Cuadernillo 4to 2022 Escuela 44

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CUADERNILLO HISTORIA PROFESORA: MERCEDES TISSERA

Clase 2 LA FORMACION DEL ESTADO ARGENTINO


TEXTO 2 ¿QUÉ ES EL ESTADO?

Desde las Ciencias Sociales se proponen diversas conceptualizaciones sobre el Estado. Se trata de un
concepto complejo, con múltiples definiciones. Teniendo en cuenta tal complejidad, podríamos pensar,
en principio, al Estado como un conjunto de instituciones que la sociedad crea para dar un marco legal
al sistema de relaciones que se desarrollan en su interior. Cabe pensar que, en una democracia, son
todos los sujetos que componen una sociedad los que, a través de distintos procesos, construyen el
sistema de normas que organizan la vida social.
En esta primera clase reflexionaremos sobre estas cuestiones, haciendo un recorrido por el proceso de
formación del Estado nacional y la inserción de nuestro país en el sistema económico mundial capitalista.

Un Estado, dentro del sistema capitalista, puede asumir distintas formas. Hacia mediados del siglo XIX,
momento inicial en el proceso de formación de la mayoría de los estados nacionales en América Latina
y también época de consolidación del capitalismo, predominaba una perspectiva “liberal” según la cual
el Estado no debe intervenir en la economía. Según esta visión, las relaciones entre patrones y
trabajadores, así como las actividades productivas, deben desarrollarse libremente. La economía se
regula, según los liberales, a través de quienes compran, venden y producen mercancías. El Estado no
debe inmiscuirse en esas cuestiones; en cambio, debe ocuparse de establecer normas de convivencia,
garantizando el respeto a la propiedad y un conjunto de libertades, básicas para el desarrollo del
capitalismo, como la libertad de trabajo, la libertad de culto, la libertad para ejercer toda actividad lícita,
entre otras. El Estado, en síntesis, debe asegurar “el orden” para que ocurra “el progreso”. Este fue el
modelo adoptado por los grupos que lideraron la construcción del Estado argentino en la segunda mitad
del siglo XIX: un modelo de Estado liberal.

ANTECEDENTES DE LA FORMACIÓN DEL ESTADO NACIONAL.


Si bien el camino hacia la independencia respecto del colonialismo español se inició en 1810, la
emergencia de un nuevo país (con sus instituciones estatales, su Constitución) no se produjo de la noche
a la mañana ni de manera simple. Se trató de un largo proceso con avances y retrocesos, conflictos y
violencia. Se podría decir que la real independencia se alcanzó en 1824 cuando los focos del poder
realista dispersos por el continente sudamericano fueron vencidos. Sin embargo, la construcción del
Estado nacional y la inserción de nuestro país en el sistema capitalista mundial tardaron en concretarse
aún varias décadas más.
Entre 1810 y 1820, durante la década en que se declaró la independencia y se dieron los pasos
fundamentales para vencer a los realistas en los campos de batalla, fracasaron los intentos por construir
un Estado que reemplazara al cuestionado poder español.

Luego, entre 1820 y 1852, prevalecieron las divisiones entre los grupos dirigentes de las distintas
provincias que se fueron conformando desde la década de 1810. Es el período de las autonomías
regionales, un tiempo de fragmentación política, en que cada provincia se organizó autónomamente, y
en el que fueron frecuentes los enfrentamientos y las guerras civiles. Estos enfrentamientos alcanzaban
a distintos sectores sociales: clases populares contra grupos económicos poderosos, pero también
combatían diferentes fracciones dominantes entre sí, algunas de ellas, a su vez, con apoyos populares:
hacendados bonaerenses contra hacendados del Litoral, unitarios contra federales, rosistas contra
antirrosistas.

En este marco de divisiones y enfrentamientos, la provincia de Buenos Aires fue consolidando una
situación más ventajosa que el resto de las provincias del Interior y el Litoral. Los hacendados y
comerciantes porteños descubrieron en los años de 1820 un negocio, la ganadería, actividad que les
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permitió rehacerse de las pérdidas y quebrantos ocasionados por los efectos combinados de las guerras
de la independencia y la competencia de los comerciantes ingleses.
Muchos países europeos, en especial Gran Bretaña en pleno apogeo de transformación industrial,
demandaban por entonces cueros y otros derivados de la producción ganadera. En el Brasil y en el
Caribe, había además buenas posibilidades de vender carne salada. Ante estas posibilidades, muchos
viejos comerciantes se dedicaron a la producción ganadera. El libre comercio facilitaba la exportación
de sus productos. Además, los beneficios que se obtenían en la ganadería eran muy altos ya que se trata
de una actividad primaria que no requiere mucha inversión ni mucha mano de obra, simplemente
necesita de tierras. En este marco, se fue conformando una elite ganadera propietaria de inmensas
extensiones de tierras, de las más productivas del territorio, ya que se extendían sobre la pampa
húmeda. Se construyó así un régimen de propiedad de la tierra concentrado en pocas familias en
detrimento de la pequeña propiedad agrícola. Esta situación llevó al absurdo de que, siendo la provincia
de Buenos Aires uno de los territorios más fértiles del planeta, hubo años en que se necesitó importar
cereales para satisfacer necesidades básicas de sus habitantes. La ganadería impedía el desarrollo
agrícola, y sólo beneficiaba a los terratenientes bonaerenses y a los comerciantes ingleses.

