La Poscolonialidad Explicada A Los Niños-Castro
La Poscolonialidad Explicada A Los Niños-Castro
La Poscolonialidad Explicada A Los Niños-Castro
Santiago Castro-Gómez
(Instituto Pensar, Universidad Javeriana)
Jigra de letras
Editorial Universidad del Cauca
Instituto Pensar, Universidad Javeriana
© Editorial Universidad del Cauca.
© Instituto Pensar, Universidad Javeriana.
Primera edición: noviembre de 2005.
Diagramación: Enrique Ocampo Castro.
Universidad del Cauca
Calle 5 # 4-70, Popayán.
ISBN: 958-9475-89-2
Prólogo ............................................................................. 9
La poscolonialidad explicada a los niños ........................ 11
El capítulo faltante del imperio ....................................... 65
Notas .............................................................................. 93
Referencias .................................................................. 105
PRÓLOGO
E
n julio de 2002 el antropólogo colombiano Arturo Es-
cobar dictó la conferencia Mundos y conocimien-
tos de otro modo en el congreso de latinoamerica-
nistas europeos en Amsterdam, en la cual presentó el tra-
bajo de una red transdisciplinaria de investigadores latinoa-
mericanos en torno a la relación entre modernidad y
colonialidad. La perspectiva adoptada por estos investiga-
dores, afirmó Escobar, es novedosa y constituye un aporte
sustantivo al debate actual sobre la globalización. Las fuen-
tes teóricas de las que bebe este grupo son diversas: desde
la filosofía de la liberación y la teoría de la dependencia de
los años setenta, pasando por los trabajos de Michel
Foucault, Pierre Bourdieu y los estudios poscoloniales de
los ochenta, hasta las actuales discusiones en torno al Im-
perio y la globalización hechas por Michael Hardt y Anto-
nio Negri. Por la cohesión en torno a conceptos desarrolla-
dos en común, por el número de publicaciones en grupo y
por el espíritu que anima esas publicaciones Escobar no
dudó en hablar de un «programa de investigación» emer-
gente pero relativamente desconocido todavía en el mundo
anglosajón (Escobar 2005).
10
LA POSCOLONIALIDAD
EXPLICADA A LOS NIÑOS
PERSPECTIVAS LATINOAMERICANAS
SOBRE MODERNIDAD, COLONIALIDAD Y
GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO
D
e acuerdo con la taxonomía propuesta recientemente
por John Beverley (2001) el campo de los estudios
culturales latinoamericanos durante los últimos diez
años se dividió en cuatro proyectos diferentes pero com-
plementarios: los estudios sobre prácticas y políticas cultu-
rales en la línea de Néstor García Canclini, George Yúdice,
Jesús Martín Barbero y Daniel Mato; la crítica cultural
(desconstructivista o neofrankfurtiana) en la línea de Al-
berto Moreiras, Nelly Richard, Beatriz Sarlo, Roberto
Schwarz y Luis Britto García; los estudios subalternos en
la línea seguida por él mismo, Ileana Rodriguez y los miem-
bros del Latin American Subaltern Studies Group; y, fi-
nalmente, los estudios poscoloniales en la línea de Walter
Mignolo y el grupo de la «modernidad/colonialidad», entre
quienes se cuentan Edgardo Lander, Aníbal Quijano, Enri-
que Dussel, Catherine Walsh, Javier Sanjinés, Fernando
Coronil, Ramón Grosfoguel, Freya Schiwy, Nelson
Maldonado y quien escribe estas líneas.
11
tes teóricos se ha venido configurando el llamado grupo lati-
noamericano de la «modernidad/colonialidad». No sobra de-
cir que hablo en nombre propio y que la estrategia de pre-
sentación que adoptaré no refleja, en modo alguno, un punto
de vista grupal. En lugar de iniciar con la presentación de
algunas categorías analíticas (como transmodernidad,
colonialidad del poder, diferencia colonial, gnosis de frontera,
interculturalidad, punto cero y corpo-política) que se han con-
vertido ya en una especie de koiné para el grupo o de pasar
revista a las publicaciones que hemos logrado realizar en
estos últimos años de trabajo conjunto (1999-2002)1 me
referiré al modo como nuestras discusiones se enmarcan en
un contexto discursivo más amplio, conocido en la academia
metropolitana con el nombre de «teoría poscolonial». Al adop-
tar esta estrategia mi idea no es ubicar nuestros debates como
una simple recepción de lo que se ha venido escuchando
desde hace varios años en boca de teóricos main stream
como Said, Bhabha y Spivak (es decir, como si fuéramos la
sucursal latinoamericana de una compañía transnacional lla-
mada «teoría poscolonial») sino mostrar que la especificidad
del debate latinoamericano sólo puede apreciarse a contra-
luz de lo que en otros lugares se ha venido discutiendo bajo
esta rúbrica.
12
lectura poscolonial en el seno de los teóricos marxistas con-
temporáneos, tratando de identificar las causas de su re-
chazo. Finalmente, y asumiendo la legitimidad de algunas
de estas críticas marxistas, mostraré que la teoría poscolonial
anglosajona no es suficiente para visibilizar la especificidad
del debate latinoamericano sobre modernidad/colonialidad,
tema que ocupará el final del capítulo.
13
Los elementos que facilitaron el ascenso vertiginoso de la
burguesía fueron el surgimiento del mercado mundial y el
desarrollo de la gran industria. A raíz del descubrimiento de
América y del intercambio con sus colonias las naciones
europeas pudieron administrar un sistema internacional de
comercio que rompió en mil pedazos los límites de la anti-
gua organización feudal o gremial. Los nuevos mercados
crearon nuevas necesidades de consumo que ya no pudie-
ron ser satisfechas con productos nacionales sino que re-
clamaron la introducción de mercancías provenientes de
los lugares más apartados y de los climas más diversos del
planeta. La apertura de estos nuevos mercados dio un im-
pulso sin precedentes al desarrollo de la ciencia y a la inno-
vación tecnológica. La navegación a vapor, el ferrocarril,
el telégrafo eléctrico y el empleo de maquinaria industrial
revolucionaron el modo como los individuos sometieron las
fuerzas de la naturaleza y generaron nuevas fuentes de
riqueza. La relación entre estos dos elementos, el mercado
mundial y la gran industria, no fue casual sino dialéctica. El
mercado mundial impulsó el surgimiento de la gran indus-
tria y esta, a su vez, amplió los límites del mercado mun-
dial2 (Marx y Engels 1983:29-33)
14
ron en el Manifiesto que «la burguesía ha dado un carác-
ter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países» (Marx y Engels 1983:31) parecían referirse a la
acción de la burguesía europea, particularmente de la bur-
guesía británica que, gracias a su control del comercio in-
ternacional, logró establecer núcleos de producción capita-
lista en las colonias de ultramar. Ni siquiera en su trabajos
posteriores sobre la periferia europea (Rusia, Irlanda, Es-
paña), publicados después de su muerte bajo el título The
eastern question 3, identificó Marx un «ascenso» conside-
rable de la clase burguesa en estas regiones. Si la revolu-
ción socialista era posible allí no se debía tanto a la acción
de una burguesía nativa, capaz de establecer previamente
un modo de producción capitalista, cuanto a los efectos de
la internacionalización del capital financiero.
15
quía» social, «el desenfreno de los clérigos seculares» y la
«vanidad» de una clase dirigente cuyo único interés era
«dominar y hacerse ricos» por medio de la obtención de
cargos públicos, títulos y grados.
16
En el análisis de Marx Bolívar no fue un revolucionario
burgués sino un aristócrata con ansias de poder, deseoso
de construir un régimen político en el cual las masas popu-
lares no tuviesen representación alguna. Este desprecio
aristocrático por lo popular se reveló con claridad en el
proyecto bolivariano presentado ante el congreso de An-
gostura, en el cual Bolívar propuso la constitución de un
senado hereditario y de un presidente vitalicio. En otras
palabras, nada en Bolívar recordó a Marx la tendencia re-
volucionaria de la burguesía a romper con «todo lo
estamental y estancado» que describió diez años antes, junto
con Engels, en El Manifiesto. Más bien se trataba de un
representante de la nobleza estamental criolla partidaria de
conservar el «antiguo régimen» y opuesta, por ello, tanto a
los intereses de la pequeña burguesía liberal como a los de
las (todavía) inconscientes masas populares.
17
les reinaba el ordenamiento estamental y teológico, carac-
terístico del «antiguo régimen». El texto en el cual Marx
relató el atentado contra Bolívar en Bogotá es una prueba
latente de su posición frente al colonialismo:
«Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio en
Bogotá, de la cual se salvó sólo porque saltó de un bal-
cón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puen-
te, le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de
terror militar. Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la
mano sobre Santander, pese a que éste había participado
en la conjura, mientras que hizo matar al general Padilla,
cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto,
pero que por ser hombre de color no podía ofrecer resis-
tencia alguna» (Marx 2001:71).
18
mente, cuando todo lo sólido se hubiera disuelto en el aire,
entonces el colonialismo sería cosa del pasado. Para Marx
el colonialismo no era otra cosa que el pasado de la moder-
nidad y desaparecería por completo con la crisis mundial
que daría paso al comunismo.
19
político sino que posee una dimensión epistémica vinculada
con el nacimiento de las ciencias humanas, tanto en el centro
como en la periferia. En este sentido cabría hablar de
colonialidad antes que de colonialismo para destacar la di-
mensión cognitiva y simbólica de ese fenómeno. Casi todos
los autores mencionados han argumentado que las humanida-
des y las ciencias sociales modernas crearon un imaginario
sobre el mundo social del «subalterno» (el oriental, el negro, el
indio, el campesino) que no solo sirvió para legitimar el poder
imperial en un nivel económico y político sino que también
contribuyó a crear los paradigmas epistemológicos de estas
ciencias y a generar las identidades (personales y colectivas)
de colonizadores y colonizados. Así, la colonialidad dista de
ser un fenómeno colateral al desarrollo de la modernidad y el
capitalismo, como erróneamente planteó Marx.
20
cesariamente, a la institucionalización de una cierta imagen
o representación sobre «el oriente» y «lo oriental». Según
Said una de las características del poder imperial en la
modernidad es que el dominio (Herrschaft) no se consigue
tan solo matando y sometiendo al otro por la fuerza sino
que requiere de un elemento ideológico o «representacional»;
es decir, sin la construcción de un discurso sobre el «otro»
y sin la incorporación de ese discurso en el habitus de
dominadores y dominados el poder económico y político de
Europa sobre sus colonias hubiera resultado imposible. De
este modo Said empezó a mostrar aquello que para Marx
constituyó un «punto ciego»: la centralidad de dos elemen-
tos «superestructurales» –el conocimiento y la subjetivi-
dad– para la consolidación del dominio imperial de Europa.
