52 Las 7 Trompetas 20 05 02 PDF

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Un estudio profundo de una secuencia profética

que permite comprender la historia, desde la


caída del Imperio Romano de Occidente hasta la
segunda venida de Jesús.

Federico Salvador Wadsworth


0. Contenido

0. Contenido .......................................................................................................................................... 2
1. Introducción General ......................................................................................................................... 3
2. Estructura del Tratado Teológico ...................................................................................................... 3
3. Mapa General de Tratados ................................................................................................................ 5
4. Mapa del Tratado ............................................................................................................................. 6
5. Propósito del Tratado ........................................................................................................................ 7
6. Desarrollo del tema ........................................................................................................................... 7
6.1. Introducción............................................................................................................................ 7
6.2. Fondo histórico....................................................................................................................... 7
6.3. La visión ............................................................................................................................... 10
6.4. Interpretación profética ........................................................................................................ 11
6.4.1. Las trompetas en la Santa Biblia .............................................................................. 13
6.4.2. El que todavía impide ............................................................................................... 15
6.4.3. Enfoque general de las trompetas ............................................................................ 16
6.4.4. El inicio de la visión................................................................................................... 19
6.4.5. Las 4 primeras trompetas ......................................................................................... 20
6.4.6. Las dos trompetas siguientes ................................................................................... 43
6.4.7. El librito abierto ......................................................................................................... 79
6.4.8. Los dos testigos ........................................................................................................ 84
6.4.9. La séptima trompeta ................................................................................................. 89
7. Material complementario ................................................................................................................. 96
7.1. Los pueblos bárbaros ........................................................................................................... 96
7.1.1. Los alemanni............................................................................................................. 98
7.1.2. Los francos ............................................................................................................. 102
7.1.3. Los suevos, los vándalos y los burgundios ............................................................. 105
7.1.4. Los godos ............................................................................................................... 110
7.1.5. Los anglos y los sajones ......................................................................................... 120
7.1.6. Los hunos y los ostrogodos .................................................................................... 124
7.1.7. Los lombardos ........................................................................................................ 128
7.1.8. Los hérulos ............................................................................................................. 130
7.2. La conversión de los bárbaros ........................................................................................... 135
7.3. La Caída del Imperio Romano de Occidente ..................................................................... 136
7.3.1. El poder civil de la iglesia romana........................................................................... 137
7.3.2. La corrupción de la iglesia ...................................................................................... 143
7.3.3. La inevitable caída .................................................................................................. 150
7.4. El Islam .............................................................................................................................. 151
7.4.1. Arabia antes de Mahoma ........................................................................................ 152
7.4.2. Mahoma .................................................................................................................. 153
7.4.3. La expansión musulmana ....................................................................................... 155
7.4.4. El Imperio Otomano ................................................................................................ 159
7.5. La Caída del Imperio Romano de Oriente .......................................................................... 170
7.6. Historia de la interpretación de las siete trompetas ............................................................ 172

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1. Introducción General

La búsqueda del conocimiento de Dios y su propósito para el hombre constituye la más apasionante de las
aventuras que la mente humana pueda proponerse. El reto de encontrar en el libro sagrado aquel hilo de oro del
plan de salvación recompensará al estudioso, que podrá comprender la majestuosidad del esfuerzo de Aquél que
“no escatimó ni a su propio hijo” (Romanos 8: 32).

El conjunto de tratados sobre temas bíblicos, del que usted tiene en sus manos uno de los estudios, ha sido
preparado para proveer al miembro laico de la Iglesia Adventista del Séptimo Día del conocimiento requerido para
enseñar a otros acerca de cómo crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2
Pedro 3: 18) así como para “presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón
de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3: 15).

El autor es miembro regular de la Iglesia Adventista del Séptimo Día desde 1977, anciano de iglesia desde
1979, esposo, padre y abuelo, con el gozo de tener a toda su familia en “la fe que ha sido una vez dada a los
santos” (Judas 1: 3) y que además suscribe totalmente las 28 doctrinas oficiales de la misma.

Reitero que estos tratados han sido preparados para el


miembro de Iglesia, por lo que deberá graduar la dosis de
conocimiento que deba transmitir a aquellos que se encuentren
interesados en conocer a Jesús, a quien el profeta llama el “Deseado
de todas las gentes” (Hageo 2: 7).

Por eso, al mismo tiempo, hemos querido también incluir


material complementario al estudio bíblico que esperamos le permita
ampliar sus actuales conocimientos, así como estar preparado para
profundizar en “cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1
Pedro 1: 12). Su habilidad para introducir estos subtemas en armonía
con los conceptos centrales es clave para favorecer la transferencia
del conocimiento que usted y yo nos proponemos.

Dado que el conocimiento de nuestro Dios y sus propósitos


estarán, por la obra y gracia del Espíritu Santo, siempre en pleno
desarrollo, podrá encontrarse regularmente con actualizaciones de
cada tratado (vea la fecha aa.mm.dd que acompaña al nombre del
archivo). Estas actualizaciones, por supuesto, también corregirán
algunas de las fallas humanas que puedan haber pasado inadvertidas
para el autor. Por otro lado, su bien intencionado propósito de
ayudarnos a mejorar estos temas será siempre bienvenido.

2. Estructura del Tratado Teológico

Al inicio de cada tratado le presentaremos la estructura general del conjunto de estos utilizando un diagrama
de bloques numerado, llamado Mapa General de Tratados. Este gráfico (que aparece en la subsiguiente página)
le permitirá ver dónde encaja el tratado que tiene en sus manos en relación con los otros temas. Para facilitar su
ubicación además de la numeración, este estará marcado en color diferente de los demás. Coleccione los temas,
actualícelos y ordénelos en esta secuencia si le parece útil a su propio desarrollo del conocimiento.

Los números en cada bloque establecen simultáneamente el orden de creación de estos tratados y la
dependencia lógica también entre ellos. Los bloques del número 70 en adelante representan, a su vez, un conjunto
de tratados especiales. Los he agrupado en 6 grandes temas:

a. Religiones comparadas Serie 70.nn


b. Cronologías Serie 75.nn
c. Armonías de los Evangelios Serie 80.nn
d. Genealogías Serie 85.nn
e. Biografías bíblicas Serie 90.nn
f. Historia Serie 95.nn

La lectura de estos temas le dará el marco referencial para entender los tratados más temáticos. Estos otros
temas tienen su propia estructura que guardará relación con la aquí mencionada.

Luego del diagrama del conjunto, encontrará usted un diagrama de bloques del estudio propiamente dicho,
llamado Mapa del Tratado, donde podrá notar lo siguiente:

a. Cada bloque del diagrama indica el versículo o versículos de referencia en la parte inferior y una
breve frase que corresponde con la lógica de su inclusión en el tema.

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b. Notará que hay algunos bloques, con versículos de color diferente, que hacen referencia a parábolas
que ayudan a entender el tema central.
c. Otros bloques, que no contienen versículos, exponen asuntos que podría usted tocar cuando
presente el estudio; asuntos que poseen un trasfondo histórico, geográfico, científico, técnico, entre
otros. Usted encontrará en este estudio alguna información que le ayudará a exponer sobre estos
conceptos.
d. Estos dos tipos de bloques no necesariamente están incluidos en todos los estudios.
e. Las flechas indican la secuencia lógica en la que el autor piensa que estos temas deben ser
presentados. La secuencia está establecida de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Sin embargo,
su propia iniciativa y conocimiento de las necesidades de sus oyentes le pueden marcar una ruta
diferente. Déjese guiar en oración por Aquél que no puede errar.

Al finalizar esta fase gráfica usted encontrará el estudio en detalle, que seguirá hasta donde sea posible, la
estructura del diagrama de bloques. Algunos materiales complementarios al estudio se incluirán al final. Le
recomiendo que los lea con anticipación para encontrar el momento exacto para incluirlos en su exposición.

Hasta donde me ha sido posible he presentado la fuente de algunos de estos temas para que pueda
extender su comprensión revisándolos. No pretendo conocer todo lo que estas fuentes tratan sobre el tema, por lo
que lo aliento a profundizar y comentarme cómo mejorar este contenido. He incluido algunas imágenes halladas
en Internet para hacer más amena su lectura, espero le agraden.

La fase escrita del estudio contendrá:

a. Acápites por los subtemas principales.


b. Citas Bíblicas (en color rojo).
c. Citas del Espíritu de Profecía (en color verde).
d. Citas de libros o artículos de diversos autores, destinadas a ampliar su conocimiento sobre el tema
(en color azul).
e. Comentarios de las citas mencionadas; en algunos casos estos se presentarán antes de la cita,
como anticipando la declaración, mientras que en otras se ubicarán después como confirmación del
concepto que se sostiene (en color negro).
f. Mapas, cronogramas, genealogías y otros diagramas cuando corresponda a la exposición del tema.
g. Material complementario agrupado en un acápite que ayuda a comprender algunos de los aspectos
que podrían surgir al tratar el tema central con otras personas. No todos los temas contienen
necesariamente este material.

Cuando no se indique lo contrario las citas de la Santa Biblia corresponden a la versión Reina-Valera 1960,
mi favorita. Alguna vez incluiré otras versiones para comparar o ampliar la comprensión de un texto.

Cuando usted desarrolle un estudio bíblico sobre este tema con personas que no pertenecen a la Iglesia le
recomiendo que use la sección correspondiente al estudio (con los versos incluidos en el diagrama de bloques) sin
presentar las declaraciones del Espíritu de Profecía. Comente los materiales complementarios conforme surjan en
la exposición, así como en la fase de preguntas y respuestas.

He preparado también un archivo que incluye todos los diagramas de bloques de los tratados de manera
que le sirvan de ayuda memoria cuando presente el tema. También he creado un archivo con una copia de todos
los contenidos de los tratados de manera que pueda revisarlos sin abrir cada uno de los documentos, en caso esté
buscando un subtema específico.

Permítame, como hasta ahora, que durante el estudio me dirija a usted en forma personal. Creo que así es
como nuestro Salvador hablaba con aquellos a quienes amaba y deseaba salvar. Seguramente usted hará lo
propio con aquellos que le escuchen con este propósito.

Este es un material gratuito que seguramente ha llegado hasta usted por alguien que lo aprecia y desea
que conozca aún más a Jesús y su maravilloso plan de salvación. Difúndalo de la misma manera, ya que “de gracia
recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10: 8).

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3. Mapa General de Tratados

05 30 31
50 51 52
El Espíritu Los dones El don de
Las 7 iglesias Los 7 sellos Las 7 trompetas
Santo espirituales lenguas

32 47 49 53
48 55
El Don de La estatua de El carnero y el El cuerno
Las 4 Bestias El Anticristo
Profecía Nabucodonosor macho cabrío pequeño

33 56
54
Profecías Las 70
Los 1260 años
mesiánicas semanas

57 60 61
59 62
El juicio La Apostasía El Tiempo
El sellamiento El milenio
investigador final de Angustia

16 18 58 40
02 04 15 17
Muerte La Segunda Los libros La Gran
La Divinidad El Hijo La Encarnación La Resurrección
Vicaria Venida del cielo Comisión

13 19 41
El Ángel Señales de la Historia
de Jehová Segunda Venida de la IASD

42
03 14 34 35
Organización
El Padre El Amor La Redención La Conversión
Eclesiástica

29 36 43
09 37 38 39
Los libros Justificación Disciplina
El Pecado Santificación El Bautismo La Iglesia
apócrifos por la fe Eclesiástica

06 08 44
01 10
La Ley El origen Diezmo &
La Santa Biblia La Muerte
de Dios del pecado Ofrendas

28
26 27 45
Posesión
Los Ángeles Espiritismo El matrimonio
demoníaca

25 46
07 24
La Cena Estilo Cristiano
El Sábado La Adoración
del Señor de Vida

12
La Oración

63
11 20
La tierra
La creación El diluvio
nueva

21 22 23
El Santuario Nuestro Sumo La ley
Celestial Sacerdote ceremonial

70 80 90
75 85 95
Religiones Armonía de los Biografías
Cronología Genealogía Historia
Comparadas Evangelios Bíblicas

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4. Mapa del Tratado

Las trompetas Llamada El atalaya Pregón


La visión
de plata de guerra y la alerta de guerra

Apo 8: 2-11: 19 Núm 10: 1-9 Sof 1: 14-16 Eze 33: 1-7 Jer 4: 19

Juan en Alarma en el Llamado al Sonido


Patmos santo monte arrepentimiento incierto

Apo 1: 9 Joe 2: 1 Joe 2: 11-15 1 Cor 14: 8

Historia de la Granizo Listos


interpretación y fuego para tocar
de las 7
trompetas
Apo 8: 7 Apo 8: 6

Montaña Ángeles con


El que todavía
ardiendo trompetas y
impide
al mar oraciones

Apo 8: 8, 9 Apo 8: 2-4 2 Tes 2: 1-12

Una gran Incensario con El poder civil


estrella: Ajenjo fuego del altar La corrupción
de la iglesia
de la iglesia
romana
Apo 8: 10, 11 Apo 8: 5

Oscuridad de La Caída del La trompeta


día y noche Los pueblos La conversión del juicio
Imperio Romano
bárbaros de los bárbaros
de Occidente
Apo 8: 12, 13 Apo 11: 15--19

Un águila La llave del pozo Cuatro ángeles La Caída del


y los ayes del abismo desatados El Imperio
Imperio Romano
Otomano
de Oriente
Apo 9: 1-12 Apo 9: 1-12 Apo 9: 13-21

Un ángel anuncia Dulce amargura


Los dos
La expansión Arabia y que el tiempo y llamado a
testigos
del Islam Mahoma no será más predicar

Apo 10: 1-7 Apo 10: 8-11 Apo 11: 1-14

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5. Propósito del Tratado

El propósito del tratado es el siguiente:

a. Presentar la profecía de las siete trompetas de acuerdo al método histórico.


b. Interpretar el concepto profético de la trompeta y su llamado a la guerra.
c. Ligar la caída de los imperios romanos de oriente y occidente al cumplimiento del plan de Dios.
d. Comprender el concepto de los 3 ayes vinculados a las tres últimas trompetas.
e. Establecer la relación con las profecías de las siete iglesias y los siete sellos.
f. Analizar el impacto de la Revolución Francesa en el fin de la limitación a la circulación libre de la
Santa Biblia.
g. Mostrar el nacimiento de la iglesia profética del tiempo del fin y su responsabilidad de predicar la
verdad presente en el tiempo del fin.
h. Analizar la importancia de la declaración “quien al presente lo detiene” y su influencia en la
interpretación de la visión de las trompetas.

6. Desarrollo del tema

6.1. Introducción

Hemos mencionado en algún tratado anterior que la profecía no es doctrina, pues mientras que
Pablo entendió a plenitud la doctrina de la justificación por la fe, seguramente no podía entender con la
misma profundidad los acontecimientos del futuro que permitirían que fuese retirado “el que todavía impide”.
La profecía requiere para su interpretación, excepto que seamos el propio profeta, del transcurrir del tiempo
que permitió, por ejemplo, ver la secuencia del gran terremoto, el día oscuro, la luna roja como sangre y la
caída de las estrellas que anunciaba el sexto sello.

Tal vez por eso algunos encuentran difícil aceptar la que ha sido la interpretación histórica del
adventismo en relación con las siete trompetas y buscan en el futurismo el cumplimiento de acontecimientos
que en nuestra opinión ya ocurrieron. A veces la soberbia de suponer que nuestro modo de pensar es el
mejor, y que parece no ser inteligente decirles a otros que tienen razón, también contribuye a estas
diferentes opiniones de nuestros más preclaros teólogos.

Pensamos que las trompetas anuncian al pueblo de Dios los acontecimientos que llevarían a retirar
al “que impide todavía” (en ese tiempo) que el misterio de iniquidad adquiera su poder y luego muestra el
castigo de Dios mediante la guerra a la que llaman las trompetas de una Europa que había dejado a un
lado la verdad. Acompáñenos a analizar esta profecía que sigue enviando la señal clara que, si Dios controló
los acontecimientos pasados, también lo hará con los futuros, que son los que más nos atañen. Comprender
la profecía demandará un poco más de entendimiento sobre la historia que rodea a estos acontecimientos.
Esto explica la extensión de este tratado y la dimensión de las citas de sustento histórico de las razones
para identificar a cada una de las trompetas. Espero que a usted le guste la historia como a mí, si no es así,
le ruego indulgencia.

6.2. Fondo histórico

La visión es dada a Juan en el islote de Patmos cuando se encontraba allí preso por haber cumplido
la orden del Señor de predicar la verdad al mundo. Juan tendría motivos para la desolación, pues era ya un
hombre anciano el año 96 DC cuando escribió el Apocalipsis. Siendo que Juan era joven o mancebo cuando
conoció a Jesús tendría cerca de 92 años cuando recibió la revelación. Después todavía sus fuerzas le
alcanzarían para escribir el evangelio que lleva su nombre el año 99 DC.

Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia


de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de
Jesucristo.
Apocalipsis 1: 9

Por lo tanto, es interesante mencionar brevemente algo de las condiciones que existían en el
imperio, particularmente las que afectaban a los cristianos durante el tiempo de Domiciano
[emperador del 81 al 96 DC, tiempo que coincide, al final, con la reclusión de Juan en Patmos].
Durante su reinado la cuestión de la adoración del emperador llegó a ser por primera vez crucial
para los cristianos, especialmente en la provincia romana de Asia, región a la cual se dirigieron en
primer lugar las cartas a las siete iglesias…

La adoración del emperador era común en algunos lugares al este del mar Mediterráneo aun
antes de Alejandro Magno. Este fue deificado y también sus sucesores. Cuando los romanos
conquistaron el Oriente, sus generales y procónsules eran aclamados a menudo como deidades.
Esta costumbre fue mucho más fuerte en la provincia de Asia, donde siempre habían sido populares

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los romanos. Era común edificar templos para la diosa Roma, personificación del espíritu del imperio,
y con su adoración se relacionaba la de los emperadores. En el año 195 AC se le erigió un templo
en Esmirna; y en el 29 AC. Augusto concedió permiso para la edificación de un templo en Éfeso para
la adoración conjunta de Roma y de Julio César, y de otro en Pérgamo, para la adoración de Roma
y de sí mismo. Augusto no promovía su propia adoración, pero en vista de los deseos expresados
por el pueblo de Pérgamo, sin duda consideró tal adoración como una conveniente medida política.
En ese culto la adoración de Roma poco a poco llegó a ser menos importante, y sobresalió la del
emperador. La adoración de éste en ninguna manera reemplazaba la de los dioses locales, sino que
era añadida y servía como un medio para unificar el imperio. Los rituales del culto del emperador no
siempre se distinguían fácilmente de las ceremonias patrióticas. En Roma se instaba a no adorar a
un emperador mientras aún vivía, aunque el senado deificó oficialmente a ciertos emperadores ya
muertos.

Gayo Calígula (37-41 DC) fue el primer emperador que promovió su propia adoración.
Persiguió a los judíos porque se oponían a adorarlo, y sin duda también hubiera dirigido su ira contra
los cristianos si hubieran sido lo bastante numerosos en sus días como para que le llamaran la
atención. Sus sucesores fueron más condescendientes, y no persiguieron a los que no los adoraban.

El próximo emperador que dio importancia a su propia adoración fue Domiciano (81-96 DC).
El cristianismo no había sido aún reconocido legalmente por el gobierno romano… pero aún una
religión ilegal difícilmente fuera perseguida a menos que se opusiera a la ley; y esto fue precisamente
lo que hizo el cristianismo. Domiciano procuró con todo empeño que su pretendida deificación se
arraigara en la mente del populacho, e impuso su adoración a sus súbditos. El historiador Suetonio
registra que publicó una carta circular en nombre de sus procuradores, que comenzaba con estas
palabras: “Nuestro Señor y nuestro Dios ordena que esto sea hecho” (Domiciano XLII. 2).

Un pasaje no muy claro del historiador romano Dio (Historia romana LXVII. 14. 1-3) parece
explicar esta persecución:

“Y en el mismo año [95 DC] Domiciano mató junto con muchos otros a Flavio Clemente el
cónsul, aunque era su primo y tenía como esposa a Flavia Domitila, que era también pariente del
emperador. Ambos fueron acusados de ateísmo, acusación por la cual fueron condenados muchos
otros que habían adoptado costumbres judías. Algunos de ellos fueron muertos, y el resto por lo
menos fue despojado de sus propiedades. Domitila sólo fue desterrada a Pandataria”.

Aunque a primera vista este


pasaje parece registrar una persecución
contra los judíos (y de acuerdo con el
historiador judío H. Graetz, el primo de
Domiciano era prosélito judío [History of
the Jews, Tomo 2, 387-389]), los eruditos
han sugerido que en realidad Flavio
Clemente y su esposa fueron castigados
por ser cristianos. Desde el punto de vista
de un historiador pagano que no conocía
íntimamente el cristianismo, “costumbres
judías” sería una descripción lógica del
cristianismo, y el “ateísmo” bien podría
representar la negativa de los cristianos
de adorar al emperador. Eusebio
(Historia Eclesiástica III. 18. 4, 123) sin
duda confunde la relación entre Domitila y
Clemente, y dice que Domiciano desterró
a una sobrina de Clemente, llamada
Flavia Domitila, porque era cristiana.
Probablemente las dos referencias son a
la misma persona, y sugieren que la
persecución llegó hasta la familia imperial.

Esa persecución, por negarse a


adorar ante el altar del emperador, sin
duda constituye la razón inmediata del
destierro de Juan a Patmos, y por lo tanto
de la redacción del libro del Apocalipsis.
Sin duda habían muerto todos los
apóstoles, excepto Juan, y éste se hallaba desterrado en la isla de Patmos. El cristianismo ya había
entrado en su segunda generación. La mayoría de los que habían conocido al Señor habían muerto.
La iglesia se veía frente a la más fiera amenaza externa que había conocido, y necesitaba una nueva

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revelación de Jesucristo. Por lo tanto, las visiones dadas a Juan llenaban una necesidad específica
en ese tiempo; y mediante ellas el cielo fue abierto para la iglesia que sufría, y los cristianos que se
negaban a inclinarse ante la pompa y el esplendor del emperador, recibieron la seguridad de que su
Señor, ya ascendido y ante el trono de Dios, superaba infinitamente en majestad y poder a cualquier
monarca terrenal que pudiese exigir su adoración...
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 739, 740

Los eruditos modernos están divididos en cuanto a si el momento cuando se escribió el


Apocalipsis debe fijarse en una fecha relativamente temprana, durante los reinados de Nerón (54-
68 DC) o de Vespasiano (69-79 DC…), o en una fecha posterior, hacia el fin del reinado de
Domiciano (81-96 DC…).

Los eruditos que prefieren una fecha más antigua para el Apocalipsis, generalmente
identifican la persecución citada en las cartas a las siete iglesias con la que sufrieron los cristianos
en el reinado de Nerón (64 DC), o posiblemente más tarde en el tiempo de Vespasiano, aunque no
es claro hasta qué punto este último emperador persiguió a la iglesia. Creen que el mundo
convulsionado descrito en el Apocalipsis refleja las dificultades que perturbaron la ciudad de Roma
desde los últimos años de Nerón hasta los primeros años de Vespasiano. Ven en la bestia que sufre
una herida mortal y es curada (capitulo 13: 3), y en la bestia que “era y no es; y está para subir del
abismo” (capitulo 17: 8), una representación de Nerón, de quien decía una leyenda popular que
apareció después de su muerte, que reaparecería algún día. También creen que el número simbólico
666 (capitulo 13: 18) representa a Nerón César, escrito en consonantes hebreas (Nrwn Qsr). Estas
evidencias han inducido a cierto número de destacados eruditos a ubicar la redacción del Apocalipsis
a fines de las décadas de los años 60 o 70 del Siglo I DC.

Este razonamiento, aunque indudablemente basado en hechos históricos, depende, para ser
admitido, de la interpretación que se dé a ciertas declaraciones del Apocalipsis. Pero una
interpretación tal es, por supuesto, subjetiva, y no ha sido aceptada por muchos verdaderos eruditos
del pasado. Tampoco la acepta este Comentario, pues sus autores creen que las profecías del
Apocalipsis se aplican también a lo que está más allá de la situación inmediata y local… Cualquier
evidencia para la fecha de la redacción del Apocalipsis debe basarse, en primer lugar, por lo menos
en otras clases de evidencias y razonamientos.

El testimonio de los primeros escritores cristianos es casi unánime en el sentido de que el


libro de Apocalipsis fue escrito durante el reinado de Domiciano. Ireneo, que afirma que tuvo relación
personal con Juan por medio de Policarpo, declara del Apocalipsis: “Porque eso no fue visto hace
mucho tiempo, sino casi en nuestros días, hacia fines del reinado de Domiciano” (Contra herejías
versículo 30). Victorino (…303 DC) dice: “Cuando Juan dijo estas cosas estaba en la isla de Patmos,
condenado a trabajar en las minas por el césar Domiciano. Por lo tanto, allí vio el Apocalipsis”
(Comentario sobre el Apocalipsis, capítulo 10: 11…). Eusebio (Historia Eclesiástica III. 20. 8,
9) registra que Juan fue enviado a Patmos por Domiciano, y que cuando los que habían sido
desterrados injustamente por Domiciano fueron liberados por Nerva, su sucesor (96-98 DC), el
apóstol volvió a Éfeso.

Un testimonio cristiano tan antiguo ha inducido a los autores de este Comentario a fijar el
momento cuando se escribió el Apocalipsis, al final del reinado de Domiciano, o sea antes de 96 DC.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 738, 739

El testimonio de los primeros escritores cristianos es unánime, afirmando que el Apocalipsis


fue escrito durante el reinado del emperador Domiciano, 96 DC. Ireneo declara: “Porque ello, se vio,
no hace mucho tiempo, sino casi en nuestros días, hacia fines del reinado de Domiciano”. (Padres
Ante nicenos, Tomo 1, página 559).

El escritor Victoriano que murió cerca al año 303 DC, dice “Cuando Juan dijo estas cosas en
la isla de Patmos, condenado a la labor de las minas por el César Domiciano, allí vio el Apocalipsis”.
(ibíd, Tomo VII, página 353).

Eusebio de Cesarea, registra que Juan fue enviado a Patmos por Domiciano y fue soltado
por su sucesor Nerva (Historia Eclesiástica, libro 111, párrafo 20, versículos 8, 9).

Tales testimonios cristianos inducen a ubicar el momento cuando se escribió el Apocalipsis,


durante el reinado de Domiciano, o sea, el año 96 DC.

Durante este emperador fue cuando el asunto de la adoración del emperador llegó a ser un
problema serio para los cristianos. El Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, página 9, dice al
respecto: “Tales condiciones, de persecución por negarse a adorar ante el altar del emperador, sin
duda constituyen el fondo inmediato del · destierro de Juan a Patmos, y, por lo tanto, de la escritura
del libro de Apocalipsis. Por lo tanto, las visiones dadas a Juan llenaban una necesidad específica

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en su tiempo. Por su medio el cielo fue abierto para la Iglesia sufriente y los cristianos que rehusaban
inclinarse ante la pompa y el esplendor del emperador, recibieron la seguridad de que su Señor
trascendía en su majestad y poder a cualquier monarca terrenal que pudiese exigir su adoración”.
Máximo Vicuña, Interpretación Histórica del Libro de Apocalipsis, 7

6.3. La visión

La visión de Juan puede dividirse, por asuntos metodológicos en 5 partes:

1. Las cuatro primeras trompetas


2. La quinta y sexta trompeta
3. El primer interludio, la visión del libro abierto
4. El segundo interludio, los dos testigos
5. La séptima trompeta

En este tratado estudiaremos también los dos interludios, aunque uno de ellos lo hemos tratado con
alguna profundidad cuando estudiamos el tiempo del fin y el Espíritu de Profecía.

Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas. Otro
ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para
añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de
la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.
Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y
voces, y relámpagos, y un terremoto. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se
dispusieron a tocarlas. El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con
sangre, que fueron lanzados
sobre la tierra; y la tercera parte
de los árboles se quemó, y se
quemó toda la hierba verde. El
segundo ángel tocó la trompeta,
y como una gran montaña
ardiendo en fuego fue
precipitada en el mar; y la
tercera parte del mar se
convirtió en sangre. Y murió la
tercera parte de los seres
vivientes que estaban en el
mar, y la tercera parte de las
naves fue destruida. El tercer
ángel tocó la trompeta, y cayó
del cielo una gran estrella,
ardiendo como una antorcha, y
cayó sobre la tercera parte de
los ríos, y sobre las fuentes de
las aguas. Y el nombre de la
estrella es Ajenjo. Y la tercera
parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas,
porque se hicieron amargas. El cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, y
la tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas, para que se oscureciese la tercera parte
de ellos, y no hubiese luz en la tercera parte del día, y asimismo de la noche. Y miré, y oí a un ángel
volar por en medio del cielo, diciendo a gran voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa
de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles! El quinto ángel tocó la
trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y
abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol
y el aire por el humo del pozo. Y del humo salieron langostas sobre la tierra; y se les dio poder, como
tienen poder los escorpiones de la tierra. Y se les mandó que no dañasen a la hierba de la tierra, ni
a cosa verde alguna, ni a ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de
Dios en sus frentes. Y les fue dado, no que los matasen, sino que los atormentasen cinco meses; y
su tormento era como tormento de escorpión cuando hiere al hombre. Y en aquellos días los
hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos. El
aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían
como coronas de oro; sus caras eran como caras humanas; tenían cabello como cabello de mujer;
sus dientes eran como de leones; tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus alas era
como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas como de
escorpiones, y también aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres durante
cinco meses. Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón,
y en griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes después de esto. El sexto
ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 10 de 173


de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados
junto al gran río Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la
hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número de los ejércitos
de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número. Así vi en visión los caballos y a sus jinetes,
los cuales tenían corazas de fuego, de zafiro y de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como
cabezas de leones; y de su boca salían fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas fue muerta la
tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca. Pues el poder
de los caballos estaba en su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían
cabezas, y con ellas dañaban. Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun
así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes
de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar; y no
se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos. Vi
descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su
rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y
puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un
león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces. Cuando los siete truenos hubieron
emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los
siete truenos han dicho, y no las escribas. Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra,
levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las
cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él,
que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a
tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas.
La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve y toma el librito que está abierto en la mano
del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel, diciéndole que me diese el
librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la
miel. Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel,
pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre. Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez
sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes. Entonces me fue dada una caña semejante a
una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran
en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado
a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses. Y daré a mis dos testigos que
profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los
dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego
de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la
misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su
profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda
plaga, cuantas veces quieran. Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo
hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande
ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue
crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y
medio, y no permitirán que sean sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos
y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a
los moradores de la tierra. Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida
enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron. Y
oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus
enemigos los vieron. En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se
derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron,
y dieron gloria al Dios del cielo. El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto. El séptimo
ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han
venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro
ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y
adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y
que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. Y se airaron las naciones, y tu
ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a
los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que
destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el
templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo.
Apocalipsis 8: 2-11: 19

6.4. Interpretación profética

Antes de iniciar la interpretación profética de las siete trompetas presentaremos de manera somera
como hemos interpretado tanto las 7 iglesias como los siete sellos de Apocalipsis. Dado que la profecía que
tratamos no es una profecía de tiempo (como los 1260 días, por ejemplo, que hemos tratado en otro estudio)
las fechas que demarcan los límites de la duración de cada trompeta son referenciales (excepto en algunos
pocos casos, que además son muy importantes, que detallaremos en su momento), pues no puede citarse
un versículo bíblico que haga matemático el cálculo como lo hemos visto en otros casos. Aunque las fechas
presentadas tienen, en nuestra opinión, una gran significación lo cierto es que los macro periodos que

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 11 de 173


representan y sus características no cambiaron de un día para otro; pues en realidad representan más bien
tendencias que posiblemente tuvieron algunos puntos culminantes, pero que cuando cambiaron no
significaron un corte total con el periodo anterior. Le recomiendo que si no ha leído los tratados de las 7
iglesias y los 7 sellos lo haga antes de continuar con este.

Las 7 Iglesias
Número 1 2 3 4 5 6 7
Iglesia Éfeso Esmirna Pérgamo Tiatira Sardis Filadelfia Laodicea
Ciudad Amor y Canción Amor Pueblo
Significado Deseable Mirra
elevada trabajo de gozo fraternal del juicio
Perseguida
Perseguida Iglesia del Iglesia del
Iglesia por el Cortejada Misión y
Periodo por el tiempo de la juicio
apostólica Imperio por el poder revelación
papado Reforma investigador
Romano
Inicio 31 DC 100 DC 313 DC 538 DC 1517 DC 1798 DC 1844 DC
Fin 100 DC 313 DC 538 DC 1517 DC 1798 DC 1844 DC Fin
Duración 69 años 213 años 225 años 979 años 281 años 46 años Van 176

El cuadro mostrado presenta para cada iglesia:

• El nombre bíblico con el que se le identifica.


• El significado o traducción del término a nuestro idioma.
• Una descripción genérica de la situación por la que atraviesa, cuyas características o detalles fueron
ampliados en los acápites del estudio anterior.
• Una fecha de inicio del periodo que corresponde a la iglesia.
• Una fecha de final del periodo, que además corresponde al inicio de la siguiente iglesia.
• La duración del periodo en años (en números redondos).

Presentaremos ahora un cuadro donde se muestra la interpretación de los siete sellos, marcando la
vinculación de estos con las siete iglesias, notando que hay una gran similitud entre ambos, aunque hay
una diferencia importante al final.

Los 7 Sellos
Número 1 2 3 4 5 6 7
Almas que Terremoto
Caballo Caballo Caballo Caballo Silencio en
Sello claman y señales
blanco bermejo negro amarillo el cielo
venganza estelares
Sardis,
Iglesias
Éfeso Esmirna Pérgamo Tiatira Sardis Filadelfia
Vinculadas
& Laodicea
Persecución
Penetración Persecución
Periodo por el Clamor de Tiempo del Segunda
Periodo del por el
apostólico Imperio los mártires Fin Venida
paganismo papado
Romano
Inicio 31 DC 100 DC 313 DC 538 DC 1517 DC 1755 DC
Fin 100 DC 313 DC 538 DC 1517 DC 1755 DC
Duración 69 años 213 años 225 años 979 años 238 años Van 265

El cuadro mostrado presenta para cada sello:

• El número de sello con el que se le identifica.


• La característica o imagen principal del sello.
• La iglesia o iglesias con las que coincide.
• Una descripción genérica de la situación por la que atraviesa el mundo religioso, cuyas
características o detalles serán ampliados en los acápites siguientes.
• Una fecha de inicio del periodo que corresponde a cada sello.

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 12 de 173


• Una fecha de final del periodo, que además corresponde al inicio del siguiente sello.
• La duración del periodo en años (en números redondos).

Finalmente mostramos un cuadro relacionando las 7 trompetas con los sellos y las iglesias que
iremos exponiendo en adelante.

Las 7 Trompetas
Número 1 2 3 4 5 6 7
Granizo y Montaña Gran Otra Cuatro Voces en
Trompeta Oscuridad
fuego ardiendo estrella estrella ángeles el Cielo
Sarracenos
Significado Visigodos Vándalos Hunos Hérulos Turcos Juicio
y Turcos
Ayes Primero Segundo Tercero
Los dos
Interludios testigos
El librito abierto
Caballo
El sexto
amarillo,
Sello Caballo sello
Tercero: Caballo negro almas que
Relacionado amarillo después de
claman y
las señales
señales
Tiatira,
Iglesia Filadelfia &
Tercera: Pérgamo Tiatira Sardis &
Vinculada Laodicea
Filadelfia
Caída del Imperio Juicio
Periodo Caída del Imperio Romano de Occidente
Romano de Oriente Investigador
Inicio 395 DC 406 DC 445 DC 450 DC 622 DC 1449 DC 1840 DC
Fin 410 DC 475 DC 453 DC 476 DC 1449 DC 1840 DC
Duración 15 años 69 años 8 años 26 años 827 años 391 años Van 180

El cuadro mostrado presenta para cada sello:

• El número de trompeta con el que se le identifica.


• La característica o imagen principal de la trompeta.
• El significado de cada trompeta.
• Los ayes que se escuchan en determinadas trompetas.
• Los interludios y donde se ubican en la serie histórica.
• El sello o sellos con los que se relaciona.
• La iglesia o iglesias con las que coincide.
• Una fecha de inicio del periodo que corresponde a cada trompeta.
• Una fecha de final del periodo de la trompeta.
• La duración del periodo en años (en números redondos).

Le agradeceré que mientras vayamos avanzando en la interpretación de los símbolos utilizados en


cada trompeta usted se vaya refiriendo a este cuadro para facilitar la comprensión, y si lo desea puede
revisar en paralelo la interpretación de las iglesias y los sellos tal como aparecen en los tratados anteriores.

6.4.1. Las trompetas en la Santa Biblia

Las trompetas están identificadas en la Santa Biblia en primer lugar con la guerra y con la
comunicación al pueblo, al campamento o al ejército acerca de un movimiento importante. Cuando
Israel estaba en el desierto, Dios mandó a hacer a Moisés dos trompetas de plata para alertar al
campamento. Recuerde que era un pueblo de unas 2, 5 millones de personas… y que no poseían
nuestros medios de comunicación. Note que había un código para entender qué hacer cuando las
trompetas sonaran, por lo que los sonidos debían ser diferenciables.

Jehová habló a Moisés, diciendo: hazte dos trompetas de plata; de obra de martillo las harás,
las cuales te servirán para convocar la congregación, y para hacer mover los campamentos. Y

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cuando las tocaren, toda la congregación se reunirá ante ti a la puerta del tabernáculo de reunión.
Mas cuando tocaren sólo una, entonces se congregarán ante ti los príncipes, los jefes de los millares
de Israel. Y cuando tocareis alarma, entonces moverán los campamentos de los que están
acampados al oriente. Y cuando tocareis alarma la segunda vez, entonces moverán los
campamentos de los que están acampados al sur; alarma tocarán para sus partidas. Pero para reunir
la congregación tocaréis, mas no con sonido de alarma. Y los hijos de Aarón, los sacerdotes, tocarán
las trompetas; y las tendréis por estatuto perpetuo por vuestras generaciones. Y cuando saliereis a
la guerra en vuestra tierra contra el enemigo que os molestare, tocaréis alarma con las trompetas; y
seréis recordados por Jehová vuestro Dios, y seréis salvos de vuestros enemigos.
Números 10: 1-9

Veamos algunos de los vocablos utilizados en la Santa Biblia que se traducen como trompeta
en nuestro lenguaje.

Traducción del:

1. Hebreo: shôfâr, “cuerno de carnero” que se usaba para comunicaciones especiales (Éxodo
19: 16 BJ; Levítico 25: 9; Josué. 6: 4 BJ; Jueces 3: 27 DHH; etc.).
2. Hebreo: yôbêl, “carnero”, generalmente relacionado con el hebreo qeren o shôfâr. Este
vocablo aparece en hebreo una sola vez (Éxodo 19: 13 DHH; “bocina”, RVR). Puesto que el
cuerno* yôbêl resonaba para inaugurar el año 50, el nombre de ese año pasó a ser “el año
del yôbêl”, y de allí viene “el año del jubileo”.
3. Hebreo: jatsôtserâh (Números 10: 2, 10; 1 Crónicas 13: 8; etc.). Esta trompeta era de metal,
a diferencia de las que se hacían con cuernos de carnero. Las que se mencionan en
Números 10: 1, 2 estaban hechas, de acuerdo con las instrucciones divinas, “de obra de
martillo”, de un solo trozo de metal… Con una sola excepción (Oseas 5: 8), este instrumento
siempre se menciona en plural, y aparece en paredes, en monedas… y en relieves del Arco
de Tito… Por tanto, es razonable suponer que se tocaban 2 trompetas, ya sea
simultáneamente o en forma alternada, y posiblemente en tonos diferentes. Estas trompetas
se usaban para comunicar alarma (Números 10: 9) y también en los servicios religiosos (2
Crónicas 5: 12, 13; etc. …
4. Hebreo: tâqoâ{ (Ezequiel 7: 14); de significado incierto.
5. Griego: sálpinx. Este instrumento se usaba en la guerra (1 Corintios 14: 8…); se lo menciona
en relación con la segunda venida de Cristo (Mateo 24: 31) y la resurrección de los muertos
(1 Corintios 15: 52). Las 7 grandes visiones del Apocalipsis se introducen con sonido de
trompetas (Apocalipsis 8: 2, 6-8, 10, 12; 9: 1, 13; 11: 15), y las voces celestiales que oyó
Juan sonaban como trompetas (1: 10; 4: 1…).
Diccionario Bíblico Adventista, Trompeta

Se menciona la trompeta como un llamado de atención a la iglesia


(la Sión espiritual) porque ya viene el día de Señor y es necesario buscar
al Señor y convertirnos a Él.

Tocad trompeta en Sion, y dad alarma en mi santo monte; tiemblen


todos los moradores de la tierra, porque viene el día de Jehová, porque
está cercano.
Joel 2: 1

Y Jehová dará su orden delante de su ejército; porque muy grande


es su campamento; fuerte es el que ejecuta su orden; porque grande es el
día de Jehová, y muy terrible; ¿quién podrá soportarlo? Por eso pues,
ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno
y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y
convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente,
tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo.
¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él, esto
es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios? Tocad trompeta en Sion, proclamad ayuno,
convocad asamblea.
Joel 2: 11-15

Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de
Jehová; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de
asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta
y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres.
Sofonías 1: 14-16

Estos pasajes parecen indicar con claridad que la trompeta por su sonido singular debería
alertar al pueblo de Dios que el tiempo se acerca, que debe prepararse, pues se acercan días de

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crisis para el mundo. Se nos dice a nosotros, como miembros del pueblo de Dios, en esta hora
undécima de un planeta que perece, que debemos hacer sonar la trompeta de alerta, pues somos
los atalayas sobre el muro de Sión que ven “venir la espada sobre la tierra”.

Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles:
Cuando trajere yo espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tomare un hombre de su territorio y
lo pusiere por atalaya, y él viere venir la espada sobre la tierra, y tocare trompeta y avisare al pueblo,
cualquiera que oyere el sonido de la trompeta y no se apercibiere, y viniendo la espada lo hiriere, su
sangre será sobre su cabeza. El sonido de la trompeta oyó, y no se apercibió; su sangre será sobre
él; mas el que se apercibiere librará su vida. Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la
trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado
por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti, pues, hijo de hombre,
te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi
parte.
Ezequiel 33: 1-7

Las sensibles e impresionantes palabras de Jeremías denotan su preocupación y agitación


por el sonido de las trompetas a las que identifica, como veremos a lo largo de este tratado, como
un “pregón de guerra”.

¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro
de mí; no callaré; porque sonido de trompeta has oído, oh alma mía, pregón de guerra.
Jeremías 4: 19

Me preocupa que como pueblo de Dios no tengamos clara la responsabilidad de dar un


mensaje diferente a este mundo. Muchas veces predicamos lo que todo el mundo predica y dejamos
la “verdad presente” que Dios ha encomendado a la iglesia remanente del fin del tiempo. Nuestra
trompeta no está dando un sonido claro y pocos se aperciben “para la batalla”.

Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?


1 Corintios 14: 8

6.4.2. El que todavía impide

En la segunda carta a los cristianos de Tesalónica (escrita alrededor del año 50 DC) Pablo
trata un tema que seguramente estaba en boga en aquellos tiempos y lugares. Algunos cristianos
suponían que la segunda venida de Jesús estaba cercana y Pablo decidió decirles con marcado
énfasis que lamentablemente no sería así. Pablo señala a los cristianos (de aquel tiempo) que no
debían dejarse “mover fácilmente de” su “modo de pensar” pensando “que el día del Señor está
cerca”. No debían conturbarse “ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra”.

Es claro, que Pablo, evidentemente por revelación, estaba seguro que la segunda venida
estaba aún lejana en el tiempo. Él sabía que no ocurriría sin “que antes venga la apostasía, y se
manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición”. Sabía que un sistema que ya estaba obrando
en su tiempo, que ya estaba “en acción”, “el misterio de la iniquidad” contra el que había advertido a
las iglesias. Era necesario que “el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que
se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose
pasar por Dios” entrara en escena con todo su poder. Pero antes debía ser “quitado de en medio”
“quien al presente lo detiene”.

Este sistema de corrupción a quien Pablo llama “aquel inicuo, a quien el Señor matará con el
espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra
de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para
los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” es el papado.
Pero a pesar que ya estaba obrando, siendo guiado por el padre de la mentira, todavía estaba
supeditado a ser un falso maestro dentro de una iglesia en la que aún era minoritario. Pero cuando
arribara la época del caballo negro, cuando llegara el tiempo de la iglesia de Pérgamo, entonces el
cristianismo ya deformado sería adoptado por los césares, en tiempo de Constantino; y sus
dirigentes deslumbrados por el poder y el boato de la corte incorporarían al paganismo dentro de la
doctrina cristiana, creando un sincretismo agradable a los paganos y a los inconversos. Al mismo
tiempo los obispos corrompidos por el poder y el lujo obtendrían progresivamente poder civil y los
ubicados en las ciudades principales adquirirían derechos sobre sus pares de las ciudades menos
importantes, hasta que el obispo de Roma deseara ser la cabeza de la cristiandad, como ahora
supone que es; cosa que lograría después que recibiera, en ese entonces, el soporte militar del
General Belisario, enviado por Justiniano, emperador del Imperio Romano de Oriente.

Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os
rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis,

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 15 de 173


ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor
está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía,
y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo
lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios,
haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía
esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste.
Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta
que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor
matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo
advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo
engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser
salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean
condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.
2 Tesalonicenses 2: 1-12

Cuando fuera “quitado de en medio” “quien al presente lo detiene”, esto es, el Imperio
Romano de Occidente, que cayó en el 476 DC, Italia quedaría sin liderazgo civil, y con el apoyo del
Imperio Romano de Oriente, que sobreviviría por más de un milenio, adquiriría el derecho a ser un
gobernante civil que se sentara sobre “el trono de los césares”. Ese poder entonces ya corrompido
casi totalmente manejaría despóticamente al mundo cristiano por 1.260 años como sostenía la
profecía. No me es posible repetir aquí lo que he tratado en los estudios sobre el cuerno pequeño,
los 1260 días, las siete iglesias y los siete sellos, por lo que les ruego revisar estos para comprobar
lo que aquí afirmamos.

Quisiera que note que hay dos actores, supuestamente no religiosos, que contribuyen con la
ascensión del papado: los dos imperios romanos, oriente y occidente. Crearon la base y sostuvieron
a este sistema corrupto, pero sonarían las trompetas y recibirían sus respectivos castigos. De esto
se trata la profecía de las siete trompetas del castigo de Dios a estos imperios, a la iglesia “cristiana”
de los césares (gobernada por el papado) y a la Europa “cristiana” que los apoyó y toleró, a pesar
de su notable descomposición espiritual, que muy pocas veces cuestionaron a pesar de su sordidez.

6.4.3. Enfoque general de las trompetas

Cuando estudiamos la profecía de los siete sellos uno queda impresionado, entre otras cosas,
por el clamor de los mártires en el quinto sello. Ellos, perseguidos durante los primeros siglos por la
Roma pagana, luego por la iglesia encumbrada de los césares y después por el papado durante la
terrible Edad Media y la Edad Moderna, claman pidiendo a Dios que juzgue y tome venganza por la
muerte de sus santos. Se les pide paciencia a estos santos, se les promete vestiduras blancas con
lo que se reconoce la fidelidad, que llegaron al sacrificio para ser coherentes con sus principios
cristianos, y también se les dice que deben esperar a que se completen los mártires del futuro, de
nuestro tiempo. Las siete trompetas forman parte de la respuesta divina a este justo clamor.

Un estudio cuidadoso del trasfondo teológico de las trompetas, revela que tienen el propósito
de responder al clamor de los santos del quinto sello, que clamaban venganza por su sangre
derramada injustamente sobre la tierra (Apocalipsis 6: 9, 10). La respuesta que se les dio entonces
fue parcial. Aunque reciben una justificación celestial en el juicio, deben esperar hasta que se
completase el número “de los que también habían de ser muertos como ellos” (Apocalipsis 6: 11).
La respuesta completa viene cuando se abre el séptimo sello, y el profeta ve siete ángeles con siete
trompetas, y otro ángel que añade incienso sobre el mismo altar bajo el cual clamaban los mártires
del quinto sello, “para añadirlo a las oraciones de todos los santos” (Apocalipsis 8: 1-4) .[Esta última
parte nos parece un error del brillante Dr. Treiyer pues el altar bajo el cual claman las almas es el
altar del holocausto, el altar de los sacrificios, pues nunca había sangre al pie del altar del incienso,
lo que sí ocurría es que el sacerdote introducía la sangre de los sacrificios al Lugar Santo y la
asperjaba delante del velo, donde estaba el altar del incienso, con lo que se entiende la figura que
desea presentar el Dr. Treiyer, sin violentar la idea del altar del quinto sello.]

La atención es puesta así sobre el lugar santo, de donde provenía el clamor de los mártires,
con excepción de la última trompeta, que dirige los ojos hacia el juicio y el lugar santísimo del
santuario celestial (Apocalipsis 11: 15-19) [esto nos parece un concepto maravilloso que
profundizaremos cuando hablemos de la última trompeta]. Al mismo tiempo, el hecho de que el
profeta reconoce los siete ángeles como habiéndolos visto antes (Apocalipsis 8: 2), sugiere que
son los mismos ángeles que estaban en la diestra del Hijo de Dios, durante su tamíd (“ministerio
continuo”) en el lugar santo, entre los candeleros, velando por las iglesias (Apocalipsis 1-3). Puede
verse de esta manera, que estos ángeles no son sólo instrumentos de Dios para velar por su iglesia,
sino también para derramar los juicios divinos en contra de los que los oprimían.

El tiempo profético específico del clamor apocalíptico del quinto sello, ha sido correctamente
identificado con el período de tiempo de dominio del anticristo. Este período se conoce como “la gran

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tribulación” (Apocalipsis 7: 13, 14; cf. Mateo 24: 21). No es casual que, en la identificación del
anticristo, los intérpretes historicistas han revelado un consenso tan extraordinario a través de la
historia. Esta es una de las especificaciones proféticas más claras de la Biblia.

La intolerancia religiosa predicha por la profecía, se cumplió durante la Edad Media en contra
de los que ponían la Biblia como autoridad suprema de conciencia, en lugar de reconocer la
autoridad del anticristo en materia religiosa. Esta persecución vino como resultado de la unión de la
iglesia con el estado. El tiempo específico de su opresión sobre el pueblo de Dios fue de 1.260 días
simbólicos o 1.260 años literales (Daniel 7: 25; Apocalipsis 11: 2, 3; 12: 6, 14; 13: 5).
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 253, 254

Es importante notar que hay una diferencia en el tratamiento profético de las cuatro primeras
trompetas y las dos siguientes. Pues, al efecto que producen todas ellas se añaden los “ayes”
indicando una mayor rigurosidad, si cabe el término, del castigo al cristianismo apóstata que se
completa bajo la séptima trompeta. Recordemos que las primeras cuatro trompetas castigan a la
Roma pagana, mientras que las dos siguientes a la Roma papal y su apoyo civil y militar provisto por
los reinos europeos, en especial de Bizancio.

El hecho de que los tres ayes de las trompetas aparecen en el nivel de la quinta, sexta y
séptima trompetas (Apocalipsis 8: 13; 9: 12; 11: 14), sugiere que los que son castigados en este
período, tienen mayor responsabilidad en el pecado que cometen. La gravedad de su falta es mayor
que la falta de aquellos que son castigados durante las primeras cuatro trompetas. En otras palabras,
hay una relación más estrecha entre las últimas trompetas y el clamor de los mártires que sufren
bajo el predominio del anticristo durante “la gran tribulación” (tes thlipseos tes megales) de la Edad
Media (Apocalipsis 7: 14; cf. 6: 9). Estas últimas trompetas, en efecto, tienen que ver
específicamente con la respuesta de Dios a sus oraciones, que reclaman la intervención divina.

Las cuatro primeras trompetas, en cambio, corresponden al clamor de los santos que
sufrieron bajo la Roma pagana. Esta opresión de la Roma pagana debía considerarse, a su vez,
como una parábola de la opresión futura más grande que se daría bajo la dominación del anticristo
medieval (Mateo 24: 15; “el que lee, entienda”; Lucas 21: 20-24; Apocalipsis 11: 2). Juan se
consideró a sí mismo “hermano y copartícipe” de aquellos que sufrirían específicamente durante la
primera “tribulación” (te thlipsei; Apocalipsis 1: 9). La opresión que sufrió en ese período de opresión
romana de los césares, por consiguiente, lo capacitó también para sentirse “hermano y copartícipe”
de los que sufrirían en la gran tribulación bajo la Roma de los papas, a la cual la primera tipificaba.
Esto permite deducir que el incienso que acompaña al sonido de las trompetas, responde a “las
oraciones de todos los santos” oprimidos por Roma en su doble fase, pagana y apóstata
(Apocalipsis 8: 2-4).
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 254, 255

Un aspecto clave de la interpretación profética es el uso de la expresión, “los moradores de


la tierra” que aparece reiteradamente en el relato de las trompetas finales y en otros eventos de
Apocalipsis relacionados con el castigo a la iglesia apóstata, incluyendo el interludio de los dos
testigos que profetizan “vestidos de saco”. No debe pasar desapercibido también que a pesar de los
castigos o plagas que significan las trompetas, “los moradores de la tierra” no se arrepienten y deben
enfrentar los resultados de lo que ocurre bajo la séptima trompeta.

Otra evidencia contextual de que las trompetas responden al clamor de los santos, es el
hecho de que los santos claman venganza en el quinto sello, “en los que moran en la tierra”
(Apocalipsis 6: 10). Los tres ayes o trompetas finales caen sobre “los que moran en la tierra”
(Apocalipsis 8: 13). En otras palabras, estos tres ayes-trompetas responden más específicamente
al clamor de los mártires del quinto sello.

Esta expresión, “los moradores de la tierra”, se emplea en Apocalipsis para referirse a los
que persiguen, bajo la autoridad del anticristo, a los que obedecen “la Palabra de Dios” y “el
testimonio de Jesús” (Apocalipsis 6: 9; 13: 8). Nuevamente puede verse que en la quinta trompeta,
algo diferente comienza a ocurrir. Se ve que Dios no reserva para el fin del mundo todo el castigo
que merecen los seguidores del anticristo, sino que los atormenta ya a través del anuncio de sus
juicios y plagas en el tiempo mismo de supremacía del anticristo (Apocalipsis 9: 5, 6). En efecto,
se declara que “los moradores de la tierra” fueron atormentados por los dos profetas o testigos de
Jesús (el Antiguo y el Nuevo Testamentos), durante el período medieval de 1.260 días-años, debido
a que no quisieron prestar atención a sus amonestaciones (Apocalipsis 11: 10; cf. versículos 3-7).
Una vez más, puede verse que el castigo anunciado por la quinta trompeta, corresponde al comienzo
de la supremacía del anticristo medieval.

La sexta trompeta tiene también otros enlaces etimológicos directos con el período de
supremacía del anticristo descripto en Apocalipsis 11. Los dos testigos que profetizan en el período
de grandes privaciones para la predicación de la Palabra de Dios, tienen poder “para herir la tierra

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 17 de 173


con toda plaga (plegé) cuantas veces quieran” (Apocalipsis 11: 6). Entre las plagas que se
mencionan se destaca el “fuego” (púr) que devora a los enemigos (versículo 5). Como ya se vio más
arriba, esta plaga puede tener un sentido literal, como cuando Dios destruyó Sodoma y Gomorra, y
a los que vinieron a prender a Elías; o referirse en forma figurada a la destrucción de un pueblo o
ciudad por tropas enemigas.

Un lector atento no pasará por alto, al llegar a esta sección del Apocalipsis que trata acerca
de los dos candelabros, que el trasfondo más cercano y directo de las plagas que derraman los dos
testigos, se da en la visión misma de las trompetas. En relación con la sexta trompeta se dice: “por
estas tres plagas (plegón) fue muerta la tercera parte de los hombres; por el fuego (purós), el humo
y el azufre que salían de su boca... y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas
(plegáis), ni aun así se arrepintieron” (Apocalipsis 9: 18-20).

Entre las plagas que pueden derramar los dos testigos, están además la transformación de
las aguas en sangre, lo que se describe que ocurre cuando suena la segunda trompeta (Apocalipsis
11: 6; 8: 8, 9). Aún el castigo divino mediante la invasión de la primera y segunda trompetas, está
representado por el fuego (Apocalipsis 8: 7, 8). Sin embargo, no se usa el término “plaga” en estos
casos, como aparece en la sexta trompeta. Todo esto permite sugerir que en el paréntesis explicativo
de Apocalipsis 11, Jesús desea mostrarle a Juan que los que rechazan su Palabra, tendrán que
arrostrar los juicios de Dios que la Palabra misma de Dios anuncia. En otras palabras, todo el
trasfondo de la visión de las trompetas está enmarcado dentro de un contexto de lucha y resistencia
a la Palabra de Dios, que Dios debe castigar.

Otra evidencia que nos permite relacionar la quinta y sexta trompetas con este período
medieval, se aprecia cuando la descripción del quinto sello se compara con las amonestaciones que
Jesús dirigió a los que sufrirían en la “gran tribulación”. En ambos casos, el clamor de los santos o
la gran tribulación, tienen lugar antes del tiempo del fin, el que a su vez está caracterizado en ambos
pasajes por las señales estelares (Mateo 24: 21, 22, 29-31; Apocalipsis 6: 9-17). Jesús aconseja
a sus fieles discípulos a orar especialmente durante este tiempo de angustia, para ser protegidos
durante la terrible prueba por la que tendrán que pasar (Mateo 24: 20; véase Lucas 18: 6-8).

Nueva evidencia del contexto histórico proyectado por las trompetas aparece en Apocalipsis
13: 8, en donde se destaca que “los moradores de la tierra”, “cuyos nombres no estaban escritos en
el libro de la vida del Cordero”, adoran al anticristo durante el período de gran tribulación (cf.
versículos 4, 5). “Los moradores de la tierra” durante este tiempo, se embriagaron “con el vino de su
fornicación [la de la Babilonia mística, a saber, Roma, la ramera]” (Apocalipsis 17: 2). En el fin del
mundo, una vez que el poder y la autoridad del anticristo romano sea restaurado, “los habitantes de
la tierra” se asombrarán por su restitución, y serán engañados de nuevo, siendo inducidos a adorar
de nuevo al anticristo y a su imagen (Apocalipsis 13: 3, 12-14; 17: 8, 14).

Este es el tiempo cuando el último ay cae sobre ellos. Dios quita entonces las restricciones
que había ejercido anteriormente en contra del despotismo del príncipe de este mundo, y en contra
de sus deseos de dominio absoluto, y los entrega a su dominio (Apocalipsis 12: 12).

En contraste con los habitantes de la tierra, las alabanzas de los que “moran en los cielos”
cuando Roma es destruida por el Señor en su venida, se dan porque Dios finalmente “ha vengado
la sangre de sus siervos de la mano de ella” (Apocalipsis 19: 2; cf. 12: 13; 13: 6; 18: 20). Si tenemos
en cuenta que a los mártires del quinto sello que claman por la venganza divina, se les dice que
debían esperar hasta que se completase el número de los que también habrían de padecer después
de ellos (Apocalipsis 6: 10, 11), puede deducirse que las trompetas responden al clamor de los tres
períodos de tribulación. Estos son el del período de predominio de la Roma pagana (primera a cuarta
trompetas), el de la supremacía del anticristo medieval (quinta y sexta trompetas), y el de los que
sufrirían bajo la opresión final que precedería a la venida misma del Señor ¡séptima y última
trompeta!; cf. Daniel 12: 1).

Esto nos lleva a concluir que los que “han salido de la gran tribulación”, Según Apocalipsis
7: 13, 14, son el grupo prominente de la “gran multitud, la cual nadie podía contar”, de todo linaje y
lugar de la tierra. En otras palabras, la “gran multitud” comprende a todos los santos que sufrieron
bajo esos tres períodos básicos de supremacía romana. En este sentido, a través de las trompetas
que responden a las oraciones de los santos que sufren bajo la gran tribulación, Dios responde, en
realidad, al clamor de todos los santos, sin excluir a los que sufrieron antes y después de la gran
tribulación.

Evidencia adicional que nos permite reconocer el tiempo específico introducido por la quinta
trompeta, es el hecho de que este juicio es dado en contra de los que no tienen el “sello de Dios en
sus frentes” (Apocalipsis 9: 4). Siendo que el sello de Dios es la ley divina (Isaías 8: 16;
Deuteronomio 6: 6-8, etc.), puesto por el Espíritu Santo para el día de la redención sobre los que
guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús (Efesios 4: 30; Apocalipsis 13: 17; 14:

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12), se destaca que Dios castiga a los agentes responsables del cambio introducido en su ley (Daniel
7: 25). Posteriormente, la sexta trompeta revela que el segundo ejército que Dios tiene en reserva,
es retenido “frente al gran río Éufrates”, esperando el momento de caer sobre los dominios de
Babilonia, a saber, de la ramera simbólica que representa a la iglesia apóstata, la Roma cristiana,
matando “una tercera parte de los hombres” (Apocalipsis 9: 14, 18). La razón del juicio se da con
precisión en Apocalipsis 9: 20, 21. Dios castiga al cristianismo apóstata por su idolatría (cf.
Apocalipsis 17: 5 -”abominación”), sus asesinatos (Apocalipsis 17: 6), sus hechicerías
(Apocalipsis 18: 23), su prostitución (Apocalipsis 17: 2, 4, 18; 18: 3, 9, etc.), y sus hurtos
(Apocalipsis 18: 3, 11-19, 23).

A esto se agrega el contexto más extenso de la Biblia, que también confirma que los juicios
histórico-proféticos de las trompetas responden al clamor de los santos del quinto sello. Aparecen
numerosos ejemplos de clamores de los santos que son perseguidos, reclamando la intervención
divina. Uno de los más típicos es el clamor que llegó a oídos de Dios por la opresión que sufrieron
bajo el imperio egipcio (Éxodo 2: 23-25; 3: 7-10; 6: 5, 6).
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 255-257

6.4.4. El inicio de la visión

La lectura de los primeros versículos de Apocalipsis 8 (después del verso uno relacionado
con el séptimo sello) estos se perciben como una introducción al tema de las trompetas. La aparición
inicial de 7 ángeles a los que se le dan trompetas habla de una secuencia planificada donde ellos
entrarán con su toque de trompeta en el momento adecuado.

También se percibe que de alguna manera estos siete ángeles parecen, como sostiene
Treiyer, ser los mismos de las siete iglesias, pues Juan se refiere a ellos como si los hubiera visto
antes, pues dice “vi a los siete ángeles” y no “vi siete ángeles”. Sobre este punto hay dos
interpretaciones que podemos presentar:

1. Algunos autores consideran que los “ángeles de las siete iglesias” son los obispos o
responsables de las mismas y no seres angélicos, pues se les atribuye los éxitos y fracasos
de las iglesias.
2. Otros, igualmente estupendos estudiosos, sostienen que se trata de seres angélicos que
llevan, por encargo del Señor, un mensaje escrito para los mensajeros (ancianos, obispos)
de las siete iglesias, a los que sí puede atribuirse los éxitos y fracasos de sus respectivas
iglesias.

No pretendemos dilucidar aquí quién tiene la razón, pues además de nuestra total
incompetencia para esto, reconocemos que no es un asunto que afecte el mensaje final y por lo
tanto es complementario… pero me quedo con la segunda posible interpretación.

Otro asunto, que sí puede considerarse más importante, es el hecho que la inspiración nos
muestra a otro “ángel” que “vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le
dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que
estaba delante del trono” que está, por lo tanto, ante el altar del incienso en el Lugar Santo del
Santuario Celestial en la presencia de Dios, lo que señala que los ángeles que tienen las trompetas
están en ese lugar y por lo tanto, todo ocurre antes del inicio del juicio investigador, pues entonces
el Padre ya está en el Lugar Santísimo. Es evidente entonces que las siete trompetas no son una
continuación de los siete sellos, sino que están en paralelo con los mismos, al menos con algunos
de ellos, e igual que las siete iglesias tienen una culminación en el fin del tiempo.

También me parece clave señalar que el trabajo de este ángel muestra el interés de Dios en
las oraciones de los santos, que se multiplicarían al ver el efecto devastador de las siete trompetas.
Cuando estas llamen a la guerra contra los enemigos de Dios, el desasosiego también alcanzará a
los siervos de Dios de estos tiempos, pero Dios les asegura que escuchará sus oraciones y que no
deben temer, aunque sin duda resultarían afectados.

Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas. Otro
ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para
añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de
la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.
Apocalipsis 8: 2-4

Después de introducir a los siete ángeles sobre el escenario en el versículo 2, Juan llama por
un momento nuestra atención a una escena completamente diferente. El ángel que se acerca al altar
no es uno de los siete que reciben las trompetas. El altar es el del incienso, que en el santuario
terrenal se encontraba en el primer departamento. Encontramos, pues, aquí otra prueba de que hay
en el cielo un santuario con sus correspondientes enseres para el servicio. Era el original del que el

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terrenal era una figura; y las visiones de Juan nos llevan al interior de ese santuario celestial. Vemos
realizarse en él un ministerio en favor de todos los santos. Indudablemente se nos presenta aquí
toda la obra de mediación que se lleva a cabo en favor del pueblo de Dios durante la era evangélica.
Esto se desprende del hecho de que el ángel ofrece su incienso con las oraciones de todos los
santos.
Uriah Smith, Apocalipsis, 126

Pero ¿por qué se insertan estos versículos aquí? Constituyen un mensaje de esperanza y
consuelo para la iglesia. Han sido introducidos los siete ángeles con sus trompetas bélicas; se van
a producir escenas terribles cuando toquen esas trompetas; pero antes que empiecen a tocar, se le
hace ver al pueblo de Dios la obra de mediación que en su favor se realiza en el cielo, y se le induce
a contemplar lo que será la fuente de su fortaleza y ayuda durante ese tiempo. Aunque sea arrojado
a las tumultuosas olas de la guerra y contienda, debe recordar que su gran Sumo Sacerdote sigue
ministrando por él en el santuario celestial. Hacia ese lugar sagrado podrá dirigir sus oraciones con
la seguridad de que serán ofrecidas con incienso a su Padre celestial. Así podrá obtener fuerza y
sustento en toda su tribulación.
Uriah Smith, Apocalipsis, 127

El versículo siguiente cierra la introducción de las siete trompetas mostrando el final del
tiempo. Es cómo anticipar el final de la profecía para indicar que de principio a fin el Señor escuchará
las oraciones de sus santos, y que como ha prometido siempre estará al control del universo, de la
historia de la tierra y de las vidas, tanto la suya, como la mía.

Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo
truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto.
Apocalipsis 8: 5

El acto del ángel al llenar de fuego su incensario y arrojarlo a la tierra evidencia que esta
visión nos lleva al fin del tiempo, y por este acto indica que su obra ha terminado. Ya no se han de
ofrecer más oraciones mezcladas con incienso. Este acto simbólico puede aplicarse tan sólo al
momento en que termine para siempre en el santuario el ministerio de Cristo en favor de la
humanidad. Después de aquel acto del ángel, hay voces, truenos, relámpagos, y terremotos;
exactamente lo que según se nos dice en otra parte, ha de suceder cuando termine el tiempo de
gracia de los hombres. (Véase Apocalipsis 11: 19; 16: 17, 18.)
Uriah Smith, Apocalipsis, 126

Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.
Apocalipsis 8: 6

6.4.5. Las 4 primeras trompetas

Las primeras cuatro trompetas suenan para anunciar la caída progresiva del imperio romano
de occidente. Roma, la capital del imperio, que había reinado durante más de 600 años, sin ningún
rival, iba quedando acorralada por las invencibles invasiones bárbaras que en unos 80 años
terminarían con el más glorioso de los imperios de la antigüedad. Utilizaremos algunas citas de
preclaros historicistas para presentar la interpretación de las trompetas. Aunque son en su mayoría
extensas la riqueza complementaria de su contenido las hace muy valiosas para el estudioso, que
puede maravillarse de la impresionante anticipación profética de la Palabra de Dios.

• Versículo

El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron
lanzados sobre la tierra; y la tercera parte de los árboles se quemó, y se quemó toda la hierba
verde.
Apocalipsis 8: 7

• Característica: Granizo y fuego


• Significado: Visigodos con Alarico
• Ayes: Ninguno
• Interludios: Ninguno
• Iglesias vinculadas: Pérgamo
• Sellos relacionados: Caballo negro
• Periodo: Caída del Imperio Romano de Occidente
• Duración: 395-410 DC, 15 años
• Análisis de la trompeta

El Imperio Romano recibió un golpe que lo hizo vacilar con la invasión de los Godos
[realmente visigodos o godos occidentales] dirigido por Alarico. Su ejército arrasó la tierra de

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Italia al avanzar hacia Roma. Ese jefe intrépido fue el primer bárbaro, pero no el último, que
entró a saquear la ciudad.

El historiador Gibbon dice al respecto: ''Teodosio [I llamado el Grande, fue el último


emperador en gobernar los dos imperios romanos: occidente y oriente] murió en Enero de
395 DC y aún antes que hubiera pasado el invierno del mismo año ya se había levantado en
armas el pueblo godo... abandonaron sus alquerías al primer toque de trompeta y volvieron
a empuñar lo que mal de su grado depusieran. Las barreras del Danubio fueron abiertas, los
salvajes guerreros escitas salieron con ímpetu de sus selvas y el rigor extraordinario del
invierno le dio oportunidad al historiador para decir que empujaron sus pesados carros sobre
las anchas y heladas espaldas del río endurecido... en vez de ser empujados los godos por
las ciegas e indómitas pasiones de sus jefes, fue el espíritu atrevido y astuto de Alarico el
que los condujo. Este famoso caudillo procedía de la noble familia de los baltos” (Edward
Gibbon, Historia de la Decadencia y la Caída del Imperio Romano, Capitulo 30).

Alarico cruzó las llanuras de Macedonia y de Tesalia, los feraces campos de Fócide y Beocia
fueron inundados en un momento por una ola de bárbaros que degollaban la población
masculina. Arrastraban hermosas mujeres y dejaban ardiendo las aldeas. El espectáculo de
ruinas humeantes era lo único que permitía distinguir la soledad de la naturaleza del
asolamiento de los hombres. Alarico tomó Roma en 410 DC, por espacio de 619 años no
había sido turbada la capital del imperio por la presencia del enemigo. Millares de vecinos de
Roma murieron de necesidad y las emanaciones pestilentes, que se desprendían de tantos
cadáveres insepultos, corrompían el aire. La ciudad fue entregada a la desenfrenada rabia
de los godos. Era el 24 de agosto del 410 DC. los senadores romanos salieron a su encuentro
y Alarico les dijo: “Cuanto más espeso es el heno, mejor se le siega”.

Jerónimo [de Belén, el famoso traductor de la Vulgata], en 395 DC reconoció que estos
tremendos asolamientos era un castigo de Dios: “nuestros pecados constituyen la fuerza de
los bárbaros, nuestros vicios la derrota del ejército romano” (Jerónimo, A Eleodoro,
Capítulo 16).

La idolatría de la iglesia era una de las causas de este flagelo. Una idolatría había cedido el
puesto a otra; no se había hecho otra cosa que cambiar los nombres, y los juicios de Dios
alcanzaron a ambas. Así como los israelitas fueron infelices bajo el yugo de Nabucodonosor
por sus pecados así también sobre la iglesia de esta época se descargó la ira de los bárbaros.
Máximo Vicuña, Interpretación Histórica del Libro de Apocalipsis, 69, 70

Resulta aleccionadora la cita de Jerónimo de Belén, también


conocido como Jerónimo de Estridón, el famoso autor de la
Vulgata Latina y considerado por la iglesia romana como doctor de
la iglesia. Jerónimo reconoce que el ataque de los godos es un
castigo a Roma, supuestamente cristiana, señalando que
“nuestros pecados constituyen la fuerza de los bárbaros, nuestros
vicios la derrota del ejército romano”. Quisiera que recuerde que
en el 313 DC Constantino había dado el Edicto de Tolerancia
terminando con las persecuciones paganas. El 321 DC había dado
un paso importante para la introducir el domingo pagano, dedicado
al día del sol, como día santo para los cristianos y paganos,
iniciando un sincretismo entre el cristianismo y el paganismo, del
que resultó evidentemente afectado el primero. También había
presidido varios concilios de la iglesia, los que había convocado y
en los que tomaba la palabra para definir la doctrina, mientras seguía siendo el Pontífice
Máximo de la religión de los misterios. Unos 80 años después de terminada la persecución
ya Jerónimo hablaba de los pecados de esta iglesia, que había incluido el culto a las
imágenes, la adoración a los santos y otras perversiones.

El primer castigo divino revelado por la primera trompeta, cae “sobre la tierra” en forma de
“granizo y fuego mezclados con sangre” (Apocalipsis 8: 7). Es evidente que el lenguaje es
figurado, pues nunca cae granizo con sangre. El sentido obvio es que la primera invasión del
imperio romano se da con ciertas semejanzas típicas del granizo, y que hay derramamiento
de sangre. El castigo divino sobre las diez tribus confederadas del norte de Israel también se
describe “como turbión de granizo”, y se da a entender con ello, que la invasión asiria
derrumba el reino de Samaria de una manera semejante (Isaías 28: 2). Luego se predice la
caída del imperio opresor de Asiria con términos similares, “con llama de fuego consumidor,
con torbellino, tempestad y piedra de granizo” (Isaías 30: 30; véase Ezequiel 38: 22).

Los historiadores seculares hacen notar que Alarico, el rey visigodo, fue el primero en invadir
Roma desde los días de Aníbal, el antiguo general cartaginés [cerca de 600 años]. Por

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primera vez en siglos de historia, desde mucho antes que el imperio romano alcanzase el
apogeo de su gloria, se veían ejércitos extranjeros invadiendo la “ciudad eterna”. Los
cristianos en aquella época interpretaron esta primera invasión de Roma como un castigo de
Dios por los vicios de la ciudad y la subsistencia del paganismo. Basándose en Apocalipsis
18, consideraron este primer castigo como prueba de la cercanía del fin del mundo.

Cabe notar que, aunque el profeta usa un lenguaje figurado equivalente al que se usaba en
el Antiguo Testamento, no necesariamente niega que ciertos elementos, como la sangre y el
fuego, se hubiesen dado literalmente. De hecho, grandes secciones de Roma fueron
incendiadas, y se derramó mucha sangre. Se ha destacado también la coincidencia
interesante de que estos primeros pueblos bárbaros que invadieron el imperio provenían de
las heladas regiones del norte, y de una manera semejante al granizo, se derramaron sobre
la región meridional del imperio.

En este contexto, es curioso también observar que historiadores seculares describen las
invasiones godas sobre el imperio romano con expresiones figuradas semejantes a las que
usó Juan para describir las imágenes de la primera trompeta [esto se repetirá en muchos
casos incluyendo a escépticos como el gran historiador Edward Gibbon, como bien podremos
comprobar en esta y otras citas]. Refiriéndose a la ocasión en que los visigodos se sublevaron
contra los romanos, y nombraron como rey a Alarico en 395 DC, uno de ellos dice lo siguiente:
“Por fin rasgaron con un robusto levantamiento general las negras nubes cargadas de
siniestra electricidad, que cual peso de plomo oprimían la atmósfera social”.

La tercera parte. Como resultado de esta invasión, “la tercera parte de los árboles se quemó,
y se quemó toda la hierba verde” (Apocalipsis 8: 7). Expresiones como “la tercera parte”, “la
cuarta parte”, eran comúnmente usadas en la literatura antigua. Con eso no se denotaba
necesariamente una proporción matemática exacta, sino que se revelaba que el castigo no
sería total. Así, por ejemplo, se predicen los juicios que caen sobre el reino apóstata de Judá,
indicándose de qué manera será destruida una tercera parte de sus habitantes (Ezequiel 5:
1-4, 12). Tres veces una tercera parte, revela una obra de exterminio total en este pasaje.
Una idea equivalente se revela en Zacarías 13: 8, 9, pero en donde se destaca que una
tercera parte, luego de ser probada por el fuego, será salva…

Aun así, se ha hecho notar que el imperio romano fue dividido en tres capitales: Ravena,
Constantinopla y Roma, y que sólo la tercera cayó bajo Alarico, a saber, Roma, hasta
entonces la principal capital del imperio.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 263-265

En el efecto de la trompeta se menciona que se quemaron los árboles y la hierba verde.


Además de los incendios de los campos producidos por los visigodos, la Inspiración perece
referirse también a las poblaciones masacradas por los seguidores de Alarico pues algunas
referencias bíblicas hablan del ataque a las poblaciones como ejercidas contra los árboles.
Por otro lado, es un asunto histórico, destacado por algunos estudiosos, que Alarico, cuyo
carácter era noble según los historiadores, se sentía impulsado a marchar contra Roma y
castigarla como si una fuerza externa lo incitara.

Se ha interpretado literalmente la destrucción de la tercera parte de los árboles, y de toda


hierba verde, usando como referencia el lamento del poeta Claudiano [c. 370- c. 405 DC,
pagano, para mayor detalle], que describió “la suerte de los árboles... que hubieron de arder
en la conflagración de todo el país” en ocasión de una sequía terrible, que coincidió con una
invasión de Alarico en Occidente. También se sabe que la invasión de los godos sobre toda
la región meridional de Europa, dejó las praderas devastadas por la guerra. De una manera
literal semejante se describe la destrucción de los frutos de la tierra por los madianitas en
Israel, no dejando qué comer (Jueces 6: 3).

No obstante, así como el granizo, los árboles y la hierba verde parecen ser a su vez
figurativos. Pero, ¿a qué podrían representar? A menudo los árboles y las plantas
representan a los hombres. El castigo divino que anuncia el profeta Isaías cae “sobre todos
los cedros del Líbano altos, y sobre todas las encinas de Basán; sobre todos los montes altos,
y sobre todos los collados elevados...” (Isaías 2: 13, 14). El contexto revela que se trata de
un castigo que cae sobre los hombres cuyo carácter está estampado en esos árboles y
lugares altos llenos de vegetación, pues el juicio se da “sobre todo soberbio y altivo, y sobre
todo enaltecido” (versículo 12; cf. 10: 33, 34). En otras palabras, los árboles y los lugares
altos que serán quemados o destruidos, en este caso son simbólicos y al mismo tiempo
literales (Isaías 1: 29, 30).

En lugar de invocar la lluvia del Creador, del Dios de Israel (cf. Isaías 44: 3, 4), los israelitas
llegaron a invocar en su apostasía, a los dioses falsos (cf. Oseas 2: 8). Para ello usaban los

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collados elevados y los árboles altos y frondosos como centros de culto y prostitución. De allí
que esos árboles y lugares frondosos retrataban a lo vivo el carácter de los habitantes de
Israel en su rebelión contra el Creador. Y a pesar de que Dios había ordenado destruir todas
las imágenes de estos centros de culto pagano (Éxodo 23: 24; 34: 13), los israelitas
apostataron vez tras vez, fascinados por su magia y prostitución.

Los historiadores seculares cuentan que los bárbaros visigodos estaban asombrados del
orgullo de los romanos, quienes se jactaban de las glorias de Roma y de sus victorias
imaginarias, de tal forma que se negaban a abandonar el país, a pesar de que los mataban
como carneros, y se cansaban de matarlos. Vinculados estrechamente con esas glorias del
pasado, estaban los dioses antiguos que no cesaban de ser invocados.

Cuando el Senado quiso amedrentar a Alarico, -que estaba esperando la rendición de Roma
fuera de sus murallas,- con el número impresionante de gente que había dentro de la ciudad,
éste respondió: “cuanto más espesa es la hierba, mejor se siega”. Enormes bosques y quintas
formaban parte del lujo de Roma y de sus comarcas cercanas, y eran propiedad mayormente
de los senadores. La respuesta de Alarico parece, por consiguiente, haber tenido un doble
sentido.

Debe recordarse que la batalla entre el cristianismo y el paganismo no estaba terminada.


Aunque ya hacía varias décadas que la mayoría de los emperadores se había convertido al
cristianismo, los ceremoniales del imperio mantenían los viejos esquemas y fórmulas
paganas. La actitud indolente de algunos emperadores posteriores permitió que el culto
pagano adquiriese nuevo auge, de tal suerte que el estado en los días en que los godos
invadieron el imperio era tal, que lo que existía no era ni cristianismo ni paganismo. Los
cristianos asistían a los centros paganos de culto, y participaban de sus comidas y festejos
rituales, continuando con sus prácticas paganas aún después de convertirse.

Poco antes que Alarico invadiese Roma, hubo un intento del paganismo por derrocar a los
cristianos, y volver el imperio al culto pagano. Aunque este intento fracasó, cuando Alarico
invadió Roma, los paganos quisieron que se invocase otra vez a los dioses del pasado que
la habían salvado tantas veces, derecho que no se les concedió.

Luego de la destrucción que causó este general godo, la polémica se encendió otra vez, y el
resultado posterior fue, aunque sin resultados definitivos aún, la abolición del culto pagano.
Cabe destacar también que los visigodos eran arrianos [pues no creían en la divinidad de
Cristo, al fin y al cabo, supuestamente cristianos, lo que no les impedía degollar a la población
masculina y violar a las mujeres a su paso], y aunque en sus invasiones también sufrieron
los cristianos, no destruyeron sus iglesias, ni siquiera en Roma. En cambio, saquearon
templos paganos.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 265-267

Fuera de esto, es importante recordar que además del elemento bélico cada trompeta es un
juicio divino contra la falsa adoración, los historiadores hace tiempo reconocen que la caída
de Roma fue multicausal y la decadencia moral y espiritual [note que para ese entonces era
un imperio católico romano] fue una de sus causas más significativas: el primer invasor,
Alarico, se rebeló contra Roma el 395 DC el mismo año en que Teodosio I el Grande murió
(el último emperador en gobernar oriente y occidente). Aunque Constantino emitió un decreto
de tolerancia a favor del cristianismo y otorgó favores al catolicismo, instituyendo al papado,
entre otras cosas; el que declaró por decreto (Decreto de Tesalónica en 380 DC) que el
cristianismo católico era la religión oficial del imperio y abolió el paganismo y el arrianismo
fue Teodosio I el Grande. Fueron los mismos visigodos, por él antes derrotados, quienes
invadieron al imperio apenas Teodosio murió. Es interesante también que los visigodos eran
cristianos arrianos y que cuando comenzó la decadencia del Imperio Romano de Occidente
en 395 DC este ya no era pagano sino católico romano. El mismo Alarico I que ocupó el trono
visigodo a la muerte de Teodosio fue quien saqueó Roma en 410 DC, hecho que marcó el
principio de su caída definitiva de la cual nunca más se recuperó, humillación que no había
experimentado Roma por más de seis siglos… El famoso Jerónimo, traductor de la Vulgata
Latina, la versión más difundida de la Biblia en latín, contemporáneo de Alarico lamentaba:
“nuestros pecados constituyen la fuerza de los bárbaros, nuestros vicios la derrota del ejército
romano… hemos despertado el descontento de Dios, que su ira se ensaña contra nosotros
en la rabia de los bárbaros”, también [Louis Richard] Conradi cita a historiadores que
destacan que el carácter noble de Alarico no guardaba relación con la barbarie que provocó
en Roma, pero él mismo declaró que “se sentía movido, obligado por misteriosa y
sobrenatural fuerza a marchar contra Roma” (Gibbon), “Alarico es un ejemplo que nos
demuestra que no somos dueños de nuestra propia voluntad sino sólo instrumentos del
Espíritu que rige los destinos de los pueblos” afirmó Spamer. Por otro lado, es importante
señalar que en estos juicios contra Roma el obispo romano tuvo un papel fundamental. El

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historiador católico romano Javier Paredes hablando de la invasión de Alarico en 410 DC
dice: “El papa presidió una legación que viajó a Rávena [una de las 3 sedes del imperio],
residencia del emperador Honorio (395-423 DC), propiciando una tregua para salvar Roma...
El papa no regresó a Roma hasta el 412 DC, poniendo entonces todos los recursos de la
Iglesia a trabajar con un objetivo: la reparación de la ciudad que, abandonada por los
emperadores, era ya solamente la cabeza de la cristiandad”.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 61, 62

Aquí está la cita de Edward E. Gibbon (1737-1794 DC), considerado como el primer
historiador moderno, y uno de los historiadores más influyentes de todos los tiempos, que,
sin proponérselo, utiliza figuras del Apocalipsis de Juan para describir la invasión de los
godos. Vea por favor las citas siguientes.

Alarico y los godos comenzaron su ataque contra el imperio en invierno, junto con la caída
de la nieve y el congelamiento de los ríos; Alarico no solo mató a todos a su paso, sino que
literalmente destruyó también los campos verdes... Conradi cita al historiador agnóstico
Gibbon que usa un lenguaje figurado también para describir la invasión goda sobre Roma
desde Alemania: “habíase desatado una tremenda tormenta entre los pueblos de Alemania”,
“la nube tenebrosa que se había formado en la costa del Báltico estalló a orillas del alto
Danubio como tempestad”, y cuando los senadores le dijeron a Alarico que la población
romana era mucha, éste respondió “cuanto más espeso es el heno, mejor se le siega”.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 63

Alexander Keith ha observado apropiadamente lo siguiente: “Nadie podría elucidar más


claramente los textos, o exponerlos más completamente, de lo que ha realizado esta tarea el
historiador Gibbon. Los capítulos del filósofo escéptico que tratan directamente el asunto,
necesitan solamente que se los haga
preceder por un texto y se borren algunas
palabras profanas, para formar una serie
de exposiciones de los capítulos 8 y 9 del
Apocalipsis de Jesucristo”. “Poco o nada le
queda que hacer al que profesa
interpretarlos, sino señalar las páginas de
Gibbon”.

El primer castigo grave que cayó sobre la


Roma Occidental en su derrumbamiento,
fue la guerra con los godos mandados por
Alarico, que preparó el camino para otras
incursiones. La muerte del emperador
romano Teodosio ocurrió en enero de 395
DC, y antes del fin del invierno los godos
dirigidos por Alarico guerreaban contra el
imperio.

La primera invasión que dirigió Alarico


asoló el Imperio Oriental. Tomó él las
ciudades famosas y esclavizó a muchos de
sus habitantes. Conquistó las regiones de
Tracia, Macedonia, el Ática y el
Peloponeso, pero no llegó a la ciudad de
Roma. Más tarde, el jefe godo cruzó los Alpes y los Apeninos y se presentó ante los muros
de la Ciudad Eterna, que cayó presa de los bárbaros en 410 DC.

“Granizo y fuego, mezclado con sangre” fueron arrojados sobre la tierra. Los terribles efectos
de la invasión goda nos son representados como “granizo”, por el origen septentrional de los
invasores; como “fuego” por la destrucción de ciudades y campos por las llamas; y “sangre”
por la terrible matanza de los ciudadanos del imperio que realizaron aquellos audaces e
intrépidos guerreros…

Después de citar extensamente la obra de Edward Gibbon, History of the Decline and Fall
of the Roman Empire (Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano), capítulos 30-
33, relativos a las conquistas de los godos, Alexander Keith presenta un admirable resumen
de las palabras del historiador que recalcan el cumplimiento de la profecía: “Los largos
extractos demuestran claramente cuán bien y con cuánta amplitud Gibbon expuso este texto
en la historia de la primera trompeta, la primera tempestad que azotó la tierra romana, y la

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primera caída de Roma. Usando sus palabras como un comentario más directo, leemos así
la suma de lo dicho: “La nación goda estuvo en armas cuando se oyó el primer sonido de la
trompeta, y a pesar de la insólita severidad del invierno, hicieron rodar sus pesados carros
sobre el ancho y helado lomo del río. Los fértiles campos de Focia y Beocia quedaron
cubiertos por un diluvio de bárbaros; los hombres fueron muertos y las mujeres y los ganados
arreados. Las profundas y sangrientas huellas de los godos podían discernirse fácilmente
después de varios años. Todo el territorio del Ática fué devastado por la funesta presencia de
Alarico. Los más afortunados de los habitantes de Corinto, Argos, y Esparta se salvaron de
la muerte, pero contemplaron la conflagración de sus ciudades. Durante una estación de tanto
calor que se secaron los lechos de los ríos, Alarico invadió el dominio del Occidente. Un
aislado 'anciano de Verona' (el poeta Claudiano) lamentó patéticamente la suerte de los
árboles de su tiempo, que hubieron de arder en la conflagración de todo el país [nótense las
palabras de la profecía: 'la tercera parte de los árboles fué quemada']; y el emperador de los
romanos huyó ante el rey de los godos”.

“Se levantó una furiosa tempestad entre las naciones de


Germania, desde cuyo extremo septentrional los bárbaros
marcharon casi hasta las puertas de Roma. Lograron
destruir el Occidente. La sombría nube que se había
formado a lo largo de las costas del Báltico, estalló con
acompañamiento de truenos sobre las márgenes del
Danubio superior. Las praderas de las Galias, donde
pastaban rebaños y manadas, y las orillas del Rin que
estaban cubiertas de casas elegantes y predios bien
cultivados, formaban un panorama de paz y abundancia, que
se transformó repentinamente en un desierto, distinguido de
la soledad de la naturaleza tan sólo por ruinas humeantes.
Muchas ciudades fueron cruelmente oprimidas o destruidas.
Muchos millares fueron inhumanamente muertos. Las
llamas consumidoras de la guerra se extendieron sobre la
mayor parte de las diecisiete provincias de Galia”.

“Luego Alarico extendió sus estragos a Italia. Durante cuatro


años los godos saquearon y reinaron sin control. Y durante
el saqueo e incendio de Roma, las calles de la ciudad se
llenaron de cadáveres; las llamas consumieron muchos
edificios públicos y particulares; y las ruinas de un palacio
subsistían aún un siglo y medio más tarde como grandioso
monumento de la conflagración goda”.

Después de este resumen, Keith completa el cuadro


diciendo: “La frase final del capítulo 33 de la historia de Gibbon es por sí misma un comentario
claro y abarcante; porque al clausurar su propia descripción de este período breve pero
desbordante de acontecimientos, concentró en declaraciones paralelas la suma de la historia
y la substancia de la predicción. Pero las palabras que preceden a dichas declaraciones no
carecen de significado: 'La devoción pública de aquella época tenía impaciencia por exaltar
los santos y mártires de la Iglesia Católica a los altares de Diana y Hércules. La unión del
Imperio Romano quedó disuelta; su genio humillado en el polvo; y ejércitos de bárbaros
desconocidos, salidos de las regiones heladas del norte, establecieron su reinado victorioso
sobre las provincias más hermosas de Europa y de África”.

“La última palabra, África, es la señal para que suene la segunda trompeta. El escenario se
traslada de las orillas del Báltico a la costa meridional del Mediterráneo, o de las regiones
heladas del norte a las playas ardientes del África. Y en vez de ser arrojada una tempestad
de granizo sobre la tierra, un monte 'ardiendo con fuego' fué lanzado al mar”.
Uriah Smith, Apocalipsis, 83-85

• Versículo

El segundo ángel tocó la trompeta, y como una gran montaña ardiendo en fuego fue
precipitada en el mar; y la tercera parte del mar se convirtió en sangre. Y murió la tercera
parte de los seres vivientes que estaban en el mar, y la tercera parte de las naves fue
destruida.
Apocalipsis 8: 8, 9

• Característica: Montaña ardiendo


• Significado: Vándalos con Genserico
• Ayes: Ninguno

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• Interludios: Ninguno
• Iglesias vinculadas: Pérgamo
• Sellos relacionados: Caballo negro
• Periodo: Caída del Imperio Romano de Occidente
• Duración: 406-475 DC, 69 años
• Análisis de la trompeta

No había terminado el ataque inmisericorde de los godos de Alarico cuando los vándalos
iniciaron su ataque contra el ya tambaleante Imperio Romano de Occidente. El golpe que
Genserico daría al imperio, al acabar con su dominio del Mar Mediterráneo, sería uno del que
no podría recuperarse, ni siquiera con la ayuda de su natural aliado, el Imperio Romano de
Oriente.

EI Imperio Romano recibió otro ataque de parte de los Vándalos, uno de los pueblos
germanos que cruzaron el estrecho de Gibraltar, rumbo al África, e hicieron de Cartago la
capital de su reino, Allí construyeron grandes flotas y se convirtieron en una potencia marítima
que realizaba prolongadas incursiones en las ricas regiones costeras del Mediterráneo; y, al
fin en el año 455 DC, saquearon la ciudad de Roma y cargaron sus barcos con sus valiosos
despojos y tesoros de varios siglos.

Genserico, jefe de los Vándalos, infundía terror, pánico a los habitantes del imperio. Gibbon,
al hablar del papel importante de este vándalo y la caída de Roma, dice que el suyo era “un
nombre que, en la destrucción del Imperio Romano, merece una categoría igual a los
nombres de Alarico y Atila”…

[La montaña ardiendo precipitada sobre el mar] representa al pueblo de los Vándalos que
habrían de destruir las últimas armadas del Imperio Romano. Cuando fueron entregadas las
costas del Mediterráneo Occidental a la devastación de los vándalos.

Los Vándalos procedían del norte de Alemania, en 406 DC asolaron las orillas del Rhin y las
Galias y en 409 DC penetraron en España y 499 DC con su rey Genserico y 50.000 hombres
se apoderaron de todo el norte de África…

En 455 DC, Genserico “Rey de mar y tierra”, formó una marina competente y con ella tomó
Roma. El obispo León logró que el jefe bárbaro no pasara a la ciudad por fuego y espada. El
saqueo duró 14 días y se llevaron un botín inmenso. De aquel terrible saqueo de Roma
procede la expresión de “vandalismo” en uso aún hoy día...

El emperador Mayoriano en 475 DC quiso quebrantar el poder de Genserico y se alió con el


emperador León de Oriente. Ambos imperios formaron una armada aún más poderosa.
Armaron 1.113 naves en Constantinopla con 100.000 hombres. Pero Genserico favorecido
por la noche y los vientos destruyó a todos ellos tomando prisioneros… [“y la tercera parte de
las naves fue destruida”]

Al hablar la profecía de “un grande monte ardiendo en fuego que fue lanzado en el mar”, cuán
acertada estuvo. En esa ocasión el poder naval romano quedó aniquilado y pereció la tercera
parte de las naves y marinos por obra de los vándalos.
Máximo Vicuña, Interpretación Histórica del Libro de Apocalipsis, 70, 71

Es maravillosa la forma en la que la profecía expone el ataque de los vándalos por vía
marítima, que acabó con el dominio romano del Mediterráneo, dominio que había arrebatado
a Cartago en el Siglo III AC. Ahora casi 7 siglos después debían cederlo a pesar de su estéril
e insuficiente oposición. Aún las fuerzas de la naturaleza parecían estar del lado del vándalo,
también arriano…

El Imperio Romano, después de Constantino el Grande, se dividió en tres partes. De ahí que
la frecuente mención de “la tercera parte de los hombres” sea una alusión a la tercera parte
del imperio que sufría el azote. Esta división del Imperio Romano fué realizada al morir
Constantino por sus tres hijos: Constancio, Constantino II y Constante. Constancio poseyó el
Oriente y fijó su residencia en Constantinopla, la metrópoli del imperio. Constantino II obtuvo
Gran Bretaña, las Galias y España. Constante reinaba sobre Iliria, África e Italia.

El sonido de la segunda trompeta se refiere evidentemente a la invasión y conquista de África,


y más tarde Italia, por Gaiserico (Genserico), rey de los vándalos. Sus conquistas fueron
mayormente navales, y sus triunfos fueron “como un grande monte ardiendo con fuego,
…lanzado en la mar”. ¿Qué figura podría ilustrar mejor o siquiera tan bien la colisión de las
flotas o la destrucción general de la guerra en las costas marítimas? Al explicar esta trompeta,
necesitamos buscar acontecimientos que influyan particularmente en el mundo comercial. El

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símbolo usado nos induce naturalmente a buscar agitación y conmoción. Nada que no sea
una fiera guerra marítima puede cumplir la predicción. Si el sonido de las primeras cuatro
trompetas se refiere a cuatro acontecimientos notables que contribuyeron a la caída del
Imperio Romano, y la primera trompeta predecía los estragos hechos por los godos bajo
Alarico, al estudiar la segunda trompeta buscaremos el siguiente acto de invasión que
sacudió el poder romano y preparó su caída. Esta siguiente gran invasión fue la de Genserico,
a la cabeza de los vándalos. Su carrera llegó a su apogeo entre los años 428-468 DC. Este
gran jefe vándalo estableció su cuartel general en África. Pero como dice Gibbon, “el
descubrimiento y la conquista de las naciones negras [en África] que pudiesen morar en la
zona tórrida, no había de tentar la ambición racional de Genserico; así que dirigió las miradas
hacia el mar; resolvió crear una fuerza naval, y ejecutó su audaz resolución con perseverancia
activa y constante”. Desde el puerto de Cartago
salló repetidas veces como pirata, para arrebatar
presas al comercio romano y hacer la guerra al
imperio. Para hacer frente a ese monarca del
mar, el emperador Mayoriano, hizo extensos
preparativos navales.

“Se talaron los bosques de los Apeninos; se


restauraron los arsenales y las fábricas de
Ravena y Misena; Italia y la Galia rivalizaron en
hacer contribuciones generosas al erario
público; y la marina imperial de trescientas
galeras grandes, con una adecuada proporción
de transportes y navíos menores, se reunió en el
seguro y espacioso puerto de Cartagena en
España… Pero Genserico se salvó de una ruina
inminente e inevitable por la traición de algunos
súbditos poderosos, que envidiaban o temían el
éxito de su señor. Guiado por su comunicación
secreta, sorprendió la flota sin custodia en la
bahía de Cartagena; muchos de los barcos
fueron hundidos, capturados o quemados; y los
preparativos de tres años fueron destruidos en un solo día…

“El reino de Italia, nombre al que se había reducido gradualmente el Imperio Occidental, fué
afligido, durante el gobierno de Ricimero [un bárbaro con sangre sueva y visigoda que
gobernó en un interregno], por las depredaciones incesantes de los piratas vándalos. En la
primavera de cada año, equipaban una flota formidable en el puerto de Cartago; y Genserico
mismo, aunque ya viejo, comandaba todavía en persona las expediciones más importantes...”

“Los vándalos visitaron repetidas veces las costas de España, Liguria, Toscana, Campania,
Lucania, Brutio, Apulia, Calabria, Venecia, Dalmacia, Epiro, Grecia y Sicilia...”

“La celeridad de sus movimientos les permitía amenazar y atacar los objetivos más lejanos
que atrajesen sus deseos; y como siempre embarcaban un número suficiente de caballos,
podían recorrer, apenas desembarcaran, la desalentada región con un cuerpo de caballería
ligera”.

Una última y desesperada tentativa de despojar a Genserico de la soberanía del mar fué
hecha en 468 DC por León I, emperador del Oriente. Gibbon lo atestigua así: “El gasto total
de la campaña africana, cualesquiera que fueran los medios de sufragarla, ascendió a la
suma de 130.000 libras de oro [unos 3,3 billones de dólares a precios actuales… una fortuna,
vamos…], unos 5.200.000 libras esterlinas… La flota que salió de Constantinopla para
Cartago consistía en 1.113 barcos, y el número de los soldados y los marineros excedía de
los 100.000 hombres… El ejército de Heraclio y la flota de Marcelino se unieron o secundaron
al lugarteniente imperial… El viento favoreció los designios de Genserico. Hizo tripular sus
mayores barcos de guerra por los más valientes de los moros y vándalos, y arrastraron tras
sí muchas barcazas llenas de material combustible. En la obscuridad de la noche, estos
navíos destructores fueron impelidos contra la flota de los romanos, que no estaban en
guardia ni sospechaban nada, pero se dieron cuenta al instante del peligro. Su orden cerrado
facilitó el progreso del fuego, que se comunicaba con violencia rápida e irresistible; y el ruido
del viento, el crepitar de las llamas, los gritos disonantes de los soldados y marineros, que no
podían ni ordenar ni obedecer, acrecentaban el horror del tumulto nocturno. Mientras
trabajaban para desenredarse de los brulotes y salvar por lo menos parte de la flota, las
galeras de Genserico los atacaron con valor templado y disciplinado; y muchos de los
romanos que escaparon a la furia de las llamas, fueron muertos o capturados por los vándalos
victoriosos… Después del fracaso de esa gran expedición, Genserico volvió a ser el tirano

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del mar; las costas de Italia, Grecia y Asia volvieron a estar expuestas a su venganza y
avaricia. Trípoli y Cerdeña volvieron a obedecerle; añadió Sicilia al número de sus provincias;
y antes de morir, en la plenitud de sus años y de la gloria, contempló la extinción final del
imperio de Occidente”. Acerca de la parte importante que este audaz corsario desempeñó en
la caída de Roma, Gibbon usa este lenguaje: “Genserico, un nombre que, en la destrucción
del Imperio Romano, mereció igual jerarquía que los nombres de Alarico y Atila”.
Uriah Smith, Apocalipsis, 85-87

No puede ser sobrevalorada la importancia del Mar Mediterráneo para la geopolítica de aquel
entonces. Cuando Roma estaba en su proceso de desarrollo, en el Siglo III AC se dio cuenta
que, si no vencía a Cartago, ciudad-puerto en las costa norte de África, fundada por fenicios
procedentes de Tiro, no podría encumbrarse como el imperio que soñaba ser. Logró
imponerse en las largas guerras púnicas (264-146 AC) y finalmente destruyó la hermosa
Cartago. Resulta sorprendente que ahora los vándalos, “la montaña ardiendo”, desde la
misma Cartago le quitaran el poder sobre el mar. Genserico cumpliría el sueño de Alarico,
que fue el primero en identificar la importancia del dominio marítimo.

La segunda trompeta anuncia una montaña ardiendo que es precipitada en el mar, el cual se
convierte en sangre y mueren los seres vivos del mar y son destruidas las naves, [Jon]
Paulien dice que las montañas simbolizan reinos en el Antiguo Testamento (Jeremías 51:
25; Daniel 2: 34, 35; Apocalipsis 17: 9, 10, etc.), pero siempre son objetos de la ira divina,
por lo que el monte es el juzgado, y en este caso se refiere al imperio romano que cae en
476 DC. Sin embargo no siempre el monte o reino es juzgado, Babilonia es llamado “monte
destruidor” (Jeremías 51: 25) y fue utilizado por Dios para juzgar a otros reinos, la piedra que
se transforma en monte en Daniel 2 destruye a todos los reinos terrenos, y el monte ardiendo
que es precipitado al mar en la segunda trompeta convierte al mar en sangre y mata a los
seres vivos del mar y destruye las naves del mar, lo que indica que en vez de ser el objeto
del juicio divino es el instrumento de destrucción, lo mismo que el granizo que cae del cielo
en la primera trompeta y la estrella que cae sobre los ríos en la tercera y la plaga que cae
sobre los astros en la cuarta; es la vegetación de la tierra, la vida y actividad del mar, la vida
de los ríos y los astros del cielo quienes son heridos en las cuatro primeras trompetas.

