El documento describe a Madre Mercedes Pacheco como una mujer del siglo XIX que ayudó a los enfermos durante una epidemia y fundó una asociación para enseñar la doctrina cristiana a niños. También explora las dificultades que enfrentaban las mujeres trabajadoras en esa época.
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El documento describe a Madre Mercedes Pacheco como una mujer del siglo XIX que ayudó a los enfermos durante una epidemia y fundó una asociación para enseñar la doctrina cristiana a niños. También explora las dificultades que enfrentaban las mujeres trabajadoras en esa época.
Título original
LA MADRE MERCEDES PACHECO UN Y LA ACCIÓN SOCIAL EN TUCUMÁN
El documento describe a Madre Mercedes Pacheco como una mujer del siglo XIX que ayudó a los enfermos durante una epidemia y fundó una asociación para enseñar la doctrina cristiana a niños. También explora las dificultades que enfrentaban las mujeres trabajadoras en esa época.
El documento describe a Madre Mercedes Pacheco como una mujer del siglo XIX que ayudó a los enfermos durante una epidemia y fundó una asociación para enseñar la doctrina cristiana a niños. También explora las dificultades que enfrentaban las mujeres trabajadoras en esa época.
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LA MADRE MERCEDES PACHECO: UNA MUJER DE SU TIEMPO.
Cuando decimos que alguien es una mujer o un hombre de su tiempo estamos
expresando que esa persona estuvo bien sumergida en la cultura, en las acciones destacadas, en algunos rasgos que caracterizan una época. Vamos a ver hoy en esta charla por qué podemos decir que Madre Mercedes fue una mujer de su tiempo. Unos breves datos biográficos nos remontan a Ciudacita, departamento de Chicligasta, en este sur tucumano donde nació Mercedes Pacheco el 10 de octubre de 1867. Hija de Carmelo Pacheco y de Justina Díaz, vivió una vida acomodada hasta que, al morir el padre, la madre volvió a casarse. El nuevo esposo la maltrataba y perdió buena parte de sus bienes. (Anécdota del obispo que le pidió que se podía tomar un tiempo separados pero que debía volver con su marido, y el día que ella tenía que volver, se murió de un infarto) Quizás una experiencia fundante de la actitud de servicio de Mercedes fue en la que enfrentó la epidemia del cólera, ayudando a los enfermos del campo entre 1886 a 1887. ENFERMEDAD Y MUERTES. El cólera llegó a Tucumán en 1886 a través de un tren que traía a unos soldados que portaban la enfermedad. El mismo tren que había traído una década atrás el progreso a través de la explotación de la actividad azucarera era ahora motivo de dolor y muerte. Un tercio de la población tucumana moría a causa de esta epidemia. Imposible no sentirse afectado por tanta oscuridad, sin embargo, a algunas personas esta situación les cambió definitivamente la vida. Mercedes del Carmen Pacheco vivió como interna y estudió en la ciudad capital en la Casa de Jesús (Colegio de Educandas/beaterio de las Hnas. Carmelitas que después asumen las Hnas. Esclavas) y en el Colegio del Huerto. Cuando tuvo lugar la epidemia del cólera, se vio conmovida por ese acontecimiento y volvió a su pueblo. Allí la joven ayudó a tantas personas como pudo. Ella misma dejó en sus escritos el testimonio que ninguno de aquellos a los que ayudó murió… Después de este acontecimiento, se trasladó nuevamente a la ciudad y muy joven tuvo que salir a buscar trabajo para mantenerse ella y su madre. Fue modista y cigarrera. Tengamos este dato muy presente porque más adelante lo voy a retomar… Hoy nos parece normal que una mujer salga a buscar trabajo, pero en aquella época las costumbres eran otras…. Volvamos a la preocupación de Mercedes por los otros…
Asesorada por sacerdotes y junto a su amiga María C. de Fontenla, Mercedes
fundó el 19 de diciembre de 1890 el APOSTOLADO DE LA ENSEÑANZA DE LA DOCTRINA CRISTIANA, una asociación de laicos que tenía por objetivo enseñar el catecismo a los niños de ambos sexos, prepararlos para la Primera Comunión, consiguiéndoles el ajuar conveniente para los más pobres; fomentar la regularización de los matrimonios; difundir las buenas doctrinas por medio de libritos y folletos religiosos. Buscaba también dar asistencia espiritual a los enfermos y a los presos y costear las misiones donde fuera necesario. Entre sus primeras integrantes -además de Mercedes Pacheco- estuvieron Mercedes L. de López, Modesta Guzmán, Mónica de Jesús de Thames, Luisa T. de Martínez, Udalrica López, Feliciana López, Florinda de Delgado, Dolores de López Mañán, Ceferina Sibilat, Asunción Ledesma, Epifanía Toro de Molina, Lastenia Blanco, Luisa de Zavalía, Lastenia Frías de Padilla. Al año, esta asociación se estableció en el templo de Santo Domingo.
