las mujeres y las familias obreras en las huelgas ferroviarias (Loba-
to, 2001, 2007; Barrancos, 1990, 1991, 1996; Camarero, 2007; Palermo, 2001,
2007; D’ Uva y Palermo, 2015; Andújar, 2014, 2015).

29
La fábrica de chocolate

la infancia y las familias, y en particular los trabajos sobre la infan-


cia pobre y trabajadora (Suriano, 1983, 1990, 2007; Barrancos, 1987;
Pagani y Alcaraz, 1991; Ciafardo, 1992; Argeri, 1998; Carbonetti y
Rustán, 2000; Zapiola, 2007, 2009; Mases, 2013; Allemandi, 2015;
Aversa, 2015; Freidenraij, 2015; Scheinkman, 2016). Instintos, pero
también sugerencias de colegas y el respaldo de mi directora, me lle-
varon a explorar otros aspectos que me alejaban de la historia política.
Las condiciones de trabajo y la experiencia obrera siempre estuvieron
en el centro de mi preocupación, pero también decidí mirar a las pa-
tronales y las derechas. Así, abordé las políticas patronales de contra-
tación de mujeres y niños, e iniciativas como las escuelas para obreras
de la Liga Patriótica Argentina (Godio, 1972; Rock, 1977; Bilsky,
1984; Rock, 1993; Ospital, 1994; Caterina, 1995; Lvovich, 2003;
McGee Deutsch, 2003; Rapalo, 2012). Pero encontré, además, que la
experiencia de estas obreras se adaptaba poco no solo a los designios
de las patronales y las derechas, sino también a los relatos masculinos
del mundo del trabajo centrados en espacios de socialización de varo-
nes como el sindicato o el partido político. Las entrevistas orales me
permitieron pensar, por ejemplo, en los vínculos y lazos de amistad
entre estas mujeres muy jóvenes, que entraron a las fábricas como
menores desde los años 1920. Explorar la protesta me posibilitó in-
dagar en las interacciones entre menores y adultos, entre mujeres y
varones: sus momentos de unidad, pero también sus particularidades
y diferencias. Y la sindicalización fue el sitio predilecto para observar
el papel de las izquierdas, las masculinidades de los trabajadores, su
relación con la infancia y las mujeres, y el progresivo –pero subordi-
nado– ingreso de estas en las estructuras sindicales.8
De este modo, tanteando y siguiendo distintos caminos, explo-
ré un corpus documental diverso, para abordar lo que constituyó el
objetivo central de mi investigación: desentrañar las desigualdades de
edad y género en el mercado laboral, y la forma en la que estas mol-
dearon y estructuraron el mundo del trabajo, las experiencias labo-

8 Algunos trabajos comenzaron a explorar las masculinidades de los trabaja-


dores y sus sociabilidades (Gayol, 2000; Archetti, 2003; Palermo, 2007, 2009,
2013; Lida, 2010; Gutiérrez, 2013; Andújar, 2014; D’ Uva y Palermo, 2015;
Scheinkman, 2015a).

30
Introducción

rales y recorridos vitales de las y los trabajadores. En este recorrido,


procuré reconstruir la agencia histórica de los sujetos involucrados y
sus múltiples condicionamientos. En el análisis se articulan, por lo
tanto, diversas categorías explicativas y relacionales –la edad y el géne-
ro, centralmente–, que modelaron la experiencia y la acción laboral,
sindical y vital de los trabajadores.

Experiencias laborales, género e interseccionalidad:


apuntes metodológicos

Al comenzar esta investigación me propuse narrar la historia de las


trabajadoras y trabajadores del dulce desde la historia social y cultu-
ral, incorporando al género como categoría analítica. Esto implicó
indagar en el pasado de la historia obrera con nuevas preguntas. Una
historia que incluyera a las mujeres e inquiriera en las relaciones de
género, a partir de los aportes de historiadoras y teóricas feministas,
supuso desafíos metodológicos y conceptuales, y trasformaciones en
el abordaje documental.
En ese camino, partí de las reflexiones del historiador inglés Edward
P. Thompson sobre el concepto de experiencia (Thompson, 1989b:
14). Más allá de los extensos debates que ha suscitado, la riqueza del
concepto radica en su capacidad para presentar los acontecimientos
desde la perspectiva de aquellos que los vivieron, reconstruyendo sus
respuestas mentales y emocionales (Sewell, 1994: 95-100; Thompson,
1981: 7). Distanciándose de algunas versiones rígidamente determi-
nistas del marxismo, Thompson reintrodujo a los sujetos en la his-
toria, defendiendo la importancia de la acción y la agencia humana,
no libre sino condicionada, pero con márgenes para la creatividad y
la invención. Esto permite recuperar las formas de vida, sentimientos
y nociones de los actores, rescatando sus subjetividades y su papel cru-
cial en la formación de identidades. La identidad –de clase, pero no
solamente– aparece entonces como un concepto central para pensar
la agencia, la movilización y la acción política (Hall, 2003: 14; sobre
la identidad y los debates que ha suscitado: Hobsbawm, 2000; Butler,
2000, 2001; Sabsay, 2011; Eley, 2008; Eley y Nield, 1980, 2010). Ade-
más, esta concepción identitaria de la clase abrió el camino para pensar

31
La fábrica de chocolate

de forma compleja en los procesos de formación de identidades, aten-


diendo a los señalamientos y cuestionamientos de las teóricas feminis-
tas que tejieron puentes entre los estudios de género y la historia social.
Una de las críticas más agudas a Thompson y a los historiadores
del mundo del trabajo fue Joan W. Scott, quien insistió en que “con su
negativa a tomar el género en serio, los historiadores de la clase obre-
ra no harán más que reproducir desigualdades a las que sus propios
principios les obligan a poner fin” (Scott, 1989: 96). Además, a esta
autora debemos una de las formulaciones más extendidas del género
en la historiografía. En 1986, Scott se preguntó sobre la utilidad del
género como categoría para el análisis histórico, definiéndolo como un
elemento constitutivo de las relaciones sociales, y como una forma pri-
maria de las relaciones de poder, en tanto implica un acceso desigual y
jerarquizado a bienes culturales, simbólicos y materiales (Scott, 1999
[1986]). Profundizando su incorporación de las teorías del lenguaje y
el posestructuralismo, en un camino que la alejaría de la historia so-
cial, Scott insistió en el carácter construido y sexuado de la experiencia
(Scott, 2001). Mary Nash, recuperando esta noción, remarcó la im-
portancia de las políticas de identidad para pensar en la configuración
de las opciones de vida de las mujeres, la definición de sus trabajos y
sus espacios de actuación en el movimiento obrero (Nash, 1999: 49).
Indagar en los roles femeninos y las relaciones de género en las organi-
zaciones socio-políticas y la cultura obrera permite cuestionar la tradi-
cional definición marxista del mundo obrero en términos masculinos,
sostenida sobre la exclusión de las mujeres de las labores productivas,
del sindicalismo y, en general, de la cultura laboral.
Por ello la historia de las mujeres ha apuntado contra la invisibi-
lidad, señalando que la equiparación de la trayectoria específica de
los hombres con la experiencia universal de la humanidad significó
la exclusión de las mujeres del relato histórico (Nash, 1999: 49). En
esa línea, distintas autoras apuntaron a las diversas y desiguales ex-
periencias de varones y mujeres, incluso dentro de una misma clase,
y enfatizaron el rol determinante del género y su papel nodal en el
modo de producción (Butler, 2000).9 Integrar la “subjetividad crea-

9 Marxistas feministas como Iris Young y Heidi Hartmann recuperaron el


análisis político de izquierda para revisar cruces posibles entre capitalismo y pa-

32
Introducción

dora” de las mujeres y reconocerlas como sujetos históricos capaces de


transformación social ha posibilitado cuestionar y transformar estos
esquemas interpretativos. Nos permite además trascender una histo-
riografía victimizante, pero como advierte Arlette Farge, reconocer
que las mujeres tienen algún “poder” y capacidad de acción no debe
hacernos olvidar que la relación entre los sexos está atravesada por la
violencia y la desigualdad (Farge, 1991: 83).
En la misma línea, los trabajos de autores como Mary Jo Maynes
o Steven Mintz nos obligan a reconceptualizar nociones de experien-
cia y agencia infantil, que aparecen como análogas al reconocimiento
del papel femenino en la historia: la agencia de mujeres –y niñas, y
niños– está encubierta por la cotidianeidad de sus actividades, y por
las concepciones dominantes del cambio histórico como resultado
de la acción pública de individuos poderosos. Mary Jo Maynes pro-
pone poner el foco en la agencia de niñas y niños, y nos empuja a
reconsiderar la capacidad de acción incluso de personas relativamente
desprovistas de poder que, más frecuentemente, han sido objeto de
la acción del mundo adulto (Maynes, 2008: 116). La edad y la genera-
ción son categorías de análisis que, desde los estudios de la infancia y
las familias, comenzaron a visibilizar trayectos y experiencias sociales,
laborales y de ocio diferenciadas. Aun así, hablar de infancia implica
pensarla en sus relaciones con el mundo adulto, como construcción
histórica atravesada por el poder y por relaciones asimétricas de ver-
ticalidad y subordinación frente a los adultos (Mintz, 2008: 91-94).
Este trabajo estudia un colectivo obrero en el que el género fue
una clave tanto de identificación como de diferenciación central. Por
ello recibe una atención diferencial a lo largo de esta historia, que se
propone dar cuenta de algunas tensiones en la construcción de iden-
tidades laborales y militantes en clave de géneros, en el marco de esta
experiencia laboral y de sindicalización particular. Sin embargo, he
procurado mantener una mirada y una escucha atenta ante otros cli-
vajes, tales como la edad y la raza o nacionalidad10. El desafío reside

triarcado (Haraway, 1995).


10 Los estudios del racismo señalan que la raza puede ser una forma en que se
experimenta la clase, ya que la formación social está “racializada” (Hall, Gilroy

33
La fábrica de chocolate

precisamente en encontrar el punto en el que el género como catego-


ría no se diluya en el juego con las otras categorías y pierda su potencia
analítica y política, pero que al mismo tiempo no se transforme en un
elemento oclusivo de otras diferencias. Esto supuso un reto, enten-
diendo a la teoría como una “caja de herramientas”, un instrumento
para escrutar relaciones de poder históricamente situadas, y las luchas
en torno a ellas (Foucault, 2001: 85).

Fuentes, documentos e indicios

Carlo Ginzburg, en El queso y los gusanos, su conocido estudio sobre


el molinero Menocchio, señalaba que “la escasez de testimonios sobre
los comportamientos y actitudes de las clases subalternas del pasado
es fundamentalmente el primer obstáculo […] con que tropiezan las
investigaciones históricas” (Ginzburg, 2008: 9). Esto se hace más acu-
ciante aún cuando indagamos en la historia de los trabajadores tra-
tando de reconstruir el papel del género, las mujeres y otros grupos
subalternizados en el relato histórico. Como ha señalado Joan Scott,
los historiadores que buscan en el pasado testimonios sobre las mu-
jeres se han topado una y otra vez con el fenómeno de la invisibili-
dad. Aunque las mujeres no fueron inactivas ni estuvieron ausentes
en los acontecimientos históricos, fueron sistemáticamente omitidas:
“la historia del desarrollo de la sociedad humana ha sido narrada casi
siempre por hombres, y la identificación de los hombres con la “hu-
manidad” ha dado por resultado, casi siempre, la desaparición de las
mujeres de los registros del pasado” (Scott, 1992: 38-39).
Esta invisibilidad, fomentada incluso por el propio idioma espa-
ñol (la gramática que subsume a las ellas en los ellos), no es tanto un
problema de escasez de fuentes documentales, sino de que la infor-
mación relativa a las mujeres fue considerada irrelevante y excluida
de los relatos históricos (Perrot, 2008: 25). Por ello, al volver sobre
documentos tradicionales con preguntas renovadas, encontramos la

y Grossberg, 2000; Alexander, 2009; Solomos, 2014). El concepto “interseccio-


nalidad” permite pensar la articulación sexo/raza/ clase (Crenshaw, 1991; Davis,
1983; Stolcke, 2000; Brah y Phoenix, 2004).

34
Introducción

presencia femenina desperdigada en una amalgama de repositorios


distintos. Tal vez el principal problema sea la absoluta dispersión de
estos rastros, vinculada a las múltiples preguntas desde las cuales qui-
se indagar en la historia obrera.
Los documentos oficiales producidos por dependencias estata-
les –tales como censos, informes e inspecciones– son una puerta de
entrada para reconstruir la industria, las condiciones laborales, las
estadísticas salariales, la composición por edad y género de la fuerza
de trabajo, la nacionalidad, etc. Usualmente acompañados por la im-
presión y el análisis de los censistas e inspectores, estos documentos
se vinculan con el interés más general de un Estado en crecimiento,
preocupado por medir y gobernar a su población y producir informa-
ción estadística relativa a la cuestión social y obrera.
Las publicaciones de empresas y empresarios tenían como objeti-
vo presentar el progreso y el elogio del avance y desarrollo industrial
de quienes los produjeron, y las visitas, crónicas y catálogos deben ser
leídos en esta clave entre informativa, publicitaria y apologética. Los
documentos internos de las fábricas de dulces –libros de salarios, libros
de cuentas, actas del directorio, etc.– han permanecido casi inaccesi-
bles. Una copia de un libro de salarios de la fábrica Bagley para los años
1882-1892 se encuentra en el Instituto Torcuato Di Tella y Fernando
Rocchi me facilitó sus notas de las Actas del directorio. Los balances de
esta fábrica fueron publicados, desde 1907, cuando empezó a cotizar
en bolsa, en el Boletín de la Bolsa de Comercio. Para las fábricas restan-
tes, hay relatos y memorias patronales, como La gesta callada, escrito
heroico publicado por la fábrica Noel en 1947 con motivo de su 100
aniversario. Sobre estos documentos, debe tenerse presente su sesgo:
glorifican las características personales de los fundadores y directores
de las fábricas, a quienes atribuyen el éxito de las industrias. En cambio,
minimizan y borran del relato el aporte de los trabajadores. Además,
suelen apelar a imágenes y construcciones de armonía social o metáfo-
ras familiares y paternalistas y, por el contrario, soslayan el conflicto y
la protesta obrera. Esta solo aparece en los relatos en momentos de ex-
cepcional conflictividad, como en 1904 y 1918-1919. Las memorias de
las cámaras patronales –como la Asociación Fabricantes de Dulces, Con-
servas y Afines, que aglutinó a los fabricantes desde los años 1930– y de
las organizaciones de derechas –tales como la Liga Patriótica Argentina

35
La fábrica de chocolate

(LPA) y la Asociación del Trabajo (AT)– nos permiten también recons-


truir aspectos del accionar empresario, tanto en relación con los trabaja-
dores como con el Estado y entre sí.
Posiblemente la misma invisibilidad femenina haya llevado a un
gremio como el del dulce a ser ignorado por los relatos históricos del
mundo del trabajo. La historiografía sindical sobre las fábricas de
dulces es virtualmente inexistente, y hay varias razones que permiten
explicar esta ausencia. La primera, y tal vez más evidente, refiere a la
debilidad intrínseca del gremio del dulce, y su escasa gravitación en
las centrales sindicales. Sin embargo, esto debe ser matizado al menos
en parte, puesto que otras organizaciones pequeñas han sido objeto
de investigaciones particulares y pormenorizadas. Por otro lado, la ali-
mentación no era una industria irrelevante: hacia 1945-1946, alimen-
tación y bebidas era la rama que más trabajadores empleaba en el país
(189.084), y la de mayor porcentaje de afiliación (51%), con 97.426
trabajadores agremiados, siendo así la principal rama industrial (Del
Campo, 2005: 100-101). La industria del dulce fue parte de la ali-
mentación, y ya durante el peronismo fue un obrero del dulce, José
Espejo de Bagley y del Sindicato Obrero de Industrias de la Alimen-
tación, quien dirigió la CGT entre 1947-1952, años cruciales para el
movimiento gremial. Además, los trabajadores del dulce protagoni-
zaron algunos conflictos de importancia en grandes fábricas recono-
cidas nacionalmente. La falta de investigaciones en el rubro tampoco
responde a un vacío documental. En bibliotecas y repositorios locales
se encuentran la colección casi completa del periódico Unión Confite-
ros (1914-1920) y veinticinco ejemplares de su continuador, El obrero
en dulce (1920-1929), que no han sido estudiados ni abordados. En
los años 1920 y 1930 disponemos de algunas hojas de fábrica impul-
sadas por militantes del Partido Comunista, y dos años de la revista
Unión Pasteleros, Confiteros y Anexos, del homónimo gremio autó-
nomo (1941-1942). Posiblemente esta laguna en las investigaciones
corresponda a un sesgo previo, que es posible advertir en las propias
“historias militantes”. Estas omiten referencias al gremio del dulce,
que ha sido considerado irrelevante, tal vez por su alta proporción de
menores y mujeres. La historiografía posterior ha replicado esta va-
cancia, concentrándose en gremios de mayor gravitación. Este sesgo
ha afectado a otras ocupaciones feminizadas, como la confección, la

36
Introducción

rama textil o el comercio. Solo recientemente ha comenzado a rever-


tirse, con el trabajo de aquellas que, desde los estudios de género, han
buscado reconstruir los trazos del empleo femenino (Lobato, 1993,
2007; Pascucci, 2007; Barrancos, 2008; Izquierdo, 2008; Norando,
2013; Queirolo, 2014).
Los periódicos sindicales y documentos obreros fueron elabora-
dos por militantes, y suelen contar las historias más o menos heroi-
cas y reivindicativas de sus propias corrientes e intervenciones. Aun
cuando en ocasiones pretenden hablar por el conjunto de los trabaja-
dores, y a ellos se dirigen, suelen cobijar las voces, ansiedades, deseos o
aspiraciones de una parte: los militantes “conscientes” y activos en el
gremio (Hobsbawm, 1987: 21; sobre historias militantes: Gutiérrez y
Romero, 1991; Gutiérrez y Lobato, 1992). En ellos encontramos de a
momentos un sesgo opuesto al de los documentos patronales: el con-
flicto y el carácter irreconciliable del enfrentamiento entre patrones
y obreros aparece magnificado. Pero a diferencia de los escritos pa-
tronales, estas fuentes fueron elaboradas por los propios trabajadores
de la industria. Por ello, al escrutarlos con cuidado y a “contrapelo”,
estos documentos permiten explorar las concepciones de masculini-
dad y feminidad, familia, moral, etc. imperantes en quienes los ela-
boraron, y reconstruir la participación femenina y de menores en el
mundo laboral y sindical.
La prensa de circulación comercial masiva –La Nación, La Prensa,
Tribuna– fue utilizada para contrastar y complementar la información
obrera, particularmente en lo relativo a los conflictos huelguísticos. Sin
embargo, estos periódicos solo cubrían las huelgas de mayor magnitud.
Es en los periódicos obreros –La Vanguardia, La Protesta, Orienta-
ción, La Hora, etc.–, que dieron un seguimiento asiduo a las huelgas y
conflictos obreros, donde pudimos reconstruir con mayor puntillosi-
dad los conflictos en el dulce y el devenir gremial, aunque cabe señalar
que los avatares políticos, clausuras, persecuciones y cierres hacen que
muchas veces las colecciones consultadas estuvieran incompletas.
Las entrevistas orales nos han permitido acercarnos a aspectos des-
conocidos de la experiencia cotidiana y las impresiones subjetivas de
quienes trabajaron en las fábricas. Estas “revelan las emociones de los
narradores, su participación en la historia y el modo en que la historia
los afectó” (Portelli, 1991: 40). Ellas están mediadas por el tiempo,

