Lectio Divina
Lectio Divina
Lectio Divina
que nos permitirá “conocer a Jesús de un modo cada vez más personal, escuchándolo, viviendo
con él, estando con él, siendo sus amigos, en una comunión de pensamiento que “no es algo
meramente intelectual, sino también una comunión de sentimientos y de voluntad, y por tanto
también del obrar”.
El Papa Benedicto XVI nos recomienda esta antigua práctica que literalmente quiere decir «lectura
de Dios»:
“La lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo
en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le
responde con una confiada apertura del corazón.”
Esta propuesta ha recibido en los últimos cuarenta años un nuevo impulso en toda la Iglesia tras la
publicación de la constitución dogmática «Dei Verbum» del Concilio Vaticano II (18 de noviembre
de 1965).
“Si se promueve esta práctica con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva
primavera espiritual en la Iglesia.
No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro
camino”
La lectura orante de la Palabra, más que una reflexión, es una experiencia de encuentro personal e
íntimo con Dios, que te ama y sale a tu encuentro. Estos pasos te van llevando al mismo interior de
la Palabra.
1. Invoca al Espíritu Santo. Pídele que te ilumine y te abra a la comprensión de la Palabra y que te
anime a la respuesta con tu vida.
2. Lee muy despacio el texto bíblico. Vuelve a leerlo. Lee también algún comentario que te ayude
a conocer mejor el sentido del texto. Dale tiempo al Señor y escucha el mensaje que Él quiere
darte en esta Palabra.
3. Medita qué te dice la Palabra que has leído lentamente. Una vez que hayas captado el sentido
del texto, entonces puedes hacerte esta pregunta: qué me dice esta Palabra.
4. Ora respóndele al Señor que te ha dado su mensaje en la Palabra meditada. Tu actitud sea la de
la Virgen María: Hágase en mí según tu Palabra.
5. Contempla quédate impresionado, fascinado, en silencio, en calma. Déjate animar por el ardor
de la Palabra, como quien recibe el calor del sol.
6. Actúa Haciendo un compromiso que brote de este encuentro con el Señor. Es el salto a la vida.
Animado e invadido por la Palabra, regresa a la vida con otra actitud.
Si eres fiel a la oración con y desde la Palabra de Dios, tu vida irá cambiando. La Palabra te hará
confrontar tus criterios, valores, sentimientos, actitudes y conducta con lo que ella misma te vaya
inspirando. Ama la Palabra, estúdiala, déjala que moldee tu personalidad. Te lo deseo vivamente.
Una LECTURA de fe, con espíritu de discípulo, con corazón abierto y disponible, buscando conocer
y profundizar aquello que el Señor nos transmite es la base para cualquier reflexión bíblica. Para
nosotros que creemos, nuestro acercamiento al texto es la de un creyente y un discípulo, de ahí,
que nuestra lectura no es neutra, sino la de un creyente, que encuentra en ella una revelación del
Señor y una propuesta de vida.
Hacerla desde la Biblia y con la Biblia. Si no se tiene el texto escrito de la Biblia, será
simplemente imposible hacer la Lectio Divina
Tener el corazón abierto y disponible para escuchar al Señor. La lectura es una
experiencia de encuentro con el Señor que nos habla por medio de su Palabra escrita, que
nosotros lo debemos escuchar con atención, pues es nuestro Dios el que nos está
hablando.
Recomponer el texto. Es simplemente recontar aquello que fue escuchado. Existe la posibilidad de
que uno del grupo recuente, relate aquello que fue leído, y el grupo va completando lo que no fue
dicho. También es posible que todo el grupo en conjunto vayan recomponiendo paso a paso el
contenido de la lectura. De esta manera, es fundamental el rol del animador, para ir dando la
palabra e ir recomponiendo paso a paso todo el pasaje.
Lectura en Eco. Es una manera informal de asumir lo que fue leído, donde cada uno va repitiendo
libre y espontáneamente aquello que más le tocó y que más le gustó de lo que fue leído. La mejor
manera es repetir la frase, o versículo más significativo y que el grupo escuche, pero en algunos
casos el grupo repite aquello que fue compartido.