Dos hechos se unen quizás para disparar su vocación a la acción social: el
hecho que mencionamos anteriormente que ella haya experimentado el tener que trabajar de cigarrera y costurera para sobrevivir y la preocupación por la educación práctica de las niñas que algún día serían mujeres de trabajo. SITUACIÓN LABORAL, POBREZA. Vamos a aclarar un poco el panorama laboral de esta provincia a fines del siglo XIX que nos permita dimensionar lo que significó que esta mujer que tenía dote tuviese una vida cómoda primero y una vida muy difícil después hasta la recuperación de su dinero. A mediados del siglo XIX la provincia atravesó por un gran proceso de transformación. Como dije anteriormente, la llegada del ferrocarril en 1876 fue un elemento disparador del crecimiento del cultivo de la caña de azúcar, al igual que la utilización de la máquina a vapor para accionar los trapiches. Así se modernizó la industria, y la necesidad de mano de obra –que se fue multiplicando– se cubrió con la llegada de los trabajadores “golondrinas”. Hacia 1890 funcionaban en la provincia treinta y cinco ingenios, cuya fuerza de trabajo estaba condicionada por la ley de conchabos, que se estableció en 1888. ¿Qué era la ley de conchavos? Era un documento emitido por una autoridad competente (policía o juez de paz) que certificaba que determinado individuo estaba bajo relación de dependencia laboral con un patrón. Para quienes no poseían “oficio, profesión, renta, sueldo, ocupación o medio lícito con que vivir” era condición de su existencia legal, ya que sin tal documento eran considerados vagos (o sospechosos de serlo) y por lo tanto podían ser perseguidos y castigados como tales. Los cambios económicos en la provincia provocaron importantes modificaciones en la ciudad: tuvo lugar un aumento demográfico, al que se sumó la falta de viviendas, problemas de salubridad y la crisis obrera. La falta de viviendas dignas y las crisis azucareras se vincularon con el problema de la salud pública. En esta área se habían tomado medidas urgentes a raíz de la epidemia del cólera. Pero con el estado de precariedad y la falta de condiciones en las viviendas (tanto de limpieza como del espacio para el sano desarrollo de sus ocupantes) se multiplicaron los casos de peste bubónica, tuberculosis, sarampión y fiebres intestinales. A fines del siglo XIX y principios del XX, el gobierno de Tucumán se internaba en la búsqueda de respuestas a todos estos conflictos apoyando e incentivando proyectos particulares o de instituciones, entre las que se encontraba la Iglesia Católica.
¿Pero cómo era la situación de la mujer trabajadora?