La montaña arrojada al mar es un símbolo apropiado de los Vándalos que se apoderaron del
mar que había enriquecido y fortalecido a Roma, y era una frontera natural que protegía al
imperio, destruyeron todas las naves del ejército romano y literalmente convirtieron el mar en
sangre. Además, el mar Mediterráneo literalmente alimentaba y protegía a Roma, cuando
perdió su dominio sobre él su destino quedó sellado. La historia dice que para que Roma
pudiera convertirse en imperio debía destruir a los cartagineses, que eran los soberanos del
Mar Mediterráneo. El imperialismo griego que antecedió al romano logró dominar al mundo
solo después de superar a los fenicios que dominaban el comercio y la armada marítima [en
el oriente de la todavía incipiente república romana] y que colaboraron con Persia en las
batallas navales contra Grecia. “En el Antiguo Testamento las naves o barcos siempre se
asocian con el comercio (Ejemplo: 1 Reyes 9: 27; 2 Crónicas 9: 21; 20: 36; Salmos 107:
23), por lo tanto, las naves de la tercera parte simbolizan la destrucción comercial de este
reino”.

El mar, además, era un dios en todo el mundo pagano, los mitos decían que el mundo venía
de batallas en el mar, Poseidón el dios griego del mar era llamado por los romanos Neptuno,
y este dios representaba apropiadamente la crueldad de Roma. “Poseidón [en la mitología]
fue padre de varios hijos famosos por su salvajismo y crueldad, entre ellos el gigante Orión y
el cíclope Polifemo”, además era vengativo “la venganza de Poseidón contra Troya no tuvo
límites. Envió un terrible monstruo marino a que devastara la tierra y, durante la guerra de
Troya, se puso del lado de los griegos”. Las cuatro bestias de Daniel 7 y la primera de
Apocalipsis 13 surgieron del mar, la más cruel era la cuarta representando a Roma.

Una montaña echada en el mar, que representa al reino de los vándalos en sus ataques
contra Roma, además debe haber evocado en la mente de Juan el dicho de Jesús cuando
puso un ejemplo de algo casi imposible de imaginar, sólo con fe del tamaño de un grano de
mostaza “si a este monte le decís: “¡Quítate y arrójate al mar!', será hecho. Y todo lo que
pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21: 21, 22; Lucas 17: 6), lo que implicaría
que, al no ser un evento común, el que una montaña sea arrojada al mar, simbolizaría algo
casi increíble históricamente. Cuando los vándalos se apoderaron del mar, Roma nunca más
volvió a levantarse, por otro lado, las oraciones de los santos contra la poderosa Roma
estaban siendo respondidas. Un monte también simboliza un obstáculo en Zacarías (4: 6, 7),
para Roma los vándalos fueron un obstáculo insalvable.

Aunque Atila saqueó Roma unos años antes que Genserico, fue Genserico quien siguió
inmediatamente a Alarico en su lucha contra Roma y continuó el itinerario de Alarico:

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inmediatamente después que Alarico saqueó Roma el 410 DC, se embarcó hacia África para
apoderarse de la costa de ese continente y de los graneros que sustentaban al imperio y
poder apoderarse del Mar Mediterráneo, pero repentinamente murió en la embarcación. Fue
Genserico con los vándalos quien desarrolló el plan inconcluso de Alarico, al apoderarse de
África y lanzarse contra el poderío marítimo romano antes que Atila comenzara a atacar al
imperio.

Es interesante también que los Visigodos de Alarico desde España marcharon contra el
imperio penetrando a Roma el 410 DC, y los vándalos se apoderaron de España en 409 DC
y desde allí, dirigidos por Genserico se apoderaron de África en 429 DC. Desde esa fecha no
dejaron de saquear las costas del imperio romano, incluso Roma misma el año 455 DC, ante
lo cual el imperio de occidente hizo un esfuerzo sobrenatural para construir una flota de naves
para eliminar a Genserico, pero gracias a la astucia de éste y a algunos traidores del
emperador Mayoriano la naves y “los armamentos que habían durado tres años en hacerse
fueron aniquilados en un solo día”. Roma desesperada ya no fue capaz de luchar sola contra
los vándalos por lo que se unieron los dos imperios romanos de oriente y occidente para
terminar definitivamente con Genserico, invirtieron “más de cien millones de marcos de oro”
para construir “1.113 naves, y el número de soldados y de marineros subía de cien mil
hombres”, pero en una noche que el viento soplaba a su favor, Genserico envió naves con
material combustible contra la gigantesca flota haciendo arder las naves, y los soldados que
no murieron quemados, murieron por lo espada de los vándalos, literalmente fue como una
montaña ardiendo en fuego precipitada en el mar. El mar atacado es buen símbolo de los
reinos impíos (Isaías 57: 20, 21).

También es significativo el rol del obispo de Roma, León I el Grande, ya que después que
Genserico mató al nuevo emperador “la desamparada ciudad acudió de nuevo a León que
pudo conseguir que, al menos, los lugares santos y las zonas de refugio para la población,
fueran respetados (455 DC). En medio de las ruinas de un Imperio que marchaba ya hacia la
destrucción, era la del papa la única autoridad todavía viva en Roma. Una autoridad que, de
momento, carecía de soldados”.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 63-66

La cita siguiente continúa destacando la propiedad con la que los vándalos son comparados
con esta “gran montaña ardiendo” y sus efectos sobre el mar. Pero me resulta particularmente
atractiva la idea que tenía Genserico, que en sus incursiones no fijaba un rumbo “porque
decía que el viento y las olas ya los llevarían hacia aquellos a quienes Dios había dejado de
su mano”. Parece evidente que este insaciable soberano sentía que Dios le impulsaba a
castigar a Roma y que de alguna manera él era parte de un plan divino para hacer sentir a la
Roma católico-romana que sus pecados la habían alcanzado.

La segunda trompeta anuncia la segunda embestida significativa dada en contra del imperio
romano. En lugar de granizo, se presenta algo semejante a “una gran montaña ardiendo en
fuego” que se precipita “sobre el mar”, convirtiendo una parte del mar en sangre, y
destruyendo una tercera parte de las naves y de los seres vivientes que allí estaban
(Apocalipsis 8: 8, 9). Así se describe la segunda invasión del imperio romano, de una
manera equivalente a la descripción de Babilonia en su carácter de “monte destruidor”
(Jeremías 51: 25).

Mientras que la primera trompeta cae sobre la tierra, la segunda cae sobre el mar. En ambos
casos hay derramamiento de sangre, pero el lugar donde ocurre es diferente. Que se trata
de confrontaciones navales, se ve por el hecho de que se especifica que “la tercera parte de
las naves fue destruida” (versículo 9). Isaías describió un juicio divino semejante que caería
“sobre todas las naves de Tarsis...” (Isaías 2: 16), lo que sirve de antecedente para pensar
que aquí ocurre lo mismo.

Los seres vivientes pueden ser una referencia a la multitud impresionante de hombres que
murió en los combates navales, o a la típica descripción del juicio divino que afecta, como
cuando se anuncia el castigo sobre Judá y Samaria, no sólo a los hombres, sino también a
la fauna marina (Oseas 4: 3; Sofonías 1: 3). No hay registros históricos de una destrucción
semejante de los peces del mar como la que aparece en Oseas y Sofonías, y los israelitas
tampoco eran pueblo marítimo. Como el comercio de peces era muy común en la antigüedad,
aún en ciudades no marítimas como Jerusalén (cf. Nehemías 13: 16), podría suponerse que
estas profecías implican que su comercio se afecta. Algo semejante, pues, puede implicarse
en la segunda trompeta.

Nuevamente, siguiendo a los historiadores seculares, se desprende que la siguiente invasión


terrible que cayó sobre el imperio provino del África, en donde se habían establecido los

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Vándalos. Genserico, su general, que significaba “ganso bravío”, es conocido universalmente
como “el temido rey del mar, terror de las islas y de los navegantes”. Se apoderó del mar y
del comercio marino, y se transformó en un verdadero pirata que saqueaba los pueblos
costeros y barcos que osaban darse a la mar.

Dos enormes flotas, una formada en Roma, y otra en Constantinopla que fue la más grande
que jamás llegaron a tener después los bizantinos trataron de hacerle frente. Ambas flotas
sucumbieron sucesivamente. Los barcos cargados de material combustible se encendieron
en llamas, y miles murieron en la contienda. “A partir de entonces, el imperio de Occidente
estaba perdido. Privada de su dominio sobre el Mediterráneo Central, Constantinopla ya nada
podía hacer en favor de Roma”.

Todos los intentos por desalojar a este terrible pirata fracasaron durante medio siglo. La
descripción de la segunda trompeta revelaba que “la tercera parte del mar se convirtió en
sangre”, en relación con la muerte de la tercera parte de “los seres vivientes que estaban en
el mar”, y las naves. No sólo saqueaba todas las costas e Islas del Mediterráneo, llevando
cautivos a hombres y mujeres, sino que desolaba terriblemente sus ciudades. Roma misma
no se libró del saqueo, cuando por segunda vez después de Alarico, representado en la
primera trompeta, los bárbaros penetraron dentro de sus murallas. En una ocasión, luego de
matar a toda la gente de una ciudad, Genserico se reservó 500 de los principales del pueblo
para matarlos en alta mar, y arrojarlos al océano, “sembrando las aguas con los trozos de
sus cuerpos despedazados”.

Se encuentran expresiones de historiadores modernos que son equivalentes a la que usó el


profeta para describir la historia de este castigo divino. “Los propietarios... fueron asesinados,
o expulsados y perseguidos cruelmente...; [Genserico] ahogó entre raudales de sangre los
motines y sediciones de los suyos, y saqueó todas las costas, pueblos e islas del
Mediterráneo adonde pudo llegar. A bordo de sus temibles embarcaciones, no designaba
rumbo alguno al piloto, …porque decía que el viento y las olas ya los llevarían hacia aquellos
a quienes Dios había dejado de su mano”.

Al igual que Atila, se consideraba “el azote de Dios”. Tanto a los paganos como a los católicos,
a quienes consideraba también paganos, persiguió terriblemente bajo su reinado, pues era
arriano. Saqueó y destruyó sus templos. “Como Atila, fue Genserico azote de la humanidad,
terror de los pueblos, y cual tempestad desencadenada, en lugar de conservar y de crear no
hizo más que destruir, lo mismo a sus vecinos que a su propio pueblo, y a todos los pueblos
adonde llegó su acción y alcanzó su influencia”. “Genserico (fue) un rey destructor,
espantoso, el rey del terror”. De allí es que se lo considera “una de las figuras más imponentes
de la época de la irrupción de los pueblos bárbaros...”.

Es curioso de nuevo notar que, en lugar de piedras heladas, los nuevos invasores vienen de
las tierras calientes del África, y caen sobre el mar y todas sus costas, según lo describe el
vidente, “como una gran montaña ardiendo en fuego”. También es admirable que varios
historiadores, como el profano e incrédulo Gibbon, hayan concluido su historia del general
vándalo y de su efecto sobre el derrumbe del imperio romano, de la siguiente manera:
“Genserico, un nombre que, en la destrucción del Imperio Romano, mereció igual jerarquía
que los nombres de Alarico y Atila”. Es justamente el nombre del tercer invasor mencionado
por Gibbon el que tendrá que ver específicamente con la siguiente trompeta.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 268-270

Dos trompetas han sonado y Roma ya se bambolea como un gigante herido en batalla. No
parece haber solución a sus males y se enfrentará ahora a una nueva amenaza que otra vez
tocará las puertas de la Ciudad Eterna que se salvará de la destrucción, porque aún no había
llegado el tiempo de su caída total, aunque esta ya se aproximaba… quedaba poco tiempo
para el desplome total del imperio más longevo de la antigüedad.

• Versículo

El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una
antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el
nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y
muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas.
Apocalipsis 8: 10, 11

• Característica: Gran estrella


• Significado: Hunos con Atila
• Ayes: Ninguno
• Interludios: Ninguno

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• Iglesias vinculadas: Pérgamo
• Sellos relacionados: Caballo negro
• Periodo: Caída del Imperio Romano de Occidente
• Duración: 445-453 DC, 8 años
• Análisis de la trompeta

Mientras Genserico asolaba las costas del imperio, sin encontrar casi oposición, un nuevo
peligro se cernía sobre el decadente mundo romano. Una “estrella” que aparecía a gran
velocidad daría un serio golpe a Roma, se colocó a las puertas de Roma en corto tiempo,
tres años antes que Genserico: eran los hunos encabezados por Atila, “el azote de Dios”. Es
notable comprobar que el mismo Atila se consideraba una “estrella” que caía, pero que fue
fugaz como un meteoro… desapareciendo de la historia casi tan rápido como apareció.

Después de Alarico y Genserico, Atila ocupa el próximo lugar en el [proceso de]


derrocamiento del imperio romano. Por la forma en que aparece se asemeja mucho a un
meteoro que cruza el cielo. Vino del Oriente, y juntando a los Hunos los arrojó repentinamente
con la rapidez de un meteoro fugaz sobre el imperio. Se consideraba como consagrado a
Marte, el dios de la guerra, y solía ataviarse de manera muy vistosa, para que su poder fuese
ofuscador a los ojos de sus admiradores. Cuán apropiada fue la presentación de un personaje
tal, bajo el símbolo de una estrella brillante. Es muy adecuada la expresión que se refiere a
él: “cayó del cielo como una gran estrella”…

EI Atila histórico era físicamente un mongol de corta estatura, complexión recia, cabeza
grande, ojos vivos y escrutadores, nariz roma y rostro atezado; y por su carácter valiente,
justo, moderado, prudente y sagaz; hacía la
guerra con gran habilidad; era despiadado con
todo el que resistía su empuje. Entre los años
445 y 450 DC, devastó el imperio de Oriente
desde el Ponto Euxino [Mar Negro] hasta el
Adriático ...y el 450 DC emprendió la conquista
de Occidente, Cruzó el Rhin, penetró en la
Galia, y atacó Orleans. En 451 DC, fue vencido
en los campos Cataláunicos por el general
romano Aecio, pasó los Alpes, cayendo sobre
Italia, saqueando la parte norte de ella y
amenazando la ciudad de Roma (452 DC).

El obispo de Roma León le pidió que


abandonara el país, se dejó convencer
partiendo para Oriente y en el camino murió
inesperadamente el 453 DC.

El Ajenjo (griego: apsinthos) es la hierba en


extremo amarga que comunica su amargor a
todo el que entra en contacto con ella. Suelen
plantarlo en los cementerios para expresar la
amargura del dolor. Es venenosa, embriaga y
con el tiempo produce calambres, aún la
muerte. Es maravilloso lo bien que se aplica
esta designación a Atila, realmente la invasión y destrucción de los hunos fue amarga y causó
la muerte de los pueblos europeos. El sangriento Atila fue llamado por un ermitaño “azote de
Dios”, y éste adoptó el sobrenombre y no tardó en demostrar que lo merecía. El mismo Atila
decía de sí: “La estrella cae, la tierra tiembla; yo soy el martillo del mundo y donde mi caballo
pisa no vuelve a salir la hierba”. Cuando este jefe bárbaro murió en 453 DC, el río Danubio
fue desviado de su curso y su cuerpo sepultado en su lecho. Volvieron las aguas y todavía
fluyen sobre su cuerpo. Fue en realidad una plaga de los ríos.
Máximo Vicuña, Interpretación Histórica del Libro de Apocalipsis, 71, 72

La vinculación profética de los símbolos de Atila y los hunos, como una estrella fugaz, y con
los ríos es sorprendente, por decir lo menos, y demuestra una vez más la solidez de la
interpretación profética.

Atila con los hunos es representado por ese astro que cae sobre los ríos y los torna amargos
como el ajenjo. Mientras las tribus germánicas llevaban tiempo penetrando el imperio romano
tanto pacífica como bélicamente, Atila apareció de repente y fue la fuerza más poderosa y
cruel que vio Roma y los mismos germanos, desde el 433 al 453 DC. Atila llevó a los hunos
de victoria en victoria, y hubiese podido terminar con Roma antes de tiempo si el Papa León
I no hubiese intercedido. Su repentina aparición, su tremendo éxito y su sorpresiva muerte

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después de saquear Roma y el retorno a oriente de los hunos sin dejar la raza oriental en
Europa ha provocado las siguientes declaraciones en los historiadores de este periodo: al
morir Atila “el mundo respiró como si hubiera desaparecido un astro que inspirase recelos.
Podía decirse: Hay también cometas en el horizonte político de las naciones ([Leopold von]
Ranke [historiador alemán, luterano, 1795-1886 DC]); Atila “no pasó sino como candente
meteoro sobre el mundo antiguo, y porque de lo que dejó tras de sí lo que más subsiste es
sólo destrucción” …el mismo Atila decía: “La estrella cae, la tierra tiembla; yo soy el martillo
del mundo y donde mi caballo pisa no vuelve a nacer hierba”.

Los ataques de Atila en torno a los ríos del imperio, que también eran barreras de protección
para el imperio romano, también tenían un significado más profundo en Roma. Morris al
interpretar la tercera trompeta comenta: “en parte Juan puede estar pensando en la frecuente
adoración de divinidades fluviales o en algo por el estilo. Todos esos espíritus resultan
impotentes ante los juicios del Dios Todopoderoso”. Mounce, añade: “es posible que Juan
esté revelando el desagrado de Dios hacia la adoración bastante extendida de los espíritus
sobrenaturales que se creían vinculados a los ríos y manantiales”. Por otro lado, es nítido el
contraste con el pueblo de Dios a quien el agua amarga se le vuelve dulce (Éxodo 15: 22-
25; 2 Reyes 2: 19-22) pero al pueblo apóstata el agua dulce se le torna amarga (Apocalipsis
8: 10, 11). En el Antiguo Testamento el ajenjo se usa en forma figurada para representar
dolor y muerte para los impíos (Proverbios 5: 4; Jeremias 9: 13-16; 23: 15; Lamentaciones
3: 13-19; Oseas 10: 4; Amós 5: 7; 6: 12), y siempre se usa en forma figurada.

Una vez más se destaca el papel del obispo de Roma en este acontecimiento, recuérdese
que Daniel 7 destaca el surgimiento del cuerno pequeño entre los diez de la cabeza de la
cuarta bestia, este cuerno pasa a ser más llamativo que la misma bestia para Daniel: “El
emperador y los suyos se refugiaron en Rávena y sus inmediaciones, concentrando allí sus
fuerzas y dejando Roma desamparada. Fue entonces cuando el papa salió al encuentro del
rey en las inmediaciones de Mantua, el 6 de julio. No sabemos el contenido de aquella
entrevista entre el sucesor de Pedro y el “azote de Dios venido de la estepa”, pero es un
hecho que Atila abandonó Italia retirándose a Panonia donde murió aquel invierno. El papa
fue considerado el salvador de Roma”.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 66, 67

No debemos perder de vista el propósito de las cuatro primeras trompetas, que mostraban el
castigo de Dios al imperio romano cristianizado y su cristianismo paganizado. La violencia
con la que aparecieron los hunos, lo salvaje de sus incursiones y su temible éxito militar
causaron desasosiego entre la población del imperio que veía en Atila a un vengador de Dios.

En la interpretación y aplicación de este pasaje, llegamos al tercer acontecimiento importante


que resultó en la subversión del Imperio Romano. En la exposición del cumplimiento histórico
de esta tercera trompeta reconocemos nuestra deuda a las notas de Albert Barnes [teólogo
presbiteriano, 1798-1870 DC] por algunos extractos. Como dice este comentador, para
explicar este pasaje es necesario “que haya algún capitán o guerrero que pueda compararse
a un meteoro ardiente; cuyo curso sea singularmente brillante; que aparezca repentinamente
como una estrella fugaz, y luego desaparezca como una estrella cuya luz se apagase en las
aguas; que el curso asolador de ese meteoro abarque mayormente las parles del mundo en
que abundan los manantiales y los cursos de agua; que se produzca un efecto como si esos
cursos y manantiales se volviesen amargos; es decir que perezcan muchas personas, y que
extensas desolaciones sean causadas en el vecindario de esos ríos y cursos de agua, como
si una estrella amarga y funesta cayese en las aguas, y la muerte se difundiese por las
márgenes adyacentes regadas por ellos”.

La premisa sentada aquí es que esta trompeta alude a las guerras asoladoras y furiosas
invasiones que Atila, rey de los hunos, dirigió contra el poder romano. Hablando de este
guerrero, y particularmente de su apariencia personal, dice Barnes: “En su aspecto, se
parecía mucho a un brillante meteoro que fulgurase por el cielo. Vino del Oriente juntando
sus hunos, y los volcó, como veremos, repentinamente sobre el imperio, con la rapidez de un
meteoro fulgurante. Se consideraba consagrado a Marte, el dios de la guerra, y solía ataviarse
en forma peculiarmente vistosa, de manera que su apariencia, de acuerdo con el lenguaje de
sus aduladores, bastaba para deslumbrar a quienes le mirasen”…

Al hablar de la localidad de los sucesos predichos por esta trompeta, Barnes tiene esta nota:
“Se dice particularmente que el efecto iba a ser sobre 'los ríos' y 'las fuentes de las aguas'.
Sea que esto tenga aplicación literal, o que, de acuerdo a lo supuesto en el caso de la
segunda trompeta, el lenguaje usado se refería a la parte del imperio que sería
particularmente afectada por una invasión hostil, podemos suponer que se refiere a las
regiones del imperio donde abundaban los ríos y cursos de agua, y más particularmente

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donde nacen los ríos y corrientes, pues el efecto era permanentemente en las 'fuentes de las
aguas'. De hecho, las principales operaciones de Atila fueron en las regiones de los Alpes, y
en aquellas porciones del imperio de donde los ríos descienden a Italia. Gibbon describe así
en forma general la invasión de Atila: 'Toda la anchura de Europa, en lo que se extiende por
más de ochocientos kilómetros desde el Euxino al Adriático, fué invadido de una vez, ocupado
y asolado por las miríadas de bárbaros que Atila llevó al campo”.

…La palabra “ajenjo” indica amargas consecuencias. “Estas palabras, que se relacionan más
estrechamente con el versículo anterior, …nos recuerdan …el carácter de Atila, la miseria de
la cual fué autor o instrumento y el terror que inspiraba su nombre.

“La extirpación total y la supresión, son los términos que mejor definen las calamidades que
él infligía…”

“Atila se jactaba de que la hierba no volvía a crecer donde había pisado su caballo. 'El azote
de Dios' fué el nombre que se atribuyó, y lo insertó entre sus títulos reales. Fué 'el azote de
sus enemigos, y el terror del mundo'. El emperador occidental, el senado y el pueblo de Roma,
con humildad y temor, procuraron aplacar la ira de Atila. Y el párrafo final de los capítulos que
refieren su historia, se titula 'Síntomas de la decadencia y ruina del gobierno romano'. El
nombre de la estrella era Ajenjo”.
Uriah Smith, Apocalipsis, 87, 88

La exposición del Dr. Treiyer sobre la tercera trompeta me parece un excelente complemento
a lo que hemos venido mencionando. Además de robustecer la interpretación ya mencionada,
resulta especialmente importante presentar que los contemporáneos consideraban a Atila
como” el hombre más poderoso de Europa” en el 444 AC, 8 años antes que se presentara
frente a Roma. Un ejército de 700.000 hombres hacía temblar a Europa, pero que respiró
aliviada cuando Atila sorpresivamente se retiró de Roma y desapareció de la historia. No
podía ser mejor descrito por la Inspiración, pienso, que como una estrella fugaz.

La tercera trompeta muestra la caída de “una gran estrella, ardiendo como una antorcha”,
que cae “sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas”, volviéndolas
amargas (Apocalipsis 8: 10, 11). Que se trata de un lenguaje figurado, se ve de nuevo en el
hecho de que las aguas de ningún río se vuelven amargas porque cae sobre ellas un meteoro.
El nombre mismo de la estrella, “Ajenjo”, es también simbólico, pues revela el efecto que
causa sobre los que deben beber el trago amargo de las aguas.

En el Apocalipsis, así como en la Biblia, las estrellas representan a los ángeles de Dios,
buenos o malos (Apocalipsis 12: 4; cf. versículos 7-9), y/o a los seres humanos (versículo
1). Como ya se ha visto, a menudo el símbolo es doble, pues las estrellas designan a los
agentes visibles terrenales, y al mismo tiempo a su contraparte espiritual (Apocalipsis 1: 20;
2: 1, 8, 12, 18; 3: 1, 7, 14; especialmente 3: 1). De esta forma, una estrella que cae del cielo
puede reflejar el papel de un poder o ser humano que representa al ángel caído en algún
rasgo específico.

Por ejemplo, el rey de Babilonia ilustra con su terrible carácter desolando los reinos del
mundo, el carácter del príncipe de este mundo, y su experiencia cuando cayó del cielo (Isaías
14). Así también, el poder representado por el cuerno pequeño que “se engrandeció hasta el

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ejército del cielo”, según la visión de Daniel, iba a arrojar por tierra “parte del ejército y de las
estrellas” fieles del pueblo de Dios (Daniel 8: 10, 13, 24; 12: 3). En esto no haría otra cosa
que remedar el papel de aquel que siempre inspiró a sus súbditos a hacer lo mismo que él
hizo en su caída del cielo, arrojando la tercera parte de las estrellas consigo cuando fue
expulsado (Apocalipsis 12: 3). Por el hecho de hacer en algún punto sobresaliente lo mismo
que el diablo les inspira a hacer, estas “copias” terrenales suyas son consideradas como
“hijos del diablo” (Juan 8: 44).

La figura apocalíptica de esta trompeta sirve para representar a los líderes o gobiernos
descriptos por dos de las siete trompetas: la tercera y la quinta (Apocalipsis 8: 10; 9: 1).
Ambos tienen nombres simbólicos: Ajenjo en relación con la amargura producida por su poder
(Apocalipsis 8: 11), y Abadón o Apolión, en relación con su característica destructora
(Apocalipsis 9: 11). En ambos casos debe aplicarse la figura a un poder histórico, sin que
ello excluya la realidad espiritual que está detrás de su representación terrenal.

Pero el símbolo de las estrellas también se usa para describir a los escuadrones del pueblo
de Dios que caen sobre los enemigos, y ejecutan de esta manera los juicios divinos sobre los
opresores. Por ejemplo, en Jueces 5: 20, 21 se relata la batalla de los israelitas contra los
cananeos, y en el salmo poético que crearon luego, los caudillos de Israel cantaron: “desde
los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara. Los barrió el
torrente de Cisón, el antiguo torrente, el torrente de Cisón”.

En este último pasaje, las estrellas representan a los israelitas y a los ángeles que, aunque
no fueron vistos, estuvieron con ellos en la batalla, y su victoria sobre los enemigos se
describe figuradamente también como un río que desemboca y destruye a los enemigos. Y
éste es el otro símbolo típico que aparece también en la tercera trompeta.

Los ríos y las fuentes de las aguas son recursos de vida, y representan tanto la abundancia
material, como la vida y la riqueza espirituales. En el Nuevo Testamento, las “fuentes de agua
viva” se aplican también espiritualmente, para hablar de la vida que el Hijo de Dios da a través
del Espíritu Santo (Juan 4: 10-14; 7: 37-39). En relación con la vida eterna y la ciudad de
Dios, el mismo cumple literalmente (Apocalipsis 7: 17; 21: 6; 22: 17).

Contrariamente, las aguas sucias traen desgracia en lugar de vida (Proverbios 25: 26). La
injusticia social se compara con el veneno y el ajenjo (Amós 5: 7; 6: 12). La infidelidad
conyugal, aparentemente dulce al principio, se vuelve luego amarga también como el ajenjo
(Proverbios 5: 3, 4). Así también, la dureza de corazón en relación con la idolatría, se
representa como raíz que produce hiel y ajenjo, es decir, amargura y muerte (Deuteronomio
29: 17-19; Hebreos 12: 15). Y lo que tiene una relación más directa con nuestro pasaje en
estudio, es el castigo de Dios que destruye lo más preciado del reino apóstata y maldito de
Judá. El hecho llena al profeta de amarguras, y lo embriaga con ajenjos (Lamentaciones 3:
15, 19). Dios da a comer y beber ajenjo y aguas de hiel por causa del pecado, lo que implica
dispersión y muerte (Jeremías 8: 14; 9: 15; 23: 15).

No hay que olvidar que el río se usa también como símbolo de dispersión y persecución. Las
aguas mansas de Siloé, que simbolizan la paz y la vida tranquila de Judá, son cambiadas por
las “aguas de ríos, impetuosas y muchas” del rey de Asiria, las cuales desbordan sus riberas
y llegan hasta la garganta (Isaías 8: 6-8). Así también, en el Apocalipsis el dragón intenta
arrastrar mediante un río de persecución a la iglesia de Cristo, pero la tierra la ayuda a
escapar de tal aluvión (Apocalipsis 12: 13-16).

¿Qué puede extraerse como conclusión de esta proyección bíblica sobre la descripción de la
tercera trompeta? La tercera invasión que cayó como meteoro fulgurante y veloz sobre el
imperio romano, afectándolo de nuevo, aunque no todavía en forma absoluta, nos da la pauta.
Atila, rey de los hunos, vino como suelen venir las estrellas, del oriente. Se declaraba “el
azote de Dios”, título que hizo inscribir entre sus títulos reales. Consideró su espada [se decía
que era la espada del dios Marte que había llegado hasta él de modo milagroso] “como un
don del dios de la guerra y símbolo de la dominación universal. Las estrellas caen, la tierra
tiembla, yo soy el martillo del mundo, decía, y donde pone mi caballo los pies no vuelve a
crecer la hierba”.

Se decía de él que sembraba el terror por todo el mundo. Una multitud de reyes le hace la
corte, y setecientos mil guerreros esperan que les designe el país señalado por la venganza
de Dios. Se lo considera por el 444 DC, como” el hombre más poderoso de Europa”. “En 453
DC, su muerte libró al imperio del mayor peligro que jamás había corrido”.

Con su actitud cruel y vengadora, Atila transformó la riqueza, la abundancia y la vida,


representados simbólicamente por los ríos y fuentes de aguas, en torrentes de persecución,

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dispersión, desolación y muerte. Más de 100 ciudades fueron totalmente arrasadas, y en
ocasiones, hasta degollaba a los niños. Llama la atención que otras tantas ciudades se
salvaron, pues acostumbraba perdonarlas cuando lo reconocían, y le pagaban enormes
tributos. De esta forma, innumerables ciudades se despojaron a sí mismas de todo objeto de
valor y riqueza que poseían, y hasta de las hijas e hijos más bellos y robustos que el
conquistador llevaba como esclavos.

En palabras semejantes a las del profeta, los historiadores cuentan cómo “toda Italia (yacía)
atónita y desanimada con las sucesivas noticias de repetidos desastres”, y se refieren a la
situación vivida entonces en términos como “universal decaimiento”. Al entrar en el palacio
de los emperadores, en Milán, Atila “vio una pintura que representaba a éstos en el trono,
pisando reyes bárbaros. Se sonrió e hizo pintar a los césares vertiendo sacos de oro a los
pies de él”.

“Toda la anchura de Europa, en lo que se extiende por más de ochocientos kilómetros desde
el Euxino al Adriático, fue invadido de una vez, ocupado y asolado por las miríadas de
bárbaros que Atila llevó al campo”. Luego de cruzar el Volga, Atila gobernó los hunos “al norte
del Danubio desde el Don hasta el Rhin”. Sus mayores campañas las hizo en regiones de
ríos. De allí es que algunos intérpretes de la profecía resaltan el hecho interesante de que
sus acciones contra Roma se desarrollaron mayormente “en las regiones de los Alpes, y en
aquellas porciones del imperio en donde los ríos descienden a Italia”. Su afición a
establecerse en lugares de ríos se debe tal vez a que los hunos provenían de las riberas del
Volga.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 270-274

• Versículo

El cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, y la tercera parte de la
luna, y la tercera parte de las estrellas, para que se oscureciese la tercera parte de ellos, y
no hubiese luz en la tercera parte del día, y asimismo de la noche. Y miré, y oí a un ángel
volar por en medio del cielo, diciendo a gran voz: ¡ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a
causa de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles!
Apocalipsis 8: 12, 13

• Característica: Oscuridad
• Significado: Hérulos con Odoacro
• Ayes: Ninguno
• Interludios: Ninguno
• Iglesias vinculadas: Pérgamo
• Sellos relacionados: Caballo negro
• Periodo: Caída del Imperio Romano de Occidente
• Duración: 450-476 DC, 26 años
• Análisis de la trompeta

Hasta que finalmente se produjo la caída, pero tal vez no como uno podría anticipar si se
refiere a las 3 primeras trompetas. Parecería que se necesitaría el violento y demoledor
ataque de algún otro pueblo bárbaro, pero la caída de Roma fue más bien como una
humillación, a lo que fue el más grande imperio que la historia haya conocido, con su
“emperador” destituido por un oscuro Odoacro, rey de los hérulos, una también oscura y
pequeña tribu que había ocupado el norte de Italia, que luego casi desaparece de la faz de
la tierra. Con la península itálica invadida, y un “emperador” títere el final de Roma no pudo
ser más denigrante, ni oscuro…

Entendemos que esta trompeta simboliza la carrera de Odoacro, el primer bárbaro que
gobernó a Italia y que estuvo estrechamente relacionado con la caída de la Roma Occidental.
Los símbolos del sol, la luna y las estrellas, pues se usan indudablemente como símbolos,
denotan evidentemente las grandes luminarias del gobierno romano: sus emperadores,
senadores y cónsules. El último emperador de la Roma Occidental fué Rómulo, al que por
burla se llamó Augústulo, o sea el “diminuto Augusto [pequeña divinidad]”. La Roma
Occidental cayó en 476 DC. Sin embargo, aunque se apagó el sol romano, sus luminarias
subordinadas brillaban débilmente mientras subsistían el senado y los cónsules. Pero
después de muchos reveses civiles y cambios de fortuna política, por fin quedó subvertida
toda la forma del antiguo gobierno, y Roma misma, que fuera antes emperatriz del mundo,
se vio reducida a la condición de un pobre ducado tributario del exarca de Ravena.

La extinción del Imperio Occidental queda así registrada por Gibbon: “El infortunado
Augústulo fué hecho instrumento de su propia desgracia: presentó su renuncia al senado; y
aquella asamblea, en su último acto de obediencia a un príncipe romano, afectó todavía el

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espíritu de libertad y las formas de la constitución. Por decreto unánime, dirigió una epístola
al emperador Zenón, yerno y sucesor de León, recién repuesto en el trono bizantino, después
de una corta rebelión. Solemnemente negaron [los senadores] la necesidad, o aun el deseo
de continuar por más tiempo la sucesión imperial en Italia; puesto que en su opinión la
majestad de un solo monarca bastaba para dominar y proteger tanto el Oriente como el
Occidente. En su propio nombre y en el del pueblo, consintieron en que la sede del imperio
universal fuese trasladada de Roma a Constantinopla; y renunciaron vilmente al derecho de
elegir a su señor, el único vestigio que les quedaba todavía de la autoridad que había dado
leyes al mundo”.

Alexander Keith comenta la caída de Roma en las siguientes palabras: “Se extinguió el poder
y la gloria de Roma como dominadora de otra nación cualquiera. A la reina de las naciones
sólo le quedaba su nombre. Desapareció de la ciudad imperial toda insignia de la realeza. La
que había gobernado a las naciones se sentaba en el polvo, como una segunda Babilonia, y
no había trono donde habían reinado los Césares. El último acto de obediencia a un príncipe
romano que ejecutó aquella asamblea una vez augusta, fué la aceptación de la renuncia del
último emperador del Occidente, y la abolición de la sucesión imperial en Italia. El sol de
Roma había sido herido...”

“Un nuevo conquistador de Italia, el ostrogodo Teodorico, se levantó prestamente, asumió


inescrupulosamente la púrpura y reinó por derecho de conquista. 'La realeza de Teodorico
fué proclamada por los godos (5 de marzo de 493 DC), con el consentimiento tardío, adverso
y ambiguo del emperador del Oriente. El poder imperial romano, del que habían sido la sede
Roma o Constantinopla, conjuntamente o por separado, en el Occidente o el Oriente, ya no
fué reconocido en Italia, y la tercera parte del sol fué herida hasta el punto que no emitía ya
los rayos más débiles. El poder de los Césares ya no fué conocido en Italia; y un rey godo
reinó sobre Roma”.

“Pero, aunque fué herida la tercera parte del sol, y el poder de la Roma imperial cesó en la
ciudad de los Césares, siguieron brillando la luna y las estrellas por un tiempito más en el
hemisferio [imperio] occidental, aun en medio de las tinieblas godas. El consulado y el senado
[la luna y las estrellas] no fueron abolidos por Teodorico. Un historiador godo aplaude el
consulado de Teodorico como el apogeo de todo poder y grandeza temporales; así como la
luna reina de noche después de la puesta del sol. Y en vez de abolir ese cargo, Teodorico
mismo felicita a esos anuales [los cónsules eran elegidos por una año] favoritos de la fortuna
que, sin los cuidados del trono, gozaban su esplendor”.

“Pero, en su orden profético, el consulado y el senado de Roma llegaron a su fin, aunque no


cayeron por manos de los vándalos ni los godos. La siguiente revolución que sufrió Italia fué
su sujeción a Belisario, el general de Justiniano, emperador del Oriente. No perdonó lo que
los bárbaros habían santificado. “El consulado romano extinguido por Justiniano en 541 DC”,
es el título del último párrafo del capítulo 40 de la historia de la decadencia y caída de Roma,
por Gibbon. “La sucesión de los cónsules cesó finalmente en el año trece de Justiniano, a
cuyo temperamento despótico podía agradar la extinción silenciosa de un título que
recordaba a los romanos su antigua libertad”. “Fué herida la tercera parte del sol, y la tercera
parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas”. En el firmamento político del mundo
antiguo, mientras subsistía el reinado de la Roma imperial, el cargo de emperador, el
consulado y el senado brillaban como el sol, la luna y las estrellas. La historia de su
decadencia y caída llega hasta cuando los dos primeros se han apagado con referencia a
Roma e Italia, que durante tanto tiempo habían sido la primera de las ciudades y el primero
de los países; y finalmente, cuando termina la cuarta trompeta, vemos la 'extinción de aquella
ilustre asamblea', el senado romano. La ciudad que había regido el mundo fué, como una
burla dirigida a la grandeza humana, conquistada por el eunuco Narses, sucesor de Belisario.
Derrotó a los godos (552 DC), logró 'la conquista de Roma', y quedó sellada la suerte del
senado”.

Edward B. Elliott [clérigo inglés, evangélico y premilenialista, 1793-1785 DC] habla como
sigue del cumplimiento de esta parte de la profecía en la extinción del Imperio Occidental:
“así se fué preparando la catástrofe final, por la cual habían de extinguirse los emperadores
occidentales y su imperio. Hacía mucho que se había ausentado la gloria de Roma; una tras
otra sus provincias le habían sido arrancadas; el territorio que todavía le quedaba se había
vuelto desierto; y sus posesiones marítimas, sus flotas y su comercio habían sido aniquilados.
Poco le quedaba fuera de los vanos títulos e insignias de la soberanía. Y ahora había llegado
el momento en que estas cosas también le iban a ser quitadas. Apenas veinte años después
de Atila, y muchos menos después de la muerte de Genserico (quien había visitado y
saqueado antes de su muerte la ciudad eterna en una de sus expediciones de merodeo
marítimo, y había preparado así aún más cabalmente la consumación venidera), más o
menos entonces, digo, Odoacro, jefe de los hérulos, resto bárbaro de la hueste [mercenaria,

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pues los hérulos eran de origen escandinavo] de Atila dejado en las fronteras alpinas de Italia,
se interpuso con su orden de que el nombre y el cargo de emperador romano del Occidente
fuesen abolidos. Abdicó el último fantasma de un emperador, aquel cuyo nombre, Rómulo
Augústulo, se prestaba singularmente para que una mente reflexiva contrastara las glorias
pasadas de Roma y su actual degradación; el senado remitió las insignias imperiales a
Constantinopla, y declaró al emperador del Oriente que un monarca bastaba para todo el
imperio. Así se eclipsó la tercera parte del sol imperial, la que pertenecía al Imperio
Occidental, y ya no resplandeció más. Digo ese tercio de su orbe que pertenecía al imperio
occidental; porque la fracción apocalíptica es literalmente exacta. En el último arreglo entre
las dos; cortes, todo el tercio ilírico había sido transferido a la división oriental. De modo que
en el Occidente se había producido 'la extinción del imperio'; había caído la noche.

”No obstante esto, debe recordarse que la autoridad del


nombre romano no había cesado completamente. El
senado de Roma continuaba reuniéndose como de
costumbre. Los cónsules eran nombrados anualmente,
uno por el emperador oriental, y otro por Italia y Roma.
Odoacro mismo gobernó a Italia bajo un título (el de
patricio) que le confirió el emperador oriental. En cuanto
se refería a las provincias occidentales más lejanas, o por
lo menos a considerables regiones de ellas, el vínculo
que las unía con el Imperio Romano no se cortó
completamente. Había todavía cierto reconocimiento,
aunque débil, de la suprema autoridad imperial. La luna
y las estrellas parecían reflejar todavía en el Occidente
una luz débil. Pero, con el transcurso de los
acontecimientos que se sucedieron unos a otros
rápidamente durante el siguiente medio siglo, ellas
también se extinguieron. Teodorico el ostrogodo,
después de destruir a los hérulos y su reino en Roma y Ravena, reinó en Italia de 493 a 526
DC como soberano independiente; y después de conquistar Belisario y Narses a Italia,
cuando vencieron a los ostrogodos (conquista precedida de guerras y asolamientos que
dejaron casi desierto al país y sobre todo su ciudad de las siete colinas), el senado romano
fué disuelto y abrogado el consulado. Además, en lo que se refiere a los príncipes bárbaros
de las provincias occidentales, su independencia del poder imperial se fué afirmando y
comprendiendo más distintamente. Después de un siglo y medio de calamidades casi sin
parangón en la historia de las naciones, como lo indica correctamente el Dr. Robertson, la
declaración de Jerónimo, casi calcada de la figura del pasaje apocalíptico, pero pronunciada
prematuramente cuando Alarico tomó Roma por primera vez, podría considerarse finalmente
como cumplida: 'Clarissimum terrarum lumen extinctum est, ' (El glorioso sol del mundo se
ha extinguido); o como lo ha expresado el poeta moderno, siempre bajo la influencia de las
imágenes apocalípticas: 'Estrella por estrella, vio expirar sus glorias', hasta que no quedó
siquiera una sola estrella que titilase en la noche obscura y vacía”.

Fueron verdaderamente horrendos los estragos que realizaron esas hordas bárbaras bajo
sus audaces pero crueles y desenfrenados caudillos. Sin embargo, las calamidades que
sufrió el imperio bajo las primeras incursiones de esos bárbaros fueron cosa ligera en
comparación con las calamidades que iban a seguir. No eran sino las gotas preliminares de
una lluvia torrencial que iba a caer pronto sobre el mundo romano. Las tres trompetas que
quedaban llegaban cubiertas por una nube de desgracia, según se indica en los versículos
que siguen.
Uriah Smith, Apocalipsis, 89-91

La oscuridad que revela el relato profético muestra la progresiva desaparición de las luces
que alumbraron Roma durante siglos, en especial el senado durante un milenio. El imperio
duró unos 500 años y el consulado unos 800; lo que habla a las claras de la importancia de
estas instituciones romanas.

La cuarta trompeta hiere “la tercera parte del sol”, “de la luna, y” “de las estrellas”
(Apocalipsis 8: 12). Aparentemente hay una contradicción, pues no se hiere una parte de
los astros durante una parte del día ni de la noche, sino “la tercera parte de ellos” que se
oscurece. No obstante, se declara que el efecto es falta de luz “en la tercera parte del día, y
asimismo de la noche”. La idea parece ser que la intensidad de su luz se pierde en una tercera
parte durante el día, en el caso del sol, y durante la noche, en el caso de la luna y las estrellas.
La declinación del poder de los astros es, fuera de duda, lo que resalta de la cuarta trompeta.

La herida contra el imperio romano provino esta vez de otro rey bárbaro, Odoacro, quien hizo
abdicar en 476 DC al emperador joven y débil que quedaba en Roma, Romulus Augustulus.

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El senado ratificó la decisión, y consideró que un solo emperador en Constantinopla era
suficiente para gobernar el imperio. Sin embargo, Odoacro tuvo en poco a Zenón [un error
del que se arrepentiría cuando el emperador lanzó contra él a los ostrogodos con Teodorico
a la cabeza, lo que le costó el reino y la vida], el emperador de oriente por aquel entonces.
Poco después, Odoacro fue vencido por el rey de los ostrogodos, Teodorico, quien gobernó
durante varios años en Italia, demostrando que la gloria de los césares había sucumbido para
siempre. Nunca más se levantaron emperadores romanos en Roma, y el Senado cesó pocos
años después su función también.

Pero, ¿qué relación tiene este evento con el símbolo de la cuarta trompeta? Desde la
antigüedad se adoraba al sol, a la luna y a las estrellas. Aún los israelitas tendían a caer en
su culto (2 Reyes 21: 3; 2 Crónicas 33: 3; Hechos 7: 42). Ezequiel presenta la adoración al
sol como la peor de todas las abominaciones que ve en el templo, y que provocan la ira de
Dios en contra de su pueblo (Ezequiel 8: 15-18).

Babilonia estaba llena de astrólogos (Daniel 2: 2, 10), y durante la era cristiana, el culto al
sol, a la luna y a los planetas se incrementó muchísimo en el imperio romano. Los nombres
actuales de los días de la semana en los países occidentales provienen del culto tributado a
tales días del sol, de la luna y de otros planetas. El poder y la autoridad de Roma fueron, de
esta forma, atribuidos a los cuerpos celestiales. Aún el emperador romano fue deificado como
“dios sol”.

El hecho de que solamente la tercera parte del sol, la luna y las estrellas fue herida,
perjudicando la luminosidad del día y de la noche, no revela la eliminación total de este culto,
sino la pérdida de su poder. Con el avance del cristianismo sobre el paganismo, el culto de
los cuerpos celestiales fue abandonándose. Pero su adoración fue reemplazada por otro culto
igualmente idólatra que, aunque las estrellas no eran directamente adoradas, tomó muchos
de sus símbolos, y los aplicó primero a Cristo, y luego, por extensión, a sus presuntos vicarios,
a los santos y vírgenes de la iglesia. Así ocurrió, por ejemplo, con el disco del sol que se
dibujaba detrás de la figura de un hombre en el culto pagano, y que se complementó luego
en la tonsura circular que se hacía en la parte posterior del cuero cabelludo. Más aún, la
paganización de la iglesia en la época de la declinación del imperio romano, fue muy
lamentada por muchos escritores cristianos de la época, entre los cuales se encontraban
varios padres de la iglesia. La consecuencia fue que no hubo “luz en la tercera parte del día”,
ni tampoco “de la noche”.

La misma imagen puede traerse a colación en relación con el emperador -sol-, el consulado
-luna-, y el senado -estrellas-, según la interpretación tradicional de la cuarta trompeta.
Jerónimo, el famoso traductor de la Biblia al latín, que vivió en la época cuando Alarico tomó
Roma, escribió acerca de esta invasión y de su consecuencia sobre Roma: Clarissimum
terrarum lumen extinctum est, “el glorioso sol del mundo ha sido extinguido”.

En efecto, “el fraccionamiento del imperio entre reyes autónomos había dado al traste con la
administración; sólo subsistían las instituciones provinciales, más o menos desorganizadas,
y los grandes servicios centrales habían desaparecido” Por lo cual, “pasado el período de
anarquía” se procedió “a una refundación general del derecho romano. Jurisconsultos
galorromanos prepararon compilaciones para uso de los jueces, que adaptaron el derecho a
las nuevas necesidades”.

Entre estas compilaciones están el Breviario de Alarico y “la ley romana de los burgundios”,
que iban a perdurar durante la Edad Media “hasta finales del Siglo XI DC”. Por otro lado, “las
costumbres bárbaras se romanizaban tan rápidamente”, que en el Siglo VII DC se publicó
“como 'ley visigoda' un verdadero código romano... No quedaba, pues, de las instituciones
germánicas más que el arcaico wehrgeld”, “avenencia”, que consistía en saldar el crimen o
delito con una suma dada a la víctima o a su familia.

De esta forma, el sistema de organización romano fue adoptado en cierta medida por el
sistema religioso-político que lo siguió, aunque no alcanzó el esplendor que había poseído
cuando el imperio estaba en vigencia. “A pesar de su decadencia, la Iglesia continúa en
Occidente la obra jurídica del imperio”.

En síntesis, puede decirse que el cuarto juicio de Dios contra el imperio romano, cae
especialmente sobre su sistema de culto y su sistema imperial, el cual, a pesar de todo, no
pierde totalmente su esplendor. No hay que olvidar que los juicios de las seis primeras
trompetas son parciales.

En conclusión, la historia secular confirma que los cuatro primeros juicios de las trompetas
se cumplieron en la declinación del imperio romano que había derramado la sangre de los

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mártires de Jesús. Se cumplió definidamente en las primeras invasiones bárbaras que
minaron el imperio Romano, hasta terminar con su sistema imperial y pagano de gobierno.
Debemos ahora prestar atención a las otras dos trompetas que cayeron sobre el sistema de
reino dividido que aparecería luego de la caída de la Roma imperial.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 274-276

Como lamenta Treiyer ya en ese entonces el


paganismo y la adoración de los astros había
penetrado en la iglesia católica-romana, con
símbolos que aún perduran. La hostia que
representa supuestamente al pan partido por
Cristo en la última cena es un disco redondo y
se coloca en una custodia para recibir la
adoración de los fieles católicos. Notará que la
custodia tiene la forma del sol con sus rayos (un
símbolo además que aparece por todos lados
en los templos católicos), por lo que en el fondo
se realiza la adoración de uno de los símbolos
del sol invictus. Recuerde que el ataque de las
4 trompetas es contra el imperio romano y la
iglesia romana, pervertida con su asociación
innegable con el paganismo, y la idolatría
perceptible en el culto a las imágenes y
reliquias, cuando no a los ángeles, los santos y
a la virgen María. El castigo sobre Roma incluía
la reprensión a la idolatría que ya había
penetrado en el culto católico.

La cuarta trompeta hiere al sol, la luna y las


estrellas, oscureciéndolas parcialmente. La
interpretación tradicional adventista identifica
respectivamente al sol, la luna y las estrellas con
el emperador, los cónsules y el senado romano que fueron uno a uno apagándose hasta
desaparecer de la historia. La primera vez que la Biblia menciona a los astros en la creación,
se dice que fueron creados, el sol para “señorear en el día” y la luna “para señorear en la
noche” (Génesis 1: 16), el verbo señorear significa gobernar o regir, es el mismo usado para
hablar del gobierno del hombre sobre las criaturas inferiores (Génesis 1: 28); en el sueño de
José antes de ir a Egipto vio a su padre y a su madre, patriarca y matriarca, representados
por el sol y la luna y a sus hermanos representados por estrellas, que llegaron a gobernar las
doce tribus de Israel (Génesis 37: 9, 10); en Apocalipsis 1: 16 Cristo es visto con siete
estrellas en su diestra que representa a los ángeles o líderes de las siete iglesias (versículo
20), no son ángeles celestiales ya que son reprendidos por sus obras de parte de Cristo [ya
hemos visto las dos formas de entender este tipo de reprensión] (Apocalipsis 2: 1, 8, 12, 18;
3: 1, 7, 14; ver también Apocalipsis 12: 1).

Pero también es importante recordar que los astros celestiales fueron adorados en todo el
mundo pagano, mundo representado en Daniel 7 por las cuatro bestias, que terminaría con
la caída de Roma, heredera de la milenaria idolatría. Odoacro por tanto no solo destituye al
último emperador de Roma, sino también apagó los astros patronos que veneraba el imperio
y que se creía protegían al reino, recuérdese que el mismo Constantino veneraba al sol invicto
y emitió el primer decreto dominical en su honor, y todos los dioses romanos llevaban sobre
su cabeza la aureola solar.

La plaga de tinieblas sobre Egipto no sólo fue un tenebroso oscurecimiento físico sino
representaba para los egipcios una derrota para su dios Ra, principal deidad egipcia, y para
su hijo el Faraón. Las plagas sobre Egipto más que un conflicto bélico era un conflicto de
adoración, acorde al contexto de las trompetas (Apocalipsis 4: 8-11; 5: 8-14; 7: 9-12; 9: 20,
21; 11: 15-17).

Este conflicto entre la verdad y el error se ve también en la actitud de los sacerdotes paganos,
que tuvieron que reconocer que esto era “dedo de Dios” (Éxodo 8: 19), Hamilton destaca
que doce veces se afirma que las plagas son para que conozcan a Jehová (Éxodo 5: 2; 6:
7; 7: 5, 17; 8: 10, 22; 9: 14, 29; 10: 2; 11: 7; 14: 4, 18), y concluye que el “propósito divino
es que el Faraón y su pueblo -por no decir aun los israelitas- de hecho adquirirán
conocimiento del verdadero Dios”. En la séptima plaga, cuando cayó “granizo y fuego
mezclado con el granizo” (9: 24), similar a la primera trompeta del Apocalipsis, Dios declaré
su propósito al decir: “para que entiendan que no hay otro como yo en toda la tierra” (Éxodo
9: 14) “y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra” (Éxodo 9: 16). Nótese la

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universalidad de estas declaraciones. Además de luchar contra un imperio mundial, Dios dice:
“ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová” (Éxodo 12: 12), Moisés
mismo reconoce que mediante las plagas sobre Egipto “Jehová había hecho justicia también
a sus dioses” (Números 33: 4). Espinosa concluye que estas plagas tenían como propósito
“castigar a los opresores del pueblo y especialmente atacar sus creencias religiosas. Cada
plaga apuntaba a mostrar la falta de poder de algún dios del panteón egipcio y demostrar el
poder del Dios verdadero, creador de los cielos y la tierra. Todas las plagas tuvieron un
sentido teológico [los israelitas debían recordar las características de la verdadera adoración
a un Dios que habían casi olvidado durante su prolongada esclavitud]”. Dios no necesitaba el
permiso de Faraón para liberar a su pueblo e instituir la verdadera adoración, podría haberlo
hecho silenciosamente, pero prefirió antes desnudar y destruir al falso sistema de adoración.

De acuerdo a esta perspectiva, las cuatro primeras trompetas se cumplieron con la caída del
mundo pagano representado por Roma Imperial, la causa es: su idolatría. Los eventos
representados en la cuarta trompeta muestran la Victoria de Dios sobre “el sol invicto”
adorado en Roma, para el cual Constantino dedicó el primer día de la semana, y sobre todos
los dioses astrales adorados en Roma y en todas las culturas paganas que rodearon a Israel
(2 Reyes 17: 16; 2 Crónicas 33: 3; etc.). Jeremías 8: 2 dice que los huesos de los idólatras
serán esparcidos “al sol y a la luna y a todo el ejército del cielo, a quienes amaron y a quienes
sirvieron, en pos de quienes anduvieron, a quienes preguntaron, y ante quienes se postraron”.
En Ezequiel 32 hay una profecía contra “Faraón rey de Egipto” que es comparado “al dragón
en los mares” (32: 2 comparar con Apocalipsis 12). En los versículos 7, 8 Dios dice a Faraón:
“y cuando te haya extinguido cubriré los cielos, y haré entenebrecer sus estrellas, el sol
cubriré con nublado, y la luna no hará resplandecer su luz. Haré entenebrecer todos los astros
brillantes del cielo por ti, y pondré tinieblas sobre la tierra”. Así, la destrucción del imperio
pagano hiere a los astros que supuestamente lo protegían. Esto concuerda con las trompetas,
cuyo objetivo es que los hombres se arrepientan y dejen de “adorar a los demonios, y a las
imágenes...” (Apocalipsis 9: 20). Aunque desde Teodosio el catolicismo fue la religión oficial
de Roma, no terminó la idolatría, sino que fue adaptada y mezclada con el cristianismo
apóstata para dar nacimiento al nuevo poder sincretista llamado en Daniel 7 “el cuerno
pequeño”. Por tanto, el imperio pagano es desde entonces el escenario que sustenta al
catolicismo romano, ese escenario es destruido subsistiendo aun el papado para ser
castigado en las siguientes tres trompetas. Es posible que la continua referencia a la
destrucción de una tercera parte implique las tres fases de Roma, primero como imperio, que
al caer completamente en realidad solo cae una tercera parte de los enemigos del pueblo de
Dios, quedan dos, al caer el papado en 1798 DC es solo la caída de otra tercera parte, todavía
habré una tercera manifestación cuando sane su herida mortal, sólo la séptima trompeta
provocará la destrucción definitiva del mal y se podrá proclamar “nuestro Dios reina”
(Apocalipsis 11: 18). Por otro lado, la frase “tercera parte” podría simplemente indicar a “los
apóstatas” o “los caídos”, ya que los ángeles que apostataron para apoyar a Satanás
(Apocalipsis 12: 7-9) son representados como “la tercera parte de las estrellas del cielo”
(Apocalipsis 12: 4), de este modo los juicios de las trompetas que afectan a una tercera
parte de los elementos o de los hombres indicaría un juicio contra los apóstatas y su territorio.

Es importante una vez más considerar el papel del obispo de Roma en este juicio contra el
imperio, Paredes después de hablar de la caída de Roma occidental el 476 DC argumenta:
“Entre las funciones subrogadas que Odoacro reclamaba, figuraba también la de ejercer
autoridad sobre Roma, sede del papado; y no renunció a ellas a pesar de su arrianismo”, y
aunque fue dificultoso para el papa, agrega el autor: “sin embargo, se advertían progresos.
El papa estaba convirtiéndose en dueño de Roma”. Recuérdese que Odoacro y los hérulos
son uno de los tres cuernos que serían derribados para que el papado se convierta en
soberano absoluto de occidente y comience su periodo de supremacía (1.260 años, Daniel
7: 8, 25). De modo que las cuatro primeras trompetas amplían detalles ya introducidos en
Daniel.

Por otro lado, los escenarios de ataque de cada una de estas cuatro trompetas son la tierra,
el mar, los ríos y los astros que son los lugares atacados por cada una de los cuatro pueblos
invasores antes descritos, se sabe que Alarico atacó por tierra, Genserico por mar, Atila por
los ríos y Odoacro terminó con el imperio que adoraba a los astros del cielo.

Por último, la tesis doctoral de Paulien, aunque excelente por sus aportes metodológicos y
hermenéuticos ya que establece que la clave para entender el lenguaje de Apocalipsis es el
Antiguo Testamento, demuestra además que el lenguaje de las trompetas no es literal sino
simbólico y que los símbolos, que son tomados del Antiguo Testamento para las trompetas,
aluden a un lenguaje bélico. Ahora, al aplicar estos principios a las cuatro primeras trompetas
acoge la postura de Thiele que es la más común en el presente dentro de la erudición
adventista, además de venir de un teólogo aceptado y admirado en el mundo académico
moderno como fue Thiele, pero Paulien no hace un trabajo exegético ni una evaluación de la

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postura, tampoco una investigación histórica para descubrir el cumplimiento de cada trompeta
sino toma la interpretación ya prevaleciente y ajusta el lenguaje figurado de las trompetas
para apoyarlo, no sin errar como se ha señalado. Pero los mismos aportes metodológicos y
hermenéuticos por él descubiertos calzan perfectamente con la interpretación de los pioneros
ya que también hablan de acontecimientos bélicos.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 67-70

Luego de completar la descripción de las cuatro primeras trompetas Juan ve “un águila
volando en medio del cielo” (algunas versiones, especialmente en español dicen “un ángel”
pero los principales manuscritos y los teólogos que lo estudian señalan que se trata de un
águila). La aparición del águila, muy relacionada con los símbolos representativos romanos,
es aleccionadora, pero en especial es importante porque anuncia que recién vienen los
“ayes”. Quisiera que note esto. Es como si después de todo este castigo recién se nos dijera
que esto recién empieza, que lo que viene es peor. Pues… lo fue, con toda seguridad para
la iglesia romana, para la Europa “cristiana” y para el, hasta entonces sobreviviente, Imperio
Romano de Oriente.

Y vi y oí un águila volando en medio del cielo, que decía a gran voz: ¡Ay, ay, ay de los que
habitan sobre la tierra, a causa de las otras voces de trompeta, de los tres ángeles que han
de tocar sus trompetas todavía!
Apocalipsis 8: 13 VM

La evidencia textual establece …el texto “un águila” (BJ, BA, BC, NC). El águila puede
considerarse como un presagio de destrucción (Mateo 24: 28; cf. Deuteronomio 28: 49; Oseas 8:
1; Habacuc 1: 8).
Comentario Bíblico Adventista, Apocalipsis 8: 13

El águila (Apocalipsis 8: 13) que aparece en medio del cielo después de la muerte del
imperio romano, recuerda las palabras de Cristo, cuando dijo: “dondequiera que estuviere el cuerpo
muerto, allí se juntarán las águilas” (Mateo 24: 28, comparar con Lucas 17: 37). Es interesante que
Mateo 24: 28, 29 relaciona el águila con el oscurecimiento de los astros, en Apocalipsis 8: 13 el
águila sigue al oscurecimiento de los astros de 8: 12. Es curioso también que el símbolo de las
legiones romanas, destruidas con las cuatro primeras trompetas, fuera un águila. El águila no solo
se relaciona con las cuatro trompetas ya tocadas sino, y más bien aparece para anunciar las tres
que faltan, al llamar sólo a estas últimos “ayes” señala un aumento en la intensidad de estos juicios
y supone una mayor culpa en los receptores de ellos, la misma presencia del águila implica
intensidad en lo que viene. Mounce comenta: “las plagas anteriores han sido invocadas por seres
angélicos, pero las que siguen las anuncia con gran propiedad un ave rapaz suspendida en el aire”.
Si el imperio pagano es responsable por su idolatría y antagonismo al evangelio, la Roma cristiana
es más responsable, pues tiene mayor luz.

Es sugestivo también que el animal antitético al águila, la serpiente, hablara en el primer libro
de la Biblia como instrumento satánico trayendo la ruina a una raza inocente, pero en el último libro
de la Biblia, el águila habla como instrumento divino trayendo la ruina a una raza culpable. Estos
animales son antitéticos porque la serpiente es el animal que se moviliza sobre el polvo (Génesis 3:
14), y el águila en las alturas, más allá de las nubes (Isaías 40: 30, 31; Abdías 1: 3, 4). La serpiente
es símbolo satánico (Apocalipsis 12: 9) y el águila es símbolo divino (Apocalipsis 12: 14; Éxodo
19: 3, 4; Deuteronomio 32: 10-12). En Génesis 49: 16, 17 Jacob profetiza sobre la tribu de Dan
llamándole serpiente y víbora, por causa de su idolatría (se haría representante del Diablo).
Paradójicamente, esta tribu era representada por un águila (representante de Dios) en su estandarte.

Fuera de la mención de Cristo en su sermón profético, registrada por Mateo y Lucas (Mateo
24: 28; Lucas 17: 37), las otras tres ocasiones, de un total de cinco veces que se usa la palabra
águila en el Nuevo Testamento, están en Apocalipsis (Apocalipsis 4: 7; 8: 13; 12: 14). Debido al
carácter del sermón profético se puede afirmar que todas las menciones neotestamentarias de esta
ave aparecen en contextos apocalípticos.

En Apocalipsis 4: 7 se dice que el cuarto ser viviente “era semejante a un águila volando”,
este ser viviente refleja el aspecto divino y celestial de Cristo que tiene vida en sí mismo (Juan 14:
6), el cual descendió del cielo como un águila, se hizo hombre, para morir como becerro, y resucitar
victorioso como un león (Apocalipsis 5: 5). Estas cuatro apariencias corresponden a los cuatro
seres vivientes vistos por Juan junto al trono divino [interesante, ¿verdad?] (Apocalipsis 4: 6, 7),
ellos participan en la apertura de los cuatro primeros sellos. Aunque es el Cordero quien abre todos
los sellos, cada ser viviente llama a cada uno de los cuatro caballos, de acuerdo a la Reina-Valera
1960 ellos dicen: “ven y mira” (6: 1, 3, 5, 7), pero “mira” no está en el original, por tanto el llamado
de cada ser viviente no es a Juan para que mire sino al caballo para que salga (véase por ejemplo
la Reina-Valera 1995): el león, símbolo de victoria (Apocalipsis 5: 5) llama al caballo blanco que

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 41 de 173


“salió venciendo y para vencer”, cuyo jinete recibió la corona de victoria (stéfanos en griego); el
becerro sacrificial llama al caballo color sangre; el hombre llama al caballo negro que representa al
“hombre de pecado”; y el águila volando llama al caballo amarillo verdoso (en griego jlorós) montado
por la muerte [recuerde que mencionamos esto en el estudio de los cuatro primeros sellos]. Es
interesante notar que los cuatro seres vivientes adoran y se desenvuelven juntos desde el capítulo
4 al 19 del Apocalipsis donde se los menciona veinte veces, y sólo para llamar a los caballos actúan
individualmente cada uno de ellos. En 15: 7 uno de ellos actúa, pero no se nos dice cual, por tanto,
solo en Apocalipsis 6 actúan los cuatro individualmente.

El cuarto caballo, amarillo verdoso, color cadáver está montado por la muerte y el sepulcro le
sigue, tiene además poder para matar a la “cuarta parte de la tierra... con espada, con hambre, con
mortandad y con las fieras de la tierra”, la cuarta parte y los cuatro elementos de mortandad subrayan
el poder universal de este caballo, el poder para matar no es dýnamos (fuerza, energía) sino exousía
(autoridad). Este caballo representa al cristianismo apóstata desde 538 DC cuando recibe poder civil
que utiliza para matar a todo el que considera hereje por 1.260 años.

En Apocalipsis 12: 14 al remanente perseguido por 1.260 años se le dan “las dos alas de la
gran águila” para librarlo de Babilonia y llevarlo al desierto, esta figura está tomada de Éxodo 19: 4
y Deuteronomio 32: 10-12 donde Jehová se presenta como un águila que sacó a su pueblo de
Egipto y lo cuidó en el desierto.

El cuarto caballo representa el periodo de supremacía y persecución papal que comienza en


538 DC. El águila del cuarto sello anuncia la muerte de los santos, pero el águila de 8: 13 anuncia
la muerte del poder perseguidor de los santos (Babilonia), como una inversión; el mismo ángel que
anunciará la caída escatológica de Babilonia (17: 1), anunciará también el descenso de la Nueva
Jerusalén (ciudad de los santos, 21: 10, donde ya no morirán 21: 4). El águila de Apocalipsis 12:
14 protege a la mujer de la serpiente durante los 1.260 días proféticos que empiezan en 538 DC. El
águila de Apocalipsis 8: 13 que aparece después de la caída de Roma imperial, anuncia tres ayes
contra el papado cuya supremacía se inicia en el 538 DC. El águila aquí implica destrucción completa
sobre los impíos (Mateo 24: 38; Lucas 17: 37; Apocalipsis 19: 17, 18, 21), pero también liberación
del remanente de Dios (Éxodo 19: 4; Deuteronomio 32: 10-12; Apocalipsis 12: 14).

El águila fue vista “volar por en medio del cielo”, esta frase ocurre sólo tres veces en el Nuevo
Testamento (todas en Apocalipsis), fuera de 8: 13, se usa también para el angel de 14: 6 que
representa al remanente escatológico; y para las aves que devoran a los ejércitos de la bestia y del
falso profeta en 19: 17. Otra similitud en estos tres textos es que el águila de 8: 13, el ángel de 14:
6, y el ángel que llama a las aves de 19: 17 proclaman “a gran voz” (ver 8: 13; 14: 7; 19: 17). En los
tres casos estos seres anuncian la destrucción de los poderes apóstatas, específicamente Babilonia,
lo que también confirma que las últimas trompetas afectan al cristianismo apóstata, llamado en
Apocalipsis, Babilonia.

Otro detalle llamativo en el mensaje del águila, la palabra ay es usada quince veces en
Apocalipsis, siete veces con relación a las tres últimas trompetas que afligen al papado; una vez en
Apocalipsis 12: 12 contra “los moradores de la tierra”, especialmente durante los 1.260 días (12:
13, 14); y seis veces se pronuncian ayes sobre Babilonia en su caída definitiva en Apocalipsis 18
(versículos 10, 16, 19).

Los ayes del águila son contra “los que moran en la tierra” (8: 13; 12: 12), esta frase usada
once veces en Apocalipsis (Apocalipsis 3: 10; 6: 10; 8: 13; 11: 10; 11: 10; 13: 8; 13: 12; 13: 14;
13: 14; 17: 2; 17: 8) siempre se refiere a los enemigos del pueblo de Dios. Kistemaker afirma que
todos los usos de esta frase en Apocalipsis se refieren a los incrédulos, “a los que intentan hacer de
esta tierra su hogar permanente”. Nótese que “los que moran en la tierra” son los que adoran a la
Bestia y al Dragón, los que no están inscritos en el libro de la Vida (Apocalipsis 13: 8; 17: 8), los
que rechazan la palabra de Dios durante los 1.260 años y se regocijan por la muerte de los dos
testigos de Dios (Apocalipsis 11: 10). Recuérdese además que el clamor de venganza de los
mártires del quinto sello (538-1755 DC) es contra “los que moran en la tierra” (Apocalipsis 6: 9-11),
que es la causa de los toques de trompetas.

Por todo lo anterior, el clamor del águila daría a entender que las tres últimas trompetas
afectarían al poder inquisidor, esto confirma la interpretación propuesta en esta investigación.
Mounce deduce que “los que moran en la tierra” equivale en la quinta trompeta a “los que no tienen
el sello de Dios” (9: 5), y en la sexta a los idólatras (9: 20)”. Paulien también hace la asociación
cuando dice: “esto indica que las plagas trompetas caen sobre los ‘moradores de la tierra’ que
martirizaron a las ‘almas bajo el altar’, el mismo autor al comentar el quinto sello dice: “la respuesta
a su clamor, ‘¿hasta cuándo, oh Señor?’ espera las plagas de las siete trompetas”. Es interesante
que los mártires del quinto sello ya están muertos, lo que implica que murieron en el sello anterior
por el caballo amarillo (que actúa desde el 538 DC en adelante); ahora estos mártires claman desde
debajo del altar del sacrificio, única mención de este mueble en los sellos, ahora, en las trompetas

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 42 de 173


sólo se menciona un altar (el del incienso) en la sexta trompeta, es desde allí que se da la orden de
desatar a los ángeles destructores que ponen fin al poder inquisidor en 1798 DC, aunque en la quinta
trompeta se hiere a los impíos es en la sexta donde se los mata. Por lo que es la sexta trompeta en
particular la que vindica y venga la sangre de los mártires y su ejecución es ordenada desde el altar
del incienso (Apocalipsis 9: 13). Blount reconoce que el juicio de la sexta trompeta viene como
respuesta “a los clamores (6: 9-11) y oraciones (8: 3-5) de aquellos que han alcanzado a Dios a
través de los vehículos de los altares sacrificial y del incienso (9: 13)”.

A pesar de lo anterior, los “que moran en la tierra”, justiciados por las trompetas, tienen una
oportunidad, pues el remanente final surge para predicar “a los que moran en la tierra” (Apocalipsis
14: 6).
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 111-114

6.4.6. Las dos trompetas siguientes

Aunque, evidentemente, las dos trompetas tratan de eventos diferentes en el tiempo, es cierto
que la semejanza entre ambas no puede pasar desapercibida para quien estudia las profecías. Son
una unidad pues se prueba que castigan al sucesor del imperio: al papado, y a quienes lo apoyan.

Las similitudes entre la quinta y la sexta trompetas, y la separación de ellas del resto de
trompetas, por el águila (8: 13) de las primeras cuatro, y por el interludio (10: 1-11: 13) de la última,
confirma que ambas representan un solo bloque estructural y afligen al mismo poder: al papado
durante los 1.260 años.

El número tres en Apocalipsis simboliza unidad: el mensaje de los tres ángeles (14: 6-12) es
un solo evangelio; los tres espíritus inmundos (16: 13, 14) tienen un mismo cometido; así como la
Trinidad es un solo Dios, la falsa trinidad tiene un mismo propósito y espíritu (16: 13); de esta manera
los tres ayees pronunciados por una sola águila afectan a un mismo poder, al papado en su fase
histórica (538-1798 DC) en las quinta y sexta trompetas; y en su fase escatológica en la séptima.

Similitudes entre las Trompetas Quinta y Sexta

La semejanza de las trompetas quinta y sexta, y el que aparezcan separadas de las cuatro
anteriores por el águila y de la séptima por el ángel con el librito y los dos testigos, hace necesario
que se analicen algunos detalles de ellas juntas. [David E.] Aune afirma que la similitud entre estas
trompetas se da incluso en su estructura:

Quinta Trompeta (9: 1-11) Sexta Trompeta (9: 13-19)


1. Naturaleza de la plaga (1-6) 1. Naturaleza de la plaga (13-16)
a. abismo abierto (2) a. 4 ángeles liberados (14-15a)
b. propósito de la plaga (4, 5) b. propósito de la plaga (15b-16)
2. descripción del ejército de langostas (7-10) 2. Descripción de la caballería de 200 millones (17)
a. naturaleza letal de sus colas (10) a. naturaleza letal de sus bocas y colas (19)

Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,


Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 114, 115

Pero además de la similitud estructural y el blanco común al que afectan, hay parecido en
contenido también. Las langostas de la quinta trompeta tienen colas con aguijones corno de
escorpiones, y los caballos de la sexta tienen colas como de serpientes, y ambos seres dañan con
sus colas, el versículo 10 dice que las langostas “en sus colas tenían poder para dañar a los
hombres...”, y de los caballos se dice: “pues el poder de los caballos estaba en sus bocas y en sus
colas; porque sus colas, semejantes a serpientes tenían cabezas y con ellas dañaban” (9: 19). Las
mismas palabras griegas para: “poder”, “cola” y “dañar” (en griego: exousía, ourá y adikéo
respectivamente) se utilizan para ambos símbolos. Es interesante que en ambas trompetas actúa
un ejército que tienen algo de caballos, aunque son animales híbridos, en ambas hay una dupla
temida por el hombre: en la quinta son vistos los invertebrados terrestres más temidos (langostas y
escorpiones) en la sexta los vertebrados terrestres más temidos por éste (serpiente y león). La
intensificación de la quinta a la sexta trompeta es clara: de pequeños e invertebrados a los más
grandes y mortíferos, de la orden de atormentar a la orden de matar, de herir sólo con la cola a herir
con la cola y la cabeza.

El vocablo “escorpión” mencionado en la quinta trompeta aparece solo cinco veces en el


Nuevo Testamento, pero siempre en forma negativa y en relación con la serpiente, que es
mencionada en la sexta. Tres veces se menciona “escorpión” en la quinta trompeta y dos veces en

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 43 de 173


el Evangelio de Lucas. En Lucas 11: 12 una piedra, una “serpiente” y un “escorpión” son lo opuesto
a un pan, un pescado y un huevo, algo que ni aun un padre malo daría a sus hijos. La otra referencia
está en Lucas 10, allí Jesús envía a 70 discípulos para amonestar a algunas ciudades de Israel, Él
asegura a sus discípulos que los que rechacen este mensaje recibirán peor castigo que Sodoma
(versículo 12), y pronuncia ayes contra tres ciudades (versículos 13-16). Al regresar sus discípulos,
Jesús les dice que “veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (versículo 18), y les da “potestad
(exousía) de hollar serpientes (ófis) y escorpiones (skorpíos), y sobre toda fuerza del enemigo y nada
os dañará’ (adikéo) (versículo 19). Las palabras griegas exousía y adikéo son las mismas usadas en
la quinta y sexta trompetas. Lo más interesante es que Lucas usa la palabra adikéo sólo esta vez en
todo su evangelio, es decir, no es una palabra recurrente en el lenguaje lucano. Otros paralelismos
entre las expresiones de Jesús y las dos trompetas en estudio son: los 70, múltiplo de siete; Sodoma,
mencionada en el ay de la sexta trompeta (Apocalipsis 11: 8); los ay: sobre los impenitentes
(Apocalipsis 8: 13), y la caída de Satanás desde el cielo (Apocalipsis 9: 1).

El “escorpión” es mencionado seis veces en el Antiguo


Testamento (Deuteronomio 8: 15; 1 Reyes 12: 11, 14; 2 Crónicas
10: 11, 14; Ezequiel 2: 6) en todas las ocasiones en forma negativa,
pero una sola vez en paralelo con las serpientes (Deuteronomio 8:
15), cuando Moisés advirtió al pueblo a no olvidarse de Jehová que
“los sacó de tierra de Egipto” (versículo 14) y que los “hizo caminar
por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y
de escorpiones” (versículo 15). De este modo, en estos símbolos
también está implícito el éxodo del remanente fiel.

La “serpiente” griego: ófis se menciona 14 veces en el Nuevo


Testamento, todas menos una vez en forma negativa, de estas
referencias cinco ocurren en Apocalipsis (Apocalipsis 9: 19; 12: 9, 14, 15; 20: 2), excepto en la
sexta trompeta, en las otras cuatro ocasiones es identificada explícitamente con Satanás. Pero
Satanás está en el trasfondo de estas trompetas también, ya que según la mayoría de los autores
consultados el lenguaje de la quinta y la sexta trompetas implica el actuar satánico.

La palabra “cola” griego: ourá sólo es mencionada cinco veces en el Nuevo Testamento,
siempre en Apocalipsis (Apocalipsis 9: 10, 10, 19, 19; 12: 4), y todas las veces como un arma
ofensiva. En dos ocasiones se dice que las langostas-escorpiones con sus colas dañan a los
hombres (9: 10); dos veces se afirma que los caballos-serpientes con sus colas matan a la tercera
parte de los hombres (9: 15, 19); y una vez se habla del Dragón que con su cola arrastra “a la tercera
parte de las estrellas del cielo” (12: 4). Isaías 9.15 indica que “el profeta que enseña mentira, es la
cola”. Los agentes de la quinta y sexta trompetas y el Dragón están vinculados con, o son llamados
serpientes (ejemplo: Apocalipsis 12: 9). Desde el principio de la Biblia la serpiente es símbolo del
engaño (Genesis 3: 1-6; 2 Corintios 11: 3). Otro nexo de este trío es el “ay” sobre “los moradores
de la tierra” provocado por el surgimiento de las langostas-escorpiones (8: 13; 9: 12), de los caballos-
leones (9: 12; 11: 14) y la caída del Dragón a la tierra (12: 12). Un elemento más que vincula a este
trío es el abismo: las langostas salen del abismo (9: 2, 3), los ejércitos de la sexta trompeta son
simbolizados en Apocalipsis 11: 7 por una “bestia que sube del abismo”, y el Dragón durante el
milenio seré lanzado al abismo (20: 1). En el Nuevo Testamento el abismo es vinculado con el
sepulcro (Romanos 10: 7; Apocalipsis 17: 8), y con la morada de los demonios (Lucas 8: 31).

Los caballos de la sexta trompeta tienen además “como cabezas de leones; y de su boca
salían fuego, humo y azufre” (9: 17). La figura del león también está presente en la quinta trompeta
en los dientes como de leones de las langostas (9: 8); asimismo el Dragón es, según Pedro, “como
león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5: 8). La palabra león es usada en nueve
ocasiones por el Nuevo Testamento (2 Timoteo 4: 17; Hebreos 11: 33; 1 Pedro 5: 8; Apocalipsis
4: 7; 5: 5; 9: 8, 17; 10: 3; 13: 2), seis de ellas en Apocalipsis, cinco veces en este libro la modifica
la palabra “como”, solo una vez en Apocalipsis aparece un León verdadero, éste es Jesús el León
Victorioso (5: 5).

El término “boca” (stóma) es usado 79 veces en el Nuevo Testamento, 22 de éstas en


Apocalipsis, donde generalmente tiene poder (exousía) para dañar (adikéo). De la boca de los dos
testigos sale fuego que devora a sus enemigos (11: 5), la serpiente de Apocalipsis 12 arroja agua
de su boca para destruir a la mujer (12: 15, 16), de la boca de la falsa trinidad salen tres espíritus
inmundos para engañar “a los moradores de la tierra” (16: 13), de la boca de Cristo sale una espada
de dos filos que libra a los justos y destruye a los impíos (1: 16; 2: 16; 19: 15, 21), y lamentablemente
después del juicio investigador “vomitará de su boca” a algunos de su iglesia (3: 16). For otro lado,
de la boca del remanente sale un “dulce” mensaje (10: 9, 10), pero, aunque éste amargó su vientre,
“en sus bocas no fue hallada mentira” (14: 5).

La expresión “boca de león” es usada tres veces en el Nuevo Testamento: Hebreos dice que
Daniel, el remanente de Dios en Babilonia, fue librado “de la boca del león” (Hebreos 11: 33), aunque

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 44 de 173


es sabido que no ocurrió lo mismo con sus engañosos perseguidores babilónicos (Daniel 6: 24). El
apóstol Pablo escribió a Timoteo que en su primera defensa ante el tribunal de Roma fue “librado de
la boca del león” (2 Timoteo 4: 17). Por último, en Apocalipsis 13: 2 la primera bestia tiene “boca
como de león”, con la cual blasfema contra Dios, su tabernáculo y los que moran en el cielo (13: 5,
6), este mismo poder en Daniel 7, llamado “cuerno pequeño”, se diferencia de los otros diez por
tener “una boca que hablaba grandes cosas y blasfemias” (7: 8).

El verbo “dañar” (a-dikéo), literalmente significa: “cometer injusticia” o “tratar injustamente”,


esto, más la relación de las bocas y las colas con lo demoníaco y con el engaño en particular,
sugieren que estos reinos no sólo pretenderían una conquista militar sobre el territorio papal, sino
también intelectual y religiosa: las langostas-escorpiones diseminaron la doctrina engañosa del
islamismo, y los caballos-serpientes la falsa ideología del ateísmo. Mientras que a los primeros se
les permitió atormentar por siglos al papado, no les fue concedido destruirlo, pero los segundos
tenían la orden divina de matarlo. Esto demuestra intensidad en el segundo ay en relación al primero,
además los caballos-leones dañan con sus bocas y sus colas (9: 17, 18), pero las langostas-
escorpiones sólo con sus colas (9: 10)”. For otro lado, el islamismo, aunque es contrario al
catolicismo tiene algunas cosas en común [algunos pensamos que el islam tiene un origen común
con el catolicismo, y no me refiero al “padre de la mentira”… bueno, trataré este tema en el estudio
sobre el anticristo], sin embargo, el ateísmo es más intensamente antagónico.

El carácter diabólico de estos poderes concuerda con la descripción que da E. de White de


la Francia atea, describiendo la Revolución Francesa dice: “aquí se deja ver una nueva
manifestación del poder satánico”, y agrega que en la Francia atea se conjugó lo diabólico con el
engaño, por ejemplo: “confunde con sus artimañas las mentes de los hombres y hace que éstos
achaquen a Dios la obra diabólica... Cuando un disfraz del error ha sido descubierto, Satanás le da
otro, y la gente lo saluda con el mismo entusiasmo con que acogió el anterior”.

El “tormento” que producen estas langostas, es un tormento físico y espiritual, el sustantivo


griego aquí empleado es basanismós, que aparece sólo seis veces en el Nuevo Testamento, todas
en Apocalipsis, describiendo siempre el tormento de Babilonia (9: 5, 14: 11; 18: 7, 10, 15), el verbo
basanízo es usado doce veces en el Nuevo Testamento, cinco de ellas en Apocalipsis (9: 5; 11: 10;
12: 2; 14: 10; 20: 10), entre estas menciones se utiliza para describir la acción de los dos testigos
en contra del poder medieval (11: 10) y en 14: 10 describe el tormento para quienes adoren a la
bestia y reciban su marca. Las langostas no deben matar sino sólo atormentar (9: 5), aunque los
afectados deseen la muerte (9: 6). En cambio, los caballos de la sexta trompeta reciben la orden de
matar a la tercera parte de los hombres (9: 15, 18, 20) con las tres plagas (griego: plegé) que emanan
de las bocas de los caballos.

Es sugestivo que la cabeza del papado en la primera bestia de Apocalipsis 13 fue “como
herida de muerte” griego: hos esfagménen eis thánaton, literalmente “como asesinada o sacrificada
en muerte” hebraísmo que significa “degollada” o sea “muerta”, lo que se cumplió en 1798 DC, pero
la expresión griega que predomina en Apocalipsis 13 para esta herida mortal es: he plegé toû
thanátou (13: 3, 12, 14) literalmente: “plaga de muerte”, la palabra plegé se usa para describir la
acción de los dos testigos durante los 1.260 años contra este poder (11: 6), para las siete plagas
postreras sobre los adoradores de la bestia y sobre la bestia misma (16: 2, 10-12), para la
destrucción causada por la sexta trompeta (Apocalipsis 9: 18, 20), y en Apocalipsis 13 (3, 12, 14)
para describir la caída del papado en 1798 DC. Plegé se usa sólo en la sexta trompeta. en ninguna
otra. Muchos autores se refieren a las trompetas como las trompetas-plagas o simplemente como
las plagas, pero sólo en la sexta se usa este término, y no para describir a los caballos o a sus
jinetes, sino al fuego, al humo y al azufre que emanan de sus bocas.

Como hemos visto hasta aquí hay un claro entramado terminológico entre el lenguaje usado
para describir a las trompetas quinta y sexta con el lenguaje usado para el papado en sus diversas
figuras: Babilonia, la gran ramera, la bestia herida de muerte. Lo anterior no deja lugar a reinos
orientales corno Constantinopla o Turquía.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 118-122

Veamos ahora las trompetas quinta y sexta donde seremos aún más amplios en sostener la
interpretación con citas de autores historicistas consagrados. Le ruego sea paciente y disfrute de lo
que estos especialistas tienen que enseñarnos. A pesar que hay cierta repetición en los contenidos
lo que aporta cada uno de ellos enriquece la comprensión del estudiante.

• Versículo

El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la
llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de
un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo. Y del humo salieron

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 45 de 173


langostas sobre la tierra; y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra.
Y se les mandó que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún
árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes. Y les fue
dado, no que los matasen, sino que los atormentasen cinco meses; y su tormento era como
tormento de escorpión cuando hiere al hombre. Y en aquellos días los hombres buscarán la
muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos. El aspecto de las
langostas era semejante a caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían como
coronas de oro; sus caras eran como caras humanas; tenían cabello como cabello de mujer;
sus dientes eran como de leones; tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus
alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas
como de escorpiones, y también aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los
hombres durante cinco meses. Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre
en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes
después de esto.
Apocalipsis 9: 1-12

• Característica: Otra estrella


• Significado: Sarracenos y Turcos otomanos
• Ayes: Primero
• Interludios: Ninguno
• Iglesias vinculadas: Tiatira
• Sellos relacionados: Caballo amarillo
• Periodo: Caída del Imperio Romano de Oriente
• Duración: 622-1449 DC, 827 años
• Análisis de la trompeta

Esta es una trompeta compleja pues incluye el primer ataque del Islam desde Mahoma hasta
la caída del Imperio Romano de Oriente bajo los turcos otomanos que tomaron la posta de
los sarracenos en el control del imperio musulmán. Como puede apreciar, el detalle con que
Juan expone la quinta trompeta permite una identificación más rica de los grandes
protagonistas e incluye un elemento de tiempo que enriquece la interpretación profética. El
gran personaje inicial es Mahoma, el fundador y profeta del Islam.

Mahoma nació en la Meca en 570 DC, del seno de la familia Hachen, custodio del Santuario
de la Caaba. Tuvo por padres a Abdallab y Amina, quedó huérfano desde niño, dedicándose
al comercio, conduciendo caravanas, oportunidad que le permitió conocer a una rica viuda
Kadija, con quien se casó a los 25 años [ella tendría unos 40 años]. Dueño de una holgada
situación económica se dedicó al retiro y a la meditación y en el año 610 DC, comenzó a
predicar su doctrina llamada islamismo o sumisión, basada en la creencia de un solo Dios
(Alá [nombre de una divinidad dentro de un antiguo panteón politeísta árabe, que
representaba a la luna, que en su fase creciente aparece como símbolo del Islam).

Mahoma y los suyos fueron blancos de ataques de quienes estaban en desacuerdo con el
islamismo, entonces el 16 de junio del 622 DC, huyó a Medina, en compañía de sus adictos,
marcando así el inicio de la era mahometana.

Mediante la “Guerra Santa”, o sea luchando contra todos los que se oponían a abrazar su
religión, difundió su poderío y doctrina por toda la península arábiga. La muerte le sorprendió
en 632 DC [62 años], pero dejó a su país totalmente transformado.

“la llave del pozo del abismo”: “abismo”, es profundidad sin fondo y se aplica a la tierra en su
estado original de caos: Génesis 1: 2. Y aquí se refiere a los desiertos desconocidos de
Arabia del cual salieron los discípulos de Mahoma a propagar sus destructoras doctrinas por
el fuego y la espada, hasta cubrir de tinieblas todo el Imperio Oriental.

“la llave”: esta “estrella” caída o Mahoma, según afirma el Corán recibió la llave de Dios para
revelar la “verdadera” religión y abrir el cielo. Así se confirma, prodigiosamente la profecía
apocalíptica de que este falso profeta tendría “la llave del abismo” o sea predicaría el error.

“el humo del pozo”: este humo espeso y asfixiante es el mahometismo que fundado en Arabia
se extendió por los cuatro vientos, llenando de errores tenebrosos los espíritus e
interceptando los rayos del sol de justicia. El islam niega la divinidad de Cristo, su obra de
expiación y la regeneración mediante el Espíritu Santo...

“langostas”: se parecen a las langostas y al mismo tiempo a un ejército de caballos y


guerreros montados en ellos, aquí se describe la invasión de los grandes ejércitos de
caballería que inundaron la tierra como mangas de langostas. Según [John A.] Bengel “Las
langostas son imágenes de pueblos numerosos y hostiles”. Jueces 6: 5; Salmos 105: 34;

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Joel 1: 2-4. Estas langostas son los
guerreros árabes: además, Arabia es la tierra
de los caballos y, montados sobre éstos, los
árabes están siempre listos para volar al
combate. Mahoma inició su movimiento en la
Meca en 630 DC... En 637 DC cayó
Jerusalén [ya Mahoma había muerto para
aquel entonces]. Luego Egipto; luego Persia,
y el Norte de África. Pocos años más tarde,
el Oeste de Asia, tierras donde el
cristianismo surgió y reinó por 800 años,
fueron barridos por los ejércitos
mahometanos como una ola marina…

“en Las cabezas tenían como coronas de


oro; sus caras eran humanas, tenían
cabellos de mujer; sus dientes eran como de
leones; tenían corazas como corazas de
hierro; el ruido de las alas como el estruendo de muchos carros de a caballo corriendo a la
batalla”: …

• “caballos preparados para la guerra”: los ejércitos sarracenos se componían en su


mayor parte de caballería.
• “coronas como de oro”: los árabes usaban turbantes de colores brillantes.
• “cabellos de mujeres”: los árabes de la antigüedad usaban el cabello largo.
• “dientes como de león”: los árabes se distinguían por su ferocidad en las batallas.
• “corazas de hierro”: los árabes usaban la coraza corno arma defensiva…

“y se les dio poder como tienen poder los escorpiones de la tierra ...y su tormento era como
tormento de escorpiones cuando hiere al hombre ...tenían colas como de escorpiones y
también aguijones...”: … no dañan las plantas como las langostas, sino clavan el aguijón al
hombre. El escorpión tiene una cola articulada y muy móvil que remata en un aguijón
venenoso. El aguijón venenoso del escorpión, significaría el trato despreciable y opresor que
los árabes infligían a los pueblos sometidos a su dominio…

“y les mandó que no dañaran a la yerba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún árbol,
sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes”: …en 632 DC
Abu-Beker, sucedió a Mahoma, y al iniciar la conquista les dio [a sus seguidores] las
siguientes instrucciones: “perdonad a las mujeres, a los viejos, a los niños, las palmeras, las
mieses, las frutas y los animales... en vuestra marcha encontraréis religiosos que viven en
monasterios para servir a Dios, no los degolléis, ni destruyáis sus asilos. Hallaréis otros con
la cabeza afeitada, en figura de corona, a éstos hendidles la cabeza sin consideración alguna,
a menos que se hagan musulmanes o pagaren tributos”. (César Cantú, Historia Universal,
Tomo 9. Capítulo 1, página 261).

“el sello de Dios en sus frentes”: los fieles observadores del sábado, como los cristianos de
Abisinia, no fueron molestados, en cambio los sacerdotes de la iglesia católica apóstata con
la “cabeza afeitada”, fueron descalabrados sin misericordia alguna…

“y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es abadón, y en
griego, apoleón”: …”abadón” es un nombre hebraico que encontramos en Job 26: 6; Salmos
88: 12; Proverbios 15: 15. Su significado es muerte, sepulcro, perdición… “apoleón” en
griego significa destructor, Cristo difunde su evangelio con la espada de su palabra y el fuego
de su Espíritu; en cambio Mahoma esparce su doctrina con el fuego y la espada literales.
Mahoma es la personificación del islamismo, como el “ángel del abismo”, destructor.
Máximo Vicuña, Interpretación Histórica del Libro de Apocalipsis, 74-76

Trataré un poco más sobre el Islam en el material complementario, pero considero oportuno
decir que no debemos confundir el Islam con los musulmanes, ni confundir al yihadista con
el musulmán promedio que encontramos en nuestras ciudades. Debemos hacer la misma
distinción que entre la jerarquía y la historia de la iglesia católica y los fieles que piensan que
sirven al Dios adorando conforme han sido enseñados por sus padres. El Islam jugó en la
época que estamos tratando un rol impresionante y es con el afán de analizar la profecía es
que presentaremos los eventos históricos en los que participó.

“Apenas si habrá alguna parle del Apocalipsis acerca de la cual estén los intérpretes tan
uniformemente de acuerdo como acerca de la aplicación que dan a la quinta trompeta y la
sexta, o primer ay y segundo ay; a saber, a los sarracenos y los turcos. Su significado es tan

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obvio que es casi imposible interpretar erróneamente la profecía. En vez de ser expuesto
cada caso por uno o dos versículos, todo el capítulo 9 del Apocalipsis se divide en partes
iguales dedicadas a la descripción de ambos.

“El Imperio Romano decayó, como se había levantado, por conquistas; pero los sarracenos
y los turcos fueron los instrumentos por medio de los cuales una religión falsa llegó a ser el
azote de una iglesia apóstata; de ahí que la quinta trompeta y la sexta, en vez de ser llamadas
por ese solo nombre como las anteriores, son denominadas ayes…

“Por primera vez después de la extinción del Imperio Occidental, Constantinopla fué sitiada
por Cósroes [II], rey de Persia [gobernó entre l 590 y 628 DC]”.

El profeta dijo: “Vi una estrella que cayó del cielo en la tierra; y le fué dada la llave del pozo
del abismo”.

El historiador dice acerca de aquel tiempo: “Mientras que el monarca persa [Cósroes II]
contemplaba las maravillas de su arte y poder, recibió de cierto obscuro ciudadano de la
Meca una epístola que lo invitaba a reconocer a Mahoma como el profeta de Dios. Rechazó
la invitación, y rompió la epístola. 'Así -exclamó el profeta árabe- desgarrará Dios el reino de
Cósroes y rechazará sus súplicas'. Situado a la vera de los dos grandes imperios del Oriente,
Mahoma observaba con secreta alegría el progreso de su mutua destrucción y en medio de
los triunfos persas, se atrevió a predecir que antes que hubiesen transcurrido muchos años
volvería la victoria a los estandartes romanos. En el momento en que anunció esto, según lo
que se cuenta, ninguna profecía podía parecer más lejos de cumplirse, puesto que los
primeros doce años de Heraclio parecían anunciar la inminente disolución de su imperio”.

Esta estrella no cayó sobre un solo punto, como la que representaba a Atila, sino que cayó
en la tierra.

Las provincias que le quedaban al imperio en Asia y África fueron subyugadas por Cósroes
II, y “el Imperio Romano se vio reducido a las murallas de Constantinopla, con un residuo en
Grecia, Italia y África, y algunas ciudades marítimas, desde Tiro a Trebizonda, en la costa
asiática… La experiencia de seis años convenció finalmente al monarca persa de que debía
renunciar a la conquista de Constantinopla y especificar el tributo anual o rescate que debía
pagar el Imperio Romano: mil talentos de oro, mil talentos de plata, mil mantos de seda, mil
caballos y mil vírgenes. Heraclio subscribió estas ignominiosas condiciones; pero el tiempo y
espacio que obtuvo para reunir estos tesoros de la pobreza del Oriente lo dedicó
laboriosamente a preparar un ataque audaz y desesperado”.

“El rey de Persia había despreciado al obscuro sarraceno, y se había burlado del mensaje
enviado por el supuesto profeta de la Meca. Ni siquiera la caída del Imperio Romano habría
abierto la puerta al mahometismo, ni a los progresos de los sarracenos, armados
propagadores de una impostura, pues el monarca de los persas y el chagán de los ávares
(sucesor de Atila) habían dividido entre sí los restos del reino de los Césares. Cósroes mismo
cayó. La monarquía persa y la romana se agotaron la una a la otra. Y antes que fuese puesta
una espada en las manos del falso profeta, se la hizo caer de las manos de aquellos que
podrían haber detenido su carrera y aplastado por completo su poder”.

“Desde los días de Escipión y Aníbal, no se había intentado empresa más atrevida que la
lograda por Heraclio para la liberación del imperio… Recorrió, explorándolo, el peligroso
camino a través del mar Negro y las montañas de Armenia, penetró en el corazón de Persia,
e hizo congregar de nuevo los ejércitos del gran rey para la defensa de su país
ensangrentado…”

”En la batalla de Nínive [627 DC], que se riñó fieramente


desde el amanecer hasta la undécima hora, 28 estandartes,
además de los que pudieron romperse o desgarrarse, fueron
arrebatados a los persas; la mayor parte de su ejército fué
destrozado, y los vencedores, ocultando sus propias
pérdidas, pasaron la noche sobre el campo… Las ciudades
y los palacios de Asiria fueron por primera vez abiertos para
los romanos”.

“El emperador romano no fué fortalecido por las conquistas


que logró; y al mismo tiempo y por los mismos medios quedó
preparado el camino para las multitudes de sarracenos de
Arabia que, como langostas de la misma región, se volcaron
rápidamente sobre el imperio persa y el romano, propagando

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en su recorrido el obscuro y engañoso credo mahometano. No podría desearse una
ilustración más completa de este hecho, que la proporcionada en las palabras finales del
capítulo [de Gibbon] del cual provienen los extractos precedentes”.

“Aunque se había formado un ejército victorioso bajo el estandarte de Heraclio, el esfuerzo


poco natural parece haber agotado más bien que vigorizado su fuerza. Mientras que el
emperador triunfaba en Constantinopla o en Jerusalén, una obscura ciudad de los confines
de Siria fué saqueada por los sarracenos, y éstos destrozaron algunas tropas que avanzaban
para aliviarla, suceso común y trivial si no hubiese sido el preludio de una poderosa
revolución. Estos ladrones eran los apóstoles de Mahoma; su valor fanático había brotado
del desierto; y durante los últimos ocho años de su reinado, Heraclio cedió a los árabes las
mismas provincias que antes había rescatado de los persas”.

“El espíritu de fraude y entusiasmo, cuya morada no está en los cielos, se soltó sobre la
tierra. Sólo necesitaba el abismo una llave para abrirse, y esa llave fué la caída de Cósroes.
Él había desgarrado despectivamente la carta de un obscuro ciudadano de la Meca. Pero
cuando desde su 'resplandor de gloria', se hundió en la 'torre tenebrosa' que ningún ojo podía
penetrar, el nombre de Cósroes cayó repentinamente en el olvido frente al de Mahoma; pues,
al parecer, la salida del creciente no esperaba sino la caída de la estrella. Cósroes, después
de su completa derrota y la pérdida de su imperio, fué asesinado en el año 628 DC; y el año
629 DC queda señalado por 'la conquista de Arabia', y 'la primera guerra de los mahometanos
contra el Imperio Romano'. 'Y el quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del
cielo en la tierra; y le fué dada la
llave del pozo del abismo. Y abrió
el pozo del abismo'. Cayó en la
tierra. Cuando se hubo agotado la
fuerza del Imperio Romano, y el
gran rey del Oriente yacía muerto
en su torre tenebrosa, el saqueo de
una ciudad obscura de los confines
de Siria fué 'el preludio de una
poderosa revolución'. Los ladrones
eran los apóstoles de Mahoma, y
su valor fanático brotaba del
desierto”.

El abismo. La palabra griega


abyssos, de la cual proviene la
castellana “abismo”, significa
“profundo, sin fondo”, y puede
aplicarse a cualquier lugar desierto,
desolado e inculto. Se aplica a la
tierra en su estado original de caos.
(Génesis 1: 2) En este caso puede
referirse apropiadamente a los
desiertos desconocidos de Arabia,
de cuyos confines salían las hordas
de sarracenos como mangas de
langostas. La caída del rey persa
Cósroes II puede simbolizar
perfectamente la apertura del
abismo, puesto que preparó el
camino para que los discípulos de
Mahoma pudieran salir de su obscuro país y propagar sus seductoras doctrinas por el fuego
y la espada hasta cubrir con sus tinieblas todo el Imperio Oriental…

“Como los vapores molestos y aun mortíferos que los vientos, particularmente del sudoeste,
difunden en Arabia, el mahometismo propaló desde allí su influencia pestilencial. Se levantó
tan repentinamente y se difundió tan ampliamente como humo que saliese de un abismo,
como humo de un gran horno. Este símbolo era muy adecuado para representar la religión
de Mahoma por sí sola, o en comparación con la luz del Evangelio de Jesús. No era, como
este último, una luz del cielo, sino humo del abismo”… [todo lo que leemos de Gibbon citando
la Biblia me resulta impresionante sabiendo que era un escéptico].

“Se estableció una falsa religión, que, aunque fué el azote de las transgresiones y la idolatría,
llenó el mundo de tinieblas y seducción; y enjambres de sarracenos, como langostas, se
extendieron por la tierra, y rápidamente difundieron sus estragos por el Imperio Romano del
este hasta el oeste. El granizo descendió de las heladas orillas del Báltico; la montaña

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ardiente cayó sobre el mar desde el África; y las langostas (símbolo adecuado de los árabes)
salieron de Arabia, su tierra natal. Vinieron como seres destructores y, propagando una
doctrina nueva, incitaron a la rapiña y la violencia por motivos religiosos y de interés”.

