La Persona, El Bien y La Politica

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Experiencia cristiana y la persona

El cristianismo “defiende en su tradición el valor absoluto de la persona, desde el primer instante


de su concepción hasta el último momento de su ancianidad… ¿En qué se basa?... [En que] “si
el hombre proviniera en su totalidad sólo de la biología de su padre y de su madre… sería
realmente ridícula, cómicamente ridícula, la palabra «libertad», la expresión «derecho de la
persona» (Giussani, 2007, pág. 139-140), se estaría frente al puro determinismo. Adicionalmente
si el hombre solo dependiera del orden social y por ende del poder que lo mantiene, entonces la
persona tampoco tendría libertad; pues el Estado sería la fuente de todo derecho.

La hipótesis cristiana para salvar la libertad humana del determinismo biológico y estatal, supone
que el hombre no está ni a merced del poder de turno, ni “está constituido sólo por la biología de
su madre y de su padre, que posee algo [el “alma”] que no deriva de la tradición biológica [ni del
orden social], sino que está en relación directa con el infinito… con el origen de todo el flujo del
mundo… con esa X misteriosa que se encuentra por encima del flujo de la realidad… es decir,
con Dios…” (ibid). “Sólo en la hipótesis de que exista en mí esta relación, el mundo podrá hacer
de mí lo que quiera, pero no me vencerá, no me despojará, no me atará, porque yo seré más
grande, seré libre” (ibid). Tendré una sed, una capacidad de abrazar el Infinito.

“He aquí la paradoja: la libertad es depender de Dios… O depender del flujo de sus antecedentes
materiales, y es esclavo del poder; o depender de Aquello que está en el origen del flujo de las
cosas, más allá de ellas, es decir, de Dios… [Depender pero] de una manera humana, esto es, con
una dependencia que se reconoce y se vive… La conciencia vivida de esta relación se llama
religiosidad. ¡La libertad consiste en la religiosidad! Por eso, la única rémora, la única frontera,
el único límite a la dictadura del hombre sobre el hombre —ya se trate del hombre sobre la mujer,
de padres con hijos, de gobierno y ciudadanos, de patronos y obreros, o de jefes de partido y
estructuras a las que la gente está sometida—, la única rémora, la única frontera, la única objeción
a la esclavitud del poder, la única, es la religiosidad.” (op. cit., pág. 141) Por eso quien detenta
el poder, sea el que sea, familiar o colectivo, está siempre tentado a odiar la religiosidad
verdadera... Así, por ejemplo, no existe nada en las relaciones entre hombre y mujer, entre chico
y chica, que se tema y odie más, inconscientemente, que una religiosidad auténtica en el otro o
en la otra, porque es un límite para poseerle, es un desafío a su posesión” (ibid).

Esta hipótesis cristiana anuncia que no es solo una hipótesis, pues lo Eterno anhelado en la llanura
de la verdad de Platón, ya no se alcanza con enormes esfuerzos sino que sorprendentemente, lo
Eterno, se ha hecho su compañero de camino. Incluso el planteamiento aristotélico según el cual
el ser humano es el viviente, que tiene la capacidad de darse cuenta de la realidad y tiene un gran
anhelo de plenitud, encuentra en esta hipótesis su plenitud pues el hombre gracias al logos (razón
y palabra) también puede reconocer la Realidad de la cual dependen todas las cosas. “Ante esta
hipótesis el método no es otro que el del registro histórico de un hecho objetivo. La pregunta:
«¿Es cierto que Dios ha intervenido en la historia?»… se ve obligada a convertirse en esta otra
pregunta: «¿Quién es Jesús?». El cristianismo surge como respuesta a esta pregunta. (op. cit.,
pág. 254). Cristianos con san Agustín de Hipona y santo Tomás de Aquino quisieron poner a
dialogar esta hipótesis con lo planteado por Platón y Aristóteles para comunicar su experiencia
de verificación del cristianismo mediante las categorías creadas por estos filósofos griegos.
La experiencia cristiana y el bien

En el ámbito cristiano la persona es más grande que el mundo, pues no depende solo de sus
antecedentes biológicos, sicológicos o culturales. Pero al mismo tiempo, en cuanto viviente, es
parte del mundo. En este orden de ideas, aunque la persona al actuar se sirve de las cosas para
alcanzar su plenitud o felicidad, también experimenta la urgencia de servir al mundo del que
forma parte y particularmente a los demás. En otras palabras “En cuanto parte del mundo, el
hombre ha de servirlo, aunque todo el universo tenga como fin ayudarle a alcanzar mejor su
felicidad” (Giussani, 2007, pág. 331)

El mencionado “interés por los demás es una exigencia propia de nuestra naturaleza. Lo sabemos
porque cuando experimentamos algo hermoso, nos sentimos empujados a comunicarlo a los
demás; cuando vemos a otros que están peor que nosotros, nos sentimos empujados a ayudarles
con algo nuestro. Esta exigencia es original y natural en el hombre; prueba de ello es que la
descubrimos antes de ser conscientes de ella y de considerarla –con razón– como una ley de la
existencia.” (Giussani, 1961, pág. 5) Lo que se viene diciendo se sintetiza en que la existencia
humana se desenvuelve en un servicio al mundo; el hombre se completa a sí mismo
entregándose… [es decir] La existencia humana es un consumarse «por algo». (Giussani, 2007,
pág. 332-333)