En ese entonces, las mujeres en general (y las trabajadoras en particular) debían responder a un modelo femenino vinculado al hogar, aquellas que debían salir a ganarse el pan, corrían el riesgo de corromperse. (o sea, de caer en la prostitución). La mujer era “el ángel del hogar”, su guardiana. Las mujeres trabajadoras, en este período, se ocupaban de tareas a domicilio o bien salían a cumplir sus deberes a la fábrica. En su mayoría se concentraban en el servicio doméstico, costureras, cocineras, lavanderas, cigarreras y alpargateras. Dentro de estos oficios, lo que tenía que ver con el servicio doméstico no tenía un carácter estable y todavía a fines del siglo XIX las sirvientas debían tener libreta de conchavo. Pero esta concepción de dedicarse a la vagancia o caer en la prostitución era común entre los sectores de poder frente a los sectores populares, y en el caso particular de las mujeres se entremezclaban las razones laborales con las morales. Respecto a las condiciones laborales de las trabajadoras del servicio doméstico, estas eran deplorables: el sueldo era mísero y el trato, repudiable. A ellas se las tildaba de “vagas”, “provocadoras” y de baja moralidad. En condiciones serviles, estos trabajos se realizaban en los domicilios de los patrones o algunas tareas, como el lavado y planchado, se hacía en el propio domicilio o en talleres. La situación obrera de las mujeres en la provincia de Tucumán fue abordada por el doctor Juan Bialet Massé, a quien el presidente Roca le encargó –en 1904– la realización de un informe que sirviera de ayuda para buscar el tipo de legislación más conveniente al país. En ese informe describió el estado de la mujer obrera y, refiriéndose a la de Tucumán, hizo alusión a la pobreza de las trabajadoras. “La lavandera y la planchadora viven mal, pero viven; la costurera agoniza”. Juan Bialet Massé, Informe sobre el estado de la clase obrera, t. 1, 1986, p. 199. La clase más numerosa entre las obreras eran las costureras, que vivían con sueldos miserables. No sólo eran costureras las mujeres del pueblo: había muchas familias de la sociedad que necesitaban de este trabajo para poder sostener -en su pobreza- las relaciones sociales. Señoras y señoritas que se dedicaban a este trabajo en sus domicilios, como fue el caso de Mercedes. ¿Por qué estoy explicando cómo era el mundo del trabajo femenino? Porque si se entienden todos los riegos que corría la mujer trabajadora, puede valorarse aún más la labor de Madre Mercedes al querer ocuparse en primer lugar de la supervivencia de su familia y -más tarde- de la educación de las niñas y los posibles oficios que ellas pudieran desempeñar. O sea, enseñarle a la mujer algún oficio era darle una herramienta de salvación: no sólo para ganarse el pan sino también para no ser mal vista. Mercedes Pacheco fue desarrollando estas tareas mientras intentaba resolver su llamada a la vida religiosa. Se conectó e intentó entrar en distintas congregaciones, como las Salesas de Montevideo y las Vicentinas, según el consejo de los confesores, pero en ninguna encontró su lugar. Mientras tanto se hizo fuerte en ella la inspiración de FUNDAR UN ASILO-TALLER, PARA LA FORMACIÓN Y LA PROMOCIÓN DE LAS NIÑAS (agosto 1895). HOGAR DE LA SAGRADA FAMILIA, para niñas desamparadas.
BÚSQUEDA DE ESTABLECER ALGÚN TIPO DE COMUNIDAD RELIGIOSA.
En un viaje que hizo a Buenos Aires, se encontró con el Padre Bustamante, quien la iluminó y le brindó seguridades que le disiparon todas sus dudas. Volvió a Tucumán y el Obispo, monseñor Padilla, la autorizó a vivir en comunidad con algunas compañeras y a formular los estatutos que debía regir a la nueva comunidad, ya veremos cómo culminó esta intercesión. Aquí entran en escena dos personas muy importantes en su vida que despejan su camino vocacional: el ya mencionado obispo de Tucumán, Pablo Padilla y Bárcena, y el sacerdote redentorista Federico Grote. El obispo aprobó en 1912 los estatutos de la comunidad denominada “Misioneras Catequistas de Cristo Rey”. Así, el 1 de enero de 1914 varias compañeras tomaron el hábito religioso. ¿Pero cuál fue el rol del P. Federico Grote en su vida? ¿Quién fue el Padre Grote? El padre