El dominador europeo construyó al «otro» como objeto de
conocimiento (oriente) y construyó también una imagen
autocentrada de su propio locus enuntiationis (occidente)
en el proceso de ejercitar el dominio:
«Oriente no es sólo el vecino inmediato de Europa; es tam-
bién la región en la cual Europa ha creado sus colonias más
grandes, ricas y antiguas; es la fuente de sus civilizaciones
y sus lenguas, su contrincante cultural y una de sus imáge-
nes más profundas y repetidas de Lo Otro. Además, Orien-
te ha servido para que Europa (u Occidente) se defina en
contraposición a su imagen, su idea, su personalidad y su
experiencia. Sin embargo, nada de este Oriente es puramen-
te imaginario. Oriente es una parte integrante de la civiliza-
ción y de la cultura material europea. El orientalismo expre-
sa y representa, desde un punto de vista cultural e incluso
ideológico, esa parte como un modo de discurso que se
apoya en unas instituciones, un vocabulario, unas ense-
ñanzas, unas imágenes, unas doctrinas e, incluso, unas
burocracias y estilos coloniales... [El orientalismo] es un
21
estilo de pensamiento que se basa en la distinción
ontológica y epistemológica que se establece entre Oriente
y – la mayor parte de las veces – Occidente. Así pues, una
gran cantidad de escritores –entre ellos, poetas, novelis-
tas, filósofos, políticos, economistas y administradores del
Imperio– han aceptado esa diferencia básica entre Oriente
y Occidente como punto de partida para elaborar teorías,
epopeyas, novelas, descripciones sociales e informes polí-
ticos relacionados con Oriente, sus gentes, sus costum-
bres, su ‘mentalidad’, su destino, etc.» (Said 1990:19-21;
cursivas añadidas).
22
metropolitana desde el siglo XIX con la creación de cáte-
dras sobre «civilizaciones antiguas» en el marco del gran
entusiasmo generado por el estudio de las lenguas orienta-
les. Said afirmó que el dominio imperial de Gran Bretaña
sobre la India permitió el acceso irrestricto de los eruditos
a los textos, los lenguajes y las religiones del mundo asiáti-
co, hasta ese momento desconocidas para Europa (Said
1995: 77). Un empleado de la East India Company y miem-
bro de la burocracia colonial inglesa, el magistrado William
Jones, aprovechó sus grandes conocimientos del árabe, el
hebreo y el sánscrito para elaborar la primera de las gran-
des teorías orientalistas. En una conferencia pronunciada
en 1786 ante la Asiatic Society of Bengal Jones afirmó
que las lenguas europeas clásicas (el latín y el griego) pro-
cedían de un tronco común que podía rastrearse en el
sánscrito. Esta tesis generó un entusiasmo sin precedentes
en la comunidad científica europea y fomentó el desarrollo
de una nueva disciplina humanística: la filología6.
23
pero se desplegó y llegó a su término (a su telos, a su fin
último) en occidente. El dominio europeo sobre el mundo
requirió una legitimación «científica», en la cual empezaron
a jugar un papel fundamental las nacientes ciencias huma-
nas: filología, arqueología, historia, etnología, antropología,
paleontología. Al ocuparse del pasado de las civilizaciones
orientales estas disciplinas «construyeron», en realidad, el
presente colonial europeo.
24
mente, hacia una única forma legítima de conocer el mun-
do: la desplegada por la racionalidad científico-técnica de
la modernidad europea.
25
geográficas y sociológicas; es una cierta voluntad o in-
tención de comprender –y, en algunos casos, de contro-
lar, manipular o, incluso, incorporar– lo que manifiesta-
mente es un mundo diferente (alternativo o nuevo)... De
hecho, mi tesis consiste en que el orientalismo es –y no
sólo representa– una dimensión considerable de la cultu-
ra política e intelectual moderna y, como tal, tiene menos
que ver con oriente que con ‘nuestro’ mundo [moderno]»
(Said 1990:31-32; cursivas añadidas).
26
como «ilegítima» la existencia simultánea de distintas «vo-
ces» culturales y formas de producir conocimientos. Con
el nacimiento de las ciencias humanas en los siglos XVIII y
XIX asistimos a la paulatina invisibilización de la simulta-
neidad epistémica del mundo. A la expropiación territorial y
económica que hizo Europa de las colonias (colonialismo)
corresponde, como señalaré más adelante, una expropia-
ción epistémica (colonialidad) que condenó a los conoci-
mientos producidos en ellas a ser tan sólo el «pasado» de la
ciencia moderna.
27
vocadas por el sistema capitalista ya que no sería posible
oponer a ellas un modelo totalizante de «razón práctica».
Pero lo que parece molestar más a Callinicos es que desde
la visión post-estructuralista el marxismo queda reducido a
ser uno más de los «grandes relatos» que legitimaron la
ciencia moderna (Lyotard), un discurso que se mueve como
pez en el agua en la «episteme del siglo XIX» (Foucault) o
una narrativa «orientalista» que sirvió para legitimar el co-
lonialismo británico en la India (Said).
28
res como Heidegger y Derrida y su concepto de un logos
transhistórico que «constituye» el devenir mismo de la cul-
tura occidental (Ahmad 1993:182); el colonialismo queda así
despojado de sus referentes históricos concretos y subsumido
en una estructura ontológica propia de occidente. Pare-
ciera ser, afirma Ahmad (1993:181), que el orientalismo pro-
duce al colonialismo y no lo contrario ya que, de acuerdo a
Said, éste se fundamenta en la división ontológica entre orien-
te y occidente.
29
«Un aspecto notable de Orientalismo es que examina la
historia de los textos occidentales sobre las [sociedades]
no occidentales sin tomar en cuenta el modo cómo estos
textos han sido recibidos, aceptados, modificados, reta-
dos, desechados o reproducidos por la intelectualidad de
los países colonizados: no como una masa indiferenciada
sino como agentes sociales concretos situados en con-
flictos, contradicciones y locaciones diferentes de clase,
género, región, filiación religiosa, etc... Una de las mayo-
res quejas [de Said] es que desde Esquilo en adelante
Occidente ha representado a Oriente sin permitir que Orien-
te se represente a sí mismo... Pero lo que resulta extraordi-
nario es que, con excepción de la propia voz de Said, las
únicas voces que encontramos en el libro son, precisa-
mente, aquellas del canon occidental que son acusadas
de haber silenciado a Oriente. Quién está silenciando a
quién, quién se está rehusando a permitir un encuentro
entre la voz del así llamado ‘orientalista’ y las muchas
voces suprimidas por el Orientalismo, son preguntas que
encontramos muy difíciles de responder cuando leímos
este libro» (Ahmad 1993:172-173).
30
neoliberal. En este caso se trata de una nueva clase inte-
lectual de inmigrantes que trabajan en universidades de eli-
te de los Estados Unidos, principalmente en algunos depar-
tamentos de humanidades y ciencias sociales; son acadé-
micos asiáticos, africanos o latinoamericanos procedentes
de la clase alta en sus países de origen que necesitan pre-
sentarse a sí mismos como «intelectuales poscoloniales» y
demostrar un sofisticado manejo de las teorías francesas
de vanguardia para poder ser aceptados en el competitivo
medio académico del Primer Mundo. Para ello necesitan
escribir libros que oculten su procedencia de clase y de-
nuncien, simultáneamente, al colonialismo del «Imperio» en
el cual están tocando a la puerta (Ahmad 1993:196). Los
poscolonialistas, en opinión de Ahmad, son individuos que,
por un lado, denuncian hipócritamente el sufrimiento de la
opresión colonial de la cual se beneficiaron ellos mismos y
sus familias y, por el otro, se perfilan como una nueva ge-
neración de profesionales inmigrantes que aprovechan esos
beneficios para posicionarse ventajosamente en el merca-
do laboral del Primer Mundo7. Ningún otro libro pudo ex-
presar mejor que Orientalismo los deseos de esta nueva
clase de académicos, lo cual explicaría su éxito inmediato.
31
nio fue «inventado» por los países anglosajones con el pro-
pósito de deshacerse de todos los marxistas; por eso esta-
blece un «vínculo ideológico» entre la hegemonía que em-
pieza a adquirir la nueva teoría francesa en la academia
norteamericana y el avance global de la derecha en todo el
mundo (Ahmad 1993:192). Nada mejor para los intereses
del neoliberalismo que promover un tipo de teorías donde la
hibridez, el «border crossing» y los flujos de deseo se en-
cuentran en el centro de atención; nada mejor para silen-
ciar a los enemigos del sistema que la crítica radical a con-
ceptos como «lucha de clases», «ideología», «modo de pro-
ducción» y «conciencia de clase» realizada por Said,
Foucault y toda la horda de «antihumanistas nietzscheanos»
(Ahmad 1993:193). La prioridad número uno del sistema
capitalista en la década de 1980, parece creer Ahmad, era
«deshacerse de Marx» como referente teórico e intelec-
tual capaz de movilizar a los sectores inconformes del Pri-
mer Mundo. Y nada mejor que las teorías poscoloniales
para lograr este propósito!
32
que la narrativa del capitalismo ya no coincide con la na-
rrativa de la historia de Europa (Dirlik 1997:71); tampoco
es suficiente denunciar las exclusiones locales en términos
de género, raza y producción de imaginarios. Sin una teoría
que dé cuenta del modo como esas exclusiones operan en
el contexto más amplio del capitalismo global la crítica
poscolonialista podría estar contribuyendo a reforzar la ideo-
logía legitimadora del sistema (Dirlik 1997:10). Frente a esta
falencia teórica y política «el marxismo aparece como un
indispensable recurso teórico para entender las fuerzas que
estructuran la condición posmoderna, la cual no debe ser
divorciada de los cambios estructurales traídos por el capi-
talismo global» (Dirlik 1997:2). Nos encontramos, de nue-
vo, frente a una defensa apasionada del marxismo en con-
tra de su principal «usurpador» contemporáneo, el
posmodernismo, y su más reciente versión de moda entre
los intelectuales tercermundistas del Primer Mundo: el
poscolonialismo.
33
«metarrelatos» universalistas que nombran la «totalidad» —entre
ellos el marxismo— ha producido un efecto contrario: la totalidad
innombrada (el capitalismo global) reingresa por la puerta de atrás
y coloniza la epistemología de las teorías poscoloniales, convirtién-
dolas en aquello frente a lo cual ellas mismas buscaban distanciar-
se. El minimalismo discursivo de las teorías poscoloniales desliga
la cultura de sus condicionamientos materiales globales y la
mistifica, ocultando sus vínculos con el modo de producción capi-
talista:
«Los críticos han señalado que, a pesar de su insistencia en
la historicidad y la diferencia, el poscolonialismo repite en su
desarrollo las tendencias ahistoricistas y universalizantes
del pensamiento colonial... El poscolonialismo termina, en-
tonces, por imitar metodológicamente la epistemología colo-
nial que busca repudiar. Las soluciones que ofrece –el indi-
vidualismo metodológico, el aislamiento despolitizante de lo
social frente a sus dominios materiales, una visión de las
relaciones sociales que resulta ser en extremo voluntarista,
el rechazo a cualquier tipo de política programática– no nos
parecen radicales, subversivas y emancipadoras. Ellas son,
por el contrario, conservadoras e implícitamente autorita-
rias» (Dirlik 1997:66).
34
distribución del mercado laboral en tiempos de globalización.