“Puede darse una ilustración más específica del poder de escorpiones que habían recibido.
No sólo era su ataque veloz y vigoroso, sino que la delicada sensibilidad del honor, que pesa
el insulto más bien que el daño, derrama su mortífero veneno sobre las disputas de los
árabes; una acción indecente, una palabra despectiva, pueden expiarse tan sólo por la sangre
del ofensor; y son tan inveterados en su paciencia, que aguardan meses enteros y aun años
la oportunidad de vengarse”…

Después de la muerte de Mahoma, le sucedió en el comando Abu-Beker en 632 DC, y éste,


tan pronto como hubo establecido su autoridad y gobierno, reunió las tribus árabes para
lanzarlas a la conquista [aunque solamente sobrevivió dos años a Mahoma, pero creó la base
para la estirpe de los califas ortodoxos]. Una vez congregado su ejército dio
a sus jefes instrucciones acerca de los métodos de conquista: “cuando
peleéis las batallas del Señor, portaos varonilmente, sin dar la espalda; pero
no se manche vuestra victoria con la sangre de las mujeres ni de los niños.
No destruyáis las palmeras ni queméis los campos de cereal. No cortéis
árboles frutales, ni hagáis daño al ganado; matad sólo lo que necesitáis para
comer. Cuando hacéis un pacto o convenio, cumplidlo fielmente, y respetad
siempre vuestra palabra. En vuestras correrías, encontraréis a algunas
personas religiosas que viven recluidas en monasterios, y se proponen servir
así a Dios; dejadlas en paz; no las matéis ni destruyáis sus monasterios; y
hallaréis otra clase de personas que pertenecen a la sinagoga de Satanás,
que tienen la coronilla afeitada; partidles ciertamente el cráneo, y no les deis
cuartel hasta que se hagan mahometanos o paguen tributo”.

“Ni en la profecía ni en la historia se nos dice que las recomendaciones más


humanas fueran obedecidas tan escrupulosamente como el feroz mandato;
pero les fué ordenado hacerlo. Como quiera que sea, las que preceden son
las únicas instrucciones que registra Gibbon; y fueron dadas por Abu-Beker
a los jefes de todas las huestes sarracenas. Las órdenes son tan específicas
en su discriminación como la predicción. Es como si el califa mismo hubiese
estado actuando en obediencia directa a un mandato superior al de un
hombre mortal. En el mismo acto de salir a pelear contra la religión de Jesús
y propagar el mahometismo en su lugar, repitió las palabras que la Revelación de Jesucristo
predecía que iba a pronunciar”.

El sello de Dios en sus frentes. En las observaciones hechas con referencia a Apocalipsis
7: 1-3, hemos demostrado que el sello de Dios es el sábado del cuarto mandamiento. La
historia no calla el hecho de que hubo a través de toda la era evangélica personas que
observaron el verdadero día de reposo. Pero lo que preguntan aquí muchos es: ¿Quiénes
eran esos hombres que en ese tiempo tenían el sello de Dios en sus frentes, y por lo tanto
iban a quedar libres de la opresión mahometana? Recuerde el lector un hecho al que se
aludió ya, a saber, que hubo en toda la era cristiana personas que tuvieron el sello de Dios
en sus frentes, es decir que observaron inteligentemente el verdadero día de reposo.
Considere, además, que lo aseverado por la profecía es que esta potencia asoladora, los
sarracenos, no se dirige contra los tales observadores del sábado, sino contra otra clase. La
cuestión queda así libre de toda dificultad, porque es todo lo que en realidad asevera la
profecía. Hay una clase de personas que resalta directamente, en este pasaje, a saber, los
que no tienen el sello de Dios en la frente. La preservación de los que tienen el sello de Dios
se presenta tan sólo por implicación. Por consiguiente, la historia no registra que algunos de
ellos fuesen afectados por alguna de las calamidades infligidas por los sarracenos a los que
resultaron blanco de su odio. Eran enviados contra otra clase de hombres. La destrucción de
esta clase no se pone en contraste con la preservación de otros hombres, sino tan sólo con
la de los frutales y las cosas verdes de la tierra; como si se les hubiese dicho: No hagáis daño
a la hierba, ni a los árboles ni a ninguna cosa verde, sino tan sólo a una clase de hombres.
En el cumplimiento, encontramos el extraño espectáculo de un ejército de invasores que
perdona las cosas que tales ejércitos destruyen generalmente: la faz de la naturaleza y sus
producciones. En obediencia al permiso que tenían de dañar a aquellos hombres que no
tenían el sello de Dios en sus frentes, partían el cráneo a cierta clase de religiosos de coronilla
afeitada, que pertenecían a la sinagoga de Satanás. Parece que se trataba de monjes o de
alguna otra orden de la iglesia católica romana…

“Sus constantes incursiones en territorio romano, y sus frecuentes asaltos contra


Constantinopla misma, eran un tormento incesante en todo el imperio, al que no podían, sin
embargo, subyugar, a pesar del largo período al cual se alude más tarde, y durante el cual,

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por medio de sus ataques incesantes, continuaron afligiendo gravemente a una iglesia
idólatra de la cual el papa era la cabeza... Tenían cargo de atormentar, luego dañar, pero no
matar o destruir completamente. Lo asombroso es que no lo hicieron”…

“Los hombres se cansaban de la vida, cuando ella les era perdonada tan sólo para que se
renovasen sus desgracias, cuando se violaba todo lo que consideraban sagrado y peligraba
constantemente lo que les era caro; y cuando los salvajes sarracenos los dominaban o les
dejaban solamente un momento de descanso siempre expuesto a ser interrumpido repentina
o violentamente, como por la picadura de un escorpión”…

“El caballo árabe va a la delantera en todo el mundo; y la habilidad del jinete es el arte y
ciencia de Arabia. Los barbudos árabes, veloces como langostas y armados como
escorpiones, listos para arrancar al instante, estaban siempre preparados para la batalla…”

Cuando Mahoma entró en Medina (622 DC) y por primera vez fué recibido como su príncipe,
'se desenvolvió un turbante delante de él para suplir la falta de estandarte'. Los turbantes de
los sarracenos, como coronas, eran su adorno y motivo de jactancia. El rico botín los
mantenía abundantemente provistos de ellos y los renovaba con frecuencia. Tomar el
turbante significa proverbialmente hacerse musulmán. Además, los árabes se distinguían
antiguamente por las mitras que llevaban”.

“Y sus caras como caras de hombres”. “La gravedad y firmeza de propósito [del árabe] se
nota en su exterior; …su único ademán consiste en acariciarse la barba, símbolo venerable
de la virilidad… Es muy fácil… herir el honor de sus barbas”…

“Las mujeres consideran el cabello largo como un adorno. Los árabes, en contraste con otros
hombres, llevaban el cabello como las mujeres, es decir sin cortarlo, según Plinio y otros
anotan que era su costumbre. Pero no había nada afeminado en su carácter; porque, como
para denotar su ferocidad y fuerza para devorar, sus dientes eran como dientes de leones”…

“La coraza se usaba entre los árabes en los días de Mahoma. En la batalla de Ohud (la
segunda que peleó Mahoma) contra los coreítas de la Meca (624 DC), 700 de ellos estaban
armados de corazas”.

“La carga de los árabes no era, como la de los griegos y romanos, era esfuerzo de una
infantería firme y compacta. Su fuerza militar se componía mayormente de caballería y
arqueros… Al toque de la mano, los caballos árabes arrancan con la velocidad del viento. 'El
estruendo de sus alas, como el ruido de carros que con muchos caballos corren a la batalla'.
Sus conquistas fueron maravillosas tanto por su rapidez corno por su extensión, y su ataque
era instantáneo. No tuvo menos éxito contra los romanos que contra los persas”…

“Hacer daño a los hombres cinco meses”. Se suscita la pregunta: ¿A qué hombres habían de
dañar durante cinco meses? Indudablemente a los mismos a quienes más tarde habían de
matar (véase el versículo 15), a saber, “la tercera parte de los hombres”, o sea un tercio del
Imperio Romano, su división griega.

¿Cuándo iban a empezar a atormentarlos? El versículo 11 contesta la pregunta.

“Y tienen sobre sí por rey”. Desde la muerte de Mahoma hasta casi fines del Siglo XIII DC,
estuvieron los mahometanos divididos en varias facciones bajo diversos caudillos, pero sin
gobierno civil general que los abarcase a todos. Hacia fines del Siglo XIII DC, Otmán [Osmán
I, 1258-1326 DC] fundó un gobierno o imperio que creció hasta extenderse sobre todas las
principales tribus mahometanas, consolidándolas en una gran monarquía.

Su rey se llama el “ángel del abismo”. Un ángel significa un mensajero o ministro, sea bueno
o malo, y no siempre un ser espiritual. El “ángel del abismo” sería el ministro principal de la
religión que salió de allí cuando fué abierto. Esa religión es el mahometismo, y el sultán era
su ministro principal.

Su nombre, en lengua hebraica, es “Abaddon”, el destructor; en griego, “Apoliyon”,


exterminador, o destructor. Por el hecho de que tiene dos nombres diferentes, en dos idiomas,
es evidente que el carácter más bien que el nombre del poder es lo que se quiere representar
aquí. En tal caso, como se expresa en ambos idiomas, es un destructor. Tal ha sido siempre
el carácter del gobierno otomano.

Pero ¿cuándo realizó Otmán su primer asalto contra el imperio griego? Según Gibbon, “fué
el 27 de julio del año 1299 de la era cristiana [esta es una fecha clave tanto para la quinta
como para la sexta trompeta, y genera la bisagra histórica que une a las dos trompetas],

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cuando Otmán invadió por primera vez el territorio de Nicomedia; y la exactitud singular de la
fecha parece revelar cierta previsión del crecimiento rápido y destructor del monstruo”.

Von Hammer [Joseph F. von Hammer-Purgstall, 1774-1856 DC], el historiador alemán de


Turquía, y otros autores fijan este acontecimiento en 1301 DC. Pero ¿qué fecha atestiguan
las fuentes históricas de la época? Pachymeres [Georgius Pachymeres, griego, 1242-1310
DC] es un historiador eclesiástico y secular que nació en Nicea, ciudad situada en la región
invadida por Otmán, y escribió su historia precisamente durante ese período, pues concluyó
su obra hacia 1307 DC, de modo que era contemporáneo de Otmán.

Posino, en 1669 DC, elaboró una cronología completa de la historia de Pachymeres, dando
las fechas de los eclipses de la luna y el sol, como también otros sucesos registrados por
Pachymeres en su obra. Acerca de la fecha de 1299 DC, Posino dice: “Ahora nos toca dar la
época exacta y fundamental del Imperio Otomano. Trataremos de hacerlo comparando
cabalmente las fechas dadas por los cronistas árabes con el testimonio de nuestro
Pachymeres. Esto último autor relata en el cuarto libro de su segunda parte, capítulo 25, que
Atmán [nombre griego de Otmán] se fortaleció asumiendo el comando de una banda muy
fuerte de guerreros audaces v enérgicos de Paflagonia. Cuando Muzalo, jefe del ejército
romano, intentó cerrarle el paso, lo derrotó en una batalla cerca de Nicomedia, capital de
Bitinia. Desde entonces el dueño del campo de batalla mantuvo esa ciudad como sitiada.
Ahora bien, Pachymeres es muy explícito al declarar que esos acontecimientos ocurrieron en
la vecindad inmediata de Bafeum, no lejos de Nicomedia, el 27 de julio. El año, aseveramos
en nuestra sinopsis, tras comparar cuidadosamente los sucesos, fué el que corresponde al
1299 de nuestro Señor”.

La sinopsis a la cual alude Posino da la fecha en la cual se unieron los de Paflagonia con las
fuerzas de Otmán, cosa que sucedió el 27 de julio de 1299 de la era cristiana, el quinto año
del papa Bonifacio VIII y el sexto de Miguel Paleólogo [hijo del emperador bizantino Juan V
Paleólogo, gobernador de Mesembria y pretendiente al Imperio de Trebisonda]. La
declaración es como sigue: “Atmán [Otmán], el sátrapa de los persas, llamado también
Otomanos, fundador de la aún reinante dinastía de los turcos, se fortaleció al unir consigo un
gran número de feroces bandidos de Paflagonia”.

Los de Paflagonia, bajo los hijos de Amurio, se unieron a Otmán en su ataque del 27 de julio,
de manera que dos veces nos da Posino la fecha 1299 como la del suceso.

Gregoras, también contemporáneo de Otmán, apoya a Gibbon y Pachymeres, al establecer


la fecha 1299 DC en su relato de la división de Anatolia. La división entre diez emires turcos
se realizó en 1300 DC, según lo corroboran historiadores fidedignos. Gregoras declara que
en la división Otmán recibió el Olimpo y ciertas partes de Bitinia, lo cual indica que Otmán ya
había peleado la batalla de Bafeum y había conquistado ciertas partes de ese territorio
grecorromano.

“Los cálculos de algunos autores se han basado en la suposición de que el período debía
iniciarse con la fundación del Imperio Otomano; pero esto es evidentemente un error; porque
no sólo habían de tener rey sobre ellos, sino que habían de atormentar a los hombres cinco
meses. Pero el período de tormento no podía principiar antes del primer ataque de los
atormentadores; que se produjo, como se ha declarado ya, el 27 de julio de 1299”.

El cálculo que sigue, basado en ese punto de partida, fué hecho y publicado por primera vez
en una obra titulada “Christ’s Second Coming” (La segunda venida de Cristo), por Josías
Litch, en 1838 DC.

“Y su poder era de hacer daño a los hombres cinco meses”. Tal era el plazo que les era
concedido para atormentarlos por depredaciones constantes, pero sin matarlos
políticamente: 'Cinco meses' [a treinta días por mes son 150 días], es decir 150 años.

Comenzando el 27 de julio de 1299, el total de los 150 años llega a 1449. Durante todo ese
lapso los turcos estuvieron empeñados en una guerra casi perpetua con el Imperio Griego,
pero sin vencerlo. Se apoderaron de varias provincias griegas y las conservaron, pero la
independencia griega se mantenía en Constantinopla. Sin embargo, en 1449 DC, al
terminarse los 150 años, se produjo un cambio, cuya historia se encontrará bajo la trompeta
siguiente.
Uriah Smith, Apocalipsis, 93-100

Es maravilloso comprobar como la historia, independiente de los intereses mezquinos de los


hombres, termina por ser el árbitro de la verdad. También es maravilloso ver cómo las
Sagradas Escrituras se anticipan a un acontecimiento por casi 14 siglos con una precisión

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increíble, hablando de naciones e imperios que no existían siquiera cuando fueron llamados
a ser protagonistas de la historia. Me gusta la evaluación que hace el autor siguiente de esta
misma trompeta, en especial en la identificación de la estrella de esta trompeta.

A esta trompeta Paulien le llama: “el más horrible, más perplejo, [y] más difícil pasaje en el
libro”, el mismo mensajero divino, el águila la denomina el “primer ay”. Esta trompeta
comienza con una estrella que cae a la tierra para abrir el pozo del abismo (9: 1).

E. Müller piensa que es la misma estrella de la tercera trompeta porque al describirla se usa
el verbo “caer” en tiempo aoristo del modo indicativo, es decir, un tiempo pasado puntual que
se traduciría como “cayó”, pero al referirse a la estrella que cae en esta quinta trompeta usa
el verbo “caer” en el participio activo del tiempo perfecto, literalmente se traduciría “que ha
caído”, lo que le sugiere que es la estrella de la tercera trompeta que ya había caído... Pero
en ese caso habría sido más correcto usar el tiempo verbal pluscuamperfecto que se
traduciría “había caído”. Por otro lado, en el original no usa el artículo definido en ninguna
ocasión y si esta estrella hubiese sido introducida antes debiera haber usado el artículo “la
estrella” en esta segunda ocasión u otra partícula como “la misma”, “la anterior” por ejemplo,
señalando a la estrella de la tercera trompeta. Además, Juan añade el verbo “ver” y el
predicado “del cielo a la tierra”, en otras palabras, Juan afirma: “y vi que ha caído una estrella
del cielo a la tierra”, es decir, la ve caer. Por otro lado, la estrella de la tercera trompeta es
descrita como “una gran estrella” y tiene nombre propio, se llama “ajenjo” pero ahora no hay
referencia alguna al tamaño ni a un nombre de esta estrella. Por último, la estrella de la
tercera trompeta cayó en los ríos, esta otra en la tierra.

Brian K. Blount agrega que la estrella de la tercera trompeta no realiza acciones concretas,
es un astro inanimado, pero esta nueva estrella recibe la llave del abismo y lo abre, pareciera
-comenta este autor- que la primera estrella es simplemente un astro, pero esta otra un ángel
caído con voluntad y acción. Esta relación de una estrella con un ángel es fundamentada por
Blount en base a lo ya narrado en Apocalipsis 1: 16, 20, donde las siete estrellas de la
diestra del Hijo del hombre “son los ángeles de las siete iglesias” y en los capítulos 2 y 3 dicta
a Juan un mensaje para cada uno de estos ángeles, por ejemplo: “escribe al ángel de la
iglesia en Éfeso”, que no parece ser un ser celestial [ya hemos hablado sobre esto antes]
sino el obispo de la iglesia ya que en cada iglesia es elogiado por sus virtudes pero
reprochado por sus errores, por ejemplo el ángel de Éfeso ha perdido su primer amor
(Apocalipsis 2: 4), el de Tiatira ha permitido a Jezabel introducir la idolatría y la inmoralidad
en la iglesia (Apocalipsis 2: 20), Blount también destaca que el Hijo del hombre mismo es
anunciado como “la estrella de la mañana” (Apocalipsis 2: 28; 22: 16) sólo al ángel de
Tiatira. Es interesante que Tiatira en la interpretación historicista represente al cristianismo
del periodo de la supremacía papal que comienza en el año 538 DC de nuestra Era. Es la
única iglesia donde el Hijo del hombre se presenta a sí mismo como “el Hijo de Dios”
(Apocalipsis 2: 18, única vez en todo el Apocalipsis), ya que en dicho periodo se levantó el
Vicario del Hijo de Dios, por otro lado es la única iglesia donde se menciona un lojpós,
literalmente “remanente” (Apocalipsis 3: 24, la Reina-Valera 1995 lo traduce “los demás”)
que no tiene las doctrinas de Jezabel, no es el ángel u obispo de Tiatira “la estrella de la
mañana” sino el mismo “Hijo de Dios”.

En cuanto a la interpretación de este símbolo, y considerando los detalles ya mencionados,


es posible que esta estrella represente al obispo de Roma, así como en Isaías 14 el rey de
la antigua Babilonia es representado por un lucero que cae del cielo (versículo 12) “al Seol
hasta los lados del abismo” (versículo 15) después de pretender establecer su trono junto al
de Dios (versículo 13) para ser “semejante al altísimo” (versículo 14). El obispo de Roma
como rey de la Babilonia simbólica se sentó “en el templo de Dios como Dios, haciéndose
pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2: 4), quien pretende haber recibido la llave del reino de
los cielos (Mateo 16: 19), pero en realidad recibe la llave del pozo del abismo, que al abrirlo
solo trajo oscuridad y liberó a los demonios que finalmente provocaron su propio tormento
(Apocalipsis 9: 4), por lo que esta estrella de la quinta trompeta “que ha caído” podría
referirse a la estrella o ángel u obispo de la iglesia en Tiatira, que al permitir a Jezabel ha
abierto el pozo del abismo.

Algunos autores piensan que esta estrella no lidera a las langostas, sólo provoca su
liberación, puesto que el rey de ellas es Apolión, el ángel del abismo (Apocalipsis 9: 11), por
ejemplo, Mounce, comentando Apocalipsis 9: 11 dice: “este ángel no es la estrella caída del
versículo 1 que abrió el abismo. Aune, agrega: la estrella que cae “no es identificada con el
ángel del abismo llamado Apolión o Abadón en 9: 11”. Como la lucha entre el bien y el mal la
protagonizan seres espirituales (12: 7-10) y humanos (16: 13-16), por ejemplo: Daniel revela
que también el pueblo de Dios tiene un príncipe celestial que lo lidera en sus batallas mientras
el profeta lucha en oración (Daniel 10: 13, 20), o en una batalla militar (Daniel 12: 1, ver
además Josué 5: 13-15; Jueces 5: 19, 20; 2 Reyes 6: 14-17); y como el lucero que cae del

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cielo al abismo representa en Isaías 14: 12-14 en segundo lugar a Satanás, la estrella de
Apocalipsis, puede representar en segundo lugar al Ángel caído que es el autor de todo mal
y líder de los poderes apóstatas de esta tierra.

Otra posibilidad es que la estrella represente a un ángel de Dios comisionado para liberar a
los demonios, ya que en la sexta trompeta es un ángel de Dios el que libera a los ángeles
destructores (9: 14, 15). Por otro lado, existen nexos lingüísticos entre Apocalipsis 9: 1 y 20:
1: en ambos hay un ser angelical que desciende del cielo a la tierra con la llave del pozo del
abismo, solo que en 9: 1 viene a liberar demonios y en 20: 1 a encerrar al demonio. Asimismo,
las otras dos veces que Apocalipsis usa la palabra “llave” afirma que está en posesión de
Cristo (1: 18; 3: 7). Se puede inferir que en 20: 1 un ángel desciende para castigar al Diablo;
y en 9: 1 un ser celestial desciende para castigar al anticristo (instrumento del Diablo). En 20:
1 el castigo no destruye al Diablo, esta destrucción viene en 20: 10; la quinta trompeta
tampoco destruye al anticristo (9: 5), esto viene en 9: 13 (la sexta trompeta); en Apocalipsis
20: 3 el castigo es por un periodo definido (1.000 años), en Apocalipsis 9: 5 también (cinco
meses).

Pero en Apocalipsis 20: 1 el ser que desciende del cielo es explícitamente un ángel, no se
le llama estrella; tampoco es un ser caído, sino que desciende (katabaíno en griego),
katabaíno también se usa para el ser celestial de Apocalipsis 10, según J. M. Ford “en
contraste con la estrella de 9: 1 que 'cae', peptokóta, a la tierra”; los verbos están en voz
activa en 20: 1, no se le da la llave, él la tiene por derecho propio, no se le permite atar al
Diablo, simplemente lo ata. J. M. Ford también contrasta el uso de verbos pasivos
impersonales en 9: 1 con el uso de ellos en voz activa por el Ángel de Apocalipsis 10.
Aunque el lenguaje figurado evoca más de una imagen, lo más probable es que esta estrella
caída sea el enemigo de Dios utilizando un instrumento humano, a quien Dios permite actuar
para juzgar al cristianismo apóstata. Aunque los caudillos humanos estén inconscientes a
veces de cumplir la voluntad divina.

Los comentadores destacan el uso de la voz pasiva, o verbos pasivos divinos como se les
llama, en relación a los agentes de esta trompeta, por ejemplo: edóthe, significa literalmente
“le fue dada” la llave, sugiere una comisión de parte de Dios, lo mismo que a las langostas
edóthe “le fue dada” autoridad; erréthe y “se les ordenó no dañar”. Este lenguaje sugiere que
tanto la estrella caída como las langostas levantadas para castigar al Papado actúan por
voluntad divina para cumplir sus planes. Si la estrella representa al obispo de Roma, Apolión
que lidera a las langostas destructivas podría representar a Mahoma [lo que abona al origen
común del Islam y el catolicismo] quien lideró a los ejércitos musulmanes y a su ideología, el
islamismo. Mahoma decía: “la espada es la llave del cielo y del infierno, una gota derramada
en la causa de Allah, una noche gastada en guerra, es de más valor que dos meses de ayuno
y oración”. El historiador Philip Schaff argumenta: “este es el secreto de su éxito”.

La descripción de las langostas con colas y aguijones como de escorpión, que semejan a
“caballos preparados para la batalla” y el ruido de sus alas como “el estruendo de muchos
carros de caballos corriendo a la batalla”, que poseen “como coronas de oro”, como caras
humanas, como cabello de mujer, como dientes de leones, y como corazas de hierro
recuerdan a las langostas de Joel (1: 4) las que son llamadas “pueblo fuerte e innumerable
…” (1: 6). Esta plaga merece un toque de trompeta en Sión (2: 1) porque “es un pueblo
grande y fuerte” (2: 2), “su aspecto, como aspecto de caballos, y como gente de a caballos
correrán. Como estruendo de carros saltarán sobre las cumbres de los montes, como pueblo
fuerte dispuesto para la batalla” (2: 4, 5) cuyos “dientes son dientes de león…” (1: 6), de las
cuales Jehová dijo: “la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros” (2: 25). Es
interesante que, en Joel, Dios espera que el pueblo se arrepienta para derramar sobre ellos
su Espíritu (2: 12-32), levantar un remanente, y juzgar a las naciones que oprimen a su pueblo
en el valle de Josafat (3: 2, 12).

En medio de la grotesca y bélica descripción de éstas langostas parece extraña la descripción


de su cabello “como cabello de mujer”, algunos comentadores han argumentado que podría
representar a un “poder seductor” además de bélico, pero Mounce rebate esta idea, los que
así hacen, dice él, “ignoran la apariencia completamente grotesca de las langostas” y el
trasfondo veterotestamentario, da como ejemplos a Sansón (Jueces 16: 13, 19) y Absalón
(2 Samuel 14: 25, 26) que son más bien símbolos de vitalidad. J. M. Ford concuerda con esto
afirmando que a la luz del Antiguo Testamento el cabello largo representa “fortaleza”. Los
judíos vinculaban el cabello largo con el voto de nazareato, los nazareos eran hombres
consagrados a una causa divina desde el vientre de su madre, tal vez implique la
consagración de estos seres para obedecer el cometido divino de atormentar a los apóstatas.

La semejanza de una langosta con un caballo con armadura “es tan notable” dice Vincent
“que este insecto en alemán recibe el nombre de Heupferd (caballo de la paja) y en italiano

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Cavallet (un caballito)”. Otros autores recuerdan “un viejo proverbio árabe que dice que la
langosta tiene cabeza de caballo, pecho de león, pies de camello, cuerpo de serpiente y
antenas como cabello de muchacha”. Quizás los árabes son descritos en esta profecía con
un lenguaje por ellos conocido.

Las langostas son un símbolo adecuado para representar a un ejército exterminador: “las
mandíbulas de la langosta son extraordinariamente duras, por lo que puede comer casi toda
clase de plantas. Una sola bandada de ellas necesita 3.000 toneladas diarias de alimento”.
Las langostas pueden aparecer sorpresivamente arrastradas por el viento con una densidad
de población de 50.000.000 en un kilómetro cuadrado, avanzando cuatro metros por
segundo. Mounce afirma que una manga de langostas “puede viajar en una columna de 100
pies de profundidad y altura [30.48 m] abarcando cuatro millas de extensión [casi 6, 5 km],
dejando la tierra desnuda y pelada de toda vegetación”. La combinación de la imagen de
langostas con escorpiones “acentúa el terror de la escena. Langostas significa una gran
cantidad, mientras que escorpiones significa gran dolor”. J. M. Ford añade que “la langosta
es el insecto más frecuentemente mencionado en el Antiguo Testamento y tiene nueve
diferentes nombres en hebreo”, eran tan temidas, agrega, “que aun en sábado estaba
permitido tocar la shophar (trompeta)” como alarma en una invasión de langostas. Por su
organización y voracidad son una figura adecuada en la Biblia para representar a los
Madianitas en tiempos de Gedeón (Jueces 6: 5), que también provenían del desierto, y su
acción saqueadora y destructora además que la multitud de ellos los asemejaba. Esto
muestra que no es incorrecto interpretar las langostas de esta trompeta como ejércitos
humanos: “la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros” (Joel 2: 25).

Si las langostas literales “que no tienen rey” son admiradas en los Proverbios (30: 27), cuánto
más dañinas serán las apocalípticas que tienen por rey al “ángel del abismo” que en dos
idiomas es llamado “destructor/destrucción” (Apocalipsis 9: 11). Es curioso que las
langostas sean guiadas por el ángel destructor pero que se les permita sólo atormentar, no
matar. El hecho que dé su nombre en hebreo además del griego pareciera aludir a las
Escrituras hebreas del Antiguo Testamento, evocando al ángel exterminador que en la última
plaga sobre Egipto mató a todos los primogénitos en los hogares que no tenían la señal en
los dinteles de sus puertas. Es de destacar que estas langostas sólo hieren a los que no
tienen “el sello de Dios en sus frentes” (Apocalipsis 9: 4). Esta alusión otra vez involucra el
éxodo del pueblo de Dios.

Estas langostas representan a los ejércitos musulmanes, se propone no hacer separación


entre los periodos de predominio árabe y turco, porque, más que la nación, es la ideología
religiosa bélica del islamismo medieval que alza con la visión de la quinta trompeta. La
interpretación tradicional divide a los musulmanes turcos antes del Siglo XV DC actuando en
la quinta trompeta y después de este siglo actuando en la sexta. Pero este poder representó
a los musulmanes en sus distintas manifestaciones, pero no contra Constantinopla o
Jerusalén o el norte de África, sino contra el papado y las naciones europeas que lo apoyaron
y persiguieron al remanente. En Jeremías 51: 13-30 las langostas representan ejércitos
voraces, especialmente persas que invadieron a Babilonia como castigo por el cautiverio al
pueblo de Dios, en los versos 12-14 se afirma “¡levantad bandera sobre los muros de
Babilonia, reforzad la guardia, poned centinelas, preparad emboscadas, porque Jehová
planeó y va a poner por obra lo que ha dicho contra los moradores de Babilonia. Tú, la que
moras entre muchas aguas [Éufrates], rica en tesoros: ha llegado tu fin, la medida de tu
codicia. Jehová de los ejércitos juró por sí mismo, diciendo: Yo te llenaré de hombres como
de langostas, y levantarán contra ti gritería de triunfo”. Los diez cuernos …en Daniel 7
ocuparon Roma occidental; las iglesias de Tiatira y Sardis que abarcan el periodo de los 1.260
años; y los sellos cuarto y quinto con el clamor de los mártires por causa de quienes se envían
las trompetas, todo ello señala al papado y las naciones por medio de las cuales actuó como
blanco de los juicios divinos.

Tan pronto como el obispo de Roma tomó el poder civil y comenzó a perseguir a los “herejes”,
la fe del islán comenzó a herir y a conquistar el territorio católico. El historiador católico
Hertling reconoce que “la Iglesia [Católica Romana] y el Islam son, pues, los grandes rivales
en la historia religiosa de la humanidad”, “vemos, pues, que la aparición del Islam en la liza
de la historia universal desde el Siglo VII DC, es un acontecimiento de trascendental
importancia para la historia de la Iglesia. Sus efectos sobre los destinos de ésta fueron, ya
desde un principio, de la mayor gravedad”. Los historiadores se sorprenden al comentar:
“Palestina, Siria y Egipto el suelo clásico de la iglesia primitiva cayó en manos de Mahoma.
Veintiún años después de la muerte de Mahoma el reino musulmán era tan grande como lo
había sido el Imperio Romano. La misma Constantinopla fue sitiada dos veces (668 y 717 DC
respectivamente)”. En 707 DC el norte de África cayó en manos de los árabes, en 711 DC
establecieron el califato de Córdova en España, aunque su blanco era otro. Philip Schaff
advierte: “fortalecidos por tales éxitos, los árabes cruzaron los Pirineos y alardeaban que ellos

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rápidamente establecerían sus caballos en la catedral de San Pedro en Roma”. Pero como
es sabido, Carlos Martel en 732 DC [los francos, una vez más, en defensa del papado] detuvo
por primera vez en 110 años la hégira musulmana. A estas langostas se las liberó para
atormentar, pero no se les permitió quitar la vida al sistema papal.

Recuérdese que los musulmanes atacaron Europa desde los Siglos VII-XIX DC y es
significativo que la supremacía papal abarcó prácticamente esos mismos siglos (538-1798
DC). Aunque los invasores provenían originalmente de Arabia (oriente) se establecieron
califatos y dinastías musulmanes en distintos puntos orientales, en el norte de África, en
España y las islas del Mediterráneo. Los musulmanes fueron un “tormento” para el
catolicismo papal, pero, aunque faltó poco no destruyeron a este sistema. Se pueden dividir
las invasiones y presión musulmana sobre Europa en dos periodos: entre los Siglos VII-XV
DC las invasiones provinieron del oeste (España) y del sur (África e islas mediterráneas) por
mar y tierra, los países más afectados fueron los católicos, pero el blanco principal era el
Papado. El otro periodo, que sigue a la expulsión de los musulmanes de España y de las
Islas mediterráneas, va desde los Siglos XV-XIX DC donde las invasiones procedieron
principalmente desde el oriente (Bizancio). Estas dos etapas de las invasiones musulmanas
coinciden con los dos periodos llamados por los historiadores Edad Media (476-1453/ 92 DC)
y Edad Moderna (1453/92-1789 DC) respectivamente…
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 123-131

Cuando estaba en el colegio (sí… hace muchísimos años) no me agradaba la historia. Me


encantaban las matemáticas, el aritmética, el álgebra, la geometría, la trigonometría… no
sigo para no aburrirlo, pero no la historia. Hoy me apasiona la historia, pienso que es en parte
porque he encontrado una relación entre ella, la profecía y las matemáticas. Disfruto
estudiando la historia, como un lego digamos, pero encuentro placer en la lectura de estas
citas. Espero que le ocurra otro tanto, o al menos lo tolere, porque lo que viene más adelante
no disminuirá su capacidad de asombro.

Los historiadores siempre han identificado a Francia como primogénito del Vaticano, porque
fue el reino franco el primero en aceptar el catolicismo romano en 496 DC [en tiempos de
Clodoveo, fundador de la dinastía merovingia]. Después lo aceptaron los visigodos de España
en 589 DC. Estos reinos lucharon en su favor y ayudaron a establecer “la abominación
asoladora” (Daniel 12: 11); Carlomagno de Francia y Carlos V de España fueron los
principales defensores del catolicismo durante los periodos más críticos del papado en la
Edad Media; Francia junto con España fueron los imperios que durante siglos ejecutaron la
“santa inquisición” y “las cruzadas”. Un historiador dice que los musulmanes llamaban
“francos” a los católicos romanos, y cuando las colonias americanas se independizaron de
España terminó la inquisición católica romana en estos reinos. En Avignon, Francia, estaba
la segunda sede papal donde vivieron varias generaciones de papas; los tres países más
involucrados en el concilio de Trento fueron Italia, Francia y España; los jesuitas nacieron en
España con la ayuda de algunos franceses; fueron jesuitas españoles quienes inventaron los
métodos de interpretación profética preterista y futurista, métodos que han confundido al
mundo cristiano en su comprensión de Daniel y Apocalipsis; y fueron éstos los reinos más
afectados por los musulmanes, se adueñaron de España por ocho siglos (Siglos VIII-XV DC),
manteniendo limitadas las fuerzas del imperio franco y sustituyeron el catolicismo por la fe
del Islam en España, fe errada pero fuertemente monoteísta. Los musulmanes consideraban
a los católicos como idólatras. Philip Schaff comenta: “con soberano desprecio para todas las
otras religiones, ellos subyugaron a los cristianos a una condición de servidumbre virtual,
tratándolos como ‘perros', como ellos les llamaban”.

Es interesante que los ejércitos católicos recuperaron la completa supremacía de España en


1492 DC, el mismo año en que Colón descubrió América la cual sirvió de refugio a los
perseguidos “herejes” (Apocalipsis 12: 15, 16), el remanente fue ayudado “de pequeño
socorro” por la presencia de los musulmanes en España hasta 1492 DC, y cuando fueron
expulsados, el remanente fue ayudado por “la tierra que abrió su boca” distrayendo a los
perseguidores hacia otro lugar, y sirviendo de refugio a los fieles.

Las cruzadas contra los musulmanes sirvieron también para desviar a las tropas católicas
contra los reformadores en el Siglo XVI DC, y así éstos pudieron esparcir el evangelio por
toda Europa. Philip Schaff comenta que después de la caída del Imperio Bizantino en 1453
DC, “desde Constantinopla los Turcos enfrentaron al Imperio Germano, y no fue hasta 1683
DC que fueron finalmente vencidos por Sobieski en las puertas de Viena y hechos retroceder
al Danubio”, para ese entonces la Reforma protestante ya estaba consolidada en Europa.
Harry R. Boer recuerda que “durante la Reforma todo el movimiento guiado por Martín Lutero
habría sido arrolladoramente aplastado por el poderoso emperador Carlos V si las fronteras
orientales de su imperio no hubieran sido constantemente amenazadas por la invasión

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musulmana”. Después de la negativa de Lutero en retractarse, Carlos V escribió: “yo
sacrificaré mis dominios, mi poder, mis amigos, mi tesoro, mi cuerpo, mi sangre, mi mente y
mi vida, para detener esta impiedad”. Lutero consideraba que su lucha era espiritual, en 1525
DC escribió: “El Papa y el Emperador se han unido contra mí; pero por más que el Papa y el
Emperador provoquen tormentas, es más grande el progreso que el evangelio ha hecho…
yo nunca he sacado la espada, no he pedido venganza; porque no he tenido que recurrir o a
tumulto o a revolución. He encomendado todo a Dios, y aguardo su fuerte mano”. Un oficial
de Carlos V dijo a Lutero “yo soy siervo de Carlos; pero tu Señor es más grande que el mío”.

Pero, ¿a qué se refiere la profecía cuando habla del tormento de cinco meses proféticos
contra los que no tienen el sello de Dios? ¿Podría estar dentro de alguno de los dos
momentos históricos mencionados anteriormente? O quizás represente el flagelo constante
de los musulmanes contra las naciones católicas todo el tiempo que permanecieron en
Europa, puesto que cinco meses es, según Robertson, el tiempo de vida de las langostas
desde que nacen hasta que mueren, aunque Paulien afirma que el tiempo de vida de las
langostas de Palestina “en el campo es de uno a dos meses, dependiendo de la disponibilidad
de alimento. Bajo condiciones de laboratorio... viven tanto más como un año”. Esto indicaría
que no atormentarían durante toda su vida sino por varias generaciones. Kistemaker añade
que cinco meses corresponde a “la estación de crecimiento de la flora en Israel, desde abril
a septiembre”. Por su parte, Paulien sugiere que como el diluvio es una antítesis de la
creación en Génesis y las trompetas una antítesis a los sellos y a la creación en Apocalipsis,
los cinco meses o 150 días aluden a la duración del diluvio; y añade: ambos juicios vinieron
por el rechazo a Dios y por causa del pecado humano (Génesis 6: 1-3; Apocalipsis 9: 20-
21), y en los dos Dios salvó a un remanente (Génesis 9: 1-3; Apocalipsis 10: 1-11). Por
último, tanto el uno como el otro emanaron desde “los cielos y del abismo” (Apocalipsis 9:
5, 10; Génesis 7: 24; 8: 3).

Aunque las figuras apocalípticas aluden a múltiples eventos y textos veterotestamentarios,


esto no implica que no tengan un cumplimiento histórico preciso. Al ser consistentes con la
premisa de que las langostas atormentaron al papado habría que consultar a los historiadores
si hubo algún periodo en el cual los musulmanes atacaron, más que a los países católicos, al
papado mismo.

En efecto, dentro de los dos periodos de invasión musulmana ya descritos (Siglos VII-XV DC
y Siglos XV-XIX DC) el momento de mayor aflicción al mundo católico fue especialmente
entre los Siglos VIII-XI DC cuando las costas españolas, francesas e italianas fueron
saqueadas y sus moradores atormentados por los musulmanes en forma continua, pero
dentro de estos siglos la mayor amenaza contra el papado ocurrió entre los Siglos IX al X DC,
el mismo Vaticano cayó en manos musulmanas el 846 DC.

Comentando este periodo, el historiador Edouard Perroy afirma que: “desde España y el
Negueb los piratas musulmanes ocuparon primero las Islas del Mediterráneo occidental, las
Baleares, Córcega a partir de 806 DC, y luego Sicilia metódicamente conquistada entre 827
y 902 DC”. El mismo autor menciona el saqueo a las costas cristianas: Niza 810 DC, Marsella
838 DC, Arlés 842 DC, Roma 846 DC, la Abulia, la Campania, etc. Además, los musulmanes
se establecieron en los Alpes cortando la ruta entre Italia y la Galia [Francia] y exigieron
“rescate a tres generaciones de traficantes y peregrinos”, cuando en 972 DC los sarracenos
fueron expulsados de los Alpes “la era de las invasiones quedaba cerrada”.

Treiyer, destaca la diferencia entre las invasiones Germanas del Siglo V DC contra el imperio
romano con las invasiones de los “sarracenos del norte de África y del sur de occidente”
contra los países católicos, estas “terribles devastaciones” “no sintieron respeto por las
instituciones del cristianismo romano'“ como hicieron los invasores germanos, por el contrario
“tan aterradora fue la devastación y caos posterior, que los dos siglos que siguieron a la
muerte de Carlomagno son a veces llamados la “Edad Oscura”. Goetz agrega: “la estrella del
Papa se hallaba en un periodo descendente... el poder de los sarracenos en el suelo Italiano
aumentaba de modo amenazador. En realidad, el apuro era grande, y los papas hubieron de
pedir auxilio una y otra vez”, comenta que recién en 916 DC fueron expulsados “los árabes
de la Italia central”.

[Alonzo T.] Jones, después de describir las iniquidades del Papa de este periodo (Sergio II
844-847 DC) afirma: “la divina Providencia, cansada de estas abominaciones, envió el azote
de los paganos para vengar los crímenes de la corte de Roma. Los sarracenos urgidos por
la mano de Dios, invadieron el territorio de la Iglesia...” Juan Dacia, describiendo la derrota
papal de 846 DC comenta: “tanto el pueblo [romano] como el emperador vieron en esto el
signo de la ira divina”, y agrega que el emperador y el rey de Italia “tomaron medidas con el
fin de reformar las costumbres del Clero”. Goetz le llama “hecho inaudito”. Louis Halphen
comenta que la profanación de las capillas de San Pedro y de San Pablo en Roma produjo

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“honda emoción en toda la cristiandad”, “no cabía la menor duda, se trataba de un castigo
por los pecados cometidos por los cristianos” “el que tal desdicha se hubiera abatido sobre la
Iglesia; la misma Iglesia Romana, que es la cabecera de la cristiandad, había sido entregada
en manos de los infieles”.

Este periodo de terrible tormento para Roma coincidió con un tiempo de terrible apostasía:
los Papas vendían los cargos de obispo, convivían con rameras, juraban en nombre del
demonio y de dioses paganos, eran asesinos, etc.; a esa época también se atribuye el
pontificado de Juana la papisa. El historiador Baronio llama a este periodo “el reino de la
pornocracia”, el Papa y sus mujeres “aparecen como monstruos de crueldad y corrupción en
la famosa crónica de Liutprando de Cremona [922-972 DC]”. “El pontificado… declinaba, lo
mismo que el imperio desde la muerte de Carlomagno y Luis el Piadoso... Hacia fines del
Siglo IX DC su decadencia política y moral era tan profunda como no es posible más”, “en
Roma, el pontificado había caído en profunda decadencia, botín de la nobleza dominada por
desvergonzadas mujeres, pelota con que jugaban los príncipes de la Italia central”. Antolín
Diestre Gil es categórico: “está claro por la historia que durante los siglos que estamos
estudiando (X y XI) y hasta la llegada de Gregorio VII, el papado no solamente se hundió en
el abismo del desenfreno, sino que perdió... su Autoridad Soberana... [y] la propia autoridad
“moral” política”.

El Papa León IV (847-855 DC), que sucedió a Sergio II, tuvo que dedicar su pontificado
completo a “restaurar las iglesias de San Pedro y San Pablo, que habían saqueado y dañado
los Sarracenos; y en fortificar la ciudad contra los invasores”, para restaurar la basílica de
San Pedro se necesitó “más de 3.816 libras de plata y 2.016 libras de oro [unos 52 millones
de dólares a precios actuales]”. Bloch comenta: “los muros y las empalizadas con las que
entonces Europa empezó a erizarse, fueron como el símbolo visible de una gran angustia”.

Pero no cesó la hostilidad musulmana, “las invasiones sarracenas eran cada vez más
frecuentes”. En 849 DC el mismo papa tuvo que crear una flota de guerra para enfrentar a
los infieles. [Louis] Halphen comenta: “solo con inauditos esfuerzos logra contenerse a los
musulmanes, aquellos terribles sarracenos cuya amenaza gravita sobre todos los países
costeros del Mediterráneo occidental, pero, en particular, sobre el reino de Lotario [rey de
Italia del 820 al 855 DC]”. Los musulmanes se establecieron en el sur y el norte de Italia,
recorrían las costas del país saqueando y destruyendo, pero “el peligro más apremiante
amenazaba a la sede de San Pedro”.

De nada sirvieron los esfuerzos de Papas y reyes para librarse de las invasiones sarracenas,
el rey Lotario reunió ejércitos de todos los países católicos; el rey Luis II obligó a toda Italia,
ricos y pobres a luchar contra los musulmanes, incluso más tiempo en servicio militar del que
las leyes obligaban. Con ayuda del Imperio Bizantino, sin abandonar personalmente Italia
desde 866 hasta 871 DC, logró expulsar a los invasores de Bari. Pero la amenaza musulmana
“no había disminuido con la toma de Bari”, en 875 DC otra vez llegaron a Roma y el mismo
papa tuvo que guerrear, “el peligro se había agravado y… Juan VIII, experimentaba una
creciente angustia”. El Papa se consideraba “en vísperas de sucumbir”, “la Iglesia romana
estaba amenazada de perecimiento”, solo “por medio de fuertes subvenciones... conseguía
el Papa, temporalmente” el auxilio de algún ejército contra los musulmanes, “contemplando
las flotas musulmanas que cruzaban en alta mar frente a Ostia, el desdichado Papa volvía a
temblar por la suerte de la capital de la cristiandad”.

En 876 DC “los sarracenos llegaron a ser tan fuertes en Italia que amenazaban seriamente
la misma existencia del Estado Papal”. El Papa Juan VIII (872- 882 DC) escribió al rey Carlos
el calvo lo siguiente: “La sangre cristiana corre... ciudades, villas, aldeas perecen… los
obispos dispersos no hallan refugio… de suerte que ha llegado la hora de exclamar: ¡Felices
aquellas cuyas entrañas son estériles y cuyos pechos no han amamantado! ¿Quién me dará
arroyos de lágrimas para llorar la ruina de la patria? La reina de las naciones, la madre de las
iglesias, está desconsolada y solitaria. ¡Oh día de tribulación y de angustia! ¡Día de miserias
y calamidades!”. En otra carta le ruega: “mi señor, solo tú, después de Dios, eres nuestro
refugio y nuestra consolación. Sálvanos tú entonces...” Por causa de la imposibilidad de
Carlos para salvar Roma, el Papa “se dirigió a Bizancio, pero ante la impotencia del antiguo
imperio oriental” pidió auxilio al rey Carlos el Gordo de Bavaria, el cual se vio incapacitado
para cumplir la solicitud del Papa. Juan VIII. “Fue obligado a asegurar el alivio de los
sarracenos por un acuerdo de “pagarles 20.000 marcos de oro anualmente para redimir de
ellos los Estados de la Iglesia, los que ya habían tomado” los sarracenos. Bloch enfatiza: “la
literatura de los Siglos IX y X DC, los documentos, las deliberaciones de los concilios están
llenos de estas lamentaciones”, y añade “la Italia meridional. Era como terreno de caza de
los soberanos que reinaban en la antigua provincia romana de África”… El Papa Juan X (914-
928 DC) organizó una liga en contra de los sarracenos, y fue derrotado en la batalla de
Garelliano, hacia el fin de su pontificado, en la que tomó parte personalmente”. Qué adecuado

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es el símbolo utilizado por Dios para revelar a Juan este periodo, un ejército de langostas que
atormentan a los hombres como escorpiones.

Históricamente este periodo vulnerable del papado se debió en gran parte a la muerte de
Carlomagno, “el protector de la Iglesia”, el 28 de enero del 814 DC. “A los ojos de los romanos
es Carlos en primer término el vencedor de los sarracenos”. Carlomagno dedicó su vida y
recursos para luchar contra los enemigos de la Iglesia.
Después de su muerte a los 71 años le siguió una sucesión de
reyes impotentes. Hablando de su muerte el historiador Agustín
Saba dice: “la historia de la ciudad [de Roma] registra en sus
anales la muerte del fundador del nuevo Imperio”, y continúa
diciendo “Carlos, Moisés de la Edad Media, guió a la
humanidad con venturoso viaje a través de los desiertos de la
barbarie y le dio un nuevo código de constituciones políticas,
eclesiásticas y civiles”… La lealtad de Carlomagno hacia la
Iglesia de Roma trascendió a su muerte, pues dejó su enorme
riqueza a las iglesias católicas de su imperio, entre ellas cinco
de Roma, Saba comenta al respecto: “Carlomagno, que en vida
había favorecido espléndidamente a la Iglesia con tan grande
riqueza de privilegios y posesiones y tantos tesoros de oro y
plata, fue no menos liberal para con ella en su muerte con los
valiosos dones que le legó”. El cambio que significó la muerte
de Carlomagno fue tan significativo que los historiadores
escogieron esta fecha (814 DC) para dividir la Edad Media
Temprana de la Alta. Definitivamente comenzaba un periodo
distinto para la iglesia medieval.

Las cartas de auxilio y las plegarias de los papas fueron


respondidas un siglo y medio después de la muerte de
Carlomagno, el 02 de febrero de 962 DC el Papa Juan XII
coronó a Otón I el Grande, “de este modo, a los 162 años de la
coronación de Carlomagno... se restablecía el Imperio
Occidental” “fue entonces cuando nació el Sacro Imperio
Romano Germánico, título que sobrevivió hasta que Napoleón lo suprimió en 1806 DC” (el
segundo ay). Sin embargo, el Papa Juan XII después de coronar a Otón I, se arrepintió de su
decisión, hubo una rebelión en Roma, el Papa fue destituido del trono pontificio, pero “Otón
recobró Roma para Juan XII” el 03 de enero de 964 DC, practicando así por primera vez su
compromiso con el Papa. Otón se comprometió a defender y enriquecer a la Iglesia y le
restituyó varios estados. El historiador Henry C. Sheldon hablando de los reyes alemanes
afirma: “los más distinguidos en su línea de reyes fueron los primeros dos, Henry el Pajarero
y Otón I… el segundo en ambición y fuerza personal recordaba la imagen de Carlomagno”.
Jones comenta: “la nueva cabeza del Imperio de occidente entonces, restauró a la Iglesia
todos los territorios... Hizo al soberano pontífice en particular magníficos presentes de oro y
piedras preciosas. Confirmó al Santo Vidente con una auténtica obra”, al morir “fue colocada
esta importante y notable cláusula: “salvando nuestro propio poder y aquel de nuestro hijo y
descendientes”. Aunque las invasiones musulmanas no desaparecieron automáticamente
comenzaron a menguar, en 972 DC, Guillermo, Conde de Provenza, expulsó a los árabes de
Freinet; aventureros de la Normandía francesa “arrollaron a bizantinos y árabes” de Sicilia en
el Siglo XI DC; en 1178 DC los árabes atacaron por última vez una costa del sur de Italia,
comerciantes italianos de Pisa, Génova y Armalfi arrojaron a los musulmanes de Cerdeña y
en 1015 DC del Puerto Mogreb, así “empezaron entonces la limpieza de esas aguas”. De
esta manera los cinco meses de tormento papal transcurrieron desde enero de 814 cuando
murió Carlomagno hasta enero de 964 cuando Otón I confirmó su título de emperador y actuó
en defensa del papado [otra posible interpretación, pero que nos parece menos válida que la
sostienen Uriah Smith y Máximo Vicuña].

La política de ayuda mutua entre el Vaticano y el Imperio de los Otones continuó después de
la muerte de Otón I, pero posterior a Otón I, la historia recuerda uno solo que fue tan grande
y defensor del catolicismo como él, Otón III. Los lazos entre el papa y el emperador se
estrecharon, incluso Otón III trasladó su sede imperial a Roma. Otón III fue coronado
emperador del Sacro Imperio Romano Germano por el papa en 996 DC, exactamente 150
años después que Roma había caído en manos musulmanas (846 DC) [otra posible
interpretación de los cinco meses proféticos]. Daniel había profetizado del papado: “del Dios
de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres; ni respetará a dios alguno, porque
sobre todo se engrandecerá. Mas honrará en su lugar al dios de las fortalezas, dios que sus
padres no conocieron; lo honrará con oro y plata, con piedras preciosas y con cosas de gran
precio. Con un dios ajeno se hará de las fortalezas más inexpugnables, y colmará de honores
a los que le reconozcan, y por precio repartirá la tierra” (Daniel 11: 37-39). El papado no fue

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salvado por las huestes angélicas como lo fue el profeta Eliseo, ni soportó el martirio como
tantos fieles a través de la historia, sino por sus alianzas con “las fortalezas” o potencias
imperiales de turno, alianzas en las cuales las “riquezas” cumplieron una función
indispensable.

Podemos por tanto afirmar que las langostas de la quinta trompeta representan a los
musulmanes, independientemente de su etnia -árabe o turca-, y de su tipo de gobierno -
imperio o grupos independientes-, tenían una misma ideología que les dio vida y un mismo
propósito que conseguir. Por otro lado, al afirmar que los cinco meses proféticos van desde
el 814 al 964 DC, no queremos decir que esta trompeta sólo abarque 150 años, más bien son
los años en que atormentaron directamente a la sede del catolicismo romano, pero el
tormento a todo el cristianismo apóstata continuó hasta que Francia se convirtió en el imperio
dominante de Europa. Del mismo modo los intérpretes historicistas al afirmar que los “diez
días” de tribulación de la iglesia de Esmirna abarcan desde el 303 al 313 DC entre el decreto
de Diocleciano contra el cristianismo y el de Tolerancia al cristianismo de Constantino
respectivamente, no quieren decir que Esmirna represente sólo diez años sino desde el 100
DC al 313 DC aproximadamente.

Estas langostas atormentaron “a los hombres que no tienen el sello de Dios”, no dice que
atormentaron a los que tienen la marca de la bestia, puesto que estos símbolos aún no son
presentados (Apocalipsis 13: 15-18) y tienen un carácter exclusivamente escatológico
(Apocalipsis 14: 9-12; 16: 1; 20: 4), en Apocalipsis 14: 9-11 se habla de los que tienen la
marca de la bestia y serán atormentados “por los siglos de los siglos”, éste es el juicio
definitivo, pero aquí serán atormentada: solo “por cinco meses”. El sello de Dios es el nombre
del Cordero en la frente (14: 1), y “los moradores de la tierra” son los que han rechazado al
Cordero, adoran a la bestia y no tienen sus nombres inscritos en “el libro de la vida del
Cordero” (13: 8). Por supuesto, el sello de Apocalipsis 7: 1-3 que protegerá a los justos de
las plagas postreras y de la ira venidera (6: 17), también es escatológico, pero hay que
recordar que en los juicios históricos contra los reinos apóstatas Dios también puso una señal
distintiva sobre los justos (Éxodo 12: 12, 13; Ezequiel 9: 4-6). Además, los que adoran al
Cordero y tienen su sello (14: 1-5) se caracterizan por guardar los mandamientos de Dios
(14: 12; 12: 17). Es interesante que el sábado fue abolido y sus guardadores perseguidos
poco antes de las invasiones árabes a occidente, Treiyer, citando a algunos historiadores
afirma que a fines del Siglo VI DC el Papado apoyado por el poder civil impuso el domingo
como obligatorio, y a principios del Siglo VII DC comenzaron las invasiones árabes sobre
occidente. E. de White declara: “Si el lector quiere saber cuáles son los medios que se
emplearán en la contienda por venir, no tiene más que leer la descripción de los que Roma
empleó con el mismo fin en siglos pasados. Si desea saber cómo los papistas unidos a los
protestantes procederán con los que rechacen sus dogmas, considere el espíritu que Roma
manifestó contra el sábado y sus defensores”; recuérdese que es el cuerno pequeño durante
su supremacía de tres y medio años quien cambió “los tiempos y la ley” (Daniel 7: 25). El
que las langostas ataquen a los hombres que no tienen el sello de Dios circunscribe este
ataque a los reinos católico-romanos, recuérdese que los ortodoxos no abolieron el sábado
sino que lo continuaron guardando junto con el domingo, por lo que no podría ser
Constantinopla el blanco de las quinta y sexta trompetas; los arrianos destruidos por los
francos y por Roma Oriental en el Siglos V DC también eran guardadores del sábado, y la
eliminación de estas tribus permitió la supremacía papal.

Por otro lado, ya que Apocalipsis 7: 1-3 menciona a los cuatro ángeles reteniendo los vientos
de destrucción hasta que fueran sellados los siervos de Dios (144.000), y ahora menciona a
un grupo sellado que es protegido del tormento y en la sexta trompeta mencionará a cuatro
ángeles que al ser desatados permiten destrucción para los impíos podría sugerir que estas
trompetas son posteriores al sellamiento, es decir al fin de la gracia. Pero las quinta (9: 4) y
sexta trompeta (9: 13), usan lenguaje similar al de Apocalipsis 7: 1-3 pero no idéntico como
detallaremos al comentar la sexta trompeta, ya que son diferentes los cuatro ángeles, el
escenario y el blanco de destrucción en la sexta trompeta en relación a Apocalipsis 7: 1-3,
y si a pesar del lenguaje alusivo la sexta trompeta se refiere a un evento diferente y anterior
al fin de la gracia ¿por qué tendría que ser el mismo grupo de los 144.000 los sellados en la
quinta trompeta? Por otro lado, en Apocalipsis 7: 1-3 el sello protege a los 144.000 de la
destrucción definitiva que sufrirán los impíos y toda la tierra, incluso la vegetación pero en la
quinta trompeta “no se les permitió que los mataran, sino que los atormentaran [y sólo por]
cinco meses” (Apocalipsis 9: 5), y se les prohibió explícitamente dañar la vegetación lo que
señala un juicio histórico y limitado en relación con el juicio destructivo final anunciado en
Apocalipsis 7: 1-3.

El que los hombres no puedan morir no significa que se volverán inmortales o no puedan
suicidarse, la expresión semítica señala a alguien que sufre tan intensamente que desea
morir como Job o Jeremías (Job 3; Jeremías 15: 10, 11; 20: 14-18), pero no necesariamente

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atenta contra su vida. Lo mismo que en el sexto sello, los hombres piden a las rocas que los
maten, pero ellos no intentan suicidarse. Battistone lo relaciona con la picada dolorosa del
escorpión que “rara vez es fatal para los seres humanos”, es decir, le produce mucho dolor,
pero no la muerte. Que el blanco de las langostas sean los cristianos apóstatas tampoco
significa que ningún cristiano genuino padeció; en los juicios divinos contra la Jerusalén
apóstata del Siglo VI AC los fieles como Daniel, Ezequiel, Jeremías y otros sobrevivieron,
pero no fueron inmunes a la esclavitud, destierro y otros padecimientos.

En resumen, las langostas de la quinta trompeta con sus colas de escorpión y dientes de
leones, que según el trasfondo veterotestamentario representan ejércitos devastadores,
hallaron su cumplimiento en los musulmanes que devastaron el mundo “cristianizado” durante
todo el periodo de supremacía del papado, y aunque tuvieron la oportunidad y el poder de
destruirlo, la orden recibida era “atormentarlos”, no matarlos. A pesar del prolongado periodo
de hostigamiento, saqueos, conquistas y guerras contra todas las naciones cristianizadas
que rodeaban el Mar Mediterráneo, estas langostas debían atormentar especialmente al
papado mismo por un tiempo de cinco meses proféticos o 150 años, periodo que se cumplió
en forma precisa desde la muerte de Carlomagno en enero del 814 hasta que Otón I el
Grande defendió al papado por primera vez en enero del año 964 DC, después de 150 años
que la Iglesia estuvo sin defensor y a merced de los tormentos de los musulmanes. Pero la
sexta trompeta anuncia un juicio aún mayor.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 135-146

Treiyer posee una visión diferente (en realidad son matices sobre la misma realidad) que nos
parece resulta complementaria a lo que hemos presentado hasta ahora. Posee otra
interpretación sobre los 150 años, y se concentra más en los cambios que tuvo el estilo de
conquista de los sarracenos y que de algún manera explica que causaran sufrimiento, pero
no la muerte del romanismo, y que al mismo tiempo fueran benignos con el verdadero
cristianismo, el que estaba distanciado espiritualmente de la iglesia romana.

La quinta trompeta cae más específicamente sobre el cristianismo apóstata sobre el cual se
establece el anticristo. Ya se vio su carácter perseguidor de los santos delineado por la
profecía. Se vio también que esta trompeta que inicia la serie de los tres ayes, nos pone en
el umbral del período de gran tribulación de 1.260 años. También se observó que en la quinta
trompeta, Dios impone su juicio restrictivo sobre “los hombres que no tienen el sello de Dios
en sus frentes” (Apocalipsis 9: 4), es decir, sobre los agentes responsables del cambio
introducido en la ley divina durante esta época.

El sello de Dios, el pozo del abismo, el humo y el oscurecimiento del sol, y las langostas.

Siendo que el sello de Dios es la ley divina (Isaías 8: 16; Deuteronomio 6: 6-8, etc.), en esta
trompeta se destaca que Dios castiga además a los hombres que cambiaron su ley, por
perseguir infamemente a su remanente fiel (Daniel 7: 25; Apocalipsis 13: 7). Juan identifica
simplemente al cristianismo apóstata bajo la expresión, “los moradores de la tierra”
(Apocalipsis 6: 10; 8: 13; 11: 10; 12: 12), porque durante este período de gran tribulación,
“toda la tierra” se maravilla en pos del anticristo, y lo adora (Apocalipsis 13: 3-8).

No es necesario volver aquí al símbolo de la estrella que cae del cielo a la tierra. Ya se vio
en el análisis de la tercera trompeta, que esta era una manera por la cual los autores bíblicos
ponían de relieve ciertos rasgos distintivos de la contraparte espiritual del poder
representado. Aquí, como en la tercera trompeta, se identifica al agente o agencia humana
del castigo, con el príncipe de las tinieblas. Esto es aún más evidente por el hecho de que
“se le dio la llave del pozo del abismo”, el lugar de los muertos y de los demonios (Salmos
71: 20; Apocalipsis 17: 8; 20: 1-3).

Correctamente, los intérpretes historicistas, ya desde el Siglo VIII DC, han visto en esta
descripción el surgimiento del Islam, y su caudillo básico, Mahoma, así como a la pléyade de
generales que continuaron su obra. El pozo del abismo ha sido aplicado a Arabia, que se
destaca “por sus desiertos y tierras desoladas, y por sus regiones deshabitadas”.

Llama también la atención que en la antigüedad se describa a los madianitas, amalecitas y a


“los hijos del oriente, figurativamente como langostas que provienen del este de Egipto, es
decir, de Arabia (Jueces 7: 12). Aún hoy, la arena seca y caliente es el hogar de la plaga de
la langosta. De esta forma, el término encuadra perfectamente con los guerreros que salían
cabalgando por el desierto bajo el grito de batalla, Allahu akkbar (Dios es grande)”.

Otra característica notable que puede conectarse con el pozo del abismo de donde surgen
las langostas, es que los árabes nunca se habían agrupado anteriormente como para ser una

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amenaza significativa. Su aparición repentina e inesperada que los llevó a extenderse como
un imperio conquistador, parece provenir de la nada, del “abismo”.

“Si alguien en el primer tercio del séptimo siglo cristiano hubiera tenido la audacia de
profetizar que, en el espacio de una década, algún poder no anunciado ni previsto desde el
hasta entonces bárbaro y poco conocido país de Arabia, iba a hacer su aparición, [y] arrojarse
en contra de los únicos dos poderes mundiales de la época..., hubiera sido indudablemente
declarado lunático. Pero eso fue exactamente lo que pasó”.

La conexión entre la proyección espiritual de estas imágenes proféticas y su cumplimiento


literal histórico, se ve reforzada en Apocalipsis 9: 11. Allí se establece que el “ángel del
abismo” se encarna en el “rey” o gobernante supremo del islamismo. Este ángel o “estrella
que cayó del cielo a la tierra”, recibe sorprendentemente “la llave del abismo”, pero no para
encerrar a los demonios en su interior con el propósito de que no causen destrucción (cf.
Apocalipsis 20: 1-3), sino para abrirlo, trayendo así la desgracia sobre “los moradores de la
tierra” (Apocalipsis 9: 2).

Debe recordarse que “a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su
propia morada, [Dios] los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del
gran día” (2 Pedro 2: 4, 9up; Judas 1: 6, 9, 13). Con esto se resalta que los demonios están
bajo el control divino, y que es el Señor el que tiene las llaves del abismo (Apocalipsis 1: 18;
cf. 20: 1-3, 7), pues los venció en la cruz (Colosenses 2: 15; Efesios 1: 20-22; 6: 11, 12).
No obstante, cuando los hombres se apartan del Creador, su Espíritu se retira de ellos y, de
esta manera, Dios no restringe más el poder de los ángeles caídos.

Algo semejante ocurre en la quinta trompeta. Se da figurativamente las llaves “al ángel del
abismo” para que haga su voluntad sobre ellos. Como resultado de abrirse el abismo, sube
humo del pozo de tal forma que el sol se oscurece. En esto se asemeja al color negro del
caballo del tercer sello, el que como ya viéramos, corresponde al mismo período. No es
casual, pues, que se haya dado en llamar “Edad Oscura” al primer período de la Edad Media
que siguió a la primera gran invasión islámica. Este estado de oscuridad en las artes, la
literatura, la ciencia y la religión en general, como se reconoce generalmente, se produjo
básicamente en Occidente como resultado de las invasiones musulmanas.

Si se compara esta trompeta con la que la precede, la cuarta, se ve que la oscuridad va en


aumento. Mientras que la cuarta trompeta había producido un eclipse parcial, ahora el sol
parece oscurecerse prácticamente en forma total. La profecía nos conduce así, al período de
tiempo que marcó “la medianoche del mundo”.

El símbolo del humo se usa para mostrar la manera en que Dios dispersa a sus enemigos.
“Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos, y huyan de su presencia los que le
aborrecen. Como es lanzado el humo, los lanzarás” (Salmos 68: 2). Así se destaca el
propósito básico de este juicio, que es el de impedir la unión de los restos del caduco imperio
romano, para que no restablezcan nuevamente su antiguo poder. La descripción que sigue
de las langostas que salen del humo, pinta a lo vivo las hordas de ejércitos musulmanes que
se extienden por la tierra, con características semejantes a las que los historiadores han
usado para referirse a estos ejércitos del Islam (Apocalipsis 9: 3, 7- 9).

Por esta razón, ya desde el Siglo VIII DC, como se ha mencionado, muchos cristianos
comenzaron a ver en estas huestes islámicas, las langostas profetizadas en la quinta
invasión. En efecto, las langostas representaban a ejércitos invasores innumerables (Jueces
6: 5; 7: 12; Isaías 33: 4). Los ejércitos sarracenos fueron impresionantes en número, al punto
que se carece “de datos suficientes para fijar siquiera con aproximada seguridad el número
de los combatientes que la Arabia islamita envió contra los infieles del Oriente y Occidente”.
También los escorpiones representan a seres humanos sobre los que hay que tomar especial
cuidado, porque hieren (Ezequiel 2: 6).

El respeto a la vegetación: hierba, verdor, árboles.

Los árboles y la hierba pueden ser considerados como literales, o vérselos también como
otro símbolo, a veces empleado para referirse a seres humanos, o como ya se vio en la
primera trompeta, como símbolo de lugares de idolatría. Si esto último es lo que se quiere
destacar en la quinta trompeta, la protección de la vegetación podría representar a la
tolerancia manifestada por los sarracenos hacia el ejercicio de otros cultos no musulmanes,
en donde la idolatría no se había incorporado a la religión.

La benevolencia manifestada para con la vegetación, resalta al mismo tiempo el valor


simbólico que tienen las langostas aquí en la profecía, pues lo único que hacen es devorar

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los árboles y las plantas. Nuevamente el carácter simbólico de la visión se desprende del
hecho que “las langostas ...no tienen rey, y salen todas por cuadrillas” (Proverbios 30: 27).
En cambio, según la profecía, estas langostas “tienen rey” (Apocalipsis 9: 11), como tenían
también los sarracenos, al que denominaban “califa”.

Se les ordena “que no hieran la hierba de la tierra, ni cosa verde alguna, ni ningún árbol, sino
solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes” (Apocalipsis 9: 4).
No se menciona aquí a los que son sellados, porque ese evento, según se le había mostrado
ya al profeta, tendría lugar más adelante, en el tiempo mismo del fin, y no durante el período
de supremacía del anticristo (cf. Apocalipsis 7: 1-8). El propósito de la orden de la quinta
trompeta, pues, no es en primera instancia el de matar a los hombres que no están sellados,
sino el de herirlos y atormentarlos durante cinco meses (versículos 5, 6, 10).

La paradoja de herir y atormentar, pero no matar.

Ahora bien, es evidente que toda guerra trae aparejada muerte en los choques de los
ejércitos, por lo que el símbolo pareciera indicar, no la carencia absoluta de muerte, sino más
bien una actitud benigna inusual de estos nuevos invasores para con los vencidos. Pero al
mismo tiempo que revelan una tendencia marcadamente positiva en los lugares que ocupan,
ejercen paradójicamente, una especie de presión tal sobre el cristianismo apóstata que los
lleva a desear la muerte (Apocalipsis 9: 6). La misma paradoja se encuentra en la
descripción que dan los historiadores en relación con la expansión musulmana que afectó tan
significativamente los territorios del eximperio romano.

El lado positivo de la paradoja puede leerse en casi todos los tratados de historia medieval.
La orden del primer general que lanzó a los árabes a la conquista del mundo se dio en los
siguientes términos: “No engañéis ni robéis a nadie; no obréis con deslealtad ni mutiléis a
nadie; no matéis ni a niños ni a ancianos ni a mujeres; no descortecéis las palmeras ni las
queméis; no taléis los árboles frutales, ni destruyáis los sembrados; no matéis ni ovejas, ni
bueyes ni camellos, a no ser para vuestro sustento. Encontraréis tonsurados, abridles con el
sable la tonsura [esto aplicaba a los sacerdotes y monjes católico-romanos, pero también a
los idólatras de las religiones de los misterios de donde proviene la tonsura y muchas
doctrinas y formas del catolicismo]; encontraréis gentes en celdas (esto es, anacoretas),
dejadlos en paz para que puedan continuar en el cumplimiento de sus votos”.

A diferencia de las cuatro invasiones que sufrió el imperio romano, según se describía en las
primeras trompetas, los historiadores destacan que las tropas árabes “no eran bárbaras. 'Sed
justos', se hacía correr la proclamación de Abu Beker; 'sed valientes, morid más bien que
rendíos; sed misericordiosos; tampoco matéis hombres viejos, ni mujeres, ni niños. No
destruyáis los árboles frutales, ni los granos ni el ganado. Guardad vuestra espada, aún para
vuestros enemigos. No molestéis a los religiosos que viven retirados del mundo, pero
compeled el resto de la humanidad a hacerse musulmanes o que nos paguen el tributo. Si
rehúsan hacerlo, matadlos”.

Esta actitud benigna se cumplió más tarde en la toma de Damasco y de otras ciudades, en
donde los musulmanes “concedieron a los habitantes condiciones sumamente favorables:
sólo quedaron obligados al pago del impuesto, continuando los cristianos en tranquila
posesión de todas sus iglesias”. Cabe destacar que, en esa región, los cristianos disentían
del imperialismo religioso que provenía de Bizancio y Roma. Así es que “el pueblo se
mostraba en todas partes benévolamente dispuesto; se alegraba verse libre de los vejámenes
de los empleados bizantinos, y no tenía más que motivos de alabanza del proceder benigno
de los muslimes, cuya religión, desconocida, apenas podían figurársela más repulsiva que la
herejía oficial [se refiere a la doctrina católico-romana] de los que hasta entonces habían sido
sus señores”.

“Las instituciones locales” de los vencidos “quedaron respetadas, y para administrar sus
conquistas, los califas apelaron a funcionarios coptos, persas y griegos, sin que se
preocupasen de imponerles su religión”. “Al respetar las creencias e instituciones locales, la
ocupación árabe logró más fácilmente el acatamiento de las poblaciones conquistadas, pues
fomentaba sus intereses económicos facilitando los lazos comerciales”. “La libertad de
pensamiento imperante en todo el ámbito del mundo musulmán... explica en gran parte, la
atracción que ejerciera sobre los pueblos sometidos”. Además, “los éxitos materiales del
Islam y los privilegios legales y sociales que ofrecía a los creyentes, indujo a muchos
cristianos a convertirse al Islam”.

Por el otro lado, el aspecto negativo de la paradoja se revela en una especie de presión que
atormenta, aunque no mata, al punto de provocar desasosiegos en los que la sufren.
Expresiones equivalentes a “buscar la muerte”, sin poder hallarla, aparecen muchas veces

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en la Biblia, y tienen que ver con situaciones de angustia, amargura, o presión social que
agobian el alma. De esta forma, el tormento que ejercieron sobre el mundo cristiano puede
ser considerado como una de las plagas que estaban profetizadas en la Biblia, y que iban a
caer sobre “los moradores de la tierra” por su adoración del anticristo, y por su persecución
de los santos (Apocalipsis 11: 5-6, 10; 13: 8; 8: 13; 6: 10).

Los historiadores expresan vívidamente el efecto que las invasiones sarracenas tuvieron
sobre el cristianismo oficial del imperio. “El espanto que infundían los rápidos triunfos de estos
merodeadores, que habían venido de Asia y de África a destruir la civilización y la fe, hacía
aún más apremiante el peligro que amenazaba no sólo a Francia, sino también a Europa”. A
veces se revela inconscientemente esta paradoja profética, cuando se titula el capítulo de las
invasiones musulmanas como “La espada del Islam”, y luego se pasa a destacar sus
cualidades benignas.

El período de cinco meses.

La “primera expansión del Islam” se dio bajo los sarracenos, y su espíritu expansivo duro un
siglo y medio, lo que concuerda con la cifra de cinco meses proféticos, es decir, 150 años.
Siendo que se destaca aquí la tendencia de herir y atormentar que revelarían los sarracenos
en su conquista, se ha hecho partir este período con la política expansionista de Abu Beker,
en 632-634 DC. “Por primera vez, el Islam llegó a ser una fuerza política y militar por toda
Arabia”.

Aunque los sarracenos fueron detenidos en Occidente antes de los 150 años, no pudieron
ser desalojados de los lugares de Europa en donde se habían establecido. Mantuvieron un
centro de operaciones en el sur de Francia, y se instalaron en España, desde donde
aspiraban aún a invadir Europa, ya que habían sido detenidos por el flanco sur de la Galia.
No fue sino cuando los musulmanes comenzaron a dividirse en califatos independientes hacia
fines del siglo octavo, que los sarracenos perdieron definitivamente su fuerza expansiva. En
ese entonces reinaba en Francia Carlomagno, y no es de extrañar que “a los ojos de los
romanos es Carlos en primer término el vencedor de los sarracenos”.

Pero, ¿cuál podría ser el hecho histórico que culminase el período exacto de cinco meses de
expansión sarracena, con las características inusitadas que describe la profecía? El evento
se dio en una campaña victoriosa que llevó al famoso Harún-Ar-Rashid, el poderoso califa
abásida de Bagdad, a las puertas de Constantinopla, cuando era general. Firmó entonces
con el emperador un tratado de paz, muy favorable al califato, por supuesto, pero que inició
un cambio en la política tendiente a no herir más a los hombres.

Otra fecha que se ha dado que cubre los 150 años anunciados por la profecía, es la que está
comprendida entre el comienzo de la predicación de Mahoma en el año 612 DC, hasta que
fue puesta la piedra fundamental de Bagdad, la nueva capital musulmana, en el año 762 DC
[seguimos pensando, respetuosamente, que la versión de Vicuña y Smith son más
coherentes]. Su fundador, AI-Mansur, la llamó Dar es Salam, “Casa de Paz, “ y empleó unos
400 arquitectos, artífices y obreros. La construcción de la ciudad fue completada cuatro años
después, y eclipsó a todas las otras ciudades del oriente.

Recientemente se ha querido restar crédito a las fechas propuestas en esta segunda


interpretación, puesto que los hechos que ocurrieron entonces, según se arguye, no son los
que mejor expresan la característica de herir y atormentar que indicaba la profecía. Sin
embargo, esta crítica que favorece la primera interpretación, y que está enmarcada más
definidamente dentro de un contexto militar, no necesariamente descarta el valor de estos
otros eventos ocurridos en el 612 DC y en el 762 DC, que tienen que ver con el
establecimiento de un sistema que culminará con las características militares posteriores.

Esto ocurre, por ejemplo, con otras profecías bíblicas como la de los 70 años de cautividad
babilónica, y la de los 1.260 y 1.290 días-años, las que pueden ser también doblemente
fechadas [buen punto para sostener varios posibles cumplimientos], siguiendo un principio
de escala variable, y relacionado siempre con los mismos poderes. Aunque los eventos
anunciados en estas otras profecías fechadas tienen un cumplimiento más específico en la
acción militar que lleva a cabo lo predicho, tales acciones militares estuvieron precedidas por
decisiones o decretos que prepararon el camino para la acción militar posterior.

Teniendo en cuenta tales antecedentes bíblicos e históricos, se puede concluir que, con la
primera visión de Mahoma y su primera predicación en el mismo año, se inició una campaña
religiosa que lograría canalizarse con mayor efectividad a partir del momento en que se
iniciase la primera expansión militar. Debe tenerse en cuenta que, de no haberse dado tal
prédica, los árabes jamás se hubiesen unido con un propósito expansivo tan significativo

Las 7 Trompetas Federico Salvador Wadsworth Página 64 de 173


como el que se dio militarmente, una vez que lograron obtener el control público en el 632
DC. Hasta ese momento nadie podía siquiera sospechar que alguna vez habrían de llegar a
ocupar un lugar tan preponderante en el mundo como el que tuvieron tan sólo apenas algunas
décadas después.

Algo semejante puede decirse con respecto a la fecha terminal escogida para este período
de cinco meses. Con la fundación de Bagdad, los árabes perdieron su motivación expansiva
y agresiva, y se dividieron en diferentes califatos. Sin embargo, como se ha destacado
correctamente, este cambio de política comenzó a notarse más efectivamente a partir del
momento en que las fuerzas de Harún-Ar-Rashid, en lugar de continuar avanzando y tomar
Constantinopla después de una victoria que tuvo sobre los bizantinos, decidió pactar para
que no se hostigasen más como lo habían estado haciendo ya desde hacía 150 años.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 277-285

Varios hechos significativos que confirman esta nueva tendencia musulmana no


expansionista que se da a partir de las fechas terminales mencionadas de la profecía, son
sumamente relevantes. Uno de ellos es el intercambio diplomático efectuado durante el
reinado de Harún, con el rey franco Carlomagno, en relación con ciertos privilegios acordados
al clero latino en Jerusalén. Harún “envió a Carlomagno una embajada portando muchos
presentes, incluyendo un complicado reloj de agua y un elefante”, a lo que Carlomagno
respondió con otra embajada. En lugar de
buscar extender sus dominios, se dedicó
a engrandecer su reino, de tal forma que
excedió “en riqueza, poder, esplendor, y
en el avance cultural que adorna un
gobierno”, a los reinos de Carlomagno en
Francia, y de la emperatriz Irene en
Constantinopla.

Como es reconocido en general por los


historiadores, “en Bagdad penetró un
nuevo espíritu. La fe se cubrió con el éxito
material Islámico. Con el incremento de la
presión social, las conversiones del
cristianismo y de otras religiones llegaron
a ser más y más frecuentes, hasta que el
Islam dejó de ser un privilegio de una
minoría privilegiada de árabes que
gobernaban sobre pueblos sometidos.
Gradualmente el imperio musulmán de los
Abásidas perdió su carácter
predominantemente árabe, y comenzó
esa asimilación notable de cultura Persa, Bizantina y Helenista...”

Otro elemento adicional en esta nueva tendencia, es el cambio de actitud que Harún introdujo
en el Islam respecto a los vencidos en sus territorios. Los historiadores “lo describen primero
de todo, como un musulmán ortodoxo y devoto, que restringió severamente las libertades de
los no musulmanes...” De esta forma, el período de benevolencia para con los vencidos,
según se indica en la quinta trompeta, comienza a perderse, y ya no será más la característica
de la segunda invasión musulmana, la de los turcos otomanos (cf. Apocalipsis 9: 15).

El mismo cambio de actitud va a percibirse en los sarracenos del norte de África y del sur de
occidente, quienes llevarán a cabo terribles devastaciones aisladas a otras ciudades
cristianas, con el objeto de enriquecerse. Tales depredaciones no sintieron “el respeto por las
instituciones del cristianismo romano que había animado a los invasores germanos del quinto
siglo. Tan aterradora fue la devastación y caos posterior, que los dos siglos que siguieron a
la muerte de Carlomagno son a veces llamados la 'Edad Oscura”. Y como es reconocido, “las
depredaciones musulmanas del Siglo IX DC se dieron como consecuencia de las grandes
conquistas de los siglos precedentes”.

Harún libró posteriormente otras batallas, pero tales batallas no tuvieron el propósito de
expandir sus territorios, sino el de mantener sus fronteras, de tal suerte que no sufrieron
cambio alguno. “Un nuevo equilibrio internacional quedaba así establecido”. El reino
carolingio en Europa; el de Bagdad en Asia, y el de Bizancio en Constantinopla.

Poco después, con la muerte de Harún, el poder de los Abásidas declina, alejando
definitivamente el peligro de esta primera invasión árabe. Se instalan “pequeñas dinastías
desde fines del Siglo VIII DC” en el norte de África, separándose así de Bagdad. Por el año

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800 DC, Egipto se separó de Bagdad bajo el poder de los tulúnidas. Luego Túnez adquiere
la independencia bajo la familia de los aglábidas, y otra dinastía autónoma se implantó en
Marruecos. “La ruptura del Imperio musulmán dejó al Islam en las garras de un haz de
herejías”, que las llevaron a pelearse entre sí y debilitarse mutuamente.

A consecuencia de esto, y de las constantes fricciones en occidente por determinar quién era
la cabeza en el matrimonio de los reyes europeos con el papado, se creó una situación
extraña, en donde los que perdían el poder entre los musulmanes recurrían a los cristianos
por ayuda, y los que perdían su influencia entre los cristianos buscaban el socorro de los
musulmanes, desangrándose así mutuamente. Los musulmanes del norte de África, y los
que se habían establecido en España, viendo que no podían avanzar más al norte, se
contentaron con atacar sorpresivamente diferentes ciudades del sur de Italia y de Francia,
causando daños realmente terribles, destruyendo poblaciones, enriqueciéndose a causa de
ellas, y retirándose luego para volver inesperadamente después con objetivos semejantes de
rapiña.

Carlomagno trató en vano de contener “con su espada las hordas errantes. Los papas
tuvieron que continuar la guerra en Italia que él no había podido concluir”. Los sarracenos
destruían sus monasterios y las ciudades del sur de Francia. Marsella fue saqueada dos
veces en diez años, y los habitantes de Génova fueron muertos, luego de saquearse la
ciudad. Los habitantes de muchas ciudades que eran destruidas y asoladas, eran degollados,
con excepción de unos pocos que llevaban de esclavos. Interrumpían el comercio, y
acometían contra “las caravanas piadosas” “que se dirigían en peregrinación al santuario de
los apóstoles”.

El papa Juan VIII debió escribirles a varios príncipes que no dejasen a la estirpe de Agar
esclavizar la Italia y destruir la religión. Al “vano e inepto Carlos el Calvo” le escribió: “La
sangre cristiana corre, y los que se libran del fuego o de la espada, son llevados esclavos a
un destierro eterno. Ciudades, villas, aldeas, perecen y quedan despobladas; los obispos
dispersos no hallan refugio sino en el santuario de los Apóstoles, teniendo que abandonar
sus iglesias para que sirvan de guarida a las fieras, de suerte que ha llegado verdaderamente
la hora de exclamar: ¡Felices aquellas cuyas entrañas son estériles y cuyos pechos no han
amamantado! ¿Quién me dará arroyos de lágrimas para llorar la ruina de la patria? La reina
de las naciones, la madre de las iglesias, está desconsolada y solitaria. ¡Oh día de tribulación
y de angustia! ¡Día de miseria y de calamidades!”

La figura de los escorpiones y el ángel del abismo.

La representación del escorpión en su herida, según la descripción de la quinta trompeta, es


muy significativa, pues revela el carácter que marcó permanentemente las invasiones
sarracenas. La historia secular cuenta que “su repentina aparición donde nadie podía
esperarla fue siempre la base fundamental de la táctica beduina”.

Como ya se vio, los sarracenos [etimología: “habitante del desierto” o “árabe”] mantuvieron
esta característica durante varios siglos, aún en las repentinas embestidas aisladas que
emprendieron algunos califatos independientes contra ciertas ciudades de España, del sur
de Francia e Italia, sin excluir la misma ciudad de Roma. Pero tales ataques desoladores
fueron esporádicos, sin las dimensiones de conquista precedente, ni tampoco con las
características benévolas para con los vencidos que habían manifestado durante los 150
años de herida indicada en la profecía.

Se dice que “tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es
Abadón, y en griego, Apolión, “ esto es, “Destructor” (Apocalipsis 9: 11). Esta característica
contrasta con la política que se seguiría de no herir la vegetación, ni de matar a los cristianos
que se hubiesen apartado de la ley de Dios (Apocalipsis 9: 4, 5, 10). Si esta expresión se
toma en sentido figurado, puede indicar su característica de romper que ya se vio, los intentos
de restablecer el imperio romano. Pero siendo que esta declaración se revela después de
manifestarse el poder expansivo del islamismo de cinco meses, puede pensarse que la
característica de destrucción corresponde más definidamente al cambio de actitud asumido
posteriormente por los sarracenos, quienes se interesaron en destruir mediante ataques
errantes pero continuos durante varios siglos, las distintas ciudades e instituciones cristianas
de occidente.

Consecuencias de las invasiones sarracenas.

¿De qué manera los sarracenos impidieron la reconstitución y unidad del imperio romano
bajo el casamiento ilegítimo entre la Iglesia y el Estado? No hay más que leer los comentarios
de los historiadores seculares. En las conclusiones que ellos extrajeron de la historia de estos

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eventos que estaban profetizados en el Apocalipsis, convendrá tener también en mente cómo
utilizan inconscientemente las mismas palabras del vidente, o palabras semejantes, para
describir lo que hicieron los poderes involucrados.

Mientras que en el año 629 DC, el emperador Heraclio de oriente lograba reconstruir el
imperio romano y ponerlo “en todo su esplendor, ciertos sucesos comenzaban a gestarse
entre los árabes que iban a tirar por la borda esos sueños imperiales”. Aunque el imperio
había logrado en Asia Menor una fuerte cohesión, hubo de verse sacudido por una
borrascosa ráfaga de rencor religioso al ser conocida de repente, en el año 634 DC, la noticia
de la toma por los árabes del reducto de Bostra... Iba a ponerse en juego la suerte del imperio
y, con ella, la del mundo entero”.

En efecto, la historia secular reconoce que “las conquistas del Islam rompieron la unidad
política, económica y cristiana del Mediterráneo; el cristianismo quedó relegado a Europa. El
Mediterráneo deja de ser el centro de la religión cristiana”. “El Islam no pudo reconstruir la
unidad económica marítima que disfrutó el mundo romano; lo que hizo fue romperla”. “Como
un factor en la historia europea, el levantamiento del Islam debe ser considerado como una
fuerza destructora”.

Este fue el nombre que la quinta trompeta dio “al ángel del abismo” que los lideraba: “Abadón”
o “Apolión, “ esto es, “Destructor” (Apocalipsis 9: 11).

“Europa... apartada de las grandes corrientes económicas, vuelve al aislamiento que la hace
naufragar en la gran decadencia medieval. Roma y el mundo latino en general van a sufrir un
eclipse casi total”. La quinta trompeta anunciaba que esto iba a ocurrir como consecuencia
del humo que iba a dispersar las fuerzas imperiales del mundo occidental. “Y subió humo del
pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo”
(Apocalipsis 9: 2).

De esta forma, “los efectos inmediatos sobre la Europa cristiana de la primera expansión
musulmana fueron serios. En primer lugar, debido a que los árabes quitaron del control de
los cristianos de Europa grandes territorios que anteriormente pertenecían al imperio romano,
sus conquistas constituyeron un retraso militar de envergadura para Europa”.

“Europa es un verdadero caos formado por las antiguas poblaciones romanas... y por pueblos
nuevos entre los cuales se encuentran todos los grados entre la barbarie y la semibarbarie”.
“El lazo que une la Galia [la monarquía franca] al imperio [de oriente] aún no está
jurídicamente roto; pero, de hecho, ya no existe. Roma es el único nudo que queda para
poder ligar de nuevo el Oriente al occidente de Europa. Esto es lo que comprendió el
emperador Constantino IV Pagonato. Renunciando a las tierras conquistadas por el Islam,
orientóse francamente hacia la reconstitución de un núcleo político con la asociación del
imperio y de la Iglesia”. Para ello “reunió un concilio que... reconoció la primacía de Roma
(680 DC). Preparábase a su modo una nueva forma imperial con el reparto del poder: el
temporal al emperador, y el espiritual al papa [una constante de esta relación simbiótica entre
el papado y los poderes de la tierra, que siempre contrastó con Aquél que dijo “mi reino no
es de este mundo”]”.

“Mas para que tal imperio hubiera podido constituirse, se habría requerido una cohesión que
sólo el mar podía darle... y el mar estaba cerrado por los musulmanes [como ocurrió antes
con los vándalos]”. Para el Siglo IX DC, el Islam posee “la hegemonía económica mundial...
Abarca el Mediterráneo”. “El Mediterráneo occidental” no es sino “un lago musulmán”. “Los
cristianos -decía Ibn Kaldun- no podían ya hacer flotar una tabla en el mar”.

“En los dominios de Bizancio, la aproximación con Occidente. bajo el patrocinio pontificio,
intentada por Constantino IV, resultó imposible”. “León III el Isaurio (711 DC) abandonó, pues,
la política de Constantino IV, y renunciando a conservar el Occidente concentró todas sus
fuerzas contra el Islam, a fin de recobrar el señorío del mar”. “Pero en vez de perseverar en
la guerra, Constantino, atento a una política mercantil y marítima, procuró acercarse a los
califas con objeto de recobrar el uso de las grandes vías económicas hacia Asia”.

“Como “la cuestión religiosa” de “las imágenes que repudiaba el Islam” era “una barrera
infranqueable” entre ellos, el imperio oriental buscó acercarse a los musulmanes con el
famoso edicto del emperador León III en contra de las imágenes (725 DC)”.

Pero al hacerlo así, logró el anatema del papa contra el emperador, y “el conflicto que estalló
entre Bizancio y Roma tuvo gravísimas consecuencias”, llevándolos finalmente a una
separación total y definitiva. Los papas ya no pidieron la confirmación del emperador de
oriente para subir a la sede pontifical, y se volcaron hacia occidente. El emperador atacó

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duramente a los monjes del partido pontifical, y expulsó 50.000 de ellos que fueron a
refugiarse en Roma. “Ravena, privada del apoyo bizantino, cayó en el año 751 DC en manos
de los lombardos. Bizancio perdía de este modo sus últimos baluartes en Italia”.

Privado de la protección política del emperador de oriente, el papado se vuelca a la


monarquía franca, con la cual trata de restablecer una clase de imperio en occidente. Pero al
verse la Galia privada del mar también, decae “toda su civilización urbana. Aniquilado el
comercio, la burguesía negociante desapareció, y las ciudades quedaron pronto reducidas a
simples sedes episcopales”. “Carente de recursos, el rey se vio obligado a permitir el
acaparamiento de algunos de sus poderes por la oligarquía que ya formaban los clérigos y
los propietarios señoriales”.

Esta limitación de la realeza, sin embargo, no fue permanente, pues “la crisis sufrida por las
ciudades provocó una anarquía que alcanzó a la misma Iglesia. En los comienzos de la
octava centuria, se hallaban vacantes numerosas sedes episcopales, y entre los años 695 y
742 DC, no llegó a celebrarse en la Galia ningún concilio. La confusión agravóse aún más
con las invasiones musulmanas que asolaron el país desde principios del Siglo VIII DC”... Ya
Martel, poco después de su victoria sobre los musulmanes, “confiscó tierras a la Iglesia para
donarlas a sus soldados...”

“Al ascender Carlomagno al trono, en el año 768 DC, ningún lazo existía ya entre la Galia y
el Imperio bizantino... El advenimiento de los carolingios [en reemplazo de la dinastía
merovingia desde Childerico y Clodoveo] es simultáneo de un verdadero naufragio de la
civilización. El Imperio romano ha fenecido definitivamente. Fue preciso, para hacerlo
desaparecer, que el mar, de donde le había venido la cultura, se convirtiese en frontera, que
el comercio cesase, que se extinguieran las ciudades y, con ellas, la instrucción que
perpetuaba la cultura”.

“En 800 DC, el papa León III, haciendo renacer la concepción del imperio universal bajo nueva
forma, invistió a Carlomagno de la dignidad imperial”. En este “sacro imperio”, como fue dado
en llamarse, se intentó unir el poder temporal con el espiritual, y se aspiró en vano a una
recuperación de la civilización imperial. “Bajo esta ficticia unidad, siguieron conservando una
diversidad fundamental. Y tal es la razón de que, tras la fachada que él [Carlomagno] le dio”
a su imperio, el mismo “no resultara más que un complejo mosaico de pueblos yuxtapuestos”.

“La política naval de Carlomagno quedó frustrada, haciendo posible su fracaso todo el
enorme sistema concebido. Incomunicado del mar, el imperio había de ahogarse
económicamente, y su evolución señorial, en consecuencia, debía precipitarse, llevándolo de
manera fatal a una escisión política”. “El control musulmán del mediterráneo debilitó los
contactos entre Roma y Constantinopla, y acentuó la tendencia ya marcada hacia la
separación política y religiosa. Religiosa y culturalmente, el antiguo mundo Mediterráneo fue
arruinado”.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 285-292

• Versículo

El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que
estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta: desata a los cuatro
ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles
que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los
hombres. Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número.
Así vi en visión los caballos y a sus jinetes, los cuales tenían corazas de fuego, de zafiro y de
azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salían
fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres; por
el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca. Pues el poder de los caballos estaba en
su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con
ellas dañaban. Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se
arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las
imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni
oír, ni andar; y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su
fornicación, ni de sus hurtos.
Apocalipsis 9: 13-21

• Característica: Cuatro ángeles


• Significado: Turcos otomanos
• Ayes: Segundo
• Interludios: Los dos testigos
El librito abierto

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• Iglesias vinculadas: Tiatira, Sardis & Filadelfia
• Sellos relacionados: Caballo amarillo, almas que claman y señales
• Periodo: Caída del Imperio Romano de Oriente
• Duración: 1449-1840 DC, 391 años
• Análisis de la trompeta

El periodo de 150 años para atormentar sin matar estaba a punto de cumplirse. Desde el
ataque de Osmán I contra el asfixiado imperio romano de oriente en 1299 DC, llegábamos al
año 1449 DC cuando muere el emperador Juan Paleólogo, el penúltimo de esta dinastía, y
su sucesor Constantino XI Deacozes, su hermano, no se atreve a subir al trono a menos que
el sultán Amurate se lo permita. Note el relato de James S. White, esposo de Elena, de este
periodo extraordinario que cumple la profecía de Juan 1.400 años después.

Dice Perkins, “Él,” el Sultán, “posee autoridad ilimitada sobre las vidas y propiedad de sus
súbditos, especialmente de los elevados oficiales de estado que él puede quitar, saquear, o
matar a capricho. A ellos se les exige que sumisamente besen la soga que él les envía, con
la cual ellos han de ser ahorcados. Todas las mencionadas marcas se aplican al gobierno
otomano de manera notable. Pero ¿cuándo fue que Oto [Osmán I, iniciador de la dinastía
otomana] hizo su primer asalto sobre el imperio griego? Según Gibbon, (“Decline and Fall”,
etc.). “Oto primero entró en el territorio de Nicomedia el día 27 de julio, 1299 DC”. Los cálculos
de algunos escritores se han hecho sobre la suposición de que el período debiera comenzar
con la fundación del imperio otomano; pero esto es evidentemente un error; pues ellos no
sólo habrían de tener un rey sobre sí, sino que habrían de atormentar a los hombres por cinco
meses. Pero el período de atormentar no podía comenzar antes del primer ataque de los
atormentadores, que fue ya mencionado, el 27 de julio, 1299 DC. El cálculo que sigue,
fundado sobre este punto inicial, fue hecho y publicado en el libro “Christ's Second Coming,”
etc., por el autor [se refiere a Josiah Litch], en 1838 DC. “Y su poder fue el de atormentar a
los hombres por cinco meses”. Hasta aquí su comisión se extendió, para atormentar,
mediante constantes estragos, pero no matarlos políticamente. “Cinco meses”, es decir,
ciento y cincuenta años. Empezando el 27 de julio, 1299 DC, los ciento y cincuenta años
llegan a 1499 DC. Durante todo ese período los turcos estuvieron ocupados en guerra casi
perpetua con el imperio griego, pero sin poderlo conquistar. Ellos conquistaron y mantuvieron
varias de las provincias griegas, pero aún se mantuvo la independencia griega en
Constantinopla. Y en 1449 DC, la terminación de los ciento y cincuenta años, llegó un
cambio…

El primer ay habría de continuar desde el surgimiento del mahometismo hasta el fin de los
cinco meses. Entonces el primer ay habría de finalizar, y comenzar el segundo. Y cuando [la
trompeta d]el sexto ángel sonó, fue ordenado que se quitaran las restricciones que habían
sido impuestas sobre la nación, mediante las cuales ellos fueron restringidos en la obra de
atormentar a los hombres, y su comisión se extendió para matar a la tercera parte de los
hombres. Esa orden salió desde los cuatro cuernos del altar de oro que está delante de Dios.
“Los cuatro ángeles”, son los cuatro principales sultanatos que componen el imperio otomano,
ubicados en el país del Éufrates. Ellos habían sido restringidos; y Dios ordenó, y fueron
desatados. En el año 1449 DC, Juan Paleologus, el emperador griego, murió, pero no dejó
hijos para heredar su trono; y Constantino Deacozes fue el sucesor. Pero él no se atrevería
a ascender al trono sin el consentimiento de Amurate, el sultán tuco. Por tanto, él envió
embajadores para pedir consentimiento, y lo obtuvo, antes de presumir llamarse el soberano.
Este penoso proceder pareció presagiar la inminente caída del imperio. Ducas, el historiador,
cuenta a Juan Paleologus como el último emperador griego, porque él no consideró como tal
a un príncipe que no se había atrevido a reinar sin permiso de su enemigo. Examínese
atentamente este hecho histórico en conexión con la mencionada predicción. Esto no fue un
violento asalto hecho a los griegos, mediante el cual su imperio fue derrocado y su
independencia quitada, sino sencillamente una voluntaria rendición de esa independencia en
las manos de los turcos, al decir, “Yo no puedo reinar si tú no permites”.
James S. White, Las Trompetas del Apocalipsis, 38, 39

La aparente tranquilidad, en lo que se refiere al disminuido afán de conquista sarraceno, se


vio transformada totalmente con la llegada de los turcos otomanos, también musulmanes,
herederos del imperio selyúcida. Había terminado en tiempo de hacer sufrir sin matar, ahora
llegaba la orden de matar, bajo el segundo ay, que sería aún más atemorizante que el
primero, y el primer evento grande que verían los ojos del mundo sería la rendición de la
dinastía de los Paleólogos, la caída de la hasta entonces inexpugnable Constantinopla, y el
fin del imperio romano de oriente.

A los árabes mahometanos les sucedieron los turcos, quienes en el Siglo XI DC, después de
abrazar el islamismo, abandonaron su antigua residencia a las orillas del mar Caspio y del
Aral e irrumpieron en los territorios del califato de Bagdad. Su primer jefe se llamó Selyuk,

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que dio nombre a sus sucesores los Selyúcidas [cuyo dominio duró unos 180 años, hasta
que luego del dominio mongol, los turcos otomanos tomaran la posta]. Dominaron el Irán y la
Mesopotamia y todo el Asia Menor. Debido a esto se formaron cuatro sultanatos selyúcidas:
Alepo, lconio, Damasco y Bagdad….

Estos cuatro sultanatos estaban ubicados en la región del río Éufrates…

“y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año,
a fin de matar a la tercera parte de tos hombres”: …se soltó los cuatro ángeles para matar a
la tercera parte de los hombres por una hora, un día, un mes y un año que sumados dan 391
años y 15 días, periodo de la supremacía turca.

Este período se inicia el 17 de julio de 1449, fecha en el cual el sultán Amurate II puso en el
trono bizantino a su protegido Constantino XI, último descendiente de la familia real de los
Paleólogos.

Prácticamente el imperio romano de Oriente estaba en manos de tos turcos. Mahomet [o


Mehmet] II, hijo del anterior sultán tomó por asalto la ciudad de Constantinopla en mayo de
1453 DC, después de 8 semanas de sitio. Así terminó el Imperio Romano de Oriente.

Así como el imperio romano de Occidente comenzó con Augusto y concluyó con Augústulo,
así también Bizancio empezó con Constantino y terminó con un Constantino. Este período
que se inicia en 1449 DC con el dominio turco, como queda explicado arriba, conservó un
poder opresor durante 391 años y 15 días o sea hasta el 11 de agosto de 1840.

Ahora bien, ya en 1838 el predicador [millerita] Josiah Litch de Nueva Inglaterra, basándose
en estas indicaciones proféticas, declaró en un folleto sobre la venida de Cristo, que el 11 de
agosto de 1840 caería el poder turco [ampliaremos esto con un mayor sustento en las
siguientes citas, pues nos parece una de las mayores comprobaciones históricas del
cumplimiento de las profecías, además en tiempos contemporáneos, con una mayor
cobertura de historiadores y medios de información].

Así fue, el 11 de agosto de 1840, después de un ultimátum lanzado por la cuádruple alianza
de Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia, firmaron la convención de Londres. Por este tratado
“queda establecido el protectorado de las grandes potencias sobre Turquía”. El
acontecimiento cumplió exactamente la predicción. De esa fecha en adelante Turquía es
llamado. “El hombre enfermo de Europa”…

“y el número de los ejércitos de la caballería se contaba por centenares de millones: oí su


número” (Versión Bóver-Cantera)… “centenares de millones”, es una frase que indica un
número indefinido; y según Gibbon, se refería a las miríadas de caballos turcos que se
desparramaron por la frontera griega desde el Tauro hasta Erzurum, cubriendo una frontera
de 1.000 km de extensión…

“así vi en visión los caballos y a sus jinetes, los cuales tenían corazas de fuegos, de zafiro y
de azufre. Y las cabezas de los caballos eran cabezas de leones, y de su boca salía fuego,
humo y azufre”:…

• Como símbolos de colores, el fuego representa al rojo; al jacinto, el azul, y el azufre,


al amarillo. En la vestimenta de guerra de tos turcos predominaban esos colores. En
cuanto al rojo es un color que hasta hoy emplean los turcos como emblema nacional.
• “como cabezas de leones”: significa la fuerza y la voracidad de las tropas turcas.
• “el fuego, humo y azufre”: el uso de explosivos y armas de fuego en la guerra se
habían introducido en 1453 DC, durante la toma de Constantinopla por los turcos, y
como los soldados descargaban los mosquetes a caballo, daba la impresión de que
el humo y el azufre procedían de la boca de los caballos…

“por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres, por el fuego, el humo y el
azufre que salían de la boca. Pues el poder de los caballos estaba en su boca y sus colas;
porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con ellas dañaban”:…

• “muerta la tercera parte de gentes”: en la toma de Constantinopla, fue muerta la


“tercera parte”, es decir, la parte oriental o griega del Imperio Romano. En este suceso
memorable las armas de fuego y los cañones desempeñaron un papel decisivo.
Gibbon describe la toma de Constantinopla: “La incesante lluvia de dardos y saetas
era acompañada por el humo, el estampido y el fuego de mosquetes y cañones
...catorce baterías tronaban al mismo tiempo contra los sitios accesibles...” (Edward
Gibbon, LXVIII, 140, 141).