37
La fábrica de chocolate

el recuerdo, las vivencias posteriores y la reelaboración activa de la


memoria, un proceso de creación de significados que da sentido al
pasado (Samuel, 1984; Portelli, 1991; Schwarzstein, 1991; Barela y
Míguez, 1992; Marinas y Santamarina, 1993; Thompson, 2004). Por
una cuestión cronológica y etaria, son pocas las entrevistas que logra-
mos hacer relativas al trabajo en los años 1930 y 1940, pero decidimos
entrevistar asimismo a obreros y obreras empleados en los años 1950
y periodos posteriores. Esto permitió evaluar continuidades y cam-
bios, y adentrarnos en el mundo laboral y en aspectos de la dinámica
y la cotidianeidad del trabajo fabril y los vínculos allí entablados, que
hubieran sido inaccesibles de otro modo. En el cruce con otros docu-
mentos, enriquecen el relato y el enfoque.
Por otro lado, las mismas intencionalidades teóricas de esta em-
presa nos llevaron a recurrir también a una multiplicidad de docu-
mentos diversos y dispares, más o menos tradicionales. Sin saber de
antemano si una pista podía llevar a un documento o fondo que
contuviera información útil, fue necesario proceder “mediante tan-
teos, confiarse en la buena suerte o en el instinto” (Bloch, 1988: 30
[1924]). Objetos materiales como latas o envases, álbumes de figuri-
tas, catálogos de productos, fotografías, memorias, entrevistas, pro-
gramas educativos, publicidades, son algunos de los elementos que
fueron parte de la reflexión, dan indicios de un mundo laboral más
amplio y complejo que aquel más tradicionalmente centrado en la
historia huelguística y sindical masculina. Su riqueza emerge en el
contraste, el debate y el ensamble.
Estas fuentes documentales están desperdigadas en una variedad
de archivos y repositorios. La Biblioteca Nacional y su Hemeroteca
me han cobijado largas horas. También he consultado folletos, libros
y periódicos en la Biblioteca y Hemeroteca del Congreso de la Na-
ción, la biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas y la Facultad
de Filosofía y Letras, las bibliotecas Tornquist y Prebisch del Banco
Central y la Biblioteca Bialet Massé del Ministerio de Trabajo, entre
otras. El Instituto Ravignani posee colecciones como las de la AT, así
como el Archivo General de la Nación, en particular su sección de
documentos fotográficos, y el Archivo Puccia, que reúne el material
recolectado por el “historiador de Barracas”. Una mención especial
merecen la Biblioteca Obrera Juan B. Justo, del Partido Socialista, la

38
Introducción

biblioteca anarquista José Ingenieros, y el CeDInCI, repositorios que


resguardan publicaciones de izquierda. En los mercados de pulgas y
antigüedades como el de San Telmo encontré álbumes de figuritas,
publicaciones de empresas (como los libros de la colección infantil
de Águila o la revista Colibrí) y antiguas latas de galletitas que fueron
parte de mi reflexión. En el extremo opuesto, repositorios digitales
me han permitido y facilitado el acceso e incluso la búsqueda en pu-
blicaciones tales como Caras y Caretas (Hemeroteca de la Biblioteca
Nacional de España) o Vida femenina (The Ohio State University).

Para abordar el proceso histórico que ponemos en primer plano en


este libro, partimos del estudio de la industria y las transformaciones
en el trabajo y la composición de la fuerza laboral. A lo largo de esta
investigación comprobamos que, acompañando el desarrollo de la in-
dustria y el proceso de trabajo, las patronales del dulce adoptaron una
política específica de contratación de mano de obra: para las tareas
cualificadas vinculadas a la producción de alimentos contrataron va-
rones adultos, confiteros de oficio, mientras que para aquellas tareas
mano de obra intensivas definidas como “complementarias” privile-
giaron la mano de obra más barata del mercado, a fin de reducir sus
costos laborales. A comienzos de siglo, el trabajo infantil fue extendi-
do en esta industria, pero a partir de la primera posguerra, tanto los
cambios en las concepciones de infancia como los avances en la tecni-
ficación y automatización de las tareas resultaron en el reemplazo de
los niños por mujeres –tanto adultas como menores–, y la expansión
de su empleo hacia tareas anteriormente “masculinas” en las líneas
de montaje. Ligadas al proceso de trabajo y las políticas patronales de
contratación de mano de obra, analizamos las estrategias que los em-
presarios desarrollaron para controlar la mano de obra y construir la
disciplina laboral al interior de las fábricas. Desde la década de 1920,
estas apuntaron hacia las mujeres obreras, consideradas más “dóciles”
y “permeables” al discurso patronal.
Asimismo, es propósito central de esta investigación dar cuen-
ta de la forma en que esta fuerza laboral, atravesada por profundas
diferencias de género, edad y cualificación, procesó sus experiencias
laborales. Estas se sustentaron en condiciones concretas de trabajo al
interior de las fábricas –el proceso laboral, la disciplina fabril, el tipo

39
La fábrica de chocolate

de tareas desarrolladas, nociones de cualificación y des-cualificación,


los salarios, higiene y salubridad–, signadas por una profunda discri-
minación salarial para menores y mujeres. Las distintas condiciones
laborales de obreras y obreros, adultos y menores, se vinculan con las
diferentes formas en que vivenciaron su trabajo en las fábricas. En ese
sentido, planteamos que la desigual experiencia de varones adultos,
niños y mujeres adultas y menores conllevó a su constitución como
colectivos diferenciados al interior de las fábricas, y se plasmó a su
vez en sus formas distintas de participar en las acciones de protesta.
En estas circunstancias, en ocasiones se movilizaron conjuntamente,
pero también de forma separada, con demandas comunes y también
divergentes. La protesta fue un terreno privilegiado de extensa parti-
cipación masculina, infantil y femenina, pero no siempre confluye-
ron en ella estos colectivos.
La sindicalización durante el periodo bajo estudio fue impulsa-
da por militantes de izquierda, varones, adultos, cualificados, que
difundieron un poderoso discurso de unidad de clase –sustentado
en el antagonismo capital-trabajo–, reforzado por una extensa red
de sociabilidad barrial, sindical y de amistades fabriles. Sus acciones
consolidaron una fuerte identidad obrera. Sin embargo, este discur-
so de unidad de clase fue contrastado por profundas líneas divisorias
de cualificación, edad y género, plasmadas a su vez en las diferentes
tareas, condiciones y concepciones del trabajo que realizaban en las
fábricas; y fragmentado por las diferencias ideológico-políticas de los
dirigentes y militantes gremiales. En las primeras décadas del siglo XX
el gremio fue un espacio de sociabilidad masculina. En la década de
1920 esa noción de masculinidad condicionó, al menos en parte, la
propia viabilidad del accionar sindical, en un periodo en que crecía
la cantidad de mujeres que se desempeñaban en la industria del dul-
ce. Su presencia cada vez más extendida, y sus demandas específicas,
llevaron al gremio, en los años 1930, a considerar la sindicalización
femenina como una cuestión clave: las mujeres ganaron así, por vez
primera, espacios de importancia en la estructura gremial.
Las coordenadas espaciales y temporales de este libro son la ciudad
de Buenos Aires –donde se instaló la mayor concentración de fábricas
de dulces del país–, desde los inicios de la industrialización a finales
del siglo XIX, hasta comienzos de los años 1940, cuando un conjunto

40
Introducción

de cambios económicos, sociales y políticos coadyuvaron a transfor-


mar el escenario en el que se desarrollaba la experiencia obrera. La
coyuntura de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX vio nacer
no solo las fábricas de dulces, sino las primeras huelgas y organizacio-
nes gremiales en las ellas, surgidas en los procesos de lucha en estrecha
vinculación con la izquierda, y constituye por ello el punto de inicio
de la investigación. En la década de 1940 se sucedieron una serie de
transformaciones que se intensificaron con el golpe de 1943 y el fin
de la segunda guerra mundial: una profundización de la orientación
industrial, un avance en el papel del Estado en la vida económica, so-
cial, y particularmente en el movimiento obrero, la irrupción de una
nueva corriente político-gremial –el peronismo– que puso fin a la égi-
da de izquierdas en el sindicato. La pesquisa se cierra en las vísperas
de estos cambios, focalizando en el medio siglo en el que se estructu-
raron estrechas relaciones entre trabajadores, movimiento obrero e
izquierdas en el gremio del dulce.
Este libro se organiza en cinco capítulos. En función de sus ob-
jetivos, adopta una disposición temática, abordando la industria, las
fábricas, las experiencias laborales, la protesta, y la sindicalización.
Los Capítulos 1 y 2 se concentran en el desarrollo industrial, la or-
ganización del trabajo y la acción patronal sobre los trabajadores. El
Capítulo 1 focaliza en la expansión sostenida de la industria del dul-
ce y la organización del proceso de trabajo. El Capítulo 2 atiende a
las políticas patronales de contratación de mano de obra femenina
e infantil, y las medidas orientadas a la construcción de la disciplina
fabril, dirigidas progresivamente a las mujeres obreras. El Capítulo 3
explora las condiciones de trabajo en las fábricas, haciendo énfasis en
la profunda discriminación salarial de la que fueron objeto los meno-
res y mujeres, para luego indagar las distintas formas en las que cada
uno de ellos experimentaron y vivenciaron su trabajo. Los Capítulos
4 y 5 abordan la dimensión de la acción colectiva de las trabajadoras
y los trabajadores del dulce. El Capítulo 4 indaga en los conflictos y
acciones huelguísticas, en tanto fueron momentos de participación
masiva del conjunto de los asalariados de las fábricas, y permiten di-
mensionar las particularidades de su acción, en los enfrentamientos
con las patronales. El Capítulo 5, por último, privilegia el análisis de
la construcción de estructuras sindicales estables en la rama, en las

41
La fábrica de chocolate

que tuvieron un papel preponderante los militantes socialistas, anar-


quistas y comunistas; focalizamos allí no solo en los avatares de la
estructuración sindical, sino en la construcción de identidades mili-
tantes y sociabilidades gremiales.

42
TRABAJAR EN LAS FÁBRICAS
Condiciones y experiencias laborales

Foto 3.0 A la salida de la fábrica, las obreras de Águila posan para Mujeres
Argentinas. “Más baños y más agua reclaman en Águila”, Mujeres Argentinas,
15/3/1947, 5.

Alicia entró a la fábrica de galletitas como operaria con 14 años, en


1942. Aunque le habían ofrecido un puesto “mayor” como ascenso-
rista en Alpargatas, no lo aceptó porque a su amiga del barrio no la to-
maban sin la escolarización obligatoria. En Terrabusi, en cambio, esto
no era una exigencia. Allí ingresaron juntas y trabajaron realizando
distintas tareas hasta 1946, cuando cumplieron los 18 años y consi-

125
La fábrica de chocolate

guieron, ya como mayores, trabajos mejor pagos en otras fábricas.1 La


historia de estas amigas de barrio se asemeja a la de otras jóvenes que,
desde la década de 1920, entraron al mercado laboral como opera-
rias en fábricas de dulces, donde trabajaron sus años de menores. Para
aquellos y aquellas que transitaron la cotidianeidad de las fábricas, en
ocasiones durante muchos años, estas no fueron solo un espacio de
trabajo. Tanto en la realización de sus tareas, como en los vestuarios,
los ratos de descanso, o en su tiempo libre, trabajadores y trabajadoras
entablaron vínculos sociales y afectivos, e incluso amistades y roman-
ces, haciendo un uso propio del espacio productivo.
¿Cómo eran las condiciones de trabajo en las fábricas de dulces?
¿Fue la experiencia laboral distinta para las mujeres, menores y varo-
nes adultos? ¿Qué tipo de vínculos afectivos y sociales entablaron?
¿Qué influencia tuvieron en las experiencias y trayectorias labora-
les? Indago en las condiciones laborales para luego sumergirme en
las particularidades de la experiencia de trabajo. Las fábricas fueron
espacios sociales sexuados que, si bien estuvieron signados por la des-
igualdad laboral, salarial y sexual, adquirieron también otros signifi-
cados al ser producidos y reproducidos por aquellos y aquellas que
los habitaron (Lefebvre, 1974; Conlon, 2004). Por ello, es posible
que los promedios estadísticos y las experiencias humanas sigan dis-
tintos caminos. Al abordar las diferentes dimensiones de la experien-
cia laboral, los análisis se han centrado predominantemente en las
formas del trabajo, la protesta y la acción sindical y política, dejando
afuera otros aspectos del mundo del trabajo que fueron, sin embar-
go, centrales en la experiencia vital de los sujetos. En particular, las
vivencias de las mujeres y menores encajan poco o solo tangencial-
mente con una visión de las fábricas como sitios de enfrentamiento
radical entre trabajadores y gerencias. Por el contrario, siguieron un
camino más sinuoso y contradictorio, que apuntó a las relaciones
horizontales entre trabajadoras, y entre ellas y los trabajadores. Rela-
ciones de solidaridad y amistad, pero también de conflicto, tensión
o romance. Por ello exploro también las sociabilidades, formas del
ocio, empleo del tiempo libre, y los lazos afectivos entablados. De

1 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.

126
Trabajar en las fábricas

esto emergen experiencias laborales diferenciadas para varones adul-


tos, menores y mujeres en estas fábricas.

Condiciones de trabajo: salarios, horarios, higiene y seguridad

A principios del siglo XX las condiciones laborales en las fábricas de


dulces estaban marcadas por los bajos salarios, la profunda discrimi-
nación salarial y las extensas jornadas de trabajo, y quedaron plas-
madas en informes oficiales, estadísticas e investigaciones realizadas
por particulares. Además, los reclamos por las condiciones laborales
fueron parte de las demandas del movimiento obrero durante la pri-
mera mitad del siglo XX, y la acción obrera logró transformarlas en
algunos aspectos.
Como en otras industrias, la reducción de la jornada laboral fue
una de las demandas más sentidas de los trabajadores a comienzos del
siglo XX. El DNT consignó, según información provista por las pa-
tronales, una jornada de nueve horas vigente desde 1904 para todos
los trabajadores del dulce, sin distinción de edad. A partir de 1907,
cuando la Ley 5291 limitó el trabajo de los menores de 16 años a ocho
horas por día y 48 semanales, los números oficiales para el trabajo de
menores fueron los de la ley. En 1913 el DNT indicaba que en algu-
nas fábricas la jornada se había reducido a ocho o nueve horas para
adultos, y el horario de los menores era de ocho horas.2
Sin embargo, los datos del DNT eran en buena medida normati-
vos: era frecuente que los patrones ocultaran información a los ins-
pectores para evitar infracciones. Por eso al contrastar los números
del DNT con otros informes, como el de Juan Alsina o los de Caro-
lina Muzilli, socialista e informadora independiente comprometida
con las mujeres y los niños obreros, emerge que la jornada laboral fue
más extensa que la registrada por la dependencia estatal. De acuerdo
a la información recolectada por Alsina en El obrero en la República
Argentina, investigación realizada para el Ministerio de Agricultura
de la Nación, en 1903 el horario vigente en las fábricas de dulces os-

2 “Variaciones del salario en la ciudad de Buenos Aires (1904 a 1909)”, Boletín del
DNT, 31/3/1909, 24; “Industria del dulce”, Crónica Mensual del DNT, 2/1918, 29.

127
La fábrica de chocolate

cilaba entre las 10 y 11 horas, aunque en algunos casos niños y niñas


trabajaban menos (Alsina, 1905: 49-74, 354-368; sobre Alsina: Fal-
cón, 1989b; Zimmermann, 1995: 71). En 1913 el DNT afirmaba que
la jornada de trabajo adulto en las fábricas de caramelos era de ocho a
nueve horas, pero ese mismo año Muzilli encontró que las empaque-
tadoras trabajaban diez a once horas (Muzilli, 1919: 8; sobre Muzilli:
Armagno Cosentino, 1984).
Si complementamos esta información con las denuncias y recla-
mos obreros, podemos concluir que la jornada de trabajo osciló entre
las nueve y las once horas. Una primera reducción del horario fue con-
quistada durante las huelgas de las primeras décadas del siglo. En Saint
trabajaban nueve o más horas, hasta que en 1904 una huelga victoriosa
obtuvo las ocho horas. El reclamo por las ocho horas fue constante, y
otras fábricas obtuvieron esta reivindicación recién en 1919 y 1920.
Además, en algunas fábricas conquistaron el sábado inglés.3
Por otro lado, aunque desde 1907 los menores debían trabajar
hasta ocho horas, las infracciones y los ocultamientos ante los inspec-
tores fueron materia regular. Ya en 1904 los socialistas cuestionaron
la labor de los enviados municipales que debían controlar la higiene
fabril, preguntando desde las páginas de LV: “¿Inspeccionan las fabri-
cas los inspectores municipales? Interrogados al respecto los obreros
de distintos gremios, nos respondieron que jamás los habían visto.”4
La creación del DNT en 1907 parecía no haber cambiado mucho la
situación, pese a que una de sus funciones era controlar y consignar
las infracciones a la Ley 5219 (Auza, 1987; Soprano, 2000, 2010; Lo-
bato, 2006; Suriano, 2013). Por ello, delegados y periódicos obreros
–particularmente socialistas– hicieron también sus propias inspec-
ciones y denuncias, tanto a las infracciones cometidas por las fábricas,
como a la inutilidad del DNT para corregirlas. En 1909 el inspector
socialista Enrique Barca se presentó en la comisarla 16. denunciando

3 En Bassi y Noel la jornada superaba nueve horas; en 1919 se consiguió reducirla


a ocho. En Bagley los obreros trabajaban más de diez horas, y la jornada se redujo
después de 1919. LV 1904, 1906, 1907, 1910, 1919; LP 1904, 1906, 1907, 1919;
UC 1918-1920 y “Triunfo en la fábrica de Colombo”, EOD, 9/1920, 4; “En la casa
Colombo”, EOD, 6/1921, 1.
4 “La inspección general. La higiene en las fábricas”, LV, 23/1/1904, 4.

128
Trabajar en las fábricas

que en la fábrica de chocolates La Perfección se violaba el horario de


trabajo de mujeres y niños. Después de presentada la denuncia, advir-
tió que la fábrica seguía en las mismas condiciones, por lo que volvió
a la comisaría para ver si se había constatado la denuncia. Esta había
sido comprobada, se labró el acta correspondiente, se adjuntó la de-
claración de cuatro menores, y el expediente fue elevado a la jefatura
de policía, puesto que el comisario “no tenía poder” para proceder
ejecutivamente contra el industrial infractor. “Hace cinco días que el
coronel Falcón tiene en su poder la nota-denuncia, sin que hasta la fe-
cha se haya dispuesto providencia alguna al respecto. Mientras tanto,
la fábrica de chocolates impone un horario de 11 horas a las criaturas
que explota, cuando por exceso de trabajo no prolonga esa jornada
extenuante hasta las 9 o 10 de la noche”.5
En Bagley la situación era similar. En 1907, en el curso de una
huelga, los trabajadores se quejaron amargamente: “a menores de 12
años, es un crimen imponerles una jornada de 10 horas cuando no
alcanzan a 11 y 12 en los momentos de mayor demanda en la pro-
ducción”.6 Por ello, por intermedio de sus capataces, habían solici-
tado “repetidas veces” a los directores de la fábrica la reducción de la
jornada de trabajo de 10 a 9 horas. “La indiferencia y el desprecio fue
la contestación”. Los redactores de LV, “preocupados por conocer
la situación económica de estos trabajadores, entre los cuales abun-
dan menores de 12 años”, conversaron con los huelguistas, quienes se
quejaron de la jornada abrumadora de trabajo: “son diez horas conti-
nuas de una labor exhorbitante para muchos de nosotros; al terminar
el día, nos retiramos de la fábrica abatidos y sumamente cansados,
pensando solamente en dormir para volver al día siguiente a reanudar
el trabajo, y así sucesivamente”.7 En 1910, un informante publicó en
LV otra denuncia al “horario extenuante de trabajo” en esta fábrica.
Afirmaba que el “importante establecimiento” que ocupaba centena-
res de obreros había implantado un régimen de trabajo de diez horas

5 “Por las mujeres y los niños. Actividad del delegado obrero. Infracciones a la ley.
Denuncias e intervención policial”, LV, 18/2/1909, 1.
6 “En la fábrica de galletitas. Continúa la resistencia”, LV, 13/4/1907, 2.
7 “Fábrica de galletitas Bagley. Declaración de huelga”, LV, 9/4/1907, 2.