A pesar de estas limitaciones, la provincia de Buenos Aires fue construyendo una nueva prosperidad
basada en la ganadería y en otras cuestiones, como los ingresos que derivaban del monopolio portuario.
Efectivamente, la provincia de Buenos Aires controlaba el puerto de la ciudad de Buenos Aires y su
aduana, es decir los lugares por donde se realizaba todo el comercio, no sólo el de Buenos Aires, sino
también el comercio de las provincias del Litoral y el Interior con el exterior. Por lo tanto, la provincia
también se beneficiaba de los ingresos por los impuestos aduaneros que se cobraban a las mercaderías
que entraban y salían por su puerto.

Además de Buenos Aires, entre las otras provincias se podían distinguir dos grandes grupos: las
jurisdicciones del Litoral (Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes) eran también ganaderas y disputaban con
Buenos Aires por los impuestos aduaneros y por la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay para
poder exportar sus productos. Las otras provincias eran productoras de artesanías: desde textiles hasta
pequeñas industrias alimenticias. Su desarrollo era todavía incipiente. Por la falta de tecnologías
adecuadas y de transporte, los costos de producción eran muy altos. Los caminos y los transportes eran
los heredados de la época colonial. Viajes larguísimos, por caminos de tierra, en pesadas carretas,
encarecían y dificultaban el comercio interregional y también el intercambio con el exterior. El libre
comercio establecido por los primeros gobiernos patrios, permitía además que entraran libremente por
el puerto de Buenos Aires, productos procedentes de Inglaterra, Francia y otros países industriales, ante
los cuales muchas de estas artesanías y productos de las provincias del Norte y de Cuyo, no podían
competir. Además de la disputa por los impuestos aduaneros, para los sectores productivos de estas
provincias era indispensable restringir el librecambio.

Una de las figuras más relevantes de la época fue Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de
Buenos Aires durante prácticamente todo el período que se extiende entre 1829 y 1852. Rosas era un
rico hacendado y un firme defensor de los intereses de los sectores ganaderos de su provincia frente a
las demandas de las otras jurisdicciones. Conocido como el Restaurador de las Leyes, porque pudo
establecer cierto orden luego del conflictivo proceso que se abrió con la revolución y la independencia,
Rosas era también un patrón respetado por sus peones, por sus conocimientos del campo y el ganado,
sus habilidades de jinete y sus cualidades en las tareas de la estancia. Gracias a tales destrezas, Rosas
no sólo fue representativo de su grupo de hacendados-saladeristas, sino que también supo establecer
un lazo de fidelidad muy sólido con los sectores populares de Buenos Aires.

Juan Manuel de Rosas, como Martín Miguel de Güemes en Salta o Fa-cundo Quiroga en La Rioja, fueron
algunos de los principales caudillos del Río de la Plata. Estas figuras, que contaban con apoyo popular,
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eran resistidas por las élites letradas de Buenos Aires. A Rosas se lo acusaba de “tirano” y “bár-baro”, en
oposición a lo que para estos sectores ilustrados era “la civilización”. Es conocido el enfrentamiento y
enemistad de Rosas con Sarmiento y otros hombres de la “generación del 37”, todos ellos admiradores
del modelo social y cultural de Europa o de los Estados Unidos que pretendían imponer en las provincias
rioplatenses.

Además de estos conflictos culturales, en términos políticos, el conflicto de fondo pasaba por las
diferencias entre distintos sectores de la sociedad de la época acerca de la forma en que debía
organizarse el territorio rioplatense. De manera esquemática, puede decirse que hubo dos grandes
vertientes: el movimiento federal proponía que las provincias fueran relativamente autónomas y que
todas tuvieran el mismo poder y peso, es decir, que ninguna pudiera imponerse por sobre el resto. Por
otro lado, los unitarios proponían justamente lo contrario: que el poder estuviera centralizado en una
provincia. La mayoría de ellos creía que esa provincia debía ser Buenos Aires.

Desde 1820, cuando se disolvió el Directorio, hasta mediados del siglo XIX estos dos proyectos y los
intereses que cada uno representaba, se enfrentaron mediante las ideas y también con el uso de la
violencia. Durante un tiempo, los caudillos federales establecieron una alianza que fue liderada por
Rosas. Avanzada la década de 1840, las diferencias entre el gobernador bonaerense y otro federal, Justo
José de Urquiza, gobernador de la provincia de Entre Ríos, derivaron en un enfrentamiento. Con el apoyo
del imperio de Brasil, de Uruguay y de las provincias de Corrientes y Entre Ríos, Urquiza venció a Juan
Manuel de Rosas en la batalla de Caseros en 1852.

En 1853 representantes de las distintas provincias se reunieron en Santa Fe y sancionaron la Constitución


Nacional. Sin embargo, ello no significó el fin de la discordia y la unidad de todas las provincias. Los
enfrentamientos recrudecieron y, como resultado de estos, las provincias argentinas quedaron
separadas en dos organizaciones políticas: por un lado, el Estado de Buenos Aires, y por el otro, la
Confederación Argentina, liderada por Urquiza y conformada por trece provincias que se negaban a
someterse al poder de Buenos Aires. La separación duró prácticamente una década en la que ambas
unidades políticas se enfrenta-ron en distintas ocasiones, utilizando diversos medios. Finalmente, en
1861, las fuerzas bonaerenses comandadas por Bartolomé Mitre vencieron a las fuerzas de la
Confederación encabezadas por Urquiza, en la batalla de Pavón.
Un nuevo intento de construcción del Estado nacional se iniciaba. Nacía marcado por el predominio
de Buenos Aires sobre las demás provincias y daba comienzo a un período que se conoce en la historia
como la etapa de la “organización nacional”.