Federico Grote nació en Münster, capital de Westfalia, actual Alemania, el 16 de julio de 1853. Miembro de la congregación redentorista, llegó a Buenos Aires en 1884 y fundó en 1892 el primer Círculo de Obreros de la Argentina. ¿Qué era un círculo de obreros? La unión de hombres trabajadores que se reunían en torno a necesidades como el socorro mutuo, que les asegurase una mínima cobertura médica o el velorio y el sepelio en caso de muerte, que tuviesen un carácter religioso, como ser el festejo de celebraciones religiosas, entre ellas fueron de los primeros en hacer peregrinaciones desde la capital federal al santuario de Luján en Buenos Aires o que buscaban tener un espacio de formación moral y cívica, que era otorgada por personalidades ilustres del momento. Grote creó un tipo de organización en la que los laicos asumían un rol protagónico y en que se diferenciaba la acción religiosa de la acción social: en la primera el clero debía desempeñar un papel de conducción y en la segunda el laicado debía tener una amplia autonomía. Este modelo buscaba un compromiso más directo de los católicos con la vida pública que implicaba la toma de medidas más avanzadas, en especial en el terreno social. Sin embargo, este criterio no era compartido por la mayoría de la jerarquía eclesiástica que pretendía un modelo centralizado y jerárquico, que fue en definitiva el que se impuso. Grote se había propuesto que el primer Círculo fundado en Buenos Aires en 1892 (denominado “Central”) se constituyese en modelo para los otros. El obispo Padilla -amigo del P. Grote - lo invitó para que su congregación se instalara en la provincia, ya que aquí la vida en los ingenios azucareros y en los trabajos de la ciudad era muy dura y muchos hombres terminaban cayendo en distintos vicios, principalmente el alcohol y adoptaban el socialismo como forma de enfrentarse a sus patrones. Mons. Padilla y Grote forjaron una amistad a lo largo de los años que fue crucial para el mundo obrero católico porque ambos coincidieron en el interés por contener al obrero dándole un espacio de cuidados, de recreación, de moralización. La Iglesia asumió la tarea de moralizar al ciudadano (o sea, de darle pautas morales y acompañarlo en ese proceso) por medio, entre otras obras, de los Círculos Obreros. Se intentaba encauzar a los hombres de trabajo dentro de los principios cristianos como también de implantar buenas conductas. En la provincia de Tucumán, el dominico Padre Pedro Zavaleta fundó el primer círculo de obreros del noroeste en 1895 y a partir de allí estas agrupaciones se multiplicaron. ¿Cuál fue la relación del Padre Grote, hombre de su tiempo, con Mercedes Pacheco? En principio, Mercedes se acercó a los redentoristas porque la Asociación del Apostolado que creó, tenía como uno de sus objetivos dar misiones y estos religiosos eran misioneros. Es más, habían sido llamados a Tucumán para misionar por distintos lugares antes que se establecieran definitivamente. (indicar que los redentoristas son los padres de San Gerardo, en la capital) Así, los padres misioneros Federico Grote y José Johanneman llegaron en 1889 a la provincia y ese fue el primer contacto de Mercedes Pacheco con Grote. En su historia, ella misma cuenta: “Empezaron la misión con tanto fruto, que jamás hubo otra que hiciera tanto bien a esta ciudad: se confesaron caballeros de la alta sociedad, algunos hacía cincuenta años que no recibían sacramentos, como también señoras y señoritas indiferentes, se entregaron a la piedad. Después (…) misionaron la campaña. Los padres redentoristas acompañaron a Mercedes a buscar congregación, y finalmente fue él quien la animó -ante todo- a fundar el asilo- “Me dirigí al R. P. Federico Grote manifestándole que en mi alma se sostenía una terrible lucha entre ser religiosa o fundar un asilo para niñas huérfanas y desamparadas (…) y el P. Grote me contestó: “renuncie a entrar de religiosa y funde el asilo que deseaba.” Fundó ese asilo, pero ella sabía que esa no era su casa…Ella quería una casa donde debía haber muchas niñas, grandes talleres, para que las niñas aprendiesen oficios y pudieran honradamente vivir la vida, que fuese una especie de fábrica