129
La fábrica de chocolate

en dos turnos, con una hora de almuerzo. Un turno salía a almorzar a


las once y el segundo a las doce, “debiendo antes de paralizar las tareas
esperar a que los que han regresado se hayan cambiado la ropa. De
manera que el segundo turno no dispone de una hora para comer”.
Estos trabajadores eran “continua y tiránicamente explotados” y se les
exigía una producción “mayor a sus fuerzas”. Exceptuando los obre-
ros de las secciones Hesperidina y Tachería, la mayor parte percibía
jornales de $2,30 a $2,75,
salario bastante mezquino para una empresa próspera, que mono-
poliza la venta del artículo y cuyos directores ofrecen miles de pesos
en premios a los niños que digan tal o cual tontera o que acaparen
tantos o cuántos bonos. En cambio, se están tomando menores de
muy corta edad, la ley que reglamenta el trabajo de las mujeres y los
niños es y será violada […]. Los obreros que nos hacen estas denun-
cias agregan que el Departamento de Higiene, que no cumple con su
deber, tendrá oportunidad de tomar algunas medidas si visitaran el
establecimiento sus inspectores.8

Además, la denuncia apuntaba a la policía, considerada cómplice de


las constantes violaciones a la legislación que regulaba el trabajo in-
fantil. Enrique Barca, en nombre del Comité Pro Reglamentación
del Trabajo de las Mujeres y los Niños impulsado por los socialistas,
fue invitado por la gerencia de la Bagley para constatar la situación.
Sin embargo sus observaciones distaron de la denuncia anterior. Para
Barca, “en lo que se refiere al horario de las mujeres y los niños, la fábri-
ca se ajusta a la Ley 5291”. Además, consideraba las condiciones de hi-
giene y seguridad satisfactorias, y la gerencia de la fábrica, que lo había
invitado a recorrerla, se había comprometido a construir una escuela
en Montes de Oca 716, a donde tendrían obligación de concurrir los
menores. Barca finalizaba su misión agradeciendo “la atención del se-
ñor gerente. En el curso de la conversación notamos que dicho señor
no estaba interiorizado de la Ley 5291, por lo que le prometimos en-
viarle un ejemplar. Este ofrecimiento fue agradecido efusivamente.
El gerente elogió la obra altamente humana perseguida por este Co-

8 “En la fábrica de galletitas Bagley. Un horario extenuante de trabajo”, LV,


23/11/1910, 2.

130
Trabajar en las fábricas

mité”.9 Posiblemente en una inspección de este tipo, organizada por


el mismo gerente de la fábrica, cualquier infracción fuera ocultada o
encubierta. Es improbable, además, que el gerente desconociera en
1910 la legislación que regulaba el trabajo femenino e infantil. Uno
de los principales accionistas de la fábrica, el Ing. Alfredo Demarchi,
fue presidente de la UIA entre 1904 y 1907, y vicepresidente en 1903
y 1908-1910, cuando esta institución patronal discutió ampliamente
dicha legislación y presentó incluso oposiciones y contra proyectos.
Además Bagley había elevado en 1908 un expediente al Ministerio del
Interior solicitando una excepción al horario reglamentado por la Ley
5291, que en 1910 decía desconocer.10
En 1924 fue sancionada la Ley 11317 que prohibía el trabajo
de menores de 14 años en la industria, regulaba el trabajo entre los
14 y los 18 años y el de las mujeres adultas. Establecía para mujeres
mayores de 18 una jornada máxima de 8 horas diarias o 48 horas
semanales, y para menores de ambos sexos las 6 horas diarias o 36
semanales. En 1929, la Ley 11544 de jornada de trabajo unificó el
horario adulto estableciendo la jornada de 8 horas diarias y 48 sema-
nales “para toda persona ocupada por cuenta ajena en explotaciones
públicas o privadas”. Además, las horas suplementarias se abonarían
“con un recargo del 50% por lo menos, si se trabaja en días laborales,
y del 100% si en días feriados”.11
Sin embargo, las violaciones a la legislación persistieron. En
1933, el Sindicato del Dulce denunció el incumplimiento de la ley
en las fábricas y la inacción del DNT, realizando un llamado al or-
ganismo a “contribuir a solucionar en parte la desocupación en esta
rama de industria” haciendo cumplir las normas. Para ello, soste-
nían, bastaría que los inspectores visitasen a las grandes fábricas, y
tomaran acciones pertinentes:

9 Enrique Barca, “Por las mujeres y los niños. Una inspección obrera”, LV,
30/11/1910, 2.
10 Fábrica de Bagley Ltda. “Solicita se deje sin efecto el cambio de horario”. AGN,
Fondo Ministerio del Interior, Legajo 13, 1908.
11 Reglamentación de la Ley 11544 sobre jornada legal del trabajo 16.115/33.
Justo/ Leopoldo Melo. En: http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/ane-
xos/60000-64999/63369/norma.htm

131
La fábrica de chocolate

Los dueños de esta gran industria en nuestro país, no satisfechos con


las continuas rebajas de salario que vienen haciendo, arguyendo la
crisis económica, descaradamente violan además todas las leyes obre-
ras. Para estos señores no existe, en sus casas, el descanso dominical,
la jornada de ocho horas de trabajo, no existe el horario de trabajo de
los menores, no se tiene en cuenta la atención que debe prestársele
a las mujeres, que son muchas las que trabajan en fábricas de esta
industria. Con el fantasma de la crisis económica los que tienen en su
poder la industria del dulce, rebajan los salarios al extremo, […] supe-
ran el salario mínimo, una o dos personas, las demás tienen salario de
hambre. El horario de trabajo, con muy rara excepción es de 12 y 14
horas diarias, los menores, no ganan ni para la ropa que se les exige,
pues los salarios oscilan entre 15 a 45 pesos mensuales, y en iguales
condiciones se encuentran las niñas y mujeres.12

En 1934 el gremio continuó con esta campaña, solicitando que “los


compañeros y compañeras”, “socios o no socios”, denunciaran en la
sociedad gremial todas las irregularidades referentes a las leyes de tra-
bajo, como el incumplimiento de las ocho horas, el salario mínimo,
el descanso dominical, y “con particularidad el horario de trabajo y el
salario de la mujer y el niño en las fábricas, a fin de documentar estas
trasgresiones y denunciarlas en el Departamento nacional del traba-
jo”.13 Las violaciones a la legislación laboral, intensificadas en tiempos
de crisis, no cejaron en años posteriores, y es posible advertirlas por
distintas vías. En 1942 cuando Alicia entró a Terrabusi como menor,
con 14 años, realizaba horario de mayor, y trabajaba ocho horas en
lugar de seis. Esto le permitía a ella y a otras menores que trabajaban a
destajo, obtener un salario mayor. “Nosotros éramos horario de ma-
yores, de seis a dos de la tarde, que no era permitido, pero como era
por cuenta nuestra no decían nada”, recuerda.14

12 “En la Industria del Dulce no se Cumple la Legislación Obrera”, LV,


19/07/1933, 4.
13 “Deben denunciar las infracciones a las leyes del trabajo los Obreros en Dulce.
Así lo reclama la organización”, LV, 12/6/1934, 4.
14 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.

132
Trabajar en las fábricas

Los reclamos por los montos salariales persistentemente bajos


fueron constantes y reiterados. La información cualitativa indica que
eran bajos incluso para los varones, pero la situación se agravaba para
mujeres y menores. En 1907 los obreros de Bagley protestaron por lo
“exiguo” de los jornales. “Indudablemente esta mezquindad es una
de las principales fuentes de riqueza y explotación de la riquísima em-
presa anónima”, afirmaban, puesto que los oficiales ganaban de $1,80
a $2 m/n, los “más prácticos” o especialistas $2,40, y los muchachos
60 a 70 centavos diarios. “Como se ve, los salarios no pueden ser más
exiguos”,15 denunciaban.
Luis de Vedia, en 1913, informaba también que los salarios eran
“bien reducidos”: las mujeres ganaban de $0,50 a $2,50 m/n, y los me-
nores $0,40 a $2,30. “Se advierte que es necesario trabajar empeñosa-
mente y tener mucha práctica para poder obtener un jornal discreto”,
afirmaba, puesto que el trabajo era a destajo. Además, señalaba que
“para los obreros adultos, puede decirse que rigen también jornales
bajos en esta industria. Si el promedio resulta elevado consultando los
máximos y mínimos de los jornales que paga cada fábrica, debe tener-
se en cuenta que los salarios altos solo los ganan un reducido número
de obreros dentro de cada casa, el maquinista si hay máquinas, o los
que tienen alguna especialidad, pudiendo afirmar que para el resto en
general, no exceden de $3,80”.16 Las mujeres y menores ganaban un
35% y un 40% menos que los varones, aun trabajando también ocho
y nueve horas.
En 1918, los obreros de la fábrica Bassi insistieron sobre este pun-
to: “para que la clase obrera del país se dé una idea de la avaricia de
este burgués, señalaremos […] que había obreras que no ganaban más
de $1,20 y $1,40, y menos, a pesar de ser prácticas en el trabajo que
ejecutaban, siendo además hostigados continuamente, tanto los com-
pañeros como las compañeras”.17 Aún en 1933, un grupo de obreras

15 “Las huelgas. Fábrica de galletitas Bagley. Declaración de huelga”, LV,


09/4/1907, 2.
16 L. de Vedia, “Condiciones de trabajo en la ciudad de Buenos Aires, “Fábricas
de dulces, chocolates y bombones””, Boletín del DNT, 31/12/1913, 805-806.
17 “Huelga en la casa D. Bassi”, Unión Confiteros, 1/1918, 3.

133
La fábrica de chocolate

de Terrabusi denunció los bajos salarios femeninos: “Los sueldos son


verdaderamente de hambre, oscilando de 13 a 14 pesos por quince-
na para las menores, y de 18 a 20 pesos para las mayores, habiendo
descuentos injustificados y si la interesada protesta se le amenaza con
despedirla”.18 En plena crisis, LV se hizo eco de estas quejas, denun-
ciando que las “buenas compañeras” recibían “salarios de hambre”, y
reemplazaban, “por conveniencia patronal, a los que por su condición
exigirían más salario”.19 Lo que esto desnudaba era que las patronales
aprovechaban para su propia conveniencia económica una diferencia
salarial que radicaba en la propia “condición femenina” de las traba-
jadoras. Es decir, el hecho de ser mujeres era lo que las hacía acreedo-
ras de salarios menores que los de sus pares masculinos, a quienes su
“condición” de varones intitulaba a percibir jornales mayores. Así, el
origen de esta desigualdad radicaba en la propia consideración de la
“naturaleza” femenina (Nari, 2004; Lobato, 2007; Queirolo, 2014).
El trabajo a destajo era uno de los grandes problemas que aque-
jaban a mujeres y menores, y desde sus inicios el movimiento obrero
luchó por su abolición (Spalding, 1970: 116-144). En las huelgas de
1919-1920 los trabajadores lograron suprimir esta práctica pero solo
entre los varones adultos.20 En 1929 las obreras de la sección “Fruta”
de la fábrica Noel protestaron por esta forma de retribución que las
obligaba a trabajar sin descanso ni respiro para obtener un reducido
jornal, ocasionándoles dolores corporales:

en esta sección la oficia de capataza una señorita Lidia, que parece


tener un especial interés en reducir el sueldo ya miserable que ganan
las obreras para aumentar las ganancias de la casa. […] obliga a las
obreras que descarosan [sic] durazno, a llenar las tarimas hasta que
desborden, de manera que en cada tarima va el contenido de dos.
Pero a las obreras les pagan una sola; eso sí, se la paga muy bien, en

18 “Abusos patronales en la casa Terrabusi. Explótase demasiado al personal feme-


nino”, LV, 8/7/1933, 4.
19 Resaltado mío. “Llamado a los Obreros de la Casa Terrabusi. Del sindicado
Obreros en Dulce”, LV, 11/07/1933, 4.
20 Un pliego firmado en Noel planteaba que “solamente harán trabajo a destajo
las mujeres y los muchachos”. “Movimiento gremial. Confiteros”, LV, 1/3/1919, 4.

134
Trabajar en las fábricas

eso tiene razón la señorita Lidia, “si las obreras no fueran tan haraga-
nas, sino se pasasen el tiempo quejándose de que les duele la espalda,
podrían ganar mucho dinero, cómo que les pagan por cada tarima la
enorme suma de 0,12 c”.21

No obstante, algunas obreras consideraban que el trabajo a destajo


les permitía, merced a su esfuerzo, ganar un poco más. Alicia, obrera
de Terrabusi, percibía el trabajo a destajo como una ventaja e incluso
como una forma “justa” de retribución.

Teníamos que trabajar seis horas, pero como trabajábamos por cuen-
ta nuestra, no nos interesaba trabajar dos horas más porque lo ganá-
bamos… no era que ellos nos robaban esas dos horas, nosotros ganá-
bamos […]. Terrabusi era un trabajo bárbaro, porque vos ganabas lo
que vos trabajabas. Si vos hacías diez cosas, te pagaban por las diez. Si
vos hacías cinco, cinco. Bueno después no, después ya cuando fui al
chocolate ahí no, era por cuenta de la casa pero el sueldo era buenísi-
mo… […] Se ganaba muy bien… y aparte, te daban todo el uniforme
limpio a la mañana, todo parecía almidonado…22

La percepción del trabajo para Alicia era la de una retribución justa:


se ganaba por lo que se trabajaba, y se trabajaba por cuenta propia. Al
extender la jornada laboral, la cantidad de piezas elaboradas se multi-
plicaba también y con ello, el salario. Cuando pasó a la sección choco-
lates ya no trabajaba a destajo, sino “por cuenta de la casa”. Aun así,
consideraba el sueldo “buenísimo”, y tal vez lo fuera en comparación
con otras opciones laborales en el margen de empleos disponibles
para mujeres menores.
Esta percepción contrasta con la de Hortensia Frutos, obrera de
Bagley entre 1958 y 1962, quien cumplía horario de menor. Para ella
este trabajo, aunque permitía a las jóvenes ingresar al mercado laboral
y obtener cierta experiencia, estaba mal pago:

21 “Fruta”, Noël. Organo de los jóvenes obreros y obreras de NOEL Y CIA


LTDA.”, 3/1929, 2.
22 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), Buenos Aires, 4/9/2015.

135
La fábrica de chocolate

las empresas de alimentación, en esa época, casi todas trabajaban


con gente menor de edad, que era por ley, unos descuentos que no-
sotros teníamos era para la caja de ahorros, ellos te depositaban el
dinero, y cuando vos pasabas a ser mayor de edad, ahí te entregaban
tu libreta. El horario que hacíamos era siempre de tarde, el mismo,
de 14 a 20, y en Bagley por lo menos […] eran todas mujeres, apunta-
doras, capatazas y conductoras, y el único hombre que había dentro
de la empresa era el jefe de personal. […] Te digo, la alimentación
paga muy mal, muy poquito, muy muy poquito, no era que pagaba
bien… Pagaba muy poco, y una vez que vos cumplías los 18 te ibas a
otro lado para ganar mejor.23

Alicia dejó también la fábrica de chocolates al llegar a la mayoría de


edad, para emplearse más cerca de su hogar, con un cargo fabril de
mayor jerarquía y salario.
Sin embargo, el movimiento obrero siempre fue crítico del trabajo
a destajo, y las comunistas en la alimentación denunciaron esta situa-
ción que generaba competencia y obligaba a las obreras trabajar a un
ritmo frenético, por extensas jornadas, para obtener un salario aún
magro, proponiendo en cambio un régimen de salarios mínimos. En
1947 uno de sus periódicos dirigido a las mujeres afirmaba, respecto
de las obreras de la alimentación, que uno de los “puntos importan-
tes por el que las mujeres deben luchar es la eliminación del trabajo a
destajo: pues si bien es cierto que en algunos casos sacan unos pesos
más, es a costa de grandes sacrificios. Hay que eliminar este sistema
inhumano […] y asegurar un salario mínimo”. 24
Las denuncias a los bajos salarios en la rama, y particularmente a
la enorme brecha salarial entre los ingresos masculinos adultos, y los
de mujeres y menores de ambos sexos, fueron constantes en el me-
dio siglo estudiado. Aunque no es posible elaborar una serie salarial
continua en la rama debido a la escasez de datos, podemos tratar de
reconstruirla recopilando información emanada de distintas fuen-
tes. La construcción de series salariales sistemáticas con datos espo-
rádicos e insuficientes, y la dificultad para ponderar el costo de la

23 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015.


24 “Obreras de la Alimentación”, Nuestras mujeres, 15/3/1947, 3.

136
Trabajar en las fábricas

vida y las alteraciones monetarias, son algunos escollos en la elabora-


ción de estadísticas (Cuesta, 2012). Los datos disponibles permiten
igualmente afirmar la gran discriminación salarial de mujeres, niñas
y niños en estas industrias.
Hemos reconstruido los salarios nominales entre 1903 y 1944
(Cuadros 3.1 y 3.2)25. Aunque no otorgan información respecto de la
capacidad adquisitiva (el salario real), son útiles para apreciar la evolu-
ción en el tiempo de la brecha salarial de género, es decir, la diferencia
entre los sueldos de varones y mujeres, expresada como un porcentaje
del salario masculino.

25 La documentación empleada presenta ciertas dificultades, ya que se utilizaron


distintos criterios de clasificación y diferente rigurosidad. Hemos empleado la que
consideramos más detallada y rigurosa. Los salarios consignados por jornal (parti-
cularmente los de mujeres, niños y niñas), fueron mensualizados a 25 días. Con la
excepción de 1917, toda la información consultada aportaba o permitía reconstruir
rangos de salarios por categorías, por ello en lugar de utilizar salarios promedio, sepa-
ramos la información relativa a salarios máximos y mínimos por cada categoría. Sin
embargo, en 1917 el número es un promedio, por ello mientras que en los mínimos la
información es elevada, para los máximos es inferior a la real. Para 1933 usamos los sa-
larios de la casa Groisman. A pesar de ser una sola fábrica, se indicaba que eran salarios
normales para el ramo, y su nivel de detalle permitía suplir el vacío documental entre
1922 y 1944. En 1944, los datos provienen del primer Convenio Colectivo de trabajo,
que establecía rangos salariales por categorías y antigüedad. Este refleja de forma fiable
los mínimos por categoría, aunque se trata de un valor normativo. Pero los máximos
seguramente fueron en 1944 más elevados que los consignados en el convenio, que
establecía mínimos, pero admitía que las fábricas abonaran salarios más elevados. La
información de los salarios masculinos era más detallada y mostraba grandes varia-
ciones según la cualificación, por ello fue posible separar los salarios de los peones de
los obreros cualificados y capataces. En el caso de las mujeres la variación era menor
y había menos categorías; los máximos corresponden a capatazas y obreras de mayor
jerarquía y antigüedad, y los mínimos a obreras sin cualificación ni antigüedad. Por
ello, hemos comparado máximos de mayor jerarquía, y mínimos para obreros sin cua-
lificación. De todos modos, las cifras deben tomarse de forma indicativa.