Compartir aquello que el Señor va inspirando por medio de su Palabra, de ahí que en la
MEDITACIÓN puede haber diversas opiniones, que se deben respetar, en ciertos casos
aclarar o definir cosas que no corresponden a la verdad del texto, pero en general, no es
necesario ponerse de acuerdo en lo que se está compartiendo, es simplemente transmitir
y dar a conocer con sencillez y humildad lo que se descubre en el texto y como el Señor
inspira y toca a cada uno con esa lectura.
El relato. Es imprescindible que siempre esa reflexión termine con una alusión a nuestra
realidad actual, a nuestro hoy, aquí y ahora, aplicando ese pasaje y ese mensaje a nuestra
realidad cotidiana, que ella nos haga pensar en la manera cómo estamos asumiendo esa
Palabra en nuestra vida y lo que estamos haciendo al respecto.
Riesgo en la MEDITACIÓN
Un riesgo siempre actual es querer manipular la Palabra, hacerla decir lo que uno quiere oír o lo
que le interesa, tergiversando el sentido propio y original del texto. Es ahí, donde la comunidad o
el grupo manifiestan el sentir de la Iglesia, dando a conocer aquello que hace parte de la propia fe
que se desprende de una lectura fiel de la Palabra.
El viento del Espíritu nos ha llevado lejos, si es que
hemos sido dóciles. Por medio de lo que la Palabra
ha provocado en nosotros, el Señor se nos ha
colocado frente a frente. La Biblia ya ha cumplido su
función: nos ha traído de la mano hasta la presencia
del Señor y con él sostenemos un diálogo de amigos.
Quizás el primer brote de nuestra oración sea como el de
Simón Pedro en medio del lago cuando vio el efecto de la Palabra de Jesús:
«Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un
pecador!» (Lucas 5,8).
¿Qué es?
Hay tantas definiciones de oración como orantes hay, así como cada amante tiene su definición de
amor. En el caso específico de la Lectio Divina, la oración es un grito que brota de lo profundo, del
corazón quemado por la Palabra de Dios. Los brazos se levantan hacia lo alto sea para pedir
perdón o ayuda, para abrazar o para exaltar a Dios. Y en este diálogo amoroso, Dios –por su parte–
nos tiende los suyos.
Recordando que desde el principio la Lectio Divina ha sido un ejercicio de oración y que éste ha
sido animado por el Espíritu Santo, ahora podemos decir que hemos llegado al momento más
intenso del camino. Nuestra oración ya no puede ser la misma de antes. Es el Señor mismo quien
la provoca en nosotros y a través de ella se derrama nuestro ser entero en su presencia.
La pregunta guía de este momento es: ¿Qué le digo al Señor motivado por su Palabra?
Dios se ha colocado ante nosotros y nos ha hablado. Ahora nosotros tenemos la palabra, el Señor
espera una respuesta. Para ello se requiere:
¿Qué es?
La contemplación es de por sí una forma de oración, la cumbre de toda oración. Para definirla
quizás sería suficiente la frase de San Juan de la Cruz, «estar amando al Amado», ya que quien se
nos entrega en la Lectio Divina es Dios mismo, quien viene a nuestro encuentro regalándonos su
amistad: «Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su
casa y cenaremos juntos.» (Apocalipsis 3,20)
Pero el término «contemplación», que de por sí indica «visión» de Dios, en el camino de la Lectio
tiene un matiz novedoso: puesto que lo que Dios nos revela en la Escritura es él mismo pero
también sus designios de salvación, entendemos que no solamente lo «vemos» a él sino que con
él vemos la vida y la historia. En otras palabras comenzamos a ver el camino con nuevos ojos y
junto con el Señor hacemos nuestro proyecto de vida. Por eso la pregunta guía de esta última
etapa es: ¿Qué me muestra el Señor que debo hacer?