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• “las colas”: las colas de los caballos eran estandarte o símbolo de autoridad para los
turcos.
• “la boca”: del cañón les dio la victoria y el poder.

“y los otros hombres... no se arrepintieron...”: …precisamente porque la cristiandad


apóstata pisotea a sabiendas los Diez Mandamientos de Dios, experimentará bajo la
séptima trompeta la ira de Dios, el tercer ¡ay!
Máximo Vicuña, Interpretación Histórica del Libro de Apocalipsis, 77-79

Como hemos citado líneas arriba, Josiah Litch, un predicador episcopal metodista, asociado
a William Miller en el despertar adventista, publico en 1838 DC (cuando tenía 29 años) un
opúsculo sobre la segunda venida de Cristo donde anunciaba en base a sus cálculos
proféticos que el imperio turco perdería su poder en 1840 DC. El cumplimiento de la audaz
interpretación de Litch fue reconocido y confirmado por la Sierva del Señor.

En 1840 DC otro notable cumplimiento de la profecía despertó interés general. Dos años
antes, Josías Litch, uno de los principales ministros que predicaban el segundo advenimiento,
publicó una explicación del capítulo noveno del Apocalipsis, que predecía la caída del imperio
otomano. Según sus cálculos esa potencia sería derribada “en el año 1840 de Jesucristo,
durante el mes de agosto”; y pocos días antes de su cumplimiento escribió: “Admitiendo que
el primer período de 150 años se haya cumplido exactamente antes de que Deacozes subiera
al trono con permiso de los turcos, y que los 391 años y quince días comenzaran al terminar
el primer período, terminarán el 11 de agosto de 1840 DC, día en que puede anticiparse que
el poder otomano en Constantinopla será quebrantado. Y esto es lo que creo que va a
confirmarse”. Josías Litch, Signs of the Times, and Expositor of Prophecy, 10 de agosto
de 1840.

En la fecha misma que había sido especificada, Turquía aceptó, por medio de sus
embajadores, la protección de las potencias aliadas de Europa, y se puso así bajo la tutela
de las naciones cristianas. El acontecimiento cumplió exactamente la predicción… Cuando
esto se llegó a saber, multitudes se convencieron de que los principios de interpretación
profética [historicismo] adoptados por Miller y sus compañeros eran correctos, con lo que
recibió un impulso maravilloso el movimiento adventista. Hombres de saber y de posición
social se adhirieron a Miller para divulgar sus ideas, y de 1840 a 1844 DC la obra se extendió
rápidamente.
Ellen G. White, El Conflicto de los Siglos, 382, 383

Los métodos de guerra cambiarían drásticamente en la época de la caída de Constantinopla


cuyas murallas se consideraban inexpugnables. La aparición de la pólvora, los mosquetes y
sobre todo los grandes cañones otomanos transformarían el oficio de la guerra de manera
notable. Pero también acrecentarían los temores de Europa frente a un poder menos
condescendiente, los turcos otomanos.

“El primer ay iba a continuar desde el nacimiento del mahometismo hasta el fin de los cinco
meses. Terminaría entonces y empezaría el segundo ay. Y cuando el sexto ángel tocó la
trompeta, le fué ordenado que quitase las restricciones que habían sido impuestas a la nación
para que se limitase a atormentar a los hombres; y su comisión se extendió a matar la tercera
parte de los hombres. Esta orden procedió de los cuatro cuernos del altar de oro”.

Los cuatro ángeles. Estos son los cuatro principales sultanatos que componían el Imperio
Otomano, situados en la región regada por el Éufrates. Estos sultanatos tenían su sede en
Alepo, Iconio, Damasco y Bagdad. Antes habían tenido restricciones; pero Dios dio una orden
y se vieron sueltos. Hacia fines de 1448 DC, al acercarse el final del período de 150 años,
Juan Paleólogo murió sin dejar hijo que le sucediese en el trono del Imperio Oriental. Su
hermano Constantino, sucesor legítimo, no se atrevió a subir al trono sin el consentimiento
del sultán turco. Por lo tanto, fueron enviados embajadores a Andrinópolis, recibieron la
aprobación del sultán, y volvieron con presentes para el nuevo soberano. A principios de 1449
DC, en tan ominosas circunstancias, fué coronado el último de los emperadores griegos.

Así relata el caso el historiador Gibbon en su obra monumental: “a la muerte de Juan


Paleólogo, …la familia real, por la muerte de Andrónico, y la profesión monástica de Isidoro,
se vio reducida a tres príncipes: Constantino, Demetrio y Tomás, hijos sobrevivientes del
emperador Manuel. El primero y el último de éstos se hallaban lejos en Morea… La emperatriz
madre, el senado y los soldados, el clero y el pueblo, se mostraron unánimes en favor del
sucesor legítimo; y el déspota [era un título de gobernante] Tomás, quien, ignorando el
cambio, volvió accidentalmente a la capital, se puso a defender con celo apropiado los
intereses de su hermano ausente. Nos dice el historiador Franza que un embajador fué
enviado inmediatamente a la corte de Andrinópolis. Amurate le recibió con honores y lo

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despidió con regalos; pero la misericordiosa aprobación del sultán turco anunció su
supremacía, y la caída inminente del Imperio Oriental. Las manos de los ilustres diputados
colocaron en Esparta la corona imperial sobre la cabeza de Constantino”.

“Examínese cuidadosamente este hecho histórico en relación con la predicción ya dada. No


fué un asalto violento lanzado contra los griegos, que derribó su imperio o les quitó su
independencia, sino simplemente una entrega voluntaria de esa independencia en manos de
los turcos, al decir: no puedo reinar a menos que me lo permitáis”.

Los cuatro ángeles fueron soltados para una hora, un día, un mes y un año, con autorización
de matar la tercera parte de los hombres. Este período durante el cual debía ejercerse la
supremacía otomana, suma 391 años y quince días. Se llega así a ese resultado: Un año
profético son 360 días, o 360 años literales; un mes profético son 30 días, o 30 años literales;
un día profético es un año literal; y una hora o 1/24 de día profético es 1/24 de año, o sea
medio mes literal, lo cual da un total de 391 años y 15 días.

“Pero, aunque los cuatro ángeles fueron así soltados por la voluntaria sumisión de los griegos,
otra suerte infortunada aguardaba la sede del imperio. Amurate, el sultán al cual se presentó
la sumisión de Bracoses, y por cuyo permiso reinó en Constantinopla, no tardó en morir y le
sucedió en el imperio, en 1451 DC, Mahoma [Mehmet] II, quien pronto codició a
Constantinopla y resolvió hacerla su presa”.

”Por consiguiente hizo preparativos para


sitiar la ciudad y tomarla. El sitio empezó
el 6 de abril de 1453, y terminó con la
toma de la ciudad y la muerte del último
de los Constantinos, el 16 de mayo
siguiente. Y la ciudad oriental de los
Césares pasó a ser sede del Imperio
Otomano”.

Las armas y los métodos de guerrear que


se usaron en el sitio que hizo caer a
Constantinopla y la redujo a sujeción
habían sido notados distintamente, como
veremos, por el profeta…

“Y el número del ejército de los de a


caballo era doscientos millones. Y oí el
número de ellos”. ¡Innumerables hordas
de caballos y sus jinetes! Gibbon describe
como sigue la primera invasión de los
territorios romanos por los turcos: 'Las miríadas de los turcos cubrían una frontera de mil
kilómetros, desde el Tauro hasta Erzerum, y la sangre de 130.000 cristianos fué el sacrificio
grato al profeta árabe'. El lector debe juzgar si el número está destinado a impartir la idea de
una cifra exacta. Algunos suponen que lo que se quiere decir es dos veces 200.000 y luego,
siguiendo a algunos historiadores, encuentran que tal era el número de los guerreros turcos
que participaron en el sitio de Constantinopla. Algunos piensan que 200.000.000 es el número
de todos los guerreros turcos que hubo durante los 391 años y quince días de su triunfo sobre
los griegos”. Nada se puede afirmar sobre el punto, ni es esencial tampoco…

“Y así vi los caballos en visión, y los que sobre ellos estaban sentados, los cuales tenían
corazas de fuego, de jacinto, y de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas
de leones; y de la boca de ellos salía fuego y humo y azufre”. La primera parte de la
descripción puede referirse al aspecto de esos jinetes. En cuanto a su color, el fuego es rojo,
pues se dice comúnmente “rojo como el fuego”; el jacinto es azul; y el azufre amarillo. Tales
eran los colores que predominaban en la indumentaria de esos guerreros; de manera que la
descripción correspondería exactamente al uniforme de los turcos, que se compone
mayormente de rojo, o escarlata, azul y amarillo. Las cabezas de los caballos tenían
apariencia de cabezas de leones, para denotar su fuerza, su valor y su ferocidad; mientras
que la última parte del versículo se refiere indudablemente al uso de la pólvora y las armas
de fuego para los fines bélicos, pues dicho uso acababa de iniciarse. Mientras los turcos
descargaban sus armas de fuego desde el lomo de sus caballos, ello daba a quien los miraba
de lejos, la impresión de que salía fuego, humo y azufre de la boca de los caballos.

Los comentadores concuerdan en que la profecía relativa al fuego, el humo y el azufre se


aplica al empleo de la pólvora por los turcos en su guerra contra el Imperio Oriental. Pero
aluden generalmente tan sólo a los grandes cañones empleados por aquella potencia;

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mientras que la profecía menciona especialmente los “caballos” y el fuego que “salía de la
boca de ellos”, como si se usaran armas más pequeñas, y eso desde arriba del caballo.
Barnes piensa que tal era el caso; y una declaración de Gibbon confirma la opinión. Dice él:
“Las incesantes andanadas de lanzas y saetas iban acompañadas del humo, el ruido y el
fuego de sus mosquetes y cañones”. Tenemos aquí una buena evidencia de que los turcos
usaban mosquetes; y en segundo lugar es indisputable que en su método general de guerrear
peleaban principalmente a caballo. Halla entonces apoyo la inferencia de que usaban armas
de fuego a caballo y cumplían con exactitud la profecía según la ilustración ya aludida.

Acerca del uso de las armas de fuego por los turcos en su campaña contra Constantinopla,
Elliott tiene esto que decir: “Al 'fuego y humo y azufre', a la artillería y las armas de fuego de
Mahoma, se debió la matanza del tercio de los hombres, es decir, la toma de Constantinopla,
y por consecuencia la destrucción del Imperio Griego. Más de 1.100 años habían transcurrido
desde su fundación por Constantino. Durante ese lapso, los godos, los hunos, los ávares, los
persas, los búlgaros, los sarracenos, los rusos y aun los mismos turcos otomanos habían
lanzado contra ella sus asaltos hostiles o la habían sitiado. Pero las fortificaciones les
resultaron inexpugnables. Constantinopla sobrevivió, y con ella el Imperio Griego. De ahí la
ansiedad que sentía el sultán Mahoma por hallar algo que eliminara el obstáculo. Preguntó
al fundidor de cañones que desertó y se pasó a su lado: '¿Puedes fundirme un cañón de
tamaño suficiente para derribar la muralla de Constantinopla?' Entonces se estableció la
fundición de Andrinópolis, se fundió el
cañón, se preparó la artillería, y el sitio
empezó”.

“Merece observarse cómo Gibbon,


siempre comentador inconsciente de la
profecía apocalíptica, coloca en primer
plano de su cuadro este nuevo
instrumento de guerra, en su elocuente y
vívida narración de la catástrofe final del
Imperio Griego. En su preparación para
ello, da la historia de la reciente invención
de la pólvora, 'aquella mezcla de salitre,
azufre y carbón de leña'; habla, como ya
se ha dicho, de la fundición de cañones
en Andrinópolis; luego, en el progreso del
sitio, describe cómo 'las andanadas de
lanzas y saetas iban acompañadas del
humo, el ruido y el fuego de los
mosquetes y los cañones'; cómo 'la larga
hilera de la artillería turca apuntaba contra las murallas, y tronaban catorce baterías a la vez
contra los lugares más accesibles'; cómo 'las fortificaciones que habían resistido durante
siglos a la violencia hostil fueron desmanteladas por todos lados por los cañones otomanos,
se abrieron muchas brechas, y cerca de la puerta de San Román, cuatro torres fueron
niveladas a ras del suelo'; cómo 'desde las líneas, las galeras y el puente, la artillería otomana
tronaba de todos lados, y tanto el campo como la ciudad, los griegos como los turcos, se
veían envueltos en una nube de humo, que sólo podía ser disipada por la liberación final o la
destrucción del Imperio Romano'; y cómo finalmente al precipitarse los sitiadores por las
brechas, 'Constantinopla quedó irremisiblemente subyugada, su imperio subvertido y su
religión pisoteada en el polvo por los conquistadores musulmanes'. Digo que merece
observarse cuán señalada y vívidamente Gibbon atribuye la toma de la ciudad y así la
destrucción del imperio, a la artillería otomana. Porque ¿ qué hace él si no un comentario de
las palabras de la profecía? 'De estas tres plagas fué muerta la tercera parte de los hombres:
del fuego, y del humo, y del azufre, que salían de la boca de ellos”…

“De estas tres plagas fué muerta la tercera parte de los hombres: del fuego, y del humo, y del
azufre, que salían de la boca de ellos. Porque su poder está en su boca y en sus colas:
porque sus colas eran semejantes a serpientes, y tenían cabezas, y con ellas dañan”. Este
versículo expresa el efecto mortífero del nuevo método de guerrear. Mediante esos tres
agentes: la pólvora, las armas de fuego portátiles y los cañones, fué vencida finalmente
Constantinopla y entregada en manos de los turcos.

Además del fuego, el humo y el azufre que parecían salir de sus bocas, se dice que su poder
estaba también en sus colas. El significado de la expresión parece ser que las colas de los
caballos eran el símbolo o emblema de su autoridad. Es un hecho notable que la cola de
caballo es un bien conocido estandarte turco, el símbolo de un cargo y autoridad. La imagen
que vio Juan parece haber consistido en caballos que lanzaban fuego y humo y, lo que era
igualmente extraño, vio que su poder de esparcir desolación estribaba en la cola de los

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caballos. Cualquiera que mirase un cuerpo de caballería con tales estandartes o enseñas se
sorprendería de esta apariencia insólita o notable, y hablaría de sus banderas como de lo
que concentraba y dirigía su poder.

Esta supremacía de los mahometanos sobre los griegos iba a continuar, como ya se ha
indicado, 391 años y quince días. “Comenzando en el momento en que terminaron los 150
años, en 1449 DC, el período había de terminar el 11 de agosto de 1840 DC. A juzgar por la
manera en que comenzó la supremacía otomana, a saber por un reconocimiento voluntario
de parte del emperador griego de que sólo reinaba por permiso del sultán turco, habríamos
de concluir naturalmente que la caída o desaparición de la independencia turca se habría de
producir de la misma manera; y que al fin del período especificado [es decir, el 11 de agosto
de 1840 DC] el sultán habría de entregar voluntariamente su independencia en las manos de
las potencias cristianas”, exactamente como, 391 años y quince días antes, la había recibido
de manos del emperador cristiano Constantino XI.

Esta fué la aplicación que dio a la profecía Josías Litch y la conclusión a la cual llegó en 1838
DC, dos años antes que ocurriera el suceso que esperaba. Predijo en dicho año que la
potencia turca caería “en algún momento del mes de agosto de 1840 DC”; pero pocos días
antes del cumplimiento de la profecía concluyó más definidamente que el período concedido
a los turcos acabaría el 11 de agosto de 1840 DC. Era un cálculo puramente basado en los
períodos proféticos de la Escritura. Es propio preguntarse si los sucesos se verificaron de
acuerdo con los cálculos. El asunto se resume como sigue: ¿Cuándo terminó la
independencia mahometana en Constantinopla? Desde varios años antes de 1840 DC, había
estado el sultán envuelto en una disputa con Mehemet Alí, bajá de Egipto. “En 1838 DC
habría habido guerra entre el sultán y su vasallo egipcio, si no hubiese refrenado a éste la
influencia de los embajadores extranjeros… En 1839 DC comenzaron de nuevo las
hostilidades y siguieron hasta que en una batalla general entre los ejércitos del sultán y
Mehemet, el ejército del sultán fué completamente destrozado y su flota capturada por
Mehemet y llevada a Egipto. Tan completamente quedó reducida la flota del sultán que
cuando comenzaron las hostilidades en agosto, sólo tenía dos barcos de primera línea y tres
fragatas como tristes restos de lo que había sido una vez la poderosa flota turca. Mehemet
se negaba positivamente a devolver dicha flota al sultán, y declaró que, si las potencias
procuraban quitársela, la quemaría. Así estaban las cosas cuando, en 1840 DC, Inglaterra,
Rusia, Austria y Prusia intervinieron y resolvieron arreglar la dificultad; porque era evidente
que, si se lo dejaba hacer, Mehemet no tardaría en ser dueño del trono del sultán”.

El sultán aceptó esta intervención de las grandes potencias, y así entregó voluntariamente la
cuestión a sus manos. Se celebró una conferencia de las potencias en Londres, con la
asistencia del jeque Effendi Bey Likgis como plenipotenciario turco. Se preparó, para
presentarlo al bajá de Egipto, un acuerdo por el cual el sultán le ofrecería el gobierno
hereditario de Egipto, y toda la parte de Siria que se extiende desde el golfo de Suez hasta
el lago de Tiberíades, juntamente con la provincia de Acre, por toda su vida. Por su parte, él
habría de evacuar todas las regiones de los dominios del sultán que ocupaba entonces, y
devolver la flota otomana. En caso de negarse a aceptar el ofrecimiento del sultán, las cuatro
potencias tomarían el asunto entre sus manos, y usarían los medios que juzgaran
convenientes para imponerle condiciones.

Es obvio que tan pronto como este ultimátum fuese entregado a Mehemet Alí, bajá de Egipto,
el asunto escaparía para siempre del control del sultán, y la disposición de sus asuntos estaría
desde entonces en las manos de las potencias extranjeras. El sultán envió a Rifat Bey a
Alejandría en un vapor del gobierno, para que comunicase el ultimátum a Mehemet Alí. Dicho
ultimátum le fué entregado el día 11 de agosto de 1840 DC. El mismo día, en Constantinopla,
el sultán dirigió una nota a los embajadores de las cuatro potencias para preguntarles qué
plan debía adoptarse en caso de que el bajá se negase a cumplir las condiciones del
ultimátum, a lo cual contestaron ellos que habían sido tomadas las medidas necesarias, y
que no tenía necesidad de alarmarse acerca de cualquier contingencia que pudiera
presentarse.

Las siguientes citas comprueban los hechos: “Por el vapor francés del 24, hemos recibido
noticias de Egipto fechadas el 16. No revelan alteración en la resolución del bajá. Confiado
en el valor de su ejército árabe y en la fuerza de las fortificaciones que defienden su capital,
parece resuelto a atenerse a la última alternativa; y como es ahora inevitable que se recurra
a ella puede considerarse como perdida toda esperanza de que el asunto se arregle sin
derramamiento de sangre. Inmediatamente después de la llegada del vapor 'Cyclops' con las
noticias de la convención de las cuatro potencias, se dice que Mehemet abandonó Alejandría
e hizo una corta gira por el Bajo Egipto. El objeto de su ausencia en tal momento era en parte
evitar las conferencias con los cónsules europeos, pero principalmente procurar despertar
con su presencia el fanatismo de las tribus beduinas y facilitar el reclutamiento de nuevas

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fuerzas. Durante el intervalo de su ausencia, el vapor del gobierno turco, que había llegado
a Alejandría el día 11, con el enviado Rifat Bey a bordo, estuvo, por sus órdenes, en
cuarentena, y no fué liberado de ella hasta el 16. Sin embargo, antes de la salida del barco,
y en el mismo día en que se le dio práctica, el ya nombrado funcionario tuvo una audiencia
con el bajá y le comunicó la orden del sultán con respecto a la evacuación de las provincias
sirias, y se fijó otra audiencia para el día siguiente cuando en presencia de los cónsules de
las potencias europeas, recibiría de él su respuesta definitiva, y le informaría de cuál era la
alternativa si rehusaba obedecer, dándole los diez días que le concedía la convención para
decidir la conducta que considerara propio seguir”.

El corresponsal del Morning Chronicle, de Londres, en una comunicación fechada


“Constantinopla, el 12 de agosto de 1840 DC”, dice: “Poco puedo añadir a mi última carta con
respecto a los planes de las cuatro potencias; y creo que los detalles que les di entonces
componen todo lo que se ha decidido hasta aquí. La porción del bajá, como lo expuse
entonces, no se ha de extender más allá de la línea de Acre, y no incluye Arabia ni Candia.
Egipto sólo ha de ser hereditario en su familia, y la provincia de Acre se ha de considerar
como un bajalato que será gobernado por su hijo mientras viva, pero dependerá después de
la voluntad de la Puerta; y aun esto último se le concederá con tal que acepte estas
condiciones y entregue la flota otomana dentro de un plazo de diez días. En caso de que no
lo haga, este bajalato será suprimido. Se le ofrecerá entonces solamente el Egipto, con otros
diez días para deliberar antes de emplear la fuerza contra él. Sin embargo, la manera en que
se emplearía la fuerza, si se negara a cumplir las condiciones, si se bloquearía simplemente
la costa, o si se bombardearía su capital y se atacarían sus ejércitos en las provincias sirias,
es lo que queda por saberse; ni tampoco ilumina en lo mínimo este punto una nota entregada
ayer por los cuatro embajadores, en respuesta a una pregunta que les hizo la Puerta acerca
del plan que se adoptaría en tal caso. Declara simplemente que se han tomado las medidas
necesarias, y que el Diván no necesita alarmarse acerca de cualesquiera contingencias que
pudieran presentarse después”.

Analicemos las citas que anteceden:

Primero. El ultimátum llegó a Alejandría el 11 de agosto de 1840.

Segundo. La carta del corresponsal del Morning Chronicle, de Londres, lleva la fecha del
12 de agosto de 1840.

Tercero. El corresponsal declara que la pregunta de la Sublime Puerta fué presentada


a los representantes de las cuatro grandes potencias, y la respuesta se recibió
“ayer”. Así que, en su propia capital, “ayer” la Sublime Puerta se dirigió a los
embajadores de las cuatro potencias cristianas de Europa para saber qué
medidas se habían tomado con referencia a una circunstancia que afectaba
vitalmente su imperio; y se le dijo que se habían “tomado las medidas
necesarias”, pero no pudo saber cuáles eran; aunque se le comunicó que no
necesitaba alarmarse “acerca de cualesquiera contingencias que pudieran
presentarse”.

Desde aquel día, “ayer”, que era el 11 de agosto de 1840, las cuatro potencias cristianas de
Europa, y no la Sublime Puerta, iban a manejar las tales contingencias.

El 11 de agosto de 1840 terminó el plazo de 391 años y quince días concedido para la
duración del poder otomano; y ¿qué sucede con la independencia del sultán? Desaparece.
¿A qué manos pasa la supremacía del Imperio Otomano? A las de las cuatro grandes
potencias; y ese imperio ha continuado existiendo desde entonces tan sólo por tolerancia de
esas potencias cristianas. Así se cumplió la profecía al pie de la letra.

Desde que se publicó por primera vez el cálculo relativo a este asunto en 1838 DC, como se
ha referido ya, miles de personas observaron con interés el momento fijado para el
cumplimiento de la profecía. Cuando ésta se cumplió con exactitud en el acontecimiento
mencionado y se demostró correcta la aplicación que se había dado a la profecía, ello dio
gran ímpetu al gran movimiento adventista que comenzaba a atraer la atención del mundo…

“Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, aún no se arrepintieron de las
obras de sus manos, para que no adorasen a los demonios, y a las imágenes de oro, y de
plata, y de metal, y de piedra, y de madera; las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar: y no se
arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos”.
Dios quiere que los hombres tomen nota de sus juicios y aprendan las lecciones que con ellos
quiere enseñarles. Pero ¡cuán tardos son en aprender, y cuán ciegos a las indicaciones de la
Providencia! Los sucesos que ocurrieron mientras tocaba la sexta trompeta constituyeron el

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segundo ay, y sin embargo esos castigos no indujeron a los hombres a mejorar su conducta
y moralidad. Los que escaparon no aprendieron nada de su manifestación en la tierra.

Las hordas de sarracenos y turcos fueron soltadas sobre la cristiandad apóstata como azote
y castigo. Los hombres sufrieron el castigo, pero no aprendieron lección alguna de él.
Uriah Smith, Apocalipsis, 101-107

Vemos que una vez más, en la exposición de Treiyer se retoma el hecho que esta trompeta
suena, igual que las anteriores, como consecuencia del simbólico clamor de los mártires y
como una respuesta a su razonable reclamación de justicia.

Una vez más se revela la conexión del clamor de los santos de debajo del altar, según lo
reveló el quinto sello, con el juicio de las trompetas, especialmente en este caso, pues la voz
del juicio proviene del “altar de oro que estaba delante de Dios” (Apocalipsis 9: 13). La misión
destructiva de este juicio, que contrasta con la característica enmarcada dentro de los cinco
meses de la trompeta precedente, se ve en la orden dada esta vez “de matar a la tercera
parte de los hombres” (Apocalipsis 9: 15).

El número impresionante de ejércitos musulmanes es dado simbólicamente: doscientos


millones (Apocalipsis 9: 16). Así como el número del último ejército del Señor, del Israel
espiritual, 144.000, es simbólico, debe esperarse que este ejército destructor que Dios
levanta para castigar al anticristo, sea también simbólico. En este caso, el número doscientos
millones revela una cifra impresionante, tan imponente, que nunca antes se vio una
avalancha de semejante magnitud. La historia cuenta que “las miríadas de los turcos cubrían
una frontera de mil kilómetros, desde el Tauro hasta Erzerum, y la sangre de 130.000
cristianos fue el sacrificio grato al profeta árabe”.

El parentesco entre la quinta y sexta trompetas es admirable, pues ambos invasores son
descriptos como montando sobre caballos (Apocalipsis 9: 7, 9, 17, 19). Esto nos lleva a
tener que admitir que la segunda invasión debía provenir también, en principio, del mundo
oriental. No obstante, no se describe a ambos poderes de una manera idéntica, lo que hace
suponer que se trataría de otro imperio. En la quinta trompeta, las langostas se asemejan a
los caballos y a sus jinetes [la cabeza], y a escorpiones [la cola]; mientras que, en la sexta,
los caballos sobre los cuales van los jinetes, se parecen en parte a leones [la cabeza], y en
parte a serpientes [la cola] (Apocalipsis 9: 7-10, 17-19).

Todas estas descripciones tienen el propósito de hacer resaltar las distintas cualidades que
ejercieron ambos poderes, sin dejar de revelar sus semejanzas. Efectivamente, como se verá
en nuestro estudio, la segunda invasión significativa que rompió la hegemonía que se
buscaba en Europa provino siglos más tarde de nuevo del mundo musulmán, ya no de los
sarracenos, sino de los turcos otomanos.

La razón del castigo.

Que se trata de un castigo divino en contra del anticristo, se ve nuevamente por el hecho de
que este ejército opresor está contenido “junto al río Éufrates” (Apocalipsis 9: 14). En otras
palabras, una vez que desbordasen sus fronteras estas hordas innumerables, caerían
terriblemente sobre los dominios de Babilonia, sobre la mujer simbólica que representa a la
iglesia apóstata y ramera, la Roma cristiana (Apocalipsis 17-18), matando “la tercera parte
de los hombres” (Apocalipsis 9: 15, 18). La razón del juicio se da con precisión. Dios castiga
al cristianismo apóstata por su idolatría, sus homicidios, hechicerías, hurtos y fornicación
(Apocalipsis 9: 20, 21).

La adoración o veneración de imágenes, ya sea a través de iconos o estatuillas, es una


característica sobresaliente de la iglesia cristiana de oriente (Constantinopla), tanto como de
occidente (Roma). La profecía destaca el espíritu de intolerancia y persecución del anticristo,
llevando a millones a la hoguera, al cadalso y a toda forma de tortura durante el período de
supremacía del anticristo (Daniel 7: 25; 8: 13, 24, 25; 9: 27; 11: 33, 35; 12: 7; Apocalipsis
11 : 2, 3; 12: 6, 13-15; 13: 5-7; 17: 6; 18: 24). De allí es que el período de su supremacía fue
caracterizado por el Señor como el período de “gran tribulación” (Mateo 24: 21, 29;
Apocalipsis 7: 14).

Las hechicerías y toda clase de supersticiones que se levantaron durante esa época de “gran
tribulación” para engrandecer el poder político y religioso de Roma, contribuyeron a que el
período de oscuridad que caracterizó a la Edad Media perdurase durante tanto tiempo.
Además de los documentos que se habían inventado en los siglos anteriores para darle al
papado una supremacía “legal”, como el de “la [falsa] donación de Constantino”, las falsas
decretales, etc. (véase Daniel 8: 25), se incrementó entre los Siglos XII y el XIII DC con el

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valor político de la doctrina del purgatorio, con el propósito de aterrorizar a las masas en
contra de los herejes. En efecto, todos los escritos del purgatorio de este período, tuvieron
una “característica en común: todos estaban involucrados en las batallas de la Iglesia en
contra de los herejes, y usaban la nueva doctrina del Purgatorio como un arma en esta lucha”.

Fue así como mediante numerosas mentiras semejantes, llamadas por muchos “piadosas”
porque pretendían hacer un bien a la causa que consideraban justa, el obispo de Roma se
apropió de la cristiandad y hurtó de esta forma el poder espiritual del “príncipe de los ejércitos”
y sumo sacerdote del santuario celestial, para establecerse en forma impostora como su
presunto vicario en la tierra (Daniel 8: 11, 12; 11: 31, 36-39; Apocalipsis 13: 4-8; 2
Tesalonicenses 2: 3-12). Su fornicación se ve en la unión ilícita que buscó con los reyes de
la tierra (Apocalipsis 17: 1-5, 9, 18), debiendo ser en realidad “la novia del Cordero”
(Apocalipsis 19: 7, 8). Con esta unión logró exterminar y masacrar mediante torturas
pavorosas a millones de cristianos que se levantaron contra tamaña impostura, declarando
que la única cabeza y fundamento de la iglesia es Cristo, y que los santos no recibirán ni
castigo ni recompensa hasta después del juicio final.

Las “plagas” o medios divinos del castigo con los que se mataría a los hombres.

Ya se ha visto que los ángeles, buenos o malos, son identificados a menudo en la Biblia con
los representantes terrenales. Ellos son la contraparte espiritual o celestial que busca
representar en la tierra su carácter y su misión. Esta es la razón por la cual “los cuatro ángeles
que están atados junto al gran río Éufrates”, han sido interpretados como siendo los cuatro
sultanatos principales que componían el imperio Otomano. Ellos eran el de Alepo, Iconio,
Damasco y Bagdad.

El simbolismo de los colores reflejados por el fuego (rojo), el zafiro (azul) y el azufre (amarillo),
se vio correspondido perfectamente en la armadura del ejército musulmán. Los caballos
cuando son montados, revelan el temperamento de sus jinetes (cf. 2 Reyes 9: 20). Las
caballerías de los árabes, tan famosas por su fiereza, están representadas también en la
profecía como señalando a lo vivo el carácter terrible de sus jinetes.

Pero lo que llama más la atención es que, a diferencia de los ejércitos sarracenos que se
describen en la quinta trompeta, aquí se declara que la plaga que mataba a los hombres en
este juicio, provenía de la boca de los caballos, de donde “salían fuego, humo y azufre”
(Apocalipsis 9: 17, 18). En efecto, los sarracenos de la quinta trompeta no contaron con la
pólvora que ya se había inventado para el tiempo de los turcos otomanos de la sexta
trompeta, quienes la introdujeron de China a occidente. No sólo poseían grandes cañones,
sino como dice el famoso historiador Gibbon: “las incesantes andanadas de lanzas y saetas
iban acompañadas del humo, el ruido y el fuego de sus mosquetes y cañones”. Como el
caballo continuó siendo su principal medio de transporte en la batalla, la figura pinta a lo vivo
cómo salía de su boca “fuego, humo y azufre”.

“Así vi en visión los caballos y a sus jinetes, los cuales tenían corazas de fuego, de zafiro y
de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de su boca salían
fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres; por
el fuego, el humo y el azufre que salían de su boca. Pues el poder de los caballos estaba en
su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas, y con
ellas dañaban” (Apocalipsis 9: 17-19).

El período de tiempo acordado.

El período de tiempo determinado para matar una porción del mundo cristiano, no sólo del
Oriente, sino también del Occidente, es de 391 años -un día, un mes, y un año profético
(Apocalipsis 9: 15) [como verá Treiyer no considera que la “hora” deba ser parte del cómputo
del tiempo total de dominio otomano y tiene en cambio una interpretación de los 391 años
que no deja de ser interesante]. El hecho de que la “hora” tiene aquí, diferente a las otras
especificaciones de tiempo, un artículo definido, y está precedido por la preposición eis,
“para”, a lo que siguen los otros nombres o sustantivos en acusativo, permite concluir que el
tiempo indicado no es puntual, sino que denota duración de tiempo. De esta forma, la
traducción correcta sería: “y fueron soltados los cuatro ángeles que habían sido retenidos
listos para esta hora (de juicio): aún un día, un mes, y un año” (Apocalipsis 9: 15).

El uso en Apocalipsis y en el Nuevo Testamento de la palabra jóra, “hora”, confirma esta idea
de duración de tiempo, que no se limita necesariamente a la veinticuatroava parte del día, ni
tampoco se refiere a un período profético enmarcado dentro del principio bíblico de día por
año (véase Apocalipsis 14: 7). Se habla, por ejemplo, de la “hora de tentación” (Apocalipsis
3: 10); “una hora con la bestia” (17: 12); “qué hora” (3: 3); “en la hora” (18: 10, 17, 19); “en

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esta hora” (Mateo 10: 19). Todas estas expresiones son equivalentes al uso de otras palabras
que hablan de “estación” (Juan 5: 35; Filemón 1: 15), “tiempo” (1 Corintios 4: 11), “instante”
(Levítico 2: 38), etc., y se refieren a un período de tiempo que puede ser largo o corto, según
el contexto. En este caso, la hora comprende todo el período de juicio de la sexta trompeta,
es decir, 391 años.

El período histórico envuelto en el contexto de esta invasión islámica anunciada en la sexta


trompeta, ha sido tan claro a los intérpretes historicistas de la profecía, que ya desde el Siglo
XVIII DC, un número considerable de autores indicaron su comienzo, y predijeron su final con
un tiempo considerable de anticipación. El período determinado para este juicio se inició con
la caída de Constantinopla, (la antigua capital del imperio romano oriental que debió sufrir la
presión musulmana durante ocho siglos, y cuya caída terminó con el imperio Bizantino), y
concluyó en 1844 DC, cuando el Gran Visir Mustafa Reshid Pasha de Turquía firmó la Ley
de Apostasía, que permitía a un musulmán cambiar de religión sin ser matado (cf.
Apocalipsis 9: 15).

Se establecía, de esta manera, que el cristianismo no sería más insultado, ni nadie más
perseguido por su religión en sus dominios. Las fechas exactas son: 26 de Marzo de 1453
DC -comienzo del asedio que culminó con la caída de Constantinopla el 29 de Mayo de 1453
DC-, hasta el 21 de Marzo de 1844
DC, cuando la reforma del
gobierno turco terminó oficialmente
con su actitud mortífera contra los
cristianos. Era justamente esta
característica de destruir y matar
en relación con los cristianos sobre
quienes cae el juicio, la que
marcaba el contraste entre la
primera parte de la quinta trompeta
y la sexta.

Estas fechas permiten, a su vez,


asociar la sexta trompeta con la
profecía de los 2.300 días que
culminaba también en 1844 DC.
Mientras que Daniel anunciaba la
purificación o vindicación del
santuario en donde “el Príncipe de
los Ejércitos” efectuaba su tamíd o
“continuo” ministerio sacerdotal en
el santuario celestial, Juan pudo
ver con la conclusión de la sexta trompeta, y la iniciación de la séptima, que “el templo de
Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto [en donde el sumo sacerdote efectuaba la
purificación del santuario] se veía en el templo” (Apocalipsis 11: 19). Es entonces que tiene
lugar la siguiente “hora de ... juicio”, la final, que concierne a todas las naciones (Apocalipsis
11: 15-19; 14: 7).

Consecuencias de las invasiones turcas otomanas.

Esta segunda invasión musulmana, ahora empuñada por los turcos otomanos, se da “en el
momento en que las monarquías electivas aspiraban a constituir, por encima de los inestables
estados [europeos], vastos imperios dinásticos...” Pero no podían unirse. “Francia e Inglaterra
habían reanudado su interminable guerra, Bohemia y la caballería alemana no se habían
repuesto todavía de los trastornos husitas y la Iglesia se hallaba hondamente perturbada por
la pugna entre papas y concilios”.

“El emperador de Oriente Juan VIII, con un séquito de setecientos prelados y doctores
griegos, intentó en el año 1439 DC ofrecer al pontífice romano el retorno de la Iglesia griega
al regazo de su autoridad”, a condición de obtener ayuda de occidente frente a los turcos
invasores. La misiva no tuvo éxito, porque el pueblo de Constantinopla se opuso, prefiriendo
someterse al Islam antes que al obispo de Roma. “Aquel mismo año, la Providencia asestaba
a la Cristiandad otro desastre: el emperador Alberto de Austria, salido al encuentro del ejército
otomano que invadía Hungría, caía en el campo de batalla”.

Poco más tarde, mientras “la oleada turca, después de haber arrasado la civilización en Asia,
acababa de anegar el último vestigio del imperio de los césares” mediante la toma de
Constantinopla; Federico III, emperador de Austria, aspiraba a establecer un imperio
universal para regir el mundo. Pero todo intento por restablecer la hegemonía universal en

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Occidente estaba destinado a fracasar. Los reyes y los papas no podían ponerse de acuerdo
sobre el reparto de la autoridad, y dejaban así a Europa “dividida frente a los turcos”.

Con respecto al valor de la amenaza turca que se cernía constantemente en esta época sobre
Occidente, más de un autor se ha preguntado qué hubiera sido de la Reforma y de la
consiguiente libertad de conciencia obtenida más tarde, si no hubiese sido por la necesidad
de postergar los debates religiosos, con el propósito de aunar los esfuerzos en contra del
avance musulmán. Los musulmanes llegaron a “cubrir casi la mitad de Europa” oprimiendo a
los cristianos. “Vez tras vez había parecido inevitable la inmediata destrucción de los que se
atrevían a oponerse a Roma; pero, en el momento crítico, aparecían los ejércitos de Turquía
en las fronteras del oriente... y de esta manera, entre el tumulto y las contiendas de las
naciones la Reforma había podido extenderse y fortalecerse”.

En ese tiempo encontramos el intento de Carlos V y el papado por restaurar el imperio, pero
la unidad de Europa no fue posible, debido entre otras cosas, a que los príncipes protestantes
no se sometieron al emperador en sus intentos de aplastar la Reforma. Lutero mismo, así
como muchos otros reformadores, pudieron ver en estas invasiones islámicas, el castigo de
Dios en contra del papado según lo profetizado en la quinta y sexta trompetas.

En otras palabras, la quinta y sexta trompetas muestran que Dios intervino durante la Edad
Media para impedir el restablecimiento de un nuevo imperio romano. En una dimensión
espiritual, se puede ver que Dios ha estado impidiendo a Satanás mismo, el dragón de
Apocalipsis 12 y 13, y el príncipe de este mundo según Jesús en los evangelios, de reunir
las naciones en un imperio, como en Babel, para oponerse a Dios y destruir a sus santos (cf.
Apocalipsis 16: 13-16; 17: 14; 12: 17; 14: 12; 19: 11-16). Lo sorprendente es que a pesar
de estos juicios parciales que Dios hizo caer sobre el cristianismo apóstata, “los otros
hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de
sus manos...” (Apocalipsis 9: 20).

Esta declaración que se da como conclusión de la sexta trompeta, es nueva y sumamente


significativa. En ninguno de los juicios precedentes se hace mención de arrepentimiento
alguno, ni de negativa a arrepentirse. Sólo se destaca la angustia de los hombres ante los
juicios de Dios, pero no su arrepentimiento (Apocalipsis 9: 6). Esto permite deducir que esta
conclusión de la sexta trompeta sintetiza la actitud de Roma en sus diferentes fases
históricas. Se destaca así que los moradores de la tierra no se arrepintieron ni de la idolatría
ni de sus pecados durante ninguno de los juicios precedentes, a pesar del castigo que Dios
les envió. Al mismo tiempo prepara el camino para mostrar que Dios es justo enviándoles el
último juicio, la séptima trompeta, que ahora será definitiva.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 292-298

6.4.7. El librito abierto

En la narración de las trompetas, entre la sexta y la séptima, se presentan dos interludios


importantes. El primero tiene que ver con el tiempo del fin, la apertura a la comprensión profética del
libro de Daniel y el encargo de predicar otra vez dado a la iglesia remanente, a la cual se le dota
además del Espíritu de Profecía. El segundo que veremos en el siguiente acápite es clave para la
obra de predicación encargada a la iglesia remanente.

Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su
cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito
abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como
ruge un león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces. Cuando los siete truenos
hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: sella las cosas
que los siete truenos han dicho, y no las escribas. Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la
tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y
las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en
él, que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience
a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas.
Apocalipsis 10: 1-7

Aunque ya hemos tratado este capítulo cuando hablamos del tiempo del fin y del surgimiento
del Espíritu de Profecía en la iglesia remanente luego del gran chasco de 1844 DC, lo analizaremos
aquí en relación a la sexta trompeta.

En este pasaje tenemos otro caso en el cual una serie consecutiva de pensamientos queda
interrumpida momentáneamente. El capítulo 9 del Apocalipsis se cierra con los sucesos de la sexta
trompeta; pero el sonido de la séptima trompeta no se introduce hasta Apocalipsis 11: 15. Todo el
capítulo 10 y parte del 11 constituyen un paréntesis entre la sexta trompeta y la séptima. Lo que se.

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relaciona particularmente con la sexta trompeta se halla en el capítulo 9. Pero el profeta tiene que
introducir otros acontecimientos antes que se inicie otra trompeta, y lo hace en la parte de su libro
que …sigue hasta Apocalipsis 11: 15. Dentro de este marco se encuadra la profecía del capítulo
10. Consideremos primero la cronología del mensaje dado por este ángel.

El librito. “Tenía en su mano un librito abierto [el


mensajero que tiene el librito abierto en su mano no es
otro que Dios el Hijo. Si desea comprobar esto vea el
tratado sobre los 1.260 años, para no repetir aquí lo
que hemos expuesto con claridad en ese momento]”.
De este lenguaje podemos inferir que este libro estuvo
cerrado durante cierto plazo. Leemos en Daniel que su
libro había de estar cerrado y sellado hasta cierto
tiempo: “tú empero Daniel, cierra las palabras y sella el
libro hasta el tiempo del fin: pasarán muchos, y
multiplicaráse la ciencia”. (Daniel 12: 4). Puesto que
ese libro había de quedar sellado hasta el tiempo del
fin, se deduce que en el tiempo del fin el libro se abriría.
Así como el acto de cerrarse el libro se mencionaba en
la profecía, es tan sólo razonable esperar que en las
predicciones de los sucesos que habrían de producirse
en el tiempo del fin, se mencione también la apertura
de ese libro. De ningún otro libro salvo el de Daniel se
dice que fue cerrado y sellado, y en ningún lugar se nos
dice que fué abierto, a menos que sea aquí en
Apocalipsis 10. Además, vemos que en ambos
lugares el contenido atribuido al libro es el mismo. El
libro que Daniel debía sellar se refería a plazos de tiempo, pues la orden le fué dada en relación con
la pregunta: “¿Cuándo será el fin de estas maravillas?” (Daniel 12: 6) Cuando el ángel de este
capítulo desciende teniendo en la mano el librito abierto sobre el cual basa su proclamación, da un
mensaje relacionado con el tiempo, como se verá en el versículo 6. No se requiere otra cosa para
demostrar que ambas expresiones se refieren a un mismo libro, y para probar que el librito que el
ángel tenía abierto en la mano era el libro mencionado en la profecía de Daniel.

Queda por tanto determinado un punto importante en nuestro esfuerzo por establecer la
cronología de este ángel. Hemos visto que la profecía, especialmente los períodos proféticos de
Daniel, no iban a abrirse hasta el tiempo del fin. Si éste es el libro que el ángel tenía abierto en la
mano, es lógico deducir que él proclama su mensaje después del tiempo en que el libro iba a quedar
abierto, o en algún momento subsiguiente al comienzo del tiempo del fin. Todo lo que nos queda por
descubrir acerca de este punto es cuándo empezó el tiempo del fin, y ya hemos visto que el libro de
Daniel nos proporciona los datos con qué establecerlo. En Daniel 11: 30, se nos presenta la potencia
papal. En el versículo 35, leemos: “Algunos de los sabios caerán para ser purgados, y limpiados, y
emblanquecidos, hasta el tiempo determinado [hasta el tiempo del fin, VM]”. El plazo mencionado
aquí es el de la supremacía del cuerno pequeño, durante el cual los santos, los tiempos y la ley
serían entregados en su mano y serían objeto de terribles persecuciones de su parte. Se nos declara
que esto llega hasta el tiempo del fin. Este período terminó en 1798 DC, cuando expiraron los 1.260
años de la supremacía papal. Entonces empezó el tiempo del fin, y el libro fué abierto. Desde
entonces, muchos lo han recorrido, y ha aumentado maravillosamente el conocimiento de los temas
proféticos…

La cronología de los sucesos de Apocalipsis 10 se determina aún mejor por el hecho de que
este ángel parece ser idéntico al primer ángel de Apocalipsis 14. Los detalles de esa identidad se
notan fácilmente: ambos tienen que proclamar un mensaje especial. Ambos hacen su proclamación
con fuerte voz. Ambos usan un lenguaje similar, y se refieren al Creador como al Hacedor de los
cielos, la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos. Y ambos hablan de un plazo o tiempo,
pues uno jura que el tiempo no será más, o mejor dicho que no habrá más plazo, y el otro proclama
que la hora del juicio de Dios es venida.

Pero el mensaje de Apocalipsis 14: 6 se sitúa en un momento ulterior al comienzo del tiempo
del fin. Es una proclamación de que llegó la hora del juicio de Dios, y por lo tanto debe aplicarse a
la última generación. Pablo no predicó que la hora del juicio hubiese llegado. No lo predicaron
tampoco Martín Lutero y sus ayudantes. Pablo habló de un juicio venidero, situado en un futuro
indefinido, y Lutero lo colocaba a trescientos años de su tiempo [¡acertó!]. Más aún, Pablo pone a la
iglesia en guardia contra la predicación de que la hora del juicio pueda llegar antes de cierto tiempo.
Dice: “Empero os rogamos, hermanos, cuanto, a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestro
recogimiento a él, que no os mováis fácilmente de vuestro sentimiento, ni os conturbéis ni por
espíritu, ni por palabra, ni por carta como nuestra, como que el día del Señor esté cerca. No os
engañe nadie en ninguna manera; porque no vendrá sin que venga antes la apostasía, y se

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manifieste el hombre de pecado”. (2 Tesalonicenses 2: 1-3.) Aquí Pablo nos presenta el hombre
de pecado, el cuerno pequeño, o sea el papado, y con su recomendación abarca todo el período de
su supremacía que, como ya se notó, duró 1.260 años, que terminaron en 1798 DC. En 1798 DC,
por lo tanto, cesó la restricción contra la proclamación de que se acercaba el día de Cristo.

En 1798 DC empezó el tiempo del fin, y se quitó el sello del librito. Desde entonces, el ángel
de Apocalipsis 14 ha estado proclamando que llegó la hora del juicio de Dios. También desde
entonces el ángel del capítulo 10 ha estado de pie sobre la tierra y el mar, y ha jurado que no habrá
más tiempo. No puede dudarse de su identidad. Todos los argumentos que contribuyen a situar el
uno, resultan igualmente eficaces en el caso del otro.

No necesitamos entrar en una extensa argumentación para demostrar que la generación


actual [habla de su tiempo, finales del Siglo XIX DC y comienzos del XX DC] está presenciando el
cumplimiento de estas dos profecías. En la predicación del segundo advenimiento, más
especialmente de 1840 a 1844 DC, se inició su cumplimiento pleno y circunstancial. La posición de
este ángel, con un pie en la tierra y otro en el mar, denota la amplia extensión de su proclamación
por mar y tierra. Si este mensaje se hubiese destinado a un solo país, habría bastado que el ángel
hubiese tomado posición sobre la tierra únicamente. Pero tiene un pie sobre el mar, de lo cual
podemos deducir que su mensaje había de cruzar el océano y extenderse a las diversas naciones y
divisiones del globo. Esta deducción se refuerza por el hecho de que la proclamación del
advenimiento aludida alcanzó a toda estación misionera del mundo…

Los siete truenos. Sería vano especular sobre los siete truenos, con la esperanza de obtener
conocimiento definido de lo que expresaron. Se dijo evidentemente algo que no convenía que la
iglesia supiese. Debemos aceptar las instrucciones que recibió Juan al respecto, y dejarlas donde
las dejó, selladas, sin escribir y, por lo tanto, desconocidas para nosotros.

“El tiempo no será más”. ¿Cuál es el significado de esta solemnísima declaración? No puede
significar que, con el mensaje de este ángel, acabaría el tiempo, corno se lo computa en este mundo,
en comparación con la eternidad. El versículo siguiente habla de los días de la voz del séptimo ángel,
y en Apocalipsis 11: 15-19 se nos indican algunos de los acontecimientos que sucederán bajo esta
trompeta en la dispensación actual. No puede referirse al tiempo de gracia, porque éste no cesa
hasta que Cristo termina su obra como sacerdote, lo cual no sucede hasta después que el séptimo
ángel empezó a tocar la trompeta. (Apocalipsis 11: 15, 19; 15: 5-8) Debe significar, pues, el tiempo
profético, porque no hay otro al cual pueda referirse.

La palabra “tiempo” de este versículo, que la Versión Moderna traduce por “dilación” es en el
original griego chronos, tiempo, y en su traducción la Versión Moderna sigue a la Versión Revisada
Americana, que traduce así este vocablo en ese único lugar de todo el Nuevo Testamento.
Evidentemente, los traductores no pensaban en ningún tiempo profético, y no podían discernir otra
traducción apropiada fuera de “dilación”. Aunque esta traducción puede resultar admisible por
extensión e implicación cuando el contexto parece justificarlo, no hay en el contexto del versículo 6
cosa alguna que la justifique. De hecho, la amargura experimentada después de comer
simbólicamente el librito en los versículos 8-10 se debió precisamente al hecho de que la venida del
Señor se dilató más de lo que esperaban aquellos que le aguardaban en 1844 DC, y esto
precisamente porque su obra de predicar el Evangelio no se había terminado todavía, según se
indica claramente en el versículo 11. Por cierto que en un anuncio hecho con tanto énfasis como el
registrado en el versículo 6, si se quería decir dilación en vez de tiempo (profético), la palabra regular
que significa dilación, anabolé, sería la usada, como lo es en Hechos 25: 17, o tal vez okneo, como
en Hechos 9: 38. Es verdad que el verbo derivado Je chronos, a saber chronizo se usa en el sentido
de dilatar, como en Mateo 24: 48 y Lucas 12: 45. Pero chronizo significa solamente “pasar el tiempo”
o “dejar pasar el tiempo”, y por esto adquiere el significado de “dilatar” o “demorar”. Pero la palabra
chronos denota el “tiempo” en absoluto, y existe toda razón para creer que éste es su significado (en
sentido profético) en el versículo 6; y puesto que se la usa en una predicción relacionada con una
profecía muy importante, estamos justificados al comprenderla como significando “tiempo profético”.
En otras palabras, no habrá más tiempo profético; no que el tiempo ya no será más usado en sentido
profético, porque “los días de la voz del séptimo ángel”, que se mencionan inmediatamente después,
representan indudablemente los años del séptimo ángel. Significa, más bien, que ningún plazo
profético se extendería más allá del tiempo de este mensaje. En las observaciones sobre Daniel 8:
14, se encontrarán argumentos referentes a los períodos proféticos y demostrativos de que los más
largos no superaron el otoño de 1844 DC…

“Pero en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el
misterio de Dios será consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas”.

La séptima trompeta. Esta séptima trompeta no es la mencionada en 1 Corintios 15: 52


como la última trompeta que despierta a los muertos; sino que es la séptima de la serie de siete
trompetas, y como las otras de la serie, ocupa días proféticos (años) con su sonido. En los días

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cuando empiece a tocar, el misterio de Dios será consumado. No en el día en que empiece a tocar,
no en el mismo comienzo de su sonido, sino que en un plazo relativamente breve después que haya
empezado su sonido, el misterio de Dios será consumado.

Basándonos en los sucesos que se han de realizar mientras toque la séptima trompeta,
podemos fijar en forma suficientemente definida su comienzo al fin de los períodos proféticos, en
1844 DC. Con posterioridad a esa fecha ha de quedar consumado el misterio de Dios. Ese gran
acontecimiento, cualquiera que sea su naturaleza, está por sobrecogernos. Alguna obra final y
decisiva, con toda la importancia y solemnidad que entraña, está por cumplirse. Tiene importancia
la terminación de cualquiera de las obras de Dios. Un acto tal señala una era solemne e importante.
Cuando nuestro Salvador murió en la cruz exclamó: “consumado es”. (Juan 19: 30) Cuando se
termine la gran obra de misericordia en favor del hombre caído, ello será anunciado por una voz del
trono de Dios que proclamará con tono de trueno la solemne sentencia: “Hecho es”. (Apocalipsis
16: 17) No es pues una solicitud inoportuna la que nos impulsa a preguntar qué relación tiene los
acontecimientos con nuestras esperanzas e intereses eternos. Cuando leemos que ha de quedar
consumado el misterio de Dios, preguntamos qué es ese misterio y en qué consiste su consumación.

“El misterio de Dios”. Unos pocos testimonios directos de la Palabra de Dios, que nos ha sido
dada como lámpara para nuestros pies, demostrarán en qué consiste este misterio.
“Descubriéndonos el misterio de su voluntad, según su beneplácito, que se había propuesto en sí
mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así
las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. (Efesios 1: 9, 10) Aquí el propósito que
Dios tiene de reunir todas las cosas en Cristo es llamado el “misterio” de su voluntad. Esto se realiza
por el Evangelio. “Y por mí [pide Pablo que se hagan oraciones], para que me sea dada palabra en
el abrir de mi boca con confianza, para hacer notorio el misterio del evangelio”. (Efesios 6: 19) Aquí
el Evangelio es llamado misterio. En Colosenses 4: 3, se lo llama el misterio de Cristo. Leemos,
además: “A saber, que por revelación me fué declarado el misterio, como antes he escrito en breve;
…que los gentiles sean juntamente herederos, e incorporados, y consortes de su promesa en Cristo
por el evangelio”. (Efesios 3: 3, 6) Pablo declara aquí que el misterio le fué dado a conocer por
revelación, como lo había escrito antes. Con esto se refiere a su epístola a los Gálatas, donde anotó
lo que le había sido dado “por revelación”, en estas palabras: “Mas os hago saber, hermanos, que
el evangelio que ha sido anunciado por mí, no es según hombre; pues ni yo lo recibí, ni lo aprendí
de hombre, sino por revelación de Jesucristo”. (Gálatas 1: 11,12) En este pasaje Pablo nos dice
claramente que lo que recibió por revelación era el Evangelio. En Efesios 3: 3, lo llama el misterio
que le fué comunicado por revelación, como había escrito antes. La epístola a los gálatas fué escrita
hacia el año 54 DC, y la de los efesios más o menos en 65 DC.

Frente a estos testimonios, pocos estarán dispuestos a negar que el misterio de Dios es el
Evangelio. Es por lo tanto lo mismo que si el ángel hubiese declarado: en los días de la voz del
séptimo ángel, cuando empiece a tocar la trompeta, el Evangelio será consumado. ¿En qué consiste
la consumación del Evangelio? Preguntemos primero con qué fin fué dado. Fué dado para extraer
de entre las naciones un pueblo que llevase el nombre de Dios. (Hechos 15: 14) Su consumación
será pues la terminación de esta obra. Quedará consumado cuando se haya completado el número
de los hijos de Dios, cuando la misericordia deje de ser ofrecida, y termine el tiempo de gracia.

El tema queda ahora desplegado ante nosotros en toda su magnitud. Tal es la obra
portentosa que se ha de realizar en los días en que se oiga la voz del séptimo ángel, cuyas notas
de trompeta han estado repercutiendo por el mundo desde el año memorable de 1844 DC. Dios no
tarda en la ejecución de sus propósitos. Su obra no es incierta. ¿Estamos nosotros listos para
arrostrar sus consecuencias?
Uriah Smith, Apocalipsis, 110-114

La descripción del ángel fuerte descendiendo del cielo “envuelto en una nube” recuerda al
Hijo del Hombre de Daniel 7: 13-14 que viene al Padre “con las nubes del cielo” después del periodo
de supremacía del cuerno pequeño (1798 DC, Daniel 7: 8, 25). Un “ángel fuerte” más tarde realizará
una acción simbólica para representar la caída final de Babilonia en Apocalipsis 18: 21, de manera
que la figura del “ángel fuerte” está relacionada con las dos caídas de la Babilonia mística, la histórica
(1798 DC, Apocalipsis 9 y 10) y la escatológica (Apocalipsis 18). El descenso del ángel fuerte,
como dijimos, alude al descenso de Jehová al Sinaí después de la caída de Egipto. Además de
entregar su ley, Jehová reveló los planos del santuario que Moisés debía edificar y donde debía
guardar la ley, estos motivos, es decir, la construcción/restauración del santuario (Apocalipsis 11:
1-3) y la proclamación de la ley de Dios (Apocalipsis 10) están implícitos en esta sección.

Este ángel fuerte sin duda representa a Cristo, las características teofánicas que presenta lo
confirman, entre ellas las expresiones: “envuelto en una nube”, “columnas de fuego” y el verbo
katabaíno (descender), aluden a la manifestación en el pacto del Sinaí (Éxodo 13: 21; 19: 16); el
“arco iris sobre su cabeza” (Ezequiel 1: 28; Apocalipsis 4: 3); su “rostro como el sol” (Mateo 17: 2;
Apocalipsis 1: 16); su “voz como trueno” (Salmos 29); y como “rugido de león” (Amós 3: 7, 8;

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Oseas 11: 10) se refieren exclusivamente a Jehová o a Cristo en las Escrituras. En el Antiguo
Testamento Cristo es representado por el “ángel de Jehová”, recibiendo incluso adoración (Génesis
22: 11-15; Éxodo 3: 2-13; Jueces 6: 11-22; 13: 13-21, etc.). No es extraño que Cristo sea
simbolizado por una criatura, otras veces es simbolizado incluso por un animal (Apocalipsis 5: 5,
6). El motivo de aparecer como ángel posiblemente sea porque este ággelos, que significa
“mensajero” (10: 1), trae un mensaje (10: 2) para ser comunicado a todo el mundo (10: 11), es decir,
su apariencia es apropiada a su misión. Recuérdese que en las siete iglesias (2, 3) se presenta
acorde al mensaje que entrega a cada una, en los sellos vinculados con la victoria de los salvos se
presenta como el Cordero vencedor de la muerte, etc.

El ángel trae en su mano un librito abierto, este verbo “abierto” en griego es un participio
perfecto pasivo que literalmente se debiera traducir “un librito que ha sido abierto”, si Juan usara el
imperfecto significaría que siempre ha estado abierto, pero al usar el perfecto revela que antes
estuvo cerrado, al no usar el pluscuamperfecto implica que no volverá a cerrarse, seguirá abierto, el
modo participio intensifica la idea de permanencia dice Morris, por último, al no usar el aoristo
(pasado puntual) sugiere que no fue abierto para un propósito pasado solamente sino presente y
futuro también; la voz pasiva indica un propósito divino para esta apertura ya que no se abrió solo,
no es casualidad ni logro humano.

Este librito abierto que el ángel trae después de la destrucción causada por los caballos-
leones, es el libro de Daniel, no el libro de los siete sellos de Apocalipsis 5: 1. Es interesante que a
Juan se le ordena profetizar “otra vez” (10: 11) después de comer el librito dulce y amargo, lo que
implica que el libro es un libro profético, e implica que el chasco dulce-amargo tuvo relación con una
profecía de este librito. Bauckham dice que los juicios de la sexta trompeta por sí solos no lograron
el arrepentimiento de los apóstatas, pero el rollo, a través de la predicación de su contenido puede
lograr “el arrepentimiento del mundo. Habiendo comido el rollo, a Juan se le ordena revelar su
contenido profetizando”. Aún más, Bauckham afirma que el contenido del rollo de Apocalipsis 10
es revelado en Apocalipsis 11, donde habla de la medición del templo y de los adoradores. Esta
medición es la obra del juicio de 1844 DC -creemos-, ya que la obra de purificación del santuario
comenzaría al final de los 2.300 días proféticos de Daniel 8: 14. El mismo Bauckham deduce el
tiempo de este movimiento: “el testimonio de la iglesia a las naciones interviene antes del juicio final,
la séptima trompeta, con la cual finalmente viene el reinado de Dios”. Los teólogos
dispensacionalistas Cox y Conn al comentar sobre el librito abierto de Apocalipsis 10 recuerdan
que “Daniel selló el libro hasta el tiempo del fin (Daniel 8: 26; 12: 4-9)” y más adelante agregan que
a Daniel “se le ordenó sellar las visiones (Daniel 8: 26), porque el tiempo de esta visión durará por
muchos años (los días aquí mencionados se refieren a semanas de años)… El ángel volvió para
darle entendimiento. ‘Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa
ciudad...' (Daniel 9: 24) sugiriendo que la parte sellada se refiere a los 2.300 días de Daniel 8: 26 y
que posteriormente se le añadió luz sobre este periodo con la revelación de las 70 semanas”.
Héctor Urrutia Hernández, Los Tres Ayes del Apocalipsis,
Interpretación Histórica de las Trompetas del Apocalipsis, 171-173

La segunda parte de Apocalipsis 10 tiene un triple mensaje:

1. El anuncio del chasco, es decir la triste experiencia de la iglesia adventista que esperaba la
gozosa la llegada del Señor en 1844 DC, lo que fue dulce en la boca, pero luego amargó su
vientre.
2. La obligación de profetizar otra vez, lo que indica que la iglesia remanente debería predicar
el mensaje del juicio de Dios, anunciado por la séptima trompeta, junto con la segunda venida.
3. Pero que además tendría, para este gran cometido, el auxilio inestimable del Espíritu de
Profecía y cumplir con una de las dos señales identificatorias de la iglesia remanente.

La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve y toma el librito que está abierto en
la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel, diciéndole que me
diese el librito. Y él me dijo: toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce
como la miel. Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como
la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre. Y él me dijo: es necesario que profetices
otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.
Apocalipsis 10: 8-11

Juan nos es presentado como habiendo de desempeñar un papel como representante de la


iglesia, probablemente debido a las cosas peculiares que ella había de experimentar más adelante,
y que el Señor de la profecía quería que él anotase, pero que no serían bien comprendidas bajo el
símbolo de un ángel. Cuando se presenta solamente una proclamación directa, pueden usarse
ángeles como símbolo para representar a los maestros religiosos que proclaman ese mensaje, como
en Apocalipsis 14. Pero cuando se ha de presentar alguna experiencia particular de la iglesia,
puede recalcarse en forma apropiada en la persona de algún miembro de la familia humana. De ahí
que Juan sea llamado a desempeñar un papel en esta representación simbólica. Siendo tal el caso,

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el ángel que le apareció a Juan puede representar el mensajero divino que tiene este mensaje a su
cargo; o puede ser introducido con el propósito de representar la naturaleza del mensaje, y el origen
que tiene.

Lo dulce y lo amargo. El ángel de este capítulo tiene en su mano un “librito abierto”. En los
comentarios sobre el versículo 2, hemos demostrado que este “librito” era el libro de Daniel que
había sido sellado “hasta el tiempo del cumplimiento”. (Daniel 12: 9) Iba a abrirse cuando debieran
entenderse las profecías del libro.

…se ha demostrado que la obra de la purificación del santuario celestial empezó en 1844
DC. Los estudiantes de la profecía que hicieron este descubrimiento entendían que el santuario
significaba la tierra, y consideraban erróneamente que esta predicción significaba que el Señor
vendría a purificar la tierra de su contaminación y pecado en esa fecha.

Este mensaje de la venida del Señor en 1844 DC se difundió rápidamente por toda la América
y otras partes del mundo. Conmovió enormemente los corazones de los hombres y sacudió las
iglesias protestantes de aquel tiempo. Decenas de millares esperaban que el Señor vendría al fin
del gran período profético de los 2.300 días, en 1844 DC. (Véase Daniel 8: 14; 9: 25-27) Hicieron
todos los preparativos para recibirle con gran gozo y alegría, y luego se produjo la amargura de la
desilusión, porque el Señor no vino. Su error consistió en no comprender la naturaleza del
acontecimiento que había de suceder al fin de este período profético, y no en su manera de calcular
el tiempo.

Por consiguiente, leemos en el versículo 10: “El librito… era dulce en mi boca como la miel;
y cuando lo hube devorado, fué amargo mi vientre”.

Más obra que hacer. Pero la desilusión no demostraba que el movimiento no fuese del Señor,
porque en este capítulo 10 de Apocalipsis Él anticipa aquello mismo que se experimentó entonces,
y en el último versículo señala a sus hijos una tarea de extensión mundial que debían cumplir antes
de su gloriosa aparición, porque su obra no había terminado aún. Esta obra se presenta con mucha
amplitud en los mensajes de los tres ángeles del capítulo 14. (Véanse las cosas similares que
experimentaron los profetas, en Jeremías 15: 16-18; Ezequiel 3: 1-3, 10)

“Y él me dice: Necesario es que otra vez profetices a muchos pueblos y gentes y lenguas y
reyes”.

Juan, destacándose como representante de la iglesia, recibe aquí otra comisión del ángel.
Otro mensaje unido a los del primer ángel y del segundo, debe ser proclamado al mundo. En otras
palabras, tenemos aquí una profecía del mensaje del tercer ángel que se está cumpliendo ahora
mismo. Ni se hará tampoco esta obra en un rincón, porque ha de llegar a “muchos pueblos y gentes
y lenguas y reyes”, como se verá claramente en nuestro estudio de Apocalipsis 14: 6-12.
Uriah Smith, Apocalipsis, 114, 115

6.4.8. Los dos testigos

El segundo interludio aparece en los primeros catorce versículos de Apocalipsis 11. Igual
que el anterior interludio está ubicado en la bisagra de las trompetas sexta y séptima, por lo que su
interpretación resulta importante para ambas. Hace unos 50 años cuando leí, antes de conocer la
verdad, sobre la Revolución Francesa, me sentí fascinado.

Simpaticé con los girondinos y me sobrecogió la participación de hombres como Marat,


Robespierre y Danton, la influencia de los enciclopedistas... No me cupo la duda que estaba leyendo
acerca de uno de los momentos históricos más importantes de la trayectoria de la humanidad y me
entristeció que un movimiento tal terminara con un nivel de violencia increíble que echó por tierra
algunas importantes reivindicaciones, como parte de una nueva comprensión de los derechos
humanos. Muchos años después me he vuelto a cruzar con esta revolución para comprender el
discutible papel que tuvo en su intento de suprimir la religión cristiana, al confundirla con el
romanismo, así como a la Santa Biblia.

Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: levántate, y
mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo
déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa
cuarenta y dos meses. Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días,
vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante
del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus
enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder
para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas
para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran. Cuando

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hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá
y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se
llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado. Y los de los pueblos, tribus,
lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados.
Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a
otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra. Pero después de
tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies,
y cayó gran temor sobre los que los vieron. Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid
acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron. En aquella hora hubo un gran
terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de
siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo. El segundo ay pasó;
he aquí, el tercer ay viene pronto.
Apocalipsis 11: 1-14

Continúan aquí las instrucciones que el ángel empezó a dar a Juan en el capítulo precedente;
de ahí que estos versículos pertenezcan en realidad a dicho capítulo, y no debieran estar separados
por la división actual. En el último versículo de Apocalipsis 10 el ángel dio una nueva comisión a
Juan como representante de la iglesia. En otras palabras, como ya se ha demostrado, este versículo
es una profecía del mensaje del tercer ángel. El mensaje se relaciona con el templo de Dios en el
cielo, y está destinado a preparar
cierta clase de personas como
adoradores.

La vara de medir. Aquí el


templo no puede significar la iglesia,
porque ésta se presenta en relación
con este templo como “los que adoran
en él”. El templo es, pues, el templo
literal que hay en el cielo, y los
adoradores son la verdadera iglesia
en la tierra. Por supuesto, la medición
de estos adoradores no es la de su
estatura u otras dimensiones
corporales en pies y pulgadas. Han de
ser medidos como adoradores, y el
carácter puede medirse únicamente
por alguna norma de justicia, una ley o
principio de acción. Llegamos así a la
conclusión de que el Decálogo, la
norma que Dios dio para medir el “todo
del hombre”, constituye una parte de
la vara de medir que el ángel puso en
las manos de Juan. En el
cumplimiento de esta profecía bajo el
mensaje del tercer ángel, esta misma
ley ha sido puesta en forma especial en las manos de la iglesia. Es la norma por la cual han de ser
probados ahora los adoradores del verdadero Dios.

Al percibir lo que significa medir a los que adoran en el templo, preguntamos: ¿Qué significa
la medición del templo? Para medir cualquier objeto se requiere dedicar atención especial a ese
objeto. La invitación a levantarse y medir el templo de Dios es una orden profética que insta a la
iglesia a que examine en forma especial el tema del templo o santuario. Pero, ¿cómo se ha de hacer
esto con la vara de medir dada a la iglesia? Con los diez mandamientos solos no podríamos hacerlo.
Pero cuando aceptamos todo el mensaje, nos vemos inducidos por él a examinar el santuario
celestial, juntamente con los mandamientos de Dios y el ministerio de Cristo. Por esto concluimos
que la vara de medir, considerada en conjunto, es el mensaje especial que se da a la iglesia y que
abarca las grandes verdades peculiares para este tiempo, inclusive los diez mandamientos.

Este mensaje llamó nuestra atención al templo celestial, y de ello brotó la luz y la verdad
sobre este tema. Así medimos el templo y el altar, o sea el ministerio relacionado con el templo, la
obra y el cargo de nuestro gran Sumo Sacerdote; y medimos a los adoradores con aquella parte de
la vara que se relaciona con el carácter: el Decálogo. “Echa fuera el patio que está fuera del templo”.
Esto debe interpretarse como significando que la atención de la iglesia se dirige ahora al interior del
templo y al servicio que se realiza allí. Los asuntos que se refieren al atrio son de menor importancia
ahora. Ha sido dado a los gentiles. El atrio designa esta tierra, pues en relación con el santuario el
atrio era el lugar donde se inmolaban las víctimas cuya sangre había de ser llevada al interior. La
víctima antitípica debía morir en el atrio antitípico, y murió en el Calvario, en Judea. Al introducir los
gentiles aquí, se llama la atención del profeta al importante detalle de la apostasía gentil, que iba a

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pisotear la santa ciudad durante cuarenta y dos meses. Así se nos hace retroceder al pasado por
una transición fácil y natural, y se llama nuestra atención a una nueva serie de acontecimientos…

“Y daré a mis dos testigos, y ellos profetizarán por mil doscientos y sesenta días, vestidos de
sacos”.

El período de “mil doscientos y sesenta días” se menciona de diversas maneras en las


Escrituras. Se presenta bajo estas tres formas:

• Como 1.260 días en este versículo y en Apocalipsis 12: 6.


• Como 42 meses en Apocalipsis 11: 2 y 13: 5.
• Como 3 1/2 tiempos en Daniel 7: 25; 12: 7; y Apocalipsis 12: 14.

Todos estos pasajes se refieren al mismo período y pueden calcularse con facilidad. Un
tiempo es un año, según se evidencia en Daniel 11: 13, nota marginal. Un año tiene doce meses, y
un mes bíblico contiene 30 días. De manera que tenemos lo siguiente:

• 1 año de 12 meses, a 30 días por mes 360 días


• 3 1/2 años o tiempos, de 360 días 1.260 días
• 42 meses de 30 días 1.260 días

Todos reconocerán sin duda que el año tiene doce meses, pero que el mes tenga 30 días es
algo que necesita tal vez ser demostrado. En ello nos ayudará el relato del diluvio en Génesis 7 y 8.
Allí aprendemos lo siguiente:

1. Que el diluvio se inició el día 17 del segundo mes. (Génesis 7: 11)


2. Que las aguas empezaron a bajar el día 17 del mes séptimo. (Génesis 8: 4)
3. Que el diluvio duró cinco meses, desde el segundo mes hasta el séptimo.

La lectura de Génesis 7: 24 nos revela que


“prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento y
cincuenta días”. Nuestro cálculo arrojaba cinco meses.
Ese texto menciona 150 días; de ahí que 5 meses sean
iguales a 150 días, o sean 30 días por mes.

Tenemos así una medida definida para calcular


los períodos proféticos, si tenemos en cuenta que en
la profecía un día es igual a un año literal.

Los dos testigos. Durante este plazo de 1.260


años los testigos están vestidos de saco, o en la
obscuridad; y Dios les da poder para subsistir y
continuar dando su testimonio a través de ese período
obscuro y lóbrego. Pero ¿quiénes o qué son estos testigos?

“Estas son las dos olivas, y los dos candeleros que están delante del Dios de la tierra”.

Se alude evidentemente aquí a Zacarías 4: 11-14, donde se implica que las dos olivas
representan la Palabra de Dios. David testifica: “El principio de tus palabras alumbra”; y “lámpara es
a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. (Salmo 119: 130, 105) El testimonio escrito tiene
más fuerza que el oral. Jesús declaró acerca de las Escrituras del Antiguo Testamento: “Ellas son
las que dan testimonio de mí”. (Juan 5: 39)

Dice Jorge Croly: “Los dos testigos son el Antiguo Testamento y el Nuevo… El propósito
esencial de las Escrituras es dar testimonio de la misericordia y verdad de Dios. Nuestro Señor
ordena: 'Escudriñad las Escrituras porque… ellas dan testimonio de mí'. Esto lo dijo a los judíos, y
con ello describió el carácter y papel del Antiguo Testamento. Pero el Nuevo Testamento es
igualmente destinado a dar testimonio. 'Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo,
por testimonio a todos los gentiles'. (Mateo 24: 14)”

Estas declaraciones y consideraciones bastan para apoyar la conclusión de que el Antiguo y


el Nuevo Testamento son los dos testigos de Cristo…

“Y si alguno les quisiere dañar, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos: y si
alguno les quisiere hacer daño, es necesario que él sea así muerto”.

Dañar la Palabra de Dios es oponerse a su testimonio, corromperlo o pervertirlo, y desviar a


la gente de él. De su boca sale fuego para devorar a aquellos que hacen esa obra, es decir que en

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esa Palabra se pronuncia un juicio de fuego contra los tales. Declara que recibirán su castigo en el
lago ardiente de fuego y azufre. (Malaquías 4: 1; Apocalipsis 20: 15; 22: 18, 19)…

“Estos tienen potestad de cerrar el cielo, que no llueva en los días de su profecía, y tienen
poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga cuantas veces
quisieren”.

¿En qué sentido tienen estos testigos poder para cerrar el cielo, trocar las aguas en sangre,
y hacer caer plagas sobre la tierra? Elías cerró el cielo de manera que no llovió por tres años y
medio, pero lo hizo a la orden de Jehová. Moisés por la palabra de Jehová trocó las aguas de Egipto
en sangre. Como se han cumplido estos juicios registrados en su testimonio, así también se cumplirá
toda amenaza y juicio que hayan pronunciado contra cualquier pueblo.

“Cuantas veces quisieren” significa que tan a menudo como se indique en sus páginas que
caigan los juicios, ello acontecerá. Un ejemplo de esto ha de experimentar todavía el mundo cuando
le sean infligidas las siete postreras plagas…

“Y cuando ellos hubieren acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra
contra ellos, y los vencerá, y los matará. Y sus cuerpos serán echados en las playas de la grande
ciudad, que espiritualmente es llamada Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fué
crucificado”.

“Cuando ellos hubieren acabado su testimonio”; es decir el que dieron “vestidos de sacos”.
Terminó el plazo en que debían estar vestidos de sacos; o, como se expresa en otra parte, fueron
acortados los días de la persecución (Mateo 24: 22) antes que expirase el plazo mismo. “En la
profecía, una 'bestia' representa un reino, o potencia. (Véase Daniel 7: 17, 23) Se suscita ahora la
pregunta: ¿Cuándo dejaron los testigos de estar vestidos de saco? Y ¿les hizo la guerra en el tiempo
mencionado un reino como el descrito? Si es correcto decir que en 538 DC empiezan los testigos a
estar vestidos de sacos, y los 42 meses son 1.260 días proféticos, o años, este plazo nos lleva a
1798 DC. ¿Les hizo la guerra, más o menos en ese tiempo, un reino como el descrito? Notemos que
esta bestia o reino sale del abismo; es decir, no tiene fundamento. Es una potencia atea,
'espiritualmente es… Egipto'. (Véase Éxodo 5: 2: 'Faraón respondió: ¿Quién es Jehová, para que
yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel'.) Esto es
ateísmo. ¿Manifestó algún reino el mismo espíritu hacia 1798 DC? Sí, Francia; como nación negó
la existencia de Dios, e hizo la guerra contra la Monarquía del cielo”.

“En el año 1793 DC, …por un acto solemne de la legislatura y del pueblo, el Evangelio fue
abolido en Francia. Los ultrajes infligidos a los ejemplares de la Biblia no tuvieron ya importancia; su
vida está en sus doctrinas, y la extinción de las doctrinas es la extinción de la Biblia. Por el decreto
del gobierno francés que declaraba que la nación no reconocía a Dios, el Antiguo Testamento y el
Nuevo fueron muertos en todos los confines de la Francia republicana. Pero no podían faltar las
injurias a los libros sagrados en el saqueo general de todo lugar de culto. En Lyon fueron arrastrados
atados de la cola de un asno en una procesión por las calles…”

”El primero de noviembre de 1793 DC, Gobet, con los sacerdotes republicanos de París,
había arrojado la sotana y abjurado la religión. El 11 se celebró un 'gran festival', dedicado a la
'Razón y la Verdad' en la catedral de Nuestra Señora que había sido profanada y denominada
'Templo de la Razón'. Se erigió en el
centro de la iglesia una pirámide
coronada por un templo que llevaba
la inscripción 'A la Filosofía'. La
antorcha de 'la Verdad' estaba sobre
el altar de 'la Razón' difundiendo luz,
etc. La Convención Nacional y todas
las autoridades asistieron a esta
burlesca e insultante ceremonia”.

Sodoma espiritual [símbolo


perfecto]. “Espiritualmente esta
potencia 'es llamada Sodoma'. ¿Cuál
era el pecado característico de
Sodoma? La licencia. ¿Tuvo Francia
este carácter? Lo tuvo; la fornicación
fué establecida por ley durante el
período aludido. 'Espiritualmente' el
lugar fué 'donde también nuestro
Señor fué crucificado'. ¿Se aplica
esto a Francia? Sí, en más de un

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sentido. Primero, en 1572 DC hubo un complot para destruir a todos los piadosos hugonotes; y en
una noche, 50.000 de ellos fueron asesinados a sangre tría, y en las calles de París corrió
literalmente la sangre. Así fué crucificado espiritualmente nuestro Señor en sus miembros. Luego,
el santo y seña de los incrédulos franceses fué 'aplastad al infame', con lo que querían designar a
Cristo. De manera que con verdad se puede decir, 'donde nuestro Señor fué crucificado'. El espíritu
mismo del abismo se manifestó en aquella nación.

“Pero ¿guerreó Francia contra la Biblia? Sí; y en 1793 DC la Asamblea Constituyente


Francesa promulgó un decreto para prohibir la Biblia, y en cumplimiento de ese decreto se juntaron
las Biblias y se quemaron con toda manifestación posible de desprecio, y se abolieron todas las
instituciones de la Biblia. El día de reposo fué abolido, y se lo reemplazó por cada décimo día para
entregarse a la alegría y a la profanidad. Se suprimieron el bautismo y la comunión. Se negó la
existencia de Dios; y la muerte fué declarada sueño eterno. Se ensalzó a la diosa de la Razón, en
la persona de un mujer vil [una prostituta], y se la adoró públicamente. Esta es ciertamente una
potencia que responde con exactitud a la profecía”. Este punto se desarrollará aún más en los
comentarios sobre el versículo siguiente…

“Y los de los linajes, y de los pueblos, y de las lenguas, y de los Gentiles verán los cuerpos
de ellos por tres días y medio, y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en sepulcros”.

“El lenguaje de este versículo denota los sentimientos de las otras naciones más bien que los
de la que cometía el ultraje contra los testigos. Veían que la Francia incrédula había hecho la guerra
a la Biblia, pero no quisieron dejarse inducir nacionalmente a participar de esta obra impía, ni
quisieron dejar sepultar a los testigos asesinados, ni esconderlos entre sí, aunque estuvieron
muertos tres días y medio, o sea tres años y medio, en Francia. No; esta misma tentativa de Francia
sirvió para incitar a los cristianos por doquiera a esforzarse nuevamente en favor de la Biblia, según
veremos en seguida”.

“Y los moradores de la tierra se gozarán sobre ellos, y se alegrarán, y se enviarán dones los
unos a los otros; porque estos dos profetas han atormentado a los que moran sobre la tierra”.

“Esto denota la alegría que sintieron quienes odiaban la Biblia, o eran atormentados por ella.
Grande fué el gozo de los incrédulos por doquiera durante un tiempo. Pero 'la alegría de los impíos
es breve', y así fué en Francia, porque su guerra contra la Biblia y el cristianismo los engolfó casi por
completo. Habían emprendido la destrucción de los dos testigos de Cristo, pero llenaron a Francia
de sangre y terror, de manera que se quedaron horrorizados por el resultado de sus acciones impías,
y con gusto apartaron sus manos perversas de la Biblia”…

“Y después de tres días y medio el espíritu de vida enviado de Dios, entró en ellos, y se
alzaron sobre sus pies, y vino gran temor sobre los que los vieron”.

Los testigos restaurados. “En 1793 DC, promulgó la Asamblea Francesa el decreto que
suprimía la Biblia. Exactamente tres años más tarde se introdujo en la Asamblea una resolución de
abrogar ese decreto y conceder tolerancia a las Escrituras. Esta resolución estuvo encarpetada seis
meses, después de lo cual fué considerada y aceptada sin un voto disidente. De modo que a los tres
años y medio exactos, los testigos 'se alzaron sobre sus pies, y vino gran temor sobre los que los
vieron'. Únicamente los resultados espantosos del rechazamiento de la Biblia pudieron inducir a
Francia a apartar sus manos de estos testigos”.

“En 17 de junio, Camilo Jourdán, en el 'Consejo de los Quinientos,' presentó el informe


memorable sobre la 'revisión de las leyes relativas al culto religioso'. Consistía en unas cuantas
propuestas, que abolían por igual las restricciones republicanas al culto papal, y las restricciones
papales al protestante. Dichas propuestas eran éstas:

1. Que todos los ciudadanos podían comprar o alquilar edificios para el libre ejercicio religioso.
2. Que todas las congregaciones podían reunirse al toque de las campanas.
3. Que ninguna prueba ni promesa de ninguna clase que no se exigiese a otros ciudadanos
fuese exigida a los ministros de aquellas congregaciones.
4. Que cualquier persona que intentase impedir o de cualquier manera interrumpir el culto
público fuese multada hasta en 500 libras, y no menos de 50; y que, si la interrupción procedía
de autoridades constituidas, las tales autoridades fuesen multadas en una suma doble.
5. Que sea libre para todos los ciudadanos la entrada a las asambleas con propósito de culto
religioso.
6. Que todas las demás leyes concernientes al culto religioso sean abrogadas.

“Estos reglamentos, por abarcar toda la condición de los cultos en Francia fueron, de hecho,
una bendición particular para el protestantismo. El papismo estaba ya en plena vía de restauración.
Pero el protestantismo, aplastado bajo las leyes de Luis XIV, y sin apoyo en la fe popular, necesitaba

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el apoyo directo del Estado para ponerse de pie. El informe parece haber tenido especialmente en
vista los agravios de la iglesia; las viejas prohibiciones de celebrar culto público, de poseer lugares
de culto, de tener ingresos, etc.”.

“Desde aquella época la iglesia ha estado libre en Francia...”

“La iglesia y la Biblia habían estado muertas en Francia desde noviembre de 1793 DC hasta
junio de 1797 DC. Habían transcurrido los tres años y medio; y la Biblia, que fuera reprimida durante
tanto tiempo y con tanta severidad, ocupó un lugar de honor, y fué abiertamente el libro del
protestantismo libre”.

“Y oyeron una grande voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube,
y sus enemigos los vieron”.

“Subieron al cielo”. Para comprender esta expresión, véase Daniel 4: 22: 'Creció tu grandeza,
y ha llegado hasta el cielo'. Vemos aquí que la expresión significa una gran exaltación. ¿Han llegado
las Escrituras a tal estado de exaltación como el que se indica aquí, desde que Francia les hizo la
guerra? Sí, en verdad. Poco después, se organizó la Sociedad Bíblica Británica(1804 DC); luego
siguió la Sociedad Bíblica Americana (1816 DC); y ellas, con sus auxiliares casi innumerables, están
difundiendo la Biblia por doquiera”. Antes de 1804 DC la Biblia se había impreso y hecho circular en
cincuenta idiomas.

“A fines de diciembre de 1942, la Biblia había sido traducida en total o parcialmente en 1.058
idiomas y dialectos” [hoy está en 4.500 de los 6.000 idiomas o dialectos existentes, al alcance de
unas 6 billones de personas].

Ningún otro libro se compara con la Biblia por su poco costo y el número de ejemplares
puestos en circulación…

“Y en aquella hora fué hecho gran temblor de tierra, y la décima parte de la ciudad cayó, y
fueron muertos en el temblor de tierra en número de siete mil hombres: y los demás fueron
espantados, y dieron gloria al Dios del cielo”.

“¿Qué ciudad? Véase Apocalipsis 17: 18: 'Y la mujer que has visto, es la grande ciudad que
tiene reino sobre los reyes [reinos] de la tierra'.) Esa ciudad es la potencia romana papal. Francia es
uno de los 'diez cuernos' que dieron 'su potencia y autoridad a la bestia [papal ]' o es uno de los diez
reinos que salieron del Imperio Occidental de Roma, según lo indicado por los diez dedos de los pies
de la imagen de Nabucodonosor, la bestia de diez cuernos de Daniel 7: 24, y el dragón de diez
cuernos que vio Juan. [Apocalipsis 12: 3] Francia era pues 'una décima parte de la ciudad', y fué
uno de los más enérgicos ministros de la venganza papal; pero en esta revolución 'cayó', y con ella
cayó el último ejecutor civil de la ira papal. Y 'fueron muertos en el temblor de tierra en número de
siete mil hombres [original, nombres de hombres]'. Francia hizo la guerra, en su revolución de 1789
DC en adelante, a todos los títulos y a la nobleza… 'Y los demás fueron espantados, y dieron gloria
al Dios del cielo'. Su tentativa de deshonrar a Dios y desafiar al cielo llenó a Francia de tales escenas
de sangre, carnicería y horror, que hizo temblar a los incrédulos mismos y los espantó; y 'los demás'
que escaparon a los horrores de aquella hora 'dieron gloria a Dios', no voluntariamente, sino que el
Dios del cielo hizo que esta ira del hombre le alabase al permitir que todo el mundo viese que los
que guerrean contra el ciclo cavan su propia tumba; y así los mismos medios que los hombres impíos
empleaban para empañar la gloria de Dios redundaron en favor de ella”.

“El segundo ¡Ay! es pasado: he aquí, el tercer ¡Ay! vendrá presto”.

Se reanudan las trompetas. Se reanuda aquí la serie de las siete trompetas. El segundo ay
terminó con la sexta trompeta, el 11 de agosto de 1840 DC, y el tercer ay se presenta bajo el sonido
de la séptima trompeta, que se inició en 1844 DC.

¿Dónde estamos entonces? “He aquí”, es decir notadlo bien, “el tercer ¡Ay! vendrá presto”.
Han pasado las terribles escenas del segundo ay, y estamos ahora en el tiempo en que resuena la
trompeta que trae el tercer y último ay. ¿Buscaremos paz y seguridad, un milenario temporal, mil
años de justicia y prosperidad en la tierra? Reguemos más bien fervientemente al Señor que
despierte a un mundo que dormita.
Uriah Smith, Apocalipsis, 116-123

6.4.9. La séptima trompeta

Las primeras cuatro trompetas castigaron al Imperio Romano de Occidente y a la iglesia


“cristiana” que había surgido de la fusión de un cristianismo complaciente y el paganismo, que se
desarrolló en lo que hoy conocemos como la iglesia católica. Cuando el Imperio Romano de

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Occidente cayó y la iglesia romana se convirtió en dueña de vastos territorios con la ayuda de los
poderes del mundo surgieron las dos siguientes trompetas, para impedir que se lograra la fusión
entre el estado y la iglesia.

A pesar del castigo sobre el cristianismo decadente durante casi 14 siglos la sexta trompeta
anuncia que los hombres no “se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los
demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden
ver, ni oír, ni andar; y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su
fornicación, ni de sus hurtos”, por lo que les queda enfrentar el juicio al que llama la séptima trompeta.

• Versículo

El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes


voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo
han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y
él reinará por los siglos de los siglos. Y los
veinticuatro ancianos que estaban sentados delante
de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros,
y adoraron a Dios, diciendo: te damos gracias, Señor
Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has
de venir, porque has tomado tu gran poder, y has
reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido,
y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el
galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a
los que temen tu nombre, a los pequeños y a los
grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. Y
el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de
su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos,
voces, truenos, un terremoto y grande granizo.
Apocalipsis 11: 15-19

• Característica: Voces en el cielo


• Significado: Juicio
• Ayes: Tercero
• Interludios: El librito abierto
• Iglesias vinculadas: Filadelfia & Laodicea
• Sello relacionado: El sexto, después de las señales
• Periodo: Juicio Investigador
• Duración: 1840 DC hasta hoy, van 180 años
• Análisis de la trompeta

Parecería que desde el versículo 15 hasta el fin del capítulo, se nos hace recorrer tres veces
distintas todo el trayecto desde el toque del séptimo ángel hasta el fin. En los versículos aquí
citados, el profeta mira hacia adelante al pleno establecimiento del reino de Dios. Aunque la
séptima trompeta empezó a tocar, puede ser que todavía no se oyen las grandes voces del
cielo que han de proclamar que los reinos de este mundo han llegado a ser los reinos de
nuestro Señor y de su Cristo, a menos que sea en anticipación del rápido cumplimiento del
suceso. Pero la séptima trompeta, como las seis precedentes, abarca un plazo de tiempo, y
la transferencia de los reinos de las potencias terrenales a Aquel cuyo es el derecho a reinar,
es el acontecimiento principal que ha de ocurrir durante los primeros años en que toque. De
ahí que este acontecimiento, con exclusión de todo lo demás, requiere la atención del profeta.
(Véanse las observaciones sobre el versículo 19) En el versículo siguiente, Juan retrocede y
considera acontecimientos intercalados…

“Y se han airado las naciones, y tu ira es venida, y el tiempo de los muertos, para que sean
juzgados, y para que des el galardón a tus siervos los profetas, y a los santos, y a los que
temen tu nombre, a los pequeñitos y a los grandes, y para que destruyas los que destruyen
la tierra”.

“Se han airado las naciones”. Principiando con el estallido espontáneo de las revoluciones en
Europa en 1848 DC [incluyendo la breve, pero importante, nueva Revolución Francesa de
ese año], la ira de una nación contra otra ha ido constantemente en aumento. Los celos y los
odios entre las naciones han sido la regla más bien que la excepción. Esto se ha manifestado
particularmente en las dos guerras mundiales del Siglo XX DC, cuando parecía que los
hombres estaban dispuestos a aniquilar naciones enteras en el fuego de su ira.

Estas son las palabras exactas de un profesor de la Universidad de Harvard: “Lo que ha
transcurrido del Siglo XX DC ha sido el período más sangriento y uno de los más turbulentos,

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y por lo tanto uno de los más crueles y menos humanitarios, en toda la historia de la
civilización occidental y tal vez en las crónicas de la humanidad en general”.

“Tu ira es venida”. La ira de Dios hacia la generación actual se completa en las siete últimas
plagas (Apocalipsis 15: 1), a las cuales debemos referirnos, por consiguiente, y que pronto
han de ser derramadas sobre la tierra.

“El tiempo de los muertos, para que sean juzgados”. La gran mayoría de los muertos, es decir
los impíos, siguen en sus tumbas después de haber caído las plagas, y haberse clausurado
la era evangélica. Una obra de juicio, destinada a asignar a cada uno el castigo que merece
por sus pecados, es realizada por los santos juntamente con Cristo durante los mil años que
siguen a la primera resurrección, (1 Corintios 6: 2: Apocalipsis 20: 4) Por cuanto este juicio
de los muertos sigue a la ira de Dios, o las siete últimas plagas, parece que es necesario
referirse a él como al juicio de los impíos durante los mil años, que ya se ha mencionado;
porque el juicio investigador se realiza antes que las plagas sean derramadas.

“Que des el galardón a tus siervos los profetas”. Ellos entrarán en su recompensa cuando se
produzca la segunda venida de Cristo, porque él trae su galardón consigo. (Mateo 16: 27;
Apocalipsis 22: 12) Pero los santos no recibirán su recompensa completa hasta que entren
en posesión de la nueva tierra. (Mateo 25: 34)

El castigo de los impíos. “Para que destruyas los que destruyen la tierra”, se refiere al tiempo
en que todos los impíos, que han asolado literalmente vastas regiones y destruido
innumerables vidas humanas, serán para siempre devorados por aquellos fuegos
purificadores que Dios manda del cielo. (2 Pedro 3: 7; Apocalipsis 20: 9) Así llega a su fin
la séptima trompeta a la terminación de los mil años. Es un pensamiento que nos llena de
gozo, pero también de pavor. La trompeta que ahora suena llega hasta la destrucción final
de los impíos, y hasta el momento en que los santos, revestidos de la inmortalidad gloriosa,
se hallarán establecidos y seguros en la tierra renovada…

“Y el templo de Dios fué abierto en el cielo, y el arca de su testamento fué vista en su templo.
Y fueron hechos relámpagos y voces y truenos y terremotos y grande granizo”.

El templo abierto. Una vez más el profeta nos hace volver al comienzo de la trompeta.
Después de introducir la séptima trompeta en el versículo 15, el primer gran acontecimiento
que se presenta al vidente es el traslado del dominio del reino terrenal al gobierno celestial.
Dios asume su gran poder, y aplasta para siempre la rebelión de esta tierra, y establece a
Cristo en su propio trono, y permanece como el poder supremo sobre todos. Luego se nos
hace regresar a la condición de las naciones, el juicio que ha de caer sobre ellas, y el destino
final tanto de los santos como de los pecadores. (versículo 18) Después que se ha recorrido
este campo de la visión, nuestra atención es invitada nuevamente a retroceder en el versículo
que consideramos, a la terminación del sacerdocio de Cristo, la última escena de la obra de
misericordia en favor de un mundo culpable.

El templo está abierto, y se entra en el segundo departamento del santuario. Sabemos que
es el lugar santísimo el que está abierto aquí, porque se ve el arca; y solamente en ese
departamento se depositaba el arca. Esta apertura sucedió al fin de los 2.300 días, cuando
el santuario había de ser purificado. (Daniel 8: 14) En ese momento terminaron los períodos
proféticos y empezó a tocar su trompeta el séptimo ángel. Desde 1844 DC, el pueblo de Dios
ha visto por la fe la puerta abierta en el cielo, y el arca del testamento de Dios en el interior.
Está procurando observar todo precepto de la santa ley escrita en las tablas depositadas allí.
Que las tablas de la ley están allí, como estaban en el arca del santuario erigido por Moisés,
es evidente por los términos que Juan usa al describir el arca. La llama el “arca de su
testamento”.

El arca se llamaba el arca del pacto, o testamento, porque fué hecha con el propósito expreso
de contener las tablas del testimonio o diez mandamientos. (Éxodo 25: 16; 31: 18;
Deuteronomio 10: 2, 5) No tenía otro uso, y debía su nombre tan sólo al hecho de que
contenía las tablas de la ley. Si no contuviese las tablas, no sería el arca del testamento de
Dios, y no podría llamarse así con verdad. Sin embargo, Juan, contemplando el arca en el
cielo mientras está tocando la séptima trompeta, la sigue llamando “el arca de su testamento”,
con lo cual nos proporciona una prueba irrefutable de que la ley está todavía allí, sin que se
haya alterado una jota o tilde de la copia que por un tiempo fué entregada al cuidado de los
hombres en el arca típica del tabernáculo durante el tiempo de Moisés.

Los discípulos de la palabra profética han recibido también la vara y están midiendo el templo
y el altar y los que adoran allí. (Apocalipsis 11: 1) Están proclamando su última profecía ante
las naciones, pueblos y lenguas. (Apocalipsis 10: 11) No tardará en clausurarse el drama

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con los relámpagos, truenos, voces, y terremotos, y el grande granizo que constituirán la
última convulsión de la naturaleza antes que todas las cosas sean hechas nuevas al final de
los mil años. (Apocalipsis 21: 5)
Uriah Smith, Apocalipsis, 123-125

Culminaremos la interpretación de las trompetas con este análisis sobre la séptima y su


relación con el juicio investigador que trataremos en otro estudio. Mientras que los juicios de
las seis trompetas iniciales fueron parciales en el tiempo y el objetivo, el juicio de la séptima
es universal, definitivo, de consecuencias eternas. Mientras el juicio dure y tengamos vida
podemos arrepentirnos, cuando el juicio termine no habrá delante sino la muerte eterna para
los condenados, pero para los salvados: la vida eterna.

La última trompeta tiene que ver con el período que corresponde al tiempo del fin
(Apocalipsis 11: 15-19). Es la época en que las naciones concentran su último esfuerzo para
unirse nuevamente en un imperio. El propósito es, por un lado, restablecer la “imagen de la
bestia”, esto es, ese sistema de poder político y clerical intolerante de la Edad Media
(Apocalipsis 13: 12-17), y, por otro lado, restaurar el antiguo imperio universal romano,
imponiéndolo sobre toda la tierra (Apocalipsis 17: 5-18; 18: 24). Esta época coincide con la
comparecencia del Hijo del Hombre ante su Padre en el lugar santísimo para recibir los reinos
de este mundo y vindicar a los santos (Apocalipsis 11: 15-19; cf. 4-5). También ocurre
entonces, en su fase inicial, la herida de muerte de la bestia o poder opresor del anticristo, y
su sanamiento paulatino (Apocalipsis 13: 3-10, 12, 14). Cuando esto último ocurre, se
consuma la confrontación final de la ira de Dios con la ira de las naciones (Apocalipsis 11:
18; cf. Daniel 11: 44, 45; Apocalipsis 17: 14; 19: 11-21).

Propósito de la recapitulación de las trompetas en la corte celestial.

El sexto sello pone a la iglesia en el umbral de las señales del tiempo del fin y de la segunda
venida de Cristo (Apocalipsis 6: 12-14). Es la época del sellamiento de los elegidos
(Apocalipsis 7: 1-8). Las naciones se angustian porque saben que deben enfrentar la ira del
Cordero (versículos 15-17). El séptimo sello responde ahora en forma completa, no sólo a las
oraciones de los mártires del quinto sello, sino a las oraciones de todos los santos oprimidos
durante toda la cristiandad. Muestra que Dios no dejó impunes a los poderes que los
oprimieron durante tantos siglos (Apocalipsis 8: 2-4).

Si se tiene en cuenta que los sellos se abren durante el período de requisitoria judicial que
precede al castigo, puede verse que el séptimo sello recapitula no sólo las oraciones que se
derramaron sobre el altar del incienso, en el lugar santo del santuario celestial, sino también
los juicios vindicativos que Dios ejecutó en contra de los poderes opresores, y en respuesta
a esos clamores. Esto tiene el propósito de justificar el castigo final que el Cordero llevará a
cabo en su ira, al tomar posesión de los reinos del mundo (Apocalipsis 11: 15).

Mientras que los juicios dirigidos mediante el toque de las seis primeras trompetas fueron
parciales, -sólo 'la tercera parte' fue afectada- el castigo final representado por la séptima
trompeta será universal. “El heredero de todo” (Hebreos 1: 2) desheredará a las naciones,
como los israelitas desheredaron a las naciones de Palestina cuando entraron en la tierra
prometida, siguiendo las prescripciones del libro de la ley (Apocalipsis 11: 15-18; véase
Apocalipsis 2: 26, 27; cf. Deuteronomio 7: 1- 5; 20: 16-20; 25: 19, etc.).

Estos juicios tienen un paralelo extraordinario en los cinco juicios limitados que sucedieron
en el antiguo Israel, y que Amós recapituló con el propósito de anunciar el juicio final (Amós
4: 6-5: 3; véase Jeremías 5: 3-5). El primer paso en los mensajes proféticos es anunciar el
castigo por la ingratitud del pueblo ante tantas manifestaciones del amor protector de Dios en
lo pasado (Amós 2: 9-11; véase Jeremías 2: 1-7, 21; Ezequiel 16; Deuteronomio 28-29,
etc.). El castigo divino tiene entonces el propósito de corregir, restaurar, conducir al
arrepentimiento (Salmos 39: 11; Isaías 26: 9).

Pero en la profecía de Amós, los castigos ya fueron dados, y no produjeron el propósito


esperado. La consecuencia es ahora que el pueblo deberá encararse directamente con Dios.
en un juicio sin misericordia. Esto no impide que, en su paciencia, Dios le envíe un último
mensaje para que se prepare para ese encuentro, y logre escapar de esa cita que, de no
mediar arrepentimiento, será ahora totalmente fatal (Amós 4: 12; 5: 4,6, 8, etc.).