137
La fábrica de chocolate

Cuadro 3.1 Salarios máximos nominales percibidos por obreros y obreras


adultos con cualificación o jerarquía en la industria del dulce porteña en
$m/n y brecha salarial de género (1903-1944) *

Año Salario de obreros especiali- Salario de capa- Brecha salarial


zados/ capataces ($m/n) tazas ($m/n) de género (%)*
1903 200 80 60
1907 175 100 43
1909 150 50 67
1913 225 62,5 72
1917 200 32,5 84
1922 280 160 43
1933 400 125 69
1944 240 80 67
*Diferencia existente entre los salarios de los hombres y los de las mujeres
expresada como un porcentaje del salario masculino (salario de obreros
especializados, capataces = 100).

Fuente: elaboración propia en base a Alsina, El obrero en la República Argen-


tina, 2: 53-74, 245–51; “Salarios corrientes”, Boletín del DNT, 31/12/1907,
347-356; Pablo Storni, La industria y la situación de las clases obreras en la
capital de la República, 8-10; L. de Vedia, “Condiciones de trabajo en la ciu-
dad de Buenos Aires, “Fábricas de dulces, chocolates y bombones””, Boletín
del DNT, 31/12/1913, 805-806; “Industria del dulce”, Crónica Mensual del
DNT, 2/1918, 29; “Salarios (Capital Federal, 1918 a 1922)”, Crónica Mensual
del DNT, 9/1923, 1144-70; “El conflicto en la casa Groisman”, LV, 27/4/1933,
4; “Compromiso suscripto por la Comisión Especial designada oportunamente
por Asamblea General Extraordinaria de Socios, en nombre de la Asociación
Fabricantes de Dulces, Conservas y Afines, ante la Secretaría de Trabajo y Pre-
visión, Dirección General de Acción Social Directa, sobre salarios mínimos y
otras mejoras para el personal de los establecimientos industriales del gremio,
que se encuentran en vigencia desde el día primero de febrero de 1945”, Revista
de la Asociación Fabricantes de Dulces, Conservas y Afines, 2/1945, 3-726.

26 Hemos reconstruido los salarios nominales entre 1903 y 1944 (Cuadros 3.1 y
3.2). Aunque no otorgan información respecto de la capacidad adquisitiva (el sa-
lario real), son útiles para apreciar la evolución en el tiempo de la brecha salarial de

138
Trabajar en las fábricas

El salario máximo percibido por las obreras de mayor jerarquía os-


ciló, y fue entre un 43% y un 84% menor que el de los varones de la
misma jerarquía; en promedio, ganaron un 63% menos que los va-
rones. Como puede apreciarse en el Cuadro 3.1, si a comienzos del
periodo las mujeres mejor pagas percibían un 60% menos que los va-
rones mejor pagos, esta brecha se redujo en algunos años, como 1907
o 1922 (43%), y se amplió entre 1909 y 1917, para ser ratificada por
el convenio colectivo en 1944 que redujo el ingreso femenino adulto,
ampliando la brecha a un 67%.

género, es decir, la diferencia entre los sueldos de varones y mujeres, expresada como
un porcentaje del salario masculino. Así mismo, cabe advertir que la documenta-
ción empleada presentaba distintos criterios de clasificación y diferente rigurosidad.
Hemos empleado la que consideramos más detallada y rigurosa: los salarios consig-
nados por jornal (particularmente los de mujeres, niños y niñas), fueron mensua-
lizados a 25 días. Toda la información consultada aportaba o permitía reconstruir
rangos de salarios por categorías, por ello en lugar de utilizar salarios promedio, se-
paramos la información relativa a salarios máximos y mínimos por cada categoría.
Esto con la excepción de 1917, cuyo número es un promedio. Para 1933 usamos los
salarios de la casa Groisman. A pesar de ser una sola fábrica, se indicaba que eran sa-
larios normales para el ramo, y su nivel de detalle permitía suplir el vacío documental
entre 1922 y 1944. En 1944, los datos provienen del primer Convenio Colectivo de
trabajo, que establecía rangos salariales por categorías y antigüedad. La información
de los salarios masculinos era más detallada y mostraba grandes variaciones según
la cualificación, por ello fue posible separar los salarios de los peones de los obreros
cualificados y capataces. En el caso de las mujeres la variación era menor y había me-
nos categorías; los máximos corresponden a capatazas y obreras de mayor jerarquía y
antigüedad, y los mínimos a obreras sin cualificación ni antigüedad. Por ello, hemos
comparado máximos de mayor jerarquía, y mínimos para obreros sin cualificación.
De todos modos, las cifras deben tomarse de forma indicativa.

139
La fábrica de chocolate

Cuadro 3.2 Salarios mínimos nominales percibidos por obreros y obreras sin
cualificación ni jerarquía en la industria del dulce porteña en $m/n y brecha
salarial de género y edad entre salarios de peones y obreros rasos (1903-1944)*

Salario de menores

Salario de menores
Brecha salarial (%)

Brecha salarial (%)

Brecha salarial (%)


Salario de mujeres
Salario de varones

mujeres ($m/n)
varones ($m/n)
adultos ($m/n)

adultas ($m/n)
Año

1903 25 30 -20 10 60 0 100


1907 50 25 50 32,5 35 17,5 65
1909 20 12,5 38 7,5 63 7,5 63
1913 45 12,5 72 10 78 10 78
1917 70 32,5 54 25 64 25 64
1922 60 37 38 37,5 38 25 58
1933 100 37,5 63 62,5 38 17,5 83
1944 110 70 36 75 32 50 55
*Diferencia existente entre los salarios de los hombres y los de las
mujeres, niñas y niños, expresada como un porcentaje del salario
masculino (salario de varones adultos = 100).

Fuente: ídem. Cuadro 3.1.

Al comparar los salarios mínimos percibidos por obreros y obreras


rasos, sin cualificación ni jerarquía, el panorama es similar, aunque
la brecha salarial fue algo menor por tratarse de montos mínimos.
El número algo distorsionado del elevado salario femenino adulto de
1903 ($30, -20%), que se contrapesa con el más bajo percibido por las
niñas, que fue de $0 el mismo año (aprendizas trabajando sin remu-
neración), se explica porque en las fábricas relevadas por Alsina pre-
dominaba el trabajo de mujeres menores, y las mujeres adultas eran
capatazas, que percibían jornales elevados. Exceptuando este dato
anómalo, el salario femenino fue entre un 38% y un 72% menor que

140
Trabajar en las fábricas

el mínimo masculino adulto sin especialización, 41% en promedio, y


fue en todos los casos muy inferior al de peones de igual cualificación.
En 1907, 1909, 1913 y 1917 los relevamientos no distinguieron me-
nores por sexo, pero cuando sí lo hicieron (1903, 1922, 1933 y 1944),
puede observarse que los salarios de las niñas eran inferiores a los de los
varones, diferencia que se amplió significativamente desde 1922. Los
jornales mínimos de los menores varones se incrementaron de un 40%
(1903) a un 68% (1944) del salario masculino, y superaron a los sueldos
femeninos adultos desde 1922. El convenio colectivo de 1944 estabilizó
una práctica salarial previa que entre 1922 y 1944 valorizó el ingreso de
los menores varones y depreció el de las mujeres adultas y menores, rati-
ficando, con fuerza de ley, una depreciación del salario femenino, tanto
adulto como de menores, frente al masculino adulto y al de los menores
varones. Es probable que esta modificación se deba a que a principios de
siglo, niños de corta edad eran contratados para cumplir tareas similares
a las femeninas, de escasa cualificación y a destajo. Pero desde la prime-
ra posguerra, cuando las mujeres comenzaron a desplazar a los niños
de estas labores, los menores varones contratados fueron aprendices de
los varones especializados, y entraron por ello como el escalafón más
bajo del salario masculino adulto. En cambio, los jornales de las niñas
fueron un entre un 83 y un 55% menores que los masculinos (1933,
1944). En el largo plazo, el salario femenino se mantuvo desvalorizado,
mientras que el de menores varones se valorizó. Es posible vincular esto
con una “feminización” de la industria, esto es, el abandono del empleo
de menores varones para las tareas peor pagas (empaquetamiento), y su
empleo como aprendices de obreros cualificados, en otras secciones de
las fábricas. Además, es posible advertir que los jornales más bajos per-
cibidos por las mujeres y niñas (1913, 1933) coinciden con periodos de
crisis económica y recortes salariales, lo cual concuerda con las resolu-
ciones adoptadas por Bagley para reemplazar trabajadores adultos por
menores tras el mal ejercicio de 1932.27 Es decir que el peso más fuerte
de las crisis se descargó en los ya de por sí bajos salarios femeninos.
Combinando la información relativa a salarios máximos y míni-
mos para las distintas cualificaciones, se puede concluir que el pano-

27 Bagley S.A., Libro de Actas del Directorio, 5/1/1933.

141
La fábrica de chocolate

rama salarial de las fábricas de dulces, galletitas y afines fue de una


extrema discriminación y desigualdad, estratificado por edad, cualifi-
cación y sexo. Los salarios femeninos (tanto de adultas como de me-
nores) se mantuvieron muy por debajo de los masculinos. Al analizar
los salarios de operarios con jerarquía la diferencia fue aún mayor que
cuando se trataba de trabajos descalificados, y si bien oscilaron, no
registraron un aumento relativo en el periodo. Para obtener buenos
salarios en la industria del dulce no solo era necesaria una elevada je-
rarquía y cualificación, sino también ser varón y adulto. Las carreras
al ascenso no estaban abiertas a las mujeres: una capataza era remune-
rada muy inferiormente a un capataz.
El problema de la “competencia” entre el salario masculino adulto
y el de las mujeres y los menores fue advertido por el movimiento
obrero desde comienzos de siglo. Mujeres, niños y niñas eran remu-
nerados de forma inferior a los varones adultos, aun por las mismas
tareas, por el solo hecho de ser mujeres y menores. Por ello en ciertas
ramas de industria, como la alimenticia, que fueron consideradas en
la época una extensión de las “actividades naturales” de la mujer en el
hogar, los varones fueron reemplazados por mujeres en tareas que no
requerían de grandes conocimientos (Rocchi, 2000a; Lobato, 2007:
37-57). Este proceso de reemplazo se intensificó en años de crisis, y
el empleo femenino se extendió hacia otras tareas automatizadas en
las líneas de montaje y la elaboración de productos en los años de
entreguerras. Aun así, los empleos mejor pagos eran los técnicos ‒
vinculados a la producción de los alimentos y a la maquinaria‒, que
continuaron siendo ejecutados por varones. Por ello, aunque el con-
venio laboral de 1944 daba fuerza de ley, e incluso intensificaba la
discriminación salarial de las mujeres adultas y menores, introdujo
una cláusula novedosa, que buscaba paliar la competencia y la depre-
ciación del salario masculino. Este establecía que “cuando un obrero
especializado fuese reemplazado por un menor o una mujer, estos
percibirán el salario que corresponde a la categoría aquí establecida.
Dejándose constancia de que con referencia a los mínimos estatuidos
por categoría a igual función igual salario”.28 De esta forma se bus-

28 “Compromiso suscripto…”, Revista de la Asociación Fabricantes de Dulces,


Conservas y Afines, 2/1945, 3-7.

142
Trabajar en las fábricas

caba salvaguardar el empleo y el salario masculino, mientras que las


mujeres quedaban recluidas a las categorías y tareas peor pagas.
El análisis a largo plazo de los salarios reales, es decir, de la relación
entre ingresos y costo de vida, muestra que, salvando los altibajos, en
los 50 años previos al peronismo el aumento no fue demasiado consi-
derable (Cuadro 3.3). Los momentos de descenso –primera década del
siglo, primera posguerra– y de aumento –década de 1920, década de
1930– se condicen con las tendencias generales observadas por Mar-
tín Cuesta para obreros no calificados (Cuesta y Vence Conti, 2014;
Cuesta, 2014). Mientras que entre 1903 y 1944 hubo un 35% de au-
mento en los salarios de peones varones, el aumento considerable en
los salarios de los menores (mujeres 99%, varones 108%) debe corres-
ponderse con la prohibición del trabajo de los niños más pequeños.
Para mujeres adultas (-16%) y obreros especializados (-39%) hubo un
leve descenso, que posiblemente se deba a que los salarios cualificados
o de elevada jerarquía debían ser muy superiores a los consignados en
el convenio colectivo de 1944, que establecía mínimos por categoría.
Con excepción de los obreros especializados y capataces varones,
una minoría en las fábricas, en todos los casos los salarios se ubicaron
muy por debajo del costo de vida promedio de una familia obrera,
calculado por el DNT desde 1907 en base a un modelo familiar de
varón, mujer y tres hijos. Esto significa que, para cubrir la canasta bá-
sica, la mayoría de las familias obreras necesitaban del trabajo de dos
o tres personas. Esta ahogada situación presupuestaria, que requería
del trabajo de las mujeres y los menores, se agudizaba en el caso de
madres solteras, jefas de hogar o viudas, cuyos magros salarios eran
el sustento principal del hogar. El convenio laboral de 1944 recono-
ció parcialmente esta situación en su Art. 10, donde estableció que
“para todo operario varón y/o mujer viuda que tengan un año de an-
tigüedad en el establecimiento, se les abonará en concepto de salario
familiar, la remuneración de $5 por cada hijo menor de 14 años y
hasta un máximo de cuatro hijos”.29 Esta cláusula entendía al varón
como jefe de hogar y como acreedor, por lo tanto, del salario fami-
liar. Las mujeres solo recibían el aporte si eran viudas, puesto que se

29 Ibid.

143
La fábrica de chocolate

presuponía que sus maridos lo recibían en sus respectivos trabajos.


Las madres solteras y las uniones extramatrimoniales quedaban por
fuera de toda protección, en una situación de extrema vulnerabilidad.
Esta asignación familiar no paliaba, además, para las viudas, la extre-
ma discriminación salarial de que eran objeto puesto que percibían la
misma asignación por hijo, pero sus salarios eran más reducidos que
los masculinos.

Cuadro 3.3 Índice de salario real promedio en la industria del dulce porteña
(1903-1944)
Año Especializados/ Peones, Mujeres Menores Menores
capataces, varo- varones adultas varones mujeres
nes adultos adultos

1903 1,57 0,61 0,82 0,26 0,17


1907 1,20 0,59 0,61 0,27 0,27
1909 0,95 0,31 0,28 0,19 0,19
1913 1,15 0,66 0,31 0,28 0,28
1917 0,83 0,43 0,20 0,15 0,15
1922 1,07 0,59 0,59 0,28 0,22
1933 2,11 1,05 0,62 0,60 0,31
1944 1,32 0,83 0,50 0,55 0,35
Fuente: salarios, ídem. Cuadro 3.1. Costo de vida: para 1903-1909, utiliza-
mos las estimaciones del índice de consumo de una familia obrera (realizado
en base tan sólo a carne y pan), de Cortés Conde (1979: 211–240); 1913-
1944: DNT, Dirección de Estadística Social (1946:70).

Demandas tradicionales del movimiento obrero, tales como la con-


signa “igual salario por igual tarea”, que buscaban morigerar la des-
igualdad en la paga, aparecieron tardíamente en las peticiones de los
sindicatos del ramo. Incluso esta consigna muestra sus límites a la luz
de lo analizado, puesto que la discriminación salarial persistió a raíz

144
Trabajar en las fábricas

de una discriminación sexual previa en las tareas: los trabajos mejor


pagos eran masculinos. Una de las desigualdades laborales más acu-
ciantes vividas por las trabajadoras y los trabajadores en las fábricas de
dulces fue la extrema discriminación salarial que padecían mujeres y
menores, sobre todo mujeres.
Las condiciones de salubridad y seguridad en el trabajo no siempre
fueron buenas, particularmente a comienzos de siglo. Pero las inspec-
ciones del DNT y la legislación de accidentes del trabajo de 1915 im-
pulsaron avances, sobre todo en las grandes fábricas, y las regulaciones
y condiciones ambientales fueron mejorando con el correr del siglo, así
como la protección y el seguro contra accidentes (Ramacciotti, 2011,
2014; D’ Uva y Scheinkman, 2012; Scheinkman, 2014, 2015b).
A principios de siglo, los accidentes del trabajo eran más frecuen-
tes entre los varones que operaban maquinarias, a diferencia de las
tareas de empaquetamiento realizadas por menores y mujeres, que no
estaban mecanizadas. El trabajo en los hornos era uno de los más ries-
gosos. En enero de 1910, el confitero Juan López sufrió quemaduras
de segundo grado en su cara, cuerpo y cuello.30 En 1918, tras la san-
ción de la ley de accidentes del trabajo, los accidentados habían sido
también en su mayoría obreros, ayudantes y aprendices menores con
cierta cualificación o en proceso de aprendizaje (lo cual tal vez expli-
que su mayor ratio de accidentes), y en menor medida, peones. De los
483 accidentados, 471 eran varones: 340 eran aprendices y ayudan-
tes de obreros cualificados (155 adultos, 185 menores). Los restantes
eran peones (125 adultos, 6 menores). Solo 12 mujeres, aprendices y
ayudantes, se habían accidentado.31
Pese a esta elevada cantidad de accidentes, antes de la Ley 9688
(1915) los seguros contra accidentes no estaban extendidos en la
rama. En su inspección de 1913, de Vedia señalaba que esto se debía
“a que la mayor parte de las fábricas, como he dicho, operan en forma
primitiva, sin maquinarias de ninguna clase”. De las 35 fábricas regis-
tradas, siete tenían seguros. Solo dos de las más importantes tenían al
personal asegurado, pero en las otras dos había algún tipo de resarci-

30 “Accidente del trabajo”, LV, 19/1/1910, 2.


31 “Salarios (Año 1918)”, Crónica Mensual del DNT, 8/1921, 710-711.