Aparte de ser una exigencia natural, servir también es un deber que cuanto más lo vivimos “más
nos realizamos a nosotros mismos. Al entregarnos a los demás, experimentamos que nos vamos
completando. Tanto es así que, si no logramos darnos, nos sentimos disminuidos. Interesarnos
por los demás y entregarnos a ellos nos permite cumplir el deber supremo de la vida –más aún,
el único–, que es realizarnos a nosotros mismos, que nuestra vida se cumpla (Giussani, 1961,
pág. 6) Sin embargo, no siempre es posible realizar esa exigencia y ese deber; por eso en la
concepción cristiana se dice que “vida humana es… esencialmente una tensión, una lucha… es
un caminar; es una búsqueda, búsqueda de la propia plenitud, es decir, del verdadero «uno
mismo». (Giussani, 2007, pág. 339)

El cristianismo anuncia pues que la vida nos es dada también para darla; por ello el poeta francés
Paul Claudel le hace decir a uno de sus personajes: «¿Es acaso el vivir el objeto de la vida? [...]
¡No vivir, sino morir [...] y dar lo que tenemos sonriendo! ¡Esa es la alegría, ésa es la libertad,
ésa es la gracia, ésa es la juventud eterna!». La hipótesis cristiana fundamenta este anuncio en el
hecho de que el Hijo de Dios se hizo uno como nosotros para compartir su ser con nosotros y por
ello plantea que “la ley suprema de nuestro ser es compartir el ser con los demás, compartir
nuestro ser con los demás.” (Giussani, 1961, pág. 7)

Finalmente cabe anotar que esta forma de comprender cuál es la finalidad de la vida, necesita
traducirse en experiencias concretas (cf. Giussani, 2007, pág. 620). Por ejemplo, estando atentos
a necesidades básicas tales como salud, vivienda, vestido, alimentación, educación;
acompañando situaciones límite como la prisión o la muerte; teniendo comprensión y solidaridad
con el que se equivoca, el que ofende o el que sufre. Tales experiencias concretas son las que
históricamente se han llamado obras de misericordia corporales y espirituales; que vienen a ser
acciones que nacen de la conmoción por la situación material o moral del otro.
La fe y los grandes sistemas políticos

Los grandes sistemas políticos que han dominado desde el siglo XIX son capitalismo y el
socialismo, y de ambos se encuentran muchas críticas; sin embargo, podría recurrirse a la opinión
del filósofo Colombiano Francisco Cortés, quien plantea que
El capitalismo es criticable. Ha desarrollado las capacidades tecnológicas y
organizacionales para producir lo suficiente para satisfacer las necesidades básicas de
todos, pero no lo hace porque actúa de forma irracional. La anarquía en la producción y
la contradicción entre la racionalidad individual y colectiva causa que se produzca, por
ejemplo, un desperdicio de las mercancías producidas, como los productos agrícolas que
se queman o se votan en vez de llevarlos a los más pobres.

Pero el socialismo tampoco pudo resolver el problema de cómo satisfacer las necesidades
básicas de todos. La economía planificada no pudo actuar eficientemente porque los
planificadores no se podían informar sobre las capacidades y necesidades de las personas,
y las necesidades no se podían satisfacer ante la imposibilidad de producir lo suficiente.

En virtud de lo anterior podría concluirse que “el capitalismo es irracional y el socialismo es


inviable”. Consecuencia de esto son las reformulaciones que tales sistemas han tenido y que han
originado planteamientos como el socialismo de mercado, la social democracia o el capitalismo
democrático. Sin embargo, estas no son las únicas alternativas, también están los principios de
la doctrina social de la Iglesia Católica (DSI), los cuales merecen ser discutidos sin agresión.

Es importante tener en cuenta que la DSI “no es una tercera vía entre el capitalismo y el
marxismo” (Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, nº 41); ofrece en primer lugar principios de
reflexión que señalan las bases para edificar la vida social. Tales principios son: El principio
personalista o de la dignidad de la persona humana; el principio del bien común; el principio del
destino universal de los bienes y el principio de autonomía de la sociedad política el cual implica
solidaridad entre todos y subsidiariedad o deber que tienen las estructuras sociales más fuertes
de ayudar, apoyar y desarrollar a las más débiles, sin suplantarlas.

Además de principios, la DSI ofrece en segundo lugar criterios de juicio derivados de los
principios de reflexión, los cuales permiten valorar las situaciones concretas. En tercer lugar, la
DSI ofrece directrices de acción que orienten a los cristianos para resolver los problemas sociales.
Todo lo anterior aplicado a un caso concreto seria así: 1) Principio de reflexión: los bienes de la
tierra son para provecho de todos los hombres. 2) Criterio de juicio: la enorme desigualdad entre
latifundistas ricos y campesinos pobres presente en muchos países, debería ser
corregida porque es injusta. 3) Directrices de acción: la Iglesia sugiere promover las
cooperativas y facilitar el acceso al crédito a los campesinos pobres.

Si bien el ejemplo anterior se centra en la cuestión de la justicia económica, hay otros asuntos
abordados desde la DSI: respeto a la vida, la paz, trabajo, familia, dignidad de la mujer, la técnica,
medios de comunicación, inmigrantes o medio ambiente. Sin embargo, no es tarea de Jesús ni de
la Iglesia resolver tales cuestiones, sino invitar a que el hombre sirva a sus semejantes adoptando
la postura óptima para afrontar esos problemas. No es que con los principios, criterios y
directrices de la DSI se resuelva todo, pero si hacen que la persona esté en condiciones favorables
para poder servir afrontando adecuadamente situaciones de la vida social y política.

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