Las poblaciones del Tercer Mundo, presentes ahora en el
Primero a la manera de diásporas inmigrantes, se han con-
vertido en uno de los grupos más dinámicos de la economía
en países como Inglaterra y los Estados Unidos. El trabajo
de estas poblaciones se ha tornado crucial para el desarro-
llo de la industria de las comunicaciones, del sector de ser-
vicios y de la producción de bienes simbólicos (industria
cultural), materializados en proyectos de investigación fi-
nanciados por institutos y corporaciones de ayuda al desa-
rrollo, publicaciones en grandes editoriales multinacionales,
becas de estudio, programas académicos en universidades
formadoras de elites, etc. En esta redistribución del trabajo
material e intelectual a nivel global se inscribe la produc-
ción de las teorías poscoloniales y de los estudios cultura-
les. Sus productos intelectuales, que exaltan la hibridez, la
diferencia y el multiculturalismo, se venden muy bien en el
mercado internacional de símbolos y favorecen, sin propo-
nérselo, la libre circulación de capital en el marco de la
globalización neoliberal8. Las teorías poscoloniales, lejos de
constituirse en una teoría crítica del capitalismo, se han
convertido en uno de sus mejores aliados.
35
editorial española en 1990 y sólo recientemente salió al
mercado la segunda edición, de la cual difícilmente puede
conseguirse una copia, incluso en las mejores bibliotecas.
Hasta donde tengo noticia ninguno de los libros de Ranajid
Guha, Dipesh Chakrabarty o Gayatri Spivak ha sido tradu-
cido al español y disponemos de pocas antologías de textos
que permitan ganar una visión, siquiera panorámica, de es-
tos debates9. Quizás por esto las pocas referencias que
existen en nuestro medio a las teorías poscoloniales hacen
eco de los debates académicos en los Estados Unidos.
36
cenario, entonces, en el que se debate hoy lo latinoameri-
cano? Un escenario marcado por la insidiosa complejidad
de esta nueva articulación poscolonial hecha de poderes
intermediarios que transitan entre la centralidad
descentrada de la metrópoli, por un lado, y la resignación
cultural de la periferia, conflictivamente agenciada por la
teoría metropolitana de la subalternidad» (Richard
1998:248-250).
37
El núcleo de la crítica de Reynoso no es tanto político sino
epistemológico. En su opinión las teorías poscoloniales han
depredado perezosamente los logros metodológicos de las
disciplinas tradicionales y no han hecho absolutamente nin-
guna contribución al conocimiento del fenómeno del colonia-
lismo. Por el contrario, los teóricos poscoloniales ocultan su
ignorancia de la ciencia social mediante una sofisticada retó-
rica que utilizan con propósitos políticos. Se trata, pues, de un
grupo de farsantes (o «impostores intelectuales» como lo
denunció Sokal) que se presenta como científicos sociales
para abrirse paso en la academia del Primer Mundo. Para
legitimar de algún su fachada científica, los teóricos
poscoloniales se apropian de la jerga ininteligible del
posestructuralismo francés y construyen una monstruosa
colcha de retazos, desprovista de la más mínima rigurosidad
metodológica. Es el caso de Gayatri Spivak y Homi Bhabha,
curiosamente profesores de inglés en los Estados Unidos,
quienes apelan a una compulsiva sintaxis para presentar al
público sus «novedosas» teorías. Irremediablemente adictos
a la oscura retórica de Lacan y Derrida los dos pensadores
indios torturan a sus lectores con una «jerga marciana» que,
además, se jacta de ser progresista y de situarse junto a los
sectores subalternos. Para Reynoso resulta imposible encon-
trar en esta «jeringonza» ningún vestigio de rigor metodológico
sino, tan sólo, «un arrebato de abstracciones inexpertas, casi
ideográficas en vez de analíticas» (Reynoso 2000:119)11.
38
y útil conjunto de prácticas de lectura, fundamentalmente
preocupadas por el análisis de las formas culturales que
reflejan, mediatizan o, incluso, desafían a las múltiples rela-
ciones de subordinación y dominación». Las teorías
poscoloniales son capaces de jugar un papel fundamental
para la reconstrucción de la teoría crítica que el marxis-
mo tradicional ya no puede realizar; el marxismo continúa
siendo «una matriz de pensamiento absolutamente vigente
para examinar nuestra época» (Grüner 2002:35, 39) pero
necesita con urgencia de la perspectiva cultural ofrecida
por los nuevos campos emergentes. Con todo, las teorías
poscoloniales adolecen de algunos problemas teóricos y
metodológicos que es necesario corregir.
39
discurso (post) colonial en la medida en que dicha ausen-
cia, combinada con su remisión a la ‘alta teoría’
postestructuralista francesa, produce un inevitable desli-
zamiento hacia los excesos de abstracción ‘fragmentarista’
y, paradógicamente, deshistorizada de las filosofías ‘post’»
(Grüner 2002:176-177).
40
Resulta fácil ver de qué modo Grüner da un paso adelante
con respecto a sus colegas marxistas del Primer Mundo;
su mérito consiste en desligarse de la «gran sospecha» que
veía en las teorías poscoloniales y en los estudios culturales
tan sólo un «reflejo ideológico» del neoliberalismo contem-
poráneo. Frente a la visión apocalíptica —muy común, por
lo demás, en ciertos sectores izquierdistas— del
neoliberalismo como una especie de «monstruo» que con-
trola la producción académica del Primer Mundo Grüner
reacciona con serenidad. Afirma no estar de acuerdo con
todas las críticas de Dirlik y Ahmad (Grüner 2002:180) por
considerar que las teorías poscoloniales, independientemente
de su adscripción en la academia metropolitana, llevan con-
sigo todo el potencial de convertirse en un «gran relato
crítico». Por otra parte, Grüner se da cuenta de la necesi-
dad de corregir las tendencias microestructurales y, a ve-
ces, demasiado culturalistas del análisis poscolonial, vincu-
lándolo con una teoría macroestructural que visualice la
modernidad y la colonialidad como dos facetas comple-
mentarias, pertenecientes a un mismo «sistema-mundo».
41
empezara con nosotros», sino que «se trata de reapropiar
críticamente todo lo que ha sido pensado desde siempre»
(Grüner 2002:45). Pero lo curioso es que Grüner, en una
típica actitud eurocéntrica, comienza por «reapropiar
críticamente» las teorías poscoloniales anglosajonas sin
preocuparse, siquiera, por examinar el trabajo de sus cole-
gas de América Latina, algunos de ellos también argenti-
nos como Walter Mignolo y Enrique Dussel12.
42
sino profesores(as) y activistas que viven y trabajan en
América Latina.
43
exterioridad y de asimetría. Por ello la «ontología de la to-
talidad», característica central de la civilización europea,
ha mirado todo lo que no pertenece a ella (la «exteriori-
dad») como «carencia de ser» y «barbarie», es decir, como
naturaleza en bruto que necesita ser «civilizada». De este
modo la eliminación de la alteridad —incluyendo la
alteridad epistémica— fue la «lógica totalizadora» que
comenzó a imponerse sobre las poblaciones indígenas y
africanas a partir del siglo XVI, tanto por los conquistado-
res españoles como por sus descendientes criollos (Dussel
1995:200-204).
44
En tiempos más recientes Dussel ha reformulado su pro-
yecto teórico de manera creativa. El «muro» que es nece-
sario demoler (y que se extendería desde los griegos hasta
el presente) ya no es concebido en términos de una «tota-
lidad ontológica», al estilo de Heidegger, sino como un «pa-
radigma» que tiene nombre concreto: el mito eurocéntrico
de la modernidad. Este mito, en opinión de Dussel, surgió
con el descubrimiento de América y ha dominado desde
entonces, asumiendo diferentes formas, nuestro entendi-
miento teórico y práctico de lo que significa la moderni-
dad. El paralelo con el desarrollo del pensamiento de Said
resulta, en este punto, interesante. Al igual que el teórico
palestino el primer Dussel intentó explicar el colonialismo
moderno a partir de una «estructura de pensamiento» que
tuvo sus orígenes en Grecia y se extendió, sin fisuras, por
la historia de occidente; pero luego el Dussel de los años
noventa dejó de lado esta impronta metahistórica —que los
críticos marxistas reprochaban, con razón, a Said— para
trabajar en un análisis histórico del colonialismo moder-
no desde una perspectiva ética y epistemológica.
45
cual explica la superioridad de su cultura sobre todas las
demás. De este modo el mito eurocéntrico de la moderni-
dad sería la pretensión que identifica la particularidad euro-
pea con la universalidad sin más. Por eso el mito de la
modernidad implica lo que Dussel llama la «falacia
desarrollista», según la cual todos los pueblos de la tierra
deberán seguir las «etapas de desarrollo» marcadas por
Europa con el fin de obtener su emancipación social, políti-
ca, moral y tecnológica. La civilización europea es el «telos»
de la historia mundial (Dussel 1992:21-34).
46
miento, conquista, colonización e integración
(subsunción) de Amerindia. Este simple hecho dará a Eu-
ropa la ventaja comparativa determinante sobre el mun-
do otomano-islámico, India y China. La modernidad es el
resultado de estos eventos, no su causa. Por consiguien-
te, es la administración de la centralidad del sistema-mun-
do lo que permitirá a Europa transformarse en algo así
como la «conciencia reflexiva» (la filosofía moderna) de la
historia mundial... Aún el capitalismo es el resultado y no
la causa de esta conjunción entre la planetarización euro-
pea y la centralización del sistema mundial» (Dussel
1999:148-149).
47
del sistema-mundo cuando constituyó a sus colonias de ul-
tramar como «periferias».
48
rrespondió al ethos cristiano, humanista y renacentista que
floreció en Italia, Portugal, España y en sus colonias ame-
ricanas. Esta modernidad fue administrada globalmente por
la primera potencia hegemónica del sistema-mundo (Espa-
ña) y no sólo generó una primera teoría crítica de la
modernidad14 sino, también, una primera forma de sub-
jetividad moderno-colonial. Dussel conceptualiza esta
subjetividad en términos filosóficos (tomados del pensamien-
to de Levinas) y la describe como un «yo conquistador»,
guerrero y aristocrático, que entabla frente al «otro» (el
indio, el negro, el mestizo americano) una relación exclu-
yente de dominio15. El ego conquiro de la primera moder-
nidad constituyó la proto-historia del ego cogito desple-
gado por la segunda modernidad (Dussel 1992:67); esta úl-
tima, que se auto-representó ideológicamente como la úni-
ca modernidad, comenzó apenas a finales del siglo XVII
con el colapso geopolítico de España y el surgimiento de
nuevas potencias hegemónicas (Holanda, Inglaterra, Fran-
cia). La administración de la centralidad del sistema-mun-
do se realizó ahora desde otros lugares y respondió a los
imperativos de eficacia, biopolítica y racionalización des-
critos admirablemente por Max Weber y Michel Foucault.
La subjetividad que allí se formó correspondió al surgimiento
de la burguesía y a la formación de un modo de producción
capitalista (Dussel 1997:158).