145
La fábrica de chocolate

miento. En una de ellas, en caso de accidente “se costean los gastos


de asistencia del obrero y se le pasa el jornal íntegro mientras dura la
curación”. En la otra fábrica importante el personal tampoco estaba
asegurado “pero en caso de que algún obrero se lastime o enferme en
el trabajo, la casa paga los gastos que exija su curación”.32
En la inspección a Bagley realizada por Enrique Barca en 1910, la
gerencia informó que la casa pagaba una cuota mensual al Hospital
Británico, donde eran atendidos sus operarios, y había un médico que
iba día por medio a atender al personal, “haciéndose extensivo este
servicio a las familias de los mismos que así lo solicitan. En el nuevo
anexo se construirá una sala de primeros auxilios con varias camas”.33
Sin embargo, dos años después se produjo un trágico accidente cuan-
do el pintor Salomón Copin [o Coteu] se cayó desde una altura de
cuatro metros sobre una máquina en movimiento, sufriendo gravísi-
mas heridas. El obrero no fue internado en el hospital Británico sino
en una institución pública, el hospital Rawson, donde murió dos días
después.34 No sabemos si sus familiares recibieron indemnización o
asistencia para el sepelio, pero la firma frecuentemente destinaba fon-
dos a la indemnización de sus operarios e incluso para sus retiros.35
Ya en los años 1920, la fábrica contrató de forma permanente a un
médico en la planta.36
Hacia 1917, tras la sanción de la ley de accidentes, una nueva ins-
pección consignaba que los grandes establecimientos contaban con
seguro obrero.37 Los accidentes seguían ocurriendo mayormente en
el uso de maquinaria entre los aprendices varones, y la indemniza-

32 L. de Vedia, “Condiciones de trabajo en la ciudad de Buenos Aires, “Fábricas


de dulces, chocolates y bombones””, Boletín del DNT, 31/12/1913, 812.
33 “Por las mujeres y los niños. Una inspección obrera”, LV, 30/11/1910.
34 “Los Accidentes del Trabajo”, LV, 25/09/1912, 2 y 27/09/1912, 2.
35 Bagley S.A., Libro de Actas del Directorio, 1911-1925.
36 M. S. Bagley y Cía, “Memoria y balance general”, Boletín Oficial de la Bolsa de
Comercio, 28/11/1927, 1253.
37 “Industria del dulce”, Crónica Mensual del DNT, 2/1918, 29.

146
Trabajar en las fábricas

ción estaba atada al sueldo escaso de los jóvenes.38 En 1941 un grupo


de obreros de Canale denunció en el periódico comunista La Hora
al “mal jefe” Amadeo Servi, un capataz que mandaba a los jóvenes
a máquinas peligrosas, “sin ninguna enseñanza”, para que ocuparan
puestos por $2,40 en los que debían ganar $5 o $6. Aunque prometía
a los jóvenes aumentos salariales, “estos jóvenes el único aumento que
consiguen es quedarse sin dedos y al mismo tiempo estos dedos valen
poco porque están indemnizados de acuerdo al salario”. Por eso los
obreros adultos advertían a los jóvenes que no se dejaran engañar, y
exigieran el sueldo correspondiente a sus puestos, “así los accidentes
serán mejor pagados”.39
Si el trabajo con maquinarias era peligroso, sobre todo para los
jóvenes sin capacitar, la higiene en las fábricas también presentaba
problemas. Según de Vedia, en 1913 la higiene era buena solo en 11
fábricas, mediana en 15, y muy escasa en 9. Para determinarlo, eva-
luó la luminosidad y ventilación del ambiente, los metros cuadrados
por obrero, la protección de las partes peligrosas de las máquinas, el
filtrado del agua, la cantidad de baños y vestuarios y su estado, y la
separación entre sectores masculinos y femeninos. En las fábricas más
grandes, la higiene era “modelo”, “inmejorable”, y aunque no siem-
pre el agua para beber estaba filtrada, las instalaciones eran nuevas,
“perfectamente hechas”, con buena luz y ventilación, y los locales
eran “amplios” y “cómodos”.
Un punto relevante era el estado de las instalaciones sanitarias: su
limpieza, que las hubiera en cantidad suficiente para mujeres y varo-
nes, y que estos no se cruzaran al usarlas. Esto era importante para
conservar la moralidad en las fábricas, sobre todo teniendo en cuenta
que la separación de espacios para varones y mujeres imperaba en la
época (Barrancos, 2000). Por eso de Vedia elogiaba que, en una de las
fábricas, el local donde trabajan las mujeres, de los “más apropiados”,
tuviera “independencia completa con el resto de la fábrica, pues a esa
sección no van los hombres para nada. Una vez empaquetados los artí-

38 “Salarios (Año 1918)”, Crónica Mensual del DNT, 8/1921, 710-711.


39 “Correspondencia Obrera. El mal jefe A. Servi tiene la culpa de lo que ocurre
en Canale”, La Hora, 29/11/1941, 6.

147
La fábrica de chocolate

culos ellas mismas los dejan en los ascensores que los llevan a la sección
expedición”. Además, el personal disponía de vestuarios especiales.
En una sola de las fábricas importantes del rubro la situación fue
encontrada insatisfactoria. En la sección empaquetamiento trabaja-
ban 74 mujeres, 14 eran menores. Todas trabajaban a destajo en el só-
tano de la casa, de unos 800m3 de capacidad. “Sería suficiente, tenien-
do en cuenta que la reglamentación de la Ley 5291 solo exige como
mínimo 10 metros cúbicos por obrero; en este caso resulta reducido
pues para lacrar las tabletas de chocolate se encienden en dicho local
30 picos de gas, que elevan considerablemente la temperatura. He vi-
sitado este local un día frío y la atmósfera era sofocante. Sería necesa-
rio, a mi juicio, ampliar este local o cambiar de procedimiento para ce-
rrar las tabletas”.40 Aunque había ocho escusados, “cuatro para cada
sexo”, no se respetaba el destino de estos locales, “pues los hombres
utilizan los que pertenecen a las mujeres”. Además, de Vedia indicó al
gerente de la casa que debía proteger algunas poleas en la sección fa-
bricación del chocolate, y tratar de evitar la humedad del piso, debido
al agua que perdía una máquina. La protección de las máquinas era
una medida de seguridad industrial para evitar posibles accidentes, y
en las grandes fábricas, en su mayoría estaban cubiertas. Pero el mayor
riesgo en esta fábrica era el de los mecheros con los que se lacraban las
tabletas de chocolate. Esta tarea tediosa y repetitiva podía tornarse pe-
ligrosa por la exposición al fuego. El ambiente sofocante en las áreas
calurosas de producción del chocolate o en los hornos era una causa
frecuente de desmayos y malestares. No podemos saber si la muerte
repentina de la operaria Clementina Genara a causa de un síncope
cardíaco ocurrido mientras trabajaba en Noel estuvo relacionada
con los calores de la fábrica, pero esta era una queja frecuente, y los
obreros de los hornos en Bagley también protestaban por el ambiente
“sofocante”.41 Además, en el caso de Clementina, previo a la ley de
accidentes, su propia familia tuvo que hacerse cargo del entierro.

40 L. de Vedia, “Condiciones de trabajo en la ciudad de Buenos Aires, “Fábricas


de dulces, chocolates y bombones””, Boletín del DNT, 31/12/1913, 812.
41 “Muerte repentina de una obrera”, LV, 11/3/1911, 2. “Las huelgas. Fábrica
de galletitas Bagley. Declaración de Huelga”, LV, 08/04/1907, 2. En 1970, en Pr-
adymar, “en las líneas [trabajaban] mujeres, y el que dirigía el horno era un hombre

148
Trabajar en las fábricas

Si durante el verano en las secciones de horneado el calor era so-


focante, Alicia recordaba el frío durante el invierno en las cámaras
refrigeradas de los chocolates.

Todas las mesas de mármol eran… en invierno, ¿sabes qué? Yo le cortaba


las mangas a un pulóver, y me lo ponía en las rodillas, porque los már-
moles, acá [se golpea las rodillas] te helaban las piernas. Ahí no podías
poner ninguna calefacción ni nada […] había una máquina, que an-
daba por allá arriba, con la manteca de cacao, que, entonces no podías
poner ninguna calefacción. Ah, en el verano era bárbaro ahí…42.

Debido al trabajo con hornos y calderas, los incendios eran riesgos


que ocurrieron con alguna frecuencia. En 1909 una fábrica de dulces
en Rivera 680 se incendió al explotar una máquina secadora alimen-
tada con carbón de coque por varios braseros. No se consignaban he-
ridos, pero las pérdidas ascendieron a $2000 en mercaderías, hubo
desperfectos en algunas instalaciones y la pequeña fábrica, cuyo ca-
pital era de $15.000, no estaba asegurada.43 En 1911 se produjo otro
incendio en la fábrica de chocolates Saint. El fuego comenzó en el
taller de hojalatería, según creían, por “haber dejado los operarios al
retirarse un brasero con fuego”.44 Este se propagó a los departamen-
tos vecinos de maquinarias y depósitos. Los bomberos tardaron dos
horas en extinguirlo, y las pérdidas se valuaron en $100.000. Sin em-
bargo, el establecimiento tenía su capital ‒de dos millones de pesos‒
asegurado en varias compañías.
Pocos meses antes, en la misma fábrica, un capataz del taller de
encuadernación ubicado en el piso superior había caído por una

[…] donde empieza a hacerse la masa, todo eran hombres. […] Teníamos vestuarios
separados, los hombres y las mujeres, teníamos ahí también una salita de primeros
auxilios […] porque, como hacía calor… muchas chicas se descomponían”. Entrevis-
ta a Noemí Amarillo (Pradymar, 1973-1978), 8/1/2015.
42 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.
43 “Hechos diversos. Los incendios de ayer. En una fábrica de dulce”, LV,
6/6/1909, 2.
44 “Hechos diversos. Incendio en la fábrica de chocolate de Saint Hnos. 100.000
pesos de pérdida”, LV, 24/1/1911, 2.

149
La fábrica de chocolate

abertura que no tenía resguardo. En grave estado, fue conducido al


hospital Rawson, donde falleció. Según las denuncias de LV, “varios
testigos del accidente nos piden hagamos constar la parte de culpa que
corresponde a los dueños del establecimiento, quienes no han sabido
o querido colocar una simple baranda que evitara sucesos desgracia-
dos”.45 Poco después del incendio, tuvo lugar otro accidente, cuando
el obrero Manuel Trijo arreglaba una estiba de bolsas y cayó al suelo
desde una altura de tres metros y medio, lo que le produjo una herida
leve en la cabeza, curada en el hospital Rawson.46 Al año siguiente,
el obrero Antonio Fernández, trabajando en una máquina, sufrió la
fractura de dos dedos de la mano izquierda, y recibió primeros auxilios
en el mismo hospital.47 Esta seguidilla de accidentes fue publicada y
denunciada en las páginas de LV, periódico socialista que realizaba una
campaña activa por una legislación protectora de accidentes laborales
y acompañaba las propuestas parlamentarias de sus diputados. Y los
trabajadores no dudaban en responsabilizar a los patrones denuncian-
do su negligencia por la falta de seguridad laboral. Es probable que
las quejas y demandas obreras empujaran la creación de la Asociación
Unión Mutual del personal de la casa Saint, en 1914.48
Una inspección del DNT en 1917 constataba que las condiciones
higiénicas en las fábricas habían mejorado, y que los grandes estableci-
mientos ya contaban con seguro obrero.49 En 1944 el convenio colec-
tivo establecía que en caso de accidentes el establecimiento se ajusta-
ría a la Ley 9688, “pero abonando al accidentado el jornal íntegro”.50
Además, debían tener un botiquín de primeros auxilios.
Las condiciones de trabajo en las fábricas, en lo relativo al horario,
los salarios y la higiene y seguridad son solo una parte de la experien-

45 “Muerte de un capataz”, LV, 22/11/1910, 2.


46 “Las rentas de los trabajadores. Desde una estiba”, LV, 22/2/1911, 2.
47 “Los accidentes del trabajo. Fractura de dos dedos”, LV, 21/6/1911, 2.
48 “Cooperación y mutualismo. Asociación Unión Mutual del personal de la
casa Saint Hnos.”, LV, 3/1/1915. Sobre esta mutual, ver el Capítulo 2.
49 “Industria del dulce”, Crónica Mensual del DNT, 2/1918, 29.
50 “Compromiso suscripto…”, Revista de la Asociación Fabricantes de Dulces,
Conservas y Afines, 2/1945, 3-7.

150
Trabajar en las fábricas

cia del trabajo en las fábricas de dulces. Abordar esta experiencia nos
lleva a indagar en otros aspectos de la vida en las fábricas, atendiendo
particularmente a las formas en las que los obreros y obreras las viven-
ciaron y al modo en que se relacionaron entre sí.

Experiencias laborales, sociabilidad y mundos afectivos

Es más sencillo reconstruir las condiciones de trabajo en las fábricas


que lograr extraer algunos trazos de cómo estas fueron vivenciadas
y experimentadas. Si bien hay estadísticas e informes que han abor-
dado el primer aspecto, el segundo se filtra en la prensa gremial y
obrera, en fotografías, y en entrevistas orales realizadas a personas
que trabajaron en las fábricas desde los años 1940. A partir de estos
fragmentos, reconstruimos algunos aspectos de la experiencia laboral
y vital. Nos aproximamos a las formas diferenciadas que adoptaron
la sociabilidad masculina y femenina, y los afectos entablados en las
fábricas. Afectos que en ocasiones trascendieron el espacio laboral y
se transformaron en romances, matrimonios o amistades duraderas, o
se convirtieron en relaciones de parentesco (Lobato, 2014). Para algu-
nas mujeres, aun cuando su permanencia en las fábricas no haya sido
larga, la incidencia de estos vínculos fue sumamente significativa en
sus trayectorias vitales; incluso más que el trabajo mismo.

Oficio, sindicato y cualificación: la experiencia masculina

Las experiencias laborales masculinas estaban asociadas al tipo de


tareas que desempeñaron en las fábricas, y su identidad se vinculó
con la cualificación y el oficio. Al tratarse de tareas especializadas que
requerían formación, la de los obreros varones fue una experiencia
con mayor continuidad en el sitio de trabajo. No era infrecuente en-
contrar trayectorias como las de los militantes gremiales Luis Bassa-
ni, Joaquín Alum o Isidoro Ayala, con tres décadas de trabajo en el

151
La fábrica de chocolate

rubro.51 Había bolsas laborales especiales para confiteros donde se


buscaban operarios calificados que se desempeñaban durante largos
años en las mismas confiterías, fábricas y puestos de trabajo, o rotaban
entre fábricas dentro del ramo. Por eso hubo cierta estabilidad en el
trabajo y la experiencia laboral. Además, era común que los operarios
cualificados de las fábricas se reclutaran entre confiteros con oficio
adquirido en confiterías. El conocimiento solía transmitirse en la fa-
milia, de padres a hijos o familiares.52
A comienzos de siglo, una de las tareas masculinas particular-
mente sacrificadas en las fábricas era el trabajo en los hornos. En
1907, los obreros de Bagley se declararon en huelga por mejoras en
las condiciones de trabajo. Declaraban que “la sección ‘hornos’ es la
que más nos exprime y desgasta. […] El calor que arroja cada boca
es insoportable. Una semana después de estar apagados, todavía es
imposible tocarlos, queman”. El calor de los hornos era sofocante.
En las “bocas de fuego” tenían que sacar rápido las latas hirviendo y
golpearlas para que despidieran las galletitas adheridas. El descanso
por esta tarea, que implicaba estar frente a los hornos “soportando
tan elevada temperatura”, era solamente de veinte minutos.53 Las
voces de los obreros enfatizaban el sacrificio realizado a altas tempe-
raturas, que requería fuerza, resistencia, tenacidad y destreza física,
características asociadas a lo masculino y muy lejos de aquellas ta-
reas “delicadas” en las que se empleaban niños y mujeres. La relación
entre el trabajo en estas condiciones y la corporalidad era tal que los
obreros se sentían “abatidos” y “sumamente cansados”, y solo que-

51 Las primeras noticias de Luis Bassani y Joaquín Alum son de 1916, y las úl-
timas de 1942. “Partido socialista. Comité pro reglamentación del trabajo”, LV,
27/2/1916, 4; “Movimiento obrero. Unión Confiteros”, LV, 17/6/1916, 3; “Movi-
miento social. Nueva C. A.”, Unión Pasteleros, Confiteros y Anexos. Revista Técnica
gremial, 06/1942, 3. Sobre Ayala: “El compañero Isidoro Ayala falleció ayer”, LV,
16/2/1943, 4.
52 El parentesco se advierte en listas de socios e integrantes de las C.A. gre-
miales. “Nómina de los socios”, UC, 4/1919, 2. “Movimiento social. Nueva C.
A.”, Unión Pasteleros, Confiteros y Anexos. Revista Técnica gremial, 6/1942, 3.
También Bassi, Memorias.
53 “Las huelgas. Fábrica de galletitas Bagley. Declaración de Huelga”, LV,
8/4/1907, 2.

152
Trabajar en las fábricas

rían llegar a sus hogares y dormir. La labor resultaba “exorbitante” y


se sentían “exprimidos” y “desgastados”. Cansancio físico y mental,
agotamiento, calor insoportable y labores abrumadoras era lo que
estos obreros experimentaban. Alienación y vejación. Tales los tér-
minos en los que expresaron sus vivencias.
Las tareas vinculadas a las distintas etapas de producción de masas
y pastas alimenticias se mecanizaron tempranamente, reemplazando
mano de obra. En torno al 1900, Daniel Bassi adquirió cinco cilin-
dros para chocolates y pastillas de la casa inglesa Baker. Su introduc-
ción había generado gran resistencia de los operarios, “pues el jefe de
la sección, Calzaretti, se había confabulado con los demás en hacerla
fracasar para que siguieran trabajando en la sección los 12 ayudantes
que tenía” (Bassi, 1942: 22). A pesar de esto, el trabajo en las máqui-
nas en 1910 estaba aún a caballo entre lo puramente técnico y el cono-
cimiento del oficio. Una vívida descripción de la planta de chocolates
de la fábrica Noel permite reconstruir el trabajo masculino.

La fragancia del chocolate embalsama el aire. Corren las poleas, gi-


ran las ruedas, hierven los calderos de cobre. Una legión de obreros
va y viene, vigila la pasta, controla la maquinaria […] De este lado,
esos hombres silenciosos, contraídos, son los artistas del chocolate,
los que fraguan la bombonería. Todos los días cambian la forma, el
relleno, el color, el paladar, la presentación de los bombones. Parecen
joyeros atareados en ofrecer nuevos modelos. En un abrir y cerrar de
ojos muchísimos bombones […] salen de sus rejillas, se ofrecen a las
delgadas láminas de papel de estaño que han de envolverlos (Mana-
corda, 1947: 268).

El trabajo era aún concebido como un arte, como un oficio compa-


rable al de un joyero, donde el conocimiento técnico se combinaba
con la creación individual para producir obras refinadas de belleza
visual y gustativa. A las tareas técnicas y ligadas a la maquinaria, se
sumaban las vinculadas al oficio: ¿cuánto chocolate debía agregarse?
¿Qué proporción de manteca? ¿Cuánta vainilla? Este tipo de deci-
siones requería de operarios especializados, confiteros de oficio. Es
interesante pensar, asimismo, cómo ciertas habilidades asociadas a
conocimientos femeninos innatos en el ámbito doméstico, como la
confección de alimentos, eran resignificadas, al ligarse a la cualifica-

153
La fábrica de chocolate

ción y el aprendizaje de oficio como cualidades técnicas masculinas,


lo que se plasmaba incluso en los salarios elevados que percibían estos
“artistas del chocolate”.
En las grandes fábricas, la estandarización de la producción llevó
a una progresiva separación entre la labor “creativa”, realizada por
confiteros especializados, y la puramente técnica, de operación de
maquinaria en las líneas de montaje. En 1930 Bagley instaló un labo-
ratorio químico dirigido por un “conocido profesor en la materia”,
encargado del diseño y la confección de los productos.54 Ya no era el
oficial confitero, sino la sección química de la fábrica la que estudiaba
y determinaba las fórmulas, los porcentajes de harina, agua, aceite,
etc. Las fórmulas eran secretas, elaboradas por las firma para cada va-
riedad de galletitas, y los operarios descalificados se limitaban a con-
trolar las botoneras de las máquinas en amasadoras y fermentadoras.55
En esos sectores trabajaban solo varones, mientras que las mujeres se
dedicaban a tareas posteriores como el armado de las galletitas, la de-
coración o el empaque. Aunque el oficio confitero perdía peso dentro
de las fábricas, la operación de maquinaria seguía siendo un capital
con que contaban estos trabajadores, los mejor remunerados.
Sin embargo, durante las primeras décadas del siglo XX el conoci-
miento del oficio fue una herramienta de los trabajadores a la hora de
negociar sus condiciones laborales con las patronales, puesto que era
necesario obtener operarios con cierta pericia técnica para reempla-
zarlos en sus tareas en caso de huelgas y conflictos. Durante una huel-
ga en la fábrica de chocolates La Perfección en 1924, los trabajadores
instaron a los consumidores y al “pueblo en general” a boicotear los
productos de la fábrica, declarando no hacerse responsables por “los
envenenamientos que puedan ocasionar los artículos averiados y ela-
borados por elementos incompetentes, que desconocen los estilos de

54 M. S. Bagley y Cía, “Memoria y balance general”, Boletín Oficial de la Bolsa de


Comercio, 1/12/1930, 661-662.
55 Entrevista a Mario Obregón (Bagley, Noel, Terrabusi, Hojalmar y otras, años
1970 y 1980), 31/3/2016. En las fábricas operaba máquinas y sabía manejar 11 tipos
distintos.