donde se pudiera dar trabajo a los pobres. Madre Mercedes Pacheco quería meterse en este mundo de las trabajadoras, quería alquilar un taller externo, quería ocuparse de los niños en la casa de la calle Maipú (1895), y recibir a las huérfanas como internas… El P. Grote fue quien intercedió ante Monseñor Padilla para que Mercedes hable sobre la fundación de una comunidad religiosa, y el mismo obispo le dijo que Grote escribiese los estatutos. Mercedes pensó que quien debería escribir ese reglamento era el Padre Agustín Barrere, su confesor, pero como éste no pudo por sus múltiples ocupaciones, terminó haciéndolo el padre Grote. Era de Dios que así tenía que ser. Esos encuentros claves entre estas dos almas propició grandes cosas. En 1917 hizo la primera fundación de un Hogar Escuela en Buenos Aires. En 1924 hizo otra fundación en La Plata, ciudad en la que residiría gran parte del resto de su vida, y en la que fundó cuatro colegios. Creó comedores comunitarios para niños y talleres para la enseñanza técnica, especialmente destinados a niños huérfanos. Paulino Rodríguez Marquina- español que fue director de la oficina de Estadística en nuestra provincia- publicó una obra en 1899 titulada “La mortalidad infantil en Tucumán”. En ella demostraba las condiciones en que se hallaba la población infantil a través de datos estadísticos. Estos datos no fueron ignorados por nadie: la falta de higiene, los malos hábitos alimentarios y la ignorancia de las madres en el cuidado de sus hijos fueron responsables directos de la mortalidad infantil que entre 1897 y 1898 fue de alrededor de 4.500 muertes de menores de un año. Este trabajo señaló la indiferencia del cuerpo social por la infancia abandonada y tuvo un fuerte impacto en toda la sociedad. Mercedes se hizo eco de esta problemática angustiante. Ella hizo otras fundaciones en el interior de la provincia de Buenos Aires, como el caso de Castelli, Chillar y General Madariaga. Luego de innumerables gestiones obtuvo el predio de Laprida al 700 donde, en 1906, ya estaba instalado un instituto de artes y oficios. “La madre Pacheco”, como se la conoció, influyó a muchas damas de sociedad Así nació el Instituto de las Misioneras Catequistas de Cristo Rey, el cual en el año 1942, fue aprobado como Congregación Diocesana y desde el año 1987, Congregación de Derecho Pontificio. Las fundaciones de la Congregación se extendieron por las provincias de Salta y Catamarca, llegando a países vecinos, en Uruguay y Paraguay. La Madre Mercedes, siempre había sufrido malestares físicos, aunque nada le impedía trabajar incansablemente por la causa de Cristo. A principios de 1941, comenzó a sentir los síntomas de una seria enfermedad. Mercedes Pacheco continuó viviendo en La Plata hasta que 1942 los médicos le diagnosticaron cáncer. Tuvo que trasladarse a la capital, y allí fue operada. Pero pese a una leve recuperación, falleció el 30 de junio de 1943. Sus restos fueron trasladados a la Iglesia de Cristo Rey en Tucumán. El 24 de noviembre de 2000, Mercedes del Carmen Pacheco fue declarada Sierva de Dios por el Papa Juan Pablo II. Su sacerdote amigo, Federico Grote, también había sido declarado siervo de Dios, pero en 1980. Durante la década siguiente se ha iniciado el estudio de varios milagros atribuidos a Mercedes Pacheco, con vistas a su canonización. Para concluir, el conocimiento de Madre Mercedes Pacheco de la realidad que se vivía en su querida provincia nunca fue un simple conocimiento de oídas al que ella quiso dar respuesta. La madre Pacheco vivió la realidad del trabajo, de ser una mujer que trabaja, de tener una madre golpeada y maltratada y sufrir esa violencia familiar. Se llenó de sueños para cambiar la situación de otras mujeres desde niñas, de atender a los huérfanos porque ella misma experimentó la orfandad y la desprotección al morir un padre amoroso y providente. Ella atendió a enfermos casi moribundos y cuidó con su cuerpo, el cuerpo de la niñez desamparada. Una mujer de su tiempo es eso. A eso nos desafía Madre Mercedes Pacheco: ella nos dejó una enseñanza, un camino y una invitación a vivir el amor en el cuidado de los otros, de nuestros niños, de nuestros hijos.