TEXTO 2 LA CONSOLIDACION DEL ESTADO EN LA ARGENTINA

Con el triunfo en la batalla de Pavón, la dirigencia porteña, aliada con algunos sectores muy influyentes
del resto de las provincias, culminó el proceso de unificación nacional que había comenzado con la
sanción de la Constitución en 1853.durante las presidencias de Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo
F Sarmiento (1868) y Nicolás Avellaneda(1874-1880) se adoptaron una serie de medidas y se realizaron
acciones que contribuyeron a consolidar la autoridad del poder central que logró imponer su autoridad
en el territorio.

• Se estableció un sistema jurídico a través de la elaboración y sanción de los códigos civil, penal y
comercial, y con la creación de la Corte Suprema de justicia
• La formación del ejército nacional garantizó la exclusiva autoridad del Estado central sobre los
militares de las provincias.
• La supresión de las aduanas interiores facilitó el comercio entre las regiones del interior del país,
mientras que la nacionalización de las aduanas exteriores les otorgó al Estado nacional, el manejo
de importantes recursos.
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• Se fomento la inmigración extranjera con el objetivo de poblar el extenso territorio.


• Pueblos originarios: la necesidad de ampliar el espacio productivo promovió el avance sobre
territorios aún habitados por los pueblos originarios. Su
resistencia fue vencida por la “Campaña al desierto”

Texto 3 “La conquista del desierto”

Los primitivos dueños de la


tierra venían resistiendo la
conquista del hombre
blanco desde la llegada de
Solís, en 1516. Don Pedro de
Mendoza debió abandonar
Buenos Aires en 1536 por la
hostilidad de los pampas.
Sólo a partir de la creación
del virreinato y la
consecuente presencia de un poder político y militar fuerte, fue posible establecer una línea de fronteras
con el “indio” medianamente alejada de los centros urbanos.
Rosas, haciéndose eco de las demandas de sus colegas estancieros sobre los constantes robos de ganado
por parte de los indios, encabezó la primera “conquista al desierto”.

Entre 1833 y 1834, al concluir su primera gobernación, Juan Manuel de Rosas, emprendió la primera
campaña financiada por la provincia y los estancieros bonaerenses preocupados por la amenaza
indígena sobre sus propiedades.
La expedición contó con el apoyo de las provincias de Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza. Rosas
combinó la conciliación con la represión. Pactó con los pampas y se enfrentó con los ranqueles y la
Confederación liderada por Juan Manuel Calfucurá.

Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de comenzar la conquista, el
saldo fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y se rescataron 1.000 cautivos blancos.
Hasta la caída de Rosas se vivió en una relativa tranquilidad en las fronteras con el indio, pero a partir
de 1853 reaparecieron los malones. En marzo de 1855, el gobierno de la provincia envió una expedición
militar hacia la zona de Azul al mando del coronel Bartolomé Mitre. Mientras acampaba en Sierra Chica,
la división fue cercada y diezmada por los lanceros del cacique Calfucurá.
Calfucurá (significa piedra azul) era el jefe indígena más importante, dotado de una gran inteligencia y
una notable capacidad de organización, organizó en 1855 la «Gran Confederación de las Salinas
Grandes», en la que confluyeron las tribus pampas, ranqueles y araucanas. Mantendrá en vilo a los
sucesivos gobiernos hasta ser derrotado en marzo de 1872 en la batalla de San Carlos, en el actual
partido de Bolívar. Calfucurá murió un año más tarde con casi cien años en la isla de Chiloé. Tomará el
mando su hijo, Namuncurá, quien, secundado por sus bravos guerreros, Cachul, Catriel, Caupán y
Cañumil, se dispuso a cumplir el mandato de defender sus tierras, pero no tendrá la tenacidad de su
padre.

La consolidación del Estado nacional hacía necesaria la clara delimitación de sus fronteras con los países
vecinos. En este contexto, se hacía imprescindible la ocupación del espacio patagónico reclamado por
Chile durante décadas. Sólo la pacificación interior impuesta por el Estado nacional unificado a partir de
1862, permitió a fines de la década del 1870, concretar estos objetivos con el triunfo definitivo sobre el
indio.
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El gobierno de Avellaneda, a través del


ministro de Guerra, Adolfo Alsina impulsó
una campaña para extender la línea de
frontera hacia el Sur de la Provincia de
Buenos Aires.
El plan de Alsina era levantar poblados y
fortines, tender líneas telegráficas y cavar
un gran foso, conocido como la «zanja de
Alsina», con el fin de evitar que los indios
se llevaran consigo el ganado capturado.
Antes de poder concretar del todo su
proyecto, Alsina murió y fue reemplazado
por el joven general Julio A. Roca. La
política desarrollada por Alsina había
permitido ganar unos 56 mil kilómetros
cuadrados, extender la red telegráfica, la
fundación de cinco pueblos y la apertura
de caminos.
El nuevo ministro de Guerra aplicará un
plan de aniquilamiento de las comunidades indígenas a través de una guerra ofensiva y sistemática. El
propio Roca había definido con sus palabras la relación de fuerzas: «Tenemos seis mil soldados armados
con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra
defensa que la dispersión ni otras armas que la lanza primitiva».
Los teóricos de la modernización del país proponían poblar el «desierto» que se suponía deshabitado.
No eran numerosos los habitantes, pero había pobladores previos a esta postulación. Estos habitantes
eran los indígenas.