154
Trabajar en las fábricas

preparación”.56 Los “crumiros” contratados para reemplazarlos no


tenían conocimientos de oficio. Por ello el taller estaba “hundido en
los desperdicios que arrojan los ‘competentes’, peligrando fermenten
ingredientes que se usan; luego la falta de atención y de higiene pre-
dispone a un fácil envenenamiento”.57
El convenio colectivo suscripto en la rama en 1944 definía al ofi-
cial como el operario “especializado que dentro de la función que des-
empeña conoce el proceso de elaboración en todas sus fases desde la
materia prima al producto terminado”, mientras que el medio oficial
era un “especializado que dentro de la función que desempeña realiza
procesos esenciales de la elaboración y que en un momento dado esté
en condiciones de reemplazar al oficial en caso necesario”. El opera-
rio práctico, por último, era aquel con tareas de responsabilidad en el
proceso de elaboración, y que “comúnmente tiene máquinas o proce-
sos mecanizados a su cargo”.58
Como trabajaban en talleres apartados del empaquetamiento
‒donde estaban las mujeres y niños‒ la sociabilidad de los varones
discurrió por canales propios. En una fotografía de la fábrica de Luis
Botto y Cía. en 1942 se aprecia el interior del taller de fabricación
de galletitas, donde los operarios varones adultos trabajaban en los
hornos y máquinas de extensión y corte de masas, asistidos tal vez
por algunos menores aprendices. La fotografía invita a pensar en las
conversaciones y vínculos habituales de estos obreros durante el tra-
bajo, en los vestuarios, los baños, los horarios de entrada y salida y
de descanso. ¿De qué hablaban? ¿Fútbol, mujeres, gremialismo? Solo
podemos especular sobre los tiempos y espacios de un ocio masculi-
no, continuado tras las horas de labor en cafés, bares y prostíbulos,
pero también en asambleas y reuniones sindicales, configurando una
sociabilidad de varones. ¿Cómo eran los vínculos entre pares? ¿Cómo
estaban estructuradas las relaciones intergeneracionales y de aprendi-
zaje entre adultos y menores? Es importante tener presente que las

56 “Obreros en Dulce. Huelga en “La Perfeccion””, LV, 19/11/1924, 3.


57 “Obreros en Dulce. El conflicto con “La Perfección””, LV, 19/12/1924, 3.
58 “Compromiso suscripto…”, Revista de la Asociación Fabricantes de Dulces,
Conservas y Afines, 2/1945, 3-7.

155
La fábrica de chocolate

relaciones afectivas entre varones deben pensarse cruzadas por jerar-


quías e incluso poder (Connell, 2003: 103-129).
La vida gremial fue una extensión de esta sociabilidad, en la me-
dida en que permitía empalmar con obreros ocupados en las mismas
tareas, pero en otras fábricas. Por ello los activistas sindicales se que-
jaron amargamente del “mal uso” que de su ocio realizaban los obre-
ros que no participaban del sindicato de oficio. En 1917 el periódico
confitero preguntaba a sus lectores, obreros varones: “¿En dónde es-
tán vuestros intereses más sagrados? ¿En el café, en los prostíbulos, en
las diversiones públicas, o en el sindicato? Nosotros sin renunciar al
esparcimiento del espíritu en determinadas ocasiones nos inclinamos
a creer que nuestros más caros intereses están en este último”.59 Para
los socialistas que dirigían el sindicato, había una jerarquización en los
usos del tiempo libre, que debía volcarse al gremio, pero también a
la instrucción y la formación intelectual. Por ello afirmaban que los
obreros debían “tratar de instruirse elevándose moral y materialmente,
y en vez de concurrir al café frecuentar bibliotecas”.60 De esto puede
deducirse que buena parte del ocio y la sociabilidad de los trabajadores
transcurría no solo en el sindicato, sino también en los cafés, los pros-
tíbulos, las diversiones públicas y demás “antros de degeneración”, al
decir gremial. Otra nota del periódico incidía en el mismo sentido, in-
sistiendo en que el triunfo de la clase trabajadora “no se obtiene en los
almacenes jugando a los naipes o embriagándose. Toda persona que se
considere digna debe apartarse de esos antros de degeneración, pues la
conquista de un porvenir más justo y humano se obtendrá con hom-
bres más capaces y de condiciones morales superiores”.61
Pese a esta reticencia a admitir un empleo del tiempo libre orienta-
do a la diversión y el esparcimiento por fuera de las recomendaciones
gremiales, lo cierto es que en tanto el sindicato aspiraba a cubrir el
conjunto del tiempo y la vida social de sus afiliados, debió realizar no
solo conferencias y actividades formativas y proselitistas, sino tam-
bién festejos y actividades sociales y recreativas de diversa índole. En

59 “El momento actual”, Unión Confiteros, 4/1917, 1.


60 “Un diálogo interesante”, Unión Confiteros, 4/1917, 2.
61 “Sociedad Obreros en Dulce - Aviso a los delegados y al gremio”, LV, 3/6/1921, 6.

156
Trabajar en las fábricas

estas fiestas, que realizó asiduamente la Unión Confiteros, continuó


la Sociedad de Obreros en Dulce Unidos y en los años 1930 la Fede-
ración Obrera de la Alimentación (FOA) comunista, tenían una im-
portante participación las familias de los obreros, sus mujeres e hijos.
Con la difusión y popularización en los años 1920 y 1930 del
futbol como actividad deportiva entre los trabajadores, y como sitio
destacado de sociabilidad masculina, los sindicatos tuvieron que en-
frentar otro posible competidor que alejaba a los obreros de la vida
gremial (Frydenberg, 2011; Archetti, 2003; Camarero, 2007). A fines
de los años 1920 el periódico gremial del dulce se quejaba amarga-
mente de que el personal de la fábrica Mu-Mu estuviera

embebido por los deportes, y lo que hace indignar más es que son
los dueños de la fábrica los que planean y forman las parrandas que
llevan a cabo los obreros. Al igual que en otras casas, forman los cua-
dros deportivos y se entretienen de tal forma que no sientan la in-
famia, el abuso que cometen con ellos sus explotadores. El fin que
persiguen los burgueses al darles distracción a los obreros es de que
estos no se [percaten o rebelen] ante los atropellos y robos que pue-
den cometer en sus personas.62

Por el contrario, el periódico llamaba a los compañeros a abandonar


estos cuadros deportivos y sumarse al gremio. Ya en los años 1930 los
sindicatos, e incluso organizaciones políticas de izquierda como el
PC, comenzaron a integrar e impulsar las actividades deportivas pro-
pias desde el ámbito gremial y político como una forma de construir
una cultura obrera compatible con la militancia sindical y política.
En 1939 la FOA, dirigida por militantes comunistas y en la que par-
ticipaba el Sindicato del Dulce, organizó su propio club que tenía
no solo una biblioteca, sino también equipos deportivos para la ju-
ventud, impulsaba la formación de un cuadro filodramático, fiestas
campestres, lunchs de camaradería y chocolates danzantes.63 Duran-

62 “Nuestro movimiento en la capital”, EOD, 11/1929, 4.


63 “La Federación obrera de la Alimentación prepara su 1er Congreso y recibe
adhesiones”, LV, 28/11/1939, 7; “Fiesta de camaradería de la FOA”, La Hora,
17/9/1941, 6.

157
La fábrica de chocolate

te su experiencia sindical en los años 1970, Mario Obregón, obrero


de Bagley, Noel, Hojalmar y Terrabusi, entre otras fábricas, relató
el importante papel cumplido por la sociabilidad obrera y el fútbol
en la construcción sindical. En sus recuerdos, el tiempo libre estaba
organizado por la vida sindical, y el fútbol era central. A la salida
del trabajo se organizaban partidos, y las comisiones internas de las
distintas fábricas armaban torneos interfabriles o intersindicales que
servían como instancias de socialización, vinculación y solidaridad
entre obreros y delegados de distintas fábricas. Antes o después de
estos, los debates, la discusión sindical y la política se cruzaban con
la recreación y el esparcimiento, constituyendo al gremio como un
espacio masculino. Pero, además, el gremio –y sobre todo las comi-
siones internas de fábricas–, organizaban asados y reuniones, y en los
bailes o asaltos se abría lugar para una sociabilidad más amplia en la
que participaban también las obreras. Porque la fábrica además de
un espacio laboral y sindical, fue un espacio de amistad, socialización
e incluso de romance. Sin embargo, en el recuerdo de este activista el
lugar identitario preponderante lo ocupaba el sindicato. Ni peronis-
ta ni radical, Mario afirmaba: “yo era del gremio”.64

El trabajo infantil: descalificación y rotación laboral

A diferencia de Mario y otros muchachos que desde los años 1920 y


1930 entraron a las fábricas como aprendices de tareas especializadas
masculinas, durante las primeras décadas del siglo XX, la gran mayo-
ría de los menores eran empaquetadores y estampilladores. El carácter
repetitivo de estas tareas, así como el tedio y la fatiga que generaban
en los niños, fueron advertidos por Celia Lapalma de Emery al reco-
rrer las fábricas que empleaban pequeños. “Los niños”, apuntó,

para proceder con rapidez, toman posiciones viciosas, inclinando


demasiado sus cuerpos, esforzando la vista con un acercamiento es-
cesivo a los objetos, y algunos, en el afán de apresuramiento, hacien-

64 Entrevista a Mario Obregón (Bagley, Noel, Terrabusi, Hojalmar y otras, años


70 y 80), 31/3/2016.

158
Trabajar en las fábricas

do un movimiento acompasado con la mitad del cuerpo, lo que les


ocasiona doble desgaste de fuerzas. He pensado tristemente al verlos
en la fatiga que sufrirán esos niños después de ocho horas de trabajo,
y sobre todo, en el atolondramiento en que quedarán después de tan
larga monotonía de movimientos y ruidos.65

Como señala Lapalma, las tareas de etiquetado y empaquetado


eran tediosas, aburridas y repetitivas, los salarios eran muy bajos,
las posibilidades de aprender un oficio eran casi nulas, la discipli-
na era rígida y violenta, y los malos tratos eran frecuentes. En una
visita a Águila, CyC señalaba que estos talleres “complementan la
obra como la sección en que se empaqueta el chocolate, sección en
la cual trabajan más de 150 niños. Estos pequeños obreros empa-
quetan las tabletas de chocolate y les colocan las correspondientes
etiquetas con una habilidad sorprendente”.66 Esta habilidad no era
reconocida, y sorprendía por atribuirla a “lo natural”, negando su
carácter aprendido. A fines del periodo, cuando estas tareas se me-
canizaron, fueron feminizadas, por lo que permanecieron ligadas a
una concepción de aptitudes naturales.67
A pesar de que los niños eran vigilados atentamente y castigados
ante cada dispersión, encontraban algunos espacios para la evasión,
el juego, el ocio y el consumo mediante el hurto. La fábrica podía
convertirse entonces también en sitio de juego, picardía o consumo,
aun cuando la disciplina se hiciera sentir en ocasiones con violencia.
La experiencia laboral de los menores fue a su vez en ocasiones
la del ingreso al mercado laboral, la del primer acercamiento a un
espacio de trabajo “adulto”. La fábrica, espacio de encierro con ho-
rarios y disciplina rígidos, contrastaba fuertemente con los amplios
márgenes de libertad que disfrutaban los niños pobres en las calles
(Ciafardo, 1992; Ríos y Talak, 2002; Freidenraij, 2015). El ingreso

65 Celia Lapalma de Emery, “Trabajo de mujeres y niños”, Boletín del DNT,


31/12/1908, 585.
66 Destacado propio, “Fábrica de cafés y chocolates “El Águila” de Saint Herma-
nos”, CyC, 1/1/1906, 105.
67 “La Industria Argentina en marcha. Cómo se fabrica el chocolate”, CyC,
11/2/1939, 66.

159
La fábrica de chocolate

de niños obreros a las fábricas estaba relacionado con las necesidades


económicas del grupo familiar. La enfermedad o muerte del padre
o la madre podían detonar la colocación en fábricas puesto que, si
bien se entendía que el salario infantil “complementaba” la economía
familiar, era por lo común no un “complemento” sino parte necesaria
de la misma. Era la enfermedad del padre la que había llevado a la ma-
dre del pequeño Ramón Núñez de 11 años a colocarlo en la fábrica
de chocolates Saint.68 Para el ingreso de los niños en las fábricas fue
necesaria, a partir de 1907, la intervención de una cantidad de fun-
cionarios, que debían certificar las condiciones de trabajo de menores
en edad legal y autorizar el ingreso de pequeños en edades inferiores
a las previstas por la legislación: los Defensores de Menores, el DNT,
el Departamento Nacional de Higiene y el Consejo Escolar.69 Por ello
fue también un encuentro con el Estado, con sus instituciones y fun-
cionarios. En ocasiones, los Defensores de Menores colocaban a los
niños bajo su tutela en estos lugares de trabajo; pero muchas veces
las mismas familias buscaban, a través de los Defensores, obtener un
trabajo y un oficio para sus hijos.70 La ley laboral de 1924 simplificó
los procedimientos. Alicia, en 1942, solo tuvo que ir al registro civil
“a buscar un papelito. Presenté ese papelito, y ya. Tenía permiso para
trabajar”. El único requisito era terminar la escolarización obligatoria,
aunque no siempre se cumplía.71
Por estas razones, en las primeras décadas del siglo el trabajo en las
fábricas de dulces fue poco atractivo para los menores, que rotaban
frecuentemente hacia otros espacios laborales. La de ellos fue una
experiencia discontinua, marcada por los vaivenes del ciclo familiar,
pero también por su propia voluntad y reticencia a este tipo de traba-
jos. Cuando las condiciones de trabajo se tornaban intolerables, abu-
rridas, o la posibilidad de un aprendizaje útil se agotaba, los menores

68 “Como se explota y se maltrata a los niños”, LV, 31/5/1906, 2.


69 Desde 1920, el DNT entregó más de 10.000 libretas por año (Pagani y Alcaraz,
1991: 32).
70 “Saint Hermanos”, La Nación. Edición conmemorativa de la revolución del 25
de mayo de 1810, 146.
71 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.

160
Trabajar en las fábricas

renunciaron y buscaron otros empleos aprovechando su facilidad


para colocase laboralmente, por sus bajos salarios y el amplio abanico
de tareas descalificadas en las que podían ocuparse.

Un lugar para la amistad: las afectividades en la experiencia femenina

A comienzos de siglo las ocupaciones “femeninas” eran, como para los


menores, las de empaquetadoras, embotelladoras, envolvedoras, con-
feccionadoras de “bolsitas”, llenadoras de cajas, y en ocasiones, “obre-
ras”. Luis de Vedia señalaba en 1913 las características de su trabajo:

la tarea que desempeñan si bien es simple, pues se reduce a la envol-


tura y empaquetamiento, no deja de ser fatigosa, pues para alcanzar
los jornales máximos, les es necesario no perder un minuto. La mayor
parte trabaja a destajo, y gana según los kilogramos de caramelos que
envuelven […] es necesario trabajar empeñosamente y tener mucha
práctica para poder obtener un jornal discreto.72

Las tareas desempeñadas por las obreras eran repetitivas y mal retri-
buidas, y debían trabajar a gran velocidad para alcanzar un salario
modesto. Aunque inicialmente había pocas capatazas mujeres, se fue
estableciendo la práctica de ascender a encargadas de los sectores fe-
meninos a obreras del mismo personal. “Hacia tantos años que esta-
ban ahí, las ascendían a esto, a esto, hasta que eran encargadas de la
sección”, recuerda Alicia.73 Otras, en cambio, estaban pocos años en
las fábricas de dulces, y luego migraban a empleos mejor pagos.
Las tareas feminizadas requerían gran cantidad de mano de obra,
y se empleó para ello a la peor paga del mercado. De esta manera, los
empresarios aprovechaban las concepciones genéricas y etarias de la
época en función de su rédito económico. Estas tareas implicaban
pericia, motricidad fina, un alto grado de atención y eran sumamen-
te repetitivas, tediosas y alienantes. Sin embargo, al atribuirse estas

72 L. de Vedia, “Condiciones de trabajo en la ciudad de Buenos Aires, “Fábricas


de dulces, chocolates y bombones””, Boletín del DNT, 31/12/1913, 805.
73 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.

161
La fábrica de chocolate

características a lo “innato” y “natural” de los cuerpos de mujeres y


niños, se las descalificaba, negando el aprendizaje implícito en ellas, lo
que se combinaba con el argumento de la “complementariedad” para
justificar la baja remuneración.
Durante las décadas de 1920 y 1930, el empleo femenino se diver-
sificó y amplió hacia otras tareas en las líneas de montaje. Las mujeres
trabajaban en mesas y cintas, armando galletitas y empaquetando. El
relato de Alicia, ex obrera de Terrabusi, como el de otras entrevistadas,
está cruzado de expresiones corporales y movimientos. 70 años después
aún recordaba vívidamente los gestos repetitivos, sistemáticos, veloces.

Las cremas se hacían en cada sección, vos ponías, viste que vienen dos,
una arriba, una abajo, de una, ponías adelante, para arriba, así, y otra
para abajo. Y en ese término la máquina, iba largándole la crema, que
estaba en un pote así grande, que se hacía ahí mismo, y subía por un
tubo, y se iban. La máquina automáticamente echaba la cantidad en
cada galletita. Y cuando, hacia “pom, pom, pom”, entonces vos las aga-
rrabas y las envasabas […]. Y entonces la metíamos en latas, en latas gran-
des. Encima los frentes eran así de vidrio, entonces vos tenías que hacer
una mano para allá, otra mano para allá, medias cruzadas.74

A medida que hablaba, Alicia movía las manos imitando los movi-
mientos realizados en la línea de montaje, acompañando el armado
de cada galletita con los ruidos que realizaban las máquinas que dis-
tribuían la crema, o los gestos con los que acomodaba las galletitas
en las latas. La monotonía y repetición en las tareas se alternaba por
la rotación en los puestos de trabajo entre distintas secciones, como
el surtido, el chocolate o el envasado. En Terrabusi, como en otras
fábricas del ramo, los turnos estaban organizados por edades. De seis
de la mañana a dos de la tarde trabajaban las mayores, y las menores,
de dos a ocho de la tarde, aunque con frecuencia la legislación labo-
ral relativa al trabajo de las menores no se cumplía. Hortensia trabajó
en Bagley en los años 1950 en el turno de menores y también rotó

74 Entrevista a Alicia Seoane, 4/9/2015; también a Hortensia Frutos (Bagley,


1958-1962), 16/11/2015, Noemí Amarillo (Pradymar, 1973-1978), 8/1/2015,
Norma Stark (Pradymar, 1972-1977), 3/11/2015, Sara Cortal (Canale, Terrabusi,
Santa Mónica, 1962-1975), 27/7/2016.