Juan ve en la visión de los juicios de las trompetas, una recapitulación semejante a la que vio
Amós sobre Samaria, y que está destinada a vindicar, no sólo el clamor de los santos ante
las inteligencias celestiales, sino también la justicia divina (Apocalipsis 11: 16-18). Esta
recapitulación del juicio de Dios sobre el imperio romano y el cristianismo apóstata que ocupó
su trono, muestra que, aunque Dios permitió que muchos de sus santos fuesen entregados

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en las manos de sus enemigos (Apocalipsis 2: 10, 13; 13: 7; Daniel 7: 25; 8: 12, 13, 24; 11:
33), no fue sordo a sus clamores, sino que fue quebrantando su poder, con el propósito de
impedir que sus designios para el mundo fuesen afectados irremediablemente. De esta
manera se muestra el valor del poder restrictivo que Dios ejerce sobre las naciones.

El hecho de que los primeros cuatro juicios de las trompetas intervienen más específicamente
en los Siglos IV y V DC, y no durante el período de mayor opresión imperial en contra del
cristianismo, invita a la reflexión. A menudo los pecados de una generación deben ser
pagados por la siguiente generación (1 Reyes 11: 11-13; 21: 29, etc.). Esto se debe a que el
hombre no puede aislarse del pecado de la raza. Por un lado, es el heredero del pasado, y
por el otro, un fragmento de ta sociedad contemporánea. Hay leyes que gravitan sobre la
herencia que no pueden violarse, sin acarrear tarde o temprano las consecuencias y el
castigo (cf. Éxodo 20: 5).

Mediante la revelación anticipada que Dios dio a Juan, los cristianos oprimidos podían saber
que sus clamores serían escuchados, y el imperio opresor finalmente se derrumbaría (cf.
Daniel 2: 34, 35, 44, 45; 7: 11, 26, 27). De hecho, los intentos finales del paganismo por
recobrar el poder y destruir el cristianismo, no concluyeron antes de la caída de Roma.

El tribunal celestial que vindica a los santos, no debe concluir con la idea de que lo que ocurrió
con las naciones en lo pasado fue un desorden inesperado, y que los mártires fueron víctimas
de un estado caótico que escapó al control divino. El juicio final tiene, al contrario, el propósito
de revelar que la justicia de Dios, aunque a veces quedó aparentemente escondida de la
comprensión de su pueblo, nunca dejó de manifestarse. En efecto, Dios nunca abandonó el
mundo a su suerte, sino que lo condujo a la vindicación final de su justicia, y a la condenación
eterna de los poderes de las tinieblas que se coaligaron contra su gobierno y su iglesia en la
tierra.

Pero hay otra razón por la cual se recapitulan los juicios precedentes de las seis primeras
trompetas en este juicio deliberativo. Se está por derramar el juicio sobre todas las naciones,
y en vista de que no prestaron atención a los juicios divinos llevados a cabo en lo pasado, se
hace ver que las naciones deberán acarrear sobre sí todos los juicios precedentes.

De esta forma, la última generación que rebasa la copa de la paciencia de Dios, se hace
responsable no sólo de sus hechos, sino también de los hechos semejantes que fueron
castigados por Dios en lo pasado. Esto se debe no sólo a que desoyeron las amonestaciones
que Dios les dio a través de los dos testigos (Apocalipsis 11: 3-12), y a través de los que
fueron llamados a proclamar la última amonestación al mundo (Apocalipsis 10: 11; 14: 6-
13), ni tampoco únicamente a que despreciaron los castigos precedentes que fueron
mitigados con misericordia, sino a que encarnan o asumen el papel de la rebelión que las
generaciones anteriores asumieron. Debido a esto, tienen que beber, esta vez en forma
definitiva y sin mezcla de misericordia, la copa de la ira de Dios que fue contenida por la
paciencia divina en las generaciones pasadas (cf. Mateo 23: 29- 36).

Esta es la razón implícita también por la cual hay un paralelismo tan grande entre las siete
trompetas y las siete plagas. En el castigo de las siete plagas que caen sobre las naciones
en el ocaso del mundo, se evoca el castigo de las siete trompetas que menospreció la última
generación.

El sonido de la sexta trompeta es el último que proviene del altar que se encuentra en el lugar
santo, y de donde se consideraron los clamores del oprimido pueblo de Dios [en realidad el
clamor proviene del altar del holocausto que es donde se realizaban los sacrificios, al pie del
cual se vertía la sangre de las víctimas] (Apocalipsis 9; 13; cf. 8: 3-4). Juan escucha “una
voz” que se dirige desde el altar de oro al ángel que tocaba la trompeta, que dictamina el
juicio. De esta manera se enfatiza el hecho de que los clamores de los santos que fueron
martirizados por el papado, fueron tenidos en cuenta, y el poder opresor e intolerante fue
puesto en jaque para impedir que se aplastase totalmente a los reformadores y heraldos de
la verdadera fe (Apocalipsis 6: 9-11; cf. Apocalipsis 12: 14).

La especificación del tiempo dada seguidamente, como ya se vio, llega a la hora del juicio
final (Apocalipsis 9: 15). Entonces comienza el ministerio de la séptima trompeta que
conduce al lugar santísimo, en donde se lleva a cabo el juicio celestial. Este es el período en
el cual el misterio de Dios se consuma (Apocalipsis 11: 15, 19; 10: 7). A pesar de los seis
juicios precedentes, las naciones del mundo no han cambiado su curso de acción. Ellas están
llenas de ira y de propósitos de destrucción (Apocalipsis 11: 18; cf. Daniel 11: 44). Dios es
justificado entonces al conceder los reinos del mundo a su Hijo, como lo fue también antaño
cuando entregó Samaria a los asirios, y las ciudades cananeas a los israelitas (véase
Levítico 18: 24-30). Ningún capricho o arbitrariedad puede imputarse a la Deidad por la

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destrucción final de los reinos de este mundo. Los veinticuatro ancianos agradecen a Dios
porque finalmente ha llegado el momento de tomar su poder, y reinar sobre el mundo
(Apocalipsis 11: 15-17; cf. 5: 8- 12).

Con la séptima trompeta, el vidente es conducido de nuevo al escenario que había visto en
la visión inicial de los capítulos cuatro y cinco de Apocalipsis. El énfasis ahora, sin embargo,
está puesto sobre la conclusión del juicio. Ve a los ancianos “que estaban sentados delante
de Dios en sus tronos”, postrarse sobre sus rostros, y adorar a Dios diciendo: “Te damos
gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has
tomado tu gran poder, y has reinado ...” (Apocalipsis 11: 16, 17).

El arca se destaca ahora en forma especial, así como la advertencia por excelencia de la
naturaleza del juicio que se lleva a cabo (Apocalipsis 11: 19). Los hombres son juzgados,
en efecto, de acuerdo a la ley o Decálogo que estaba dentro del arca, y que constituye el
fundamento del trono de Dios. Mientras que los que la guardan y tienen el testimonio de
Jesucristo reciben el galardón prometido (cf. Apocalipsis 12: 17; 14: 12), las naciones
destructoras son destruidas (Apocalipsis 11: 18).

Juan puede ver, de esta manera, que el tribunal celestial recapitula los castigos de las seis
primeras trompetas, para atestiguar que la pena final sobre los que no tienen el sello de Dios
en sus frentes, debido a que despreciaron sus mandamientos, es justo. La última generación
asume la actitud perseguidora y de rebelión en contra del Creador del universo, que tuvieron
“los moradores de la tierra” en la época de la supremacía de Roma en sus dos fases, pagana
y papal. De esta manera, esta última generación se hace responsable de los pecados que la
precedieron, no prestando atención a las advertencias que Dios dio en lo pasado, ni a los
juicios que cayeron como consecuencia de no obedecer su Palabra (véase Apocalipsis 18:
24; cf. Mateo 23: 29-36).

Este cuadro se le presentó a Daniel, a través de la imagen que vio en sueños el rey
Nabucodonosor. La piedra que destruye la estatua y, con ella, todos los imperios del mundo,
cae sobre la última generación que está representada por los pies, pues esta última
generación no prestó atención a la razón por la cual los imperios anteriores habían sido
depuestos y reemplazados. De esta manera se muestra, a su vez, la voluntad divina de que
nunca más se levante otro imperio humano y terreno. Dios destruye para siempre todo intento
de construir una nueva Babel (Génesis 11: 1-9), un nuevo imperio humano en rebelión contra
el reino de Dios (Daniel 2: 44, 45).

Los intentos modernos de unificación universal.

Más que en ninguna época, los grandes estadistas están pasmados por la rapidez con que
están cayendo todas las barreras del mundo. Impresiona y emociona ver cómo
repentinamente, la muralla de Berlín se ha transformado en un mito del pasado, y millones
de seres humanos pueden franquearla sin obstáculos. Los lazos de fraternidad que parecen
desarrollarse en Europa, y extenderse más rápido de lo que nadie esperaba a diferentes
países, alegran a muchos. ¡Qué hermoso sería si los pueblos decidieran finalmente dejar de
hacerse la guerra! ¡Si la paz reinase universalmente! ¡Si en lugar de espadas se fabricasen
rejas de arado y azadones, y hoces en lugar de lanzas! (Isaías 2: 4; Malaquías 4: 3).

Lamentablemente, las uniones políticas en este mundo tienen en poco las leyes del Creador,
y, por consiguiente, no pueden conducir a la paz de los pueblos, ni tampoco a una armonía
universal que trae dicha y felicidad permanentes. La paz y felicidad eternas no llegarán, según
Dios lo indicó en su Palabra, hasta que Dios intervenga en los asuntos de los hombres, y
destruya sus maquinaciones, imponiendo su reino para siempre.

“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como ladrón en la
noche; que cuando digan: paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción
repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Tesalonicenses 5: 2, 3).
“Cuando el lujo del mundo se vuelva el lujo de la iglesia; cuando las campanas repiquen a
bodas, y todos cuenten en perspectiva con muchos años de prosperidad mundana, -
entonces, tan repentinamente como el relámpago cruza el cielo, se desvanecerán sus
visiones brillantes y sus falaces esperanzas”. Ellen G. White, El Conflicto de los Siglos,
387.

“Habrá un lazo universal de unión, una confederación de las fuerzas de Satanás... En la lucha
que se peleará en los últimos días estarán unidos, en oposición al pueblo de Dios, todos los
poderes corrompidos que se han apartado de la lealtad a la ley de Jehová”. Ellen G. White,
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 983. “Pronto aparecerán en el cielo signos
pavorosos de carácter sobrenatural, en prueba del poder milagroso de los demonios. Los

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espíritus de los demonios irán en busca de los reyes de la tierra y por todo el mundo para
aprisionar a los hombres con engaños e inducirlos a que se unan a Satanás en su última
lucha contra el gobierno de Dios”. Ellen G. White, El Conflicto de los Siglos, 681, 682.

Terrible será la crisis a la que llegará el mundo. “Unidos los poderes de la tierra para hacer la
guerra a los mandamientos de Dios, decretarán que todos los hombres... se conformen a las
costumbres de la iglesia... Todos los que se nieguen a someterse serán castigados por la
autoridad civil y finalmente se decretará que son dignos de muerte”. Ellen G. White, El
Conflicto de los Siglos, 662. “La gran crisis llegará cuando las naciones se unan en la
anulación de la ley de Dios”. Ellen G. White, Testimonios para la Iglesia, Tomo V, 524.
“Cuando los Estados Unidos, el país de la libertad religiosa, se una con el papado para forzar
la conciencia y obligar a los hombres a honrar el falso día de reposo, los habitantes de todo
país del globo serán inducidos a seguir su ejemplo”. Ellen G. White, Joyas de los
Testimonios, Tomo II, 373.

“Las demás naciones seguirán el ejemplo de los Estados Unidos. Si bien estos encabezarán
el movimiento, la misma crisis sobrevendrá a nuestro pueblo en todas partes del mundo”.
Ellen G. White, Joyas de los Testimonios, Tomo III, 46. “El romanismo en el Viejo Mundo
y el protestantismo apóstata en la América del Norte actuarán de la misma manera contra los
que honran todos los preceptos divinos”. Ellen G. White, El Conflicto de los Siglos, 673.
“Los dignatarios de la iglesia y del estado se unirán para hacer que todos honren el domingo,
y para ello apelarán al cohecho, a la persuasión o a la fuerza. La falta de autoridad divina se
suplirá con ordenanzas abrumadoras... La libertad de conciencia que tantos sacrificios ha
costado no será ya respetada”. Ellen G. White, El Conflicto de los Siglos, 650.

“Aunque ya se levanta nación contra nación y reino contra reino, no hay todavía conflagración
general. Todavía los cuatro vientos son retenidos hasta que los siervos de Dios sean sellados
en sus frentes. Entonces las potencias ordenarán sus fuerzas para la última gran batalla”.
Ellen G. White, Joyas de los Testimonios, Tomo II, 369. “El [Dios] refrenará las fuerzas de
las tinieblas, hasta que se dé al mundo la amonestación y todos los que quieran escucharla
estén preparados para el conflicto”. Ellen G. White, Joyas de los Testimonios, Tomo II,
153. “En ese tiempo [de angustia previo] cuando se esté terminando la obra de la salvación,
vendrá aflicción sobre la tierra, y las naciones se airarán, aunque serán mantenidas en jaque
para que no impidan la realización de la obra del tercer ángel”. Ellen G. White, Primeros
Escritos, 85.

“Satanás considera a los habitantes del mundo súbditos suyos; ha obtenido el dominio de
muchos cristianos profesos; pero allí está ese pequeño grupo que resiste su supremacía. Si
pudiese borrarlo de la tierra su triunfo sería completo. Así como influyó en las naciones
paganas para que destruyan a Israel pronto incitará a las potestades malignas de la tierra a
destruir al pueblo de Dios”. Ellen G. White, Profetas y Reyes, 431.

“La línea de separación entre los que profesan ser cristianos y los impíos es actualmente
apenas perceptible. Los miembros de las iglesias aman lo que el mundo ama y están listos
para unirse con ellos; Satanás tiene resuelto unirlos en un solo cuerpo y de este modo
robustecer su causa atrayéndolos a todos a las filas del espiritismo... Los papistas, los
protestantes y los mundanos aceptarán igualmente la forma de la piedad sin el poder de ella,
y verán en esta unión un gran movimiento para la conversión del mundo y el comienzo del
milenio tan largamente esperado”.

“Satanás dice: ...el mundo llegará a ser mío. Seré gobernante de la tierra, príncipe del
mundo... La tierra quedará completamente bajo mi dominio”. Ellen G. White, Profetas y
Reyes, 136, 137. “El reemplazo de las leyes de los hombres en lugar de la ley de Dios; la
exaltación, meramente por la autoridad humana del domingo en lugar del sábado bíblico, es
el último acto del drama. Cuando esta substitución llegue a ser universal, Dios se
manifestará”. Ellen G. White, Testimonios para la Iglesia, Tomo VII, 141. “Cuando esta
substitución [de la ley de Dios] llegue a ser universal, Dios mismo se revelará. Cuando las
leyes de los hombres sean exaltadas por encima de las leyes de Dios, cuando las potencias
de esta tierra traten de obligar a los hombres a guardar el primer día de la semana, sabed
que ha llegado el tiempo para que Dios actúe. Se levantará en su majestad y sacudirá
terriblemente la tierra. Saldrá de su morada para castigar a los habitantes del mundo por su
iniquidad”. Ellen G. White, Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 980.

“El ángel de la misericordia está plegando sus alas, preparándose para descender del trono,
y abandonar el mundo al gobierno de Satanás”. E. G. White, Review & Herald, May 13,
1902, página 9 “y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido
reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia. Estos tienen
un mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la bestia. Pelearán contra el

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Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que
están con él son llamados y elegidos y fieles... Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos
aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la
quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso:
ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios”
(Apocalipsis 17: 12-14, 16, 17).

Conclusión.

Los intérpretes historicistas del siglo pasado quedaron tan impresionados con el cumplimiento
histórico de las trompetas, que no trataron de establecer sobre una buena base su contenido
bíblico y teológico. A su vez, este descuido los condujo a no percibir todo el contenido
histórico involucrado en la proyección profética de la Escritura. Tal vez la época y la audiencia
que tuvieron no les exigió tanto. Por otro lado, la tendencia moderna de abandonar el enfoque
historicista de las trompetas, y de espiritualizar todas sus imágenes, condujo a muchos a
descuidar su proyección histórica. De esta manera, muchos se han estado alejando del
trasfondo bíblico de tales imágenes.

La Biblia presenta imágenes proféticas semejantes a las descripciones de los juicios de las
trompetas. Estas proyecciones históricas son innegables. Pero la determinación bíblica de lo
que es simbólico o literal en relación con estos juicios, no es rígida o unilateral como agradaría
a la mente científica moderna, tan devota del principio lógico griego de “no contradicción”.

Tampoco el enfoque bíblico da lugar a interpretaciones arbitrarias. Un estudio cuidadoso de


la teología de las trompetas, así como de sus detalles exegéticos, prueba que las primeras
cuatro trompetas responden al clamor de los mártires que sufren bajo el imperio pagano de
los Césares. A su vez, la quinta y sexta trompetas responden más específicamente al clamor
de los que sufren bajo el anticristo medieval. Finalmente, debido a que los moradores de la
tierra no han prestado atención a los juicios que Dios llevó a cabo en lo pasado para impedir
el restablecimiento del imperio romano, Dios les envía la séptima y última trompeta que
destruirá para siempre todo intento del príncipe de este mundo de unir las naciones bajo su
bandera, en un imperio, para destruir al pueblo de Dios y gobernar soberano sobre la tierra.
Alberto R. Treiyer, El enigma de los sellos y las trompetas, 299-306

7. Material complementario

7.1. Los pueblos bárbaros

Cuando hace muchos años, durante mi lejana juventud para ser exacto, escuchaba que los bárbaros
provocaron la caída de Roma me imaginaba a estos como salvajes, con rostros brutales y temibles hachas
en sus manos (así como aparecen en las películas de romanos, donde estos son siempre los héroes).
Aunque parcialmente era cierto, en el sentido que eran temibles y generalmente despiadados guerreros, la
realidad es que poseían algunas virtudes destacables, que hicieron, en su momento, sonrojar a los cultos
romanos. En realidad, el término bárbaro (“el que balbucea”) se originó porque los romanos no entendían
la lengua de ellos, pero de esta palabra surgió el término barbarie, de la que no se puede acusar solamente
a aquellos. La realidad es que, como hemos estudiado al interpretar las primeras cuatro trompetas, 3 de
estas naciones bárbaras ya eran “cristianas” arrianas (sí, entre comillas también) cuando atacaron el imperio
romano y era evidente por el relato de los historiadores que no compartían la corrupción del cristianismo
católico-romano, y por esta razón fueron enviados en oleadas, al son de las trompetas, para hacer caer a
un imperio teóricamente cristiano, pero que era aún más corrupto que el de sus antepasados paganos.
Debido a que la gran mayoría de los lectores, poco enterados de la historia, tienen una imagen distorsionada
de los bárbaros, incluimos en este acápite principal y sus subordinados, algo sobre la historia y las
características culturales de algunos de estos pueblos, para comprobar que la barbarie no era precisamente
su marca identificatoria, al menos no en todos los casos, ni en todos los aspectos de su vida como nación.
Lo mismo ocurrirá, ya verá, cuando hablemos del Islam. Sé que las citas son extensas, la mayoría de un
magnífico trabajo de estudio de Alonzo T. Jones, pero adecuadas para entender la verdad histórica de estos
pueblos y su incidencia en la caída del Imperio Romano de Occidente.

Durante siglos las tribus bárbaras del norte habían estado observando a Roma, más allá de
sus fronteras, asombrados por su riqueza y por las comodidades que disfrutaba su pueblo. En las
guerras fronterizas de Roma fueron tomados cautivos grupos numerosos de guerreros de las tribus
del norte, quienes fueron vendidos como esclavos y usados como gladiadores en el circo, o como
soldados auxiliares en el ejército de Roma. Esos hombres regresaban a sus hogares contando
historias de la riqueza de Roma, y los bárbaros comenzaron a desear compartir dichas riquezas. Los
bárbaros veteranos de legiones auxiliares se establecieron como guarniciones a lo largo de las
fronteras para detener los ataques de sus propios coterráneos que intentaban cruzar los límites. A
medida que aumentaba más y más la presión de esas tribus, grupos de guerreros se juntaban

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alrededor de un jefe, y familias y clanes, y finalmente tribus enteras, irrumpieron a través de las
fronteras. Roma pudo durante algún tiempo absorber tales inmigrantes estableciéndolos en tierras
baldías para aumentar la muy disminuida obra de mano. Algunos líderes de esas tribus teutónicas,
también llamadas germánicas, ocasionalmente obtenían poder político en el imperio, y comenzaron
a casarse con los nativos a pesar de que había leyes que prohibían tales matrimonios. Así comenzó
a formarse a comienzos del siglo IV una nueva cultura romano-teutónica al oeste del Adriático y en
el valle del Danubio.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 23

La infiltración pacífica de los germanos fue seguida por las invasiones [ver mapa superior].
Tribus enteras procedentes del norte cruzaban las fronteras y penetraban en el imperio. A veces
seguían los valles de los ríos y parecía que lo inundaban todo. Los invasores germanos llegaban no
para ver sino para poseer, y cuando sus propósitos eran resistidos, combatían, saqueaban y
destruían. No sólo fueron sitiadas las ciudades de las provincias, sino que aun Roma fue atacada.
En el año 430 DC, mientras Agustín estudiaba el gran tema de su libro La ciudad de Dios, los
vándalos cercaban a Cartago, en el norte de África. A los habitantes del Imperio Romano les costaba
creer que Roma y otras grandes ciudades estuvieran siendo atacadas.

Los visigodos, que ya eran cristianos arrianos, penetraron en Italia y saquearon a Roma (410
DC), después se trasladaron cruzando el litoral norte del Mediterráneo e invadieron las Galias

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(Francia), y finalmente entraron en España, donde establecieron un reino; sin embargo, ese reino
no pudo sobrevivir a una posterior invasión de los musulmanes del norte de África (711-719 DC), y
de sus ruinas emergió la España actual. Parte de la tribu de los suevos permaneció en Suabia (o
Suevia); los demás cruzaron las Galias (406 DC) y ocuparon el rincón noroeste de la península
ibérica, donde se estableció el fundamento de lo que es ahora Portugal. Los burgundios, que también
eran cristianos arrianos, emigraron a Suiza y también ocuparon el valle del Ródano en las Galias.
La “Canción de los Nibelungos” es un poema épico que narra sus luchas. Los alamanes pasaron por
lo que ahora es Alemania, y se establecieron en la zona occidental. Los francos, pueblo pagano
germánico, ocuparon las Galias, donde pronto aceptaron el cristianismo católico romano. Los anglos,
sajones y jutungos cruzaron el mar del Norte saliendo de las islas Frisias, de Holanda y Dinamarca,
desembarcaron en Bretaña, rechazaron a los habitantes británicos y establecieron los fundamentos
de la monarquía inglesa (c. 450-455 DC). Ellos también se hicieron católicos. Los lombardos
cruzaron los Alpes y entraron en Italia (568 DC), donde fueron una verdadera pesadilla para los
gobernantes bizantinos de Italia y para los papas de Roma. También se incorporaron a la iglesia
romana.

Otros pueblos también participaron en este proceso histórico. Los vándalos arrianos, que
precedieron a los visigodos, cruzaron las Galias y entraron en España (409 DC); después cruzaron
el estrecho de Gibraltar, penetraron en el norte del África y prosiguieron hacia el este ocupando las
prósperas ciudades (430 DC), centros de cultura de la colonización de Roma. El norte del África era
un centro de cristianismo católico romano; pero los vándalos, dados a la persecución, decidieron
que los católicos romanos se convirtieran a la fe arriana. Los resultados fueron muy tristes para los
cristianos católicos romanos que no estaban en condiciones de defenderse en esa región. El
emperador Justiniano, cuya sede estaba en Constantinopla, pero que tenía a todo el Imperio bajo
su dominio nominal, finalmente envió ejércitos al norte del África, y hacia el año 534 DC venció
completamente a la raza vándala. Así fue desarraigado, debido a la influencia de la iglesia de Roma,
uno de los “diez cuernos” de Daniel, símbolo de las tribus germánicas de la Europa occidental…

En el siglo V, antes de que los lombardos entraran en Italia (568 DC), muchos germanos de
las diversas tribus del norte se habían convertido en auxiliares del ejército romano que estaba en las
proximidades de Roma. Odoacro, un caudillo de esas tribus germánicas, fue nombrado general de
los auxiliares. El emperador Nepote fue enviado al exilio en el año 475 DC, y Orestes, el rebelde
vencedor, dio el trono imperial a Rómulo Augústulo, hijo de Nepote, de 14 años de edad. Orestes
provocó un motín entre sus mercenarios porque no accedió a la petición de ellos de que se les
entregara un tercio de Italia. Entonces Odoacro se hizo cargo de la situación; el 23 de agosto de 476
DC fue proclamado rey, y Orestes fue encarcelado y decapitado. Augústulo fue depuesto del trono,
pero se le preservó la vida. Esta revolución, que ocurrió en el año 476 DC, suele considerarse como
el punto final del Imperio Romano de Occidente.

Debe destacarse que Odoacro no pretendió ser emperador, ni tampoco lo hizo ninguno de
los reyes germanos de esa época. Odoacro tomó las diversas insignias del gobierno imperial que
encontró en Roma, y las envió a Constantinopla con el mensaje de que él no las usaría ni tampoco
ningún otro, pues no habría otra vez nadie que gobernara como emperador en el Occidente. Desde
entonces el emperador de Oriente fue el gobernante nominal de todo el Imperio Romano.

Pero Odoacro y sus seguidores arrianos pronto entraron en pugna con las autoridades
católicas romanas y más tarde con las hordas invasoras de los ostrogodos procedentes del este, las
cuales ocuparon a Italia bajo la dirección de Teodorico. Después de menos de veinte años del
gobierno hérulo-rugio de Odoacro, éste fue muerto por Teodorico, y los ostrogodos quedaron como
amos absolutos de la situación. Los ostrogodos arrianos tuvieron dificultades con el poder católico
romano en los años de los sucesores de Teodorico. Entonces Justiniano, emperador en
Constantinopla, vino en ayuda de la Iglesia Católica, cuyo obispo él ya había reconocido como
“cabeza de todas las iglesias”. Poco antes había conquistado a los vándalos, y entonces envió sus
ejércitos a Italia, los cuales combatieron contra los ostrogodos durante veinte años. En el año 538
DC [fecha de inicio de los 1.260 años de dominio papal o del “cuerno pequeño”] los ostrogodos
fueron expulsados de Roma, la que ocuparon después sólo transitoriamente, y alrededor del año
554 DC dejaron de existir como pueblo. Así llegó a su fin la tercera y última de las tribus que les fue
imposible vivir en paz con la iglesia de Roma…

Las tribus que quedaron llegaron a ser precursoras de las naciones europeas actuales. O se
convirtieron del paganismo al catolicismo romano, o dejaron el arrianismo para aceptar el
catolicismo.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 23-25

7.1.1. Los alemanni

Una gran proporción de los llamados pueblos bárbaros provenían del norte de Europa y se
consideran básicamente germánicos. En realidad, se trataba de una gran familia de naciones (le

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recomiendo que lea mi tratado sobre la genealogía de Noé y las naciones) descendientes de
Askenaz, hijo de Gomer, hijo de Jafet; que contribuyó más que ninguna otra familia de naciones a la
formación de la Europa que hoy conocemos. Veamos algo sobre ellos.

Proponemos trazar la historia de estos diez reinos desde sus relaciones tribales como
salvajes en los bosques de Alemania, pasando por sus incursiones devastadoras en las provincias
ricas y civilizadas de Roma, hasta su propio establecimiento dentro de estas provincias y su
desarrollo en reinos civilizados e influyentes allí. Roma, una vez tan poderosa, una vez tan grande,
ahora a través del lujo y la indulgencia, la culpa y la hipocresía, se volvió corrupta, afeminada y débil,
pereció. Veremos cómo los movimientos de las naciones se van llenando de un nuevo y vigoroso
pueblo, el lugar que Roma ya no era digna de ocupar.

Fueron “los guerreros alemanes quienes primero resistieron, luego invadieron, y finalmente
derrocaron, a la monarquía occidental de Roma”. “Las naciones más civilizadas de la Europa
moderna salieron de los bosques de Alemania, y en las groseras instituciones de esos bárbaros aún
podemos distinguir los principios originales de nuestras leyes y costumbres actuales”.

“La antigua Alemania, excluyendo de sus límites independientes la provincia al oeste del Rin,
que se había sometido al yugo romano, se extendió sobre una tercera parte de Europa. Casi toda la
Alemania moderna, Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia, Livonia, Prusia y la mayor parte de
Polonia, estaban pobladas por las diversas tribus de una gran nación, cuya tez, modales y lenguaje
denotaban un origen común, y conservaban un parecido sorprendente”.

“Al oeste, la antigua Alemania estaba dividida por el Rin de los gálicos, y al sur por el Danubio
de los ilirios, provincias del imperio. Una cordillera de colinas, que se eleva desde el Danubio, y que
se llama los Montes Cárpatos, cubría Alemania por el lado de Dacia, o Hungría. La frontera oriental
estaba débilmente marcada por los temores mutuos de los alemanes y los sármatas, y a menudo
estaba confundida por la mezcla de tribus beligerantes y confederadas de las dos naciones. En la
remota oscuridad del Norte, los antiguos descendían imperfectamente un océano congelado que
yacía más allá del Mar Báltico, y más allá de la península, o islas, de Escandinavia.

“Tácito afirma, como un hecho bien conocido, que los alemanes, en su época [56-135 DC]
tenían ciudades y que afectaban a despreciar las obras de la industria romana como lugares de
confinamiento más que de seguridad. Sus edificios ni siquiera eran contiguos, ni se formaban en
villas regulares; cada bárbaro fijaba su morada independiente en el lugar al que una llanura, un
bosque o un arroyo de agua dulce le habían inducido a dar la preferencia. No se empleaba piedra,
ni ladrillo, ni azulejos en estas pequeñas moradas. No eran más que cabañas bajas de una figura
circular, construidas con madera en bruto, con paja y perforadas en la parte superior para dejar un
paso libre para el humo”.

“En el tiempo más inclemente, el resistente alemán se contentaba con una escasa prenda
hecha de la piel de algún animal. Las naciones que habitaban hacia el norte se vistieron de pieles; y
las mujeres fabricaron para su propio uso una especie de lino grueso. La caza de varios tipos con la
que se abastecían abundantemente los bosques de Alemania, proporcionaba a sus habitantes
alimento y ejercicio. Sus rebaños monstruosos de ganado, menos notables, de hecho, por su belleza
que, por su utilidad, formaban el objeto principal de su riqueza. Una pequeña cantidad de maíz era
el único producto exigido de la tierra; el uso de huertos o praderas artificiales era desconocido para
los alemanes; tampoco podemos esperar mejoras en la agricultura de un pueblo cuya propiedad
experimentaba cada año un cambio general por una nueva división de las tierras cultivables, y que,
en esa extraña operación, evitaba disputas al sufrir que gran parte de su territorio quedara en desuso
y sin labranza”.

“El sonido que convocó al alemán a las armas le agradó a su oído. Lo despertó de su
incómodo letargo, le dio una búsqueda activa, y mediante el ejercicio fuerte del cuerpo y las
emociones violentas de la mente, lo devolvió a un sentido más vivo de su existencia. En los aburridos
intervalos de paz, estos bárbaros eran inmoderadamente adictos a los juegos de azar profundos y a
la bebida excesiva; y ambos, por diferentes medios, uno inflamando las pasiones y el otro
extinguiendo su razón, los aliviaron igualmente del dolor del pensamiento. Se glorificaban al pasar
días y noches enteros en la mesa; y la sangre de amigos y parientes a menudo manchaba sus
numerosas y borrachas asambleas. Sus deudas de honor (pues a esa luz nos han transmitido las
de juego) las cumplieron con la más romántica fidelidad. El jugador desesperado que había apostado
su persona y su libertad en un último lanzamiento de dados, se sometió pacientemente a la decisión
de la fortuna, y permitió que su antagonista, más débil pero más afortunado, lo atara, castigara y
vendiera como esclavo remoto”.

“La cerveza fuerte, un licor extraído con muy poco arte del trigo o de la cebada, y 'corrompido'
(como lo expresa fuertemente Tácito) en una cierta semblanza de vino, era suficiente para los
propósitos groseros del libertinaje alemán. Pero los que habían probado los ricos vinos de Italia y

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después de la Galia, suspiraron por esa especie más deliciosa de intoxicación. Sin embargo, no
intentaron (como se ha hecho desde entonces con tanto éxito) naturalizar la vid a orillas del Rin y
del Danubio, ni se esforzaron por conseguir por parte de la industria los materiales de un comercio
ventajoso. Solicitar por medio del trabajo lo que podría ser violado por las armas, se consideraba
indigno del espíritu alemán. La sed intempestiva de licores fuertes a menudo impulsaba a los
bárbaros a invadir las provincias a las que el arte o la naturaleza había concedido esos regalos tan
envidiados”.

“Un general de la tribu fue elegido en ocasiones de peligro; y si el peligro era apremiante y
extenso, varias tribus concurrieron en la elección del mismo general. El guerrero más valiente fue
nombrado para guiar a sus compatriotas en el campo, por su ejemplo y no por sus órdenes. Pero
este poder, por muy limitado que fuera, seguía siendo injusto. Expiró con la guerra; y en tiempo de
paz las tribus alemanas no reconocieron a ningún jefe supremo. Sin embargo, los 'Príncipes' fueron
nombrados en la asamblea general para administrar justicia, o más bien para componer diferencias,
en sus respectivos distritos”.

“En la hora del peligro era vergonzoso que el jefe fuera superado en valor por sus
compañeros; vergonzoso que los compañeros no igualaran el valor de su jefe. Sobrevivir a su caída
en batalla fue una infamia indeleble. Proteger su persona, y adornar su gloria con los trofeos de sus
propias hazañas, eran los más sagrados de sus deberes. Los jefes lucharon por la victoria, los
compañeros del jefe”.

“Los alemanes trataban a sus mujeres con estima y confianza, las consultaban en todas las
ocasiones importantes y creyeron con cariño que en sus pechos residía una santidad y sabiduría
más que humana. Algunos de estos intérpretes del destino, como Velleda, en la Guerra de Batavia,
gobernaron, en nombre de la Deidad, las naciones más feroces de Alemania. El resto del sexo, sin
ser adoradas como diosas, eran respetadas como compañeras libres e iguales de los soldados,
asociadas incluso por la ceremonia de matrimonio a una vida de trabajo, de peligro y de gloria. En
sus grandes invasiones, los campos de los bárbaros se llenaron de una multitud de mujeres, que
permanecieron firmes e indomables entre el sonido de las armas, las diversas formas de destrucción
y las honorables heridas de sus hijos y maridos”.

“En más de una ocasión, la generosa desesperación de las mujeres, que temían mucho
menos la muerte que la servidumbre, ha hecho retroceder al enemigo a los ejércitos de alemanes
que se desmayaban. Si el día se perdía irrecuperablemente, sabían bien cómo librarse a sí mismos
y a sus hijos, con sus propias manos, de un vencedor insultante. Las heroínas de tal elenco pueden
reclamar nuestra admiración; pero con toda seguridad no eran ni hermosas ni muy susceptibles al
amor. Si bien afectaron a emular las severas virtudes del ‘hombre', debieron renunciar a esa atractiva
suavidad en la que consisten principalmente el encanto y la debilidad de la ‘mujer'. El orgullo
consciente enseñó a las hembras alemanas a suprimir toda emoción tierna que compitiera con el
honor, y el primer honor del sexo ha sido el de la castidad. Los sentimientos y la conducta de estas
matronas fogosas pueden ser considerados a la vez como una causa, un efecto y una prueba del
carácter general de la nación”.

“Alemania estaba dividida en más de cuarenta estados independientes; y, incluso en cada


estado, la unión de las diversas tribus era extremadamente vaga y precaria. Los bárbaros eran
fácilmente provocados; no sabían perdonar una herida, mucho menos un insulto; sus resentimientos
eran sangrientos e implacables. Las disputas casuales que tan frecuentemente ocurrían en sus
tumultuosas fiestas de caza o bebida eran suficientes para inflamar las mentes de naciones enteras;
la disputa privada de cualquier cacique considerable se difundió entre sus seguidores y aliados.
Castigar a los insolentes, o saquear a los indefensos, eran causas similares de guerra. Los estados
más formidables de Alemania afectados para abarcar sus territorios con una amplia frontera de
soledad y devastación. La espantosa distancia preservada por sus vecinos atestiguaba el terror de
sus brazos, y en cierta medida los defendía del peligro de incursiones inesperadas”.

La ubicación general de las tribus y naciones de Alemania y Oriente, a finales del Siglo IV,
era ésta: la orilla derecha del Rin medio y superior estaba habitada por los francos y los alemanes.
Los anglos habitaban en lo que ahora es el sur de Dinamarca; y los sajones en el bajo Elba. Hacia
el este del Elba, y en el Oder, habitaban los lombardos; en la costa del Báltico, entre el Oder y el
Vístula, estaban los vándalos, al sur de los vándalos, en el Vístula, los borgoñones; al este del
Vístula, hacia el Báltico, los suevos; y sobre todo el país, al este del Suevos, y extendiéndose hasta
el río Volga, se extendieron los sármatas. En el país del sur, debajo de los sármatas, desde el
Danubio, pasando por el valle del Dniéper hasta las costas del Mar Caspio, estaba el dominio de los
hunos gobernados por Rugilas.

“Tal era la situación, y tales eran los modales, de los antiguos alemanes. Su clima, su falta
de aprendizaje, de arte y de leyes; sus nociones de honor, de galantería y de religión; su sentido de
libertad, su impaciencia por la paz y su sed de empresa, contribuyeron a formar un pueblo de héroes

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militares. Y, sin embargo, encontramos que, durante más de doscientos cincuenta años que
transcurrieron desde la derrota de Varus [septiembre, 9 DC] hasta el reinado de Decio [249 DC],
estos formidables bárbaros hicieron pocos intentos considerables, y no ninguna impresión material,
en las lujosas y esclavizadas provincias del imperio. Su progreso se vio frenado por la falta de armas
y disciplina, y su furia fue desviada por las divisiones intestinales de la antigua Alemania”. Edward
Gibbon, Declive y caída del Imperio Romano, capitulo 9, párrafos 1-26.

Pero cuando llegamos al último cuarto del Siglo IV, parece casi como si los mismos elementos
se hubieran empleado para lanzar a las naciones bárbaras en multitudes sobre el imperio
condenado, hundido en la iniquidad más allá de todo remedio [como si hubieran estado esperando
el toque de una trompeta profética para lanzar en grandes raudales a sus guerreros anhelantes de
conquista y gloria, ¿verdad?].
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 593-598

Puede encontrarse en la historia de estos pueblos germanos el origen de la caída del imperio
romano de occidente pues fueron los primeros en cruzar las líneas de frontera y penetrar en
territorios del imperio dos siglo y medio antes de su estrepitosa caída. Estuvieron cerca de llegar a
Roma unos 150 años antes de Alarico, pero se retiraron con un gran botín. Parece como si en el
registro de los tiempos concedidos a las naciones, Dios hubiera decidido darle un tiempo más al
imperio más longevo de la historia.

De todas las naciones bárbaras que dividieron el Imperio Romano, los alemanes “fueron los
primeros en quitar el velo que cubría la débil majestad de Italia”.

“En el reinado del emperador Caracalla [211-217 DC], un innumerable enjambre de suevos
apareció en las orillas del Meno y en el barrio de las provincias romanas, en busca de alimento, de
saqueo o de gloria. El apresurado ejército de voluntarios se unió gradualmente “en una gran” y
“permanente” nación, y como estaba compuesta de tantas tribus diferentes, asumió el nombre de
alemanni o “allmen [todos los hombres]”, para denotar a la vez su linaje y su valentía común. Esta
última fue sentida pronto por los romanos en muchas incursiones hostiles. Los alemanni luchaban
principalmente a caballo; pero su caballería era aún más formidable por una mezcla de infantería
ligera, seleccionada entre los más valientes y activos de la juventud, a quienes el ejercicio frecuente
había acostumbrado a acompañar a los jinetes en la marcha más larga, en la carga más rápida o en
la retirada más precipitada”.

“Esta gente guerrera de los alemanes había sido asombrada por las inmensas preparaciones
de Alexander Severus [234 DC]; estaban consternados por los brazos de su sucesor [Maximin, 235
DC], un bárbaro igual en valor y ferocidad a ellos mismos. Pero todavía flotando en las fronteras del
imperio, aumentaron el desorden general que siguió después de la muerte de Decio [250 DC]. Ellos
infligieron severas heridas a las ricas provincias de la Galia; ‘fueron los primeros que quitaron el velo
que cubría la débil majestad de Italia''. Un cuerpo numeroso de los alemanes penetró a través del
Danubio y a través de los Alpes Réticos en las llanuras de Lombardía, avanzó hasta Rávena, y
exhibió las banderas victoriosas de los bárbaros casi a la vista de Roma [alrededor del año 260 DC].
Y luego, “cargados de botín, se retiraron a Alemania; y su retiro fue estimado como una victoria por
los poco guerreros romanos”. Edward Gibbon, Declive y caída del Imperio Romano, capítulo 10,
párrafos 26, 27. Todas las citas sobre este tema …son de Gibbon a menos que se acredite lo
contrario.

En el reinado de Aureliano, 270 DC, de nuevo, ciento veinte mil de “los alemanni trazaron
una línea de devastación desde el Danubio hasta el Po”, e incluso hasta Fano en Umbría, “con el
propósito de despedir a la indefensa dueña del mundo”. Aureliano se encontró con ellos en tres
duras batallas. En el primero, “los romanos recibieron un golpe tan duro que, según la expresión de
un escritor extremadamente partidario de lo Aureliano, se aprehendió la disolución inmediata del
imperio”. En la tercera, sin embargo, los romanos les infligieron “una derrota total e irremediable”. El
remanente volador de su anfitrión fue exterminado, e Italia fue liberada de las incursiones de los
alemanes”. Capítulo 11, párrafos 18-22.

En enero de 275 DC, Aureliano fue asesinado. Dos emperadores siguieron en rápida
sucesión, Tácito durante doscientos días y Floriano durante tres meses, y el 3 de agosto del año 276
DC, Probus sucedió al púrpura, y mantuvo la autoridad imperial hasta que fue asesinado en agosto
del año 282 DC. “En vez de reducir a los belicosos nativos de Alemania a la condición de súbditos,
Probus se contentaba con la humilde oportunidad de levantar un baluarte contra sus incursiones”.

En la época de Adriano, 117-134 DC, se había construido una fuerte barrera de árboles y
empalizadas desde el Danubio hasta el Rin, como límite del imperio y como control de los alemanes
merodeadores. En lugar de un baluarte tan grosero, el emperador Probus construyó un muro de
piedra de una altura considerable, y lo reforzó con torres a distancias convenientes. Desde el barrio

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de Newstadt y Ratisbon en el Danubio, se extendía a través de colinas, valles, ríos y moras, hasta
Wimpfen en el Necker, y al final terminó en las orillas del Rin, después de un curso sinuoso de casi
doscientas millas.

“Esta importante barrera, que unía las dos poderosas corrientes que protegían las provincias
de Europa, parecía llenar el espacio vacío a través del cual los bárbaros, y en particular los
alemanes, podían penetrar con la mayor facilidad en el corazón del imperio. Pero la experiencia del
mundo, desde China hasta Gran Bretaña, ha puesto al descubierto el vano intento de fortificar
cualquier extenso territorio. El destino del muro que construyó Probus puede confirmar la
observación general. Unos años después de su muerte, fue derrocado por los alemanni. Sus ruinas
dispersas, atribuidas universalmente al poder del demonio, ahora sólo sirven para excitar la maravilla
del campesino suabo”. Capítulo 12, párrafo 20.

El derribo de la muralla de Probus abrió a los alemanni el país de Vindelicia, que pronto
invadieron, y se establecieron a la derecha del Rin, desde el Meno hasta el Lago de Constanza, en
posesión del país conocido primero con el nombre de Alemania y después con el nombre de Suabia,
que ellos y sus descendientes directos han mantenido hasta el día de hoy. Después extendieron su
poder sobre otras provincias, de las cuales fueron privados en épocas posteriores, pero esto nunca
lo perdieron. Desde su asiento permanente en este territorio, hicieron constantes incursiones sobre
el Rin en la Galia hasta que se habían asegurado también una buena parte de esa provincia.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 599-601

7.1.2. Los francos

Si hay una nación que merece un lugar importante en la historia de Europa, después de los
alemanes, son los francos, como sabemos emparentados con estos. También será relevante en el
inicio de la Edad Media por el soporte que proveyeron a la iglesia romana que le consideró siempre
su apoyo invariable, además de forjar una de las naciones más influyentes de Europa: Francia

A partir de este momento, los francos están tan íntimamente relacionados con los avances
de los Alemanni que, para evitar la repetición, se considerarán juntos.

“Hacia el año 240 DC se formó una nueva confederación bajo el nombre de francos, por los
antiguos habitantes del Bajo Rin y del Weser. El amor a la libertad era la pasión dominante de estos
alemanes; el disfrute de ella, su mejor tesoro; la palabra que expresaba ese disfrute, la más
agradable a su oído. Merecían, asumieron, mantuvieron, el honorable epíteto de francos, o “freemen
[hombres libres]”, que ocultaba, aunque no extinguió, los peculiares nombres de los diversos Estados
de la confederación.

“El Rin, aunque digno con el título de salvaguarda de las provincias, era una barrera
imperfecta contra el espíritu emprendedor con el que actuaban los francos. Sus rápidas
devastaciones se extendían desde el río hasta los pies de los Pirineos; ni tampoco eran detenidas
por esas montañas. España, que nunca había temido, no pudo resistir las incursiones de los
alemanes. Durante doce años [256-268 DC], la mayor parte del reinado de Gallienus, ese país
opulento, fue escenario de hostilidades desiguales y destructivas. Tarragona, la floreciente capital
de una provincia pacífica, fue saqueada y casi destruida; y tan tarde como en los días de Orosio,
que escribió en el Siglo V [alrededor del año 415 DC], miserables casas de campo, dispersas entre
las ruinas de magníficas ciudades, todavía se registraba la furia de los bárbaros. Cuando el país
agotado dejó de suministrar una variedad de saqueos, los francos se apoderaron de algunos barcos
en los puertos de España y se transportaron a Mauritania. La lejana provincia se asombró con la
furia de estos bárbaros, que parecían caer de un nuevo mundo, ya que su nombre, modales y tez
eran igualmente desconocidos en la costa de África”. Capítulo 10, párrafos 22, 25.

“El servicio más importante que Probus prestó a la república fue la liberación de la Galia y la
recuperación de setenta ciudades florecientes oprimidas por los bárbaros de Alemania, quienes,
desde la muerte de Aureliano (enero de 275 DC), habían asolado impunemente esa gran provincia.
Entre las diversas multitudes de esos feroces invasores, podemos distinguir, con cierto grado de
claridad, tres grandes ejércitos, o más bien naciones, derrotadas sucesivamente por el valor de
Probus. Devolvió a los francos a sus pantanos; una circunstancia descriptiva de la que podemos
deducir que la confederación conocida por la varonil denominación de 'Libre', ya ocupaba la llanura
marítima, intersectada y casi desbordada por las aguas estancadas del Rin, y que varias tribus de
los frisones y de los batavianos se habían adherido a su alianza”. Capítulo 12, párrafo 18.

Probus fue sucedido por Carus, quien reinó hasta el 25 de diciembre del año 283 DC, y fue
sucedido a su muerte por sus dos hijos Carinus y Numerian. Numerian murió, o fue asesinado, el 12
de septiembre de 284 DC, y fue sucedido por Diocleciano el 17 de septiembre, y Carinus fue
asesinado en mayo siguiente. Y a través del poder dividido de Diocleciano surgió Constantino.

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Mientras Constantino reinaba como César en Galia (306-312 DC), un cuerpo de francos y alemanes
invadió esa provincia. Constantino los derrotó, y “varios de sus príncipes” y “un gran número de su
juventud” “fueron expuestos por su orden a las bestias salvajes en el anfiteatro de Tréveris”. Capítulo
14, párrafo 18. Después de esto, tanto los francos como los alemanes parecen haber permanecido
en su propio lado del Rin hasta la época de Constanza, el hijo de Constantino, alrededor del año
350-351 DC. Constans, el hermano sobreviviente de Constantius, fue asesinado en febrero del año
350 DC, por orden de Magnentius, un ambicioso soldado que había usurpado el púrpura. Esto dejó
a Magnentius y Constantius para disputar el único reinado del imperio. Sin embargo, la disputa se
cerró pronto en la batalla de Mursa (Essek) en el río Drave. Magnentius fue derrotado, y “tirando los
adornos imperiales, escapó con alguna dificultad de la persecución del caballo ligero, que siguió
incesantemente su rápido vuelo desde las orillas del Drave hasta los pies de los Alpes Julianos”.
Logró escapar a las Galias, donde reunió algunas fuerzas, pero fue derrotado por segunda vez, y
para escapar de ser entregado a Constanza, se suicidó al caer sobre su espada, el 10 de agosto de
353 DC, dejando a Constanza en posesión indiscutible del imperio.

“En la ciega furia de la discordia civil, Constante había abandonado a los bárbaros de
Alemania los países de la Galia que aún reconocían la autoridad de su rival. Un numeroso enjambre
de francos y alemanes fueron “invitados” [351 DC] a cruzar el Rin, por regalos y promesas, por las
esperanzas el botín, y por “una concesión perpetua de todos los territorios” que deberían ser capaces
de someter. Pero el emperador, que para un servicio temporal había provocado así imprudentemente
el espíritu rapaz de los bárbaros, pronto descubrió y lamentó la dificultad de despedir a estos
formidables aliados, después de haber probado la riqueza de la tierra romana. Independientemente
de la distinción de lealtad y rebelión, estos ladrones indisciplinados trataban como sus enemigos
naturales a todos los súbditos del imperio que poseían cualquier propiedad que deseaban adquirir.
Cuarenta y cinco ciudades florecientes, Tongres, Colonia, Treves, Worms, Spires, Estrasburgo, etc.,
etc., además de un número mucho mayor de pueblos y aldeas, fueron saqueadas, y en su mayor
parte reducidas de cenizas”.

“Los bárbaros de Alemania, aún fieles a las máximas de sus antepasados, aborrecían el
confinamiento de las murallas, a las que aplicaban los odiosos nombres de cárceles y sepulcros; y,
fijando sus moradas independientes en las orillas de los ríos, el Rin, el Mosela y el Mosa, se
aseguraban contra el peligro de una sorpresa, mediante una grosera y apresurada fortificación de
grandes árboles, que eran derribados y arrojados a través de los caminos. Los alemanni se
establecieron en los modernos países de Alsacia y Lorena; los francos ocuparon la isla de los
Batavianos, junto con un extenso distrito de Brabante, que entonces era conocido por la
denominación de Toxandria, “y podrían merecer ser considerados como la sede original de su
monarquía gala''.

En una nota, Gibbon fija la fecha de esta entrada permanente de los francos en la Galia: “la
paradoja de P. Daniel, que los francos nunca obtuvieron ningún asentamiento permanente en este
lado del Rin antes de la época de Clodoveo, es refutada con mucho aprendizaje y buen sentido por
M. Biet, quien ha probado, mediante una cadena de evidencias, su posesión ininterrumpida de
Toxandria ciento treinta años antes de la adhesión de Clodoveo”. La adhesión de Clodoveo fue en
el año 481 DC; y ciento treinta años nos llevan de vuelta al año 351 DC, como se mencionó
anteriormente.

“Desde las fuentes hasta la desembocadura del Rin, las conquistas de los alemanes se
extendían más de cuarenta millas al oeste de ese río, sobre un país poblado por colonias de su
propio nombre y nación; y el escenario de sus devastaciones era tres veces más extenso que el de
sus conquistas. A una distancia aún mayor, los pueblos abiertos de la Galia fueron abandonados, y
los habitantes de las ciudades fortificadas, que confiaban en su fuerza y vigilancia, se vieron
obligados a contentarse con los suministros de maíz que podían levantar en el terreno vacío dentro
del recinto de sus murallas. Las legiones disminuidas, desprovistas de paga y provisiones, de armas
y disciplina, temblaban ante la llegada, e incluso ante el nombre, de los bárbaros”. Capítulo 19,
párrafos 20, 21.

El 6 de noviembre del año 355 DC, Constante asoció a Julián consigo mismo en el gobierno
del imperio, y nombró para su administración las provincias de Occidente, con la tarea inmediata de
expulsar a estos bárbaros a los que Constante había invitado con la promesa de una concesión a
perpetuidad de todas las tierras que debían someter, y “que reivindicaban como suyas por el derecho
de conquista y de tratados”. En cinco campañas, 356-359 DC, por medio de terribles combates, y
con muchas pérdidas, Julián logró liberar a la Galia de ambos pueblos, por un tiempo; aunque a los
francos salianos “se les permitió poseer su nuevo establecimiento de Toxandria, como súbditos y
auxiliares del Imperio Romano”. Capítulo 19, párrafo 25.

La liberación de la Galia por la derrota de los alemanes y los francos estableció la fama militar
de Julián; pero “a menos que hubiera sido capaz de revivir el espíritu marcial de los Romanos, o de
introducir las artes de la industria y el refinamiento entre sus enemigos salvajes, no podría albergar

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ninguna esperanza racional de asegurar la tranquilidad pública, ni por la paz ni por la conquista de
Alemania. Sin embargo, las victorias de Julián suspendieron, por poco tiempo, las incursiones de los
bárbaros y retrasaron la ruina del Imperio de Occidente”…

Valentín (366 DC) y Graciano (378 DC), cada uno a su vez, estaban obligados a defender a
la Galia contra los alemanes; pues “los súbditos del imperio a menudo experimentaban que los
alemanes no podían ser sometidos por las armas ni restringidos por los tratados”. Capítulo 26,
párrafo 10.

Los bárbaros que habían amenazado principalmente la seguridad de la Galia durante el siglo
anterior a la adhesión de Valentín eran las dos grandes confederaciones de los francos y los
alemanes, los primeros de los cuales estaban asentados a lo largo de la orilla derecha del Rin desde
Rotterdam hasta Mentz; mientras que los segundos, después de haber derribado la débil barrera
cuyas ruinas se llaman ahora Pfahlgraben [zanja fortificada con estacas], se asentaron en las fértiles
tierras de los Decumatos Agrarios, donde, durante algo así como dos siglos, había dominado la
civilización romana”.

“Así, los alemanni llenaron la esquina suroeste de Alemania y Suiza que está naturalmente
limitada por el Rin, ya que fluye hacia el oeste hasta Basilea, y luego hace un giro repentino, en
ángulo recto, hacia el norte hasta Estrasburgo, Worms y Mentz”. Thomas Hodgkin, Italia y sus
invasores, Volumen I, Capítulo 3, párrafo 6.

Después de la época de Graciano, el poder de los alemanni y los francos creció


constantemente hasta la muerte de Valentín III, en el año 455 DC, “los alemanni y los francos
avanzaron desde el Rin hasta el Sena”. Capítulo 34, párrafo 5.

Esto dio a los francos todo el noreste de la Galia al norte del río Mosela; pues “la humilde
colonia que durante tanto tiempo mantuvieron en el distrito de Toxandria, en Brabante, se multiplicó
insensiblemente a lo largo de las orillas del Mosa y el Escalda hasta que ‘su poder independiente'
llenó toda la extensión de la Segunda, o Baja, Alemania”. Enciclopedia Británica, artículo Francia,
Historia, párrafo 13.

Dio a los alemanni todo el país de Galia al sur del Mosela desde el Sena hasta la curva del
Rin en Basilea, además de su posesión original entre el muro de Probus y Winterthur en lo que hoy
es Suiza. Y tenían tal prestigio como nación que una victoria que Majorion, maestro general de la
caballería e infantería del imperio, ganó a más de novecientos de ellos, que habían cruzado los
Alpes, alrededor del año 457 DC, fue considerada lo suficientemente meritoria como para ser
recompensada con el poder y el cargo imperial.

Las derrotas de los romanos “no rompieron el poder de los alemanni, que, presionados por
otros bárbaros del Norte, se vieron obligados a avanzar hacia el sur y hacia el oeste para conquistar
nuevos países para sí mismos. Por lo tanto, después de mediados del Siglo V, los encontramos
establecidos, no sólo en el país que hoy se llama Suabia, sino también en una parte de Suiza y en
Alsacia. En estos países los alemanni se han mantenido desde entonces, y la mayor parte de los
suabos modernos y los suizos del norte son descendientes de esa antigua raza”. Enciclopedia
Británica, artículo Alemanni.

“El territorio de estas dos grandes confederaciones (los francos y los alemanes) es
constantemente mencionado por escritores contemporáneos como Francia y Alemania. Sentimos
que estamos al borde de la historia moderna cuando reconocemos en estos dos nombres la ‘Francia'
y la ‘Alemagne' del periódico francés de hoy. Aunque otros elementos se han mezclado
abundantemente con cada confederación, no nos está totalmente prohibido reconocer en estos dos
bárbaros vecinos del Imperio Romano en el Siglo IV DC, a los antepasados de las dos naciones
poderosas que en nuestros días se encontraron en truenos en las llanuras de Gravelotte”. Thomas
Hodgkin, Italia y sus invasores, Volumen I, Capítulo 3, párrafo 6.

La historia posterior de los francos se sugiere fácilmente en el nombre de “Francia”. Así


también 'a los franceses' es la historia posterior de los alemanni fácilmente sugerida en su nombre
para Alemania… Pero en la palabra “Alemania” esto no es tan fácil de entender. Sin embargo, los
Alemanni no sólo fueron una de las principales raíces de la poderosa nación alemana de hoy en día,
sino que desempeñaron un papel importante en la historia de Europa en la Edad Media, e incluso
en nuestra época. Bajo el dominio de la Casa Alemana de Hohenstaufen fue el período más glorioso
y próspero de la historia medieval alemana. Con sólo un corto intervalo, después del final de la
dinastía Hohenstaufen, la Casa Alemana de Habsburgo ocupó el cargo imperial en el “Sacro Imperio
Romano”, mientras ese imperio existió; y cuando dejó de existir, aún gobernaba en Austria; y aún
gobierna el Imperio Austro-Húngaro [en la época que Jones escribió este libro, 1898 DC]. La Casa
Alemana de Guelf amuebló a Inglaterra la Casa de Hannover y por ella su actual y más ilustre Reina
Victoria [otra vez es una referencia a su propio tiempo]. España en su gloria fue gobernada por

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príncipes de los Alemanes. La Casa Alemana de Hohenzollern hizo de Prusia uno de los Estados
más fuertes de Europa, y cumplió lo que había sido el deseo de los siglos, la unión vital de todos los
pequeños Estados en los que el pueblo alemán había sido separado, y ahora gobierna el Imperio
Alemán [siempre en referencia a su propio tiempo]. El actual emperador de Alemania desciende
directamente de un príncipe de los Alemanes.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 601-607

7.1.3. Los suevos, los vándalos y los burgundios

Otras tribus, siempre provenientes del norte de Europa, contribuyeron significativamente al


desarrollo de las naciones de Europa luego de la caída del imperio. De los aquí mencionados
solamente los vándalos no permanecieron y son uno de los 3 pueblos desaparecidos (junto con los
ostrogodos y los hérulos) de Europa cuando el “cuerno pequeño” surgió y tumbó a estos tres reinos.

La importancia de los vándalos en la caída de Roma no puede ser sobrevalorada. La


conquista de los vándalos de la costa norte de África y el dominio que ejercieron sobre el
Mediterráneo, antes considerado un mar propiedad de Roma, aceleró la caída del coloso occidental
sin que su homónimo oriental pudiera auxiliarlo por el aplastante y prolongado dominio naval de los
vándalos bajo Genserico.

“Las numerosas tribus de los vándalos se extendieron a lo largo de las orillas del Oder y la
costa de Pomerania y Mecklenburg”. Thomas Hodgkin, Italia y sus invasores, Volumen III,
Capítulo 2, párrafos 5, 6.

“Hacia mediados del Siglo IV DC, los países, quizás de Lusaka y Turingia, a ambos lados del
Elba, fueron ocupados por el vago dominio de los borgoñones; un pueblo guerrero y numeroso de
raza vandálica, cuyo oscuro nombre se convirtió insensiblemente en un reino poderoso, y que
finalmente se ha establecido en una provincia floreciente”

“En el año 405 DC, el arrogante Rodogast, o Radagaisus, marchó desde las extremidades
norteñas de Alemania casi hasta las puertas de Roma, y dejó los restos de su ejército para lograr la
destrucción de Occidente”. Los vándalos, los suevos y los borgoñones formaron la fuerza de este
poderoso ejército; pero los alani, que habían encontrado una acogida hospitalaria en sus nuevos
asientos, añadieron su activa caballería a la infantería pesada de los alemanes, y los aventureros
góticos se apiñaron tan ansiosamente al nivel de Radagaisus, que, según algunos historiadores, ha
sido tildado de rey de los godos. Doce mil guerreros, distinguidos por encima de los vulgares por su
nobleza de nacimiento o por sus acciones valientes… y toda la multitud, que no era inferior a
“doscientos mil combatientes”, podía ser aumentada, por el acceso de mujeres, niños y esclavos, a
la cantidad de “cuatrocientas mil personas”. Esta formidable emigración provenía de la misma costa
del Báltico que había vertido las miríadas de los Cimbri y los Teutones, para asaltar Roma e Italia
en el vigor de la república”. Capítulo 25, párrafo 20. Los alani aquí mencionados, eran parte de esa
nación que había vivido entre el Volga y el Don, y cuando los hunos arrasaron su país en el año 375
DC, estos escaparon y “avanzaron con intrépido coraje hacia los almacenes del Báltico, se asociaron
con las tribus del norte de Alemania y compartieron el botín de las provincias romanas de la Galia y
España”. Edward Gibbon, Declive y caída del Imperio Romano, capitulo 26, párrafo 11.

“El rey de los alemanes confederados pasó sin resistencia por los Alpes, el Po y los
Apeninos, dejando por un lado el inaccesible palacio de Honorio, bien enterrado entre las marismas
de Ravena; y por otro el campo de Estilicón, que había fijado su cuartel general en Tesino o Pavía,
pero que parece haber evitado una batalla decisiva hasta que reunió a sus fuerzas distantes. Muchas
ciudades de Italia fueron saqueadas o destruidas; y el asedio de Florencia, por Radagaisus, es uno
de los primeros acontecimientos en la historia de esa célebre república, cuya firmeza frenó y retrasó
la furia inexperta de los bárbaros”.

“Florencia quedó reducida a la última extremidad; y la valentía desmayada de los ciudadanos


sólo fue apoyada por la autoridad de San Ambrosio, que había comunicado, en un sueño, la promesa
de una pronta liberación. De pronto contemplaron desde sus muros las banderas de Estilicón, que
avanzaba con su fuerza unida para socorrer a la ciudad fiel, y que pronto marcó ese lugar fatal para
la tumba de la hueste bárbara [406 DC]... El método de rodear al enemigo con fuertes líneas de
circunvalación, que había empleado dos veces contra el rey gótico, se repitió a mayor escala y con
un efecto más considerable...

“La multitud encarcelada de caballos y hombres fue gradualmente destruida por el hambre,
más que por la espada; pero los romanos fueron expuestos, durante el progreso de un trabajo tan
extenso, a los frecuentes ataques de un enemigo impaciente... Un suministro estacional de hombres
y provisiones había sido introducido en las murallas de Florencia; y la hueste hambrienta de
Radagaisus fue a su vez asediada. El orgulloso monarca de tantas naciones guerreras, después de

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la pérdida de sus guerreros más valientes, se vio reducido a confiar en la fe de una capitulación o
en la clemencia de Estilicón. Pero la muerte del cautivo real, que fue ignominiosamente decapitado,
deshonró el triunfo de Roma y del cristianismo; y el breve retraso de su ejecución fue suficiente para
tachar al conquistador de culpable de crueldad fría y deliberada”.

“Después de la derrota de Radagaisus, dos partes de la hueste alemana, que debe haber
superado el número de cien mil hombres, aún permanecían en armas entre los Apeninos y los Alpes,
o entre los Alpes y el Danubio. No está claro si intentaron vengar la muerte de su general; pero su
furia irregular pronto fue desviada por la prudencia y la firmeza de Estilicón, que se opuso a su
marcha y facilitó su retirada; que consideró la seguridad de Roma e Italia como el gran objeto de su
cuidado; y que sacrificó, con demasiada indiferencia, la riqueza y la tranquilidad de las provincias
distantes. Los bárbaros adquirieron, a partir de la confluencia de algunos desertores panonianos, el
conocimiento del país y de los caminos; y la invasión de la Galia, que había sido diseñada por Alarico,
fue ejecutada [406 DC, Diciembre 31] por los restos del gran ejército de Radagaisus”.

“Los confederados victoriosos prosiguieron su marcha, y en el último día del año [406 DC],
en una época en que las aguas del Rin estaban muy probablemente congeladas [¿recuerda la
primera trompeta?], entraron, sin oposición, en las provincias indefensas de la Galia. Este
memorable pasaje de los suevos, los vándalos, los alani y los borgoñones, que nunca se retiraron
después, puede considerarse como la caída del imperio romano en los países más allá de los Alpes;
y las barreras que durante tanto tiempo habían separado a las naciones salvajes y civilizadas de la
tierra, fueron desde ese momento fatal niveladas con el suelo”.

“Mientras que la paz de Alemania estaba asegurada por el apego de los francos y la
neutralidad de los alemanes, los súbditos de Roma, inconscientes de las calamidades que se
avecinaban, disfrutaban del estado de tranquilidad y prosperidad que rara vez había bendecido las
fronteras de la Galia. A sus rebaños y manadas se les permitía pastar en los pastos de los bárbaros;
sus cazadores penetraban sin miedo ni peligro en los más oscuros recovecos del bosque de Hercín.
Las orillas del Rin estaban coronadas, como las del Tíber, con casas elegantes y granjas bien
cultivadas; y si un poeta descendiera el río, podría expresar sus dudas sobre de qué lado estaba
situado el territorio de los romanos”.

“Esta escena de paz y abundancia se convirtió repentinamente en un desierto; y la


perspectiva de las ruinas humeantes podía por sí sola distinguir la soledad de la naturaleza de la
desolación del hombre. La floreciente ciudad de Mentz fue sorprendida y destruida; y muchos miles
de cristianos fueron masacrados inhumanamente en la iglesia. Worms pereció después de un largo
y obstinado asedio; Estrasburgo, Spires, Reims, Tournay, Arras, Amiens, experimentaron la cruel
opresión del yugo alemán; y las llamas de la guerra se extendieron desde las orillas del Rin sobre la
mayor parte de las diecisiete provincias de la Galia. Aquel país rico y extenso, hasta el océano, los
Alpes y los Pirineos, fue entregado a los bárbaros, que conducían delante de ellos, en una multitud
promiscua, el obispo, el senador y la virgen, cargados con el botín de sus casas y altares... Y en
menos de dos años, las tropas divididas de los salvajes del Báltico, cuyo número, según se ha dicho,
parecería despreciable, avanzaron, sin combate, al pie de los Pirineos”. Capítulo 30, párrafos 15-
19.

“En el sureste de la Galia, los borgoñones, después de muchas guerras y algunos reveses,
se establecieron, con el consentimiento de los romanos, en el distrito entonces llamado Sapaudia y
ahora Savoy. Su territorio era algo más extenso que la provincia que fue la cuna de la actual casa
real de Italia, ya que se extendía hacia el norte más allá del lago de Neufchatel, y hacia el sur hasta
Grenoble... Las tierras que dividieron por sorteo, cada una recibiendo la mitad de la propiedad de un
huésped romano… “. Thomas Hodgkin, Edad Media, Capítulo 1, Parte I, Sección 9, Nota 8.

Y en el año 476 DC, cuando desapareció el último vestigio del Imperio de Occidente, el reino
de Borgoña incluía a toda Suiza que se encuentra al oeste de esa parte del Rin que fluye desde el
sur hacia el Lago de Constanza.

“Los vándalos y los suevos se fueron a España”. “Las puertas de España fueron traicionadas
…al enemigo público”, 13 de octubre de 409 DC. La conciencia de culpa, y la sed de rapiña, llevó a
los guardias mercenarios de los Pirineos a abandonar su puesto, a invitar a los suevos, a los
vándalos y a los alani, y a engrosar el torrente que se derramaba con una violencia irresistible desde
las fronteras de la Galia hasta el mar de África. Las desgracias de España se pueden describir en el
lenguaje de su historiador más elocuente, que ha expresado concisamente las apasionadas, y quizás
exageradas, declamaciones de los escritores contemporáneos.

“La irrupción de estas naciones fue seguida de las más terribles calamidades; mientras los
bárbaros ejercían su crueldad indiscriminada sobre las fortunas de los romanos y los españoles, y
asolaban con igual furia las ciudades y la campiña. El progreso del hambre redujo a los habitantes
miserables a alimentarse de la carne de sus semejantes; e incluso las bestias salvajes, que se

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multiplicaron sin control en el desierto, se exasperaron por el sabor de la sangre y la impaciencia del
hambre, para atacar y devorar audazmente a su presa humana. Pronto apareció la peste, compañera
inseparable de la hambruna; una gran proporción de la gente fue arrastrada; y los gemidos de los
moribundos sólo excitaban la envidia de sus amigos sobrevivientes”.

“Los bárbaros”, saciados de carnicería y rapiña, y afligidos por los males contagiosos que
ellos mismos habían introducido, “fijaron sus puestos permanentes en el país despoblado”. La
antigua Galicia, cuyos límites incluían el reino de Castilla la Vieja, estaba dividida entre los suevos y
los vándalos; los alani estaban dispersos por las provincias de Cartagena y Lusitania, desde el
Mediterráneo hasta el Océano Atlántico; y el fructífero territorio de Bética estaba asignado a los
silingos, otra rama de la nación vandálica. Después de regular esta partición, los conquistadores
contrajeron con sus nuevos súbditos algunos compromisos recíprocos de protección y obediencia;
las tierras fueron nuevamente cultivadas, y los pueblos y aldeas fueron nuevamente ocupados por
un pueblo cautivo. La mayor parte de los españoles estaba incluso dispuesta a preferir esta nueva
condición de pobreza y barbarie a las severas opresiones del gobierno romano; sin embargo, había
muchos que todavía afirmaban su libertad nativa y que se negaban, sobre todo en las montañas de
Galicia, a someterse al yugo bárbaro”….

“En la provincia de Galicia, los suevos y los vándalos habían fortificado sus campos, en mutua
discordia e independencia hostil. Los vándalos prevalecieron; y sus adversarios fueron asediados
en las colinas nervásicas, entre León y Oviedo, hasta que la llegada del conde Asterio obligó, o más
bien provocó, a los bárbaros victoriosos a trasladar el escenario de la guerra a las llanuras de la
Bética [428 DC].

“El rápido progreso de los vándalos pronto requirió una oposición más efectiva” que la de
sus compañeros invasores; “y el maestro general Castinus marchó contra ellos con un numeroso
ejército de romanos y godos”. Este ejército fue totalmente derrotado, y “Sevilla y Cartagena se
convirtieron en la recompensa, o más bien en la presa, de los feroces conquistadores”. Las naves
que encontraron en el puerto de Cartagena fácilmente transportaban a los vándalos a las islas de
Mallorca y Menorca, “donde los fugitivos españoles, como en un descanso seguro, habían ocultado
en vano a sus familias y sus fortunas”. Esta experiencia en el mar los animó; y aceptaron
prontamente la invitación del Conde Bonifacio”. Capítulo 31, párrafo 38.

“Los barcos que transportaban [mayo del año 429 DC] a los vándalos por el moderno
Estrecho de Gibraltar, un canal de tan sólo doce millas de ancho, fueron suministrados por los
españoles, que deseaban ansiosamente su partida, y por el general africano, que había implorado
su formidable ayuda...” Los vándalos, que en veinte años habían penetrado desde el Elba hasta el
monte Atlas, se unieron bajo el mando de su rey guerrero; y reinó con igual autoridad sobre los alani,
que habían pasado, dentro del término de la vida humana, del frío de Escitia al calor excesivo de un
clima africano.

“Las esperanzas de la audaz empresa habían ejecutado a muchos valientes aventureros de


la nación gótica; y muchos provinciales desesperados se vieron tentados a reparar su fortuna por
los mismos medios que habían ocasionado su ruina. Sin embargo, esta multitud variada sólo
ascendía a cincuenta mil hombres efectivos; y aunque Genserico [el líder de la “montaña ardiendo”
de la segunda trompeta] magnificó ingeniosamente su aparente fuerza, al nombrar a ochenta
'chiliques' o comandantes de miles, el falaz aumento de ancianos, de niños y de esclavos,
difícilmente habría aumentado su ejército al número de ochenta mil personas. Pero su propia
destreza y el descontento de África pronto fortificaron los poderes vandálicos con la adhesión de
numerosos y activos aliados”.

“Las partes de Mauritania que bordean el Gran Desierto y el Océano Atlántico estaban llenas
de una raza de hombres feroces e insuperables, cuyo temperamento salvaje había sido exasperado,
en lugar de reclamado, por su temor a las armas romanas. Los moros errantes, a medida que se
aventuraban a acercarse a la orilla del mar y al campamento de los vándalos, debían de haber visto
con terror y asombro el vestido, la armadura, el orgullo marcial y la disciplina de los desconocidos,
desconocidos que habían desembarcado en sus costas; y la tez blanca de los guerreros de ojos
azules de Alemania formaba un contraste muy singular con el tono moreno u oliva que se deriva de
la vecindad de la zona torrencial. Después de que las primeras dificultades habían sido eliminadas
en alguna medida, que surgieron de la ignorancia mutua de sus respectivas lenguas, los moros,
independientemente de cualquier consecuencia futura, abrazaron la alianza de los enemigos de
Roma; y una multitud de salvajes desnudos salió corriendo de los bosques y valles del monte Atlas,
para saciar su venganza contra los tiranos pulidos que los habían expulsado injustamente de la
soberanía nativa de la tierra”.

“La persecución de los donatistas fue un acontecimiento no menos favorable a los designios
de los genséricos. Diecisiete años antes de desembarcar en África, se celebró una conferencia
pública en Cartago, por orden del magistrado. Los católicos estaban satisfechos de que, después

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de las razones invencibles que habían alegado, la obstinación de los cismáticos debía ser
inexcusable y voluntaria; y el emperador Honorio fue persuadido de infligir las penas más rigurosas
a una facción que durante tanto tiempo había abusado de su paciencia y clemencia. Trescientos
obispos, con muchos miles de clérigos inferiores, fueron arrancados de sus iglesias, despojados de
sus posesiones eclesiásticas, desterrados a las islas y proscritos por las leyes, si se atrevían a
ocultarse en las provincias de África. Sus numerosas congregaciones, tanto en las ciudades como
en el campo, fueron privadas de los derechos de los ciudadanos y del ejercicio del culto religioso.
Una escala regular de multas, de diez a doscientas libras de plata, fue curiosamente determinada,
de acuerdo con las distinciones de rango y fortuna, para castigar el crimen de asistir a una
convención cismática; y si la multa había sido impuesta cinco veces, sin someter la obstinación del
ofensor, su castigo futuro se refería a la discreción de la corte imperial”.

“Por estas severidades, que obtuvieron la más cálida aprobación de San Agustín, gran
número de donativos fueron reconciliados con la Iglesia Católica; pero los fanáticos que aún
perseveraban en su oposición fueron provocados a la locura y a la desesperación; el país distraído
se llenó de tumulto y derramamiento de sangre; las tropas armadas de Circuncelliones señalaron
alternativamente su ira contra ellos mismos o contra sus adversarios; y el calendario de los mártires
recibió en ambos lados un aumento considerable. Bajo estas circunstancias, Genserico, un cristiano,
pero enemigo de la comunión ortodoxa, se mostró a los donatistas como un poderoso libertador, de
quien podrían razonablemente esperar la revocación de los odiosos y opresivos edictos de los
emperadores romanos. La conquista de África fue facilitada por el celo activo, o el favor secreto, de
una facción doméstica; las indignas ofensas contra las iglesias y el clero de los que se acusa a los
vándalos, pueden ser atribuidas al fanatismo de sus aliados; y el espíritu intolerante que deshonró
el triunfo del cristianismo contribuyó a la pérdida de la provincia más importante de Occidente”.

“El largo y estrecho tramo de la costa africana estaba lleno de frecuentes monumentos de
arte romano y magnificencia; y los respectivos grados de mejora podían medirse con precisión por
la distancia de Cartago y el Mediterráneo. Una simple reflexión impresionará a cada mente pensante
con la idea más clara de fertilidad y cultivo. El país estaba muy poblado; los habitantes reservaban
una subsistencia liberal para su propio uso; y la exportación anual, en particular de trigo, era tan
regular y abundante que África merecía el nombre de granero común de Roma y de la humanidad.
De repente, las siete fructíferas provincias, desde Tánger hasta Trípoli, se vieron abrumadas por la
invasión de los vándalos, cuya furia destructiva ha sido quizás exagerada por la animosidad popular,
el celo religioso y la extravagante declamación”.

“La guerra, en su forma más justa, implica una violación perpetua de la humanidad y la
justicia; y las hostilidades de los bárbaros son inflamadas por el espíritu feroz y sin ley que perturba
incesantemente su sociedad pacífica y doméstica. Los vándalos, donde encontraron resistencia, rara
vez dieron cuartel; y las muertes de sus valientes compatriotas fueron expiadas por la ruina de las
ciudades bajo cuyos muros habían caído. Descuidados de las distinciones de edad, sexo o rango,
emplearon todas las especies de indignidad y tortura para forzar a los cautivos a descubrir sus
riquezas ocultas. La severa política de Genserico justificó sus frecuentes ejemplos de ejecución
militar; no siempre fue el dueño de sus propias pasiones, ni de las de sus seguidores; y las
calamidades de la guerra se vieron agravadas por el libertinaje de los moros y el fanatismo de los
donatistas”.

La intriga que había llevado al conde Bonifacio a una rebelión involuntaria fue descubierta
pronto. Tanto el soberano como el conde habían sido engañados. Bonifacio fue perdonado, “su
arrepentimiento fue ferviente y sincero”; pero la calamidad de haber invitado a los vándalos a África
no podía deshacerse. “El inexorable rey de los vándalos, despreciando todos los términos de la
acomodación, se negó severamente a renunciar a la posesión de su presa. La banda de veteranos
que marcharon bajo el estandarte de Bonifacio, y sus apresurados impuestos de tropas provinciales,
fueron derrotados con considerable pérdida; los bárbaros victoriosos insultaron a la campiña; y
Cartago, Corta e Hippo Regio fueron las únicas ciudades que parecieron elevarse por encima de la
inundación general”.

“La mente generosa del conde Bonifacio fue torturada por la exquisita angustia de
contemplar la ruina que había ocasionado, y cuyo rápido progreso no pudo controlar. Después de la
pérdida de una batalla, se retiró a Hippo Regius, donde [mayo de 430 DC] fue asediado
inmediatamente por un enemigo que lo consideraba como el verdadero baluarte de África... Las
labores militares y las ansiosas reflexiones del conde Bonifacio se vieron aliviadas por la
conversación edificante de su amigo San Agustín, hasta que ese obispo, la luz y la columna de la
Iglesia Católica, fue suavemente liberado [28 de agosto del año 430 DC], en el tercer mes del asedio,
y en el año setenta y seis de su edad, de las calamidades reales y las inminentes de su país”.

“Por la habilidad de Bonifacio, y quizás por la ignorancia de los vándalos, el asedio de Hipona
se prolongó más de catorce meses [431 DC]; el mar estaba continuamente abierto; y cuando el país
adyacente había sido agotado por el rapiña irregular, los mismos asediados se vieron obligados por

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el hambre a renunciar a su empresa. La importancia y el peligro de África fueron sentidos
profundamente por el regente de Occidente. Placidia imploró la ayuda de su aliado oriental; y la flota
y el ejército italiano fueron reforzados por Asper, que zarpó de Constantinopla con un poderoso
armamento. Tan pronto como la fuerza de los dos imperios se unió bajo el mando de Bonifacio,
marchó audazmente contra los vándalos; y la pérdida de una segunda batalla decidió
irremediablemente el destino de África. Se embarcó con la precipitación de la desesperación; y al
pueblo de Hipona se le permitió, con sus familias y efectos, ocupar el lugar vacante de los soldados,
la mayor parte de los cuales fueron asesinados o hechos prisioneros por los vándalos”.

Fue ocho años después de la captura de Hipona, antes de que Cartago, la capital del país,
fuera tomada. En ese momento Cartago era la segunda ciudad del Imperio de Occidente. En todos
los aspectos, la ciudad merecía el título que se le dio: “la Roma del mundo africano”. “La reputación
de los cartagineses no era igual a la de su país, y el reproche de la fe púnica seguía adhiriéndose a
su carácter sutil e incrédulo. Los hábitos del comercio y el abuso del lujo habían corrompido sus
modales; pero su impío desprecio de los monjes, y la práctica descarada de lujurias antinaturales,
son las dos abominaciones que excitan la piadosa vehemencia de Salviano, el predicador de la
época”.

9 de octubre, 439 DC, “Cartago fue finalmente sorprendido por los vándalos, quinientos
ochenta y cinco años después de la destrucción de la ciudad y de la república por el joven Escipión”,
“Cartago, que se había levantado
del polvo para ser el rival de las
torres de Roma; Cartago, rico en
todos los aparatos de la más alta
civilización, en las escuelas de
arte, en las escuelas de retórica,
en las escuelas de filosofía;
Cartago, el centro del derecho y
del gobierno para el continente
africano, la sede de las tropas, la
sede del procónsul. En esta ciudad
se encontraban todas las órdenes
bien graduadas de la jerarquía
oficial romana, por lo que no era
demasiado decir que cada calle,
cada plaza, tenía su propio
gobernador”.

“Pero esta era la ciudad de


la que el gran africano Agustín
había dicho: Vine de mi ciudad
natal a Cartago, y por todas partes
a mi alrededor rugía el horno del
amor impío''. Y el lenguaje
salviano, después de todo lo que
se ha permitido para la
exageración retórica, muestra con demasiada claridad en qué pensaba Agustín cuando escribió
estas palabras. Casas de mala fama abarrotadas en cada calle y plaza, y perseguidas por hombres
del más alto rango, y de lo que debería haber sido la edad venerable; la castidad fuera de las filas
del clero una cosa desconocida e incrédula, y de ninguna manera universal dentro de ese recinto;
los vicios más oscuros, el pecado de Sodoma y Gomorra, practicados, confesados, glorificados, tal
es el cuadro que el presbítero galo dibuja de la capital de África.

“En esta Ciudad del Pecado marchó el ejército vandálico, casi se podría decir, cuando uno
lee la historia de sus acciones, el ejército de los Puritanos. Con toda su crueldad y toda su codicia,
se mantuvieron al margen del libertinaje de la espléndida ciudad. Desterraron a los hombres que se
ganaban la vida ministrando a las más viles lujurias. Arrancaron la prostitución con una mano sabia,
pero no cruel. En resumen, Cartago, bajo el dominio de los vándalos, era una ciudad transformada,
bárbara pero moral [los bárbaros eran, evidentemente, más morales que los cristianos]”. Thomas
Hodgkin, Italia y sus invasores, Volumen I, Capítulo 20, párrafo 22.

“El rey de los vándalos reformó severamente los vicios de un pueblo voluptuoso; y la antigua,
noble e ingenua libertad de Cartago (estas expresiones de Víctor no carecen de energía) fue
reducida por Genserico a un estado de ignominiosa servidumbre. Después de haber permitido que
sus tropas licenciosas saciaran su ira y avaricia, instituyó un sistema más regular de rapiña y
opresión. Se promulgó un edicto que ordenaba a todas las personas, sin fraude ni demora, que
entregaran su oro, plata, joyas y muebles o prendas de vestir de valor a los oficiales reales; y el
intento de segregar cualquier parte de su patrimonio era inexorablemente castigado con la muerte y

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la tortura, como un acto de traición contra el Estado. Las tierras de la provincia proconsular, que
formaban el distrito inmediato de Cartago, fueron medidas con precisión y divididas entre los
bárbaros; y el conquistador reservó para su peculiar dominio el fértil territorio de Byzacium y las
partes adyacentes de Numidia y Getulia”. Capítulo 33, párrafos 5-13.

Así, el reino de los vándalos se fijó permanentemente en África, donde permaneció mientras
fue un reino, y mientras los vándalos fueron una nación. El terrible Genserico se convirtió en “el
tirano del mar”; y “antes de morir, en la plenitud de los años y de la gloria, contempló la extinción
final del imperio de Occidente”. Capítulo 36, párrafo 22.

Y de las tres naciones, los suevos, los vándalos y los borgoñones, “los vándalos, como
sabemos, gobernaban África desde Cartago; los borgoñones se establecieron en el valle del
Ródano, y su capital principal era Lyon; los suevos tenían la mayor parte del sur y oeste de España,
y su capital era Astorga”. Thomas Hodgkin, Italia y sus invasores, Volumen III, Capítulo 4,
párrafo 7.

En el año 466 DC los suevos “detentaban el reino de Galicia”, y poco después la “pequeña
parte de la península que ahora forma Portugal”. Enciclopedia Británica, artículo Alemania,
Confederación de Tribus, párrafo 2. Y en las historias de Portugal, África, Suiza occidental, y el
ducado y condado de Borgoña en Francia, se encuentra la historia futura de los suevos, los vándalos
y los borgoñones.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 608-620

7.1.4. Los godos

Los godos tienen una gran participación en la historia de la naciente Europa. Recordemos
que los visigodos, o godos del oeste u occidentales, fueron los que dieron el primer golpe que hizo
trastabillar a Roma en tiempo de Alarico y llegaron a tomar la ciudad imperial y someterla al pillaje.
Los visigodos, aunque mermados luego de sus choques con los francos formaron luego la nación
española, acompañando en la península a los suevos que dominaron Portugal y tuvieron gran
influencia en Galicia, en el cantábrico español, cosa que aún se percibe en su idioma con semejanza
al portugués.

En un acápite posterior dedicaremos más tiempo a los ostrogodos (godos del oriente u
orientales) que como veremos es otro de los reinos desaparecidos de Europa, como había anticipado
la visión de las cuatro bestias de Daniel, en especial por la aparición del “cuerno pequeño”.

“Estaba reservado para los godos, cuyas fortunas estamos a punto de rastrear, para dar el
primer golpe mortal al estado romano; para ser los primeros en participar en el Foro de 'Roma
Invicta', y demostrar al mundo asombrado (ellos mismos medio aterrorizados por la grandeza de su
victoria) que ella, que había golpeado a las naciones con un golpe perpetuo, estaba ahora en el
suelo”.

La información que Jordanes nos da sobre el primer hogar y la primera migración de los
godos es la siguiente: “La isla de Scanzia [península de Noruega y Suecia] se encuentra en el
Océano Norte, frente a las desembocaduras del Vístula, en forma de hoja de cedro. En esta isla,
esta manufactura de naciones ('officina gentium'), habitaban los godos, junto con otras tribus”.

“De esta isla los godos, bajo su rey 'Berig', partieron en busca de nuevos hogares. Sólo tenían
tres naves, y como una de ellas, durante su paso, siempre se quedaba atrás, la llamaban 'Gepanta',
“la torpe”. Su tripulación, que después se mostró más perezosa y torpe que sus compañeros, cuando
se convirtieron en una nación, llevaban un nombre derivado de esta cualidad 'Gepidae', los
Loiterers”.

“Sin embargo, todos llegaron a tierra a salvo a un lugar que fue llamado para siempre, Gothi-
scandza. De allí se trasladaron a las viviendas de los Ulmerugi, a orillas del océano. A estas personas
las golpearon en una batalla campal y las echaron de sus moradas, y luego, sometiendo a sus
vecinos los vándalos, los emplearon como instrumentos de sus propias victorias subsiguientes”
Thomas Hodgkin, Italia y sus invasores, Volumen I, párrafos 1, 4.

El nombre que Hodgkin… es dado por Gibbon y otros… Una provincia del sur de Suecia se
llama Gothland. Y “los suecos, que bien podrían estar satisfechos con su propia fama en armas, han
reclamado en todas las épocas la gloria gemela de los godos. Cruzar el Báltico fue un intento fácil y
natural. Los habitantes de Suecia eran dueños de un número suficiente de grandes embarcaciones
con remos; y la distancia es de poco más de cien millas desde Karlskrona hasta los puertos más
cercanos de Pomerania y Prusia. Aquí, al fin y al cabo, aterrizamos en un terreno firme e histórico.

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Por lo menos tan temprano como la era cristiana, y tan tarde como la edad de los Antoninos [138-
180 DC], los godos fueron establecidos hacia la boca del Vístula, y en esa provincia fértil donde las
ciudades comerciales de Thorn, Elbing, Königsberg, y Danzig fueron fundadas mucho después”.

“En la época de los Antoninos, los godos aún estaban sentados en Prusia. Sobre el reinado
de Alejandro Severo [222-235 DC], la provincia romana de Dacia ya había experimentado su
proximidad por frecuentes y destructivas incursiones. En este intervalo, por lo tanto, de unos setenta
años, debemos situar la segunda migración de los godos del Báltico al Euxino; pero la causa que la
produjo yace oculta entre los diversos motivos que impulsan la conducta de los bárbaros inestables”.

“Los primeros movimientos de los emigrantes los llevaron a las orillas del Prypec, un río
universalmente concebido por los antiguos para ser el brazo sur del Borysthenes [Dniéper]. Los
vientos de ese gran arroyo a través de las llanuras de Polonia y Rusia dieron una dirección a su línea
de marcha, y un suministro constante de agua dulce y pasto a sus numerosos rebaños de ganado.
Siguieron el curso desconocido del río, confiados
en su valor, y despreocupados de cualquier poder
que pudiera oponerse a su progreso. Los
Bastarnae y los Venedi fueron los primeros que se
presentaron; y la flor de su juventud, ya sea por
elección o por compulsión, aumentó el ejército
gótico... A medida que los godos avanzaban cerca
del Mar Euxino [Mar Negro], se encontraron con
una raza más pura de sármatas, jazygos, alani y
roxolani; y probablemente fueron los primeros
alemanes que vieron las bocas de los borysthenes
y de los tanais [río Don].

“Los godos estaban ahora en posesión de


Ucrania, un país de gran extensión y fertilidad poco
común, intersectado con ríos navegables que
desde ambos lados se descargan en los
Borysthenes, e intercalados con grandes y nobles
bosques de robles. La abundancia de caza y de
peces, las innumerables colmenas, depositadas
en los huecos de los viejos árboles y en las
cavidades de las rocas, y que formaban, incluso en
esa edad ruda, una valiosa rama del comercio, el
tamaño del ganado, la temperatura del aire, la
aptitud del suelo para cada especie de grano y la
frondosidad de la vegetación, mostraban la
liberalidad de la naturaleza, y tentaban a la
industria del hombre. Pero los godos resistieron
todas estas tentaciones, y aun así se adhirieron a
una vida de ociosidad, pobreza y rapiña”. Edward
Gibbon, Declive y caída, capítulo 10, párrafos
3, 4, 8-11.

En el reinado de Felipe, 244-249 DC, los godos invadieron Dacia, cruzaron el Danubio y se
adentraron en el Imperio Romano hasta la ciudad de Marcianopolis, capital de la provincia de
Moesia. “Los habitantes consintieron en rescatar sus vidas y propiedades mediante el pago de una
gran suma de dinero, y los invasores se retiraron a sus desiertos, animados en lugar de satisfechos
con el primer éxito de sus armas contra un país opulento pero débil”.

En el reinado de Decio, en el año 250 DC, volvieron a cruzar el Danubio, y “esparcieron la


devastación sobre la provincia de Moesia”. Esta es la primera ocasión considerable en la que la
historia menciona a esa gran gente, que después 'rompió' el poder romano, 'saqueó' la capital, y
'reinó' en la Galia, España e Italia. Tan memorable fue la parte que actuaron en la “subversión del
Imperio de Occidente”, que el nombre de los godos es frecuentemente, pero incorrectamente, usado
como una denominación general de barbarie grosera y belicosa”…

En los siguientes ciento veinticinco años los godos hicieron cuatro expediciones navales
alrededor del Mar Negro, a través del Bósforo, y sobre el Mar Egeo a Grecia, llevando la devastación
a todas partes, y regresando cargados con riquezas incalculables desde las ciudades y provincias
despojadas del Imperio Oriental de Roma. Durante este tiempo los godos habían ido extendiendo
su poder en el norte, hasta que en el año 375 DC el gran Hermanric, entre los años ochenta y ciento
diez de su era, había establecido el dominio gótico sobre todo el país y las tribus entre el río Danubio
y el Mar Báltico, y hacia el este hasta el río Don. En los asientos nativos de los godos en Suecia,
había dos divisiones de ellos, nombrados de sus respectivas localidades, Ostro, u Este-Godos; y

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Visi, u Oeste-Godos; y en sus campos, sus localizaciones, y todas sus marchas, esta distinción
siempre fue preservada -los ostrogodos siempre lanzando hacia el este, los visigodos siempre hacia
el oeste.

Ahora nos acercamos al momento en que esta división conduce a una separación final y
amplia. En el año 376 DC una poderosa horda de húngaros, que se abrió paso desde las fronteras
de China, invadió los dominios góticos por el este, y “precipitó sobre las provincias del oeste a la
nación gótica, que en menos de cuarenta años avanzó desde el Danubio hasta el Atlántico, y abrió
camino por el éxito de sus brazos a las incursiones de tantas tribus hostiles más salvajes que ellos
mismos”.

Los hunos condujeron a los ostrogodos sobre los visigodos, quienes, al estar rodeados por
el Danubio, se vieron obligados a buscar alguna forma de escapar. En el año 376 DC, el emperador
Valencio fue informado “de que las multitudes suplicantes de aquella nación belicosa, cuyo orgullo
ahora estaba humillado en el polvo, cubrían un espacio de muchos kilómetros a lo largo de las orillas
del río. Con los brazos extendidos y las lamentaciones patéticas, deploraron en voz alta sus
infortunios pasados y su peligro actual; reconocieron que su única esperanza de seguridad estaba
en la clemencia del gobierno romano; y protestaron solemnemente que, si la generosa liberalidad
del emperador les permitía cultivar las tierras baldías de Tracia, siempre deberían estar atados, por
las obligaciones más fuertes del deber y la gratitud, a obedecer las leyes y a proteger los límites de
la república”. Capítulo 26, párrafo 13.

Valencio escuchó sus súplicas y aceptó recibirlos dentro del imperio, a condición de que
entregaran sus armas y permitieran que sus hijos se dispersaran entre las familias de los romanos,
tanto para servir como rehenes como para que se les enseñaran los caminos de la civilización. Los
visigodos, en su angustia, estuvieron de acuerdo. “El mandato imperial fue finalmente recibido para
transportar sobre el Danubio todo el cuerpo de la nación gótica [visi]; pero la ejecución de esta orden
fue una tarea laboriosa y difícil”.

“La corriente del Danubio, que en esas partes tiene más de un kilómetro y medio de ancho,
se había engrosado por las incesantes lluvias; y en el tumultuoso pasaje muchos fueron arrastrados
y ahogados por la rápida violencia de la corriente. Una gran flota de embarcaciones, de barcos y de
canoas fue provista; muchos días y noches pasaron y volvieron a pasar con infatigable trabajo; y los
oficiales de Valencio ejercieron la más enérgica diligencia para que ni un solo bárbaro de los que
estaban ‘reservados para subvertir los cimientos de Roma', se quedara en la orilla opuesta. Se pensó
que era conveniente tener en cuenta su número con exactitud; pero las personas que estaban
empleadas pronto desistieron, con asombro y consternación, de la prosecución de la interminable e
impracticable tarea; y el principal historiador de la época afirma con la mayor seriedad que los
prodigiosos ejércitos de Darío y Jerjes, que durante tanto tiempo habían sido considerados como las
fábulas de la vana y crédula antigüedad, estaban ahora justificados, a los ojos de la humanidad, por
la evidencia de los hechos y de la experiencia”.

“Un testimonio probable ha fijado el número de los guerreros góticos en doscientos mil
hombres; y si podemos aventurarnos a añadir la justa proporción de mujeres, de niños y de esclavos,
toda la masa de gente que compuso esta formidable emigración debe haber ascendido a cerca de
un millón de personas, de ambos sexos y de todas las edades. Los hijos de los godos, al menos los
de rango distinguido, fueron separados de la multitud. Fueron conducidos, sin demora, a los asientos
distantes asignados para su residencia y educación; y mientras el numeroso tren de rehenes o
cautivos pasaba por las ciudades, su vestimenta alegre y espléndida, su figura robusta y marcial,
excitaba la sorpresa y la envidia de los provinciales”. Capítulo 26, párrafo 14.

Los oficiales designados para recibir las armas de los godos recibieron de buen grado
sobornos; y cuando se completó la tarea de transportarlos por el Danubio, los visigodos se
convirtieron en una nación totalmente armada dentro del territorio romano. Los oficiales que fueron
designados para repartirles provisiones conspiraron con los contratistas, y “la comida más vil se
vendía a un precio extravagante; y en la sala de provisiones saludables y sustanciales, el mercado
estaba lleno de carne de perros y animales inmundos que habían muerto de enfermedades”.

“Para obtener la valiosa adquisición de una libra de pan, los godos renunciaron a la posesión
de un esclavo caro, aunque útil; y una pequeña cantidad de carne fue comprada codiciosamente con
diez libras de un metal precioso, pero inútil. Cuando su propiedad se agotó, continuaron este tráfico
necesario con la venta de sus hijos e hijas; y a pesar del amor a la libertad que animaba cada pecho
gótico, se sometieron a la humillante máxima de que era mejor que sus hijos se mantuvieran en una
condición servil, que perecer en una independencia miserable e indefensa”…

El resultado fue que los visigodos se desataron e infligieron una terrible venganza a las
provincias del Imperio Romano. “En el curso de sus depredaciones, un gran número de los hijos de
los godos que habían sido vendidos en cautiverio, fueron devueltos a los brazos de sus afligidos

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padres; pero estas tiernas entrevistas, que podrían haber revivido y acariciado en sus mentes
algunos sentimientos de la humanidad, sólo tendían a estimular su ferocidad nativa por el deseo de
venganza. Escucharon con atención las quejas de sus hijos cautivos, que habían sufrido las más
crueles indignidades por las pasiones lujuriosas o airadas de sus amos; y las mismas crueldades,
las mismas indignidades, fueron objeto de severas represalias contra los hijos e hijas de los romanos.

“La imprudencia de Valencio y sus ministros había introducido en el corazón del imperio una
nación de enemigos; pero los visigodos aún podrían haberse reconciliado, por la varonil confesión
de los errores del pasado, y el sincero desempeño de los compromisos anteriores. Estas medidas
curativas y templadas parecían coincidir con la tímida disposición del soberano de Oriente; pero,
sólo en esta ocasión, Valencio fue valiente, y su valentía irrazonable fue fatal para sí mismo y para
sus súbditos. Declaró [377 DC] su intención de marchar de Antioquía a Constantinopla para someter
esta peligrosa rebelión; y como no ignoraba las dificultades de la empresa, solicitó la ayuda de su
sobrino, el emperador Graciano, que comandaba las fuerzas de Occidente”.

“El 9 de agosto de 378 DC, día que ha merecido ser marcado entre los más desfavorables
del calendario romano, el emperador Valencio, dejando bajo una fuerte custodia su equipaje y tesoro
militar, marchó desde Adrianópolis para atacar a los godos, que se encontraban acampados a unas
doce millas de la ciudad”. “El ejército romano fue derrotado, el emperador Valencio y un “gran número
de valientes y distinguidos oficiales perecieron”, y alrededor de dos tercios del ejército romano fueron
destruidos…”

Cinco meses después de la muerte de Valencio, el 19 de enero de 379 DC, el emperador


Graciano eligió a Teodosio como su asociado en el poder imperial; y Teodosio tuvo éxito en asegurar
“la capitulación final de los godos (3 de octubre de 382 DC), cuatro años, un mes y veinticinco días
después de la derrota y muerte del emperador Valencio”. Teodosio “murió en el mes de enero de
395 DC, y antes del final del invierno de ese mismo año, la nación gótica estaba en armas”.

“Los godos, en lugar de ser impulsados por las pasiones ciegas y testarudas de sus jefes,
estaban ahora dirigidos por el audaz y astuto genio de Alarico. Ese renombrado líder descendía de
la noble raza de los Baltos, que sólo cedía a la dignidad real de los Amalis; había solicitado el mando
de los ejércitos romanos; y la corte
imperial le provocó para
demostrar la insensatez de su
rechazo y la importancia de su
pérdida... Alarico desdeñó seguir
pisoteando los países postrados y
arruinados de Tracia y Dacia, y
decidió buscar una abundante
cosecha de fama y riquezas en
una provincia que hasta entonces
había escapado de los estragos
de la guerra”. Capítulo 30,
párrafo 1.

“Esa provincia era Acaya,


compuesta por el Estado griego.
Las tropas que habían sido
destacadas para defender el
Estrecho de las Termópilas se
retiraron, como se les ordenó, sin
intentar perturbar el paso seguro y
rápido de Alarico; y los fértiles
campos de Fócida y Beocia fueron
cubiertos instantáneamente por un diluvio de bárbaros, que masacraron a los machos de una edad
para que llevaran armas, y arrastraron a las hermosas hembras con el botín y el ganado de las
aldeas en llamas”. Los viajeros que visitaron Grecia varios años después pudieron descubrir
fácilmente las profundas y sangrientas huellas de la marcha de los godos.

“Todo el territorio de Ática, desde el promontorio de Sunium hasta la ciudad de Megara, fue
destruido por su presencia nefasta; y si podemos usar la comparación de un filósofo contemporáneo,
Atenas misma se asemejaba a la piel sangrante y vacía de una víctima masacrada. La confianza de
las ciudades del Peloponeso en su muralla natural, las había tentado a descuidar el cuidado de sus
antiguas murallas; y la avaricia de los gobernantes romanos había agotado y traicionado a la infeliz
provincia. Corinto, Argos, Esparta, se rindieron sin resistencia a los brazos de los godos; y los
habitantes más afortunados fueron salvados por la muerte de contemplar la esclavitud de sus
familias y las conflagraciones de sus ciudades. Los jarrones y las estatuas se distribuían entre los
bárbaros, teniendo más en cuenta el valor de los materiales que la elegancia de la mano de obra;

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las cautivas sometidas a las leyes de la guerra; el disfrute de la belleza era la recompensa del valor;
y los griegos no podían quejarse razonablemente de un abuso justificado por el ejemplo de los
tiempos heroicos”. Capítulo 30, párrafos 1, 2.