El plan de Roca se realizaría en dos etapas: una ofensiva general sobre el territorio comprendido entre
el Sur de la Provincia de Buenos Aires y el Río Negro y una marcha coordinada de varias divisiones para
confluir en las cercanías de la actual ciudad de Bariloche. En julio de 1878, el plan estaba en marcha y el
ejército de Roca lograba sus primeros triunfos capturando prisioneros y recatando cautivos.
El 14 de agosto de 1878, el presidente Avellaneda envió al Congreso un proyecto para poner en ejecución
la Ley del 23 de agosto de 1867 que ordenaba la ocupación del Río Negro, como frontera de la república
sobre los indios pampas. El Congreso sancionó en octubre una nueva ley autorizando una inversión de
1.600.000 pesos para sufragar los gastos de la conquista.
Con la financiación aprobada, Roca estuvo en condiciones de preparar sus fuerzas para lanzar la ofensiva
final. La expedición partió entre marzo y abril de 1879. Los seis mil soldados fueron distribuidos en cuatro
divisiones que partieron de distintos puntos para rastrillar la pampa. Dos de las columnas estarían bajo
las órdenes del propio Roca y del coronel Napoleón Uriburu, que atacarían desde la cordillera para
converger en Choele Choel. Las columnas centrales, al mando de los coroneles Nicolás Levalle y Eduardo
Racedo, entrarían por la pampa central y ocuparían la zona de Trarú Lauquen y Poitahue. Todo salió
según el plan con el acompañamiento de la armada que con el buque El Triunfo, a las órdenes de Martín
Guerrico, navegó por el Río Negro.
El 25 de mayo de 1879 se celebró en la margen izquierda del Río Negro y desde allí se preparó el último
tramo de la conquista. El 11 de junio las tropas de Roca llegaron a la confluencia de los ríos Limay y
Neuquén. Pocos días después, el ministro debió regresar a Buenos Aires para garantizar el
abastecimiento de sus tropas y para estar presente en el lanzamiento de su candidatura a presidente de
la República por el Partido Autonomista Nacional.
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El saldo fue de miles de indios muertos, catorce mil reducidos a la servidumbre, y la ocupación de quince
mil leguas cuadradas, que se destinarían, teóricamente, a la agricultura y la ganadería.
Las enfermedades contraídas por el contacto con los blancos, la pobreza y el hambre aceleraron la
mortandad de los indígenas patagónicos sobrevivientes.

El éxito obtenido en la llamada “conquista del desierto” prestigió frente a la clase dirigente la figura de
Roca y lo llevó a la presidencia de la república. Para el Estado nacional, significó la apropiación de
millones de hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración,
serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron
distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias.
Algunos ya eran grandes terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y
famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los Martínez de Hoz, los
Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.
Algunos de ellos se dedicarán a la explotación ovina poblando el desierto con ovejas; otros dejarán
centenares de miles de hectáreas sin explotar y sin poblar, especulando con la suba del precio de la
tierra. Aún hoy, el territorio de Santa Cruz tiene un porcentaje de medio habitante por kilómetro
cuadrado.
Roca había dicho: «Sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta
nacionalidad argentina, que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto, y el poder de los
imperios, a costa de sangre y el sudor de muchas generaciones».
Autor: Felipe Pigna Fuente: www.elhistoriador.com.ar

CLASE 6 LA FORMACIÓN DEL ESTADO NACIONAL BAJO UN MODELO OLIGÁRQUICO


En 1862, Bartolomé Mitre, prestigioso político de la élite porteña, fue elegido presidente de la Nación.
Inmediatamente se abocó a la tarea de sofocar las resistencias del federalismo que, en distintas
provincias, se levantaban contra el poder de Buenos Aires. Según establecía la recientemente
sancionada Constitución, su mandato duró hasta 1868, año en el cual fue elegido Domingo Faustino
Sarmiento quien gobernó hasta 1874, seguido por Nicolás Avellaneda, que presidió el país hasta 1880.
Durante estas tres presidencias, se creó el entramado de las instituciones que componen el aparato
estatal.

Luego de décadas de guerras civiles, el propósito del grupo que llegó al poder fue organizar la nación
dando autoridad al Estado. Para ello, se buscó terminar con los conflictos a través del uso legal de la
violencia. Su lema de gobierno fue Orden y Progreso. La primera palabra remite a las ideas de Estado y
política y a la regulación de las relaciones entre provincias y sectores; la segunda hace referencia a la
inserción del país en el mercado mundial y a la conformación de las relaciones capitalistas de producción.
Este “orden” garantizaría, en adelante, el “progreso” económico de un sector pequeño de la sociedad,
una clase dominante, que mediante el control de las instituciones de gobierno imponía un proyecto
de país que los consolidaba como élite.
Entre las medidas que se tomaron en el proceso de conformación de este Estado, se prohibió la
formación de milicias regionales y autónomas. Con ello se perseguía concentrar el poder militar en un
único organismo, el Ejército nacional, que monopolizaría el uso de la fuerza y la violencia. El Ejército fue
el medio para vencer a los caudillos del Interior y a sus montoneras, que todavía ofrecían resistencia
frente al centralismo porteño y, también, para expropiar las tierras de los pueblos indígenas y utilizar su
fuerza de trabajo.

También se sancionó una Ley de Colonización e Inmigración. Los sectores dominantes que construían el
nuevo Estado, pretendían construir una nación blanca y europea y lo plasmaban en esta nueva ley que
abría las puertas a la inmigración europea, invitando a la población del antiguo continente del cual
habíamos sido colonia, a “poblar” este país. De esta forma, pretendían solucionar el “problema” de la
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falta de mano de obra, aunque, en realidad, la sanción de esta ley mostraba la preferencia por los
trabajadores provenientes del viejo continente por sobre los de origen criollo o nativo. Ni gauchos ni
indígenas tenían lugar en el ordenamiento en marcha: en la conquista de la Patagonia y el Chaco,
emprendida por el Ejército nacional, fueron masacradas las comunidades indígenas. Los sobrevivientes
fueron sometidos a servidumbre.