162
Trabajar en las fábricas

por distintas secciones. Conservaba vívido el recuerdo de su trabajo


en la fábrica, donde pasó por la máquina de Criollitas, por las ga-
lletitas dulces y por la fabricación de budines. El envasado, ya con
celofán, se realizaba con

una lona que bajaba, vos la ibas agarrando, la tomabas con las dos
manos, tenías una guía en tu mesita, la colocabas, la planchabas con
el celofán e ibas haciendo la pilita y ponías tu número de operaria y
después las ponías en la cinta, porque era una cantidad que vos tenías
que hacer durante el día.75
El recuerdo físico y corporal del trabajo, que aún era realizado a destajo,
emerge también en las palabras de Hortensia, al relatar los movimientos
que realizaba con las manos para empaquetar las galletitas.76
Desde la sanción de la Ley 11317 (1924), y al menos hasta los
años 1970, los 14 años fueron la edad aceptada de ingreso al mer-
cado laboral para jóvenes de familias obreras. Las fábricas de dulces
constituían uno de los destinos laborales en los que fácilmente po-
dían insertarse las mujeres sin experiencia ni oficio. Las necesidades
económicas y las situaciones familiares las llevaban a colocarse en las
fábricas concluida la escolarización obligatoria, y en muchas fami-
lias trabajar no era optativo. Pero el destino laboral no siempre fue
decidido unilateralmente por los padres. Más allá de los condiciona-
mientos económicos, muchas veces las y los mismos jóvenes desea-
ban obtener un trabajo para conseguir cierta independencia, dinero
propio y colaborar en el hogar. Para Hortensia Frutos, que trabajó
en Bagley de los 14 a los 18 años (1958-1962), su ingreso a la fábrica
de galletitas fue condicionado por su situación económica, pero era
ella quien deseaba colaborar con su familia.

Mi familia era muy humilde y necesitábamos, yo necesitaba trabajar


para ayudar a mamá que era una mujer viuda, que nos había criado,
de condición muy humilde, y bueno, yo quería colaborar en la casa.

75 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015.


76 Para Norma y Noemí, en los años 1970, el recuerdo del trabajo también era
corporal.

163
La fábrica de chocolate

Esa fue una decisión mía. Mi sueldo yo se lo entregaba a mamá. […]


para mí era una alegría poder ayudarla a mi mamá.77

Al recordar su ingreso al mercado laboral, trascendiendo la necesidad,


Hortensia enfatizó su deseo, su capacidad de decisión y su alegría al
ayudar a su madre. Alicia, obrera en Terrabusi entre 1942 y 1946,
relató en términos similares su ingreso al mercado laboral, también a
los 14 años. A diferencia de su amiga de la cuadra, que tenía cuatro
hermanos y por ello necesitaba trabajar, Alicia afirmaba no precisarlo.
Sin embargo, quería hacerlo para ayudar en su casa.

Mi papá no quería que trabaje, pero yo dije “pero papá, es mucho


sacrificio para vos. Yo me quiero comprar una cosa, y vos te tenés
que sacrificar, no, no le digo…”. Porque para mí no era sacrificio lo
que hacía…78

Además de concebir su trabajo como una “ayuda” en el hogar, el


pequeño salario que percibían daba a las jóvenes como Alicia la po-
sibilidad de ciertos consumos antes inaccesibles. Ella entregaba el
sueldo a su madre, quien lo administraba, y le daba cuotas para sus
gastos personales.

Yo después a mi mamá le daba el sueldo, mi mamá me compraba lo


que yo le decía, me quiero comprar un par de zapatos, y mi mamá
me decía, vamos a comprar el par de zapatos. En aquel tiempo se
acostumbraba viste, que los hijos dieran el sueldo. La que no hacía
eso era mi hermana. Le robaba a mi mamá.79

Alicia concebía su salario de menor no como propio, sino como pro-


piedad de su madre, por eso afirmaba que la hermana robaba. Pero
su trabajo era luego reconocido con un mayor acceso a consumos:
aunque la madre administrara el sueldo, ella podía pedirle vestidos
o zapatos. En lugar de depender del trabajo de los padres, contribuía

77 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015. Desacado mío.


78 Entrevista Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.
79 Ibid.

164
Trabajar en las fábricas

a la economía familiar y obtenía a cambio cierta independencia eco-


nómica. De igual forma recordaba Hortensia su trabajo y su relación
con el dinero:

Mi mamá a mí no me pedía nada, pero yo tal cual lo cobraba se lo


daba. Después durante la quincena los dos domingos nos íbamos las
dos al cine, ella me llevaba a bailar, pero bueno, era una forma de co-
laborar en mi casa. Y así como cuando fui mayor de edad, que hice lo
mismo. Siempre tomando el dinero que yo necesitaba para vestirme,
para calzarme. Pero bueno, algo que a mí me hacía sentir muy bien
era que mi mamá podía quedarse en mi casa, ya no tenía necesidad
de salir ella a trabajar.80

De este modo, la contribución económica de las jóvenes aliviaba la


economía familiar pero les permitía a su vez acceder a un universo de
entretenimientos y gastos personales. Todavía en los años 1970 las
entrevistadas tenían recuerdos asociados al consumo. Para Noemí,
empleada en Pradymar, además de ayudar en el hogar, la fábrica había
sido un canal para acceder a ciertos bienes:

yo empecé con un bolsito parecía una, una María la del pueblo que
bajaba en la estación viste, con una valijita, un bolsito… todas usa-
ban cartera, y yo no tenía cartera [risas], hasta vos te podés imaginar,
comprarte tu cartera, tus botas, o tu piloto, con tu paraguas para ir
a trabajar, ¡yo iba con lo que tenía! […] era mi primer trabajo y para
mí estaba bueno porque era un sueldo donde yo me podía comprar
ropa, donde yo ayudaba a mis viejos, donde mi viejo me enseñaba
que parte era mía, parte para el colectivo, ¿entendés?, y parte para
ayudar a la casa.81

Para Noemí su primer trabajo constituyó una instancia de aprendiza-


je en el manejo del dinero y de sus ingresos, donde las prioridades eran
la ayuda en el hogar y los gastos básicos. Pero la mayor retribución era
poder adquirir objetos que le permitían equipararse con el resto de las
jóvenes obreras. Así se combinaban el aprendizaje del primer trabajo,

80 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015.


81 Entrevista a Noemí Amarillo (Pradymar, 1973-1978), 8/1/2015.

165
La fábrica de chocolate

la ayuda en el hogar y la posibilidad de contar con un dinero propio,


algunos de los “lindos recuerdos” que para Noemí evocaba la fábrica.
Otra parte de la experiencia laboral se vincula con la disciplina y la
rigidez del trabajo fabril. Los horarios se controlaban estrictamente, así
como la producción de cada una en las tareas a destajo. Alicia y las de-
más entrevistadas recordaban la disciplina, el horario rígido y el siste-
ma de fichas para el ingreso y para el control de la producción a destajo.

Depende la sección […] había gente que estaba por día, y otra que
estaba por lo que hacía, por la ganancia. A vos te daban unos cupo-
nes. Por cada lata, por cada estuche, ponías tu número. Y ese era el
número que vos cuando entrabas ponías en el reloj. A la hora que
entrabas y a la hora que salías. Ahí te controlaban la hora de entrada,
la hora de salida… ¡Todo!82

Este control estricto de los horarios, ritmos y producción era parte de


la dinámica de trabajo. La propia disposición interna de las fábricas
respondía a esta intencionalidad de construir la disciplina en el espa-
cio fabril. Alicia recuerda que los jefes estaban ubicados en el centro
de la fábrica, como en “un escenario así, y allá estaban sentados ellos.
Vos estabas del lado de uno, u otro, por si había una queja o algo. Ellos
podían ver todo desde ahí. La gente cuando pasaba los podía ver ahí
tranquilamente a ellos”.83 Hortensia, en Bagley, recuerda también la
disciplina. “La gente de Bagley era muy estricta en cuanto al trabajo,
al horario que vos tenías que cumplir, pero no sé si sería la gente muy
tranquila o que, porque se cumplía bien, tranquilo”.84
La presencia de delegados en las fábricas estaba sólidamente
instalada, al menos desde los años 1930, y Alicia la recuerda en la
década siguiente.

Nosotros como éramos menores no teníamos delegado, viste, pero


los mayores sí, los elegían […]. No sé cómo era eso, yo nunca me en-

82 Entrevista a Alicia Seoane, 4/9/2015. También Hortensia, Noemí y Norma


lo recuerdan.
83 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.
84 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015.

166
Trabajar en las fábricas

teré muy bien de cómo era eso de los sindicatos, debía ser como es
ahora, lo que pasa es que no estaba tan organizado como ahora que
los tipos viven de la gente que paga la mensualidad, en aquel tiempo
no, ellos trabajaban, estaban ahí adentro igual que nosotros. Ellos
eran reconocidos, por eso el dueño lo llamó al delegado, no era sindi-
calista, era un delegado.85

Alicia consideraba al delegado como un obrero, un par (“no era un


sindicalista”), y reconocía su papel como legítimo representante de
los trabajadores, reconocido por la patronal. Sin embargo, las meno-
res no tenían representación gremial, siendo los varones adultos quie-
nes cumplían esta tarea. Por ello lo recordaba como algo más bien
distante (“yo nunca me enteré muy bien de cómo era eso”). En los
años 1950, Hortensia recuerda la presencia de delegados varones con
una distancia similar:

Uno era muy jovencito así que llegábamos, trabajábamos, tenía-


mos nuestro descanso, a la tarde, para hacer la merienda, y nada
más… Había un hombre que era delegado. Pero igual en esa época,
como uno era chico, y mucho no entendía, era como que eso pasa-
ba muy desapercibido.86

Si bien estaba presente en los recuerdos de ambas la existencia de de-


legados, su experiencia laboral como menores fue distante de la vida
sindical, que era adulta y masculina y de la cual ellas no eran parte.87
Las relaciones con los capataces estuvieron en ocasiones teñidas
de conflictos. En años económicamente adversos, como a fines de la
década del 1920 y principios de la siguiente, con reducciones salaria-
les y despidos, los capataces eran generalmente quienes aplicaban los
ajustes y ocupaban lugares de mediadores entre obreros y empresa-
rios, y de transmisores de la voluntad patronal. En 1929 una obrera

85 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.


86 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015.
87 Esto contrasta con historias posteriores como la de Noemí, en los años 1970, para
quien el delegado no era un trabajador, sino alguien que se la “pasaba caminando” y
no las defendía. Entrevista a Noemí Amarillo (Pradymar, 1973-1978), 8/1/2015.

167
La fábrica de chocolate

de Noel se quejó en un boletín fabril comunista de las arbitrariedades


cometidas por el Gerente:

Siendo una obrera de la casa, quiero […] denunciar los malos tratos
de que somos víctimas por parte de “nuestro” Señor Gerente, llama-
do Pepe. Este señor por la más pequeña insignificancia se nos pone a
gritar, y por muy bien que esté una cosa, si a él se le antoja decir que
está mal, lo dice, luego llama al capataz, y le dice: “con esta obrera
a la calle”, dándole tanto que sea una obrera de un día como de 20
años en la casa.88

En este reclamo, el capataz era quien aplicaba las órdenes del gerente,
y no había intercedido en defensa de las obreras. Similares arbitrarie-
dades denunciaban en 1933 y 1934 los obreros de Bagley de su jefe
de personal, quien aplicaba ajustes y reducciones salariales, cambiando
a los obreros de sección y haciéndoles realizar trabajos a destajo por
menos salario. “La explotación inicua que sufrimos obreros y obreras
en esta fábrica de los ‘humanitarios’ burgueses Bagley, con su jefe de
personal ‘Don’ Enrique a la cabeza”, sostenían, “que en sus primeros
tiempos trató por todos los medios de ganar la ‘confianza’ de los obre-
ros y obreras, pero que actualmente sacó su careta de ‘buen jefe’”, se
había convertido en el “más asiduo” perseguidor de los obreros y obre-
ras de la fábrica. Realizaba maniobras cambiando al personal de sec-
ción y reduciendo sus salarios.89 En ese caso, el jefe de personal había
tenido en los comienzos una actitud más favorable hacia los operarios,
pero en un momento de dificultad económica se había convertido en
la casa visible del recorte y era por lo tanto objeto de la denuncia.
En la sección Fruta de Noel, incluso, la relación entre capataces y
obreras estuvo mediada por un cariz de abusos sexuales y acosos. La
denuncia de las obreras apuntaba a los capataces, apodados “Don
Juan”, que “consideran a las obreras como objetos, cosas, para su uso
personal; solo así se explica la forma en que Don Juan trata a las obre-

88 “Una carta de obrera”, Noël. Organo de los jóvenes obreros y obreras de Noel y
Cia Ltda., 3/1929, 2.
89 Célula Comunista de Bagley, ¡Obreros y obreras de “Bagley”!!!, folleto, s.f
(ca. 1934).

168
Trabajar en las fábricas

ras, las insulta, manosea, y les hace proposiciones”.90 En un ambiente


mixto como las fábricas, la relación de autoridad y poder entre capata-
ces y operarias bien podía adoptar la forma del abuso y el acoso sexual.
Por ello, en muchas fábricas las encargadas y capatazas eran mujeres,
aunque los cargos de mayor jerarquía, como el jefe de personal, eran
masculinos. En Bagley, durante el turno de menores, el único varón
a la vista era el jefe de planta. Durante la primera mitad del siglo XX
la organización espacial de las fábricas buscó separar a obreras y obre-
ros. Los sectores de empaquetamiento y etiquetado, donde estaban las
mujeres y niños, estaban aislados y separados de los sectores masculi-
nos, e idealmente se esperaba que varones y mujeres no se cruzaran ni
tuvieran contacto en las fábricas.91 Había baños y vestuarios separados
para varones y mujeres, e incluso comedores diferentes.
Esto era consistente con la segregación espacial general en la so-
ciedad de la época, que distinguía los espacios de sociabilidad y ac-
cionar masculinos de los femeninos como medida necesaria para para
mantener la “moralidad” (Barrancos, 2000). Según recordaba Alicia,
varones y mujeres no podían siquiera hablar durante el trabajo.

Los hombres estaban en las maquinas, nosotros los veíamos que


estaban ahí […], pero no, no había conversación con ellos ni nada.
Algunos eran pareja, eran matrimonios, otros eran novios, pero ni
se podían hablar. […] Ponele que había alguna palabra que tenían
que decirse, pero siempre con respeto, con mucho respeto. […] Los
hombres eran todos aparte, y ahí que ningún hombre te faltara el
respeto porque, ¡pobre de él! Ahí era el despido. Había algunos que
estaban de novios viste, pero ahí adentro el noviazgo o el casamiento
no existía. Él en su trabajo, ella en lo suyo, y nada más.92

90 “Fruta”, Noël. Organo de los jóvenes obreros y obreras de Noel y Cia Ltda.,
3/1929, 2.
91 L. de Vedia, “Condiciones de trabajo en la ciudad de Buenos Aires, “Fábricas
de dulces, chocolates y bombones””, Boletín del DNT, 31/12/1913, 812.
92 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015. En los años 1970
la división sexual del trabajo persistía pero la división espacial ya no parecía ser tan
rígida. Mujeres y varones se cruzaban en la fábrica, hablaban, reían, salían, y “había
puterío”. Noemí Amarillo (Pradymar, 1973-1978), 8/1/2015; Norma Stark (Prad-
ymar, 1972-1977), 3/11/2015.

169
La fábrica de chocolate

Como recuerda Alicia, había disposiciones muy marcadas en torno


a la separación de mujeres y varones en la fábrica, y estaba prohibido
incluso hablar o entablar relaciones dentro del espacio laboral. Esta
concepción de la separación entre espacios masculinos y femeninos
rara vez se cumplía en la práctica, puesto que únicamente las fábri-
cas más grandes podían disponer de talleres separados y sin contac-
to entre las secciones femeninas y masculinas. Incluso en las grandes
fábricas había intersticios, transgresiones, tiempos de encuentro y
momentos de sociabilidad comunes, como los viajes al trabajo o el
encuentro en la puerta, en los horarios de entrada y salida de la fá-
brica. A veces se gestaban vínculos que podían redundar en historias
de amor y matrimonios. Es el caso de María Sinesia y Roberto Bacci-
no, que se conocieron en Águila y se casaron en 1943. Allí trabajaron
desde fines de los años 1920 hasta su jubilación.93 La misma Alicia
recuerda que su subjefe en Terrabusi de los años 1940 se casó con una
obrera. El cuñado del subjefe, que tenía una orquesta, trabajaba en la
máquina que proveía al sector en el que estaban Alicia y sus amigas,
quienes iban a verlo tocar los fines de semana, siempre acompañadas
de alguna madre o tía mayor. Ellas iban a bailar “a todos los clubes”,
como Argentinos Juniors o Boca. Las fiestas terminaban temprano,
y los días de semana no salían porque se levantaban a las cuatro de la
mañana para trabajar. El festejo más importante era el carnaval, que
trastocaba los protocolos: “en carnavales, porque en carnaval no te de-
jaban no trabajar, veníamos del baile, nos cambiábamos la ropa y nos
íbamos a trabajar sin dormir”.94 Hortensia recuerda también sus sali-
das a los bailes, el tiempo libre y un ocio barrial vinculado a los clubes.

Mis salidas eran con mi mamá, porque en aquella época no se usaba


salir con las amigas, […] que las chicas salieran solas. Normalmente
íbamos un grupo, que a lo mejor éramos cuatro, cinco, seis chicas,
y dos o tres mamás. Ellas se rotaban, nos llevaban a bailar, porque
éramos menores, éramos todas chicas.

93 Entrevista a Paola Baccino (nieta de María Sinesia y Roberto Baccino, obreros


de Águila, años 30-60), 27/10/2016.
94 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.

170
Trabajar en las fábricas

De este modo, la sociabilidad laboral y vecinal de las jóvenes se in-


tersectaba. Como Hortensia vivía en la zona sur iba al club Temperley
o a “un saloncito de barrio” que hacía bailes de las seis de la tarde a las
diez de la noche, “siempre con las mamás”.95
Para muchas jóvenes, el ingreso a la fábrica era además no solo el
ingreso al mercado laboral, sino el primer contacto con un mundo
nuevo: el del transporte urbano, un nuevo ambiente social, nuevas
amistades, consumos y usos del tiempo libre que las separaban, aun-
que fuera temporalmente, del ámbito doméstico.96 Las tareas y la
ayuda a sus madres en el hogar formaban también parte de su cotidia-
neidad, lo que constituía una suerte de doble jornada laboral, pero lo
más interesante ocurría afuera.
Además de dar lugar al romance, en las fábricas se gestaron o pro-
fundizaron vínculos de amistad. En todas las entrevistas realizadas a
mujeres obreras de las fábricas, el ingreso al trabajo estuvo mediado por
amistades o por conocidas del barrio. Desde los años 1920, con el aba-
ratamiento del transporte urbano ‒que posibilitó un mayor distancia-
miento entre los lugares de residencia y trabajo‒ y el correspondiente
auge de los suburbios como sitios de residencia obrera, el barrio y los
vínculos barriales comenzaron a operar como vías de ingreso al mer-
cado laboral para las jóvenes de clase obrera (Scobie, 1977). La historia
que da inicio a este capítulo refleja el valor que las amistades adquirían
para las jóvenes, al punto de incidir en sus decisiones y destinos labo-
rales. Alicia había entrado a Terrabusi junto a su amiga de la cuadra.
Aunque le habían ofrecido un buen puesto en Alpargatas, ella no lo
aceptó porque allí no tomarían a su amiga. Por eso se sintió traicionada
cuando su vecina consiguió un nuevo trabajo y renunció sin avisarle.

