El documento narra la historia de tres viajeros que se quedan varados en un pueblo durante una tormenta de nieve. Dos de ellos salen a buscar el equipaje perdido mientras que el otro busca refugio en un bar. Más tarde intenta ir a buscarlos pero queda atrapado por la tormenta.
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
37 vistas5 páginas
El documento narra la historia de tres viajeros que se quedan varados en un pueblo durante una tormenta de nieve. Dos de ellos salen a buscar el equipaje perdido mientras que el otro busca refugio en un bar. Más tarde intenta ir a buscarlos pero queda atrapado por la tormenta.
El documento narra la historia de tres viajeros que se quedan varados en un pueblo durante una tormenta de nieve. Dos de ellos salen a buscar el equipaje perdido mientras que el otro busca refugio en un bar. Más tarde intenta ir a buscarlos pero queda atrapado por la tormenta.
El documento narra la historia de tres viajeros que se quedan varados en un pueblo durante una tormenta de nieve. Dos de ellos salen a buscar el equipaje perdido mientras que el otro busca refugio en un bar. Más tarde intenta ir a buscarlos pero queda atrapado por la tormenta.
Descargue como DOCX, PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 5
ZAPATOS DE BEBÉ
Llegaron hasta la entrada del pueblo al pasar el
mediodía. El sol atravesaba con timidez las nubes que atenuaban su calor. Los campos cubiertos de nieve brillaban. Habían cruzado el bosque en carruaje, y a mitad de camino el jinete no logró sortear un tronco, que provocó que quienes venían atrás se sacudiesen con violencia. Estuvieron a punto de caer, pero se sostuvieron. Continuaron y en pocos minutos llegaron. Se sacudieron el polvo de sus ropajes y solo entonces, cuando buscaron su maleta, descubrieron que ya no estaba. Se les había caído. Se lamentaron por un momento, pero no dudaron en regresar. El carruaje había partido y el camino al pueblo se veía desierto. Él decidió que debería quedarse allí, solo. Era el más fuerte de los tres, el más grande. Podría buscar un lugar en donde quedarse, mientras los otros regresarían por el camino, buscarían el equipaje y volverían al pueblo. Es sabido que una mujer no podría quedarse aquí sola. Se han escuchado historias estremecedoras sobre su destino. «Este es un pueblo de hombres hambrientos», pensó. Llenaron sus cantimploras con agua y se perdieron entre el camino blanco que se desdibujaba al descender la colina sobre la que se levantaban las pocas casas. «No tardarán», se dijo. Si todo sale bien, en poco más de una hora estarán de vuelta. Se adentró al pequeño pueblo. Vio una puerta entreabierta. Sobre esta, podía distinguirse un letrero cubierto de nieve. Pensó que podría ser un bar. Se aproximó y con sigilo introdujo su cabeza. Dentro, una luz amarillenta cubría el lugar que parecía discreto. Logró divisar una barra al fondo y se atrevió a empujar la puerta para entrar. No había nadie más que el hombre tras la barra, quien lo miraba con sorpresa y desagrado mientras limpiaba un vaso y lo llevaba hasta la repisa. Sacudió su saco y lo acomodó en el perchero. Adentro se sentía un poco más cálido y húmedo. Tomó asiento. — ¿Qué se le ofrece? —preguntó el hombre tras el mostrador, con indiferencia. —Busco un lugar para descansar. Somos tres. Los otros salieron en busca del equipaje que se nos cayó en el camino. —respondió. No quería perder tiempo. Intentaría pedir un vaso de cerveza con la promesa de que lo pagaría cuando los otros llegasen. —Y ¿quiénes son los otros? —preguntó nuevamente, mostrando ahora algo de interés. —Mi esposa y su hermano. Pasaremos esta noche, y mañana continuaremos a través de la montaña, hacia nuestro pueblo que se encuentra del otro lado. —Sabes que no es buena idea quedarse en este lugar, ¿verdad? —Lo sé, pero no teníamos opción. Las tormentas de los últimos días han dificultado el transporte. Ya nadie quiere venir por estos pueblos sino hasta que baje la nieve. —Si han decidido no venir, o vienen muy poco, debe ser por algo. ¿No crees? —de pronto su tono de misterio empezó a incomodarlo. Sintió de inmediato que aquel hombre sabía algo, pero no se lo diría sino hasta cuando se le antojara. Y eso le molestó. —Mira. Hemos decidido venir, porque debemos llegar hasta el pueblo de inmediato. Tenemos urgencia y no podemos tardar. No podemos perder un día más de los que ya hemos perdido. Por eso hemos venido, y nos quedaremos aquí esta noche. Y mañana partiremos a la madrugada. Quiero saber si tienes un lugar para nosotros. —Tengo un lugar, claro que sí. Mira, allá. —y apuntó con su dedo