La creación de escuelas y otras instituciones educativas apuntaron a “educar al soberano” en un


conjunto de conocimientos indispensables para desempeñarse en las distintas actividades económicas,
así como en valores que justificaran el orden en construcción.
En 1880, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, se federalizó la ciudad de Buenos Aires, es decir, se
la designó como capital del Estado argentino. Al doblegar la resistencia de algunos grupos porteños a la
federalización de su ciudad, el Estado nacional terminó de consolidarse, al poder ejercer una autoridad
indisputada en todo el territorio reivindicado como propio a través de un conjunto diferenciado e
interrelacionado de instituciones (jurídicas, impositivas, educativas, entre otras).

LA CONSOLIDACIÓN DEL CAPITALISMO Y LA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO


Durante el siglo XVIII, Gran Bretaña experimentó un proceso de desarrollo industrial acelerado, conocido
como Revolución Industrial. Este proceso fue posible, entre otros factores, gracias a los avances
tecnológicos y a la apropiación de un sector de la sociedad de los medios de producción. Hacia el siglo
XIX, el desarrollo industrial se había extendido por Europa y Estados Unidos. Estos países industrializados
necesitaban materias primas baratas para proveer sus industrias y alimentar a sus trabajadores. También
buscaban mercados en donde vender sus productos. Para satisfacer esas necesidades, estos países
iniciaron –a fines del siglo XIX– una expansión colonialista que implicó la conquista de territorios en
África y Asia, así como la generación de condiciones para el desarrollo de economías primario-
exportadoras en los países de América Latina, ricos en variados recursos naturales.
Durante el siglo XIX se consolidó el sistema capitalista. La invención del ferrocarril y el barco a vapor
habían revolucionado el transporte. Asimismo, hacia finales de esa centuria, se desarrolló la industria
química y comenzó a utilizarse energía eléctrica. Hasta ese momento, la humanidad se desplazaba a pie,
a caballo o en barcos empujados por el viento; a partir de esta época, gracias al trabajo y al ingenio de
los hombres, los nuevos inventos y la aplicación de esas tecnologías representaron un avance
extraordinario para el desarrollo económico. La capacidad de carga aumentó, se abarataron los costos
del transporte, las rutas terrestres y marítimas unieron lugares distantes de todo el mundo. Estas nuevas
conexiones ampliaron rápidamente el intercambio comercial.

Ahora bien, ¿quiénes disfrutaron de la riqueza generada por la Revolución Industrial? Un amplio sector
de la población mundial se vio excluido; los trabajadores, los obreros de los países industrializados vivían
en condiciones inhumanas, cobraban salarios miserables y trabajaban jornadas extenuantes. Los
postulados del liberalismo económico que se imponían en esos tiempos sostenían que el Estado no debía
intervenir en la economía. Así, durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, la clase trabajadora no
contó con legislación que regulara su situación laboral, sus salarios y tiempos de trabajo; su vida es-taba
librada a la voluntad de los patrones.
Fuente: Módulo de Historia Mundial Contemporánea, FINES, 2015.

EL MODELO AGROEXPORTADOR
Nuestro país se incorporó a mediados del siglo XIX a la División internacional del trabajo como productor
de materias primas. La relación comercial principal se estableció con Inglaterra. Dada la concentración
de la tierra en pocas manos, la falta de mano de obra y de tecnología, los terratenientes argentinos se
dedicaron en principio a la producción ganadera: principalmente, se exportaba lana de oveja, cueros y
carne conservada con sal. Más adelante, el país se especializará en la producción de cereales y carnes
refinadas.
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La producción argentina se ubicaba en una situación de dependencia respecto de las necesidades


económicas de los países centrales, los que establecían precios y, con su demanda, definían tipos de
producción. Por ejemplo, cuando hacia mediados del siglo XIX, Europa demandó lanas para su industria
textil, los terratenientes nacionales dedicaron todos sus esfuerzos a la cría de ganado ovino. Luego,
Europa comenzó a demandar cereales y las provincias de la zona pampeana privilegiaron su producción.
Finalmente, la demanda de carnes y las posibilidades de transporte que representó el barco frigorífico
llevaron a los productores nacionales de esas provincias a convertir la cría de ganado vacuno en la
principal actividad junto a la producción cerealera.

Los ingleses no sólo se beneficiaban con la venta de sus productos en nuestros mercados; también
ganaron mucho dinero a través de inversiones de capital, que colocaron en:

• Inversiones directas en empresas ferroviarias, frigoríficos, tranvías y bancos.

• Inversiones indirectas, es decir préstamos al Estado nacional para realizar obras de


infraestructura, como los trazados de las vías de los ferrocarriles, la modernización del puerto, la compra
de telégrafos y su instalación, la modernización de algunas ciudades con la instalación de redes cloaca-
les y aguas corrientes, y la construcción de avenidas, edificios públicos, etcétera.