49
que señalé entre uno y otro proyecto, a saber, el plantea-
miento por parte de Dussel del surgimiento de una
geocultura moderna de corte hispánico antes de la revo-
lución francesa, no es algo sobre lo cual haya meditado
suficientemente la filosofía de la liberación. El pensador
argentino Walter Mignolo fue quien desarrolló una crítica
explícita a las tesis de Wallerstein desde una perspectiva
poscolonial y, al mismo tiempo, asumió creativamente las
reflexiones de Dussel en torno al surgimiento de una subje-
tividad ya propiamente moderna —aunque no burguesa—
en el mundo hispánico.
50
la revolución francesa. De este modo Wallerstein continuó
prisionero del imaginario construido por los intelectuales eu-
ropeos de la ilustración, según el cual la segunda moderni-
dad (siglos XVIII y XIX) es la modernidad por excelencia
(Mignolo 2000:56-57); así, la geocultura de la primera mo-
dernidad permanece invisible desde su perspectiva.
51
de la hegemonía mundial adquirida por España durante los
siglos XVI y XVII, en un diseño global que sirvió para
clasificar a las poblaciones de acuerdo a su posición en la
división internacional del trabajo.
52
haberlos, no podrían ser catalogados como «hombres» por-
que los potenciales habitantes de la «Ciudad de Dios» solo
podían hallarse en Europa, Asia o Africa (O´Gorman
1991:148). Asimismo, el cristianismo reinterpretó la anti-
gua división jerárquica del mundo. Por razones ahora
teológicas Europa siguió ocupando un lugar de privilegio
por encima de Africa y Asia18. Las tres regiones geográfi-
cas eran vistas como el lugar donde se asentaron los tres
hijos de Noé después del diluvio y, por tanto, como habita-
das por tres tipos completamente distintos de gente. Los
hijos de Sem poblaron Asia, los de Cam poblaron Africa y
los de Jafet poblaron Europa. Las tres partes del mundo
conocido fueron ordenadas jerárquicamente según un cri-
terio de diferenciación étnica: los asiáticos y los africa-
nos, descendientes de los hijos que, según el relato bíblico,
cayeron en desgracia frente a su padre, eran tenidos como
racial y culturalmente inferiores a los europeos, descen-
dientes directos de Jafet, el hijo amado de Noé.
53
descubiertos?; ¿eran, acaso, tierras que caían bajo la sobe-
ranía universal del Papa y podían, por tanto, ser legítima-
mente ocupadas por un rey cristiano? Si sólo los hijos de
Noé podían acreditar ser descendientes directos de Adán,
el padre de la humanidad, ¿qué estatuto antropológico po-
seían los habitantes de los nuevos territorios?; ¿eran seres
carentes de alma racional que podían, por tanto, ser legíti-
mamente esclavizados por los europeos?. Siguiendo a
O´Gorman, Mignolo afirmó que los nuevos territorios y su
población no fueron vistos, finalmente, como
ontológicamente distintos a Europa sino como su prolon-
gación natural:
«Durante el siglo XVI, cuando ‘América’ empezó a ser
conceptualizada como tal, no por la corona española sino
por intelectuales del norte (Italia, Francia), estaba implíci-
to que América no era ni la tierra de Sem (el oriente), ni la
tierra de Cam (Africa), sino la prolongación de la tierra
de Jafet. No había otra razón que la distribución
geopolítica del planeta implementada por el mapa cristia-
no T/O para percibir el mundo como dividido en cuatro
continentes; y no había ningún otro lugar en el mapa cris-
tiano T/O para ‘América’ que su inclusión en los domi-
nios de Jafet, esto es, en el Occidente. El occidentalismo
es, entonces, el más antiguo imaginario geopolítico del
sistema-mundo moderno/colonial» (Mignolo 2000:59; cur-
sivas añadidas).
54
hizo que la explotación de sus recursos naturales y el some-
timiento militar de sus poblaciones fuera tenida como «justa
y legítima» porque solamente de Europa podía venir la luz
del conocimiento verdadero sobre Dios. La evangelización
fue, entonces, el imperativo estatal que determinó por qué
razón únicamente los «cristianos viejos», es decir, las perso-
nas que no se encontraban mezcladas con judíos, moros y
africanos (pueblos descendientes de Cam o de Sem), podían
viajar y establecerse legítimamente en territorio americano.
El «Nuevo Mundo» se convirtió en el escenario natural para
la prolongación del hombre blanco europeo y su cultura
cristiana. El discurso de pureza de sangre es, de acuerdo
con la interpretación de Mignolo, el primer imaginario
geocultural del sistema-mundo que se incorporó en el habitus
de la población inmigrante europea, legitimando la división
étnica del trabajo y la transferencia de personas, capital y
materias primas a nivel planetario.
55
dad. Said no sólo desconoció la hegemonía geocultural y
geopolítica de España durante los siglos XVI y XVII sino
que terminó legitimando el imaginario dieciochesco (y
eurocéntrico) de la modernidad ilustrada denunciado por
Dussel. Mignolo señaló al respecto:
«No tengo intención de ignorar el tremendo impacto y la
transformación interpretativa hecha posible por el libro de
Said. Tampoco intento unirme a Aijaz Ahmad en su
devastadora crítica a Said únicamente porque el libro no dice
exactamente lo que yo quisiera. Sin embargo, no tengo inten-
ción de reproducir aquí el gran silencio que el libro de Said
refuerza: sin el occidentalismo no hay orientalismo, ya que
‘las colonias más grandes, ricas y antiguas’ de Europa no
fueron las orientales sino las occidentales: las Indias Occi-
dentales y Norteamérica. ‘Orientalismo’ es el imaginario cul-
tural del sistema-mundo durante la segunda modernidad,
cuando la imagen del ‘corazón de Europa’ (Inglaterra, Fran-
cia, Alemania) reemplaza la imagen de la ‘Europa cristiana’ de
los siglos 15 hasta mediados del XVII (Italia, España, Portu-
gal)... Es cierto, como Said afirma, que el Oriente se convirtió
en una de las imágenes europeas más recurrentes sobre el
otro después del siglo XVIII. Sin embargo, el Occidente no
fue nunca el otro de Europa sino una diferencia específica al
interior de su mismidad: las Indias Occidentales (como pue-
de verse en el nombre mismo) y luego Norteamérica (en
Buffon, Hegel, etc.) eran el extremo occidente, no su alteridad.
América, a diferencia de Asia y Africa, fue incluida [en el
mapa] como parte de la extensión europea y no como su
diferencia. Esta es la razón por la cual, una vez más, sin
occidentalismo no hay orientalismo» (Mignolo 2000:57; cur-
sivas añadidas).
56
que otorgan al ámbito de la colonialidad para explicar el fe-
nómeno del colonialismo. Tanto el orientalismo de Said como
el occidentalismo de Mignolo son vistos como imaginarios cul-
turales, como discursos que no sólo se objetivan en «aparatos»
disciplinarios (leyes, instituciones, burocracias coloniales) sino
que se tradujeron en formas concretas de subjetividad. El
orientalismo y el occidentalismo no son simplemente «ideolo-
gías» (en el sentido restringido de Marx) sino modos de vida,
estructuras de pensamiento y acción incorporadas al habitus
de los actores sociales. La categoría «colonialidad» hace refe-
rencia a ese ámbito simbólico y cognitivo donde se configura
la identidad étnica de los actores.
57
por lo menos en tres sentidos: primero, porque hace refe-
rencia a una estructura de control de la subjetividad que
se consolidó desde el siglo XVI y no apenas en el XVIII (la
«época clásica»); segundo, y como consecuencia de lo an-
terior, porque coloca en el centro del análisis la dimensión
racial de la biopolítica y no solamente la exclusión de ám-
bitos como la locura y la sexualidad; y tercero, porque pro-
yecta este conflicto a una dimensión epistémica, mostran-
do que el dominio que garantiza la reproducción incesante
del capital en las sociedades modernas pasa, necesaria-
mente, por la occidentalización del imaginario.
58
sos, patrones e instrumentos de expresión formalizada y
objetivada, intelectual o visual... Los colonizadores impu-
sieron también una imagen mistificada de sus propios
patrones de producción de conocimientos y significacio-
nes» (Quijano 1992:438).
59
de conocer» propias de las poblaciones nativas y sustituir-
las por otras nuevas que sirvieran los propósitos civilizado-
res del régimen colonial; apunta, entonces, hacia la violen-
cia epistémica ejercida por la modernidad primera sobre
otras formas de producir conocimientos, imágenes, símbolos
y modos de significación. Sin embargo, la categoría tiene
otro significado complementario. Aunque estas otras formas
de conocimiento no fueron eliminadas por completo sino, a lo
sumo, despojadas de su legitimidad epistémica el imaginario
colonial europeo ejerció una continua fascinación sobre los
deseos, las aspiraciones y la voluntad de los subalternos.
Quijano formuló de este modo la segunda característica de
la colonialidad del poder:
«La cultura europea se convirtió en una seducción; daba
acceso al poder. Después de todo, más allá de la represión
el instrumento principal de todo poder es la seducción.
La europeización cultural se convirtió en una aspira-
ción. Era un modo de participar en el poder colonial»
(Quijano 1992:439; cursivas añadidas).
60
En analogía con Foucault, Aníbal Quijano señaló que la
colonialidad del poder no solo reprime sino que también
produce; esto quiere decir que no sólo hace referencia a la
exclusión y/o subalternización de formas no europeas de
subjetividad sino, también, a la producción de nuevas for-
mas que las sustituyeron. Ya me referí al imaginario de blan-
cura como tipo hegemónico de subjetividad incorporado
al habitus de la población en la periferia del sistema-mun-
do; ahora es necesario señalar el tipo hegemónico de co-
nocimiento que quiso reemplazar a los conocimientos múl-
tiples de las poblaciones sometidas por el dominio europeo.
Mencionaré, entonces, una tercera característica de la
colonialidad del poder que se asocia, por lo general y de
manera errónea, con la modernidad segunda: la generación
de conocimientos que elevaron una pretensión de objetivi-
dad, cientificidad y universalidad.
61
árabes del siglo XIII, donde el mundo islámico aparecía
como el centro de la tierra. En todos estos casos el «centro
era móvil» porque el observador no se preocupaba por ocul-
tar su lugar de observación, dejándolo fuera de la repre-
sentación. Para el observador era claro que el centro geomé-
trico del mapa coincidía con el centro étnico y religioso
desde el cual observaba (cultura china, judía, árabe, cristia-
na, azteca, etc.) (Mignolo 1995:220-236).
