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Son hoy muchos los psicólogos y psicólogas que, en nuestro país, junto
a educadores, sociólogos, juristas y autoridades responsables de nuestros cen-
tros educativos, vienen haciendo frente a un grave problema que amenaza la
vida de nuestras escuelas, y perturba, sobre todo, la vida de un considerable por-
centaje de nuestros alumnos, alterando su personalidad, impidiéndoles el nor-
mal aprovechamiento de sus clases, y el uso democrático de las instituciones
educativas, y en ocasiones, impulsándoles hacia conductas de respuesta pato-
lógicas, que en demasiados casos han terminado con la pérdida de la vida.
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otra persona”, de una o más personas, dirigido contra una persona que “tiene
dificultad en defenderse y en cierta medida se encuentra inerme” (Olweus,
2006:25-26). En el mismo encontramos implicados a escolares de ambos sexos,
con un ligero predominio en ocasiones del masculino sobre el femenino. La
intencionalidad aversiva de las agresiones, la reiteración de las mismas, hasta
hacer de ellas una situación habitual, y la desigual posición que media entre
acosador y acosado, tienen así una presencia más explícita en la caracterización
del fenómeno, y pueden ayudar a precisarlo un poco mejor.
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Las cifras que se han dado recientemente en prensa sobre acoso esco-
lar en España son realmente importantes. Según datos ofrecidos por el diario
El País (2016), habría un promedio del 9,3% de sujetos que lo han experimen-
tado (o sea, 1 de cada 10 alumnos), en un tiempo de encuesta que tuvo lugar
desde septiembre de 2014 a junio de 2015 —el curso escolar 2014-15, en una
palabra. Aparece ahí una importante diferencia entre comunidades autónomas,
que oscilan entre los 13,8 de Murcia, y los 12,2 de Andalucía, y los 6 y 6,3 de
Navarra y el País Vasco, respectivamente (El Pais, 2016), observándose una
clara contraposición norte-sur entre ellas.
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tro y fuera del aula, que asedian a casi un 4% de la población escolar” (La Mon-
cloa, 2016).
Pero no cabe olvidar que este tipo de fenómeno afecta a una comuni-
dad mucho más amplia que los protagonistas activo y pasivo de la violencia, y
así, algún informe reciente sobre el tema relativo a los Estados Unidos, dice que
uno de cada siete alumnos, desde últimos niveles de kindergarten a los finales
de high school, ha estado envuelto en un fenómeno de acoso, bien de modo
activo o pasivo, y lo que también es muy interesante, un 61% de los escolares
encuestados han afirmado creer que los estudiantes que han protagonizado
fenómenos de tiroteo en las aulas, lo han hecho como respuesta a un proceso
de acoso del que deseaban vengarse (Bullying Statistics, 2016). Por mencionar
un caso famoso, el suicidio de un escolar vasco de catorce años de Hondarri-
bia, Jokin, muerto en 2004, tuvo implicaciones muy varias, y terminó con sen-
tencia judicial de los ocho menores implicados, sentencia que por lo demás ha
sido fuertemente controvertida. O, por venir más cerca de nuestro presente, en
julio de este año 2016 ha habido un tremendo atentado perpetrado en Munich
por un joven alemán de origen iraní de 18 años, en que han muerto nueve per-
sonas. El hecho tiene todos los rasgos de una venganza ante un problema de
acoso , una venganza planeada durante un año y al parecer movida por lo que
en la prensa se ha llamado ‘fobia social’. El protagonista, según esas informa-
ciones, se habría quejado a un vecino de haber sido “acosado durante siete
años”, y se mostró orgulloso de tener ahora “un arma para disparar” (El Confi-
dencial, 23-7-2016).
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UN EJEMPLO HISTÓRICO
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Las personas que han admitido haber ejercido en alguna ocasión acoso
a un compañero o compañera, han contestado a la pregunta de ¿por qué?, esto
es, ¿por qué lo había hecho?, con las respuestas siguientes. Nos las propor-
ciona, entre otros, la ONG “Save the children” (2015) dedicada a estos temas.
Así, en primer lugar, figura la respuesta “No lo sé” (19,5 %). Siguen luego “Por
gastarle una broma” (14,5%) y “Por molestarle” (13,1%). (Esto supone ya casi
el 50% de las justificaciones). En cuarto lugar, “Para vengarse de él/ella” (9,9%),
seguido de “Porque le tengo manía” (9%). En sexto lugar, “Porque me provocó”
(8,2%). (Hasta aquí, al añadir estas respuestas de antipatía reactiva, ya explica-
mos el 75%). Siguen luego una serie de respuestas sobre diferencias individua-
les que no se le aceptan a la persona acosada: “Por sus características físicas”
(8,1%), “Por su color de piel, cultura o religión” (6.6%), “Por su orientación
sexual” (5,9%), y, finalmente, “Por las cosas que le gustan (cine, música, libros,
juegos)” (5,2%). Este último apartado reúne también otro 25% de casos.
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“pueden ser físicamente más fuertes que sus compañeros… y que sus
víctimas…; sienten una necesidad imperiosa de dominar y subyugar a otros
alumnos… y de conseguir lo que se proponen; …tienen mal carácter…, son
impulsivos y toleran mal las frustraciones;… con los adultos suelen tener una
actitud hostil, desafiante y agresiva…; se les considera duros, curtidos y mues-
tran poca simpatia con los alumnos que sufren agresiones; no son ansiosos ni
inseguros, y acostumbran a tener una opinión relativamente positiva de sí mis-
mos…; adoptan conductas antisociales… a una edad bastante temprana; tienen
‘malas compañías’; su popularidad… puede ser normal… pero lo más frecuente
es que cuenten con el apoyo de al menos un número reducido de compañe-
ros…; su rendimiento académico puede ser normal… en la escuela elemental,
mientras que en la secundaria por lo general… obtienen notas más bajas y des-
arrollan una actitud negativa hacia la escuela” (Olweus, 2006:79-80)
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¿Qué sucede con las personas que se ven forzados a asumir el papel
de víctimas del acoso, y sufren las agresiones reiteradas de alguno o algunos
compañeros, sin poder poner término a la situación?