95 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015.


96 Alicia viajaba con su amiga y otra chica cotidianamente desde Villa Devoto.
Pero también había grupos de chicas de Parque Patricios y Pompeya. Entrevista a
Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015. En los años 1950 Hortensia y sus
amigas viajaban desde zona sur hasta Barracas en tren. “Íbamos en grupo con mis
compañeras, íbamos y volvíamos juntas”. Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley,
1958-1962), 16/11/2015.

171
La fábrica de chocolate

Mi amiga… yo vivía acá, y ella vivía casi enfrente. […] Íbamos las dos
juntas. Después ella un día, no sé por intermedio de quien, entró a
trabajar en una fábrica que era de tejidos que estaba ahí cerca de Villa
del Parque. Y no me dijo nada… un día, dejó, dijo “no voy más”, y
listo. “Pero negra”, le digo. “¿Cómo no me dijiste que vas a entrar a
trabajar acá?”, le digo. “Me plantás así de esta manera”, y yo que la iba
a llamar todos los días, porque si no, no se levantaba ella… y ella ne-
cesitaba trabajar. Yo no tanto, pero ella necesitaba trabajar. Entonces
yo digo, “me dejas plantada de esta manera...”97

Una parte importante de la experiencia laboral de Alicia estaba vin-


culada con esta amistad: habían entrado a trabajar juntas, compartían
el trayecto hasta la fábrica, ella la despertaba todas las mañanas para
ir al trabajo. Por eso el cambio de trabajo de su amiga, sin avisarle, fue
leído como una traición, un desplante. A raíz de este y otros hechos
posteriores, la amistad no continuó. En los años 1950 Hortensia re-
lataba en términos similares su ingreso a Bagley, por medio de unas
vecinas de Adrogué que le avisaron que Bagley tomaba operarias. Allí
se presentaron juntas y obtuvieron su primer trabajo.

Había amiguitas mías que eran un poquito mayores que yo que ha-
bían ingresado en Bagley. Amiguitas mías que habían ingresado y
que me dijeron. Tal es así que ellas cuando cumplieron sus 18 años
se fueron a trabajar a una empresa textil. Y cuando yo cumplí mis
18 años hice lo mismo que ellas. Me retiré, y me fui a trabajar a una
empresa textil.98

La experiencia de trabajo en las fábricas coincidió con su etapa de tra-


bajo como menores, y fue a su vez un tiempo de amistad. Cuando
se hicieron mayores, se abrieron nuevas posibilidades de empleo, con
mejores salarios. Alicia se mostró ofendida cuando su amiga de la in-
fancia cambió de trabajo sin avisarle. Ella misma terminó sus años de
menor y se empleó luego en una droguería. Hortensia y sus amigas

97 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.


98 Entrevista a Hortensia Frutos (Bagley, 1958-1962), 16/11/2015. Norma relató
una experiencia similar en Grand Bourg, y Noemí en Vicente López. Noemí Amarillo
(Pradymar, 1973-1978), 8/1/2015; Norma Stark (Pradymar, 1972-1977), 3/11/2015.

172
Trabajar en las fábricas

se trasladaron juntas a las fábricas textiles. Noemí en los años 1970


probó luego suerte en una fábrica de tubos de luz y se empleó como
cajera en los nuevos supermercados Norte, y sus amigas más cercanas
también entraron allí. Pero hubo mujeres que permanecieron en las
fábricas de dulces, haciendo largas carreras, hasta ocupar puestos de
capatazas, con mejores salarios, responsabilidad y jerarquía.

Foto 3.1 Vista interior del taller de fabricación de galletitas de la fábrica de Luis
Botto y Cía. Durante la elaboración, puede verse a las obreras especializadas en
coberturas. “Serie expositiva y gráfica de nuestra potencia industrial”, Revista
de la Asociación Fabricantes de Dulces, Conservas y Afines, 3/1942, 15.

173
La fábrica de chocolate

No podemos, por lo tanto, pensar en la experiencia de trabajo femeni-


no en las fábricas sin atender a esos lazos de amistad que las cruzaron.
Además de un espacio de disciplina y trabajo, la fábrica era un sitio de
sociabilidad y vínculos que desafiaban y trasgredían la norma del es-
pacio panóptico. La disciplina del trabajo fabril se toleraba porque era
acompañada de charlas, risa, e incluso de música. En Noel las mujeres
trabajaban alegres “al conjuro de las radios que riman sus músicas so-
bre las cabezas de las jóvenes obreras, ágiles de mano, que preparan la
bombonería” (Manacorda, 1947: 316). En la Foto 3.1, una vista del
taller de fabricación de galletitas de la fábrica de Luis Botto y Cía.,
puede verse a las obreras especializadas en coberturas paradas junto
a sus mesas de trabajo. En los rostros de algunas pueden advertirse
sonrisas cómplices. ¿Qué se esconde tras esas risas? Charlas, cotilleos,
bromas, que posiblemente hicieran del trabajo más ameno, robando
instantes al tiempo productivo. Es lo que recuerda Alicia. “Charlába-
mos, como charlamos nosotros acá, viste. Vos trabajas, vas charlando,
había muchas chicas […] Eran todas jovencitas, si todas todas, más o
menos… había algunas que ya eran, que hace años que estaban ahí,
pero por lo general era toda gente joven”.99 Para Noemí los años en la
fábrica se asociaban también a la amistad:

Hice muchas amigas ahí […] éramos un grupo de amigas, que siem-
pre estábamos trabajando en la misma línea de trabajo, donde nos
hicimos amigas, y, esa amistad…, yo ahora bueno, ahora hay un
montón que ya no las vi más pero bueno con Norma me sigo vien-
do, una, y era Bety la otra, y Bety se veía con un montón de chicas,
Bety era más amiguera.100

Noemí se siguió juntando con varias chicas con las que trabajó du-
rante cinco años en la fábrica de galletitas. Una amistad iniciada en la
línea de montaje 40 años antes continuó y finalmente terminó anuda-

99 Entrevista a Alicia Seoane (Terrabusi, 1942-1946), 4/9/2015.


100 El mundo laboral volvió a juntarla con su amiga Bety 40 años después. Cuan-
do a Bety la echaron de la última fábrica en la que trabajó en la crisis post año 2000,
Noemí la llevó a trabajar con ella. Entrevista a Noemí Amarillo (Pradymar, 1973-
1978), 8/1/2015.

174
Trabajar en las fábricas

da por el vínculo laboral cuando Bety fue a trabajar con ella en 2013,
tiempo después del cierre de la fábrica. Norma y Noemí fueron ami-
gas primero y cuñadas después, cuando Noemí se casó con uno de los
hermanos de Norma. También Sara Cortal, quien trabajó en Canale,
Terrabusi y otras fábricas de galletitas en los años 1960 y 1970, enta-
bló amistades en las fábricas, que persisten tras más de 50 años, pese a
haber trabajado juntas solo un breve tiempo.101
La importancia de los lazos de amistad, que hacían tolerables con-
diciones laborales por demás hostiles y mal retribuidas, fue advertida
por las patronales. Desde al menos los años 1970, Bagley propició las
amistades, lazos y vínculos de las operarias entre sí, con su trabajo y
con la empresa. Las nuevas operarias, denominadas “lechuguitas” por
sus gorros y cofias verdes, eran recibidas con un “librito”, una Guía
de Orientación preparada por la Gerencia de Desarrollo de Recursos
Humanos, cuya función era “orientarlas”. El manual tenía como ob-
jetivo la adaptación de las jóvenes:

Durante algunos días, probablemente, usted se sentirá extraño en


su nuevo lugar de trabajo. […] Todos nos hemos sentido así en los
primeros días. Encontrará que lo rodean cordialidad y afecto. Anhe-
lamos que en poco tiempo usted se sienta cómodo y satisfecho por
haberse asociado con nosotros, que forme aquí amistades verdaderas
y que, a través de su trabajo, experimente la satisfacción de estar rea-
lizándose plenamente, de ser útil y creativo, por usted mismo, por su
familia y por la Empresa102.

Como promovía la patronal, entre las obreras hubo amistad. Pero tam-
bién competencia, rencillas, chismes. En Terrabusi en los años 1940 las
obreras reclamaron guardarropas independientes, porque en ocasiones
les faltaban efectos personales de los vestuarios, sustraídos por sus pro-
pias compañeras.103 Noemí recuerda también estas actitudes, puesto
que “la fábrica era un mundo”, y había “rivalidad” entre las mujeres:

101 Entrevista a Sara Cortal (Canale, Terrabusi, Santa Mónica, 1962-1975),


27/7/2016.
102 “Hay que orientar a las lechuguitas”, Solidaridad Socialista, 10/04/1986, 5.
103 “Nos rebelamos a comer en el baño”, Nuestras Mujeres, 24/8/1946, 4.

175
La fábrica de chocolate

Competir. Una con otra, porque nosotros nos cambiábamos en un


vestuario todas juntas donde había, que se yo, ficheros que le dicen,
donde guardaban su ropa y bueno, como todo el mundo, a veces fal-
taban cosas, o a veces alguna estaba embarazada y otra le cortaba el
vestido en la panza. ¡De envidia, viste!… […] también la competencia
de querer yo ser mejor que vos para poder llegar a algo ahí. Pero bue-
no ahí llegaban las que intimaban con los encargados, viste [risas]
con ese tipo de gente. Si, había cada historia de amantes ahí, que te-
nían sus mujeres… […] [risas]. Era todo un mundo ahí.104

Noemí recuerda las envidias y rumores sobre chicas que recién entra-
das ascendían a encargadas porque “andaban con algún supervisor o
algo, y ascendían…”, y dejaba entrever rencillas y envidias entre opera-
rias.105 Estas situaciones, junto al maltrato de los capataces y discusio-
nes internas, la llevaron a buscar otro trabajo mejor retribuido.
La importancia de estas amistades en las experiencias laborales fue
mayor de lo que muchas veces se ha consignado. Pero la posibilidad
de acceder a estos recuerdos, a estos lazos y vínculos resulta esquiva
para periodos pretéritos, en la medida en que los lazos, afectos e his-
torias de estas jóvenes trabajadoras y amigas no encontraron un lugar
en los boletines gremiales, en las publicaciones patronales, ni en la do-
cumentación fabril. Hoy sabemos bastante de la juventud en los años
1960 y 1970, sus diversiones, música, salidas y vínculos. Pero sabemos
menos de las formas de ocio y vinculación de mujeres y varones en
décadas anteriores del siglo XX.
La historia oral es un recurso valioso para acceder a algunas de
estas cuestiones, aunque la capacidad de extrapolar historias hacia el
pasado es limitada. Pero hay aspectos del trabajo en la fábrica que po-
demos sin dudas imaginar en periodos anteriores: charlas en las líneas
de montaje, amistades entabladas y potenciadas por la cercanía entre
el lugar de trabajo y el lugar de vivienda, o por los viajes en colectivo,
tranvía y tren. Vale la pena por lo tanto reflexionar sobre los mundos
sociales y afectivos de quienes trabajaron en las fábricas, aunque más
no sea un ejercicio de imaginación histórica, y recrear a las jóvenes

104 Entrevista a Noemí Amarillo (Pradymar, 1973-1978), 8/1/2015.


105 Ibid.

176
Trabajar en las fábricas

obreras, a los niños, o los operarios adultos, trabajando, dialogando


en las líneas, en los vestuarios, durante el almuerzo, a la salida del tra-
bajo, compartiendo trayectos, recorridos, transportes. Probablemen-
te al involucrarse en la protesta o el sindicato, además de los móviles
económicos y/o políticos, jugaran estas redes y vínculos afectivos.
En este ejercicio de imaginación histórica, podemos pensar los ta-
lleres donde trabajaban los niños también como espacios lúdicos, de
juego, risas, enojos y peleas. Como las cintas de montaje, donde las
chicas “charlaban”, se reían, se conocían y se hacían amigas, a fuerza
de compartir la larga jornada de labor. Lo mismo puede pensarse en
los talleres de los varones, que después del trabajo podían compartir
tragos, jugar al fútbol o cobrar la quincena e ir al prostíbulo juntos.
Las horas de huelga, las asambleas fabriles y la lucha eran también
momentos de diálogo y charlas entre varones, mujeres y niños; las re-
uniones y actividades sindicales y el partido u organización política
fueron el nudo de vínculos entre los obreros “conscientes”.
El mundo fabril, gremial y político fue un espacio para la sociabi-
lidad, los afectos, las amistades, las peleas, el enojo, el amor y el paren-
tesco. Con frecuencia, en las historias individuales, este aspecto hizo
que el “antro de explotación” pudiera generar “lindos recuerdos”,
nostalgia, sonrisas... Son estos vínculos los que en ocasiones hicieron
del “calvario” laboral un lugar pasadero, soportable, agradable e in-
cluso feliz. Aunque las entrevistas, documentos y conclusiones solo
puedan aplicarse con certeza desde los años 1930 y 1940, considera-
mos que la reflexión en torno a los vínculos sociales y afectivos que
entablaron los varones y mujeres en las fábricas en el periodo mencio-
nado puede estimular el ejercicio de una imaginación histórica que
permita pensar la forma de los vínculos y afectos en periodos anterio-
res; y las implicancias de dichos vínculos para pensar la protesta y la
acción gremial, sindical y política.
Para las jóvenes obreras, el temprano ingreso al mercado de tra-
bajo, y la experiencia fabril en particular, a una edad aún formativa,
fueron parte fundante de la personalidad y la subjetividad, aunque
en muchos casos el trabajo en las fábricas de dulces se abandonara
al hacerse mayores, para colocarse en otras fábricas o trabajos donde
pudieran obtener salarios mejores. Varias de ellas dejaron luego por
completo el trabajo asalariado para dedicarse de forma prioritaria

177
La fábrica de chocolate

a las labores domésticas tras el casamiento o, más frecuentemente


el embarazo y el nacimiento del primer hijo o hija. Otras pocas, y
algunas que no se casaron, continuaron en las fábricas, ocupando
cargos de mayor remuneración como capatazas. El inicio en la fábri-
ca ramificó en diversas trayectorias, pero fue, de algún modo, una
marca de origen. No solo un recuerdo del pasado, sino una marca de
identidad. Una fuerte y distintiva identidad obrera. El lugar ocupa-
do por el trabajo y la amistad cedió paso a la formación de familias.
Algunas de esas amistades continuaron y se perpetuaron, pero la
centralidad pasó a la vida familiar, los hijos, y eventualmente los nie-
tos. En los relatos, lo que prima es el cariño, el recuerdo nostálgico
de un pasado vivido en los años de juventud. Para Norma, fueron
años de aprendizaje: “son lindos recuerdos, más allá de que siempre
hay cosas buenas y cosas malas, pero uno aprende de eso, porque
es la verdad, uno aprende. Uno se va haciendo”.106 Difícilmente
pueda, por lo tanto, pensarse en la experiencia laboral femenina sin
ponderar estos años de aprendizaje, de amistades, vínculos sociales:
de un primer encuentro con el mundo público.

***

Durante la primera mitad del siglo XX en las fábricas de dulces las con-
diciones de trabajo fueron duras. A comienzos de siglo regían largas
jornadas que superaban las diez horas, las fábricas distaban de ser hi-
giénicas, el trabajo en las máquinas era riesgoso y solo pocas empresas
tenían seguro contra accidentes o asistencia médica. Algunas de estas
condiciones mejoraron en estos años: se acortó la jornada laboral, se
expandió el seguro contra accidentes y se limitó la jornada laboral de
mujeres y menores. Pero tal vez la más grande desigualdad en la rama
fue la profunda discriminación salarial de mujeres y menores, persis-
tente e incluso reforzada para las mujeres durante el periodo. Mujeres
adultas y menores de ambos sexos no solo percibieron menores sala-
rios, sino que realizaron tareas diferentes, muchas veces en espacios
diferenciados, y tuvieron por ello experiencias laborales diversas.

106 Entrevista Norma Stark (Pradymar, 1972-1977), 3/11/2015.

178
Trabajar en las fábricas

Las patronales pensaron y construyeron espacios diferenciados


según la edad y el género de sus operarios, y estos espacios sexuados
fueron soportes de sociabilidad, cruzados por trasgresiones. La expe-
riencia de trabajo masculina se vinculó a la especialización de oficio,
al trabajo en los hornos y las máquinas. Fue además de gran continui-
dad en el trabajo. Los varones tenían espacios de sociabilidad propios
como el sindicato, los cafés o el fútbol, que marcaron la pauta de una
sociabilidad que se extendía hacia la actividad sindical. Por el contra-
rio, los menores a comienzos de siglo vivenciaron su trabajo ligado a
la disciplina, al tedio de las tareas repetitivas y descalificadas y a los
malos tratos. Por ello su permanencia en el empleo fue menor.
Las mujeres, desde primera posguerra reemplazando a los me-
nores en el empaquetamiento y envasado, pero extendiéndose hacia
otras tareas acompañando la mecanización del trabajo, ingresaron a
trabajar en las fábricas desde muy jóvenes. En muchos casos, esta fue
su primera experiencia laboral, y fue una forma de aportar a la eco-
nomía familiar, pero también una posibilidad de acceder a consumos
antes vedados, y a nuevas formas de ocio y entretenimiento como los
bailes en los clubes o el cine. La fábrica fue para ellas también un es-
pacio de socialización, de amistades –y conflictos–, de romance, de
encuentro con lo público. En ocasiones fueron las amistades las que
hicieron llevadero un trabajo por lo demás tedioso, repetitivo y mal
retribuido. Al hacerse mayores, muchas de ellas migraron junto a sus
amigas a otros trabajos, aunque otras permanecieron largos años en
las fábricas ascendiendo a cargos de mayor jerarquía.
Pese a las condiciones laborales adversas, las actividades monóto-
nas y repetitivas, las arbitrariedades patronales, y a veces, la rivalidad y
la competencia entre las mismas trabajadoras, para muchas jóvenes el
trabajo fue vivido como una posibilidad de ayudar en el hogar, como
un cúmulo de experiencias novedosas, como una etapa de crecimiento.
Aunque los salarios eran bajos, por la gran rotación en el trabajo no cali-
ficado las fábricas alimenticias solían tomar jovencitas, y la producción
de dulces era una puerta de entrada sencilla para acceder al mercado
laboral y obtener cierta experiencia. Allí muchas trabajaban bajo el ré-
gimen de empleo de menores y cuando cumplían la mayoría de edad,
liquidaban su libreta de ahorro y buscaban trabajos mejor pagos. Estas
experiencias laborales estuvieron en la base de las distintas modalidades

179
La fábrica de chocolate

de participación de mujeres, niñas, niños, jovenes y varones adultos en


la protesta y la acción sindical. En sus acciones y demandas colectivas
por mejores condiciones de trabajo, las trabajadoras y trabajadores lo-
graron cambios y ciertas mejoras en sus condiciones laborales.

180

También podría gustarte