62
Todo esto significa que, además de hacer referencia a un
tipo hegemónico de subjetividad (el imaginario de la blan-
cura), la colonialidad del poder también hace referencia a
un tipo hegemónico de producción de conocimientos que
en otro lugar he llamado la hybris del punto cero (Castro-
Gómez 2005). Me refiero a una forma de conocimiento
humano que eleva pretensiones de objetividad y cientificidad
partiendo del presupuesto de que el observador no forma
parte de lo observado. Esta pretensión puede ser compara-
da con el pecado de la hybris, del cual hablaban los grie-
gos, cuando los hombres querían, con arrogancia, elevarse
al estatuto de dioses. Ubicarse en el punto cero equivale a
tener el poder de un Deus absconditus que puede ver sin
ser visto, es decir, que puede observar el mundo sin tener
que dar cuenta a nadie, ni siquiera a sí mismo, de la legiti-
midad de tal observación; equivale, por tanto, a instituir una
visión del mundo reconocida como válida, universal, legíti-
ma y avalada por el Estado. Por ello, el punto cero es el del
comienzo epistemológico absoluto pero, también, el del con-
trol económico y social sobre el mundo. Obedece a la ne-
cesidad que tuvo el Estado español (y luego las demás po-
tencias hegemónicas del sistema mundo) de erradicar cual-
quier otro sistema de creencias que no favoreciera la vi-
sión capitalista del homo oeconomicus. Ya no podían co-
existir diferentes formas de «ver el mundo» sino que había
que taxonomizarlas conforme a una jerarquización del tiempo
y el espacio. Las demás formas de conocer fueron decla-
radas como pertenecientes al «pasado» de la ciencia mo-
derna; como «doxa» que engañaba los sentidos; como «su-
perstición» que obstaculizaba el tránsito hacia la «mayoría
de edad»; como «obstáculo epistemológico» para la obten-
ción de la certeza. Desde la perspectiva del punto cero los
63
conocimientos humanos fueron ordenados en una escala
epistemológica que va desde lo tradicional hasta lo moder-
no, desde la barbarie hasta la civilización, desde la comuni-
dad hasta el individuo, desde la tiranía hasta la democracia,
desde lo individual hasta lo universal, desde oriente hasta
occidente. Estamos, entonces, frente a una estrategia
epistémica de dominio que, como veremos en el capítulo
que sigue, todavía continúa vigente.
64
EL CAPÍTULO
FALTANTE DE IMPERIO
LA REORGANIZACIÓN POSMODERNA DE
LA COLONIALIDAD EN EL CAPITALISMO
POSFORDISTA21
66
tud» (es decir, de la temprana burguesía comercial europea)
y establecer mediaciones racionales en todos los ámbitos de
la sociedad. La Ilustración pretendía legitimar, a través de la
ciencia, la instauración de aparatos disciplinarios que permi-
tieran normalizar los cuerpos y las mentes para orientarlos
hacia el trabajo productivo. En este proyecto ilustrado de
normalización el colonialismo encajó como anillo al dedo.
Construir el perfil de sujeto «normal» que el capitalismo ne-
cesitaba (blanco, varón, propietario, trabajador, ilustrado, he-
terosexual) requería la imagen de un «otro» ubicado en la
exterioridad del espacio europeo. La identidad del sujeto bur-
gués en el siglo XVII se construyó, a contraluz, mediante las
imágenes que cronistas y viajeros habían difundido por toda
Europa de los «salvajes» que vivían en América, África y
Asia. Los valores presentes de la «civilización» fueron afir-
mados a partir de su contraste con el pasado de barbarie en
el que vivían quienes estaban «afuera». La historia de la hu-
manidad fue vista como el progreso incontenible hacia un
modo de civilización capitalista en el cual Europa marcó la
pauta sobre las demás formas de vida. El aparato trascen-
dente de la Ilustración procuró construir una identidad euro-
pea unificada y, para ello, recurrió a la figura del «otro colo-
nial» (Hardt y Negri 2001:149).
67
xista clásica trazó los límites del concepto de imperialismo.
La «era del imperialismo», según autores como Lenin, Rosa
Luxemburg y Eric Hobsbawm, transcurrió entre 1880 y 1914,
es decir, cuando la mayor parte del planeta quedó dividido en
territorios bajo el dominio político o comercial de las poten-
cias industrializadas de Europa (Reino Unido, Francia, Ale-
mania, Italia y los países bajos). Estos países competían por
el control de «zonas de influencia» que pudieran acelerar el
proceso de industrialización; esta competencia desembocó
en la primera guerra mundial. Desde esta perspectiva el co-
lonialismo aparece como un subproducto del desarrollo del
capitalismo industrial en algunos estados nacionales euro-
peos. Esta situación persistió hasta bien entrado el siglo XX,
hasta las dos primeras décadas de la guerra fría, cuando la
mayor parte de los países coloniales declararon su indepen-
dencia frente a Europa, justo cuando el capitalismo empeza-
ba a hacer el tránsito de una economía fordista hacia un
modo de producción posfordista.
68
mente la relación entre capital y trabajo, sino que ha conver-
tido al colonialismo en una reliquia histórica de la humanidad.
En el momento cuando el conocimiento se convierte en la
principal fuerza productiva del capitalismo global, reempla-
zando al trabajo físico de los esclavos y al trabajo maquinal
de la fábrica, el colonialismo deja de ser necesario para la
reproducción del capital.
69
rio posmoderno no tiene una Roma», es decir, ya no se divide
jerárquicamente en centros, periferias y semiperiferias, como
quisiera Wallerstein. Sin centros, sin periferias y sin afuera el
Imperio ya no necesita de las representaciones del «otro»
para afirmar su identidad porque el Imperio no tiene identi-
dad. El Imperio es liso y espectral: se encuentra en todas
partes, sin estar localizado en ninguna a la vez. Por eso la
«dialéctica del colonialismo» ha dejado de ser funcional24.
70
de visibilidad abierto por el concepto de imperialismo, en el
cual los únicos actores verdaderamente geopolíticos son
los Estados nacionales que operan según la lógica centro/
periferia. La estructura del sistema-mundo posmoderno
ya no opera, primariamente, sobre la base de las relaciones
interestatales y de la lucha entre Estados metropolitanos
por el control hegemónico sobre las periferias. El Imperio
no es inglés, francés, árabe o estadounidense sino, simple-
mente, capitalista. Esto explica el reordenamiento de las
antiguas divisiones geopolíticas de base territorial (norte y
sur, centro y periferia) en función de una nueva jerarquía
global de poder y también por qué el colonialismo es un
fenómeno del pasado. En el Imperio las antiguas desigual-
dades y segmentaciones coloniales entre los países no han
desaparecido pero han adquirido otra forma. Son desigual-
dades que ya no tienen una forma «imperialista» porque el
imperialismo y el colonialismo se convirtieron en obstácu-
los para la expansión el capital (Hardt y Negri 2001:323).
71
otros actores globales que el campo de visibilidad abierto
por el concepto de imperialismo no permite ver y que se
están tornando hegemónicos en la economía posfordista;
en este aspecto el concepto de Imperio revela su importan-
cia. Formulada en términos negativos mi tesis será que la
genealogía del Imperio, tal como es reconstruida por H&N,
dificulta el entendimiento de fenómenos típicamente mo-
dernos que persisten en él, como el occidentalismo, las je-
rarquías epistémicas y el racismo. Desde mi punto de vista
la genealogía del Imperio que proponen H&N es incomple-
ta y debería ser complementada con lo que aquí denomino
el «capítulo faltante de Imperio».
72
tructural». El dominio económico y político de Europa en la
economía-mundo se sostuvo sobre la explotación colonial y
no es pensable sin ella. Las grandes obras del humanismo
renacentista no pueden ser consideradas sólo como un fe-
nómeno «espiritual», independiente del sistema-mundo mo-
derno/colonial en el cual surgieron. El «oro de las Indias»
hizo posible una gran afluencia de riquezas provenientes de
América hacia la Europa mediterránea; esta situación ge-
neró las condiciones para el florecimiento de la «revolución
humanista» en el siglo XVI. La «heterogeneidad estructu-
ral» de la que hablan Mignolo y Quijano consiste, pues, en
que lo moderno y lo colonial son fenómenos simultá-
neos en el tiempo y en el espacio. Pensar el renacimiento
como un fenómeno «europeo», separado de la economía-
mundo moderno/colonial que lo sustenta, equivale a gene-
rar una imagen incompleta y mistificada de la modernidad.
73
El mito eurocéntrico de la modernidad identificó la particula-
ridad europea con la universalidad y la colonialidad como el
pasado de Europa. La coexistencia de diversas formas de
producir y transmitir conocimientos fue eliminada porque to-
dos los conocimientos humanos quedaron ordenados en una
escala epistémica que va desde lo tradicional hasta lo mo-
derno, desde la barbarie hasta la civilización, desde la comu-
nidad hasta el individuo, desde la tiranía hasta la democracia,
desde oriente hasta occidente. Mignolo señala que esta es-
trategia colonial de invisibilización pertenece al «lado oscu-
ro» de la modernidad. A través de ella el pensamiento cientí-
fico se posicionó como única forma válida de producir cono-
cimientos y Europa adquirió una hegemonía epistémica so-
bre todas las demás culturas del planeta (Castro-Gómez 2005).
74
fin de la colonialidad o su superación. No piensan ni sugie-
ren que la poscolonialidad es la cara oculta de la
posmodernidad (así como la colonialidad lo es de la moder-
nidad) y, en este sentido, lo que la poscolonialidad indica
no es el fin de la colonialidad sino su reorganización.
Poscoloniales serían, pues, las nuevas formas de
colonialidad actualizadas en la etapa posmoderna de la his-
toria de Occidente» (Mignolo 2002:228; cursivas añadidas).
75
Pero, ¿qué pasaría si la genealogía del Imperio tomase como
punto de referencia la economía-mundo y no el pensamiento
y acción de algunos renombrados varones o movimientos
culturales europeos? Ocurriría lo que señala Mignolo: sería
imposible prescindir de la heterogeneidad estructural de esa
economía-mundo. Si la genealogía del Imperio comenzara
con el surgimiento de la economía mundial en el siglo XVI no
sólo tendríamos una fecha de nacimiento precisa (12 de oc-
tubre de 1492) sino, también, un esquema de funcionamiento
específico: la mutua dependencia entre colonialidad y mo-
dernidad. H&N, sin embargo, no pueden dar este paso por-
que eso comprometería seriamente su tesis de que la «revo-
lución humanista» de los siglos XV y XVI en Europa fue un
fenómeno social constituyente. La tesis de Mignolo, Quijano
y Dussel es, por el contrario, que el humanismo del Renaci-
miento fue, primero que todo, un fenómeno mundial (y no
europeo) porque se desplegó al interior del sistema-mundo y,
segundo, que fue un proceso constituido porque su «línea
de fuga» se estableció frente a la cultura teológica de la Edad
Media europea pero no frente al capitalismo. No se pro-
dujo la instauración revolucionaria de un «plano de la inma-
nencia» en el siglo XVI, como plantean H&N, sino la susti-
tución de un plano de trascendencia local por un plano de
trascendencia mundial.
76
colonialismo ha dejado de existir. El Imperio supondría el «fin»
del colonialismo porque los dispositivos de normalización y re-
presentación asociados con el Estado moderno han dejado de
ser necesarios para la reproducción del capital. Por el contra-
rio, si se toma la economía-mundo del siglo XVI como punto
de referencia para trazar la genealogía del Imperio no se pue-
de afirmar que la colonialidad es una derivación del Estado
sino un fenómeno constitutivo de la modernidad. Esta inter-
pretación conduce a otra, que es la que defenderé en la próxi-
ma sección: el Imperio no conduce al fin de la colonialidad sino
a su reorganización posmoderna. Esta reorganización im-
perial de la colonialidad es la otra cara (invisible para H&N)
que el Imperio necesita para su consolidación.