a su derecha, hasta un pasillo que conducía hasta la parte trasera de la casa. —Hay dos cuartos. Las camas son duras y poco confortables. Pero no pasarán frío. Además, les motivará levantarse temprano. Te lo aseguro. El hombre se limitó a mirar el lugar, sin decir nada. Regresó la vista al camarero. —¿Qué tan lejos perdieron el equipaje? —continuó con su interrogatorio. —Posiblemente a una media hora a pie. —Bastante cerca. El lugar es peligroso. Si has pasado por aquí, deberías saberlo. —Tenía entendido que dentro del pueblo. —En épocas de tormenta, los pillos merodean de cuando en cuando el bosque, en busca de viajeros, como ustedes. —No me quieras tomar por tonto. —Respondió enfadado. —Te lo he dicho en serio. Por acá ya ningún lugar es seguro. —Saben defenderse. Llegarán. Ya lo verás. Mientras, sírveme una cerveza. Te pagaré en tanto lleguen. El hombre soltó una pequeña risa. Hizo el gesto de contenerla y continuó. —Mira. Si yo fuera tú, en lo que menos pensaría ahora es en la cerveza. La tormenta caerá pronto. Lo he visto en las nubes. No esperará la noche. Y cualquiera que se encuentre en su paso, no sobrevivirá para contarlo. —Sintió de pronto que debió haber escuchado al desagradable hombre desde el principio. No podía seguir perdiendo tiempo. Se apresuró hasta la puerta, tomó su chaqueta y salió. Fuera, un viento gélido lo golpeó. De pronto, las casas que estaban tan cerca parecían desaparecer tragadas por un impulso blanco que iba creciendo. Frente a él, un túnel con una garganta que oscurecía a la distancia. Caminó apenas unos pocos pasos fuera del bar, y se dejó caer por la fuerza de la ventisca. Sus pies parecían hundirse en la nieve que se iba acumulando. Tomó fuerza y regresó. Entró con violencia, y volvió a ver al hombre tras la barra. Este lo miró, nuevamente sin sorpresa. Ahora no dijo nada.
***
Caminaron poco más de diez minutos. Quizá quince.
Pensaron que estaban cerca del lugar en donde el carruaje había golpeado. Intentaron cruzar un pequeño puente. Ella resbaló al borde del camino y rodó por una pequeña ladera. Él la vio caer hasta el fondo de esa leve hondonada, e intentó bajar. Entonces, entre las ramas de los árboles cubiertas de nieve, vio salir dos sombras que la arrastraron y se la llevaron de inmediato. Escuchó su grito que calló de al momento, quizá por una mano sobre su boca. Intentó correr en la nieve, pero cayó. Quería gritar, pero no serviría de nada hacerlo. Levantó la cabeza y los vio perderse por entre los árboles. Caminó en su dirección. Entonces la tormenta llegó. La nieve golpeaba su cara y sintió su mandíbula temblar. Su hermana se había perdido y él estaba allí, desorientado y tembloroso. Caminó pocos metros con dificultad. Todo a su alrededor era blanco. Se sintió perdido. Alcanzó a vislumbrar una pequeña cueva. Para su sorpresa, en el camino encontró el equipaje que empezaba a sepultarse de blanco.
Sobre la nieve cae una pisada
cuya huella se pierde en la tormenta. Su andar zigzagueante dibujó un trazo líquido Se alimentó y abrigó, para retomar la búsqueda. Volvió por sus pasos se perdió en la frialdad de la noche temprana, partió atemorizado al encuentro de su propia muerte.
***
Dentro del bar, el ruido de la tormenta era cada vez
más fuerte. El silbido del viento empezó a colarse por entre los maderos de la puerta. Los esperó durante horas. Tenía aún una leve esperanza de encontrarlos. «Se habrán refugiado», pensó. «Seguro en el camino hay refugios hechos por los viajeros de a pie, en donde podrán resguardarse y descansar». El hombre había atendido algún cliente que llegó y salió de inmediato. Luego de eso, la nieve había subido tanto que las puertas no podrían abrirse sino hasta el siguiente día, con algo de trabajo. —¿Aún deseas la cerveza? —preguntó desde la barra. —Tengo sed y hambre. Me gustaría también un pedazo de pan. —al instante, el hombre tomó un vaso y lo llenó. Sacó bajo el mostrador un bloque de pan duro. Cortó con fuerza y puso la rebanada en un plato. Se los extendió. Al siguiente día, la tormenta había calmado. Lograron salir del bar con algo de dificultad. Entonces intentó irse, pero el hombre del bar lo retuvo. —Aún tienes una deuda conmigo, le dijo mientras lo sujetaba del brazo. Le extendió su bolso. —Es todo lo que tengo. Si los encuentro, podré pagarte. Tomó el bolso y lo dejó continuar. Luego de eso, no lo volvió a ver. Al buscar dentro del bolso, encontró un par de pequeños zapatos de bebé cocidos en cuero. Estaban envueltos, parecían nuevos. Sobre éstos, una nota decía: “Me ha dicho, el curandero del pueblo, que tendrás un hijo mío.”