SOBRE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y EL CAPITALISMO

“La Revolución Industrial que comenzó en Inglaterra a fines del siglo XVIII, significó una nueva forma de
organizar la producción, es decir, de la forma en que las sociedades obtienen los bienes que necesitan
para sobrevivir. (…) El nuevo modo de organizar la producción permitió un salto espectacular en las
posibilidades humanas de producir bienes. Es por eso que se habla de una revolución, la Revolución
Industrial. Ella marcó el comienzo de un nuevo sistema económico denominado capitalismo que,
aunque sufrió muchos cambios en los más de doscientos cincuenta años que tiene de vida, es el sistema
en el que vivimos en la actualidad. El capitalismo permitió, como gran novedad, un crecimiento
constante de la riqueza. También implicó que los hombres se organizaran y relacionaran entre sí de
manera distinta a como lo habían hecho en el pasado. En las nuevas relaciones que ellos establecieron
en la producción, en las fábricas o en el campo, surgieron nuevos grupos sociales. Por un lado, la clase
obrera, formada fundamentalmente por los trabajadores de las fábricas. A diferencia de los artesanos
que vivían de la venta de las mercancías que fabricaban en sus talleres –zapatos, telas, etc.–, los obreros
vivían del salario que les pagaban sus patrones, los capitalistas. Justamente, el otro grupo social
fundamental que se formó en este proceso fue el de los “capitalistas o burguesía industrial”. Estaba
formado por los dueños de las máquinas y de las fábricas. Por su condición de propietarios, tomaban las
decisiones económicas con total libertad, sin consultar a los trabajadores que formaban parte
importante del proceso de producción. Los burgueses definían qué mercancías producir y a qué precios
venderlas; decidían también las condiciones de trabajo que iban a regir en sus empresas. Contrataban a
los obreros, les pagaban los salarios y obtenían ganancias de las ventas de las mercancías. En realidad,
una burguesía rica ya existía desde hacía bastante tiempo, lo nuevo era que ahora su riqueza se originaba
en el trabajo de los obreros en las fábricas. (…)

Como dijimos anteriormente, a esta nueva forma de organizar la economía y la sociedad se la denominó
capitalista. Y no quedó limitada a Inglaterra. Tiempo después, la experiencia inglesa estimuló el proceso
de industrialización en otros países. Francia, Alemania, los Estados Unidos y Japón comenzaron a
transitar su propio camino hacia el capitalismo industrial.”

Fuente: Módulo de Historia Mundial Contemporánea, FINES, 2015.

Materias primas y manufacturas


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Las materias primas son productos extraídos de la naturaleza sin elaboración humana: cereales, lana,
minerales, madera. Los productos manufacturados son los elaborados por los hombres. A la materia
prima, el trabajador o el artesano le agrega un valor: su trabajo. Este trabajo transforma la materia prima
en un producto manufacturado (vestimenta, muebles, ferrocarriles) que a su vez, se transforma en una
mercancía que se vende en el mercado.

del uso legal de la violencia. Su lema de gobierno fue Orden y Progreso. La primera palabra remite a las
ideas de Estado y política y a la regulación de las relaciones entre provincias y sectores; la segunda hace
referencia a la inserción del país en el mercado mundial y a la conformación de las relaciones capitalistas
de producción. Este “orden” garantizaría, en adelante, el “progreso” económico de un sector pequeño
de la sociedad, una clase dominante, que mediante el control de las instituciones de gobierno imponía
un proyecto de país que los consolidaba como élite.

CLASE 7 LA ARGENTINA OLIGARQUICA (1880-1916)


Roca llego al gobierno para consolidar el futuro que la oligarquía creía que tendría en sus manos para
siempre. Era el proyecto de las élites que habian llevado a Sarmiento,Mitre y Avellaneda al poder.
El lema de Roca era Paz y administracion, Roca logró la paz eliminando toda la oposición, contaba con el
apoyo de la Liga de los Gobernadores de todo país y había vencido la resistencia de Buenos Aires. Sin
embargo prefirió reforzar su poder mediante algunas medidas: por un lado,intentar que elejercito
seamas eficaz y leal a su mandato,para lo que repartió tierras públicas entre los oficiales que
participaron en las campañas, y por otro, avasalló las autonomías provinciales, centralizo aún más la
autoridad del Ejecutivo y consolidó el Estado Nacional. Asimismo, las elecciones siguieron asegurando
por medio del fraude y la violencia y el partido Autonomista Nacional(PAN) se convirtio en una especie
de partido único,dominado por el presidente de la nación.
El Estado fuerte en manos de la oligarquia pro-británica era lacondicion necesaria para la expansión de
los capitales ingleses en nuestro país.Inglaterra apoyó a Argentina con sus préstamos que ran parte de
ladoble politica imperialista: exportación de capitales y fortalecimiento de los estados nacionales
incondicionales.

LA “GENERACIÓN DEL 80”


Cuando hablamos de “élite”, no sólo nos referimos al mundo acotado de los terratenientes bonaerenses
sino que esta clase dominante se extendía en todo el país. Formaban también parte del grupo
privilegiado, escritores, periodistas, políticos y científicos de tradición liberal. Cada uno, desde sus
lugares, aportaba a la construcción del “régimen conservador”. Este grupo de personas es conocido como
la “generación del 80” por el protagonismo que tuvo durante esta época, en la política, pero también en
la literatura, en las ciencias, en la escultura o en la arquitectura.