77
propuesto por H&N sirve para precisar en qué consiste el
cambio que se ha producido en la noción de desarrollo pero
que este diagnóstico debe ser complementado con lo que
en este trabajo denomino «el capítulo faltante de Imperio».
El diagnóstico que ofrecen H&N es incompleto porque no
toma en cuenta uno de los aspectos fundamentales del po-
der imperial: su «rostro poscolonial». En la lista de los cam-
bios estructurales que los autores analizan con gran perspi-
cacia en su libro (de la soberanía moderna a la posmoderna,
del imperialismo al Imperio, de la economía fordista a la
posfordista, de la sociedad disciplinaria a la sociedad de
control) hay uno que brilla por su ausencia: el cambio de la
colonialidad a la poscolonialidad. Quisiera mostrar en qué
consiste este cambio, tomando como ejemplo las nuevas
agendas globales del desarrollo sostenible.
78
ción se convirtió en el objetivo central de los Estados asiá-
ticos, africanos y latinoamericanos durante estas décadas.
En ese contexto se hacía urgente la intervención estatal en
sectores claves como la salud, la educación, la planifica-
ción familiar, la urbanización y el desarrollo rural. Todo esto
hacía parte de una estrategia diseñada por el Estado para
crear enclaves industriales que permitieran, de forma pau-
latina, eliminar la pobreza y «llevar el desarrollo» a todas
los sectores de la sociedad. Las poblaciones subdesarrolla-
das del Tercer Mundo eran vistas como objeto de planifi-
cación y el agente de esta planificación biopolítica debía
ser el Estado, cuya función era eliminar los obstáculos para
el desarrollo, es decir, erradicar o, en el mejor de los casos,
disciplinar los perfiles de subjetividad, tradiciones cultura-
les y formas conocimiento que no se ajustaran al imperati-
vo de la industrialización.
79
Según Escobar el capital está sufriendo un cambio signifi-
cativo en su forma y adquiere, paulatinamente, un rostro
«posmoderno» (Escobar 2004:382). Esto significa que as-
pectos que el desarrollismo moderno había considerado
como variables residuales, como la biodiversidad, la con-
servación del medio ambiente o la importancia de los siste-
mas no occidentales de conocimiento, pasan a convertirse
en un elemento central de las políticas globales del desa-
rrollo. Para Escobar el «desarrollo sostenible» no es otra
cosa que la reconversión posmoderna del desarrollismo mo-
derno. El desarrollo económico ya no se mide por los nive-
les materiales de industrialización sino por la capacidad de
una sociedad para generar o preservar capital humano.
Mientras que el desarrollo de los sesenta y setenta sólo
tenía en cuenta el aumento de «capital físico» (productos
industrializados) y la explotación de «capital natural» (ma-
terias primas) el desarrollo sostenible coloca en el centro
de sus preocupaciones la generación de «capital humano»,
es decir, la promoción de los conocimientos, aptitudes y
experiencias que convierten a un actor social en sujeto eco-
nómicamente productivo27. La posibilidad de convertir el
conocimiento humano en fuerza productiva, sustituyen-
do al trabajo físico y a las máquinas, se transforma en la
clave del desarrollo sostenible28.
80
palabras, la nueva fuerza de trabajo en el capitalismo glo-
bal se define por su «capacidad de manipular símbolos».
Esto no quiere decir, solamente, que los computadores y
las nuevas tecnologías de la información forman parte inte-
gral de las actividades laborales de millones de personas en
todo el mundo y que la familiaridad con estas tecnologías
se convierte en un requisito fundamental para acceder a
los puestos de trabajo; significa, más aún, que el modelo de
procesamiento de símbolos, típico de las tecnologías de la
comunicación, se está convirtiendo en el modelo hegemó-
nico de producción de capital. De acuerdo con este modelo
la economía capitalista está siendo reorganizada con base
en el conocimiento que producen ciencias como la biolo-
gía molecular, la ingeniería genética o la inmunología y por
corrientes de investigación como el genoma humano, la in-
teligencia artificial y la biotecnología. Para H&N, como para
Escobar, el capitalismo posmoderno es un régimen biopolítico
porque construye a la naturaleza y a los cuerpos mediante
una serie de bioprácticas en las cuales el conocimiento
resulta fundamental29.
81
ción». Esto significa que ya no es el Estado el agente prin-
cipal de los cambios que impulsan el desarrollo económico
sino los actores sociales a través de su apropiación de re-
cursos cognitivos, pues ello les permitirá impulsar una eco-
nomía centrada en la información y el conocimiento. Para
ser sostenible el crecimiento económico debe ser capaz de
generar «capital humano», lo cual significa mejorar los co-
nocimientos, las experticias y la capacidad de gestión de
los actores sociales para que puedan utilizarlos con eficien-
cia. El teorema del desarrollo sostenible puede formularse
de la siguiente forma: sin la generación de «capital huma-
no» no será posible superar la pobreza pues esta se debe al
aumento de la brecha del conocimiento entre unos paí-
ses y otros. Según este teorema un país podrá desarrollar-
se sólo cuando aprenda a utilizar y proteger sus activos
intelectuales, ya que éstos son las fuerzas propulsoras de
una economía basada en los conocimientos.
82
—lo que H&N llaman «producción inmaterial»— se colo-
ca en el centro de la empresa capitalista posmoderna.
83
redefinirá el tablero de la geopolítica en el siglo XXI puesto
que el acceso a la información genética marcará la dife-
rencia entre el éxito y el fracaso económico. Las empresas
multinacionales tienen los ojos puestos en los recursos
genéticos, manipulables a través del conocimiento experto,
cuya mayor variedad se encuentra en los países del Sur.
Por ello estas empresas han iniciado una verdadera cam-
paña de «lobby» para obtener las patentes de estos recur-
sos, apelando a los derechos de propiedad intelectual (DPI).
Antes de la Ronda de Uruguay del GATT32 en 1993 no
existía ninguna legislación transnacional sobre derechos de
propiedad intelectual (DPI). Fueron empresas multinacio-
nales como Bristol Meyers, DuPont, Johnson & Johnson,
Merck y Pfizer, con intereses creados en el negocio de la
biodiversidad, quienes presionaron la introducción del acuer-
do TRIP33 en las negociaciones. Este acuerdo permite a
las empresas un control monopolístico de los recursos
genéticos del planeta.
84
genéticos las empresas multinacionales que trabajan con
tecnologías de punta pueden alegar que cualquier altera-
ción genética de la flora y la fauna implica una actividad
inventiva del intelecto que tiene aplicación directa en la in-
dustria agraria o farmacéutica y que, por tanto, tiene dere-
cho a ser protegida por patente. Al elevar la pretensión de
que el material biológico modificado genéticamente no es
ya producto de la naturaleza sino del intelecto humano las
multinacionales reclaman el derecho de patente y reivindi-
can como propios los beneficios económicos de su
comercialización. Legitimados, así, por un régimen jurídico
supranacional los activos intelectuales gerenciados por las
empresas multinacionales se convierten en el sector clave
para la creación de riqueza en el capitalismo posmoderno.
85
papel importante en la producción, la salvaguardia, el man-
tenimiento y la recreación del patrimonio cultural inmate-
rial, contribuyendo con ello a enriquecer la diversidad cul-
tural y la creatividad humana»36. La «salvaguardia» de los
conocimientos tradicionales, ahora convertidos en «garan-
tes del desarrollo sostenible», no es gratuita. Lo que se busca
es poner a disposición de las multinacionales especializa-
das en la investigación sobre recursos genéticos una serie
de conocimientos utilizados milenariamente por cientos de
comunidades en todo el mundo para hacerlos susceptibles
de patente. Esto obliga a un cambio en las representacio-
nes sobre el otro. ¿En qué consiste este cambio?
86
capitalista de la biodiversidad las agendas globales del Impe-
rio les dan la bienvenida. La tolerancia frente a la diversidad
cultural se ha convertido en un valor «políticamente correc-
to» en el Imperio, pero sólo en tanto que esa diversidad pue-
da ser útil para la reproducción de capital. El indígena, por
ejemplo, ya no es visto como alguien perteneciente al pasado
social, económico y cognitivo de la humanidad sino como un
«guardián de la biodiversidad» (Ulloa 2004). De ser obstá-
culos para el desarrollo económico de la nación ahora los
indígenas son vistos como indispensables para el desarrollo
sostenible y sus conocimientos tradicionales son elevados a
la categoría de «patrimonio inmaterial de la humanidad».
Arturo Escobar lo formuló de este modo:
«Una vez terminada la conquista semiótica de la naturale-
za el uso sostenible y racional del medio ambiente se vuel-
ve un imperativo. Aquí se encuentra la lógica subyacente
de los discursos del desarrollo sostenible y la
biodiversidad. Esta nueva capitalización de la naturaleza
no descansa sólo sobre la conquista semiótica de territo-
rios (en términos de reservas de biodiversidad) y comuni-
dades (como ‘guardianes’ de la naturaleza); también exige
la conquista semiótica de los conocimientos locales, en la
medida en que ‘salvar la naturaleza’ exige la valoración de
los saberes locales sobre el sostenimiento de la naturale-
za. La biología moderna empieza a descubrir que los siste-
mas locales de conocimientos son complementos útiles»
(Escobar 2004: 383-384).
87
posmodernidad. El «reconocimiento» que se hace de los
sistemas no occidentales de conocimiento no es epistémico
sino pragmático. Aunque los saberes de las comunidades
indígenas o negras puedan ser vistos como «útiles» para la
conservación del medio ambiente la distinción entre «cono-
cimiento tradicional» y «ciencia», elaborada por la Ilustra-
ción en el siglo XVIII, continúa vigente (Castro-Gómez
2005); el primero sigue siendo visto como un conocimiento
anecdótico, no cuantitativo, carente de método, mientras
que el segundo, a pesar de los esfuerzos transdisciplinarios
de las últimas décadas, es tenido aún como el único conoci-
miento epistémicamente válido. En ningún documento de
entidades globales como la UNESCO se pone en duda este
presupuesto. El documento de la OMPI llamado Intellectual
property and traditional knowledge establece que el
conocimiento tradicional se halla ligado a «expresiones
folclóricas» como cantos, narrativas y diseños gráficos, lo
cual reproduce la clásica distinción entre doxa y episteme.
En ninguna parte del documento se habla de entablar un
diálogo entre la ciencia occidental y los saberes locales
porque no se trata de dos formas equivalentes de producir
conocimientos. Entre un biólogo formado en Harvard y un
chamán del Putumayo no puede haber diálogo posible sino,
a lo sumo, «transferencia» de conocimientos en una sola
dirección. Por ello lo que se busca es tan sólo documentar
la doxa y preservarla (según lo establecido por el Conve-
nio sobre la Diversidad Biológica firmado en 1992) para
que pueda ser patentada37.