Por lo anterior, la contemplación va unida a la acción: en comunión con el Señor y en obediencia a
él discernimos las acciones concretas que configuran más nuestra vida con la suya y apoyados en
la fuerza que nos da comenzamos a realizarlas. Así se hacen realidad en nosotros las palabras de
Jesús: « ¡Dichosos más bien quienes escuchan lo que Dios dice, y lo obedecen!» (Lucas 11,28)
El resultado de la Lectio es una encarnación del «Verbo» en nosotros: transfiguramos,
testimoniamos y anunciamos a Jesús con nuestra mirada, nuestras palabras, nuestros
comportamientos, nuestras opciones y nuestro servicio.
Al mismo tiempo que nos gozamos con el Señor, a quien hemos oído y percibido en esta
maravillosa experiencia, se espera que tomemos decisiones concretas. Para ello, la actitud más
importante es la obediencia. Un excelente ejemplo es la actitud de María: «Yo soy esclava del
Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho.» (Lucas 1,38).
Invocación al Espíritu Santo
Previo a la lectura de la Palabra.
Padre Eterno, te agradezco, te alabo y te doy gracias por regalarme tu Palabra, te doy gracias
porque nos regalas un camino perfecto de santidad. Haz que la Palabra que acabo de leer pueda
crear frutos de conversión en mi vida, ayúdame por intercesión de María a vivirla, a ponerla en
práctica y así poder cumplir diariamente tu Voluntad en la vida cotidiana.
(Gloria al Padre…)
Señor Jesús, tú que nos regalas con tu amor cómo rezar, te ruego que me ayudes, ven en mi
auxilio y enséñame a orar con la Palabra de Dios.
Ayúdame en este camino y no permitas que cuando me equivoque me desaliente, que pueda
seguir haciendo este camino con perseverancia y amor.
(Padrenuestro…)
¿Cómo se reza el Santo Rosario?
1. Señal de la Cruz. “Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme”
3. Acto de Fe. Rezamos el Credo y pedimos a la Virgen que nos mantenga firmes en la Fe.
5. Al finalizar los cinco misterios. Se reza el Salve Regina o la Consagración a la Virgen o las
Letanías de Loreto.
El Rosario Bíblico Meditado tiene su inspiración en la forma en que este se rezaba en la edad
media occidental entre los años 1425 a 1525 [1]. En aquellos tiempos era costumbre recitar un
pequeño pensamiento o meditación sobre la vida de Jesús y María antes de rezar cada una de las
avemarías. El Rosario Bíblico Meditado sigue esta manera de rezar el rosario. Toma su nombre del
hecho de que casi en su totalidad las meditaciones proceden de las Sagradas Escrituras. Su
principal característica es que en él las meditaciones están ordenadas de tal manera que con cada
cuenta del rosario se va desarrollando paso a paso el contenido del misterio en cuestión. Es por
tanto, una forma fácil de mantener la presencia de cada misterio al tiempo que se van
desgranando cada una de las diez avemarías.
En esta versión se han incluido meditaciones para considerar los nuevos misterios de la vida
pública de Jesús o misterios luminosos propuestos por S.S Juan Pablo II en la Carta Apostólica
"Rosarium Virginis Mariae" (16/10/2002).
"De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica
más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección
proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150,
que es el mismo de los Salmos.
No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una
incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les
permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la
Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la
persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado
Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada
del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus
exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se
manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy
en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5).
1. El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una Virgen (...) y el nombre de la Virgen
era María. (Lc. 1,26- 27).
3. Ella se turbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
(Lc. 1, 29).
4. El Ángel le dijo: no temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.
(Lc. 1, 30).
5. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. (Lc. 1, 31).
6. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y su Reino no tendrá fin. (Lc. 1; 32, 33).
7. María dijo al Ángel: ¿cómo será esto, pues no conozco varón?. (Lc. 1, 34).
8. El Espíritu Santo descenderá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. (Lc. 1,
35).