Estilicón, el oficial en jefe de Honorio, fue enviado con un poderoso ejército a Grecia para
castigar a Alarico y a sus visigodos. El ejército romano desembarcó en el istmo cerca de Corinto. Se
libró una gran y obstinada batalla, en la que finalmente prevalecieron los romanos. Como el istmo
fue ocupado por los romanos, Alarico se retiró a la montaña de Pholoe en las fronteras de Elis. Allí
el ejército romano rodeó a los visigodos; y Estilicón estaba tan seguro de su completa destrucción
en poco tiempo, que abandonó su ejército, y se marchó “para disfrutar de su triunfo en los juegos
teatrales y lascivas danzas de los griegos”. Sus soldados se centraron en robar el país antes que en
observar a los visigodos; y Alarico con su ejército se escabulló a Corinto, a treinta millas de distancia,
se apoderó de transportes allí, y llevó a todo su ejército a través del golfo hasta la orilla opuesta, y
Estilicón “se sintió confundido por la inteligencia de que los godos, que habían eludido sus esfuerzos,
estaban en plena posesión de la importante provincia de Epiro”.

Alarico concluyó entonces un tratado de paz y alianza con el emperador de Oriente. Grecia
pertenecía al Imperio de Oriente, y Estilicón y su ejército pertenecían a Occidente. Como Alarico era
ahora el aliado del emperador de Oriente, se ordenó al ejército occidental que se retirara del territorio
de Oriente. Por esta época Sinesio, un filósofo griego que estaba en Constantinopla, pronunció un
discurso ante el emperador Arcadio, en el que exhortaba al emperador a que desterrara el lujo de la
corte y del campo, y en lugar de sus mercenarios bárbaros, reclutara un ejército de ciudadanos del
imperio, se pusiera a sí mismo a la cabeza y condujera a toda la hueste de bárbaros de vuelta a
Escitia, o los redujera a la esclavitud.

En lugar de seguir este consejo, “se publicó un edicto en Constantinopla que declaraba el
ascenso de Alarico al rango de maestro general del Ilírico Oriental. Los provinciales romanos y los
aliados, que habían respetado la fe de los tratados, estaban justamente indignados de que la ruina
de Grecia y Epiro fuera tan generosamente recompensada. El conquistador gótico fue recibido como
un magistrado legal en las ciudades que había sitiado tan recientemente. Los padres cuyos hijos
había masacrado, los maridos cuyas esposas había violado, estaban sujetos a su autoridad; y el
éxito de su rebelión alentó la ambición de cada líder de los mercenarios extranjeros”.

“El uso que Alarico le dio a su nuevo mando distingue el carácter firme y sensato de su
política. Emitió sus órdenes a fabricantes de armas ofensivas y defensivas, Margus, Ratiaria,
Naissus y Tesalónica, para que proporcionaran a sus tropas un suministro extraordinario de escudos,
cascos, espadas y lanzas; los infelices provinciales se vieron obligados a forjar los instrumentos de
su propia destrucción; y los bárbaros eliminaron el único defecto que a veces había defraudado los
esfuerzos de su valor. El nacimiento de Alarico, la gloria de sus hazañas pasadas y la confianza en
sus designios futuros unieron insensiblemente el cuerpo de la nación bajo su estandarte victorioso;
y con el consentimiento unánime de los caciques bárbaros, el maestro general de Illyricum fue
elevado, según la antigua costumbre, a un escudo y proclamado solemnemente rey de los
visigodos”.

“Armado con este doble poder, sentado al borde de los dos imperios, vendió alternativamente
sus promesas engañosas a la corte de Arcadio y de Honorio, hasta que declaró y ejecutó su
resolución de invadir los dominios del oeste. Las provincias de Europa que pertenecían al emperador
oriental ya estaban agotadas; las de Asia eran inaccesibles; y la fuerza de Constantinopla había
resistido su ataque. Pero fue tentado por la fama, la belleza, la riqueza de Italia, que había visitado
dos veces; y en secreto aspiraba a plantar el estandarte gótico en las murallas de Roma, y a
enriquecer a su ejército con el botín acumulado de trescientos triunfos”. Capítulo 30, párrafos 3, 4.

En los años 400-403 DC Alarico condujo a su hueste visigodo a través de Pannonia,


alrededor del extremo norte del Mar Adriático, y extendió la devastación a Milán. “El emperador
Honorio se distinguió por encima de sus súbditos por la preeminencia del miedo, así como de su
rango. El orgullo y el lujo en el que fue educado, no le había permitido sospechar que existía en la
tierra ningún poder lo suficientemente presuntuoso como para invadir el reposo del sucesor de
Augusto. Las artes de la adulación ocultaban el peligro inminente, hasta que Alarico se acercó al
palacio de Milán”. En Milán, sin embargo, Alarico fue controlado, derrotado y obligado a retirarse por
Estilicón, el general de las legiones romanas que se habían reunido de Gran Bretaña, la Galia e
Italia. Aunque Alarico fue derrotado y obligado a retirarse a su campamento en los confines de Italia,
y aunque su retiro “fue considerado como la liberación de Italia”, fue sólo una aparente liberación; y
su retiro fue sólo por una temporada.

Poco después de que Alarico se hubiera retirado a Illyricum, renunció al servicio y a la alianza
de Arcadio, y concluyó con Honorio “un tratado de paz y alianza, por el cual fue declarado maestro
general de los ejércitos romanos en toda la prefectura de Illyricum, tal como lo reclamaba, de acuerdo
con los verdaderos y antiguos límites, el ministro de Honorio”. También se le concedió un subsidio

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de cuatro mil libras de oro. La oficina del maestro general lo habilitó para alistarse y organizar el
mejor ejército que pudo. “La fama de su valor invitó al estandarte gótico a los más valientes de los
guerreros bárbaros, que, desde el Euxino hasta el Rin, estaban agitados por el deseo de rapiña y
conquista; y en cinco años Alarico y sus visigodos estaban de nuevo listos para invadir el Imperio de
Occidente”.

Y ahora, en el año 408 DC, la corte de Honorio tomó un curso que preparó completamente el
camino para el éxito arrollador de tal invasión cuando ocurriera de nuevo. Estilicón, el fiel ministro
del emperador y del imperio, que había liberado dos veces de los bárbaros tanto al emperador como
a Italia, y que seguía siendo la única estancia de la caída de Roma, fue sacrificado a la traicionera
ambición de un astuto rival. “El astuto Olimpo”, que ejercía un espléndido oficio, y “que ocultaba sus
vicios bajo la máscara de la piedad cristiana, había socavado secretamente al benefactor por cuyo
favor fue promovido a los honorables oficios del palacio imperial”.

Al representar a Honorio que Estilicón “ya meditó la muerte de su soberano, con la ambiciosa
esperanza de poner la diadema en la cabeza de su hijo Eucherius”, Olimpo logró suplantar a Estilicón
en la mente del emperador, y “el apego respetuoso de Honorio se convirtió [mayo del 408 DC] en
miedo, sospecha y odio”. A instancias de Olimpo fueron masacrados los amigos de Estilicón, “los
más ilustres oficiales del imperio: dos prefectos pretorianos, de la Galia y de Italia; dos maestros
generales de caballería e infantería; los maestros de los oficios; el cuestor, el tesorero y los
empleados domésticos; además del propio Estilicón”.

“Si Alarico mismo hubiera sido introducido [septiembre de 408 DC] en el consejo de Rávena,
probablemente habría aconsejado las mismas medidas que en realidad siguieron los ministros de
Honorio. El rey de los godos habría conspirado, quizás con cierta reticencia, para destruir al
formidable adversario por cuyos brazos, tanto en Italia como en Grecia, había sido derrocado dos
veces. Su odio activo e interesado logró laboriosamente la desgracia y arruinó al gran Estilicón. El
príncipe gótico habría suscrito con gusto el edicto que el fanatismo del Olimpo dictó al simple y
devoto emperador. Honorio excluyó a todas las personas que eran adversas a la Iglesia Católica, de
ocupar cualquier cargo en el Estado, rechazó obstinadamente el servicio de todos los que disentían
de su religión, y descalificó precipitadamente a muchos de sus oficiales más valientes y hábiles que
se adhirieron al culto pagano o que se habían impregnado de las opiniones del arrianismo”.

“Estas medidas, tan ventajosas para un enemigo, habrían sido aprobadas por Alarico, y tal
vez podrían haber sido sugeridas; pero tal vez parezca dudoso que el bárbaro hubiera promovido su
interés a expensas de la crueldad inhumana y absurda que fue perpetrada por la dirección, o al
menos con la connivencia, de los ministros imperiales. Los auxiliares extranjeros, que habían estado
apegados a la persona de Estilicón, lamentaron su muerte; pero el deseo de venganza fue frenado
por una aprensión natural por la seguridad de sus esposas e hijos, que fueron detenidos como
rehenes en las ciudades fuertes de Italia, donde también habían depositado sus efectos más
valiosos. A la misma hora, y como por una señal común, las ciudades de Italia fueron contaminadas
por las mismas horribles escenas de masacre y pillaje universal, que implicaron la destrucción
promiscua de las familias y fortunas de los bárbaros”.

“Exasperados por tal herida, que podría haber despertado el espíritu más dócil y servil,
lanzaron una mirada de indignación y esperanza hacia el campamento de Alarico, y unánimemente
juraron perseguir, con una guerra justa e implacable, a la pérfida nación que tan vilmente había
violado las leyes de la hospitalidad. Por la conducta imprudente de los ministros de Honorio, la
república perdió la asistencia y mereció la enemistad de treinta mil de sus soldados más valientes;
y el peso de ese formidable ejército, el único que pudo haber determinado el evento de la guerra,
fue transferido de la escala de los romanos a la de los godos”.

En el mes de octubre del año 408 DC, “Alarico, con audaces y rápidas marchas, pasó por los
Alpes y el Po, saqueó apresuradamente las ciudades de Aquilea, Altinum, Concordia y Cremona,
que se rindieron a sus brazos, incrementó sus fuerzas con la llegada de treinta mil auxiliares y, sin
encontrarse con un solo enemigo en el campo, avanzó hasta el borde de la ciénaga que protegía la
impenetrable residencia del emperador de Occidente. En lugar de intentar el desesperado asedio de
Ravena, el prudente líder de los godos se dirigió a Rimini, extendió sus estragos a lo largo de la
costa del Adriático y meditó la conquista de la antigua dueña del mundo”.

“Un ermitaño italiano, cuyo celo y santidad eran respetados por los mismos bárbaros, se
encontró con el monarca victorioso y denunció audazmente la indignación del cielo contra los
opresores de la tierra; pero el santo mismo se sintió confundido por la solemne aseveración de
Alarico de que sentía un impulso secreto y preternatural, que dirigía e incluso obligaba a marchar
hacia las puertas de Roma”.

“Sentía que su genio y su fortuna estaban a la altura de las empresas más arduas, y el
entusiasmo que comunicaba a los godos quitaba insensiblemente la reverencia popular, y casi

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supersticiosa, de las naciones por la majestad del nombre romano. Sus tropas, animadas por la
esperanza del botín, siguieron el curso de la Vía Flamígera, ocuparon los pasos desprotegidos de
los Apeninos, descendieron a las ricas llanuras de Umbría; y al acampar en las orillas del Clitumnus,
pudieron matar y devorar a los bueyes blancos como la leche, que durante tanto tiempo habían sido
reservados para el uso de los triunfos romanos. Una situación elevada, y una tempestad estacional
de truenos y relámpagos, preservó la pequeña ciudad de Narni; pero el rey de los godos,
despreciando a la presa innoble, avanzó con vigor incesante; y después de haber pasado a través
de los majestuosos arcos, adornado con el botín de las victorias bárbaras, levantó su campamento
bajo las murallas de Roma [408 DC]”.

“Por una hábil disposición de sus numerosas fuerzas, que observaban con impaciencia el
momento de un asalto, Alarico rodeó las murallas, ordenó las doce puertas principales, interceptó
toda comunicación con el país adyacente, y vigiló la navegación del Tíber, de la que los romanos
obtenían el suministro más seguro y abundante de provisiones. Las primeras emociones de los
nobles y del pueblo fueron las de la sorpresa y la indignación de que un bárbaro vil se atreviera a
insultar a la capital del mundo; pero su arrogancia pronto se vio humillada por la desgracia”.

“Esa desafortunada ciudad experimentó gradualmente la angustia de la escasez, y al final las


horribles calamidades de la hambruna. La cantidad diaria de tres libras de pan se redujo a la mitad,
a un tercio, a nada; y el precio del maíz siguió subiendo en una proporción rápida y extravagante.
Los ciudadanos más pobres, que no podían comprar lo necesario para vivir, solicitaron la precaria
caridad de los ricos; y durante un tiempo la miseria pública fue aliviada por la humanidad de Laeta,
la viuda del emperador Graciano, que había fijado su residencia en Roma, y consagró al uso de los
indigentes los ingresos principescos que anualmente recibía de los agradecidos sucesores de su
marido. Pero estas donaciones privadas y temporales eran insuficientes para apaciguar el hambre
de un pueblo numeroso; y el progreso de la hambruna invadió los palacios de mármol de los propios
senadores”.

“Las personas de ambos sexos que habían sido educadas en el disfrute de la comodidad y
el lujo, descubrieron lo poco que se requiere para satisfacer las demandas de la naturaleza, y
prodigaron sus tesoros de oro y plata para obtener el tosco y escaso sustento que antes habrían
rechazado con desdén. Los alimentos más repugnantes para el sentido o la imaginación, los
alimentos más insalubres y perniciosos para la constitución, eran devorados ansiosamente, y
disputados ferozmente, por la rabia del hambre. Se tenía la oscura sospecha de que algunos
desdichados se alimentaban de los cuerpos de sus semejantes, a quienes habían asesinado en
secreto; e incluso las madres (tal era el horrible conflicto de los dos instintos más poderosos
implantados por la naturaleza en el seno humano), ¡se dice que incluso las madres saboreaban la
carne de sus hijos masacrados!”.

“Muchos miles de habitantes de Roma murieron en sus casas o en las calles por falta de
sustento; y como los sepulcros públicos sin muros estaban en poder del enemigo, el hedor que surgió
de tantos cadáveres pútridos y sin enterrar, infectó el aire; y las miserias de la hambruna fueron
sucedidas y agravadas por el contagio de una enfermedad pestilente”.

“El último recurso de los romanos fue la clemencia, o al menos la moderación, del rey de los
godos. El Senado, que en esta emergencia asumió los poderes supremos del gobierno, nombró dos
embajadores para negociar con el enemigo. Esta importante confianza fue delegada [409 DC] a
Basilius, un senador de ascendencia española, y ya conspicuo en la administración de las provincias;
y a Juan, el primer tribuno de los notarios, quien estaba peculiarmente calificado por su destreza en
los negocios, así como por su antigua intimidad con el príncipe gótico”.

“Cuando fueron introducidos en su presencia, declararon, tal vez en un estilo más elevado
que su condición abyecta, que los romanos estaban resueltos a mantener su dignidad, ya sea en la
paz o en la guerra; y que, si Alarico les negaba una capitulación justa y honorable, podría hacer
sonar sus trompetas y prepararse para dar batalla a un pueblo innumerable, ejercitado en las armas
y animado por la desesperación. Cuanto más grueso es el heno, más fácil se corta, fue la concisa
respuesta del bárbaro; y esta rústica metáfora iba acompañada de una sonora e insultante risa, que
expresaba su desprecio por las amenazas de una población poco guerrera, enervada por el lujo
antes de ser consumida por la hambruna. Entonces condescendió a fijar el rescate que aceptaría
como precio de su retirada de los muros de Roma; “todo el oro y la plata de la ciudad, ya fuera
propiedad del Estado o de individuos”; “todos” los bienes muebles ricos y preciosos”; y “todos” los
esclavos que pudieran probar su título con el nombre de “bárbaros”.

Los ministros del senado se atrevieron a preguntar, en un tono modesto y suplicante: “Si tales
son tus demandas, oh rey, ¿qué pretendes dejarnos? Temblaron y se retiraron. Sin embargo, antes
de que se retiraran, se les concedió una breve suspensión de armas, lo que les dio tiempo para una
negociación más templada. Los rasgos severos de Alarico eran insensiblemente relajados;
disminuyó mucho el rigor de sus términos, y finalmente consintió en levantar el asedio, con el pago

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inmediato de cinco mil libras de oro, de treinta mil libras de plata, de cuatro mil vestidos de seda, de
tres mil piezas de tela escarlata fina, y de tres mil libras de peso de pimienta”.

“Tan pronto como los romanos satisficieron las rapaces demandas de Alarico, fueron
restaurados, en cierta medida, para el disfrute de la paz y la abundancia. Varias de las puertas se
abrieron con cautela; la importación de provisiones del río y del país adyacente ya no fue obstruida
por los godos; los ciudadanos recurrieron en multitudes al mercado libre, que se llevó a cabo durante
tres días en los suburbios; y mientras que los comerciantes que emprendieron este comercio
lucrativo obtuvieron un beneficio considerable, la subsistencia futura de la ciudad fue asegurada por
las amplias provisiones que se depositaron en los graneros públicos y privados”.

Alarico retiró su ejército a la Toscana, donde estableció “sus cuarteles de invierno, y el


estandarte gótico se convirtió en el refugio de cuarenta mil esclavos bárbaros, que habían roto sus
cadenas, y aspiraban, bajo el mando de su gran libertador, a vengarse de las heridas y de la
vergüenza de su cruel servidumbre”. Más o menos al mismo tiempo, recibió un refuerzo más
honorable de los godos y los hunos, que Adolfo, el hermano de su esposa, había conducido, por su
apremiante invitación, desde las orillas del Danubio hasta las del Tíber, y que se habían abierto paso,
con cierta dificultad y pérdida, a través de los números superiores de las tropas imperiales. Un líder
victorioso, que unió el espíritu audaz de un bárbaro con el arte y la disciplina de un general romano,
estaba a la cabeza de cien mil combatientes; e Italia pronunció, con terror y respeto, el formidable
nombre de Alarico”.

“Alrededor de dieciocho meses después se dedicaron a los esfuerzos, reales o afectados, en


las negociaciones entre la corte de Honorio y Alarico. En este tiempo Roma se redujo de nuevo, y
de nuevo se salvó. Pero la corte y los consejos de Honorio seguían siendo un escenario de debilidad
y distracción, de corrupción y anarquía”; y “el crimen y la locura de la corte de Rávena fueron
expiados una tercera vez por las calamidades de Roma”.

“El rey de los godos, que ya no disimulaba su apetito de saqueo y venganza, apareció en
armas bajo los muros de la capital; y el tembloroso senado, sin esperanzas de alivio, preparado, por
una resistencia desesperada, para retrasar la ruina de su país. Pero no podían protegerse de la
conspiración secreta de sus esclavos y empleados domésticos, que, por nacimiento o por interés,
estaban apegados a la causa del enemigo. A la hora de la medianoche [24 de agosto de 410 DC] se
abrió silenciosamente la puerta de Salarian, y los habitantes fueron despertados por el tremendo
sonido de la trompeta gótica. Mil ciento sesenta y tres años después de la fundación de Roma, la
ciudad imperial, que había subyugado y civilizado a una parte tan considerable de la humanidad, fue
entregada a la furia licenciosa de las tribus de Alemania y Escitia”.

“Los escritores, los más dispuestos a exagerar su clemencia, han confesado libremente que
se hizo una cruel matanza de los romanos; y que las calles de la ciudad estaban llenas de cadáveres,
que permanecieron sin enterrar durante la consternación general. La desesperación de los
ciudadanos se convertía a veces en furia; y cuando los bárbaros eran provocados por la oposición,
extendieron la masacre promiscua a los débiles, a los inocentes y a los indefensos. La venganza
privada de cuarenta mil esclavos fue ejercida sin piedad ni remordimiento; y los latigazos
ignominiosos que habían recibido anteriormente fueron lavados en la sangre de las familias
culpables u odiosas”.

“En el pillaje de Roma, se dio una justa preferencia al oro y las joyas, que contienen el mayor
valor en la brújula más pequeña y el peso; pero después de que estas riquezas portátiles habían
sido removidas por los ladrones más diligentes, los palacios de Roma fueron despojados
groseramente de sus espléndidos y costosos muebles. Los tableros laterales de chapa maciza, y los
variados armarios de seda y púrpura, se amontonaban irregularmente en las carretas que siempre
seguían la marcha de un ejército gótico. Las obras de arte más exquisitas fueron manipuladas con
brusquedad o destruidas de forma gratuita; muchas estatuas se derritieron por el bien de los
preciosos materiales; y muchos jarrones, en la división del botín, se estremecieron en fragmentos
por el golpe de una hacha de guerra”.

“La adquisición de riquezas sólo servía para estimular la avaricia de los bárbaros rapaces,
que procedían con amenazas, golpes y torturas para obligar a sus prisioneros a confesar el tesoro
escondido. Se alegó que el esplendor visible y el gasto eran la prueba de una fortuna abundante; la
apariencia de la pobreza fue imputada a una disposición parsimoniosa; y la obstinación de algunos
malhechores, que soportaron los más crueles tormentos antes de descubrir el objeto secreto de su
afecto, fue fatal para muchos infelices, que murieron bajo el látigo por rehusarse a revelar sus tesoros
imaginarios”.

Las llamas añadieron sus terrores a los del robo y la matanza; e incluso “la ira del Cielo
proveyó las imperfecciones de la ira hostil”, pues “el orgulloso Foro de Roma, decorado con las
estatuas de tantos dioses y héroes, fue arrasado en el polvo por el relámpago de los relámpagos”.

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Tampoco es “fácil calcular las multitudes que, desde una posición honorable y una fortuna próspera,
fueron reducidas repentinamente a la miserable condición de cautivos y exiliados”.

“Esta terrible catástrofe de Roma llenó al asombrado imperio de dolor y terror. Tan interesante
contraste de grandeza y ruina dispuso la credulidad del pueblo para deplorar, e incluso exagerar, las
aflicciones de la reina de las ciudades. El clero, que aplicaba a los acontecimientos recientes las
elevadas metáforas de la profecía oriental, a veces se veía tentado a confundir la destrucción del
capital y la disolución del globo”.

En el sexto día después de entrar en Roma, Alarico retomó su marcha, el 29 de agosto del
año 410 DC, “a la cabeza de un ejército cargado de ricos y pesados despojos, a lo largo de la Vía
Apia hacia las provincias del sur de Italia, destruyendo todo lo que se atrevía a oponerse a su paso,
y contentándose …del país sin resistencia”.

“Tan pronto como llegó a la tierra extrema de Italia, se sintió atraído por la perspectiva vecina
de una isla fértil y pacífica. Sin embargo, incluso la posesión de Sicilia la consideró sólo como un
paso intermedio para la importante expedición que ya había meditado contra el continente africano.
Los estrechos de Rhegium y Messina son de doce millas de largo, y en el pasaje más estrecho, de
una milla y media de ancho; y los fabulosos monstruos de las profundidades, las rocas de Escila, y
el remolino de Caribdis, no podían aterrorizar sino a los más tímidos y poco hábiles navegantes”.

“Sin embargo, tan pronto como la primera división de los godos se embarcó, surgió una
tempestad repentina, que hundió o dispersó muchos de los transportes; su valor fue intimidado por
los terrores de un nuevo elemento; y todo el diseño fue derrotado por la muerte prematura de Alarico
[410 DC], que fijó, después de una breve enfermedad, el término fatal de sus conquistas. El carácter
feroz de los bárbaros se manifestó en el funeral de un héroe, cuyo valor y fortuna celebraron con un
triste aplauso. Por el trabajo de una multitud cautiva, desviaron por la fuerza el curso del Busentinus,
un pequeño río que lava las paredes de Consentia. El sepulcro real, adornado con los espléndidos
despojos y trofeos de Roma, fue construido en el lecho vacío; las aguas fueron entonces restauradas
a su cauce natural; y el lugar secreto donde se habían depositado los restos de Alarico, quedó oculto
para siempre por la masacre inhumana de los prisioneros que habían sido empleados para ejecutar
la obra”.

“Pasaron más de cuatro años [408-412 DC] desde la exitosa invasión de Italia por los brazos
de Alarico hasta la retirada voluntaria de los godos bajo la dirección de su sucesor, Adolfo; y durante
todo ese tiempo reinaron sin control sobre un país que, en opinión de los antiguos, había unido todas
las diversas excelencias de la naturaleza y el arte. La prosperidad, de hecho, que Italia había
alcanzado en la época auspiciosa de los Antoninos, había declinado gradualmente con la
decadencia del imperio. Los frutos de una larga paz perecieron bajo el grosero dominio de los
bárbaros; y ellos mismos fueron incapaces de degustar los refinamientos más elegantes del lujo,
que habían sido preparados para el uso de los suaves y pulidos italianos”.

“Cada soldado, sin embargo, reclamaba una amplia porción de la substancial abundancia, el
maíz y el ganado, el aceite y el vino, que se recogía y consumía diariamente en el campamento
gótico; y los principales guerreros insultaban a las villas y jardines, una vez habitados por Lucilio y
Cicerón, a lo largo de la hermosa costa de Campania. Sus temblorosos cautivos, hijos e hijas de
senadores romanos, presentaron en copas de oro y gemas, grandes tragos de vino falerniano a los
altivos vencedores, que estiraban sus enormes miembros bajo la sombra de los plátanos, dispuestos
artificialmente a excluir los rayos abrasadores, y a admitir el calor genial del sol. Estas delicias fueron
realzadas por el recuerdo de las penurias del pasado; la comparación de su tierra natal, las sombrías
y áridas colinas de Escitia, y los bancos congelados del Elba y el Danubio, añadieron nuevos
encantos a la felicidad del clima italiano”.

Adolfo “el sucesor de Alarico, suspendió las operaciones de guerra; y negoció seriamente
con la corte imperial un tratado de amistad y alianza. Era el interés de los ministros de Honorio, que
ahora estaban liberados de la obligación de su extravagante juramento de liberar a Italia del peso
intolerable de las potencias góticas; y aceptaron fácilmente su servicio contra los tiranos y bárbaros
que infestaban las provincias más allá de los Alpes. Adolfo asumiendo el carácter de un general
romano, dirigió su marcha [412 DC] de la extremidad de Campania a las provincias meridionales de
la Galia. Sus tropas, por la fuerza o por acuerdo, ocuparon inmediatamente las ciudades de Narbona,
Toulouse y Burdeos; y aunque fueron rechazadas por el conde Bonifacio de las murallas de Marsella,
pronto extendieron sus cuarteles desde el Mediterráneo hasta el océano”.

Cuando Alarico ingresó por primera vez en Roma, en el año 408 DC, obtuvo de alguna
manera la posesión de Placidia, la hermana de los emperadores Arcadio y Honorio; y, aunque fue
tratada con respeto, desde entonces había sido retenida por los godos como rehén o como cautiva.
Ella tenía, en el 408 DC, unos veinte años de edad. Antes de salir de Italia, Adolfo propuso convertir
a Placidia en su esposa y reina. Honorio rechazó con desdén la propuesta de una alianza tan

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perjudicial para todo sentimiento de orgullo romano; pero Placidia recibió con agrado la propuesta.
“El matrimonio de Adolfo y Placidia se consumó antes de que los godos se retiraran de Italia; y el
día solemne, quizás el aniversario, de su boda se celebró después en la casa de Ingenus, uno de
los ciudadanos más ilustres de Narbona en la Galia”.

“La novia, ataviada y adornada como una emperatriz romana, fue colocada en un trono de
estado; y el rey de los godos, que asumió, en esta ocasión, el hábito romano, se contentó con un
asiento menos honorable a su lado. El regalo nupcial que, según la costumbre de su nación, fue
ofrecido a Placidia, consistía en los raros y magníficos despojos de su país. Cincuenta jóvenes
embellecen con túnicas de seda y llevan una palangana en cada mano; y una de estas palanganas
está llena de pedazos de oro, la otra de piedras preciosas de valor inestimable... Los bárbaros
disfrutaron de la insolencia de su triunfo; y los provinciales se regocijaron en esta alianza, que
atenuó, por la suave influencia del amor y la razón, el espíritu feroz de su señor gótico”.

En el año 414 DC, Adolfo invadió España y tomó la ciudad de Barcelona. En esa ciudad, en
agosto del año 415 DC, Adolfo fue asesinado y Singerico tomó el trono visigodo. “El primer acto de
su reinado fue el asesinato inhumano de los seis hijos de Adolfo, la cuestión de un matrimonio
anterior, a quienes arrancó sin piedad de los débiles brazos de un venerable obispo. La
desafortunada Placidia, en lugar de la respetuosa compasión que pudo haber despertado en los
pechos más salvajes, fue tratada con un insulto cruel y gratuito. La hija del emperador Teodosio,
confundida entre una multitud de vulgares cautivos, se vio obligada a marchar a pie unas doce millas
ante el caballo de un bárbaro, el asesino de un marido al que Placidia amaba y lamentaba. Pero
Placidia pronto obtuvo el placer de la venganza; y la visión de sus ignominiosos sufrimientos podría
despertar un pueblo indignado contra el tirano, que fue asesinado en el séptimo día de su
usurpación”.

“Después de la muerte de Singerico, la libre elección de la nación otorgó el cetro gótico a


Wallia [415-419 DC], cuyo temperamento belicoso y ambicioso parecía, al principio de su reinado,
extremadamente hostil a la república. Marchó en armas desde Barcelona hasta las costas del
Océano Atlántico, que los antiguos veneraban y temían como la frontera del mundo. Pero cuando
llegó al promontorio sur de España y, desde la roca ahora cubierta por la fortaleza de Gibraltar,
contempló la vecina y fértil costa de África, Valaquia retomó los designios de conquista que habían
sido interrumpidos por la muerte de Alarico. Los vientos y las olas decepcionaron de nuevo la
empresa de los godos; y la mente de un pueblo supersticioso se vio profundamente afectada por los
repetidos desastres de tormentas y naufragios”.

“En esta disposición, el sucesor de Adolfo ya no se negó a escuchar a un embajador romano,


cuyas propuestas se veían reforzadas por el acercamiento real, o supuesto, de un ejército numeroso.
Un tratado solemne fue estipulado y observado; Placidia fue honorablemente restaurada a su
hermano; seiscientas mil medidas de trigo fueron entregadas a los hambrientos godos, y Wallia se
comprometió a desenvainar su espada al servicio del imperio. Una sangrienta guerra fue
instantáneamente excitada entre los bárbaros de España, y se dice que los príncipes contendientes
dirigieron sus cartas, sus embajadores, y sus rehenes, al trono del emperador occidental,
exhortándolo a permanecer como un espectador tranquilo de su contienda, cuyos eventos deben
ser favorables a los romanos, por la mutua matanza de sus enemigos comunes”.

“La guerra española fue apoyada obstinadamente, durante tres campañas, con valor
desesperado y varios éxitos; y los logros marciales de Wallia difundieron a través del imperio el
renombre superior del héroe gótico. Exterminó a los Silingi, que habían arruinado irremediablemente
la elegante abundancia de la provincia de Boetica. Mató, en batalla, al rey de los Alani; ‘y los restos
de aquellos escitas errantes' que escaparon del campo, en lugar de elegir un nuevo líder, ‘buscaron
humildemente refugio bajo el estandarte de los vándalos’, con los que se confundieron siempre
después''.

“Los propios vándalos y los suevos cedieron a los esfuerzos de los invencibles godos. La
multitud promiscua de bárbaros, cuya retirada había sido interceptada, fue arrojada a las montañas
de Galicia, donde aún continuaban, en una brújula estrecha y en suelo estéril, ejerciendo sus
hostilidades domésticas e implacables. En el orgullo de la victoria, Valonia fue fiel a sus
compromisos; restauró sus conquistas españolas a la obediencia de Honorio; y la tiranía de los
oficiales imperiales pronto redujo a un pueblo oprimido a lamentar el tiempo de su servidumbre
bárbara”.

Sus victoriosos godos, cuarenta y tres años después de haber pasado el Danubio, fueron
establecidos” [419 DC], ‘según la fe de los tratados, en posesión de la segunda Aquitania, una
provincia marítima entre el Garona y el Loira, bajo la jurisdicción civil y eclesiástica de Burdeos'.
Aquella metrópoli, ventajosamente situada para el comercio del océano, fue construida de forma
regular y elegante; y sus numerosos habitantes se distinguían entre los galos por su riqueza, su
saber y la cortesía de sus modales. La provincia adyacente, que ha sido cariñosamente comparada

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con el jardín del Edén, está bendecida con un suelo fértil y un clima templado; la faz del país muestra
las artes y las recompensas de la industria; y los godos, después de sus esfuerzos marciales,
agotaron lujosamente los ricos viñedos de Aquitania. Los límites góticos fueron ampliados por el don
adicional de algunas diócesis vecinas; y ‘los sucesores de Alarico fijaron su residencia real en
Toulouse', que incluía cinco barrios populosos, o ciudades, dentro del espacioso circuito de sus
murallas”.

En el año 419 DC, Wallia fue sucedido por Teodorico, el hijo de Alarico, quien había reinado
treinta y dos años cuando fue asesinado en la batalla de Chalons en el año 451 DC. Le sucedió su
hijo mayor, Torismond, que fue asesinado en el año 453 DC por su hermano Teodorico II, que reinó
hasta el año 466 DC. “El diseño de la extinción del Imperio Romano en España y en la Galia fue
concebido, y casi completado, en el reinado del Eurico, quien asesinó a su hermano Teodorico [466
DC], y desplegó, con un temperamento más salvaje, habilidades superiores, tanto en la paz como
en la guerra. Pasó los Pirineos a la cabeza de un ejército numeroso, sometió las ciudades de
Zaragoza y Pamplona, venció en la batalla a los nobles marciales de la provincia de Tarragona, llevó
sus brazos victoriosos al corazón de la Lusitania, y “permitió que los suevos sostuvieran el reino de
Galicia bajo la monarquía gótica de España”. Los esfuerzos de Eurico no fueron menos vigorosos ni
menos exitosos en la Galia; y en todo el país que se extiende desde los Pirineos hasta el Ródano y
el Loira, Berry y Auvernia fueron las únicas ciudades, o diócesis, que se negaron a reconocerlo como
su amo”.

Más tarde los visigodos cedieron a los francos “la mayor parte de sus posesiones galas; pero
su pérdida fue ampliamente compensada por la fácil conquista y disfrute seguro de las provincias de
España”. “De la monarquía de los godos”, que pronto involucró al reino suévico de Galicia, los
españoles modernos todavía derivan alguna vanidad nacional”. Capítulo 30, párrafos 23-25,
Capitulo 31, párrafos 7-39, Capítulo 36, párrafo 22, Capítulo 38, párrafo 29.

“En España, el gótico es un elemento importante de la nación moderna. Y ese elemento no


ha sido olvidado ni despreciado. Parte de la región invicta del norte de España, la tierra de Asturias,
conservó durante un tiempo el nombre de Gothia, al igual que las posesiones góticas en Galia y
Crim. El 'nombre' de la gente que jugó un papel tan importante en todo el sur de Europa, y que en
realidad gobernó sobre una parte tan grande de ella, ahora ha desaparecido por completo; pero es
en España donde hay que buscar su huella histórica”. Enciclopedia Británica, artículo Góticos,
párrafo 18.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 621-643

7.1.5. Los anglos y los sajones

Sin mayor influencia en la caída de Roma, pero responsables de la creación de uno de los
más grandes imperios coloniales de todos los tiempos, los anglos y los sajones tuvieron una gran
influencia en el desarrollo de Europa.

Aprovechando el abandono de los ejércitos imperiales, urgidos por enfrentar la presión que
generaban las invasiones bárbaras más cercanas al centro del imperio, las islas de la Gran Bretaña
fueron abandonadas al avance de los anglos, los sajones y los jutos que provenían del externo norte
de Europa, así como a las luchas internas con los pictos, irlandeses y caledonios. De esa lucha
surgiría la nación inglesa que sigue influyendo en el devenir de la política mundial como pocas. Roma
que había llegado a Britania en los tiempos de Julio César (mitad del Siglo I AC) debió dejar a merced
de los bárbaros esta zona de avanzada del imperio.

“Para la patria de la raza inglesa debemos mirar lejos de la propia Inglaterra. En el Siglo V
después del nacimiento de Cristo, el único país que sabemos que llevaba el nombre de Anglen, o
Inglaterra, estaba dentro del distrito que ahora se llama Sleswick, un distrito en el corazón de la
península que separa el Báltico de los mares del Norte. Sus agradables pastos, sus caseríos de
madera negra, sus pequeños y primitivos pueblos que miran hacia las ensenadas de agua púrpura,
no eran más que un salvaje desperdicio de brezo y arena, ceñidos a lo largo de la costa por un
bosque sin sol, quebrado aquí y allá por prados que se deslizan hacia las marismas y el mar”.

“Los habitantes de este distrito, sin embargo, parecen haber sido un mero fragmento de lo
que se llamaba el Engle, o la gente inglesa, la mayor parte de la cual se encuentra probablemente
en lo que ahora es el Bajo Hannover y Oldemburgo. A un lado de ellos, los sajones de Westfalia
tenían la tierra desde el Weser hasta el Rin; al otro, los sajones de Westfalia se extendían hasta el
Elba. Otra vez al norte del fragmento del folklore inglés en Sleswick se encontraba otra tribu afín, los
Jutes, cuyo nombre aún se conserva en su distrito de Jutlandia. Engle, Sajonia y Yute pertenecían
a la misma rama baja alemana de la familia teutónica; y en el momento en que la historia los
descubre, estaban siendo unidos por los lazos de una sangre común, un discurso común y unas
instituciones sociales y políticas comunes. Hay pocos motivos para creer que las tres tribus se

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consideraban a sí mismas como un solo pueblo, o que todavía podemos aplicarles, salvo por
anticipado, el nombre común de los ingleses. Pero cada uno de ellos estaba destinado a participar
en la conquista de la tierra en la que vivimos [desde la perspectiva de Edward Gibbon, el gran
historiador inglés] y es a partir de la unión de todos ellos, cuando se completó su conquista, que el
pueblo inglés ha surgido”.

“Poco sabemos del temperamento y la vida de la gente de esta vieja Inglaterra. Pero por los
vislumbres que se aprecian cuando la conquista los trajo a las costas de Gran Bretaña, su
organización política y social debe haber sido la de la raza alemana a la que pertenecían. En sus
pueblos se formó la vida social y política que nos rodea en la Inglaterra de hoy. Un cinturón de
bosque o de residuos se separaba cada uno de sus pueblos vecinos, y dentro de este límite o marca
el “township”, como se llamaba entonces al pueblo, del “tun” o cerco y trinchera ásperos que servían
de simple fortificación, formaban un cuerpo completo e independiente, aunque unido por lazos que
se fortalecían día a día, a los municipios que lo rodeaban y a la tribu de la que formaba parte. Su
centro social era el caserío donde el aetheling o earl, descendiente de los primeros colonos ingleses
en la ruina, todavía transmitía la sangre y las tradiciones de sus padres”.

“Alrededor de esta casa o aethel, cada uno en su pequeña parcela, se encontraban las
viviendas más bajas de los freelings o techos... El earl se distinguía de sus compañeros aldeanos
por su riqueza y su sangre más noble; era poseído por ellos en una reverencia hereditaria; y era de
él y de sus compañeros de reunión que los líderes, ya fueran de la aldea o de la tribu, eran elegidos
en tiempos de guerra. Pero esta pretensión de precedencia se basaba simplemente en el libre
reconocimiento de sus conciudadanos. Dentro del municipio todos los hombres libres o cearl eran
iguales. El hombre libre era la base de la sociedad del pueblo. Era el “hombre de cuello libre”, cuyo
largo pelo flotaba sobre un cuello que nunca se había inclinado ante un señor. Era el “hombre
armado”, el único que llevaba lanza y espada, y el único que conservaba el derecho a la autodefensa
o a la guerra privada que en tal estado de sociedad constituía el principal freno a la indignación
anárquica”.

“La religión de estos hombres era la misma que la del resto de los pueblos alemanes...” El
dios común del pueblo inglés era Woden, el dios de la guerra, guardián de los caminos y los límites,
a quien sus adoradores atribuían la invención de las letras, y a quien cada tribu consideraba el primer
antepasado de sus reyes. Nuestros propios nombres para los días de la semana todavía nos
recuerdan a los dioses a los que nuestros padres adoraban en su tierra natal alemana. El miércoles
es el día de Woden, como el jueves es el día del Trueno, el dios del aire, de las tormentas y de la
lluvia. El viernes es el día de Frea, la deidad de la paz, la alegría y la fecundidad, cuyos emblemas,
llevados en alto por las doncellas danzantes, aumentaron en todos los campos y establos que
visitaron. El sábado conmemora a un dios oscuro, Saetere; el martes, al dios oscuro, Tiw, para
conocer a quien fue la muerte. Eostre, el dios de la aurora o del manantial, da nombre a la fiesta
cristiana de la resurrección. Detrás de ellas flotaban las formas tenues de una mitología más antigua:
'Wyrd', la diosa de la muerte, cuyo recuerdo perduró largo tiempo en el 'Raro' de la superstición del
Norte; o las 'mujeres poderosas', las 'Shield-Maidens', que, según nos dice una vieja rima, 'trabajaron
en el campo de batalla y lanzaron las emocionantes jabalinas'…”

“La energía de estas personas se expresó en una inquietud que las llevó a participar en el
ataque general de la raza alemana contra el imperio de Roma. Para los cultivadores y pescadores
ocupados como los ingleses, eran luchadores de corazón, y su mundo era un mundo de guerra. La
tribu luchaba con la tribu, y la aldea con la aldea; incluso dentro de la misma aldea las disputas
separaban a la familia de la casa, y las pasiones de odio y venganza se transmitían de padre a hijo.
Su estado de ánimo era sobre todo un estado de ánimo de hombres luchadores, aventureros,
autosuficientes, orgullosos, con un toque de dureza y crueldad, pero ennoblecidos por las virtudes
que surgen de la guerra, por el coraje personal y la lealtad a la palabra trabajada, por un sentido
elevado y severo de la hombría y el valor del hombre. Una triste alegría en la dura lucha ya era una
característica de la carrera. La guerra era el “juego de escudos” y el “juego de espadas” del inglés;
el verso del regocijado recibió fuego fresco mientras cantaba de la prisa del anfitrión y del choque
de la línea de escudos...”

“Y junto a su amor por la guerra vino su amor por el mar. En todas partes a lo largo de la
canción de Beowulf, como en todas partes a lo largo de la vida que representa, captamos el olor a
sal del mar. El inglés estaba tan orgulloso de su arte como de su arte de guerra; con la espada en
los dientes, se sumergió en el mar para encontrarse con la morsa y el león marino; habló de su caza
de ballenas en medio de las heladas aguas del Norte. No menos que su amor por el mar era el amor
que sentía por el barco que lo atravesaba. En la cariñosa comicidad del verso inglés, el barco era ‘el
flotador de olas', el ‘cuello de espuma', ‘como un pájaro' mientras descremaba la cresta de la ola,
‘como un cisne' mientras que su proa curvada atravesaba la ‘carretera de los cisnes' del mar”.

“Su pasión por el mar les marcó su papel en el movimiento general de las naciones
alemanas. Mientras que el gótico y el lombardo avanzaban lentamente sobre la montaña y la llanura,

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las barcas de los ingleses empujaban más rápido sobre el mar. Bandas de exploradores ingleses,
superados por el estrés de la lucha, habían encontrado un hogar allí durante mucho tiempo, y vivían
como podían en un saco de barco o en la costa. El azar nos ha preservado en un pantano de
Sleswick una de las quillas de guerra de estos primeros piratas. El barco es de fondo plano, 70 pies
de largo y ocho o nueve pies de ancho, sus lados de tablas de roble sujetas con cuerdas de corteza
y pernos de hierro. Cincuenta remos lo condujeron sobre las olas con un cargamento de guerreros
cuyos brazos, hachas, espadas, lanzas y cuchillos fueron encontrados amontonados en su bodega”.

“Como las galeras de la Edad Media, estos barcos sólo podían arrastrarse cautelosamente
de un puerto a otro con mal tiempo; pero en aguas tranquilas su rapidez les permitía admirar la
piratería con la que los hombres de estas tribus ya se estaban haciendo temibles. Su fondo plano
les permitía varar el barco en cualquier costa adecuada; y un paso en la orilla transformaba
inmediatamente a los barqueros en una banda de guerra. Desde el principio, la audacia de la raza
inglesa estalló en el secreto y en lo repentino de la caída del pirata, en la ferocidad de su aparición,
en el descuidado regocijo con el que agarraban la espada o el remo. Son enemigos”, cantaba un
poeta romano de la época, “feroces más que otros enemigos, y astutos como son feroces; el mar es
su escuela de guerra, y la tempestad su amigo; son lobos marinos que se aprovechan del pillaje del
mundo”.

”De las tres tribus inglesas, los sajones estaban más cerca del imperio, y fueron naturalmente
los primeros en tocar el mundo romano; antes del final del Siglo III DC, en efecto, sus barcos
aparecieron con tanta fuerza en el Canal de la Mancha que requirieron una flota especial para
resistirse a ellos. La piratería de nuestros padres los había llevado así a las orillas de una tierra que,
tan querida ahora para los ingleses, aún no había sido pisoteada por los pies de los ingleses. Esta
tierra era Gran Bretaña. Cuando los barcos sajones tocaron su costa, la isla era la provincia más
occidental del Imperio Romano. En el año cincuenta y cinco antes de Cristo un descenso de Julio
César lo reveló al mundo romano; y un siglo después del desembarco de César, el emperador

Claudio emprendió su conquista. El trabajo se llevó a cabo rápidamente. Antes de que pasasen
treinta años, la mayor parte de la isla había pasado bajo el dominio romano, y la frontera romana
había sido llevada al Frith de Forth y de Clyde...”

“Durante trescientos años la espada romana aseguró el orden y la paz sin Gran Bretaña y
dentro de ella; y con la paz y el orden llegó una prosperidad amplia y rápida. El comercio surgió en
puertos entre los que Londres ocupaba el primer puesto; la agricultura floreció hasta que Gran
Bretaña se convirtió en uno de los países exportadores de maíz del mundo; los recursos minerales
de la provincia se exploraron en las minas de estaño de Cornualles, las minas de plomo de Somerset
o Northumberland, y las minas de hierro del Bosque de Dean. Pero los males que minaron la fuerza
de todo el imperio, causaron el fin de la provincia de Gran Bretaña”…

“Mientras que Italia fue devastada por los godos y una sucesión de débiles tiranos oprimieron
las provincias más allá de los Alpes, la isla británica se separó del cuerpo del Imperio Romano [409
DC]. Las fuerzas regulares que custodiaban esa remota provincia se habían retirado gradualmente;
y Gran Bretaña fue abandonada sin defensa a los piratas sajones y a los salvajes de Irlanda y
Caledonia. Los británicos, reducidos a este extremo, ya no dependían de la ayuda tardía y dudosa

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de una monarquía en decadencia. Se reunieron en armas, repelieron a los invasores y se regocijaron
por el importante descubrimiento de su propia fuerza... Gran Bretaña se perdió irrecuperablemente.
Pero como los emperadores aceptaron sabiamente la independencia de una provincia remota, la
separación no se vio amargada por el reproche de la tiranía o la rebelión; y las reivindicaciones de
lealtad y protección fueron sucedidas por los oficios mutuos y voluntarios de la amistad nacional.
Esta revolución disolvió el tejido artificial del gobierno civil y militar, y el país independiente, durante
un período de cuarenta años [409-449 DC] hasta el descenso de los sajones, fue gobernado por la
autoridad del clero, los nobles y las ciudades municipales”. Edward Gibbon, Declive y caída del
Imperio Romano, capítulo 31, párrafos 41, 42.

“Aquí, en el año 409 DC, nuestra Inglaterra era un Estado independiente. En la crónica
anglosajona -el curioso pero escaso registro de los primeros acontecimientos, que se supone que
existió en la época de Alfred, e incluso que fue compilado en parte por ese gran rey- se encuentra
la siguiente entrada que coincide singularmente con la cronología de los historiadores griegos y
latinos: este año los godos tomaron por asalto la ciudad de Roma, y después de esto los romanos
nunca gobernaron en Gran Bretaña, y esto fue alrededor de mil ciento diez años después de su
construcción. En total, gobernaron en Gran Bretaña cuatrocientos setenta años desde que Cayo
Julio buscó por primera vez la tierra”…

“Fue para defender a Italia contra los godos que Roma en la apertura del Siglo V DC retiró
sus legiones de Gran Bretaña, y a partir de ese momento la provincia se vio obligada a luchar sin
ayuda contra los pictos. Tampoco eran estos sus únicos enemigos. Mientras los merodeadores de
Irlanda, cuyos habitantes llevaban entonces el nombre de escoceses, acosaban a Occidente, los
barcos de los piratas sajones, como hemos visto, se apiñaban frente a sus costas oriental y
meridional. Durante cuarenta años Gran Bretaña resistió valientemente a estos asaltantes; pero la
lucha civil rompió sus poderes de resistencia, y sus gobernantes retrocedieron al fin en la política
fatal por la que el imperio invitaba a su perdición mientras se esforzaba por evitarla, la política de
emparejar a los bárbaros contra los bárbaros”.

“Con las habituales promesas de tierra y dinero, un grupo de guerreros fue sacado para este
propósito de Jutlandia en el año 449 DC, con dos ealdormen, Hengist y Horsa, a la cabeza. Si por
historia inglesa entendemos la historia de los ingleses en la tierra que desde entonces hicieron suya,
es con este desembarco de la banda de guerra de Hengist que comienza la historia inglesa.
Aterrizaron en las costas de la Isla de Tbanet en un lugar conocido desde entonces como Ebbsfleet.
Ningún lugar puede ser tan sagrado para los ingleses como el primero que sintió la pisada de los
pies ingleses”. John R. Green, Larger History of England, capítulo 1, párrafo 17.

“Hengist y Horsa, que según los


historiadores anglosajones desembarcaron
en el año 449 DC en la orilla que se llama
Ypwinesfleet, eran personajes de más de lo
común. Eran hijos de Withhtgils, hijo de
Witta, Witta de Wecta, Wecta de Woden. Así
dice la crónica anglosajona, y añade: “De
este Woden salieron todas nuestras familias
reales”. Estos descendientes, en la tercera
generación de la gran divinidad sajona, se
acercaron en tres barcas. Vinieron por
invitación de Wyrtgeone, Vortigern, rey de
los británicos. El rey les dio tierra en el
sureste del país, a condición de que
lucharan contra los pictos; y ellos lucharon,
y tuvieron la victoria dondequiera que
vinieron. Entonces llamaron a los anglos y
les hablaron de la inutilidad del pueblo y de
las excelencias de la tierra. Esta es la narrativa sajona”…

“El trabajo para el que habían contratado a los mercenarios se hizo rápidamente, y se dice
que los pictos fueron dispersados a los vientos en una batalla librada en la costa oriental de Gran
Bretaña. Pero el peligro de los pictos no había terminado cuando el peligro vino de los propios jutos.
Sus compañeros piratas deben haber acudido en masa desde el Canal de la Mancha hasta su
asentamiento en Thanet; la ensenada entre Thanet y el continente fue atravesada, y los ingleses
ganaron su primera victoria sobre los británicos al obligarles a pasar por el Medway en el pueblo de
Aylesford. Una segunda derrota en el paso del Cray llevó a las fuerzas británicas aterrorizadas a
Londres; pero pronto se recuperó el terreno, y no fue hasta el año 465 DC que una serie de pequeños
conflictos que habían tenido lugar a lo largo de las costas de Thanet dieron paso a una lucha decisiva
en Wippedsfleet. Aquí, sin embargo, la derrota fue tan terrible que desde ese momento toda
esperanza de salvar el norte de Kent parece haber sido abandonada, y fue sólo en su orilla sur donde

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los británicos mantuvieron su posición. Diez años más tarde, en el año 475 DC, el largo concurso
terminó, y con la caída de Lymme, cuyas paredes rotas parecen, desde la ladera, a la que se aferran,
sobre la gran llanura de Romney Marsh, se hizo el trabajo del primer conquistador inglés”. John R.
Green, Larger History of England, capítulo 1, párrafo 18.

“Las artes y la religión, las leyes y el idioma, que los romanos habían plantado tan
cuidadosamente en Gran Bretaña, fueron extirpados por sus bárbaros sucesores. Después de la
destrucción de las iglesias principales, los obispos, que habían declinado la corona del martirio, se
retiraron con las santas reliquias a Gales y a Armorica; los restos de sus rebaños quedaron
desprovistos de cualquier alimento espiritual; se abolió la práctica, e incluso el recuerdo, del
cristianismo”.

“Los reyes de Francia mantuvieron los privilegios de sus súbditos romanos; pero los feroces
sajones pisotearon las leyes de Roma y de los emperadores. Los procedimientos de jurisdicción civil
y penal, los títulos de honor, las formas de cargo, las filas de la sociedad, e incluso los derechos
domésticos de matrimonio, testamento y herencia, fueron finalmente suprimidos: y la multitud
indiscriminada de esclavos nobles y plebeyos se regía por las costumbres tradicionales, que habían
sido groseramente enmarcadas para los pastores y piratas de Alemania”.

“El lenguaje de la ciencia, de los negocios y de la conversación, que había sido introducido
por los romanos, se perdió en la desolación general. Un número suficiente de palabras latinas o
celtas podrían ser asumidas por los alemanes para expresar sus nuevos deseos e ideas; pero esos
paganos “analfabetos” preservaron y establecieron el uso de su dialecto nacional. Casi todos los
nombres, tanto en la iglesia como en el Estado, revelan su origen teutónico; y la geografía de
Inglaterra fue inscrita universalmente con caracteres y denominaciones extranjeras. El ejemplo de
una revolución, tan rápida y tan completa, puede no ser fácil de encontrar”. Capítulo 38, párrafos
34, 36, 37, 39.

Y desde ese momento hasta ahora, la historia de los anglos y sajones, los anglosajones, no
es más que la historia de Inglaterra, la tierra de los anglos.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 644-651

7.1.6. Los hunos y los ostrogodos

Hemos hablado líneas arriba sobre los visigodos, ahora tocaremos algo sobre los
desaparecidos ostrogodos, que fueron importantes en la desaparición de los hérulo-rugios cuando
Teodorico vence a Odoacro (de paso eliminando uno de los 3 reinos arrianos que debía eliminar el
“cuerno pequeño”) para luego ser destruidos y casi borrados del mapa por los ejércitos del Imperio
Romano de Oriente.

Los hunos, en cambio, tienen una impresionante y breve historia, pues luego de una
fulgurante aparición entre los invasores del imperio romano de occidente, casi desparecen
históricamente a la muerte de Atila, debido a las luchas intestinas entre sus seguidores y los pueblos
que había sojuzgado. La mención de este rey huno, hace escarapelar el cuerpo hoy, imagínense lo
que era en aquellos tiempo liderando un ejército de 700.000 hombres que incluía a varias naciones.
En las citas siguientes encontrará la verdadera razón por la cual Atila se retiró de Italia (no, no
totalmente por el ruego del papa), luego de estar a las puertas de Roma, sin invadir la capital del
mundo antiguo, así como las circunstancias que causaron su muerte.

Cuatro años después de que los sajones pusieran sus pies en el suelo de Gran Bretaña, los
ostrogodos establecieron su independencia [453 DC] en el Imperio de Occidente, donde
permanecieron mientras fueron una nación.

Se recordará que antes de la separación permanente de los visigodos de sus hermanos


orientales, toda la nación gótica, tanto ostrogodos como visigodos, estaba sometida al gran
Hermanric, cuyos dominios se extendían desde el Báltico hasta el Mar Negro; que el gran cuerpo de
las naciones unidas habitaba en el país drenado por el río Dniéper; y que en 375 DC la inundación
de los hunos arrastró a los alani, que habitaban entre el Volga y el Don, y se derramó como una
poderosa inundación sobre los dominios de Hermanric. Ya hemos rastreado a los visigodos desde
allí hasta las orillas del Océano Atlántico; ahora volvemos a los ostrogodos, de los cuales, según se
dice, en el ataque de los hunos: “Los ostrogodos se sometieron a su destino; y la raza real de los
Amalis se encontrará de aquí en adelante entre los súbditos del altivo Atila”. Edward Gibbon,
Declive y caída del Imperio Romano, capítulo 26, párrafo 12.

El poder de los hunos se extendió constantemente hasta el reinado de Atila. (423-453 DC),
cuyos dominios se extendían desde el Mar Negro y el Bajo Danubio hasta el Báltico, y desde el Alto
Danubio hasta límites desconocidos en las estepas de Escitia, sobre “un imperio que no contenía en

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el espacio de varios miles de kilómetros una sola ciudad”. La capital, “un campamento accidental
que, por la larga y frecuente residencia de Atila, se había convertido insensiblemente en una enorme
aldea” parece haber estado cerca, si no exactamente en el lugar, donde ahora Tokay está situado
en Hungría.

“En la orgullosa revisión de las naciones que reconocieron la soberanía de Atila, y que nunca
pensaron en una revuelta durante su vida, los Gepidae y los Ostrogodos se distinguieron por su
número, su valentía y el mérito personal de sus jefes. El renombrado Ardarico, rey de los Gepidae,
era el fiel y sagaz consejero del monarca, que estimaba a su intrépido genio, mientras amaba las
suaves y discretas virtudes del noble Walamir, rey de los ostrogodos”.

“La multitud de reyes vulgares, los líderes de tantas tribus marciales, que servían bajo el
estandarte de Atila, se agrupaban en la orden sumisa de guardias y empleados domésticos alrededor
de la persona de su amo. Miraron su asentimiento; temblaron ante su ceño fruncido; y a la primera
señal de su voluntad ejecutaron, sin murmullos ni vacilaciones, sus órdenes severas y absolutas. En
tiempo de paz, los príncipes dependientes, con sus tropas nacionales, asistieron al campamento real
en sucesión regular; pero cuando Atila recogió su fuerza militar, pudo traer al campo un ejército de
quinientos mil, o, según otro relato, setecientos mil bárbaros”. Capítulo 34, párrafo 5.

En el año 451 DC Atila, con un ejército


inmenso, hizo una incursión en la Galia, y los
ostrogodos fueron con él; la forma en que se
llevó a cabo fue ésta: Teodorico era entonces
rey de los visigodos, en su país, en el suroeste
de la Galia; sus dos hijas “fueron dadas en
matrimonio a los hijos mayores de los reyes de
los suevos y de los vándalos, que reinaron en
España y en África”. Capítulo 35, párrafo 4. La
que se casó con el hijo del rey de los vándalos,
se convirtió así en la nuera del terrible
Genserico. “El cruel Genserico sospechaba que
la esposa de su hijo había conspirado para
envenenarlo; el supuesto crimen fue castigado
con la amputación de su nariz y orejas; y la
infeliz hija de Teodorico fue devuelta
ignominiosamente a la corte de Toulouse en esa condición deformada y mutilada. Este horrible acto,
que debe parecer increíble a una edad civilizada, provocó lágrimas en todos los espectadores; pero
Teodorico fue instado, por los sentimientos de un padre y de un rey, a vengarse de tales heridas
irreparables. Los ministros imperiales, que siempre acariciaron la discordia de los bárbaros, habrían
suministrado a los godos armas, barcos y tesoros para la guerra africana, y la crueldad de Genserico
podría haber sido fatal para sí mismo, si el astuto vándalo no hubiera armado en su causa el
formidable poder de los hunos. Sus ricos dones y sus apremiantes peticiones inflamaron la ambición
de Atila; y los designios de Atila y Teodorico se vieron impedidos por la invasión de la Galia”.

“Los reyes y naciones de Alemania y Escitia, desde el Volga hasta el Danubio, obedecieron
a la llamada bélica de Atila. De la aldea real, en las llanuras de Hungría, su estandarte se desplazó
[451 DC] hacia el oeste; y después de una marcha de siete u ochocientos kilómetros llegó a la
confluencia del Rin y el Neckar, donde se le unieron los francos que se adhirieron a su aliado, el
mayor de los hijos de Clodion. Una tropa de bárbaros ligeros que vagaban en busca de saqueo,
podía elegir el invierno por la conveniencia de pasar el río sobre el hielo; pero la innumerable
caballería de los hunos requería tanta forraje y provisiones que sólo se podían conseguir en una
estación más suave; el bosque de Hercynian suministraba materiales para un puente de barcos; y
las miríadas hostiles eran vertidas, con una violencia inquebrantable, en las provincias belgas...
Desde el Rin y el Mosela, Atila se adentró en el corazón de la Galia; cruzó el Sena en Auxerre; y
después de una larga y laboriosa marcha, fijó su campamento bajo las murallas de Orleans”.

Orleans fue asediada, y fue defendida obstinadamente. Pero cuando las defensas fueron
superadas y las tropas de Atila entraron en la ciudad, apareció el ejército imperial, bajo la dirección
de Ecio el Romano y Teodorico el Visigodo, que se adelantó hacia el alivio de la ciudad.

“Al acercarse, el rey de los hunos levantó inmediatamente el asedio y ordenó una retirada
para retirar a sus tropas del saqueo de una ciudad en la que ya habían entrado. El valor de Atila
siempre estuvo guiado por su prudencia; y al prever las fatales consecuencias de una derrota en el
corazón de la Galia, repasó el Sena, y esperó al enemigo en las llanuras de Chalons cuya superficie
lisa y nivelada estaba adaptada a las operaciones de su caballería escita... Las naciones desde el
Volga hasta el Atlántico estaban reunidas en la llanura de Chalons, pero muchas de estas naciones
habían sido divididas por facción, o conquista, o emigración; y la aparición de armas y banderas
similares que se amenazaban entre sí, presentaba la imagen de una guerra civil”. “Casiodoro había

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conversado familiarmente con muchos guerreros góticos que sirvieron en ese memorable
compromiso, -'un conflicto', como le informaron, feroz, variado, obstinado y sangriento; tal como no
podía ser paralelo, ni en el presente ni en épocas pasadas''. “El número de muertos ascendía a
ciento sesenta y dos mil, o según otro relato, trescientas mil personas; y estas increíbles
exageraciones suponen una pérdida real y efectiva suficiente para justificar la observación del
historiador de que generaciones enteras pueden ser arrastradas, por la locura de los reyes, en el
espacio de una sola hora”.

“Los hunos fueron derrotados, ya que Atila se vio obligado a retirarse... En un consejo general
de guerra se decidió asediar al rey de los hunos en su campamento, interceptar sus provisiones y
reducirlo a la alternativa de un tratado vergonzoso o un combate desigual. Pero la impaciencia de
los bárbaros pronto desdeñó estas precauciones y medidas dilatorias; y la madura política de Etius
temía que después de la extirpación de los hunos, la república fuera oprimida por el orgullo y el
poder de la nación gótica”.

Como Teodorico había muerto en la batalla, Aecio “ejerció el ascendiente superior de la


autoridad y la razón para calmar las pasiones que el hijo de Teodorico consideraba un deber;
representó, con aparente afecto y verdad real, los peligros de la ausencia y el retraso; y persuadió a
Torismond para que defraudara, con su rápido regreso, los ambiciosos designios de sus hermanos,
que podían ocupar el trono y los tesoros de Toulouse”. Tras la partida de los godos y la separación
del ejército aliado, Atila se sorprendió por el vasto silencio que reinaba en las llanuras de Chalons;
la sospecha de alguna estratagema hostil lo detuvo varios días dentro del círculo de sus carros; y su
retirada más allá del Rin confesó la última victoria que se logró en nombre del Imperio de Occidente”.
Capítulo 35, párrafos 4, 7, 9, 11.

Antes de la incursión en la Galia, Atila había pedido la mano de la princesa Honoria, hija de
Placidia, y hermana de Valentín III; pero su oferta fue rechazada. Al año siguiente, después de la
batalla de Chalons, renovó su demanda, y siendo rechazada de nuevo, él, en el año 452 DC, volvió
a salir al campo, pasó por los Alpes, invadió Italia, arrasando el país a medida que avanzaba, tomó
posesión del palacio real de Milán, y “declaró su resolución de llevar sus armas victoriosas a las
puertas de Roma”. Valentín III había huido a Roma, y fue allí donde él, el Senado y el pueblo
decidieron enviar una “solemne y suplicante embajada”, encabezada por el Papa León Magno, para
depreciar la ira de Atila. “El monarca bárbaro escuchó con atención favorable y respetuosa; y 'la
liberación de Italia fue comprada por el inmenso rescate, o dote, de la princesa Honoria' [aquí está
la verdadera razón por la que Atila se retiró, no por los ruegos de León, sino por la promesa de la
dote, y de Honoria]”.

“Antes de que el rey de los hunos evacuara Italia, amenazó con volver más espantoso y más
implacable, si su novia, la princesa Honoria, no era entregada a sus embajadores en el plazo
estipulado por el tratado. Sin embargo, mientras tanto, Atila alivió su tierna ansiedad añadiendo a
una bella doncella, cuyo nombre era Ildico, a la lista de sus innumerables esposas. Su matrimonio
se celebraba con pompa bárbara y fiesta, en su palacio de madera más allá del Danubio; y el
monarca, oprimido por el vino y el sueño, se retiraba a última hora del banquete al lecho nupcial.
Sus asistentes continuaron respetando sus placeres, o su reposo, la mayor parte del día siguiente,
hasta que el silencio inusual alarmó sus temores y sospechas; y después de intentar despertar a
Atila con gritos fuertes y repetidos, irrumpieron finalmente en el apartamento real. Encontraron a la
novia temblorosa sentada al lado de la cama, escondiendo su rostro con su velo y lamentando su
propio peligro, así como la muerte [453 DC] del rey, que había fallecido durante la noche. Una arteria
había estallado repentinamente; y mientras Atila yacía en una postura supina, fue sofocado por un
torrente de sangre que, en lugar de encontrar un pasaje a través de las fosas nasales, regurgitaba
hacia los pulmones y el estómago”.

“La revolución que ‘subvirtió el imperio de los hunos' estableció la fama de Atila, cuyo genio
por sí solo había sostenido el enorme y desarticulado tejido. Después de su muerte, los jefes más
audaces aspiraban al rango de reyes; los reyes más poderosos se negaron a reconocer a un
superior; y los numerosos hijos, que tantas madres diferentes dieron al monarca fallecido, dividieron
y disputaron, como una herencia privada, el mando soberano de las naciones de Alemania y Escitia.
Los audaces ardáricos sentían y resentían la vergüenza de esta servil partición; y sus súbditos, los
guerreros Gepidae, con los ostrogodos, bajo la dirección de tres valientes hermanos, alentaban a
sus aliados a reivindicar los derechos de la libertad y la realeza. En un conflicto sangriento y decisivo
a orillas del río Netad, en Pannonia, la lanza de los Gepidae, la espada de los godos, las flechas de
los hunos, la infantería suevita, las armas ligeras de los heruli y las armas pesadas de los alani se
encontraron o apoyaron mutuamente; y la victoria de Ardarico fue acompañada de la matanza de
treinta mil de sus enemigos”. Capítulo 35, párrafos 15, 16.

“La batalla fue unida cerca del río Nedao, un arroyo en Pannonia, que los geógrafos modernos
no han identificado, pero que probablemente estaba situado en la parte de Hungría que está al oeste
del Danubio. Allí, dice Jordanes [historiador romano del Siglo VI DC], se encontraban y se miraban

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a la cara todas las naciones que Atila había mantenido bajo su dominio. Los reinos y los pueblos
están divididos unos contra otros, y de un solo cuerpo se forman diversos miembros, ya no
gobernados por un solo impulso, sino animados por la rabia mutua, habiendo perdido la cabeza que
los preside. Tales eran las naciones más poderosas que nunca habían encontrado a sus semejantes
en el mundo si no se hubieran separado la una de la otra, y se hubieran cortado la una a la otra con
heridas mutuas. Me pareció una vista maravillosa. Allí deberías haber visto a los godos luchando
con su pica, a los Gepidae rugiendo con su espada, a los rugianos rompiendo los dardos del enemigo
a costa de sus propias heridas, a los suevos avanzando con sus ágiles pies, a los hunos cubriendo
su avance con una nube de flechas, a los alanos reuniendo a sus tropas de armas pesadas, a los
hérulos con sus compañías más ligeras, en formación de batalla”.

“No se nos dice claramente cuál fue la parte de los ostrogodos en este gran encuentro, y
podemos dudar razonablemente si todas las tribus alemanas estaban dispuestas de un lado y todos
los tártaros del otro con la precisión que un etnólogo moderno habría utilizado en una batalla ideal
de las nacionalidades. Pero el resultado no es dudoso. Después de muchas cargas desesperadas,
la victoria, que apenas esperaban, se sentó sobre los estándares de los Gepidae. Treinta mil de los
hunos y sus confederados yacían muertos en el campo, entre ellos Ellak, el primogénito de Atila,
“por una muerte tan gloriosa que habría sido bueno para el corazón de su padre presenciarla”. El
resto de su nación huyó a través de las llanuras de Dacian, y sobre las montañas de los Cárpatos a
esas amplias estepas del sur de Rusia, en las que al comienzo de nuestra historia vimos a las tres
naciones góticas tomando su morada”. Thomas Hodgkin, Italia y sus invasores, Volumen III,
Capítulo 1, párrafo 3.

“Ellak, el hijo mayor de Atila, perdió su vida y su corona en la memorable batalla de Netad;
su temprano valor lo había elevado al trono de los Acatzires, un pueblo escita al que sometió; y su
padre, que amaba el mérito superior, habría envidiado la muerte de Ellak. Su hermano Dengisich,
con un ejército de hunos, aún formidable en su huida y ruina, mantuvo su tierra por encima de quince
años a orillas del Danubio. El palacio de Atila, con el antiguo país de Dacia, desde los Cárpatos
hasta el Euxino, se convirtió en la sede de un nuevo poder, que fue erigido por Ardarico, rey de los
Gepidae. Las conquistas de Panonia, de Viena
a Sirmium, fueron ocupadas por los ostrogodos;
y los asentamientos de las tribus, que tan
valientemente habían afirmado su libertad
nativa, fueron distribuidos irregularmente de
acuerdo con la medida de su fuerza respectiva”.
Capítulo 35, párrafo 16.

“Cuando el Imperio huno se rompió en


pedazos en la muerte de Atila [453 DC], 'los
ostrogodos recuperaron su independencia
completa'. Ahora entraron en relaciones con el
imperio, y se establecieron en tierras de
Panonia. Durante la mayor parte de la segunda
mitad del Siglo V DC, los godos orientales
juegan en el sudeste de Europa casi la misma
parte que los godos occidentales jugaron [allí] en
el siglo anterior. Fueron vistos yendo y viniendo, en toda relación concebible de amistad y enemistad
con el poder romano oriental, hasta que, tal como los gótico-occidentales lo habían hecho antes que
ellos, pasaron de Oriente a Occidente”. Enciclopedia Británica, artículo Góticos, párrafo 14.)

Teodorico fue el gran rey del poder ostrogótico. Y así se cuenta el curso de los
acontecimientos desde el establecimiento de su independencia hasta su ascensión al trono
ostrogótico, en el año 475 DC. Teodorico el ostrogodo, el decimocuarto en descenso lineal de la
línea real del Amali, nació en el barrio de Viena [455 DC] dos años después de la muerte de Atila.
Una reciente “victoria había restaurado la independencia de los ostrogodos”; y los tres hermanos,
Walamir, Theodemir y Widimir, que gobernaban esa nación guerrera con consejos unidos, habían
establecido por separado sus moradas en la fértil, aunque desolada provincia de Pannonia. Los
hunos seguían amenazando a sus súbditos rebeldes, pero su ataque apresurado fue repelido por
las fuerzas únicas de Walamir, y la noticia de su victoria llegó al lejano campamento de su hermano
en el mismo momento auspicioso en que la concubina favorita de Theodemir fue entregada de un
hijo y heredero. En el octavo año de su edad, Teodorico fue cedido a regañadientes por su padre al
interés público, como prenda de la alianza que León, emperador de Oriente, había consentido en
comprar mediante un subsidio anual de trescientas libras de oro.

“El rehén real fue educado en Constantinopla con cuidado y ternura. Su cuerpo estaba
formado para todos los ejercicios de la guerra, su mente estaba expandida por los hábitos de la
conversación liberal; frecuentaba las escuelas de los maestros más hábiles; pero despreciaba o
descuidaba las artes de Grecia; y era tan ignorante que siempre permanecía de los primeros

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elementos de la ciencia, que se ideó una marca grosera para representar la firma del rey analfabeto
de Italia. Las primeras cuatro letras de su nombre estaban inscritas en una placa de oro, y cuando
se fijó en el papel, el rey dibujó su pluma a través de los intervalos. Una vez cumplidos los dieciocho
años, fue restaurado a los deseos de los ostrogodos, a los que el emperador aspiraba a conquistar
con liberalidad y confianza”.

“Walamir había caído en la batalla; el más joven de los hermanos, Widimir, había llevado a
Italia y a la Galia un ejército de bárbaros, y toda la nación reconoció [455-475 DC] a su rey, el padre
de Teodorico. Sus feroces súbditos admiraban la fuerza y la estatura de su joven príncipe; y pronto
los convenció de que no había degenerado del valor de sus antepasados. A la cabeza de seis mil
voluntarios, dejó en secreto el campamento en busca de aventuras, descendió por el Danubio hasta
Singidunum, o Belgrado, y pronto regresó a su padre con el botín de un rey sármata al que había
vencido y asesinado”.

“Sin embargo, tales triunfos sólo producían fama, y los invencibles ostrogodos se vieron
reducidos a una angustia extrema por la falta de ropa y comida. Decidieron unánimemente
abandonar sus campamentos panónicos y avanzar con audacia hacia el cálido y rico barrio de la
corte bizantina, que ya mantenía con orgullo y lujo a tantas bandas de godos confederados. Después
de demostrar con algunos actos de hostilidad que podían ser enemigos peligrosos, o al menos
molestos, los ostrogodos vendieron a un alto precio su reconciliación y fidelidad, aceptaron una
donación de tierras y dinero, y se les confió la defensa del Bajo Danubio, bajo el mando de Teodorico,
que después de la muerte de su padre [475 DC], sucedió al trono hereditario del Amalí”. Capítulo
39, párrafo 2.

Aunque Gibbon dice que “resolvieron abandonar sus campamentos panónicos”, no debe
entenderse que se habla de toda la nación, sino más bien de los principales guerreros; ni que éstos
renunciaron a su reclamo o a sus posesiones allí; porque la historia que sigue muestra claramente
que los ostrogodos vivían en Panonia, y que su poder superior fue ejercido y agradecidamente
reconocido sobre toda esa provincia durante los cincuenta y un años (475-526 DC) del reinado de
Teodorico.

“Esto fue así incluso después de que la “sede” del reino hubiera sido trasladada a Italia, como
lo fue, en el año 489 DC. Redujo, bajo un gobierno fuerte y regular, los países no rentables de
Rhaeetia, Noricum, Dalmacia y Panonia, desde el nacimiento del Danubio y el territorio de los
bávaros, hasta el mezquino reino erigido por los Gepidae sobre las ruinas de Sirmium... Los
alemanes fueron protegidos, una incursión de los borgoñones fue severamente castigada, la
conquista de Arles y Marsella abrió una libre comunicación con los visigodos, quienes lo veneraban
como su protector nacional, y como el guardián de su nieto, el infante hijo de Alarico [II]”.

Sus alianzas domésticas -una esposa, dos hijas, una hermana y una sobrina- unieron a la
familia de Teodorico con los reyes de los francos, los borgoñones, los visigodos, los vándalos y los
turingia, y contribuyeron a mantener la armonía, o al menos el equilibrio, de la gran república de
Occidente...” La soberanía gótica se estableció desde Sicilia hasta el Danubio; desde Sirmium, o
Belgrado, hasta el Océano Atlántico; y los propios griegos han reconocido que la teodorización reinó
sobre la parte más bella del Imperio de Occidente”…
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 652-661

7.1.7. Los lombardos

Los lombardos escribieron una parte importante de la historia de Italia y tuvieron una gran
significación en la pugna medieval con el control de Italia con Ravena (reino vinculado al imperio
romano de oriente) y Roma (como sede del creciente poder papal, incluyendo los estados papales).

Los lombardos fijaron su nombre para siempre en una parte del imperio caído de Roma
occidental. Lombardía, en el norte de Italia, perpetúa el nombre de esta nación, que en un tiempo
incluso extendió su nombre por toda Italia. Aunque el lugar donde los lombardos fijaron
permanentemente su reino, y al que se le dio su nombre, estaba en Italia, ese no fue su primer
asentamiento dentro del Imperio de Occidente.

Los lombardos, así como los ostrogodos, habían sido súbditos del imperio de Atila, y
obtuvieron su libertad, asentándose en Noricum, en el Danubio, a la muerte de ese guerrero salvaje.
Eran de sangre vandálica, y eran parientes de los heruli y de los Burgundios. Edward Gibbon,
Declive y caída del Imperio Romano, capitulo 10, párrafo 8.

“El nombre 'lombardo' es la forma italianizada del nombre nacional de una tribu teutónica,
'longobardi', en sí mismo un arreglo italiano basado en una supuesta etimología de los teutónicos
'langbard, langobardi', la forma usada cuando fueron nombrados por primera vez por los escritores

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romanos Velleius y Tacitus. La etimología que hizo que el
nombre significara 'Barba Larga' es demasiado obvia, no se ha
sugerido a los italianos, y quizás a ellos mismos; es aceptada por
su primer cronista nativo, Pablo el Diácono, quien escribió en la
época de Carlos el Grande [Carlomagno]”.

“Pero el nombre también se deriva de la región donde se


les conoce por primera vez. En la orilla izquierda del Elba, ‘donde
Borde o Bord todavía significa una fértil llanura a orillas de un
río', un distrito cerca de Magdeburgo todavía se llama ‘Lange
Borde';' y más abajo en el Elba, en el mismo lado, alrededor de
Luneburg, ‘Bardengan,' con su ‘Bardewik,' todavía se encuentra.
Es aquí donde Velleius, que acompañó a Tiberio en su campaña
en esta parte de Alemania, y que menciona por primera vez el
nombre, los coloca. Tan tarde como la edad de su asentamiento
italiano [568 DC], los lombardos son llamados 'bardi' en los
epítetos poéticos, aunque esto puede ser por la conveniencia del
metro”.

“Sus propias leyendas traen a la tribu como adoradores


de Odín [Woden] desde Escandinavia hasta la costa alemana del
Báltico, bajo el nombre de 'Winili', un nombre que se les dio de
manera informal ya en el Siglo XII DC. Por los escritores romanos
y griegos de los dos primeros siglos de nuestra era se habla de
ellos como ocupantes, con más o menos extensión en diferentes
épocas, de la región que hoy es Hannover y el Altmark de Prusia.
A los romanos les parecieron una tribu notable; ''gens etiam
Germana feritate ferocior'' [feroz, audaz y salvaje sobre todas las tribus de los alemanes], dice
Velleius, quien había luchado contra ellos bajo Tiberio; y Tácito los describe como una raza que,
aunque pocos en número, más que se mantuvo entre numerosos vecinos poderosos por su audacia
y amor a la guerra. En las peleas de las tribus que parecen, han extendido sus fronteras; en el relato
de Ptolomeo de Alemania, en el siglo II, llenan un gran espacio entre las razas del noroeste y del
norte”. Enciclopedia Británica, articulo Lombardos, párrafos 2, 3.

“Los lombardos. Esta denominación corrupta ha sido difundida en el Siglo XIII DC por los
mercaderes y banqueros, la posteridad italiana de estos guerreros salvajes; pero el nombre original
de 'langobardos' sólo expresa la peculiar longitud y moda de sus barbas. No estoy dispuesto a
cuestionar ni a justificar su origen escandinavo, ni a perseguir las migraciones de los lombardos a
través de regiones desconocidas y aventuras maravillosas. En la época de Augusto y Trajano, un
rayo de luz histórica irrumpe en la oscuridad de sus antigüedades, y son descubiertos, por primera
vez, entre el Elba y el Oder”.

“Fieros más allá del ejemplo de los alemanes, se deleitaban en propagar la tremenda creencia
de que sus cabezas estaban formadas como las cabezas de los perros, y que bebían la sangre de
sus enemigos a los que derrotaban en la batalla. La pequeñez de su número fue reclutada por la
adopción de sus esclavos más valientes; y solos, en medio de sus poderosos vecinos, defendieron
por las armas su independencia de gran espíritu. En las tempestades del norte, que desbordaron
tantos nombres y naciones, esta pequeña corteza de los lombardos aún flotaba en la superficie;
poco a poco descendieron hacia el sur y el Danubio; y al cabo de cuatrocientos años, vuelven a
aparecer con su antiguo valor y renombre. Sus modales no eran menos feroces”. Edward Gibbon,
Declive y caída del Imperio Romano, capitulo 13, párrafo 2.

Cuando Atila unió bajo su terrible dominio los reinos de Alemania y Escitia, la nación de los
lombardos estaba comprendida en el número de sus súbditos. Y cuando “los reyes y las naciones
de Alemania y Escitia obedecieron el llamamiento bélico de Atila” para invadir el Imperio de
Occidente, 451-453 DC, esta nación amante de la guerra, tan “feroz más allá del ejemplo de los
alemanes”, no se quedó atrás. Los “feroces” guerreros de la nación lombarda fueron contados con
las fuerzas con las que Atila invadió la Galia e Italia; y esa nación, entre otras, recuperó su libertad
tras la muerte de Atila”.

“La muerte repentina de Atila, ya sea por hemorragia o por la venganza de su novia
borgoñona, controló el progreso del imperio huno. Los ostrogodos, los gepidae y los langobardos
obtuvieron su independencia tras una dura lucha, mientras que los restos de los nómadas hunos se
perdieron en las ricas estepas pastorales del sur de Rusia”. George Weber, Esquemas de la
Historia Universal, Sección 180.

Para mostrar más claramente no sólo la posición de los lombardos después de la batalla de
Netad, sino también la de las principales naciones que habían estado sujetas a Atila, se presentan

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los siguientes hechos: en la orilla izquierda del Danubio, donde fluye hacia el sur, el hermano de
Atila, Dengisich, con los restos de los hunos, “mantuvo su tierra por encima de los quince años” en
un reino que estaba “confinado al círculo de sus carros”. En el año 455 DC, estos hunos cruzaron el
río y atacaron a los ostrogodos, pero fueron rechazados por una sola división de los ostrogodos bajo
Walamir. Hacia el año 468 DC, Dengisich, con su “reino”, invadió el Imperio de Oriente, pero perdió
la vida, y su hermano Irnac llevó al resto de la nación húngara a la Escitia Menor, de donde sus
padres habían venido casi cien años antes. Edward Gibbon, Declive y caída del Imperio Romano,
capitulo 35, párrafo 16, capitulo 39, párrafo 2.

Los seyrri, cuyo rey, Edón, padre de Odoacro, “gozaba del favor de Atila”, y cuya parte era a
su vez guardar la aldea real, permanecieron en alianza con Dengisich durante unos trece años,
cuando en una segunda batalla sangrienta con los ostrogodos, alrededor del año 465 DC, Edón fue
asesinado, y los seyrri fueron derrotados y dispersados...

El palacio de madera de Atila, en el Teyss, con las llanuras de lo que hoy es la Alta Hungría,
y “el viejo país de Dacia, desde los montes Cárpatos [y después de la partida de Dengisich, incluso
desde el Danubio hasta el Mar Negro], se convirtió en la sede de un nuevo poder que fue erigido por
Ardarico, rey de los Gepidae”, y que fue poseído por esa nación durante unos cien años…

Al norte de los Gepidae, y extendiéndose hacia “las provincias del sur de Polonia”, estaba el
país de los heruli, que “luchaban casi desnudos”, y cuya valentía era como una locura…

“En el lado oeste del Danubio, como ya se ha demostrado, los ostrogodos llevaron a cabo
“las conquistas panónicas de Viena a Sirio”. Sirio estaba cerca de la boca del Save.

En el Danubio sobre Viena, y como mejor podemos ver, poseyendo, al menos durante un
tiempo, ambas orillas del río, estaban sentados los lombardos, que recuperaron su independencia a
la muerte de Atila, en el año 453 DC. Algún tiempo después, por orden de la hija del rey de los
lombardos, un hermano del rey de los heruli fue asesinado mientras era un huésped real en el palacio
lombardo, aparentemente como pretendiente a la mano de la princesa lombarda. Esto trajo consigo
una guerra, y los heruli lograron imponer a los lombardos “un tributo, el precio de la sangre”. No
sabemos con certeza por cuánto tiempo se pagó el tributo. Solo sabemos que el éxito de los heruli
les hizo insolentes, y que su insolencia fue pagada por su ruina.

“El asesinato de un huésped real fue ejecutado en presencia y por orden de la hija del rey,
que había sido provocada por algunas palabras de insulto y decepcionada por su diminuta estatura;
y un tributo, el precio de la sangre, fue impuesto a los lombardos por su hermano, el rey de los heruli.
La adversidad revivió un sentido de moderación y justicia, y la insolencia de la conquista fue
reprendida por la derrota y la dispersión irreparable de los heruli, que estaban sentados en las
provincias del sur de Polonia”. Edward Gibbon, Declive y caída del Imperio Romano, capitulo
42, párrafo 2.

Esta expedición llevó el cuerpo principal de los lombardos más allá del Danubio durante un
tiempo, pero sólo la explotación de los más firmemente establecidos de su poder, que fue
posteriormente demostrado en la extirpación de los Gepidae. Más tarde, entre los años 526-536 DC,
tomaron posesión de Noricum y Pannonia, que mantuvieron hasta el año 566 DC.

En el año 567 DC los lombardos, bajo su gran rey, Alboin, partieron de Panonia hacia Italia.
Y, “cualesquiera que sean los motivos de su seguridad, Alboin no esperaba ni se encontró con un
ejército romano en el campo. Subió a los Alpes Julianos, y miró con desprecio y deseo las fructíferas
llanuras a las que su victoria [568-570 DC] comunicaba ‘la perpetua denominación de Lombardía’...
Desde las colinas trentinas hasta las puertas de Rávena y Roma, ‘las regiones del interior de Italia
se convirtieron', sin una batalla o un asedio, ‘en el patrimonio duradero de los lombardos'...
Encantado con la situación de una ciudad que se enorgullecía de la dificultad de la compra, el
príncipe de los lombardos desdeñó las antiguas glorias de Milán; y Pavía, durante algunas épocas,
fue respetada como la capital de “el reino de Italia”. Capítulo 35, párrafo 16.

Tan extendida en Italia era la regla lombarda, que la Lombardía “fue durante un tiempo el
nombre de la propia Italia”. Desde entonces hasta hoy, la historia de los lombardos no es más que
la historia de Italia; y Lombardía sigue siendo “el nombre de la mejor provincia” de ese país, que, a
su vez, casi podría llamarse la clave de la historia.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 662-666

7.1.8. Los hérulos

Es interesante como uno de los pueblos más pequeños, entre los bárbaros que invadieron el
imperio romano de occidente, fue finalmente quien le dio la estocada final al decadente imperio de

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los césares. Parece como si la historia se encargara de devolver las humillaciones que Roma, como
imperio casi invencible, había infringido a otros pueblos; pues ahora que le tocaba su tiempo en la
historia de morder el polvo de la derrota, lo haría cayendo frente a un humilde adversario, colocado
por los aparentemente caprichosos giros de la historia en el lugar que la Inspiración le había
asignado de antemano.

Los hérulos, que desaparecerían por completo de la historia (son el tercer y último reino
arriano en caer frente al “cuerno pequeño”) tendrían un breve momento de gloria cuando Odoacro
se convirtió en el rey de Italia, luego de deponer, sin derramamiento de sangre, al último de los
césares, el joven Rómulo Augústulo.

Los heruli eran una tribu vandálica de la antigua Alemania. Su primera mención histórica se
remonta a principios del Siglo III DC. En el gran movimiento de los godos desde el Báltico hasta el
Mar Negro, se menciona especialmente a los heruli y a los burgundios. Fijaron su morada en “las
tierras pantanosas cerca del lago Maeotis [Mar de Azov], eran famosas por su fuerza y agilidad, y la
ayuda de su infantería ligera era ansiosamente solicitada y altamente estimada en todas las guerras
de los bárbaros”. Edward Gibbon, Declive y caída del Imperio Romano, capitulo 10, párrafo 10,
capitulo 25, párrafo 31.

En la tercera expedición naval de los godos, alrededor del año 260 DC, cuando Cyzicus fue
arruinado, cuando Atenas fue saqueada, cuando Grecia fue desolada, y cuando el templo de Diana
en Éfeso fue destruido, los heruli tuvieron una parte muy prominente. De hecho, un historiador,
Syncellus, afirma que esta expedición “fue realizada por los heruli”. Y cuando la hueste bárbara
había extendido “el campo de batalla tanto por tierra como por mar, desde la punta oriental del
Sunium hasta la costa occidental del Epiro”, y había “avanzado a la vista de Italia”; y cuando el
emperador Gallienus “apareció en armas y controló el ardor del enemigo”; “Naulobato, un jefe de los
heruli, aceptó una capitulación honorable, entró con un gran cuerpo de sus compatriotas al servicio
de Roma, fue investido con los ornamentos de la dignidad consular”, y así fue el primer bárbaro que
alguna vez ocupó el cargo de cónsul romano. Capítulo 10, párrafo 37.

Cuando el gran Hermanric (331-361 DC) sometió a todas las naciones desde el Mar Negro
hasta el Báltico, “el espíritu activo de los heruli fue subyugado por la lenta y constante perseverancia
de los godos; y después de una acción sangrienta, en la que el rey fue asesinado, los restos de esa
tribu guerrera se convirtieron en un útil acceso al campo de Hermanric”. Capítulo 25, párrafo 31.

Cuando, en el año 375-376 DC, la nación de los hunos invadió a los alani, sometió a los
ostrogodos y obligó a los visigodos a cruzar el Danubio, los heruli se retiraron de la costa del Mar de
Azov a los bosques de la Alemania central, donde los encontramos bajo el dominio de Atila. Y cuando
“las naciones desde el Volga hasta el Atlántico se reunieron en la llanura de Chalons”, los heruli,
bajo el estandarte de Atila, no tuvieron ninguna parte inferior en ese memorable conflicto. Capítulo
35, párrafo 9.

Después de la muerte de Atila, cuando la batalla de la Netad había restaurado su


independencia, las naciones sujetas, una multitud de jóvenes de esas naciones se alistaron al
servicio del imperio, y se convirtieron en “la defensa y el terror de Italia”, y finalmente subvirtieron el
Imperio de Occidente.

“Las naciones que habían afirmado su independencia después de la muerte de Atila, fueron
establecidas, por el derecho de posesión o conquista, en los países ilimitados al norte del Danubio,
o en las provincias romanas entre el río y los Alpes. Pero los más valientes de su juventud se alistaron
en el ejército de los 'confederados' que formaron la defensa y el terror de Italia; y en esta multitud
promiscua parecen haber predominado los nombres de los heruli, los seyrri, los alani, los turcilingi y
los rugians”. Capítulo 36, párrafo 28.

En esta “multitud promiscua” predominaban los heruli, incluso por encima de las tribus
predominantes, y siendo tan conspicuos tanto en número como en valor, su nombre fue dado a todo
el cuerpo de los “confederados”, y el poder que pronto establecieron en Italia fue llamado el reino de
los heruli. Estos confederados parecen haber ido a Italia, 454-456 DC, pues ya los encontramos en
el año 457, cuando el emperador Mayoriano, al preparar una expedición contra los vándalos, se vio
obligado a contratar, además de ellos, a “muchos miles” de sus antiguos camaradas al servicio de
Atila.

“Mayoriano, como el más débil de sus predecesores, se vio reducido a la vergonzosa


conveniencia de sustituir a los auxiliares bárbaros en lugar de sus súbditos no bélicos, y sus
habilidades superiores sólo pudieron ser desplegadas en el vigor y la destreza con que manejaba
un instrumento peligroso, tan apto para retroceder en la mano que lo utilizaba. Además de los
confederados, que ya estaban al servicio del imperio, la fama de su liberalidad y valor atrajo a las
naciones del Danubio, de Borysthenes y quizás de Tanais. Muchos miles de los súbditos más

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valientes de Atila, los Gepidae, los ostrogodos, los rugios, los borgoñones, los suevos y los alani, se
reunieron en las llanuras de Liguria; y su formidable fuerza se equilibró con sus animosidades
mutuas”. Capítulo 36, párrafo 12.

En las negociaciones entre Atila y Teodosio el más joven, 446-448 DC, Atila envió cinco o
seis embajadas sucesivas a la corte de Constantinopla, y “los dos últimos embajadores de los hunos,
Orestes, un noble súbdito de la provincia panónica, y Edecon, un valiente cacique de la tribu de los
escirri, regresaron al mismo tiempo [448 DC] de Constantinopla al campamento real. Sus nombres
oscuros fueron ilustrados más tarde por la extraordinaria fortuna y el contraste de sus hijos: los dos
sirvientes de Atila se convirtieron en los padres del último emperador romano de Occidente (Augusto,
el diminuto Augusto), y del primer rey bárbaro de Italia (Odoacro)”. Capítulo 34, párrafo 12.

Siguiendo el ejemplo de los “confederados”, Orestes también fue a Italia, pero no hasta el
año 475 DC. “El ejemplo de estos guerreros fue imitado por Orestes, el hijo de Tátulo, y el padre del
último emperador romano de Occidente. Orestes nunca había abandonado su país. Su nacimiento
y su fortuna lo convirtieron en uno de los súbditos más ilustres de Panonia. Cuando esa provincia
fue cedida a los hunos, entró al servicio de Atila, su legítimo soberano, obtuvo el cargo de secretario
y fue enviado repetidamente a Constantinopla como embajador para representar a la persona y
significar las órdenes del imperioso monarca. La muerte de ese conquistador le devolvió la libertad;
y Orestes podría negarse honorablemente a seguir a los hijos de Atila al desierto de Seythia, o a
obedecer a los ostrogodos, que habían usurpado el dominio de Panonia. Prefería el servicio de los
príncipes italianos, los sucesores de Valentín; y como poseía las calificaciones de coraje, industria y
experiencia, avanzó con pasos rápidos en la profesión militar, hasta que fue elevado, por el favor del
propio Nepote[el emperador], a las dignidades de patricio y maestro general de las tropas.

“Estas tropas habían estado acostumbradas durante mucho tiempo a reverenciar el carácter
y la autoridad de Orestes, que afectaban sus modales, conversaban con ellos en su propio idioma,
y estaban íntimamente conectadas con sus jefes nacionales, mediante largos hábitos de familiaridad
y amistad. A petición suya se levantaron en armas contra el oscuro griego que presumía reclamar
su obediencia; y cuando Orestes, por algún motivo secreto, rechazó el púrpura, consintieron, con la
misma facilidad, en reconocer a su hijo Augusto como el emperador de Occidente. Con la abdicación
de Nepote, Orestes ya había alcanzado la cima de sus ambiciosas esperanzas; pero pronto
descubrió, antes del final del primer año, que las lecciones de perjurio e ingratitud que un rebelde
debe inculcar serán contestadas contra sí mismo, y que al precario soberano de Italia sólo se le
permitía elegir si sería el esclavo o la víctima de sus bárbaros mercenarios”.

“La peligrosa alianza de estos forasteros había oprimido e insultado los últimos restos de la
libertad y dignidad romanas. En cada revolución aumentaban sus salarios y privilegios; pero su
insolencia aumentaba en un grado aún más extravagante; envidiaban la fortuna de sus hermanos
en la Galia, España y África, cuyos brazos victoriosos habían adquirido una herencia independiente
y perpetua; e insistían en su exigencia perentoria de que una “tercera parte” de las tierras de Italia
se dividiera inmediatamente entre ellos”.

“Orestes, con un espíritu que, en otra situación, podría tener derecho a nuestra estima, optó
más bien por enfrentarse a la ira de una multitud armada que por suscribir la ruina de un pueblo
inocente. Rechazó la audaz demanda; y su negativa fue favorable a la ambición de Odoacro, un
bárbaro audaz, que aseguró a sus compañeros soldados que, si se atrevían a asociarse bajo su
mando, pronto podrían extorsionar a la justicia que se les había negado a sus obedientes peticiones”.

“De todos los campos y guarniciones de Italia, los confederados, impulsados por el mismo
resentimiento y las mismas esperanzas, acudieron impacientes al estandarte de este líder popular;
y el desafortunado patriarca, abrumado por el torrente, se retiró apresuradamente a la fuerte ciudad
de Pavía, la sede episcopal de las santas Epifanías. Pavía fue sitiada inmediatamente, las
fortificaciones fueron asaltadas, la ciudad fue saqueada; y aunque el obispo pudo trabajar, con
mucho celo y algún éxito, para salvar la propiedad de la iglesia y la castidad de las mujeres cautivas,
el tumulto sólo pudo ser apaciguado con la ejecución de Orestes. Su hermano Pablo fue asesinado
en una acción cerca de Rávena; y el indefenso Augústulo, que ya no podía imponer el respeto, fue
reducido a implorar la clemencia de Odoacro”.

“Ese bárbaro exitoso era el hijo de Edecon, quien, en algunas transacciones notables, había
sido colega del propio Orestes. El honor de un embajador debería estar exento de sospecha; y
Edecon había escuchado una conspiración contra la vida de su soberano. Pero esta aparente
culpabilidad fue expiada por su mérito o arrepentimiento; su rango era eminente y conspicuo; gozó
del favor de Atila; y las tropas bajo su mando, que custodiaban, a su vez, la aldea real, consistían
en una tribu de Escirria, sus súbditos inmediatos y hereditarios. En la revuelta de las naciones,
todavía se adhirieron a los hunos; y más de doce años después, el nombre de Edén se menciona
honorablemente en sus desiguales contiendas con los ostrogodos, que terminaron después de dos
sangrientas batallas, por la derrota y dispersión de los escirri. Su valiente líder, que no sobrevivió a

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esta calamidad nacional, dejó a dos hijos, Onulfo y Odoacro, para que lucharan contra la adversidad
y mantuvieran, por medio del rapiña o el servicio, a los fieles seguidores de su exilio. Onulfo dirigió
sus pasos hacia Constantinopla, donde mancilló, mediante el asesinato de un generoso benefactor,
la fama que había adquirido en armas”.

“Su hermano Odoacro llevaba una vida errante entre los bárbaros de Noricum, con una mente
y una fortuna adecuadas para las aventuras más desesperadas; y cuando fijó su elección, visitó
piadosamente la celda de Severino, el popular santo del país, para solicitar su aprobación y
bendición. La bajeza de la puerta no admitiría la elevada estatura de Odoacro; estaba obligado a
inclinarse; pero en esa humilde actitud el santo podía discernir los síntomas de su futura grandeza;
y dirigiéndose a él en un tono profético, le dijo: Persigue -dijo- tu destino; vete a Italia; pronto te
despojarás de esta tosca vestidura de pieles; y tu riqueza será adecuada a la liberalidad de tu mente”.

“El bárbaro, cuyo espíritu audaz aceptó y ratificó la predicción, fue admitido al servicio del
Imperio de Occidente, y pronto obtuvo un rango honorable en la guardia. Sus modales fueron
gradualmente pulidos, su habilidad militar mejoró, y los confederados de Italia no lo habrían elegido
para su general, a menos que las hazañas de Odoacro hubieran establecido una alta opinión de su
coraje y capacidad. Sus aclamaciones militares lo saludaron con el título de rey [23 de agosto de
476 DC]; pero él se abstuvo, durante todo su reinado, del uso del púrpura y la diadema, para no
ofender a aquellos príncipes cuyos súbditos, por su mezcla accidental, habían formado el ejército
victorioso, cuyo tiempo y política podrían unir insensiblemente en una gran nación”.

“La realeza era familiar para


los bárbaros, y el pueblo sumiso de
Italia estaba dispuesto a obedecer,
sin murmullos, la autoridad que
debía condescender a ejercer como
viceregente del emperador de
Occidente. Pero ‘Odoacro había
resuelto abolir esa oficina inútil y
costosa'; y tal es el peso del prejuicio
antiguo, que requería cierta audacia
y penetración para descubrir la
extrema facilidad de la empresa. El
desafortunado Augústulo se convirtió
en el instrumento de su propia
desgracia; significó su renuncia al
Senado, y esa asamblea, en su
último acto de obediencia a un
príncipe romano, todavía afectó el
espíritu de libertad, y las formas de la
constitución”.

“Una epístola fue dirigida, por


su “decreto unánime”, al emperador Zenón, yerno y sucesor de Leo, que había sido restaurado
recientemente, después de una breve rebelión, al trono bizantino. En su opinión, la majestad de un
único monarca es suficiente para impregnar y proteger, al mismo tiempo, tanto al Este como al Oeste.
En su propio nombre y en el nombre del pueblo, ‘consienten que la sede del imperio universal sea
transferida de Roma a Constantinopla', y renuncian bastamente al derecho de elegir a su amo, el
único vestigio que aún queda de la autoridad que había dado leyes al mundo”.

“La república (repitieron ese nombre sin ruborizarse) podría confiar con seguridad en las
virtudes civiles y militares de Odoacro; y piden humildemente que el emperador le otorgue el título
de patricio, y la administración de la “diócesis” de Italia. Los diputados del Senado fueron recibidos
en Constantinopla con algunas muestras de disgusto e indignación; y cuando fueron admitidos a la
audiencia de Zenón, les reprochó severamente su trato a los dos emperadores, Antemio y Nepote,
a quienes el Este había concedido sucesivamente a las oraciones de Italia. El primero -continuó-, tú
has asesinado; el segundo has expulsado; pero el segundo sigue vivo, y mientras vive, es tu legítimo
soberano. Pero el prudente seno pronto abandonó la causa desesperada de su colega abdicado. Su
vanidad fue ratificada por el título de único emperador, y por las estatuas erigidas en su honor en los
diversos barrios de Roma, el obispo mantuvo una correspondencia amistosa, aunque ambigua, con
el “patricio” Odoacro; y aceptó con gratitud la enseña imperial, los ornamentos sagrados del trono y
del palacio, que el bárbaro no se negó a quitar de la vista de la gente”.

“En el espacio de veinte años desde la muerte de Valentín [16 de marzo de 455 DC], nueve
emperadores habían desaparecido sucesivamente; y el hijo de Orestes, un joven recomendado sólo
por su belleza, sería el que menos derecho tendría a la posteridad, si su reinado, ‘que estuvo
marcado por la extinción del Imperio Romano en Occidente', no dejara una era memorable en la

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historia de la humanidad. El patricio Orestes se había casado con la hija del conde Rómulo, de
Petovio en Noricum; el nombre de Augusto, a pesar de los celos de poder, era conocido en Aquilea
como un apellido familiar; y las apelaciones de los dos grandes fundadores de la ciudad y de la
monarquía estaban así extrañamente unidas en el último de sus sucesores”.