88
de forma posmoderna. En primer lugar, la investigación en
ingeniería genética es muy cara y está dominada por un pe-
queño número de compañías que opera en los países más
ricos del mundo, mientras que su «objeto de estudio», la ri-
queza biológica de la tierra, se concentra en las zonas tropi-
cales y subtropicales de países pobres. Más de 4/5 partes de
la diversidad biológica del planeta se encuentran en regiones
del antes denominado Tercer Mundo. Colombia, después de
Brasil, es el segundo país más biodiverso del planeta; allí
existen más especies de anfibios, mamíferos y aves que en
cualquier otra nación. Con todo, organismos supranacionales
como la OMPI y tratados regionales como el TLC buscan
eliminar los regímenes nacionales de protección sobre esa
biodiversidad y abrir la puerta para que las grandes multina-
cionales farmacéuticas y agroalimentarias puedan adelantar
investigaciones y patentar sus recursos genéticos con la ayuda
de las comunidades locales, a las cuales se busca seducir
con el anzuelo de hacerles partícipes de las ganancias obte-
nidas por la venta de sus conocimientos tradicionales. Para
ello se requiere la patente, mediante la cual esas empresas
pueden controlar los conocimientos y recursos generados por
el fabuloso negocio. Basta decir que 95% de las patentes
biológicas es controlado por cinco grandes compañías
biotecnológicas y que las ganancias producidas por el cobro
de patentes fueron de 15.000 millones de dólares en 1990.
89
gresos de 4 mil millones de dólares al año y cerca de 3 mil
accionistas, pagó la irrisoria suma de un millón de dólares a
Costa Rica por el derecho exclusivo a investigar, recolec-
tar muestras y catalogar los recursos genéticos presentes
en alguno de sus parques nacionales. Esto se hizo sin con-
sultar la opinión de las comunidades indígenas que viven en
esa región y sin garantizarles ningún tipo de beneficio. El
mercado de plantas medicinales descubiertas y patentadas
por Merck gracias a las pistas facilitadas por las comuni-
dades indígenas y locales se calcula hoy día en unos 43 mil
millones de dólares (Shiva 2001:101). Algo similar ocurre
con el Tratado de Libre Comercio (TLC) que pretende obli-
gar a países ricos en biodiversidad, como los de la región
Andina, a otorgar garantías legales para la implementación
de «corredores biológicos» en los cuales las multinaciona-
les puedan apropiarse de los genes y conocimientos
ancestrales de la población. De este modo, y de firmarse el
Tratado en la forma propuesta por los Estados Unidos, el
mercado de productos provenientes de la biodiversidad y
los conocimientos ligados a ella quedarán bajo el control
monopolístico de un par de compañías.
90
reproducen la misma lógica de ese colonialismo. Su lógica
es, más bien, de corte posfordista, porque no son riquezas
materiales lo que se busca sino informaciones contenidas
en los genes y en los sistemas no occidentales de conoci-
miento. Es por eso que ya no se busca destruir sino preser-
var esos saberes tradicionales, a pesar de que se les mira
todavía como formas epistémicamente devaluadas. También
por eso el «valor» que se da al trabajo de las comunidades
locales ya no tiene una medida material, como en el colonia-
lismo moderno, sino inmaterial («patrimonio inmateral»). Su
trabajo y su cultura tienen valor en tanto que sirven para
producir «conocimientos sostenibles» que, sin embargo, son
expropiados por la nueva lógica del Imperio.
91
rial. No obstante, el paso diagnosticado por H&N del
fordismo al posfordismo no sólo significa que la producción
inmaterial va obteniendo la hegemonía sobre la producción
material; significa, por encima de todo, que estamos en-
trando a un tipo de economía mundial que ya no se susten-
ta, únicamente, en los recursos minerales sino, cada vez
más, en los recursos vegetales y biológicos. 40% de todos
los procesos productivos actuales se basan en materiales
biológicos y la tendencia es creciente. Sin los recursos
genéticos de las regiones pobres del Sur y sin la expropia-
ción alevosa de los sistemas no occidentales de conoci-
miento la economía posfordista del Imperio no sería posi-
ble. Por ello afirmo que la colonialidad del poder no ha muerto
sino que ha cambiado su forma; esto no quiere decir que
las formas modernas de la colonialidad hayan desapareci-
do sino que han aparecido otras formas que son afines a
los nuevos imperativos de la producción inmaterial.
92
Notas
1 Cf. Castro-Gómez et al., eds. (1999); Castro-Gómez,
ed. (2000); Lander, ed. (2000); Walsh. (2001); Mignolo,
ed. (2001); Walsh et al., eds., (2002); Walsh, ed. (2003);
Escobar (2004, 2005)
2 «La gran industria ha creado el mercado mundial, ya
preparado por el descubrimiento de América. El merca-
do mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del co-
mercio, de la navegación y de los medios de transporte
por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge
de la industria, y a medida que se iban extendiendo la
industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles,
desarrollábase la burguesía» (Marx y Engels 1983:29).
3 El libro fue publicado por la hija de Marx en Londres en
1897. Estos textos aparecieron luego en alemán bajo el
título Gesammelte schriften von Karl Marx und
Friedrich Engels, 1852 bis 1862 (Stuttgart 1916). En
español aparecieron, inicialmente, bajo el título Sobre el
colonialismo (México 1978).
4 «Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo
y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code
Napoleón. Bolívar proyectaba transplantar ese código
de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a
raya a los dos primeros Estados por medio de tropas
colombianas... La intención real de Bolívar era unificar
a toda América del Sur en una república federal, cuyo
dictador quería ser él mismo» (Marx 2001:67, 69).
5 Para un estudio detallado de la obra de otros teóricos
poscoloniales remito al lector a dos antologías publica-
das en ingles (Williams y Chrisman, eds., 1994; Ashcroft
et al., eds., 1995) y dos en español (Rivera Cusicanqui
y Barragán, eds,. s.f.; Dube, ed.,1999) en las cuales se
recogen algunos de los textos más importantes de esta
corriente de pensamiento. También pueden consultarse
Ashcroft et al. (1989); Young (1990); Dirlik (1997);
Moore-Gilbert (1997); Castro-Gómez y Mendieta, eds.
(1998); Gandhi (1998); Loomba (1998); Beverley
(1999); Ashcroft y Ahluwalia (2000).
6 Lo mismo puede decirse del desarrollo de otras discipli-
nas como la arqueología que, impulsada por el estudio
de la antigua civilización egipcia, fue posible gracias a
las invasiones napoleónicas (Said 1995:87).
7 Según Ahmad (1999:122) «los poscolonialistas tienen una
relación típicamente colonial con el saber europeo: lo que
era original e innovador en Europa se vuelve a poner en
escena, para el consumo del Tercer Mundo, como imita-
ción y pastiche. Normalmente esto no tendría importan-
cia. Pero, como dije, lo que lo hace significativo es la
legitimación norteamericana, que lo hace lo suficiente-
mente poderoso como para apropiarse de todos los tipos
de objetos culturales y lealtades intelectuales de muchas
áreas del Tercer Mundo, al igual que las corporaciones
transnacionales de Estados Unidos se apropian de la
plusvalía del mundo a pesar de que su contribución a la
producción significativa sea relativamente pequeña».
8 «Los intelectuales poscoloniales, en su localización
institucional del Primer Mundo, se hallan ubicados en
94
posiciones de poder no solo frente a los intelectuales
‘nativos’ de sus países de origen sino también frente a
sus vecinos del Primer Mundo acá. Mis vecinos [esta-
dounidenses] en Farmville, Virginia, no se comparan en
poder con los altos salarios y el prestigio de que gozan
los intelectuales poscoloniales en Columbia, Duke,
Princeton o la Universidad de California» (Dirlik
1997:65).
9 Para la recepción del debate indio en América Latina
véanse Rivera Cusicanqui y Barragán, eds. (s.f.) y Dube
(1999).
10 A diferencia de Dirlik y Ahmad, Richard no reclama
una «teoría de la totalidad» sino la articulación de un
análisis cultural que salga de las «microexperiencias»;
se trataría, pues, de una teoría antisistemática y
antidisciplinaria capaz de trastocar las políticas del tra-
bajo intelectual vigentes en la academia (Richard
1998:256-268).
11 En otro lugar me he ocupado ampliamente de la crítica
al libro de Reynoso (Castro-Gómez 2003).
12 Grüner (2002:42) menciona, brevemente, el trabajo de
Dussel pero sin sospechar siquiera que, como señalaré
enseguida, ha sido fundamental para la realización del
programa teórico que él mismo anuncia!
13 Esto no significa que antes de 1492 no se estuvieran ya
gestando procesos de modernización cultural en algu-
nos lugares de Europa: «De acuerdo a mi tesis central
1492 es la fecha del ‘nacimiento’ de la modernidad, si
bien su gestación envuelve un proceso de crecimiento
95
‘intrauterino’ que lo precede. La posibilidad de la
modernidad se originó en las ciudades libres de la Euro-
pa medieval, que eran centros de enorme creatividad.
Pero la modernidad como tal ‘nació’ cuando Europa
estaba en una posición tal como para plantearse a sí
mismo contra un otro, cuando, en otras palabras, Eu-
ropa pudo autoconstituirse como un unificado ego ex-
plorando, conquistando, colonizando una alteridad que
le devolvía una imagen sobre sí misma» (Dussel 2001:58;
cursivas añadidas).
14 Dussel ha escrito bastante sobre este tema. Su argu-
mento central es que, en su polémica con Ginés de
Sepúlveda hacia mediados del siglo XVI, Las Casas
descubrió por primera vez la irracionalidad del mito de
la modernidad, aunque utilizando las herramientas filo-
sóficas de un paradigma anterior. La propuesta de Las
Casas –que Dussel asume, también, como suya– era
«modernizar» al otro sin destruir su alteridad, asumir la
modernidad pero sin legitimar su mito. Modernización
desde la alteridad y no desde la «mismidad» del sistema
(Dussel 1992:110-117).
15 «El conquistador es el primer hombre moderno activo,
práctico, que impone su ‘individualidad’ violenta a otras
personas... La subjetividad del conquistador, por su par-
te, se fue constituyendo, desplegando, lentamente en la
praxis... El pobre hidalgo extremeño [Cortés] es ahora
‘capitán general’. El ego moderno se iba constituyen-
do» (Dussel 1992:56, 59).
16 Vale la pena recordar aquí la famosa frase de Hegel:
«Las tres partes del mundo mantienen entre sí una rela-
96
ción esencial y constituyen una totalidad... El mar Me-
diterráneo es el elemento de unión de estas tres partes
del mundo y ello lo convierte en el centro (Mittelpunkt)
de toda la historia universal... Sin el Mediterráneo no
cabría imaginar la historia universal» (Hegel 1980:178).
17 Para la caracterización del orbis terrarum y de su in-
fluencia en la división poblacional del mundo seguiré,
básicamente, los argumentos desarrollados por el filó-
sofo e historiador mexicano Edmundo O‘Gorman (1991).
Mignolo apoya expresamente su argumento en el texto
de O‘Gorman (Mignolo 1995:17).