9. Por eso el Hijo, en Ti engendrado, será Santo, será Hijo de Dios. (Lc. 1, 35).
10. He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. (Lc. 1, 38).
6. Mirad: ya desde ahora me aclamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha obrado
en mi cosas estupendas Aquél que es poderoso. (Lc. 1, 48, 49).
7. Santo es su Nombre y su misericordia alcanza en generaciones a los que le temen. (Lc. 1, 49-50).
8. Después la fuerza de su brazo dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. (Lc. 1, 51).
9. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. (Lc. 1, 52).
10. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. (Lc. 1, 53).
5. No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo
el pueblo. (Lc. 2, 10).
7. Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que El ama.
(Lc. 2, 14). Avemaría.
9. Y postrándose, lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
(Mt. 2, 11).
10. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. (Lc. 2, 19).
4. La Presentación del Niño Jesús en el Templo.
1. Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, lo subieron a Jerusalén
para ofrecerlo al Señor. Lc. 2, 22).
2. Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo piadoso, que esperaba la
consolidación de Israel. (Lc. 2, 25).
3. El Espíritu Santo le había revelado que no moriría sin ver al Cristo del Señor
(Lc. 2, 26). Avemaría.
6. Porque han contemplado mis ojos tu salvación, la que has puesto a la vista
de todos los pueblos. (Lc. 2, 30-31).
7. Luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. (Lc. 2, 32).
8. Y se dirigió a María, la Madre del Niño, para decirle: Este está predestinado por Dios para ruina
o resurgimiento de muchos en Israel, y será signo de contradicción. (Lc. 2, 34).
9. Tu misma alma quedará atravesada por una espada, para que se ponga de manifiesto la actitud
que ante El adopta cada uno. (Lc. 2, 35).
10. Después que hubieron cumplido todo lo prescrito en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a
su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se desarrollaba, llenándose de sabiduría; y sobre El se
manifestaban las complacencias de Dios. (Lc. 2, 39-40).
6. Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos llenos de
angustia. (Lc. 2, 48).
7. ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi Padre?. (Lc. 2,
49).
9. Descendió Jesús con ellos, fue a Nazaret y les estaba sumiso. (Lc. 2,51).
10. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. (Lc. 2, 52).
2. Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: "Voz del que
clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas". (Mt. 3, 3).
6. Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser
bautizado por él. (Mt. 3, 13).
7. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú
vienes a mí? (Mt. 3, 14).
8. Jesús le respondió: déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces le
dejó. (Mt. 3, 15).
9. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que
bajaba en forma de paloma y venía sobre él. (Mt. 3, 16).
10. Y una voz que salía de los cielos decía: este es mi Hijo amado, en quien me complazco. (Mt. 3,
17).
1. Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. (Jn.
2, 1). Avemaría.
2. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. (Jn. 2, 2).
3. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: no
tienen vino. (Jn. 2, 3).
6. Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los
judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: llenad las tinajas
de agua. Y las llenaron hasta arriba. (Jn. 2, 6-7).
10. Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en
él sus discípulos. (Jn. 2, 11).
3. La Proclamación del Reino y el llamado a la conversión.
5. Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: este está
blasfemando. (Mt. 9,3).
7. Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice
entonces al paralítico: "levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". (Mt. 9, 6).
8. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban
todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: jamás vimos cosa parecida. (Mc. 2, 12).
9. Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. (Mc. 2, 13).
10. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios. (Mc. 1, 39).
6. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra (Mt. 17, 5).
7. Y de la nube salía una voz que decía: este es mi Hijo amado, en quien me complazco;
escuchadle. (Mt. 17, 5).
8. Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. (Mt. 17, 6).
9. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: levantaos, no tengáis miedo. Ellos alzaron sus
ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. (Mt. 17, 7-8).
10. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: no contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del
hombre haya resucitado de entre los muertos. (Mt. 17, 9).
5. La Institución de la Eucaristía
1. Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
(Jn. 13, 1).
2. Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles. (Lc. 22, 14).