“El hijo de Orestes asumió y deshonró el nombre de Rómulo y Augusto; pero el primero fue
corrompido en Mómilo por los griegos, y el segundo ha sido cambiado por los latinos en el
despreciable diminutivo Augústulo. La vida de este joven inofensivo fue salvada por la generosa
clemencia de Odoacro, quien lo despidió, junto con toda su familia, del palacio imperial, fijó su
asignación anual en seis mil piezas de oro, y asignó el castillo de Lúculo, en Campania, para el lugar
de su exilio o jubilación”.

“Odoacro fue el primer bárbaro que reinó en Italia sobre un pueblo que una vez había
afirmado su justa superioridad sobre el resto de la humanidad. La deshonra de los romanos sigue
excitando nuestra respetuosa compasión, y simpatizamos con el dolor imaginario y la indignación de
su degenerada posteridad. Pero las calamidades de Italia habían atenuado gradualmente la
orgullosa conciencia de libertad y gloria. En la era de la virtud romana, las provincias estaban sujetas
a las armas y los ciudadanos a las leyes de la república, hasta que esas leyes fueron subvertidas
por la discordia civil, y tanto la ciudad como las provincias se convirtieron en la propiedad servil de
un tirano. Las formas de la constitución, que aliviaban o disfrazaban su abyecta esclavitud, fueron
abolidas por el tiempo y la violencia; los italianos lamentaron alternativamente la presencia o la
ausencia de los soberanos, a quienes detestaban o despreciaban; y la sucesión de cinco siglos
infligió los diversos males de la licencia militar, el despotismo caprichoso y la opresión elaborada”.

“Durante el mismo período, los bárbaros habían salido de la oscuridad y el desprecio, y los
guerreros de Alemania y Escitia fueron introducidos en las provincias, como los sirvientes, los aliados
y, al fin y al cabo, los amos de los romanos, a los que insultaron o protegieron. El odio del pueblo
fue reprimido por el miedo; respetaron el espíritu y el esplendor de los jefes marciales que estaban
investidos de los honores del imperio, y el destino de Roma dependía de la espada de esos
formidables extraños. El severo Ricimer, que pisoteó las ruinas de Italia, había ejercido el poder, sin
asumir el título, de un rey; y los pacientes romanos estaban insensiblemente preparados para
reconocer la realeza de Odoacro y sus bárbaros sucesores”.

“El rey de Italia no era indigno de la alta posición a la que su valor y fortuna lo habían exaltado,
sus modales salvajes se pulían con los hábitos de la conversación, y respetaba, aunque fuera un
conquistador y un bárbaro, las instituciones, e incluso los prejuicios, de sus súbditos”.

“Como el resto de los bárbaros, había sido instruido en la herejía arriana; pero veneraba a
los personajes monásticos y episcopales; y el silencio de los católicos atestigua la tolerancia de la
que disfrutaban. La paz de la ciudad requería la interposición de su prefecto Basilio en la elección
de un pontífice romano; el decreto que impedía al clero enajenar sus tierras fue finalmente diseñado
para el beneficio del pueblo, cuya devoción habría sido gravada para reparar las ruinas de la iglesia”.

“Italia estaba protegida por los brazos de su conquistador; y sus fronteras eran respetadas
por los bárbaros de la Galia y Alemania, que durante tanto tiempo habían insultado a la débil raza
de Teodosio. Odoacro pasó por el Adriático para castigar a los asesinos del emperador Nepote, y
para adquirir la provincia marítima de Dalmacia. Pasó por los Alpes para rescatar los restos de
Noricum de Fava, o de Feletheus, rey de los rugianos, que tenía su residencia más allá del Danubio.
El rey fue vencido en la batalla y se hizo prisionero; una numerosa colonia de cautivos y súbditos
fue trasplantada a Italia; y Roma, después de un largo período de derrota y desgracia, podría
reclamar el triunfo de su bárbaro amo”. Edward Gibbon, Declive y caída del Imperio Romano,
capitulo 10, párrafo 10, capitulo 36, párrafos 28-33.

Así, con el establecimiento del reino hérulo de Italia, en el año 476 DC, se logró la destrucción
final del Imperio de Occidente. Roma, ese “tejido más poderoso de la grandeza humana” había
caído. Ese poder, “el cuarto reino” “fuerte como el hierro”, que había roto en pedazos y sometido a
todos los reinos, estaba ahora mismo roto en pedazos. “La unión del Imperio Romano fue disuelta:
su genio fue humillado en el polvo; y ejércitos de bárbaros desconocidos, procedentes de las
regiones heladas del Norte, habían establecido su reino victorioso sobre las provincias más bellas
de Europa y África”. Capítulo 33, último párrafo.

El reino estaba ahora dividido. Diez reinos, diez naciones distintas e independientes, -ni más
ni menos- se habían fijado dentro de los límites de la Roma occidental; y la profecía, hablada y
escrita más de mil años antes, se cumplió literalmente.

“Toda la carne es como la hierba, y toda la gloria del hombre es como la flor de la hierba. La
hierba se seca, y su flor se marchita”; las naciones se levantan y las naciones caen; los imperios

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gobiernan el mundo y son llevados a la ruina; pero sobre todo aparece el hecho de que “el Altísimo
gobierna en el reino de los hombres”, y también la verdad de que “la palabra de nuestro Dios
permanecerá para siempre”…
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 667-676

7.2. La conversión de los bárbaros

Los tres reinos arrianos, hérulos, ostrogodos y vándalos, fueron eliminados de la escena política y
religiosa con el surgimiento del “cuerno pequeño”, léase el papado. Recordemos que la herejía arriana
(según la cual Cristo es un ser creado) había surgido en el Siglo IV DC y constituía un rival para la iglesia
romana. Durante ese siglo la herejía casi convivió con la iglesia romana, pues seguramente recuerda que
Constantino fue bautizado en el lecho de muerte por un obispo arriano, y que uno de los hijos del emperador
seguía también la doctrina de Arrio.

A comienzos del siglo IV Arrio, un presbítero de la Iglesia de Alejandría, aceptó la teoría de


Orígenes en cuanto al Logos, con la excepción de que no reconoció ninguna sustancia intermedia
entre Dios y los seres creados. Por eso dedujo que el Hijo no es divino en ningún sentido de la
palabra sino estrictamente una criatura, aunque la más excelsa y primera de todas, y que por lo tanto
“hubo [un tiempo] cuando no existía”. Enseñaba que sólo hay un ser -el Padre- a quien se le puede
atribuir una existencia atemporal, que el Padre creó al Hijo de la nada y que antes de haber sido
engendrado por un acto de la voluntad del Padre, el Hijo no existía. Para Arrio, Cristo tampoco era
verdaderamente humano porque no tenía un alma humana, ni era verdaderamente divino, porque le
faltaba la esencia y los atributos de Dios. Sencillamente era el más excelso de todos los seres
creados. El ser humano, Jesús, fue elegido para ser el Cristo en virtud de su triunfo, que Dios conocía
mediante su presciencia.

En el Primer Concilio de Nicea, reunido en 325 DC para resolver la controversia arriana,


Atanasio se presentó como “el padre de la ortodoxia”, sosteniendo que Cristo siempre existió y que
no provino de la nada previa, sino que era de la misma esencia del Padre. Aplicando a Cristo el
término homoóusios, “una sustancia”, el concilio afirmó su creencia de que él es de la única y misma
esencia como el Padre. Homoóusios no podría haberse entendido de otra forma. El concilio
anatematizó al arrianismo y al sabelianismo como las dos principales desviaciones de la verdad
exacta, y declaró que no negaba la unidad de la Deidad cuando defendía la Trinidad, ni negaba la
Trinidad cuando defendía la unidad. Por eso el Credo Niceno afirma que el Hijo es “engendrado del
Padre [... la sustancia del Padre, Dios de Dios], Luz de Luz, Dios verdadero del Dios verdadero,
engendrado, no hecho, consustancial al Padre” (citado en Enrique Denzinger, El magisterio de la
iglesia, página 23). Este credo se convirtió en la prueba crucial de la ortodoxia trinitaria.

Los arrianos rechazaron la decisión del concilio, recurrieron al cisma y durante varios siglos
el arrianismo demostró ser el enemigo más formidable de la Iglesia Católica-Romana… Después del
Primer Concilio de Nicea, un grupo, a veces llamado de semiarrianos, también hostigó a la iglesia.
Su palabra clave era homoióusios, con la cual describía al Hijo como de una “sustancia parecida” a
la del Padre, en contraste con homoóusios (“misma sustancia”), del Credo Niceno. Apolinar y
Marcelo se destacaron entre los opositores a la ortodoxia después del Concilio de Nicea. Ambos
afirmaban la verdadera unidad de lo divino y lo humano en Cristo, pero negaban su verdadera
humanidad, afirmando que la voluntad divina hizo de la naturaleza humana de Jesús un instrumento
pasivo. Estos diversos problemas resultaron en otro concilio, celebrado en Constantinopla en 381
DC. Este concilio reafirmó el Credo Niceno, aclaró su significado, y declaró la presencia de las dos
verdaderas naturalezas en Cristo.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo V, 892

Conforme avanzaba el tiempo el papado se iba fortaleciendo y la doctrina arriana encontraba apoyo
en las tribus germánicas, pero sus impulsores no podían competir con la sede del imperio que en forma
oficial suscribía lo que la iglesia católica propugnaba. Cuando nos acercábamos al Siglo V DC, donde se
definiría el destino del imperio romano de occidente las posiciones en occidente estaban ya definidas.

La herejía arriana… fue un problema para el catolicismo romano y el papado más en el nivel
político-eclesiástico que en el espiritual y teológico. Los arrianos declaraban que tenían sólo un Dios,
el Padre, y aceptaban a Jesús como a un ser creado, que había pasado a ser divino. Esta enseñanza
era presentada como mucho más simple que el trinitarismo, y por eso las tribus paganas germánicas
habían aceptado más fácilmente el arrianismo....

Sin embargo, la rama arriana del cristianismo nunca perfeccionó una organización
eclesiástica completa, como lo hizo el catolicismo romano en la jerarquía papal, y parece haberle
faltado la agresividad misionera de la Iglesia Católica Romana de los Siglos IV, V y VI DC. El
catolicismo romano sufrió sus máximas dificultades con la agresiva herejía arriana cuando ocuparon
el trono los hijos de Constantino, uno de los cuales era arriano. Esto sucedió a mediados del Siglo

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IV DC, cuando, en una ocasión, un obispo de Roma en realidad fue inducido a aprobar la enseñanza
arriana. El arrianismo continuó con más empuje en el Oriente, y debilitó por un tiempo a la Iglesia
Griega Ortodoxa.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 25

Algo muy diferente ocurrió con el Imperio Romano de Oriente, que en su enfrentamiento con el
arrianismo no tuvo el mismo éxito. Mientras que en occidente la posición de liderazgo del obispo de Roma
era indiscutible, no ocurría lo mismo con la sede de Constantinopla.

A diferencia de la iglesia de Occidente (Roma), la Iglesia Católica de habla griega, que más
tarde se llamó Iglesia Griega Ortodoxa, se debilitó por su lucha contra el arrianismo y por una
cantidad de graves controversias teológicas que no perturbaron particularmente al Occidente... Otra
dificultad que experimentó la Iglesia Griega surgió de sus relaciones con los emperadores romanos
de Oriente, con sede en Constantinopla. El gobierno imperial del Oriente por lo general dominó a la
Iglesia Griega Ortodoxa. Aunque muchos de los emperadores orientales fueron débiles, la iglesia
nunca pudo desarrollar sus actividades independientemente del gobierno, sino que existió dentro de
una relación con el Estado que ha sido llamada cesaropapismo (o cesarismo). Este vocablo describe
una íntima unión de la iglesia y el Estado, en la cual el emperador tiene una gran influencia en los
asuntos eclesiásticos. La sucesión de emperadores no fue seriamente interrumpida en el Oriente
como lo fue en el Occidente, y el patriarca de Constantinopla nunca pudo alcanzar el nivel del poder
que logró el papa en el Occidente. Otro elemento divisivo consistió en que la ortodoxia oriental
siempre reconoció a varios patriarcas, iguales en jerarquía, y así privó al patriarca de Constantinopla
de un completo poder eclesiástico.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 25, 26

Como consecuencia de esto los pueblos bárbaros fueron “cristianizados” en base a la doctrina
católica y el arrianismo desapareció, del imperio romano de occidente, fundamentalmente por la fuerza de
las armas, con la eliminación de los pueblos bárbaros que se enfrentaron al deseado dominio político y
militar, además del económico, del obispo de Roma sobre Italia central.

En Inglaterra, los anglos y sajones,


que habían entrado en el imperio como
paganos, se convirtieron en católicos
romanos alrededor del año 600 DC. Los
francos, que entraron como paganos en la
actual Francia, se convirtieron en católicos
romanos antes del año 500 DC. Los
alamanes entraron en Alemania siendo
paganos, y se hicieron católicos romanos
aproximadamente al mismo tiempo que los
francos. Los burgundios entraron en Suiza y
la Francia burgundia (el valle del Ródano)
como arrianos cristianos, y aceptaron el
catolicismo romano alrededor del año 520
DC. Los lombardos entraron en el norte de
Italia siendo paganos, y se convirtieron en
católicos romanos alrededor del año 600
DC. Los suevos, una rama de la tribu
germánica, que dio su nombre a Suabia en
Alemania, entró en Portugal siendo cristiana,
y se convirtió al catolicismo romano
alrededor del año 575 DC. Los visigodos
también entraron en España como arrianos,
y se volvieron católicos romanos poco más o
menos en ese mismo tiempo. Las tres
principales tribus que desaparecieron
fueron: los hérulo-rugios, en Roma, en los
días de Odoacro; los ostrogodos los
reemplazaron, y también desaparecieron de
Italia alrededor del año 554 DC; y los vándalos arrianos del norte del África, que fueron destruidos
en el año 534 DC. Cada una de estas tres tribus resistió al catolicismo romano, y cada una fue
destruida como nación.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 25

7.3. La Caída del Imperio Romano de Occidente

Con lo presentado hasta ahora ha quedado bastante expuesto todo lo referente a la caída de Roma
en lo relacionado al embate de las invasiones bárbaras, y sus consecuencias militares y económicas, que

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se agravaron desde inicios del Siglo V DC; por lo que me gustaría enfocar la caída del imperio desde otra
perspectiva. Me interesa tocar el tema de la situación de la iglesia cristiana y su contribución al deterioro (sí
leyó bien) de la sociedad romana… claro, como si hubiera hecho falta en aquella urbe antes pagana.

7.3.1. El poder civil de la iglesia romana

Un cambio importante surgió como consecuencia de las invasiones bárbaras desde casi
inicios del Sligo III DC y el repliegue de la administración romana de las provincias invadidas. Junto
con el empuje que había dado Constantino a los derechos civiles que habían adquirido los obispos,
la desaparición de las autoridades oficiales fortaleció a los obispos que quedaron como personas de
influencia en relación con los nobles germanos que llegaban liderando a los invasores.

Fue en el aspecto político donde la Iglesia Católica Romana tuvo dificultades con los arrianos
germanos. El Imperio de occidente sufrió una grave crisis económica en el período de Constantino
y de sus mediatos sucesores. Hubo inundaciones, sequías, guerras locales y problemas de puestos
y de escasez de trabajadores, que resultaron en un quebrantamiento de la economía agrícola, y
como resultado miles de hectáreas de tierra quedaron sin cultivar. El comercio del Mediterráneo fue
gravemente estorbado por la guerra, especialmente por la piratería de los vándalos merodeadores
del norte de África.

El costo de sostener una burocracia incompetente y sobornable había llegado a ser tan
enorme, que se hizo necesario imponer elevados impuestos a comunidades enteras. Las
autoridades municipales eran las responsables de cobrar esas gravosas torsiones, y cuando no
podían hacerlo eran sometidas a severos castigos; por lo tanto, frecuentemente huían de las
ciudades y se convertían en fugitivos en remotos distritos rurales, en donde a menudo se sometían
a la protección de los ricos propietarios de tierras que aún quedaban. Este fue en el aspecto
económico el comienzo del feudalismo.

Esta situación permitió que los germanos se infiltraran en masa en el Imperio Romano
Occidental. La población sufría penurias económicas a manos del gobierno, por lo cual resistió muy
poco la llegada de los germanos; y aun llegó a abrigar la esperanza de que, con el colapso del
gobierno central y la formación de administraciones locales creadas por los condes germanos, se
podría disfrutar de cierto alivio económico y político.

La situación constituía, por supuesto, un problema para la Iglesia Católica Romana y sus
obispos. Con el colapso de las autoridades provinciales y municipales, los obispos católicos
quedaron en muchos casos como los dignatarios más influyentes, y gente recurría a ellos en busca
de liderazgo. En más de una ocasión el obispo servía como alcalde o gobernador provincial, y de
vez en cuando hasta se hacía cargo de las fuerzas armadas locales. Los caudillos de las tribus
germanas invasoras ostentaban el título de condes, y por esta razón se convirtieron en rivales
políticos y religiosos de los obispos católicos romanos. En muchos casos las dificultades finalmente
se resolvían con la cooperación del obispo y del conde. Llegó a convertirse en una práctica común
el celebrar concilios provinciales mixtos, en los cuales participan juntos los obispos y los nobles. En
esos concilios se trataban problemas eclesiásticos, políticos y económicos. La vida y la política
romanas del Occidente gradualmente convirtieron en la vida y la política romano-germánicas. La
cultura asumió, pues, un nuevo cariz. La destrucción o conversión de las tribus germanas arrianas,
eliminó también algunas de las causas de diferencia. Gradualmente se fue reconociendo una división
de poder y de influencia, y comenzó a emerger la cultura europea occidental de una combinación de
las culturas germana y latina.

Debe señalarse que en gran medida fue la iglesia la que preservó aquellos elementos de la
antigua cultura romana que sobrevivieron a la confusión, la rapiña y la destrucción de los Siglos V y
VI DC. Podría decirse que en general, sólo en los monasterios se conservó la luz del conocimiento.
Los alemanes siguieron como dirigentes políticos. En muchos casos también fueron los obispos y
abades de los monasterios, aunque eso no ocurrió con tanta frecuencia en Italia. Los dirigentes de
las tribus alemanas se convirtieron en “reyes”, incluso de grupos de provincias romanas. Estos
dirigentes nunca tomaron para sí el título de emperador, pero su lealtad para con el emperador
romano de Constantinopla era tan sólo nominal. Naturalmente los obispos y abades buscaban en
los reyes alemanes el liderazgo político. Pero al mismo tiempo, junto con los obispos romanos que
quedaban, buscaban la dirección del papa de Roma en asuntos eclesiásticos.

El hecho de que no hubiera emperador en el Occidente después de ser expulsado del trono
Rómulo Augústulo en 476 DC, evidentemente dio al papado una inmejorable oportunidad para
ocupar la vacante que se produjo. El fundamento de las pretensiones que tenía la iglesia para ocupar
el poder fue, en realidad, el traslado de la capital del imperio de Roma a Constantinopla, hecho por
Constantino, lo cual dejó un gran vacío en Occidente. Un monje de fines del Siglo VIII tomó este
traslado de la capital imperial como base para redactar un [evidentemente espurio] documento que
tituló la Donación de Constantino, en el cual se afirma que éste había dejado en herencia al papa no

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sólo la autoridad eclesiástica en Occidente sino un amplio poder político y posesiones, lo que lo
convertiría virtualmente en el gobernante de Occidente. Y esto fue lo que realmente pretendieron [y
lograron] ser los papas durante la Edad Media.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 26, 27

Este poder civil de los dignatarios eclesiásticos se vio robustecido durante el gobierno de
Constantino, además de la virtual aceptación del “cristianismo” romano como la religión oficial del
imperio. El poder de los obispos romanos creció hasta que estos fueron capaces de oponerse y
desafiar a los emperadores más bien débiles.

Hubo una curiosa serie de acontecimientos políticos que conspiraron para conferir dignidad
al obispo de Roma, lo que abrió el camino para que la iglesia usurpara el poder civil, y para que el
obispo de Roma invadiera la autoridad imperial.

Diocleciano estableció su capital en Nicomedia, y Maximiano la suya en Milán, año 304 DC;
y con la excepción de Majencio y Constantino, durante breves períodos, nunca después hubo un
emperador que hizo de Roma su capital. Aunque Constantino hizo de Roma su capital, en lugar de
restarle dignidad al obispo de Roma, se sumó a ella. Porque, como hemos visto, el obispo de Roma
tuvo una participación destacada en la formación de la unión de la iglesia y el Estado; y en el
momento en que esa unión fue consumada, “el obispo de Roma se eleva de inmediato al rango de
un gran funcionario acreditado...”. “Mientras Constantino estuvo en Roma, el obispo de Roma, jefe
de la religión del emperador, se convirtió en una estimación pública, ...en autoridad e influencia,
inconmensurablemente superior a todos los de rango sacerdotal... Mientras Roma sea la residencia
imperial, una llamada al emperador es una llamada al obispo de Roma”. Henry H. Milman, History
of Latin Christianity, libro I, capítulo 2, párrafo 1.

Así, la presencia de Constantino en Roma redundó en la importancia y dignidad del obispado


de Roma. Pero no fue hasta que Constantino trasladó su capital a Constantinopla que se abrió el
camino para el pleno juego de ese espíritu arrogante que siempre ha sido la característica principal
de ese dignatario. “La ausencia de un competidor secular permitió que la autoridad papal creciera y
desarrollara su fuerza secreta”; (Henry H. Milman, Historia del Cristianismo, libro III, capítulo 3.
párrafo 1);' y bajo los halagos del necesario favor imperial hizo lo que quiso, y su poder creció más
rápidamente que nunca.

En el esbozo de la jerarquía …se observará que en la gradación de los dignatarios


eclesiásticos el ascenso sólo correspondía a los cuatro prefectos del Estado. No había, por encima
de los cuatro patriarcas, un obispo, sobre todo, como por encima de los prefectos estaba el
emperador, sobre todo. La única gran razón de esto es que Constantino no sólo era emperador, sino
también obispo. Y como “obispo de lo externo” en la iglesia, ocupaba el lugar de “obispo principal”,
- pontífice supremo, sobre los cuatro patriarcas, precisamente como tenía, como emperador, la
autoridad principal sobre los cuatro prefectos.

Sin embargo, en la naturaleza de las cosas era inevitable, y sólo una cuestión de tiempo, que
el obispo de Roma afirmara, como una cuestión de derecho, su supremacía sobre todos los demás.
Y cuando esto se lograse, el asunto de la supremacía quedaría entre él y el emperador solamente,
lo que abriría el camino para que el obispo de Roma invadiera la autoridad civil e imperial. Este
espíritu se manifestó en la acción del obispo de Roma al evitar cuidadosamente el título de
“patriarca”, “como poniéndolo al mismo nivel que otros patriarcas”. Siempre prefirió el título de “papa”
… (Philip Schaff, History of the Christian Church, Volumen III, Sección IV, párrafo 1);' y esto
porque “patriarca” habla de un gobierno eclesiástico-oligárquico, es decir, ‘gobierno de unos pocos';
mientras que “papa” habla de un gobierno eclesiástico monárquico, es decir, “gobierno de uno solo''.

De nuevo: en todo Occidente no había rival para el obispo de Roma. Mientras que en Oriente
había tres rivales entre sí, cuyos celos no sólo frenaban la invasión de unos sobre otros, sino que
aumentaban la influencia y la autoridad del obispo de Roma.

Además de todas estas cosas, tanto la debilidad como la fuerza de la influencia y autoridad
imperial se pusieron al servicio del ambicioso espíritu del obispado de Roma. Después de la muerte
de Constantino, con la excepción de Valentín I, nunca hubo un solo emperador capaz de Occidente;
e incluso Valentín I fue el servidor del obispo de Roma hasta el punto de que “promulgó una ley que
facultaba al obispo de Roma para examinar y juzgar a otros obispos”. Archibald Bower, Historia
de los Papas, Dámaso, párrafo 8. Cuando Constante ejerció su autoridad sobre Occidente, el
obispo de Roma desafió abiertamente su autoridad; y aunque Liberio cambió después sus puntos
de vista y se sometió, el ejemplo nunca fue olvidado. Y cuando Teodosio ejerció durante un breve
período la autoridad en Occidente, no fue sólo como servidor del obispo de Roma, sino como súbdito
del obispo de Milán. Es verdad que el poder de Ambrosio en ese caso particular (la masacre de
Tesalónica por orden de Teodosio [una acción de represalia del emperador romano Teodosio I en
390 DC contra los habitantes de la ciudad griega de Tesalónica que se habían sublevado por un

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problema de tipo civil, una acusación contra un ciudadano por infringir una ley de Teodosio contra la
homosexualidad]) fue ejercido por una causa justa. Pero un poder que podía ser llevado a tales
extremos en una causa que era justa, podía ser llevado fácilmente al mismo extremo en una causa
que era injusta. Así que se había ejercido antes de esto en varias ocasiones, y así se ejerció después
en un sinnúmero de ocasiones, y por otros que no eran Ambrosio.

Todas estas cosas conspiraron para abrir el camino a la exaltación de los eclesiásticos por
encima del poder civil; y los eclesiásticos caminaron diligentemente en el camino así abierto. La
semilla que directamente dio este mal fruto, también fue sembrada en esa oscura intriga entre
Constantino y los obispos, que formaron la unión de la iglesia y el Estado, y crearon el papado. Esa
semilla fue sembrada cuando Constantino otorgó a los obispos “el derecho de juicio en asuntos
civiles''.

Es una doctrina del cristianismo, 'en primer lugar', que no habrá disputas entre los cristianos;
y, 'en segundo lugar', que, si alguna de ellas se presenta, entonces los cristianos deben resolver
tales diferencias entre sí, y no ir a la ley ante los incrédulos. 1 Corintios 6: 1-7)

Esta orden fue fielmente seguida en la iglesia al principio; pero a medida que el poder y la
influencia del obispado crecieron, este oficio fue usurpado por el obispo, y todos estos casos fueron
decididos por él solo. Sin embargo, hasta la unión de la iglesia y el Estado, todo hombre tenía el
derecho de apelar la decisión del obispo ante el magistrado civil.

Poco después del establecimiento de la Iglesia Católica, “Constantino también promulgó una
ley a favor del clero, permitiendo que los obispos dictaran sentencia cuando los litigantes prefirieran
apelar a ellos antes que a la corte secular. Declaró que su decreto debía ser válido, y tan superior al
de otros jueces como si fuera pronunciado por el propio emperador; que los gobernadores y los
oficiales militares subordinados debían velar por la ejecución de estos decretos; y que la sentencia,
una vez dictada por ellos, debía ser irreversible”. Sozomen, Ecclesiastical History, libro i, capítulo
9, párrafo 2.

Sin embargo, esto fue sólo en los casos en que los contendientes comparecieron
voluntariamente y sometieron sus causas a la decisión de los obispos. Sin embargo, como los
obispos estaban siempre dispuestos a “extender su autoridad mucho más allá de su jurisdicción, y
su influencia mucho más allá de su autoridad” (Henry H. Milman, History of the Christian Religion
and Church, Volumen II, Sección II, Parte I, División I, párrafo 12.)

Algunos obispos extendieron este derecho a lo que se conocía como el derecho de


intervención, es decir, el derecho de interceder ante el poder secular en ciertos casos. “El privilegio
de interceder ante el poder secular por los criminales, prisioneros y desdichados de todo tipo, había
pertenecido a los sacerdotes paganos, y especialmente a las vestales, y ahora pasaba al ministerio
cristiano, sobre todo a los obispos, y desde entonces se convirtió en una función esencial de su
oficio”. Philip Schaff, History of the Christian Church, Volumen II, Sección XVI, párrafo 5.

Este oficio fue asumido primero por los obispos paganos para este propósito, pero pronto en
vez de interceder comenzaron a dictar; en vez de solicitar comenzaron a ordenar; y en vez de
suplicar por los desafortunados merecedores, interfirieron con la administración genuina de los
magistrados civiles. Ya en el Concilio de Arles, 314 DC, el segundo concilio que se celebró bajo la
dirección de Constantino, el poder de la iglesia comenzó a invadir la jurisdicción del Estado en este
asunto. El Canon 7 de este concilio encargó a los obispos que tomaran la supervisión de los
magistrados civiles dentro de sus respectivas sedes como lo fueron los miembros de la iglesia; y si
los magistrados actuaban en forma inconsistente con sus deberes cristianos, debían ser expulsados
de la iglesia. Augustus Neander, History of the Christian Religion and Church, Volumen II,
Sección II, Parte I, División I, párrafo 14; y el propio canon en la “Historia de los Concilios de la
Iglesia” de Hefele.

Esto fue inmediatamente para dar a los obispos la dirección del curso de los asuntos civiles.
Y los magistrados que eran miembros de la iglesia -y no pasó mucho tiempo antes de que la gran
mayoría de ellos lo fueran- sabiendo que sus actos debían ser aprobados o desaprobados por el
obispo, eligieron tomar consejo de antemano para asegurarse de actuar de acuerdo a la “disciplina”
y evitar ser excomulgados. Así, mediante una fácil gradación y extensión del poder, el obispado
asumió la jurisdicción sobre la jurisprudencia del Estado.

Además, como el imperio era ahora un Estado religioso, un “reino de Dios”, la Biblia se
convirtió en el código del procedimiento civil y de la religión. Más aún, era la Biblia ‘tal como la
interpretaban los obispos'. Pero más que eso, era la Biblia tal como la interpretaban los obispos
‘según los Padres'. “La Biblia, y la Biblia interpretada por los Padres, se convirtió en el código, no
sólo de la religión, sino de todas las ramas del conocimiento”. Henry H. Milman, Historia del
cristianismo, libro IV. capítulo 5, párrafo 17) Y como los Padres mismos, necesariamente, tenían

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que ser interpretados, los obispos se convirtieron en los únicos intérpretes del código, así como los
censores de la magistratura, en toda la jurisprudencia del imperio.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 558-562

El ansia de obtener el poder civil a través de la religión católica se convirtió en un acicate


para el ambicioso pagano que vio en ello un camino a la prosperidad, el lujo y el poder por lo que se
pensaba que no había ningún medio prohibido para alcanzar la posición deseada.

Al mismo tiempo introdujo las percepción que los puestos eclesiásticos tenían un valor
monetario lo que devino en una cada vez más abierta simonía, hasta el punto que ni siquiera era
necesario hacer una falsa profesión de fe “cristiana” para obtener un cargo eclesiástico.

Y esta autoridad de la iglesia fue llevada mucho más allá de la mera recomendación. Los
monjes y el clero llegaron por fin a arrancar a las autoridades civiles, criminales y malhechores de la
peor clase, que habían sido condenados justamente. Hasta tal punto que en el año 398 DC hubo
que promulgar una ley que ordenaba que “no se permitiera a los monjes y al clero arrebatar a los
malhechores condenados el castigo que merecían”… Sin embargo, todavía se les permite el derecho
de intercesión.

Este mal condujo directamente a otro, o, mejor dicho, sólo se profundizó y perpetuó a sí
mismo. Los cargos eclesiásticos, especialmente los obispados, eran los únicos en el imperio que
eran electivos. Como hemos visto, toda clase de personajes viles y criminales habían sido traídos a
la iglesia. Por lo tanto, éstos tenían voz en las elecciones episcopales. Por lo tanto, se convirtió en
un objeto para las clases rebeldes, violentas y criminales el asegurar la elección de hombres que
usaran la influencia episcopal en sus intereses y los protegieran de la justicia.

“Tan pronto como un obispo cerró sus ojos, el metropolitano emitió una comisión a uno de
sus sufragáneos para administrar la sede vacante y preparar, dentro de un tiempo limitado, la futura
elección. El derecho de voto estaba conferido al clero inferior, que era el mejor calificado para juzgar
el mérito de los candidatos; a los senadores o nobles de la ciudad, a todos los que se distinguían
por su rango o propiedad; y finalmente a todo el pueblo que, el día señalado, se reunía en multitudes
de las partes más remotas de la diócesis, y a veces silenciaba, por sus aclamaciones tumultuosas,
la voz de la razón y las leyes de la disciplina. Estas aclamaciones podrían fijarse accidentalmente
en la cabeza del competidor más meritorio de algún antiguo presbítero, algún monje santo, o algún
laico que brille por su celo y piedad”.

”Los puntos de vista interesados, las pasiones egoístas y airadas, las artes de la perfidia y el
disimulo, la corrupción secreta, la violencia abierta y hasta sangrienta que antes había deshonrado
la libertad de elección en las mancomunidades de Grecia y Roma, con demasiada frecuencia
influyeron en la elección de los sucesores de los apóstoles. Mientras uno de los candidatos se
jactaba de los honores de su familia, otro seducía a sus jueces con las delicadezas de una mesa
abundante, y un tercero, más culpable que sus rivales, ofrecía compartir el saqueo de la iglesia entre
los cómplices de sus esperanzas
sacrílegas”. Edward Gibbon, Declive
y caída, capítulo 20, párrafo 22.

Los oficios de la iglesia, y


especialmente el obispado, se
volvieron así virtualmente políticos, y
fueron sometidos a todas las luchas
de los métodos políticos. Como
resultado lógico, los conspiradores
políticos, los hombres deshonestos,
los hombres de disposiciones
violentas y egoístas, se empujaron a
sí mismos al frente en cada lugar; y
aquellos que podían haber dado una
dirección segura a los asuntos
públicos estaban amontonados en la
retaguardia y, de hecho,
completamente excluidos de sus
cargos, por la misma violencia de
aquellos que tenían cargos a
cualquier precio.

Así, por el mismo funcionamiento de los elementos malvados que habían sido introducidos
en la iglesia por los métodos políticos de Constantino y los obispos, el cristianismo genuino fue

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separado de todo este sistema de Iglesia y Estado, como lo había sido antes del sistema pagano.
Los cristianos genuinos, que amaban el silencio y la paz que pertenecen a la profesión cristiana,
fueron reprochados por los religiosos políticos formales e hipócritas que representaban tanto a la
Iglesia como al Estado, o más bien a la Iglesia y al Estado en uno solo, -los verdaderos cristianos
fueron reprochados por éstos por ser “demasiado justos”.

“Era natural, sin embargo, que el elemento malo, que había asumido externamente la
vestidura cristiana, se empujara a sí mismo de manera más prominente para que se notara en la
vida pública. De ahí que fuera más seguro atraer la mirada común, mientras que el temperamento
genuinamente cristiano amaba el retiro, y creaba menos sensación”.

“En la actualidad, la relación entre el cristianismo vital y el cristianismo de origen se


asemejaba a la que existía en el período anterior entre el cristianismo de aquellos para quienes la
religión era una preocupación seria y el paganismo, que constituía la regla de vida imperante. Como
en los primeros tiempos, la vida de los cristianos genuinos había sobresalido en fuerte contraste con
la vida del mundo pagano, así que ahora la vida de aquellos que eran cristianos no sólo por profesión
externa, sino también en el temperamento de sus corazones, presentaba un fuerte contraste con la
vida descuidada y abandonada de los cristianos nominales ordinarios. Por estos últimos, los otros...
eran considerados bajo la misma luz que, en épocas anteriores, los cristianos habían sido
considerados por los paganos. También fueron reprochados por estos cristianos nominales, así
como los cristianos generalmente habían sido burlados antes por los paganos, por tratar de ser
justos en exceso”. Augustus Neander, History of the Christian Religion and Church, Volumen
II, Sección III, Parte I, División 1, párrafos 5, 6.

En las elecciones episcopales, “a veces el pueblo actuaba bajo consideraciones ajenas y


gestión de demagogos, y exigía hombres indignos o ignorantes para los más altos cargos. Así, hubo
frecuentes disturbios y colisiones, e incluso conflictos sangrientos, como en la elección de Dámaso
en Roma. En resumen, todas las pasiones egoístas y las influencias corruptoras que habían
arruinado la libertad de las elecciones políticas populares en las repúblicas griegas y romanas, y que
aparecen también en las repúblicas de los tiempos modernos, se inmiscuyeron en las elecciones de
la iglesia. Y el clero también a menudo se dejaba guiar por motivos impuros”. Philip Schaff, History
of the Christian Church, Volumen III, Sección XLIX, párrafo 2.

A menudo se daba el caso de que un hombre que nunca había sido bautizado, y que ni
siquiera era miembro de la iglesia, era elegido obispo, y se apresuraba a ocupar este cargo en los
oficios menores. Tal fue el caso de Ambrosio, obispo de Milán en el año 374 DC; Nectarius, obispo
de Constantinopla en el 381 DC; y muchos otros. En la contienda por el obispado, hubo tanta intriga
política, conflictos, contiendas e incluso derramamiento de sangre, como antes había habido para el
cargo de cónsul en la república en los días de Pompeyo y César [este es el inevitable efecto que
tiene la relación entre la iglesia y el estado, donde la iglesia no hace más santo al estado, sino que
este corrompe a la iglesia].

A menudo sucedía que los hombres de buen carácter se veían obligados a hacerse a un lado
y permitir que los de bajo carácter fueran elegidos para el cargo, por temor a que causaran más
daño, tumulto y disturbios si no eran elegidos que si lo fueran. En realidad, ocurrieron casos, y son
registrados por Gregorio Nacianceno [329-389 DC, por lo que es evidente que en esta temprana
etapa de la iglesia “cristiana” ya esta situación era tan común que este llamado “padre de la iglesia”
ya lo señala así], en los que ciertos hombres que no eran miembros de la iglesia en absoluto, fueron
elegidos para el obispado en oposición a otros que tenían todas las calificaciones eclesiásticas para
el cargo, porque “tenían a los peores hombres de la ciudad de su lado”. Philip Schaff, History of
the Christian Church, Volumen III, Sección XLIX, párrafo 2, nota 5.) Con personajes como estos
elegidos para el cargo por personajes como esos, el cargo que representaba una autoridad como
esa, nada más que el mal de la peor clase podía acumularse ni en el gobierno civil ni en la sociedad
en general.

Más aún, puesto que los hombres así elegidos eran los dispensadores de doctrina y los
intérpretes de la Escritura en todos los aspectos, tanto religiosos como civiles, y puesto que debían
su posición a los que los elegían, la consecuencia natural era que debían adaptar sus
interpretaciones al carácter y a los deseos de los que los habían colocado en sus posiciones. Porque
“cuando un aspirante político ha pujado con la multitud por el poder, y todavía depende de su placer
para obtener un apoyo efectivo, no es fácil rechazar sus deseos, o contener sus demandas”. John
W. Draper, “Intellectual Development of Europe”, Volumen I, capítulo 10, párrafo 6.)

Nectario, que ya ha sido mencionado, después de haber sido sacado del pretorio y nombrado
obispo por un método de elección como el anterior, -habiendo sido elegido obispo de Constantinopla
antes de ser bautizado- deseaba ordenar a su médico como uno de sus propios diáconos. El médico
se negó a hacerlo alegando que no era moralmente apto para el consultorio. Nectario se esforzó por
persuadirle diciendo: “¿No vivía yo, que ahora soy sacerdote, mucho más inmoral que tú, como bien

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sabes tú mismo, pues a menudo fuiste cómplice de mis muchas iniquidades?” Philip Schaff, History
of Christianity Church, Volumen III, Sección LIX, párrafo 2.) El médico todavía se negó, pero por
una razón que era apenas más honorable que aquella por la que se le instó. La razón era que,
aunque había sido bautizado, había continuado practicando sus iniquidades, mientras que Nectario
había dejado las suyas cuando fue bautizado.

La asunción de autoridad de los obispos sobre la jurisprudencia civil no se dejó limitar a los
magistrados inferiores. Afirmó autoridad sobre la jurisdicción del propio emperador. “En Ambrosio el
carácter sacerdotal asumió una dignidad y una influencia aún desconocidas; primero comenzó a
enfrentarse al trono, no sólo en términos de igualdad, sino de autoridad superior, y a ejercer una
dictadura espiritual sobre el magistrado supremo. La resistencia de Atanasio de la autoridad imperial
había sido firme pero deferente, pasiva en lugar de agresiva. En sus discursos públicos, había
respetado la majestad del imperio; en todo caso, la jerarquía de ese período sólo cuestionaba la
autoridad del soberano en cuestiones de fe. Pero en Ambrosio el poder episcopal no reconoció
límites a su dominio moral, y no admitió distinción de personas”. Henry H. Milman, Historia del
cristianismo, libro III, capítulo 10, párrafo 2.

Como la iglesia y el Estado eran idénticos, y como quien se negaba a someterse a los
dictados del obispado era excomulgado de la iglesia [la posibilidad de abuso de poder quedaba
establecida, lo que tendría una repercusión tremenda en las persecuciones de la Edad Media], esto
significaba que el cierto efecto de la desobediencia al obispo era convertirse en un paria en la
sociedad, si no en un proscrito en el Estado. Y más que esto, en el estado de superstición abyecta
que ahora prevalecía, la excomunión de la iglesia se suponía que significaba el envío directo a la
perdición. “El poder jerárquico, de ejemplar, persuasivo, amable, era ahora autoritario, dominante,
horrible. Cuando el cristianismo se convirtió en la religión más poderosa, cuando se convirtió en la
religión de muchos, del emperador, del Estado, el converso o el cristiano heredero no tenía un partido
pagano fuerte para recibirlo de nuevo en su seno cuando fue expulsado de la iglesia. Si dejaba de
creer, ya no se atrevía a dejar de obedecer. No quedaba más que la sumisión postrada, o la
resistencia a cualquier deber penitencial que se le pudiera imponer”. Henry H. Milman,
Identificación, libro IV, capítulo 1, párrafo 35.

Cuando se hizo la alianza entre los obispos y Constantino, se propuso que la jurisdicción de
las autoridades civiles y eclesiásticas permaneciera separada, como dos brazos del mismo cuerpo
responsable. Esto se demostró en aquella frase de Constantino en la que se representaba a sí mismo
como “obispo de lo externo” de la iglesia, lo que se refería más definitivamente a su relación con la
sociedad civil y la conducta; mientras que los obispos regulares eran obispos de lo interno, o de lo
relativo a los sacramentos, las ordenaciones, etc. Constantino fue el primer representante de la
imponente idea de una teocracia cristiana, o de un sistema de política que asume que todos los
sujetos son cristianos, conecta los derechos civiles y religiosos, y considera a la iglesia y al Estado
como “los dos brazos de un mismo gobierno divino en la tierra”. “Esta idea fue más desarrollada por
sus sucesores; animó toda la Edad Media, y sin embargo está trabajando bajo varias formas en
estos últimos tiempos”. Philip Schaff, History of the Christianity Church, Volumen III, Sección
II, párrafo 3.

Para aquellos que lo concibieron, esta teoría podría haber parecido suficientemente buena;
y simplemente, en teoría, podría haberse imaginado que se podría hacer funcionar. Pero a la hora
de ponerlo en práctica, la pregunta más importante era: ¿Dónde está la línea que define los límites
exactos entre la jurisdicción del magistrado y la del obispo, entre la autoridad de la Iglesia y la del
Estado? El Estado es ahora una teocracia. Se consideraba que el gobierno era moral, un gobierno
de Dios; la Biblia, el código supremo de la moral, era el código del gobierno; no existía tal cosa como
el gobierno civil, todo era moral. Pero el tema de la moral está implicado en cada acción, sí, en cada
“pensamiento” del hombre. El Estado, pues, al ser permitido ser moral, era inevitable que la Iglesia,
como árbitro de la moral y dispensador e intérprete del código que regula la acción moral, se
interpusiera en todas las cuestiones de la conducta humana y extendiera su dominio sobre todo el
campo de la acción humana.

“En los asuntos eclesiásticos, estrictamente llamados así, la supremacía de la magistratura


cristiana, se ha dicho, fue admitida. Eran los legisladores de la disciplina, el orden y la doctrina. Las
fiestas, los ayunos, los usos y cánones de la iglesia, el gobierno del clero, estaban en su poder
exclusivo. Los decretos de sínodos y consejos particulares poseían autoridad indiscutible, en la
medida en que su ámbito se extendía. Los concilios generales eran vinculantes para toda la iglesia.
Pero era mucho más fácil definir lo que “pertenecía” a la provincia de la iglesia que lo que no
pertenecía. La religión afirma su autoridad y se esfuerza por extender su influencia a toda la esfera
de la acción moral, que es, de hecho, toda la vida humana, sus hábitos, sus maneras, su conducta”.

“El cristianismo, como religión moral más profunda, exigía la obediencia más completa y
universal; y como maestros y guardianes reconocidos del cristianismo, el clero continuaba atrayendo
dentro de su esfera cada parte de la vida humana que el hombre es impulsada por motivos morales

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o religiosos. La autoridad moral de la religión y, por tanto, del clero, puede parecer legítimamente
extendida a todas las transacciones de la vida, desde la legislación del soberano, que en un rey
cristiano debe guiarse por motivos cristianos, hasta los deberes domésticos del campesino, que
deben cumplirse sobre la base del principio del amor cristiano...”

“Pero había otra prolífica fuente de diferencia. El clero, en un sentido, de ser el cuerpo
representativo, ‘había comenzado' ‘a considerarse la iglesia’: pero, en otro sentido más legítimo, ‘el
Estado', cuando el cristiano, como comprendiendo a todos los cristianos del imperio, ‘se convirtió en
la iglesia’. ¿Cuál era el cuerpo legislativo, la comunidad entera de cristianos, o la aristocracia
cristiana, que eran en cierto sentido los gobernantes admitidos?”. Henry H. Milman, Historia del
cristianismo, libro IV, capítulo 1, párrafos 53- 56.

“Superar todos los límites y derribar todas las barreras que parecían ‘en teoría' establecidas
entre los poderes civil y eclesiástico, era la única consecuencia que podía resultar de tal unión. Y
cuando se intentó poner en práctica la teoría, cada paso dado, en cualquier dirección, sólo sirvió
para demostrar lo que la historia en todas partes muestra, que “la aparente identificación del Estado
y de la Iglesia por la adopción del cristianismo como religión del imperio, confundió por completo los
límites de la jurisdicción eclesiástica y temporal”. Henry H. Milman, History of Latin Christianity,
libro II, capítulo 3, párrafo 40.

El Estado, como un cuerpo distinto de la iglesia, desapareció. Como un sistema distinto de


ley y gobierno, el Estado fue destruido; y su maquinaria existió sólo como la herramienta de la iglesia
para cumplir su voluntad arbitraria y para hacer cumplir sus decretos despóticos.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 564-571

7.3.2. La corrupción de la iglesia

Si lo ya mencionado no fuera suficiente: simonía, violencia hasta el derramamiento de sangre


en la elección de los cargos eclesiásticos, injusticia, lujo y amor por el poder, la presencia de obispos
corrompidos por el poder, la lujuria y el amor a las riquezas no podía producir otros resultados que
una corrupción semejante en la cristiandad en general, que veía el “ejemplo” de quienes debían
conducir el rebaño.

Lo mismo que se veía en la elección de obispos, se veía multiplicado en la elección del obispo
que se autoproclamaba cabeza de todos los obispos, posición que con la ausencia reiterada de los
emperadores de la sede romana adquiría cada vez mayor predominancia en la gestión del imperio,
aunque decadente, pero aún importante. En la elección de los ahora considerados papas se podía
encontrar simonía, violencia, crimen, fraude, engaño, entre otras cosas.

Entre los primeros actos de Constantino a favor de la iglesia se encuentra …la apropiación
de dinero del tesoro público para los obispos. Otra promulgación, del mismo carácter, pero de una
importancia mucho mayor, fue su concesión a la iglesia del derecho a recibir legados. “Se trataba
de una ley que garantizaba expresamente a las iglesias un derecho que, tal vez, ya habían ejercido
de vez en cuando tácitamente, a saber, el derecho a recibir legados, que, en el Imperio Romano,
ninguna corporación tenía derecho a ejercer, a menos que hubiera sido expresamente autorizada
para ello por el Estado”. Augustus Neander, History of the Christian Religion and Church,
Volumen II, Sección II, Parte I, División 1, párrafo 7.

Alguna estimación del valor de esta promulgación puede derivarse de la afirmación de que
“la ley de Constantino que facultaba al clero de la iglesia a recibir legados testamentarios y a poseer
tierras, era un don que apenas se habría excedido si les hubiera concedido dos provincias del
imperio”. Lo que hizo de esto un regalo aún más magnífico para la iglesia fue la visión que prevaleció,
especialmente entre los ricos, de que podían vivir como quisieran durante toda su vida, y luego, a
su muerte, entregar sus propiedades a la iglesia, y tener la seguridad de un salvoconducto a la
bienaventuranza eterna. “Se convirtió casi en un pecado morir sin un legado para usos piadosos”.
Henry H. Milman, Historia del cristianismo”, libro IV, capítulo 1, párrafo 30.

Hemos visto …qué tipo de caracteres se escogieron para el obispado en aquellos tiempos; y
cuando se promulgó una ley que otorgaba tales privilegios a tales caracteres, es fácil entender qué
uso se le daría. No contentos con recibir simplemente legados que pudieran hacerse
voluntariamente, recurrieron a todos los medios posibles para inducir a las personas a entregar sus
bienes a las iglesias. Asumieron la protección de viudas y huérfanos, y dejaron la propiedad de tales
personas al cuidado del obispo.

Ahora en las arcas de los obispos, como en las arcas de la república después de la caída de
Cartago, la riqueza venía en una corriente ondulante de oro, y el resultado en este caso fue el mismo
que en el anterior. Con la riqueza vino el lujo y la magnífica exhibición. El obispado asumió una

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majestuosidad y una grandeza que trasciende la de los principales ministros del imperio; y la del
obispado de Roma eclipsó bastante la gloria del propio emperador. Era el principal beneficiario de
todos estos favores de Constantino.

Como ya se ha dicho, cuando los emperadores de la época de Diocleciano comenzaron a


ausentarse habitualmente de Roma, el obispo de Roma se convirtió en el principal dignatario de la
ciudad. Y para cuando Constantino trasladó la capital permanentemente de Roma, a través de estos
favores imperiales, el obispo de esa ciudad había adquirido tal dignidad que le resultó fácil ocupar
el lugar de la pompa y de la magnífica exhibición que antes había mostrado el emperador. “El obispo
de Roma se convirtió en príncipe del imperio y vivió en un estilo de lujo y pompa que despertó la
envidia o la justa indignación del escritor pagano Marcelino”.

“La iglesia se enriquecía ahora con los dones y legados de los piadosos y tímidos; el obispo
obtenía grandes ingresos de sus granjas en la Campagna y de sus ricas plantaciones en Sicilia;
cabalgaba por las calles de Roma en una carroza majestuosa, y se vestía con un atuendo precioso;
su mesa estaba provista de una profusión más que imperial; las mujeres más orgullosas de Roma
lo cargaron con abundantes donaciones, y lo siguieron con sus lisonjas y atenciones; y su arrogancia
y su lujo profuso fueron señalados por paganos y cristianos como extrañamente inconsistentes con
la humildad y sencillez exigidas por la fe que él profesaba”. Eugene Lawrence, Estudios
Históricos, Obispos de Roma, párrafo 13.

Los cargos de la iglesia eran los únicos en el imperio que eran electivos. El obispado de
Roma era el jefe de estas oficinas. Como ese oficio era uno que llevaba consigo el mandato de una
riqueza tan enorme y un despliegue de magnificencia imperial, se convirtió en el objeto de la
ambiciosa aspiración de todos los católicos de la ciudad; e incluso un pagano exclamó: “¡Hazme
obispo de Roma, y seré cristiano!

Aquí se mostraban todos esos elementos de lucha política y artimañas a los que se hacía
referencia en el capítulo anterior. Las escenas que ocurrieron en la elección de Dámaso como obispo
de Roma, 366 DC, ilustrarán el carácter de tales procedimientos en todo el imperio, según el
obispado particular en cuestión comparado con el de Roma. Había dos candidatos, Dámaso y
Ursicino, y estos dos hombres representaban respectivamente a dos facciones que habían sido
creadas en la contienda entre Liberio, obispo de Roma y Constante, emperador de Roma.

“Los presbíteros, diáconos y fieles que se habían adherido a Liberio en su exilio, se reunieron
en la Basílica Juliana y eligieron debidamente a Ursicino, consagrado por Pablo, obispo de Tibur.
Dámaso fue proclamado por los seguidores de Félix, en S. M. Lucina. Dámaso recogió una turba de
cuadrigueros y una chusma salvaje, irrumpió en la Basílica Juliana y cometió una gran matanza.
Siete días después, después de haber sobornado a un gran cuerpo de eclesiásticos y a la población,
y haber tomado la Iglesia de Letrán, fue elegido y consagrado obispo. Ursicino fue expulsado de
Roma”.

“Dámaso, sin embargo, continuó sus actos de violencia. Siete presbíteros del otro partido
eran prisioneros apresurados hacia el Laterano; su facción se levantó, los rescató y los llevó a la
Basílica de Liberio. Dámaso, a la cabeza de una pandilla de gladiadores, cuadrigueros y obreros,
con hachas, espadas y garrotes, irrumpió en la iglesia; ciento sesenta de ambos sexos fueron
bárbaramente asesinados; no uno del lado de Dámaso. El partido de Ursicino se vio obligado a
retirarse, pidiendo en vano que un sínodo de obispos examinara la validez de las dos elecciones”.

“Tan largo y obstinado fue el conflicto, que Juventius, el prefecto de la ciudad, al encontrar
su autoridad desacreditada, sus fuerzas desiguales para mantener la paz, se retiró al barrio de
Roma. Las iglesias fueron guarnecidas, las iglesias sitiadas, las iglesias asediadas, las iglesias
asaltadas e inundadas de sangre. En un día, cuenta Ammiano, más de ciento treinta cadáveres
fueron contados en la Basílica de Sisinio... La contienda tampoco cesó con el primer malestar y
destierro de Ursicino; más de una vez fue recordado, exiliado, de nuevo nombrado obispo rival y
reexiliado”.

“Otra espantosa masacre tuvo lugar en la iglesia de Santa Inés. El emperador se vio obligado
a recurrir al carácter y la firmeza del famoso pagano Praetextatus, sucesor de Juventius en el
gobierno de Roma, para sofocar con imparcialidad y severidad estos desastrosos tumultos. Pasaron
algunos años antes de que Dámaso estuviera en posesión indiscutible de su sede”. “Pero Dámaso
tenía a las damas de Roma a su favor; y el Concilio de Valentín no era inaccesible a los sobornos.
Se produjeron nuevas escenas de sangre. Ursicino se vio obligado por fin a abandonar el concurso”.
Henry H. Milman, History of Latin Christianity, libro I, capítulo 2, párrafo 18.

“Del obispo de Roma en este momento tenemos el siguiente boceto escrito por alguien que
estaba allí en ese momento, y que lo había visto a menudo en su esplendor: debo reconocer que
cuando reflexiono sobre la pompa que atiende a esa dignidad, no me extraña en absoluto que los

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aficionados al espectáculo y al desfile regañen, peleen, luchen y se esfuercen por alcanzarla, pues
están seguros de que, si tienen éxito, se enriquecerán con las ofrendas de las damas; no aparecer
más en el extranjero a pie, sino en carros majestuosos, y vestidos magníficamente; mantener mesas
costosas y suntuosas; no, y sobrepasar a los emperadores mismos en el esplendor y la
magnificencia de sus entretenimientos”. Ammianus Marcellinus, Libro XXVII, capítulo III, párrafos
12-15, traducción de Archibald Bower, History of the Popes, Damasus, párrafo 6.

El ejemplo del obispo de Roma fue seguido por toda la orden de los obispos, cada uno según
su grado y sus posibilidades. Crisóstomo se jactaba de que “los jefes del imperio y los gobernadores
de las provincias no gozan de tal honor como los gobernantes de la iglesia. Son los primeros en la
corte, en la sociedad de damas, en las casas de los grandes. Nadie tiene precedencia sobre ellos”.
Por ellos se usaban títulos tales como: “Santísimo”, “Reverendísimo” y “Santísimo Señor”. Se dirigían
a ellos en términos tales como “Tu Santidad” y “Tu Bendición”. “De rodillas, besando la mano, y como
muestra de reverencia, todas las clases los mostraron, hasta el mismo emperador”. Philip Schaff,
History of the Christian Church, Volumen III, Sección LIII, párrafo 3.

Los modales del clero menor de Roma son descritos por alguien que los conocía bien. “Todo
su cuidado está en su vestido, para que esté bien perfumado; para que sus pies no se deslicen en
una sandalia suelta; su cabello está crujiente con un alfiler; sus dedos brillan con anillos; camina de
puntillas para no salpicarse con la tierra mojada; cuando lo veas, pensarás que es más un novio que
un eclesiástico”. Jerónimo de Belén… citado y traducido por Henry H. Milman, History of Latin
Christianity, libro I, capítulo 2, párrafo 20.

Tal ejemplo fue dado por los dignatarios de la iglesia, que también profesaban ser los modelos
de piedad, y su ejemplo fue seguido fácilmente por todos los que podían hacerlo en el imperio. En
consecuencia, “la vida aristocrática de este período parece haberse caracterizado por una
magnificencia magnífica sin grandeza, un lujo desmesurado sin refinamiento, la pompa y la
prodigalidad de un alto estado de civilización sin ninguno de sus efectos ennoblecedores o
humanizantes. Las paredes de los palacios estaban revestidas de mármoles de todos los colores,
repletas de estatuas de inferior calidad, mosaicos cuyo mérito consistía en la disposición de las
piedras; el costo, más que la belleza y la elegancia, era la prueba de la excelencia, y el objeto de
admiración. Los nobles estaban rodeados de huestes de parásitos o sirvientes. Así pues, Crisóstomo
se dirigió a un patricio: “Tantas hectáreas de tierra, diez o veinte palacios, tantos baños, mil o dos
mil esclavos, carros chapados en plata o recubiertos de oro”.

“Sus banquetes eran simplemente suntuosos, sin gracia ni elegancia social. El vestido de las
hembras, la afición por los pelos falsos -a veces labrados hasta una altura enorme, y que afectan
sobre todo al tinte dorado- y por la pintura, de la que no debían separarse ni siquiera por la religión,
excitan la severa animadversión del maestro ascético cristiano. ¿Qué negocio tiene colorete y pintura
en un cheque cristiano? ¿Quién puede llorar por sus pecados cuando sus lágrimas lavan su rostro
y marcan los surcos en su piel? ¿Con qué confianza se pueden levantar los rostros hacia el cielo,
que el Creador no puede reconocer como su propia obra? Sus cuellos, cabezas, brazos y dedos
estaban cargados de cadenas y anillos de oro; sus personas respiraban olores preciosos; sus
vestidos eran de oro y seda; y en este atuendo se aventuraron a entrar en la iglesia”.

“Algunas de las matronas cristianas más ricas daban un aire religioso a su vanidad: mientras
que las más profanas llevaban sus delgados vestidos de seda bordados con piezas de caza, bestias
salvajes o cualquier otro dispositivo de fantasía; las más piadosas tenían los milagros de Cristo, las
bodas en Caná de Galilea, o el paralítico que llevaba su cama. En vano el predicador insistió en que
era mejor emular estos actos de caridad y amor que usarlos en sus vestiduras... Las ciudades
provinciales, según su carácter natural, imitaban a la antigua y a la nueva Roma; y en todas ellas,
sin duda, la nobleza y el orden superior eran del mismo carácter y hábitos”. Henry H. Milman,
Historia del cristianismo, libro IV, capítulo 1, párrafos 12, 13, 15.

Como en la antigua república, en el tren de la riqueza vino el lujo, y en el tren del lujo vino el
vicio; y como la violencia que ahora se manifiesta en la elección de los obispos no era más que una
reproducción de la violencia por la cual los tribunos y los cónsules de la república posterior fueron
elegidos, así que los vicios de estos tiempos no eran más que una reproducción de los vicios de la
república posterior y del imperio primitivo -de hecho no se manifestaban de manera tan tosca y brutal,
más refinada y refinada; sin embargo, en esencia, era esencialmente la misma práctica inicua del
vicio vergonzoso [no estamos hablando de la Edad Media, esta es la iglesia de Roma].

Otra fase del mal era que bajo la ley que facultaba a la iglesia para recibir legados, los
esfuerzos de algunos miembros del clero para persuadir a la gente, y especialmente a las mujeres,
para que otorgaran sus riquezas a la iglesia, tenían prioridad sobre todo lo demás.

“Algunos de los clérigos hacían todo el trabajo de sus vidas para aprender los nombres de
las damas, para descubrir sus moradas, para estudiar su humor. Uno de ellos, un adepto al arte, se

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levanta con el sol, establece el orden de sus visitas, se familiariza con los caminos más cortos, y
casi irrumpe en las habitaciones de las mujeres antes de que se despierten. Si ve algún mueble
doméstico curioso, lo ensalza, lo admira y lo maneja; y, suspirando que él también necesite tales
bagatelas, al final más bien lo extorsiona por la fuerza que lo obtiene por buena voluntad, temiendo
las damas desobedecer al anciano charlatán que siempre corre de casa en casa”. Jerónimo de Belén
citado por Archibald Bower, History of the Popes, Damasus, párrafo 12.

Debido a la insaciable avaricia del clero romano y a la vergonzosa corrupción que se


practicaba con los medios así adquiridos, una ley fue promulgada, en el año 370 DC por Valentín I,
que prohibía a cualquier eclesiástico recibir herencia, donación o legado alguno. [es impresionante
que esto ocurría apenas medio siglo después de la supuesta conversión de Constantino y el acceso
de la iglesia “cristiana” al círculo de poder de los césares] Y para hacer saber al mundo que no se
quejaba de esta dificultad, exclamó el gran obispo de Milán: “Estamos excluidos por las leyes
promulgadas recientemente, de todas las herencias, donaciones y legados; sin embargo, no nos
quejamos. ¿Y por qué deberíamos hacerlo? Por tales leyes sólo perdemos riqueza; y la pérdida de
riqueza no es una pérdida para nosotros. Las propiedades son legadas legalmente a los ministros
de los templos paganos; no se excluye a ningún laico, que su condición sea siempre tan baja, que
su vida sea siempre tan escandalosa; sólo a los oficinistas se les excluye de un derecho común al
resto de la humanidad. Que una viuda cristiana legue todo su patrimonio a un sacerdote pagano, su
voluntad es buena según la ley; que legue la menor parte a un ministro de Dios, su voluntad es nula.
No menciono estas cosas a modo de queja, sino sólo para que el mundo sepa que no me quejo”…

El hecho de que una ley como ésta tuviera que ser promulgada -una ley que sólo se aplica al
clero- proporciona una prueba decisiva de que los eclesiásticos eran más viciosos y más corruptos
en el uso de la riqueza que cualquier otra clase en el imperio. Esto, de hecho, lo dice claramente
otro que estaba presente en ese momento: “Me avergüenza decirlo, los sacerdotes de los ídolos, los
escenógrafos, los cuadrigueros, las putas, son capaces de heredar propiedades y recibir legados;
de este privilegio común sólo los oficinistas, y los monjes, están prohibidos por la ley, prohibidos no
bajo la persecución de tiranos, sino de príncipes cristianos [la cita del Doctor de la Iglesia romana,
Jerónimo de Belén, es demoledora… pues se consideraba que los obispos eran menos honorables
que las prostitutas, por lo que se les prohibía recibir legados o heredar propiedades] “. Jerónimo de
Belén…

Los mismos ritos paganos y las supersticiones y prácticas paganas que se introdujeron en la
iglesia cuando la religión católica se convirtió en la del imperio, no sólo prevalecieron, sino que se
ampliaron. La celebración de los ritos de los misterios continuaba, sólo que, con un carácter más
decididamente pagano, a medida que pasaba el tiempo, y a medida que el número de paganos se
multiplicaba en la iglesia. Para colmo de males, los misterios de la iglesia, como los de la Eleusinia
original, se celebraban por la noche. Cuando el catecúmeno llegó a la pila bautismal, “se volvió hacia
el oeste, el reino de Satanás, y renunció tres veces a su poder; se volvió hacia el este para adorar
al 'Sol' de la Justicia, y para proclamar su pacto con el Señor de la Vida”. Henry H. Milman, Historia
del cristianismo, libro IV, capítulo 2, párrafo 8.

Hacia mediados del Siglo IV DC se añadió otra forma y elemento de adoración al sol. Entre
los paganos de todas las épocas, el 25 de diciembre se había celebrado el cumpleaños del sol. En
los reinados de Domiciano y Trajano, Roma adoptó formalmente de Persia la fiesta del dios-persa
del sol, Mitras, como el festival del “nacimiento” del sol invicto -”natales invicti solis”. La iglesia de
Roma adoptó este festival, y lo convirtió en el cumpleaños de Cristo. Y en pocos años la celebración
de este festival del sol se había extendido por todo el imperio este y oeste; los perversos obispos lo
sancionaban con el argumento de que el festival pagano del nacimiento del sol real era una especie
de festival del nacimiento de Cristo, el Sol de Justicia. Así se estableció el festival de la iglesia de
Navidad. Philip Schaff, History of the Christian Church, Volumen III, Sección LXXVII, párrafos
3, 4…

Esta costumbre, al igual que las formas de adoración al sol -el “día” del sol, la adoración hacia
el este, y los misterios- que ya habían sido adoptados, se siguió tan de cerca que en realidad fue
llevada “como una acusación contra los cristianos de la Iglesia Católica que celebraron la Solstitia
con los paganos”. Augustus Neander, History of the Christian Church, Sección LXXIV, párrafo
4.

Las imágenes y cuadros que antes habían representado el sol fueron adoptados y
transformados en representaciones de Cristo. Y así se originaron las “imágenes de Cristo”; y sobre
todo los nimbos, o aureolas que rodean sus cabezas.

Los mártires, ya fueran reales o imaginarios, ahora eran honrados en lugar de los héroes
paganos. El día de su martirio se celebraba como su cumpleaños, y estas celebraciones se
realizaban de la misma manera que los paganos celebraban los días festivos de sus héroes. “Las
fiestas en honor de los mártires fueron instituidas, o al menos conducidas, a una escala suntuosa,

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en rivalidad con los banquetes que formaban una parte tan importante y atractiva del ceremonial
pagano. Además de los primeros Agapae, que daban lugar a la Eucaristía más solemne, había otros
tipos de banquetes, en matrimonios y funerales, llamados también Agapae”…

Estas fiestas se celebraban en los sepulcros de los mártires o en las iglesias, y el día
comenzaba con himnos. Las historias o fábulas de sus vidas y martirios fueron dadas; y los elogios
fueron pronunciados. “El día terminó con un banquete abierto, en el que todos los adoradores fueron
invitados a participar. Los paganos ricos habían estado acostumbrados a propiciar las “crines” de
sus amigos difuntos por medio de estos costosos festivales; el banquete era casi una parte integral
de la ceremonia religiosa pagana. La costumbre pasó a la iglesia; y con el sentimiento pagano, la
fiesta asumió un carácter pagano de alegría y emoción alegre, e incluso de lujo. En algunos lugares
la confluencia de adoradores era tan grande que, como en las religiones más antiguas y más
modernas de Asia, el barrio de las iglesias más célebres de los mártires se convirtió en un mercado
para el comercio, y las ferias se establecieron en esos días festivos”.

“Al llegar la noche, los pensamientos solemnes y religiosos dieron paso a otras emociones;
el vino fluyó libremente y la salud de los mártires se empeñó, no con poca frecuencia, en completar
la embriaguez. Todos los lujos del banquete romano fueron introducidos imperceptiblemente. Se
admitían danzas, se exhibían espectáculos pantomímicos, las fiestas se prolongaban hasta altas
horas de la noche, o hasta la medianoche, de modo que otras irregularidades criminales profanaban,
si no el edificio sagrado, su vecindario inmediato. Los obispos habían sancionado durante algún
tiempo estas piadosas hilaridades con su presencia; habían participado libremente de los
banquetes”. Henry H. Milman, Identificación, párrafos 15, 16.

Tan perfectamente se duplicaron las prácticas paganas en estas fiestas de los mártires, que
los católicos fueron acusados de practicar ritos paganos, con la única diferencia de que lo hicieron
aparte de los paganos. Este cargo fue hecho a Agustín: “Has sustituido a tus Agapae por los
sacrificios de los paganos; por sus ídolos, tus mártires, a quienes sirves con los mismos honores.
Apaciguáis las sombras de los muertos con vinos y fiestas; celebráis las solemnes fiestas de los
gentiles, sus calendas y sus solsticios; y en cuanto a sus modales, los que habéis retenido sin
alteración alguna. Nada os distingue de los paganos excepto que mantenéis vuestras asambleas
aparte de ellos”. John W. Draper, Intellectual Development of Europe”, Volumen 1, capítulo 10,
párrafo 5) Y la única defensa que pudo hacer Agustín fue un esfuerzo casuístico torpe para mostrar
una distinción en la naturaleza de las dos formas de adoración.

En el entierro de sus muertos, continuaron con la práctica pagana de poner un trozo de dinero
en la boca del cadáver, con lo cual el difunto debía pagar los cargos de Caronte por transportarlo
por el río Estigia. Henry H. Milman, Historia del cristianismo”, libro IV, capítulo 2, párrafo 13.

Otra fuente más prolífica de corrupción general fue la asunción de la autoridad de la iglesia
para regular, y que, por ley, toda la cuestión de la relación matrimonial, tanto en la iglesia como en
el Estado. “La primera agresión que la Iglesia hizo al Estado, fue asumir el conocimiento sobre todas
las cuestiones y causas relacionadas con el matrimonio”. Henry H. Milman, Identificación, libro
IV, capítulo 1, párrafo 58.

Entre los clérigos, intentó imponer el celibato, es decir, prohibir el matrimonio por completo.
El monacato había surgido a un delirio perfecto del renombre; y un rasgo característico del
monasticismo en todas sus formas es una aversión morbosa a la sociedad femenina, y un desprecio
rudo de la vida casada. Entre las reglas de Basil está la prohibición de hablar con una mujer, tocar
una, o incluso mirar a una, excepto en casos inevitables”. Philip Schaff, History of the Christian
Church, Volumen III, Sección XXXII, párrafo 15. Como el monacato era tan universal y tan
extremadamente popular entre todas las clases de la altura de la dignidad imperial a las
profundidades de la degradación monacal en sí misma, llegó a ser necesario que el clero imitara a
los monjes para mantener renombre con la gente. Y como el monacato es sólo una ostentosa
muestra de justicia propia, el desprecio de la vida matrimonial era la manera más fácil para el clero
de anunciar en voz alta su imitación de la virtud monacal.

En su arrogancia, algunos de los monjes alcanzaron tal “preeminencia” de “virtud” que podían
vivir promiscuamente con mujeres, o como Jerónimo, escribir “cartas a una virgen” que no eran aptas
para ser escritas a una ramera. La primera clase, en opinión de un admirador, “quitó la preeminencia
de todas las demás”.

El primer decreto emitido, a saber, que por el Papa Siricius, 385 DC, ordenó al clero casado
separarse de sus esposas, bajo sentencia de expulsión del orden clerical sobre todos los que se
atrevieran a ofrecer resistencia; sin embargo, prometía el perdón para los que habían ofendido por
ignorancia, y les permitía conservar sus posiciones, siempre y cuando observaran la completa
separación de sus esposas; aunque aun así, en ese entonces, se les mantendría siempre incapaces
de ser promovidos. El clero, al ver que el Papa le prohibía casarse, y al ver que era necesario, para

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mantener su popularidad, imitar a los monjes, practicaba este peculiar tipo de “virtud” monacal. “Los
empleados, que deben instruir y sobrecoger a las mujeres con un comportamiento grave y sereno,
primero besan sus cabezas y luego extienden sus manos, por así decirlo, para bendecirlas, y reciben
astutamente un pago por su saludo. Mientras tanto, las mujeres, eufóricas de sentirse así cortejadas
por el clero, prefieren la libertad de la viudez al sometimiento al estado de matrimonio''. Jerónimo de
Belén citado por Archibald Bower, History of the Popes, Damasus, párrafo 12.

Como estas asociaciones difieren de las del verdadero matrimonio “sólo en ausencia de la
ceremonia matrimonial”, no es raro que los hombres sean admitidos en las “órdenes sagradas”
“debido a las oportunidades superiores que la clerecía les ofrece de tener relaciones sexuales
impropias con mujeres”. Esta práctica se volvió tan escandalosa que en el año 370 DC Valentín
promulgó una ley “que denunciaba el castigo severo a los eclesiásticos que visitaban las casas de
las viudas y vírgenes”. Henry H. Milman, History of the Christian Church, Volumen III, Sección
I, párrafo 8.

De nuevo: de acuerdo con el resto de la legislación teocrática de Constantino y los obispos,


los preceptos de la Escritura en relación con el matrimonio y el divorcio fueron adoptados, con fuertes
penas, como las leyes del imperio. Como la iglesia había asumido “conocimiento sobre todas las
cuestiones relacionadas con el matrimonio”, se dedujo que el matrimonio no celebrado por la iglesia
era considerado como algo poco mejor que una conexión ilícita. Sin embargo, las bodas de la iglesia
se celebraban a la manera pagana. Se cantaban himnos sueltos a Venus, y “la novia era llevada por
hombres borrachos a la casa de su marido entre coros de rameras danzantes con gaitas, flautas y
canciones de licencia ofensiva”. Y cuando el matrimonio fue así celebrado, e incluso consumado, el
vínculo matrimonial se mantuvo tan flojo que ascendía a muy poco; pues “los hombres cambiaban a
sus esposas tan rápido como sus vestidos, y las cámaras matrimoniales se establecían tan
fácilmente como las cabinas en un mercado”. Henry H. Milman, Historia del cristianismo”, libro
IV, capítulo 1, párrafo 58.

Por supuesto que hubo contra todos estos males, leyes abundantes con penas terribles,
como en los días de los Césares. Y también como en aquellos días, las leyes eran totalmente
impotentes; no sólo por la misma gran razón que entonces existía, que la iniquidad era tan prevalente
que no había nadie para hacer cumplir las leyes; sino por una razón adicional que ahora existía; es
decir, ‘los obispos eran los intérpretes del código', y para entonces, a través de las interminables y
desgarradoras distinciones hechas contra las herejías, los obispos habían afilado tanto sus poderes
de interpretación que podían fácilmente evadir la fuerza de cualquier ley, bíblica, canónica o
estatutaria, que se pudiera producir.

Todavía hay otro elemento de la corrupción general que hay que tener en cuenta. Como
hemos visto, los medios empleados por Constantino para establecer la religión y la iglesia católica,
y para hacer que la religión predominante, fueron tales que sólo ganaron a los hipócritas. Esto ya
era bastante malo en sí mismo, pero la hipocresía era voluntaria; pero cuando por medio de sus
leyes dominicales, y por el ministerio de Teodosio, la iglesia recibió el control del poder civil para
obligar a todos, sin distinción, que no eran católicos, a actuar como si lo fueran, la hipocresía se hizo
obligatoria; y toda persona que no fuera miembro voluntario de la iglesia fue obligada a ser un
hipócrita o un rebelde. Además de esto, aquellos que eran de la iglesia en verdad, a través de la
sucesión interminable de controversias y concilios eclesiásticos, estaban estableciendo, cambiando
y reestableciendo la fe para siempre. Y como a todos se les pidió que cambiaran o revisaran su fe
según lo decretado por los concilios, toda integridad moral y espiritual fue destruida. La hipocresía
se convirtió en un hábito, el disimulo y el fraude en una necesidad de la vida; y la fibra moral de los
hombres y de la sociedad fue viciada [comprobará usted mismo que la religión católica nunca ha
sido muy amiga de los ideales democráticos, ni del respeto a la libertad de creencia o de no creencia,
pues siempre ha simpatizado con los regímenes absolutistas como las monarquías… bueno el
papado es una de ellas, o con el fascismo, su estilo de gobierno que es el segundo preferido].

En el orden de cosas entonces existente era imposible que fuera de otra manera. La fe
correcta es esencial para la moral correcta. La pureza de la fe es esencial para la pureza del corazón
y de la vida. Pero allí la fe era errónea y totalmente corrupta, y nada más que la corrupción podía
seguir. Más que esto, la fe era esencialmente pagana, y mucho más culpable que la pagana original;
porque se profesaba bajo el nombre de cristianismo y evangelio, y porque era en sí misma una
corrupción vergonzosa de la verdadera fe del evangelio. Como la fe del pueblo era esencialmente
pagana, o peor aún, la moralidad del pueblo no podía ser otra cosa. Y así fue, de hecho.

“Hay amplia evidencia para mostrar cuán grande había sido la reacción de la simple
autenticidad de la creencia cristiana primitiva, y cómo casi el mundo cristiano generalmente se había
asociado, en pensamiento y temperamento, por no decir en la práctica supersticiosa, con el pagano.
No debemos cerrar los ojos ante el hecho de que gran parte del éxito aparente de la nueva religión
había sido obtenido por su adaptación real a los caminos y sentimientos de la vieja. Era natural que

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así fuera. Una vez dejados de lado, de la duda, del disgusto o de cualquier otro sentimiento, los
dogmas especiales del Evangelio, ...y los hombres se volverán naturalmente al compromiso, al
eclecticismo, al universalismo, a la indiferencia, a la incredulidad...”

“Si los grandes doctores cristianos hubieran salido de las escuelas de los paganos, la pérdida
no habría sido totalmente no correspondida; tan complacientemente incluso los doctores cristianos
se habrían entregado de nuevo a las fascinaciones de las especulaciones paganas; tan fatalmente,
en su nombre, habrían atenuado el dogma cristiano, y reconocido la verdad fundamental y la
suficiencia de la ciencia falsamente llamada así”.

“El evangelio que encontramos fue casi consumido en el corazón de la sociedad cristiana. No
hablo ahora del orgullo de las pretensiones espirituales, de la corrupción de su política secular, de
sus extravagancias ascéticas, de sus falacias místicas; de su vacío en la predicación, o de su laxitud
en la práctica; de su adoración a los santos, que fue un renacimiento de la adoración a los héroes;
de su adicción a lo sensual en el servicio exterior, que fue un renacimiento de la idolatría. Pero señalo
el hecho, menos observado por los historiadores de nuestra iglesia, del defecto absoluto de todo el
cristianismo distintivo en las expresiones de hombres de la más alta estima como cristianos, hombres
de supuesta sabiduría, sentimiento y devoción”.

“Mirad, por ejemplo, los restos que poseemos del cristiano Boecio, un hombre que sabemos
que ha sido un cristiano y eclesiástico profeso, excelente en la acción, firme en el sufrimiento, pero
en cuyos escritos, en los que aspira a poner ante nosotros los verdaderos fundamentos de la
consolación espiritual en los que se apoyó en la hora de su prueba, y en los que quiere que
descansen sus semejantes, no hay rastro alguno de cristianismo, nada más que de un naturalismo
puro y desordenado”.

“Este marcado declive de la creencia cristiana


distintiva fue acompañado de un marcado declive de la
moralidad cristiana. El paganismo reafirmó su imperio sobre
los afectos carnales del hombre natural. Las imágenes de la
maldad abundante en los lugares altos y bajos de la tierra, que
nos son presentadas por los testigos de la peor degradación
pagana, son repetidas, en colores no menos fuertes, en líneas
no menos horribles, por los observadores de la iniquidad
burda e imprudente del llamado período cristiano que tenemos
ante nosotros. Se hace evidente que, así como la gran masa
de los descuidados e indiferentes han asumido, con el
establecimiento de la iglesia cristiana en autoridad y honor, la
vestimenta exterior y la profesión de los creyentes cristianos,
así también, con la declinación de la creencia, la corrupción
de la iglesia visible, las mismas masas, indiferentes e
irreligiosas como en el pasado, han rechazado las
restricciones morales que su profesión debería haberles
impuesto”. Charles Merivale, Conversión de las Naciones
del Norte, lección IV, párrafos 10, 12, 13.

En resumen, las mismas corrupciones que habían


caracterizado a la antigua Roma se reprodujeron en la Roma
del Siglo V DC. “El rigor primitivo de la disciplina y los modales
fue completamente descuidado y olvidado por los
eclesiásticos de Roma. El lujo más exorbitante, con todos los
vicios que lo acompañan, fue introducido entre ellos, y las
artes más escandalosas y anticristianas de adquirir riquezas
universalmente practicadas. Parecen haber rivalizado en
disturbios viviendo las más grandes epopeyas de la Roma
pagana cuando el lujo estaba allí en el más alto nivel. Porque
Jerónimo, que fue testigo presencial de lo que escribió,
reprocha al clero romano los mismos excesos que el poeta
Juvenal censuró tan severamente en la nobleza romana bajo
el reinado de Domiciano”… Y ahora todos los males
engendrados en esa intriga malvada que unía al Estado con
un cristianismo profesado, se precipitaron sobre el imperio
condenado a su ruina final y total. “Los placeres criminales y
frívolos de una civilización decrépita no dejaron de pensar en
los deberes absorbentes del día ni en los temibles juicios del
día siguiente. La lujuria desenfrenada y la indecencia
desvergonzada no admitieron santidad en el vínculo matrimonial. Los ricos y poderosos
establecieron harenes, en los recovecos de los cuales sus esposas permanecieron, olvidadas,

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descuidadas y despreciadas. El banquete, el teatro y el circo agotaron la poca fuerza y energía que
dejaron los excesos domésticos. Los pobres apedrearon los vicios de la rica y horrible depravación
reinó suprema, e invitaron a la venganza del cielo”. History of Sacerdotal Celibacy, capítulo 5.
Párrafo 20.)

Las supersticiones paganas, los engaños paganos y los vicios paganos, que habían sido
introducidos en la iglesia por la apostasía, y vestidos con una forma de piedad, habían obrado tal
corrupción que la sociedad de la que formaba parte ya no podía existir. De ella no puede salir más
bien, y debe ser barrida. “El progreso incontrolable de la avaricia, la prodigalidad, la voluptuosidad,
el teatro, la intemperancia, la lascivia; en resumen, de todos los vicios paganos, que el cristianismo
había venido a erradicar, todavía llevaba al Imperio Romano y al pueblo con rápidos pasos hacia la
disolución, y lo entregaba por fin a las manos de los bárbaros groseros, pero simples y moralmente
vigorosos”. Philip Schaff, History of the Christian Church, Volumen III, Sección XXIII, párrafo 2.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 572-587

7.3.3. La inevitable caída

Cuando mencionamos casi al inicio de este tratado que las trompetas son un castigo a la
condición espiritual decadente de la iglesia “cristiana” de la Roma imperial, así como a la sociedad
“cristiana” de la Europa de la Edades Media y Moderna, tal vez a usted le haya parecido una injusta
atribución. Tal vez ahora ya no le parezca tanto. La imagen de la iglesia de los primeros siglos que
la gente en general tiene es la de la iglesia de las catacumbas. Esa apenas llegó hasta el Siglo II DC
y hasta del Siglo III DC mientras se mantuvo la persecución. Cuando esta cesó, y la iglesia se
introdujo sin cadenas en el palacio de los césares todo cambió. El fin debía llegar.

Y luego vinieron esos bárbaros, rápidamente y en multitudes. Durante cien años, la nube
oscura había estado colgando amenazantemente sobre las fronteras del imperio, invadiendo
ligeramente el Oeste y rompiendo ocasionalmente el Este. Pero al final del Siglo IV DC la tempestad
estalló en toda su furia, y el diluvio fluyó ruinosamente. Dondequiera que iban estos salvajes,
llevaban fuego y matanza; y cuando se iban, dejaban desolación y ruina en su camino, y se llevaban
a multitudes de cautivos. Así fue barrido de la tierra el orgulloso imperio de Roma occidental; y lo
que Constantino y sus aduladores eclesiásticos se habían prometido el uno al otro debería ser la
salvación eterna del Estado, demostró su rápida y eterna ruina.

Era imposible que fuera de otra manera. Hemos visto la terrible profundidad de la degradación
que la Roma pagana había sufrido en los días de los Césares, pero el imperio no pereció entonces.
Había esperanza para la gente. El evangelio de Jesucristo llevado con seriedad, sencillez y en su
poder celestial, llevó a multitudes a su luz salvadora y al conocimiento de la pureza de Jesucristo.
Esta fue su salvación. Y el evangelio de Cristo, al restaurar la virtud y la integridad del individuo, “fue
la preservación del Estado Romano”.

Pero por apostasía ese evangelio había perdido su pureza y su poder en las multitudes que
lo profesaban. Ahora se usaba sólo como manto para cubrir la misma maldad pagana de antaño.
Esta “forma” de piedad practicada no sólo sin el poder, sino también desafiándolo, impregnó a las
grandes masas del pueblo, y el imperio se había convertido así en una masa enconada de
corrupción. Cuando así el único medio que el Señor mismo podía emplear para purificar al pueblo,
había sido tomado y se había hecho sólo el manto bajo el cual aumentar a más impiedad, no había
otro remedio; la destrucción debía venir.

Y llegó, por una hueste, violenta y salvaje, es cierto, pero cuyos hábitos sociales estaban tan
por encima de los del pueblo que destruyeron, que, por muy salvajes que fueran, se ruborizaron ante
las vergonzosas corrupciones que encontraron en esta llamada sociedad cristiana de Roma.

Un escritor que vivió en la época de las invasiones bárbaras, y que escribió como cristiano,
exclama: “La iglesia, que debe propiciar a Dios en todas partes, ¿qué hace sino provocarle a la ira?
¿Cuántos puede uno encontrar, aun en la iglesia, que no sean todavía borrachos, o pervertidos, o
adúlteros, o fornicarios, o ladrones, o asesinos, o similares, o todos estos a la vez, sin fin? Es incluso
una especie de santidad entre el pueblo cristiano ser menos vicioso”. “De la adoración pública de
Dios, y casi durante ella, pasan a las obras de la vergüenza. Poco rico no cometería asesinato y
fornicación. Hemos perdido todo el poder del cristianismo, y ofendemos más a Dios, porque pecamos
como cristianos. Somos peores que los bárbaros y los paganos. Si los sajones son salvajes, los
infieles, los góticos inhumanos, los ebrios alanos, los húngaros licenciosos, son, por su ignorancia,
mucho menos castigables que nosotros, que, conociendo los mandamientos de Dios, cometemos
todos estos crímenes”…

“Vosotros, romanos, cristianos y católicos, estáis defraudando a vuestros hermanos,


moliendo los rostros de los pobres, desperdiciando vuestras vidas por los espectáculos impuros y

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paganos del anfiteatro, estáis revolcándoos en la libertinaje y la inercia. Los bárbaros, por más que
sean paganos o herejes, y por más feroces que sean con nosotros, son justos y justos en su trato
con los demás. Los hombres del mismo clan, y siguiendo al mismo rey, se aman con verdadero
afecto. Las impurezas del teatro son desconocidas entre ellos. Muchas de sus tribus están libres de
la mancha de la embriaguez, y entre todas, excepto los alanos y los hunos, la castidad es la regla”.

“Ninguna de estas tribus es tan despiadada. Si tienen sus vicios, también tienen sus virtudes,
claras, agudas y bien definidas. Mientras que ustedes, mis queridos compañeros provinciales,
lamento decir que, con la excepción de unos pocos hombres santos entre ustedes, son totalmente
malos. Vuestras vidas desde la cuna hasta la tumba son un tejido de podredumbre y corrupción, y
todo esto a pesar de que tenéis las Sagradas Escrituras en vuestras manos”.

“¿En qué otra raza de hombres encontraréis males como estos que se practican entre los
romanos? ¿Dónde más hay injusticia como la nuestra? Los francos no saben nada de esta villanía.
Los hunos están libres de crímenes como estos. Ninguna de estas exacciones se practica entre los
vándalos, ninguna entre los godos. Hasta ahora los bárbaros godos no han tolerado fraudes como
estos, que ni siquiera los romanos que viven bajo el dominio gótico están llamados a soportarlos, y
por lo tanto el único deseo de todos los romanos en esas partes es que nunca sea necesario que
pasen bajo la jurisdicción romana. Con una sola voz, las órdenes inferiores de los romanos oran
para que se les permita pasar su vida, tal como es, junto con los bárbaros. Y luego nos maravillamos
de que nuestras armas no triunfen sobre las de los godos, cuando nuestros compatriotas prefieren
estar con ellos que con nosotros”. Salviano citado en Italia y sus invasores, libro I, capítulo 20,
párrafos 4, 6, 13.

“Compara a los cristianos, especialmente de Roma, con los arrianos godos y vándalos, con
el menosprecio de los romanos, que añaden a los grandes pecados de la naturaleza los refinados
vicios de la utilización, la pasión por los teatros, el libertinaje y la lascivia antinatural. Por lo tanto, el
Dios justo los ha entregado en manos de los bárbaros y los ha expuesto a los estragos de las hordas
migratorias”. Philip Schaff, History of the Christian Church, Volumen III, Sección XXIV, párrafo
2

Esta descripción, dice el mismo autor, “no es en general falsa”. Y lo confirma en sus propias
palabras con la excelente observación de que “nada más que el juicio divino de destrucción sobre
este mundo nominalmente cristiano, pero esencialmente pagano, podría abrir el camino para la
regeneración moral de la sociedad. Debe haber nuevas y frescas naciones, si la civilización cristiana,
preparada en el antiguo Imperio Romano, ha de echar raíces firmes y dar frutos maduros”…

Estas nuevas y frescas naciones vinieron, se plantaron sobre las ruinas de las viejas. De ellos
salieron los fieles cristianos de la Edad Media, y sobre ellos se rompió la luz de la Reforma. Y de
éstos, y por este medio, Dios produjo la civilización del Siglo XIX DC y la “nueva república de los
Estados Unidos de América”, de la cual debe salir una vez más en su pureza, como en el principio,
el evangelio eterno para toda nación y tribu, lengua y pueblo.
Alonzo T. Jones,
Los Grandes Imperios de la Profecía, desde Babilonia hasta la caída de Roma, 587-590

7.4. El Islam

Hace algunos años tuvimos la dicha con mi esposa de visitar Egipto y maravillarnos con las
construcciones megalíticas de la era de los faraones. Quedamos realmente impresionados por la
arquitectura egipcia pero también por otras cosas. Una de ellas fue el contacto con el Islam, pues estuvimos
también en Jordania, para visitar Petra, la capital de los nabateos. Lo primero es que cuando los guías nos
explicaban alguna cosa, en especial en Jordania, se sorprendía que supiéramos cosas sobre la Biblia, en
especial la historia de los patriarcas hasta Moisés. Se sorprendían que estos “infieles” fueran estudiosos de
su propio libro sagrado (me refiero a nuestro libro sagrado, la Santa Biblia).

Las personas con las que nos contactamos parecían tomar su religión, el Islam, con mayor interés
que el cristiano promedio y su obediencia a las normas también me parecen superiores al promedio de las
nuestras. Recordé que cuando estudiaba en Japón había visto a algunos compañeros de estudio
musulmanes dedicarse a horas específicas del día a la oración, aunque estuvieran rodeados de otras
personas. No se avergonzaban de mostrarse como personas religiosas.

Una de las anécdotas más interesantes nos ocurrió cuando íbamos en un velero por el Nilo en
dirección a un pueblo nubio, cercano a El Cairo. El joven que nos acompañaba (tendría unos veintitantos
años) estaba muy serio e intercambiaba con nosotros (solamente estábamos mi esposa y yo) lo suficiente
para cumplir con su tarea y no ser descortés. Parecía que estar con “infieles” no era demasiado agradable
para él. En el tiempo que quedó libre en el viaje en el velero le busqué conversación (todo en inglés, por
supuesto). Me dijo con algo de acritud que él era una persona que vivía su religión, le dije que nosotros
también, me señaló que él no comía animales inmundos, le dije que nosotros tampoco (aquí empecé a

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notar un cambio en su nivel de simpatía), me contó que no bebía licor ni usaba drogas, lo que también
afirmé, me dijo que daba su diezmo, le dije que nosotros también, que oraba… y así muchas cosas en la
que coincidimos (bueno… el guardaba el viernes como día sagrado y nosotros el sábado). Desde ese
momento tuvimos una charla muy interesante. Se interesó por saber qué tipo de cristianos éramos pues le
parecíamos distintos a los demás. Le pregunté si se consideraba singular en cuanto a su vida religiosa en
comparación a otros jóvenes de su edad… y me dijo que no. Me pregunto qué hubiera ocurrido si hubiera
estado en un país cristiano, de Europa, por ejemplo, y le hubiera hablado a mi guía “cristiano” sobre su vida
religiosa y la de sus pares. Estoy seguro que las respuestas habrían estado en las antípodas.

Usted se preguntará por qué le cuento esto. Pues quisiera que usted viera el Islam de una manera
diferente. Que diferenciara al musulmán de la calle de aquellos que utilizan la violencia para atacar a
occidente porque piensa diferente que ellos. El Islam me parece una religión errónea, pero muchos
musulmanes no han conocido otra versión que el Islam, y la mayoría son más fieles a ese error que los
cristianos a su supuesta verdad. En alguna oportunidad hablaré teológicamente del Islam, pero siento
respeto por las personas que lo practican, como lo tengo de los buenos católicos que no han conocido
todavía la verdad bíblica (podría repetir lo mismo para cada persona fiel a los principios religiosos por más
disímiles que sean a los míos).

7.4.1. Arabia antes de Mahoma

Los árabes son descendientes de Abraham (entre otros) a través de Agar e Ismael, así como
de los hijos de Cetura, segunda esposa de Abraham, luego de que Sara muriera. No había hasta el
tiempo de Mahoma una gran cohesión entre las muchas tribus árabes que poblaban la península y
sus alrededores. Tampoco hubo algún reino que pasara de tener influencia local, como el reino
himyarita con su cúspide entre los Siglos II AC y el Siglo III DC, aunque duró hasta el Siglo VI DC.
La existencia de algunas medianas y avanzadas ciudades, así como su interesante red de canales
en Arabia meridional no parecen suficientes para compararlo con otros reinos contemporáneos.

Hasta antes de la aparición del Islam existían en Arabia comunidades judías y cristianas,
estas últimas provenientes de Abisinia, que alguna vez (Siglo V DC) intervino militarmente para
proteger a la comunidad cristiana.

Si bien el papel que los árabes habían desempeñado en la Antigüedad había sido demasiado
marginal para atraer sobre ellos la atención directa del historiador, cuando en el Siglo VII DC se hace
obligada esta atención, nos damos cuenta de que no eran ni unos extranjeros ni unos recién
llegados. Desde hacía al menos un milenio y medio habitaban la Península Arábiga, a la que su
nombre está ligado. No hay duda de que en un pasado remoto aquella presentaba un aspecto más
alegre que en nuestros días, en que está constituida en su casi totalidad por uno de los desiertos
más impresionantes de nuestro planeta. Tal vez al principio de nuestra Era el número de oasis era
mayor y su aridez menos intensa. En líneas generales, sin embargo, Arabia era ya el país elegido
por los nómadas, camelleros de grandes recorridos bastante parecidos a los actuales beduinos, sus
descendientes más puros. De todas formas, es
preciso distinguir del conjunto del territorio, donde
sólo se podrían diferenciar los desiertos de arena
de las plataformas basálticas igualmente áridas,
algunas franjas situadas, al Norte, en las
proximidades de Siria y Mesopotamia; al Este, en
Omán, y sobre todo el Sudoeste, en Yemen,
donde los altos relieves y el contacto con el
monzón mantienen una humedad que permite una
vegetación y unos cultivos distintos a los del resto
de Arabia, excepción hecha de los oasis. Estas
tierras favorecidas se veían todavía revalorizadas
por obras de regadío, la más famosa de las cuales
es la presa de Ma'rib, en el Norte del Yemen.

Se pueden, pues, distinguir, en la sociedad


árabe de los primeros siglos de nuestra Era, varios
elementos. En el desarrollo histórico que vamos a
exponer, los nómadas no tendrán el papel
principal; no obstante, constituían la parte más
importante de la población. También había una
población agrícola en las zonas favorecidas, así como un pequeño número de ciudades agrícolas o
comerciales. El historiador del Islam tiene necesidad de conocer esta sociedad no sólo porque el
Islam nadó en Arabia, sino porque el conocimiento de la sociedad preislámica condiciona el de la
sociedad islámica en un grado mucho mayor que en otras civilizaciones. Por una aparente
contradicción, de la que deriva una especie de mística racial, así como la necesidad de conocer la
lengua y las tradiciones de la Arabia antigua para comprender los textos sagrados del Islam, los

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musulmanes no han cesado de considerar el tiempo de la “ignorancia” como la Edad de Oro del
arabismo, aquel en el que las virtudes de la raza alcanzaron un desarrollo más decisivo. Por
añadidura, la conducta de Mahoma no puede ser comprendida, tanto cuando aprueba ciertas
costumbres como cuando condena otras, sin un conocimiento de la sociedad en la que éstas estaban
en vigor.
Claude Cahen, El Islam, Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano, 3

7.4.2. Mahoma

La figura de Mahoma brilla en el inicio del Islam. Quien es considerado el profeta del Islam
inició con la hégira la era musulmana y condujo, durante pocos años, el esfuerzo militar árabe. La
figura histórica de Mahoma no ha podido ser diferenciada de las leyendas que se escriben acerca
de él, de manera que los eventos realmente históricos son pocos, pero se encuentran en cierta
contradicción con la llamada tradición, que además se modificó varias veces dentro de los dos siglos
siguientes a la muerte del profeta.

De todos los fundadores de religiones, Mahoma (Muharnrnad) es probablemente quien tiene


un perfil histórico más acentuado. Sin embargo, no podernos hablar de él con toda la precisión y
exactitud que hubiésemos deseado. Conocemos su figura especialmente a través de dos fuentes a
las que tendremos que referirnos de nuevo, pero de las que tenernos que adelantar ahora algo para
hacer comprender la naturaleza de las informaciones que nos proporcionan. La primera es el Qur’ān
(Corán), que los musulmanes consideran corno la Revelación de Dios recitada -éste es el sentido
de la palabra por su Profeta, pero que no fue puesta por escrito tal y corno nosotros la conocernos
más que después de su muerte, aparentemente con errores y lagunas y en todo caso con un orden
de capítulos (Suras) e incluso de versículos, que no puede ser el mismo en el que fueron enunciados;
la ciencia moderna se esfuerza por reconstruir un orden probable, siguiendo en ello los esfuerzos
de los más importantes doctores musulmanes clásicos. En cualquier caso, el Corán contiene las
enseñanzas del Profeta, pero nos proporciona muy pocos datos de los que podemos sacar partido
a la hora de hacer su biografía. Nuestra segunda fuente está constituida por el ḥadīṯ, la tradición; se
trata de palabras o de hechos relativos al Profeta y transmitidos por sus compañeros. Algunos ḥadīṯs
completan o interpretan las enseñanzas del Corán; otros, sobre los que se basa la biografía
tradicional del Profeta debida a lbn Ishāq, dan cuenta de los acontecimientos sobresalientes de su
vida. Pero muchos ḥadīṯs, sobre todo de la primera categoría, fueron modificados o forjados de pies
a cabeza (y los doctores musulmanes siempre lo supieron), en el ardor de las querellas político-
religiosas de los dos primeros siglos del Islam, para servir de argumentos a uno u otro de los partidos
existentes. De todas formas, la .extremada fragmentación de los ḥadīṯs que pueden ser históricos
hace casi imposible la tarea de reunirlos en un conjunto coherente. Dado lo cual, debemos admitir
que, si bien Mahoma es una figura histórica, lo que sabernos de ella está indisolublemente mezclado
con muchos rasgos que no lo son tanto. Desde un cierto punto de vista, el conocimiento de estos
rasgos tradicionales tiene tanta o más importancia que las investigaciones de la imagen histórica del
hombre, dado que el musulmán creyente siempre las ha considerado verídicas y que su forma de
comprender la figura del Profeta, aunque unas veces llegue a ofuscarnos, otras, en cambio, puede
guiarnos hacia una mejor comprensión de lo que fue y significó. Por tanto, nos consideramos
justificados, a condición de prevenir de ello honestamente al lector, al hacer un resumen de la
biografía de Mahoma que sea una especie de tira y afloja entre la realidad histórica y la ulterior visión
del creyente.
Claude Cahen, El Islam, Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano, 7, 8

Algunas informaciones históricas pueden reunirse alrededor del Mahoma, su relación con las
tribus influyentes en la Meca, su matrimonio con Kadija, una mujer viuda 15 años mayor que él, la
vida acomodada a los 25 años y la posibilidad de meditar y convertirse en el originador del Islam.

Mahoma, que nació en La Meca hacia el año 570, pertenecía a la tribu de Qurayš, pero a una
rama en decadencia. Habiendo perdido de muy joven a su padre, madre y abuelos, fue educado por
su tío Abū Tālib, junto con el hijo de éste, 'Alī. Pronto se enroló en las caravanas de mercaderes que
se dirigían hacia Siria. Condujo varias que pertenecían a una viuda acaudalada, Jadīyā, con quien
se casó [595 DC], aun a pesar de ser ella mucho mayor que él [Mahoma tenía 25 por 40 años de su
esposa]. Siempre sintió por ella un cariño profundo y mientras vivió no tomó otra esposa; le dio siete
hijos, de los cuales solamente uno vivió y tuvo descendencia, Fāṭima.

Cuando tenía aproximadamente cuarenta años, Mahoma recibió por primera vez la palabra
de Allah. Preocupado, en un principio, de ser objeto de una intervención del diablo, poco a poco se
persuadió de la autenticidad de la Revelación que Allah le había encargado transmitir a los hombres.
Hacia el año 613 DC [cuando tenía 43 años, 18 años después de su matrimonio] empezó a predicar
con frases breves, angustiadas, inflamadas, llenas del pensamiento de la cólera divina y de la
inminencia del Juicio. Encontró algunos seguidores ardientes entre sus parientes (Jadīyā y 'Alī),
entre algunos libertos de origen extranjero y entre algunos jóvenes o gente de baja condición social.
Pero en conjunto tropezó, por parte de los quraysíes, con un escepticismo despectivo y con una

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oposición basada en el temor a que Mahoma comprometiese las instituciones religiosas o
comerciales sobre las cuales basaban su poderío. La vida era penosa para la pequeña comunidad,
algunos de cuyos miembros emigraron a Etiopía. Finalmente, el año 622 DC [9 años después de
iniciar su predicación, cuando tenía ya 52 años], parece ser que Mahoma se decidió a escuchar la
llamada que le dirigían las tribus judías y árabes de Yaṯrīb, en busca de un pacificador. Su viaje a la
ciudad de éstos, que más -tarde tomaría el nuevo nombre de Madīnat (Medina, la Ciudad,
sobrentendiéndose: del Profeta), constituye la emigración, Hiŷra, Hégira, de la que los musulmanes
pronto harían el punto de partida de su nueva Era. De ahora en adelante Mahoma figura en Medina
como un pequeño jefe de Estado; las suras se hacen más largas, más consagradas a los problemas
de la vida social terrena. Es inútil seguir aquí el relato de todos los episodios, no siempre seguros y
claros, que nos aporta la Tradición. A Mahoma se le planteaba el problema de, sin olvidar su mensaje
religioso, hacer que sus compañeros de emigración (los muhāŷirūn) viviesen en buena armonía con
sus nuevos aliados de Yaṯrīb (los ansār), problema que da lugar a la serie de acuerdos que se ha
dado imprudentemente en llamar la Constitución de Medina. También se planteaba el de intentar
“lograr la unidad de fe: consideraba su Revelación como la culminación de aquella con la que Dios,
tiempo atrás, había iluminado a Moisés, y antes que a éste, a Abraham, el antepasado común de
judíos y árabes”; y es ésta la razón por la que los no musulmanes son propensos a creer que el
parentesco (a pesar de las divergencias) entre el Corán y el Antiguo Testamento es debido a las
conversaciones que Mahoma y sus amigos tuvieron con los judíos de Medina. Mahoma podía, pues,
suponer que se ganaría a los judíos medinenses; pero cuando este esfuerzo se reveló vano, actuó
contra ellos con una mezcla de diplomacia y dureza que desembocó, por la muerte o el exilio, en la
constitución de una comunidad medinense homogénea.