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Es cierto que esta imagen, obtenida “ex post facto”, nos ofrece el perfil de
quien ya está sometido al fenómeno de persecución y estrés, y por tanto, es ésta
una imagen reactiva al fenómeno vivido. Por eso, también muchos han pensado
en la necesidad de hallar algunos rasgos o caracteres de la posible víctima que
pudieran ser considerados factores de riesgo y pudieran permitir intervenciones
preventivas para tratar de hacer abortar el fenómeno antes de que se produjera.
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efecto’ formulada por el psicólogo E. Thorndike a finales del siglo XIX, según
la cual, las respuestas o conductas que resultan satisfactorias en una situación
se repiten y se fijan mientras ésta dura, y se inhiben o cesan aquellas otras que
son insatisfactorias. Es un principio perfectamente aplicable al caso.
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una situación diseñada para que aquellos lo observen y puedan más tarde repe-
tirlo (Bandura, 1961). Ya en nuestro campo, innumerables estudios han confir-
mado la tesis de que con alta frecuencia los individuos acosadores se han
criado en familias donde la violencia es un medio habitual empleado para el
control de los individuos, y donde la manera de educar a los hijos, o ‘parent-
ing’, está orientada por actitudes autoritarias y hay falta de ternura en las rela-
ciones entre padres e hijos (Musitu et al., 2001). De esta suerte, movimientos
de violencia, impulsos de agresión, y en general conductas impulsivas que rom-
pen las normas establecidas socialmente, tendrían modelos aplicables dentro de
los mismos hogares, donde los muchachos aprenden la utilidad de tales com-
portamientos a la hora de obtener resultados deseados.
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como retorna siempre lo reprimido, según decía Freud, la ley del más fuerte,
que vuelve así a imponerse como principio válido.
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LA INFLUENCIA FAMILIAR
Hemos visto ya que, según los estudios antes citados, entre las notas
más salientes propias de una víctima, dos parecen ser buenas variables predic-
toras: la menor edad —menor, respecto del agresor, naturalmente—, y la baja
autoestima.
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Entre nosotros, son muchos los que han venido trabajando en ese sen-
tido. Díaz-Aguado, desde hace años, ha trabajado sobre un amplio movimiento
que busca fortalecer una concepción de la educación que tome en considera-
ción los principios democráticos de tolerancia, libertad, responsabilidad y res-
peto al otro, y que tenga presentes las circunstancias actuales de la población
escolar, su gran diversidad étnica y cultural, y sus diferencias psicosociales. Tras
reconocer que no hay recetas, admite que es necesaria una preparación de cla-
ses que haga atractiva la enseñanza, que favorezca la intervención de los alum-
nos en vez de promover una actitud pasiva, y que abra líneas por donde se pue-
dan ir expresando los muy diversos deseos de protagonismo de los estudiantes,
de modo que el recurso a la violencia pierda todo su sentido. Se trataría, por
tanto de llegar a “estructurar el currículo de la no-violencia” (Diaz-Aguado,
2016:II).
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MODOS DE INTERVENCIÓN
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Todo ello ha de verse como pasos o elementos que han de servir a pro-
mover un plan de prevención integral de la violencia. Y esto es algo en que
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INTERVENCIONES TERAPÉUTICAS
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Hice aquí ya, hace algún tiempo, una breve presentación de la “psico-
logía positiva”, esa nueva dirección introducida en nuestro campo teórico, y con-
sistente en priorizar los aspectos felicitarios, positivos, y relativos a un desarro-
llo plenario de las potencialidades de la persona, una dirección que ha venido
a complementar aquella otra ya existente que se orienta hacia la intervención
remediadora de trastornos o deficiencias mentales o comportamentales.
Los programas que se vienen construyendo para hacer frente a los casos
de acoso escolar o son preventivos, o son paliativos. Buscan evitar o impedir
que se produzcan nuevos casos, o bien remediar los efectos estresantes y modi-
ficar las actitudes violentas de cuantos protagonizan este tipo de eventos. Pero
una nueva orientación positiva debería ir aún más allá. Dentro de su línea de
pensamiento, ha de propiciar el estudio y análisis de las ‘fortalezas’ o virtudes
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Las raíces del fenómeno, como hemos sugerido, son muy complejas.
Pero no cabe duda que, por debajo de la violencia y agresividad que los pro-
ducen, hay en los procesos de acoso un núcleo último que lleva a modular las
relaciones entre individuos en términos de dominio y sumisión, y que emplea
la violencia como instrumento para establecer la relación deseada. Procuremos
dar un paso más tratando de ver claro en dicho núcleo.
Estas son ideas que parecen encajar en otras que hemos ido hallando
al trazar la órbita general del acoso. Recordemos, en conexión con esa consti-
tución de la urdimbre, que muchos estudios han ido sugiriendo que en el pro-
ceso de parenting o crianza hay una serie de dimensiones familiares que pue-
den ser factores de riesgo respecto del rol de agresor. Esto querría decir que
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mos ante una patología social. Es necesaria una reforma de moral ciudadana, y
un reordenamiento ecológico que propicien una formación de la personalidad
con un sentido de responsabilidad solidaria y constructiva hacia el mundo
común en que todos nos hallamos situados y en que hemos de convivir.
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