3. Y les dijo: con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de
padecer. (Lc. 22, 15).
6. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: bebed
de ella todos, (Mt. 26, 27).
9. Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. (Mt. 26, 30).
10. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. (Jn.
6, 54).
1. La Oración y Agonía de Jesús en Getsemaní.
1. Así llegó Jesús con ellos a una finca llamada Getsemaní y les dijo: sentaos aquí mientras yo voy
allá a orar; y comenzó a entristecerse y angustiarse. (Mt. 26; 36, 37).
3. Adelantándose unos pasos y cayendo rostro en tierra, pedía a Dios que, a ser
posible, hiciera que no sonase para El aquella hora. (Mc. 14, 35).
5. Se le apareció entonces un Angel del Cielo infundiéndole valor. (Lc. 22, 43).
6. Y, poseído de angustia mortal, oraba con mayor intensidad. (Lc. 22, 44).
7. Y sudó como gruesas gotas de sangre, que iban corriendo hasta la tierra. (Lc. 22, 44).
8. Y volviendo a sus discípulos, los encontró durmiendo; dijo a Pedro: ¿Con que no habéis sido
capaces de estar una hora en vela conmigo?. (Mt. 26, 40).
10. Cierto que la voluntad está pronta, pero el cuerpo es débil. (Mt. 26, 41).
2. La Flagelación de Jesús.
7. Fue oprimido, y Él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y
como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco El abrió la boca. (Is. 53, 4).
8. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. (Is. 53, 5).
9. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que El llevaba y nuestros dolores los que soportaba!. (Is.
53, 4).
10. Él soportó el castigo que nos trae la paz y con sus llagas hemos sido curados. (Is. 53, 5).
3. La Coronación de Espinas.
1. Los soldados lo condujeron dentro del atrio, o sea, al pretorio, y le vistieron de púrpura. (Mc.
15, 16; Mt. 27, 28).
5. Salió Pilato otra vez fuera, y les dijo: mira, os lo voy a sacar fuera
para que sepáis que no encuentro en El culpa alguna. (Jn. 19, 4).
7. Les dice Pilato: aquí tenéis al Hombre. Ellos decían: ¡Fuera, fuera!
¡Crucifícale!. (Jn. 19; 5, 15).
8. Pues, ¿qué mal ha hecho? Y ellos cada vez más fuerte gritaban: ¡Crucifícalo! . (Mc. 15, 14).
9. ¿A vuestro Rey voy a crucificar? Replicaron los Sumos Sacerdotes: no tenemos más rey que el
César. (Jn. 19, 15).
10. Entonces lo puso en sus manos para que lo crucificasen. Se apoderaron, pues, de Jesús. (Jn. 19,
16). (Lc. 2, 19).
4. Jesús carga con la Cruz camino al Calvario.
8. Le seguía una gran muchedumbre de pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y hacían
duelo por El. (Lc. 23, 28).
9. Jesús, volviéndose a ellas dijo: hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad más bien por vosotras
y por vuestros hijos. (Lc. 23, 28).
10. Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco, ¿qué se hará? (Lc. 23, 31).
5. La Crucifixión de Jesús.
1. Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron ahí a Jesús. (Lc. 23, 33).
2. Jesús decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc. 23, 34).
9. Y Jesús, con una voz fuerte, exclamó: Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu. (Lc. 23, 46).
Misterios Gloriosos
1. La Resurrección de Jesús
2. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón y nadie os podrá quitar vuestra alegría. (Jn. 16, 22).
6. No está aquí: resucitó como dijo. Venid y ved el sitio donde estaba.
(Mt. 28, 6).
8. Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro, y con temor y gran alegría corrieron a
llevar la noticia a los discípulos. (Mt. 28, 8).
9. Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá. (Jn. 11, 25).
10. Y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. (Jn. 11,26).
2. La Ascensión de Jesús
1. Los llevó después afuera hasta cerca de Betania; y, levantando la mano, les
dio su bendición. (Lc. 24, 50).
3. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. (Mt. 28, 18).
4. Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Mt. 28, 19).
8. Y mirad, Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo. (Mt. 82, 20).
9. Y, en tanto que los bendecía, se apartó de ellos y fue elevándose al Cielo. (Lc. 24, 51).
1. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo local. (Hch. 2, 1).
2. Y se oyó de repente un estruendo, que venía del cielo, como de una ráfaga de viento que sopla
con furia. (Hch. 2, 2).
6. Entonces Pedro, en pie con los once, alzó su voz y les dirigió estas
palabras. (Hch. 2, 14).
8. Y los que acogieron su palabra se bautizaron, y se agregaron aquel día unas tres mil almas. (Hch.
2,41).
9. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra. (Sal. 104, 30).
10. Ven, ¡oh Espíritu Santo!, llena los corazones de tus fieles; y enciende en ellos el fuego de tu
Amor. Aleluya. (Secuencia de Pentecostés).
4. La Asunción de la Virgen María a los Cielos.
1. Bendita seas Tú, hija del Dios Altísimo, entre todas las mujeres de la tierra. (Jdt. 13, 18).
2. La confianza que has demostrado no se borrará del corazón de los hombres. (Jdt. 13, 19).
3. Que Dios te conceda para exaltación perpetua el ser favorecida con todos los bienes, porque no
vacilaste en exponer tu vida a causa de la humillación de nuestra raza. (Jdt. 13, 20).
7. Apareció una grandiosa señal en el cielo: una Mujer vestida del sol.
(Ap. 12, 1).
8. Con la luna bajo sus pies, y con una corona de doce estrellas en la
cabeza. (Ap. 12, 1).
9. Toda espléndida, la Hija del Rey, va adentro con vestido en oro recamado.
(Sal. 45, 14).
10. Cantad al Señor un canto nuevo, porque ha hecho maravillas. (Sal. 98, 1).
1. ¿Quién es ésta que surge cual aurora, bella como la luna, refulgente como el sol?. (Cant. 6, 10).
2. Como flor del rosal en primavera, como lirio junto al manantial; como
brote del Líbano en verano, como fuego e incienso en el incensario; como
vaso de oro macizo adornado de toda clase de piedras preciosas. (Eclo.
50, 8-9).
8. Dichosos los que guardan mis caminos. Dichoso el hombre que me escucha velando ante mi
puerta cada día. (Prov. 8, 33-34).
9. Porque el que me halla, ha hallado la Vida, ha logrado el Favor del Señor. (Prov. 8, 35).
10. Salve, oh Reina de la Misericordia, líbranos del enemigo, y recíbenos en la hora de la muerte.
(Gradual M. de B. V M)
San Juan Pablo II… “Tampoco faltan rebrotes peligrosos de
fideísmo, que no acepta la importancia del conocimiento racional y
de la reflexión filosófica para la inteligencia de la fe y, más aún,
para la posibilidad misma de creer en Dios. Una expresión de esta
tendencia fideísta difundida hoy es el «biblicismo», que tiende a
hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el
único punto de referencia para la verdad. Sucede así que se
identifica la palabra de Dios solamente con la Sagrada Escritura,
vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia confirmada
expresamente por el Concilio Ecuménico Vaticano II.
No hay que infravalorar, además, el peligro de la aplicación de una sola metodología para llegar a
la verdad de la Sagrada Escritura, olvidando la necesidad de una exégesis más amplia que permita
comprender, junto con toda la Iglesia, el sentido pleno de los textos. Cuantos se dedican al estudio
de las Sagradas Escrituras deben tener siempre presente que las diversas metodologías
hermenéuticas se apoyan en una determinada concepción filosófica. Por ello, es preciso
analizarla con discernimiento antes de aplicarla a los textos sagrados.” “Fides et Ratio”
San Antonio de Padua… “"Un cristiano fiel, iluminado por los rayos de
la gracia al igual que un cristal, deberá iluminar a los demás con sus
palabras y acciones, con la luz del buen ejemplo”