Por último, se le planteaba a Mahoma el problema de proveer a la vida material de esta


sociedad, de soldarla moralmente en el combate y de resistir a los quraysíes, a los que inquietaba
la constitución del núcleo hostil medinense, a la espera de poder integrarlos en el nuevo Estado. Los
episodios bélicos que la Tradición se complace en relatar con todo detalle continúan en un sentido
la vieja costumbre de las “algaras” entre tribus, pero también abren paso a lo que se convertirá en
el ŷihād, la guerra santa. Mahoma no teme, puesto que se trata de combatir al no creyente, violar
las treguas sagradas del antiguo culto de La Meca. A la larga, sin que fueran realmente vencidos,
los quraysíes comprendieron que había nacido una nueva potencia con la que se imponía negociar
si no querían correr hacia la ruina de su comercio. La tregua subsiguiente permitió a Mahoma reunir
en torno suyo un número creciente de tribus amigas y anexionarse algunos oasis, como Jaybar al
Norte y Naŷrān al Sur; los tratados de sumisión que se concluyeron con los judíos del primero y los
cristianos del segundo de ellos, servirían en cierto modo de precedente a los acuerdos con los no-
musulmanes que más tarde seguirían a las grandes conquistas árabes, aunque ya los acuerdos con
las tribus mostraban los rasgos de una organización, de una sociedad y de un Estado musulmán.
Por último, en el 630 DC Mahoma pudo entrar en La Meca: el antiguo culto fue abolido, pero los
quraysíes se sometieron y no hubo represalias. Las adhesiones, por lo menos superficiales, se
multiplicaron por toda Arabia cuando murió Mahoma, en Medina, el año 632 DC.

Nos resulta difícil hoy en día apreciar la personalidad de un hombre que por una parte ha sido
el fundador de una religión grande y nueva y que, por otra, no por eso está menos enraizado en su
tiempo. Para el musulmán clásico, él es el Profeta de Allah, el intermediario elegido para llevar a los
hombres la Revelación, pero que, a pesar de los adornos de tradiciones tardías, no es más que un
hombre ciertamente ejemplar, pero sin ningún carácter divino. Para el historiador, que ya no puede
hacer suyas las acusaciones nacidas de antiguas polémicas interconfesionales, ni puede
contentarse con pueriles explicaciones acerca de la vocación religiosa por epilepsia, Mahoma
aparece como una de esas personalidades superiores que con un ardor y una sinceridad indudables
trataron de elevar el nivel de vida moral y de pensamiento de los hombres entre los que vivió, y supo
adaptar su mensaje al carácter y a las tradiciones de estos hombres con un sentido de la
comprensión y de la organización que debía asegurar su supervivencia. La coexistencia que en él
se advierte, de altura de su inspiración y de lucha contra las dificultades humanas y las suyas
propias, no puede despertar más que la emoción y el respeto. Ciertamente, algunos aspectos de su
existencia pueden molestar de buenas a primeras a un espíritu moderno. La polémica ha insistido
reiteradamente sobre la sensualidad del Profeta y las nueve esposas que tuvo después de la muerte
de Jadīyā. Pero, además de que la mentalidad árabe no veía mal alguno en usar de la naturaleza
humana tal como Dios la había hecho, es cierto que la mayoría de estas uniones tenían un carácter
político y traían consigo la adhesión de un notable o de un clan.

Es bastante difícil separar y resumir claramente el mensaje y la obra de Mahoma tal y como
fueron progresivamente elaborados en el transcurso de los veinte años de su vida profética. El
Corán, en que se alinean las revelaciones, en nada se parece a un tratado metódico, y los
comentaristas antiguos o modernos no siempre han estado de acuerdo sobre el sentido que
convenía dar a muchos pasajes. La Revelación que el Profeta, el enviado de Dios, nos da a conocer,
es sustancialmente idéntica a aquellas de las que habían sido mensajeros los profetas anteriores,
desde Adán a Jesús, considerado como uno de ellos. El Islam, en este sentido, se sitúa, pues,
deliberadamente, en la familia de las dos grandes religiones monoteístas que le habían precedido,

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debiéndose atribuir, sin embargo, las divergencias que existen entre tradiciones similares de la Biblia
y el Corán a una alteración de sus escrituras por los judíos y los cristianos; Mahoma, no obstante,
es “el último de los profetas” no habrá más antes del fin del mundo, se ha puesto fin a la Revelación
[al menos desde la perspectiva del Islam].
Claude Cahen, El Islam, Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano, 8-11

7.4.3. La expansión musulmana

La muerte de Mahoma en el 632 DC, cuando contaba con 62 años, luego de 10 años desde
la hégira encontró al pueblo árabe ya enfocado en el Islam, y bajo el mando de Abu Beker, califa en
lugar de Mahoma, aunque por apenas unos 2 años (murió en el 634 DC), no sin haber ya saboreado
importantes conquistas para el Islam, además de crear una dinastía de califas (una especie de vicario
de Mahoma, con autoridad para conducir a la sociedad musulmana, pero sin los dotes de profeta o
intérprete de la religión mahometana) que empuñaron el sable para continuar la guerra santa.. Al
corto gobierno de Abu Beker le sucedió ‘Umar, también asociado desde tiempo con Mahoma, quien
continuó con el impulso conquistador del Islam.

Beker había estado asociado al profeta por muchos años, y era padre de dos de las nueve
esposas de Mahoma (con las que se casó después de la muerte de Kadija, ocurrida en 619 DC,
cuando ella tenía 64 años). En el término de 13 años (hasta su muerte) Mahoma se había casado
con 9 mujeres, algunas de ellas extremadamente jóvenes, lo que desdibuja la imagen espiritual del
profeta. Un asunto, la liberalidad en los placeres de la carne, que hemos apreciado en otros
“profetas” más modernos.

Los árabes musulmanes no tenían armas ni tácticas extraordinarias; el camello era un


excelente transportador de tropas, pero no servía para entrar en combate, y el “caballo árabe” era
un lujo excepcional. Su fuerza estribaba en su posición relativamente central con respecto a las
distintas fronteras que atacaban y en la disponibilidad casi permanente de sus tropas, seminómadas
o voluntarias de la fe. Su fuerza estribaba, también, en el entusiasmo religioso, extendido y reforzado
rápidamente entre aquellos que en un principio no lo experimentaron, por el botín, y no sólo por los
beneficios inusitados que procuraba, sino porque manifestaba el apoyo de Allah. Frente a ellos se
alineaban tropas pesadas, indiferentes y, en el caso del Imperio bizantino, casi únicamente
mercenarias, desmoralizadas además por las querellas intestinas y la hostilidad de las poblaciones.

En estas condiciones, la amplitud y la rapidez de las conquistas arabo-musulmanas dejan de


ser un milagro ocasional: no se habrían mantenido si lo hubiesen sido, y a imitación de otros
“imperios”, se habría derrumbado al cabo de algunas generaciones. El primer país atacado y
conquistado fue Siria, hasta Cilicia, comprendiendo, por supuesto, a Jerusalén. Los principales
hechos de armas tuvieron lugar durante las luchas por la posesión de Damasco, que había
capitulado por primera vez, sin combatir, el año 635 DC, y que fue definitivamente conquistada
después de la victoria obtenida por los árabes sobre el gran ejército bizantino enviado por el
emperador Heraclio, en las riberas del Yarmuk, afluente oriental del Jordán (junto al lago de
Tiberíades) en agosto del año 636 DC. 'Amr llevó a cabo en los meses siguientes la conquista de
Palestina y de Jerusalén, adonde vino a rezar el califa 'Umar, mientras Abū Ubayd terminaba la de
Siria propiamente dicha, y Jalid, que había llevado refuerzos enrolados en los confines de Iraq
reemprendía las hostilidades en este frente. La última plaza bizantina de Palestina, Cesarea,
sucumbió el año 640 DC [apenas 8 años después de la muerte de Mahoma].

En esta fecha hacía varios años que Iraq había sido igualmente conquistado y atacado el
Irán. Después de una serie de escaramuzas fronterizas con diversa fortuna, se obtuvo una victoria
decisiva sobre el ejército del šāh-an-šāh Yazdegerd, en Qādisiya (primavera del año 637 DC), y su
capital, Ctesifón Seléucida (que debía llamarse bajo los musulmanes Madāin, Las Ciudades) fue
conquistada, junto con un botín fabuloso, por grandes contingentes árabes a las órdenes de Sa'd
lbn abī Waqqās. Yazdegerd huyó a Irán. Desde las bases que constituyeron en Iraq, los árabes
emprendieron la penetración en el Irán (batalla de Nehawend, 642 DC). La extensión y los
autonomismos locales retardaron la conquista, pero en ningún momento llegó a organizarse una
resistencia general por lo que todo el Irán propiamente dicho estaba sometido cuando el desgraciado
Yazdegerd murió asesinado en la provincia extrema de Merw, el año 651 DC. Mientras tanto la alta
Mesopotamia había sido ocupada a partir de Siria e Iraq, y la misma Armenia era atacada.

Desde Palestina, 'Amr vigilaba a Egipto. 'Umar dudaba en autorizar la penetración en un país
al que resultaría difícil, en caso de derrota, enviar ayuda con rapidez. El ataque comenzó a finales
del año 639 DC, y sólo fue interrumpido por los períodos de las inundaciones del Nilo. Su episodio
principal fue el sitio de la ciudadela llamada Babilonia (no se confunda con la antigua ciudad del
mismo nombre, en Iraq), que controlaba el paso del río por encima del delta; la ciudadela capituló el
año 641 DC, siendo, por el nombre de su foso, «fussatun», rebautizada con el nombre de Fusṭaṭ
(hoy incorporada al área urbana de El Cairo). A partir de este momento pudo emprenderse la marcha
sobre la capital, en aquel entonces Alejandría, gobernada por Ciro (célebre en los anales árabes

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bajo el nombre enigmático de Muqauqis), sacerdote al tiempo que jefe administrativo; la ciudad
estaba desgarrada por las facciones político-religiosas, al tiempo que los bizantinos eran mal vistos
por las masas. Capituló después de la muerte de Heraclio (642 DC), y las tentativas bizantinas de
recuperarla por mar resultaron un fracaso: Expediciones árabes habían sido ya dirigidas hacia
Pentápolis (Cirenaica), al mismo tiempo que hacia el alto Egipto.
Claude Cahen, El Islam, Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano, 15-17

Los problemas de sucesión de los califas empezaban a contener episodios de violencia pues
la posición era apetecible desde todos los puntos de vista: poder, autoridad, lujo y lo que ya usted
se imagina. No es extraño que los crímenes para alcanzar el poder se sucedieran. ‘Umar (o Omar)
había sido un exitoso califa, había tomado Jerusalem, se había autodesignado “Príncipe de los
creyentes”, un título que usarían los califas en adelante, construido la mezquita del Domo de la Roca
en el terraplén del templo de Jerusalem (alrededor de la roca desde la que, supuestamente, Mahoma
había ascendido al cielo) y había iniciado el uso de la era musulmana desde la hégira, contando los
años desde el 16 de julio de 622 DC.

Su gobierno iniciado en el 634 DC culminaría con su asesinato mientras oraba en la mezquita


de Medina en el 644 DC. El crimen fue cometido por un esclavo persa, pero resulta difícil suponer
que le fuera fácil aproximarse armado al califa, menos en la mezquita. Su sucesor fue ‘Utman, quien
doce años después sería asesinado en las mismas circunstancias.

Aunque todavía fuese muy rudimentaria esta organización, aunque fuesen vacilantes las
soluciones dadas a los problemas, es evidente que de ella se derivaban, frente a la comunidad de
los tiempos del Profeta, profundas transformaciones que afectaban al estilo mismo de la vida, y que,
por tanto, daban lugar a difíciles problemas. El asesinato de 'Umar por un esclavo persa (644 DC)
tal vez no fue más que un hecho aislado, pero la crisis inevitable iba a estallar con su sucesor 'Utman.
La importancia que tienen estos acontecimientos para la subsiguiente historia musulmana, el
recuerdo siempre vivo que de ellos conserva la conciencia musulmana, nos obliga a relatarlos con
algún detenimiento.

La elección de 'Utmán, aunque no fuera un hombre sobresaliente, era natural. Musulmán de


la primera época, emparentado por matrimonio con el Profeta, pertenecía además a esa aristocracia
quraysí que, aunque en cierto momento fue relegada a un segundo plano por el éxito del Islam, no
dejó de ser la potencia económico-social dominante en La Meca y en Arabia: el profeta no había
tenido nunca intención de destruirla, sobre todo desde que se unió al Islam, y la designación de
'Utmán, en suma, podía testimoniar esta mutua reintegración.

No es posible sostener que 'Utmán no hizo nada por el Islam, puesto que fue él quien hizo
redactar la edición oficial del Corán [note que el Corán fue escrito por Mahoma antes de su muerte
en el 632 DC, pero su redacción terminó el 656 DC, 24 años después de la muerte del profeta, lo
que no garantiza que mantuviera todo lo escrito por Mahoma], hasta entonces transmitido a trozos
y a merced de la memoria de los individuos. Más tarde se le acusará, o al menos algunos lo harán,
de sustituciones o supresiones, pero nada autoriza esta sospecha, y si los modernos pueden
evidentemente lamentar que el trabajo no se hubiese hecho como nosotros lo haríamos, tampoco
se le puede censurar el haber hecho, por medio de la consulta y del trabajo en común de los mejores
compañeros, una edición que a todas luces se hacía necesaria, si se quería salvaguardar la unidad
del Islam. El texto de 'Utmán es todavía hoy el texto oficial de la comunidad musulmana.

Pero 'Utmán se encontró enfrentado a una serie de problemas que otros mejor dotados que
él probablemente no hubieran podido resolver mejor: la evolución de las costumbres, en la misma
Medina, como resultado del enriquecimiento debido a las conquistas; el reparto de los ingresos
procedentes de los impuestos entre las provincias y el Gobierno central (los árabes de los territorios
conquistados pedían que todo fuese gastado en su lugar de origen, es decir, en beneficio propio);
por último, la cuestión ligada a la precedente, del control de la gestión de los jefes semiautónomos
sobre los territorios ocupados. 'Utmán se vio obligado a revocar a algunos de ellos, como al ilustre
'Amr dueño de Egipto, y pronto llegaría a la conclusión de que la fidelidad de sus lugartenientes
alejados estaría mejor asegurada si los elegía, dentro de lo posible, entre sus parientes: eso fue lo
que hizo, por ejemplo, al enviar a Damasco, capital de Siria, a un hombre, Mu'āwiya, con quien nos
volveremos a encontrar. Pero se exponía así a la acusación de nepotismo y a un aumento de la
oposición de todos aquellos que podían, con razón o sin ella, sentirse inquietos por su carrera. Entre
sus enemigos se encontraban en Medina, Ayša [una de las hijas de Abu Beker tempranamente
casada con el profeta], la viuda aún joven del Profeta, y el primo y yerno de éste, 'Ali; en Egipto, 'Amr
y otros. Una coalición se formó entre los emisarios de unos y otros, que concluyó, sin que sea posible
separar la parte de responsabilidad, intención o azar que en ello hubo, con el asesinato, en
condiciones bastante sombrías, del viejo califa mientras rezaba (656 DC).

Impuesto por el partido victorioso al día siguiente del drama, la designación del nuevo califa,
'Ali; no podía presentarse bajo auspicios tan favorables como los precedentes. 'Ali era primo y yerno

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del Profeta y uno de los primeros musulmanes, y más tarde se subrayará que fue padre de los únicos
descendientes carnales de éste, a través de su hija Fāṭima. Nada se puede aventurar sobre lo que
hubiese pasado caso de que Mahoma hubiese tenido un hijo varón, pero en todo caso, lo cierto es
que el espíritu “legitimista” estaba muy poco desarrollado entre los árabes: el propio 'Ali, aun teniendo
quizá objeciones a hacer sobre la elección de los califas precedentes, realmente no se había
considerado superior a ellos. Lo que en este momento se valoraba en él era, sobre todo, después
del hombre valiente que había sido en su juventud, al conocedor, al garantizador de la costumbre,
sunna [colección de enseñanzas, dichos y aprobaciones], del Profeta, al que, ante todo, preconizaba
el respeto inmutable a esta costumbre, al que, en nombre de esta costumbre, había maldecido el
comportamiento de 'Utmán, al que, por tanto, había podido captar a los descontentos.
Aparentemente no había querido el asesinato de 'Utmán, pero no lo desaprobó, y conservó en torno
suyo a algunos de sus autores aun a costa de aparecer como cómplice. Y no era seguramente un
gran hombre de Estado.

Impuesto por un partido, 'Ali, a diferencia de sus predecesores, no podía ser reconocido por
todos; de donde vino la primera fitna, ruptura de la comunidad todavía hoy en el ánimo de los fieles
de Allah dolorosa e incomprensible. Por una parte, se sublevaron, apoyados por Ayša que detestaba
a 'Ali, los notables quraysíes de La Meca, Talḥa y Zubayr, que arrastraron a Baṣra en su movimiento.
Por otra parte, todos los que, según la tradición árabe, reclamaban venganza por la sangre del califa
asesinado, se agruparon en torno al gobernador de Siria, Mu’āwiya, su próximo pariente, que poseía
la ventaja de disponer de los recursos de su rica provincia y de ser un hombre político que había ya
dado muestras de ello. La primera revuelta fue aplastada fácilmente, tras la batalla llamada del
“Camello” (montado por Ayša), pero 'Ali se vio empujado a abandonar Arabia y a agrupar sus fieles
en torno al otro miṣr iraquí, Kūfa, que debía ser durante generaciones el centro de la propaganda
'Ali; así se sentaban las bases del movimiento que debía hacer de Arabia, nido del Islam, una
provincia ajena a su desarrollo y pronto recaída en su miseria.

La otra revuelta fue mucho más grave,


ya que tras el pretexto de la piedad y la
venganza existía también una concepción
divergente de la política a seguir y del papel
respectivo de Siria, Iraq y Arabia, es decir, una
querella de beneficiarios. Se entabló una
batalla el verano del año 657 DC en Siffīn, en
el Medio Éufrates, entre Siria y Mesopotamia.
Estaba aún indecisa cuando los sirios, en su
gesto que se ha hecho célebre; izaron hojas
de Corán en la punta de sus lanzas, queriendo
significar con ello, ante el escándalo de esta
lucha fratricida, que era preciso someterla al
juicio de Dios; esto es, respetando su Ley,
confiar la decisión a unos árbitros. La presión
de una gran parte de los suyos, convencidos
de estar en su justo derecho, obligó a 'Ali a
aceptar este procedimiento. Se trataba, estudiando el comportamiento de 'Utmán, de juzgar si su
asesinato podía ser admitido y si, en consecuencia, Mu’āwiya se equivocaba o tenía razón cuando
invocaba su venganza. Sin embargo, en Siffīn, algunos protestaron diciendo que era un sacrilegio
poner en mano de hombres el juicio de Dios, y que era necesario, conforme a un versículo del Corán,
continuar combatiendo a los rebeldes: mientras se esperaba la solución del litigio, estos partidarios
de 'Ali fueron llevados por la lógica de su razonamiento a aislarse de los dos partidos, y de ahí el
nombre de jāriŷíes (salientes) que les va a quedar a lo largo de su historia. De este modo se
perfilaban los tres partidos que, durante siglos, debían compartir el Islam: los sī'íes (= partidarios, se
entiende de 'Ali o de la familia), los jāriŷíes, y aquellos que, por el momento agrupados detrás de
Mu’āwiya, son en cierta medida los antepasados de los que, más tarde, se denominarán Sunníes, a
pesar de ser los partidarios de 'Ali los que se considerarán más impuestos sobre la sunna. En verdad
estos partidos evolucionaron hacia destinos imprevisibles en 657 DC, pero ·es en estos hechos
donde encontramos su origen, lo que implica la obligación para todos los curiosos de las cuestiones
islámicas de tener de todo ello un recuerdo claro. El arbitraje de Adrah, absolviendo a 'Utmán, falló
contra 'Ali, lo que trajo consigo el que las tropas de Mu’āwiya proclamasen a éste como califa (658
DC). 'Al!, antes de combatirle, consideró necesario tener que reducir a los jāriŷíes, de donde resultó
la masacre de Nahrawān, que contribuyó a su descrédito. Poco a poco iba perdiendo terreno, sin
que se pueda afirmar con seguridad si Mu’āwiya se lo habría ganado, cuando ''Ali fue asesinado
delante de la mezquita de Kūfa por un jāriŷí deseoso de vengar a sus hermanos (661 DC). Su muerte
aseguró el triunfo de la familia Omeya, de la que era jefe Mu’āwiya.

El período que se cierra el año 660 DC, con el advenimiento de lo que iba a ser una dinastía,
es el que la tradición sunní llama el de los cuatro califas “ortodoxos”, rechazando las acusaciones
contradictorias pronunciadas contra uno u otro de ellos, mientras que los sī’íes y otros se negarán,

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por el contrario, a reconocer legitimidad alguna por principio ya sea a 'Utmán, ya sea a los cuatro
sucesores de Mahoma en bloque, y en consecuencia a ninguna de las decisiones y medidas
tomadas por ellos. Para nosotros es el período en que las conquistas implican una desproporción tal
entre el nuevo y el primitivo mundo del Islam, que· una crisis de crecimiento se hacía inevitable. La
experiencia probará que, a pesar de que las conquistas momentáneamente habían perdido su ritmo,
no se trataba más que de una crisis de crecimiento, y veremos que en ningún momento los
habitantes recién sometidos intentaron aprovecharse de las discordias entre sus vencedores para
tratar de sacudirse el yugo: lo aceptaban, pues, o lo que es peor, se consideraban incapaces de
sacudírselo.
Claude Cahen, El Islam, Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano, 21-25

Las conquistas del Islam prosiguieron con la dinastía Omeya (duró 90 años) que triplicó las
dimensiones del imperio, lanzándose a la conquista del norte de África, España y el oriente. Vea el
mapa siguiente.

La revolución abasí del 750 DC terminó con la dinastía omeya (660-750 DC) e inició la
dinastía abasí que duró hasta el 1258 DC, y que redujo el campo de las conquistas del imperio.
Causó una fragmentación en califatos independientes (España quedó bajo los omeya, por ejemplo)
y redujo a finales del Siglo VIII DC el imperio a dos tercios de la dimensión que habían tenido bajo
los omeya. Esta dinastía terminó, luego de 37 califas cuando el último califa fue cruelmente
asesinado por los triunfantes mongoles dirigidos por un nieto del legendario Genghis Khan.

A esta dinastía y a otros califatos o imperios de menor tamaño como los turcos selyúcidas
convertidos al Islam, que alcanzaron su maxima expansión alrededor del 902 DC y tuvieron
significación hasta el final del Siglo XII DC (desplazados de la historia por los turcos otomanos), o
antes por el imperio de Saladino (último cuarto del Siglo XII DC) a quienes se enfrentaron los
cruzados. Los mongoles, contenidos parcialmente por los selyúcidas, crean un interludio histórico
pues debilitan al Islam hasta la aparición del imperio otomano.

Los dos o tres últimos siglos de la “Edad Media” -expresión que poco significa en cuanto al
Oriente se refiere, se ven marcados al principio por la invasión mongol. Aunque en la Historia no
haya nunca una ruptura brusca entre dos épocas consecutivas, en el caso que nos ocupa el cambio
ha sido más o menos neto según los países y los aspectos de la vida humana. No cabe duda de que
fue fuerte, brusco, mucho más de lo que lo había sido cuando la conquista turca. Toda la estructura
del Próximo y del Medio Oriente fue trastornada, tanto en las regiones que resistieron al invasor

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como en los que fueron sometidos por él. Pero no todo se debe de inmediato a los efectos de esta
conquista. Otros hechos exteriores intervinieron todavía para hacer más duradero el giro en la
historia musulmana: en primer lugar, el crecimiento de la Europa Occidental y el declive y la muerte
del Imperio bizantino, que iba a ser reemplazado por el Imperio otomano; ya antes de haber
culminado la formación de este último, los Grandes Descubrimientos habían consagrado la ruina del
sistema económico sobre el que había vivido la Edad Media-mediterránea e iniciado la decadencia
de su civilización.

Ya vimos con qué facilidad el mundo musulmán se había ofrecido como presa a los mongoles.
Y es que, a diferencia de los turcos, a medias islamizados, a medias conocidos, antes de haber
establecido su poderío, los mongoles eran unos desconocidos, unos bárbaros absolutos a los ojos
tanto de los musulmanes como de los cristianos de Oriente. Ciertamente entre estos últimos, algunos
se hicieron sus servidores, sus introductores, y algunos historiadores modernos, con una nostalgia
fuera de lugar, reprocharon a Europa el no haber sabido aprovecharse de la oportunidad que
entonces se le ofrecía de aplastar al Islam, olvidando que las matanzas de cristianos en Europa
oriental por los mongoles no fueron, en absoluto, menores a las matanzas de musulmanes en Asia.
Al margen de los Estados mongoles, los musulmanes no perdonaron a quienes, vecinos o súbditos,
se hicieron cómplices del pueblo por cuya causa el Islam, y con él su civilización, estuvieron a punto
de ser aniquilados: la semi-coexistencia establecida con los francos de Siria fue reemplazada por
una decidida voluntad de arrojarlos al mar; sus aliados armenios de Cilicia, que no contaban con un
posible refugio, fueron poco a poco exterminados, y los cristianos indígenas, tenidos por
sospechosos, fueron a partir de entonces, rebajados, así como, y por otras razones, los judíos. Lo
cierto es que el endurecimiento confesional que entonces se produce es común a todas las naciones,
no teniendo nada que reprochar al Islam la Europa de la Inquisición; el engrandecimiento de Europa,
después del debilitamiento mongol, perpetuará en Oriente la desconfianza hacia los correligionarios
de los italianos, catalanes, provenzales, desde entonces dueños del Mediterráneo. Pero ya veremos
cómo el régimen mongol, a su manera, provocará el declive de las comunidades no musulmanas. A
fines de la Edad Media, y dejando naturalmente aparte los territorios europeos del Imperio otomano,
las religiones no musulmanas habían desaparecido o, por lo menos, ya no jugaban más que un
mínimo papel.

La frontera entre los mongoles y los mamelucos [califato independiente con sede en el Cairo
formado por una dinastía mameluca, 1250-1517 DC] se estableció definitivamente entre Siria y
Mesopotamia, quedando Asia Menor, en ciertos momentos, como zona de influencia mongol; la
frontera mameluca poco a poco será desplazada hacia el Nordeste, pero sin modificar
sustancialmente la nueva división del mundo. Irán, con los territorios sobre los que extendía su
influencia, y el Estado sirio-egipcio formaron a partir de entonces dos entidades absolutamente
distintas, no siendo ya la Mesopotamia árabe, sometida a los mongoles de Irán, más que una
extensión de tierra arruinada. Así terminaba la evolución comenzada mucho tiempo atrás, que
polarizó al mundo musulmán oriental en torno, por un lado, de las metrópolis del noroeste iraní, y,
por otro, de Siria y más tarde de El Cairo.
Claude Cahen,
El Islam, Desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio Otomano, 303, 304

7.4.4. El Imperio Otomano

El crecimiento del Islam fue detenido, como hemos apreciado, por los mongoles, pero pronto
el Islam se recompondría hasta penetrar mediante el imperio otomano firmemente en Europa y
conseguir luego lo que nadie había logrado: tomar Constantinopla y decretar el fin del Imperio
Romano de Oriente, casi un milenio después de la caída de su homónimo occidental. Aunque la
caída del imperio bizantino ya estaba más que anunciada por su debilidad frente a los turcos por
más de 150 años, su caída tuvo una gran significación para Europa y el mundo “cristiano”, como
hemos visto en el estudio de las dos últimas trompetas. El desarrollo del imperio otomano que surgió
a finales de la Edad Media llegaría hasta la época postmoderna, aunque ya debilitado y restringido
a un rol mucho menor en el concierto de las potencias europeas hasta su transformación en la
república de Turquía en 1923 DC.

La conquista de Constantinopla por Mehmet II, y la destrucción final del Imperio bizantino en
1453 DC, no fueron tanto el presagio estremecedor de una nueva era histórica como la culminación
de un siglo y medio de expansión otomana casi continua por los territorios bizantinos e islámicos, y
más allá de ambos, por Asia y Europa. Cuando el fundador de la dinastía, Osman I (1300-1324 DC),
tomó el mando de los otomanos, sus dominios estaban enteramente comprendidos en la provincia
bizantina de Bitinia, al noroeste de Anatolia, y constaban sólo de las tierras limitadas por Eskisehir y
los valles de Nicea y Bursa. El Estado otomano era el más pequeño e insignificante de los
principados turcomanos que habían surgido de las ruinas de los imperios de Bizancio y de los
selyúcidas de Rūm en la mayor parte de Anatolia. Sin embargo, de entre ellos sólo el de los
otomanos emergía triunfante a mitad del Siglo XV DC. Bizancio había desaparecido, y en la Anatolia
Oriental únicamente el principado turcomano de Karaman, que gobernaba los territorios de Konya y

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Cilicia, y el reino bizantino de Trebisonda, que se extendía sobre la costa nororiental de Anatolia,
sobrevivían frente al dominio de Mehmet II, y aun así su supervivencia iba a ser de corta duración.
¿Cómo se creó tan rápidamente tal imperio? ¿Qué es lo que capacitó a los otomanos para hacerse
con el poder y crear un imperio en Asia y Europa que había de durar seis siglos? ¿Qué bases legó
Mehmet II a sus sucesores, para después de 1453 DC?
Gustave E. von Grunebaum,
El Islam, Desde la Caída de Constantinopla hasta nuestros días, 15

El imperio inicia su marcha con Osman (‘Uthman en turco, de donde vine el término de turcos
otomanos), en ese entonces restringido a Bitinia, una porción relativamente pequeña de la Turquía
actual. Para crear su imperio Osman I debió enfrentar a otras etnias turcas con las que convivían en
el Asia Menor un proceso que como veremos tuvo sus idas y venidas y que duró más de un siglo y
que obligó a los otomanos a tener siempre un frente interno además de su frente externo,
fundamentalmente europeo.

El propio Osman [I, 1258-1326 DC] se extendió ampliamente en el interior de Bitinia,


desbaratando los organizados esfuerzos que el ejército bizantino realizaba en contra suya y
enviando al tiempo expediciones que llegaron hasta Bursa, centro comercial y político de la provincia.
En este momento los otomanos constituían un principado fronterizo… más que un Estado. Osman
no dirigía un ejército sino un conjunto de nómadas turcomanos, todavía organizados en tribus, que
habían participado en el movimiento de los gazi [triunfador, combatiente de la fe], en nombre de la
fe, contra los infieles que les rodeaban, y que aceptaban la jefatura de Osman sólo para tal fin Las
funciones regulares del Gobierno eran desempeñadas por las tribus y clanes de acuerdo con sus
tradiciones y maneras propias. La única cosa que vino a diferenciar a Osman de los otros caudillos
gazi turcomanos fueron sus singulares proezas militares y el buen éxito que alcanzó sobre los
bizantinos, lo cual llevó a su señor selyúcida a reconocerle formalmente como bey, o señor
capacitado para ejercitar autoridad política efectiva dentro de un área definida, en este caso la marca
nororiental de la Anatolia bizantina. Fue este triunfo inicial, seguido por el reconocimiento selyúcida
lo que permitió a Osman iniciar el proceso por el cual su dominio se convertiría en un principado
…en su sentido más amplio. Como resultado, la fama que colocaba a los otomanos a la cabeza de
la oposición contra el infiel se difundió no sólo por Anatolia sino por una gran parte del mundo
islámico, atrayendo así los servicios de miles de nómadas, artesanos y otros individuos y fijando las
bases de triunfos ulteriores. En esta época parece que los bizantinos reconocieron a los otomanos
como su más peligroso vecino en Anatolia, como testifican los esfuerzos del emperador para
provocar en los Iljanes un ataque directo contra ellos. Al fracasar los Iljanes en su intento de
establecer un control sobre la porción occidental del Imperio selyúcida, los otomanos quedaron lo
suficientemente libres como para avanzar a expensas de Bizancio, mientras que los principados
turcomanos más orientales de Anatolia se veían en la necesidad de suministrar a sus amos
mongoles hombres y dinero como tributo. Los correspondientes ataques bizantinos a los otomanos
fracasaron y los enrolamientos de mercenarios alanos y catalanes, contratados con la esperanza de
obtener éxito en su lucha contra los turcos, causaron más daño a las tierras del emperador que a
los territorios bajo el control de Osman. Sin embargo, todavía en este momento parecía posible que
otro principado de Anatolia occidental sacara mayor provecho de la debilidad bizantina. Las
devastaciones de los catalanes permitieron a Mehmet Bey, señor del principado turcomano de Aydin,
conquistar Birgi (Pyrgion) en 1308 DC y extender su poderío hasta Izmir (Esmirna), haciendo así de
su Estado la fuerza más poderosa de la Anatolia sudoccidental. Por el Norte el principado de Karesi
entró también en escena al apoderarse de Manisa (Magnesia) y ocupar la mayor parte del territorio
entre Aydin y los otomanos. Osman reaccionó y logró nuevas conquistas en el Norte y Este, en las
cercanías de Iznik (Nicea) e Izmit (Nicomedia) después de 1301 DC, pero, careciendo del material
bélico adecuado, no pudo tomar tales ciudades, y tampoco pudo marchar en contra de sus cada vez
más poderosos vecinos turcomanos, en el Sur.

Los otomanos no conseguirían suficiente poder como para eliminar a sus enemigos
inmediatos y establecer un verdadero estado hasta el gobierno del hijo y sucesor de Osman, Orhan
(1324-1360 DC). La clave de su reinado fue la conquista de Bursa al comienzo de éste. Bursa no
sólo fue para los otomanos su primera capital verdadera. La maquinaria administrativa establecida
por los bizantinos proporcionó a Orhan los útiles necesarios para crear los rudimentos de la
administración otomana: leyes y fronteras en Bitinia. Su papel de centro comercial permitió a los
otomanos reunir un tesoro suficiente para financiar el nuevo estado y también crear un ejército
disciplinado y organizado. Orhan inauguró una política militar que fue continuada por sus sucesores
durante el resto del siglo: la de enrolar mercenarios cristianos para disminuir la dependencia
otomana de los nómadas turcomanos y conseguir fuerzas de combate capaces de enfrentarse a las
necesidades de una campaña organizada. Estos mercenarios fueron organizados en yaya, unidades
de infantería pagadas con salario y botín, mientras que aquellos nómadas que permanecieron al
servicio otomano fueron colocados, bajo una disciplina más formal, en un sistema de caballería con
el nombre de müsellems. Con la conquista de Bursa las únicas ciudades importantes que le
quedaban a Bizancio en Anatolia noroccidental eran Iznik, Izmit y Üsküdar (Escutari), las cuales tomó
Orhan con relativa facilidad entre 1331 y 1338 DC, después de aniquilar el esfuerzo que hicieron los

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bizantinos en la batalla de Maltepe (Pelecanon) en 1329 DC. Esto permitió al gran viajero árabe Ibn
Baṭṭuṭa, que pasó por Anatolia en el invierno de 1331-32 DC, decir de Orhan: “Este sultán es el más
grande de los reyes de los turcomanos, y el que más abunda en riqueza, tierras y fuerzas militares”.
Orhan se enfrentó a continuación con los turcomanos, sus mayores enemigos en el Sudoeste. En
1345 DC se valió de las luchas internas en el principado de Karesi para anexionárselo, consiguiendo
así el entero control del área entre el golfo de Edremit y Kapi Dag (Zyzicus), y colocándose en una
posición sobre el Mar de Mármara desde la cual pudo intervenir en el monopolio que hasta entonces
había tenido Aydin en el suministro de tropas a las facciones bizantinas opuestas de Tracia y de
Constantinopla. Hasta aquella fecha Aydin había estado suministrando mercenarios a Juan
Cantacuceno en su lucha por apoderarse del trono bizantino, pero a partir del comienzo de 1346 DC
esta misión fue asumida por Orhan, llevando fuerzas otomanas a Europa por primera vez y dándoles
una oportunidad directa de ver las posibilidades de expansión en el continente. La muerte de Umur
Bey y el subsiguiente colapso de Aydin dejó a los otomanos el control de la Anatolia Occidental, y
en posición de penetrar en Europa aprovechando la debilidad bizantina. La posición otomana,
cabeza de los gazis musulmanes en lucha contra el infiel europeo, quedaría desde ahora asegurada.

A partir de aquí los otomanos se volverán hacia Europa. Orhan empezó a inmiscuirse
regularmente en las disputas dinásticas de los bizantinos ayudando a Juan VI Cantacuceno a quitar
el trono a Juan V Paleólogo, tomándose como recompensa el derecho a saquear el territorio
bizantino a lo largo del Egeo, en Tracia, y la mano de la hija de Cantacuceno, Teodora. Como
consecuencia, las expediciones otomanas empezaron a entrar regularmente por los Dardanelos y a
través de Gallipoli hasta Tracia, volviendo con enormes botines que no sólo fortalecieron aún más
el poder otomano en el oeste de Anatolia, sino que atrajeron a miles de personas desarraigadas que
se desplazaban hacia el Oeste a través de la península, al servicio de los otomanos.

Hasta ahora Orhan no había hecho más de cuanto Aydin y otros principales turcomanos
hicieran en el mismo área en décadas anteriores. Sus hombres servían como mercenarios en
Constantinopla, saqueaban los territorios bizantinos y volvían a casa con su botín. Pero Orhan se
dio cuenta en este momento de que la decadencia bizantina ofrecía algo más. A partir de 1354 DC
los cuerpos de expedición otomanos dirigidos por su hijo Süleyman Pasa establecieron una base
permanente en la península europea de Gallipoli, la organizaron como una base militar contra el
infiel y se negaron a abandonarla a pesar de las protestas de Cantacuceno y otros. Desde esta
avanzadilla, las bandas otomanas podían trasladarse ahora hasta los Balcanes remontando el río
Maritsa y saquear no sólo ciudades pequeñas y zonas agrícolas, sino también atacar la gran ciudad
de Andrianópolis (Edirne) y otros importantes centros bizantinos. Cantacuceno se vio pronto forzado
a abdicar, al menos parcialmente, a causa de su papel de introductor de los otomanos en Europa, y
los bizantinos y sus vecinos del Norte empezaron por fin a darse cuenta de la realidad del peligro
turco. Pero ya era demasiado tarde. Habían establecido las bases para ulteriores conquistas en
Europa y Orhan y sus sucesores habrían de sacar el máximo partido de ellas. Orhan murió en 1360
DC, poco después del establecimiento de la base otomana en Gallipoli; bajo su hijo Murad I (1360-
1389 DC) se hicieron las primeras conquistas permanentes en Europa sudoriental.

Por el momento Constantinopla era evitada, ya que por poco numerosos y débiles que fueran
sus defensores, el espesor de sus murallas y lo extenso de sus fortificaciones constituían una
empresa demasiado grande para el rudimentario ejército otomano.

La primera fase del avance de Murad se concentró en Tracia y culminó con la conquista de
la segunda ciudad de Bizancio, Adrianópolis (1361 DC), que Murad convirtió en su nueva capital, en
lugar de Bursa, dándole el nombre de Edirne y manifestando con este cambio de capital su intención
de adentrarse en Europa. Como Edirne era la capital bizantina de Tracia, su captura proporcionó a
los otomanos los instrumentos necesarios para establecer los cimientos administrativos de su
imperio europeo. Y puesto que era la fortaleza más poderosa de aquel tiempo entre Constantinopla
y el Danubio, a horcajadas sobre la vía principal de invasión hacia los Bakanes, su conquista no sólo
aseguró la posición otomana en Europa, sino que fue, además, la llave para una posterior expansión
hacia el Norte. Murad remontó a continuación el valle del Maritsa, cuya conquista fue completada
con la toma de Filippopolis (Filibe) en 1363 DC. Como la zona del Maritsa suministraba a
Constantinopla la mayor parte de su trigo e ingresos por impuestos, no le resultó difícil a Murad el
forzar a los bizantinos a aceptar su soberanía y a confirmar sus conquistas. El emperador bizantino
se comprometió a pagar tributo regularmente a los otomanos y a enviar contingentes militares para
su ejército: a gran distancia, realmente, nos encontramos de las circunstancias que rodearon la
entrada otomana inicial en territorio bizantino apenas un cuarto de siglo antes. A cambio Murad se
comprometió a suministrar a Bizancio los alimentos que necesitase y a no atacar Constantinopla
siempre y cuando sus gobernantes evitasen cualquier tipo de cooperación con los enemigos de
Murad. Sólo ahora se percataron los estados balcánicos del Norte de la inmensa amenaza que
suponía para ellos el avance otomano. Unos cuantos años antes, bajo Esteban Duşan (1331-1355
DC), el Imperio serbio reconstruido había conseguido controlar Macedonia, Albania, Tesalia y el
Epiro, y había comenzado a examinar la posibilidad de reemplazar a Bizancio en el gobierno de sus
territorios europeos. Pero en este momento, débiles en su interior tras la muerte de Duşan, y

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enfrentados repentinamente al avance otomano, los serbios se aliaron con Luis el Grande de
Hungría, con el zar Sişman de Bulgaria y con la Bosnia, en la primera de las numerosas “cruzadas”
que organizaron los europeos con la intención de expulsar de Europa a los otomanos.

Al mismo tiempo el emperador bizantino Andrónico marchó a Roma a fin de movilizar la ayuda
de Occidente. Mientras tanto, Murad derrotaba a los aliados balcánicos en Cirmen, sobre el Maritsa
(1371 DC), asegurando así su conquista de la Tracia oriental, paralizando la resistencia local,
fortaleciendo su confianza en el nuevo ejército otomano y demostrando a Europa por primera vez el
poderío militar otomano.

El primer resultado inmediato de la victoria de Murad fue el reconocimiento de la soberanía


otomana por la mayor parte de los estados supervivientes de la Europa sudoriental, comenzando
por el mismo Bizancio, que en 1372 DC volvió a aceptar su posición de vasallo. Esto inauguró y
estimuló la creación de un “imperio de vasallos” de los otomanos en Europa.

Durante el resto del Siglo XIV y gran parte del XV DC la política otomana de conquista se
centró en mantener a los gobernantes locales nativos en el poder, permitiéndoles gobernar corno
antes, de acuerdo con sus leyes y tradiciones, mientras que a cambio debían pagar tributos anuales
y suministrar contingentes militares al ejército otomano cuando éste los requiriese. Esta política
permitió a los otomanos vencer la resistencia local con la garantía de que gobernantes y pueblos, lo
mismo que sus poderes, propiedades, vidas y tradiciones serían preservadas si aceptaban el
gobierno otomano sin resistencia. Para la mayoría de los jefes balcánicos fue una positiva ventaja
el aceptar una posición de vasallaje antes de ser derrotados por el cada vez más poderoso ejército
otomano. A los otomanos el sistema de vasallaje les permitía realizar sus objetivos militares sin más
resistencia local de la necesaria y gobernar sus nuevos territorios sin necesidad de construir un
amplio sistema administrativo o mantener grandes guarniciones de ocupación. La lealtad continuada
de estos vasallos balcánicos fue asegurada, al menos por el momento, por la amenaza de que el
ejército otomano volviese y fueran objeto de destructivas expediciones por parte de los nómadas
gazis si no cumplían sus obligaciones.

Murad completó su triunfo en


Cirmen emprendiendo una campaña
bien organizada para extender su
gobierno por los territorios restantes en
la península de los Balcanes, al sur del
Danubio. El mismo Murad había dirigido
personalmente en 1368 DC una
expedición al norte de Constantinopla, a
lo largo de las costas del Mar Negro,
que culminó con la toma de Burgaz.
Esto cortó las comunicaciones
bizantinas con Europa en aquella
dirección, quedándole sólo la ruta del
Oeste a través de los Dardanelos, lo
cual les colocaba una vez más bajo
dominio otomano. El ala izquierda de la
expansión otomana estaba ahora bajo
el mando de Evrenos Bey, un converso bizantino cuyo objetivo era la conquista de Macedonia. Sus
principales oponentes aquí fueron los búlgaros, pero estaban demasiado divididos interiormente
como para ofrecer una resistencia efectiva. El más poderoso de los gobernantes búlgaros, el rey
Sişman, se alió contra Evrenos con el príncipe serbio de Macedonia, pero ambos fueron derrotados
en la batalla de Samako (1371 DC), que dio a los otomanos el control de las Puertas de Hierro al
mismo tiempo que les abría camino hacia Serbia. Los príncipes serbios intentaron entonces formar
un ejército unido que cortase el avance otomano; pero la batalla de Cirmen (1371 DC) permitió a
Evrenos evitar su ataque, cruzando las montañas de Rodope y apoderándose del resto de
Macedonia (1371-73 DC), conquista que culminó con la toma de Serez (Serrae) en el 1373 DC, y de
Tesalónica en el 1387 DC.

Estas victorias, a su vez, permitieron al ala central del ejército de Murad, conducido por Kara
Timurtaş Bey, un turcomano de Anatolia, remontar el río Tunca (Tonzus) hasta el corazón de
Bulgaria, tomando Monastir (1382 DC), Sofía (1385 DC) y Niş (1387 DC). Esto marcó un nuevo hito
en el conflicto. Las nuevas conquistas colocaron a los otomanos entre los serbios y los búlgaros y
acabaron con sus esfuerzos de unión en contra de los invasores. También colocó a los otomanos
en posición de invadir Serbia desde el Este del mismo modo que desde el Sur.

Kara Timurtaş atravesó Serbia, cruzó el Vardar y empezó la ocupar Bosnia, hecho que asustó
tanto a los príncipes de Serbia y Bosnia que dejaron a un lado sus conflictos para unirse contra los
otomanos bajo la dirección del príncipe serbio Lazar. Penetraron en Bosnia, sorprendieron y

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derrotaron a Kara Timurtaş en la batalla de Plosnik, sobre el Vardar (1388 DC), y forzaron la retirada
otomana hacia Bulgaria. Lazar utilizó este triunfo para formar una unión balcánica general contra los
otomanos. En respuesta, Lala Sahin Pasa dirigió una nueva campaña contra Bulgaria central,
tornando Sofía y Tirnova, la capital búlgara de aquel tiempo. El rey Sişman se vio obligado a aceptar
la soberanía otomana otra vez, privando así a la unión balcánica de Lazar de un importante aliado
en estos momentos críticos. Lazar avanzó, sin embargo, ganando partidarios incluso en lugares tan
alejados como Hungría y Polonia, que por primera vez empezaban a temer la amenaza otomana.
Pero en la decisiva batalla de Kossovo (1389 DC), que tuvo lugar al oeste de la Pristina, en la
Yugoslavia moderna, los otomanos derrotaron a los aliados europeos; el hijo de Murad, Bayezid,
subió al trono y aseguró la victoria tras haber sido su padre asesinado en la batalla. La victoria de
Kossovo permitió a los otomanos realizar nuevas conquistas al sur del Danubio y acabó con la última
defensa organizada en el área de los Balcanes.

Al sur del Danubio sólo Valaquia, Bosnia, Albania, Grecia y la gran fortaleza serbia de
Belgrado quedaron libres de dominio otomano, y al norte sólo los húngaros quedaban en posición
de ofrecer resistencia a los posteriores avances otomanos.

Por el momento, sin embargo, Bayezid I (1389-1402 DC) tuvo que renunciar a cualquier
esfuerzo que le permitiese aprovechar las oportunidades que Europa le ofrecía tras la victoria de
Kossovo. Es más, restableció en sus tronos a sus vasallos balcánicos, incluidos aquellos que se
habían unido a Lazar en contra suya. La razón de tal actitud era la situación en Anatolia, cada vez
más peligrosa, donde el principado turcomano de Karaman, creado sobre las ruinas de los
selyúcidas de Rūm en Cilicia, desde su capital en Konya, estaba tratando de crear un imperio capaz
de rivalizar con los otomanos en el Este. Durante el reino de Murad la rivalidad entre ambos se había
visto estimulada cuando los otomanos adquirieron nuevos territorios de Hamid y Germiyan (1381
DC), entrando con ello en contacto directo con Karaman por primera vez. Karaman había ocupado
los territorios en cuestión antes de que las fuerzas de Murad pudieran tomar posesión de ellos: una
gran expedición militar otomana, ayudada por primera vez en estas zonas por el uso de pólvora y
cañones, ayudó a Murad a rechazar a Karaman y ocupar sus nuevos territorios. Sin embargo,
mientras Murad se ocupaba de Europa, Karaman se esforzó en estimular la oposición hacia los
otomanos, tanto entre los principados turcomanos que quedaban en Anatolia como en los que ya
estaban bajo dominio otomano. Parece ser que también el príncipe Lazar estimuló estos esfuerzos
a fin de apartar a los otomanos de la unión balcánica. En consecuencia, apenas llegaron las noticias
de la muerte de Murad en Kossovo estalló una revuelta general contra los otomanos en Anatolia y
Bayezid se vio forzado a actuar para salvar la porción oriental de su imperio. En un solo año ocupó
los principados turcomanos que quedaban en Anatolia occidental -Aydin, Saruhan, Mentese, Hamid
y Germiyan,- colocándolos bajo el directo control de la administración otomana y despojándolos de
sus dinastías gobernantes. Atacó entonces a Karaman y pronto le forzó a rendirse (1391 DC).
Continuó hasta anexionarse Kastamonu, al Este, y sólo se detuvo cuando tropezó con la poderosa
resistencia del jefe turcomano de Sivas, Kadi Burhaneddin. Bayezid intentó crear un poderoso y
nuevo ejército capaz de aplastar a Sivas y completar su conquista de Anatolia, pero la llegada de
noticias amenazadoras procedentes de Europa le obligó a abandonar este plan y regresar
rápidamente al Oeste.

La situación en Europa se presentaba bastante oscura para Bayezid. Sus problemas en


Anatolia habían envalentonado a muchos de sus vasallos balcánicos, que pretendían desertar de su
señor e intentar conseguir de nuevo la independencia. Bizancio había recuperado Tesalónica y gran
parte de Macedonia. Valaquia había pactado una nueva alianza con Hungría, y con la ayuda del rey
Sişman los aliados habían establecido control no sólo sobre la orilla sur del Danubio, sino incluso
sobre Dobruca (1390-1393 DC). Sin embargo, a su vuelta, Bayezid reconquistó estas áreas con
poca dificultad. A continuación, a fin de vengar la traición de sus vasallos, conquistó toda Bulgaria
en una rápida campaña, tomando Tirnovo, la capital de Sişman, tras un breve sitio (17 de julio de
1393 DC). Marchó entonces contra los bizantinos: reconquistó Tesalónica (21 de abril de 1394 DC),
envió expediciones al interior de Morea y puso sitio a Constantinopla para conseguir su rendición y
eliminar definitivamente su amenaza de alzamiento. Mientras el bloqueo se cerraba, Bayezid envió
también expediciones al otro lado del Danubio, saqueando Valaquia y el sur de Hungría (1394 DC),
a fin de obligarlos a cejar en su oposición. Ejecutó a Sişman e impuso la administración otomana en
Bulgaria, inaugurando así su nuevo sistema de gobierno más directo que había de extenderse más
posteriormente a las otras provincias balcánicas.

Los nuevos triunfos de Bayezid estimularon lo que los llamamientos de Bizancio habían sido
incapaces de conseguir antes: una nueva cruzada europea contra el infiel, esta vez bajo la dirección
del vecino de Bayezid al norte del Danubio, el rey Segismundo de Hungría. De todas partes de
Europa llegaron caballeros atraídos por la esperanza de saquear las tierras del Islam. Alcanzado el
Danubio, los cruzados pusieron sitio a la ciudad de Nigbolu (Nicopolis}, llave para seguir avanzando
hacia el interior de Bulgaria. Pero Bayezid abandonó rápidamente el sitio de Constantinopla, marchó
hacia el Norte y derrotó a los cruzados en las cercanías de Nigbolu (25 de septiembre de 1396 DC).
Esta importante victoria no sólo aseguró a Bayezid los frutos de Kossovo, sino la fama, en el mundo

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islámico, de jefe del poder musulmán en lucha contra el infiel, de modo que los oscurecidos califas
de El Cairo se vieron obligados a reconocer a Bayezid como sultán, o cabeza civil del Islam, a pesar
de la oposición de sus propios amos, los mamelucos, que a su vez ambicionaban la Anatolia oriental.

Después de su victoria en Nigbolu, Bayezid volvió al Este para dar fin a las conquistas que
habían quedado interrumpidas con su viaje a Europa. Pronto fue capaz de aplastar a Karaman. el
último principado turcomano, tomando Konya y alcanzando el Éufrates en 1397 DC. Un año después
eliminó el estado establecido al este de Anatolia por Kadi Burhaneddin, y entró en el valle del
Éufrates tomando territorios mamelucos en el área de Malatya (Melitene) y Elbistan. El imperio
mameluco iniciaba a la sazón su fase descendente y se vio incapaz de emprender la acción en
contra del invasor. Pero el avance hacia el Este puso a Bayezid en contacto con un oponente mucho
más poderoso, Tamerlán, que ya había conquistado el Asia Central y la mayor parte del Irán y que
ahora empezaba a temer la amenaza del creciente poder otomano en su flanco occidental. Tamerlán
marchó sobre Anatolia y derrotó a los otomanos en la batalla de Ankara (1402 DC).
Gustave E. von Grunebaum,
El Islam, Desde la Caída de Constantinopla hasta nuestros días, 17-25

Parecía que una vez más los mongoles se interpondrían entre el Islam y Europa, cuando
desde el este atacaron al imperio otomano conducidos por el despiadado Tamerlán. Sólo el
desinterés mongol de continuar hacia Europa permitió luego de la derrota ante los mongoles que
unos pocos años después el imperio otomano iniciara su más grande escalada hacia Europa. La
imagen muestra a Tamerlán entrando triunfante a la alcoba del otrora invencible Bayezid.

Bayezid fue capturado por Tamerlán y murió en cautividad el mismo año de la batalla de
Ankara. Pero la dinastía otomana no fue liquidada. Que los objetivos de Tamerlán no eran en
principio la conquista, al menos en lo que a Anatolia se refiere, lo demuestra la naturaleza del
establecimiento político que hizo antes
de partir. Los príncipes turcomanos que
se habían unido a él cuando entró en
Anatolia fueron repuestos en sus
antiguos principados y éstos fueron
restablecidos, incluido el de los
otomanos en Anatolia occidental,
mientras que las posesiones otomanas
en Europa permanecieron intocadas.
Tamerlán marchó entonces para
colmar sus ambiciones originales sobre
la India, tranquilo al pensar que su
flanco occidental no volvería a ser
amenazado por un poder como el que
habían constituido los otomanos. Con
el Gobierno central otomano y el
ejército destruidos, y Anatolia dividida
en pequeños estados turcomanos,
hubiera sido posible arrojarlos de
Europa convocando una potente
cruzada. Pero Bizancio era demasiado débil, Serbia y Bulgaria estaban en una situación caótica,
Hungría y las otras potencias europeas al norte del Danubio estaban en este momento demasiado
ocupadas con sus propios asuntos como para dedicarse a otra cosa. Así que los otomanos pudieron
reconstruir algo de lo que había sido desbaratado.

La tarea no era fácil. Había por lo menos cuatro príncipes otomanos que reclamaban para sí
el derecho de gobernar los dominios de su padre. El hijo mayor de Bayezid, Süleyman Sah, tomó la
parte europea del imperio desde su capital Edirne, y la mayoría de los vasallos europeos le
reconocieron como el sultán Süleyman I, legítimo heredero de Bayezid. Pero en Anatolia este
derecho le fue disputado por sus tres hermanos más jóvenes: Celebi Mehmet, desde Amasya, en la
costa del mar Negro; Isa Bey, que se había establecido en Balikesir, en la Anatolia sudoccidental, y
Musa Bey que estableció sus cuarteles en la antigua capital otomana de Bursa. Íntimamente
envueltos en sus luchas por el poder había dos grupos políticos principales que habían surgido en
los años precedentes a 1402 DC. Primero, la antigua aristocracia turca que había dirigido las
primeras conquistas balcánicas y beneficiado de ellas en botín y en posesiones territoriales y que
ahora quería asumir la antigua tradición gazi de avanzar hacia Europa, a fin de que su poder político
y financiero se mantuviese y creciera. En un sentido más amplio estos descendientes de los antiguos
príncipes turcomanos tendían a representar la tradición islámica heredada de los selyúcidas en el
interior de la cual se había desarrollado originalmente el papel gazi otomano. Querían abandonar la
tendencia de Bayezid a incorporar maneras bizantinas al Estado y reemplazarlas con aquellas
heredadas de los abasíes a todos los niveles del Gobierno. Más específicamente pedían que la
institución de los kapikullari fuera totalmente abandonada, como contraria a la tradición islámica de

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que los musulmanes no pueden ser mantenidos en la esclavitud. Naturalmente, su verdadera razón
era la de privar al sultán de la única arma militar de que disponía para evitar su control. En posición
opuesta a la aristocracia turca estaban los cristianos y los cristianos conversos que habían florecido
bajo Bayezid, incluyendo los kapikullari y los príncipes vasallos de los Balcanes. Querían que se
continuase la política de Bayezid en todos los aspectos a fin de que ellos pudieran establecerse
como rivales de la aristocracia turca dentro del sistema otomano. Preferían acabar con las
conquistas balcánicas y concentrarse en avances hacia el Este, sobre todo por privar a sus
oponentes de fuentes de nuevo poder financiero y militar. En general, Süleyman Sah era apoyado
por el partido cristiano, mientras que los notables turcos respaldaban las ambiciones de sus
hermanos más jóvenes, pero las alianzas variaron durante los diez años de interregno otomano que
siguieron (1402-1413 DC). Al final Süleyman dirigió una expedición hacia Anatolia en un intento de
unir la parte oriental del imperio de su padre, pero fue muerto por Musa en 1411 DC, el cual asumió
el control de Rumelia y el de Bursa. Parecía que Musa sería el vencedor ahora que controlaba la
mayor parte del territorio otomano y que había conseguido apoyo de los bizantinos y de los
sucesores de Tamerlán en el Irán. Pero al final Mehmet consiguió el apoyo de la aristocracia turca
prometiéndole asumir las antiguas tradiciones gazi. También restableció las conexiones de la familia
con las órdenes religiosas y cofradías artesanas de Anatolia, y con su ayuda consiguió derrotar y
matar a Isa y a Musa (1413 DC), asumiendo así la posesión indiscutible de todo el imperio como el
sultán Mehmet I (1413-1420 DC).

Con Mehmet I y Murad II (1421-1451 DC), el Siglo XV DC conoció un nuevo período de la


expansión otomana, durante el cual se reconstruyó el imperio de Bayezid y se le añadieron nuevos
territorios. Como Mehmet había vencido gracias al apoyo de la aristocracia turca, los elementos
bizantinos que se habían introducido en las instituciones otomanas quedaron eliminados; se dio
énfasis al pasado turco de la dinastía y por primera vez se encargaron crónicas de su historia. Los
miembros de la aristocracia turca volvieron a hacerse cargo de sus antiguos estados y
desempeñaban todos los cargos importantes en el gobierno y en el ejército, dominando al sultán y
al gobierno a través de la familia de los Candarli. La infantería jenízara quedó como guardia personal
del sultán, pero se dio fin al reclutamiento y la guardia quedó en tal situación de abandono que no
podía ofrecer al sultán ayuda alguna con que resistir a aquellos que ambicionaban su control.

Con los defensores de la tradición gazi en el poder no resultaría extraño que Mehmet y Murad
reemprendieran la expansión otomana en Europa. Las áreas fronterizas del imperio fueron
oficialmente organizadas como marcas, cada una con su organización y su dirigente gazi,
establecidas con el fin de reemprender la guerra contra el infiel. Pero el gobierno de Mehmet fue
demasiado breve y se vio obligado a emplear demasiado tiempo en asegurar su posición en el
interior como para emprender alguna aventura en el extranjero. En realidad, no fue capaz de
asegurar su posición más que volviendo a instaurar el antiguo sistema de vasallaje en Bulgaria y en
Serbia y prometiendo a los príncipes vasallos que no emprendería ninguna nueva aventura europea.
Y aunque Murad II quiso reanudar las conquistas, se vio obligado a concentrarse en la resolución
de los problemas internos suscitados por el levantamiento de dos candidatos al trono que surgieron
a continuación de la muerte de su padre: su tío Mustafa Bey, conocido por Düzme Mustafa (Mustafa
el Impostor) que dirigió un gran levantamiento contra él en Europa, y su hermano Mustafa que dirigió
la revuelta en Anatolia. En este período la discusión no versaba acerca de la dirección a tomar en
las conquistas, cuestión decidida bajo Mehmet I, que nadie dudaba de lo acertado de avanzar por
Europa. Más bien las disputas eran acerca de hasta qué punto debía ser directo el control del
gobierno central sobre las provincias. Apoyaban a Düzme Mustafa los dirigentes gazi fronterizos,
pues les prometió permitirles actuar independientemente en determinar cuándo y dónde deberían
atacar al enemigo y guardar para sí mismos las ganancias de sus expediciones en lugar de
compartirlas con el sultán y la aristocracia turca que controlaban el gobierno central. Contaba
también con el respaldo del emperador bizantino y de otros vasallos cristianos en los Balcanes por
sus promesas de darles más autonomía y exigirles menos tributos si conseguía hacerse con el
imperio. Del mismo modo el hermano de Murad, Mustafa, llevó a cabo una política descentralizadora
a fin de conseguir el apoyo de los principados turcomanos que quedaban en Anatolia,
particularmente Germiyan y Karaman que ahora querían tomar el control de toda Anatolia, mientras
los otomanos estaban ocupados en Europa. De nuevo parecía que el imperio iba a ser dividido en
un número de principados, y que se acercaba un nuevo período de interregno. Pero Murad II estuvo
a la altura de la situación. Siguió en primer lugar la política de sus predecesores de dejar Anatolia a
sus enemigos mientras consolidaba su posición en Europa. Su ejército cruzó el Bósforo, atravesó
Tracia, asedió y tomó Edirne y mató a Düzme Mustafa en el mismo año de su ascensión al trono.
Comenzó entonces el primero de los grandes sitios otomanos a Constantinopla (junio de 1422 DC),
no tanto con el fin de tomarla corno el de castigar a los bizantinos por su deslealtad y advertirlos de
lo que ocurriría si lo volvían a hacer. El sitio acabó únicamente tras haber pagado el emperador un
enorme tributo que le sirvió de considerable ayuda para constituir el gran ejército que necesitaba
para reconquistar Anatolia. En 1423 DC volvió a atravesar el Bósforo, capturó y ejecutó a su hermano
Mustafa en Nicea, y se trasladó rápidamente hacia el Este, forzando a los principales turcomanos a
aceptar la soberanía otomana y abandonar sus ambiciones de conquista. Dejando a Karaman y
Candar en el Este como estados tributarios, Murad reanudó la política de Bayezid anexionándose

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los restantes, colocando a Aydin, Mentese y Teke (1424 DC) directamente bajo la administración
otomana y diseminando a sus príncipes y familias rectoras por todo el imperio. Sólo el miedo de
Murad a disgustar al sucesor de Tamerlán, Sah Rukh, dejó a los principados orientales cierta
autonomía durante medio siglo más antes de que fueran anexionados por el sucesor de Murad.

Una vez arreglados los asuntos de Anatolia, Murad pudo otra vez volverse hacia los
problemas que estaban surgiendo en Europa, especialmente en relación con Venecia y Hungría.
Hasta este momento Venecia había mantenido relaciones amistosas con los otomanos a causa de
sus amplios intereses comerciales en los dominios otomanos y en todo el área del mar Negro. Había
firmado un tratado comercial con Murad I en 1388 DC y no se había unido activamente a los
movimientos de Cruzada europeos del Siglo XIV DC ante el temor de que esto beneficiara a su rival,
Génova, que también estaba tratando de conseguir un asidero en el nuevo imperio. Pero la
expansión otomana a través de Macedonia hacia el Adriático hizo temer a Venecia que tan pronto
como el sultán pudiera construir una armada se convertiría en competidor sobre el mismo terreno en
lugar de un amigo distante. Por eso, cuando los príncipes bizantinos que poseían Salónica se
declararon incapaces de defenderla en contra de los turcos, Venecia aceptó su ofrecimiento de
hacerse cargo de la ciudad con la esperanza de convertirla en un bloque que detuviera la expansión
otomana hacia el Oeste. Murad no podía tolerar tal obstáculo a sus ambiciones, y el resultado fue la
primera guerra entre Venecia y los otomanos (1423-1430 DC). Durante algún tiempo la guerra se
mantuvo incierta. Venecia tenía que atender a conflictos internos en Italia, mientras que los
otomanos necesitaron cierto tiempo para construir una fuerza naval suficiente que pudiese competir
con los venecianos en igualdad de condiciones. Murad tenía que atender también al intento de
Hungría de establecer su supremacía sobre la Valaquia, movimiento que inauguró una serie de
conflictos húngaro-otomanos que habían de ocupar la mayor parte del resto de su gobierno.
Finalmente, su conquista de Tesalónica (1430 DC) y los cada vez más numerosos ataques navales
de los otomanos a los puertos que Venecia tenía en el Adriático y en el Egeo obligaron a ésta a
hacer la paz (1432 DC), con lo cual la República renunció a sus esfuerzos por frustrar el avance de
Murad hacia el Adriático, y como contrapartida se le permitió recuperar su posición de primera
potencia comercial en el Imperio otomano.

En este momento la política otomana de conquista se vio directamente implicada en las duras
luchas por el poder que empezaban a surgir entre la antigua aristocracia turca y los kapikullari y sus
aliados que otra vez estaban haciendo sentir su fuerza en la corte otomana. Murad había sido
ensalzado al trono por la familia de los Candarli y sus seguidores, y no tardó en sentir el poder que
éstos ejercían sobre él a causa de tales precedentes y de la adquisición de nuevos timars en las
zonas conquistadas en Europa y Anatolia. Para reforzar su poder personal, intentó consolidar el
poder de los jenízaros y de sus aliados con la esperanza de que, si los dos grupos se equilibraban,
podría manejarlos y controlarlos. Con este fin Murad distribuyó la mayor parte de sus nuevas
conquistas entre los kapikullari, a veces en forma de timars, pero más frecuentemente como fincas
en concesión (iltizam) que no sólo les proporcionaron grandes ingresos, sino que reforzaron el tesoro
lo suficiente como para mantener a los jenízaros como un cuerpo de asalariados. Además de esto
Murad desarrolló el famoso sistema del devşirme, o mecanismo que reclutaba periódicamente los
mejores jóvenes cristianos de las provincias de los Balcanes para convertirlos al Islam y para que le
prestaran servicio de por vida por un sueldo. Su número y sus ingresos crecieron rápidamente, con
lo cual los hombres del devşirme y sus asociados lograron un considerable poder político y pudieron
dejarse oír sobre las cuestiones importantes del momento. Como quiera que las nuevas conquistas
en Europa se utilizaban ahora para reforzar el devşirme en relación a la aristocracia turca, aquéllos
pretendían continuarla, mientras que ésta modificó su postura y se opuso fuertemente a continuar el
avance hasta que los dominios existentes fueran asimilados y organizados totalmente.

Por el momento, los que abogaban por la vuelta a la política de agresión de Bayezid I estaban
en posición dominante, ya que sus deseos coincidían con los del sultán en el sentido de poner
cortapisas a la aristocracia turca. Así, en 1434 DC, se renovó la lucha con Hungría en Serbia y en la
Valaquia al mismo tiempo, con el pretexto de la cesión de Belgrado a los húngaros por los serbios,
a fin de asegurarse la ayuda de estos contra el esperado esfuerzo otomano por reocupar toda Serbia.
Aprovechándose de la muerte del rey de Hungría, Segismundo (1434 DC), Murad tomó toda Serbia,
exceptuando Belgrado. Al frente de un gran ejército, cruzó el Danubio hacia Hungría y arrasó los
campos, consiguiendo un enorme botín que utilizó para fortalecer aún más a los hombres del
devşirme de su alrededor. En 1439 DC Murad anexionó Serbia directamente al imperio comenzando
así una política que acabaría con todos los vasallos balcánicos hacia el final del siglo. La mayor parte
del nuevo territorio la dividió en timars y en tierras para recaudación de impuestos que fueron
asignadas a miembros del devşirme, decisión encaminada a incrementar su poder político.

Belgrado, bajo la ocupación húngara, se convirtió ahora en el mayor obstáculo para el avance
otomano hacia Europa central. Murad envió a los akincis en expediciones a gran escala hacia el
interior de Transilvania (Erdel) con la esperanza de forzar a los húngaros a abandonar Belgrado sin
lucha, pero, a pesar de los considerables estragos que se hicieron al norte del Danubio, los húngaros
mantuvieron sus posiciones, debido en gran medida a los inspirados esfuerzos de Juan Hunyadi,

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organizador de la resistencia húngara. Hunyadi procedía de la Valaquia y se alzó con la comunidad
fronteriza que se desarrollaba entonces a lo largo de las fronteras húngaras con el Imperio otomano.
Como jefe de este movimiento de resistencia fronteriza contra el Islam, Hunyadi fue capaz, durante
los veinte años siguientes, de organizar una resistencia relativamente efectiva contra las posteriores
conquistas otomanas. En 1441 y 1442 DC derrotó a los akincis, en su esfuerzo por continuar las
expediciones, atravesando los Cárpatos, hasta Transilvania. Organizó después un nuevo ejército
europeo de cruzada y dirigió una ofensiva al otro lado del Danubio hacia Serbia y Bulgaria, haciendo
nacer las esperanzas de Europa al tomar Niş y Sofía, presionando sobre los últimos pasos de los
Balcanes, defendiendo las tierras bajas de Tracia y amenazando con tomar incluso la capital
otomana de Edirne. Pero cada victoria le separaba más de sus fuentes de abastecimiento y
suministro de hombres, y cuando el invierno le aisló del Norte, Murad le pudo derrotar en Zlatica
(Izladi), el 24 de noviembre de 1443 DC. Ambas partes se encontraban ahora dispuestas a hacer la
paz. El ejército de Hunyadi se disolvía y tuvo que retroceder hasta el otro lado del Danubio. En
cuanto a la corte otomana, los miembros de la aristocracia turca se habían valido de las derrotas
para recuperar su influencia sobre el sultán, que consintió en abandonar su política agresiva de
conquista. Murad aceptó un acuerdo de paz con Hungría, que firmó en Edirne en junio de 1444 DC,
por el cual se restauró a Serbia como estado independiente, se reconocieron las posesiones
húngaras en la Valaquia y se hicieron promesas de que los otomanos jamás volverían a intentar
cruzar el Danubio. Murad firmó a continuación un acuerdo de paz con su principal enemigo de
Anatolia, el principado de Karaman (Tratado de Yenişehir, 1444 DC), dividiendo el subcontinente en
esferas de influencia. Establecida así la paz por todos lados, Murad pensó que podía retirarse a una
vida contemplativa, y a finales del verano de 1444 DC renunció voluntariamente al trono en favor de
su hijo Mehmet II y se retiró a Anatolia.

Pero ni la paz ni Mehmet duraron mucho esta vez. Mehmet ya había dado muestras de sus
cualidades de jefe que le convertirían más tarde en el más grande de los sultanes otomanos, pero
todavía era muy joven e inexperto y resultó que la mayoría de los problemas internos y externos sólo
habían sido temporalmente resueltos por su padre, y ahora que la poderosa mano de Murad había
abandonado la escena reaparecían con nuevo vigor. El partido del devşirme, los comandantes gazi
fronterizos y los vasallos cristianos de los Balcanes intentaron inmediatamente aprovecharse de la
juventud del gobernante para recuperar sus antiguos poderes. Y Hungría, Bizancio y el papa vieron
en la situación una oportunidad dorada para expulsar definitivamente de Europa a los otomanos. Se
preparó una nueva cruzada a la que se unieron Hungría y Venecia cuando les aseguró el papa que
no estaban comprometidos por su honor a guardar los tratados de paz que habían firmado con
Murad, ya que habían sido concluidos con un infiel. Organizado el ejército de cruzados, a finales de
septiembre inició el avance hacia el Sur a través de Serbia y de las montañas balcánicas. La flota
veneciana tomó el control de los Dardanelos, del mar de Mármara y del Bósforo a fin de impedir que
Murad volviese de Anatolia con el grueso del ejército otomano; y también, con el fin de proporcionar
a los cruzados los pertrechos que necesitarían después, alcanzaron el mar Negro por Varna. Sin
embargo, los planes de los cruzados fracasaron. El soberano independiente de Serbia, Jorge
Brankovitch, que acababa de aceptar la soberanía otomana, no abandonó a su señor, sino que se
unió a la defensa otomana ante el temor de que, si la cruzada prosperaba, los húngaros recuperasen
otra vez el control total de Serbia. A pesar de este contratiempo el ejército cruzado alcanzó la costa
del mar Negro cerca de Varna y pareció que la victoria era inminente. Edirne sucumbió al pánico; los
otomanos estaban a punto de ser totalmente expulsados de Europa. Pero, ante tal amenaza, todos
los partidos rivales de la corte otomana se unieron para salvar el imperio del cual dependían sus
poderes y privilegios. Mehmet renunció voluntariamente al trono y acudieron de nuevo a Murad, que
inmediatamente puso en pie de guerra un gran ejército en Anatolia e inició la marcha para salvar la
situación en Tracia. Los cruzados esperaban que la flota veneciana le impediría cruzar el Bósforo.
Pero los venecianos no cruzaron los Dardanelos, temiendo que, si se unían a la Cruzada, ganase
quien ganase, su predominio en el comercio con el Oriente Próximo vería su. fin. Murad utilizó barcos
genoveses para llevar a su ejército al otro lado del Bósforo. Los jefes de la Cruzada comenzaron a
pelear, entre sí, mientras que sus ejércitos,
cansados, eran presa del desaliento, sobre
todo por el hecho de que los venecianos no
les suministraban ni alimentos ni
pertrechos. Por fin Murad consiguió una
arrolladora victoria en la batalla de Varna
(10 de noviembre de 1444 DC) con lo cual
se hundió el último esfuerzo de los
europeos para detener a los otomanos. La
esperanza que los europeos abrigaban de
rescatar Bizancio se hundió, y el ánimo de
los bizantinos declinó consecuentemente.
En Edirne la victoria volvió a colocar en
primer plano al partido militarista, cuyas
insistentes demandas de conquista
llevaron a Murad a emplear el resto de su

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gobierno en eliminar a los príncipes vasallos y establecer control otomano directo en Macedonia,
Tracia, Bulgaria y gran parte de Grecia, dividiendo las nuevas conquistas en concesiones
gubernamentales, cuyo producto se emplearía en reforzar el poder del devşirme dentro de la corte
otomana. Sólo Albania, gobernada por su héroe nacional, Iskenderbeg (Skanderbeg), pudo resistir
a los otomanos en este momento llevando a cabo una guerra de guerrillas muy efectiva. Ei intento
de Hunyadi de volver a los Balcanes para ayudar a Iskenderbeg fracasó a causa de la derrota en la
segunda batalla de Kossovo (1448 DC), debida en gran parte a su falta de habilidad para procurarse
ayuda de las poblaciones y jefes balcánicos locales, que habían aprendido bien lo que les aguardaba
a aquellos que se unían en contra del sultán. Así, a la muerte de Murad (3 de febrero de 1451 DC),
la frontera del Danubio estaba firme y resultaba claro que el Imperio otomano tenía la intención de
permanecer en Europa.

Si bien la batalla de Varna dio nueva fuerza al partido del devşirme, el gran visir Candarli Halil
Pasa pudo hacer que la aristocracia turca se mantuviera en una posición dominante, conservando
la confianza del sultán y dividiendo a sus oponentes. Desde entonces el príncipe Mehmet se convirtió
en el candidato del devşirme y sólo con su ascensión al trono fueron capaces de conseguir un poder
político proporcional a la base financiera que habían creado durante las dos décadas precedentes.
Cuando Mehmet II subió al trono por segunda vez, a los diecinueve años, trajo con él miembros del
partido del devşirme que abogaron con fuerza por nuevas conquistas a fin de sacar el mayor partido
a la situación que se había establecido en Varna. El joven sultán y sus partidarios sintieron que
necesitaban una gran victoria para consolidar su posición frente al partido que abogaba por la paz,
cuyo jefe, Candarli Halil seguía siendo gran visir y continuaba manteniendo a miembros de la
aristocracia turca en puestos clave del gobierno. Mehmet II (1451-1481 DC) decidió inaugurar su
reino con la conquista de Constantinopla. Declaró públicamente que la conquista era necesaria
porque Bizancio estaba dando refugio a desertores y oponentes a la dinastía otomana, utilizándolos
para fomentar sublevaciones en el interior del imperio, y que, mientras Constantinopla existiese,
cabía la posibilidad de que los europeos organizaran una nueva cruzada para rescatarla. Para
Mehmet, las posesiones otomanas en Europa nunca podrían llegar a constituir un imperio real
mientras su centro cultural y administrativo natural permaneciera fuera de sus manos. Por otro lado,
Candarli Halil y la aristocracia turca se oponían agriamente a la conquista, aparentemente porque
podía suponer un nuevo ataque de los cruzados antes de que los otomanos se encontrasen
dispuestos, pero realmente porque tenían la certeza de que la caída de Constantinopla supondría
su propia decadencia dentro del sistema otomano.

El famoso sitio (6 de abril al 29 de mayo de 1453 DC) y conquista de Constantinopla, y su


transformación en capital otomana con el nombre de Istanbul marcó un hito importante en la historia
otomana. Internamente supone el principio del fin de la influencia de la aristocracia turca. Candarli
Halil fue depuesto como
gran visir y encarcelado con
muchos de sus seguidores
cuyas propiedades fueron
confiscadas con el pretexto,
no enteramente desprovisto
de verdad, de que su
oposición había sido, al
menos parcialmente, el
resultado de una
conspiración que favorecía
a los bizantinos. Los
hombres del devşirme
tuvieron al fin la posibilidad
de obtener todo el poder
político, gracias al amplio
desarrollo de las bases
económicas y militares de
que dependía su fuerza.

La conquista final de
Bizancio transformó a
Mehmet II [apenas a sus
cortos 21 años] en el más
famoso gobernante del
mundo musulmán. Los
musulmanes de todas
partes le reconocían ahora como su jefe en la lucha continuada contra el infiel. Le llegaron peticiones
de ayuda desde España, Asia Central y la India para luchar contra los enemigos del Islam. Como
respuesta, Mehmet empezó a soñar en recrear no meramente un Imperio islámico sino un Imperio
de los turcos que se extendiera, desde Europa del Atlántico hasta el Pacífico a través de Asia. La

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posesión de Constantinopla alimentó en Mehmet el deseo de figurar no sólo como el nuevo señor
de Bizancio, sino de todo el mundo cristiano. De ese modo, dominaría el mundo como Gazi de los
musulmanes, Jan de los turcos y emperador de los cristianos. Atendiendo a tales objetivos, Mehmet
desarrolló sus bases de poder por todos lados. El objeto de su política interna era restaurar Istanbul
como centro político, económico y social del área que anteriormente había dominado. Con este fin
se esforzó en repoblar la dudad no sólo con sus habitantes originales, que habían huido al
aproximarse los conquistadores, sino con elementos de las poblaciones conquistadas del Este y el
Oeste cuya integración en la capital daría como resultado un microcosmos, acelerando un proceso
que, de acuerdo con sus esperanzas, convertiría el imperio en un todo coherente. Se establecieron
privilegios fiscales especiales a fin de estimular a mercaderes, artesanos y demás categorías a
establecerse en Istanbul. También se animó al Patriarca ortodoxo griego, al Catholicos armenio y al
Gran Rabbí judío para que se establecieran allí, y se les permitió convertirse en jefes tanto civiles
como religiosos de sus seguidores, constituidos en comunidades autónomas y autogobernadas
llamadas millet, que fueron las unidades básicas de organización para los súbditos no musulmanes
del sultán durante los siglos que siguieron. En respuesta a estos esfuerzos acudió gente de todo el
imperio, e incluso del exterior. Acudieron griegos de Morea y de Anatolia, desde puntos tan orientales
como Trebisonda; eslavos de los Balcanes, judíos que huían de las persecuciones cristianas en
España, Alemania e Italia; turcos de Anatolia y Asia Central, musulmanes no turcos de Irán, Iraq,
Siria e incluso Egipto, de modo que, en muy breve tiempo, los huecos dejados por los bizantinos se
vieron colmados con nuevas gentes. Al mismo tiempo, Murad se esforzó en restaurar el aspecto
físico de la ciudad, aquellas partes más en ruina o en decadencia durante el último período bizantino.
El ejército otomano fue utilizado para los trabajos de restauración de viejos edificios, calles,
acueductos, puentes y demás obras, y en la construcción de obras nuevas cuando era necesario.
Las organizaciones sanitarias se pusieron al día y se tomaron medidas para suministrar alimentos a
la ciudad desde todas las partes del imperio. Mehmet dedicó considerable atención a restaurar la
vida económica de la ciudad, empezando por la construcción del mercado cubierto (Kapalicarsi,
conocido por Gran Bazar), que pronto se convirtió en el centro de una nueva vida comercial e
industrial. Mehmet construyó su propio palacio en los altos de la plaza llamada de Bayezid I, en la
que se encuentra hoy la Facultad de Medicina de la Universidad de Istanbul, y cuando se comprobó
que era demasiado pequeño y que estaba demasiado alejado del centro urbano, se construyó un
nuevo palacio en la parte más alta de la ciudad, el cual se le conoce como Topkapi Saray (1464 DC).

Mehmet consagró también mucho tiempo a extender sus dominios por Europa y Asia. Aquí
su primer objetivo era aumentar su propio poder, desarrollando el de la clase por él creada y que era
su apoyo, el devşirme. Con este fin se propuso eliminar las últimas dinastías que podrían disputarle
su derecho de legítimo sucesor de los bizantinos y selyúcidas y reemplazar los príncipes vasallos en
los Balcanes y en Anatolia por una forma de gobierno mucho más directa y centralizada, además de
extender el dominio otomano más allá de las fronteras heredadas de Murad II. De 1454 a 1463 DC
se concentró principalmente en los Balcanes. Los principados serbios autónomos que habían sido
reestablecidos en 1444 DC constituían un paso a través del cual penetraba la influencia húngara
hasta el corazón de los Balcanes otomanos; de modo que, en dos grandes expediciones (1454 y
1455 DC), Mehmet los anexionó al imperio directamente. Entre 1458 y 1460 DC se valió de los
conflictos de los dos príncipes bizantinos que quedaban en Morea para conquistarla y eliminar de
paso a los dos principales candidatos al trono bizantino. Pudo calmar desde el principio la ansiedad
de Venecia acerca de su expansión hacia el Adriático, concediéndole el derecho de libertad
comercial en el Imperio para sus mercaderes, sujetos sólo a un relativamente pequeño impuesto
aduanero del 2 por 100 sobre los bienes que entraban y salían de sus posesiones. También se le
concedió a Venecia el derecho a establecer un representante comercial permanente (balyoz) en
Istanbul, dándole así una clara ventaja sobre Génova, que gozaba de libertad de comercio solamente
en Crimea y en las islas del archipiélago, y esto con la condición de que pagaran un tributo. Sin
embargo, mientras Mehmet ocupaba la mayor parte de Morea, Venecia controlaba los fuertes de
Nauplia, Modon y Coron, y los mantenía y pertrechaba por mar, utilizándolos como baluarte contra
el avance turco. Cuando en 1463 DC los griegos de la localidad entregaron el castillo de Argos a
Mehmet, Venecia respondió con una ofensiva general en Morea que inauguró la segunda y larga
guerra veneciano-otomana (1463-1479 DC). Mientras la guerra continuaba, Mehmet realizó varios
avances importantes en otras direcciones. Entre 1454 y 1475 DC se anexionó todas las colonias
comerciales genovesas situadas a lo largo de la costa del Mar Negro en Anatolia, incluidas Amasra
(1459 DC), Sinop (1460 DC), Trebisonda (1461 DC) y Kefe (1475 DC), obligando además a los
Janes tártaros de Crimea a aceptar la soberanía otomana, asegurándose de este modo, para sí y
sus sucesores, una fuente importantísima de guerreros y de ingresos. En 1463 DC ocupó y anexionó
Bosnia, en gran parte gracias a la ayuda proporcionada por los Bogomilos, una secta original de
Bosnia que había sido encarnizadamente perseguida por los católicos húngaros y que preferían el
dominio musulmán al cristiano. Según avanzó la conquista, la mayoría de los Bogomilos se convirtió
al Islam, se hizo otomana y se transformó en la clase noble latifundista de la provincia. Venecia tuvo
más éxito en la ayuda que le prestó a Albania para que continuase su resistencia bajo la dirección
de Iskenderbeg, éxito debido principalmente a la incapacidad demostrada por Mehmet para anular
el envío de pertrechos a través del Adriático y también al fracaso de su ejército regular, que no pudo
penetrar en el inhóspito país albanés. Al final dejó Albania a las fuerzas irregulares turcomanas

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traídas de Anatolia que, en el largo proceso de reducir a los albanos, se establecieron
permanentemente en la zona, formando la base de la comunidad musulmana de la Albania de hoy.
Gustave E. von Grunebaum,
El Islam, Desde la Caída de Constantinopla hasta nuestros días, 32-44

El imperio otomano continuó sus conquistas alcanzando su plenitud a mediados del Siglo
XVII DC. Vea el mapa donde se presentan las conquistas de los siglos XVI y XVII DC, así como de
sus reinos limítrofes. Note la enorme penetración otomana en Europa y el límite que fue el entonces
imperio húngaro, Polonia, Lituania y el imperio ruso.

7.5. La Caída del Imperio Romano de Oriente

Aunque Bizancio ya tenía escasa influencia desde 1299 DC, rodeado, sometido a los turcos
desde la época de Osmán I, fundador de la dinastía otomana, en 1449 el último emperador
Constantino XI Paleólogo, ascendió al trono de Constantinopla luego de pedir permiso a Mehmet II.
Era ya evidente que la supervivencia del otrora poderoso imperio bizantino era solamente un
recuerdo. Rodeado entre la Turquía otomana y la Europa balcánica dominada por los mismos
otomanos su existencia se debía más que nada al deseo de los turcos de no esforzarse en la toma
de la ciudad cuyas imponentes murallas habían resistido mil embates. Pero la aparición histórica de
la pólvora y el cañón hicieron que el valor de las murallas decreciera notablemente. Por otro lado, la
ambición de Mehmet II de hacerse un nombre y un lugar en la historia forjaron el resto.

Cuando finalmente ascendió al trono, Mehmet II tenía diecinueve años. Se encontró con un
estado floreciente, bien organizado y en paz con los países vecinos. Los otomanos se encontraban
ahora firmemente establecidos en los Balcanes y en Rumelia, el antiguo poder de Bizancio había
quedado reducido a un espectro de lo que fue, Serbia estaba sometida, la pequeña república
dálmata de Ragusa había acordado pagar un tributo anual, mientras que Valaquia y Hungría veían
bloqueadas sus aspiraciones territoriales. Lo mismo ocurría en los principados de Anatolia, y los uc
bey habían podido ser encuadrados en las filas del imperio. La personalidad del joven sultán, sin

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embargo, era muy opuesta a la de su padre, el cual siempre prefería la paz a la guerra. Indomable
y autoritario, aunque dotado de una cultura relevante y no demasiado restringida, representaba el
modelo de aquellos príncipes renacentistas en los que la virtud y la fortuna supieron mezclarse
armoniosamente.

El primer acto del nuevo soberano fue deshacerse de los parientes que podían competir por
el poder: su hermano menor Ahmed, nieto del emir de Kastamonu, fue condenado a muerte, mientras
que sus primos Orhan y Davud Celebi, hijos de Murad el Ciego y a la vez nietos del desventurado
Savci, desaparecieron rápidamente de la escena. El basileus bizantino se encargó de la vigilancia
del primero a cambio de una cuota anual, mientras que el segundo, huido ya al reino de Nápoles,
terminó sus días convertido al cristianismo en Sacile (región de Friuli, Italia), en cuyo duomo se
conserva su lápida sepulcral (1454 DC). El sultán tuvo, no obstante, que mostrar una mayor docilidad
ante el gran visir Candarli Halil Pachá, todavía demasiado poderoso como para enfrentarse
directamente a él. Halil pertenecía al grupo de los ulemas, contrarios a la política agresiva de Mehmet
y su círculo de militares y conversos. Esta actitud de cautela inicial hizo que el nuevo sultán fuera
subestimado por algunos, y, de hecho, el mismo basileus Constantino XI Paleólogo no le tenía
demasiada consideración. El humanista italiano Francesco Filelfo llegó a describirlo en una carta
enviada al rey de Francia como un chico estúpido e inepto, dedicado únicamente al vino y los
placeres.

Los jenízaros, que durante el interregno habían sido manipulados con cierta facilidad por el
gran visir, fueron apaciguados mediante una donación. Fue la primera ocasión en que se hizo
entrega del “regalo por el glorioso advenimiento”, tal como se la denominó. A partir de entonces,
tales donaciones acompañaron al ascenso al trono del nuevo sultán, en ocasiones con trágicos
resultados para las finanzas del estado. También se llevó a cabo una corta y exitosa campaña contra
Karaman, región que, tras la muerte de Murad, había intentado escapar de la influencia otomana,
mientras se confirmaron treguas con Hungría y Venecia, cuya flota de guerra era todavía muy
superior a la del sultán.

Una vez consolidado su trono, Mehmet II comenzó a preparar minuciosamente la conquista


de la capital imperial, un objetivo largamente buscado. A tal fin, encargó a su fiel Zağanos Pachá
construir el castillo de Hisari Rumeli (1452 DC), en la parte europea del Bósforo, enfrente del Anadolu
Hisari mandado levantar por Bayaceto. Un especialista húngaro llamado Urban fue comisionado
para fundir una enorme pieza de artillería, destinada a derribar los muros de la ciudad. También fue
desplegada la flota, que tradicionalmente se colocaba bajo las órdenes del sanjak (gobernador) de
Galípoli, con el fin de cercar Constantinopla por mar. El 6 de abril de 1453 DC, finalmente, comenzó
el asedio. Algo menos de dos meses después, en los que se produjeron numerosos ataques y
contrataques, la situación de los bizantinos era ya desesperada. El 24 de mayo, el sultán proclamó
el asalto final para el día 29, anunciando además mediante juramento el saqueo de la ciudad. Ni
siquiera las tres naves genovesas alquiladas por el
papa, cargadas de trigo, que habían podido atracar
en el puerto, lograron salvar a los asediados, como
tampoco impidió la derrota la traición del gran visir
Candarli Halil Pachá, quien a cambio de oro
mantenía informados a los griegos de los planes
otomanos. Halil sería ejecutado poco después de la
toma de Constantinopla. Iniciado el asalto final,
Constantino XI murió durante la batalla junto a
numerosos “francos” [así llamaban los musulmanes
a los europeos católicos], es decir, venecianos,
genoveses, catalanes, e incluso el príncipe Orhan,
que combatía a su lado. Algunos barcos latinos
lograron cortar la cadena que cerraba el puerto y
huyeron, llevando a Europa la noticia de la derrota.

Después de tres días de saqueo, tal como


establecía el derecho de conquista, Mehmet II entró
en la capital imperial montado en su caballo blanco,
con el que también accedió a la basílica de Santa
Sofía. A partir de entonces sería conocido como
Fatih (“conquistador”), y la vieja Constantinopla, la
antigua Bizancio, pasaría a ser denominada
Estambul, un nombre de origen popular y que
deriva de las palabras griegas eis tìn pòlin (“en la
ciudad”), empleado ya para indicar el centro donde
la gente de los alrededores solía reunirse. Los
otomanos se apropiaron del topónimo, aunque conservaron el nombre áulico de Kostantiniye, y a la
vez jugando con las palabras para convertir aquel en Islambol, la ciudad donde el islam pasaba a

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tener una gran presencia. La capital igualmente fue llamada Pera, que en griego significa “más allá”
o “al otro lado”, y que hacía referencia a un suburbio de la colonia genovesa de Gálata situado al
norte, más allá del Cuerno de Oro. Todos aquellos que el 1 de junio se rindieron al conquistador
obtuvieron, a cambio, paz y libertad de comercio.

La noticia de tan terrible pérdida pronto se extendió por Europa, causando desconcierto y
preocupación. En años anteriores, las desesperadas peticiones de ayuda del basileus habían caído
en saco roto, pero la caída de la ciudad imperial tuvo una enorme resonancia, tanto en el mundo
cristiano como en el islámico. En el primero se tuvo la sensación de vivir un punto de inflexión en la
historia del mundo, al haberse perdido un destacado baluarte avanzado en la lucha contra el infiel.
En el segundo, en cambio, se percibió la conquista como el cumplimiento de las profecías
escatológicas que el mismo profeta Mahoma había soñado cuando afirmó que un califa, portador de
su mismo nombre, se convertiría en el campeón del Islam conquistando Constantinopla. El
gobernante otomano no gozaba de dicho título, que sí sería empleado por sus lejanos sucesores,
aunque su nombre era Mehmet, la voz turca que designaba a Muhammad (castellanizado, Mahoma).
La victoria en la capital y la conquista del Imperio bizantino representaban para los otomanos unos
acontecimientos de gran valor estratégico y psicológico. Por un lado, su imperio podría ahora
asentarse y extenderse sin interferencias por Asia y Europa. Por otro, su soberano podía
compararse, sin caer en el ridículo, con los grandes conquistadores del este y del oeste,
presentándose incluso como heredero por derecho de conquista de las glorias de la antigua Roma.
A los antiguos títulos de kan y sultán, pertenecientes a la tradición turca e islámica, podía añadir
ahora el de emperador (empleando el término persa de padişah), superando así a los soberanos
que reinaban en Europa.
Eladio Romero, Breve Historia del Imperio Otomano, Capítulo 3, Párrafos 1-5

7.6. Historia de la interpretación de las siete trompetas

Puede sostenerse que históricamente las siete trompetas han sido interpretadas como cubriendo la
historia cristiana hasta nuestro tiempo, en paralelo tanto con las siete iglesias y los siete sellos. Aunque es
evidente que el tiempo ha ido confirmando o desarrollando las teorías sobre la interpretación de este
conjunto profético, también es cierto que hay una base de lógica que se ha mantenido en el tiempo.

La interpretación de las trompetas abarca [más de] 15 siglos, comenzando con Victorino en
el Siglo III DC. En los tiempos modernos han sido tratadas con creciente interés por escritores de
muchos países y de muchas denominaciones, llegando a su punto máximo a mediados del Siglo XIX
DC. La mayor parte de los intérpretes se ocuparon de uno o de ambos períodos proféticos, es decir,
los “cinco meses” o 150 años de la quinta trompeta, y “la hora, día, mes y año” (los 391 o 396 [si se
computa usando un año de 365 días] años) de la sexta trompeta.

Los sarracenos llegaron a ser ampliamente considerados desde el Siglo VIII DC en adelante
como el poder indicado por la quinta trompeta. John Foxe parece haber sido el primero (1587 DC)
en ubicar el período de 150 años, colocándolo de 606 a 756 DC. Desde el tiempo de John Napier,
matemático escocés, y George Downham, obispo anglicano, encontramos varias tentativas de
precisar el tiempo de los 391 (o 396) años (de Apocalipsis 9: 15). Desde Heinrich Bullinger (m.
1575 DC) en adelante, prácticamente todos los expositores declararon que Turquía era el poder de
la sexta trompeta.

En 1627 DC Joseph Mede identificó como las primeras cuatro trompetas las depresiones que
infligieron los bárbaros del norte a la Roma occidental, conducidos por Alarico, Genserico, Odoacro
y Atila. En 1684 DC se produjo una evolución posterior con Thomas Beverley, quien fue el primero
en interpretar la “hora” de Apocalipsis 15 como “15 días”, que debían ser añadidos a los 391 años.
Andando el tiempo muchos consideraron esta interpretación como válida…

Victorino ideó en el Siglo III DC la interpretación de que las siete trompetas abarcaban la era
cristiana, desarrollándose paralelamente con las iglesias y los sellos. El Venerable Beda creía (Siglo
VIII DC) que las cinco primeras trompetas estaban en el pasado y que las dos últimas eran aún
futuras. Pero en la Glossa de Walafrid Strabo, del Siglo IX DC, se sitúan las tres últimas como todavía
futuras.

Joaquín de Fiore, del Siglo XII DC, el primero en aplicar el importante principio del día-año a
los “cinco meses”, haciéndolos equivaler con 150 años, no trató de situar trompetas; sin embargo,
creía que cubrían la dispensación cristiana y que la quinta se estaba cumpliendo en sus propios
días. Walter Brute afirmó de nuevo, dos siglos más tarde, que los “cinco meses” equivalían a 150
años.

Lutero, como otros reformadores, estaba tan enfrascado en asuntos de mayor importancia,
que se conformaba con considerar a Mahoma y a los sarracenos como implicados en la sexta
trompeta. Heinrich Bullinger definía la sexta trompeta (o segundo “ay”) como un evento que implicaba

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a los turcos. Desde John Napier en 1593 DC, con frecuencia la quinta y sexta trompetas fueron
aplicadas a los árabes y a los turcos otomanos. Napier también ubicó el comienzo de los 150 años
y del período la sexta trompeta alrededor de 1051 DC y 1300 DC, respectivamente.

Thomas Brightman, educado en Cambridge, hacía terminar los siete sellos con Constantino.
Para él, las primeras trompetas eran las herejías en la iglesia y las invasiones de los bárbaros.
Específicamente, la cuarta trompeta era la invasión de los vándalos. Los asolamientos de los
sarracenos desde 630 a 780 DC, los consideraba como quinta trompeta. Los turcos otomanos eran
de 1300 a 1696 DC la sexta trompeta. concordaba con esto el obispo Downham. Desde allí en
adelante hubo un acuerdo general en la aplicación a los árabes y a los turcos, aunque con
variaciones en cuanto a ubicación de los períodos.

Thomas Goodwin, rector del colegio Magdalen, de Oxford, parece haber sido el primero (en
1654 DC) en comenzar la sexta trompeta en 1453 DC, cuando cayó Constantinopla, ubicando así el
“ay” de los turcos desde 1453 hasta 1849 DC, y aplicando el cálculo de los 396 años.

Como es esperarse, los intérpretes coloniales norteamericanos enseñaron esencialmente


mismo que los intérpretes del Viejo Mundo. Los escritores entre John Cotton en 1639 DC, y Joshua
Spalding en 1796 DC, se ocuparon, con diferentes grados de intensidad, del período de las
invasiones de los bárbaros como el cumplimiento de las primeras cuatro trompetas y de los árabes
y los turcos como el tema del simbolismo de la quinta y de la sexta trompetas (“ayes”). Efraín Hult
(1644 DC) ubicaba la sexta trompeta 1300 a 1695 DC, e Increase Mather, rector de Harvard, y su
ilustre hijo Cotton Mather, la ubicaban aproximadamente de 1300 a 1696 DC. Jonathan Edwards,
predicador de reavivamientos entre los congregacionalistas, la colocó un poco antes: de 1296 a 1453
DC. Samuel Osgood comenzaba el período turco con 1299 DC, y colocaba los 150 años de los
árabes de 622 a 772 DC. En 1796 DC, Joshua Spalding, pastor en Salem, Massachusetts, publicó
su convicción de que estaba acercándose el fin de la sexta trompeta.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 115-117

La reforma protestante trajo un reforzamiento en la visión de las últimas dos trompetas culminando
con la identificación de los periodos de 150 años y 391 años y 15 días respectivamente que forman parte
de la interpretación ortodoxa de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Entre los intérpretes del Viejo Mundo posteriores a la Reforma, veintenas de escritores se
ocuparon de las trompetas desde George Downham en 1603 DC hasta Joseph Galloway en 1798
DC. Entre ellos hubo nombres ilustres, como Joseph Mede, Thomas Goodwin, Sir Isaac Newton,
William Whlston y el obispo Thomas Newton. Casi todos aplicaron esas trompetas a las invasiones
de los bárbaros, los árabes y los turcos. Algunos computaban los cinco meses como 150 años; otros
comenzaban los 391 (o 396) años aproximadamente con 1300 DC, y otros los terminaban en relación
con la caída de Constantinopla en 1453 DC…

En las primeras décadas del Siglo XIX DC un destacado número de intérpretes del Nuevo
Mundo, compitiendo con los exégetas del Viejo Mundo, sostenían con mucha uniformidad que las
potencias implicadas eran los bárbaros, los árabes y los turcos. La fecha más frecuente para los 150
años del “ay” de los árabes era de 612 a 762 DC. Muchos de los investigadores aproximaban esas
fechas de 622 a 772 DC o de 632 a 782 DC. Todos los expositores hasta Guillermo Miller, separaron
el período menor de los 391 años. Miller colocaba los 150 años de 1298 a 1448 DC, y los 391 años
de 1448 a 1839 DC. Esta interpretación la siguió Josiah Litch, quien en 1838 DC calculó los 150
años desde 1299 hasta 1449 DC, y ubicó los 391 años [y 15 días] inmediatamente después: desde
1449 hasta 1840 DC.

Unos pocos continuaban entonces aferrándose a los “396” años (basados en la fórmula: 365
+ 30 + 1); pero la mayoría adoptó la posición de los 391 años (360 + 30 + 1). El clérigo anglicano E.
W. Whitaker parece haber sido el primero (1795 DC) en fijar 1453-1844 DC como el cómputo para
los 391 años de la sexta trompeta. En las décadas subsiguientes hubo una cantidad que lo siguieron.
La mayoría de ellos fueron intérpretes británicos. Por lo tanto, 15 siglos de exposición, que
representaban varias confesiones y muchas nacionalidades y abarcaban a hombres de respetado
conocimiento, respaldaron las enseñanzas de los milleritas en la cuarta y quinta décadas del Siglo
XIX DC, especialmente en lo que se refiere a los cálculos de Josiah Litch, publicados por primera
vez en 1838 DC...

Los milleritas no se desviaron prácticamente de la posición de Litch: del cómputo consecutivo


de los 150 años y los 391 años. Esos 150 años fueron computados desde el 27 de julio de 1299
hasta 1449 DC, seguidos por los 391 años, desde 1449 hasta 1840 DC. Los principales intérpretes
milleritas, anteriores a 1844 DC, sostuvieron este cálculo.
Comentario Bíblico Adventista, Tomo VII, 117

Dios le bendiga.

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