La Generación del 80
Autor: Felipe Pigna
La clase dirigente que acompaña el proceso de modernización en el que el progreso económico y la
organización política provocan el surgimiento de una nueva sociedad, es la denominada Generación del
’80. En ella se destacan personalidades de distinta edad y formación como Paul Groussac, Miguel Cané,
Eduardo Wilde, Carlos Pellegrini, Luis Saenz Peña y Joaquín V. González. La idea de progreso en el campo
social junto a la fe en los avances del capitalismo industrial genera una visión optimista del futuro
humano.
Esta visión, propia del positivismo requiere para su realización eliminar los obstáculos que, para los
hombres del ’80, son principalmente la tradición tanto indígena como hispánica y la falta de educación
al estilo europeo.
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La Argentina se integra a la economía europea y al mercado mundial como compradora de manufacturas


y proveedora de materias primas. Aunque las vacas son más pesadas, la balanza comercial siempre nos
será desfavorable.
Los hombres de esta generación se caracterizaron por heredar y compartir muchos de los pensamientos
y aspiraciones de la generación del 37, como el de que sólo la clase letrada es la poseedora del derecho
a conducir el país y la adhesión al pensamiento liberal. El liberalismo sostuvo la fe en el progreso y la
creencia en que el desarrollo económico sólo se alcanzaría mediante el juego libre de las fuerzas
comerciales y con gobiernos limitados a respetar la libertad individual.

El grupo dirigente del ’80 adhiere al liberalismo económico, pero practica un claro conservadurismo
político reservándose el manejo de los mecanismos del poder al considerarse los únicos aptos para
detentarlo.
El uso del fraude electoral es moneda corriente y está facilitado por el sistema de voto cantado, la
inexistencia de padrones oficiales y el ejercicio de la intimidación y la violencia.
Esto alejaba a la gente común de la política a la que ve como una farsa, sin partidos que la representen
y sin posibilidades de expresar libremente su opinión.
El proceso de la Constitución de una hegemonía Gubernamental, basada en el control de la sucesión que
el presidente saliente ejercía sobre el presidente que lo iba a suceder, sobre mecanismo de fraude y
control electoral aplicados lisa y llanamente en la emisión del sufragio y, sobre todo, por el control que
el gobierno nacional ejercía sobre las provincias y los gobernadores de provincia. Es el Senado de la
nación el que va a recibir a los gobernadores salientes que a su vez cuidan la sucesión y que a su vez
controlan el sistema junto con los presidentes.
Todas estas prácticas antidemocráticas y excluyentes son comunes a las diversas vertientes políticas que
se alternan en el poder. Persiste aún hoy el debate sobre la identidad ideológica de estos grupos ¿eran
liberales o conservadores?
En Argentina los partidos políticos o grupos políticos y sus títulos son un poco confusos en términos de
la historia europea. Se usa el término liberal y conservador, por ejemplo, en la historia inglesa para
designar partidos claros. En Argentina esa diferencia no existe porque normalmente el liberal es lo que
entendemos ahora por conservador.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
LOS MECANISMOS DE DOMINACION OLIGARQUICA
El régimen de gobernó oligárquico que se instauró en el poder a partir de la presidencia de Roca en 1880,
consolido su predominio político a través del control sobre el acceso a los cargos de gobierno y la práctica
de fraude electoral.
La minoría oligárquica nucleada en el PAN controlaba la sucesión presidencial, de modo tal que el
funcionario sal5ente designaba a quien le sucedería en el cargo con el consentimiento del grupo
poderoso de la oligarquía, impidiendo el acceso de candidat6s opositores a los cargos legislativos y
asegurándose que el colegio electoral, encargado de la elección indirecta del presidente y
vicepresidente, estuviera integrado por hombres de su confianza.
El mecanismo por excelencia, fue el fraude e3ectoral. El voto no era secreto ni obligatorio, por el
contrario, era cantado y optativo. Esto hacía que la mayor parte de la población no concurriera a sufragar
y se mantuviera ind5ferente a los comicios, que por otra parte estaban plagados de fraude.
Generalmente, qu5enes votaban estaban vinculados con algún caudillo local, conectado a su vez con
dirigentes políticos nacionales o provinciales. La oligarquía gobernante influía en los comicios de diversas
maneras: era habitual la compra de sufragios, la repetición voto, las amenazas y presiones sobre los
votantes e incluso el uso de la violencia para impedir a miembros de sectores opositores al gobierno
acercarse a las mesas electorales.

das estas trampas no se lograba garantizar la victoria, durante el recuento de votos se modificaban
datos, se eliminaban urnas o se alteraban los números. Además, cada vez que se consideraba en peligro
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el apoyo de una provincia, la élite recurría a las intervenciones federales para remover de sus cargos a
los gobernadores disidentes y colocar en su lugar a funcionarios adictos que aseguraran el triunfo en las
elecciones locales.