18 «Aunque ciertamente Europa no encarnaba la civiliza-
ción más perfecta desde el punto de vista técnico, eco-
nómico, científico y militar —se trataba, más bien, de
una región pobre y «periférica» con respecto a Asia y el
norte de Africa— sí era vista por muchos como la sede
de la única sociedad del mundo fundada en la fe verda-
dera. Esto la convertía en representante del destino in-
manente y trascendente de la humanidad. La civiliza-
ción cristiana occidental era portadora de la norma a
partir del cual era posible juzgar y valorar todas las de-
más formas culturales del planeta» (O´Gorman
1991:148).
19 Mignolo hace referencia explícita al famoso mapa T-O
de Isidoro de Sevilla. Este mapa, usado por primera vez
para ilustrar el libro Etimologiae de Isidoro de Sevilla
(560-636), representa un círculo dividido en tres partes
por dos líneas que forman una T. La parte de arriba, que
ocupa la mitad del círculo, representa el continente asiá-
tico (oriente) poblado por Sem, mientras que la otra mi-
97
tad del círculo, la de abajo, está dividida en dos partes:
la de la izquierda representa el continente europeo po-
blado por Jafet y la derecha representa el continente
africano poblado por Cam» (Mignolo 1995:231).
20 «Intento enfatizar la necesidad de realizar una interven-
ción política y cultural al inscribir la teorización
poscolonial al interior de legados coloniales particula-
res: la necesidad, en otras palabras, de inscribir el ‘lado
oscuro del renacimiento’ en el espacio silenciado de las
contribuciones latinoamericanas y amerindias... a la
teorización poscolonial (Mignolo 1995: xi).
21 Este capítulo es una versión modificada de la ponencia
presentada en el marco del evento ¿Uno solo o varios
mundos posibles?, organizado por el Instituto de Estu-
dios Sociales Contemporáneos (IESCO) de la Universi-
dad Central en mayo de 2005. Agradezco a Humberto
Cubides, director del Instituto, por haber autorizado su
publicación.
22 H&N dicen que esta revolución humanista produjo un
tipo de pensamiento inmanente que encontró en el pa-
dre Bartolomé de Las Casas a uno de sus representan-
tes más eminentes. Las Casas es visto como un pensa-
dor renacentista que se enfrentó a la brutalidad sobera-
na de los gobernantes españoles. Esa vena utópica y
anticolonialista llegará hasta Marx. Pero la visión utópi-
ca del Renacimiento era también eurocéntrica. Para Las
Casas los indios eran iguales a los europeos «sólo en
tanto potencialmente europeos» (Hardt y Negri
2001:142). Las Casas creyó que la humanidad era una:
no pudo ver que eran, simultáneamente, muchas.
98
23 En el pasaje de lo moderno a lo posmoderno hay cada
vez menos distinción entre adentro y afuera. Siguiendo
a Jameson H&N afirman que la dialéctica moderna del
adentro y el afuera ha sido reemplazada por un juego de
grados e intensidades: «Los binarios que definieron el
conflicto moderno se han desvanecido» (Hardt y Negri
2001:202).
24 H&N hablan de una «dialéctica del colonialismo», pro-
pia del proyecto de la modernidad, que consistió en lo
siguiente: «La identidad del Yo europeo se produce en
este movimiento dialéctico. Una vez que el sujeto colo-
nial es construido como Otro absoluto, entonces puede
ser subsumido (anulado e integrado) dentro de una uni-
dad más elevada. Sólo mediante la oposición al coloni-
zado se vuelve realmente él mismo, el sujeto metropoli-
tano» (Hardt y Negri 2001:152). Es decir, el colonialis-
mo es una «dialéctica del reconocimiento», como lo vie-
ra Hegel, pero actualmente no tiene más sentido porque
el Imperio (el amo) ya no necesita afirmarse frente a su
«otro» (el esclavo).
25 Ni siquiera reparan que durante la época que eligen para
comenzar su genealogía del Imperio, el siglo XIII, Euro-
pa no era otra cosa que una pequeña provincia sin im-
portancia comparada con la gran civilización que se de-
sarrollaba en el mundo islámico (Dussel 1999:149-151).
Sólo cuando con el evento fundacional de 1492 apare-
ció el inédito circuito comercial del Atlántico Europa se
convirtió en «centro» de un proceso verdaderamente
mundial de acumulación de capital.
99
26 H&N, sin embargo, afirman ser críticos del eurocentrismo.
En la sección titulada «Dos italianos en India» conteni-
da en el libro Multitud cuentan la historia de la visión de
Alberto Moravia y Pier Paolo Pasolini sobre la India. El
primero trató de entender por qué la India era tan dife-
rente de Italia, mientras que el segundo buscó entender
por qué era tan similar; ninguno de los dos, sin embargo,
pudo escapar a la necesidad de tomar a Europa como
criterio universal de medida, cayendo en una visión
eurocéntrica del mundo. H&N afirman que la única for-
ma de salir del eurocentrismo es renunciar a cualquier
tipo de norma universal para evaluar las diferencias cul-
turales. Italia y la India no son diferentes sino singula-
res. Para ellos la noción de «singularidad» desarrollada
por Gilles Deleuze permite abandonar el concepto de
«Otredad», que ha funcionado como piedra angular del
eurocentrismo. No se trata, entonces, de pensar la dife-
rencia cultural como otredad sino como singularidad: «La
diferencia cultural debe concebirse en sí misma, como
singularidad, sin sustentarse en el concepto del ‘otro’.
De manera similar, debe considerar todas las singulari-
dades culturales, no como supervivencias anacrónicas
del pasado sino como participantes iguales en nuestro
presente común. Mientras sigamos considerando, es-
trictamente, la sociedad europea como la norma con la
cual se mide la modernidad muchas zonas de África, al
igual que otras regiones subordinadas del mundo, no
serán equiparables; pero cuando reconozcamos las sin-
gularidades y la pluralidad dentro de la modernidad em-
pezaremos a entender que África es tan moderna como
Europa, ni más ni menos, aunque diferente» (Hardt y
Negri 2004:156-157). Pero Mignolo (2002:228) señaló
100
que esta es una crítica eurocéntrica del eurocentrismo
porque la exhaltación de la «singularidad» se corres-
ponde, precisamente, con la reorganización posmoderna
de las narrativas coloniales de representación.
27 Esto significa que ya no basta la abundancia de recur-
sos naturales (capital natural) para desarrollarse. Aho-
ra lo importante es la utilización inteligente de esos re-
cursos por parte de los actores sociales para hacerlos
más productivos.
28 El desarrollo sostenible puede ser definido como «un
desarrollo que satisfaga las necesidades del presente
sin poner en peligro la capacidad de las generaciones
futuras para atender sus propias necesidades». Esta
definición fue empleada por primera vez en 1987 en la
Comisión Mundial del Medio Ambiente de la ONU, crea-
da en 1983. Los economistas que se preocupan por el
desarrollo sostenible señalan que la satisfacción de las
necesidades del futuro depende de cuánto equilibrio se
logre entre las necesidades sociales, económicas y am-
bientales en las decisiones que se toman ahora.
29 Escobar (2004:387) afirma que «podríamos estar tran-
sitando de un régimen de la naturaleza ‘orgánica’
(premoderna) y ‘capitalizada’ (moderna) hacia un régi-
men de ‘tecnonaturaleza’ efectuado por las nuevas for-
mas de la ciencia y la tecnología».
30 La Agenda 21 fue uno de los cinco acuerdos fundamen-
tales alcanzados en la Conferencia de Río de Janeiro.
Según esta agenda las naciones firmantes se compro-
meten a garantizar el «desarrollo sostenible» de sus eco-
101
nomías, de tal modo que los recursos naturales puedan
ser manejados con inteligencia para satisfacer las nece-
sidades de esta generación sin comprometer el bienes-
tar de las generaciones futuras.
31 La investigación en ingeniería genética es muy cara y
demanda una gran infraestructura tecnológica; por eso
se encuentra concentrada, básicamente, en los Estados
Unidos, Europa y Japón pero es financiada, en su ma-
yor parte, por empresas privadas. El fenómeno obser-
vado en los últimos años es la formación de grandes
monstruos económicos en este sector. Unas cuantas
empresas especializadas en biotecnología absorben, pau-
latinamente, a empresas más pequeñas o se fusionan
con otras empresas gigantes hasta formar verdaderos
monopolios a escala transnacional que controlan el mer-
cado de la agricultura y la salud. En el curso de las próxi-
mas décadas media docena de multinacionales contro-
lará 90% de la alimentación mundial.
32 General Agreement on Trade and Tariffs.
33 La sigla hace referencia a los «Aspectos de los Dere-
chos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Co-
mercio» (Trade Related Intellectual Property Rights).
Como parte de los acuerdos multilaterales del GATT los
TRIP obligan a los estados signatarios a adoptar un sis-
tema de propiedad intelectual para microorganismos y
variedades vegetales. Bajo la presión de las multinacio-
nales, a través del gobierno de los Estados Unidos (en
acuerdos como el TLC), la concesión de patentes sobre
material biológico se presenta como el mecanismo úni-
co para la protección de la propiedad intelectual, a pe-
102
sar de que los acuerdos del GATT no hablan
específicamente de ello. Hay otras formas de proteger
la propiedad intelectual sin recurrir a las patentes.
34 La OMPI cuenta con 177 Estados miembros, tiene su
sede en Ginebra y se ocupa de los asuntos relacionados
con la protección de la propiedad intelectual. Supervisa
varios convenios internacionales, dos de los cuales (el
Convenio de París para la Protección de la Propiedad
Intelectual y el Convenio de Berna para la Protección
de las Obras Literarias y Artísticas) constituyen el fun-
damento del sector de la propiedad intelectual.
35 Para que una patente sea concedida el producto inte-
lectual debe satisfacer, por lo menos, dos requisitos: que
sea un invento (es decir, que represente una novedad)
y que esta innovación tenga «utilidad práctica», de tal
modo que pueda beneficiar a toda la sociedad.
36 http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001325/
132540s.pdf
37 Este convenio obliga a las naciones miembros a salva-
guardar territorios ricos en biodiversidad, especies ame-
nazadas de extinción y conocimientos locales relaciona-
dos con la conservación del medio ambiente. Con rela-
ción a este último punto el CDB establece lo siguiente:
«Con arreglo a su legislación nacional [cada país] res-
petará, preservará y mantendrá los conocimientos, las
innovaciones y las prácticas de las comunidades indíge-
nas y locales que entrañen estilos tradicionales de vida
pertinentes para la conservación y la utilización sosteni-
ble de la diversidad biológica y promoverá su aplicación
103
más amplia, con la aprobación y la participación de quie-
nes posean esos conocimientos, innovaciones y prácti-
cas» (http://www.biodiv.org/doc/legal/cbd-es.pdf).
104
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Este libro se diagramó en caracteres Times
New Roman a 11 puntos y se imprimió en pa-
pel Propalibro beige de 75 gramos; el papel de
la carátula es Kimberley de 240 gramos. Se
terminó de imprimir en octubre de 2005 en
Popayán.
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