CLASE LOS SECTORES POPULARES: TRABAJADORES NATIVOS E INMIGRANTES


Como vimos, desde la perspectiva liberal de quienes gobernaban la Argentina, el Estado no debía regular
la economía. Por lo tanto, tampoco regulaba la relación económica entre trabajadores y patrones. Esta
idea imperaba no sólo en nuestro país sino en gran parte del mundo, principalmente en Europa, de
donde provenían los millones de inmigrantes que se instalaron de manera precaria en nuestra tierra.
Estos extranjeros tenían sus orígenes en sectores marginales y pobres de los países del sur europeo y en
nuestro país no se les concedió lo prometido, es decir la propiedad de la tierra. Sólo algunas colonias de
campesinos europeos recibieron tierras en la región litoral y en la Patagonia. El sistema de latifundio
impidió la partición de tierras en pequeñas
chacras campesinas. La gran mayoría de los inmigrantes terminó, por tanto, viviendo hacinada en los
famosos conventillos de los barrios de La Boca y San Telmo en la ciudad de Buenos Aires y también en
Rosario, la otra ciudad que recibió a muchos de ellos. A la “chusma” de mestizos, indígenas y gauchos
que eran la fuerza de trabajo tradicional se le sumaron los inmigrantes que se emplearon como
trabajadores en pequeños talleres urbanos, en los ferrocarriles, en el puerto o bien como jornaleros en
el campo. Algunos conocían un oficio y se dedicaban a producir pan, productos de carpintería o calzado.
Pero ya fueran nativos o extranjeros, en estos años, los trabajadores no contaban con leyes que
protegieran su situación laboral; no tenían un salario mínimo, ni una jornada de trabajo establecida por
ley, de manera que quedaban sujetos a la voluntad del empleador. Trabajaban extensas jornadas por
salarios miserables. Los trabajadores rurales, en muchos casos, cobraban en “vales” que debían ser
cambiados por comida en las proveedurías de las estancias en las que trabajaban. Otras veces se les
pagaba con comida en mal estado. Los trabajadores, urbanos o rurales, no tenían jubilación, vacaciones
ni protección médica; cualquier enfermedad que los dejaba parados los condenaba a la miseria y si
morían, su familia quedaba totalmente desamparada.
Las personas mayores, si no podían seguir trabajando, no contaban con ningún tipo de ingreso. Tampoco
se pagaban indemnizaciones por despido. Estos beneficios que hoy conocemos y valoramos, no
formaban parte de las ideas de la época o recién comenzaban a discutirse.
los conventillos y las casas de inquilinato eran las viviendas populares predominantes en Buenos aires,
rosario y córdoba. sus propietarios alquilaban las habitaciones a familias enteras o a grupos de
individuos. por lo general, las piezas carecían de ventilación y los escasos cuartos de baño, así como los
picos de agua, eran compartidos. por la cantidad de personas que los conventillos albergaban, la ciudad
siempre estaba en riesgo de padecer epidemias.

La situación de vida siempre estructura ideas y formas de pensar. Las difíciles experiencias compartidas
en fábricas y conventillos condujeron a muchos trabajadores a resistir y a organizarse. Las primeras
formas que ellos encontraron para defender sus derechos fueron las Asociaciones de Socorros Mutuos,
principalmente conformadas por varones y mujeres provenientes de un mismo país.

Luego se formaron las Sociedades de Resistencia, una suerte de sindicatos primitivos. Eran
organizaciones nucleadas por tipo de actividad que reclamaban mejoras en las condiciones laborales y
llevaron a cabo las primeras huelgas y protestas.

Para los llegados a nuestra tierra, la realidad no era muy diferente que en sus países de origen. La
mayoría había abandonado su tierra escapando del hambre, la pobreza y la guerra. Estas experiencias
forjaron en Europa distintas corrientes de pensamiento que cuestionaban la desigualdad y la injusticia
del sistema capitalista. Los inmigrantes trajeron desde sus lugares de origen ideas anarquistas y
socialistas que cuestionaban las bases del sistema social.
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Los anarquistas no creían en las reformas ni en la utilización del Esta-do como medio para cambiar la
realidad, ya que para ellos las instituciones del Estado garantizaban la reproducción del sistema
capitalista; entonces, el Estado era parte del problema. Había que destruir –aun con la violencia– al
Estado y a la Iglesia, la síntesis de la explotación. La mayoría de los trabajadores que sostenían estas
ideas eran de origen español e italiano y pertenecían al grupo de los más pobres: albañiles, carreros,
choferes y algunos peones rurales.

Los socialistas también cuestionaban las desigualdades del sistema, pero, a diferencia del anarquismo,
planteaban que la lucha de los oprimidos no tenía que ir por la vía de la violencia y la revolución; los
derechos se obtendrían a través de huelgas, pero fundamentalmente por la vía legal: había que ganar
elecciones, ingresar en las instituciones del Estado como el Congreso, por ejemplo, y desde allí, cambiar
la situación de los excluidos y de la sociedad toda. Años más tarde, se formaron otros grupos, como el
de los comunistas, que criticaba las desigualdades del sistema económico y proponía un cambio hacia
una sociedad nueva basada en la organización de los oprimidos que, a través de una revolución como la
que se produjo en Rusia en 1917, tomaría el poder del Estado para construir una sociedad sin clases, sin
propiedad privada, igualitaria y justa. Por último, en la década de 1910, prosperó una corriente
denominada “sindicalista”.
Los “sindicalistas” no creían en las reformas políticas ni en la revolución social. La lucha para ellos debía
limitarse al pedido de mejoras salaria-les y de condiciones laborales de los trabajadores organizados en
sindicatos. Eran los sindicatos los que negociarían con los patrones, utilizando la huelga como forma de
protesta.
Los trabajadores se unieron en sindicatos y en federaciones de sindicatos para tener más fuerza
frente a sus patrones y frente a un Estado que defendía los intereses de los sectores sociales
más poderosos.
Además de la represión directa, la principal respuesta de la élite a las crecientes protestas obreras fue
la sanción de leyes represivas. Hacia 1900, el clima de huelga se había extendido en los frigoríficos, los
talleres metalúrgicos y ferroviarios, así como en algunas estancias. El presidente Julio A. Roca declaró el
estado de sitio y promulgó la ley 4144, denominada “Ley de Residencia”, que expulsaba a todo
extranjero que formara parte de una organización obrera o de una huelga. Asimismo, el gobierno
prohibió la circulación del diario La Protesta (anarquista) y La Vanguardia (socialista), y expulsó del país
a muchos dirigentes, a la vez que encarceló a indígenas que adhirieron a la lucha.

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